Al Pie Del Acantilado de Ulio Ramon Ribeyro
Al Pie Del Acantilado de Ulio Ramon Ribeyro
Al Pie Del Acantilado de Ulio Ramon Ribeyro
Cuando llegó el verano, sólo sabíamos una cosa: que Los bañistas se rieron.
se llamaba Samuel. —Falta una cosa. Debe quitar esos fierros que hay en
En los días del verano, el desfiladero cobraba cierta el mar. ¿No se da cuenta que aquí no se puede nadar?
animación. La gente pobre que no podía frecuentar Uno tiene que contentarse con bañarse en la orilla.
las grandes playas de arena bajaba por allí para tomar Así no vale la pena.
baños de mar. Yo la veía cruzar el terraplén, repartirse —Sea. Los sacaremos —respondí.
por la orilla pedregosa y revolcarse cerca de los erizos,
entre las plumas de pelícano, como en el mejor de los Y a pesar de que había terminado el verano y que los
vergeles. Eran en su mayoría hijos de obreros, bañistas iban disminuyendo, me esforcé, con mi hijo
muchachos de colegio fiscal en vacaciones o artesanos Pepe, en arrancar los fierros del mar. El trabajo ya lo
de los suburbios. Todos se soleaban hasta la puesta conocíamos desde que sacamos las vigas para el talud.
del sol. Al retirarse pasaban delante de mi casa y me Pero ahora teníamos que sacar todos los fierros, hasta
decían: aquellos que habían echado raíces entre las algas.
Usando garfios y picotas, los atacamos desde todo
—Su playa está un poco sucia. Debía hacerla limpiar. sitio, como si fueran tiburones. Llevábamos una vida
submarina y extraña para los forasteros que, durante
el otoño, bajaban a veces por allí para ver de más
A mí no me gustan los reproches pero en cambio cerca la caída del crepúsculo. —¡Qué hacen esos
me gustó que me dijeran su playa. Por eso me hombres! —se decían—. Pasan horas sumergiéndose
empeñé en poner un poco de limpieza. Con Toribio para traer a la orilla un poco de chatarra.
pasé algunas mañanas recogiendo todos los papeles,
las cáscaras y los patillos que, enfermos, venían a En la lucha contra los fierros, Pepe parecía haber
enterrar el pico entre las piedras. empeñado su palabra de hombre. Toribio, en cambio,
como los forasteros, lo veía trabajar sin ninguna
—Muy bien —decían los bañistas—. Así las cosas van pasión. El mar no le interesaba. Sólo tenía ojos para la
mejor. gente que venía de la ciudad. Siempre me preocupó la
manera como los miraba, como los seguía y como
Después de limpiar la playa, levanté un cobertizo para
regresaba tarde, con los bolsillos llenos de chapas de
que los bañistas pudieran tener un poco de sombra.
botellas, de bombillas quemadas y de otros adefesios
Después Samuel construyó una poza de agua filtrada y
en los cuales creía reconocer la pista de una vida
cuatro gradas de piedra en la parte más empinada del
superior.
desfiladero. Los bañistas fueron aumentando. Se
pasaban la voz. Se decían: «Es una playa limpia en Cuando llegó el invierno, Pepe seguía luchando contra
donde nos dan hasta la sombra gratis». A mediados los fierros del mar. Eran días de blanca bruma que
del verano eran más de un centenar. Fue entonces llegaba de madrugada, trepaba por el barranco y
cuando se me ocurrió cobrarles un derecho de paso. ocupaba la ciudad. De noche, los faroles de la
En realidad, esto no lo había planeado: se me vino así, Costanera formaban halos y desde la playa se veía una
de repente, sin que lo pensara. mancha lechosa que iba desde La Punta hasta el
—Es justo —les decía—. Les he hecho una escalera, Morro Solar. Samuel respiraba mal en esa época y
he puesto un cobertizo, les doy agua de beber y decía que la humedad lo estaba matando.
—En cambio a mí me gusta la neblina —le decía yo—. —No veo a Pepe —me dijo Toribio—. Hace rato que
De noche hay buen temperamento y se goza tirando entró pero no lo veo. Fue nadando con la sierra y la
del cordel. picota.
Pero Samuel tosía y una tarde anunció que se En ese momento sentí miedo. Fue una cosa violenta
trasladaría a la parte alta del barranco, a esa que me apretó la garganta, pero me dominé.
explanada que los camioneros, a fuerza de llevarse el
—Quizás esté buceando —dije.
hormigón, habían cavado en pleno promontorio. A
ese lugar comenzó a trasladar las piedras de su nueva —No podría aguantar tanto rato bajo el agua —
habitación. Las escogía en la playa, amorosamente, respondió Toribio.
por su forma y su color, las colocaba en su costal y se
iba cuesta arriba, canturreando, parándose cada diez Volví a sentir miedo. En vano miraba hacia el mar,
pasos para resollar. Yo y mis hijos contemplábamos, buscando el esqueleto de la barcaza. Tampoco vi la
asombrados, ese trabajo. Nos decíamos: Samuel es línea naranja. Grandes tumbos venían y se enroscaban
capaz de limpiar de piedras toda la orilla del mar. y chocaban contra la base del terraplén.
—Con ésa no te metas —le decía—. Una grúa sería En ese momento me comencé a desvestir, cada vez
necesario para sacarla. más rápido, más rápido, arrancando los botones de mi
camisa, los pasadores de mis zapatos.
Sin embargo, Pepe, después de la pesca y del negocio,
nadaba hasta allí, hacía equilibrio sobre los fierros y —¡Anda a buscar a Samuel! —grité, mientras me
buceaba buscando un punto donde golpear. Al zambullía en el agua.
anochecer, regresaba cansado y decía: Cuando comencé a nadar ya todo estaba negro:
—Cuando no quede un solo fierro vendrán cientos de negro el mar, negro el cielo, negra la tierra. Yo iba a
bañistas. Entonces sí que lloverá plata sobre nosotros. ciegas, estrellándome contra las olas, sin saber lo que
quería. Apenas podía respirar. Corrientes de agua fría
Es raro: yo no había notado nada, ni siquiera había me golpeaban las piernas y yo creía que eran los toyos
tenido malos sueños. Tan tranquilo estaba que, al buscando la carnaza. Me di cuenta que no podía
volver de la ciudad, me quedé en la parte alta del seguir porque no podía ver nada y porque en
desfiladero, conversando con Samuel, que ponía el cualquier momento me tropezaría contra los fierros.
techo de su casa. Me di la vuelta, entonces, casi con vergüenza.
—¡Ya vendrán! —me dijo Samuel, señalando unas Mientras regresaba, las luces de la Costanera se
piedras que había tiradas por el suelo—. Hoy día he encendieron, todo un collar de luces que parecía
visto gente rondando por aquí. Han dejado esas envolverme y supe en ese momento lo que tenía que
piedras como señal. Mi casa es la primera pero pronto hacer. Al llegar a la orilla ya estaba Samuel
me imitarán. esperándome.
—Mejor —le respondí—. Así no tendré que ir hasta la —¡A la caleta! —le grité—. ¡Vamos a la caleta!
ciudad a vender el pescado. Ambos empezamos a correr por la playa oscura.
Al oscurecer, bajé a mi casa. Toribio daba vueltas por Sentí que mis pies se cortaban contra las piedras.
el terraplén y miraba hacia el mar. El sol se había Samuel se paró para darme sus zapatos pero yo no
puesto hacía rato y sólo quedaba una línea naranja, quería saber nada y lo insulté. Yo sólo miraba hacia
allá muy lejos, una línea que pasaba detrás de la isla adelante, buscando las luces de los pescadores. Al fin
San Lorenzo e iba hacia los mares del norte. Quizás me caí de cansancio y me quedé tirado en la orilla. No
ésa era la advertencia, la que yo en vano había podía levantarme. Comencé a llorar de rabia. Samuel
esperado me arrastró hasta el mar y me hundió varias veces en
el agua fría
—¡Falta poco, papá Leandro! —decía—. Mira, allí se dormido un rato sobre las piedras hasta que el sol del
ven las luces. mediodía me despertó. Después fuimos caminando
hacia La Perla y cuando regresábamos, una voz gritó:
No sé cómo llegamos. Algunos pescadores se habían
«¡Allá está!». Algo se veía, algo que las olas
hecho ya a la mar. Otros estaban listos para zarpar.
empujaban hacia la orilla.
—¡De rodillas se lo pido! —grité—. ¡Nunca les he
—Ése es —dijo Toribio—. Allí está su pantalón.
pedido un favor, pero esta vez se lo pido! Pepe, el
mayor, hace una hora que no sale del mar. ¡Tenemos Entraron varios hombres al mar. Yo los vi que iban
que ir a buscarlo! cortando las olas bravas y los vi casi sin pena. En
verdad estaba agotado y no podía siquiera
Tal vez hay una manera de hablarle a los hombres,
conmoverme. Lo fueron jalando entre varios, lo traían
una manera de llegar hasta su corazón. Me di cuenta,
así, hinchado, hacia mí. Después me dijeron que
esta vez, que todos estaban conmigo. Me rodearon
estaba azul y que lo habían mordido los toyos. Pero yo
para preguntarme, me dieron pisco de beber. Luego
no lo vi. Cuando estaba cerca, me fui sin voltear la
dejaron en la playa sus redes y sus cordeles. Los que
cabeza. Sólo dije, antes de partir:
acababan de entrar regresaron cuando escucharon los
gritos. En once barcas entramos. Íbamos en fila hacia —Que lo entierren en la playa, al pie de las
Magdalena, con las antorchas encendidas, campanillas. (Él siempre quiso estas flores del
alumbrando la mar. barranco que son, como el geranio, como el
mastuerzo, las flores pobres, las que nadie quiere ni
Cuando llegamos a la barcaza, la rodeamos formando
para su entierro).
un círculo. Mientras unos sostenían las antorchas,
otros se lanzaron al agua. Estuvimos buceando hasta Pero no me hicieron caso. Se le enterró al día
medianoche. La luz no llegaba al fondo del mar. siguiente, en el cementerio de Surquillo.
Chocábamos bajo el agua, nos rasguñamos contra los
Perder un hijo que trabaja es como perder una pierna
fierros pero no encontramos nada, ni la picota ni su
o como perder un ala para un pájaro. Yo quedé como
gorra de marinero. Ya no sentía cansancio, quería
lisiado durante varios días. Pero la vida me reclamaba,
seguir buscando hasta la madrugada. Pero ellos tenían
porque había muchísimo que hacer. Era época de
razón
mala pesca y el mar se había vuelto avaro. Sólo los
—La resaca lo debe haber jalado —decían—. Hay que tenían barca salían al mar y regresaban ojerosos
que buscarlo más allá de los bancos. Primero de mañana, cuatro bonitos en su red, apenas de qué
entramos, luego salimos. Samuel tenía una pértiga hacer un caldo.
que hundía en el mar cada vez que creía ver algo.
Yo había roto a pedradas la estatua de San Pedro
Seguimos dando vueltas en fila. Me sentía mareado y
pero Samuel la compuso y la colocó a la entrada de mi
como idiota, tal vez por el pisco que bebí. Cuando
casa. Debajo de la estatua puso una alcancía. Así, la
miraba hacia los barrancos, veía allá arriba, tras la
gente que usaba mi quebrada veía la estatua y, como
baranda del malecón, faros de automóviles y cabezas
eran pescadores, dejaban allí cinco centavos, diez
de gente que miraban. Entonces me decía: «¡Malditos
centavos. De eso vivimos hasta que llegó el verano.
los curiosos! Creen que celebramos una fiesta, que
encendemos antorchas para divertirnos». Claro, ellos Digo verano porque a las cosas hay que ponerles un
no sabían que yo estaba hecho pedazos y que hubiera nombre. En esta tierra todos los meses son iguales:
sido capaz de tragarme toda el agua del mar para quizás en una época hay más neblina y en otra
encontrar el cadáver de mi hijo. calienta más el sol. Pero, en el fondo, todo es lo
mismo. Dicen que vivimos en una eterna primavera.
—¡Antes que lo muerdan los toyos! —me repetía,
Para mí, las estaciones no están en el sol ni en la lluvia
muy despacito—. ¡Antes que lo muerdan!
sino en las aves que pasan o en los peces que se van o
Para qué llorar, si las lágrimas ni matan ni alimentan. que vuelven. Hay épocas en las cuales es más difícil
Como dije delante de los pescadores: vivir, eso es todo.
—El mar da, el mar también quita. Este verano fue difícil porque fue triste, sin calor, y
los bañistas apenas venían. Yo había puesto un letrero
Yo no quise verlo. Alguien lo descubrió, flotando
a la entrada que decía: «Caballeros 20 centavos.
vientre arriba, sobre el mar soleado. Ya era el día
Damas 10 centavos». Pagaron, es verdad, pero eran
siguiente y nosotros vagábamos por la orilla. Yo había
muy pocos. Se zambullían un momento, tiritaban y eso: sólo tenía los ojos para la ciudad. Jamás quiso
después se iban cuesta arriba, maldiciendo, como si pescar. Varias veces me dijo: «No quiero morir
yo tuviera la culpa de que el sol no calentara. ahogado». Por eso prefería irse con Samuel a la
ciudad. Lo acompañaba por los balnearios,
—¡Ya no hay fierros! —les gritaba.
ayudándolo a poner vidrios, a componer caños. Con
—Sí —me respondían—. Pero el agua está fría. los reales que ganaba se iba al cine o se compraba
revistas de aventuras. Samuel le enseñó a leer.
Sin embargo, en este verano pasó algo importante:
en la parte alta del barranco comenzaron a levantar Yo no quería verlo vagar y le dije:
casas.
—Si tanto te gusta la ciudad, aprende un oficio y vete
Samuel no se había equivocado. Los que dejaron a trabajar. Ya tienes dieciocho años. No quiero
piedras y muchos más vinieron. Llegaban solos o en mantener zánganos.
grupos, miraban la explanada, bajaban por el
Esto era mentira: yo lo hubiera mantenido toda mi
desfiladero, husmeaban por mi casa, respiraban el
vida, no sólo porque era mi hijo sino porque tenía
aire del mar, volvían a subir, siempre mirando arriba y
miedo de quedarme solo. Por la tarde no tenía con
abajo, señalando, cavilando, hasta que, de pronto, se
quién conversar y mis ojos, cuando había luna, iban
ponían desesperadamente a construir una casa con lo
hacia los tumbos y buscaban la barcaza, como si una
que tenían al alcance de la mano. Sus casas eran de
voz me llamara desde adentro.
cartón, de latas chancadas, de piedras, de cañas, de
costales, de esteras, de todo aquello que podía Una vez Toribio me dijo:
encerrar un espacio y separarlo del mundo. Yo no sé
—Si me hubieras mandado al colegio ahora sabría
de qué vivía esa gente, porque de pesca no entendía
qué hacer y podría ganarme la vida.
nada. Los hombres se iban temprano a la ciudad o se
quedaban tirados en las puertas de sus cabañas, Esa vez le pegué porque sus palabras me hirieron.
viendo volar los gallinazos. Las mujeres, en cambio, Estuvo varios días ausente. Después vino, sin decirme
bajaban a la orilla, en la tarde, para lavar la ropa. nada, y pasó algún tiempo comiendo mi pan y
durmiendo bajo el cobertizo. Desde entonces,
—Usted ha tenido suerte —me decían—. Usted sí que
siempre se iba a la ciudad pero también siempre
ha sabido escoger un lugar para su casa.
volvía. Yo no quise preguntarle nada. Algo debía
—Hace tres años que vivo aquí —les respondía—. He pasar, cuando regresaba. Samuel me lo hizo notar:
perdido un hijo en el mar. Tengo otro que no trabaja. venía por Delia, la hija del sastre.
Necesito una mujer que me caliente por las noches.
A la Delia varias veces la había invitado a sentarse en
Todas eran casadas o amancebadas. Al comienzo no el terraplén, para tomar una limonada. Yo la había
me hacían caso. Después se reían conmigo. Yo puse distinguido entre las mujeres que bajaban porque era
un puesto de bebidas y de butifarras, para ayudarme. redonda, zumbona y alegre como una abeja. Pero ella
no me miraba a mí, miraba a Toribio. Es verdad que yo
Y así pasó un año más.
podía pasar por su padre, que estaba reseco como
Agosto es el mes de los vientos y los palomillas metido en salmuera y que me había arrugado todo de
corren por los potreros volando las cometas. Algunos tanto parpadear en la resolana.
se trepan a las huacas para que sus cometas vuelen
Se veían a escondidas en los tantos recovecos del
más alto. Yo siempre he mirado este juego con un
lugar, detrás de las enredaderas, en las grutas de agua
poco de pena porque en cualquier momento el hilo
filtrada, porque lo que tenía que suceder sucedió. Un
puede romperse y la cometa, la linda cometa de
día Toribio se fue, como de costumbre, pero la Delia
colores y de larga cola, se enreda en los alambres de
se fue con él. El sastre bajó rabioso, me amenazó con
la luz o se pierde en las azoteas. Toribio era así: yo lo
la policía, pero terminó por echarse a llorar. Era un
tenía sujeto apenas por un hilo y sentía que se alejaba
pobre viejo, sin vista ya, que hacía remiendos para la
de mí, que se perdía.
gente de la barriada.
Cada vez hablábamos menos. Yo me decía: «No es mi
—A mi hijo lo he crecido sano —le dije, para
culpa que viva en un barranco. Aquí por lo menos hay
consolarlo—. Ahora no sabe nada pero la vida le
un techo, una cocina. Hay gente que ni siquiera tiene
enseñará a trabajar. Además, se casarán, si se
un árbol donde recostarse». Pero él no comprendía
entienden, como lo manda Dios.
El sastre quedó tranquilo. Me di cuenta que la Delia Si la barca quedó a medio hacer fue porque en ese
era un peso para él y que toda su gritería había sido verano pasaron algunas cosas extrañas.
puro detalle. Desde ese día me mandaba con las
Fue un buen verano, es cierto, lleno de gente que
lavanderas una latita para que le diera un poco de
bajó, se puso roja, se despellejó con el sol y luego se
sopa.
puso negra. Todos pagaron su entrada y yo vi por
Verdad que es triste quedarse solo, así, mirando a sus primera vez que la plata llovía, como dijera mi hijo
animales. Dicen que hablaba con ellos y con mi casa y Pepe, el finado. Yo la guardaba en dos canastas, bajo
que hasta con el mar hablaba. Pero quizás sea mentira mi cama, y cerraba la puerta con doble candado.
de la gente o envidia. Lo único cierto es que cuando
Digo que en ese verano pasaron algunas cosas
venía de la ciudad y bajaba hacia la playa, gritaba
extrañas. Una mañana, cuando Samuel y yo
fuerte, porque me gustaba escuchar mi voz por el
trabajábamos en la barca, vimos tres hombres, con
desfiladero.
sombrero, que bajaban por el barranco con los brazos
Yo mismo me hacía toda: pescaba, cocinaba, lavaba abiertos, haciendo equilibrio para no caerse. Estaban
mi ropa, vendía el pescado, barría el terraplén. Tal vez afeitados y usaban zapatos tan brillantes que el polvo
fue por eso que la soledad me fue enseñando muchas resbalaba y les huía. Eran gentes de la ciudad.
cosas como, por ejemplo, a conocer mis manos, cada
Cuando Samuel los vio, noté que su mirada se
una de sus arrugas, de sus cicatrices, o a mirar las
acobardaba. Bajando la cabeza, quedó observando
formas del crepúsculo. Esos crepúsculos del verano,
fijamente un pedazo de madera, no sé para qué,
sobre todo, eran para mí una fiesta. A fuerza de
porque allí no había nada que mirar.
mirarlos pude adivinar su suerte. Pude saber qué color
seguiría a otro o en qué punto del cielo terminaría por Los hombres cruzaron por mi casa y bajaron a la playa.
ennegrecerse una nube. Dos de ellos estaban cogidos del brazo y el otro les
hablaba señalando los barrancos. Así estuvieron
A pesar de mi mucho trabajo, me sobraba el tiempo,
paseándose varios minutos, de un extremo a otro,
el tiempo de la conversación. Fue entonces cuando
como si estuvieran en el pasillo de una oficina. Al fin
me dije que era necesario construir una barca. Por eso
uno de ellos se acercó a mí y me hizo varias
hice bajar a Samuel, para que me ayudara. Juntos
preguntas. Luego se fueron por donde habían venido,
íbamos hasta la caleta y mirábamos los barcos de los
en fila, ayudándose unos a otros a salvar los parajes
otros. Él hacía dibujos. Después me dijo qué madera
difíciles.
necesitábamos. Hablamos mucho en aquella época. Él
me preguntaba por Toribio y me decía: «Buen chico, —Esa gente no me gusta —dije—. Tal vez vienen a
pero ha hecho mal en meterse con una mujer. Las cobrarme algún impuesto.
mujeres, ¿para qué sirven? Ellas nos hacen maldecir y
nos meten el odio en los ojos». —A mí tampoco —dijo Samuel—. Usan tongo. Mala
señal.
La barca iba avanzando: construimos la quilla. Era
gustoso estarse en la orilla, fumando, contando Desde ese día Samuel quedó muy intranquilo. Cada
historias y haciendo lo que me haría señor del mar. vez que alguien bajaba por el desfiladero, miraba
Cuando las mujeres bajaban a lavar la ropa —¡cada hacia arriba y si era algún extraño, sus manos
vez eran más!— me decían: temblaban y comenzaba a sudar.
—Don Leandro, buen trabajo hace usted. Nosotras —Me va a dar la terciana —decía, secándose el sudor.
necesitamos que se haga a la mar y nos traiga algo Falso: era de miedo que temblaba. Y con razón,
barato de qué comer. porque algún tiempo después se lo llevaron.
Samuel decía: Yo no lo vi. Dicen que fueron tres policías y un
—¡Ya la explanada está llena! No entra una patrullero que aguardaba arriba, en la Pera del Amor.
persona más y siguen llegando. Pronto harán sus Me contaron que bajó corriendo hacia mi casa y que a
casas en el mismo desfiladero y llegarán hasta donde mitad del desfiladero, él, que nunca daba un paso en
revientan las olas. falso, resbaló sobre el canto rodado. Los cachacos le
cayeron encima y se lo llevaron, torciéndole el brazo y
Esto era verdad: como un torrente descendía la dándole de varillazos.
barriada.
Esto fue un gran escándalo porque nadie sabía qué Esos señores del sombrero y de los zapatos de charol
había pasado. Unos decían que Samuel era un ladrón. vinieron varias veces más y se pasearon por la playa.
Otros, que hacía muchos años había puesto una Yo no los quería porque los hacía responsables de la
bomba en casa de un personaje. Como nosotros no suerte de Samuel. Un día les dije:
comprábamos periódicos no supimos nada hasta
—El que me ayudaba a hacer la barca era un buen
varios días después cuando, de casualidad, cayó uno
cristiano. Hicieron mal ustedes en delatarlo. Razones
en nuestras manos: Samuel, hacía cinco años, había
tendría para matar a su mujer.
matado a una mujer con un formón de carpintero.
Ocho huecos le hizo a esa mujer que lo engañó. No sé Ellos se echaron a reír.
si sería verdad o si sería mentira pero lo cierto es que
si no se hubiera resbalado, si hubiera llegado —Se confunde usted. Nosotros no somos policías.
corriendo hasta mi casa, a mordiscos hubiera abierto Nosotros somos de la municipalidad.
una cueva en el acantilado para esconderlo o lo habría Debían serlo porque poco después llegó la
escondido bajo las piedras. Samuel era bueno notificación. De la barriada bajó una comisión para
conmigo. No me importa qué hizo con los demás. mostrármela. Estaban muy alborotados. Ahora sí me
El perro alemán, que siempre había vivido a su lado, trataban bien y me llamaban «Papá Leandro». Claro,
bajó a mi casa y anduvo aullando por la playa. Yo yo era el más viejo del lugar y el más ducho y sabían
acariciaba su lomo espeso y comprendía su pena y le que los sacaría del apuro. En el papel decía que todos
añadía la mía. Porque todo se iba de mí, todo, hasta la los habitantes del desfiladero debían salir de allí en el
barca que vendí, porque no sabía cómo terminarla. plazo de tres meses.
Viejo loco era yo, viejo loco y cansado, pero para qué, —¡Arréglenselas ustedes! —dije—. Lo que es a mí,
me gustaba mi casa y mi pedazo de mar. Miraba la nadie me saca de aquí. Yo tengo siete años en el lugar.
barrera, miraba el cobertizo de estera, miraba todo lo
que habían hecho mis manos o las manos de mi gente Tanto me rogaron que terminé por hacerles caso.
y me decía: «Esto es mío. Aquí he sufrido. Aquí debo —Buscaremos un abogado —dije—. Esta tierra no es
morir». de nadie. No pueden sacarnos.
Sólo me faltaba Toribio. Pensaba que algún día habría Cuando el abogado vino, nos reunimos en mi casa.
de venir, no importa cuándo, porque los hijos siempre Era un señor bajito, que usaba lentes, sombrero y un
terminan por venir aunque sea para ver si ya estamos maletín gastado, lleno de papeles.
lo bastante viejos y si nos falta poco para morirnos.
Toribio vino justamente cuando yo había empezado a —La municipalidad quiere construir un nuevo
construir un cuarto grande para él, un lindo cuarto establecimiento de baños —dijo—. Necesitan, por
con ventana hacia el mar. eso, que despejen todo el barranco, para hacer una
nueva bajada. Pero esta tierra es del Estado. Nadie los
Estaba huesudo y pálido, con esa cara madura que sacará de aquí.
tienen los muchachos que comen mal y no saben qué
hacer de su vida.
—Dame quinientos soles —me dijo—. He perdido un Enseguida nos hizo dar cincuenta soles a cada jefe
hijo y no quiero que me pase lo mismo con el que ha de familia y se fue con unos papeles que firmamos.
de venir. Todos me felicitaban. Me decían:
Luego se fue. Yo no quise retenerlo pero seguí —¡No sabemos qué nos haríamos sin usted!
construyendo su cuarto. Lo fui pintando con mis
En verdad, el abogado nos dio coraje y nosotros
propias manos. Cuando me cansaba, subía a la
estábamos felices.
barriada y conversaba con la gente. Trataba de hacer
amigos pero todos me recelaban. Es difícil hacer —Nadie —decíamos—. Nadie nos sacará de aquí. Esta
amigos cuando se es viejo y se vive solo. La gente dice: tierra es del Estado.
«Algo malo tendrá ese hombre cuando está solo». Los
Así pasaron varias semanas. Los hombres de la
pobres chicos, que no saben nada del mundo, me
municipalidad no regresaron. Yo había acabado con el
seguían a veces para tirarme piedras. Es verdad: un
cuarto de Toribio y le había puesto vidrios en la
hombre solo es como un cadáver, como un fantasma
ventana. El abogado siempre venía para arengarnos y
que camina entre los vivos.
hacernos firmar papeles. Yo me pavoneaba entre la —Pueden llamarlo —contestó el juez—. Pero los
gente de la barriada, y les decía: trabajos deben continuar.
—¿Ven? ¡No hay que despreciar nunca a los viejos! Si —¿Quién viene conmigo a la ciudad? —pregunté.
no fuera por mí ya estarían ustedes clavando sus
Varios quisieron venir pero yo elegí a los que tenían
esteras en el desierto.
camisa. Fuimos en un taxi hasta el centro de la ciudad
Sin embargo, en la primera mañana del invierno, un y subimos las escaleras en comisión. El abogado
grupo bajó corriendo por la quebrada y entró gritando estaba allí. Primero no nos reconoció pero después se
en mi casa. puso a gritar.
—¡Ya están allí! ¡Ya están allí! —decían, señalando —¡Los juicios se ganan o se pierden! Yo no tengo ya
hacia arriba. nada que ver. Esto no es una tienda donde se
devuelve la plata si el producto está malo. Ésta es la
—¿Quiénes? —pregunté.
oficina de un abogado. Discutimos largo rato pero al
—¡La cuadrilla! ¡Han comenzado a abrirse camino! final tuvimos que regresar. En el camino no
hablábamos, no sabíamos qué decir. Cuando llegamos
Yo subí en el acto y llegué cuando los obreros habían al barranco, ya el juez se había ido pero seguían allí los
echado abajo la primera vivienda. Traían muchas policías. La gente de la barriada nos recibió furiosa.
máquinas. Se veían policías junto a un hombre alto y Algunos decían que yo tenía la culpa de todo, que
junto a otro más bajo, que escribía en un grueso tenía mis entendimientos con el abogado. Yo no les
cuaderno. A este último lo reconocí: hasta nuestras hice caso. Había visto que la casa de Samuel, la
cabañas también llegaban los escribanos. primera que hubo en el lugar, había caído abajo y que
—Son órdenes —decían los obreros, mientras sus piedras estaban tiradas por el suelo. Reconocí una
destruían las paredes con sus herramientas—. piedra blanca, una que estuvo mucho tiempo en la
Nosotros no podemos hacer nada. orilla, cerca de mi casa. Cuando la recogí, noté que
estaba rajada. Era extraño: esa piedra que durante
Es verdad, se les veía trabajar con pena, entre una años el mar había pulido, había redondeado, estaba
nube de polvo. ahora rajada. Sus pedazos se separaron entre mis
—¿Órdenes de quién? —pregunté. manos y me fui bajando hacia mi casa, mirando un
pedazo y luego el otro, mientras la gente me insultaba
—Del juez —respondieron, señalando al hombre alto. y yo sentía unas ganas terribles de llorar.
Yo me acerqué a él. Los policías quisieron contenerme —¡Allá ellos! —me dije en los días siguientes—. ¡Que
pero el juez les indicó que me dejaran pasar. los aplasten, que los revienten! Lo que es a mi casa no
llegarán fácilmente las máquinas. ¡Hay mucho
—Aquí hay una equivocación —dije—. Nosotros
barranco que rebanar!
vivimos en tierras del Estado. Nuestro abogado dice
que de aquí nadie puede sacarnos. Era verdad: la cuadrilla trabajaba sin prisa. Cuando no
había vigilancia, dejaban sus herramientas y se ponían
—Justamente —dijo el juez—. Los sacamos porque
a fumar, a conversar.
viven en tierras del Estado.
—Es una pena —decían—. Pero son órdenes.
La gente comenzó a gritar. Los policías formaron un
cordón alrededor del juez mientras el escribano, como A pesar de los insultos, a mí también me daba pena.
si nada pasara, miraba con calma el cielo, el paisaje, y Fue por eso que no subí, para no ver la destrucción.
seguía escribiendo en su cuaderno. Para ir a la ciudad usaba el desfiladero de La Pampilla.
Allí me encontraba con los pescadores y les decía:
—Ustedes deben tener parientes —decía el juez—.
Los que se queden hoy sin casa, métanse donde sus —Están echando la barriada contra el mar.
parientes. Esto después se arreglará. Lo siento mucho,
créanme. Yo haré algo por ustedes. Ellos se contentaban con responder:
ACTIVIDADES