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Al Pie Del Acantilado de Ulio Ramon Ribeyro

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AL PIE DEL ACANTILADO DE lULIO durante un buen tiempo, mientras Toribio, el menor,

RAMON RIBEYRO hacía la cocina. De este modo aprendimos el oficio,


compramos cordeles, anzuelos y comenzamos a
Un hombre y sus hijos siguen el rastro
trabajar por nuestra propia cuenta, pescando toyos,
de la higuerilla en los acantilados de
robalos, bonitos, que vendíamos en la paradita de
Lima para fundar su hogar, pero la
Santa Cruz.
ciudad, esa bestia devoradora de los
que menos tienen, los arrincona cada vez más. Un Así fue como empezamos, yo y mis dos hijos, los tres
cuento extraordinario de Julio Ramón Ribeyro. solos. Nadie nos ayudó. Nadie nos dio jamás un
Nosotros somos como la higuerilla, como esa planta mendrugo ni se lo pedimos tampoco a nadie. Pero al
salvaje que brota y se multiplica en los lugares más año ya teníamos nuestra casa en el fondo del
amargos y escarpados. Véanla como crece en el barranco y ya no nos importaba que allá arriba la
arenal, sobre el canto rodado, en las acequias sin ciudad fuera creciendo y se llenara de palacios y de
riego, en el desmonte, alrededor de los muladares. policías. Nosotros habíamos echado raíces sobre la
Ella no pide favores a nadie, pide tan sólo un pedazo sal.
de espacio para sobrevivir. No le dan tregua el sol ni la
Nuestra vida fue dura, hay que decirlo. A veces
sal de los vientos del mar, la pisan los hombres y los
pienso que San Pedro, el santo de la gente del mar,
tractores, pero la higuerilla sigue creciendo,
nos ayudó. Otras veces pienso que se rió de nosotros
propagándose, alimentándose de piedras y de basura.
y nos mostró, a todo lo ancho, sus espaldas.
Por eso digo que somos como la higuerilla, nosotros,
la gente del pueblo. Allí donde el hombre de la costa Esa mañana que Pepe vino corriendo al terraplén de
encuentra una higuerilla, allí hace su casa porque sabe la casa, con los pelos parados, como si hubiera visto al
que allí podrá también él vivir. diablo, me asusté. Él venía de las filtraciones de agua
dulce que caen por las paredes del barranco.
Nosotros la encontramos al fondo del barranco, en
Cogiéndome del brazo me arrastró hasta el talud al
los viejos baños de Magdalena. Veníamos huyendo de
pie del cual estaba nuestra casa y me mostró una
la ciudad como bandidos porque los escribanos y los
enorme grieta que llegaba hasta el nivel de la playa.
policías nos habían echado de quinta en quinta y de
No supimos cómo se había hecho, ni cuándo, pero lo
corralón en corralón. Vimos la planta allí, creciendo
cierto es que estaba allí. Con un palo exploré su
humildemente entre tanta ruina, entre tanto patillo
profundidad y luego me senté a cavilar sobre el
muerto y tanto derrumbe de piedras, y decidimos
pedregullo.
levantar nuestra morada.
—¡Somos unos imbéciles! —maldije—. ¿Cómo se nos
La gente decía que esos baños fueron famosos en
ha ocurrido construir nuestra casa en este lugar?
otra época, cuando los hombres usaban escarpines y
Ahora me explico por qué la gente no ha querido
las mujeres se metían al agua en camisón. En ese
nunca utilizar este terraplén. El barranco se va
tiempo no existían las playas de Agua Dulce y La
derrumbando cada cierto tiempo. No será hoy ni
Herradura. Dicen también que los últimos
mañana, pero cualquier día de éstos se vendrá abajo y
concesionarios del establecimiento no pudieron
nos enterrará como a cucarachas. ¡Tenemos que irnos
soportar la competencia de las otras playas ni la
de aquí!
soledad ni los derrumbes y que por eso se fueron
llevándose todo lo que pudieron: se llevaron las Esa misma mañana recorrimos toda la playa,
puertas, las ventanas, todas las barandas y las buscando un nuevo refugio. La playa, digo, pero hay
tuberías. El tiempo hizo lo demás. Por eso, cuando que conocer esta playa: es apenas una pestaña entre
nosotros llegamos, sólo encontramos ruinas por todas el acantilado y el mar. Cuando hay mar brava, las olas
partes, ruinas y, en medio de todo, la higuerilla. trepan por la ribera y se estrellan contra la base del
barranco. Luego subimos por la quebrada que lleva a
Al principio no supimos qué comer y vagamos por la
la ciudad y buscamos en vano una explanada. Es una
playa buscando conchas y caracoles. Después
quebrada estrecha como un desfiladero, está llena de
recogimos esos bichos que se llaman muy-muy, los
basura y los camioneros la van cegando cuando la
hervimos y preparamos un caldo lleno de fuerza, que
remueven para llevarse el hormigón.
nos emborrachó. Más tarde, no recuerdo cuándo,
descubrimos a un kilómetro de allí una caleta de La verdad es que yo empezaba a desesperar. Pero
pescadores donde mi hijo Pepe y yo trabajamos fue mi hijo Pepe quien me dio la idea.
—¡Eso es! —dijo—. Debemos construir un como muchas personas, necesitan de un amo para
contrafuerte para contener el derrumbe. Pondremos poder vivir.
unos cuartones de madera, luego unos puntales para
El primero llegó caminando por la playa, desde la
sostenerlos y así el paredón quedará en pie.
caleta de pescadores. Mi hijo Toribio, que es huraño y
El trabajo duró varias semanas. La madera la de poco hablar, le dio de comer y el perro se convirtió
arrancamos de las antiguas cabinas de baño que en su lamemanos. Más tarde descendió por la
estaban ocultas bajo las piedras. Pero cuando tuvimos quebrada un perro lobo que se volvió bravo y que
la madera nos dimos cuenta que nos faltaría fierro nosotros amarrábamos a una estaca cada vez que
para apuntalar esa madera. En la ciudad nos quisieron gente extraña bajaba a la playa. Luego llegaron juntos
sacar un ojo de la cara por cada pedazo de riel. Allí dos perritos escuálidos, sin raza, sin oficio, que
estaba el mar, sin embargo. Uno nunca sabe todo lo parecían dispuestos a cualquier nobleza por el más
que contiene el mar. Así como el mar nos daba la sal, miserable pedazo de hueso. También se instalaron
el pescado, las conchas, las piedras pulidas, el yodo tres gatos atigrados que corrían por los barrancos
que quemaba nuestra piel, también nos dio fierros el comiendo ratas y culebrillas.
mar.
A todos estos animales, al principio, los rechazamos a
Ya nosotros habíamos notado, desde que llegamos a pedradas y palazos. Bastante trabajo nos daba ya
la playa, esos fierros negros que la mar baja mostraba, mantener sano nuestro pellejo. Pero los animales
a cincuenta metros de la orilla. Nos decíamos: «Algún siempre regresaban, a pesar de todos los peligros,
barco encalló aquí hace mucho tiempo». Pero no era había que ver las gracias que hacían con sus tristes
así: fueron tres remolcadores que fondearon, los que hocicos. Por más duro que uno sea, siempre se
construyeron los baños, para formar un espigón. ablanda ante la humildad. Fue así como terminamos
Veinte años de oleaje habían volteado, hundido, por aceptarlos.
removido, cambiado de lugar esas embarcaciones.
Pero alguien más llegó en esos días: el hombre que
Toda la madera fue podrida y desclavada (aún ahora
llevaba su tienda en un costal.
varan algunas astillas), pero el fierro quedó allí,
escondido bajo el agua, como un arrecife. Llegó en un atardecer, sin hacer ruido, como si ningún
desfiladero tuviera secretos para él. Al principio
—Sacaremos ese fierro —le dije a Pepe.
creíamos que era sordo o que se trataba de un imbécil
Muy de mañana nos metíamos desnudos al mar y porque no habló ni respondió ni hizo otra cosa que
nadábamos cerca de las barcazas. Era peligroso vagar por la playa, recogiendo erizos o reventando
porque las olas venían de siete en siete y se formaban malaguas. Sólo al cabo de una semana abrió la boca.
remolinos y se espumaban al chocar contra los fierros. Nosotros freíamos el pescado en la terraza y había un
Pero fuimos tercos y nos desollamos las manos buen olor a cocina mañanera. El extraño asomó desde
durante semanas tirando a pulso o remolcando con la playa y quedó mirando mis zapatos.
sogas, desde la playa unas cuantas vigas oxidadas.
—Se los compongo —dijo.
Después las raspamos, las pintamos; después
construimos, con la madera, una pared contra el Sin saber por qué se los entregué y en unos pocos
talud; después apuntalamos la pared con las vigas de minutos, con un arte que nos dejó con la boca abierta,
fierro. De esta manera el contrafuerte quedó listo y cambió sus dos suelas agujereadas.
nuestra casa protegida contra los derrumbes. Cuando
vimos toda la mole apoyada en nuestra barrera, Por toda respuesta, le alcancé la sartén. El hombre
dijimos: cogió una troncha con la mano, luego otra, luego una
tercera y así se tragó todo el pescado con tal violencia
—¡Que San Pedro nos proteja! Ni un terremoto que una espina se le atravesó en el pescuezo y
podrá contra nosotros. tuvimos que darle miga de pan y palmadas en el
cogote para desatorarlo.
Mientras tanto, nuestra casa se había ido llenando de
animales. Al comienzo fueron los perros, esos perros Desde esa vez, sin que yo ni mis hijos le dijéramos
vagabundos y pobres que la ciudad rechaza cada vez nada, comenzó a trabajar para nuestra finca. Primero
más lejos, como a la gente que no paga alquiler. No sé compuso las cerraduras de las puertas, después afiló
por qué vinieron hasta aquí: quizás porque olfatearon los anzuelos, después construyó, con unas hojas de
el olor a cocina o simplemente porque los perros, palmera, un viaducto que traía hasta mi casa el agua
de las filtraciones. Su costal parecía no tener fondo además tienen que atravesar mi casa para llegar a la
porque de él sacaba las herramientas más raras y las playa.
que no tenía las fabricaba con las porquerías del
—Pagaríamos si hubiera un lugar donde desvestirse
muladar. Todo lo que estuvo malogrado lo compuso y
—respondieron.
de todo objeto roto inventó un objeto nuevo. Nuestra
morada se fue enriqueciendo, se fue llenando de Allí estaban las antiguas cabinas de baño. Quitamos el
pequeñas y grandes cosas, de cosas que servían o de hormigón que las cubría y dejamos libres una docena
cosas que eran bonitas, gracias a este hombre que de casetas.
tenía la manía de cambiarlo todo. Y por este trabajo
nunca pidió nada: se contentaba con una troncha de —Está todo listo —dije—. Cobro solamente diez
pescado y con que lo dejáramos en paz. centavos por la entrada a la playa.

Cuando llegó el verano, sólo sabíamos una cosa: que Los bañistas se rieron.
se llamaba Samuel. —Falta una cosa. Debe quitar esos fierros que hay en
En los días del verano, el desfiladero cobraba cierta el mar. ¿No se da cuenta que aquí no se puede nadar?
animación. La gente pobre que no podía frecuentar Uno tiene que contentarse con bañarse en la orilla.
las grandes playas de arena bajaba por allí para tomar Así no vale la pena.
baños de mar. Yo la veía cruzar el terraplén, repartirse —Sea. Los sacaremos —respondí.
por la orilla pedregosa y revolcarse cerca de los erizos,
entre las plumas de pelícano, como en el mejor de los Y a pesar de que había terminado el verano y que los
vergeles. Eran en su mayoría hijos de obreros, bañistas iban disminuyendo, me esforcé, con mi hijo
muchachos de colegio fiscal en vacaciones o artesanos Pepe, en arrancar los fierros del mar. El trabajo ya lo
de los suburbios. Todos se soleaban hasta la puesta conocíamos desde que sacamos las vigas para el talud.
del sol. Al retirarse pasaban delante de mi casa y me Pero ahora teníamos que sacar todos los fierros, hasta
decían: aquellos que habían echado raíces entre las algas.
Usando garfios y picotas, los atacamos desde todo
—Su playa está un poco sucia. Debía hacerla limpiar. sitio, como si fueran tiburones. Llevábamos una vida
submarina y extraña para los forasteros que, durante
el otoño, bajaban a veces por allí para ver de más
A mí no me gustan los reproches pero en cambio cerca la caída del crepúsculo. —¡Qué hacen esos
me gustó que me dijeran su playa. Por eso me hombres! —se decían—. Pasan horas sumergiéndose
empeñé en poner un poco de limpieza. Con Toribio para traer a la orilla un poco de chatarra.
pasé algunas mañanas recogiendo todos los papeles,
las cáscaras y los patillos que, enfermos, venían a En la lucha contra los fierros, Pepe parecía haber
enterrar el pico entre las piedras. empeñado su palabra de hombre. Toribio, en cambio,
como los forasteros, lo veía trabajar sin ninguna
—Muy bien —decían los bañistas—. Así las cosas van pasión. El mar no le interesaba. Sólo tenía ojos para la
mejor. gente que venía de la ciudad. Siempre me preocupó la
manera como los miraba, como los seguía y como
Después de limpiar la playa, levanté un cobertizo para
regresaba tarde, con los bolsillos llenos de chapas de
que los bañistas pudieran tener un poco de sombra.
botellas, de bombillas quemadas y de otros adefesios
Después Samuel construyó una poza de agua filtrada y
en los cuales creía reconocer la pista de una vida
cuatro gradas de piedra en la parte más empinada del
superior.
desfiladero. Los bañistas fueron aumentando. Se
pasaban la voz. Se decían: «Es una playa limpia en Cuando llegó el invierno, Pepe seguía luchando contra
donde nos dan hasta la sombra gratis». A mediados los fierros del mar. Eran días de blanca bruma que
del verano eran más de un centenar. Fue entonces llegaba de madrugada, trepaba por el barranco y
cuando se me ocurrió cobrarles un derecho de paso. ocupaba la ciudad. De noche, los faroles de la
En realidad, esto no lo había planeado: se me vino así, Costanera formaban halos y desde la playa se veía una
de repente, sin que lo pensara. mancha lechosa que iba desde La Punta hasta el
—Es justo —les decía—. Les he hecho una escalera, Morro Solar. Samuel respiraba mal en esa época y
he puesto un cobertizo, les doy agua de beber y decía que la humedad lo estaba matando.
—En cambio a mí me gusta la neblina —le decía yo—. —No veo a Pepe —me dijo Toribio—. Hace rato que
De noche hay buen temperamento y se goza tirando entró pero no lo veo. Fue nadando con la sierra y la
del cordel. picota.

Pero Samuel tosía y una tarde anunció que se En ese momento sentí miedo. Fue una cosa violenta
trasladaría a la parte alta del barranco, a esa que me apretó la garganta, pero me dominé.
explanada que los camioneros, a fuerza de llevarse el
—Quizás esté buceando —dije.
hormigón, habían cavado en pleno promontorio. A
ese lugar comenzó a trasladar las piedras de su nueva —No podría aguantar tanto rato bajo el agua —
habitación. Las escogía en la playa, amorosamente, respondió Toribio.
por su forma y su color, las colocaba en su costal y se
iba cuesta arriba, canturreando, parándose cada diez Volví a sentir miedo. En vano miraba hacia el mar,
pasos para resollar. Yo y mis hijos contemplábamos, buscando el esqueleto de la barcaza. Tampoco vi la
asombrados, ese trabajo. Nos decíamos: Samuel es línea naranja. Grandes tumbos venían y se enroscaban
capaz de limpiar de piedras toda la orilla del mar. y chocaban contra la base del terraplén.

La primera migración de aves guaneras pasó Para darme tiempo, dije


graznando por el horizonte: Samuel levantaba ya las —A lo mejor se ha ido nadando hacia la caleta.
paredes de su casa. Pepe, por su parte, había casi
terminado su trabajo. Tan sólo a ochenta metros de la —No —respondió Toribio—. Lo vi ir hacia la barcaza.
orilla quedaba el armazón de una barcaza imposible Varias veces sacó la cabeza para respirar. Después se
de remover. puso el sol y ya no vi nada.

—Con ésa no te metas —le decía—. Una grúa sería En ese momento me comencé a desvestir, cada vez
necesario para sacarla. más rápido, más rápido, arrancando los botones de mi
camisa, los pasadores de mis zapatos.
Sin embargo, Pepe, después de la pesca y del negocio,
nadaba hasta allí, hacía equilibrio sobre los fierros y —¡Anda a buscar a Samuel! —grité, mientras me
buceaba buscando un punto donde golpear. Al zambullía en el agua.
anochecer, regresaba cansado y decía: Cuando comencé a nadar ya todo estaba negro:
—Cuando no quede un solo fierro vendrán cientos de negro el mar, negro el cielo, negra la tierra. Yo iba a
bañistas. Entonces sí que lloverá plata sobre nosotros. ciegas, estrellándome contra las olas, sin saber lo que
quería. Apenas podía respirar. Corrientes de agua fría
Es raro: yo no había notado nada, ni siquiera había me golpeaban las piernas y yo creía que eran los toyos
tenido malos sueños. Tan tranquilo estaba que, al buscando la carnaza. Me di cuenta que no podía
volver de la ciudad, me quedé en la parte alta del seguir porque no podía ver nada y porque en
desfiladero, conversando con Samuel, que ponía el cualquier momento me tropezaría contra los fierros.
techo de su casa. Me di la vuelta, entonces, casi con vergüenza.
—¡Ya vendrán! —me dijo Samuel, señalando unas Mientras regresaba, las luces de la Costanera se
piedras que había tiradas por el suelo—. Hoy día he encendieron, todo un collar de luces que parecía
visto gente rondando por aquí. Han dejado esas envolverme y supe en ese momento lo que tenía que
piedras como señal. Mi casa es la primera pero pronto hacer. Al llegar a la orilla ya estaba Samuel
me imitarán. esperándome.

—Mejor —le respondí—. Así no tendré que ir hasta la —¡A la caleta! —le grité—. ¡Vamos a la caleta!
ciudad a vender el pescado. Ambos empezamos a correr por la playa oscura.
Al oscurecer, bajé a mi casa. Toribio daba vueltas por Sentí que mis pies se cortaban contra las piedras.
el terraplén y miraba hacia el mar. El sol se había Samuel se paró para darme sus zapatos pero yo no
puesto hacía rato y sólo quedaba una línea naranja, quería saber nada y lo insulté. Yo sólo miraba hacia
allá muy lejos, una línea que pasaba detrás de la isla adelante, buscando las luces de los pescadores. Al fin
San Lorenzo e iba hacia los mares del norte. Quizás me caí de cansancio y me quedé tirado en la orilla. No
ésa era la advertencia, la que yo en vano había podía levantarme. Comencé a llorar de rabia. Samuel
esperado me arrastró hasta el mar y me hundió varias veces en
el agua fría
—¡Falta poco, papá Leandro! —decía—. Mira, allí se dormido un rato sobre las piedras hasta que el sol del
ven las luces. mediodía me despertó. Después fuimos caminando
hacia La Perla y cuando regresábamos, una voz gritó:
No sé cómo llegamos. Algunos pescadores se habían
«¡Allá está!». Algo se veía, algo que las olas
hecho ya a la mar. Otros estaban listos para zarpar.
empujaban hacia la orilla.
—¡De rodillas se lo pido! —grité—. ¡Nunca les he
—Ése es —dijo Toribio—. Allí está su pantalón.
pedido un favor, pero esta vez se lo pido! Pepe, el
mayor, hace una hora que no sale del mar. ¡Tenemos Entraron varios hombres al mar. Yo los vi que iban
que ir a buscarlo! cortando las olas bravas y los vi casi sin pena. En
verdad estaba agotado y no podía siquiera
Tal vez hay una manera de hablarle a los hombres,
conmoverme. Lo fueron jalando entre varios, lo traían
una manera de llegar hasta su corazón. Me di cuenta,
así, hinchado, hacia mí. Después me dijeron que
esta vez, que todos estaban conmigo. Me rodearon
estaba azul y que lo habían mordido los toyos. Pero yo
para preguntarme, me dieron pisco de beber. Luego
no lo vi. Cuando estaba cerca, me fui sin voltear la
dejaron en la playa sus redes y sus cordeles. Los que
cabeza. Sólo dije, antes de partir:
acababan de entrar regresaron cuando escucharon los
gritos. En once barcas entramos. Íbamos en fila hacia —Que lo entierren en la playa, al pie de las
Magdalena, con las antorchas encendidas, campanillas. (Él siempre quiso estas flores del
alumbrando la mar. barranco que son, como el geranio, como el
mastuerzo, las flores pobres, las que nadie quiere ni
Cuando llegamos a la barcaza, la rodeamos formando
para su entierro).
un círculo. Mientras unos sostenían las antorchas,
otros se lanzaron al agua. Estuvimos buceando hasta Pero no me hicieron caso. Se le enterró al día
medianoche. La luz no llegaba al fondo del mar. siguiente, en el cementerio de Surquillo.
Chocábamos bajo el agua, nos rasguñamos contra los
Perder un hijo que trabaja es como perder una pierna
fierros pero no encontramos nada, ni la picota ni su
o como perder un ala para un pájaro. Yo quedé como
gorra de marinero. Ya no sentía cansancio, quería
lisiado durante varios días. Pero la vida me reclamaba,
seguir buscando hasta la madrugada. Pero ellos tenían
porque había muchísimo que hacer. Era época de
razón
mala pesca y el mar se había vuelto avaro. Sólo los
—La resaca lo debe haber jalado —decían—. Hay que tenían barca salían al mar y regresaban ojerosos
que buscarlo más allá de los bancos. Primero de mañana, cuatro bonitos en su red, apenas de qué
entramos, luego salimos. Samuel tenía una pértiga hacer un caldo.
que hundía en el mar cada vez que creía ver algo.
Yo había roto a pedradas la estatua de San Pedro
Seguimos dando vueltas en fila. Me sentía mareado y
pero Samuel la compuso y la colocó a la entrada de mi
como idiota, tal vez por el pisco que bebí. Cuando
casa. Debajo de la estatua puso una alcancía. Así, la
miraba hacia los barrancos, veía allá arriba, tras la
gente que usaba mi quebrada veía la estatua y, como
baranda del malecón, faros de automóviles y cabezas
eran pescadores, dejaban allí cinco centavos, diez
de gente que miraban. Entonces me decía: «¡Malditos
centavos. De eso vivimos hasta que llegó el verano.
los curiosos! Creen que celebramos una fiesta, que
encendemos antorchas para divertirnos». Claro, ellos Digo verano porque a las cosas hay que ponerles un
no sabían que yo estaba hecho pedazos y que hubiera nombre. En esta tierra todos los meses son iguales:
sido capaz de tragarme toda el agua del mar para quizás en una época hay más neblina y en otra
encontrar el cadáver de mi hijo. calienta más el sol. Pero, en el fondo, todo es lo
mismo. Dicen que vivimos en una eterna primavera.
—¡Antes que lo muerdan los toyos! —me repetía,
Para mí, las estaciones no están en el sol ni en la lluvia
muy despacito—. ¡Antes que lo muerdan!
sino en las aves que pasan o en los peces que se van o
Para qué llorar, si las lágrimas ni matan ni alimentan. que vuelven. Hay épocas en las cuales es más difícil
Como dije delante de los pescadores: vivir, eso es todo.

—El mar da, el mar también quita. Este verano fue difícil porque fue triste, sin calor, y
los bañistas apenas venían. Yo había puesto un letrero
Yo no quise verlo. Alguien lo descubrió, flotando
a la entrada que decía: «Caballeros 20 centavos.
vientre arriba, sobre el mar soleado. Ya era el día
Damas 10 centavos». Pagaron, es verdad, pero eran
siguiente y nosotros vagábamos por la orilla. Yo había
muy pocos. Se zambullían un momento, tiritaban y eso: sólo tenía los ojos para la ciudad. Jamás quiso
después se iban cuesta arriba, maldiciendo, como si pescar. Varias veces me dijo: «No quiero morir
yo tuviera la culpa de que el sol no calentara. ahogado». Por eso prefería irse con Samuel a la
ciudad. Lo acompañaba por los balnearios,
—¡Ya no hay fierros! —les gritaba.
ayudándolo a poner vidrios, a componer caños. Con
—Sí —me respondían—. Pero el agua está fría. los reales que ganaba se iba al cine o se compraba
revistas de aventuras. Samuel le enseñó a leer.
Sin embargo, en este verano pasó algo importante:
en la parte alta del barranco comenzaron a levantar Yo no quería verlo vagar y le dije:
casas.
—Si tanto te gusta la ciudad, aprende un oficio y vete
Samuel no se había equivocado. Los que dejaron a trabajar. Ya tienes dieciocho años. No quiero
piedras y muchos más vinieron. Llegaban solos o en mantener zánganos.
grupos, miraban la explanada, bajaban por el
Esto era mentira: yo lo hubiera mantenido toda mi
desfiladero, husmeaban por mi casa, respiraban el
vida, no sólo porque era mi hijo sino porque tenía
aire del mar, volvían a subir, siempre mirando arriba y
miedo de quedarme solo. Por la tarde no tenía con
abajo, señalando, cavilando, hasta que, de pronto, se
quién conversar y mis ojos, cuando había luna, iban
ponían desesperadamente a construir una casa con lo
hacia los tumbos y buscaban la barcaza, como si una
que tenían al alcance de la mano. Sus casas eran de
voz me llamara desde adentro.
cartón, de latas chancadas, de piedras, de cañas, de
costales, de esteras, de todo aquello que podía Una vez Toribio me dijo:
encerrar un espacio y separarlo del mundo. Yo no sé
—Si me hubieras mandado al colegio ahora sabría
de qué vivía esa gente, porque de pesca no entendía
qué hacer y podría ganarme la vida.
nada. Los hombres se iban temprano a la ciudad o se
quedaban tirados en las puertas de sus cabañas, Esa vez le pegué porque sus palabras me hirieron.
viendo volar los gallinazos. Las mujeres, en cambio, Estuvo varios días ausente. Después vino, sin decirme
bajaban a la orilla, en la tarde, para lavar la ropa. nada, y pasó algún tiempo comiendo mi pan y
durmiendo bajo el cobertizo. Desde entonces,
—Usted ha tenido suerte —me decían—. Usted sí que
siempre se iba a la ciudad pero también siempre
ha sabido escoger un lugar para su casa.
volvía. Yo no quise preguntarle nada. Algo debía
—Hace tres años que vivo aquí —les respondía—. He pasar, cuando regresaba. Samuel me lo hizo notar:
perdido un hijo en el mar. Tengo otro que no trabaja. venía por Delia, la hija del sastre.
Necesito una mujer que me caliente por las noches.
A la Delia varias veces la había invitado a sentarse en
Todas eran casadas o amancebadas. Al comienzo no el terraplén, para tomar una limonada. Yo la había
me hacían caso. Después se reían conmigo. Yo puse distinguido entre las mujeres que bajaban porque era
un puesto de bebidas y de butifarras, para ayudarme. redonda, zumbona y alegre como una abeja. Pero ella
no me miraba a mí, miraba a Toribio. Es verdad que yo
Y así pasó un año más.
podía pasar por su padre, que estaba reseco como
Agosto es el mes de los vientos y los palomillas metido en salmuera y que me había arrugado todo de
corren por los potreros volando las cometas. Algunos tanto parpadear en la resolana.
se trepan a las huacas para que sus cometas vuelen
Se veían a escondidas en los tantos recovecos del
más alto. Yo siempre he mirado este juego con un
lugar, detrás de las enredaderas, en las grutas de agua
poco de pena porque en cualquier momento el hilo
filtrada, porque lo que tenía que suceder sucedió. Un
puede romperse y la cometa, la linda cometa de
día Toribio se fue, como de costumbre, pero la Delia
colores y de larga cola, se enreda en los alambres de
se fue con él. El sastre bajó rabioso, me amenazó con
la luz o se pierde en las azoteas. Toribio era así: yo lo
la policía, pero terminó por echarse a llorar. Era un
tenía sujeto apenas por un hilo y sentía que se alejaba
pobre viejo, sin vista ya, que hacía remiendos para la
de mí, que se perdía.
gente de la barriada.
Cada vez hablábamos menos. Yo me decía: «No es mi
—A mi hijo lo he crecido sano —le dije, para
culpa que viva en un barranco. Aquí por lo menos hay
consolarlo—. Ahora no sabe nada pero la vida le
un techo, una cocina. Hay gente que ni siquiera tiene
enseñará a trabajar. Además, se casarán, si se
un árbol donde recostarse». Pero él no comprendía
entienden, como lo manda Dios.
El sastre quedó tranquilo. Me di cuenta que la Delia Si la barca quedó a medio hacer fue porque en ese
era un peso para él y que toda su gritería había sido verano pasaron algunas cosas extrañas.
puro detalle. Desde ese día me mandaba con las
Fue un buen verano, es cierto, lleno de gente que
lavanderas una latita para que le diera un poco de
bajó, se puso roja, se despellejó con el sol y luego se
sopa.
puso negra. Todos pagaron su entrada y yo vi por
Verdad que es triste quedarse solo, así, mirando a sus primera vez que la plata llovía, como dijera mi hijo
animales. Dicen que hablaba con ellos y con mi casa y Pepe, el finado. Yo la guardaba en dos canastas, bajo
que hasta con el mar hablaba. Pero quizás sea mentira mi cama, y cerraba la puerta con doble candado.
de la gente o envidia. Lo único cierto es que cuando
Digo que en ese verano pasaron algunas cosas
venía de la ciudad y bajaba hacia la playa, gritaba
extrañas. Una mañana, cuando Samuel y yo
fuerte, porque me gustaba escuchar mi voz por el
trabajábamos en la barca, vimos tres hombres, con
desfiladero.
sombrero, que bajaban por el barranco con los brazos
Yo mismo me hacía toda: pescaba, cocinaba, lavaba abiertos, haciendo equilibrio para no caerse. Estaban
mi ropa, vendía el pescado, barría el terraplén. Tal vez afeitados y usaban zapatos tan brillantes que el polvo
fue por eso que la soledad me fue enseñando muchas resbalaba y les huía. Eran gentes de la ciudad.
cosas como, por ejemplo, a conocer mis manos, cada
Cuando Samuel los vio, noté que su mirada se
una de sus arrugas, de sus cicatrices, o a mirar las
acobardaba. Bajando la cabeza, quedó observando
formas del crepúsculo. Esos crepúsculos del verano,
fijamente un pedazo de madera, no sé para qué,
sobre todo, eran para mí una fiesta. A fuerza de
porque allí no había nada que mirar.
mirarlos pude adivinar su suerte. Pude saber qué color
seguiría a otro o en qué punto del cielo terminaría por Los hombres cruzaron por mi casa y bajaron a la playa.
ennegrecerse una nube. Dos de ellos estaban cogidos del brazo y el otro les
hablaba señalando los barrancos. Así estuvieron
A pesar de mi mucho trabajo, me sobraba el tiempo,
paseándose varios minutos, de un extremo a otro,
el tiempo de la conversación. Fue entonces cuando
como si estuvieran en el pasillo de una oficina. Al fin
me dije que era necesario construir una barca. Por eso
uno de ellos se acercó a mí y me hizo varias
hice bajar a Samuel, para que me ayudara. Juntos
preguntas. Luego se fueron por donde habían venido,
íbamos hasta la caleta y mirábamos los barcos de los
en fila, ayudándose unos a otros a salvar los parajes
otros. Él hacía dibujos. Después me dijo qué madera
difíciles.
necesitábamos. Hablamos mucho en aquella época. Él
me preguntaba por Toribio y me decía: «Buen chico, —Esa gente no me gusta —dije—. Tal vez vienen a
pero ha hecho mal en meterse con una mujer. Las cobrarme algún impuesto.
mujeres, ¿para qué sirven? Ellas nos hacen maldecir y
nos meten el odio en los ojos». —A mí tampoco —dijo Samuel—. Usan tongo. Mala
señal.
La barca iba avanzando: construimos la quilla. Era
gustoso estarse en la orilla, fumando, contando Desde ese día Samuel quedó muy intranquilo. Cada
historias y haciendo lo que me haría señor del mar. vez que alguien bajaba por el desfiladero, miraba
Cuando las mujeres bajaban a lavar la ropa —¡cada hacia arriba y si era algún extraño, sus manos
vez eran más!— me decían: temblaban y comenzaba a sudar.

—Don Leandro, buen trabajo hace usted. Nosotras —Me va a dar la terciana —decía, secándose el sudor.
necesitamos que se haga a la mar y nos traiga algo Falso: era de miedo que temblaba. Y con razón,
barato de qué comer. porque algún tiempo después se lo llevaron.
Samuel decía: Yo no lo vi. Dicen que fueron tres policías y un
—¡Ya la explanada está llena! No entra una patrullero que aguardaba arriba, en la Pera del Amor.
persona más y siguen llegando. Pronto harán sus Me contaron que bajó corriendo hacia mi casa y que a
casas en el mismo desfiladero y llegarán hasta donde mitad del desfiladero, él, que nunca daba un paso en
revientan las olas. falso, resbaló sobre el canto rodado. Los cachacos le
cayeron encima y se lo llevaron, torciéndole el brazo y
Esto era verdad: como un torrente descendía la dándole de varillazos.
barriada.
Esto fue un gran escándalo porque nadie sabía qué Esos señores del sombrero y de los zapatos de charol
había pasado. Unos decían que Samuel era un ladrón. vinieron varias veces más y se pasearon por la playa.
Otros, que hacía muchos años había puesto una Yo no los quería porque los hacía responsables de la
bomba en casa de un personaje. Como nosotros no suerte de Samuel. Un día les dije:
comprábamos periódicos no supimos nada hasta
—El que me ayudaba a hacer la barca era un buen
varios días después cuando, de casualidad, cayó uno
cristiano. Hicieron mal ustedes en delatarlo. Razones
en nuestras manos: Samuel, hacía cinco años, había
tendría para matar a su mujer.
matado a una mujer con un formón de carpintero.
Ocho huecos le hizo a esa mujer que lo engañó. No sé Ellos se echaron a reír.
si sería verdad o si sería mentira pero lo cierto es que
si no se hubiera resbalado, si hubiera llegado —Se confunde usted. Nosotros no somos policías.
corriendo hasta mi casa, a mordiscos hubiera abierto Nosotros somos de la municipalidad.
una cueva en el acantilado para esconderlo o lo habría Debían serlo porque poco después llegó la
escondido bajo las piedras. Samuel era bueno notificación. De la barriada bajó una comisión para
conmigo. No me importa qué hizo con los demás. mostrármela. Estaban muy alborotados. Ahora sí me
El perro alemán, que siempre había vivido a su lado, trataban bien y me llamaban «Papá Leandro». Claro,
bajó a mi casa y anduvo aullando por la playa. Yo yo era el más viejo del lugar y el más ducho y sabían
acariciaba su lomo espeso y comprendía su pena y le que los sacaría del apuro. En el papel decía que todos
añadía la mía. Porque todo se iba de mí, todo, hasta la los habitantes del desfiladero debían salir de allí en el
barca que vendí, porque no sabía cómo terminarla. plazo de tres meses.
Viejo loco era yo, viejo loco y cansado, pero para qué, —¡Arréglenselas ustedes! —dije—. Lo que es a mí,
me gustaba mi casa y mi pedazo de mar. Miraba la nadie me saca de aquí. Yo tengo siete años en el lugar.
barrera, miraba el cobertizo de estera, miraba todo lo
que habían hecho mis manos o las manos de mi gente Tanto me rogaron que terminé por hacerles caso.
y me decía: «Esto es mío. Aquí he sufrido. Aquí debo —Buscaremos un abogado —dije—. Esta tierra no es
morir». de nadie. No pueden sacarnos.
Sólo me faltaba Toribio. Pensaba que algún día habría Cuando el abogado vino, nos reunimos en mi casa.
de venir, no importa cuándo, porque los hijos siempre Era un señor bajito, que usaba lentes, sombrero y un
terminan por venir aunque sea para ver si ya estamos maletín gastado, lleno de papeles.
lo bastante viejos y si nos falta poco para morirnos.
Toribio vino justamente cuando yo había empezado a —La municipalidad quiere construir un nuevo
construir un cuarto grande para él, un lindo cuarto establecimiento de baños —dijo—. Necesitan, por
con ventana hacia el mar. eso, que despejen todo el barranco, para hacer una
nueva bajada. Pero esta tierra es del Estado. Nadie los
Estaba huesudo y pálido, con esa cara madura que sacará de aquí.
tienen los muchachos que comen mal y no saben qué
hacer de su vida.

—Dame quinientos soles —me dijo—. He perdido un Enseguida nos hizo dar cincuenta soles a cada jefe
hijo y no quiero que me pase lo mismo con el que ha de familia y se fue con unos papeles que firmamos.
de venir. Todos me felicitaban. Me decían:

Luego se fue. Yo no quise retenerlo pero seguí —¡No sabemos qué nos haríamos sin usted!
construyendo su cuarto. Lo fui pintando con mis
En verdad, el abogado nos dio coraje y nosotros
propias manos. Cuando me cansaba, subía a la
estábamos felices.
barriada y conversaba con la gente. Trataba de hacer
amigos pero todos me recelaban. Es difícil hacer —Nadie —decíamos—. Nadie nos sacará de aquí. Esta
amigos cuando se es viejo y se vive solo. La gente dice: tierra es del Estado.
«Algo malo tendrá ese hombre cuando está solo». Los
Así pasaron varias semanas. Los hombres de la
pobres chicos, que no saben nada del mundo, me
municipalidad no regresaron. Yo había acabado con el
seguían a veces para tirarme piedras. Es verdad: un
cuarto de Toribio y le había puesto vidrios en la
hombre solo es como un cadáver, como un fantasma
ventana. El abogado siempre venía para arengarnos y
que camina entre los vivos.
hacernos firmar papeles. Yo me pavoneaba entre la —Pueden llamarlo —contestó el juez—. Pero los
gente de la barriada, y les decía: trabajos deben continuar.

—¿Ven? ¡No hay que despreciar nunca a los viejos! Si —¿Quién viene conmigo a la ciudad? —pregunté.
no fuera por mí ya estarían ustedes clavando sus
Varios quisieron venir pero yo elegí a los que tenían
esteras en el desierto.
camisa. Fuimos en un taxi hasta el centro de la ciudad
Sin embargo, en la primera mañana del invierno, un y subimos las escaleras en comisión. El abogado
grupo bajó corriendo por la quebrada y entró gritando estaba allí. Primero no nos reconoció pero después se
en mi casa. puso a gritar.

—¡Ya están allí! ¡Ya están allí! —decían, señalando —¡Los juicios se ganan o se pierden! Yo no tengo ya
hacia arriba. nada que ver. Esto no es una tienda donde se
devuelve la plata si el producto está malo. Ésta es la
—¿Quiénes? —pregunté.
oficina de un abogado. Discutimos largo rato pero al
—¡La cuadrilla! ¡Han comenzado a abrirse camino! final tuvimos que regresar. En el camino no
hablábamos, no sabíamos qué decir. Cuando llegamos
Yo subí en el acto y llegué cuando los obreros habían al barranco, ya el juez se había ido pero seguían allí los
echado abajo la primera vivienda. Traían muchas policías. La gente de la barriada nos recibió furiosa.
máquinas. Se veían policías junto a un hombre alto y Algunos decían que yo tenía la culpa de todo, que
junto a otro más bajo, que escribía en un grueso tenía mis entendimientos con el abogado. Yo no les
cuaderno. A este último lo reconocí: hasta nuestras hice caso. Había visto que la casa de Samuel, la
cabañas también llegaban los escribanos. primera que hubo en el lugar, había caído abajo y que
—Son órdenes —decían los obreros, mientras sus piedras estaban tiradas por el suelo. Reconocí una
destruían las paredes con sus herramientas—. piedra blanca, una que estuvo mucho tiempo en la
Nosotros no podemos hacer nada. orilla, cerca de mi casa. Cuando la recogí, noté que
estaba rajada. Era extraño: esa piedra que durante
Es verdad, se les veía trabajar con pena, entre una años el mar había pulido, había redondeado, estaba
nube de polvo. ahora rajada. Sus pedazos se separaron entre mis
—¿Órdenes de quién? —pregunté. manos y me fui bajando hacia mi casa, mirando un
pedazo y luego el otro, mientras la gente me insultaba
—Del juez —respondieron, señalando al hombre alto. y yo sentía unas ganas terribles de llorar.
Yo me acerqué a él. Los policías quisieron contenerme —¡Allá ellos! —me dije en los días siguientes—. ¡Que
pero el juez les indicó que me dejaran pasar. los aplasten, que los revienten! Lo que es a mi casa no
llegarán fácilmente las máquinas. ¡Hay mucho
—Aquí hay una equivocación —dije—. Nosotros
barranco que rebanar!
vivimos en tierras del Estado. Nuestro abogado dice
que de aquí nadie puede sacarnos. Era verdad: la cuadrilla trabajaba sin prisa. Cuando no
había vigilancia, dejaban sus herramientas y se ponían
—Justamente —dijo el juez—. Los sacamos porque
a fumar, a conversar.
viven en tierras del Estado.
—Es una pena —decían—. Pero son órdenes.
La gente comenzó a gritar. Los policías formaron un
cordón alrededor del juez mientras el escribano, como A pesar de los insultos, a mí también me daba pena.
si nada pasara, miraba con calma el cielo, el paisaje, y Fue por eso que no subí, para no ver la destrucción.
seguía escribiendo en su cuaderno. Para ir a la ciudad usaba el desfiladero de La Pampilla.
Allí me encontraba con los pescadores y les decía:
—Ustedes deben tener parientes —decía el juez—.
Los que se queden hoy sin casa, métanse donde sus —Están echando la barriada contra el mar.
parientes. Esto después se arreglará. Lo siento mucho,
créanme. Yo haré algo por ustedes. Ellos se contentaban con responder:

—¡Por lo menos, déjenos llamar a nuestro abogado! —Es un abuso.


—dije yo—. Que no hagan nada los obreros hasta que Nosotros lo sabíamos, claro, pero ¿qué podíamos
no llegue nuestro abogado. hacer? Estábamos divididos, peleados, no teníamos
un plan, cada cual quería hacer lo suyo. Unos querían
irse, otros protestar. Algunos, los más miserables, los que ésta es mi playa, que éste es mi mar, que yo y mis
que no tenían trabajo, se enrolaron en la cuadrilla y hijos lo hemos limpiado todo. Aquí vivo desde hace
destruyeron sus propias viviendas. siete años y los que están conmigo, todos, son como
mis invitados.
Pero la mayoría fue bajando por el barranco.
Levantaban su casa a veinte metros de los tractores El capataz quiso convencerme. Después vino el
para, al día siguiente, recoger lo que quedaba de ella y ingeniero. Nosotros nos mantuvimos firmes. Éramos
volverla a levantar diez metros más allá. De esta más de cincuenta y estábamos armados con todas las
manera la barriada se venía sobre mí, caía todos los piedras del mar.
días un trecho más abajo, de modo que me parecía
—No pasarán —decíamos, mirándonos con orgullo.
que tendría pronto que llevarla sobre mis hombros. A
las cuatro semanas que empezaron los trabajos, la Durante todo el día las máquinas estuvieron
barriada estaba a las puertas de mi casa, deshecha, paradas. A veces bajaba el capataz, a veces subíamos
derrotada, llena de mujeres y de hombres nosotros para parlamentar. Al fin, el ingeniero dijo
polvorientos que me decían, por encima del barandal: que llamaría al juez. Nosotros pensamos que ocurriría
un milagro.
—¡Don Leandro, tenemos que pasar al terraplén! Nos
quedaremos allí hasta que encontremos otra cosa. El juez vino al día siguiente, acompañado de los
policías y otros señores. Apoyado en la baranda, nos
—¡No hay sitio! —les respondía—. Ese cuarto grande
habló.
que ven allí es para mi hijo Toribio, que vendrá con la
Delia. Además, ustedes nunca me han dado la mano. —Yo voy a arreglar esto —dijo—. Créanme, lo siento
¡Reviéntense ahora! ¡Al desierto, a pudrirse! mucho. No pueden echarlos al mar, es evidente.
Vamos a conseguirles un lugar donde vivir.
Pero esto era injusto. Yo sabía muy bien que las
cabinas de baños para mujeres, que eran de madera, —Miente —dije más tarde a los míos—. Nos
y las cabinas de estera para los hombres, podrían engañarán. Terminarán por tirarnos a una zanja.
albergar a los que huían. Esta idea me daba vueltas
por la cabeza. Como era invierno, las casetas estaban Esa noche deliberamos hasta tarde. Algunos
abandonadas. Pero yo no quería decir nada, quizás comenzaban a flaquear.
para que conocieran a fondo el sufrimiento. Al fin no —Tal vez nos consigan un buen terreno —decían los
pude más. —Que pasen las mujeres que están que tenían miedo—. Además los policías están con sus
encinta (casi todas lo estaban pues en las barriadas varas, con sus fusiles y nos pueden abalear.
secas, entre tanta cosa marchita, lo único que siempre
florece y está siempre a punto de madurar son los —¡No hay que ceder! —insistía yo—. Si nos
vientres de nuestras mujeres). ¡Que se metan en los mantenemos unidos, no nos sacarán de aquí.
nichos de madera y que aguanten allí! El juez regresó.
Las mujeres pasaron. Pero al día siguiente tuve que —¡Los que quieran irse a la Pampa de Comas que
dejar pasar a los niños y después a los hombres levanten la mano! —dijo—. He conseguido que les
porque la cuadrilla seguía avanzando, con paciencia, cedan veinte lotes de terreno. Vendrán dos camiones
es verdad, pero con un ruido terrible de máquinas y para recogerlos. Es un favor que les hace la
de farallones que caían. Mi casa se llenó de voces y de municipalidad.
disputas. Los que no tenían sitio se fueron a la playa.
Todo parecía un campamento de gente sin esperanza, En ese momento me sentí perdido. Supe que todos
de personas que van a ser fusiladas. me iban a traicionar. Quise protestar pero no me salía
la voz. En medio del silencio vi que se levantaba una
Allí estuvimos una semana, no sé para qué, puesto mano, luego otra, luego otra y pronto todo no fue más
que sabíamos que habrían de llegar. Una mañana la que un pelotón de manos en alto que parecían pedir
cuadrilla apareció detrás de la baranda, con toda su una limosna.
maquinaria. Cuando nos vieron, quedaron inmóviles,
sin saber qué hacer. Nadie se decidía a dar el primer —¡Adonde van no hay agua! —grité—. ¡No hay
golpe de barreta. trabajo! ¡Tendrán que comer arena! ¡Tendrán que
dejarse matar por el sol!
—¿Quieren echarnos al mar? —dije—. De aquí no
pasarán. Todos saben muy bien que ésta es mi casa,
Pero nadie me hizo caso. Ya habían comenzado a —¡Sé que los han botado! —dijo—. He leído los
enrollar sus colchones, rápidamente, afanosos, como periódicos. Quise venir ayer pero no pude. La Delia
si temieran perder esa última oportunidad. Toda la espera en el terraplén con nuestros bultos.
tarde estuvieron desfilando cuesta arriba, por la
—Anda vete —respondí—. No te necesito. No me
quebrada. Cuando el último hombre desapareció, me
sirves para nada.
paré en medio del terraplén y me volví hacia la
cuadrilla, que descansaba detrás de la baranda. La Toribio me cogió del brazo. Yo miré su mano y vi que
miré largo rato, sin saber qué decirle, porque me daba era una mano gastada, que era ya una verdadera
cuenta que me tenían lástima. mano de hombre.
—Pueden comenzar —dije al fin, pero nadie me hizo —Tal vez no sirva para nada pero tú me enseñarás.
caso.
Yo continuaba mirando su mano.
Cogiendo una barreta, añadí:
—No tengo nada que enseñarte —dije—. Te espero.
—Miren, les voy a dar el ejemplo. Ve por la Delia.
Algunos se rieron. Otros se levantaron. Había bastante luz cuando los tres caminábamos por
la playa. Buen aire se respiraba pero andábamos
Ya es tarde —dijeron—. Ha terminado la jornada.
despacio porque la Delia estaba encinta. Yo buscaba,
Vendremos mañana.
buscaba siempre, por uno y otro lado, el único lugar.
Y se fueron, ellos también, dejándome humillado, Todo me parecía tan seco, tan abandonado. No crecía
señor aún de mis pobres pertenencias. ni la campanilla ni el mastuerzo. De pronto, Toribio
que se había adelantado, dio un grito:
Ésa fue la última noche que pasé en mi casa. Me fui
de madrugada para no ver lo que pasaba. Me fui —¡Mira! ¡Una higuerilla!
cargando todo lo que pude, hacia Miraflores, seguido
Yo me acerqué corriendo: contra el acantilado, entre
por mis perros, siempre por la playa, porque yo no
las conchas blancas, crecía una higuerilla. Estuve
quería separarme del mar. Andaba a la deriva,
mirando largo rato sus hojas ásperas, su tallo tosco,
mirando un rato las olas, otro rato el barranco,
sus pepas preñadas de púas que hieren la mano de
cansado de la vida, en verdad, cansado de todo,
quien intenta acariciarlas. Mis ojos estaban llenos de
mientras iba amaneciendo.
nubes.
Cuando llegué al gran colector que trae las aguas
—¡Aquí! —le dije a Toribio—. ¡Alcánzame la barreta!
negras de la ciudad, sentí que me llamaban. Al voltear
la cabeza divisé a una persona que venía corriendo Y escarbando entre las piedras, hundimos el primer
por la orilla. Era Toribio. cuartón de nuestra nueva vivienda.

ACTIVIDADES

1. SEÑALE LOS DATOS GENERALES DEL TEXTO.


(autor /género /especie /tema/personales /lugar)
2. MENCIONE CINCO HECHOS O IDEAS IMPORTANTES DEL TEXTO.
3. NARRE CON TUS PROPIAS PALABRAS Y EN FORMA RESUMIDA EL ARGUMENTO DE ESTA HISTORIA.

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