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Docencia Universitaria y Competencias Didácticas

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Docencia universitaria y competencias didácticas

Teaching at the University and educational competences

María Concepción Barrón Tirado*

Revista científica: Perfiles educativos vol.31 no.125 México, ene. 2019.

* Doctora en Pedagogía por la UNAM; investigadora titular BTC en el Instituto de


Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE)–UNAM. Temas de
interés: didáctica, currículo, formación profesional y mercado de trabajo. Últimas
publicaciones: en coautoría con Ángel Díaz Barriga (2008), Los sistemas de
evaluación y acreditación de la educación superior, en Ángel Díaz Barriga (coord.),
Impacto de la evaluación en la educación superior mexicana. Un estudio en las
universidades públicas, México, ANUIES–IISUE; también en coautoría: (2007),
Trayecto formativo: asesoría y acompañamiento al colectivo docente, en Docentes
y alumnos: perspectivas y prácticas, México, IISUE–UNAM, Plaza y
Valdés. CE: barront@servidor.unam.mx

Resumen

En este artículo se revisan algunas exigencias y demandas para la práctica de los


docentes universitarios y se reconoce que éstas obedecen al compromiso de las
instituciones de educación superior por asumir una nueva visión y un nuevo
paradigma para la formación de los estudiantes, basada en el aprendizaje a lo largo
de toda la vida, a la orientación prioritaria hacia el aprendizaje auto dirigido,
aprender a aprender, a comprender, a emprender y aprender a ser, en el marco de
una sociedad globalizada. Asimismo, se analiza la docencia universitaria ligada a
un conjunto de competencias didácticas en cuya génesis juega un importante papel
el conocimiento teórico–práctico y la actividad reflexiva sobre la práctica.

Palabras clave: Competencias docentes, Competencias didácticas, Tutoría.


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DOCENCIA UNIVERSITARIA Y COMPETENCIAS DIDÁCTICAS

Hoy en día la educación superior debe enfrentar retos particularmente difíciles como
el de formar profesionales capaces de generar y conducir los cambios de la
sociedad, además de incidir de manera cada vez más decidida, permanente y eficaz
en sus ámbitos. Todo ello trae consigo un amplio debate sobre el futuro de la
educación superior y genera propuestas que marcan una visión distinta. En sentido
amplio:

La misión de la educación para la era planetaria es fortalecer las condiciones de


posibilidad de la emergencia de una sociedad–mundo compuesta por los
ciudadanos protagonistas, consciente y críticamente comprometidos en la
construcción de una civilización planetaria (Morin, 2003:122).

Entre los temas abordados dentro de los debates destaca el de los sistemas
educativos y la necesidad de revisarlos y transformarlos para enfrentar demandas
de una nueva naturaleza, asociadas al mundo globalizado en el que se encuentran
insertas las sociedades.

En la sociedad del conocimiento la importancia del capital centrado en el individuo


radica en que es fuente de creación de ventajas que proceden de la información, la
formación, la pericia, la capacidad creativa, la habilidad para identificar y resolver
problemas y liderar y gestionar convenientemente organizaciones productoras de
satisfactores sociales. La institución educativa parece constituirse en el espacio
privilegiado de creación del capital intelectual de la sociedad.

Se concibe a las instituciones de educación superior como entidades asociadas al


progreso y a la transmisión del saber; sin embargo, en las últimas décadas cada vez
es más frecuente la desarticulación entre las necesidades del mercado de trabajo y
la formación que ofrecen las instituciones, lo cual se traduce en largas filas de
desempleados o bien en que el tiempo que transcurre entre el egreso y la inserción
de los sujetos en las fuentes de trabajo es cada vez más prolongado.
3

Todo esto hace necesaria una revisión profunda de los sistemas educativos para
buscar alternativas que respondan a las demandas del mundo globalizado en que
estamos viviendo.

A pesar de las contradicciones y problemas que enfrenta, en las diferentes


sociedades la educación se considera como una opción viable para generar
desarrollo sostenible.

A nivel internacional y nacional existe una profunda preocupación por mejorar la


calidad de las instituciones que imparten este servicio mediante esfuerzos conjuntos
y comprometidos. Como medidas apremiantes se pretende revisar y reordenar
misiones y optar por rediseños innovadores que propongan nuevas formas de
educación, enseñanza, aprendizaje e investigación en el nivel superior.

Desde la década de los noventa organismos internacionales como la Organización


de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y el
Centro Regional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe
(CRESALC), sugirieron la adopción de un nuevo rol del docente de educación
superior, acorde con las demandas de una nueva sociedad globalizada y capaz de
apoyar el desarrollo integral del estudiante; esto implica el compromiso de las
instituciones de educación superior (IES) de asumir una nueva visión y un nuevo
paradigma para la formación de los estudiantes, basados en el aprendizaje a lo largo
de toda la vida, la orientación prioritaria hacia el aprendizaje autodirigido (aprender
a aprender, aprender a emprender y aprender a ser) y el diseño de nuevas
modalidades educativas en las cuales el alumno sea el actor central en el proceso
formativo.

Competencias del docente

Los principales debates en torno a la formación y a los roles de los docentes están
estrechamente vinculados con los cambios culturales, políticos, sociales y están
afectando a todas las sociedades. Para dar respuesta a dichos cambios, el profesor
debe diversificar sus roles en función de las necesidades de aprendizaje y de los
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ambientes en los que se propiciará; del uso de las tecnologías de la información, de


los contextos culturales y de las comunidades escolares.

Para el cumplimiento de este cometido se le demanda al docente el dominio de


idiomas, el manejo de la informática (saber), el desarrollo de competencias
interactivas, comunicacionales o socio–relacionales (saber ser) y el manejo de las
relaciones humanas (que incluye la necesidad del manejo de personal, la
coordinación de grupos y el trabajo en equipo), así como una serie de
requerimientos denominados operativos (saber hacer), vinculados a la aplicación de
los conocimientos a situaciones concretas. Finalmente, la flexibilidad, la polivalencia
y la versatilidad son cualificaciones que todo docente debe poseer.

La competencia profesional del docente, entendida más como una competencia


intelectual, trasciende el sentido puramente técnico del recurso didáctico. Las
competencias docentes se caracterizan por ser complejas: combinan habilidades,
principios y conciencia del sentido y de las consecuencias de las prácticas
pedagógicas; así como una reflexión y análisis sobre los contextos que las
condicionan y que van más allá del aula. La competencia profesional "...se refiere
no sólo al capital de conocimientos disponibles, sino a los recursos intelectuales de
que dispone con objeto de hacer posible la ampliación y desarrollo de ese
conocimiento profesional, su flexibilidad y profundidad" (Contreras, 1999:58).

La docencia universitaria aparece así ligada a un conjunto de competencias


didácticas en cuya génesis juegan un importante papel el conocimiento teórico–
práctico y la actividad reflexiva sobre la práctica. Perrenoud (2007) señala que el
concepto de competencia representa la capacidad de movilizar varios recursos
cognitivos para saber hacer frente a un determinado tipo de situaciones. Las
competencias no son en sí mismas conocimientos, habilidades o actitudes, aunque
movilizan tales recursos; dicha movilización es única, es decir, situada en contextos
específicos. El desarrollo de la competencia pasa "por operaciones mentales
complejas, sostenidas por esquemas de pensamiento", (Perrenoud, 2007: 11) y
finalmente las competencias profesionales se crean en el proceso de formación
tanto como en los escenarios de trabajo.
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En sentido amplio se concibe a la competencia como un constructo angular que


sirve para referirse a un conjunto de conocimientos y habilidades que los sujetos
requieren para desarrollar algún tipo de actividad. Cada actividad exige un número
variado de competencias que pueden ser desglosadas en unidades más específicas
de competencia en las que se especifican las tareas concretas que están incluidas
en la competencia global. Se puede afirmar que la competencia está formada por
diversas unidades de competencia.

Aubrun y Orifiamma (1990) clasifican las competencias en cuatro grandes grupos:

1. Competencias referidas a comportamientos profesionales y sociales. Se refieren


al tipo de actuaciones ordinarias que los sujetos han de realizar en la empresa en
la que trabajen, tanto en lo que se refiere a actuaciones técnicas o de producción
como a las de gestión, a la toma de decisiones, el trabajo compartido, la asunción
de responsabilidades, etc.

2. Competencias referidas a actitudes. Tienen que ver con la forma de afrontar la


relación con las personas, las cosas y las situaciones que configuran el trabajo a
desarrollar (la motivación personal, el compromiso, las formas de trato con los
demás, la capacidad de adaptación, etc.).

3. Competencias referidas a capacidades creativas. Se refieren a la manera como


los sujetos abordan el trabajo en su conjunto: si buscan soluciones nuevas, si
asumen riesgos, si tratan de ser originales, etc.

4. Competencias de actitudes existenciales y éticas. Son aquéllas que se refieren a


si se es capaz de ver las consecuencias de las propias acciones profesionales y de
analizar críticamente el propio trabajo; si se proponen proyectos personales y se
empeña la fuerza necesaria para hacerlos realidad; si se posee un conjunto de
valores humanísticos y de compromiso social y ético.

Existe un gran riesgo de confundir las actitudes de corte ético con otras actitudes y
valores ligados a procedimientos; los principios éticos no son meras normas lógicas
o técnicas metodológicas; por otro lado, tampoco se pueden confundir los
procedimientos con meras habilidades motrices, desvinculadas de conceptos y
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principios. La única posibilidad de enfrentar estos riesgos es la de profundizar en


las relaciones de los contenidos educativos con el conocimiento y con los valores.

En general se puede afirmar que los retos que se le presentan a la educación, así
como también a los docentes y estudiantes, no sólo atañen al ámbito disciplinario y
científico, sino también a una visión distinta de la realidad social y del conjunto de
relaciones sociales en las que están insertos. En sentido amplio la educación es,
por definición, para aprender a vivir con otros, y este saber es enseñado por
aquellos que tienen el poder de regular socialmente la convivencia (Cullén, 1997).

Es importante enfatizar que la convivencia se construye cultural, histórica e


ideológicamente en el interjuego de relaciones de poder. Enseñar a convivir es
enseñar que las relaciones sociales deben basarse en la equidad y en la solidaridad.
En este mundo globalizado los retos para los docentes, emanados de una realidad
dinámica y contradictoria, se encaminan hacia el manejo de las incertidumbres y
hacia la preparación para el riesgo, el azar, lo inesperado y lo imprevisto, dejando
atrás una visión estática del mundo. Las certezas con las que se contaba en los
distintos ámbitos disciplinarios, políticos y culturales se han modificado; la
esperanza de que la ciencia proporcione certezas ha quedado atrás. Se espera,
entonces, que el docente ayude a enfrentar racionalmente las incertidumbres.

Entender la educación como acción comunicativa implica que los participantes


intervengan en un diálogo donde cada uno busca comprender al otro y consensuar
planes de acción, lo que permitirá una producción social de conocimientos con
reglas claras de juego y con compromiso real de los participantes. En este sentido
de acción comunicativa, la atmósfera educativa es claramente ética. Zabalza (2003)
señala las siguientes competencias didácticas del docente:

1. Competencia planificadora: una competencia fundamental de los docentes la


constituye la capacidad de planificar el diseño del programa, la organización de los
contenidos y la selección y organización de las estrategias de enseñanza, de
aprendizaje y de evaluación.
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Los programas de los grupos de los académicos representan una interpretación por
parte de los docentes de los programas oficiales–sintéticos, sobre todo cuando
varios docentes imparten la misma materia. El programa del docente se construye
a partir de los dos programas anteriores y, fundamentalmente, a partir de su
experiencia profesional y de las condiciones particulares en las que trabaja.
También es importante reconocer el proceso de negociación que realiza el docente
a partir de su competencia profesional y las características e intereses de los
alumnos. En este proceso de planificación se toman en cuenta las ideas
pedagógicas de los docentes, los conocimientos disciplinarios y la experiencia
didáctica (Zabalza, 2003).

Una de las tareas fundamentales de los docentes en las instituciones educativas es


la de planificar su programa escolar, organizar los contenidos, seleccionar y
organizar las estrategias de enseñanza, de aprendizaje y de evaluación. Los
grandes desafíos que para la práctica docente representa este modelo, desde la
perspectiva de Perrenoud (2007), son cuatro: el primero atañe a la necesidad de
considerar que los saberes siempre se anclan en la acción, por lo que no es posible
concebir una relación pragmática con el saber como una relación menor; el segundo
implica aceptar como característica inherente a la lógica de la acción el desorden,
lo incompleto, la aproximación de los saberes movilizados; el tercero, trabajar los
vínculos entre los saberes y las situaciones concretas; y finalmente en el cuarto se
reconoce la necesidad de tener una práctica personal de la utilización de los saberes
en la acción.

2. Competencia didáctica del tratamiento de los contenidos. En esta categoría se


pueden ubicar tres unidades de competencia: seleccionar, secuenciar y estructurar
didácticamente los contenidos disciplinarios. Los contenidos se seleccionan a partir
de los indicadores de vigencia, suficiencia/cobertura y relevancia. En cuanto al
indicador de vigencia se partiría de la siguiente pregunta: ¿los programas reflejan
apropiadamente los avances y los enfoques actuales/vigentes de la disciplina? Con
relación al indicador de suficiencia/cobertura se plantean los siguientes
cuestionamientos: ¿los programas reflejan una visión amplia y plural de la
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disciplina?, y tomando en cuenta el perfil profesional propuesto, ¿qué aspectos de


la formación profesional son los que se enfatizan en los programas elaborados?

En el indicador de congruencia se especifica si se encuentran algunos problemas


de omisiones, repeticiones o sesgos en las unidades temáticas del programa.

En el indicador de relevancia se considera si los contenidos elegidos son relevantes


para la formación profesional (Barrón, 2003).

La secuenciación de los contenidos se refiere al orden en el cual éstos se organizan,


con la finalidad de propiciar aprendizajes significativos. Coll, Pozo, Sarabia y Valls
(1992) reconocen, desde un punto de vista constructivista, tres tipos de contenidos:
hechos y conceptos, procedimientos y actitudes. Dichos autores enfatizan el
carácter diferenciado de la enseñanza, el aprendizaje y la evaluación de cada tipo
de contenido.

La estructuración didáctica o presentación de los contenidos tiene que ver con la


forma de comunicarlos, de explicarlos, de relacionarlos con la realidad y de
cuestionarlos, así como con la manera como se entrelazan las diversas
indagaciones y observaciones y se articulan entre sí hacia un fin determinado. De
acuerdo con Merieu (2002), para la construcción del camino didáctico es necesario:

• Abrir caminos a través de la exploración; se requiere considerar no sólo el punto


de llegada, sino también el punto de partida.

• Dejar de privilegiar la dualidad objetivo–evaluación y añadir objetivo–alumno,


contenido–alumno, contenido–método, y método–evaluación.

• Establecer una relación pedagógica que incite al alumno al aprendizaje, que le


despierte su deseo de saber.

• Considerar la brecha que se tendrá que abrir, no sólo en términos de objetivos sino
de contenidos y condiciones para lograrla. Es decir, no sólo establecer lo que el
alumno debe saber, sino lo que tiene que organizar y hacer, tanto cognitiva como
afectivamente, para lograrlo.

• Considerar las estrategias de enseñanza para provocar el aprendizaje.


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• Crear situaciones movilizadoras, es decir, de revisión y aplicación de


conocimientos.

• Transformar los conceptos en acciones a realizar.

• Trazar un camino didáctico inventariando las nociones y conocimientos previos


necesarios para lograrlo, los procedimientos a seguir y los recursos que se
utilizarán.

3. Competencia comunicativa. Esta competencia es inherente a rol del docente; en


ella se enfatiza la capacidad para transmitir con pasión un mensaje a los alumnos e
interesarlos por el conocimiento en general y por los asuntos concretos que
desarrolla su disciplina.

Como parte de la competencia comunicativa el docente requiere manejar las nuevas


tecnologías de la información y de la comunicación (Internet, correo electrónico,
multimedia, videoconferencia), lo que implica un cambio de roles: se requiere de un
docente que elabore guías de aprendizaje y que mantenga contacto permanente
con los educandos a través de la red, de manera que su práctica se centrará más
en ayudar y orientar al alumno para la selección y organización de la información,
la adquisición de habilidades y el intercambio de información y de experiencias con
sus pares nacionales y extranjeros. Quizás el gran reto sea vivir en la incertidumbre
en cuanto al manejo mismo de la información.

4. Competencia metodológica. Comprende todas aquellas acciones orientadas a


gestionar la tarea docente, e implica la organización de los espacios de aprendizaje
que posibiliten ambientes de aprendizaje en los que los alumnos desarrollen éste
de manera autónoma y significativa en escenarios reales de trabajo. El problema
del método en el aula implica crear condiciones para despertar u orientar la
curiosidad intelectual, establecer conexiones entre las diversas experiencias, formar
hábitos, actitudes e intereses subyacentes y permanentes hacia el aprendizaje;
interrelacionar la curiosidad orgánica de exploración física (tocar, manipular, palpar)
y la interrogación lingüística (por qué, para qué, cómo).
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No existe una capacidad única y uniforme de pensamiento, sino una multitud de


modos diferentes en los que las cosas específicas observadas, recordadas, oídas
o acerca de las cuales se ha leído evocan sugerencias o ideas pertenecientes a un
problema o cuestión y que hacen avanzar la mente hacia una conclusión justificable.
La formación consiste en este desarrollo de la curiosidad, la sugerencia y los hábitos
de exploración y comprobación que aumenta la sensibilidad a los interrogantes y el
amor a la investigación de lo desconcertante y desconocido, mejora la idoneidad de
las sugerencias que se presentan a la mente, controla su sucesión en orden
evolutivo y acumulativo, realiza el sentido de la fuerza, la capacidad de prueba de
todo hecho observado y toda sugerencia recogida. El pensar no constituye un
pensamiento mental aislado; por el contrario, es una cuestión relativa al modo en
que se emplea la inmensa cantidad de objetos observados y sugeridos, el modo en
que coinciden y en el que se les hace coincidir, el modo en que se los manipula. En
consecuencia, ninguna asignatura, ningún tema, ninguna pregunta es intelectual por
sí misma, sino por el papel que se le hace desempeñar en la dirección del
pensamiento en la vida de toda persona (Dewey, 1989:64).

Todo lo que el docente realiza, así como el modo en que lo hace, incita al alumno a
responder de una u otra forma, y cada respuesta tiende a dirigir la actitud del
estudiante en uno u otro sentido. Esto plantea la necesidad de diversificar las
modalidades de trabajo en el aula a través de talleres, seminarios, laboratorios y
aún más, a través de la posibilidad de promover la capacidad en el alumno de
transferir el conocimiento del mundo del saber al mundo cotidiano, la ciencia al
mundo del trabajo profesional, y de establecer una relación compleja entre el saber
y el trabajo en la esfera del conocimiento de alto nivel y en el de las tareas
cognoscitivas complejas. Para el logro de este fin se proponen los internados y otras
fases prácticas en los programas escolares, así como la participación de los
profesionales en la enseñanza y en otras actividades académicas.

5. Competencia comunicativa y relacional. Se concibe como una competencia


transversal debido a que las relaciones interpersonales constituyen un componente
básico de las diversas competencias. La interacción docente–alumno es
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fundamental en cualquier modalidad educativa, y dependiendo del rol que asuma el


docente se generará un clima propicio o no para la participación, discusión y análisis
en el aula.

6. Competencia tutorial. Una de las principales dificultades que surgen al intentar


precisar el concepto de tutoría se relaciona con la diversidad de significados en
juego, ligados a un campo conceptual amplio y denso que remite a figuras distintas
de la tutoría y por lo mismo de sus funciones y prácticas (Sánchez Puentes, 2000).

La tutoría también es concebida como una forma de atención educativa donde el


profesor apoya a un estudiante o a un grupo de estudiantes de una manera
sistemática, por medio de la estructuración de objetivos, programas por áreas y
técnicas de enseñanza apropiadas a la integración de grupos conforme a ciertos
criterios y mecanismos de monitoreo y control, entre otros (Alcántara, 1990). En la
tutoría se propicia una relación pedagógica diferente a la que establece la docencia
ante grupos numerosos; en este caso el profesor asume el papel de consejero o de
"compañero mayor"; el ejercicio de su autoridad se suaviza hasta casi desaparecer;
el ambiente es mucho más relajado y amigable (Latapí, 1990).

La Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior


(ANUIES, 2000), en su propuesta institucional de tutorías la define como un proceso
de acompañamiento durante la formación de los estudiantes que se concreta
mediante la atención personalizada a un grupo reducido de alumnos por parte de
académicos competentes y formados para esta función. Es distinta y a la vez
complementaria a la docencia frente a grupo, pero no la sustituye.

En el discurso actual sobre tutorías se ha generado un debate acerca del sentido


del acompañamiento que ésta implica:

...la noción de acompañamiento parece haber emergido de las dificultades


encontradas por los actores del campo educativo para responder a dos tipos de
exigencia: la preocupación de un alumnado desorientado, considerado, no obstante,
como ser autónomo o capaz de llegar a serlo, y la exhortación de resultados, de
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excelencia y de eficacia siempre más altos, provenientes de los responsables de la


institución (Ghouali, 2007:208).

Desde esta posición acompañar se define como un proceso que dinamiza tres
lógicas: relacional, espacial y temporal. La relacional es concebida como una
conexión, como "unirse a alguien"; la espacial se refiere a un desplazamiento, a "ir
a donde él va"; y la temporal tiene que ver con estar con el otro al mismo tiempo
(Ghouali, 2007).

Para Ardoino (2000) sólo se puede acompañar a alguien si esta persona sabe a
dónde va. El acompañante puede existir como persona, pero reconoce que el
acompañado es el sujeto de la acción. En este proceso se genera una relación de
intersubjetividad "en donde los sujetos se comunican en dos posiciones diferentes,
donde el acompañante se pone en juego y acepta que el acompañado esté con él
en una relación de alteración mutua. Donde el otro cambia al mismo tiempo que
intenta cambiarlo. A través de esta idea, la dimensión ética del acompañado es
subyacente" (Ardoino, 2000: 7–8).

La tutoría puede estar ligada al apoyo que el docente proporciona al alumno en su


trayectoria escolar para la toma de decisiones acertadas, recomendándole
bibliografía o sólo intercambiando opiniones sobre la vida académica de la
institución; también puede ubicarse en relación con la formación de investigadores
en un campo científico en particular. Cuando se habla de la tutoría para enseñar a
investigar se refiere a funciones distintas que requieren de otro perfil del tutor y que
se desarrolla con condiciones institucionales particulares apropiadas al logro de
este propósito. Lo que aquí hace la diferencia no es propiamente la naturaleza de
la investigación, sino el uso que se le da a la misma, y en particular, las condiciones
institucionales que la acompañan. En ambas prácticas se requiere del compromiso
de ambos actores, el estudiante y el tutor, insertos en un espacio académico en
donde se establecen lazos particulares a través de las relaciones diarias, los
vínculos, la delimitación de identidades, expectativas, ritos, mitos y creencias, etc.
La vida académica se expresa a través de lo micro, de los detalles triviales, de la
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comunicación diaria. Esta última tiene como ámbito lo intelectual, pero también lo
afectivo.

En el ámbito de la investigación la figura del tutor alude a la del investigador que se


responsabiliza académicamente del estudiante de manera inmediata, directa y
permanente; establecen una relación de trabajo y crean un proyecto de formación
específico para el estudiante (Sánchez, 2000). Es en este espacio mediado por
múltiples situaciones en donde se pone en juego la formación del futuro
investigador. ".. la formación es un proceso de transmisión y asimilación de saberes
relacionados con una disciplina, de las habilidades particulares de ésta y de una
concepción sobre la vida. Ésta es posible si la persona tiene compromiso con su
formación, si está dispuesta a cultivar constantemente su disciplina" (Piña,
2000:89).

Lo más relevante en este proceso es el hecho de que el tutor transmite


fundamentalmente un oficio, el de investigador. Sánchez Puentes (2000) señala que
el investigador tutor transmite tres tipos de saberes: los teóricos, los prácticos y los
significativos.

a) Los saberes teóricos se refieren a las teorías y conocimientos reconocidos


socialmente, paradigmas, supuestos teóricos y marcos conceptuales.

b) Los saberes prácticos conforman el conjunto de estrategias, habilidades y


destrezas propias del oficio del investigador. A través de este tipo de saberes se
enseña y se aprende a problema–tizar, a fundamentar la teoría, a concebir la teoría
como una herramienta de análisis, a organizar, analizar e interpretar la información.
Cada uno de estos quehaceres de la investigación está integrado por numerosas y
diferentes operaciones que requieren conocimientos teóricos, habilidades y
estrategias.

c) Los saberes significativos. El tutor también enseña a cuestionar acerca de los


fines últimos de la investigación, los por qué de carácter ético–político del saber
científico, así como los para quiénes de la producción científica. Se refiere a los
significados y objetivos últimos del conocimiento que se genera.
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Estos tres tipos de saberes insertos en las tradiciones disciplinarias, en procesos de


socialización y circulación y en las posibilidades institucionales reales permean la
formación de las nuevas generaciones de profesionales. Una generación es más
que un grupo humano coincidente en un espacio y en un tiempo históricos; es, antes
que nada, heredera y por lo tanto receptora de múltiples influencias, pero a su vez
estas condiciones de recepción le abren la posibilidad de consolidar, en los ámbitos
institucionales, la producción, y en ella no sólo están insertas las visiones que se
plantearon en su formación, sino que cobran expresión en las orientaciones que
guían al intelectual dentro de las premisas de los que se convertirán en los líderes
de las nuevas generaciones.

La utilización de modelos centrados en el alumno y la orientación hacia el


aprendizaje por la vía de la tutoría académica requiere de la capacitación y la
colaboración por parte de los distintos actores universitarios.

En la práctica los docentes articulan diversos saberes procedentes de su formación


profesional, disciplinaria, curricular, experiencial o práctica, construidos a lo largo de
su vida y de su trayectoria profesional; en este sentido Tardif (2004) señala la
importancia de reconocer el entramado de relaciones desde las cuales construyen
las prácticas los docentes: los saberes, el tiempo y el trabajo. En gran medida lo
que saben los docentes sobre la enseñanza proviene de su experiencia como
alumnos y a partir de ésta construyen y reconstruyen sus prácticas en el aula a
través de un permanente movimiento de continuidad y ruptura con las teorías y
perspectivas teóricas desde las cuales cobra sentido. Ello implica el reconocimiento
de que los saberes que fundamentan la enseñanza son existenciales, sociales y
pragmáticos. Son existenciales porque involucran a los seres humanos en su
totalidad, con sus anhelos, sus deseos, sus emociones, sus relaciones con los otros
y consigo mismos; sociales, provenientes de distintos núcleos y tiempos de
formación escolar y de la vida cotidiana; y por último son pragmáticos porque aluden
a las experiencias y prácticas en el marco de las instituciones escolares y de las
prácticas profesionales del docente.
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Los saberes profesionales del docente pueden ser agrupados en: temporales,
plurales y heterogéneos, personalizados y situados, y llevan consigo las señales de
su objeto, que es el ser humano (Tardif, 2004). Son temporales en tres sentidos:
porque provienen de su historia de vida personal y escolar, de ritos iniciáticos y de
rutinas que le dan seguridad en el aula, y de las prácticas escolares
institucionalizadas (Zeichner y Gore, 1990; Carter y Doyle, 1996). Son plurales y
heterogéneos en función de las diversas situaciones a las que se enfrentan
cotidianamente (Doyle, 1986). Personalizados y situados en la medida en que se
trata de saberes apropiados, incorporados, subjetivados; saberes que no es posible
disociar de la persona, de su experiencia y de su situación de trabajo.

Con base en todo lo anterior se puede afirmar que para transformar la educación se
requiere que el docente realice una revisión a fondo de las relaciones con el
conocimiento, a partir de la reflexión y del análisis del reconocimiento de algunos
resabios en su práctica. La utilización de modelos centrados en el alumno y la
orientación hacia el aprendizaje por la vía de la tutoría académica requiere de una
formación específica y de la colaboración por parte de los distintos actores
universitarios.

Los retos que se presentan para la formación del docente no sólo atañen al ámbito
disciplinario y científico, sino también a una visión distinta de la realidad social y del
conjunto de relaciones sociales en las que se inserta el profesionista, entre los que
se pueden destacar los siguientes: la incertidumbre, la ética de la comprensión, la
pertinencia del conocimiento y la comprensión (Morin, 1999).

Con relación a la incertidumbre se puede señalar que las certezas que en un


momento dado se trabajaban en distintos ámbitos (en lo económico, en lo político y
en lo cultural), se han modificado; la realidad es dinámica, cambiante y
contradictoria y hoy más que nunca la formación docente ha de encaminarse hacia
el manejo de las incertidumbres, es decir, prepararse y preparar para el riesgo, el
azar, lo inesperado y lo imprevisto, dejando atrás una visión estática del mundo.

La ética de la comprensión requiere de comprender la incomprensión, de


argumentar y refutar. La comprensión no acusa ni excusa. Con ello se intentaría
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aprehender en conjunto el texto y el contexto, el ser y su entorno, lo local y lo global,


lo multidimensional, en resumen, lo complejo, es decir, las condiciones del
comportamiento humano (Morin, 1999:55).

La pertinencia del conocimiento implica reconocer el contexto en el que se genera


y desarrollar los conocimientos, tener una visión holística de la realidad
reconociendo la interrelación entre todos los elementos que la componen y sus
múltiples dimensiones; es decir, tomar en cuenta todos estos aspectos, lo que
implica reconocer la complejidad de los conocimientos que se pretenden manejar.

Formarse para la comprensión implica dos niveles: uno que atañe a la comprensión
intelectual u objetiva y otro que atañe a la comprensión humana intersubjetiva
(Morin, 1999:51). Ambos son necesarios para la convivencia en el mundo actual, en
el que, paradójicamente, los procesos de globalización han traído consigo procesos
de exclusión y con ello el resurgimiento de las xenofobias, los fundamentalismos y
el racismo, aunado a las exigencias de competitividad a ultranza emanadas de las
reglas del libre mercado.

Finalmente, se puede afirmar que los nuevos perfiles generados por las exigencias
de un mundo globalizado requieren a su vez de una reorientación y de actualizar
contenidos, metodologías y formas de trabajo en el aula. Como parte imprescindible
de esta formación la UNESCO señala que la educación superior del futuro deberá
integrar valores como la solidaridad, la mística del trabajo humano, la
responsabilidad, los derechos humanos, el respeto a la paz y al entorno y la
consolidación de la identidad cultural y social (Pallán, 1997).

Los cambios académico–administrativos deberán prestar más atención a la


intención de los docentes. Fullan y Hargreaves (1999) señalan al respecto que es
necesario:

• Dar voz a las intenciones del docente,

• escuchar activamente la voz del docente,


17

• crear oportunidades para que los tutores enfrenten las suposiciones y creencias
que fundamentan sus prácticas y mostrar disposición a escucharles acerca del
cambio,

• evitar crear una cultura de dependencia por sobreestimar la veracidad de las


investigaciones publicadas y subestimar el conocimiento práctico de los docentes,

• evitar las modas en la forma de una implementación uniforme de nuevas


estrategias sin cuestionarlas,

• facultar a los docentes y sus escuelas para recuperar una responsabilidad


sustancial en la toma de decisiones importantes, crear una comunidad de docentes
que discuta y desarrolle sus intenciones en conjunto.

Existen diversos factores que se deben de considerar en la formación de los


docentes: Los períodos en los cuales los docentes se educan e ingresan a la
profesión, los sistemas de valores y las tendencias educativas dominantes que
coinciden con esos períodos, la etapa de la vida y de la carrera en que se encuentra
el docente, el efecto que tiene sobre su confianza en su propia capacidad educativa,
su sentido de realismo y sus actitudes hacia el cambio, el género.

El contexto de la tutoría:

• Para los docentes–tutores el cambio no es simplemente rehacer un diagrama de


flujo, es algo que debe ocurrir en el mundo complejo y atareado de su aula.

• Es necesario conocer el contexto donde el docente–tutor trabaja, cómo influye el


ambiente en la tutoría; se requiere una comprensión ecológica de su actividad, el
modo en que éste se desarrolla para adecuarse al medio, y en qué podemos y
debemos cambiar ese medio si pretendemos modificar lo que en él ocurre.

• La tutoría no siempre es igual, no se puede estandarizar.

• Un aspecto importante de la tutoría es su realismo y practicidad. A la mayoría de


los tutores les interesa la excelencia en el aula, la motivación de sus alumnos, hacer
del aprendizaje un proceso activo y divertido. Pero también les interesa conservar
su salud y controlar el estrés.
18

• Las características contextúales fijan límites muy definidos a lo que pueden hacer
los tutores y a las posibilidades reales de innovación. Muchas de estas realidades,
como el aislamiento en el aula, están firmemente institucionalizadas, tienen
profundas raíces históricas. Algunas de estas realidades son: el tamaño del grupo,
el tiempo y el currículo.

Las acciones emprendidas hasta la fecha reflejan una gran preocupación y


movimiento al interior de la mayoría de las instituciones de educación superior, cada
una de acuerdo a sus recursos, a la cultura organizacional que le identifica y a las
intenciones de quienes las dirigen, que muestran cómo están tratando de
incorporarse a esta nueva visión de hombre que se requiere formar en un mundo
globalizado. Indudablemente los recursos humanos que se han movilizado para
enfrentar el reto de la formación de tutores son muy variados; lo que se puede
rescatar como un denominador común es el deseo de conocer a qué responde este
nuevo rol, cuáles son las funciones que se tienen que desempeñar. Coraggio y
Torres (1997) señalan que sin docentes de calidad no es posible una educación
escolar de calidad. La verdadera reforma educativa, sobre todo en el ámbito
curricular y pedagógico, que es el que finalmente importa, se juega en el terreno
docente. El rol docente sólo puede modificarse en el marco de una profunda
transformación del orden escolar y social. Cambiar el rol y el profesionalismo
docente sólo puede hacerse como parte de un cambio sistémico que comprometa
a la institución escolar.

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