Wittgenstein Imagenes
Wittgenstein Imagenes
Wittgenstein Imagenes
Universität Leipzig
Institut für Philosophie
ariso@rz.uni-leipzig.de
Recibido: 15/09/2007
Aceptado: 29/01/2008
Resumen
En este trabajo comenzamos explicando por qué el término Bild, cuando nos
referimos a la obra tardía de Ludwig Wittgenstein, debería ser traducido como
«imagen». Dicho análisis nos permite alcanzar una posición óptima para entender
la metodología empleada por Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas: al fin
y al cabo, el primer paso de este método consiste precisamente en localizar aquellas
imágenes que entorpecen nuestro pensamiento. Al formar estas imágenes parte de
nuestro lenguaje, es difícil localizarlas, de ahí que suelan pasarnos totalmente desa-
percibidas. Esto explica por qué dichas imágenes ejercen y han ejercido una
influencia tan importante no sólo en el hombre de la calle, sino también en muchos
sistemas filosóficos de gran repercusión. El análisis de algunas imágenes –especial-
mente la imagen de lo interno que dio lugar a las observaciones de Wittgenstein
sobre la posibilidad de un lenguaje privado– nos mostrará que dichas imágenes
están muy arraigadas en nuestro lenguaje y, por extensión, en nosotros mismos. De
ahí que nos resistamos a abandonarlas aunque el análisis de las imágenes en cues-
tión demuestre que, si las abandonáramos, nuestro entendimiento se libraría del
cautiverio de dichas imágenes.
Abstract
In this work, we begin by explaining why the term Bild, when we consider
Wittgenstein’s later work, should be translated as «image». Through this analysis,
Sumario
A día de hoy, las monografías y artículos que se han escrito sobre la obra de
Ludwig Wittgenstein se cuentan ya por miles. La gran atención que ha recibido la
obra de este autor se debe en buena parte a la crítica –velada, pero no por ello menos
aguda– que ha dirigido a los presupuestos básicos de diversos sistemas filosóficos,
a su papel decisivo en la aparición de la filosofía analítica, y al carácter extraordi-
nariamente sugerente que muy a menudo poseen sus observaciones no sólo para el
filósofo, sino también para los interesados en disciplinas afines a la filosofía. Pero
por qué no decirlo, otro factor que ha contribuido decisivamente a que se escriba
con tanta profusión sobre la obra de Wittgenstein ha sido la necesidad de arrojar luz
sobre unos textos que a menudo se antojan complejos, oscuros, y abiertos a múlti-
ples interpretaciones. Y es que a la complejidad de las cuestiones que aborda el pen-
sador austriaco hay que sumarle el sutil tratamiento que hace de dichos temas,
expresándose a menudo a través de metáforas y aforismos de difícil comprensión.
En este artículo me centraré en un aspecto eminentemente metodológico de la obra
de Wittgenstein1 como es el tratamiento de los Bilder o imágenes que, en su opi-
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«Ein Bild hielt uns gefangen». Con estas palabras comienza la entrada 115 de
las Philosophische Untersuchungen, una de las obras más conocidas de Ludwig
Wittgenstein. En la traducción al castellano de esta obra, titulada Investigaciones
filosóficas y llevada a cabo por Alfonso García Suárez y Ulises Moulines, el frag-
mento en cuestión fue vertido como «Una figura nos tuvo cautivos»4. Por su parte,
la primera edición de las Philosophische Untersuchungen, aparecida en 1953, con-
sistió en una edición bilingüe alemán-inglés en la que la traducción al inglés corrió
a cargo de Gertrude E. M. Anscombe5. En esta edición, Anscombe tradujo «Bild»
como «picture» y «Vorstellung» como «image», de ahí que la frase «Ein Bild hielt
uns gefangen» fuera vertida como «A picture held us captive». Sin embargo,
muchos lectores de la versión inglesa tuvieron serios problemas para entender en
qué contraste podía estar pensando Wittgenstein cuando empleó dos palabras ale-
manas que, según la traducción de Anscombe, tenían tantos matices y posibilidades
zado que Wittgenstein hace del término «Bild» resulta de gran importancia para entender mejor su
peculiar forma de hacer filosofía.
2 Wittgenstein, L., Investigaciones filosóficas, Barcelona, Crítica, 1988, §301, p. 249.
3 Wittgenstein, L., Zettel, México, UNAM, 1985, §621, p. 112.
4 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §115, p. 125.
5 Wittgenstein, L., Philosophical Investigations, Oxford, Blackwell, 1958.
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de uso como las inglesas «picture» e «image». Es cierto que Wittgenstein distingue
de forma expresa ambos términos en la entrada 301 al escribir «Eine Vorstellung ist
kein Bild, aber ein Bild kann ihr entsprechen», mas la correspondiente traducción
de Anscombe –«An image is not a picture, but a picture can correspond to it»– no
hizo sino confundir aún más si cabe a muchos lectores de habla inglesa. Los usua-
rios de la traducción al castellano no lo tuvieron mucho más fácil, pues se encon-
traron con un enigma similar: «Una imagen no es una figura, pero puede correspon-
derle una figura». Con el fin de comenzar a arrojar luz sobre el uso que hace
Wittgenstein de estos conceptos, propongo traducir la expresión «Bild» como «ima-
gen», y el vocablo «Vorstellung» como «representación»6.
Cuando Wittgenstein usa el término «Vorstellung» en su filosofía tardía, se
refiere a una representación mental; pero con una peculiaridad importante: me refie-
ro al carácter activo y voluntario de esta representación. Para aclarar en qué consis-
te este carácter activo de la representación, quiero traer a colación un ejemplo pro-
puesto por Wittgenstein. Según el filósofo vienés, tiene sentido dar órdenes como
«Stell dir das vor» o «Stell dir das nicht vor»: órdenes que Luis Felipe Segura, en
su traducción del segundo volumen de las Observaciones sobre la filosofía de la
psicología, vierte como «Imagínate esto» y «No te imagines esto» respectivamen-
te7. En un momento dado, la orden podría consistir en pedir a la persona interpela-
da que se represente, por ejemplo, un círculo amarillo sobre fondo rojo. Ahora bien,
lo que le importa a Wittgenstein no es que alguien, de forma involuntaria, recree en
su mente un círculo amarillo sobre fondo rojo –o cualquier otra cosa–: lo que real-
mente le interesa cuando emplea el término «Vorstellung» es que el individuo en
cuestión se represente algo adrede. ¿Y por qué no deberíamos traducir el verbo
«sich vorstellen» como «imaginarse»? ¿Acaso no se trata de una traducción fre-
cuente? ¿Y acaso no le pediríamos a alguien, cuando quisiéramos que recreara men-
talmente alguna cosa en concreto, que se la «imaginara» en lugar de que se la
«representara»? Aun reconociendo el peso de estas objeciones, creo que traducir
«sich vorstellen» como «representarse» –y «Vorstellung» como «representación»–
tiene la ventaja de acentuar el componente de actividad y voluntariedad que
Wittgenstein asocia a este término. La importancia del componente al que acabo de
aludir es destacada frecuentemente por el pensador austriaco: sirvan de ejemplo los
fragmentos en los que señala que «Representarse algo (Sich etwas vorstellen) puede
6 También I. Reguera es partidario de verter el término «Bild» como «imagen», traducción que reco-
mienda por la ausencia de referencia gramático-trascendental alguna a los hechos frente al «Bild» del
Tractatus logico-philosophicus, que el propio Reguera tradujo como «figura» lógica porque en dicho
Bild se apreciaba una representación lógico-trascendental de los hechos. Véase Reguera, I., Ludwig
Wittgenstein. Un ensayo a su costa, Madrid, EDAF, 2002, p. 210.
7 Wittgenstein, L., Observaciones sobre la filosofía de la psicología, vol. II, México, UNAM, 1997,
§83, p. 16.
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compararse con una actividad»8, o que «El concepto de representar (Der Begriff des
Vorstellens) es como el de hacer, más bien que como el de recibir»9. Al fin y al cabo,
cuando digo que «me imagino» algo, podría tratarse tanto de una evocación mental
voluntaria como de una involuntaria: así, podría decir que en un momento de des-
canso me sorprendí a mí mismo imaginando cómo disfrutaba de los encantos de una
playa tropical. Por su parte, el verbo «representarse» acentúa ese componente de
voluntariedad que Wittgenstein atribuye al verbo «sich vorstellen».
Mientras que la representación puede compararse con una actividad o con algo
que se hace, el Bild o imagen aparece como algo que se recibe. Naturalmente, cual-
quiera de nosotros podría elaborar una imagen al hacer un dibujo sobre un papel,
por lo que también cabe asociar un componente de actividad a la imagen. Pero
Wittgenstein no pretende poner el énfasis en ese matiz de actividad10. Con el fin de
ilustrar el carácter pasivo que el filósofo vienés asociaba a la recepción de las imá-
genes, me gustaría referirme al efecto que puede llegar a ejercer sobre nosotros la
publicidad. Hoy en día se puede decir sin reservas que la publicidad nos bombardea
con imágenes. Y se basa sobre todo en imágenes porque su poder subliminal es
mayor que el de las palabras. Pero al igual que ocurre con la publicidad, y por para-
dójico que pueda parecer, el lenguaje también nos bombardea con imágenes. La
paradoja reside en que el lenguaje está formado por palabras, de modo que, hablan-
do con rigor, parece obvio que si el lenguaje nos bombardea con algo, ha de ser con
palabras. Sin embargo, las imágenes del lenguaje a las que me refiero son presu-
puestos implícitos en nuestra forma de hablar, por lo que no son expresados de
forma explícita. Aquí cabe apreciar otro paralelismo con la publicidad. Basándose
sobre todo en imágenes, la publicidad pretende convencernos, en última instancia,
de que «X es el pantalón que mejor nos sienta», «Ningún refresco es tan sabroso
como Y», «Z es el coche con mejores prestaciones», etc. Así como en alguna oca-
sión podemos llegar a asumir los consejos o sugerencias que nos ofrece la publici-
dad como verdades, con mucha mayor frecuencia aún confundimos las imágenes
que nuestro lenguaje nos repite constantemente con la realidad misma. Desde este
punto de vista, el sujeto desempeña un rol eminentemente pasivo ante la imagen. La
imagen es algo que se recibe: y si queremos localizar las imágenes y disolverlas
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–siempre que su efecto sea nocivo–, tenemos que volvernos de algún modo contra
el lenguaje. Por eso dice Wittgenstein que estamos en lucha con el lenguaje11.
El componente de actividad que Wittgenstein asocia al verbo «sich vorstellen»
se puede apreciar con claridad al considerar el modo en que pensamos en una per-
sona determinada. Así, cuando pienso en mi madre está de más preguntarse si acaso
no me estoy representando a otra persona. En este caso estaría de más plantearse si
mi madre se parece más o menos a la persona representada: simplemente debería
concluir que me represento, valga la redundancia, a quien yo «quiero» (will) repre-
sentar12. Así pues, no tiene sentido considerar si alguien se ha equivocado al preci-
sar qué representa al representar algo, por lo que tampoco tiene sentido plantearse
si existe un «fracasar al representar» (Miβlingen der Vorstellung)13. En cambio, sí
que se puede decir que una persona está equivocada acerca del uso de cierta ima-
gen: o dicho de otro modo, siempre hay lugar para plantearse cómo se está usando
determinada imagen en un momento dado.
Cuando alguien recree la sensación de dolor que tuvo o podría tener en un
momento dado, habrá lugar para considerar una representación de ese dolor, mas no
una imagen del mismo. Si alguien quisiera formar una imagen de dicho dolor para
que cualquier persona pudiera contrastarlo con otros dolores, tal vez se viera tenta-
do a dibujarse a sí mismo llevándose la mano a la zona dolorida con cara de sufri-
miento; no obstante, esa imagen no corresponde a la representación misma del
dolor. Ciertamente, una imagen de este tipo puede dar cuenta de la conducta provo-
cada por el dolor, del ensayo del actor que finge tener dolor, etc., mas no del dolor
mismo. Ahora bien, así como no existe una imagen del dolor, sí que es posible
hablar de una imagen de cierto color que nos representamos en un momento dado.
Naturalmente, a dicho color le corresponde también una representación, pero en
este caso sí existe la posibilidad de hacer público el matiz al que nos referimos de
modo que sea accesible a cualquier persona: por ejemplo, se puede pintar o señalar
entre una serie de tonalidades cuál es el matiz que tengo «en mente». Dicho esto,
estamos ya en condiciones de corregir la traducción de la entrada 301 de las
Investigaciones filosóficas: tal y como señalé anteriormente, García Suárez y
Moulines tradujeron «Eine Vorstellung ist kein Bild, aber ein Bild kann ihr entspre-
chen» como «Una imagen no es una figura, pero puede corresponderle una figura»,
cuando en mi opinión hubiera sido preferible verter el fragmento citado como «Una
representación no es una imagen, pero puede corresponderle una imagen». Y es que
si bien es cierto que en casos como el del dolor no se puede hablar de una imagen
que dé cuenta de la representación de ese dolor, también lo es que, en casos como
el de los colores, una cosa es mi representación de determinado color y otra la ima-
11 Wittgenstein, L., Cultura y valor. Aforismos, Madrid, Austral, 1996, §57, p. 47.
12 Wittgenstein 1997, op. cit. (nota 7), §115, p. 22.
13 Wittgenstein 1985, op. cit. (nota 3), §643, p. 116.
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gen o muestra de color que ofrezco para que pueda ser contrastada. El problema,
como dije anteriormente, llega cuando no somos conscientes del uso que se está
haciendo de cierta imagen y la confundimos con la realidad misma.
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No obstante, sería un grave error creer que todas las imágenes son perniciosas
o dañinas para nuestro entendimiento. A modo de ejemplo, Wittgenstein ve en la
imagen de la Tierra como esfera un claro ejemplo de «buena imagen» (gutes Bild).
Y es una buena imagen porque se trata de una imagen simple que se acredita en
cualquier situación, pues trabajamos con ella sin ponerla en duda18. Tal y como nos
recuerda Reguera, podremos ceder a la tentación de usar las imágenes no cuando
asuman el papel de la realidad o el de una regla de uso en el lenguaje, sino cuando
se tomen como meras ilustraciones que confieren plasticidad al lenguaje y por
extensión a su significado: una plasticidad que, en palabras de Reguera, tal vez pre-
sente mejor que la dureza conceptual el fondo mismo de la gramática19. Según el
propio Wittgenstein, la imagen correcta ayuda; pero matiza que la imagen falsa con-
funde20. ¿Y por qué confunde la imagen falsa? Confunde porque no es fácil ver
sinópticamente cuál es su aplicación21. De ahí que Wittgenstein se empeñe en acla-
rar cuál es el uso o aplicación que se hace de las imágenes que nos encontramos en
cada caso22. Aquí mismo radica, a mi entender, el carácter terapéutico de su filoso-
fía. Según el pensador austriaco, «el filósofo trata una pregunta como una enferme-
dad»23. ¿Pero qué tipo de enfermedad? Wittgenstein vuelve a darnos la respuesta:
se trata de una enfermedad filosófica, que tiene una de sus causas principales en la
dieta unilateral que nos lleva a nutrir nuestro pensamiento sólo con un tipo de ejem-
plos24. En otras palabras, acostumbramos a nutrir nuestro pensamiento con los
ejemplos que tenemos más a mano, es decir, con los usos corrientes del lenguaje. El
problema es que esos usos corrientes no nos permiten reparar en el efecto de obs-
trucción y entorpecimiento que sobre nuestro entendimiento ejercen las imágenes
nocivas. Por tanto, la dieta a seguir debería basarse sobre todo en ejemplos alterna-
tivos que nos permitan tomar conciencia de las imágenes dañinas. Se trata, en resu-
midas cuentas, de dejar de ceñirnos única y exclusivamente al punto de vista acos-
tumbrado para pasar a contemplar nuestro uso del lenguaje desde una serie de pers-
pectivas distintas. El objetivo, en palabras de Wittgenstein, consiste en cambiar
nuestro «modo de ver» (Anschauungsweise) para que consideremos de manera dife-
17 Wittgenstein, L., Observaciones sobre los fundamentos de la matemática, Madrid, Alianza, 1987,
p. 191.
18 Wittgenstein, L., Sobre la certeza, Barcelona, Gedisa, 1997, §147, p. 22.
19 Reguera 2002, op. cit. (nota 6), p. 219.
20 Wittgenstein, L., Observaciones sobre los colores, Barcelona, Paidós, 1994, III, §20, p. 19.
21 Cfr. Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §422, p. 305.
22 Ibidem, §423-424, p. 305.
23 Ibidem, §255, p. 225.
24 Ibidem, §593, p. 369.
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rente un caso dado25: una vez que hayamos provisto nuestra dieta de ejemplos sufi-
cientes como para reparar en la imagen nociva, habremos dado el primer paso para
que ésta deje de ejercer su influencia sobre nosotros.
La práctica de la filosofía se asemeja así a una terapia en la que la aplicación de
un fármaco permite poner fin a un trastorno o enfermedad26; de hecho, Wittgenstein
señala que en filosofía no hay un único método sino varios, «como diferentes tera-
pias (Therapien)»27. Al expresarse de este modo, Wittgenstein pretende dejar claro
que, dada la variedad de nuestros problemas filosóficos, no hay una única forma de
afrontarlos, si bien es cierto que en todos los casos hay un objetivo en común: la
disolución del problema filosófico de turno. Ahora bien, de acuerdo con autores
como T. C. Moody28, G. Pitcher29 o J. L. Prades y V. Sanfélix30, sería incorrecto
decir que «el factor unificador» del pensamiento de Wittgenstein es una concepción
estrictamente terapéutica de la filosofía. Es cierto que la ansiedad filosófica se eli-
minaba, dentro del contexto del Tractatus, gracias al silencioso reconocimiento de
eso que no se puede decir, mientras que en las Investigaciones filosóficas el reme-
dio pasa por la ruidosa reiteración de aquello que se puede decir fácilmente; pero en
opinión de los autores citados, sería excesivo restringir el quehacer filosófico al
mero alivio de nuestras mentes. De todas formas, esto no debería hacernos olvidar
la importancia que Wittgenstein concede al desenmascaramiento de las imágenes
que entorpecen nuestro entendimiento: no en vano, la única opción que concede
Wittgenstein respecto a los problemas filosóficos es elegir entre resolverlos cam-
biando el propio punto de vista y con ello la vieja manera de pensar, o tomar esos
problemas como insolubles31.
Si recordamos la distinción que Williams establece entre la diagnosis teórica y
la terapéutica, y si además admitimos el carácter terapéutico del proceder filosófi-
co que Wittgenstein desarrolla en su obra tardía32, deberíamos concluir que el pen-
sador austriaco no pretendía defender tesis o teoría alguna. Sin embargo, muchos
autores han hecho caso omiso de la primacía que Wittgenstein otorgó al mirar sobre
el pensar, tal y como se expresa en su famosa exclamación «¡No pienses, sino
mira!»33. Por citar sólo a algunos de estos autores, A. J. Ayer escribía a mediados
25 Wittgenstein 1985, op. cit. (nota 3), §461, p. 85.
26 A tenor de lo dicho, en el proceder filosófico de Wittgenstein, que pretende traer paz a nuestros pen-
samientos, se advierten ciertas connotaciones pirrónicas.
27 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §133, p. 133.
28 Moody, T.C., «El progreso en filosofía», Diálogo filosófico, 12 (1988), pp. 273-293.
29 Pitcher, G., The Philosophy of Wittgenstein, New Jersey, Prentice-Hall, 1964, p. 324.
30 Prades, J.L. y Sanfélix, V., Wittgenstein: mundo y lenguaje, Madrid, Cincel, 1992, p. 22.
31 Wittgenstein, L., Últimos escritos sobre filosofía de la psicología, vol. II, Madrid, Tecnos, 1996, p.
117.
32 Lo cual ni mucho menos implica aceptar que el factor unificador de la obra de Wittgenstein sea una
concepción estrictamente terapéutica de la filosofía.
33 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §66, p. 87.
25 Escritura e imagen
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de los ochenta que, a esas alturas, ya debería ser obvio que la obra de Wittgenstein
estaba saturada de crítica y de teoría. A juicio de Ayer, era una táctica recurrente de
Wittgenstein proclamar que se limitaba a describir diversas prácticas sin criticarlas
o teorizar sobre ellas, de ahí que su obra esté formada por teorías difíciles de cap-
tar porque en lugar de argumentarse sistemáticamente, se insinúan con multitud de
felices ejemplos34. D. Armstrong, por su parte, señaló que desde que salió a la luz
la obra de Wittgenstein se puso de moda defender que la filosofía no procede de teo-
ría alguna. Armstrong opina que, si se piensa con cierto rigor sobre tópicos filosó-
ficos, es imposible mantenerse totalmente ajeno a cualquier tipo de teorías, de modo
que aquellos filósofos que se declaren al margen de todo afán teorizante estarían
movidos, en realidad, por teorías oscuras y defectuosamente formuladas que esca-
pan a cualquier crítica o corrección35. Por si esto fuera poco, A. Naess apunta que
el mismo rechazo de las generalizaciones en forma de hipótesis, teorías y secuen-
cias argumentales como totalmente innecesarias e inapropiadas es una tesis central
de Wittgenstein36, paradoja en la que abundó R. Bambrough al considerar que la
negación de una tesis es otra tesis. Pues si bien se puede rechazar una teoría sin afir-
mar otra alternativa, el rechazo de una teoría, como el rechazo de una tesis, supone
la adopción de una tesis: y como Wittgenstein rechaza todas las teorías y muchas
tesis, no se puede consentir su opinión filosófica según la cual él no mantiene opi-
niones en filosofía37. ¿Qué se puede decir ante objeciones aparentemente tan sóli-
das como éstas?
A mi modo de ver, la respuesta a las objeciones que acabo de señalar pasa por
aclarar qué quería decir Wittgenstein cuando advirtió que nunca se podría discutir
tesis en filosofía, pues todos estarían de acuerdo con ellas38. Personalmente, creo
que Wittgenstein no niega, al expresarse en estos términos, que existan teorías o
explicaciones genuinas, y ni mucho menos rechaza que se puedan avanzar tesis. Lo
único que hace es advertir de la confusión que surge cuando las teorías científicas
se desvinculan del escenario científico para ser presentadas como «explicaciones
filosóficas». O dicho de otro modo, se trata de hacer frente al efecto hipnótico que
encierran palabras como «ciencia» y «teoría». Al entender la filosofía como una
tarea dirigida a aclarar las confusiones conceptuales en que incurrimos al hacer uso
del lenguaje, Wittgenstein daba por hecho que lo más que podía hacer el filósofo era
recordarnos nuestro uso habitual del lenguaje: y si partimos de que todos somos
usuarios competentes del lenguaje, lo normal es que, a la hora de describir cómo uti-
34 Ayer, A.J.,Wittgenstein, Barcelona, Crítica, 1986, p. 108.
35 Armstrong, D., A Materialist Theory of the Mind, London, Routledge and Kegan Paul, 1968, p. 14.
36 Naess, A., Four Modern Philosophers. Carnap, Wittgenstein, Heidegger, Sartre, Chicago, The
University of Chicago Press, 1968, p. 142.
37 Bambrough, R., «How to Read Wittgenstein», Royal Institute of Philosophy Lectures, 7 (1972/3),
pp. 117-132.
38 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §128, p. 131.
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39 Pleasants, N., Wittgenstein and the idea of a critical social theory, London & New York, Routledge,
1999, p. 24.
40 Cfr. Wittgenstein 1996, op. cit. (nota 11), §4, p. 31.
41 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §424, p. 305.
42 Hacker, P.M.S., Wittgenstein: Meaning and Mind. Part II: Exegesis §§243-427, Oxford, Blackwell,
1997, p. 307.
43 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §425, p. 305-307.
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Tract. log. phil. (4.5): «La forma general de la proposición es: las cosas se comportan
de tal y tal modo».–Ésta es una proposición del tipo de las que uno se repite innumera-
bles veces. Se cree seguir una y otra vez la naturaleza y se va sólo a lo largo de la forma
por medio de la cual la examinamos.46
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diano. Uno de los principales reproches que hace Wittgenstein a Freud es que, pese
al afán de éste por llevar a cabo una labor eminentemente científica, su actitud está
más próxima a la del filósofo que a la del científico. Con su manera de proceder,
Freud parece dar por supuesto que basta con analizar unos pocos casos –o a veces
incluso uno solo– para acceder al conocimiento de algún aspecto que subyace a una
multitud de casos, aun cuando éstos sean sumamente diferentes entre sí. De este
modo, Freud pretendía descubrir el nexo común a una totalidad de casos: algo que,
si se sacara a la luz, nos permitiría ofrecer una explicación indiscutible del fenóme-
no en cuestión. Se trataría de la explicación por excelencia, la explicación última e
irrebatible, pues habría sido derivada a partir de la esencia misma de los fenóme-
nos. Inspirándose en Goethe, Wittgenstein caracteriza esa esencia apoyándose en el
término «proto-fenómeno» (Urphänomen), expresión que define como «una idea
preconcebida que se apodera de nosotros».48 De hecho, en ese mismo párrafo
Wittgenstein pone como ejemplo de proto-fenómeno «lo que Freud creía haber
reconocido en los simples sueños que satisfacen deseos». El uso del verbo «recono-
cer» (erkennen) en este caso es revelador. Freud partía de un presupuesto que con-
dicionaba su investigación: concretamente, Freud partía de la existencia de una ley
elemental que debería reflejar la esencia del sueño. En palabras de Wittgenstein:
Él quería encontrar una única explicación que mostrara qué es soñar. Quería encontrar
la esencia del sueño. Y hubiera rechazado cualquier propuesta que sólo fuera parcial-
mente correcta. Tener razón en parte hubiera significado para él estar completamente
equivocado, no haber descubierto realmente la esencia del sueño.49
Dicho de otro modo, Freud buscaba una explicación global y aplicable a todos
los sueños sin excepción. Ahora bien, para hallar dicha explicación no creyó conve-
niente analizar sueños de muchas clases distintas, pues la esencia que buscaba debía
hallarse –por definición– en cada uno de nuestros sueños. Por tanto, su estrategia
consistió en tomar unos cuantos sueños y buscar en ellos la esencia de todos los sue-
ños. Semejante actitud, como dije anteriormente, parece más propia del filósofo que
del científico, cuyo cometido consiste en partir de hipótesis que posteriormente
somete al método experimental. Freud, en cambio, no trata sus hipótesis –por ejem-
plo, aquella según la cual el sueño es una realización alucinatoria de deseos– como
si fueran empíricamente verificables: al derivarse de la esencia del fenómeno, no
importa que la evidencia empírica contradiga la hipótesis en cuestión. En lugar de
someter sus hipótesis a prueba, Freud habla directamente de «teorías». Y cuando los
hechos no concuerden con la teoría de turno, Freud presentará esa evidencia como
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50 Ibidem, p. 119.
51 Obra, dicho sea de paso, que Wittgenstein conocía muy bien.
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el propio James describe al comienzo mismo de su obra como «la Ciencia de la Vida
Mental, tanto en sus fenómenos como en sus condiciones»52. En el apartado citado,
James introduce la idea de un lenguaje psicológico ideal que constituiría un voca-
bulario especial para hechos subjetivos. Este lenguaje no tendría conexión alguna
con el mundo objetivo, pero permitiría nombrar los distintos estados subjetivos que
se le revelan al sujeto a través de la introspección. Al partir de que la esencia de los
estados y procesos a los que se refieren nuestras expresiones psicológicas se cono-
ce por medio de la introspección, James cree que un lenguaje psicológico puro no
sólo estaría completamente libre de cualquier referencia objetiva, sino que además
permitiría que las palabras estuvieran directamente vinculadas con todo aquello que
descubrimos gracias a la introspección. En este punto, James se lamenta por parti-
da doble. Por un lado, se lamenta de que el lenguaje haya sido elaborado por indi-
viduos que no eran psicólogos; y por otro lado, advierte que hoy en día la mayoría
de la gente emplea casi exclusivamente el vocabulario de las cosas externas. Esto
provoca, por ejemplo, que aunque las cualidades elementales de la sensación son
susceptibles de utilizarse en sentido tanto objetivo como subjetivo –pues represen-
tan cualidades externas y los sentimientos que despiertan–, lo cierto es que el sen-
tido original es el objetivo. Como consecuencia de ello, todavía tenemos que des-
cribir muchas sensaciones por el nombre de los objetos en los cuales se presentaron
con mayor frecuencia: así, hablamos de un color naranja, un olor a violetas, un
sabor a queso, etc. Uno de los problemas que denuncia James es que la objetividad
de nuestro lenguaje psicológico ordinario puede hacer que incorporemos a la esen-
cia de cierto estado mental algo más de lo que la mera introspección de ese estado
podría justificar. Pero el principal problema, según James, es que nuestro lenguaje
psicológico ordinario nos lleva a pasar por alto fenómenos psicológicos para los
cuales no tiene nombre o palabras que los designen. Y a esto habría que añadir que
nuestro lenguaje impone un orden y una estructura en estos fenómenos que real-
mente no poseen. Según James, los errores en el ámbito de la Psicología se evitarí-
an si contáramos con un lenguaje de subjetividad puro que además de carecer de
cualquier conexión con el mundo objetivo, estuviera formado por términos que se
definieran única y exclusivamente en base a la introspección53.
James no se plantea en ningún momento si este lenguaje puro de subjetividad
podría ser entendido por alguna persona distinta de la que habla. No obstante, pien-
so que los comentarios de James se pueden tomar como punto de partida para abor-
dar la cuestión en torno a la que giran las observaciones de Wittgenstein sobre la
posibilidad de un lenguaje privado. Lo que incita a James a postular un lenguaje psi-
cológico ideal es el presupuesto de que aprehendemos la esencia de nuestros esta-
dos psicológicos a través de la introspección. Al fin y al cabo, la esencia de los fenó-
52 James, W., Principios de psicología, México, FCE, 1994, p. 5.
53 Ibidem, pp. 159-161.
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Las palabras de este lenguaje deben referirse a lo que sólo puede ser conocido por el
hablante, a sus sensaciones inmediatas, privadas. Otro no puede, por tanto, entender este
lenguaje.57
Como cada sujeto sólo tiene acceso a sus propias sensaciones58, nadie puede
enseñarle a asociar cada término psicológico con su correspondiente referente: de
ahí que deba ser el propio sujeto el que establezca, por medio de una definición
ostensiva privada, la conexión entre el nombre y la sensación. En el lenguaje ordi-
nario, la conexión tiene lugar entre el nombre y las expresiones naturales de la sen-
sación (natürliche Empfindungsäußerungen) como son los lamentos, gestos, etc.
Pero si se trata de un lenguaje privado, la conexión ha de ser privada, es decir, ten-
dría que ser establecida independientemente de las expresiones naturales de la sen-
sación: pues al ser estas expresiones públicamente observables, cualquier otra per-
sona podría entender el lenguaje, por lo que éste dejaría de ser privado59.
Wittgenstein pone el siguiente ejemplo para mostrar en qué consistiría conectar el
nombre y la sensación a través de una definición ostensiva privada, es decir, dejan-
do al margen las expresiones naturales:
Imaginémonos este caso. Quiero llevar un diario sobre la repetición de una determina-
da sensación. Con ese fin la asocio con el signo «S» y en un calendario escribo este
signo por cada día que tengo la sensación. –En primer lugar observaré que no puede for-
mularse una definición del signo. –¡Pero aún puedo darme a mí mismo una especie de
definición ostensiva! –¿Cómo?, ¿puedo señalar la sensación? –No en el sentido ordina-
rio. Pero hablo, o anoto el signo, y a la vez concentro mi atención en la sensación –como
si la señalase internamente.60
significan, salvo las ideas que están en la mente de quien las usa […] Aquello, pues, de que las pala-
bras son signos, son las ideas del que habla; ni tampoco puede nadie aplicarlas, como señales, de un
modo inmediato a ninguna otra cosa, salvo a las ideas que él mismo tiene.» Locke, J., Ensayo sobre
el entendimiento humano, México, FCE, 1994, p. 394.
57 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §243, p. 219.
58 En la entrada 243, que acabo de citar, Wittgenstein habla sólo de «sensaciones» (Empfindungen);
pero en realidad se refiere a la totalidad de los fenómenos mentales: sentimientos, emociones, pensa-
mientos, intenciones, etc.
59 Cfr. Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §256, p. 225.
60 Ibidem, §258, p. 227.
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Para que un lenguaje privado no pueda ser comprendido por otra persona que
no sea su usuario, es necesario que el signo no pueda ser definido verbalmente; por
tanto, el usuario ha de ser capaz de entender la palabra aunque no tenga la posibili-
dad de explicar su significado a otra persona. Al no poder formularse una definición
verbal del signo, el autor del diario privado sólo puede efectuar la conexión entre el
signo y la sensación a través de una definición ostensiva, que en este caso concreto
consistiría en señalar la sensación mentalmente. Sin embargo, la definición ostensi-
va sólo explica el significado de la palabra cuando ya está claro qué papel desem-
peña la palabra en el lenguaje –léase, naturalmente, el lenguaje ordinario–. Por eso
indica Wittgenstein que el hecho de imprimirse uno mismo la conexión del signo
con la sensación no es más que una «ceremonia» que nada aporta a la dotación de
significado:
«Me la imprimo», no obstante, sólo puede querer decir: este proceso hace que yo me
acuerde en el futuro de la conexión correcta. Pero en nuestro caso yo no tengo criterio
alguno de corrección. Se querría decir aquí: es correcto lo que en cualquier caso me
parezca correcto. Y esto sólo quiere decir que aquí no puede hablarse de «correcto».61
61 Ibidem.
62 De hecho, Wittgenstein afirma de forma explícita que nunca podremos obtener una definición a par-
tir de la introspección. Véase Wittgenstein, L., Observaciones sobre la filosofía de la psicología, vol.
I, México, UNAM, 1997, § 212, p. 43.
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Imaginémonos una tabla que existiese sólo en nuestra imaginación; algo así como un
diccionario. Mediante un diccionario se puede justificar la traducción de una palabra X
por una palabra Y. ¿Pero debemos también decir que se trata de una justificación cuan-
do esta tabla sólo se consulta en la imaginación? –«Bueno, entonces es precisamente
una justificación subjetiva.» –Pero la justificación consiste, por cierto, en apelar a una
instancia independiente. –«Pero seguramente que yo puedo también apelar de un
recuerdo a otro. Yo no sé (por ejemplo) si he retenido correctamente la hora de salida
del tren, y para controlarla hago memoria de la figura de la página del horario de trenes.
¿No tenemos aquí el mismo caso?» –No; pues este proceso tiene que provocar realmen-
te el recuerdo correcto. Si la figura mental del horario de trenes no pudiera comprobar-
se ella misma en cuanto a su corrección, ¿cómo podría confirmar la corrección del pri-
mer recuerdo? (Como si alguien comprase varios ejemplares del periódico de hoy para
cerciorarse de la verdad de lo escrito.)63
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Bien, ¡uno cualquiera me dice que él sabe lo que es dolor sólo por su propio caso!
–Supongamos que cada uno tuviera una caja y dentro hubiera algo que llamamos «esca-
rabajo». Nadie puede mirar en la caja de otro; y cada uno dice que él sabe lo que es un
escarabajo sólo por la vista de su escarabajo. –Aquí podría muy bien ser que cada uno
tuviese una cosa distinta en su caja. Sí, se podría imaginar que una cosa así cambiase
continuamente. –¿Pero y si ahora la palabra «escarabajo» de estas personas tuviese un
uso? –Entonces no sería el de la designación de una cosa. La cosa que hay en la caja no
pertenece en absoluto al juego de lenguaje; ni siquiera como un algo: pues la caja podría
incluso estar vacía. –No, se puede «cortar por lo sano» por la cosa que hay en la caja;
se neutraliza, sea lo que fuere.
Es decir: si se construye la gramática de la expresión de la sensación según el modelo
de «objeto y designación», entonces el objeto cae fuera de consideración por irrelevan-
te.64
En este caso concreto, Wittgenstein plantea una situación en la que cabe distin-
guir, por un lado, el acto que cada individuo lleva a cabo al mirar dentro de su caja
y decir «Esto es un “escarabajo”», y por otro lado, un juego de lenguaje en el que
la palabra «escarabajo» tiene ya un uso estable. Lo que Wittgenstein pretende hacer-
nos ver es que entre estas dos cosas no existe conexión alguna. Ciertamente, da
igual qué descubre cada individuo cuando abre su caja: dicha ceremonia es innece-
saria cuando se trata de enseñar, aprender o participar en el juego de lenguaje en
cuestión, por lo que se trata de una ceremonia totalmente independiente del signifi-
cado que la palabra «escarabajo» tiene en el juego de lenguaje. De esto se despren-
de que, si realmente podemos comunicarnos, es porque el objeto privado cae fuera
de consideración por irrelevante; pero si el objeto privado entra en escena, la comu-
nicación resulta imposible. Así pues, Wittgenstein no niega que las sensaciones se
puedan nombrar, ya que en el lenguaje ordinario usamos términos públicos para
referirnos a las sensaciones: lo que niega es que las sensaciones se puedan nombrar
en un lenguaje privado.
La breve exposición que acabo de ofrecer no da cuenta, ni mucho menos pre-
tende hacerlo, de todos los comentarios que Wittgenstein formuló en relación con
la cuestión del lenguaje privado. Pero tener en cuenta esta breve exposición debe-
ría bastar para que no nos extrañe en demasía que la mayoría de los comentaristas
de la obra de Wittgenstein haya afirmado, de forma tajante, que el pensador vienés
negó que pudiera existir un lenguaje privado65. Sin embargo, ninguno de ellos ha
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66 Hablo sólo de «intentar» porque la riqueza de las observaciones de Wittgenstein es tal, que difícil-
mente podría ser condensada en una tesis.
67 Ver nota 15.
68 Cordua, C., Wittgenstein. Reorientación de la filosofía, Santiago de Chile, Dolmen, 1997, p. 77.
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Los problemas que surgen de una malinterpretación de nuestras formas lingüísticas tie-
nen el carácter de lo profundo. Son profundas inquietudes; se enraízan tan profunda-
mente en nosotros como las formas de nuestro lenguaje (…).69
Al final del segundo capítulo recordé que Wittgenstein propuso, como ejemplo
de buena imagen, un dibujo a escala reducida que ilustraba cómo se hallaba coloca-
do cierto mecanismo dentro de una caja. La imagen del mecanismo era buena, entre
otras cosas, porque se refería a un mecanismo físico oculto dentro de una caja. Es
cierto que, a veces, nos parece que las imágenes que ilustran mecanismos en los
manuales de instrucciones son complejas o poco claras. Pero en principio, todos
sabemos cómo se aplican este tipo de imágenes. Si abriéramos la caja en la que se
encuentra el mecanismo, hallaríamos que las formas de sus componentes correspon-
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«¡Sí; pero con todo ahí hay un algo (ein Etwas) que acompaña mi exclamación de dolor!
Y a causa de lo cual la hago. Y ese algo (dieses Etwas) es lo que es importante –y terri-
ble.»74
Este «Etwas», este «algo» con el que estamos todos tan familiarizados, es el
objeto privado. Estamos tentados a afirmar con toda rotundidad que nuestro acceso
73 Naturalmente, con esto no quiero decir que Freud fuera el primero en usar el término «inconscien-
te». El jurista escocés Henry Home Kames ya introdujo este término en la lengua inglesa en 1751, y
posteriormente, en la época romántica, se popularizó en Alemania.
74 Wittgenstein 1988, op. cit. (nota 2), §296, p. 247.
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al mismo constituye nuestra experiencia íntima del dolor. Pero precisamente porque
se trata de una experiencia privada e intransferible, pues nadie puede sentir nuestro
dolor, el objeto privado no puede ser el referente del término público «dolor».
Ahora bien, ¿realmente estamos preparados para asumir esta idea con todas sus con-
secuencias? ¿Estamos preparados para asumir que, al ser el lenguaje público u ordi-
nario el ámbito en que se desarrollan las posibilidades que el individuo tiene de
expresarse, los límites de su expresión lingüística son los límites de su vida inter-
na? ¿Acaso no será difícil admitir, cuando suframos un fuerte dolor de muelas, que
los límites de nuestra vida interna no son otros que los límites de la expresión lin-
güística? Ésta es la principal lucha que hemos de librar con las imágenes: más aún
que el hecho de localizarlas y someterlas a análisis, la gran dificultad reside en asi-
milar las consecuencias que conlleva liberarnos de su tiranía. Cuando nos quejamos
de que nos duelen las muelas, no puntualizamos que hay «algo» más que la mera
exclamación de dolor: un «algo» que, además, causa la exclamación. Nuestro juego
de lenguaje relacionado con las expresiones de dolor no incluye ese tipo de puntua-
lizaciones. Sin embargo, Wittgenstein advierte que el «algo» es lo importante y
terrible. Importante porque desechar el objeto privado es un requisito imprescindi-
ble para el desarrollo de un lenguaje público. Pero terrible porque desprenderse de
la idea del objeto privado se puede tomar como la renuncia a nuestra interioridad, a
nuestra vida mental. Lo difícil es convencernos de que no tenemos nada que temer.
Lo difícil es asimilar que nuestra interioridad, por mucho que nos cueste creerlo, se
halla a salvo en el lugar más seguro: el lenguaje.
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