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1 Millonarios Italianos-Trato Cerrado

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TRATO CERRADO

Katia Garmendia
© Todos los derechos reservados Katia Garmendia 2018

Esta es una obra de ficción, cualquier parecido con la realidad es mera


casualidad.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso expreso
y por escrito de la autora.
ÍNDICE
Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Próximamente
CAPÍTULO 1

Máximo

—Otro trato que se va a la mierda —me quejo al tirar el contrato sin firmar
sobre la mesa en la que hasta hace un rato estuvimos reunidos, Dante,

Fabrizio y yo, con el dueño de una importante empresa hotelera que


pretendíamos comprar—. El gilipollas de Arnaud nos ha ganado otro cliente

con el cuento ese del gran hombre de familia. El cabrón ni siquiera tiene una.

—Todavía —agrega Dante desde el otro lado, recostado


cómodamente en la silla—. Pero ya pavonea a su prometida como si fuera un

premio.

—Estamos perdiendo dinero —suma Fabrizio—. O, al menos, no lo


estamos generando, lo que en mis libros es una pérdida. Algo necesitamos

hacer y debemos hacerlo de inmediato.

—Yo tengo una idea —dice Dante, volteamos a verlo interesados.

Esto necesita ser algo bueno, lo suficiente para seguir cerrando tratos de

esos que nos gustan. Porque a los tres nos interesa seguir teniendo la cuenta
en el banco con un balance de siete u ocho cifras.

¿A quién no?
¿A quién no le gustan las vacaciones en un yate en el Mediterráneo

bebiendo buen vino en compañía de hermosas mujeres?

Nadie se atrevería a negarlo.

Mucho menos un hombre como yo. Mi nombre es Máximo Ferrara, me

encanta el dinero y pasarlo bien. A eso he dedicado mi vida, a trabajar duro

para poder rodearme de lujos y comprar lo mejor de lo mejor.

He sido afortunado al contar con la compañía de mis dos mejores

amigos que también son mis socios. Los tres figuramos en la lista de los

millonarios más jóvenes del planeta. Y muy pronto seremos billonarios.

De nuestra cuenta corre que sí.

Ni siquiera el gilipollas del francesito ese se nos va a interponer en el

camino.

Si hubiera que pagar un precio… nada en esta vida es gratis.

—Estoy seguro que la flacucha esa que se pavonea del brazo de

Arnaud no es más que una escort bien pagada. Una chica de esas que rentas

por una buena cantidad. Y que en cuanto deje de servirle para sus intereses,

pasará a lo siguiente.

— ¿Estáis sugiriendo que hagamos lo mismo que él? —Le pregunto

levantando las cejas—. Me parece un truco bastante sucio y no estamos tan

desesperados.
Él se ríe arreglándose la costosa corbata de seda que lleva atada al

cuello.

—Mi sugerencia es que hagamos algo más contundente y, por

consiguiente, también más permanente.

—¿De qué coño estás hablando? —Es el turno de Fabrizio de

preguntar.

—Uno de los tres se va a conseguir una esposa, entonces estaremos un


paso por delante del pendejo ese.

—Si se puede saber, ¿dónde vamos a conseguir una esposa adecuada?

—Le digo burlándome, la idea es bastante descabellada—. ¿Sugerís que la


compre o la alquilemos? ¿Una para los tres o cada quien la suya?

—Callad, callad —se ríe Fabrizio—. Van a ser como las estampitas

de los álbumes. Intercambiables, Joder, Dante. Sabía que estabas chiflado,

no qué tanto.

—Tío ve al médico a que te revisen la azotea.

—A callar los dos —ordena levantándose de la silla, golpeando la

mesa con ambos puños cerrados—. Hay que conocer bien el mundo si lo que

queréis es conquistarle. La información es la llave que abre todas las

puertas, amigos míos. Y yo poseo la información que necesitamos en estos

momentos.
—¡Habla ya! —dice Fabrizio y volvemos a acomodarnos en la mesa

de juntas, esta vez tomamos nuestros lugares muy cerca, porque seguramente

aquí vamos a compartir más de una confidencia.

—Hay un lugar cerca de Boston, un instituto para señoritas cuyos

padres están desesperados por dinero. Ahí vas y, tras leer un expediente y
ver a las chicas en una exhibición, eliges a la que quieras, pagas el precio y

ya está, tienes una prometida. Eso sí, tienes que casarte en un plazo no mayor

a treinta días.

—No me jodas —me quejo negándome siquiera a considerar ese

disparate—. Puedo doblar la ley a mi favor cuando sea necesario, pero en

líos de trata de blancas me niego a meterme, joder, Dante. Que es un

disparate.

—Todo es perfectamente legal y las chicas en ese lugar están de

acuerdo con el intercambio, como les dije antes, han sido criadas en ese

estilo de vida y saben lo que se espera de ellas.

—Una esposa florero —agrega Fabrizio.

—Exactamente —concede Dante—. Una esposa educada,

complaciente, buena en la cama y fértil, por si lo que queréis es procrear


descendencia.
—Y el que va a echarse la soga al cuello vas a ser tú, so cabrón —le

digo, señalándole con el dedo—. Ni creas que me vas a ver pasar por la

vicaría. Si algún día decido casarme, va a ser con la que yo elija y no

precisamente por catálogo. Eso es un disparate.

—La empresa es de los tres y entre los tres vamos a decidir a quién le

toca casarse —sugiere Dante—. Tú deberías hacerlo, Max, al cabo eres el

mayor.

—Pues va a ser que no —enseguida protesto—. Ni estando hasta

arriba de coca me vais a convencer.

—Pues nos lo vamos a sortear —afirma Dante—. Y los dos que no

tengan que casarse, pagaremos por el trato, es lo justo, ¿Qué no? Al fin y al
cabo los tres saldremos beneficiados de todo esto.

—No veo en qué puede beneficiarnos eso del matrimonio, al final

puede salir hasta más caro el chistecito.

—Para eso existen los contratos prematrimoniales —asegura el

imbécil de Dante, como si ya tuviera todo fríamente calculado—. Y ya está.

Vamos a meter nuestros nombres en un generador automático y sabremos

quién es la víctima, que digo, el futuro novio.

—Joder, no puedo creer que vayamos a cometer semejante disparate

—me quejo.
La situación va pasando de castaño a oscuro. No me jodas.

—Espero que si me toca, al menos la tía esté muy buena y sepa

moverse en el catre —comenta Fabrizio mientras juguetea con su celular—,


si voy a tener que mantenerla, al menos ella tiene que esmerarse en tenerme

contento.

—¿Estáis dentro entonces? —Le pregunta Dante levantando las cejas.

—Dentro —responde él.

—Es una decisión tomada dos a uno, Max, vamos a hacer esto sí o sí.

***

Cinco minutos más tarde estoy echando madres, no puede ser, que el

que se tiene que casar soy yo. Y ni ganitas tengo, para ser franco. ¿Quién

diablos se casa en estos días? Nadie. Menos cuando sobran mujeres bien

dispuestas a abrirse de piernas y darse un buen revolcón.

A un tío con suerte como yo, buen mozo y con la cartera bien llena,

nunca le faltan prospectos. Vamos, estamos en la ciudad que nunca duerme,

Nueva York. Y aquí el menú es amplio, hay un abanico de bellezas que

cambia día a día y del que se puede elegir.


No un catálogo de furcias de una tal señorita Rivas con la que el

imbécil de Dante está concertando una cita para mañana mismo.

—Al mal paso darle prisa —dijo antes de ocuparse haciendo las

llamadas respectivas.

—Como no eres tú quien tiene que caminar al cadalso, pedazo de


gilipollas.

—Llámame como quieras, pero de que te casas antes de un mes, te

casas.

Y así las cosas, esta misma noche, valijas en mano, los tres nos

metemos en el jet con rumbo a Boston, para elegir la que va a convertirse en


la futura señora Ferrara.

¡Joder!
CAPÍTULO 2

Alessandra

Estoy aquí, en un avión volando a treinta mil pies de altura camino a Italia en

compañía de mis tres mejores amigas y todavía no puedo creérmelo.

—Alexa, aterriza —grita Marianne, una de mis amigas.

—¿Eh, ya vamos a aterrizar? —Mi respuesta la hace poner los ojos en


blanco.

—Como siempre, con la cabeza en las nubes.

—Bueno, esta vez tengo excusa—me quejo y ella levanta una de sus

cejas rojizas, de ese tono tan peculiar iguales a su cabello— estamos en


pleno vuelo, por si no te has dado cuenta.

—¿No te has arrepentido aún? —Esta vez es mi morenaza, Naomi,

quien habla, poniendo una de sus delicadas manos sobre mi brazo.

—No, este es un trato cerrado. No puedo hacerles eso a mis padres,


ellos ya han recibido buena parte del dinero y, por lo que se ve en las fotos,

mi futuro esposo no está tan mal.

—Pero es que puede ser un loco psicópata —grita Rachel, quien está
en la butaca más alejada. Las cuatro vamos volando en el jet privado que
Máximo Ferrara, mi futuro esposo, destinó para nuestro transporte.

Al cerrar el trato con mi familia, él preguntó si podía conceder algún

deseo para hacerme feliz en el que sería el día más especial de mi vida, yo

dije que me gustaría tener a mis tres amigas conmigo. Y así de fácil, una
semana después aquí estamos. En algún lugar sobre el Atlántico, volando con

destino a Italia.

Desde los doce años mis padres me llevaron a la escuela para


señoritas en donde terminé mis estudios y conocí a mis amigas, un lugar

austero pero bastante agradable ubicado a las afueras de Boston, al norte de

los Estados Unidos. Al graduarme del instituto y cumplir la mayoría de edad,

descubrí también que esa no era una escuela como cualquier otra. Padres de

buena familia, pero en situación económica desesperada, mandan ahí a sus

hijas con la esperanza de que consigan un marido rico que los saque de su

situación. En pocas palabras, quien manda ahí a su retoño lo hace con la idea
de venderles más tarde, cuando estén en edad para ello.

¿Cómo me siento al respecto? Hace mucho dejé de torturarme con eso,

esta es la vida para la que fui educada. ¿Crees que es medieval? Muchas
cosas en este mundo lo son y nadie dice nada, así que dar mi vida para

procurarles a mis padres una buena vejez, es lo mejor que puedo hacer.

No puede ser tan malo.


Estuve buscando en internet toda la información que pude recabar

sobre mi futuro marido y no encontré nada que hiciera sonar las campanas en

mi cabeza. Es un brillante hombre de negocios que, junto a sus dos mejores

amigos, ha forjado un imperio.

Eso sin contar con que es guapísimo. Ahí está el verdadero peligro,

porque si me llega a gustar más de lo debido, puedo encontrarme en serios

problemas.

Y es que esa mata de cabello negro y esos ojazos aceitunados pueden

ser un arma letal para la libido de cualquier chica. Deja tú una de veinte

años que no ha tenido sexo en su vida y que las historias que lee en sus ratos

libres la dejan con ganas de algo de atención masculina.

Sí, me es permitido leer todo lo que yo quiera. De hecho, la señorita

Rivas, la dueña, considera que es una buena manera de que las alumnas

aprendan qué les puede llegar a gustar a sus futuros prospectos. Ser sumisa

en la cama, cocinar bien, mantenerse en forma y de punta en blanco todo el

tiempo.

Así que sí, leer estaba permitido.

Ahora mismo llevo mi lector entre manos. Aunque he sido incapaz de

pasar una sola página.

Es imposible que lo haga.


—No —se burla Marianne de nuevo— ella no va con la cabeza en las

nubes.

—Ya déjala en paz —me rescata Naomi—, no todos los días viaja

uno a conocer al hombre con quien compartirá cama el resto de sus días.

—Si es que llega a hacerlo —suelta Rachel—, ¿se imaginan que sea

un maricón de esos que solo quiere una mujer para aparentar que puede?

—Ahora eres homofóbica —contesto, tratando de desviar la atención

de mi persona.

—Por supuesto que no lo soy, saben bien que adoro a Juanito.

Juanito es el chico que en la escuela se encargaba de enseñarnos a

mantenernos siempre pulcras, el cuidado de nuestra piel, de nuestro cabello,

como vestirnos acorde a nuestra figura. Cabe decir, que también gay y

encantador.

Todo el mundo adora a Juanito. Bien ganado se lo tiene.

—Chicas, sé que estáis preocupadas por mí, que quieren ayudarme.


Pero creedme cuando les digo que no lo estáis haciendo, si de verdad

queréis apoyarme, manteneos en silencio. Ya bien liada estoy con mis

propios pensamientos.

—Vas a estar bien —Marianne, mi pelirroja maravilla, me toma de las

manos, estirando los brazos sobre la mesilla que separa las butacas—, y si
alguien se merece ser feliz, esa eres tú.

Para mi fortuna, la voz del piloto, anunciando que estamos cerca de

aterrizar, interrumpe la retahíla. Aquí vamos. Cada vez más cerca de nuestro

destino.

Nada más llegar al aeropuerto, la sobrecargo nos informa que un

chofer uniformado estará esperando por nosotras. Lo que no me imaginé es

ver un monovolumen Mercedes negro, estacionado ahí, esperándonos al pie


del avión, en plena pista.

Y yo que había creído toda mi vida que a los italianos les iban esos

carritos tipo lata de sardinas en los que tiene que enrollarse uno como

regaliz para lograr meterse dentro.

Al subirnos y acomodarnos, Rachel silba cual camionero.

—Parece que alguien está interesado en impresionar a cierta damita

por aquí, esto es bastante lujoso.

Y lo cierto es que lo es. Amplias sillas de suave cuero negro están

esperando por nosotras, no importa que sea invierno y que el clima afuera

esté bastante fresquito. Han sido climatizadas y en medio de las butacas hay

bebidas y una caja de pastelería que huele divino.

—Y lo está consiguiendo —chilla Marianne, emocionada—, Alexa, si

tú no quieres casarte con él, yo lo hago encantada.


Una vez todo mundo se ha acomodado y el equipaje ha sido bien

asegurado emprendemos nuestro camino a algún lugar de la Toscana, es toda

la información que tengo. Mis padres llegarán un poco más tarde, justo para

la boda. A mí se me ha concedido algo de tiempo para descansar y

prepararme.

Más de nueve horas de vuelo hacen estragos en cualquiera y yo no soy

de hule.

—Señorita Dahl —el chofer me llama—, desde aquí es un poco más

de una hora de camino hasta la villa. Descanse un poco, el señor Ferrara la

está esperando ansioso.

Le doy las gracias en un murmullo. Esperando ansioso. Ojalá pudiera

decir lo mismo, esto que tengo en la barriga no son ansias, son nervios de los

de verdad.

Espero que no me den calambres.

El paisaje a nuestro alrededor es bastante bonito y vamos tan bien

acomodadas, que el camino se nos hace ameno. Rachel va peleando con

Naomi y Marianne va muy entretenida tomando fotos de cualquier cosa que


se cruza en nuestro camino. Me sorprendería que al final del viaje quede

algo de memoria libre en la tarjetilla que le ha comprado a su cámara digital.


Mi mente se debate entre la obediencia y el cariño que les debo a mis

padres, ellos no son malas personas, a pesar de todo. Han sido cariñosos y,

bueno, soy su única hija. Sin embargo, el hecho de que me estén vendiendo

como si fuera una vaca, realmente me indigna, tal vez el tal Máximo espere

que yo baje la cabeza y diga que sí a todo lo que se le venga en gana. ¿Y si

le gusta golpear mujeres por deporte?

El sólo pensamiento de que un hombre que no conozco va a ser mi

marido en unas cuantas horas. Un hombre que no conozco y que no he


elegido. Un hombre que va a…

Bueno, a hacerme todo lo que un hombre le hace a su esposa.

Me sonrojo hasta las raíces del cabello con ese pensamiento. Soy

virgen, sí, pero bien que sé lo que va a pasar. Además de mis lecturas, antes
de dejar el internado, la señorita Rivas bien que se encargó de aleccionarme.

Tanto que hasta algo de cine vimos, si es que puede denominarse cine a las
películas que me hizo ver esa tarde.

La forma en que esas mujeres gemían.

La manera en que sus cuerpos calientes respondían a las atenciones


que el hombre en cuestión les propinaba.

Madre mía.
Sé que la idea de que un hombre al que he sido vendida y que no
conozco, me haga todas esas cosas, debería horrorizarme. Sin embargo, no

lo hace.

Me excita.

No he conocido a Máximo Ferrara, pero sé bastante de él. Como lo


guapo que es, el éxito que se ha forjado por su propio empeño. Y también sé
que tiene fama de ser de temperamento fuerte y volátil, de esos que no

permiten que se les lleve la contraria.

Sé que la idea de que un hombre como él me tome, me acelera el

pulso. Sé que mi cuerpo desde ya está esperando que haga realidad todos
mis pensamientos pecaminosos. Y rápido.

—Gracias por estar aquí para mí —les digo a mis amigas.

—No nos lo perderíamos por nada del mundo —responde Naomi—,

la idea de que la primera de nosotras, por no decir la mayor, se case es algo


digno de atestiguar. Además, quiero ver si el hombre hace que sueltes el

aparatito que llevas entre las manos.

Eso hace que todas estallemos en una carcajada, tan embebida estaba

en mis pensamientos, que no me había percatado de lo apretado que llevo el


lector electrónico.

—Bueno, suelta eso, tonta —dice Rachel—, hemos llegado.


El chofer teclea un código frente a una enorme puerta metálica negra,
que se abre dejándonos ver más allá del alto muro de piedra que, supongo,

rodea la propiedad.

—Bienvenida a casa, señorita —dice el chofer bastante animado—,

nada más subir la colina estaremos ahí.

El estrecho camino empedrado se abre en medio de un espeso bosque

de pinos y olivos, no se puede ver mucho, pero se escucha lo que parece ser
un río corriendo en algún lugar cercano.

Bienvenida a casa.

Casa.

¿Será que es aquí donde vamos a vivir? Pero si yo pensaba que el


señor Ferrara tenía todos sus negocios en Nueva York, él es un importante

inversionista que tiene sus manos metidas en múltiples negocios, eso no


puede dejarse así tirado de la noche a la mañana, ¿o sí?

Pero mis pensamientos se borran de un tirón cuando el chofer detiene

el coche a las puertas de una enorme villa.

—Hemos llegado —anuncia, como si eso fuese necesario.

No ha alcanzado ni a abrir su puerta, cuando un empleado uniformado


con un traje gris se encarga de abrir la nuestra y ayudarnos a bajar frente a

una elegante y refinada villa de tres pisos e imponentes muros de piedra.


Vaya, si hay aquí toda una comitiva.

Todos me saludan formalmente, llego a pensar que casi me hagan la


reverencia.

—Bienvenida, señorita Dahl, soy Jacobella Gallo, el ama de llaves —

me saluda una mujer entrada ya en años, vestida también de gris—,


permítame acompañarla hasta la casita que el señor ha dispuesto para usted.

—¿Y mis amigas? —Pregunto sobresaltada, no queriendo quedarme


sola.

—A ellas otra persona les indicará el camino a la casa de huéspedes,


si me permite, es por aquí.

Volteo a buscar con la mirada a mis amigas, pero ellas ya van


caminando hacia un costado de la villa. En cambio, Jacobella me conduce

por la puerta principal por un enorme vestidor que alberga dos escaleras de
mármol igualmente impresionantes y cuyo techo ha sido pintado a mano

exquisitamente.

Si esto no es una mansión.

Ni una villa.

Es un palacio y viene con todo y lacayos. Vaya pastizal que ha de


costar mantener todo este lujo.
Mi casa.

¿En qué lío me he metido?

Sigo a Jacobella por el corredor hasta unas puertas francesas que

conducen a la parte posterior de la casa mientras ella va contándome los


detalles de la misma, de ahí a un hermoso jardín que está cuidado al detalle.

Unos metros más allá, escondida entre los árboles, se encuentra una pequeña
casita de piedra.

Bueno, pequeña para las proporciones de lo que estamos viendo aquí.


Para mí, llamarme dueña y señora de algo así, sería un sueño hecho realidad.

—Un baño ha sido preparado para usted, señorita —anuncia el ama de

llaves en cuanto abre la puerta de la casita—, en un rato vendrá el equipo


que el señor ha traído especialmente desde Florencia para ayudarla a

arreglarse para la ceremonia.

La ceremonia.

Mi destino está sellado.


CAPÍTULO 3

Máximo

Joder.

Si es que es más bonita de lo que me esperaba.

Parece que los angelitos han caído del cielo para caminar

directamente hacia adentro de la villa que ha pertenecido por siglos a mi


familia y que me he encargado de restaurar. El trayecto ha sido bastante

largo desde Boston, a pesar de haberle ofrecido todas las comodidades para

ello, ella debería verse demacrada, afectada por el viaje y, sin embargo,
parece una rosa que se acaba de abrir del capullo.

Luce como una diosa, como una reina.

Ella se ve como mi reina.

Mi interior rugiendo, mis ojos enfocados en la pantalla plana frente a

mí. Estoy en mi habitación, pero el moderno sistema de seguridad que he


instalado en toda la propiedad me ayuda a seguir cada uno de sus

movimientos.

El viento sopla alrededor al bajarse del coche despeinando ese

hermoso cabello rubio. Sí, es un ángel, y esa espesa mata que muero por
acariciar es el halo que la adorna. Alessandra está vestida de manera muy

sencilla, unos vaqueros y un jersey granate. El color le sienta

maravillosamente, así que mentalmente tomo nota de comprarle más ropa en

esos tonos.

Definitivamente va a lucir como la reina que ya es.

Aunque en un par de horas se hará oficial.

La sigo recorriendo con la mirada, comiéndomela con los ojos. Esas

grandes tetas paraditas están listas para que las salude, primero con mis

manos para seguir con la boca, mis dedos pican ya por dedicarse a ello. La

manera en que ese tejido se estira para abarcarlas y esos vaqueros. Ese
culito está listo para mi mano, para descubrir lo que se esconde en medio de

esas piernas largas y torneadas.

La bestia que llevo dentro está hambriento por ella y el hombre que

soy apenas tiene la fuerza para controlarse. Puedo sentir mi polla

endureciéndose bajo la toalla que llevo anudada alrededor de mi cintura.

Mis ojos siguen devorándola, quedándose fijos en esas tetas que hacen que

me ponga cada vez más duro imaginándome esos pezones apretaditos

mientras los acaricio con mi lengua.

Las pelotas me duelen y antes de que pueda detenerla, mi mano se

cuela debajo de la toalla, que inmediatamente cae al suelo.


Desde mi habitación en el segundo piso de la casa tengo una vista

privilegiada e ininterrumpida de los jardines y el río que cruza la propiedad,

pero todo lo que me interesa es seguir enfocado en la pantalla. En ella. Y

sólo en ella.

Mi mano ahueca mi pesada polla, acariciándola de arriba abajo.

Duro, como me gusta. Estoy como un toro, listo para la faena.

Mis ojos siguiendo todos sus movimientos, ese brillante cabello tan

claro, que es casi blanco, esa boca que se abre y sonríe tímidamente

mientras la comitiva de empleados que tuve la precaución de preparar para

recibirla la saluda.

Faltan horas, joder, y todo lo que quiero saber a qué sabe el dulce

tesoro que se esconde en medio de esas preciosas piernas que muero por

abrir para mí.

Sé que tiene veinte años, pero es toda una mujer. La mujer que elegí

para ser mi esposa. Me importa un pito que tuviera que pagar un par de

millones por su mano. Ella lo vale. Como dijo el idiota de Williams, al

negarse a hacer negocios conmigo, un hombre de mi edad—treinta y ocho

años—ya debería estar casado. Bueno, en un par de horas lo estaré. Y si

todo sale como tengo planeado, ya me encargaré de que así sea, en unos

cuantos meses el mundo conocerá a mi heredero.


Mi voluntad se va a la porra, antes de poder ponerme freno, estoy

buscando entre mis cajones por un par de vaqueros y una camisa.

Es momento de conocer a mi prometida.

Ha llegado, por fin.

Las supersticiones bien pueden irse a la porra.

Cuando Dante—mi amigo por más de treinta años y socio—me sugirió

comprarme una esposa, francamente pensé que se le había volado el tejado.

Ahora todo cobra sentido, he pasado años de mi vida labrándome un camino.

Primero siguiendo mis estudios, después trabajando como un burro para

reconstruir la fortuna familiar. Lo primero que hice después de haber

ingresado al club del millón de dólares, fue recuperar de las manos del

hombre frente al que mi padre la perdió en un juego de póquer en un casino

de Montecarlo. ¿Cómo lo hice? De la misma manera en que fue arrebatado,

en una partida de cartas. Por supuesto el pobre idiota juró venganza, pero
eso no me importa. La propiedad está bien resguardada y aquí en Italia soy

intocable. Ah, delicias del dinero.

Han pasado casi diez años desde entonces y ahora entiendo por qué la

elegí como el lugar perfecto para casarme.

El dinero obra milagros, he contratado a la mejor empresa de eventos

en toda Italia, ellos han trabajado incluso para estrellas de cine


internacionales. Mi boda será todo un evento, íntimo y a todo lujo. No he

escatimado en gastos. He elegido sólo a las personas más allegadas a

nosotros para que sean testigos de la unión de nuestras vidas.

Sólo los amigos íntimos y familia. Lo cual se traduce en no más de

diez personas. Las amigas de Alessandra, sus padres, además de mis amigos

y Giulia, la mujer que me crió. Mi madre estaba demasiado ocupada entre

sus amantes y los viajes de compras como para prestarme atención. También

he invitado a un par de empresarios locales con los que he hecho negocios

anteriormente sus esposas y pare de contar. Sólo la crema de la crema

atestiguará mi enlace.

He sido un animal, debí haberla instalado en la suite a un lado de la

mía, pero no. La brillante idea de ser galante y ofrecerle privacidad se me

ocurrió. Así que ordené que arreglaran una de las casitas de huéspedes al

otro lado del jardín. Ahora mismo se me hace como cruzar un océano, de

poco valen mis pasos largos, los dos tramos de escaleras y los amplios

corredores de la villa se me figuran eternos.

Hasta le he tenido que mandar a cerrar la boca a Jacobella, que se me

ha cruzado en el camino, alegando algo sobre las tradiciones y

supersticiones.

Para lo que me importa.


Esta es mi casa y aquí se hace lo que yo digo.

La fragancia del jardín asalta mis sentidos, aún en mi apresurado

andar puedo oler el aroma de las flores con las que los decoradores se han
esmerado en arreglar el lugar en el que nos daremos el sí quiero. No he

escatimado en gastos, lo mejor para mi futura esposa. Incluso un equipo de

estilistas ha venido desde Florencia para hacerse cargo de su arreglo

personal, docenas de vestidos de novia, de las mejores marcas, traídos

especialmente para la ocasión desde Milán la esperan en la habitación.

Abro la puerta sin pensármelo dos veces y me adentro en la casa que

huele a flores y a algo misterioso y único. Ella. Alessandra. Tiene que ser

ella. Voy hasta la puerta del suntuoso baño de mármol y la abro, haciéndola

gritar. Ya ha salido de la bañera, su piel rosada apenas cubierta por una

mullida toalla blanca. Apenas, porque he alcanzado a ver esas tetas perfectas

y ese culito que muero por proclamar como mi propiedad.

Mi polla se estremece de nuevo, mi pulso resuena en mis oídos. Tengo

que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no arrojarla a la pared y

hacerla mía.

Aquí y ahora.

—Máximo —la escucho decir. Bien, ella sabe quién soy. Y me ha

llamado por mi nombre, esos dulces labios pronunciando melódicamente


cada una de esas silabas.

Nunca antes me había sonado mejor.

—Máximo —repite, intentando desesperadamente cubrirse con la

toalla y fallando estrepitosamente, las manos le tiemblan—, no puedes estar

aquí.

—Muéstrame —le ordeno en un rugido, mi quijada apretada, fuego


saliendo de mis ojos. Es el hambre que habla por mí. Estoy hambriento por

ella.

—Pero es que… tú no puedes estar aquí, no ahora.

Sus débiles quejas de nada valen.

—Esta es mi casa, aquí se hace lo que yo digo.

Me muevo rápidamente hacia ella, mi cuerpo apretándose y mi pulso a


mil por hora cuando la escucho gemir y estremecerse. Ella no está ni un poco
asustada, en esos ojazos turquesa lo que brilla es la llama del deseo.

Me acerco más, haciendo que esas hermosas mejillas se ruboricen.


Ella se agarra de la toalla como si su vida dependiera de ello, ese cabello

húmedo y fragante acariciando sus delgados hombros. Alessandra se ve


como la Venus encarnada. Preciosa, si me apuras a decir.
—Eres mi reina y ha llegado el momento de que me muestres lo que
me pertenece.

—¿Qué quieres que te muestre?

Su voz es apenas un murmullo, la lujuria consume su cuerpo y también

eso que va más allá. Ella quiere esto tanto como yo.

Y no va a tener que rogar por mis atenciones.

Lo que ella quiere, ella lo tiene. Así de sencillo.

—Muéstramelo todo, preciosa.


CAPÍTULO 4

Alessandra

La suave luz que entra por las ventanas me envuelve, así como el vapor del
baño que acabo de darme, haciéndome sentir casi como en un sueño. Y sé

que es la realidad. Esto no es un sueño y mi prometido, Máximo Ferrara está


frente a mí.

Aquí y ahora.

Y yo estoy desnuda.

Cubierta a medias por la pequeña y mullida toalla con la que me

estaba secando.

Mi cuerpo se estremece de nuevo, estoy caminando a ciegas en un


mundo que me es desconocido. Así que me aferro a la tela que se amontona

entre mis manos.

Él está frente a mí, perfectamente despeinado, con una camisa a duras


penas abotonada y descalzo. Luciendo tan fiero y hermoso como una de las

esculturas que adornan el jardín afuera de la casita.

Es el hombre más guapo que he visto en mi vida.

O que haya imaginado al leer una de mis adoradas historias.


Esos ojos del mismo color del ámbar refulgen como un fuego dorado

que me hace vibrar y ese cabello oscuro, mis dedos quieren perderse en él.

Saber qué se siente al acariciarlo, al tenerlo entre mis manos.

La ley debería prohibir verse de esta manera.

Es un peligro para el género femenino.

Y no, no estoy exagerando. La definición de perfección en el


diccionario debería estar ilustrada con una foto de Máximo Ferrara a un

lado.

Mi cuerpo reacciona a lo que no conoce pero arde por descubrir. Mi


respiración es tan agitada que apenas si lleva algo de aire a mis pulmones.

Mi corazón ha dejado su lugar en mi pecho para viajar hasta mi garganta—

sí, figurativamente, claro—, y mis manos siguen aferradas a la tela como si


esta fuera un salvavidas.

Su mera mirada me desnuda, su hambre es clara. La puedo incluso

oler.

Madre mía.

Y lo mucho que lo deseo.

—Máximo, no puedes estar aquí.


Me siento como una tonta repitiéndolo, sobre todo si consideramos

que me ha dejado claro que en su casa se siguen sus reglas. Y si a eso le

sumamos el hecho de que en unas cuantas horas vamos a ser marido y mujer

por todas las leyes…

Y sin embargo, la parte rebelde de mi cerebro, se reúsa a ceder tan

fácilmente. Levanto la barbilla en un gesto de terquedad y fingiendo más

firmeza de la que en realidad tengo. Bajo esa máscara estoy temblando, ese

es el poder que tiene sobre mí esa mirada ardiente del hombre más guapo

que he visto en mi vida.

Rebeldía, mantente firme.

La idea de este hombre comiéndome con los ojos, viendo más de lo

que le he mostrado alguna vez a otra persona, es tan fuerte como un

relámpago. Me quema y me hace arder, todo al mismo tiempo. Y en lugares

que hasta ahora, nunca lo había hecho.

—Te repito, preciosa. Esta es mi casa y aquí mando yo.

En esa boca, esas palabras que suenan a pecado y a perdición, se

dibuja una sonrisa de autosuficiencia.

Es hermoso. Y arrogante. Tan varonil, tan macho. Y todo eso me llama

a un nivel primitivo.

—Esta es la casita que tú mismo pusiste a mi disposición.


Su sonrisa arrogante se hace más grande ante mis palabras.

—Y está en mi propiedad, las reglas son las mismas. Aquí todo me

pertenece, incluso tú.

Esas palabras son como un balde de agua en la hoguera de mi deseo.

Sigo lista para darle guerra. Esto no es así de fácil. ¿Él que pensaba que iba

a decir “ábrete, sésamo,” y mis piernas se partirían de par en par?

Pues no.

—Yo no —. Mi actitud sigue siendo fuerte.

—Oh, claro que sí, Alessandra.

—Todavía no. —Bueno, a los hechos vamos, no hemos firmado nada.

Al menos yo no lo he hecho.

Máximo arquea una de esas cejas perfectas, tan arrogante y guapo, esa

sonrisa tan firme como mi voluntad.

—¿Todavía no?

Sí, ya me ha comprado. Eso es cierto, pero el cura no nos ha

proclamado marido y mujer.

—Bueno, no nos hemos casado todavía.

Eso lo hace sonreír.


—Pero pronto lo estaremos —ronronea—. Muy pronto, si la memoria

no me falla.

Y no, no le falla. Es un hecho. A estas alturas no voy a decir que no,

no creo que pueda.

De hecho, no quiero hacerlo.

Y él cabrón sabe que está minando mi resistencia.

—Es de mala suerte que el novio vea a la novia antes de la boda.

—La suerte nada tiene que ver con nosotros.

Su sonrisa cambia de arrogante a hambrienta, haciéndome estremecer

otra vez. Jadeo buscando aire, él parece habérselo robado todo.

—Pero…

Mi débil protesta se queda incompleta cuando él se acerca a mí. Una

de esas elegantes y largas manos, encargándose de arrebatarme la toalla. El

corazón se me quiere salir por la boca. Sus dedos se curvan sobre la tela,

rozándose contra mi piel caliente. Gimo, mi sangre es fuego entre mis venas.

—Muéstramelo todo, preciosa mía —su voz es un gruñido, pero sé

que, por alguna razón me está pidiendo permiso para arrebatarme la toalla.

Eso derriba los muros de mis defensas y dejo ir lo que me tapaba.


Ahora estoy frente a él tan desnuda como el día en que nací,

esperando que él dé el siguiente paso.

—Vas a ser mía.

Me muerdo el labio nerviosa, adivinando lo que está por venir.

Tragándome la ansiedad y dejando que se convierta en eso que me calienta

las entrañas.

Una de sus manos acaricia suavemente mi mejilla, su gesto es tan

suave y tranquilizador. Pero el fuego arde con tal fuerza que estoy casi a

punto de rogarle que me toque en otra parte. Eso es lo que él quería, ¿qué

no? Tenerme desnuda y a su disposición. Entonces, ¿qué espera para hacer

algo más?

Máximo se ríe, cabrón, sabe lo que está haciendo.

Y antes de que pueda detenerme, estoy cayendo sobre él, ciega de

deseo, mis manos sobre la tela que cubre sus duros bíceps. Mis tetas sobre

su pecho firme y mi pelvis. Bueno. Esa encuentra algo grande y duro bajo

esos vaqueros que lleva puestos.

¿Voy a poder acomodar todo eso?

Su boca choca contra la mía, robándome el aliento y hasta los

pensamientos. Estoy perdida. Y jodida, sí, también en el sentido más literal.

Perdida. Perdida en él. El hombre que ha pagado por mí.


CAPÍTULO 5

Máximo

El fuego arde dentro de mí mientras mis labios prueban la dulzura de los


suyos por primera vez. Un sonido sordo reverbera en mis oídos, es como el

galope de cientos de corceles en el campo de batalla. Así de potente es el


toque de sus labios.

La sangre corre desbocada por todo mi cuerpo al tiempo que mis

músculos se endurecen. La sigo besando con fiereza, entregándole todo lo


que tengo. Poniendo a sus pies lo que soy y al mismo tiempo reclamando con

mi boca lo que es mío. Mis manos se deslizan por su piel desnuda, mis
dedos buscando ese tesoro que ella esconde.

Al principio mi bella Alessandra me responde con algo de timidez y

duda también, tan inocente. Pero cuando mi lengua toca la suya, es como si
algo se encendiera dentro de ella. Su boca se abre y con su lengua busca la

mía, queriendo más.

Mis labios hambrientos se restriegan contra los suyos, y mi polla


protesta dentro de la cárcel de mis vaqueros. Queriendo también participar

del festín.

Todo en ella me hace querer perder el control.


Todo sobre ella me hace querer más. No sólo desafiar las tradiciones

y esas estúpidas supersticiones.

La levanto, dejándola sobre el mesón de mármol a su espalda,

abriendo esos preciosos muslos para mi deleite. Alessandra ha sido


cuidadosa de ella hasta el mínimo detalle, su sexo rosado e hinchado recibe

mi mirada hambrienta y ansiosa.

Está tan húmeda, que casi puedo sentirla goteando.

Y la boca se me hace agua por probarla.

Y no pienso resistirme. Si tengo que aguantarme hasta más tarde para


hacerla totalmente mía, lo voy a hacer llevándome su sabor en mi boca.

Mis manos siguen trazando un camino por el valle entre esas tetas que

pronto van a probar mis labios, su cuerpo es un banquete dispuesto sólo para

mi disfrute. Ella es mía. No porque la he comprado, sino porque he decidido

hacerlo.

La sigo tentando despacio, complacido al sentir mi toque encenderla,

estremecerse, vibrar.

Mi boca tragándose cada uno de sus gemidos, mientras mis labios y

lengua siguen bailando con los suyos.

Joder.
Nuestra noche de bodas va a ser mejor de lo que me había imaginado.

Soy un cabrón afortunado, aunque la suerte no haya tenido nada que

ver aquí.

Mi camino me lo he labrado yo. Nada de lo que tengo me ha sido


regalado.

Por eso valoro y atesoro cada una de mis posesiones.

Esa es la razón por la que voy a poner todo mi mundo a los pies de mi

mujer.

Mis labios bajan por su cuello, al tiempo que mi mano se desliza hasta

una de sus tetas, mis dedos rodando ese pequeño pezón del color de las

rosas. Endureciéndolo. Mi boca sigue su camino al sur, lamiendo,

mordiendo, saboreando esa dulce piel, haciéndola jadear mi nombre.

Joder si eso no infla mi ego.

Y mi polla.

Cada una de las curvas de su pequeño cuerpo vibra contra el mío y la

bestia que llevo dentro gruñe satisfecha. Queriendo más.

Estaba seguro que el fuego ardería dentro de ella por mí, sabía que

debajo de ese exterior tan pulcro y arregladito se encontraba escondida mi


pareja perfecta. Esperando a que la encontrara. A que despertara a la diosa y

la hiciera brillar.

A que abriera la puerta para que una preciosa gata salvaje saliera a

jugar. A jugar conmigo.

—Siénteme, preciosa —murmuro despacio en su oído, mis dientes

mordisqueando su lóbulo, haciéndola gemir otra vez.

Y esas caderas… esas caderas están listas para salir a bailar.

—¿Sientes lo duro que me tienes, sientes cómo me pones?

Alessandra no puede ni contestar, sólo gemidos salen de su boca, su

cabeza cae hacia atrás y todo ese hermoso cabello rubio se suelta

acariciando su espalda. Mi boca vuelve a viajar al sur hasta su clavícula y

soy recompensado con un estremecimiento que cimbra todo mi cuerpo.

—Máximo —gime y satisfecho, me doy cuenta que sus manos, hasta

ahora quietas, se enredan en los cortos mechones de mi cabello negro—. No

podemos.

—No todavía, preciosa, pero vas a caminar al altar sabiendo lo que

es tener mi boca entre tus piernas. Sintiéndome ahí, anhelando que el cura

termine rápido con el sermón para escaparte conmigo y terminar lo que

apenas está empezando.

—Dios mío —gime y eso me hace reír.


—Y entonces, cuando seas mi esposa y te tenga toda para mí, vas a

saber lo que es tener a un verdadero hombre en la cama. Vas a experimentar

en carne propia lo que es que alguien que sabe lo que hace te haga suya. Vas

a olvidarte de esas novelitas que tanto te gustan, porque en todo lo que vas a

poder pensar es en mí.

—¿Có… cómo sabes que leo? —Su voz es apenas un hilo ahogado.

—Oh, mi vida, no hay una sola cosa de ti que no sepa, que no me


importe.

Mis dedos trazan círculos alrededor de su ombligo y su pelvis se

levanta buscando mi toque…

Pronto.

—¿En dónde estábamos? —La pregunta es retórica, por supuesto, aquí

quien tiene el control soy yo y no estoy dispuesto a cederlo. Nunca—. Oh sí,

estábamos en que quiero una probada antes del plato principal…

Mi lengua revolotea alrededor de una de sus aureolas color de rosa,

dejando que mis dientes mordisqueen el duro botón.

—¿Una probada?

Oh, sí, preciosa mía. Sigue jadeando mi nombre, sigue moviéndote


así, buscando más.
—Sí, permíteme enseñarte lo que significa.

Me dejo caer de rodillas, mis manos aferrándose a sus caderas con

fuerza y antes que ella pueda decir o hacer otra cosa ya le he puesto la boca
encima, dándole un beso húmedo en la parte superior de su muslo.

Alessandra responde con un gemido.

De mi pecho sale un gruñido, mi sangre en erupción y mis ojos fijos en

el dulce tesoro frente a mí. Mi polla protestando entre mis pantalones, cada

vez más dura, lista para participar del espectáculo.

Mi futura esposa es todo lo que me imaginaba que sería.

Y mucho más.

Suave, pero con una vena rebelde. Tan inocente y al mismo tiempo

lista para mí. Tanto, que tengo enfrente la prueba, su sexo desnudo y

preparado para mi deleite.

Desde que la vi en el instituto donde estaba internada, he estado


deseando que llegase este momento. Porque desde entonces, cuando vi la

pequeña foto en el expediente, sabía que sería mía.

Y sólo mía.

Mis dedos la aprietan, jalándola hacia mí, respirando su esencia por

primera vez. Puedo sentirla vibrar entre mis manos, sus piernas temblorosas.
Pero ella puede confiar en que no voy a dejar que se caiga. Estoy aquí para

protegerla, para cuidarla. Para atesorarla por el resto de mi vida.

Me inclino de nuevo, dejando que mis labios acaricien suavemente la

unión de sus muslos y soy recompensado con un suave murmullo.

Mi nombre.

Jodidamente perfecto.

Estoy casi a punto de correrme y ella no ha hecho más que acariciar

mi cabello.

Mi mano se cuela por su rajita, tocándola sin prisas, pero con firmeza.

Gritando, mi novia se desvanece de placer.

—Dios mío —gime cuando por fin ha podido recobrar el aliento.

El saber que ningún otro hombre la ha visto así. Que ningún otro
cabrón la ha tenido en sus brazos de esta manera, que no ha tenido el
privilegio de que sus dulces labios pronuncien su nombre en medio del

éxtasis es como una droga que me hace volar cada vez más alto.

Y sigo queriendo más.

Sigo queriendo todo de ella.

Para siempre.
Mis labios se siguen moviendo sobre sus vírgenes labios rosados, mi
aliento tentándola de nuevo. Toda esa humedad llamándome por mi hombre.

Una de sus manos en mi hombro, rasguñándome. La otra enterrada en mi


cabello, buscando más.

Ella no tiene que rogar por nada. Porque no hay nada que no esté
dispuesto a darle.

—Máximo —vuelve a gemir.

Volteo a verla, ella tiene los labios entreabiertos y los ojos muy
apretados. Casi como si estuviera negando lo que está pasando entre los dos.

—No podemos, está mal.

Y ahí es donde se equivoca, nada de esto está mal. Es puritita

perfección.

Sonrío, como el descarado que soy, mientras mi dedo sigue tentándola

sin ir muy lejos. Su florecita cerrada, el capullo intacto, esperando para


abrir sus pétalos para mí. Pero eso tendrá que ser más tarde. Cuando el cura

ya nos haya pronunciado marido y mujer. Entonces, y sólo entonces, voy a


reclamar lo que es mío.

—¿Quién dice que está mal? —Le pregunto.

—Esto… —ella duda antes de seguir, levantando las cejas le insto a


continuar—. La señorita Rivas me insistió mucho en no dejarte hacer estas
cosas conmigo hasta que todo estuviese consumado.

—Oh, nena, y consumado estará. En un papel delante de todos y en tu

pequeño chochito cuando estemos solos.

Y con la probadita que me acabo de dar no basta.

Y de testigo tengo a mi polla, que se aprieta entre mis vaqueros,


queriendo salir a jugar.

Me pongo de pie, desabotonándome el pantalón, buscando dentro de


la tela lo que anhela liberación.

—Muéstrame —le pido otra vez, sus ojos redondos como platos.

—¿Qué más quieres ver? —Responde sonrojada como un tomate—.


Ya lo has visto todo.

—Todos tus secretos no han sido revelados todavía —la contradigo


—.Muéstrame, preciosa, abre las piernas y muéstrame lo que haces cuando

lees esos libros que tanto te gustan, cuando te dejan toda caliente y ansiando.

—Yo no hago eso —y a su respuesta rápida la acompaña una nueva

capa de rubor.

Oh sí, claro que sí lo hace.

— Pequeña mentirosilla —me burlo de ella—. ¡Venga, enséñame!

—Máximo —esta vez mi nombre es un gruñido de protesta.


Mi mano derecha sigue estrujando mi polla con fuerza y firmeza, de

arriba abajo. Una y otra vez.

Estoy tan excitado que apenas puedo ver derecho. Pero ella necesita

correrse otra vez. Quiero esa pequeña rajita adolorida por mí y para mí,
hasta que pueda darle todo más tarde.

—Muéstrame y yo haré lo mismo —gruño—Te voy a mostrar cómo

me pones, me tienes como el acero, te voy a enseñar lo que he tenido que


hacer desde la primera vez que te vi.

Agitado y acalorado, con mi mano acariciando mi dureza me apoyo en


la pared detrás de mí. Mis ojos siguiendo de cerca cada uno de sus

movimientos. Con mi palma, le doy unos golpecitos a la cabeza, que está a


punto de estallar.

Mi mano moviéndose cada vez más rápido, duro, como me gusta.


Estrujando. Imaginando que es su mano, su vagina calentita y mojada.

—Hazlo, Alessandra, hazlo ahora.

Mi voz es fuerte y resuena en las paredes de mármol del cuarto de

baño, en medio del vapor y la humedad algo más nos envuelve. Algo más
que la lujuria.

Su mirada no se despega de mi polla, sigue con los ojos el


movimiento de mi mano, lo que me da motivos para ofrecerle un buen
espectáculo. Sin duda el mejor es el que tengo frente a mis ojos. Mi

prometida sentada sobre el mostrador, su hermoso y curvilíneo cuerpo


desnudo, su piel sonrosada y perfumada. Y esas tetas, mejor no hablemos de

ellas ahora. Se merecen un capítulo completo, que digo, su propio libro. Y


esas preciosas piernas abiertas, dejándome ver el paraíso que se esconde en

medio de ellas.

—Alessandra, pon esas manos a trabajar o vas a ver qué pasa cuando

alguien no hace lo que digo.

Un quejido sale de su boca, más como un pujido, pero lo he

escuchado. Ella tiene que aprender. Mi casa, mis reglas. Y en ese cuerpecito
tan bonito, mando yo.

Y ya se está tardando.

Esta vez lo que escucho es un gemido, pero ella se pone por la labor,
su mano va descendiendo lentamente por su abdomen hasta que sus yemas

por fin tocan tímidamente su preciosa florecilla.

Ese coñito que arde por mí, que desea que sea yo quien lo abra para

su disfrute.

Que el cielo me ayude, me voy a correr y duro.

De nuevo puedo escuchar un gruñido que ha salido de mí, un


estremecimiento recorriéndome entero, mi mirada fija en ella al mismo
tiempo que mis manos siguen trabajando sobre mi polla.

—Juega con tu coño imaginándote que soy yo quien lo hace.

Alessandra sigue gimiendo, sus dedos haciendo lo que le he pedido.

No me sorprendería si la casita estalla de un momento a otro, la lujuria aquí


es tanta que puede cortarse con un cuchillo. Es más fuerte que nosotros, más

grande que nosotros.

Y aun así, no es suficiente.

—Córrete, amore mio. Córrete para mí.

Y diciendo esto, adelanto los pasos que había retrocedido, para tentar

con mi pulgar sobre ese apretadito nudo que va a volverla loca.

Un grito sale de esos preciosos labios y antes de darme cuenta, ella se

está apretando a mí, su boca sobre mi hombro, clavando sus dientes.


Reclamándome y marcándome como suyo. Dejando las marcas de su placer

en mi piel.

Su coñito se aprieta, lo hace con tanta fuerza, que puedo sentirlo.

Alessandra está tan mojada que sus jugos bañan mi mano. Así que aprovecho
para restregar con ella mi polla, que ansía liberación.

Ni una sola gota de su dulce miel será desperdiciada.


Caigo de rodillas frente a ella, como un pecador frente al altar de su
diosa. Sí, ella es la mía. Y mientras mi mano se encarga de mi erección, mi

boca bebe todo ese delicioso néctar de su éxtasis.

Alessandra sabe a mana caído del cielo, justo como el ángel que es.

Mi lengua deleitándose en esa dulzura, cavando hondo, regodeándose en el


temblor que sigue estremeciendo su centro.

Y grita como una loca, me pregunto si el personal de la villa y los


decoradores que siguen trabajando en nuestra boda la habrán escuchado. Sus

caderas levantándose, buscando más aún sin saberlo.

Esta vez la sigo besando con suavidad, ahí donde su cuerpo lo

necesita hasta que su respiración vuelve a normalizarse. Chupando, como un


hombre sediento, hasta la última gota de su excitación.

Lentamente, cierro sus piernas y me levanto. Lo hago amorosamente,

teniendo el cuidado que me prometí que le daría.

Porque mi reina se lo merece.

Se lo merece todo.

—Máximo… —la escucho murmurar—. Nunca había hecho…

—Lo sé. amore, y está bien para mí. De ahora en adelante tú eres toda
mía.
Termino mi decreto sonriéndole. Dios, puedo darme cuenta de que esa
rebeldía todavía sigue ahí dentro de ella, como un río esperando para

desbordarse.

—No le pertenezco a nadie, soy mi propia persona.

Mi sonrisa sigue ahí, porque el hecho de tener a una mujer fuerte


conmigo me encanta. Si hubiera buscado un tapete sobre el cual pisar, habría
escogido a alguien más del catálogo que me ofrecieron. Pero no, la quise a

ella y es a ella a quien sigo queriendo.

Tomándola por esos delgados hombros, la aprieto contra mi pecho,


mis labios chocando contra los de ella, consciente de que este beso no es
sólo mío. También es suyo.

De la misma manera que yo le pertenezco.

Por entero.

Nuestro beso es feroz, estamos compartiendo el sabor de su orgasmo


al tiempo que su legua baila con la mía. Pero esto tiene que terminar aquí.

No pienso ir más allá todavía.

—Hasta más tarde, amore mio.

Me despido con mis labios todavía moviéndose cerquita a los suyos.


Mis dedos acariciando esas deliciosas mejillas sonrosadas. Y esos ojazos
azules abiertos y brillantes de deseo.

La bestia ruge dentro de mí, puedo sentir el fuego ardiendo,

consumiéndome.

Y lo dejaré arder. Muy pronto.

Llevándome una de sus manos hasta mi boca, la beso suavemente. Me


acomodo los pantalones y, antes de que me arrepienta, salgo del baño y de la

casita con dirección a mi habitación.


CAPÍTULO 6

Alessandra

¿Qué acaba de pasar aquí?

¿Y qué he hecho?

Madre mía, bien dicen que la lujuria es un arma poderosa y que es

capaz de comenzar guerras.

Sofocada y con las rodillas tambaleando vuelvo a la regadera, ahora


sí, quedando limpiecita. En la puerta encuentro algo con qué cubrirme y

camino dando vueltas por la casita, detallando hasta el último resquicio de

este lujoso lugar. Parece la habitación de un spa de lujo, no es que yo haya


estado en uno ni mucho menos, pero he visto en las revistas de moda.

No han pasado ni cinco minutos de mi exploración para que una mujer

de unos veintitantos entre en la casita, casi echando la puerta abajo, como si

ella fuera la dueña y señora de este lugar.

¿Y esta quién es?

—Eres más insignificante de lo que yo pensaba —exclama nada más


verme ahí, todavía temblando por la visita de mi prometido, envuelta en un

mullido y suave albornoz.


—¿Tú quién eres?

—Sofía Wilson. La que manda en esta casa —dice sin más,

enroscándose un mechón de ese perfectísimo cabello negro, repasándome de

nuevo de arriba a abajo—. Eres muy poquita cosa para un hombre como
Máximo, pensé que elegiría algo mejorcito. Chica, si eres más transparente

que la carcasa de un tamagochi.

La mujer de lejos se ve muy bien, pero teniéndola cerca me extraña


mucho que se exponga a salir al sol de semejante forma, con tanto botox que

se ha inyectado salir al jardín puede llegar a ser una actividad peligrosa.

Y ni hablar de las pechugas que tiene bien apretujadas en ese ligerito


vestido negro. A la que se le nota el plumero es a otra.

—¿Y tú quién eres para poner en tela de juicio lo que Máximo elige?

—Mejor para mí, voy a tener horas enteras de diversión cuando

Máximo venga a contarme lo patética que eres, lo mucho que lo aburres en la

cama.

Vaya tela marinera, ¿y esta a qué viene a decirme todo esto?

—¿Y esto es de mi interés porque…?

—Porque vas a ser la esposa sólo de título, la vaca paridora, pero su

mujer, la que desea y con la que se divierte, esa voy a ser yo.
—Ale, maja. Que te aproveche. Pero te puedes ir a joder la marrana,

la esposa voy a ser yo y por consiguiente la dueña y señora de todo esto.

—Vas a ver, el gusto por su juguetito nuevo le va a durar muy poco.

Que ni piense que me voy a aguantar este numerito. Si Máximo se


encabrona, ya lidiaré con ese toro más tardecito.

Cuando la jalo del brazo, ella intenta agarrar mi cabello, pero que ni

crea que me voy a dejar.

¿Has vivido alguna vez en un internado rodeada de puras chicas?

Pues yo sí, viví en un lugar como ese por más de ocho años, esta no es

mi primera pelea de gatas y que ni se crea la flacucha esta que me voy a

dejar.

Si la quiere liar, la vamos a liar parda.

La muy víbora está por tirárseme encima cuando entra un verdadero

ejército de personas. Comandante de caballería y todo, haciendo que huya

como alma que lleva el diablo.

Y que se la lleve bien lejos. Si no regresa nunca, por mí va a ser

pronto.

Una chica llamada Antonella, ha anunciado que son las estilistas que
ha contratado el señor Ferrara y las personas que me ayudarán a elegir el
vestido con el que voy a casarme.

Cabe anotar aquí, que el género masculino brilla por su ausencia. Y

eso es bueno, porque no me imagino mostrando las carnecitas delante de otro

hombre, es demasiado íntimo. El único que me interesa que me vea, bueno,

ese hace poco lo hizo.

Todo esto me resulta hasta abrumador.

Mi cabeza se sigue debatiendo entre lo que Máximo ha hecho y lo que

Sofía me dijo.

Siendo sincera conmigo misma y comiéndome la rabia y la

frustración, tratando de ser analítica con este asunto, la verdad es que estaba

pensando mal. ¿Qué puedo esperar de un matrimonio que no es por amor?

Vamos, ni siquiera por cariño.

Esta es una transacción de negocios.

Seguramente él tendrá una amante, sino es que varias.

¿Pero por qué no se ha casado con ninguna de ellas?

¿Qué puedo tener yo de especial?

—Primero es que elija qué vestido quiere usar—declara el

comandante, perdón, Antonella mientras un par de chicas tiran de un

armatroste en el que hay colgados al menos dos docenas de vestidos. Mis


pensamientos vagaban lejos de aquí, pero debo concentrarme y superar todo

esto—. El señor Ferrara nos pidió que trajéramos lo mejor de lo mejor, así

que espero que alguno de estos sea de su agrado, señorita Dahl. Tenemos

varios de Ellie Saab, dos de Pronovias, un Valentino, sin olvidar varios Vera

Wang. Si no le gusta nada, el helicóptero está a su disposición para traer

otros tantos, usted nada más diga qué quiere.

Madre mía. Esto es bastante más de lo que pensaba.

Al tratarse de una mera transacción de negocios, un matrimonio por

interés, vamos. Siempre pensé que me casaría con un bonito traje sastre y

que sería yo misma quien se encargaría de mi arreglo personal.

Para una chica en mis condiciones, casarse no era el sueño de toda la


vida. Desde temprana edad me metieron en la cabeza que lo mío se trataba

de otra cosa. Así que en lugar de hacerme ilusiones que jamás llegarían a

convertirse en realidad, me aferré al presente con uñas y dientes, viviendo el

día a día. Así que todo este rollete de los estilistas, diseñadores famosos y

demás, me resulta bastante extraño.

Temo que esto sea un sueño.

Y que de repente se convierta en una pesadilla. Que en lugar de

abordar un avión con destino a la Toscana, esté en la parte trasera de un

coche con rumbo a algún lugar desconocido, para casarme con un viejo
verde con aliento a alcohol en urgencia de una esposa dispuesta para

complacerle.

Antonella comienza a mostrarme modelito tras modelito. Unos llenos


de encaje, no, no para mí. Ya que me puedo dar el lujo de elegir—y qué lujo

—quiero que sea algo realmente único.

Incluso hay uno que me recuerda mucho al que llevó la chica esta que

pasó por el altar con cierto príncipe pelirrojo. Demasiado simple.

Estoy a punto de darme por vencida y pedir que saquen de mi maleta

alguno de mis vestidos, cuando algo llama poderosamente mi atención.

—Este vestido es un sueño —empieza Antonella a explicarme—, las

largas mangas y el talle han sido confeccionados en encaje hecho a mano,

como puede usted ver el trabajo es fabuloso, la espalda queda abierta con un

original acabado y la falda es bastante amplia en muselina de seda.

Este me gusta. No es muy revelador, el encaje ciertamente es

maravilloso y la espalda al descubierto le agrega un toque sexy sin pasarse

varios pueblos.

—Hemos encontrado al ganador.

—Entonces no perdamos más el tiempo. Nos remitieron sus medidas,

esperamos que con los nervios de la boda no haya usted adelgazado de más.
Ay, queridita, si supieras. De esta boda apenas me he enterado antes

de que me metieran de cabeza en un avión privado. Así que de nervios no

ha habido tiempo para pensar mucho en ellos. Y aquí parece que el

negocito trae hasta la amante incluida.

Ella se encarga de quitarme la bata de seda que tengo puesta antes de

que pueda protestar. Vamos, que lo hace como si fuera lo más normal del

mundo. Gracias a Máximo por contratar personal femenino.

El vestido me sienta como un guante. El armazón interior se amolda a


mis pechos sin problema, nada de andar mostrando canalillo. El cuello alto

deja mucho a la imaginación.

—Con este vestido no puedes llevar sujetador —ella dice, pero yo ya

me había dado cuenta—. Voy a traerte una braguita de encaje color


maquillaje y un par de medias de seda para conjuntar. También tengo varios

conjuntos de lencería que el señor Ferrara pidió especialmente para ti. Uno
de ellos es un modelo exclusivo. La seda es finísima, es una belleza.

Y no me quiero ni imaginar el precio de esa belleza.

Hemos decidido que voy a llevar el cabello recogido y un maquillaje


bastante discreto. Así que mientras el comandante le ladra órdenes a la

peluquera y a la maquilladora, revolotea a mi alrededor buscando la joyería


y el accesorio perfecto para adornar mi cabello.
Mientras la peluquera hace su trabajo, tengo tiempo para pensar en lo
que ocurrió anteriormente. Siento mi rostro arder como fuego. Pero este es

un fuego diferente el que me enciende. Arde desde mi interior, enviando


perversos hilos de calor a lugares que nunca pensé que descubriría. Las

palabras ‘pecadora’ y ‘puta’ se me vienen a la mente y trato de sacudirme


esos pensamientos.

Pero es cierto, soy una puta bien pagada. Una puta que se ha vendido a
un precio muy alto, con el fin de prodigarles a mis padres seguridad

económica en su vejez y el salir de las deudas que los estaban ahogando.

Lo que hicimos antes estuvo mal y, sin embargo, se sintió tan bien. De
hecho más que eso, fue indescriptible. Esas poderosas y elegantes manos,

esa lengua, todo él.

Y mi piel arde otra vez.

Nunca nadie me había tocado así, ni siquiera yo misma en esos


momentos robados cuando me quedaba sin aliento en la soledad de mi

habitación.

Mi cabeza sigue debatiéndose.

—Dios mío —grita Antonella sacándome de mi tormento—. Si sois


unos desconsiderados. ¿Dónde está el almuerzo de la novia? Moveos, que ya
pasa de medio día y ella tiene que estar lista a las tres en punto.
Lo cierto es que tengo hambre, incluso cuando en el avión se
encargaron de ofrecernos algo de cena y desayuno también. Volamos toda la

noche sobre el Atlántico y a eso hay que sumarle el trayecto que hicimos por
carretera. La adrenalina es el combustible con el que me estoy moviendo, de

eso no hay duda.

Una chica pone en la mesilla a mi lado una bandeja con uno de esos

rollos rellenos de verduras y carnes frías, tiene muy buena pinta. Además
también han traído un vaso de zumo de arándanos y frutas secas como postre.

Me encargo de despachar el tente en pie, mientras la peluquera hace


de las suyas. Ojalá mis amigas estuvieran aquí, ellas me habrían ayudado a

elegir el vestido y seguramente ahora estaríamos riéndonos como unas locas.

Diamantes adornan ya mis orejas y mi muñeca derecha cuando la

peluquera pone una delicada pieza de filigrana de plata en la parte trasera de


mi peinado.

—Ahora los zapatos —chilla Antonella, buscando en el estante

portátil que trajeron con varias decenas de pares.

Ella es de la idea de que debería ponerme unas sandalias de finas

tiras bordadas con cientos de cristales de Swarovsky, ni loca me subo en


esos andamios. Para su desencanto, elijo en su lugar unos salones hechos de
encaje casi en su totalidad. Creo que le van bien al vestido y son mucho más

de mi estilo.

Si es que ella está cobrando por comisión, deberá conformarse con lo

que estoy segura que son varios miles por lo que ya tengo echado encima.

—¡Traigan el ramo! —le ordena a alguien a mi espalda y me doy


cuenta de lo desconectada que he estado de todo este tinglado, me había

olvidado hasta del ramo. Ya no sé ni en qué planeta vivo—. Y el espejo.

Sí, que lo traigan porque no me he visto y quiero hacerlo ya mismito.

—Madre mía —eso es lo primero que sale de mi boca cuando con


mucha ceremonia levantan el manto que cubre el espejo, desvelando mi

imagen.

Si lo que tengo enfrente es una novia en toda regla.

Antonella me pasa el ramo y entonces un nudo de lágrimas se forma en


mi garganta al ver las flores que han anudado con una cinta de seda formando

un sencillo y hermoso arreglo.

—¿Pero cómo? ¡Son calas!

No hay una sola cosa de ti que yo no sepa. Sus palabras vienen a mi

cabeza. Máximo, ¿qué voy a hacer contigo? Acabo de conocerte y ya voy


en camino a caer rendidita a tus pies. Sé que me vas a partir el corazón

pero estás haciendo muy difícil que me resista a ti.


Los ojos se me aguan nada más de pensarlo, para mi buena suerte la

puerta de la casita se abre y esta vez son mis amigas quienes entran al
saloncito como elefantes en una cacharrería.

Así de discretas son.

Cada una de ellas se ha vestido con un hermoso vestido de muselina

en distintos tonos de malva. Mi color favorito. Aquí vamos otra vez, esto no
puede ser más que obra del hombre con el que me voy a casar en menos de

media hora.

—Dios mío —grita Rachel—. Si es que estás preciosa.

—Como sacada de una revista —chilla Naomi—.Te mereces salir en

la portada de una.

—Amiga… —es Marianne quien me abraza y estoy a puntito de


echarme a llorar cuando Antonella nos interrumpe.

—Ni se les ocurra mancharle o arrugarle el vestido a la señorita Dahl

—las reprende levantando la nariz—. El señor Ferrara nos ha dado


instrucciones de que debe estar todo perfecto.

—¿Tu prometido ha hecho todo esto?— Pregunta Marianne.

—¿Quién más si no? —Respondo encogiéndome de hombros.


Ha sido todo tan especial. Máximo ha cuidado hasta el más mínimo
detalle.

Pero no es su dinero lo que quiero, lo que de verdad anhelo es


descubrir a dónde puede llevarme cuando estemos a solas y desnudos.

Sé que casi me dobla la edad y que tiene más experiencia de la que

alguna vez pueda llegar a tener. Pero no me importa. No me importa ni la


bruja esa que vino a amargarme el rato. Lo deseo. Lo deseo con todo lo que

soy.

Aunque también sé que es como atrapar a un colibrí, él va a seguir su

camino tan contento como siempre, olvidándose de que existo, dejándome


sola en un caserón que seguramente ya habrá comprado y solamente

sacándome de mi exilio cuando necesite lucirme.

Eso hacen todos los hombres como él.

Por eso se ha comprado una esposa.

No nos engañemos, la verdad es esa y aunque duela, debe decirse alto


y claro.

—Alexa… —la voz de un hombre que conozco bien me llama desde

la puerta de la casita.

Mi padre.
—Papá…

Él me abre los brazos y corro a su encuentro, ahora voy a llorar, ahora

sí que voy a llorar. Ni Antonella con todo su ejército armado con cepillos y
peinetas va a poder evitarlo.

—Mi niña preciosa…—murmura con la cara sobre mi cabello y mi


corazón, el mismo que había mandado a callar hace un par de minutos,

vuelve a latir.

—¿Cuándo llegaron? —Le pregunto—¿Mamá también está aquí?

—Claro que sí, mi niña —responde con una sonrisa triste—. Eres lo

único que nos queda, ¿crees que nos íbamos a perder tu boda?

Sé que soy lo que les queda y por eso estoy haciendo esto. Mis padres
se lo jugaron todo por salvar la vida de quien ya no está. Quedando
ahogados en un mar de deudas y depresión que por poco los ahoga. La idea

de mi tío, el hermano de mi madre, de meterme al instituto para chicas de la


señorita Rivas, por muy disparatado que suene, fue nuestra tabla de
salvación. En más de un sentido.

—Te vas a casar con un italiano, nada menos, tu madre está que no
cabe de dicha.

¿No les había dicho? Mi madre es descendiente de una importante


familia veronesa, que la desheredó en cuanto se enteraron que se había
enamorado de un pobre diablo con planes de emigrar a los Estados Unidos.
Por otra parte, mi padre es danés. De él he heredado mi cabello rubio y ojos

azules. Todo lo demás viene de mi lado materno, las tetas grandes y las
caderas anchas. Esas mismas que ni la mejor dieta estrictamente vigilada por
la señorita Rivas pudo rebajar.

—Es hora —anuncia Antonella rompiendo con el encanto del

momento.

—¿Y mi madre? —pregunto frenética—. A qué hora voy a ver a mi


madre.

—Después de la ceremonia tendréis tiempo suficiente, ahora debemos


seguir con el horario.

Mi padre me da el brazo, mientras Antonella dirige la comitiva.

Primero van Marianne, Rachel y Naomi, ordenadas según el tono de


su vestido, escucho a lo lejos la música de lo que parece ser un trío de
cuerdas y el aliento se me atora en la garganta.

Frente a mí un camino cercado por velas y flores se abre y al final,

vestido en un impecable traje oscuro, está él.

Máximo.

El hombre que me ha comprado.


El mismo que va a cambiar mi vida radicalmente.

El mismo que de alguna manera ya lo ha hecho.


CAPÍTULO 7

Máximo

—Un brindis en honor de nuestro amigo, el recién casado —grita Dante.

—Te casaste, te fregaste —Fabrizio hace lo mismo, hablar a gritos,


mientras sirve un buen trago de güisqui para cada uno de nosotros.

—Pero debemos reconocer —comienza Dante a decir—, que esto es


un ejemplo para nosotros. Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.

¡Por el futuro de la compañía!

Al terminar su discursito levanta el vaso y él y Fabrizio le dan un buen

trago al líquido ambarino.

—Y reconocer también que elegiste bien, tu mujer está muy buena. —


Fabrizio no tiene filtro, sus palabras hacen que el cavernícola que llevo

dentro salga de su cueva y ponga orden por aquí.

Nadie se mete con lo que es mío. Ni siquiera uno de estos dos


cabrones que considero casi mis hermanos.

—Te pasaste varios pueblos, so pendejo —le digo entre dientes, mi


voz es baja pero firme—. Agradece que eres uno de los míos, si no en este
momento estarías con la nariz rota y las costillas partidas, a mi mujer sólo la

miro yo.

Los dos estallan en carcajadas, como si la bromita les hubiera salido

perfecta.

—Me debes cien —le dice a Dante—. Te dije que se iba a poner

como una fiera.

—Hombre —Dante pone la mano en mi hombro, hablando en un tono

ya más serio—. Si te casaste con ella, Alessandra es ahora también una

hermana para nosotros. Pensé que confiarías más en nosotros, me siento

ofendido.

El payaso se lleva la mano al pecho y toda la cosa, fingiendo que le he

clavado un puñal.

—Bien sabes que las rubias no son mi tipo —agrega Fabrizio.

—¿Desde cuándo tú tienes un tipo? Si le tiras a todo lo que se mueva.

—Venga —se defiende—, que a mí los tíos no me van. Pero esa

pelirroja que vino con tu mujer, a esa sí que le doy cómo y cuando quiera.

—Ni la mires, que te metes en un lío, so pendejo —todavía no se ha

hecho público, creo que ni ella lo sabe, pero la dueña del instituto ese me

dijo que ya está comprometida. Ha cerrado un trato por ella.


—Eso no quiere decir que no podamos divertirnos un poco.

—Y que te metan un tiro por el culo, idiota —lo reprendo—. Sabes

que el valor de esas chicas radica en que se mantengan vírgenes.

Los tres nos quedamos unos momentos en silencio, mientras con la


mirada busco a mi esposa, que está unos metros más allá hablando con sus

padres. La madre no ha dejado de lloriquear desde que puso pie en la villa,

el padre se mantiene un poco más entero. Pero parece ser un hombre al que

le está costando mucho mantener el tipo.

El par de idiotas estos que tengo parados a un lado están como un par

de toros enfrente de un capote rojo comiéndose con los ojos a la pelirroja y

a otra morena que toman vino sentadas en una de las mesas que dispuse para

la cena.

Vaya par que tengo por mis únicos amigos y socios de negocios.

Ninguno de nosotros lo ha tenido fácil en esta vida. Dante es el hijo rebelde

de los Altamone, una familia siciliana que otrora perteneció a la Cosa

Nostra. Y digo rebelde, porque decidió hacer algo menos complicado, al

menos desde el punto de vista legal, y ganarse la vida limpiamente. Por su

parte, Fabrizio nació con una cucharilla de plata en la boca. Hasta que su

familia lo perdió todo hace casi veinte años, cuando se descubrió que su

padre estaba detrás de una aparatosa estafa piramidal. El hombre fue a la


cárcel y mi amigo tuvo que aprender a rascarse con sus propias uñas. Ahora

no hay quien se atreva a sacar a la luz el pasado de su familia Fabricio Ponti

es reconocido por ser implacable. Todos nosotros lo somos, pero hay algo
en él, de ninguna manera se toca el corazón cuando tiene que aplastar a la

competencia en pos de conseguir un objetivo.

Dante vuelve a servir sendos tragos para cada uno de nosotros y

levanta su vaso haciendo otro brindis en honor de mi recién estrenada

esposa.

El güisqui me quema en la garganta y le doy la bienvenida a ese fuego,

porque no hace más que avivar el que ya llevo dentro. No ha pasado ni una

hora desde que nos declararon marido y mujer y no veo la hora de que todo

este tinglado se termine para estar a solas con ella.

El cuerpo se muele de deseo. Así de dura la tengo. Afortunadamente

la chaqueta de mi esmoquin se encarga de cubrir lo que no está para ojos

curiosos. Esto que tengo en medio de las piernas es sólo para ella.

Y hablando de ella. Jamás creí que esa cursilería de quedarse sin

aliento al ver caminar a la novia hasta el altar fuera real. Hasta que ella

apareció al final del corto pasillo que los decoradores arreglaron para la

ocasión.
Nunca en la vida había visto una novia más bonita. Como si ella

hubiese adivinado mis pensamientos, se decantó por un vestido bastante

modesto. Esas preciosas tetas que ahora me pertenecen estaban bien

cubiertas, pero luciendo deliciosas debajo de ese delicado encaje. Al

modelito lo completan unas mangas largas del mismo material y una falda

que a primera vista no es nada fuera de lo común. Pero si la luz le da desde

la espalda, la tela es tan fina que se dibuja la forma de su cuerpo

perfectamente, echándole leña al fuego de mi imaginación desbocada.

No veo la hora de deshacerme de ese trapito.

Casi golpeo mi pecho al mejor estilo Tarzán cuando la vi luciendo las

joyas antiguas que elegí para ella. Una pulsera de diseño floral rellena de

diamantes y unos aretes que hacen juego. Ahora el conjunto está completado

por el pedazo de roca que le he puesto en el dedo.

Haciendo una declaración pública.

Para que todo el mundo sepa que ella es mía.

Cinco quilates engarzados en platino, más otros tantos que lleva en la

argolla.

El mundo está a sus pies y ella todavía ni lo sabe.

—Y hablando de vírgenes —dice Fabricio—. ¿Ya te encargaste de

solucionar ese asunto con la tuya?


—¿De qué mierda hablas? —Le pregunto frunciendo el ceño, mi

espalda se tensa otra vez. Pero mi amigo sólo sonríe.

—Te vimos saliendo de la casita donde acomodaste a Alessandra, y ni


lo niegues porque ambos fuimos testigos de que saliste de ahí cagando leches

y con la ropa bastante desacomodada. Por no hablar de una muy acalorada

Jacobella, la pobre mujer estaba más roja que el capote de un torero, tío.

De mi pecho sale un gruñido. No tengo la intención de discutir lo que

pasó en el baño de la casita con ninguno de mis amigos. Ni con ellos, ni con

nadie. No es su problema.

—Es mi propiedad.

—Sí, nadie lo niega, pero tú mismo dispusiste que fuera ahí donde

Antonella se preparara antes de la boda.

—Esta es mi casa, joder, y aquí…

—Se hace lo que tú dices —termina por mí Dante—. Ya nos sabemos

de memoria la cancioncita.

—¿No vas a decirnos qué diablos estabas haciendo ahí? —Insiste

Fabrizio.

—Quería darle la bienvenida a mi novia personalmente. No me iba a

casar sin conocerla.


—Y de paso comerte la torta antes del recreo —se burla Dante.

Y antes de que pueda decir otra burrada, lo fulmino con la mirada.

Eso no evita que ambos se partan de risa a mi costa.

—Máximo estaba probando la mercancía antes de comprarla, y parece

que todo salió bien. Mira, ahí está llevando el anillo en su dedo.

Estoy que los agarro a ambos del pescuezo y se los retuerzo como al

par de pollos que son.

Dante se da cuenta que estoy a punto de perder los cabales y pone una
de sus manos en mi hombro, dándome unas palmadas.

—Tranquilo, hombre, que estamos sólo bromeando —se defiende

entre risas—. Nos hemos ganado ese privilegio después de tantos años
aguantando tu mal genio, ¿para qué están los mejores amigos si no?

Suspiro, ellos tienen toda la razón. Si en alguien puedo confiar es en


estos cabrones.

—Lo sé, lo sé. Mis disculpas, todo este asunto me tiene tenso.

—Y más desde tu visita a la casita, ¿no es así? —Sigue burlándose

Fabrizio.

—Idiota.

—Pero soltero —suelta.


—¿Por qué tuve que ser yo quien se tuviera que casar primero?

—Porque eres el mayor de todos.

—Ya llegará su momento, par de gilipollas.

No sé cómo no se atragantan al beber el trago si no paran de reírse.

Hasta que Dante se aclara la garganta.

—Hablando de asuntos más serios. ¿Has escuchado algo de tus


amigos del norte?

Ese asunto, Dante se refiere a Magani, el hombre al que le gané la


casa en Montecarlo.

—Tengo ese tema bajo control, debieron darse cuenta de que la villa
es prácticamente una fortaleza. Hace un par de meses se instaló un moderno

sistema de seguridad y desde que decidí que aquí me casaría, he contratado


personal extra. Tommaso tiene todo bien controlado.

Además, un servicio de inteligencia sigue de cerca los pasos de


Magani, en otras palabras. El hombre no se puede meter el dedo en la nariz

sin que yo me entere.

Soldado advertido no muere en la guerra, dicen por ahí. Y no tengo la


mejor intensión de morir pronto.
—Y a ese hombre es mejor tenerlo de amigo. Espero que algún día
acepte mi oferta y se venga a trabajar conmigo.

—No se trata sólo de dinero —argumento, porque además es verdad


—. Así que puedes darte por vencido en ese asunto.

Vuelvo a mirar hacia donde se encuentra Alessandra, ahora ya no está


con sus padres. Ella se encuentra rodeada de sus amigas. Sonrío satisfecho

al darme cuenta de que este no es un día amargo para ella, mi mujer se ríe a
carcajada limpia. Supongo que nerviosa está, también yo lo estoy. Sin

embargo, no es tristeza lo que se refleja en esos hermosos ojos azules, ahí


hay algo que me interesa cultivar y ver florecer.

Y atesorar.

Y proteger.

Soy consiente además, que todo esto de Magani me preocupa no por la


villa o alguna otra de mis propiedades, ni siquiera por el dinero. Me
preocupa por ella.

Ella.

Que desde que la vi en ese colegio en Boston se ha convertido en el

centro de mi universo.

En el tesoro escondido detrás de los gruesos muros de piedra que

rodean la mansión.
Y ese tesoro es todo mío.

Me empino lo que queda de mi trago y sin mayor ceremonia lo dejo


sobre la mesa frente a mí. Con un par de palmadas en el hombro, mis amigos

y yo nos despedimos.

Tengo una novia que reclamar.

La sangre ruge en mis venas mientras cruzo el espacio que nos separa
dando largas zancadas.

Ella es mía.

Pronto se va a enterar de qué tanto.


CAPÍTULO 8

Alessandra

Todo ha pasado tan rápido, que hasta extrañada estoy de no sentir mareo. Un
momento estaba apenas comprometida y al siguiente el cura nos estaba

proclamando marido y mujer.

Y así tan fácil soy una mujer casada. A mis veinte años.

Casada con él.

Mi corazón corriendo como un corcel desbocado cuando el cura

terminó con esas palabras, anunciando que había llegado el momento de

besar a la novia.

Máximo me agarró por la cintura, ahí enfrente de todos, y me dio un


beso lento, pero intenso. Haciéndome vibrar sin importarle que todos los

ojos estaban puestos en nosotros.

Y que no había nada que aparentar. Todos aquí, con la excepción del
cura me apuraría a decir, saben que esto no es un matrimonio por amor.

Bueno, yo he vendido mi vida por amor. Pero ustedes saben a qué me

refiero.

¿Nuestro primer beso?


No, no se trataba de eso. Bien sabemos lo que ocurrió en el baño hace

un rato. Sin embargo, ese momento fue algo único.

Y las palabras de esa mujer resuenan de nuevo en mi cabeza.

Eres su nuevo juguetito, so tonta. Se va a entretener contigo un rato

y después te va a dejar olvidada en un rincón como siempre hace. ¿Crees

que una muchachita inexperta como tú es suficiente para mantener a un

hombre como Máximo Ferrara entretenido por más que un par de


semanas?

Máximo siguió besándome, ajeno a mis preocupaciones, y sé que yo

debería haber puesto más pasión en ese beso, nuestro primero como marido
y mujer. Y no pude. La sombra de ese demonio verde y celoso que la mujer

trajo a jugar en medio de nosotros gritaba dentro de mi cabeza. Haciéndome

sentir más pequeña e insegura que antes.

Recordándome que estoy a su merced. A merced de un hombre que me

ha comprado y que puede hacer lo que quiera conmigo. Tal vez esta noche

decida matarme y, con ayuda de sus hombres, se le dé por enterrarme detrás

del antiquísimo puente de piedra frente al que nos hemos casado y nadie se

enteraría de nada.

De nada me valen los varios cientos de calas y la infinidad de velas

con las que han adornado esta parte del jardín. Ni el champan bien fresquito
que están ofreciendo los meseros.

Ni la suave música de cuerda que no ha dejado de sonar ni por un

momento.

Todo eso mañana no será más que un recuerdo. Y puede que lo mismo
pase conmigo.

Mis amigas son el faro que me ofrece algo de luz en la tormenta que

crece dentro de mí. Me hacen reír como una loca mientras recordamos
nuestras trastadas en el internado. Las poses que nos enseñaba Juanito y lo

colorada que nos pusimos las primeras veces que entramos a la salita donde

se nos daban las clases de educación sexual.

—Apuesto que la tiene como un burro —se carcajeaba Rachel—. Y

en caso de que naciera con el pito chiquito, seguro se lo ha mandado a bañar

en oro y brillantes, así que de que folla, folla.

—¿Y qué sabes tú de eso? —la cortó Marianne—. Habrás visto


muchas pollas en tu vida.

—Hemos visto muchas fotos y videos, te recuerdo —se defiende

Rachel. —Y todo esto que ha armado, desde el vestido y las joyas hasta la
fiesta tan elegante. Seguramente todo esto le habrá costado un pastizal.

—Y se lo puede permitir —suma Naomi—. El hombre está podrido

en dinero, seguramente esto lo ha pagado con la menudilla.


—¿Y ya viste a sus amigos? —Pregunta Rachel—. Si no sé a cuál

mirar primero, cada uno está más bueno que el otro.

—Has contado con suerte —suspira Marianne, enrollando en su dedo

un mechón de su fiero cabello rojo. Lleva un vestido de un malva muy claro,

se ve preciosa. Parece un ángel—. Hemos visto a chicas como nosotras


casarse con prospectos mucho menos halagadores. Si alguien se merece un

marido rico y guapo, esa eres tú. Y si además hace todo esto por ti, es que

seguramente está coladito nada más verte. De verdad espero que la tenga

grande y gorda y que hoy te haga ver estrellitas. Eso sí, mañana en el

desayuno estate preparada para que nos cuentes hasta cómo la empuja.

Eso último me hizo sonrojar de pies a cabeza, por suerte llega

Antonella diciendo algo sobre que el fotógrafo me anda buscando para hacer

unas tomas con mis padres y después de eso, me escabullo hasta un

rinconcillo en el que espero pasar inadvertida.

Al menos por un rato.

La soledad no es que me haya durado mucho. Máximo llega hasta

donde me encuentro. Su rostro serio al darse cuenta que estoy frunciendo el

ceño, la preocupación reflejada claramente en mi rostro.

Con la mano le ordena a uno de los meseros para que me ofrezca una

copa de champan.
—Por si necesitas valor para más tarde —Me dice, sus ojos

recorriendo mis rasgos, como si en ellos fuera a encontrar las respuestas a

todas las preguntas que se acumulan en su mente.

Un hombre como él no se detiene ahí, acorta la poca distancia que nos

separa, envolviéndome entre sus brazos.

—Ya nos podemos ir —murmura mientras su boca se desliza por mi

barbilla—. Tengo planes para esta noche. Y esos planes incluyen a mi


esposa.

Bueno, pero si esto se va a acabar, voy a alargarlo lo más que pueda.

—Todavía es pronto —Protesto, aunque sus labios hacen que mi queja

suene débil. Mi marido sabe lo que hace— Pero si no hemos cenado, ni

hemos cortado la tarta, mi madre me lo ha dicho al menos treinta veces.

Sus manos recorren la piel que el encaje deja al descubierto, haciendo

que la pasión se avive.

Excitándome

Incitándome.

Sí, también mojándome. Las braguitas que llevo puestas están que se

me bajan y caminan solas hasta la lavadora.

—Esta es nuestra boda…


—Y todo se hace como tú dices, ¿no es así? —De mi boca sale una

risilla nerviosa—. Me permito recordarte que fuiste tú quien organizó todo

esto. Así que ahora a apechugar.

En su pecho vibra algo que es mitad gruñido, mitad carcajada. Se

separa de mí y cogiéndome de la mano camina apresuradamente de vuelta

hasta donde están las mesas dispuestas para la cena.

—¿Dónde diablos está Antonella? Que sirvan la cena en este instante

—le grita a un chico de uniforme que presto se apura a seguir sus órdenes—.

Y después la dichosa tarta. Tiene media hora para terminar con todo. Ni un

segundo más.

No tengo ni idea de cómo me las arreglo para seguirle el paso.

Tenerlo cerca hace que las rodillas me tiemblen. Maldito hombre, no debería

tener ese efecto en mí.

La coordinadora nos acomoda en una mesita para dos en la parte más

alejada del jardín, todo el entorno ha sido llenado con velas y más calas. En

verdad que todo está precioso y, como dijo mi amiga, seguramente ha salido

en un pastizal. Eso sin contar con la millonada que llevo puesta encima.

Nada más el anillo que se posa en mi dedo podría pagar la deuda externa de

algún país africano, es un peñón más grande que Gibraltar.


—Come algo, amore mío —me indica, viendo que apenas he probado

bocado, tengo el corazón en la boca—. Más tarde vas a necesitar de toda tu

energía. Planeo tenerte toda la noche en vela.

A lo lejos los violines siguen tocando, pero todo lo que puedo

escuchar es el retumbar de mi corazón que resuena en mis oídos.

—¿Vas a jugar con tu juguetito nuevo?

Eso es como un balde de agua fría. Máximo se endereza, soltando la

mano que hasta ahora mantenía cogida entre las suyas.

—¿Mi juguetito nuevo? —Pregunta frunciendo esas gruesas y

perfectas cejas. Joder, hasta eso tiene en su punto el hombre, ni un pelo está
fuera de su lugar—. No, amore, tú no eres mi juguete nuevo. Eres mucho más

que eso.

—Pero es que ella dijo… —ay madre, que se me ha ido la lengua

larga. El lío se va a armar antes de lo que había pensado.

—¿Quién te dijo estupidez semejante?

—Tu amante y ni te atrevas a negarlo —le digo.

—¿Tengo una amante? —Se aleja de mí levantando las cejas, el


gilipollas tiene el descaro de parecer hasta indignado—. Vaya, que te has

enterado tú primero que yo.


—¿Te estáis burlando de mí? —Chillo empujándolo, para después
cruzarme de brazos.

Vaya cara tan dura que tiene mi recién nombrado esposo.

—Mi vida —me dice acercándose, mirándome fijamente. ¿Por qué

tiene que ser tan guapo?— La única amante que planeo tener, por el resto
de mi vida, eres tú.

—No me mientas —susurro—, al fin y al cabo no hay necesidad. Me


compraste y soy tuya, puedes hacer lo que se te venga en gana y no tengo
derecho ni a quejarme.

—¿Y si no tienes derecho a quejarte por qué estás tan enfurruñada?

—A nadie le gusta que le vean la cara, Máximo. Yo no soy la

excepción. Soy tu esposa, tu florero, si así lo decides tengo que abrirme de


piernas y sonreír cada vez que vengas a mí. Pero te pido, lo único que te

pido, es que siempre me digas la verdad. No me mientas.

No me mientas, porque lo cierto es que me gustas muchísimo y

quiero mantener mi corazón a buen resguardo.

—Y quiero que te abras de piernas y me sonrías todo el día, varias

veces al día —comenta como si no fuera nada—. Pero no porque hayamos


firmado un contrato, eso ha quedado atrás. Eres mi esposa, mi tesoro y eso

es lo que cuenta. Quiero hacerte feliz, cariño, eso es todo lo que quiero.
Con sus grandes y elegantes manos, me toma de la barbilla, dispuesto
a besarme. Y cuando está a unos cuantos centímetros de distancia se detiene.

Y yo quiero que siga por el camino por el que iba.

—¿Quién te ha venido a llenar la cabeza de disparates? —Me

pregunta, su aliento mentolado acariciando mi boca y mis labios están


resecos, esperando que los humedezca con los suyos.

—Nadie —le miento.

—Oh no, aquí ninguno de los dos se va a poner a jugar con esas

tonterías, me vas a decir ya mismo quién ha venido a calentarte la cabeza.

Esto no tiene más salida que soltar la verdad.

Vaya tela.

—Una mujer morena estuvo aquí, dijo que se llamaba Sofía. Vino a
verme poco después de que te fuiste.

Me mira furioso, como si le hubiera dado una bofetada.

—Por favor, Máximo, no le digas nada. No quiero tener problemas

con ella —le ruego desesperada, si ella tiene algo de influencia sobre él,
puede que la cosa se ponga negra para mí.

—¿Tú? ¿Tener problemas, se puede saber por qué?


—No lo sé, si ella es tu jefa o la dueña de este palacio. No tengo ni

idea de qué va con tu vida, tú mismo le dijiste a la señorita Rivas que me lo


contarías todo, así que literalmente me he casado a ciegas contigo.

Él suspira antes de abrir la boca de nuevo.

—Sofía se puede ir a tomar por el culo. Pero ya tendremos tiempo


para ello —me dice dándome un beso rápido, seco, en los labios—. No

temas, no vas a tener ningún problema. Sofía es mi asistente, bueno, lo era.


Mañana mismo me haré cargo de su despido.

—Pero lo que menos quiero es que tengas problemas con el personal


a tu cargo, yo sólo soy…

—Mi esposa —me calla poniendo un dedo sobre mis labios—. Y


nadie está por encima de ti. Este palacio, como así lo llamaste es mío y

ahora es tuyo también. Sé que no has leído el acuerdo prenupcial, pero desde
el momento en el que dijiste sí quiero te convertiste en una mujer muy rica y

poderosa, señora Ferrara. Así que más vale que aprendas a usar ese poder,
yo mismo me voy a encargar de eso. Pero más tarde.

—¿Más tarde? —Le pregunto sofocada, esta extraña conversación me


ha resultado caliente. Excitante.

¿Me estaré volviendo loca?


—Primero tú y yo tenemos un trato que cerrar —me dice y cada una

de sus palabras me deja sin aliento.

—¿Qué trato? —Esas palabras apenas salen de mi boca.

Tengo la garganta seca y no es una coca cola fresquita lo que puede


calmar mi sed.

—Un matrimonio que consumar…

Su mano se desliza de mi quijada a mi nuca, recorriendo con sus

dedos mi piel. Un escalofrío me recorre entera. Él está haciéndome eso. Me


está poniendo a sufrir.

Qué poder tiene sobre mí y apenas nos acabamos de casar.

Vamos, que nos acabamos de conocer. Y aun así él me prende,


encendiendo algo que no sabía que llevaba dentro. Algo salvaje, morboso,

descarado.

Algo pecaminoso.

Algo que está listo para estallar.

Recuerdo lo que me hizo más temprano en el baño y me sonrojo hasta

las orejas.

—Nos vamos de aquí —anuncia levantándose—. ¡Muchas gracias a

todos por venir, mi esposa y yo estamos muy felices. Los veremos mañana en
el almuerzo!

Y sin más, me toma de la mano, llevándome a toda carrera por lo que

me parece un laberinto de corredores y escaleras. Hasta que llegamos a una


habitación en el piso de arriba que está llenita de flores e iluminada por la

suave luz de cientos de velas.

Por supuesto, entramos con él llevándome en brazos.

—Esto es para ti, mi esposa —dice no más entrar, observando mi cara

de sorpresa.

Si es que la quijada casi que da en el piso. Este hombre no tiene

límites.

—No entiendo —confieso.

—¿Qué es lo que necesitas entender?

—Por qué me elegiste, por qué me das todo esto. Yo no soy nadie,

Máximo, no tengo nada que ofrecer, nada que darte a cambio.

La habitación parece dar vueltas, gravitando en torno a nosotros. A él


que me mira intensamente.

—Porque nada más verte te adueñaste de mi corazón, mi bella


Alessandra. Tú eres todo lo que quiero, todo lo que deseo.
Y con eso el corazón casi se me sale por la boca. Esto todo es
flipante. Alucinante.

—Porque eras lo que esperaba aún sin saberlo, porque el destino me


llevó hasta ti y por arte de magia cambiaste mi vida. Desde el momento en

que vi tu foto en el expediente de la escuela supe que tenías que ser mía.

Trago, pero tengo la garganta tan seca, que ni saliva puedo pasar. Este

hombre va a hacer que me enamore de él y nada ni nadie van a poder


evitarlo.

—¿Un hombre como tú va a conformarse con tan poquita cosa?

Él frunce el ceño.

—No eres poquita cosa, lo eres todo.

Todavía conmigo en brazos, se inclina para estrellar sus labios con


los míos. Tomándolo todo. El mundo entero se enciende en fuego a mi

alrededor. Gimo en sus labios, perdiéndome y dejando ir todas las dudas y


los celos que me han estado comiendo la cabeza. Él pide y yo le doy a
cambio. Mis manos deslizándose por sus hombros, por su cuello, por su

sedoso cabello oscuro.

Él me sigue besando hasta que siento ese beso en las puntas de los
pies. Hasta que mi piel toda arde y un calorcito desconocido se abre paso
entre mis muslos.
—Amore mío…—ronronea antes de dejarme tendida sobre la cama—.
Quiero que vayas al baño y te pongas lo que he dejado ahí para ti.

Y antes de acobardarme, salgo pitando, para encontrar una bolsa de


seda sobre el mostrador. Dentro, un precioso conjunto de encaje que apenas
va a tapar lo mínimo.

—Te estoy esperando, bella —lo escucho llamar desde el otro lado.

Bueno, tomo aire, porque no me llega a los pulmones.

Vamos a por ello.

¿Qué es lo peor que puede pasar?


CAPÍTULO 9

Máximo

Antes de salir de Nueva York, me tomé el tiempo para hacer unas cuantas
compras en un par de tiendas de lujo que me recomendaron. Así que sabía

bien lo que ella iba a ponerse, pero joder, al verla salir del baño, intentando
cubrirse con las manos, casi me quedo ciego porque toda la sangre se me

había ido a la polla de repente.

Esa chica tímida y recatada, inocente y con tanto fuego en el interior.

Ya me encargaría yo de corromperla, de hacerla a mi modo, de


enseñarle lo que me gusta y de aprender todos los secretos para volverla

loca.

Ella es mi esposa, mi todo.

Joder, no me ha había echado y ya estaba pensando en tomarla de

nuevo, en saber que ese coñito virgen estaría llenito con mi leche y muy

pronto preñado con mi hijo creciendo dentro de ella.

Ese solo pensamiento envía un nuevo ramalazo de fuego a mi

entrepierna.
Corro hasta ella gruñendo como un loco desesperado, comiéndome

esos labios con mi boca, mis manos recorriéndola entera, aferrándose a ese

cabello dorado, mientras mi lengua sigue tentando a la suya. En respuesta mi

bella Alessandra gime, abriendo más su boca, dejándome probarla.

Mi piel arde por ella. La polla me duele del deseo, siento las bolas

pesadas, llenas de todo lo que tengo para darle. Una y otra vez.

Esta noche ninguno de los dos va a dormir.

Nuestras lenguas siguen batiéndose en duelo, nuestras respiraciones

aceleradas mientras sigo apretándola contra mi cuerpo, sus caderas se

mueven y sé que es el deseo lo que la lleva a eso. Una de mis manos se


aprieta a ella, animándola a seguir con su tentador baile.

Lentamente nos dirigimos hasta la cama y nos dejamos caer en ella.

—Eres un placer para los ojos —murmuro con fuerza—. Cada vez

que te veo te encuentro más bonita.

Mis palabras dejando entrever a qué me refiero, recordándole lo que

hicimos más temprano en el baño.

—Yo también quiero verte… —confiesa en un susurro y se pone toda

colorada.

Joder, me encanta. Me fascina que bajo esa carita inocente se esconda

una mujer apasionada esperando por mí para liberarse.


Pero podemos jugar un rato.

—¿Qué quieres ver? —Le pregunto aunque ya sé la respuesta.

—Esto…

—Dime qué es lo que quieres ver, si quieres algo no tienes que hacer

más que pedirlo, amore mio.

—Te quiero ver desnudo.

Se muerde el labio mientras un brillo travieso ilumina sus hermosos

ojos.

En respuesta, esbozo una sonrisa. Este juego de tentarnos el uno al

otro puede que sea divertido, pero más divertido va a ser cuando le haga a

mi nueva esposa todo lo que tengo planeado.

Esta va a ser una noche de bodas inolvidable. Me levanto de la cama,

dispuesto a ofrecerle el mejor de los espectáculos. Deshaciéndome de mi

costoso esmoquin pieza a pieza. Alessandra se levanta, apoyándose en los

hombros para no perderse ni un segundo del entretenimiento, al verme sólo

vestido con mi ropa interior, un gemido sale de su boca, mientras me come

con los ojos.

Joder, casi está babeando.

Perfecto.
—Máximo —susurra justo antes de acercarse a mi cuerpo, para pasar

las puntas de los dedos sobre mi abdomen.

Sus yemas dejan un rastro de fuego en mi piel y quiero más. Así que

me encargo de tirar de la cinturilla de mis calzoncillos para quedar desnudo

ante ella. Enseguida sus ojos se van hasta donde mi sangre se agita.

Mi polla grande y dura ante ella en todo su esplendor por primera vez.

Alessandra vuelve a gemir, ese sonido saliendo de su pecho hasta su

boca es como pólvora para el incendio que llevo dentro.

—Me cago en Dios —dice mientras sus manos siguen bajando,

acercándose a mi pelvis tímidamente.

—¿En qué estábamos?

Alessandra se sonroja, retrocediendo para quedar arrodillada frente a


mí vestida apenas con unos trozos de encaje francés de lo más fino que hay.

Sus ojos todavía fijos en mi polla, pero se pone a punto, deshaciendo los

delicados lazos que unen la tela.

Uno de los nudos se atasca y quito su mano para ponerme a ello. —

Déjame hacerlo.

Traga saliva, pero me deja hacer, la siento temblar ante mi

proximidad, mientras mis manos reemplazan las suyas. No me preocupo de

desatar el nudo, más bien tiro de él sin perder el tiempo. La tela es tan
delicada que se rompe sin mayor esfuerzo, dejándola ante mis ojos tal como

Dios la trajo al mundo.

Es purita perfección.

Desnuda e iluminada por la luz de cientos de velas, mi esposa parece

un ángel.

Toda suave, joven y curvilínea. La mujer con la que soñamos todos

los hombres.

Un cuerpo de esos que te imaginas cuando quieres correrte con tu

propia mano.

Todo ese hermoso cabello rubio rodeándola como un halo.

Esas tetas tan blancas adornadas con pequeñas puntas del color de las

rosas, esos pezones endurecidos esperando a que juegue con ellos. Casi

están llamándome.

Y sus pequeños lunares.

Mis ojos siguen bajando, recorriendo hasta su vientre plano, el valle

de su ombligo y siguen..

La polla casi me llora al ver ese coñito sin un solo pelo otra vez.

Quiero volver a tener su sabor en mi boca, quiero beber otra vez y

embriagarme con los sonidillos que hace.


Y no pienso esperar ni otro segundo para ello.

¡A currar, Ferrara!

Un gemido sale de su boca cuando me le voy encima, ella se deja caer

de espaldas sobre el colchón, inconscientemente abriendo las piernas para

mí.

Perfecto.

Mi lengua se entretiene en saborear las cerezas de sus pezones y los

muerdo. Primero suavecito, luego duro, para que ella se vaya haciendo la

idea de lo que sigue.

De lo que me gusta.

Mi lengua deja un rastro húmedo en su abdomen, buscando la rosa que

se posa en medio de sus piernas y cuyos pétalos voy a abrir ya mismo. La

voy a dejar toda mojadita y lista para que se la pueda meter hasta los huevos.

Pero primero lo primero. Tengo que prepararla, pues no quiero


hacerle daño, asustarla y que quiera salir pirando de aquí. Todo lo contrario,

quiero que esta noche sea tan inolvidable para ella, que siempre quiera más.

Que siempre que quiera ella corra a mis brazos, que me desee, que arda por

mí.

Escucho otro gemido salir de su boca en el momento que con dos de

mis dedos abro sus labios para mí deleite. Soplo un poquito sobre su
clítoris, tentándola. Para después pasarle la lengua a su delicioso botón por

encima. Su espalda se arquea y mueve sus caderas buscando más.

Me encanta la manera en que se está moviendo, en que responde a mis

caricias.

Su dulce néctar baña mi boca mientras mi lengua se clava en su rajita.


De mi pecho sale un gruñido que la hace vibrar, llevándola cada vez más

alto. Su pelvis moviéndose para restregar su coño tibio y mojadito contra mi

cara.

—Máximo —eso es, amore, ven por lo que quieres.

Mi nombre jamás había sonado tan bien, pero en un par de minutos


vamos a mejorar eso.

Sigo comiéndome su coñito, pero necesito más, así que con una de mis
manos, me rodeo la polla, estrujándola de arriba abajo. Me muevo cada vez

más rápido y mi lengua hace lo mismo. Con los dedos de la otra mano la
penetro rápido y duro, haciendo tijerillas para abrirla, para prepararla para

lo que está por venir.

Alessandra sigue moviéndose y mojándose, chorreando hasta mi


barbilla. Y yo quiero bebérmelo todo, sin desperdiciar ni una sola gota del

néctar de su clímax.

Un par de mordisquitos en su clítoris y ella se corre. Y se corre duro.


Gritando mi nombre perdida del placer, ese sonido casi es suficiente
para mandarme lejos a mí también. Pero lo que he estado guardando tiene

otro destino.

Mi lengua sigue atormentándola, sobando su duro nudo de nervios

hasta que ella baja de su nube y con las manos acaricia mi cabello con
suavidad.

Sigue temblando cuando me alejo de ella, le doy unos cuantos besos

en el muslo, rehusándome a perder el contacto con su piel perfumada.

Ella sabe lo que viene. Así que abre más las piernas y sonríe, lista

para recibirme.

Pero antes la beso, quiero que ella pruebe lo dulce que sabe, lo

deliciosa que es.

—¿Puedes saborearte en mis labios, mi bella Alessandra?

En respuesta sólo tengo un cabeceo, sus ojos salvajes llenos de lujuria


mientras nos miramos fijamente.

Hambrientos.

—Es mi postre favorito, mi comida más deseada. Puedo tenerte en mi


boca el resto de mi vida sin cansarme.
Ante mis palabras ella gime y con las caderas me acomodo en su
centro listo para tomar lo que me pertenece.

Lo que es mío por derecho.

—Tranquila, amore mío, no voy a hacerte daño —susurro besándola

con suavidad, distrayéndola con mis labios para que me deje entrar—. Sólo
va a ser un momento.

Despacio mi polla entra en su apretado capullito, es como tocar el


cielo con las manos y toma todo de mí contenerme y no explotar ahora

mismo. Sigo besándola y penetrándola despacio hasta que siento la barrera


de su virginidad rasgarse.

Ella chilla por el dolor, sus uñas clavándose en mis hombros. Espero
mientras el dolor retrocede, pero no me quedo sin hacer nada, con una de
mis manos le acaricio el clítoris, que sigue sensible después de las

atenciones que mi boca le estuvo prodigando. Enseguida ella comienza a


relajarse hasta que un gemido, esta vez de placer y no de dolor, deja sus

labios y lo tomo como mi señal para seguir adelante.

—Máximo —vuelve a gritar, derritiéndose entre mis brazos.

Muevo mis caderas tomándola con fuerza, mis abdominales bien


entrenados haciendo el trabajo. Me la follo y me la follo duro. Cogiéndome
esa caliente y mojadita vagina con todo lo que tengo. Y sigo empujando,

perdiéndome en ella. En el placer que me hace sentir.

Alessandra vuelve a gritar mientras sus paredes me aprietan duro, en

respuesta un gruñido sale de mi pecho y aprieto los dientes aferrándome a lo


que queda de mi cordura. Me está volviendo loco.

Un loco salvaje.

Joder, es tan apretadita.

Mis labios encuentran los suyos otra vez, mientras sigo deslizando

cada centímetro de mi polla en el calor de su coñito perfecto. Sintiendo


como me abraza de la manera más íntima posible. Me levanto, quedando

sobre ella apoyado en uno de mis brazos, con sólo la cabeza de mi polla
dentro de su vagina.

—Ahora ya eres mía —mi voz es un gruñido, el mismo fuego que me


quema, brilla en esos preciosos ojos azules y sus piernas se abren más

mientras su vagina me aprieta otra vez.

Creo que alguien está pidiendo más.

Vuelvo a entrar con fuerza en su cuerpo, haciéndola gritar, sus piernas


ahora enredadas alrededor de mi cadera, pegándome a ella, como si no

quisiera dejarme ir.


La beso, nuestras lenguas batiéndose a duelo mientras sigo

trabajándola con mi polla, de la manera en que ella se merece ser follada


por primera vez.

No estoy siendo tan duro, pero tampoco es hacer el amor suavecito y


delicado.

Con los dedos sigo rodeándole el clítoris al tiempo que nuestros


cuerpos siguen bailando juntos, sus piernas manteniéndome cerca, mis

músculos en llamas, puedo sentir sus pezones duros como brillantes clavarse
en los músculos duros de mi pecho.

Su voz llamando mi nombre a gritos.

Las paredes aterciopeladas de su coño me aprietan la polla con cada


empuje que doy dentro de ella, chupándome, estrujándome hasta la base.

Puedo sentir sus jugos bañarme hasta las bolas, mojándome con esa
dulce miel que pronto voy a beber otra vez.

La inocencia se ha ido, me he encargado de ello. Y en su lugar me ha


dejado frente a frente con una diosa tentadora que está enloquecida de deseo.

Un ángel de seducción que ruega por más clavándome las uñas en la espalda
y buscando con sus caderas por las mías.

Mis bolas cosquillean por la necesidad de correrse. No es deseo, es


necesidad pura y dura. Puedo sentir su orgasmo construyéndose otra vez,
con la fuerza de un tornado. Con la velocidad de la luz.

—Máximo, yo…

—Córrete para mí, amore —le digo—. Córrete conmigo, déjame

sentir tu orgasmo en mi polla, eso es, apriétame duro, llévame contigo. Te


voy a llenar con mi leche, así te voy a mantener toda la vida, para que nunca

puedas negar que me perteneces.

Le sigo clavando la verga bien adentro, su espalda se arquea debajo

de mí, clavándome más duro esos preciosos pezones rosados. Un toquecito


más en su clítoris, tiro de su cabello y ella explota, llevándome con ella

hasta las alturas.

—Tómalo todo, mi bella esposa.

Y ya está, un gruñido sale de mi pecho anunciando mi orgasmo. Se


corre tan duro que puedo sentirlo también, se ha quedado hasta sin aliento

debajo de mí. Juro que me he quedado viendo estrellitas, esto es más que
deseo animal.

Esto es el cielo.

Semen caliente sale de mi cuerpo llenando el suyo, llenándola, sigo

empujando dentro de ella, meciéndome hasta que le entrego la última gota.

Me dejo caer, llevándomela conmigo, ambos seguimos jadeando


mientras recobramos el aliento. Su cabeza descansa sobre mi pecho, que
acaricia suavemente con sus dedos.

—Mi esposo —susurra.

—Mi esposa, mi reina, mi dueña —le digo antes de volverla a besar.


Nuestros cuerpos todavía unidos y el suyo me aprieta, mientras ella me

muerde el labio traviesa.

—¿La alumna aprende rápido?

—Porque tengo el mejor maestro —responde en un gemido, esta vez


siendo ella quien toma la iniciativa, besándome.

—Bueno, mi vida, prepárate, porque ya viene la siguiente lección.

Mis manos la aprietan por la cintura, mientras la acomodo, listo para


darle más.

—Estoy lista —gime.

—Muy bien —esta vez quien gime soy yo—. Porque ahora vas a
aprender cómo montarme.
CAPÍTULO 10

Alessandra

—¿Qué es lo que más te gusta hacer?

Me pregunta Máximo, mi esposo, mientras juguetea con un mechón de


mi cabello rubio. Afuera ya comienza a amanecer, las primeras luces del día

se cuelan por las delgadas telas que cubren los grandes ventanales de la
habitación.

No hemos pegado el ojo, él me ha mantenido despierta con sus dotes

de amante perfecto. Tras eso hemos hablado, nos hemos besado y hemos
comenzado todo otra vez.

Ahora entiendo lo que dicen los libros, cómo es fácil dejarse llevar y

nunca más volver a encontrarse.

Y es que él hace tan fácil querer enamorarse.

Es guapísimo. Atento. Galante y hasta mandón.

Perfecto para mí.

—¿Aparte de pasar mi tiempo en la cama contigo?

En respuesta Máximo sonríe, inclinándose sobre mí en la inmensa

cama. Mi esposo sigue tan desnudo como yo. Todos esos músculos a la vista
y para mi deleite.

Apenas puedo contenerme para quitarle las manos de encima.

Y lo hemos hecho tres veces. Tres veces. Y me he corrido más de las

veces que podía imaginarme hacerlo.

En la escuela nos habían enseñado a tocarnos, a masturbarnos, vamos.

También nos habían hecho ver muchos “videos educativos”, películas


porno, vamos. Con todo y eso, no me imaginaba que podía ser así de intenso.

Mis ojos lo recorren otra vez, ese estomago de lavadero por el que

quiero pasar mi lengua y seguir bajando con ella. Me entran los calores no
más al pensarlo. Y esa polla, es tan grande, aun ahora descansando en medio

de sus piernas es imponente.

—A mi bella le gusta lo que ve, ¿no es así?

Me trago la vergüenza, clavando los dientes en mi labio.

—A lo mejor —susurro y me gano una sonrisa traviesa en respuesta

—. Joder, Máximo. No puede ser que quieras otra vez.

Mi piel arde otra vez y pienso que no puede ser que yo quiera otra

vez.

—Es tan distinto a todo lo que nos dijeron —confieso bajito, con

pena.
—¿En la escuela recibieron clases de educación sexual? —Pregunta

mirándome a los ojos, me parece que está hasta un poco extrañado.

—Te sorprenderías de lo que aprendimos —reconozco.

—En un rato nos pondremos a ello —gruñe antes de besarme—, pero


primero, dime qué es lo que más disfrutas hacer.

Lo pienso por unos segundos, ¿qué es lo que de verdad me apasiona?

Lo cierto es que no lo sé.

—Me encanta leer —le digo.

—¿Qué tipo de libros? —Su interés parece bastante genuino.

—De cualquier tipo, realmente leo todo lo que me caiga en las manos.

—Quiero que pienses a qué quieres dedicarte cuando volvamos a


Nueva York —me dice—, hoy en la tarde, después de almorzar, te voy a

llevar conmigo para que disfrutemos de unos días en el Mediterráneo. He

alquilado un yate con todos los lujos y comodidades, pensé que tal vez te

gustaría conocer Capri y otras islas.

—Me encantaría, gracias —le respondo besándolo en los labios, en

las mejillas, en el mentón…

—Tranquila, preciosa, tenemos tiempo. Pero antes quiero que


entiendas que en cuanto regresemos nuestra vida va a ser bastante agitada.
Tengo un trabajo exigente que debo atender, los negocios no esperan.

Además, deberás acompañarme a galas y otras fiestas elegantes, por lo que

tendrás que salir de compras. He traído algunas cosas para ti, sin embargo,
quiero que tu guardarropa respete tu estilo, tu gusto, tu personalidad. Quiero

que seas tú quien lo elija.

—Pero es que yo no necesito nada de eso, ni lujos ni joyas, te quiero

aquí. Que nos quedemos así juntitos.

—La vida no se detiene, Alessandra —su voz suena seria, dura—.

Además, eres mi esposa y como tal debes lucir, te quiero a todo lujo de pies

a cabeza. Así que acostúmbrate a que el mundo está a tus pies, que no hay

nada que no te puedas permitir.

Su mirada se va hasta mi cintura, sus dedos acariciando mi ombligo

desnudo.

—Además, sé que no te estás cuidando. No hemos usado


preservativos, tal vez muy pronto tengas alguien más de quien ocuparte.

Un bebé. No había pensado en eso. He estado tan distraída primero

con el anuncio de mi inminente boda, luego con el viaje y los preparativos y

después… él. Máximo.

—¿No podemos seguir así por un tiempo, solos los dos?

Disfrutándonos, conociéndonos…
—¿Y si ya viene en camino? —Me pregunta todavía acariciando mi

piel—. No quiero tener que ponerme un condón, Alessandra, eres mi esposa.

No una chica que me he encontrado en un bar y que me he cepillado para

pasar el calentón.

—Eres un troglodita —le digo riéndome—. Si ya viene en camino lo

recibiremos con los brazos abiertos.

—¿Lo dejaremos a la suerte? —Esta vez me mira a los ojos, casi


tímido.

—Creo que te vas a encargar de que las posibilidades sean bastante

altas…

Sus labios se apoderan de los míos otra vez, sé lo que está haciendo,

definitivamente jugando con las posibilidades. Máximo no es del tipo de

hombre que deja su destino en manos del azar, él va por lo que quiere y nada

se interpone en su camino. Y si lo que quiere es verme preñada, en poco

tiempo así me va a tener.

—Ahora quiero que me digas por qué estabas en el instituto ese, por

qué tus padres te metieron ahí. Ayer tuve oportunidad de hablar con ellos por

unos minutos, no me parecieron unas personas ambiciosas, dispuestas a

vender a su hija como una vaca al mejor postor.


—Claro que no lo son —salto enseguida en defensa de mi familia—.

Es que mi padre se metió en serios problemas financieros intentando

salvarle la vida a Carlo, mi hermano, que tenía leucemia. Era tan joven y con

tanto futuro. Intentamos de todo, hasta un trasplante de médula pero nada

funcionó. Después de que él se fuera a mi madre le dio un infarto, tú sabes,

la pena.

Decir esas palabras que no han salido de mi boca en tantos años hacen

que se me rompa el corazón y los ojos se me agüen. Estoy lista para echarme

a llorar cuando Máximo me toma entre sus fuertes brazos y entierra la cabeza

en mi cuello.

Sus labios tibios subiendo por mi garganta, haciendo que me olvide de

todo menos de lo que está pasando aquí. Sus manos vagando por mi cuerpo

desnudo.

Y lo necesito, sólo a él.

Ahora.

Mi consuelo. Mi roca. Mi fortaleza.

¿También el hombre que me ha robado el corazón?

Mi esposo se remueve en la cama, acomodándose encima de mí, listo

para tomarme cuando escuchamos una explosión en el jardín.

—¿Qué mierda ha sido eso? —Pregunta levantándose de repente.


Ni dos segundos más tarde alguien toca a la puerta y tras escuchar la

señal entra en la habitación. Por suerte tengo las cobijas para cubrir mi

desnudez.

Máximo sigue tan desnudo como el día que nació y le vale.

Vaya cuerpazo que tiene mi marido. El David de Miguel Ángel le


queda muy corto.

Que lo luzca, estoy casi por gritar. Como si estuviera en una porra.

—Señor Ferrara —dice un agitado hombre moreno que no había visto


antes. Y mis pensamientos calenturientos se esfuman. Aquí está pasando algo

y grave.

—¿Qué pasa, Tomasso?

—Alguien desactivó el sistema de seguridad desde dentro, los

hombres de Maganni están intentando cruzar la seguridad en la pared del sur,


mis hombres se están haciendo cargo de eso.

—Joder —grita Máximo antes de acercarse a un mueble de cajones


para buscar algo decente que ponerse—. Date un baño, Alessandra,

espérame ahí. La bañera va a mantener el agua caliente por mucho tiempo.

Máximo me da un beso rápido en los labios y se aleja dando pasos

largos.
—Vamos a ver qué mierda es lo que está pasando aquí.

Y que Dios se apiade de quienes han intentado meterse en la

propiedad, porque con lo furioso que acabo de ver a mi marido salir de esta
habitación sólo les auguro lo peor.

Bien merecido lo tienen por meterse donde nadie los ha llamado.


CAPÍTULO 11

Máximo

Esto es una mierda.

Y a la mierda también se han ido mis planes de pasarme la mañana en


la cama disfrutando de mi mujer.

Quien sea que ha armado este berenjenal espero que tenga los huevos
bien grandes, porque nadie que me conozca bien se atrevería a tocarme las

pelotas de semejante manera.

Ver a Alessandra tan asustada, hasta dónde estaba, un par de pasos

delante de la cama, pude sentirla estremecer. Y no por el placer que le


estaba dando.

Joder.

Quien sea que ha montado este san Benito me las va a pagar y me las

va a pagar caro.

Voy a por ti, hijo de puta.

—¿Qué mierda está sucediendo? —Le pregunto a Tomasso mientras

bajamos las escaleras con rumbo al cuarto de operaciones ubicado en el

primer piso de la casa.


—Alguien ha desactivado el sistema de alarmas de la casa, un trabajo

hecho desde adentro, sin duda. Y hace un par de minutos hubo una explosión

sin mayor importancia en uno de los muros perimetrales. Los guardias están

al tanto y en máxima alerta, señor.

—Mi mujer está en el baño, ese cuarto tiene una sola salida y ventanas

pequeñas. Manda tres guardias a que guarden la puerta y que nadie se mueva

de ahí a menos que yo de instrucciones.

—Como usted ordene, señor Ferrara.

En cuanto llegamos a la sala de operaciones, Tomasso se pone en la

labor, a dar instrucciones a sus hombres. Yo enciendo la pantalla de uno de


los ordenadores que conectan con la red de vigilancia de la propiedad,

buscando entre las grabaciones del sistema de cámaras por el jodido traidor.

Estoy por adelantar la cinta, cuando una figura vestida de negro

aparece en el video.

Mierda.

Siempre había sabido que la envidia es un arma poderosa, pero nunca

pensé que precisamente esta persona que veo aparecer estuviera en la lista

de mis traidores.

No puede ser.

Sofía.
Y es el segundo paso en falso que da en menos de veinticuatro horas.

¿En qué otros líos me habrá metido?

Ya tendré tiempo de hacerme cargo de eso, ahora lo importante es que

nadie entre en la casa. Mucho menos que lleguen a donde Alessandra se


encuentra.

Alessandra.

Nada más de imaginarme toda esa piel tan blanca metida en mi bañera

de mármol. Perfumada y tibia por el baño. Toda la sangre se me va a la

verga.

Tengo que solucionar esto rápido, no quiero perder tiempo aquí. No

cuando tengo mejores cosas en qué entretenerme y sin duda mi mujer es el

mejor pasatiempo que pueda imaginar.

—Tomasso, encárgate de encontrar a la señorita Wilson y quiero que

me la traigas ya mismo.

—Como ordene, señor —responde presto—. Ya mismo les encargo a

dos hombres la tarea.

Mi hombre de confianza acaba de abrir la puerta y en ese mismo

momento escucho disparos provenientes de alguna parte de la parte de atrás

de la villa.
Mierda.

—En la cocina —dice y ambos salimos hacia ese lugar con nuestras

armas en la mano—. Puedo escuchar pasos viniendo desde allá.

Un hombre que no había visto se deshace de una chaqueta de chef,

tirándola hacia un lado del corredor, sin percatarse de que estamos ahí,

observándolo todo.

Le hago la seña a Tomasso para que guarde silencio, esperando ver

cuál va a ser el siguiente paso del imbécil este.

El tío le hace señas a un par de hombres que vienen detrás de él, la

intención es clara, dirigirse a las escaleras. Ya me imagino el destino.

Mis habitaciones privadas.

Alessandra.

Tomasso y yo aprovechamos un aparador que hay en el corredor para

ocultarnos y cuando ellos se aproximan les ponemos la pistola en la cabeza a

uno de ellos antes de que pueda siquiera reaccionar.

Ambos propinándoles severos culetazos, haciéndolos caer en el piso.

—Alto —le digo en voz alta. Los imbéciles hacen el amago de

moverse y muevo el martillo de mi revolver, dispuesto a volarle los sesos si

da un sólo paso en falso—. ¿Qué quieren aquí?


Mi pregunta es clara, no me interesa saber quiénes son, pero sí quien

los ha enviado.

Estos tíos son profesionales. Y los servicios de un equipo como este

no son moco de pavo para que cualquiera se los pueda permitir.

—Tomasso, avisa a tus hombres que tenemos basura que limpiar aquí.

Él está por tomar avisarles cuando pasos resuenan a nuestra espalda,

anunciando la llegada de otra persona.

—Yo que tú me quedaría muy quietecito —dice la mujer en voz alta.

Sofía otra vez.

Maldita mujer, ¿qué es lo que se trae?

—No sabes quién soy, ¿no es así? —Pregunta ella sonriendo con

amargura—. Te voy a ilustrar un poco, querido. Soy Simonetta Magani.

Dicho esto, no son necesarias más presentaciones.

—No entiendo por qué si necesitabas una esposa no recurriste a mí,

¿no ves que todo estaba planeado? Te casarías conmigo y la villa volvería a

nuestras manos, la villa y también tu dinero.

—Sofía —le digo en voz calma, intentando tranquilizarla—. Pero si tú

eres mi mejor amiga, ¿cómo te iba a proponer un matrimonio de

conveniencia? Sabes lo importante que eres para mí.


—¿Y eso como de qué me sirve? —Se ríe.

Por el rabillo del ojo veo a Tomasso acercándose lentamente hasta

donde ella se encuentra. La atención de Sofía está tan centrada en mi


persona, que no se ha dado cuenta de los movimientos de los demás.

Sus cómplices yacen en el piso, desmayados, así que no le son de

mayor utilidad.

—Sabes que si lo que querías era dinero, no tenías más que pedírmelo

—le digo.

—¿Y de qué me sirven tus limosnas? —Chilla—. ¿Para qué

conformarme con migajas si podía tener el premio mayor? E iba por buen

camino hasta que se te ocurrió la brillante idea de comprarte al pan sin sal

ese con el que te casaste.

Ella mueve los brazos en el aire en un gesto bastante teatral. Tomasso,

aprovechando esto y como el hombre entrenado que es, se le tira encima

inmovilizándola y quitándole la pistola de las manos sin mayor problema.

—La tengo —me informa, mientras se encarga de atarle las manos con

unas esposas que ha sacado de su bolsillo trasero.

—Ya sabéis qué hacer con la basura. Quiero la casa limpia de

inmediato, tenemos planes para la hora del almuerzo y después que todo esté

listo para mi viaje.


—Ya está hecho, señor Ferrara —lo escucho responder, pero yo ya

voy pasos más adelante con rumbo a la escalera, desesperado por ver a mi

mujer.

***

Tal y como se lo había pedido, Alessandra me está esperando en el cuarto de

baño, metida hasta el cuello en la bañera, rodeada de burbujas y pétalos de


rosas multicolores.

Antes de entrar, por supuesto, me he deshecho de los guardias


armados que cuidaban su seguridad. Ya no son necesarios.

—Máximo —dice nada más verme ahí parado, contemplándola—,

estaba tan asustada por ti.

—Puedo cuidarme solo —aseguro viéndole las tetas, que sobresalen

en medio de ese mar de burbujas—, soy un chico grande.

—De eso no me queda la menor duda —contesta ella, y sé a lo que se

refiere. Y no es precisamente al tamaño de mi cuerpo completo.

Me acerco sin dejar de mirarla, ahí dentro del agua luce guapísima.

Preciosa. Y yo tengo que hacer algo para desatar este nudo que me está
apretando el pecho.

La adrenalina sigue corriendo por todo mi cuerpo, es momento de

deshacerme de ella y tengo la mejor idea para hacerlo.

Alessandra pone las manos en el borde de la bañera, lista para

levantarse y salir de ella. Pero no, la quiero ahí y ahí va a quedarse.

—Quédate quieta —le ordeno y ella instantáneamente obedece.

Me subo las mangas de la camisa, doblando los puños casi hasta

llegar al codo, meto una mano en el agua y con la otra acaricio su bello
rostro. Primero sus pómulos, su delicada nariz, la perfección de sus labios.

Aquí estoy, el mal momento ha pasado, ella puede relajarse.

Mi otra mano en su abdomen plano, con mis dedos rodeando su

ombligo, un par de vueltas y más abajo, hasta encontrar su coño mojadito.

Y no, no me estoy refiriendo al agua en el que está metida.

Ella está mojada de deseo, por mí.

—Mojadita, ¿verdad?

—Estoy en el agua —replica.

—Listilla —le digo justo antes de meter dos dedos directamente en su


vagina. Duro.

Mi intención es clara, ella se va a correr y rápido.


Mi mano entrando y saliendo como un pistón. Mi pulgar presionando
su clítoris que está tieso, como una perla.

—Te vas a correr hasta que yo diga.

Entierro la mano en la mata de su cabello y con la boca jugueteo con

sus labios. Distrayéndola. Haciendo que pierda la cabeza y también el


control sobre su propio cuerpo.

Aquí mando yo.

Siempre.

Alessandra arquea la espalda, preparándose para correrse, su


respiración es agitada y el placer que corre por su cuerpo es tanto que no

puede ni siquiera concentrarse en el beso que le estoy dando. El ritmo lo


estoy marcando implacablemente. Ella sólo está aquí, en el agua dándomelo

todo. Soy un hijo de puta exigente y sé que a ella le encanta.

—Máximo, por favor —me ruega y yo quiero que suplique un poco


más. Si espera un poco la caída será desde más alto, porque con cada una de

las embestidas de mis dedos ella sube más y más.

Y se me ocurre algo.

Mi mujer es muy responsiva, estoy seguro que con el estímulo


apropiado ella puede lograrlo.
Y yo sé exactamente lo que hay que hacer para ello.

Levanto el tapón de la bañera, haciendo que toda el agua se vaya por


la coladera.

—Abre más las piernas, amore mio, súbelas al borde de la bañera,

Ella tarda un par de segundos en comprender y hacer lo que le he

pedido, pero se pone a ello y la recompenso con otro beso devastador.

—Tu punto G —le dije al encontrarlo y darle unos toquecitos con los
dos dedos que tengo bien metidos dentro de ella—. Tranquila, amore, voy a

comenzar lento con sólo dos dedos, más tarde con tres y veremos si es que te
gusta.

Estoy hablando con ella, pero sé que en este momento le cuesta


comprender completamente lo que le digo. Sin embargo, ella no tiene nada

qué temer. Yo estoy aquí para darle placer, para cuidarla, para protegerla.

Porque ella es mía.

Mi mujer.

Mi tesoro.

Un suave gemido deja esos preciosos labios, la palma de mi mano


hacia arriba mientras bombeo mis dos dedos dentro y fuera de ella.
Despacio, pero con fuerza, cada vez un poco más adentro. Cada vez llegando

justo ahí, a donde la voy a volver loca.

Con mi otra mano me encargo de atormentar sus pezones, de

mantenerlos duros. Rojos, bien trabajados. En otro momento ya los estaría


mordiendo, repasándolos con la lengua. Ya tendremos tiempo para eso.

Ella intenta retorcerse, pero mi mano sobre sus tetas la insta a


quedarse quieta.

Tan sumisa.

Tan mía.

Pellizco uno de sus pezones, duro. Y ella tiembla de pies a cabeza. El


placer sigue subiendo, consumiéndola.

Quemándola.

—¿A quién le perteneces? —Le pregunto cuando sé que hemos


llegado al punto de no retorno, ella se va a correr sí o sí.

Y pronto.

Si ella fuera otra, poco me importaría dejarla así y ya estaría

bombeando mi polla con la mano, dejándome ir en medio de sus tetas. Pero


no, Alessandra está primero. Siempre primero.
Y está tan excitada que casi tiene los nudillos blancos de tan fuerte
que se está aferrando al borde de la loza de la bañera.

Jodidamente hermosa.

—A ti, mi esposo —contesta en un gemido que casi le roba el aire del


cuerpo.

Mi mano sigue pistoneando, su cuerpo buscando más, sus caderas


bailando al ritmo que estoy marcando. Sí, joder. Quisiera gritar, ese coñito

chorreando miel por mí. Mi mano izquierda baja por su cuerpo, buscando su
clítoris que anhela por ser tocado, está rojito como una cereza.

La voy a estimular por dentro y por fuera y no voy a descansar hasta


conseguir lo que quiero.

Y me tengo por un hombre que siempre consigue lo que se propone.

Su espalda vuelve a arquearse, ella está tan tensa como la cuerda de

un arco. Sigo masajeando su nudito de nervios en la parte superior de su


rajita.

—Eso es —la animo para que siga entregándose a mí.

Bombeo cada vez más rápido y Alessandra cierra los ojos con fuerza,
el gesto que se dibuja en su rostro es la perfección del éxtasis absoluto.
—Mierda, me voy a correr —canturrea—. Dame más, Máximo, dame
más.

Eso es justo lo que quería, que ella no tuviera miedo de pedirme lo


que desea. Se lo voy a dar todo, yo, porque para eso soy su amante. Su

marido. El hombre de su vida.

Apenas puedo ver mi mano de lo rápido que sigo empujando. Mi

respiración también está agitada y agradezco las horas que he pasado en el


puto gimnasio, un blandengue no podría hacer esto.

—Déjate ir —le digo, dándole permiso para correrse.

Alessandra grita, chilla, brama. No hay otra forma de describir a la


erupción que ha salido de su pecho, sin embargo no me detengo, ella está

cada vez más mojada, tanto que chorrea por mi mano y la porcelana debajo
de ella.

Y de pronto ella explota, como un volcán en erupción. El delicioso


néctar de su éxtasis saliendo de ella a chorros, como un hidrante. La
próxima vez mi boca estará justo ahí para beberse todo esa deliciosa miel.

Lo he conseguido. Joder, que me siento como un rey.

Mi mano sigue moviéndose, ayudándola a bajar de la nube en la que


se encuentra. Su cuerpo ya relajado y buscando por aire, porque se había
quedado casi sin respiración.
Y mi polla está que estalla, la necesito, la necesito ya.

—Levántate —le ordeno y soy paciente, sé que le está costando. Ella

se tambalea un poco y le ofrezco las manos para ayudarle.

Cuando está de pie sobre la bañera le digo que se dé la vuelta,


inclinándose sobre el mármol que cubre la pared.

—Agárrate de la repisa de la que cuelga la toalla, nena —suelto


mientras deshago la bragueta de mis vaqueros—. Y prepárate, porque te voy

a follar duro.

Apenas le doy tiempo de acomodarse cuando ya estoy detrás de ella


metiéndosela a toda velocidad.

Así de implacable como fui con mi mano hace un par de minutos, lo

estoy siendo esta vez con mi verga. Estoy tan excitado que creo que me va a
llevar apenas un par de minutos conseguir irme.

Estoy más que listo.

Ella me aprieta tan bien, como una mano de hierro cubierta de

terciopelo. Es la perfección absoluta.

Sigo dándole duro, rápido, hasta que ella se aprieta, se va a volver a


correr y me va a llevar consigo.
—Hazlo ya —mi orden ha sonado más a una súplica, ella obedece,
corriéndose de nuevo a los gritos. Arrastrándome al mar del éxtasis que se

llama Alessandra.

—Creo que tú y yo nos vamos a saltar el almuerzo —le digo cuando


ya yacemos en el piso, apenas cubiertos por un par de toallas. Ambos
desnudos, besándonos despacio, acariciándonos perezosamente—. Me

parece mucho más divertido quedarme aquí contigo, descubriendo qué es lo


que te hace arder, nena.

—Ah no—enseguida se queja—, tú y yo vamos a ir almorzar con


nuestros invitados. Ellos deben estar preocupados por todo el san Benito que
se armó en la mañana. Si la tía esa estaba como una regadera, ya decía yo

que se le veía el plumero, no me imaginaba qu.e tanto.

—A mí me tomó completamente por sorpresa —confieso—, pero eso


ya quedó en el pasado. ¿Entonces mi esposa quiere bajar a almorzar?

—Y después me vas a llevar a ese viajecito que me prometiste.

—Oh, preciosa, claro que sí. Pero esta noche tú vas a pagar muy caro
el haberme hecho esperar.

Ella se levanta tan rápido que no me da tiempo de alcanzarla,


juguetona se ríe y se mete en la habitación.
—Eso si me atrapas, vejete —chilla antes de que la agarre por la

cintura y me la eche al hombro.

Por supuesto que vamos a ir al almuerzo, estoy ansioso por presumir


de mi mujer. Y si ella quiere ir al viaje, pues iremos. Se me antoja mucho
volvérmela a follar desde atrás esta vez mientras se agarra de la barandilla
del barco. O enseñarla a que me monte como a un potro. Eso va a ser muy

divertido, verla desnudita con esas tetas bronceaditas brincándome en la


cara mientras ella sube y baja sobre mi polla.

Sí, definitivamente va a ser un viaje inolvidable.

Cuando fui el jodido programa ese que usó Dante con nuestros

nombres sacó mi nombre a brillar en la pantalla, pensé que mi vida iba a


cambiar para peor.

Que viviría arrastrando un lastre llamado esposa, a la que además,


tendría que mantener dándole un lujoso estilo de vida.

Pero jamás me imaginé que la vida resultaría ser esto. Risas, una
chica preciosa con un corazón de oro y que además follara como una estrella
porno.

Sí, definitivamente soy un cabrón con suerte.


EPÍLOGO

Alessandra
Ciudad de Nueva York - Dos meses más tarde

—¿Cómo conseguiste traerlas? —Le pregunto a Máximo mientras veo a mis

tres amigas charlar al otro lado del salón de nuestro precioso ático con
vistas a Central Park.

Hemos vuelto a la ciudad, sí, pero la luna de miel no ha terminado.

Nosotros seguimos en el séptimo cielo y Máximo se ha encargado de que


todas nuestras noches sean entretenidas.

Tal y como me había dicho mi marido, la vida se ha convertido en un

torbellino, paso mis días haciendo compras, asistiendo a reuniones, a


funciones y demás eventos. En las noches salimos a cenar, al teatro o a

bailar. Para luego seguir con nuestras actividades favoritas en la privacidad

de nuestra casa.

Hoy en la mañana le dije a Máximo que me gustaría hacerle un aviso

importante, pero que me gustaría que Marianne, Rachel y Naomi estuvieran

aquí. Al igual que mis padres. Pero sabía que la señorita Rivas de ninguna

manera autorizaría su salida. Muy calmado me dijo que no me preocupara,


que todo estaba en sus manos.
Horas más tarde, llamaron a la puerta y mis tres confidentes entraron

en mi salón dando gritos de emoción.

Más tarde mis padres hicieron lo propio. De más está decir que

Máximo se ha encargado de acomodarlos aquí en la ciudad. Ellos viven en


un apartamento bastante cerca del nuestro y los vemos con frecuencia,

mayormente para almorzar los domingos. Mis padres lo han adoptado como

a un hijo y mi marido se deja querer, cómo no.

—Me dijiste que querías que estuvieran aquí —ronronea en mi oído,

mordisqueándome el lóbulo de la oreja suavemente, con cuidado de no tocar

los aretes de diamantes que él mismo me dio la semana pasada—, y no hay

nada que no haga para complacerte, amore.

—Hasta miedo me da preguntar qué te ha pedido la señorita Rivas

para dejarlas venir.

Él se ríe antes de contestar—: Tengo que ayudarla a conseguirle un

marido a Marianne.

La madre que la parió, pero si es que eso no es moco de pavo, con la

personalidad que tiene mi amiga, más bien me atrevería a decir que es

misión imposible.

—Y ya estás en la tarea, ¿verdad?


—Bien me conoces, mi vida, pero es una historia para otro momento.

Ahora ya estamos todos aquí y están sirviendo la champaña, ¿cuál era ese

anuncio que tenías pendiente?

Hago chocar mi anillo de bodas contra el cristal de la copa que tengo

entre manos, llamando la atención de todos.

—Gracias a todos por estar aquí —comienzo y las manos me sudan,

quiero hacer esto en grande y en público. Bueno, sólo rodeados de la gente

que de verdad nos importa, nuestra familia y amigos—. Los he invitado a

cenar esta noche porque quiero anunciarle que muy pronto, en unos meses —

al pronunciar estas últimas palabras, puedo sentir la mirada de Máximo

sobre mí, casi queriendo sacarme las frases él mismo—. En unos meses,

Máximo y yo estaremos recibiendo al nuevo integrante de nuestra familia.

Y en cuanto termino mi pequeño discurso un par de brazos me agarran

con tal fuerza que casi me dejan sin respiración.

—¿Es eso cierto, amore? —Me pregunta mirándome con esos ojos tan

bonitos fijamente.

—Claro que sí, jamás bromearía con algo tan cierto.

—Estoy tan enamorado de ti —me dice despacio y al oído, con tanto

sentimiento que me pone casi de cabeza—. Te amo tanto, Alessandra mía,

me haces tan feliz.


—¿De verdad me amas? —Le pregunto con el poco aire que su abrazo

me ha dejado en los pulmones.

—Claro que sí —murmura y a pesar que alrededor de nosotros todo

es bullicio, estamos en nuestra pequeña burbuja—. Como un loco, así me

tienes, Alessandra.

—Qué bueno —le digo—, porque yo también te amo, Máximo, te

quiero mucho y este es el mejor momento, nuestro hijo viene en camino.

Él se deja de caer de rodillas frente a mí. Con la cara viendo

directamente a mi vientre, al que le habla despacio.

—Y a ti también, pequeñajo. Ya quiero verte crecer aquí dentro de tu

madre y llegar a este mundo.

Un nudo de lágrimas se forma en mi garganta y estoy a punto de

estallar cuando escucho a Marianne gritar.

—¿Qué coño, os podemos felicitar ya o vamos a tener que esperar

otra hora más?

Todos estallamos en carcajadas, Máximo incluido. Rápido se pone de

pie y nos disponemos a celebrar nuestro amor, nuestra pequeña familia y el

futuro que aguarda por nosotros.

¿Quién lo iba a decir? Mi cuerpo estaba en venta, pero lo que Máximo

Ferrara terminó ganándose, fue mi corazón.


Fin
PRÓXIMAMENTE
Cuentas pendientes
El segundo libro de la serie Millonarios Italianos

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