Bioetica
Bioetica
Bioetica
Algo más tarde, en 1596, Otto Casmann, discípulo de Glocenio, publicó una obra
titulada Anthropologiae pars II. Pero fue sobre todo en el siglo XVIII, cuando el término
Antropología empezó a usarse con más frecuencia de la mano de los padres de la
Ilustración. La consolidación de este nombre se debe sin duda a I. Kant, quien en
1789 tituló una de sus obras La Antropología desde el punto de vista pragmático,
donde define esta ciencia como “una doctrina del conocimiento del hombre ordenada
sistemáticamente”.
Biológicas.
Psíquicas.
Culturales.
Sociales.
Esta definición es tan amplia que tiene muy poca utilidad, dado que directa o
indirectamente todas las ciencias se refieren al hombre. Se impone precisar, en lo
posible, los límites de las diversas antropologías.
La Antropología Filosófica
Al fijarse en las publicaciones aparecidas en los últimos años y en las ponencias
desarrolladas en los congresos de Filosofía, el tema del hombre es algo que
se repite constantemente dentro del ámbito de la
especulación filosófica contemporánea. Desde Kant la visión del hombre se ha hecho
más compleja. En el siglo XIX aparecieron las llamadas ciencias humanas y las
antropologías de carácter científico, y al filo del primer cuarto del siglo XX surge
la Antropología Filosófica de la mano de Max Scheler. Este autor fue el primero que
logró sistematizar un conjunto de conocimientos acerca del hombre incorporando los
hallazgos de las ciencias humanas. Se trata, por tanto, de dar cuenta de la realidad del
hombre desde la confluencia de los datos científicos y la interpretación filosófica.
Hay autores que hablan de Filosofía del hombre, en lugar de Antropología Filosófica,
del mismo modo que hablan de Filosofía de la Historia, de Filosofía de la Naturaleza, o
de Filosofía del Lenguaje. En la Antropología Filosófica lo filosófico ha pasado a ser
adjetivo, tal vez debido a un complejo inconsciente de inferioridad derivado del viejo
prejuicio neopositivista, siendo así que lo que se pretende hacer en esa ciencia es una
verdadera filosofía. Aunque desde el punto de vista lógico y epistemológico parece
más correcta la denominación Filosofía del hombre, sin embargo, puesto que el uso
común ya ha admitido la expresión Antropología Filosófica, desde que Max Scheler la
hizo suya y la popularizó.
Para que la Antropología Filosófica sea verdaderamente filosófica debe ser, por
necesidad, solidaria del discurso filosófico del pasado e integradora de los otros
saberes filosóficos. Una interpretación filosófica del mundo implica necesariamente
una interpretación del hombre y viceversa. De ahí que una existencia humana sin
sentido convierte al mundo en un mundo sin sentido y lo mismo se puede decir a la
inversa.
Su referencia al ser.
Su apertura al ser en general.
Su salida al fundamento absoluto del ser.
Hoy como nunca en el pasado urge desvelar el misterio del ser del hombre, su lugar y
estatuto en el mundo, el sentido presente y futuro de su existencia. El hombre es un
ser que interroga, que pregunta y se pregunta, que puede y debe preguntar. Entre
todos los seres del universo el único que se siente angustiado por
la eterna pregunta es el ser humano. Solo él tiene la ardua tarea y responsabilidad de
encontrar el sentido de su propia existencia, “yo me había convertido para mí mismo
en una gran pregunta”[3].
Con frecuencia se afirma que nunca como hoy ha estado el hombre tan preparado
para dar una respuesta filosófica sobre sí mismo. El extraordinario desarrollo de las
llamadas ciencias humanas logra ofrecer un mejor entendimiento y comprensión de
los mecanismos que orientan y dirigen la vida y la conducta del hombre. El progreso
tecnológico, con su secuela de logros y amenazas, el neoliberalismo imperante en la
sociedad postmoderna con su enorme carga de solipsismo y de individualismo
competitivo y consumista, están generando oscuridad y verdadera incertidumbre
sobre la auténtica esencia del hombre y sobre la razón profunda y última del ser
humano.
En el Discurso inaugural de la Conferencia del CELAM en enero del 1979 [4], el Papa Juan
Pablo II señalaba que “quizás una de las debilidades más llamativas de
la civilización actual esté en una adecuada visión del hombre. La nuestra es, sin
duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los
humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la
época de las hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del
rebajamiento del hombre a niveles insospechados, época de valores humanos
conculcados como jamás lo fueron antes”.
Cuando se logra constatar la dureza y fatiga del trabajo diario, el cansancio de vivir, la
impotencia para alcanzar una felicidad verdadera y una paz estable, la soledad y el
aislamiento de los hombres y mujeres de nuestro mundo, es decir, el contraste entre lo
que la persona es y lo que le gustaría o debería ser para vivir plenamente como
humanos, son experiencias que invitan a reflexionar y a plantearse toda una serie
de interrogantes ineludibles:
¿Quién es el hombre?
¿Quién soy yo?
¿Por qué y para qué se ha nacido?
¿Cuál es el sentido de la vida? Todos
estos interrogantes se imponen independientemente del
credo religioso o metafísico que se profese.
Es posible notar que las diversas ramas de la Antropología estudian aspectos parciales
y empíricos del hombre, ninguna de ellas lo estudia como totalidad, como persona y
en cuanto persona, como sujeto personal y en su globalidad. Es justo, que haya una
ciencia que tenga como objetivo interpretar y conocer a
la persona como totalidad real y sustantiva, en sus últimos fundamentos o
estructuras, siempre bajo la luz de la razón natural, que es lo propio de la Filosofía.
También se objeta que toda ciencia persigue elaborar modelos y leyes universales,
dado que el hombre es un ser singular e irrepetible y además diacrónico -que se
hace con el fluir de la historia-, se piensa que no es posible establecer leyes universales
sobre el sujeto humano. Es cierto que el hombre es un ser singular, pero también es un
ser genérico, tiene sus singularidades, pero también tiene toda una serie de constantes
estructurales últimas que son el verdadero objeto de la Antropología Filosófica.
Corresponde, entonces, al saber filosófico trazar las coordenadas que permitan hablar
del hombre como persona en el contexto global del universo teniendo en cuenta
todos los datos y todas las dimensiones. El hombre -la humanidad- se presenta como
fruto de una larga evolución -cosmológica, biológica y cultural- y también como
una realidad en devenir, incompleta, abierta tanto al desarrollo como a la decadencia y
al peligro de la autodestrucción. Una ciencia del hombre no podrá ser sim
plemente constatadora, tiene que ser crítica y también normativa, si este hacerse del
hombre y de su mundo ha de estar dirigido por los recursos de la inteligencia, de la
racionalidad y de la responsabilidad ética.
Las ciencias positivas están ancladas en el puro fenómeno humano, pero a veces van
más allá de su territorio propio y traspasan las fronteras de lo fenoménico,
atribuyéndose la categoría de explicación universal del hombre, con lo cual
han producido esas falsas ontologías reduccionistas que se conocen como:
Biologismo.
Psicologismo.
Sociologismo.
Lo corporal.
Lo sexual.
Lo social. Tal ha sido el propósito de autores como Darwin, Marx, Freud o Comte.
Para las ciencias del hombre su objeto -el hombre- está previamente dado, acotado,
definido empíricamente. Para la Antropología Filosófica, el hombre no está dado a la
manera de un dato empírico. El hombre es una realidad singular, sorprendente, que
tiene la particularísima característica de poder y tener que apropiarse su propia
realidad. El ser humano es intimidad que trasciende el ámbito de lo circunstancial,
escapa al encuadre espacio-temporal y se relaciona con el ser. El hombre es:
Durante los dos últimos siglos, muchos filósofos deslumbrados por el éxito de las
ciencias de la naturaleza, han querido aplicar la metodología experimental al estudio
de la realidad humana; los resultados no han sido satisfactorios. Sobra información
científica y falta dar una respuesta lo más completa posible al problema del hombre
integral. Antes de iniciar la reflexión filosófica, el hombre había vivido desde hacía
siglos y había reflexionado sobre su propia existencia; poco a poco fue capaz
de objetivizar sus sentimientos y expresarlos en narraciones míticas y creencias
sociales; esto supone una “precomprensión orientadora” de sí mismo, como
condición preliminar de cualquier exposición inteligente del ser humano. La filosofía no
puede eliminar estos conocimientos, su empeño será ordenar, verificar, examinar
críticamente y encontrar una imagen coherente del existente humano. De ahí que su
método tenga que ser necesariamente abierto y comprensivo, capaz de abarcar la
complejidad y totalidad de lo humano.
La vía fenomenológica abre la puerta al sujeto humano, pero es preciso dar el salto al
fundamento ontológico del mismo, llegar hasta su naturaleza espiritual y el
fundamento en que se apoya. No vale la mera descripción de los estados subjetivos de
conciencia, es preciso trascender el plano fenomenológico descriptivo y existencial
para acceder al plano metafísico. Sin su dimensión metafísica el hombre no es
verdaderamente humano.
1. En la fase fenomenológica se recogen los datos referentes al ser y al obrar del
hombre tanto por la observación objetiva como por la introspección.
2. En la fase trascendental se busca la justificación y explicación última y
exhaustiva de todos esos datos, es decir, se pasa del obrar del hombre a las
condiciones ontológicas que lo hacen posible; buscando pasar del hacer al ser
del hombre. Del fenómeno al fundamento[6].
Conclusión
La pregunta filosófica, tanto por su origen como por su finalidad, es siempre pregunta
antropológica, puesto que es el hombre quien descubre el fundamento y sentido de
las cosas. Por eso sería posible concluir diciendo que la Antropología Filosófica quiere
responder adecuadamente a la pregunta qué es en realidad el hombre en cuanto
hombre, es decir, en su globalidad.
Filosofía griega.
Pensamiento cristiano.
Filosofía moderna.
Antropología contemporánea.
Los griegos estudiaron al hombre como elemento integrante del cosmos y en relación
directa con él. El cristianismo lo hizo teniendo en cuenta su origen especial y su
destino trascendente:
Se vive en una época de gran penuria ética lo cual puede impulsar a buscar hoy más
que nunca una respuesta al problema del hombre. Para ello puede servir responder a
las famosas preguntas kantianas:
Introducción
Los fenómenos de la vida y la posibilidad del hombre de interactuar con ellos ha creado
una fuerte y amplia discusión sobre las implicaciones éticas que conlleva.
Con esta denominación se quiere significar la reflexión que estudia la estructura lógica
del discurso bioético, sometiendo a un análisis riguroso los principios que la
constituyen. Intenta mostrar los contornos que la hacen posible como ciencia distinta
de las demás y que la hacen o posibilitan para ser reconocible. Al mismo tiempo,
la epistemología muestra estructuración lógica de su identidad. Por todo ello, la
epistemología es básica para reivindicar la existencia propia de cualquier ciencia y, en
este caso concreto, la bioética. Así se expresaba Potter, el oncólogo australiano que
acuñó el término bioética en 1971:
“Aún reconociendo que la bioética ha tenido una acogida grande en la cultura, aún
estando omnipresente en el lenguaje común de la calle, en los periódicos, en los centros
de investigación, en el debate público, sin embargo, es posible constatar su insuficiente
claridad epistémica”[1]
Definición
Artículo principal: Bioética
ciencia debe provocar a la ética a reflexionar cómo puede articular su discurso a fin de
mostrar más adecuadamente las acciones buenas del hombre en torno a la vida.
Teniendo en cuenta los tres niveles presente en todo discurso ético: el metaético, el
normativo y el aplicativo, algunos llegan a definir la bioética como una ética aplicada.
Desde este punto de vista, la bioética sería la aplicación de
un conjunto de teorías generales, de principios y de normas éticas a los problemas
que surgen en la clínica médica, en la distribución de los recursos, en la investigación,
en la legislación y etc. Desde el planteamiento “ampliado”, de forma análoga, se podría
definir la bioética como la ética aplicada al reino de la vida.
Por tanto, tiene que tener una dinamicidad para aglutinar los tres niveles:
1. El metaético.
2. El normativo.
3. El aplicativo armónicamente.
Esto no se opone a una legitima autonomía de los niveles, ya que es necesario para no
caer en un indeterminismo o en decisionismo arbitrario, verdaderos males de la
bioética actual. es posible distinguir:
Una bioética general, que se ocupe de los problemas fundativos que es capital.
Una bioética especial, que trate de los problemas específicos.
Una bioética clínica, que está destinada con la interacción de las dos anteriores,
iluminando el caso concreto.
Método
“Ética aplicada” se refiere, a cualquier uso de los métodos de razonamiento para examinar
críticamente decisiones morales prácticas en las profesiones, la tecnología, la política
pública y otros campos similares.
Modelo subjetivista
En síntesis, aboga porque no se puede justificar racionalmente ningún discurso ético.
En este modelo sobresale el planteamiento no cognitivista o descriptivo. Solo es
posible describir, pero no fundar nada. La razón tiene una mera función
instrumental para dar cierta coherencia y corrección formal a los enunciados
postulados.
Modelo descriptivo
El modelo descriptivo es el resultado del anterior. Como no hay valores ni principios
fundantes, queda describir lo presente en la coyuntura temporal y lo presente en la
colectividad. La ética está marcada por el relativismo, ya que el juicio moral se
identifica con la constatación del hecho empírico.
Modelo casuístico
Artículo principal: Casuística
Modelo clínico
Toma su inspiración fundamental de la Medicina clínica. Ingrediente decisivo es la
amnamnesis de la que se parte para elaborar un cuadro racional en la ulterior toma de
decisiones. Los datos médicos se transforman en norma ética y en su elaboración se
intenta armonizar los datos objetivos con los bienes en juego del paciente y también
teniendo en cuenta la familia. El proceso termina en una racionalización de
las decisiones, y ordena con vistas a criterios prácticos, los bienes a proteger y
respetar.
Modelo utilitarista
Artículo principal: Utilitarismo
Modelo principialista
Artículo principal: Principialismo
Desde modo los principios que guían la acción son la garantía de racionalidad y
prudencia exigible en la liberación moral.
No maleficencia.
Beneficencia.
Autonomía.
Justicia.
Modelo contractual
Es una teoría ética también muy presente en la actualidad. Tiene su origen remoto en
parte de las teorías elaboradas por T. Hobbes, y J. Locke en el ámbito británico y por la
aportación de J.J. Rosseau en el francés. Es una teoría
marcadamente deontológica que subraya que la razón última ética arranca del
acuerdo convencional marcado por los individuos de una determinada sociedad. Los
juicios morales no son deducidos ni por los juicios de hecho ni muchos menos por la
verdad sobre el bien, sino a través del consenso de los individuos. Uno de los
protagonistas destacados de la versión contemporánea del contractualismo es John
Rawls, que afirma que su teoría es ante todo política. Afirma que se puede formular un
sistema de valores con planteamientos y teorías éticas diversas que están llamadas a
encontrarse en un consenso general aglutinados por la justicia política que posibilitará
el acuerdo entre las distintas concepciones de bien presentes en las sociedades
actuales. Aunque el planteamiento de Rawls pueda parecer sugestivo y radicalmente
distinto al de los utilitaristas modernos.
Modelo humanista
En este modelo se pretende señalar las distintas opciones que apuestan por centrar en
el discurso ético a la persona. Se refiere sintéticamente al modelo de la virtud y
al personalista.
Modelo de la virtud
Este modelo en tiempos recientes ha tenido gran alcance debido al impulso entre
otros de los estudios de A. McIntyre. En su obra “Tras la virtud”, plantea la
recuperación de la categoría de la virtud como central en el discurso ético. El discurso
de la virtud señala la importancia de la experiencia del hombre como sujeto moral. Se
revela en la acción, la motivación y la disposición de la persona que actúa. Al mismo
tiempo, la teoría de la virtud implica la definición de bien y el fin de
cada acción singular.
Modelo personalista
Artículo principal: Bioética personalista