Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Chamorro Zelaya El Patron

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 506

1

~Pa¿/W> vj . GÁUOMAWUO ZtloAUL

El PATRÓN
Digitized by the Internet Archive
in 2011 with funding from
Universidad Francisco Marroquín

http://www.archive.org/details/elpatrnOOchamguat
EDITORIAL
LA PRENSA
PRESENTA:
EL PATRÓN
PEDRO JOAQUÍN CHAMORRO ZELAYA

EL PATRÓN

ESTUDIO HISTÓRICO
SOBRE LA PERSONALIDAD
DEL

GENERAL JUSTO RUFINO BARRIOS

Colección Luis Lujan Muñoz


Universidad Francisco Marroqufn
www.ufm.edu - Guatemala

EDITORIAL LA PRENSA, MANAGUA.


1 966
EL PATRÓN

«Así llaman aquí a don Rufino"

(Enrique Guarnan, "Diario Intimo")


PROLOGO

Hasta ahora se ha estudiado de preferencia la De-


mocracia en sus componentes esenciales: un formulario
para garantizar las diversas libertades y garantías que ne-
cesita el hombre para vivir con la felicidad compatible al
ser racional.

Pero pocos se han ocupado en examinar el reverso de


esa medalla: el sistema o los sistemas antítesis de ella.
Se dirá que abundan los libros sobre la dictadura cesárea,
napoleónica, zarista, etc.; pero esos fueron dictadores fran-
cos, y nosotros queremos referirnos al despotismo disfra-
zado de democracia.

Es útilísimo tratar este tema desde el punto de la li-


bertad humana, desde las posiciones de la verdadera de-
mocracia; porque los tergiversadores de esa doctrina, so-
bre todo en América Hispana, lo han hecho siempre invo-
cando su nombre. Después, los intereses creados, los su-
cesores de tales prácticas, los que hacen del poder supre-
mo su modo de vivir, adoptan como suya la perniciosa doc-
trina, la proclaman excelente, levantan estatuas a los cri-
minales que al amparo de ella corrompieron a los pueblos,
matando su virilidad, y así la convierten en pilar de su nue-
vo despotismo.

—11—
Para alcanzar este fin es preciso falsificar la histo-
ria,callando lo feo y cuando esto es imposible, relatándolo
con intenciones justificativas. Así el criterio de las nue-
vas generaciones se pervierte y el significado de democra-
cia va tomando una acepción diferente y siniestra.

Justo Rufino Barrios es uno de los personajes que más


contribuyó en Centro América a desviar la corriente de-
mocrática de sus verdaderos cauces. Bajo este nombre,
que sólo debía cobijar un régimen de libertades, estableció
el despotismo más cruel, degradante y retrógrado que ha
flagelado a la América de Colón.

Es necesario decir las verdades sobre ese régimen en


desagravio de la democracia pura. El silencio en este
caso es el peor enemigo de la democracia: si se continúa
creyendo que democracia es lo que estableció en Guate-
mala Justo Rufino Barrios, si se acepta que él "reformó"
aquella sociedad, llegaremos a la absurda y calumniosa
conclusión de que aquel régimen de atropellos, robos y co-
rrupción es democracia, y nada más eficaz para odiar un
régimen político que convertirlo en amenaza contra todos
los derechos, libertades y garantías de los hombres ra-
cionales.

Sin embargo, no se vaya a creer que este libro ha sido


escrito para demostrar una tesis preconcebida. No parti-
cipa este estudio del propósito de presentar una figura
histórica desde un punto favorable o desfavorable al ori-
ginal. Nos ha bastado relatar su vida para que de ella
salga aquella antítesis de la democracia frente al despo-
tismo.

Nos proponemos presentar al hombre tal como fue.


Tarea difícil, bien lo sabemos; pero posible; porque aun
los que escribieron sobre el personaje con fines de propa-
ganda y de apología, no pudieron dejar de traslucir, y a ve-
ces de manifestar con desnuda claridad, los verdaderos
sentimientos y normas de Barrios. Y además, allí están
sus cartas originales, sus proclamas y hechos, no siempre
de acuerdo aquéllas con éstos, las memorias íntimas y el
testimonio de los muchos escritores de la época y de la
inmediata posterior que escribieron libres del miedo o la
influencia de su dictadura.

En este sentido creemos que nuestro estudio será algo


nuevo, algo que no se ha escrito todavía en forma biográ-

—12—
fica; pero que existe disperso en numerosas publicaciones
y papeles inéditos, en bibliotecas y archivos donde sólo
esperan la mano diligente que los ponga en orden y un
criterio, bien intencionado más que profundo, que los se-
leccione para que por sí mismos digan lo que fue el per-
sonaje.

Buscamos en el presente estudio al hombre. El lector


que espere en estas páginas la reproducción de decretos
con pretensiones progresistas, de brindis ditirámbicos, de
zalameros y de apologías melosas, ya puede dejar este
libro. Nada de eso encontrará aquí. Si le agradan tales
manjares, lea las tres o cuatro biografías del Gral. Justo
Rufino Barrios donde abundan los elogios más que la ver-
dad histórica.
Algunas vidas son muy fáciles de contar porque por sí
mismas despiertan interés. Quizás la de Barrios no sea
una de éstas. Pero ella, como toda biografía, no carece de
"misteriosa simetría" que ha descubierto André Maurois, y
que constituye lo que él llama "secreta unidad de una vi-
da", unidad que se encuentra siempre aun en los caracte-
res más complicados y que sólo por eso son ya interesan-
tes. Por otra parte, baste referir lo que han omitido los
biógrafos apologistas de Barrios para que la vida de éste
resulte emocionante y novedosa.

¿Hay en la vida de Barrios esta simetría? ¿Tiene su


vida un hilo constante que une todas sus acciones? ¿Cuál
será?

Hay un hecho que nos pone sobre una pista segura.


En cierta ocasión, siendo Barriosya muchacho de escapa-
das, intentó hacer cabalgar un burro sobre una muía; pero
el resultado fue que el burro saliera con la rabadilla rota,
y él severamenet reprendido por su padre.
Y lo que intentó al finalizar de su vida fue una em-
presa no menos disparatada, sin las preparaciones previas
y necesarias. Otra manifestación de su antojadizo capri-
cho. Pero entonces fue él quien resultó con la rabadilla
quebrada.

Estos dos hechos denuncian un temperamento volun-


tarioso. Su vida corresponde a ellos: hacer siempre su vo-
luntad a cualquier precio, y sin que nadie fuera osado
a contradecirlo. La pasión de mandar, que diría Mara-
ñón.

—13—
¿Será este rasgo inconfundible de su carácter y uni-
forme en su existencia esa "misteriosa simetría" que hace
de la vida de Barrios la constante satisfacción de sus ca-
prichos más extravagantes? ¿Será su volutarioso carác-
ter el hiloque une toda su vida, tejiendo la tela fuerte
y áspera de su capricho, impuesto bárbaramente a todo
un pueblo?

La simple exposición de los hechos será la mejor con-


testación a estas preguntas.

Por razones de técnica hemos restringido a lo indis-


pensable la citación de fechas. Pero con objeto de que el
lector se oriente bien en la sucesión de los acontecimientos,
agregamos al final una cronología de los más señalados.
También ponemos la lista de los autores y documentos
consultados, ya que, para simplificar, hemos omitido, con
raras excepciones, las citas locales al pie de cada página.
Sin embargo, el lector estudioso que conozca la bibliogra-
fía de Barrios, reconocerá al punto que hemos sido fieles
a las fuentes históricas y que nada hemos puesto de nues-
tra cosecha, si no es la forma de contar y alguno que otro
breve comentario.

Hemos recurrido a la cita literal con objeto de refor-


zar nuestra narración, y en ese caso señalamos entre comi-
llas los pasajes ajenos; sin embargo, aunque en los diálo-
gos y en los resúmenes de ciertos documentos seguimos el
mismo sistema de trascribir fielmente, no siempre hemos
señalado de aquel modo el fruto ajeno. Con esto hemos
querido ser lo más fiel a la tradición que nos conserva el
diálogo o la anécdota, y casi siempre indicamos antes la
fuente de donde emana.

—14-
CAPITULO I

UN MUCHACHO VOLUNTARIOSO
Cuando don Pedro de Alvarado bajaba de México a
conquistar Guatemala, descubrió una encantadora región si-
tuada al noroeste de lo que es hoy territorio de aquella re-
pública.

Es un país frío, en que la abundosa red de ríos se des-


liza por las cañadas y riscos que forman las altas monta-
ñas; las alturas y las mesetas muestran el contraste de las
nubes en las cimas y la verdura de los campos en las pla-
nicies; los bosques frondosos están habitados por extraños
y raros pájaros, como el Quetzal de vistoso plumaje; y des-
tacándose como señores del conjunto, el cono regular del
volcán Tacana y la mole caprichosa del Tajumulco ponen
una nota de imponente grandeza al paisaje. Después el
terreno baja hasta que halla sus términos en las aguas del
mar Pacífico.

Este clima europeo fue aprovechado más tarde por los


españoles para cultivar en aquel suelo frutas como el mem-
brillo, la manzana, la cereza; y otros de clima más templa-
do, como el café, el cacao; plantas como la caña de azúcar,
la zarzaparrilla; cereales como el trigo. Sus llanuras sir-
vieron para el pastoreo del ganado ovejuno.

Al pasar por allí el teniente de Cortés, libró una de las


batallas más sangrientas de la Conquista. Se recuerda co-

—15—
mo tal la que ganó contra los quichés cerca de un río que
nombraron Sigüilá, río de sangre, por la mucha que corrió
en aquella acción mezclada con las aguas del río.

Pero no bastó esta batalla para dejar sometida la tie-


rra. Alvarado mandó una expedición especial al mando
del Capitán Juan de León Cardona para que redujera y po-
blara el territorio.

En la colonia, esta región formó parte de la Provincia


de Quezaltenango. Hoy es el Departamento de San Marcos.
En el siglo XVII aparece por primera vez el apellido
Barrios en la región conquistada por Cardona. Don Pedro
García de Barrios fue uno de los primeros pobladores que
recibieron tierras en repartimientos. Don Jacinto de Ba-
rrios Leal era Capitán General en 1695. El apellido con-
tinúa extendiéndose en el lugar; todos llevaban el don y el
de con que acreditaban pertenecer a una estirpe de hidal-
gos. En el siglo XVIII encontramos entre los vecinos de
San Marcos a don Leonardo de Barrios, don Pedro Nolasco
de Barrios, don Ambrioso de Barrios, y demás.

La
familia creció en importancia y llegó a ser acauda-
lada. Uno de sus miembros, don José de Barrios, era Al-
calde primero de San Marcos en 1821; y eso nada valdría
y hasta se hubiera echado en olvido si al tiempo de la In-
dependencia no la hubiera jurado el señor de Barrios; y
como si ello no bastara, se opuso a la anexión de Centro
América al Imperio Mexicano de Iturbide. Con esto don
José mostraba sus tendencias republicanas. Y
más tarde,
cuando ya gozaban estos pueblos de su entera libertad, don
José de Barrios seguía de Alcalde primero, y como en este
destino se mostrase harto severo e inflexible, no faltó quien
se quejara. Hallamos, pues, en don José el embrión del
puño fuerte que alcanzó tan extraordinario desarrollo en
su descendiente.

Pero toda grandeza se acaba, y la de los Barrios había


menguado mucho a XIX. En un lugar-
principios del siglo
cito del departamento, en un poblado montañoso y de po-
cos albergues llamado San Lorenzo, vivía entonces el hu-
milde matrimonio de uno de aquellos Barrios fundadores de
la raza española en San Marcos. Don José Ignacio Barrios,
ya sin el de, y su esposa doña Josefa Auyón de Barrios eran
ricos en el pueblo, pero no pasaban de ser provincianos.

—16—
Poseían en el lugar una ancha casona de techo pajizo,
con su huerta cercada, su corral y gallinas, algunas vacas
y caballos. En esa morada de aldea, bajo la sombra del
volcán Tajumulco, nació un niño ladino el 19 de julio de
1835, el cuarto vastago del honrado matrimonio de don José
Ignacio y doña Josefa. Dos días después llevaron al recién
nacido a San Marcos donde había cura párroco, y lo bauti-
zaron con el nombre de Justo Rufino. El sentimiento cris-
tiano de los padres no admitía esperas ni dilaciones para
meter al hijo cuanto antes en la Iglesia Católica. Fueron
padrinos del chico José Lino Villagrán y Bonifacia de Ba-
rrios.

Si por los Barrios venía de casta de hidalgos el nuevo


ciudadano de San Lorenzo, corríale también sangre noble
por otras líneas, porque contaba entre sus mayores a aquel
Capitán Cardona que había reducido la tierra en que aho-
ra nacía Justo Rufino. Por esa rama fueron de su raza,
don Francisco de León, Don Domingo de León, don Anto-
nio de León, etcétera.

El niño comenzó a crecer en medio de <la opulencia


provinciana de sus padres; y como todo hijo de labriego
rico, inició su vida de trabajo en las faenas del campo. En
ese tiempo aprendió a ser buen jinete, y fortaleció su cuer-
po para las fatigas de su agitada vida, hasta el punto de
haberse formado una contextura sólida y resistente a las
empresas más rudas y prolongadas.

En el pueblo de su nacimiento se refiere como tradi-


ción que el pequeño Justo Rufino gustaba de jugar a la
guerra con sus compañeritos; pero imponiéndose él siem-
pre como caudillo. Después de cada facción premiaba a
los distinguidos, regalándoles panela que hurtaba de las des-
pensas de su padre.

Una vez tuvo una ocurrencia que denota un síntoma de


su carácter voluntarioso. Refiere su biógrafo Mr. Burgess
que se empeñó en hacer cabalgar un burro en una muía.
Justo Rufino reveló entonces su imperativo de mando; con
una orden que no admitía réplica llamó a don Isabel, el
arriero de su padre, y le obligó a hacer la prueba volati-
nesca de encaramar al burro sobre la muía. Don Isabel
hizo como pudo, pero no logró más resultado que desraba-
dillar al pobre pollino que nunca soñó verse tan señor y
caballero en una muía.

—17—
Don José Ignacio castigó severamente al hijo y al arrie-
ro; pero ni por éstas ni por otras conseguía enderezar aque-
lla rama que había nacido torcida. Cansado de las trave-
suras y escapadas de su hijo le impuso un castigo durísimo:
lo convirtió en arriero de muías.

Era este oficio además de vil, rudo y peligroso en ex-


tremo. En aquella época el transporte de mercancías y
productos de la tierra se hacía a lomo de muía, por veri-
cuetos y senderos que a veces pasaban entre montañas y
otras sobre el delgado filete de una serranía. El arriero
dormía a la intemperie, marchaba a pie, bajo un sol abra-
sador en verano, y mojado por las lluvias torrenciales en
el invierno; su deber consistía, además de guiar la recua,
en cargar las acémilas con pesados zurrones repletos de
mercancía. Su comida era escasa y esporádica; corría gran-
des peligros al cruzar los ríos caudalosos o desbordados;
en la montaña se exponía a ser mordido por una serpiente,
o a contraer una grave enfermedad; y además de eso, es-
taban los salteadores de camino listos a caer sobre la reme-
sa de dinero o de telas y objetos preciosos.

Diez años tenía apenas Justo Rufino cuando su padre


lo sometió a esta tremenda prueba. ¡Qué faltas serían las
suyas cuando don José Ignacio se resolvió a ponerlo en tan
dura escuela! De todos modos, Rufino aceptó y cumplió el
castigo sin evasivas y con ánimo de hombre fuerte.

—18-
CAPITULO II

LA FORMACIÓN DE UN FUTURO DICTADOR

A los catorce años Justo Rufino no sabía leer. Cierto


empleado de su padre se mofó de Rufino y le llamó igno-
rante porque no pudo descifrar lo que decía una carta.

Picado en su amor propio, Justo Rufino decidió apren-


der a leer. Se presentó al Sacristán, que era el maestro
del lugar, pues conforme a da costumbre aprendida en la
época colonial, cada iglesia tenía una casa para escuela.

Biógrafos muy complacientes refieren que Justo Rufi-


no aprendió a leer en dos semanas; y otros, que a los seis
años sabía la Cartilla de San Juan. Acaso ambos tengan
razón. Pudo ser que no pasase de las primeras letras por
darse a la vida vagabunda y díscola; y que a los catorce,
cuando decidió aprender a leer, le fue fácil recordar lo ol-
vidado, y hacer progresos en breve tiempo.

La primera educación de Justo Rufino fue cristiana.


Le enseñaron el catecismo de Ripalda, lo iniciaron en las
prácticas piadosas de rezar y confesar con frecuencia, que
tal era el sistema de educación cristiana de la época, en-
derezado a formar el corazón más que la cabeza. El jo-
vencito parecía dócil a las nuevas enseñanzas, y de tal mo-
do había olvidado sus antiguas correrías, que su madre, la
buena doña Josefa, creía ilusionada que su hijo marchaba
derecho a la carrera eclesiástica.

—19—
De la escuelita de San Lorenzo pasó Justo Rufino a
la de San Marcos, donde tuvo por maestro al señor Lean-
dro Rodas; pero no parece que éste le haya enseñado más
allá de las cuatro reglas, y otras cosillas que se estudiaban
en las escuelas públicas de aquellos tiempos.

Como el chico mostrara siempre vivacidad y ganas de


aprender, enviáronlo sus padres al colegio que los Jesuítas
tenían en Quezaltenango. Por lo visto la buena madre de
Justo Rufino no había perdido las esperanzas de que su
hijo vistiera sotana.

Un año estuvo entre los Jesuítas Justo Rufino; pero


no aprendió allí ni el latín que de preferencia se enseña-
ba, ni el amor a sus preceptores, ni supo penetrar el ver-
dadero espíritu de Loyola.

De Quezaltenango fue trasladado Justo Rufino a Gua-


temala y colocado en la reputada "Escuela de Cristo". De-
mostró allí tener más afición a la lectura de novelas que
a las duras disciplinas del estudio. Así, nada extraño que
aprovechara poco, pues según su condiscípulo Mariano Gál r
vez, la letra de Justo Rufino no era buena, y era mala su
ortografía. Gastaba un vocabulario extravagante y a ve-
ces vulgar. Por ejemplo, en vez de la expresión corrien-
te: "Qué hermoso es el jardín", empleaba esta otra: "¡Qué
galán es eso!"

Una vez se hallaba Justo Rufino enfrascado en la lec-


tura de uno de esos novelones a los que era tan aficiona-
do. No oyó que le llamaban. Su amigo Gálvez le advir-
tió:

—Rufino, ¡está listo el almuerzo!

Y como Rufino siguiera abstraído, aquel agregó:

— ¡Te das aires de presidente!


— ¿Y por qué no he de serlo? —contestó Rufino, ce-
rrando el libro.

En los primeros tiempos de su permanencia en Gua-


temala se dio a la vida alegre de trasnochado. Con otros
amigos, con espada y capa, se iba por esos barrios en bus-
ca de fáciles aventuras amorosas y de tahurerías donde al-
guna vez, según refiere una tradición que ha llegado con-
fusa hasta nosotros, hubo sus estocadas y heridas.

—20—
Pero después no fue así. La niña Pilar Salazar, la
dueña de la casa donde se alojaba Justo Rufino en Guate-
mala, solía decir que la falta de dinero retraíalo de sus ami-
gos, desde que sus padres le enviaban poco, sabiendo lo
gastador que era.

Esta vida, el contacto con estudiantes mayorcitos ya


iniciados en ideas opuestas a las del medio, como García
Granados que se había hecho estudiante para ponerse en
relaciones con los universitarios y esparcir entre ellos sus
principios; las discusiones frecuentes entre bachilleres tan
dados al ergotismo, la influencia de los libros de la época;
la corriente socialista y anticatólica que ya se iniciaba en
Guatemala a pesar del gobierno y del imperio de las anti-
guas costumbres; todo esto contribuyó a confirmar el ca-
rácter de Justo Rufino tal como fue definitivamente has-
ta el fin de su vida.

Entre sus condiscípulos se encontraba sin duda algún


noble guatemalteco, vestigio de antiguas clases sociales
maltrechas ya por la revolución. Aunque también Justo
Rufino descendía de rancia estirpe, venía de un pueble-
cilio de provincias, y carecía de los suficientes dineros
para jactarse de un título. Estas diferencias comenzaban
a agriar su corazón, y a formar sus sentimientos contra
las clases distinguidas hasta llegar a cristalizar en una ver-
dadera pasión que lo dominó siempre y sin disimulo. Una
anécdota de su vida de aquella época muestra que ese odio
de clases parece haberse convertido desde entonces en pun-
to de su programa.

Es el caso que había dado prestado un libro a uno de


sus condiscípulos. Pidió que se lo devolviera, mas como
tardara en llevárselo, el mismo Rufino fue por él. Llamó,
dijo lo que buscaba, y a pesar de que estaba lloviendo, el
criado le cerró la puerta, dejándolo afuera y bajo el agua.
Al regresar el doméstico con el libro, dio esta excusa:

— El señorito no pudo llevarlo porque estaba lloviendo


y temía atrapar un resfriado.
Justo Rufino contestó:

—Pero yo sí, hijo del pueblo, puedo estar bajo la llu-


via aunque me muera!

En conexión con esto, sus apologistas han llegado a

—21—
poner en sus labios esta promesa: 'Cuando yo sea hom-
'

bre, levantaré al pueblo contra sus opresores, y si es ne-


cesario daré mi vida por la libertad del pueblo".

Mr. Burgess, biógrafo menos incondicional que otros,


dice que la primera anécdota es invención de Lia ven, pro-
tegido de Barrios. Llaven escribió una biografía laudato-
ria de su amigo cuando éste se hallaba en el pináculo del
poder. Si Barrios hubiera leído esta biografía —
comenta
irónicamente Mr. Burgess — 'habría encontrado en ella
'

mucho de divertido". Tampoco admite Burgess la segun-


da anécdota, en que Barrios se anuncia a sí mismo como
libertador del pueblo, "porque adoptó después muchas prác-
ticas que había puesto de moda el dictador Carrera". Ya
veremos cómo, además, corrigió y aumentó al autócrata de
Mita.

En Guatemala obtuvo Justo Rufino el grado de Ba-


chiller en Filosofía, para seguir, en lugar de la carrera sa-
cerdotal, la de leyes, con gran desconsuelo de su madre.

Ni aun esta carrera pudo hacerla completa. Se había


enamorado de una joven de buena familia, y tan íntimas y
libres habían sido las furtivas relaciones de ambos jóve-
nes, que ya comenzaba a manifestarse el resultado. La
madre de la niña instó a Justo Rufino para que reparara
el desaguisado con el matrimonio, y lo amenazaba con lle-
varlo a los tribunales, si rehusaba. Pero lo menos que
deseaba Justo Rufino era atarse tan joven al destino de una
mujer, y sólo pensó en la fuga.
Antes sí quiso proveerse de un título, siquiera el de
Notario Público, para no llegar con las manos vacías a casa
de sus padres, quienes lo habían mantenido diez años en la
capital con el objeto de que lograra una carrera profesio-
nal. Justo Rufino se examinó de Escribano Público; y al
otro día de habérsele extendido el título,, puso tierra por
medio, dejando burladas a la crédula jovencita y a la es-
peranzada madre.
Por muchacho estaba ya bien enfilado
las cuentas el
en de conducta que seguiría hasta el fin de su vi-
la línea
da. Pues en una de las vacaciones que pasó al lado de sus
padres en San Lorenzo, había seducido a una joven del
servicio de aquéllos, y hubo de ella su primer hijo, que se
llamó Venancio. Tenía apenas Justo Rufino Barrios diez
y siete años de edad cuando dio cabo a esta hazaña.
¡Temprano comenzaba su carrera el mocito!

—22—
CAPITULO III

JUSTO RUFINO SE VUELVE REVOLUCIONARIO

Justo Rufino se radicó en San Marcos donde abrió su


escritorio de Notario Público. Pocas escrituras autorizó,
y esas, plagadas de errores y omisiones.

El señor Flavio Guillen Castañón que examinó el pro-


tocolo de Justo Rufino, nos da los siguientes datos curio-
sos. De 1862 a 1866 escrituró Justo Rufino 88 instrumen-
tos, casi todos de su puño y letra. Carecen de número y
del dato marginal para indicar a quién se libró testimo-
nio. La redacción deja que desear; en algunos casos fi-
guran como testigos parientes del cartulario. "Se encuen-
tran — —
dice el Sr. Castañón escrituras sin ninguna fir-
ma, en otra falta la del Notario y en numerosas las de al-
gún testigo o compareciente que ignoraban hacerlo".

Estas son las que vio el Sr. Castañón, pero indudable-


mente existen otras dos del año 1870, que describe así el
Lie. Batres Jáuregui: "a una le faltan las firmas y la otra
sólo tiene un testigo, lo que equivale a decir que ambas
son nulas".

Pero el temperamento activo de Justo Rufino no se ave-


nía con este oficio sedentario. Sus padres le habían dona-
do la finca El Malacate, y allá se trasladaba en largas tem-
poradas de rudos afanes agrícolas. La heredad estaba si-
tuada en los confines del departamento, y una parte de

—23—
ella caía en territorio mexicano. En El Malacate se bene-
ficiaba la caña de azúcar; pero Justo Rufino introdujo nue-
vos cultivos y desarrolló otras empresas. Plantó cafeta-
les y algodonales, aunque éstos últimos sin resultado alen-
tador, ya que los medios de transporte eran difíciles y c^-
ros.

No sólo continuó explotando la caña y la ganadería,


sino también se empeñó en mejorar la raza, introduciendo
sementales, y estableció una crianza de caballos de pura
sangre, pues, como diestro jinete, era aficionado a las bue-
nas bestias.

Criaba gallos para pelea. Sacaba al sol una ringla de


ellos, cada uno atado por la pata a un poste con su depó-
sito de agua y maíz. Los domingos se marchaba a Tapa-
chula o a San Marcos a las peleas de gallos, su diversión
favorita de toda la vida, o a jugar dados y ruletas. Según
sus panegiristas, no era aficionado a las bebidas embria-
gantes; pero Alvaro Contreras nos informa que su consti-
tución granítica no daba lugar a una perenne beodez.

Llegaba también a San Marcos a colectar la renta de


la casa de su padre que alquilaba el corregidor Coronel
Miguel Zelaya. Y quizás no le atraía tanto el canon co-
mo la preciosa Chucita, la hija del Coronel. No pensaba
entonces Justo Rufino en revoluciones ni en convertirse
en el redentor de un pueblo que tenía la libertad, como él,
de hacer todo lo que le viniese en ganas, como no fuera
contra la ley. Estaba, pues, en bonísimas y cordiales re-
laciones con el Corregidor; pero éste paró las orejas cuan-
do echó de ver que el joven notario público ponía los ojos
con intenciones non sane tas en su hija Chucita. Justo Ru-
no contaba a su crédito muchas hazañas amorosas para no
poner en guardia a los padres de familia de la comarca.

La aventura era peligrosa. Bien lo sabía Justo Rufi-


no. No
se trataba de dar papilla a una buena señora de
Guatemala que aún creía candidamente en la acción de la
justicia para evitar deshonras o echarles un remiendo.
Aquí tenía que vérselas con la primera autoridad del De-
partamento. Ejercía el Corregidor funciones judiciales y
políticas, era superior a los alcaldes y a otros grandes fun-
cionarios que gozaban de prerrogativas. Traían su poder
y funciones desde la época colonial, y algún historiador de
Indias les llamó "ángeles custodios de las provincias e in-
dios".

—24—
Pero nada podía detener los antojos voluntariosos de Jus-
to Rufino. Lo que él quería lo conseguía, así tuviese que
pasar sobre toda consideración social, y atropellar leyes
divinas y humanas. Aquel funcionario que era "ángel cus-
todio de los indios" no lo pudo ser de su propio hogar.
Justo Rufino cada vez y cuando quería se colaba mañosa-
mente hasta el aposento de Chucita.

Mas en cierta ocasión el celoso padre supo de la cita


y llegó a sorprender a los amantes. No lo hizo tan calla-
damente, sin embargo, que Justo Rufino no se diera cuen-
ta, y antes de que el Coronel Zelaya hubiese traspasado la
puerta de la alcoba de Chucita, el joven Don Juan había
saltado por la ventana, aunque descalzo porque no tuvo
tiempo ni para recoger los zapatos.

Así huyó Justo Rufino de la casa cuya hospitalidad


había mancillado, y se alejó del lugar. Desde entonces co-
menzó a andar a salto de mata, porque las bravatas y ame-
nazas del ofendido Corregidor no eran a humo de pajas,
sino que intentaba cumplirlas muy a la letra. Y aunque
Justo Rufino no había leído ni visto representar al Alcal-
de de Zalamea, bien sabía lo que era una alcaldada; y
comprendía que en el Coronel Zelaya había encarnado, si
no el alma de Pedro Crespo, la idéntica razón que tuvo
éste para hacerse justicia por sí mismo.

Justo Rufino sentíase también humillado en su orgu-


llo. Esta escapada descalzo, quizás en trapos menores, po-
nía en ridículo su vanidad, y juró vengarse:
—Me ha echado de San Marcos descalzo, ¡pero volve-
ré con tacones de hierro! — solía amenazar.
Su biógrafo Mr. Burgess observa: "Desde este mo-
mento Barrios se convirtió en revolucionario. Es eviden-
te que estas "costumbres libertinas" y no "sus conviccio-
nes liberales" fueron la causa de su oposición a las auto-
ridades constituidas".

Y
comenta el mismo autor con humorismo muy sajón:
"Si sus aventuras se hubieran limitado al círculo de muje-
res ordinarias, como lo hizo con las diversas madres de sus
ocho hijos nacidos en los cinco años que residió en San
Marcos y El Malacate, Justo Rufino hubiera seguido en su
finca, criando ganado, jugando gallos, sin cuidarse de li-
bertar al pueblo que tenía libertad de hacer lo que le daba
la gana".

—25—
Ya para entonces, la buena madre de Justo Rufino es-
taba convencida de que la mala cabeza de su hijo no ha-
bía nacido para sacerdote del Señor, ni para mucho me-
nos. Los vecinos, haciéndose cargo de la decepción de la
buena señora, y acaso también eco de sus quejas, solían
compadecerla, diciendo:

— ¡Pobrecitala niña Pepa, qué lejos anda el patron-


cito de ser lo que ella quería!

A su padre don José Ignacio disgustaba mucha tam-


bién el torcido camino que había tomado Justo Rufino.
Más tarde, cuando ya éste se hallaba en el pináculo de su
poder, declaró don José Ignacio:


Yo nunca me interesé en las revoluciones de Rufi-
no; buenas palizas le di por meterse en esas andanzas.

El Malacate era un sitio ideal para un revolucionario.


Estando parte de él en territorio mexicano, fácil le era a
Rufino traspasar la frontera después de cada fracaso, y re-
fugiarse en ese lugar cercano y seguro mientras preparaba
otra acometida.

Pero ni la idea ni la preparación de estas invasiones


vinieron de él. Iniciólas contra el régimen del Mariscal
Cerna, un militar compañero de Carrera, otro mariscal:
Serapio Cruz.

El régimen dictatorial y vitalicio de Carrera había de-


jado tras sí los maléficos residuos que produce aquel sis-
tema. Si por un lado se habla a los pueblos de democra-
cia, de derecho a los puestos públicos, de alternabilidad en
el poder; y por otro, se les da en la práctica una dictadura
absoluta y vitalicia, llega un momento en que tan contra-
dictorio edificio se resquebraja; y entonces los mismos que
lo levantaron y sostuvieron, se vuelven contra él, después
que han esperado en vano por mucho tiempo que se cum-
pla en ellos la doctrina democrática que les promete en-
cumbrarlos al poder.

Esto aconteció después del régimen de Carrera en Gua-


temala, como sucedió también en otros lugares de Améri-
ca donde se establecieron dictaduras. Cerna sucedió a Ca-
rrera, no por elección popular, sino por expresa designa-
ción de éste. Los pueblos sufrieron a Carrera por muchos
años debido al cansancio de las guerras con Morazán y la

—26—
sublevación de la Montaña; y a que el nuevo gobernante
y pacificador era hombre de puño recio, militar valiente
y afortunado. Además su régimen fue moderado, toleran-
te, honesto en el manejo de los caudales públicos, y respe-
tuoso a las costumbres católicas de Guatemala, que habían
sido atacadas por sus antecesores Morazán y Gal vez. Los
abusos de éstos ocasionaron trastornos, y los trastornos sus-
citaron a Carrera y su régimen.

El Mariscal Serapio Cruz, creyéndose con derecho a


la primera Magistratura, y viéndose defraudado, abrió de
nuevo el capítulo de las montoneras, cerrado en Guatema-
la por un período de paz que ya duraba treinta años. Cruz
fue incapaz de vencer, ni siquiera pudo hacer una revo-
lución, porque nadie le siguió. Después de algunas corre-
rías incruentas, se rindió al gobierno. Este le hizo prome-
sas, pero en lugar de cumplirlas, lo desterró a El Salvador.

Dos de sus deudos, su hermano Francisco y su hijo Ra-


món, no escarmentados con el desastre de este primer tan-
teo, sin duda por la lenidad con que se les castigó, decidie-
ron probar otra vez los torcidos caminos por donde el Ma-
riscal intentaba llegar al poder. Habiendo oído hablar de
Justo Rufino Barrios, se fueron a juntar con él, y a esta-
blecer cuartel general en El Malacate.

Desde allí, mal armados y escasamente provistos de


hombres, entraron al territorio de Guatemala en son de
guerra el 3 de agosto de 1867. Justo Rufino hacía cabeza.
La expedición más parecía la empresa de unos locos aven-
tureros, que la de políticos desesperados a quienes no se
les deja otro recursos que el de las armas. No contaban
con medios, todo lo esperaban del acaso y carecían asimis-
mo de un plan bien estudiado.

Tomaron por sorpresa a San Marcos, sin que hubiese


un muerto ni herido. En la aldea de indios San Pe-
solo
dro Sacatapéquez encontraron alguna resistencia por par-
te de la escolta que allí vigilaba la destilería de aguardien-
te. Sin duda para vengarse de esta oposición, tomaron a
dos indígenas del lugar, Santiago Chacón y Benito Toledo,
a quienes sorprendieron en el camino, y los fusilaron sin
pérdida de tiempo en el propio lugar donde se les aprehen-
dió: Los habitantes de San Pedro quedaron con esto lle-
nos de rabia, y no pensaron más que en las represalias.

—27—
Entretanto, Justo Rufino y Cruz siguieron para Que-
zaltenango, donde esperaban encontrar las armas que ne-
cesitaban. Pero en un lugar llamado Veinte Palos recibie-
ron aviso de que fuerzas numerosas venían a librarles com-
bate. Todo fue saberlo para que la turba acobardada se
desbandara. Barrios y Francisco Cruz tomaron el cami-
no de vuelta a El Malacate con los pocos que pudieron se-
guirles; mas los encolerizados indios de San Pedro esta-
ban esperándolos en un estrecho puente que aquéllos de-
bían cruzar. Armados de palos, piedras, machetes y garro-
tes se hallaban apostados dispuestos a cobrar la vida ino-
cente de sus dos conciudadanos, cruel e inútilmente sacrifi-
cados. Allí acometieron con aquellas rústicas armas, mien-
tras que los fugitivos hacían uso de las suyas y de sus ca-
ballos para escapar a la emboscada. Cruz y algunos otros
cayeron en poder de los indios, y fueron ajusticiados des-
pués de un juicio sumario. Justo Rufino, gracias a su buen
caballo y a sus dotes de jinete, se escabuyó de la refrie-
ga, con sus palos y pedradas en el lomo.

Era buen vaquiano de los contornos, y eso le valió pa-


ra encontrar refugio seguro y atajos por donde llegar a El
Malacate. Pero no lo consiguió sin pasar antes por peli-
grosas y emocionantes aventuras. Por dondequiera se le
buscaba acuciosamente. La casa de sus padres en San Lo-
renzo fue sometida a rigurosos registros, y su mismo pa-
dre don José Ignacio hubo de guardar prisión y fue ame-
nazado para que descubriera el sitio donde se ocultaba su
hijo. Cuando las autoridades se convencieron de que na-
da sabía, lo dejaron en libertad. Por algunos días Justo
Rufino se ocultó en un barranco.
El gobierno había ordenado capturarlo vivo o muerto,
y buscó con gran actividad en los poblados y en el cam-
lo
po, pero infructuosamente. En aquel barranco pasó Justo
Rufino algunos días, ignorado de todo el mundo con excep-
ción de un pobre labriego que enviaba al patroncito los ali-
mentos con una hija de doce años.
Entretanto la búsqueda había menguado, y aprovechan-
do esta oportunidad, Justo Rufino continuó su escapada,
siempre por vericuetos y precipicios, hacia El Malacate.
Dormía a la intemperie y comía pedazos de galleta dura
hecha de maíz, chile y achiote, lo que en el país llaman
totoposte.
Por fin llegó a su destino con más deseos de vengarse
que antes, y con alguna mejor experiencia para sus futu-
ras intentonas.

—28—
CAPITULO IV
VIDA DE AVENTURAS
Las lecciones recibidas convencieron a Justo Rufino
de que no era fácil armar una revolución suficientemente
poderosa para derrocar un gobierno, ni siquiera ponerlo en
jaque. Por entonces se limitó a emprender pequeñas y
frecuentes invasiones al territorio guatemalteco, y a llevar-
se el botín que le fuera posible a su refugio seguro en
tierras mexicanas.

En la primera de estas pequeñas expediciones que fue


dirigida contra Malacatán, aldea cercana a El Malacate,
Justo Rufino recibió su bautismo de fuego, pues antes no
se había encontrado en medio de un verdadero combate.
Otra de sus hazañas de entonces fue a poca distancia de
la línea fronteriza; y así, cuando el nuevo capitán se vio
derrotado, no hizo más que recular unos pasos, y se encon-
tró en lugar seguro. Poco tiempo después volvió a la aco-
metida, y habiendo intentado sorprender a las fuerzas del
gobierno en Agua Zarca, sólo consiguió una tremenda de-
rrota; pero de nada sirvió esta victoria a la autoridad, pues
el perturbador se refugió de nuevo en territorio mexicano.

Cansado el gobierno de Cerna de que la república ve-


cina se tomara como guarida de facciosos, comprendiendo
que ya por sí solo esto constituía una violación de la neu-
tralidad, pues el gobierno mexicano se hacía la vista gor-
da a pesar de las protestas de Guatemala, decidió Cerna
curar aquel cáncer con una medicina semejante a la en-
fermedad.

—29—
Con mucho sigilo preparó una expedición punitiva que
debía perseguir y extirpar al faccioso aun dentro del te-
rritorio vecino. Encontrábanse los compañeros de Justo
Rufino desapercibidos y bienhallados en la seguridad de
que nada podía sucederles estando bajo la bandera de Méxi-
co, de cuya hospitalidad abusaban con peligro de la paz de
ambos países. Pero de pronto, y en la oscuridad de la no-
che, se vieron sorprendidos y amarrados casi todos; sin em-
bargo, el ruido que metían los asaltantes con la refriega,
advirtió a Justo Rufino del peligro; y viendo que aquéllos
se acercaban, se apresuró a tomar las de Villadiego por
una puerta trasera que daba al campo. Aunque lo perse-
guían de cerca, pudo meterse entre el alto zacatal del po-
trero aledaño, y quiso la casualidad que estuviese por ahí
echado rumiando un buey, y detrás de él se ocultó a sus
enemigos. Desde ese lugar oyó el ruido de los que saquea-
ban y destruían su morada, y contempló las llamas que con-
sumían hasta los cimientos de su casa, que él había con-
vertido en cuartel general de sus aventuradas excursiones.

Una vez más Justo Rufino logró escapar internándose en


México. Pero su padre don José Ignacio y su hermano Ma-
riano fueron llevados presos a Guatemala. Observa Mr.
Burgess que era costumbre en Guatemala aprisionar a los
deudos cercanos de la persona que se buscaba, con objeto
de que ésta se entregara a las autoridades; pero en esa
ocasión no produjo efecto tan vitando procedimiento. Jus-
to Rufino vagó por el sur de México, buscando recursos,
unas veces para sustentar la miserable vida que llevaba,
otras para conseguir armas con que volver a las andadas
correrías; siempre fracasando, sin darse nunca por venci-
do; su carácter antojadizo se fortalecía en la voluntad de
alcanzar sus deseos y lograr vengarse de las humillantes
derrotas mal sufridas.

Uno de sus biógrafos, su íntimo amigo Téllez, nos re-


fiere lo que podríamos llamar el primer robo que Justo
Rufino hizo a la Iglesia.

Cierto día, sin un centavo en el bolsillo, sin haber sa-


tisfecho el hambre, paseábase Justo Rufino por las calles
de Tapachula con un compañero. Ambos buscaban el mo-
do de hacerse de algún dinero. En eso vieron salir a una
mujer. La puerta de la casa quedó abierta, mientras la
dueña se alejaba a lavar su ropa. Dentro de la casa ha-
bía una imagen de San Caralampio, alumbrada por una ve-
lita votiva. Todo fue verlo para que a Justo Rufino se le

—30—
ocurriera una picara idea. Entró a la casa, tomó la ima-
gen de San Caralampio, y se fue por esas calles hecho un
santero, en demanda de limosna. De puerta en puerta an-
duvo buen espacio de tiempo, hasta que, descubierto el
fraude por la dueña de San Caralampio, se halló al devo-
to Justo Rufino con los bolsillos llenos de dinero. Con-
tentó a la buena mujer con unos pocos pesos, llenó el estó-
mago, y el resto lo jugó a los dados.

En Guatemala el malestar contra el gobierno, que el


Presidente Cerna no supo o no pudo contener en sus co-
mienzos, íbase acrecentando con estos conatos de desorden;
y pronto se le vio extenderse con más fuerza entre hom-
bres influyentes en la política del país.

Desde 1868 el ilustre colombiano Dr. Mariano Ospina,


exilado en Guatemala, se empeñó en hacerlo ver al gober-
nante. "La situación del país — —
le escribía que poco hace
parecía serena, se ha ido oscureciendo hasta mostrarse hoy
alarmante y aun peligrosa. " Después de insinuarle que
contra él son todas las quejas, agrega: "Lo que quiere la
gente pacífica y honrada son reformas. La instrucción pri-
maria es nula. La inconformidad por el actual sistema de
administración pública, aumenta, por la resistencia a su-
primir lo perjudicial que la opinión reclama, y esa misma
inconformidad ha hecho mella hasta en los eclesiásticos".

Al Mariscal Cerna le toleraron, mal que bien un pri-


mer período; pero, no obstante tantas advertencias, come-
tió el error de hacerse reelegir por el Congreso, sin que su
dictadura fuera ya necesaria ni Cerna el hombre para lle-
varla adelante y consolidarla como sistema de gobierno.

Cuando se acercaba el término del período de Cerna,


hubo un movimiento electoral que contribuyó a agitar los
ánimos, haciendo recordar a los pretendientes el derecho
de aspirar a la primera magistratura, y dejándolos desenga-
ñados el resultado de la elección.

Uno de los candidatos era el Mariscal don José Víctor


Zavala, hombre ilustrado, perteneciente a la aristocracia,
y militar que había conquistado glorias, peleando en Nica-
ragua contra el aventurero William Walker. Pero Cerna
era el Presidente, y nunca se ha visto en la democracia
centroamericana que un presidente pierda una elección.
Cerna derrotó a Zavala en el Congreso por treinta y un
votos contra veintiuno.

—31—
Los liberales, inconformes con este resultado, aconse-
jaron a Zavala que asaltara la presidencia con las armas.
Pero Zavala les dio una contestación digna de un patriota
y de un caballero:

— No quiero llegar a la presidencia marchando por el


fango. Si asciendo a ella será por las gradas de la ley-
cubiertas con una alfombra.

Desgraciadamente sólo él fue capaz de estos senti-


mientos. Había otros que estaban resueltos a robarse el
poder y conservarlo aunque fuera menester nadar a tra-
vés de charcas de lodo y sangre.

Gran parte de este estado de cosas era obra de la


propaganda revolucionaria, que se vale siempre de bellas
promesas y se agarra a hermosas causas para conmover
el orden social. El gobierno de Cerna era bueno y suave
con sus adversarios, y esto no lo niegan ni sus más encar-
nizados detractores; no se le objetaba más que ser cha-
pado a la antigua y no estar a tono con las necesidades
de la época.

Pero su lenidad, como dijimos, estimuló las muchas am-


biciones personales que habían por satisfacer. El diputado
Miguel García Granados, hombre de prestancia y de ta-
lento aunque un poco calavera, militar que aprendió la
guerra peleando contra Morazán, encabezó la oposición en
el Congreso. Sus discursos inflamados, sus constantes in-
vocaciones a la libertad del pueblo, sus reclamos por el
progreso al paso que le conquistaban la^ simpatías de los
incautos que se pagan de las palabras, concitaban el ren-
cor público contra el gobierno de Cerna, y alentaban a los
que ya desquiciaban el orden con las repetidas invasiones
vandálicas por la frontera de México; mientras que la po-
ca energía con que el gobiern reprimía estos brotes de
trastornos animaba a los menos audaces a juntarse en es-
píritu con García Granados, y a enviar socorros a los fac-
ciosos.

Cuan diferente era esta actitud de García Granados


a la que, en el mismo puesto, ensayó contra Carrera. Todo
fue que éste dijera en un banquete: "Anoche soñé que ha-
bía mandado fusilar a Miguel García Granados" para que
el opositor don Miguel liara sus bártulos y desaparecie-
ra de Guatemala en un abrir y cerrar de ojos. No vol-
vió del susto hasta que se vio en Europa.

—32—
Cuánta diferencia en los tiempos, o por mejor decir,
cuánta diferencia entre Carrera y Cerna. Bien alcanza en
este lugar lo que dijo un político nicaragüense: "Cuando
el que manda es lobo, todos se le hacen corderos; cuando
el que manda es cordero, todos se le hacen lobos".

Mientras acontecían aquellos sucesos, el Mariscal Se-


rapio Cruz permanecía en su destierro de San Salvador,
observando en qué pararía todo. Su quietud nos induce
a suponer que una de las promesas que se le hicieron
cuando su primera sublevación fue sobre dejarle una es-
peranza de que la suprema magistratura llegaría a sus ma-
nos por los caminos legales. No bien, pues, vio que se-
guía la presidencia vinculada a un mismo hombre, se sin-
tió libre de todo compromiso, y decidió comenzar de nue-
vo la guerra civil, y conducirla esta vez con mayor ener-
gía.

Lo primero fue dirigirse a México para juntarse con


Justo Rufino. En Mayo de 1869 invadieron el territorio
de Guatemala con escasos recursos. Ofrecían a los pueblos
tierras comunes y aguardiente barato. Pero fueron derro-
tados en Chibul, y, como de costumbre, se retiraron al se-
guro refugio de México.

Deallá salieron en julio siguiente en nueva acome-


tida al territorio guatemalteco. Su plan era internarse
hacia las poblaciones más importantes, evitar encuentros
con las tropas del gobierno, reclutar soldados y asestar un
golpe en una de las ciudades principales. De ahí que esta
expedición durase desde julio hasta enero del año siguien-
te. Pero la facción cometía desafueros cada vez que se
le facilitaba oportunidad. En un pueblo llamado Jobay,
una partida al mando de Ramón Cruz, hijo del Mariscal
Serapio Cruz, asesinó al Juez Preventivo, don Patricio Pe-
ña, destruyó los muebles de la casa en que se hallaba el
estanco de aguardiente, y luego le pegó fuego. El secre-
tario municipal pudo escapar, pero su casa fue saqueada, y
se vengaron en su familia maltratándola. Otra partida en-
tró a San Martín, destruyeron los estancos de aguardiente
y arrancaron por la fuerza más de mil pesos a un pacífico
habitante del lugar llamado don Francisco del Rosal.
El odio a los estancos era calculado para atraerse adic-
tos. Con ello querían demostrar que combatían el mono-
polio del aguardiente y que de veras se proponían abara-
tar la bebida embrutecedora. Este punto del programa
revolucionario fue el único que se cumplió después.

—33—
Entretanto, Cruz y Barrios se acercaban al objeto de
su primera acometida formal, a la ciudad de Huehuete-
nango, capital del departamento de ese nombre. Defen-
día la plaza el Teniente Coronel Aquilino Gómez Calon-
ge, a quien intimaron la rendición y entrega de la ciudad.
Y como no consiguieran su objeto tan fácilmente, asalta-
ron la plaza en la madrugada del 6 de diciembre de 1869.

Calonge se fortificó en el cuartel y en la iglesia, y


como los facciosos no pudiesen quebrantar la resistencia
de los valientes defensores, ocurrieron al vitando arbitra-
rio de incendir, no sólo el cuartel y el templo del Calva-
rio donde estaban fortificados los gobiernistas, sino tam-
bién la iglesia parroquial. Por lo que hace a ésta, no
acabaron con su intento, pues los indios encargados de
quemarla suspendieron su mala obra cuando vieron al Vi-
cario postrado de rodillas ante la Cruz, orando a Dios que
salvara de la destrucción su santa casa.

Cruz quiso justificarse de este atropello con una ex-


cusa muy Dijo en una proclama que "fue preciso
floja.
recurrir al incendio, porque Calonge no salió a atacarlo
en campo raso".

El Boletín de Noticias que da cuenta de estos hechos,


concluye: "Los pueblos saben, después del atentado de
Huehuetenango, lo que tienen que esperar de esas hordas
que el cabecilla continúa todavía llamando ejército liber-
tador !"

¡Cuan prof éticas fueron estas palabras!

A
Justo Rufino tocó capitanear un grupo de los asal-
tantes a Huehuetenango. Lo ejecutó con el ardor y la
impetuosidad distintivos de su carácter; y se acercó tan-
to al enemigo, que casi a boca de jarro recibió un balazo
que le disparó el soldado José María Villatoro, alias Zapa-
tilla. Justo Rufino cayó tan cerca del enemigo, que su
ayudante, el indígena Antonio Chunux, tuvo que tirarlo
de los pies y arrastrarlo bajo la vista y el fuego de los
gobiernistas, para ponerlo en lugar seguro.

Este incidente y la muerte de otro de los cabecillas,


Ramón Cruz, hijo del Mariscal, debilitaron la acción, y
Serapio Cruz tuvo que retirarse. No lo seguiremos en sus
nuevas correrías; bástanos decir que después de la derrota
hizo algunas marchas que parecían alejarlo hacia el Nor-

—34—
te,para aparecer luego en Palencia, muy cerca de la ca-
pital. Allí fue sorprendido el 23 de enero de 1870, su gen-
te muerta y dispersada, y él mismo perdió la vida. Al
cadáver le cortaron la cabeza y la llevaron a Guatemala
en trofeo, o como prueba de la victoria que se consideró
definitiva.

—35—
Capítulo V
OTRA GRAN ESCAPADA
Serapio Cruz y Justo Rufino Barrios se separaron para
siempre. El primero marchó a su destino, la muerte, que
encontró en Palencia; el otro con grandes dificultades ha-
cia su nuevo escondite, y después de emocionantes aven-
turas, al poder supremo.

Sus amigos escondieron a Justo Rufino en las minas


de Pichiquil, en Aguacatán. En ese lugar, lo metieron
dentro de un "temescal", especie de horno que sirve a los
indios para darse baños de vapor. Justo Rufino tuvo que
penetrar gateando y estarse largas horas acostado o sen-
tado incómodamente en aquel estrecho aposento; a la
puerta amarraron un cerdo para que con su mole ocultara
lo que había adentro, y por el otro lado ataron un perro
que con sus ladridos no dejaba acercar a nadie.

Pasado el primer peligro, de aquel sitio lo traslada-


ron a las montañas de Chajul, siempre hacia el norte, en
busca de la frontera mexicana. Allí su padre le envió so-
corros.

Bien necesitaba de ellos, pues de otro modo no hu-


biera podido escapar, herido como estaba y perseguido
acuciosamente por las autoridades y abandonado por los
pocos indígenas que lo habían sacado de Huehuetenango.

Sin embargo, algunos de los funcionarios del gobier-


no estaban de parte del fugitivo, como el Alcalde auxiliar
de Chiul que lo ocultó en lugar seguro. De ese sitio lo con-

—37—
dujo su pariente don Margarito Mérida en dirección a San
Marcos para llegar a Soconusco. Don Margarito tuvo que
echarse a cuestas a Justo Rufino gran parte del trayecto,
pues carecían de cabalgaduras, y el herido no podía ca-
minar a pie.

Para alcanzar la frontera fue preciso desandar lo an-


dado, tomando rumbo al sur, cruzar cerca de Huehuete-
nango un río y entrar al departamento de San Marcos, cu-
na de Justo Rufino, y terreno que él conocía a maravilla.
Caminaba de noche, y hacia el amanecer, se desvió del ca-
mino real, y se internó en la montaña para descansar. Lo
acompañaban entonces sólo dos personas: su hijo Venan-
cio, muchacho entonces de 16 años, y un tal Méndez, alias
Boca.

El Alcalde de la localidad, don Florencio Mérida, re-


cibió orden de registrar todos los contornos en busca de
Justo Rufino. Pero Mérida estaba emparentado con Ba-
rrios, y ya sea por esto, ya porque se interesase en su cau-
sa, o por ambos motivos, escudriñó diligentemente todos los
sitios, menos aquel en que él suponía se ocultaba Justo
Rufino.

Al día siguiente muy de madrugada, volvió el Alcal-


de a su fingida correría, llevando por compañero a un
hijo de siete años de edad, el mismo que nos refiere estos
sucesos. Al llegar al lugar en que se había desviado Justo
Rufino del camino real, observó que ahí cerca, venía una
escolta, pesquisando todo alrededor con gran cuidado y di-
ligencia. Inmediatamente se le ocurrió al Alcalde que
Justo Rufino se hallaba en aquel único sitio que no había
visitado. Y con toda cautela se encaminó allá, no para
prender, sino para advertir al fugitivo. Se hallaba éste
con sus compañeros en una hondonada; dos de ellos esta-
ban sentados en el suelo; y el otro, Justo Rufino, acos-
tado, dormía, reposando la cabeza sobre la pierna de su
hijo Venancio. A un lado, y en un lugar bastante visi-
ble, estaban dos cabalgaduras. El Alcalde Mérida había
logrado acercarse a la rastra, hasta poder oír lo que ha-
blaban los tres. Vio que Justo Rufino se despertaba azo-
rado, y frotándose los ojos, decía:

—Muchachos, ahora que dormía soñé que un alcalde


nos había capturado aquí.

—38—
Mérida comprendía que era preciso ganar tiempo, pues
ya acaso se acercaba la escolta, y palmeó las manos, gri-
tando:

—Rufino, ¿qué haces aquí?

Justo Rufino saltó como una fiera herida, encañonan-


do la pistola al sitio de donde salía la voz; mas habiendo
reconocido a su pariente y amigo, los tres se le acercaron.


Lencho preguntóle Justo Rufino — ,
¿qué haces
conmigo?


¡Siéntense, siéntense, que allí vienen las tropas del
gobierno en persecución de ustedes! —
fue la contestación
de don Florencio, quien, acercándose más, les advirtió:


Ahora no queda otra defensa que buscar mi casa,
caminando por la orilla de este barranco, vega abajo,
hasta la unión de este riachuelo con el de enfrente; allí hay
un paso y al lado opuesto un maizal bien abrigado, en don-
de ustedes pueden esconderse, y si el tiempo lo permite, lle-
gar a la casa. Este niño, conocedor del lugar, les servirá
de guía; yo voy a encontrar a la tropa.

— ¡Muchachos —ordenó el —
cabo , adelante van esos
bandoleros; fórmense de dos en fondo y rompan la marcha
en carrera!

Al verlos dispararse de este modo tras una pieza ima-


ginaria, Justo Rufino exclamó sarcástico desde el maizal
que lo encubría:

— ¡Vean cómo corren aquellos guanacos!

Justo Rufino y sus dos compañeros llegaron a casa del


Alcalde Mérida, y como éste había acompañado al oficial
guanaco (igual, majadero) para mejor despistarlo, la espo-
sa de Mérida alojó a los fugitivos como pudo. A Justo Ru-
fino le dio la cama de su marido, y a los otros dos los en-
caramó en el tabanco o tapanco, como dicen en México y
Guatemala, lo que en español desván.

Pero ni aun allí se halló libre de sobresaltos Justo Ru-


fino. Por muchas precauciones que tomó la compasiva
señora, y por más vigías que colocó aquí y acullá, no pudo
evitar que se colara de rondón en la cama su cuñado Eu-

—39—
sebio Hidalgo, que tenía por costumbre meterse en ella
como Pedro por la suya. Juzgúese cómo las hilaban Justo
Rufino y los otros dos al escuchar este diálogo que pasó en-
tre Hidalgo y su cuñada.

— ¿Trinis —pregunté) —
a quiénes tienes encerrados
,

aquí, pues acabo de oír cuchicheos allá dentro?

Doña Trinidad evadió la respuesta:

— La puerta la dejó cerrada Lencho, que es tan re-


molido, porque las gallinas estaban molestando con querer
entrar y se llevó la llave, cuando se fue al campo en bus-
ca del ganado.

Mas no era el sabueso Hidalgo hombre para darse a


partido tan fácilmente; y así, no contento con la explica-
ción y estando al tanto de la búsqueda de Barrios, conti-
nuó interrogando a los demás de casa. Pero todos le die-
ron parecida respuesta. Finalmente no se largó hasta que
hubo almorzado, y entonces profirió esta amenaza, con que
daba a entender que no iba engañado y que pronto regre-
saría:

— Si yo encontrara a ese bandolero de Rufino, entre-


garía su cabeza al Corregidor, y así quedaríamos tranquilos.

Impuesto Mérida, cuando regresó al hogar la


el alcalde
tarde del mismo que amenazaba a su pro-
día, del peligro
tegido, y a él mismo, decidió sacarlo de la casa sin pérdida
de tiempo. Esa misma noche lo condujo a una cueva cer-
cana llamada El Tizate. Allí don Florencio y su esposa
cuidaban de los fugitivos, llevándoles alimentos, medici-
nas y ropas. Un día doña Trinidad envió a Justo Rufino
una botella con aguardiente. Este, agradecido, prometió:

—Cuando yo sea presidente dejaré libre la fabricación


de aguardiente!

Ocho días estuvo oculto Justo Rufino en aquel lugar


agreste y nada cómodo. Al cabo de ellos, siempre con la
precaución acostumbrada y cruzando ríos y abismos, fue
conducido a otro lugar, acercándose más al seguro de la
frontera mexicana. La herida de Justo Rufino continuaba
abierta, y esto era uno de los motivos que le hicieron salir
de la montaña en busca de la casa paterna.

—40—
Llegó, en efecto, a San Lorenzo a la media noche de
uno de los días de enero de 1870; pero al llamar a la casa
solariega, en lugar de ver abiertas las puertas, oyó airada
reprimenda: "que por su culpa estaban presos en Guate-
mala su padre don José Ignacio y su hermano José Ma-

Don Adolfo Z. Mérida, testigo ocular de estos sucesos


y quién escribió los datos en que descansa la narración
anterior, no nos dice cuánto tiempo permaneció escondido
Justo Rufino en San Lorenzo, ni cómo llegó a El Malaca-
te — sin duda caminando siempre de noche por atajos y
barrancos — solamente agrega que allí Barrios regaló bue-
;

nas muías a sus salvadores para que regresaran a sus ho-


gares.

Pronto pasó de allí a Tapachula, en territorio mexicano,


donde acabó de curarse la herida de la pierna. Pero como
ya Justo Rufino comenzaba a inspirar temores, el gobier-
no de Cerna consiguió que las autoridades de México lo in-
ternaran. A pie, entre los soldados de la escolta y tratado
como reo de delitos comunes, fue llevado desde Tapachula
a Chiapas. Condenado por el juez de este lugar, apeló
ante la autoridad federal de Tuxtla Gutiérrez, capital del
estado. Allá fue remitido y guardado en la cárcel por más
de un mes.

En realidad, ¿obedecía su prisión a un acto político?


Tanto rigor para una concentración nos parece exagerado.
Dudamos que tal fuera el motivo de su prisión, tanto más
cuanto que leemos en el estudio de don Manuel Valladares,
que por esa época Justo Rufino estaba preso en Comitán
por delitos comunes.

Cuando Justo Rufino se hallaba encarcelado llegó al


lugar un señor llamado Magín Llaven, diciendo, en tono
de mofa, que deseaba visitar al futuro presidente de Gua-
temala. Ya frente a la reja detrás de la cual estaba prisio-
nero Justo Rufino, preguntóle:
— ¿Es usted que va a ser Presidente de Guatemala?
el

—Sí —contestó con aplomo Justo Rufino.


Llaven vio en los ojos de su entrevistado la decidida
voluntad de un carácter dominante y resuelto, y sin duda
eso y la segura arrogancia de este hombre trajeado como un
aventurero, cautivaron su simpatía.

—41—
—Oiga
amigo —
le dijo Barrios al despedirse — creces
déme
,

allíprestados unos duros; se los devolveré con


cuando sea Presidente de Guatemala.

Llaven dio el dinero y su amistad a aquel hombre


que tenía tanta confianza en el porvenir como Alejandro
cuando repartió sus conquistas entre sus generales, quedán-
dose él con la esperanza. Desde entonces fueron grandes
amigos, y Llaven se convirtió en unos de los colaborado-
res más eficientes de Barrios.

Cuenta el primero —
en su laudatoria biografía del
segundo —
que éste le enviaba por aquellas fechas, artícu-
los para un periódico que Llaven dirigía. Pero como bió-
grafo no menos complaciente, el Gral. Andrés Téllez, nos in-
forma que tales artículos no fueron escritos por Justo
Rufino; él prestaba su firma y los redactaba otro amigo
mejor dotado de pluma. Dos de esos periódicos llevan
nombres rimbombantes muy en consonancia con las ideas
de Justo Rufino, que no eran otras que las de su tiempo.
Llamábase el uno El Espíritu del Siglo, y el otro El Ba-
luarte de la Libertad. Estos periódicos se publicaban en
Chiapas, y otros en que asimismo "colaboraba" Justo Ru-
fino, salían en Tuxtla Gutiérrez y en San Cristóbal Las
Casas. Todos ellos eran enviados de contrabando a Gua-
temala.

Llaven no estaba muy seguro del triunfo de Justo


Rufino, y alguna vez intentó disuadirlo de sus disparata-
dos intentos. Pero Justo Rufino le contestaba siempre del
mismo modo:


Si tenemos que esperar hasta que no haya dificul-
tades para hacer algo, nunca haremos nada. Mi corazón me
dice que vamos a ganar.

Pero antes debía pasar nuevas contrariedades. Cuan-


do lo prendieron en Tapachula, entregó el dinero que guar-
daba —
unos quinientos pesos que sus parientes le habían
enviado de Guatemala —
a una mujer que tenía venta de
licores en el lugar. La cantinera aceptó el cargo de ban-
quera del "futuro presidente", y no dejó de remitirle al-
gunas pequeñas sumas que le pidió Justo Rufino desde la
cárcel; pero cuando éste se halló libre y reclamó el resto,
la cantinera sólo le devolvió unos pocos reales. Justo Ru-
fino optó por conformarse. Podía resultarle peor un re-
clamo ante las autoridades —
observa Mr. Burguess — que
,

—42—
poco antes lo habían tratado como a un malhechor: les
habría dado a conocer que el ex-reo había acumulado se-
mejante cantidad de dinero. La desconfianza de Justo Ru-
fino por las autoridades, y la duda en que pone la justicia
de su reclamo, se nos ocurre otro indicio de que no sólo la
política tenía parte en sus desgracias.

En esos días amargos de su vida se dedicó a fabricar


y vender puros, para pasar la vida. ¡Un futuro presidente,
en facha de vagabundo, detrás de un mugriento mostrador,
vendiendo puros! Este no es por cierto el único ejemplo
de nuestras democracias iberoamericanas. Muchos casos
se han visto en que los caudillos demócratas hayan tenido
que bajar tan hondo para conquistar el derecho de subir
a lo más alto.. y hacer allí lo mismo, o peor, que "el ti-
rano derrocado".

A pesar de tanto contratiempo, Justo Rufino no desis-


tía de sus intentos revolucionarios. Cómo agenció dinero
para comprar armas, es difícil de averiguar; es el caso que
entregó fondos a un sujeto de Tuxtla para que le propor-
cionara elementos bélicos; aunque sólo consiguió que lo
engañara, quedándose el sujeto con el dinero y Justo Ru-
fino burlado y estafado.

Por fin estos fracasos comenzaban a descorazonar a


Justo Rufino; ya pensaba retirarse a El Salvador, o a cual-
quier otra república centroamericana y dedicarse allí al
trabajo honesto. En realidad, él solo no era capaz de le-
vantar una revolución suficientemente poderosa, bien or-
ganizada y que inspirase fe en un cambio por lo mejor. Y
hubiera ejecutado su sensato propósito a no haber acon-
tecido en Guatemala sucesos que contribuyeron a la caída
de Cerna, aunque fueron ejecutados para evitarla.

Entre los papeles que se capturaron al Mariscal Se-


rapio Cruz cuando fue muerto en Palencia, se hallaron unas
cartas que comprometían con el movimiento subversivo al
diputado don Miguel García Granados, a don Manuel La-
rra ve, a don José María Samayoa, al brigadier don Maria-
no Villalobos y a otros.

Cuando García Granados se vio cogido, se refugió en


la Legación Británica; a todos se les sentenció a destierro,
después de haber caucionado que no regresarían al país,
ni tomarían parte en ningún trastorno contra el gobierno.
García Granados ofreció la fianza de diez mil pesos y la
palabra empeñada de su sobrino don Luis Batres. En es-
tas condicions se le permitió salir de Guatemala, bajo el
compromiso firmado por su sobrino de que "no se mezcla-
rá en manera alguna en nada que pueda alterar el orden
y la tranquilidad de esta República".

De Guatemala partió García Granados a México, ya


con la idea preconcebida de armar una revolución en
compañía de Justo Rufino, a pesar de su palabra de honor
y a riesgo de poner por los suelos el honor de su sobrino, que
había salido por él en críticos momentos.
CAPITULO VI
LA REVOLUCIÓN VICTORIOSA
Antes de partir de Guatemala, García Granados hizo
colecta de dinero. Tan suficiente fue ésta, que sólo una
persona, don Eduardo Quiñónez Sologaistoa, entrególe por
contribución la suma de treinta mil pesos.

Pero esta cantidad no era bastante para comprar un


armamento por modesto que fuera, y algo más debió co-
lectar entre los disidentes guatemaltecos, quienes, no con-
tentos con el nuevo gobierno de Cerna, estaban poniendo
los cimientos, sin darse cuenta como sucede en esos casos,
del gobierno más despótico, desmoralizador y cruel que ha
tenido Guatemala.

El jesuita guatemalteco, P. Luis Javier Muñoz, des-


pués Arzobispo de Guatemala, nos asegura que García Gra-
nados obtuvo para la revolución el apoyo de Inglaterra,
tanto para hacerla triunfar, como para sostener después
u
su dominación en cambio del compromiso de reconocer co-
mo legítima la usurpación del rico territorio de Belize, que
el gobierno reclamaba por medio de los Estados Unidos,
en cumplimiento del tratado Clayton-Bulwer".

Con el dinero que consiguió García Granados en Gua-


temala compró algunas armas en los Estados Unidos y las
envió a Justo Rufino Barrios, quién las recibió en México.
Pero no por eso había que menospreciar el apoyo y la
buena voluntad de esta última república, cuyo territorio
iba a servir una vez más de cuartel general a los revolu-
cionarios.
. —

El historiador P. Rafael Pérez S. J. afirma categórica-


mente que también en México consiguió armas García Gra-
nados "Sabes con certeza —
escribe —
que se las sumi-
nistraron las logias masónicas, a condición de que persiguie-
ra la Iglesia y expulsara a los Jesuítas".

Don Ramón A. Salazar, amigo, colaborador y admira-


dor de Justo Rufino, refiere que García Granados "se fue
a México y allí se puso en relación con los señores Juárez
y Lerdo de Tejada, los hombres civiles más notables de la
Reforma y de la Revolución de aquel país. Se entendieron
seguramente, porque a mediados del año de 1870 ya se en-
contraba el tribuno en Condtán. ." .

Otro historiador guatemalteco, don Manuel Vallada-


res, confirma este dato. El gobierno de Juárez dice—
dio eficaz apoyo "en rifles, dinero y soldados, y ordenó al
gobernador Domínguez de Chiapas ayudar en todo a los
revolucionarios"

Pero aun es menos favorable el testimonio de un es-


critor liberal guatemalteco, el de don Clemente Marroquín
Rojas, quien condena con palabras de fuego a los caudi-
llos de la revolución de 1871. "Barrios y García Granados
— escribe — puede decirse que son dos traidores a la patria,
santificados por un pueblo ignorante, que les ha elevado
estatuas como a libertadores; y decimos esto, porque mien-
tras el primero trastornaba el orden público con su corre-
rías, que han figurado después como movimientos liberta-
dores, el segundo en México negociaba con don Sebastián
Lerdo de Tejada la cesión de Soconusco, mediante un sub-
terfugio que le diera apariencia de tratado, todo esto a
trueque de los pocos fusiles y la mediana protección que
les diera para la invasión a Guatemala".

A cambio de estos feos compromisos consiguió García


Granados 200 rifles Remingtons, 15 Winchesters, de repe-
tición, municiones suficientes para estas armas, un obús, 12
espadas, 200 uniformes de soldados, cartucheras, etc.

Justo Rufino fue el encargado de recoger este arma-


mento que García Granados situó en San Juan Bautista,
ciudad del estado de Tabasco. Al llegar allí, cayó enfermo
Justo Rufino con fiebres palúdicas, y este contratiempo di-
lató su regreso unos quince días. Al fin pudo emprender
su marcha con el pesado armamento. Parte del camino lo
hizo por los ríos en canoas, parte a lomo de indios, hasta

—46—
Comitán, cerca de la frontera de Guatemala. A su llegada
encontró que la mitad de los hombres que tenía reunidos
para empuñar las armas se había desbandado.

Nofue éste, sin embargo, el mayor obstáculo, sino el


que ponía el gobernador del estado de Chiapas, el Sr. Do-
mínguez. No bien llegaron las armas, Domínguez hizo
presa de ellas, ordenó que las depositaran en el cuartel y
reconcentró a Justo Rufino a San Cristóbal.

Aquí delas intrigas de García Granados para conseguir


la libertadde su cómplice. Enseñó a Domínguez las cartas
del Presidente Juárez de México en que recomendaba apo-
yar en toda forma la invasión revolucionaria contra el Pre-
sidente Cerna; le explicó que su movimiento era favorable
al régimen democrático liberal de que gozaba México, y le
recordó que como liberal estaba obligado a ayudarle.
Domínguez argüía que recomendaban muy mal a Jus-
to Rufino sus antecedentes y su conducta turbulenta en la
emigración, por lo cual repetidas veces había caído bajo
la represión de la autoridad. (1)

García Granados, que deseaba a Justo Rufino como


compañero en la revolución por sus ya conocidas hazañas
de revoltoso, insistía con otras razones; y acaso saldrían
a relucir los argumentos de fraternidad masónica y las pro-
mesas de persecución religiosa que se llevarían a cabo.
Mas lo que sin duda ablandó la testarudez del incorrupti-
ble Domínguez fue cierta bolsa llena de oro que don Miguel
"olvidó" en el escritorio del gobernador.

Pero aunque Domínguez al fin cedió, no lo hizo sin


quedarse con una buena tajada, además de la bolsa olvida-
da; devolvió sólo cuarenta rifles como para que se hiciera
con ellos un tanteo, bajo condición que si aquellos cuarenta
se perdían, el resto quedaba como propiedad del estado de
Chiapas. Esto induce a creer que Domínguez estaba ente-
rado de que el armamento procedía de los arsenales de Mé-
xico, y que se hallaba con más derecho y provecho en sus
manos que en poder de aquel aventurero, siempre fracasa-
do en sus empresas revolucionarias.

Mientras García Granados arreglaba este pequeño ne-


gocio y daba así muestras de que aportaba a la causa un
nuevo elemento de que hasta entonces careció, los recur-

(1) Manuel Valladares. Apuntamientos

—47—
sos diplomáticos de un político avesado a los negocios, Jus-
to Rufino preparaba los pormenores de la expedición en "El
Puente de Barillas", hacienda de ganado que pertenecía a
un ciudadano guatemalteco de los que ayudaban a derrocar
a Cerna.

El consorcio de García Granados y Barrios era com-


pleto. Mejor que el de Serapio Cruz y Justo Rufino Ba-
rrios. Cruz sólo puso su espada; carecía de versación polí-
tica y hasta como militar era capaz de cometer un descuido
como el que ocasionó la derrota y su muerte. En tanto que
García Granados llevaba talento, experiencia política, el
prestigio de que gozaba en la capital de Guatemala, y, so-
bre esto, dinero, armas, y lo que valía más, la promesa de
que aquella revolución tenía por mira en realidad mejorar
la condición política de Guatemala. En cambio, Barrios
contribuía con su caudillaje en el Occidente de la repúbli-
ca, con su fama de perturbador tenaz y peligroso, y con
cierto ascendiente de que gozaba entre algunos de la masa
por su carácter resuelto a conseguir con empeño lo que se
proponía sin reparar en los medios, y por su imperativa fa-
cultad de mando a que pocos resistían.

A finesde marzo de 1871 estaba ya organizado el "ejér-


cito libertador". Constaba de catorce oficiales y doce sol-
dados. Sin embargo, acontecía una pequeña dificultad: ca-
da oficial mandaría un soldado, y aun así, sobraban dos ofi-
ciales. ¿Qué hacer con ellos? Pronto vino a sacarlos de
apuros la casualidad. Se presentaron dos voluntarios, se
les alistó como soldados, y así quedaron completos un ofi-
cial para cada raso.

García Granados, con el grado de general, sería el je-


fe del movimiento y el colado "presidente provisional" de
esos casos; Justo Rufino fue hecho coronel y designado se-
gundo. El se conformó con la esperanza de pescar en río
revuelto.

Pero aquel reducido puñado de hombres llevaba de


ventaja al ejército del gobierno de Guatemala la novedad
del armamento. Los soldados de Cerna estaban equipados
con fusiles viejos, de mecha, que no podían competir en la
rapidez de los disparos con el Remington, menos aún con
el Winchester. Esta superioridad sería decisiva.

Se dispuso que Justo Rufino hiciera el primer tanteo


con los cuarenta rifles que para ese fin les dejó Domín-
guez. Consistía el movimiento en penetrar a Guatemala,
librar unas escaramuzas y luego regresar a territorio me-
xicano para recoger el resto del armamento y comenzar en
firme. Justo Rufino resistió tanto como pudo el exponerse
a aquella aventura con tan escasos hombres y recursos. No
hay duda que tenía presente más de lo que convenía la
herida que recibió en Huehuetenango. Valladares dice
que sus amigos vieron con disgusto esta actitud y aun la
atribuyeron a cobardía.

Por fin Justo Rufino se decidió, y después de haber sor-


prendido y tomado los dos pequeños poblados de Ishion y
Cuilco, se apoderó sin resistencia de Tacana y se hizo se-
ñor de la destilería y del aguardiente allí depositado.

En este lugar, según lo afirma el mismo Valladares,


Justo Rufino volvería por su estropeada fama de valiente,
portándose "como el más impetuoso combatiente y decidió
esa primera acción formal de la revolución".

Dejaron éstos ocho muertos y tres heridos, mientras


los revolucionarios sólo tuvieron un herido. Tan pocas ba-
jas, el haberse retirado los gobiernistas cuando ya agota-
ban su parque los facciosos, da pie para creer lo que des-
pués se afirmó sobre toda la campaña con motivo de las co-
sas extrañas que en ella sucedieron; que había sido muy
mal llevada, y que el soborno y aun la traición tuvieron
mucha parte en los continuos reveses.
Después de esa acción Justo Rufino y sus hombres re-
gresaron a México. Obtuvieron allí el resto de las armas,
menos cuarenta Remingtons que fueron sustituidos por el
gobernador Domínguez con igual número de fusiles de me-
cha. Luego invadió Justo Rufino de nuevo el territorio
de Guatemala, y se situó cerca de San Marcos sin haber
librado ningún encuentro. Allí se dedicó a reclutar solda-
dos. Fácil le era a Justo Rufino esta tarea, pues conocía
bien a todos sus paisanos del lugar capaces de alistarse en
una revolución armada. Uno de tantos días se le presentó
un grupo de 64 jóvenes de armas llevar conocidos en la
comarca con el apodo de los duendes. En otra ocasión lle-
garon dos muchachos al campamento revolucionario. Uno
era aprendiz de zapatero que se dio a la huida a causa de
una reprimenda de su maestro por mal comportamiento.
Justo Rufino, al verlos tan jóvenes, les dijo:

—Lo que necesitamos son hombres.

—49—
—Somos hombres —contestaron; y se les dio de alta.

Cuando las fuerzas de los sublevados ascendía a 180


hombres, se envió aviso a García Granados para que se in-
corporara al movimiento como general en jefe.

Mientras sucedían estos acontecimientos, García Gra-


nados se hallaba en la capital de México, preparando su
primera proclama al pueblo guatemalteco, que imprimió
en aquella ciudad. Pero más que en eso, se ocupaba en in-
trigar con los miembros del gobierno mexicano para que
fuera efectivo el apoyo prometido a la revolución, ya que
la extraña actitud de Domínguez ponía en peligro el éxito
de la empresa. Luego de haber conseguido que Domín-
guez devolviera todo el armamento, y cuando supo que Jus-
to Rufino se hallaba bien armado dentro del territorio de
Guatemala, marchó a ponerse al frente del movimiento.

. La primera acción del nuevo jefe fue tomar la ciudad


de San Marcos. Pero, en lugar de empeñar un combate,
prefirió valerse de mañas para apoderarse de ella sin ex-
ponerse a un fracaso. Ocultamente entablaron pláticas él
y Justo Rufino con las autoridades del lugar, y pronto se
les entregaron, declarándose partidarios de la facción.

En San Marcos hizo circular García Granados su pro-


clama, fechada el 8 de mayo de 1871.

Esta proclama contiene el programa del futuro gobier-


no, el vínculo entre los que serían gobernantes del pueblo
guatemalteco, y este mismo pueblo que creyó en aquellas
promesos y puso toda su cooperación para que se realiza-
ran.

Haremos un resumen de ese documento, ya que él


nos enseña lo que la revolución se propuso hacer, en opo-
sición a lo que hizo en realidad.

García Granados se refiere ante todo a los motivos


personales que tiene para convertirse en perturbador del
orden. El está al frente de una revolución armada porque
se le ha perseguido, a pesar de que vivía tranquilo en Gua-
temala, amparado por su inmunidad de representante del
pueblo. Se presenta, pues, armado "para reivindicar sus
derechos y combatir una Administración que oprime a los
pueblos y viola diariamente las garantías más sagradas del
hombre".

—50—
Después de calificar de dictadura cruel el gobierno de
Cerna, sigue: "Persuadido de que la dictadura no puede
nunca hacer la felicidad de los pueblos, y en especial una
dictadura torpe e ignorante, que por el contrario tiene que
causarles siempre males infinitos, vengo decidido a luchar
hasta derrocarla, y plantar en su lugar la libertad".

sustituir un gobierno que


Por estas razones intentaba
mandaba "según su capricho y su interés privado", con
otro que fuera "fiel ejecutor de las leyes, sumiso y jamás
superior a ellas". Quería que en lugar del Acta Constitu-
tiva hubiese una verdadera Representación Nacional "li-
bremente elegida y compuesta de hombres independientes"
y no de subalternos del gobierno que sólo miraban por "sus
intereses pecuniarios o privados". Quería libertad comple-
ta para la prensa, "porque estamos persuadidos de que sin
esta institución no hay gobierno bueno posible". Prome-
tía acabar con "las contribuciones onerosas que pesan de
preferencia sobre los pobres y desgraciados". La Instruc-
ción Pública sería general y adecuada a las necesidades de
la nación y a la altura de las instituciones democráticas.
Ofrecía, en fin, derogar los monopolios, y en especial el
de aguardiente, porque son "inicuos y ruinosos para la
agricultura y el comercio".

Quienquiera que le atribuya otros propósitos a la re-


volución, calumnia a García Granados, pues está bien sabi-
do que él es "enemigo de utopías y ensayos peligrosos".
Luego, en tono declamatorio, exclamaba:

"Los que detestáis la tiranía y deseáis vivir tranquilos


gozando de libertad regidos por un sistema legal . . venid
. ,

a mí y seréis felices". Terminaba con esta verdadera "pro-


fecía": "si triunfo, a vosotros tocará la felicidad de vivir
bajo un gobierno de leyes que respete vuestra dignidad y
garantías".

La revolución tomaba nuevo aspecto. Hasta la fecha


Cruz y Barrios habían acaudillado verdaderas montoneras,
sin programa ni plan; pero ahora estaba al frente un hom-
bre de pluma y de espada; tan político como militar, con-
cierta los movimientos de las armas con las ideas que se
propone implantar, por más que después se viera que és-
tas no eran más que un falso pretexto, o una intención
fracasada. Antes no había proclamas, ni movimientos bé-
licos bien concertados con el cálculo militar y la prepa-
ración diplomática, que asegura la simpatía y la coopera-

—51—
ción. En realidad, con García Granados la revolución ha-
bía ganado el distintivo que diferencia una vulgar aven-
tura de una causa justificada por lo menos en apariencia.

Las tropas revolucionarias en San Marcos se hallaban


frente por frente a las del gobierno que se habían situado
en San Pedro. García Granados eejcutó un falso movi-
miento de retirada, que en realidad era envolvente. Búr-
bano, el jefe gobiernista, temiendo ser cogido, se retiró a
Quezaltenango.

He
¡Retirarse, retirarse! ahí la táctica en general de
las fuerzas del gobierno. Las pocas veces que emprendie-
ron la ofensiva lo hicieron en las condiciones más desven-
tajosas.

Los sublevados se acercan a Retalhuleu, y pueden en-


trar allí porque las tropas del gobierno ¡se han retirado
de la ciudad! La Municipalidad, como todo cuerpo cole-
giado, busca un amo a quien rendir acatamiento, y cierta-
mente que no se postra ante quien huye sino ante quien
conquista. Sale, pues, a encontrar a los revolucionarios y
los invita a tomar pacífica posesión de la plaza. Les pro-
mete que mientras estén allí no serán atacados, a cambio
de que a su vez ofrezcan no molestar a los habitantes. Bajo
mutuas, García Granados y Justo Rufino
tales seguridades
entran confiadamente a Retalhuleu. Acomodándose esta-
ban cuando se oyó el grito de alarma: ¡El enemigo! ¡Nos
atacan!

Así era en efecto. El Teniente Coronel Gabriel Cár-


denas, jefe militar de la plaza que había salido de ella
hacía poco, regresaba con refuerzos y pronto inició el com-
bate. Pero ya esto sólo era un error: querer reconquistar
la ventajosa posición que poco antes había abandonado sin
disparar un tiro. Aunque tomaron a los facciosos de sor-
presa, pudieron éstos reorganizarse pronto, y gracias a su
mejor armamento y por estar bien atrincherados detrás de
las casas, en dos horas de recio y sangriento combate pu-
sieron en fuga a sus enemigos. Una circunstancia contri-
buyó al éxito, que al mismo tiempo revela el carácter re-
suelto y sin escrúpulos de Justo Rufino para conseguir lo
que se proponía, a cualquier costo y sin reparar en me-
dios. Retalhuleu era en su mayoría una población de ma-
dera. Justo Rufino pensó que una barrera de fuego entre
su gente y los asaltantes haría imposible el avance de és-
tos; y todo fue pensarlo para ponerlo por obra. Sin dila-

—52—
ciones ni titubeos prendió fuego a las casas que estaban
a su alcance, y luego se hizo general el incendio en una
gran extensión.

Algunos autores han querido dejar la duda sobre quién


provocó esta deflagración que arrebató su hogar a más de
trescientas familias de indígenas; y con tal objeto, dicen
que estalló después del combate, sin mencionar qué mano
criminal ejecutó aquel siniestro. Pero don Casimiro Ru-
bio, apologista de Barrios, confiesa paladinamente que éste,
"por una necesidad imperiosa, mandó pegar fuego a unas
casas de madera y ranchos pajizos que están próximos al
centro, en previsión de que tras de ellos se parapetaran
las tropas del gobierno". Lo mismo confirma Mr. Bur-
gess.

Derrotados los gobiernistas, Justo Rufino llamó a cuen-


tas a la Municipalidad que, según él, jugó una partida fe-
lona. Le había abierto la gaza, invitándolo a entrar con-
fiado, para luego atacarlo por sorpresa y a mansalva. Que-
ría fusilarlos a todos, y lo hubiera hecho de no haberse jus-
tificado los afligidos munícipes. En efecto, lograron expli-
car y demostrar que ellos de buena fe habían concedido la
hospitalidad, y que el Corregidor Cárdenas, al retirarse de
la ciudad, había encontrado al Teniente Coronel Ruano
que venía a reforzarlo con 150 hombres. Este convenció a
Cárdenas de su cobardía o candidez al desocupar la plaza,
y que sólo tomando otra vez la ciudad repararía su desai-
rado proceder.

El revés de Retalhuleu no cansó tanto desánimo en


Guatemala como el Boletín Oficial que daba cuenta de él,
confesando toda la verdad desnuda. Y algo más se colaría
entre los corrillos y decires callejeros, pues la gente del
pueblo comentaba asustada el efecto siniestro de las armas
de los revolucionarios: —son máquinas prodigiosas —
de-
cían — disparan muchos tiros en un instante.
,

En Retalhuleu los revolucionarios fueron fieles a la


consigna contra las fábricas de aguardiente: destruyeron la
destilería que había en aquel lugar.

De allí se dirigieron hacia el Este de la República, tra-


tando de acercarse a la capital. En Coyotenango destru-
yeron otra fábrica de aguardiente. ¡Qué enemigos se mos-
traban de la bebida espirituosa, los que luego iban a pro-
digarla hasta el exceso! Después de haber pasado por los

—53—
poblados de Mazatenango, San Antonio, Patulul, Santa
Bárbara, Acatenango, tomaron rumbo Norte, como si qui-
sieran alcanzar el departamento del Quiche. Así llegaron a
Laguna Seca con un contingente de soldados ya más creci-
do a causa de las constantes reclutas que hacían por el ca-
mino. Allí los revolucionarios se atrincheraron en tres pe-
queñas alturas, y esperaron el asalto confiados en su mag-
nífico armamento.

El Teniente Coronel Aquilino Gómez Calón je, el mis-


mo que con éxito lisonjero había hecho la defensa de Hue-
huetenango en la invasión de 1869, y quien comandaba
ahora las fuerzas de la autoridad legítima, cometió el error
de atacar contra posiciones ventajosas a hombres deses-
perados, como son todos los revolucionarios, armados supe-
riormente a los suyos.

Allí fue donde Justo Rufino, por primera vez que se-
pamos, vistió chaqueta "garibaldina" (de color rojo inten-
so), símbolo de sus ideas y propósitos. Y, vaya una coin-
cidencia, esta misma chaqueta roja usaban como uniforme
los filibusteros que capitaneó William Walker contra Ni-
caragua unos quince años antes.

La derrota de Calonje es sospechosa de las cosas extra-


ñas, inexplicables, que venían pasando en aquella guerra,

El Boletín Oficial del gobierno de Cerna, siempre fran-


co en decir la verdad, relata que habiendo tomado las tro-
pas del gobierno las posiciones convenientes, manifestaban
su buen ánimo, y era poco el daño que les causaba el ene-
migo durante el combate. 'Repentinamente — continúa el

f

Boletín un pánico inexplicable es apoderó de dos o tres


compañías que ocupaban el centro, las cuales comenzaron a
desbandarse. El Teniente Coronel Calonje, los otros jefes
y la oficialidad toda hicieron los mayores esfuerzos para con-
tener aquel desorden, y que no se comunicara al resto de la
sección. Desgraciadamente todo fue inútil y la dispersión
se hizo bien pronto general. Los jefes y oficiales se reti-
raron sin que se les hiciese una persecución seria".

Al pesimismo del Boletín Oficial ayudaban, como de


costumbre, los corrillos, los cuentos callejeros y hasta las
publicaciones clandestinas. Mientras en la capital corría
la noticia del desastre de Calonje referido oficialmente, las
hablillas populares lo adornaban de detalles espantosos,
calculados para infundir pánico; al paso que imprentas

—54—
ocultas imprimían y circulaban en hojas volantes versos
atroces contra el "tirano" Cerna.

Como si ello no bastara, se puso poco empeño en que


los derrotados no divulgaran entre el público la impresión
de pánico que les dominaba. Repitiendo lo que se había
dicho después del desastre de Retalhuleu, ponderaban que
era terrible el balerío de las armas de los soldados de
Chafandín (apodo de García Granados) y de don José Ru-
fino Barrios. (1)

Un gobierno así estaba perdido sin remedio. Pero sea-


mos justos: cuando los gobierons están cuarteados por la
opinión adversa, la cual suele tornarse más audaz a medi-
da que se la trata con mayor blandura, entonces tal estado
de cosas puede compararse a un barril podrido que, incapaz
de resistir la presión del agua que guarda, la deja filtrar-
se por sus junturas relajadas, hasta que la fuerza del líqui-
do, mayor a medida que se le opone menos resistencia, ha-
ce astillas la armazón que la aprisiona. Sólo hay un re-
medio: fabricar un nuevo depósito con flamantes y fuertes
duelas, capaces de apretar como si fueran bretes de hierro.

Los pueblos que una vez han gustado del sistema re-
publicano, se cansan pronto del continuismo de un mismo
hombre en el poder; y entonces hay que ser sincero repu-
blicano, dejando que el pueblo elija; o convertirse en tirano
y oprimir el torrente para que no haga explosión.

La derrota de Calón je en Laguna Seca dejó a los revo-


lucionarios abierta la entrada a la Antigua Guatemala, y
a ella llegaron pisando los talones de los fugitivos gobier-
nistas. La permanencia duró poco, y allí fue donde por vez
primera chocaron García Granados y Justo Rufino. El
primero quería permanecer en la ciudad unas horas más,
mientras tomaba un descanso la tropa; el segundo, temien-
do ser atacado en una posición tan poco militar, deseaba
salir inmediatamente. He aquí el diálogo que pasó entre
ellos, según lo trascribe don Víctor Miguel Díaz:

(1) En algunos documentos, como en el acta matrimonial, en


una que otra de las primeras proclamas aparece el nombre
de José Rufino Barrios; pero debemos atenernos a la par-
tida de nacimiento que dice Justo Rufino, nombre con que
se le llamó en su vida pública. Como firmaba con la ini-
cial J. quizás el José fue para resolver la abreviatura, nom-
bre más común que el de Rufino.

—55—
—La ciudad —opinaba Barrios —
no es a propósito pa-
ra hallarnos tranquilos, por estar rodeada de colinas des-
de las cuales podemos ser atacados por las fuerzas del go-
bierno.

—Unas horas más — replicaba García Granados — y


el cansancio de los muchachos habrá pasado.

—Nuestros muchachos —contestó Barrios— están can-


sados, pero no hemos de permanecer aquí para ser cogidos
como ratas. Maña vieja es esta de "encuevarse" para lue-
go salir corriendo.

García Granados hubo de tomar el partido de su im-


perioso segundo. No sería esta la última vez en que se
vería supeditado a su dominante subalterno.

Sin embargo, por corto que fuera el tiempo que se


estuvieron en la Antigua, García Granados y Justo Rufino
lo supieron aprovechar. Se abocaron con los principales
vecinos de la ciudad y los confirmaron en sus simpatías
por la revolución; enviaron a una señora Soledad Moreno
con correspondencia oculta a México a los personajes que
ayudaban desde allá al movimiento —
una prueba más de
su connivencia con los masones mexicanos — y recogieron
,

bastante dinero. Doña María Josefa Menéndez de la Guar-


dia, doña Pepa, como le decían familiarmente, entregó para
el ejército "libertador" mil pesos en plata. Otro antigüe-
ño que llevó su contingente a los facciosos fue don Joaquín
Díaz Duran quien se presentó con caballos, dinero y mozos
de su hacienda "El Zapote". Justo Rufino, que era muy
dado a poner apodos, lo bautizó con el de Chancletudo. Al-
gunos otros se agregaron al movimiento con las armas de
fuego que guardaban para uso personal.

De la Antigua se retiraron los revolucionarios a la Vi-


lla de Patzicía donde levantaron la célebre acta de aquel
nombre con fecha 3 de junio de 1871. A vuelta de algunas
consideraciones en que se calificaba al gobierno de Cerna de
oligárquico, y a él mismo de usurpador y cruel tirano, y
luego de afirmar que había arruinado la hacienda pública y
comprometido la futura independencia del país a causa de
un empréstito extranjero que contrajo con bases ruinosas
y sin facultades para ello, proclamaban, no sólo el derecho,
sino también el deber de la rebelión, y en consecuencia de-
cretaban el desconocimiento del "tirano usurpador", al
mismo tiempo que nombraban "Presidente Provisorio de la
—56—
República' a García Granados con facultades para que or-
'

ganizara al país de acuerdo con su proclama del 8 de mayo,


y para reunir una Asamblea Constituyente "cuando las cir-
cunstancias lo permitan", que decretaría la Carta Funda-
mental de la República. Todos juraban no deponer las ar-
mas hasta cumplir con lo acordado en el acta.
Hay que notar una circunstancia que pone al claro el
disimulo con que los revolucionarios ocultaban sus verdade-
ros propósitos para mejor engañar al pueblo. El primer bo-
rrador del Acta de Patzicía no fue aprobado porque en él
se declaraba el movimiento contra los "ultramontanos" y
los "fanáticos religiosos". Alguien hizo ver el inconvenien-
te de lastimar los sentimientos religiosos del pueblo cató-
lico guatemalteco que había recibido con simpatías el mo-
vimiento. Tan atinada observación fue tomada en cuenta,
y se recortó al acta aquellas orejas que denunciaban al lo-
bo, y en cambio se dio a la facción el título de "libertado-
ra". Con estos ardides los pueblos siguieron engañados, lu-
chando por conquistar una libertad que, gracias a la propa-
ganda, creían haber perdido.

La primera firma que aparece al pie del Acta de Patzi-


cía es la del General Justo Rufino Barrios, quien hasta aho-
ra se había titulado Coronel. Ignoramos cuándo fue as-
cendido y quién le confirió el grado. No negamos que esta
es una laguna de importancia en la vida de Justo Rufino;
mas es muy fácil de explicar en nuestro modo de ser cen-
troamericano, cómo llegó a prenderse las charreteras de
general.

Los soldados de nuestras montoneras llaman Coronel


a toda persona distinguida que se alista en cualquiera re-
volución y ostenta algunas cualidades de mando, por ejem-
plo, las del patrón que lleva sus peones al trabajo. Llega
un momento en que, sin saberse por qué, los soldados dan
el título de General a su Coronel, y así queda consagrado
para toda la vida con aquel glorioso epíteto.

Este es un sistema muy democrático de hacer genera-


les, y,ya se ve, no lo inventaron los comunistas rusos. A
esto se debe que a veces haya más generales que oficiales,
y más oficiales que soldados; pero también tenemos la ven-
taja de que las "batallas" son menos encarnizadas, pues los
jefes así improvisados asimilan en breve tiempo las cuali-
dades estratégicas de retirarse pronto, porque les ha
faltado escuela para aprender la terquedad que prescribe

—57—
hacerse matar estúpidamente en una posición que bien pue-
de ser mejorada con otra más eminente, que se halla a las
espaldas.

El mismo día del Acta de Patzicía el Presidente Cer-


na decidió ponerse personalmente al frente de sus tropas
y salir en busca del enemigo. En una proclama de esa fe
cha creyó oportuno explicar su proceder. La facción —de-
cía — "ha tomado algún incremento". Los perturbadores
habían ocupado poblaciones pacíficas "donde han dejado
los más funestos recuerdos de su paso". Los facciosos no
han encontrado en ninguna parte la simpatía que esperaban.

El siguiente párrafo denota que Cerna y sus colabora-


dores conocían qué casta de pájaros eran García Granados
y Justo Rufino Barrios; y que salieron buenos profetas cuan-
do vaticinaron lo que daría la revolución. Decía ese pá-
rrafo: "Conociendo el carácter y tendencias de varios de los
que figuran en primera línea en ese movimiento subversi-
vo, la sociedad se alarma justamente y comprende todo lo
que hay de imprudente y culpable en el hecho de suscitar
y armar ese elemento destructor, que aún cuando quisiera,
no podrían dominarlo los mismos que lo han despertado y
que quizás están en peligro de ser sus primeras víctimas".

En esa misma fecha


el Mariscal Cerna lanzaba una pro-
clama "Vosotros
al Ejército: —
decía a sus soldados —sos-
tenéis una noble y santa causa: la de la autoridad legíti-
ma contra la revolución injusta y destructora".
La proclama concluía con estas palabras, resumen verí-
dico de un período de buen gobierno: "Defenderé también
el orden y las instituciones a cuya sombra la República al-
canzó un largo período de paz, crédito en el exterior, ga-
rantías en favor de todos los nombres honrados, bienestar
y positivos adelantos en la educación, la agricultura, el co-
mercio y las artes útiles".

Entretanto los revolucionarios se dirigían a Quezalte-


nango, la capital de los Altos, segunda población de Guate-
mala. Poco antes había llegado a esta ciudad otro de los
revoltosos, Vicente Méndez Cruz, y la ocupó sin resisten-
cia, pues las fuerzas del gobierno, fieles a su fatal sistema
derrotista, se retiraron de la plaza al sólo anuncio de que
el enemigo se acercaba. Méndez Cruz destruyó el archivo
militar, abrió las cárceles y se marchó sin que nadie le hos-
tigase.

—58—
Del mismo modo iba a suceder cuando García Grana-
dos y Justo Rufino se dirigieron a Quezaltenango. Justo
Rufino, con la viveza criolla de que siempre hizo alarde,
escribió al Alcalde primero de la ciudad, diciéndole que
marchaba hacia allá y que preparara alojamiento para su
ejército de seis mil hombres, y pasto para mil bestias.

Con esto, no sólo Narciso Pacheco, Corregidor del de-


partamento, tomó el tole, sino que también otros cuatro
Corregidores de los departamentos confinantes que se ha-
bía reunido para deliberar. No discurrieron actitud me-
jor que salir corriendo y dejar el campo al enemigo; y así
lo hicieron por un camino hacia la costa del Pacífico, que
desde entonces, y por ese motivo, se llama "Via Crucis de
,
los Corregidores \

Como en paseo triunfal entraron los revolucionarios a


Quezaltenango el 6 de junio. Justo Rufino venía a la ca-
beza en aquel traje de medio bandido de todos nuestros re-
volucionarios, y que entonces llamó la atención sin duda
por lo significativo o porque ya estaba olvidado el disfraz
en largos años de tranquilidad. Gran sombrero, camisa ga-
ribaldina, pantalón de jerga, botas altas arrugadas; de la fa-
ja ceñida muy abajo del ombligo, salían dos tiros de que
pendía la espada; barba espesa y punteaguda, bigote fino
sin recortes. Hubo un momento en que Justo Rufino se
detuvo y lleno de entusiasmo, arengó a sus muchachos, co-
menzando por esta exclamación, especie de exordio exabrup-
to: "¡Viva la libertad!"

La divisa del ejército "libertador" era una franja


blanca.

Pero la población de Quezaltenango se mostraba indi-


ferente al movimiento "libertador"; hasta manifestó su
desconfianza por las verdaderas intenciones que ya se le
atribuían. Entonces todo fue promesas, por parte de los
revolucionarios, exhibición de procurar el orden, ostenta-
ción de moralidad y hasta hipócritas manifestaciones de re-
ligiosidad y piedad. Con esto, los crédulos quedaron con-
vencidos de las buenas tendencias del movimiento y se
unieron a él con entusiasmo.

Con todo, aconteció un caso que refiere el historiador


Pérez, S.J. para demostrar las mal disimuladas intenciones
de los cabecillas y de algunos de los seguidores.

—59—
Un tal Vicente Sandoval que habían sacado de la cár-
cel pública de la Antigua para aumentar el número de los
soldados revolucionarios, se mete de noche en el Colegio
de los Jesuitas, diciendo que lleva orden de catear las ca-
sas; y como los padres oponen observaciones, Sandoval se
deshace en soeces insultos contra ellos. Luego pasa a su
verdadero objeto: encañonando su fusil al pecho del Rector,
le exige dinero. El Padre tiene que entregar lo poco que
guarda; pero sale y da cuenta a Justo Rufino, General en
Jefe. Justo Rufino, fiel a ocultar sus verdaderos sentimien-
tos y designios mientras el triunfo está dudoso, aparenta in-
dignarse, ofrece reprimir los desmanes de la soldadesca y
manda a capturar a Sandoval. Cuando el Rector salía del
cuartel, Sandoval entraba custodiado. Todo fue ver al pa-
dre para echársele encima y darle un golpe con la bayoneta.
Hubo quien le contuviera; de no, algo más grave hubiera
ocurrido.

Observa el mismo historiador que ya se comenzaba a


notar el lamentable estado de infatuación en que la revuel-
ta había puesto a varios pueblos indígenas. Las malas pré-
dicas y la impunidad movía a los indios a lanzarse contra
sus párrocos, a quienes antes tanto respetaban y querían.
Mientras en la capital ultrajan a tres Recoletos, los indí-
genas de Santa Catarina mal informaban a su virtuoso cu-
ra D. Fernando González, y ellos mismos, de orden de Jus-
to Rufino, lo llevaron maniatado, descalzo y golpeado a
Quezaltenango. Algo parecido ejecutaron en el P. Rueda,
cura de Momostenango.

En Quezaltenango García Granados organizó su gobier-


no de acuerdo con el Acta de Patzicía. El Alcalde Prime-
ro, don Felipe Gálvez fue nombrado Ministro General del
Gobierno Provisorio. Antes de esta fecha, García Grana-
dos había comenzado a ejercer funciones de gobernante.
En Totonicapán nombró Jefe Político, con lo cual no sólo
mudaba el funcionario sino también el título de Corregidor,
tanto para seguir la nomenclatura de México, como por-
que la voz Corregidor tiene su tastillo colonial, otra tra-
dición a que Justo Rufino había declarado guerra a muerte.

Tres decretos importantes expedió en Quezaltenango el


gobierno de García Granados, todos con tendencias a ha-
cer popular el movimiento. Decretó que el puerto de Cham-
perico tenía sus aduanas en Retalhuleu; declaró libre la
siembra del tabaco en todo el territorio de la República;
derogó las restricciones que aseguraban ese monopolio del

—60—
Estado; y, finalmente, permitió la libre introducción del
aguardiente comiteco, así llamado porque se fabricaba en
Comitán, México. Esta última largueza estaba en conni-
vencia con los vínculos políticos-financieros de la facción
con México.

De este modo, la revolución comenzaba a ejecutar su


plan de "reforma", poniendo al alcance fácil de todos los
ciudadanos la bebida espirituosa que embrutece y aniquila.

Mientras tanto, el Presidente Cerna había tomado el


mando personal de sus ejércitos y se había colocado en la
posición estratégica de Totonicapán. García Granados y
Justo Rufino se dirigieron allá, pero al llegar a Salea já
ocurrió otra desavenencia entre ellos. García Granados
quería permanecer allí; Barrios, llevado de su natural im-
petuoso, instaba que había que seguir adelante, alegando la
mala posición de Salcajá. Como esta vez no cediera "el
Presidente Provisorio", Barrios de hecho se sustrajo de la
obediencia y fue a colocarse en una eminencia cercana lla-
mada el cerro del Coxón. García Granados no tuvo más
remedio que replegarse sumiso a su autoritario subordi-
nado. No hay que olvidar que Barrios se había impuesto a
todos con su carácter dominante.

Allí fue tomado un individuo de nombre Salvador To-


ledo, alias Pichichuela y fusilado inmediatamente. Los
biógrafos favorables a Barrios refieren que este individuo
y tres más llamados Mateo Várela, Cipriano Cruz y Manuel
Reyes fueron sacados de la cárcel para que se presentaran
al campo revolucionario como voluntarios y asesinaran a
los cabecillas. Este proyecto tan reprobable, si lo hubo,
llegó a conocimiento del Coronel Manuel García Elgueta,
preso en el fuerte San José; y, por medio de la esposa de
García Granados, lo comunicó al caudillo revolucionario.
Cuando Pichichuela llegó al campamento en demanda de un
fusil para unirse al movimiento subversivo, fue llevado a
presencia de Justo Rufino quien, conociendo de antemano
lo que se acumulaba al voluntario, dicen que lo hizo con-
fesar paladinamente sus malos intentos, y con esto lo man-
dó a fusilar sin pérdida de tiempo. Los otros o no se pre-
sentaron o escabuyeron el cuerpo cuando vieron la desgra-
ciada suerte que corrió el compañero. Por lo demás, pa-
rece increíble que al tal Pichichuela se le haya escogido pa-
ra una obra tan mala como peligrosa y difícil. Cierto que
se hallaba en la cárcel de Guatemala, pero por mujeriego,
que no por asesino; era guitarrista, cantor, de conversación

—61—
seductora, cualidades todas que lo alejaban de ser escogido
para repetir la acción heroica de Mucio Scevola.

Observaba Cerna desde Totonicapán los movimiento de


los facciosos, y sin duda confiando demasiado en sus fuer-
zas, dispuso atacarlos en la ventajosa posición del Coxón. (1)

En esta ocasión, más que en ninguna otra, se puso de


manifiesto la causa principal de las derrotas que venía su-
friendo el valiente Mariscal Cerna y sus denodados oficia-
les: la traición.

El día anterior a la batalla un sobrino de García Gra-


nados que militaba como ayudante de Cerna, cometió la
felonía de comunicar a su tío todas las posiciones del ejér-
cito en que el sobrino servía de oficial y merecía la con-
fianza de ayudante. Al mismo tiempo llegó al campamento
de Justo Rufino un desertor (quizás enviado por el mismo
traidor) a dar parte de que al día siguiente serían atacados
los revolucionarios por las tropas del gobierno.

En estas condiciones, el combate no tuvo nada de he-


roico ni de estratégico por parte de Justo Rufino. Pudo éste
efectuar movimientos que contaban de antemano con la se-
guridad del éxito, y con las debilidades que en la lucha
exhibiría el enemigo. Este en el primer empuje consiguió
rechazar a los revolucionarios; pero pronto se hizo sentir el
resultado de otra no menos negra y cobarde traición. Dice
el Boletín Oficial: "Los facciosos comenzaban a retirarse,
pero desgraciadamente en el momento que debió cargar la
columna del centro, no lo verificó sin que se haya expli-
cado aún la causa de esta circunstancia".

Desde ese momento las tropas del gobierno estaban ven-


cidas, y no se pensó más que en la retirada. Pero lo que
no pudo o no creyó conveniente explicar el Boletín Ofi-
cial, esto es, el motivo por qué no cargó a tiempo la colum-
na del centro, paladinamente nos lo refiere el historiador

(1) La acción de Coxón parece ser la misma de Tierra Blanca.


Ambos lugares están muy cercanos y bien pudo haberse
desarrollado la ba + alla en ambos sities en diversos momen-
tos. Es el caso que, mientras Mr. Burgess distingue clara-
mente la acción del Coxón con la de Tierra Blanca, el par-
te oficial no habla más que de este cerro; asimismo hay
otros autores que omiten el nombr e c?e Tierra Blanca. El
hecho de que todos dan igual fecha, 23 de junio, para am-
bas batallas, nos induce a confundirlas en una misma.

—62—
P. Rafael Pérez S.J. (quien entonces vivía en Guatemala co-
mo maestro y estudiante de jesuita). Dice él que en el mo-
mento oportuno faltaron las municiones, no porque se hu-
biesen agotado, sino porque las que quedaban eran inade-
cuadas para los rifles que se usaban. Varias explicaciones
se dieron a este hecho en la capital —
agrega el P. Pérez —
pero todos estaban de acuerdo en que aquella había sido
la más negra traición contra el gobierno de Cerna.

Justo Rufino se había portado impetuoso y valiente


en hasta el punto de que le mataron dos caba-
la refriega,
llos que montaba y le hirieron un tercero. Estos comporta-
mientos suyos habían borrado la mala impresión de los co-
mienzos, y así pudo escribir Valladares: "se hizo necesario
y decisivo por su carácter, que contrastaba con la lentitud y
negligencia del director del movimiento".

La victoria del Coxón allanó a los revolucionarios la


entrada a Totonicapán, donde pocos días antes se había for-
tificado Cerna. Apenas tuvo tiempo éste de escapar en di-
rección a la capital con las fuerzas que pudo salvar del
desastre. No había perdido el ánimo y pensaba dar otra
batalla al enemigo.

Justo Rufino entretanto no dormía sobre los laureles.


Casi paralelamente a Cerna, por otra carretera, condujo a
su gente también a la capital, meta de la dominación defi-
nitiva.

Seis días después de la victoria del Coxón, Justo Ru-


fino se hallaba en San Lucas, en las cercanías de la ciu-
dad de Guatemala. García Granados quería que el ejér-
cito se situara en Mixco; pero esta vez, como las anterio-
res, prevaleció la opinión de su voluntarioso segundo. Y en
realidad no faltó a éste razón de proceder así; porque, es-
tando Cerna en la Antigua, los revolucionarios le hubieran
dado la espalda en Mixco. Así, pues, mientras el "Presi-
dente Provisorio" llegaba a Mixco con el pretexto de exa-
minar el campo y preparar el ataque a Guatemala, pero en
realidad para dorar el desaire a su autoridad, Justo Rufi-
no, con todo el ejército revolucionario, se instalaba en las
alturas de San Lucas.

Tomando el rancho estaban Justo Rufino y sus solda-


dos cuando se dio la voz de alarma, pues el enemigo coro-
naba una altura superior a las de la revolución. Justo Ru-
fino salió al campo a toda prisa y observó que había otra po-
sición aún más eminente que la ocupada por Cerna.

—63—
Comprendiendo que desde tan ventajoso lugar le sería
fácil decidir la acción a su favor, resolvió sin vacilaciones
ni tardanzas ocuparlo antes que las tropas del Mariscal.
Pero, ¿cómo llegar hasta allí por un camino accesible y en
breve tiempo? Le presentaron un indio del pueblecillo de
San Lucas conocedor de los alrededores. El caudillo le pi-
dió que lo condujera; y como el indio, fiel al gobierno que
había sido bueno con los de su raza, se negara, Justo Rufino
hizo aparato de que lo fusilaría si se obstinaba en no ayu-
darle. El indígena se rindió al miedo, y sirvió de guía a
Justo Rufino hasta el pie de la posición codiciada. Allí el
cabecilla dictó sus disposiciones y órdenes al batallón Que-
zaltenango provisto de Remingstons, y dio el asalto, cuan-
do ya las fuerzas de Cerna se acercaban a ocupar la posi-
ción. El campo quedó sembrado de cadáveres; pero la ba-
talla de San Lucas estaba ganada, y abierto el camino a la
capital.

Justo Rufino fusiló a varios de los prisioneros en el


mismo campo de batalla. Uno de estos desgraciados fue el
Corregidor de Escuintla, Julio César Garrido. Hasta sus ad-
miradores incondicionales han condenado a Justo Rufino
por este hecho cruel e innecesario.

Una delegación del cuerpo diplomático salió de Gua-


temala a entrevistarse con los triunfadores. Fue conveni-
do que no habría represalias si no se hacía oposición al
ejército revolucionario en Guatemala.

La revolución estaba victoriosa; pero no todo lo debía


al valor y a la justicia de la causa. A este respecto dice
el Lie. Valladares: "En el curso de la guerra civil, no sólo
las armas y el arrojo decidieron el resultado, sino que estu-
vieron en juego complicidades y defecciones, sobornos de
diversos oficiales y empleados, inutilización de varios cuer-
pos de tropas con el alcohol y drogas hipnóticas, fraudes en
el parque y cambios en la pólvora que se sustituyó por ma-
terias inertes, y aun la abierta traición del jefe del fuerte
de San José; y a la hora del triunfo no se galardonaron sólo
las fatigasde los adeptos, sino también se premió la infi-
dencia, confundiendo de tal suerte los merecimientos y los
actos vergonzosos".
CAPITULO VII

EL 30 DE JUNIO DE 1871

El 30 de junio de 1871 fue la entrada de las tropas re-


volucionarias victoriosas a la capital de Guatemala. Esa
fecha es también el punto de partida de un nuevo régimen,
el régimen personal de Justo Rufino Barrios, llamado tam-
bién de "reforma".

El entusiasmo que despierta todo triunfador, hizo salir


a muchos habitantes al encuentro de los revolucionarios, a
tributarles espontánea y regocijada manifestación. Así sue-
len muchos pueblos saludar a los vencedores que traen la
promesa en los labios, para llorar después, impotentes y
desengañados, las crueldades y espoliaciones de los que
conquistaron el poder en nombre y como adalides de la li-
bertad.

García Granados se había adelantado, y habiendo to-


mado lugar en un balcón, presenciaba desde allí el desfile
de sus soldados conducidos por Justo Rufino. Vestía éste
el traje revolucionario que había llevado cuando entró a
Quezaltenango, y el cual quizá no se había mudado en to-
da la campaña. Su apariencia era la siniestra de un sal-
teador de caminos, y esto y la fama de que venía prece-
dido —la prensa lo pintaba, dice su panegirista Salazar,
"como un tigre sediente de sangre" — aumentaron el mie-
,

do que ya inspiraba a la gente de orden, y ello contribuyó

—65—
no hay duda, a que la mayoría de los buenos se inclinara
desde un principio a García Granados, y se ahondara la es-
cisión que ya dividía a los caudillos.

Salazar vio así a Justo Rufino el día de su entrada a


Guatemala: "No había sido soldado antes de la revolución,
ni tenía dotes, ni las adquirió después para ser jefe de ejér-
cito .Contaba entonces Barrios 35 años
. . Su complexión. .

era robusta, su talle mediano; poseía manos pequeñas, que


más tarde, cuando dictador, las cuidaba como una dama.
Tenía la boca ancha y el labio no grueso. La frente des-
pejada, amplia, cuando estaba en calma, tempestuosa en
sus momentos de ira: usó siempre el pelo corto, a punta
de tijera. Su mirada era viva y penetrante. Sea que el
hombre tuviese fuerza magnética poderosa o que hubiese
logrado imponerse en el ánimo de todos, lo cierto es que él
fijaba atrevido la mirada y no creo que haya habido algu-
no que haya podido sostenérsela. . .

"Más que un general, que un jefe de ejército, aquello


parece la figura de un aventurero.

"Uniforme no lo tiene; un sombrero de anchas alas,


tan necesario en el trópico, cubre la frente de un joven
cuyas facciones ha ennegrecido el sol ecuatorial. No lleva
la barba completa; pero lo que tiene de ella y que cubre
sus labios, así como su mirar, denota en él un hombre atre-
vido y terco. Una garibaldina hace las veces de casaca; por
espada un fuete y un ancho plaid embozándole el tronco".

Ya lo vemos, la espada del guerrillero de Laguna Se-


ca y de San Lucas que ostentaba en su entrada a Quezal-
tenango, había sido sustituida por el látigo del domador
victorioso. En adelante, ese será su símbolo y su única
ley.

Tan errada idea se tenía en Guatemala de las verdade-


ras intenciones sectarias del movimiento, por lo bien disi-
muladas que fueron, que el Arzobispo Bernardo Pinol y
Aycinena revestido de capa esperaba a los vencedores en
el atrio de la Catedral, para cantarles un Te Deum en acción
de gracias. Al subir García Granados las gradas del atrio,
se le acercó el Arzobispo que era su primo y amigo, y le
dijo por lo bajo:

—Miguel, te recomiendo mi iglesia.


—No tengas cuidado, Bernardo —contestó el caudillo.

—66—
Justo Rufino también asistió al Te Deum. Concluida
la ceremonia religiosa, García Granados fue llevado en ca-
rroza tirada por los ciudadanos hasta el Palacio Nacional.

Cuando el Gral. Víctor Zavala le entregaba las llaves


de la ciudad y lo felicitaba en nombre del vecindario, se
oyeron voces:

¡Mueran los conservadores! ¡Pedimos sus cabezas!

García Granados encontró la ocasión de perlas para ma-


nifestar sus sentimientos de conciliación, necesarios para
infundir confianza y atraer voluntades, con que fortalecer
los cimientos de un régimen que se iniciaba: y exclamó:

— ¡No, no, callad; muerte a nadie; la libertad no nece-


sita de sangre para florecer, y es muy grande y muy glo-
rioso este día para empañarlo con esos gritos!

Pero no faltaban desagradados a causa de esta mag-


nanimidad y envidiosos de los honores al jefe de la revo-
lución. Se consideraban defraudados de que todas las aten-
ciones, todas las solicitudes se las llevase quien había sido
nada más que la figura representativa del movimiento.

Uno de disgustado fue Justo Rufino. El mismo


los
día de la entrada lanzó una breve proclama a sus conciu-
dadanos. Los conceptos de este documento revelan un as-
pecto del carácter del hombre. Hace más de cuatro años
— dice — que trabaja y expone la vida por la "libertad"
de su patria idolatrada, para sacarla de la "opresión en
que yacía". Por fin he hecho "morder el polvo al tirano".
"Hijo del pueblo —
continúa —correspondo a él, y lo que
he querido es su libertad y felicidad". Justo Rufino cree
que ha conseguido esto, pero quién sabe si el pueblo gua-
temalteco comparta con él tal opinión. Como no duda de
que ya empieza la era feliz, próspera y pacífica para Gua-
temala "se retira a la vida privada". Dentro de tres días
"marchará al seno de su familia".

Aquí comienza a revelarse uno de los recursos políti-


cos que Justo Rufino puso más de una vez en juego: ame-
naza con retirarse para que le rueguen que se quede y
afianzarse más, o para descubrir opositores. El escuadrón
de Joyabay y los quezaltecos son los primeros en prestar-
se a esta maniobra. En aquel tono de adulación exagera-
da y cursi que formó escuela en la época rufiniana, le pi-
den que se quede. Estáis —
le dicen —
adornado de pren-

—67—
das militares, sois valiente y previsor, afable y benigno;
abnegado y patriota.... Todos estos epítetos y otros más
extravagantes pasarán desde este momento a ser de la pro-
piedad exclusiva de Justo Rufino. Ya no le faltarán ni
podrán ser aplicados a otros.

Pero si esta hoja volante denuncia en el acto que fue


escrita adrede con segundos fines, la suscrita por "Los Que-
zaltecos" oculta menos aquellas intenciones, tanto por su
condición anónima y atribuirse la representación de todo
el departamento de Quezaltenango, como por su disonan-
te y aún más exagerado servilismo.
Los pueblos de Quezaltenango verán siempre perso-
nificado en Justo Rufino el principio democrático; lo con-
siderarán su "ángel tutelar"; no vacilarán en poner en sus
manos la causa de su porvenir, por eso "acarician la dulce
esperanza de que Justo Rufino no abandonará jamás la san-
ta causa de la libertad". El cielo ha premiado a Justo
Rufino, haciéndolo héroe de muchos combates en que ha
humillado " a los enemigos de la humanidad". El "bene-
mérito libertador" no debe olvidar que los quezaltecos es-
tarán a su lado "siempre que se pretenda violar la santi-
dad de su causa u hollar sus sagrados derechos; y le anun-
cian que harán lo propio toda vez que "por la misma cau-
sa flote vuestra bandera en el campo del honor".

Estos conceptos entrañaban tonos de amenaza al con-


vertir la causa de la revolución en la causa de Justo Ru-
fino. La bandera de éste será rodeada por los quezalte-
cos cuando él lance el grito de rebelión contra cualquiera
que a su juicio ataque la libertad. La "libertad", el "pro-
greso", la "reforma" se invocarían hoy contra García Gra-
nados como sirvieron ayer para derrocar a Cerna.
Como
protesta silenciosa de que nadie hiciese caso de
él sus proezas, Justo Rufino fue a instalarse en el Pala-
y
cio Nacional de una guisa que mostraba su amargo despe-
cho. En los pilares del corredor del palacio colgó su ha-
maquita de campaña y en ella se echó a descansar. En
esta forma grotesca y sin formulismos tomaba posesión del
Palacio, del Gobierno, de Guatemala y de los guatemalte-
cos. De hecho así fué, aunque hubo que esperar, y no mu-
cho tiempo, para que las fórmulas protocolarias consagra-
sen aquella peregrina "toma de posesión". Este al pare-
cer insignificante rasgo resumía todo el desprecio con que
Justo Rufino trataría después a sus conciudadanos y a to-
do lo que éstos más respetaban y querían.

—68—
Unos cuatro días estuvo allí, casi olvidado, hasta que
la familia Larraondo le ofreció hospedaje en su hogar.

García Granados era un liberal moderado. Sus ideas


políticas,basadas en la templanza, las expuso después en
sus Memorias publicadas en 1877. Aunque categóricamen-
te dice que este método era el recomendable para la épo-
ca inmediata posterior a nuestra independencia, se vio cla-
ro que trató de ponerlo en práctica cuando llegó al gobier-
no en 1871. García Granados condenaba el liberalismo
fiebre o exaltado, calificado por él de poco práctico y anár-
quico; quería, por el contrario, una república de verdad,
"sin intentar reformas radicales que comprometieran la
tranquilidad de la Nación". Su plan era, sin duda, hacer
pocas y paulatinos cambios, con que se iría educando el
pueblo en política; "después de algunos años el terreno es-
taría ya preparado para reformas de mayor cuantía".

Pero esta política no cuadraba con el temperamento


ardoroso y sectario de Justo Rufino, ni con los compromi-
sos contraídos en México con los fracmasones que estaban
asolando el catolicismo en aquel país. Y así pudo escribir
D. Casimiro Rubio, uno de los panegiristas de Justo Rufi-
no, que "con García Granados en la Presidencia, dado su
temperamento conciliador, cachazudo y magnánimo, el
triunfo revolucionario habría sido estéril, ineficaz bajo to-
dos puntos de vista " Con lo cual se expone de modo
inequívoco lo que se proponía Justo Rufino y lo que hizo
en realidad.

A este propósito escribe el historiador guatemalteco


Manuel Valladares.

"Al punto se marcó diferencia entre los jefes y se se-


ñalaron tendencias varias; las de los que pretendían sa-
quear la ciudad, al ejemplo de Morazán el año 29, y las
de quienes repugnaban que el triunfo se manchara con ac-
tos de rapiña, que ya habían principiado y que García
Granados hizo contener. Este acto, digno de un caudillo
victorioso, enajenó de sí los ánimos dispuestos a hacer de
la revolución inmediata y deshonrosa grangería, y los es-
píritus de los demagogos y aventureros se dirigieron hacia
los prestigios de Barrios, que estaban más en consonancia
con sus apetitos".

Las promesas de García Granados no fueron letra


muerta mientras una fuerza superior a la suya no se lo im-

—69—
pidió. Además de las garantías que hizo efectivas, de las
estrictas órdenes a los soldados revolucionarios para que
respetasen a los ciudadanos y sus intereses, promulgó in-
mediatamente dos decretos en este sentido. Uno de ellos
declaraba la libertad de imprenta sin previa censura; el
otro concedía amplia amnistía a todos los reos políticos, y
rebajaba la pena proporcionalmente a los que estaban por
delitos comunes. Otros dos decretos de esos días tenían
alcances políticos. Por medio de uno restableció las re-
laciones diplomáticas con Costa Rica, rotas desde la época
de Carrera; y por medio del otro dividió la república en
cuatro zonas militares, cada una de las cuales debía ser
mandada por un Comandante General de Armas.

Por lo demás, respetó la instrucción religiosa que im-


partían los curas en sus parroquias; nombró capellanes pa-
ra la nueva organización del ejército; exceptuó a los obis-
pos y monjas de ser enterrados en el nuevo cementerio,
consintiendo en que para ello siguiera vigente la ley de
sus órdenes respectivas.

Contra esta prudente y humana política de concilia-


ción, de garantías y de verdadera libertad, Justo Rufino y
su grupo comenzaron a poner en obra sus maquinaciones,
intrigas y ataques solapados para obligar al Presidente a
seguir los malos deseos de quienes querían llevarlo todo a
sangre y fuego, y desatar una tempestad sobre las tradi-
ciones del país para destruir lo arcaico, decían ellos, y edi-
ficar sobre las ruinas.

Sin embargo, ya porque no convenía a Justo Rufino


descubrir sus verdaderas intenciones tan de sopetón, ya
porque el disimulo fuera innata condición de su carácter,
comenzó entonces a ensayar aquella política de refinada hi-
pocresía que es una de sus características más señaladas,
con que mentía a todos y a nadie engañaba. Esta vez, se-
gún nos refiere el P. Pérez, Justo Rufino "hacía gala de una
generosidad y clemencia sin límites; protestaba que jamás
haría nada contra la religión que había aprendido de su
"
madre, hablaba bien de los jesuítas

Más para
llevar adelante sus verdaderas intenciones
se vaha de una sociedad llamada Junta Patriótica, especie
de club jacobino cuyo único oficio consistía en denostar a
los miembros de la administración derrocada, en pedir me-
didas drásticas contra los clérigos y los adversarios políti-
ticos, en injuriar y calumniar a las instituciones de la re-

—70—
ligión católica, etc. Justo Rufino aparentaba disgustarse
ante tales excesos de sus correligionarios; pero lue£o se vio
claro que si no movía directamente los hilos de la Junta
Patriótica, se valía de ella para consumar sus más odiosos
atentados contra los ministros del Señor.

D. Mariano Ospina, aquel que había advertido al Pre-


sidente Cerna el mal camino que llevaba, ahora, con la mis-
ma buena fe de entonces, publicó un folleto en el cual, ha-
ciéndose eco de las aspiraciones de todos los guatemaltecos
honrados, pedía al gobierno "verdadera libertad para todos
sin excepción", libertad para que el sacerdote pudiese prac-
ticar sus ritos católicos y para que los padres de familia tu-
viesen el derecho de confiar la educación de sus hijos a per-
sonas de su elección. La Junta Patriótica recibió con re-
chiflas y vilipendios para su autor estas solicitudes hechas
en nombre de la libertad y de las instituciones democráti-
cas, que ella proclamaba representar y defender.

Uno de tantos recursos de esta oposición a los buenos


propósitos de García Granados fue hacer el vacío al nuevo
gobierno. Así, cuando García Granados organizó su gabi-
nete y ofreció la cartera de Guerra a Justo Rufino, éste no
la aceptó, antes bien insistió en restituirse a la vida priva-
da y volver a San Marcos y a El Malacate. García Grana-
dos veía con difidencia esta clara retirada de su colega al
Adventino, y le rogó que se quedase para organizar el ejér-
cito. Justo Rufino se quedó; pero, de lejos o de cerca, se-
ría fatal para García Granados y tendría que desalojarlo
tarde o temprano.

Por otra parte, el periódico El Antigüeño nos da cuen-


ta de que 'varios liberales fueron llamados a ocupar em-
'

pleos en la administración pública, pero no aceptaron; no


se podía transigir con ciertos elementos políticos, rezago
del gobierno del Presidente Cerna".

He aquí las quejas contra la conducta pública de Gar-


cía Granados, según nos la trascribe el Sr. Rubio: "que no
se había tratado solamente de obtener un cambio de perso-
naje en el poder, quitando a Cerna para colocar al Gene-
ral García Granados en su lugar, que no era razonable pen-
sar en que el régimen administrativo continuara bajo el
mismo diapasón, usando los ya gastados procedimientos de
tolerar la intromisión del clero en los asuntos oficiales; que
el sacrificio hecho con dinero y elementos proporcionados
por los liberales no fue tan sólo para satisfacción perso-

—71—
nal del caudillo y jefe, ni mucho menos para que éste pu-
diera haber tenido la satisfacción de vengar agravios, per-
secuciones y el destierro injusto que le impuso el gobierno
por medio de sus colegas de asamblea".

Por ahí iban los cargos, tejiendo una cadena de false-


dades —como intromisión del clero— de inconsecuen-
la
—como de acusar a García Granados
,

cias la de imitar a
Cerna— y finalmente, diciéndole con desabrida
, claridad,
que era un elemento de estorbo, e insinuando veladamen-
te que tendrían que prescindir de su persona.

Según vamos viendo, García Granados continuaba


siendo el tipogenuino del liberal romántico, más soñador
que realista, especímenes ya casi extinguidos del todo. Po-
cos son los hombres que, llegados a las alturas con buenos
propósitos republicanos, resisten a los atractivos de la dic-
tadura, método muy cómodo, seguro y fácil de gobernar a
los pueblos; y sobre todo al alcance de cualquiera.

Los liberales querían que García Granados se acomo-


dara a ese sistema que por fin priva triunfante en casi toda
la América Central, que se sigue llamando democrático
por más que en el fondo no es otra cosa que dictadura y a
veces el más cruel y odioso de los despotismos. Son esos
los que opinan que la libertad debe concederse sin restric-
ciones, aunque por ahí fácilmente degenere en libertinaje;
pero esa libertad debe entenderse para todo menos para
decir la verdad a los que gobiernan, condenar sus servicios,
criticar sus errores y aun alumbrarles el camino con un
consejo sincero; los que proscriben de los códigos la flage-
lación y toda pena infamante para los malhechores, pero
las instituyen de hecho para sus adversarios políticos; los
que muestran asco por la pena de muerte a los criminales,
pero no vacilan en aplicarla arbitrariamente de la manera
más cruel y en las sombras de la noche a sus enemigos po-
líticos; los que se llenan la boca hablando de libertad elec-
toral y hasta hacen una revolución para conquistarla, pe-
ro, una vez en el poder, no dan la menor oportunidad a
otros, ni aun a sus amigos, y no dejan el puesto sino obli-
gados a balazos; los que dan garantías a los que gustosos
agachan la cerviz al yugo del despotismo al mismo tiempo
que aniquilan Por todos los medios a los que, en la oposi-
ción, ocupan el mismo lugar desde donde ellos, con toda se-
guridad, con toda libertad, combatieron por el destino que
codiciaban; los que, en fin, conducen sin escrúpulos a mi-
les de sus conciudadanos a la matanza en nombre de la li-

—72—
bertad para destruir la autoridad legítima y hacer en el
gobierno peores atrocidades que las imaginarias que com-
batían.

La alternativa que se le presentaba a García Grana-


dos era la misma que resolvió con entereza de estadista el
primer Presidente de Centro América Manuel José Arce.
Pero García Granados o no quiso o no pudo — tenía ya más
de sesenta años —asumir una actitud decidida, y prefirió
,

representar la farsa de la democracia bajo la dirección de


su segundo que ser de veras demócrata, y hacer el difícil
ensayo de gobernar con la ley, como lo había prometido,
y no con su capricho o con el de su colega. Desde enton-
ces fue ciego instrumento de su inferior. Esta vez, como
antes, Justo Rufino se imponía, su voluntad triunfaba so-
bre la de su jefe. Se puede decir que su espíritu y sus
ideas gobernaron a Guatemala desde el 30 de junio de 1871.
Más aún, dejó escuela, que no sólo perjudicó a su patria
sino que también se extendió con nefasta influencia por to-
do Centro América.

Concluida la organización del ejército que se le enco-


mendó, Justo Rufino volvió a la comedia de que deseaba
retirarse a la vida privada. García Granados, que sentía
ya el desafecto de los extremistas movidos secretamente
por el mismo Justo Rufino, se veía en la necesidad de rete-
ner a éste contento, por lo menos quieto, y el mejor modo
era repartir el poder con él. Le entregó, pues, el mande-
militar de los Altos.

Justo Rufino no había aceptado la cartera de Guerra,


pero aceptaba ahora la Comandancia en Quezaltenango. El
mismo había ideado aquella división militar para quedarse
con un mando armado. Así comenzaba a preparar los es-
calones por donde subir al poder supremo o desde donde
vigilar poderoso los pasos vacilantes de su colega.

Naturalmente que la opinión dividida había suscitado


partidarios y aduladores a Justo Rufino. Después de las
hojas mencionadas hechas con el fin indicado, el primero
que lo aduló en un papel impreso fue el joven abogado
hondureno Marco Aurelio Soto. No se equivocó éste de
senda. Por allí llegó a un ministerio, después a la presi-
dencia de Honduras y finalmente a ser uno de los capita-
listas más fuertes de Centro América.

—73—
Así se inició una época de adulación, la más extrema-
da y servil que se haya registrado en los anales de la his-
toria guatemalteca. Este vicio, propio de las generaciones
sin virilidad, contribuyó a endiosar a Justo Rufino y alen-
tarlo en el camino del mando absoluto con todas sus cala-
midades y sin la menor sombra de oposición.

Frente al grupo de Justo Rufino se formaba otro al calor


de los propósitos moderadores de García Granados. Inte-
graban este los que temían que Justo Rufino, porque ya
empezaban a conocer que era un hombre dominante, ene-
migo descarado y audaz de las medidas suaves, por sus mé-
todos radicales aplicados violentamente, en fin, porque en
él veían perfilarse al tirano.

Antes de marchar a Quezaltenango, Justo Rufino llevó


consigo una imprenta, instrumento necesario para iniciar la
intranquilidad que García Granados bregaba por mantener
a toda costa. Pero a Justo Rufino le era necesaria la agi-
tación para subir, tanto como a García Granados la quie-
tud para afianzarse en el poder.

—74-
CAPITULO VIII

LOS COMIENZOS DE UNA "REFORMA"

Y no sólo se llevó Justo Rufino a Quezaltenango una


imprenta, sino también parte del ejército con el pretexto
de licenciar allá a los de Occidente, y además armas y mu-
niciones.

No satisfecho con esto, Justo Rufino deseaba tener su


propio armamento y al efecto, desde el primero de agosto,
día que entró triunfalmente a Quezaltenango, comenzó a
reunir dinero para comprar Remingtons que servirían, de-
cía él, para defender el orden y las instituciones liberales.
En realidad se hacía fuerte frente a su colega y rival.

Instaló en San Marcos la imprenta que llevaba y co-


menzó a publicar allí un periodiquillo que llamó El Mala-
cate, en recuerdo de la finca que le sirvió de cuartel duran-
te la revolución; nombre vulgar, impropio de un periódico,
pues con él se designa un cabrestante de madera movido
por bueyes para sacar agua de los pozos.

En los primeros días Justo Rufino siguió con su come-


dia de disimulos, ya que, refiere Pérez, llegó a aceptar con
gusto la presidencia de una Academia Literaria que funda-
ron los jesuítas del lugar.

Pero bien pronto Justo Rufino inició una serie de ata-


ques en El Malacate contra el clero, la enseñanza religiosa,

—75—
los jesuítas y todo lo que de un modo u otro se relacionaba
con la religión católica. Los jesuítas, claro está, se enfren-
taron a El Malacate y condenaron sus Prédicas. Esto era
lo que buscaba Justo Rufino para alegar un pretexto de
lanzarse contra la Compañía de Jesús.

El 12 de agosto reúne la Municipalidad, rodea de tro-


pas armadas la casa del Ayuntamiento y obliga con terri-
bles amenazas a los cabildantes a suscribir una acta que
el mismo Justo Rufino ha redactado e inspirado, en que
se pide al propio Barrios la concentración de los jesuítas a
la capital.

Comienza el acta sacando a relucir una vieja ley del


año 1845 para justificar que no deben tolerarse jesuítas en
Guatemala; continúa discutiendo la carencia de facultades
del General Paredes, quien había permitido la vuelta de
los jesuítas a Guatemala, porque Paredes "ejercía una dic-
tadura"; considera que la enseñanza de los jesuítas, en
veinte años que llevaban de ejercer el magisterio, "no ha
dado a luz un solo discípulo cuyos conocimientos sean de
aplicación a nuestras necesidades"; acusa a la Compañía
de Jesús de adquirir bienes raíces valiéndose de su minis-
terio; de que, en lugar de llevar fondos al país, los ha ex-
traído "valiéndose de medios reprobados"; de que con la
violencia levantaron el edificio de Quezaltenango, "robán-
dole al público el uso de una calle", empleando la fuerza
pública para acallar las protestas del vecindario, y apro-
piándose de la administración y uso del templo de San Ni-
colás. El capítulo de acusaciones extravagantes y falsas
llega al colmo cuando atribuye a los jesuítas que "sacaban
onzas de oro en tablillas de chocolate por el puerto de San
José", y que "gravaban a los fanáticos congregantes con
una contribución semanaria para los trabajos, y remitien-
do penitentes a redimir su deuda de pecados en jornales
de limpiar los cafetales". Los jesuítas — reza el acta
mantienen también otro monopolio "fatal para los pue-
blos": el dominio en las conciencias de las madres; y final-
mente sale a relucir que ellos ejercieron constantemente
influencia en el ánimo del ex-presidente Cerna.

En consecuencia, la Municipalidad y el vecindario re-


solvieron: "1^ Hacer valer los derechos de esta población
(Quezaltenango) para intervenir en los establecimientos de
enseñanza por medio de su representación municipal, y con-
forme lo exigen sus intereses morales y materiales; 2 9 Im-
pedir que se gaste infructuosamente los siete años más pre-

—76—
ciosos de los jóvenes estudiantes en el estudio estéril del
latín. 3 9 Proponer al Gobierno Provisorio la centraliza-
ción de la educación, conforme a las exigencias del siglo.
4 9 Pedir desde luego a las autoridades políticas y militares
del departamento: que los jesuítas que actualmente se ha-
llan en esta ciudad, sean concentrados a la capital de la
república y que en caso de dificultad, se pida el apoyo del
C. Comandante General de Occidente, Mariscal de Campo,
C. José Rufino Barrios".

Los cargos lanzados por Justo Rufino a los jesuítas son


los más absurdos y ridículos; algunos de ellos, como el de
que hacen perder el tiempo a los jóvenes enseñándoles el
latín, cuyo aprendizaje califica de estéril, es para hacer
reír a cualquier hombre medianamente culto. Y
no me-
nos ganas de reír dan los cargos de que sacaban el oro en
tablillas de chocolate, y de que la población de Quezalte-
nango no pudo protestar cuando le "robaron" el uso de
una calle, porque se lo impidieron con la fuerza armada.
Los jesuítas eran muyqueridos para que se protestara con-
tra ellos por los progresos que nacían dotando a Quezalte-
nango de un magnífico colegio, ni tenían armas ni soldados
para impedir cualquiera manifestación. Los que sí las
poseían en abundancia no pudieron contener las protestas
armadas del pueblo guatemalteco cuando se expulsó a aque-
llos sacerdotes bajos falsos pretextos.

Justo Rufino, fingiendo que se sometía "a la voluntad


popular", resolvió obedecer inmediatamente a los firman-
tes del acta que él mismo había redactado, o por lo menos
inspirado. Ordenó que se llamara al superior de los jesuí-
tas al recinto Municipal. Una vez allí el P. Ramón M.
Posada, se le notificó verbalmente que él y los suyos de-
bían salir a las tres de la mañana, sin indicarles con qué
destino. Eran las nueve de la noche; sólo quedaban seis
horas. El Padre Superior informó que el P. Rufino Casti-
llo se hallaba enfermo de cuidado e imposibilitado de po-
nerse en camino. Rogó que le dieran prórroga para par-
tir. Justo Rufino le contestó desabridamente:

—Salga con todos aunque vaya a las ancas de un ca-


ballo.

No hubo más remedio que llevar al padre enfermo en


una silla de manos. Mientras tanto Quezaltenango dormía
sin sospechar lo que pasaba; más al llegar la mañana el
pueblo que acudía a oír misa a San Nicolás, pues era do-

—77—
mingo, se encontró con la iglesia cerrada y sin los padres.
Sólo entonces fue conocido el vejamen que había sido con-
sumado en las sombras de la noche, con mucho sigilo para
evitar que el pueblo se opusiera a la expulsión. Entre-
tanto la gente se lamentaba del suceso y por toda la ciudad
se escuchaban imprecaciones y maldiciones contra los au-
tores del atentado.

El historiador Pérez nos informa que "Barrios veía re-


probada y maldecía su conducta y perdido en un solo día
el prestigio que se había ganado con su simulación e hipo-
cresía, y entonces apeló a los recursos que le eran conna-
turales: matronas y jóvenes de las primeras familias se vie-
ron encarceladas por el crimen de reprobar la expulsión
de los jesuítas: otras tuvieron que huir a los bosques mien-
tras se calmaban los primeros arrebatos del nuevo tirano:
no faltaron confiscaciones y otros excesos de venganza, co-
mo tampoco actos de valiente resistencia a tan injusta opre-

El gobernador de Mazatenango, José María Barillas,


quiso proceder del mismo modo que Justo Rufino en Que-
zaltenango; pero encontró mucha resistencia; para vencer-
la y conseguir que el vecindario suscribiera una acta en
que se pedía la expulsión de los jesuítas hubo necesidad
de amenazas y vejámenes. Con estos recursos "persuadió"
a muchos a que firmaran, menos a los jóvenes Doroteo
González y José Al varado, ex-alumnos de los jesuítas, y el
caballero Gabriel Monzón, quienes por este delito fueron
destituidos de los puestos que ocupaban. "Tal era la liber-
tad — comenta Pérez — que tan a los principios del triun-
fo de la revolución comenzó a practicarse en la República".

Produjo conmoción en y en todo el país el


la capital
desmán contra los jesuítas.Es indudable que García Gra-
nados, por muy moderado que fuese o aparentara ser, te-
nía planeado expulsar a los jesuítas (así lo declaró en el
manifiesto del 5 de septiembre de 1871); pero le sorpren-
dió el hecho, que aún no consideraba bien preparado; y pa-
ra suavizar las consecuencias, descargó toda la responsabi-
lidad en Justo Rufino. Así, cuando el Superior de los je-
suítas en Guatemala dio cuenta del hecho al Ministro de
la Guerra, Gral. Víctor Zavala, éste contestó:

— El gobierno nada sabe; debe de ser una arbitrarie-


dad de Barrios; mañana trataré el asunto con el Presiden-
te porque ahora está en un convite.

—78—
El efecto, el Presidente Provisorio llamó a Justo Ru-
fino, y le hizo cargos de haber procedido sin autorización
de la superioridad, y de haber apoyado con tropas de la
república un acto juzgado poco menos que de rebelión.

Justo Rufino dio una excusa que no podía convencer


a García Granados ni a nadie:

— El pueblo pedía, y tuve que someterme a


lo vo- la
luntad popular.
—Nos has metido en un berenjenal — recriminó don
le
Miguel— tú verás cómo nos sacas de
; él.

—Muy bien —contestó Rufino— en ; sólo a


tal caso,
mí corresponde resolver este asunto. Insisto en que los
jesuítas deben ser expulsados no sólo de Quezaltenango,
sino también de toda la República.

El que había sido llamado a dar cuentas resultaba im-


poniendo su voluntad. El sabía por qué hablar recio. Con-
taba con tropas y amigos en los Altos y tenía ya recogido
el dinero suficiente para comprar los infalibles Remingtons
en los Estados Unidos. García Granados comprendió que
su situación era de hombre subyugado; y esta vez, como
tantas otras, prefirió someterse. "Su bello sueño de un
régimen constitucional —comenta Mr. Burgess —
se demo-
raría indefinidamente".

Mientras tanto los jesuítas de Quezaltenango marcha-


ban a lomo de muía camino a la capital. Sólo el P. Cas-
tillo había quedado en Salea já imposibilitado de seguir ade-
lante por su grave dolencia. Cuando se hallaban en los
alrededores circuló en Guatemala la noticia de que los pa-
dres estaban por entrar a la ciudad. Se les preparó una
ovación; más habiéndolo sabido el gobierno, retuvo a los
expulsados en las afueras, bajo la lluvia, mientras anoche-
cía y se calmaban los ardorosos entusiasmos de los capi-
talinos. Pero éstos decepcionaron a García Granados y a
Justo Rufino, porque tuvieron la paciencia de esperar la
entrada hasta la noche y a pesar de la lluvia.

Una procesión de ciudadanos con linternas y antor-


chas salió al encuentro de los padres que venían escolta-
dos como malhechores. Pronto la multitud alcanzó pro-
porciones considerables. Pasó por la casa de García Gra-
nados gritando: ¡Viva la Religión! ¡Viva Pío IX! ¡Viva
el Arzobispo! Viva la Compañía de Jesús!

—79—-
Las protestas por escrito no se hicieron esperar. La
primera fue la del episcopado; pero nunca obtuvo contes-
tación. En vista de las actividades de los católicos, Jus-
to Rufino hizo moverse a la Junta Patriótica. Se reúne
ésta y sale en manifestación a la casa presidencial. Gar-
cía Granados se asoma al balcón y oye a los oradores del
reducido grupo, quienes, entre frases de elogio a la re-
volución y diatribas a los jesuítas, piden la expulsión de
la Compañía del territorio de la república en nombre del
,
"pueblo soberano \

El día 24 de agosto el superior de los jesuítas en Gua-


temala, Padre Francisco J. de San Román, envía mesura-
da pero enérgica protesta al Presidente Provisorio. Lue-
go de relatar los vejámenes inferidos a los Padres en Que-
zaltenango, concluía así: "En la solemne promesa de ga-
rantías con que Ud. ha anunciado a los pueblos su adveni-
miento al poder, sería una indignidad el querer suponer
restricciones odiosas. No, Ud. se ha constituido por ella
en el país el protector de toda inocencia, y el defensor de
los derechos que a todos conceden las leyes; al protestar,
pues, como hoy protesto contra tamaños desmanes, permí-
tame Ud. que yo le reclame para la Compañía, y muy en
particular para los PP. de Quezaltenango, la protección y
defensa que la humanidad reclama en el presente caso, y
que a todos tiene Ud. prometida en sus garantías".

Hubiera querido García Granados proceder ante la pro-


testa de San Román como con la del episcopado: guardar
silencio, que es el mejor recurso de los que carecen de ra-
zones. Pero San Román no se conformó con eso. Obtu-
vo una entrevista con el Presidente Provisorio, y allí don
Miguel no tuvo más remedio que ceñirse al falso pretexto
que sirvió a Justo Rufino para excusar su atentado de Que-
zaltenango. Apretado por el P. San Román para que le
diera una contestación, García Granados dijo:


Reverendo Padre, yo debo mi exaltación al departa-
mento de Quezaltenango, y así no puedo oponerme a su
querer.
— Pues, señor Presidente, si Ud. según los principios de
libertad recientemente proclamados, no es bastante a vol-
ver por la seguridad individual atropellada, no tengo nada
que decirle.

Así habló el superior y se retiró. Bien sabía que aque-


llas palabras de García Granados eran fútiles pretextos,

—80—
pues Quezaltenango nunca quiso la expulsión de los jesuí-
tas, como tampoco la quiso el resto de Guatemala; sólo la
quisieron los radicales, los que habían contraído con los
francmasones de México el repugnante compromiso de vio-
lar la libertad en nombre de la libertad y el progreso.

Las mujeres también se movieron en favor de los je-


suítas. Para las matronas, García Granados no tuvo más
respuesta que decirles.

—Las mujeres no pueden tener voto en asuntos polí-


ticos.

Aquello no era político; se trataba de que sus hijos


quedarían sin educadores; le arguyen, le ruegan con sú-
plicas y lágrimas. Nada; estas señoras no forman parte
del "pueblo soberano".

Por las cuentas tampoco lo forman las mujeres del


pueblo, las verduleras, las sirvientas, las pulperas, las ven-
dedoras ambulantes, etc. Estas también llegan a García
Granados a pedirle que no saque a los jesuítas; pero el Pre-
sidente Provisional no las recibe; manda a su esposa que
las atienda. La buena señora carece de los recursos de su
marido para negar o para dar falsos pretextos, y se escapa
nerviosa ante los primeros asomos de la cólera popular.

Máscuidados dio a García Granados y a Justo Rufino


la protesta de los caballeros guatemaltecos. Se trataba de
una manifestación como de seis mil ciudadanos de todas
categorías; buscaban dónde juntarse para acordar la for-
ma en que harían la protesta. La Junta Patriótica entró
en acción: cerró el salón de actos de la Universidad, por-
que en él proyectaban reunirse los manifestantes. Estos
no se dieron por aludidos de aquel acto hostil, y fueron con-
gregándose en la Sociedad Económica que estaba al frente.
De allí salieron a ver al Presidente.

Los de la Junta Patriótica los siguieron con grande


algazara y provocaciones; pero no lograron desviarlos del
propósito. García Granados recibió a los manifestantes
con profundo desdén: ni siquiera echó una ojeada al ma-
nuscrito que le presentaron.

—Con jesuítas no se puede conservar


los la paz de la
República —argüyó don Miguel.
—81—
—Veinte años hace que viven y trabajan en ella y la
paz no se ha alterado jamás —
le contestaron.

—No quiero entrar en discusiones —cortó García Gra-


nados, no hallando mejor respuesta.

Los caballeros guatemaltecos decidieron entonces pu-


blicar su protesta y la imprimieron. Más cuando ya esta-
ba lista para la circulación, García Granados prohibió que
se distribuyera. El había escrito en su proclama del 8 de
mayo de ese mismo año que uno de los motivos de la re-
volución era: "queremos una prensa libre, porque estamos
persuadidos que sin esa institución no hay gobierno bue-
no posible", y hasta llegó a decretar la libertad absoluta de
la prensa; pero esto era la teoría, el señuelo con que se lle-
va a los pueblos a la matanza f raticida; su verdadero pro-
grama consistía en hacer aquel acto de mal gobierno, y pa-
ra esto era un estorbo aquella libertad.

La protesta estaba cubierta por 6,500 firmas, y más


tarde se reunieron para ella en toda la república hasta 400
mil; a pesar de que con violencias, prisiones y halagos, el
gobierno intentó impedir que se recogieran firmas a favor
de los jesuítas.

Aunque redactada comedidamente, en el fondo era


fuerte: contenía verdades amargas. ¿Qué quieren los que
piden la expulsión? "Que se quebrante la ley; que se vio-
le la libertad y la seguridad; que el gobierno se constituya
en un déspota para servir de instrumento a los odios de
los peticionarios. Esta solicitud es la expresión de la opi-
nión más incompatible con la República democrática, de
la opinión más enemiga de la libertad, y por consiguiente
de la opinión más digna de la execración de todos los ver-
daderos republicanos".... "Pero el que no agraden a cier-
tos hombres estos sacerdotes, esos maestros, esas doctrinas,
no puede ser delito, y castigarlos por ello es convertir en
ley el capricho de la intolerancia".

Asustados con tan claras y valientes manifestaciones


del verdadero "pueblo soberano", los de la Junta Patrióti-
ca creyeron necesario golpearse el pecho. Dirigieron una
circular a los Priores de los conventos. Por lo que hacía
a los jesuítas, no era posible volver atrás y confirmaron
que serían expulsados; pero era "disolvente" la idea que
se atribuía a la Junta de expulsar también a los "piado-
sos Frayles y Monjes a fin de contrariar y destruir los sen-

—82—
timientos religiosos, que forman la vida del pueblo guate-
malteco". Los de la Junta serían los primeros en opo-
nerse a la expulsión de estos religiosos, quienes "en nada
perjudican al país" y, al contrario, servirán para inculcar
principios de moralidad. Los patrióticos estaba "persua-
didos de que sin religión no puede existir la verdadera li-
bertad, por amor a ésta (a la libertad) y en defensa de aqué-
lla (de la religión) se han propuesto firmemente llevar a
cabo la expulsión de los jesuítas, por ser los peores enemi-
gos del cristianismo...."

Tenemos, pues, a
los radicales metidos a defensores de
la fe (FideiDefensor) en contra de los jesuítas; pero pron-
to ellos mismos dejarían patente su hipocresía y mentira.

Algunos de los superiores de los conventos se dejaron


engañar, creyeron en aquellas promesas y dieron por ellas
las gracias. Sólo una mujer contestó con dignidad y acier-
to: la Rda. M. Adelaida de Santa Teresa, Priora de las Car-
melitas Descalzas.

"Señor Presidente —
escribió al de la Junta Patrióti-
ca —conozco que a Ud. le gusta que se le hable la verdad;
:

yo no puedo dar gracias por sus ofertas, porque los jesuítas


son miembros de la Santa Iglesia y yo también; y cuando
de un cuerpo se corta un miembro sano, los demás se re-
sienten, y no dan las gracias a quien corta este sano miem-
bro. Yo me figuro la junta de Uds. como aquellos cuadros
que están en el Calvario, donde está Pilatos rodeado de
Fariseos juzgando al inocente Jesús".

Esta contestación causó gran irritación a los radicales,


al paso que suscitó ferviente admiración a los buenos y fue
tal la fama de la valerosa mujer, que una procesión de gen-
te visitaba el convento de las Carmelitas con el deseo de
conocer a la heroica religiosa.

EnAntigua hubo asimismo un caso de resistencia


la
muy La Junta Patriótica de ese lugar, encabeza-
sonado.
da por un tal Manuel Lemus, ex-alumno de los jesuítas y
ahora frenético declarador contra ellos, quiso emprenderla
con los capuchinos que en la Antigua estaban establecidos;
pero el pueblo, viendo que no había cañones ni soldados a
quien temer, se lanzó contra Lemus y su Junta y obtuvo
que por lo pronto no se siguiera molestando a los frayles.

—83—
Por este tiempo dio Justo Rufino otra pequeña mues-
tra de su carácter veleidoso e intrigante. Refiere don Ma-
nuel Eliseo Sánchez que habiéndose creado por entonces la
renta de aguardiente, fue rogado por el propio Justo Rufi-
no para que aceptase el destino de Administrador General
de aquel ramo, y a tanto llevó sus instancias que hizo un
viaje a Amatitlán, donde se hallaba Sánchez, para mani-
festarle "que él estaba de acuerdo con la ley, y que yo
(Sánchez), que conocía ese ramo, según lo decían los del
gobierno, era preciso que cooperara a la organización del
país".

Sánchez aceptó, y cuando empezó a aplicar la ley con


rigor y equidad, Justo Rufino comenzó a su vez a maqui-
nar cómo acababa con ella. A este efecto soliviantó a los
jefes políticos de Solóla, Totonicapán, Quezaltenango, San
Marcos y Huehuetenango para que fueran al Presidente
García Granados con reclamos contra la ley del aguardien-
te.

El débil García Granados, que sin duda conoció en es-


to la mano de su peligroso colega, en lugar de meter en
prisión a los jefes políticosy destituirlos, como le aconseja-
ba Sánchez y con lo cual, dice éste, hubiera hecho enten-
der a Barrios lo mal que procedía, y "quizás habría evitado
muchos males"; lejos de asumir esta actitud decidida, reci-
bió complaciente a los intrigantes y mandó a Sánchez que
les hiciera comprender lo absurdo de sus observaciones.

Sánchez escribió a Justo Rufino una carta en que le


echaba en cara su actitud tornadiza, ya que antes estuvo
por la ley y ahora en contra; le exponía el perjuicio que
causaba, suscitando dificultades al gobierno provisorio "que
algunos pensaban que eran intencionales para escalar el
poder".

Este incidente y otros, agrega Sánchez, "casi interrum-


pieron por completo nuestras relaciones".

—84—
CAPITULO IX
EL DESPOTISMO SUBLEVA A LOS PUEBLOS

Antes de que los jesuítas fueran expulsados de la re-


pública, pero cuando ya se manifestaba en los hechos la
tendencia opresora del nuevo régimen, se hizo sentir el ver-
dadero voto de los pueblos contra aquella medida injusta,
contra el estado de sitio, contra la abolición de la libertad
de imprenta, contra la negación del derecho de reunión,
contra el establecimiento de nuevos y gravosos impuestos,
en fin, contra el peligroso rumbo que iba tomando el go-
bierno. La protesta se produjo en la forma trágica y te-
rrible que suele emplear el verdadero "pueblo soberano"
cuando se le arrebataban los medios legítimos que le acuer-
da la democracia para manifestar sus fallos: por medio de
la guerra popular.

Como siempre, un incidente, al parecer insignificante,


encendió la chispa. El gobierno de García Granados se dio
a buscar firmas en los diversos municipios que suscribie-
sen actas de adhesión ala política despótica que estaba ini-
ciando. Naturalmente que esa tarea tenía que ser apoya-
da por la fuerza, porque eran pocos los partidarios de se-
mejante estado de cosas, sólo los que pensaban sacar pro-
vecho del desorden. La violencia provocó la rebelión.

Cuando se presentó al ayuntamiento de Santa Rosa


una acta en aquel sentido, los miembros, como protesta, re-
dactaron otra de oposición a la medida. Esto era el prólo-

—85—
go. Bien pronto corrió el incendio de rebeldía al grito de
¡Viva la Religión!, que exaltaba en aquellos pueblos la gue-
rra santa, la misma que hicieron, encabezados por Rafael
Carrera, el vencedor de Morazán, contra otros perseguido-
res de su fe.

Los departamentos de Jutiapa y Chiquimula correspon-


den al movimiento y pronto todo Oriente está en armas
contra los que, en nombre de la libertad, han establecido
un régimen de opresión.

El 28 de agosto las huestes sublevadas intentan apode-


rarse de Santa Rosa. García Granados y Justo Rufino acu~
den a un medio que a ellos mismos no convencía: tratan de
persuadir a los airados defensores de la justicia que atacar
a los jesuítas no es atacar la religión. Los rebeldes no ha-
cen caso de estas argucias y siguen adelante.

En la capital de la república reina la ansiedad y la in-


certidumbre. Cierta noche una escolta que está para salir
choca con otra en las calles y entre ambas se tirotean. Co-
rre la voz de que los sublevados atacan a Guatemala. Gar-
cía Granados se oculta; los de la Junta Patriótica se disper-
san y huyen. Se dijo después que el hecho no fue casual
sinu obra de la división de los caudillos.

Al día siguiente de este suceso la ciudad capital ama-


neció en estado de guerra: la artillería emplazada frente al
Palacio, las tropas están formadas en las calles. Cada ve-
cino corre a ocultarse en lugar seguro. ¿Qué pasa? ¿Vie-
nen los de Santa Rosa? Nada de esto; es sencillamente
que el Presidente Provisorio celebra una entrevista con
personas importantes de la capital. El Provisor Dr. Fran-
cisco A. Espinosa, el Canónigo Urrutia, el Dr. López Colón,
rector de la Universidad, y don Enrique Palacios habían
sido llamados por García Granados, quien les dice:

—Os he convocado para haceros saber que he resuel-


to expulsar del país a los Jesuítas.

Y ante algunas observaciones, agrega:


—No os he llamado para discutir; es preciso oír, ver y
callar.

Silencio. Luego García Granados otra vez:


— ¿Este silencio, pues, es indicio de vuestro asenti-
miento?

—86—
—No, señor Presidente —responde uno del grupo— ; este
silenciono es indicio de nuestro asentimiento; pero sí de
que Ud. nos ha quitado la palabra.

Los jesuítas no se forjaban ilusiones, y en silencio pre-


paraban el viaje. El 3 de septiembre a mediodía se pre-
senta a ellos el Comandante del Departamento, D. Manuel
Cano Madrazo, español, y pone en manos del superior la
orden de salir.

Era una notita de estudiado comedimiento en la for-


ma. "Invitaba" al reverendo superior, a todos los padres,
novicios y legos para que estuviesen listos a las 4 de la ma-
drugada en punto. Una diligencia los esperaría, y el 5
deberían embarcarse en San José con rumbo a Panamá.

No hubo decreto de expulsión. García Granados pre-


firió operar de hecho. Para plegarse al capricho volunta-
rioso de Justo Rufino, no valía la pena de buscar fórmu-
las justificativas en quien nadie creía. Todo lo que se ha-
bía dicho y escrito contra los jesuítas no bastó para que el
pueblo de Guatemala depusiera su actitud de valerosa de-
fensa. Ya las máscaras salían sobrando. ¿No estaba ahí
la revuelta armada que ellos pensaron evitar con el mis-
mo engaño que les sirvió para conquistar el poder?
Los jesuítas pidieron que se les concediera prórroga
hasta tres días. Aunque García Granados había prometi-
do al ministro americano Mr. Hudson esta largueza, al fin
acabó por negarla, alegando que se había dado a los padres
*
tiempo de sobra para preparar el viaje. 'Dispuse su sali-
da —
escribió al día siguiente —
no de una manera violen-
,

ta, como se ha hecho en otras partes, sino avisándoles con


algunos días de anticipación para que preparasen su mar-
cha, proporcionándoles diligencias que los condujesen al
puerto de San José, y pagándoles el pasaje hasta Panamá".

Toda esa noche reinó en Guatemala


la quietud del mie-
do. Nadie se atrevía a transitar por las calles; había es-
tado de sitio y amenaza de que cualquier grupo sería dis-
persado a balazos; las escoltas que patrullaban la ciudad
daban a entender que no era vana la amenaza.

Pero el mayor pánico poseía a las autoridades que con-


sumaban el atentado, como que su propia conciencia les
acusaba que estaban haciendo mal. Los de la Patriótica

—87—
se habían puesto en lugar seguro; el mismo García Grana-
dos se asiló en una celda del convento de San Francisco.

Tantas precauciones estaban demás. Los padres je-


suítas abandonaron sin resistencia la ciudad, dejando al
Eterno Justiciero el juicio y castigo del agravio inferido
contra El en sus ministros.

¡Cuan contrario era todo esto a las promesas que al


ser exaltado al poder había hecho el Presidente Provisorio,
quizás sinceramente, en la esperanza de que ninguna ma-
no violenta se interpusiera contra sus propósitos de polí-
tica tolerante y de verdadera libertad! Escribía entonces
don Miguel: "Procuraré, pues, que en el corto tiempo que
dure mi administración no hayan ni actos de arbitrariedad
ni de violencia, ni menos de crueldad, porque confieso que
esto es antipático a mi naturaleza".

Pero estaba visto que don Miguel proponía y Justo Ru-


fino disponía. El público se daba ya cuenta de la supedi-
tación que padecía el jefe del gobierno; y una noche aludió
a esto un pasquín que apareció en las paredes de la ciudad.
Decía:
En la casa de Miguel
Todos mandan menos él.

A lo que, se asegura, don Miguel repuso arrogante:

En la casa de Miguel
Nadie manda sino él.

Después de la expulsión de los jesuítas, Justo Rufino


volvió a Quezaltenango, casi roto con García Granados.
Creyendo Justo Rufino que algún día la quiebra culmina-
ría en lucha armada, se apresuró a enviar a don Delfino
Sánchez a los Estados Unidos para que ultimase allá la
compra del armamento de Remingtons. Sánchez tomó el
mismo barco que llevaba a los jesuítas exilados.
Sin duda comprendía don Miguel la desairada situa-
ción en lo que había colocado su impetuoso colega, y se
empeñó en demostrar que aquel desaguisado contra la li-
bertad y el derecho, no era tal ataque a la libertad de con-
ciencia de los católicos. Tanta insistencia en justificarse
de ese modo hace evidente que la sociedad guatemalteca
se conmovió hondamente ante la amenaza que se cernía
sobre su fe y costumbres religiosas.

—88—
En el periódico oficial apareció la declaración del Pre-
sidente Provisorio enderezada al expresado objeto. Decía
en ella: los restos "del gobierno de la tiranía" quieren "ex-
cudarse con la hipócrita máscara de defensores de una Re-
ligión que nadie ataca y que el gobierno es el primero en
respetar". Y más abajo: El Presidente "está dispuesto a
proteger, de la manera más especial, el Clero y Comunida-
des religiosas, convencido de que no hay libertad, no hay
justicia, no hay progreso posible, si el Espíritu Divino no
rige la empresa y preside a los pueblos por medio de la
Santa Religión".

¿Qué era, pues, García Granados? ¿Un insigne hipó-


crita oun inválido del carácter? A la posteridad se le re-
vela como un pobre hombre, añorando y predicando cons-
tantemente un perfecto régimen republicano y obligado
siempre a hacer un perfecto régimen de dictadura. Si
creyó él en sus propias palabras, debió de haber compren-
dido que no convenció al pueblo guatemalteco, pues bien
pronto lanzó una nueva proclama a sus compatriotas. To-
da ella puede resumirse en dos declaraciones: que no es
posible conservar la paz con los jesuítas en Guatemala, y
que expulsar a los padres de la Compañía no es atacar la
Religión.

El pensaba sacarlos desde que derrocó a Cerna, pero


"deseando vivamente el restablecimiento de la paz" aplazó
el conflicto "para tiempos más propicios". Echa toda la
culpa a Justo Rufino cuando dice: "Pero plumas más apa-
sionadas que prudentes, comenzaron a agitar los ánimos y
los sucesos de Quezaltenango vinieron a aumentar la exal-
tación". No atribuye a los jesuítas el levantamiento de
Santa Rosa, pero sí a la "calumnia" de que el gobierno
"había resuelto la expulsión de todas las comunidades re-
ligiosas, tanto de hombres como de mujeres, la del señor
Arzobispo y otras medidas que ni han estado ni estarán
en la mente del actual gobierno" "ni abrigo ni he abri-
gado la menor idea de atacar ni a la religión ni a ninguno
de sus Ministros".

Los jesuítas no eran, pues, Ministros de la religión que


Profesan los guatemaltecos. ¿Qué serían entonces en con-
cepto de García Granados y de Justo Rufino?

García Granados no tuvo más remedio que someterse


del todo a Justo Rufino y ponerse francamente en sus ma-
nos. ¿No había prometido Rufino sacarlo de semejante
—89—
enredo? Aquél lo llamó, pues, para que fuera a sofocar
la rebelión. Así don Miguel caía en las brasas por librar-
se de las llamas. Para seguir el ritmo " reformatorio " de
su amigo, era preciso renunciar de una vez a sus sueños de
liberalismo moderado. Y por allí se fue hasta que, can-
sado de tanto vértigo, hubo de resignar el puesto en su
instigador.

Justo Rufino está en Quezaltenango empeñado en una


nueva "reforma" de la misma especie que había ejecutado
en los jesuítas. Existía allá una orden religiosa de muje-
res llamada Beaterío de Belén, que empleaban sus labores
en educar niñas pobres. Con grandes tropelías fueron sa-
cadas de sus casas las buenas mujeres para ser conducidas
como malhechores a Guatemala. Pero como se supiera el
levantamiento de Oriente, asustados Justo Rufino y los su-
yos, hicieron regresar de medio camino a las monjitas y
las restituyeron a su convento para mientras se les pasaba
el miedo a los audaces reformistas.

Antes de regresar a Guatemala y ponerse al frente de


sus huestes, Justo Rufino lanzó también su proclama des-
de Quezaltenango dirigida a sus compañeros de armas. Su
literatura es ramploma, plagada de lugares comunes: "ban-
dera de la libertad", "senda del progreso", "sacrosanta en-
seña liberal" son los recursos literarios de Rufino. Ya se
notan en esta proclama los albores de su estilo bravucón,
matasiete y draconiano cuyo tono desagradable fue agu-
dizando con el tiempo.

El, lo mismo que García Granados, se empeña en de-


mostrar que su acción no tendía a destruir la religión. El
"fanatismo" y la "ignorancia" en que nos mantuvo la caída
administración" han hecho creer a los sublevados de Orien-
te "que el Gobierno Provisorio pretende destruir la reli-
gión sagrada de nuestros padres, que todos los guatemal-
tecos defenderemos con ardor, cuando ella se vea verdade-
ramente atacada...." Ahora empuña de nuevo la espada
para "salvar a sus hermanos de las garras de la tiranía,
que, apoderándose de la bandera de la Religión, quiere por
este medio implantarse de nuevo en nuestro suelo".

Del trastorno de Oriente es culpable la excesiva "ge-


nerosidad e indulgencia" de los "principios liberales" pues-
tos en práctica por ellos, por García Granados y por Justo
Rufino. Alude éste a los "ambiciosos que no reparan en
medio alguno para conseguir sus fines" de tomar por pre-

—90—
texto la religión para ensangrentar a Guatemala y sembrar
odios implacables 'destruyendo para siempre el porvenir
*

de nuestra patria". Acusa a los jesuítas de haber "divi-


dido e instigado a los hermanos contra los hermanos, por-
que en vez de verdadera religión esos hombres tienen so-
lamente egoísmo". Y luego de acumular dicterios sobre
ellos y de afirmar que hay que echarlos, Justo Rufino se
calza él mismo la sandalia del apóstol, y predica: "El ver-
dadero sacerdote de la religión del Crucificado siempre nos
dirá: amaos los unos a los otros, pero éstos nos dicen: odiad
al que no os quiere, y no reparéis en medios de conserva-
ros".

Como si Rufino se sintiera mal convencido con sus pro-


pios argumentos, vuelve otra vez a ellos: "Los liberales
no atacamos la religión, por el contrario, deseamos que su
moral santa sea la norma de nuestra conducta, como lo ha
sido hasta ahora; hemos sido humanos en el triunfo, como
ella nos previene, convidamos a nuestros hermanos a la fra-
ternidad que ella nos ordena".

Más a pesar de semejante profesión de Cristianismo,


Justo Rufino, en nombre de la Justicia, y olvidando sus
montoneras, la guerra civil que acaba de hacer y el dere-
cho de insurrección que predicaba cuando era revoltoso,
pide ahora al Presidente Provisorio "el castigo que mere-
ce todo el que enciende la tea de la discordia entre her-
manos".

"Hijo del pueblo como soy — —


escribe no veré impu-
nemente correr la sangre de mis hermanos". Sin duda
quiso expresar que no dejaría impune el delito de hacer
correr sangre fraterna; pero dijo lo contrario: "no veré im-
punemente", es decir, sin ser castigado él mismo, correr la
sangre Así andaba de redacción Justo Rufino cuando
se hallaba en los umbrales del poder supremo.

Al fin de la proclama aparece con entera crudeza la


amenaza cruel que palpita en todo el documento forzosa-
mente disimulada: "Las lágrimas de las viudas, los gemi-
dos de los huérfanos, los lamentos de las madres, la muer-
te de nuestros hermanos, los hijos del pueblo, todo será ven-
gado, no con sangre del pueblo, sino con la de aquellos que
le han instigado, de aquellos que le han convertido en ins-
trumento de exterminio y tiranía".

Aquí empieza a revelarse el verdadero Justo Rufino,


el antagonista del moderado García Granados, el Justo Ru-

—91—
fino que hoy empuña el látigo para no dejarlo ya en doce
años de dominación absoluta y terrible sobre el pueblo gua-
temalteco.

Al mismo tiempo que salían los jesuítas de Guatema-


la y con su ausencia quedaban cerradas varias escuelas y
silenciadas muchas cátedras de Cristo, Justo Rufino supri-
mía los impuestos a la fabricación del aguardiente que se
producía en los Altos, con lo que el abuso de la bebida co-
menzó a intensificarse.

Poco tiempo después se vio el fruto de estas "refor-


mas

—92—
CAPITULO X
PACIFICACIÓN DE ORIENTE

El 16 de septiembre Justo Rufino asumió el mando de


las tropas destinadas a sofocar la rebelión de Oriente. Ese
día lanzó la consabida proclama. Siente horror — dice
a derramar sangre de hermanos, para él tan querida; más
ya que es forzoso hacerlo, esa "sangre querida" tendrá, no
venganza, sentimiento ajeno a un pecho demócrata, pero sí
reparación. Justo Rufino confía en la Providencia "que
vela sobre las buenas causas". Demostrará cuan fácil es
destruir las maquinaciones de los "enemigos del pueblo",
y hecho esto, "podemos y debemos castigar a estos que exis-
ten en esta capital".

Por su parte don Miguel habíase dirigido a los habi-


tantes del departamento de Santa Rosa, quienes se obsti-
naban en mostrarse incrédulos ante la palabra apostólica
del Provisorio. Una vez más les repetía con fastidioso ri-
tornelo: "Conociendo vuestra adhesión a la religión que
hemos heredado de nuestros padres, os han hecho creer que
se intentaba atacarla, y que estaba decretada la expulsión
de las órdenes religiosas..." Y de nuevo la falaz promesa:
"El Gobierno ni ha tenido ni tiene la menor intención de
herir los sentimientos religiosos de la nación..."

Nadie creyó esto, porque ahí estaban los hechos que


lo desmentían. Refiere un autor de la época que sobre la
saña que mostraban García Granados y Justo Rufino con-

—93—
y las vírgenes consagradas a Dios
tra los ministros del altar
en "era notorio que en las iglesias alojaban las
el claustro
tropas y rompían las casullas, se ponían sus galones en los
sombreros, robaban los cálices y copones y llevaban los sol-
dados los corporales sirviéndose de ellos como de simples
pañuelos".

García Granados promulgó una amnistía muy amplia;


pero tampoco nadie creyó en ella.

La campaña de Oriente fue breve. Aunque los suble-


vados se habían apoderado de unos cuantos Remingtons
que llegaban al Gobierno, contaba éste con mayores y más
eficaces medios de ataque. En Fraijanes, en Santa Rosa,
en Cerro Gordo, fueron vencidos los que se levantaron pa-
ra defender y restablecer la religión católica ultrajada y
perseguida en sus ministros.

Justo Rufino llevó a cabo la pacificación a sangre y


fuego. He aquí cómo describe sus métodos el historiador
guatemalteco el Lie. don Manuel Valladares:
"Este triunfo inesperado aún en el gobierno mismo,
aumentó enormemente el influjo de Barrios y lo convirtió
en arbitro de la situación. Entonces se llevó a cabo la ex-
pedición conocida con el nombre de Pacificación de Orien-
te, que fue una serie no interrumpida de inauditas cruelda-
des, un azote de sangre y desolación en las regiones que
acababa de destrozar la guerra; fusilamientos innumera-
bles, tormentos de toda clase contra mujeres y niños, con-
fiscaciones y saqueos y toda suerte de violencias contra la
propiedad y la libertad y de atropellos al pudor de las mu-
jeres y al honor de los hombres. El humo de los incendios
señalaba el paso de las huestes expedicionarias; las tierras
se despoblaban porque los hombres que no huían hasta no
trasponer las fronteras vecinas, dejaban sus huesos en el
patíbulo o eran remitidos a las prisiones; la miseria y el
hambre se extendieron sobre aquellos campos silenciosos
en donde apenas resonaban los gemidos de la necesidad y
los lamentos de la orfandad y el dolor. Muchos años des-
pués aún se recordaban con espanto las más inconcebibles
y espeluznantes escenas de que fueron teatro aquellas re-
giones asoladas y se pronunciaban con horror los nombres
de los desvastadores".
Esta es una descripción general del sistema de Justo
Rufino para dominar. Su amigo Téllez nos dejó el recuer-
do concreto de uno de tantos hechos.

—94—
Justo Rufino había capturado a una india de Mata-
quescuintla y a una mujer de Guatemala. La primera po-
día informar sobre los planes de los revolucionarios y sus
connivencias con los de la capital; la otra sabía dónde se
hallaba oculta una imprenta que servía para atacar al go-
bierno provisorio. Justo Rufino estaba perplejo: ni pre-
guntas capciosas, ni terribles amenazas daban resultado. El
no quería aplicar a las mujeres penas que no hubiera du-
dado en emplear con los hombres. Vino a sacarlo de va-
cilaciones un traficante que por acaso lo visitó. Contóle
éste que cuando le robaban algo colgaba a los sospechosos
metidos en una red, y al punto soltaban la lengua.

Al día siguiente Justo Rufino envió un magnífico pre-


sente al novel colaborador que le dio tan valioso consejo.
El método había producido sus efectos.

Pero el amigo Téllez se abstiene de entrar en detalles


de cómo era aquel suplicio, sin duda porque le pareció ma-
teria escabrosa para su héroe. Consistía en desnudar a la
víctima, y así y a veces hasta flagelada, meterla en una
red de cuerdas que usan los indios para llevar cargas. Lue-
go se suspendía la red de una viga con su carga humana.
La red se estrecha con el peso de la persona, las delgadas
cuerdas oprimen las carnes desnudas, metiéndose en ellas
como filosos cuchillos y la víctima queda inmovilizada en
impúdica posición, juntando el dolor físico a la pena mo-
ral mil veces más cruel.

Así Justo Rufino, que se detenía escrupuloso ante el


padecimiento material de las mujeres, no vacilaba en aten-
tar contra su pudor, más sensible y digno de respeto. Na-
da extraño que tan desvergonzado procedimiento hiciera
hablar a las atribuladas mujeres. Este método quedó pa-
ra siempre incluido en el sistema de suplicios implantados
en Guatemala por Justo Rufino.

Sin embargo, años más tarde olvidó aun la farsa del


horror que le inspiraba atentar contra el dolor físico del sexo
débil, y a la prueba ignominiosa de la red agregó el tor-
mento material. Untaba de sal las carnes desnudas y he-
ridas de sus víctimas y hacía pasar bajo el racimo de re-
des colgantes, vacas adiestradas que lamiesen con sus ás-
peras lenguas las carnes laceradas de las infelices muje-
res.

—95—
Justo Rufino era un carácter complejo en que la cruel-
dad dominante contrastaba a veces con rasgos de genero-
sidad y justicia, aunque en el fondo siempre había en tales
gestos su deseo de humillar a alguien.

Referiremos una anécdota de la época recogida por


Mr. Burgess en que aparece manifiesta esa característica
de Justo Rufino.

El señor S.S. acusó ante Rufino a los señores H. M. y


Z. A. de servir a los rebeldes. Justo Rufino sospechó de
S.S. porque se mostraba excesivamente entusiasta del ré-
gimen liberal. Habiendo investigado, averiguó que H. M.
era el tesorero de los rebeldes; que Z. A. era verdadero li-
beral; y, por el contrario, el delator S.S. había sido espía
al servicio de Cerna, y por su causa muchos liberales ha-
bían ido a la cárcel. Ahora bien, el denunciante S.S. de-
bía al tesorero de los rebeldes H. M. la suma de cuatro mil
pesos. S.S. estaba en posibilidad de pagar ese dinero, pe-
ro rehusaba hacerlo, a pesar de las reiteradas instancias de
su acreedor; y finalmente que el liberal Z. A. había ganado
un pleito de tierras al espía S.S.

Justo Rufino vio la ocasión pintiparada para un jui-


cio salomónico, de esos de cortar por lo sano, sin más
trámite que verdad sabida y buena fe guardada, tan de
acuerdo con el temperamento impetuoso del autócrata na-
tural que había en su persona. No sería esta la última
vez que emplearía tan expedito como peligroso modo de
hacer justicia, que en la mayoría de los casos lo indujo a
cometer crueldades, injusticias, arbitrariedades a cambio
de dos o tres actos generosos y acertados.

Llamó pues a los tres individuos mencionados, y sin


oírlos, les notificó la sentencia:

—Señor H. M., sé que Ud. ayuda a los revolucionarios,


pero no es razón que por eso pierda Ud. cuatro mil pe-
sos que en justicia le pertenecen. De hoy en adelante
vea lo que hace y emplee su tiempo y dinero en ayudar
a la consolidación del gobierno liberal, en lugar de promo-
ver la anarquía, ayudando a facciosos que nunca podrán
triunfar. Señor S.S., Ud. pagará los cuatro mil pesos que
debe al señor H. M., y después irá Ud. a prisión a medi-
tar sobre sus pecados. Y Ud., señor Z. A., esté tranquilo,
que nadie lo volverá a molestar con pleitos.

—96—
Esta extraña sentencia se cumplió al pié de la letra,
y elseñor H. M., tesorero de la revolución de Oriente, se
convirtió en amigo de Justo Rufino.

También ocurrió por entonces esta otra anécdota que


nos revela lo terrible que era Justo Rufino para imponer
su obediencia.

Era poco después de Santa Rosa. Justo Rufino tenía


que ultimar la pacificación del departamento, y para ello
era preciso perseguir a los revolucionarios que se inter-
naban en la espesura de los bosques. Sus quezal tecos es-
taban agotados; sólo quedaban batallones de jalapas in-
tegrados por paisanos, amigos y aun hermanos de los su-
blevados. Justo Rufino no duda un momento: reúne es-
tas tropas y con ellas se lanza a la persecución. Y así,
la mano férrea de este hombre voluntarioso y terrible, a
quien nadie se atrevió jamás a decir na!, conduce a los
jalapeños a combatir y matar a sus paisanos, a sus ami-
gos, quizás a sus hermanos.

Con tales sistemas Justo Rufino consiguió someter


en poco tiempo los departamentos sublevados. En Gua-
temala lo recibieron en triunfo. Sin embargo, una hoja
volante señalaba el hecho de que cuando Rufino entró a
la capital "no se repicaron las campanas". En cambio, al
día siguiente llegó el Presidente Provisorio y "reventa-
ron cañonazos de ordenanza y repicaron las campanas, no
de ordenanza".

Continuaba, pues, la rivalidad entre los caudillos.

Antes de que regresara García Granados, sus minis-


tros dispusieron premiar la "pericia militar" de Justo Ru-
fino, y con tal objeto decretaron: "Se promueve al Maris-
cal de Campo don J. Rufino Barrios al empleo de Tenien-
te General del Ejército de la República". Don Miguel
aprobó la medida "en virtud de las extraordinarias fa-
cultades de que se halla investido por la voluntad de los
pueblos".

Los pueblos no habían manifestado nada, si no era


su desaprobación con la rebeldía contra los desmanes de
don Miguel y de Justo Rufino; mas para los políticos que
han llegado al poder por el asalto, el concepto de demo-
cracia es lo que dicta su capricho.

—97—
Mientras Justo Rufino se ocupaba en debelar la re-
volución de Oriente, García Granados continuaba llevan-
do a cabo la destrucción de la iglesia católica guatemalte-
ca, a pesar de que poco antes, y repetidas veces, llamó ca-
lumniadores a los que le atribuían tales propósitos y pro-
metió solemnemente al pueblo que nunca consumaría se-
mejante atentado.

Los Prelados pidieron con grandes instancias al go-


bierno provisorio que no hiriera los sentimientos religio-
sos del pueblo guatemalteco, desatando una persecución
contra los ministros del Señor. Conocían ellos lo que po-
día venir. Pero ninguna consideración era capaz de apar-
tar a García Granados ni a Justo Rufino del empeño dia-
bólico de destruir el catolicismo en Guatemala, así co-
rriesen torrentes de sangre.

Las consecuencias no se hicieron esperar, y cuando


vieron a los pueblos clamar airados por sus derechos
conculcados, les tomó gran temor y pretendieron que los
mismos Prelados les sirviesen de apoyo para que volvie-
sen a la paz las masas sublevadas.

El Presidente Provisorio pide a los Obispos que diri-


jan una pastoral a los pueblos levantados para hacerles
comprender que expulsar a los jesuítas no era atacar la
religión. Los Obispos se niegan. Tal exigencia equivalía
a proclamar a las masas irritadas contra el vejamen infe-
rido a los jesuítas, que estas víctimas de la iniquidad
4
'eran corruptoras de la moral, perturbadores del orden,
embrutecedores del pueblo y por lo mismo habían sido
expulsados con justicia de la República de Guatemala"

El Provisorio insiste: "reconociendo el imperio de la


religión —escribe uno de sus ministros —
pidió, suplicó,
,

instó" para que el Arzobispo emitiese la pastoral.

El Arzobispo contesta: La expulsión de los jesuítas


"fue la aplicación de una de las más graves penas, la de
extrañamiento perpetuo, sin formalidad alguna, a unos
sacerdotes, es decir, a unos ministros de la Religión; y la
injuria inferida a ellos, necesariamente debía influir con-
tra la religión misma. Así, no podía como Prelado de la
Diócesis declarar lo contrario y hacerme cómplice de esa
injuria "

—98—
Entretanto la Junta Patriótica de Amatitlán echa leña
a la hoguera. Se dirige al ciudadano Presidente, a quien
"el voto unánime" de los pueblos ha confiado los destinos
de la patria amada. Es indispensable que el Presidente de-
ponga "esa magnimidad y clemencia" y emplee el rigor.
Luego se encara con el Sr. Arzobispo a quien "la opinión
pública acusa" de ser uno de los instigadores de la re-
vuelta, y le pide que lance la pastoral a las "ovejas des-
carriadas, haciéndoles comprender que el gobierno pro-
visorio no ataca nuestra augusta religión".

A tales instancias el Arzobispo responde con firmeza:

— ¡No! ¡Non póssumus!


El Prelado quiere contestar por la prensa a los pa-
de Amatitlán, pero el gobierno le advierte que
trióticos
no puede hacerlo sin previo permiso. Valía tanto como
prohibírselo.

Con la negativa había conseguido García Granados


el pretexto que buscaba para continuar descargando gol-
pes al catolicismo de Guatemala en sus ministros. El 17
de octubre decretó la expulsión del Arzobispo Señor Pinol
y Aycinena.

Las razones eran que el Arzobispo "no solamente ha


intervenido de una manera directa en la revolución, si-
no que mostrando abierta oposición al Gobierno, se nie-
ga a destituir a los curas que trabajan en favor de la
sedición "; y su negativa a publicar una pastoral
con objeto de desvanecer "la calumnia" de que el Gobier-
no proyecta destruir la Religión.

En parecidas razones se fundó el decreto de expulsión


del Obispo de Teya. Señor Ortiz Urruela. Los Prelados de-
bían salir con destino a Panamá en el primer vapor,, y
no podrían volver al país "sin previo permiso del Gobier-
no". Que era un modo disimulado de aplicar la pena
a perpetuidad.

El Arzobispo negó enfáticamente, una vez que pudo


hacerlo, las calumnias que se le lanzaban de ayudar a la
revuelta y de haberse negado a destituir con causa a al-
gunos curas. Esto último ni siquiera se le pidió. Cuando
las municipalidades lo hicieron, fueron atendidas siempre
que se fundaron en justos motivos.

—99—
Los Prelados pidieron tres días de prórroga para sa-
lirdel país. Se les insinuó que los tendrían si solicitaban
pasaportes. Esto era lo mismo que consentir en la violen-
cia de que eran víctimas, algo como admitir que el Go-
bierno tenía razón, que era cierta la 'falta de armonía
entre el Gobierno Eclesiástico y el Civil", y que no había
más remedio que abandonar voluntariamente a sus reba-
ños para que volviese la tranquilidad perdida.

¡No! ¡No podía ser! Ello equivaldría a un suicidio


moral.

Se les aprendió de nuevo:

—Si no salían a las cuatro de la madrugada en los


carruajes que se les tenían preparados, los sacarían a pie.

Así cumplían sus promesas todavía frescas, don Mi-


guel García Granados, jefe de una revolución que enarbo-
ló por banderas la libertad, el derecho y la justicia.

Todo se lo premiaron sus ministros, "promoviendo a


don Miguel García Granados el empleo de Capitán Gene-
ral del Ejército de la República, debiendo darse cuenta
a la Asamblea para su aprobación".

Con esto, los que expulsaban en masa a religiosos y


Obispos sin tener en cuenta al Poder Legislativo, confe-
saban que sus disposiciones carecían de valor legal si no
contaban con la sanción del Congreso.

100—
CAPITULO XI
COMIENZAN LOS DISTURBIOS EN
CENTRO AMERICA

Después de estos acontecimientos se suspendieron los


efectos de la ley marcial, pero no se levantó el estado de
sitio. Bajo éste, y con fecha 11 de diciembre de 1871, se
convocó a elecciones para una Asamblea Nacional Consti-
tuyente.

Para tener idea del ambiente en que se efectuaron las


eleciones de aquella Asamblea, notaremos que en el Bo-
letín del 7 de febrero de 1872 se promulgaron los decretos
número 45 que mandaba "juzgar militarmente y conforme
a la ordenanza a los reos de sedición, rebelión, tumulto o.
conspiración; a los cómplices, cooperadores o encubrido-
res; a los que aconsejen, induzcan o seduzcan a la seduc-
ción etc'; y el número 47 que suprimía la ley de habeas
corpus, y declaraba otra vez en estado de sitio los depar-
tamentos de Oriente y del Centro. En el Boletín del 17
de febrero del propio año se lee el decreto número 48 que
prohibe "circular publicación alguna periódica o suelta
sin comunicar el primer pliego al Ministerio de la Gober-
nación mientras dure el estado de sitio bajo las penas de
la ordenanza del ejército".

Protegidas por tan liberales auspicios se llevaron a


cabo las elecciones para una Asamblea Nacional Consti-
tuyente. Justo Rufino resultó electo diputado por Que-
zaltenango. La Asamblea se instaló el 10 de marzo de
1872.

—101—
Se esperaba que García Granados entregara el poder
a esta Asamblea pues así lo había prometido en su mani-
fiesto del 10 de julio del año anterior. Aseguraba en él
que ejercería la presidencia provisoria "mientras llegue
el momento de depositar el mando en el seno de la Re-
presentación Nacional que debe reunirse".

Pero muy lejos de soltar la presa García Granados


continuó abusando de ella, pues legislaba en todos los
ramos sin hacer caso del Congreso Constituyente; y para
que éste no se llamara a engaño acerca de su verdadera y
única misión, hizo publicar en el Boletín del 4 de abril,
bajo el título "Actualidades", un artículo tendiente a de-
mostrar con autoridades de publicistas cuyos nombres
omitía, que la tarea de la Asamblea Constituyente debía
ceñirse a elaborar la Constitución. Ese Congreso no de-
bía ser revolucionario, omnipotente, despótico; su poder
sería regular, legal, limitado.

La Asamblea Constituyente aceptó sin protestar su


papel de monigote. En su contestación al mensaje presi-
dencial (7 de abril), luego del panegírico a los héroes
que libertaron a Guatemala de la tiranía oligárquica, etc.,
decía: "La Asamblea dirigirá todos sus esfuerzos a la rea-
lización de las legítimas aspiraciones del país. Y acatan-
do la ley que nos ha convocado de conformidad con el ac-
ta de Patzicía, sólo se ocupará en dar a la Nación la car-
ta fundamental, y de deliberar sobre los asuntos que el
gobierno provisorio tenga a bien someter a nuestra de-

Tanto valía sujetarse a la voluntad del Presidente.


En verdad así fue. De entonces en adelante no volvió a
verse un verdadero Congreso en Guatemala. Fueron asam-
bleas de hombres dispuestos a obedecer los caprichos o
conveniencias del "Patrón".

Se inauguró esta dependencia con un caso risible.


Uno de los secretarios de la Asamblea, el Dr. J. Benito
Vasconcelos, notó que la contestación del Congreso al
mensaje del Presidente estaba alterada. Interrogado el
Ministro del Interior, explicó:
— El Sr. Presidente pidió la copia para ver la con-
como le llevaron el original, puso en él distraí-
testación;
damente algunas correcciones de estilo entre líneas en el
texto.

—102—
La Asamblea aceptó tan ridicula excusa.

Como si el Provisorio quisiese confirmar los sumisos


propósitos de la Constituyente, ese mismo día 7 de abril
publicó en el Boletín el decreto número 57, digno de un
autócrata ruso. Dice:

"Toda persona que en discursos o reuniones o en cual-


quier acto público concite a su auditorio a la rebelión con-
tra las autoridades constituidas, o produzca especies sub-
versivas contra el orden público, será extrañado del terri-
torio de la República sin forma ni figura de juicio previa
información seguida por la Comandancia General respec-
tiva en que quede comprobado el delito".

No es tan censurable este decreto porque castiga la


rebelión con una pena tan dura como el destierro; lo que
tiene este decreto tan terrible, de retrógrado, de salvaje
es que al acusado se le niegue la audiencia y la defensa,
y se le condene de antemano sin forma ni figura de juicio.
Es necesario volver a los tiempos cavernarios para con-
cebir semejante manera de hacer "justicia".

Estos abusos provocaban críticas y quejas, aunque


ios que disfrutaban del poder estimaban suave la mano
de García Granados en comparación con la de Justo Rufi-
no. El Ministro don Francisco Albúrez solía expresarlo,
diciendo:

—Si no quieren el leño que tenemos, mandaremos


traer al culebrón de San Marcos.

Por este tiempo sucedían cosas graves en las vecinas


repúblicas de Honduras y El Salvador. En esta última se
había entronizado por fuerza de las armas el Gral. San-
tiago González. El Presidente de Honduras, Gral. José
María Medina, que acababa de derrocar al Presidente Due-
ñas de El Salvador, colocó a González en la presidencia
de la república; pero bien pronto González suscitó con-
tra su protector una contrarevolución. Estos sucesos mo-
tivaron que, para principios de 1872, estuviesen malas
las relaciones entre Medina y González; y, como acontece
casi siempre en Centro América, las diferencias persona-
les de los caudillos pesaron sobre los pueblos en la forma
cruel de la guerra.

—103—
En abril González la declaró a Medina. Se dio como
pretexto que éste era conservador y que no se podía per-
mitir que Honduras se convirtiera en cuartel general del
reaccionarismo.

Por su parte, García Granados se declaró en guerra


con Honduras "teniendo en consideración que el actual
Presidente de Honduras, don José María Medina, se ha
convertido en jefe de los reaccionarios contra los princi-
pios e instituciones liberales implantados en esta Repú-
blica y la de El Salvador".

Era un falso motivo, pues nadie estaba más en con-


tra de aquellos principios proclamados en el acta de Patzi-
cía que García Granados y Justo Rufino. Así se explica
lo que nos informa Valladares, que el Dr. Lorenzo Mon-
túfar y otros liberales se hallaban comprometidos en la
oposición que Medina hacía a Rufino.

Fuera de las irregularidades anotadas, el decreto mis-


mo de la declaratoria de guerra estaba en abierta oposi-
ción con los más elementales principios democráticos.
Se hallaba reunida la Asamblea Nacional Constituyente,
y sin embargo el Presidente Provisorio en Consejo de Mi-
nistros decretó el estado de guerra con Honduras.

El verdadero objeto de esta intervención era porque


formaba parte del plan de García Granados y de Justo
Rufino de entrometerse en los asuntos de Centro América,
a fin de someterla a su influencia. Fue este uno de los
puntos que con mayor constancia se llevaron a cabo du-
rante el gobierno de Justo Rufino. Ese afán de dominio
mantuvo en constante agitación a las cinco repúblicas
del Istmo, y al fin dio al traste con el gobierno de Justo
Rufino y con su propia vida.

García Granados tomó el mando del ejército, y entre-


gó la presidencia a Justo Rufino, "delegándole — reza el
decreto— las amplias facultades de que me hallo investi-
do". Otra deserción del sistema democrático, porque es-
tando reunido el Congreso constituyente, a él correspon-
dían todas las facultades y sólo él podía delegar algunas
de ellas.

No habían de faltar las proclamas, calcadas bajo un


mismo patrón que las otras. Los dictatoriales son muy

—104—
aficionados a declaraciones públicas, pues como constan-
temente están violando la ley y pisoteando el sistema de-
mocrático que proclaman practicar, es necesario justificar-
se a cada mal paso, o por lo menos explicar con razones
aunque tejidas de falacias que a nadie convencen.

Dicen aquellas proclamas que se combate por la li-


bertad, que hay que librar a Honduras del Tirano que la
oprime; precisa salvar las instituciones liberales y afianzar
la paz, no sólo en Guatemala, sino también en todo Centro
América. La "odiosa tiranía de Medina no puede existir
con el sistema liberal planteado en El Salvador y Guate-
mala".

La proclama de Justo Rufino salió unos días después.


Nada puede escribir este hombre sin mentir; sólo cuando
amenaza con rigores dice verdad: "no he ambicionado ni
ambiciono (la primera Magistratura), porque, hijo del pue-
blo como soy, deseo tan sólo prestar mi contingente para
el afianzamiento de nuestras libertades, estando firmemen-
te decidido a volver a la tranquilidad del goce de mis dere-
chos tan luego como se establezca definitivamente el triun-
fo de las ideas liberales, o que ese mismo pueblo juzgue
inútiles mis trabajos".

La lucha contra Medina no es "por mezquinas aspira-


ciones, ni por la gloria de las batallas: van a combatir el
retroceso, van a defender la libertad amenazada por esa Hi-
dra de cien cabezas: el reaccionarismo".

Luego sigue la amenaza, el leitmotive de toda la lite-


ratura de este hombre terrible. Guardará íntegro el ho-
gar de los que van a luchar, "aunque para ello me vea obli-
gado a aplicar las duras penas que merecen los trastorna-
dores del orden público, a quienes en las actuales circuns-
tancias debemos considerar como traidores a la patria".

Concluye anunciando otras "reformas": "Aunque la


época crítica que atravesamos no es la más a propósito pa-
ra llevar a cabo las medidas que entrañan el porvenir del
país, abrigo la convicción de que podrán iniciarse algunas
que están en la conciencia de todos, a que todos aspiramos
y que basta querer con firme voluntad para que las vea-
mos realizadas".

Justo Rufino dio rienda suelta en la Presidencia a su


saña antirreligiosa. En una serie de decretos intentó dar

—105—
un golpe más al catolicismo guatemalteco. El 24 de mayo
declaró totalmente extinguida en Guatemala la Compañía
de Jesús; sus bienes pasaban a ser propiedad del Estado.

Tres días después, otro decreto semejante contra la


Congregación de San Felipe Neri confiscaba todos sus bie-
nes. Los considerandos de este decreto son muy diverti-
dos: la orden de San Felipe Neri nunca había prosperado
en Guatemala; en muchos años sólo había contado con uno
o dos sacerdotes; sus bienes, por consiguiente, no aprove-
chaban a nadie y debían ser confiscadas en beneficio pú-
blico.

De manera que a unos religiosos se les expulsaba y


robaba porque eran muy influyentes; y a otros porque eran
pocos, y a todos porque poseían valiosas propiedades.

Este despojo indignó con nuevo coraje a los guatemal-


tecos. Llovieron protestas y todas las manifestaciones po-
dentro de aquel régimen de opresión, contra los des-
sibles,
manes de Justo Rufino.

Pero la opinión pública, siquiera se mostrase airada


con armas en la mano; para nada contaba con este régi-
las
men democrático de nuevo cuño. Lejos de aceptar la vo-
luntad del "pueblo soberano", Justo Rufino demostró, con
otro acto dictatorial, el caso que hacía de los principios y
promesas que lo habían llevado al poder. Sin tomar en
cuenta la Asamblea Nacional Constituyente, el 7 de junio
de 1872 promulgó un decreto por el cual declara extingui-
das todas las comunidades religiosas que existían en Gua-
temala, y que sus bienes pertenecen al Estado.

Este decreto se hizo apresuradamente y con mayor fes-


tinamiento se mandó ejecutar, pues Justo Rufino supo que
regresaba García Granados a reasumir la presidencia con
intenciones de hacer cesar aquellas locuras.

Ningún ministro quiso firmar un decreto que ordena-


ba despojo de bienes ajenos; sólo Marco Aurelio Soto se
el
prestó a semejante atropello. Su complicidad en el latro-
cinio le conquistó mayores méritos para la presidencia de
Honduras, que habría de desempeñar muy pronto como pro-
cónsul de Justo Rufino.

El decreto contiene consideraciones disparatadas que


pintan fielmente el criterio sectario y extraviado de Justo

—106—
Rufino en que sobresale su odio religioso satánico e inex-
plicable. Las comunidades de religiosos "carecen de ob-
jeto en la República, pues no son los depositarios del sa-
ber ni un elemento eficaz para morigerar las costum-
bres..." "Que dichos institutos son, por su naturaleza, re-
fractarios a las reformas conquistadas por la civilización
moderna, que proscribe la teocracia en nombre de la liber-
tad, del progreso y de la soberanía del pueblo".

Este decreto, como decimos, se ejecutó a todo correr.


El mismodía de su fecha por la noche, Justo Rufino expul-
só a los capuchinos. Fueron llevados — refiere Fray Mon-
troig — custodiados por bayonetas "de pueblo en pueblo,
por espacio de once días, sin más socorro que las limosnas
de los fieles".

En la Antigua se habían opuesto a la expulsión el año


anterior; pero ahora las tropas disparaban sobre los grupos
que se reunían con objeto de lamentar la partida de los pa-
dres. Los soldados mataron a unos cuatro de los que gri-
taban:

—Adiós, padres, nos han engañado estos picaros. (1)

Así, pues, no era calumnia que el nuevo régimen in-


tentaba destruir el catolicismo guatemalteco, atacándolo en
sus obispos y ministros. Justo Rufino se encargaba de vio-
lar las promesas de su colega García Granados.

Como de costumbre, Justo Rufino creyó necesario ex-


plicar su actitud en una proclama. Estando "resuelto fir-
memente" a implantar prácticamente los "principios demo-
cráticos", no esquivará medio alguno para conseguir su ob-
jeto. Una prueba de esa democracia es haber disuelto las
órdenes religiosas, y, sobre todo, haberse incautado de sus
cuantiosos bienes. Esta riqueza — promete — será emplea-
da en la "enseñanza gratuita, único medio de operar con
eficacia el progreso y la libertad de los pueblos".

Más no por esto se debe tomar el decreto como arma


de partido para perturbar el orden; que los religiosos "tra-
tados con benevolencia" no descarríen la opinión para pro-
mover disturbios. Después de estas súplicas, que sonarían
a sarcasmo si no fueran el reflejo del miedo que le ins-

(1) Carta de Fray Pacífico de Montroig a García Grana-


dos, Nueva York 8 de septiembre de 1873.
—107—
piraba su mala obra, concluye Justo Rufino con la amena-
za de siempre:

"Para los religiosos que se muestren instigadores ha-


brá extrañamiento en vez de exclaustración, y para todos
ios que causen escándalos y opongan resistencia a la ley,
tened entendido, compatriotas que tengo la suficiente fuer-
"
za y energía para reprimirlos y aplicarles severas penas

Pero de lo referido se infiere que era tan falso el tra-


to "benévolo" a los religiosos, como verdadera la amenaza
de aplicar "severas penas", que en ocasiones no raras fue-
ron también infamantes.

A
este respecto nos informa el citado historiador gua-
temalteco Lie. Valladares:

"Esta época se singulariza por un hecho bien triste y


de vergüenza ante la civilización y la humanidad, y que
constituye fisonomía característica de la revolución del 71
y una institución política del Partido Liberal ac-
significa
tual, que debe a ella su larga estabilidad: el palo! Llenas
estaban las prisiones de descontentos del régimen, que com-
batían en tertulias y hojas impresas; y para sentar prece-
dentes provechosos y ejemplares castigos, se inició ese tor-
mento depresivo y mortal, consistente en la flagelación de
las carnes desnudas de la víctima atada de pies y manos,
con varas de membrillo o con vergajos de toro, hábilmen-
te manejadas por esbirros adiestrados en la crueldad. La
primera persona torturada así fue don Rafael Batres, so-
brino carnal del Presidente García Granados; y se dice que
el nuevo sistema fue aconsejado por un político despreo-
cupado que llegó a Ministro de Barrios y que años después
sufrió el mismo tormento de vapulación con muy más as-
querosas y espantables afrentas".

Quizás a éste Sr. B artes se refiere Fray Pacífico de


Montroig cuando en la citada carta a García Granados, di-
ce: "La Prensa de los Estados Unidos ha tomado nota de los
cien azotes que el gobierno liberal del general Barrios, en
un acto de cólera, mandó aplicar a uno de los más promi-
nentes ciudadanos de Guatemala, que estaba de visita en
su casa, y os puedo citar el número del Herald en que se
dan los detalles de semejante barbaridad".

A
la par de estas manifestaciones de la democracia li-
beral, Justo Rufino agregó otra. Decretó la libertad ab-

—108—
soluta de imprenta sin previa censura. Pero nadie cayó en
el engaño.

Un ciudadano norteamericano que había vivido en Gua-


temala trasmitió al Washington Post unos datos sobre la
vida de Justo Rufino y su manera de gobernar. Allí lee-
mos que cierto impresor que cometió el incalificable des-
u
cuido de olvidarse de lisonjear al gobierno del Patrón fue
condenado a la pena de quinientos azotes, los cuales le cau-
saron la muerte".

Otro caso que aconteció por entonces vino a revelar


que aquella libertad era sólo para los que tenían el privi-
legio de ser socios del Patrón.

Varios diputados denunciaron a la Asamblea Nacional


Constituyente un periódico semi-oficial en el cual se leía
un artículo "altamente injurioso a la dignidad de aquel al-
to cuerpo, en que se calificaba a la mayoría de los diputa-
dos de ineptos, sin conciencia, sin fe, y a toda la Represen-
tación Nacional, de farsa ridicula".

Interpelado el Ministro de la Gobernación, contestó que


no debía tenerse por semi-oficial el periódico por la cir-
cunstancia de que estuviese bajo la dirección del Oficial
Mayor de aquel Ministerio, ni porque el gobierno pagase
cien suscripciones: que la libertad de la prensa no estaba
vedada a los empleados del gobierno, ni a los que lo for-
maban.

Había un decreto que declaraba criminales las publi-


caciones "contra las autoridades constituidas"; pero esta ley
no podía rezar contra los artículos inspirados por Justo Ru-
fino: la "libertad de prensa" y todas las otras "libertades"
se habían conquistado para uso y provecho exclusivo del
Patrón. Fuera de él, quien pretendiera gozar de ellas era
un criminal, y de hecho se le castigaba con tormentos atro-
ces y refinados.

Otro ejemplo de que no existía libertad ni para que


los diputados omitieran opinión en sus funciones, lo encon-
tramos en lo que sucedió al diputado de la Constituyente
don Manuel Martínez. Leyó éste un extenso discurso en
que con sólidas y republicanas razones se oponía a un ar-
tículo que rezaba así: "Los hechos que tengan relación
con las causas que hayan dado lugar al estado de sitio, se-
rán del resorte de los tribunales militares".

—109—
Nunca creyera en promesas republicanas el buen di-
putado Martínez; pues a poco se le complicó mañosamente
en el levantamiento de Méndez Cruz, y el inmune hono-
rable fue a dar con sus huesos a la cárcel sin una protesta
de la Asamblea.

Don Manuel Eliseo Sánchez nos cuenta en su Memo-


rándum una anécdota ocurrida en esa primera presidencia
interina de Justo Rufino, que confirma su carácter áspero
y falaz.

Sánchez era, como ya hemos referido, Administrador


General de Aguardientes. Manuel Ubico hijo, Contador Ge-
neral de dicha renta, mal informó ante Justo Rufino a su
jefe Sánchez, y propalaba que tenía escrito un libelo con-
tra éste y que lo publicaría de acuerdo con Rufino. Fue
Sánchez a ver a Barrios y a enterarlo de lo que Ubico tra-
maba, autorizándose con su nombre. Justo Rufino aseguró
a Sánchez:

—No tenga usted ningún cuidado, que a ese picaro no


le hago caso.

No obstante esta entrevista y las seguridades que le


dio Barrios, el folleto infamatorio contra Sánchez, que de
soslayo hería al Ministro de Fomento Lie. José María Sa-
mayoa, se publicó autorizado por Justo Rufino, según afir-
maba Ubico.
Después de esto fue llamado Sánchez a la casa presi-
dencial. Estaban allí Samayoa, Ubico y Justo Rufino. Lue-
go de haberse justificado Samayoa contra las imputaciones
de Ubico, quedó Rufino muy disgustado por la publicación
que ahora sabía inmotivada, y su desagrado fue mayor
viendo su nombre comprometido, por engaño, en perjuicio
de su amigo. Así es que dijo, dirigiéndose a Sánchez y
señalando a Ubico:

—Este picaro ha publicado contra Ud. un papel en que


leimputa ciertos hechos; si no se los prueba le pongo una
cadena al pie: así es que debe Ud. demandarlo para que
se averigüen esos hechos.

Sánchez se negaba a entablar demanda contra su de-


nigrante, diciendo que el gobierno estaba convencido de su
pureza, pues había destituido al calumniador; Justo Rufino
se empeñaba cada vez más en que lo hiciese, hasta que,

—110—
se convenció de que la negativa de Sánchez era firme.

Haga lo que quiera — di jóle, rascándose la cabeza y
dirigiéndose a otra pieza.

Sánchez puso su renuncia de Administrador General


de Aguardientes, y con ello contrarió sobremanera a Ru-
fino, porque le hizo comprender lo injusto que había sido.
Sánchez escribe: "fue desleal conmigo en este incidente",
pero cree que se arrepintió porque tres días después llegó
el P. Martín Mérida a ofrecerle una magistratura, "para
destruir en parte —agrega Sánchez —
la justa prevención
que yo manifestaba por la conducta desleal de mi ex-amigo
Barrios".

No aceptó el nuevo puesto Sánchez, sino de García


Granados. Fue nombrado Magistrado Fiscal. Más adelan-
te veremos cómo se portó allí y lo que le acontenció en su
empleo.

García Granados se apresuró a regresar a la capital


para asumir de nuevo el poder y evitar que siguieran los
desmanes. Justo Rufino se dio prisa a ejecutar sus de-
cretos a fin de que, a la llegada de su amigo, se encontra-
ra con hechos consumados.

Entretanto la Asamblea Constituyente había elabora-


do un proyecto de Constitución que presentó a García
Granados. Mas como no fuera del gusto del Presidente,
porque no se le daban amplias facultades, lo desechó la
mayoría de los congresistas. Un nuevo proyecto presenta-
do el 16 de noviembre, tampoco satisfizo la mente dicta-
torial de García Granados y de su colega. Así habían de
continuar los honorables diputados, haciendo todo lo po-
sible por complacer los deseos del Presidente Provisorio
sin que lograran acertarlo, pues aquella Asamblea se di-
solvió sin dejar hecha la Constitución.

Másfácil y expedito le fue encargarse de otros asun-


tos. Por ejemplo, en la sesión 69^ se introdujo el pro-
yecto de pagar a García Granados y a Justo Rufino por
vías de indemnización los gastos que habían hecho en la
revolución; y aunque hubo sus vacilaciones sobre si la
Constituyente tenía facultades para ello, pronto se con-
vencieron los diputados de que para eso sí las tenían y de-
cretaron dar a García Granados 70 mil pesos, y 50 mil a
Justo Rufino.

—111—
La revuelta, sin embargo, no cesaba, por más que
García Granados había colocado en Honduras un gobier-
no amigo, y parecía haber acabado con la cueva de los
reaccionarios que se oponían a que en Guatemala se im-
plantara el régimen de "libertad y reforma".

En el interior la dictadura se extremaba cada vez más.


La república permanecía en estado de sitio; pululaban los
esbirros, quienes, sin más que decir de orden superior,
conducían a ios ciudadanos a las cárceles a cualquiera ho-
ra del día o de la noche, y los sepultaban en calabozos
inmundos, sin explicarles el motivo de su arresto, ni so-
meterlos a ningún juicio, ni permitirles ningún género de
defensa. El espionaje comenzó a convertirse en institu-
ción del Estado; y en el teatro de lia guerra, muchas pro-
piedades de particulares fueron saqueadas y luego redu-
cidas a cenizas por las tropas del gobierno, mientras sus
dueños, sumidos en la indigencia, huían de sus persegui-
dores para salvar lo único que les quedaba: la vida.

Subsistía la rivalidad entre los caudillos, y aun pa-


recía hacerse cada vez más aguda con aquellos triunfos.
A fines de 1872 se reveló oficialmente ese mal entendido
con la renuncia que presentó García Granados al Congre-
so: "Hoy creo notar —dice—que una parte del público
y de los jefes que pelearon a mi lado emiten la idea de
que sería conveniente a los intereses de la rvolución, el
que yo me separe del mando".

Hay algo curioso en este documento: García Grana-


dos admitía en él que el Congreso Constituyente carecía
de facultades para nombrar sustituto; en tal virtud, in-
vestía a la Asamblea Nacional Constituyente del poder
de elegir presidente.

La Asamblea no aceptó la renuncia, esquivando así


resolver el curioso punto de derecho constitucional que le
proponía el Presidente Provisorio. Pero de todos modos,
la separación definitiva de García Granados fue cuestión
de poco tiempo y de mera fórmula. ¿Para qué hacer con
estrépito lo que se podía conseguir silenciosamente?

A pesar de la sensibilidad personal de García Gra-


nados y de que reasumió el poder para evitar los desati-
nados excesos de Justo Rufino, bajo su administración con-
tinuaron las que podríamos llamar pequeñas persecucio-

—112—
nes. En efecto, el 2 de julio se nombró un Fiscal Espe-
cífico que tendrían por misión procesar, conforme el de-
creto número 45 de que hemos hecho referencia, a los que
esparcían especies subversivas, como la expulsión y ex-
claustración de religiosos, el anunciar la proximidad o
inminencia de un motín, el haberse observado actos de hos-
tilidad en los recientes festejos del primer aniversario del
triunfo de la revolución. Estos últimos eran culpados
de no haber puesto cortinas y luminarias para celebrar el
30 de junio, día en que, un año antes, había entrado triun-
fadora en la capital la revolución que ya había causado
tantos dolores a la gente honrada y católica de Guatemala.

113—
CAPITULO XII

"EL PATRÓN" LLEGA A LA PRESIDENCIA


Desde mediados del año 1872 el descontento se ma-
nifestó entre los partidarios y colaboradores del nuevo
régimen. En junio se retiró deO. Ministerio de la Guerra
el Gral. José Víctor Zavala; lo reemplazó otro hombre
más en consonancia con las normas de Justo Rufino, el
Lie. José María Samayoa.

El Coronel Vicente Méndez Cruz, sobrino del Maris-


cal, y uno de los opositores armados al régimen de Cer-
na, desempeñaba la jefatura del departamento de Ama-
titlán. Pero lo que estaba observando no correspondía a
los propósitos de libertad, orden y ley que habían lanza-
do a su ilustre tío a los campos de batalla, en los que ha-
lló la muerte; ni al programa que García Granados pro-
clamó en Patzicía; vio Cruz, desengañado, que aquello era
muchísimo peor que el régimen de Cerna, y creyó que era
fácil enmendar el error, como si fuera nada detener el
carro de la revolución una vez que se precipita al abismo.

El desgraciado caudillo se rebeló contra los desmanes


de García Granados y de Barrios, y trató de juntarse con
los sublevados de Oriente; pero éstos no creyeron que lle-
gaba como amigo y aliado, sino que lo tuvieron por trai-
dor, y lo fusilaron no bien cayó en sus manos.

Y
aunque hubiera escapado de los fusiles de sus ad-
no se librara mejor si cae en poder de
versarios políticos,
Justo Rufino. Indignado éste porque Méndez Cruz inten-

—115—
tara imitarlo en el camino de la revuelta, publicó una
proclama en que califica de "criminal y escandalosa" la
actitud de Méndez Cruz; y luego de aplicarle duros cali-
ficativos, agrega que Cruz "debe ser severamente castiga-
do"; Justo Rufino está dispuesto a cooperar en la perse-
cución del "desleal", y da esta razón que no justificó su
conducta posterior: "pues no teniendo más haber que mi
propio honor y dignidad, quiero dejar para mi familia un
nombre ajeno a toda mancha".

Tal es el criterio de los revoltosos de oficio: abajo


son revolucionarios y arriba se transforman en los más
celosos guardadores de la paz, del orden, de la autoridad.
El derecho de rebelión que imaginaron para subir, lo con-
vierten en crimen el más horrendo una vez que gozan
del bien conquistado. La verdad es que así invierten to-
do el programa que les sirve para ascender.

La protesta armada se hizo sentir de nuevo desde


principios de 1872. Refiere un autor: "Terminó la rebe-
lión de 1871 y comenzó en 1872. Se sucedieron las ac-
ciones de guerra de El Matasano, la Sábana Grande, Co-
mayagua, Jalapa, Jutiapa, Mataquescuintla, El Rinconci-
to, las Montañas del Bongo, Esquipulas, Escuintla, la Sie-
rra de los Arrayanes, las Alturas de los Ajos, la hacienda
Jicampa, las cercanías de Pínula, la pendiente de las Nu-
bitas y la de los Guayabos".

Tal variedad de encuentros demuestra que la lucha


de guatemaltecos por reconquistar la libertad perdida
los
era tenaz y poderosa. Justo Rufino entretando no perdía
el tiempo. Desde Quezaltenango, donde continuaba de
Comandante, intrigó para que le resarcieran los daños que
la administración de Cerna le causó en El Malacate, cuan-
do lo perseguían por trastornador del orden. Se le man-
daron pagar cinco mli pesos oro en bonos de la deuda
convertida. (1)

En enero de 1873 García Granados hizo una visita a


losdepartamentos de oriente, pero antes depositó por se-
gunda vez la presidencia de Justo Rufino. Este hombre
de espada y chicote tenía a gala usar la pluma, no para

(1) Así lo informa su biógrafo-apologista don Casimiro Ru-


bio, 162.
pg. Esta indemnización parece ser distinta de la de
cincuenta mil pesos oro que referimos en el capítulo anterior,
tanto por la cantidad como por el motivo.

—116—
la elevada función de enseñar, sino para convertiría en
precursora de los rigores con que se proponía oprimir a
sus conciudadanos. El país continuaba revuelto a causa
del régimen imperante de iniquidades, mas en lugar de
suavizarlo si quiera fuese con palabras, Justo Rufino em-
puña la pluma y convierte esa noble arma en odiosa fus-
ta para descargarla con amenazas que luego se cumplan
a la letra.

"A los perturbadores, a los insurrectos" les hace sa-


ber Justo Rufino que está resuelto a "no tomar medidas
a medias"; que por generosidad de Partido Liberal (!) a
que pertenece, sólo les concede el " término preciso" de
quince días para que depongan las armas. Sus palabras
no deben tomarse como "vanos conceptos de proclama",
pues dispone de medios para "combatir y vencer la acción
salvaje que bajo pretexto de religión quiere destruir la
causa liberal, que es la causa de la moral, de la justicia
y del progreso de los pueblos" (!). Dice que comprende
la seria actitud que corresponde al Gobierno, y amenaza:
"para llenar la misión de concluir con los trastornadores
públicos no me detendré ante ningún obstáculo, ni haré
diferencia de clases ni personas. No se extrañen pues de mis
medidas: a grandes enfermedades, remedios radicales y
extremos". •

Y para demostrar que la amenaza no era vana, decre-


tó la Ley Marcial en toda la república.

Aquella revuelta tenía carácter religioso, era una pro-


testa contra los desmanes de Justo Rufino; pero éste, en
lugar de satisfacer los justos deseos del "pueblo soberano",
como lo quiere el sistema democrático proclamado por
aquellos caudillos, se valió nuevamente del poder supre-
mo para dar curso a su diabólica saña contra la religión
de Jesucristo.

En un santiamén suprimió el fuero eclesiástico, decre-


tó libertad de conciencia, permitió el libre ejercicio de
<la
todas las religiones y la libertad religiosa. Pero en ver-
dad, aquello no era más que un nuevo ataque a la reli-
gión católica, la única entonces en Guatemala. Pues al
mismo tiempo que se decretaba la libertad religiosa, el
catolicismo guatemalteco quedó sin ningún derecho, con-
vertido en un credo vitando, dañino, incompatible con el
nuevo régimen, y por lo tanto, digno de ser perseguido
hasta en sus más inocentes manifestaciones.

—117—
No faltó el escarnio a la proscripción tiránica del ca-
tolicismo. El decreto número 92 reza: la religión Cató-
lica, Apostólica, Romana será la "única protegida por el
gobierno, quedando bajo el mismo pié que guarda ahora
en virtud de las leyes vigentes y el Concordato celebrado
con la Santa Sede". (1)

Los motivos para establecer la libertad de cultos fue-


ron, entre otros,porque esa medida removía los obstáculos
a la inmigración extranjera; porque Ja libertad de cultos
no era un ataque a la Religión Católica, Apostólica, Ro-
mana; sino, al contrario, una garantía para ella, pues allí
donde existe esta libertad, el catolicismo se practica con
mayor pureza por razón de la competencia.

El artículo 4 ofrecía protección a los cultos no rela-


cionados con la religión católica. Esta promesa no debe
considerarse vana; si hubiera sido a favor del catolicismo
debía entenderse al revés, como vemos que sucedió en
otros casos. Pero tratándose de proteger a su dilecta
enemiga La Iglesia (his beloved enemy —
dice Burgess),
aquella protección fue efectiva durante la dictadura rufi-
niana.

¡Cuántas argucias. Bien dicho está que la hipocre-


sía es un tributo que la mentira rinde a la verdad.

Según Carranza, estos decretos los inspiró a Justo Ru-


fino el políticomexicano don Matías Romero. Los com-
promisos de persecución religiosa que aquél contrajo con
los masones mexicanos, eran más sagrados para Justo Ru-
fino que sus promesas de (libertad; de ahí que, mientras
hacía mofa de éstas, se apresuraba a cumplir aquéllos.
García Granados, cobarde para echarse estas responsabi-
lidades o para descubrir que sus propósito eran opuestos
a sus promesas y alardes de libertad, coopera a la mala
obra, apartándose temporalmente del poder para que su
colega haga a su antojo.

Dos de haber decretado aquella extraña


días después
protección al catolicismo,y como en el territorio guate-
malteco ya no quedaban Obispos, ni jesuítas, ni capuchi-
nos que expulsar, descargó Justo Rufino su cólera contra

(1) Diario Oficial llamado entonces El Guatemalteco, fecha


22 de marzo de 1873.

—118—
los canónigos. Al de la Merced Pbro. Juan C. Cabrejo,
y al Tesorero Pbro. Pedro García los destituyó de su ca-
nongía, los expulsó del territorio de la república "perpe-
tuamente", y declaró vacante aquellos cargos. El pretex-
to era el de siempre: que se mezclaban en política contra
el gobierno. La realidad era la misma: dejar a la iglesia
de Guatemala sin pastores, sin ministros para pervertir
fácil y prontamente al pueblo.

Y como si esta breve presidencia de Justo Rufino no


tuviera más objeto que aquella persecución, volvió Gar-
cía Granados al poder después de cuarenta días de ausen-
cia, cuando ya estaba consumada la obra de su colega.

La rivalidad entre García Grandos y Justo Rufino,


aunque disimulada, era patente y nadie la sentía más incó-
moda que el Presidente Provisorio. Queriendo García de-
finir de una vez por todas esta situación dudosa, se dedi-
có a pedir al pueblo que fallara entre él y su rival. Con-
tra la opinión de sus amigos y de su círculo político, con-
vocó a elecciones el día siguiente de haber reasumido el
poder.

Correspondía al Congreso Constituyente dar este de-


creto; pero, aunque estaba reunido, no se hizo caso de
él; como tampoco se reparó en que, no habiendo aún una
constitución, mal podía haber un presidente constitucio-
nal. Los motivos para este paso eran, según el decreto,
la "intranquilidad en que se encontraba el país". Un
cambio de nombre, si el presidente en vez de llamarse
"provisorio" se llamaba "constitucional", "podría, en mu-
cha parte, contribuir a restablecer la confianza y volver
la calma al país".

En el fondo, otros eran los motivos. Wyld Ospina di-


ce que por celos Barrios desplazó a García Granados; y
Mr. Burgess, que el Presidente Provisorio prefirió entre-
gar la presidencia de grado antes que se la arrebatara a
la fuerza el "Gigante de los Altos".

Procediendo con su mente dictatorial, el propio Ejecu-


tivo emitió una ley electoral adecuada; y así y por el es-
tado de tiranía en que se hallaba el país, no se presenta-
ron más que dos candidatos: Miguel García Granados y
Justo Rufino Barrios.

—119—
Desde luego Justo Rufino obtuvo mayor número de
votos, pero la elección fue un fracaso desde el punto de
vista de manifestación popular. En toda la república el
número total de votos ascendió a 8,707. En la capital
votaron solamente 387 ciudadanos, número bajísimo si
se atiende a que la población de Guatemala de esa época
se calculaba en millón y medio de habitantes. Así quedó
demostrado que Justo Rufino no era popular, ni se acep-
taban sus métodos de violencia, persecución y despojo.
La dictadura vitalicia que iniciaba con esta farsa de de-
mocracia iba condenada desde su origen con la censura
tácita del pueblo guatemalteco; el cuál, careciendo de li-
bertad para manifestar su favor a otros candidatos, re-
probaba la usurpación con su silencio.

Con esta ocasión el biógrafo Mr. Burgess expone cru-


damente un rasgo del sistema democrático instaurado por
García Granados y Justo Rufino. Dice así, refiriéndose a
la elección presidencial, piedra de toque del régimen re-
publicano:

"Como de costumbre, en tales casos, no hubo verda-


dera oportunidad para que el pueblo expresara en los co-
micios su voluntad. La mayoría del pueblo estaba, sin
lugar a duda, bajo la influencia de la Iglesia y en favor
del régimen clerical (1). El resultado entre conservado-
res y liberales había sido decidido por la fuerza de las ar-
mas; la mayor parte de los jefes conservadores se halla-
ba en el destierro, y desde luego no se presentó candidato
clerical a las elecciones".

Como para confirmar este aserto, Mr. Burgess nos ha


conservado los recuerdos que le trasmitió personalmente
uno de los que votaron por Justo Rufino en aquella elec-
ción.

" —
Por entonces me encontraba en el ejército —
re-
fiere aquel testigo presencial — prestando mis servicios
,

en el fuerte de San José en la ciudad de Guatemala.


Cierto día nos llamó a su oficina el Coronel y nos pregun-

(1) En realidad no hubo en Guatemala tal régimen clerical


antes de 1871, ni contaba con partidarios. Los regímenes de
Carrera y Cerna dejaron en libertad a la Iglesia Católica y
aun la protegieron. Tal modo de gobernar agradaba al pueblo
guatemalteco; pero mal puede llamarse régimen clerical al de
los gobiernos que, al respetar la opinión de la mayoría, cum-
plen con una de los principios más esenciales de la democracia.

—120—
tó a quién queríamos de presidente, si a García Granados
o a Barrios. Todos respondimos que queríamos a Barrios,
porque Chafandín era muy viejo y muy lento: mientras
Barrios daba una docena de órdenes y hacía moverse to-
do un regimiento, Chafandín se preparaba, entre boste-
zos, a pensar sobre el asunto. Barrios era dinámico, y por
eso le dimos el voto".

Fue, pues aquella, una elección del ejército.


Al tiempo que tuvo efecto, Rufino se hallaba frente
a sus tropas ocupado en pacificar a Oriente. Cuando le
notificaron que estaba electo presidente, dijo:

—Regresaré para aceptar el cargo cuando haya ter-


minado la pacificación de estos pueblos, después de some-
ter a los rebeldes.

El 4 de junio de 1837 Justo Rufino tomó posesión de


la presidencia constitucional sin constitución. No pres-
tó el juramento acostumbrado ante el Arzobispo, y como
todavía lo hizo García Granados. Justo Rufino rompió es-
ta tradición. En realidad no había Obispo porque él lo
había desterrado, pero quedaba el Gobernador de la Ar-
quidiócesis. Tomó posesión ante el Presidente del Con-
greso Constituyente, y prometió no con juramento, sino
"bajo su palabra de honor", que gobernaría a su país del
modo más conveniente a sus intereses.
El Presidente de la Asamblea lo llamó padre del pue-
blo, y le manifestó que la patria esperaba el restableci-
miento de la paz y el adelanto en la vida de la legalidad.
Como quien dice, luego que volvamos a lo normal, es pre-
ciso renunciar a la dictadura y gobernar con la ley. A lo
que Justo Rufino repuso, a manera de promesa: "Los sen-
timiento que acabáis de manifestar respecto al bien de
Guatemala, me animan en alto grado. En gran parte to-
do depende del círculo que me rodea, de la gente honra-
da cuyo concurso espero. Por lo que a mí toca, mi inten-
ción es hacer el bien, y para lograrlo no omitiré los me-
dios de que pueda disponer".

Ya veremos cómo cumplió su promesa.


En uno de sus períodos de promesa, se acaloró de tal
modo Rufino que, al poner la mano en la carpeta de la
mesa lo hizo como quien asiesta un verdadero zarpazo, y
las plumas y los tinteros volaron con la explosión, man-
chando de negro la mesa y el suelo.

—121—
Caso insólito. Al mismo tiempo que Justo Rufino
perseguía con tal saña a la Iglesia Católica y prescindía
del juramento ante el Prelado, asistía al templo el día de
su toma de posesión a oir el Te Deum que con ese motivo
cantó la autoridad eclesiástica. Bajo un dosel preparado
especialmente en la nave central para el presidente, sen-
tóse Justo Rufino vestido con rico y ostentoso traje mi-
litar.

Quiso con esto Rufino engañar los sentimientos ca-


tólicosde los guatemaltecos, pero no consiguió sino hacer
patente su hipocresía, pues nadie creyó que fuera since-
ro aquel acto piadoso de quien tan despiadadamente per-
seguía a la Iglesia en sus ministros, en sus leyes y en
sus bienes.
Fue esa la primera y última vez que
se le vio en una
Iglesia, y la única que atavíos militares de gala.
vistió
Fuera de que su educación campestre le hacía odioso to-
do traje de etiqueta e insoportable cualquiera imposición
protocolaria, vio claramente que tenía muy largo el busto
y muy cortas las piernas para lucir levita y entorchados
de general.
En la proclama que ese día Justo Rufino lanza a sus
conciudadanos, nos informa que él había renunciado a
tan eminente cargo como es la presidencia de la repúbli-
ca, pues cree sinceramente que carece "de las aptitudes
y dotes necesarias para desempeñarlo".
Es un rasgo del carácter de Rufino esta falsa modes-
tia, este fingido desapego de los puestos públicos, junto
con el deseo de hacerse rogar, tanto para descubrir inten-
ciones como para comprometer voluntades. Ya hemos lla-
mado la atención sobre estas reconditeces de su psicolo-
gía; y tendremos ocasión de observar cuan constante fue
en él durante toda su vida pública este aspecto de su al-
ma, tan profundamente estudiado por Shakespeare en la
vida y muerte del pérfido Ricardo III de Inglaterra.
A par de esta característica, militan en aquel docu-
mento su fanfarronería y el prurito de presentarse siempre
como abnegado servidor del pueblo y patriota insuperable.
En la referida proclama agrega que aceptó la primera
magistratura a causa de las difíciles circunstancias en que
se encontraba el país, amenazado de invasión exterior, y
conmovido por la revuelta externa. Esto ha hecho a Justo
Rufino "olvidarse de sí mismo para sólo acordarse de sus

—122—
compromiFOS políticos y de los deberes que le impone la
Nación".

Sigue la amenaza de costumbre contra los ingratos, con-


tra los conspiradores, contra los que abrigan criminales pro-
pósitos. . ¡Ay de ellos!
. A
estos reprimirá "con energía
y entereza, cualquiera que sea su condición o clase".

Concluye con la promesa, siempre desmentida por los


hechos: "No ambiciono el mando y jamás lo sostendré
por la fuerza de las bayonetas, sino por la de la opinión
pública. Enco minaré todos mis esfuerzos a establecer la li-
bertad y el orden, bajo el imperio de una paz benéfica; y
tan pronto como logre esta aspiración que me alienta y en-
tre el país en una nueva era de felicidad y grandeza, volve-
ré a la vida privada que tanto anhelo y de la cual me han
hecho salir los acontecimientos, el amor a la causa que de-
fiendo, al pueblo y a la patria, a quienes debemos todo
género de sacrificios".

El que prometía "volver a la vida privada" cuando el


país hubiera entrado en una nueva era de felicidad, no ba-
jaría de la presidencia sino por el poder de una bala y des-
pués de doce años de dictadura. Es verdad que para aque-
lla fecha Guatemala no había entrado aún a su "nueva era
de felicidad".

Pronto tienen efecto dos acontecimientos que dan la


medida delcriterio moral de Justo Rufino.

El 28 de junio perdona la vida y concede libertad com-


pleta a un tal Bartolomé Cóbar condenado por los delitos
de "hurto, deserción y traición", sentencia que había con-
firmado la Corte de Apelaciones.

Cuatro días después, el 2 de julio, Justo Rufino, por


medio de otro decreto ejecutivo, manda "extrañar perpe-
tuamente" de la república al Gobernador del Arzobispado,
Pbro. Francisco Apolonio Espinosa y Palacios.

Ambos sucesos obedecieron al siniestro plan de per-


vertir a Guatemala. Por una parte, Justo Rufino necesita-
ba rodearse de gente maleante; y por otra, le era indispen-
sable descabezar a la Iglesia Católica guatemalteca. El pre-
texto para expulsar al Gobernador del Arzobispado traía
sus raíces desde que Justo Rufino llegó a la presidencia en
calidad de interino.

—123—
Para reponer a los canónigos destituidos y desterrados,
Justo Rufino nombró a los Pbros. Pedro Vicente Batres, Án-
gel María Arroyo y Tomás Ortega, clérigos adictos a su
persona y dóciles a sus propósitos. El Gobernador del Ar-
zobispado, Dr. Espinosa, se negó a reconocer estos nombra-
mientos porque Justo Rufino carecía de facultades para
hacerlos, ya que la desposesión de las canongías la había
efectuado contra derecho y con violencia; y por ello, en
realidad no habían vacado. Además, Justo Rufino mal po-
día llamarse patrono de la Iglesia de Guatemala, pues tal
título lo estableció el Concordato de 1852, que el propio
Rufino había violado y roto arbitrariamente de hecho; y no
era equitativo que subsistiera sólo para lo que convenía a sus
planes de atacar al catolicismo. A fin de suavizar la nega-
tiva, el Sr. Espinosa prometió someter en consulta el caso
a la Santa Sede.
Contra esto argumentó el ministro de Barrios dando
razones fútiles, agregando que el gobierno sólo quería la
paz y la conciliación de los grandes intereses sociales: "la
libertad y la religión bien entendida". Es decir, entendida
como le convenía interpretarla a Justo Rufino; quería ha-
cer de la religión lo que había hecho de la libertad, de la
justicia, de la democracia, de la dignidad personal, y definir:
esto es cristianismo; no lo que predicó y selló con su muer-
te Jesucristo.

Otra vez dijo la Iglesia de Guatemala: ¡Non possumus!


¡No podemos transigir con la iniquidad!; y otra vez sufrió
martirio en sus ministros.

Pero el proceso iba a continuar todavía por los veri-


cuetos de una hipócrita moderación, dando pretextos que
sólo convencen a la falta de razones verdaderas y de peso.
El gobierno se dirigió al Deán del Cabildo Eclesiástico en
forma melosa y de estudiado respeto, pidiéndole lo que
aquél no podía conceder: que persuadiera al Dr. Espinosa
a que abandonara su puesto. Acusaba el gobierno al Dr. Es-
pinosa de participar en el movimiento reaccionario, de ex-
plotar la sencillez de los pueblos para lanzarlos a que es
rebelaran contra la autoridad; y como única prueba se adu-
cía la de que el Sr. Gobernador del Arzobispado era pariente
cercano de don Enrique Palacios, opositor al gobierno de
Justo Rufino, y quien por entonces trataba de levantar una
revolución contra éste.

El Dr Espinosa envió su renuncia al Cabildo Eclesiásti-


.

co; pero este cuerpo, haciendo justicia al perseguido, no le

—124—
admitió la dimisión, antes al contrario, aprobó su actitud
con estas palabras que fueron trascritas al ministro de
Barrios:

"El Cabido responde al Dr. Espinosa y considera que,


estribando la resolución de renunciar "en arbitrarias impu-
taciones que sin prueba ni fundamento alguno se hacen
contra su persona, y estando el mismo Cabildo por otra
parte, plenamente satisfecho de la rectitud y pureza de la
conducta pública y privada de V. S., no estima suficientes
dignas de atención algunas causales que lo impelen a sepa-
rarse del Gobierno de la Diócesis, y cree, por el contrario,
que V. S. está en el caso de continuar ejerciendo el cargo
con que el limo, señor Arzobispo se sirvió honrarlo, una
vez que a ello se halla resignado".

Cuando Justo Rufino comprendió que su nueva víc-


tima no estaba dispuesta a apurar por su misma mano la
cicuta mortal; asumiendo la actitud cómica de ofendido cu-
ya generosidad se desprecia, o como él dijo, agotados sus es-
fuerzos en pro de la paz y armonía entre las autoridades
Civil y Eclesiástica, descargó el golpe final. Se expulsó a
perpetuidad del territorio de Guatemala al Gobernador del
Arzobispado, Pbro. Dr. Francisco Apolonio Espinosa y Pa-
lacios. Los fundamentos del decreto son los siguientes, sa-
cados de la cabeza de Justo Rufino, pues no hubo proceso
ni comprobación de los cargos: El Sr. Espinosa no había
guardado en sus relaciones con el Gobierno, la armonía y
respeto que corresponden; auxilió a la facción de Oriente;
se opuso a cumplir los acuerdos del Gobierno sobre nombra-
miento de Canónigos; hostilizaba constantemente al Go-
bierno.

Ninguno de estos motivos, ni aún comprobados, era


suficiente par imponer una pena tan cruel a una persona
de la edad y posición del Dr. Espinosa. Pero era necesario
descabezar a la igleisa de Guatemala y casi siempre los des-
cabezadores no tienen más argumento que el de la fuerza.

125—
CAPITULO XIII.

MAS EMBROLLOS Y DESPOJOS.


La saña
anticatólica de Justo Rufino no debía ceñirse
a perseguir a
los Jesuítas de Guatemala. Su política de
influencia en el resto de Centro América tomó origen de
aquella inquina.

Cuando ejerció por segunda vez la presidencia interi-


na envió a Costa Rica una misión diplomática a cargo del
Pbro. Martín Mérida. Este clérigo, según Rubio, "era uno
de los pocos sacerdotes honestos que simpatizaban con los
liberales". Pocos eran, pues, los sacerdotes buenos que apo-
yaban a Justo Rufino; y en cuanto a Mérida, el objeto de su
misión deja muy en duda su lealtad a la religión católica,
y por consiguiente, la honestidad de que lo reviste aquel
biógrafo apologista de Rufino.

El Dr. Mérida estaba bien escogido. Había hecho sus


estudios en San José; fue cura de algunas parroquias en
Costa Rica; ejerció de Vicario Foráneo en el Guanacaste,
y desempeñó de Rector en el Seminario josefino.

A fines de febrero de 1875 fue recibido oficialmente


por elPresidente Guardia. En su discurso de recepción
dijo que su embajada llevaba por objeto suscitar la unión
de Centro América. Pero la realidad secreta era otra,
y la revelaron más tarde el propio presidente Guardia y
su ministro don Vicente Herrera, en sendos documentos
oficiales. Aquella misión tenía por objeto proponer al go-
bierno de Costa Rica la alianza del gobierno de Guatema-
la para hacer inmediatamente la guerra a Nicaragua, ex-

—127—
puisar ae aui a ios jesuítas, arreglar ei pieito ae ironteras
entre Nicaragua y Costa Rica de acuerdo con las pretensio-
nes de ésta; y finalmente, afianzar los principios liberales
en Centro América.

La propuesta del Dr. Mérida fue rechazada por el go-


bierno de Guardia. Pero Justo Rufino no se dio a partido.
Inmediatamente que regresó el Dr. Mérida, envió al Gral.
Buenaventura Carazo a Nicaragua con iguales propuestas
de expulsar a los jesuítas, y formar alianza para derrocar
al gobierno de Guardia. Esta vez el plenipotenciario lleva-
ba a un mismo tiempo, para mayor influencia, la represen-
tación de El Salvador.

Tampoco fue un éxito esta misión. Nicaragua rechazó


la medida de expulsar a los Padres de la Compañía de Je-
sús mientras no se les: "Compruebe alguna ingerencia en la
política del país, o que cualquiera de las altas partes con-
tratantes demuestre con pruebas convincentes que los PP.
Jesuítas son perjudiciales a la consolidación de la paz in-
terior". La alianza se convirtió en defensiva, y de este mo-
do Nicaragua soslayó el peligro y salvó la integridad de su
autonomía.

Tal era la política desconcertante de Justo Rufino di-


rigida por la pasión de perseguir a los jesuítas, ya lanzan-
do a Costa Rica contra Nicaragua, ya a ésta contra aqué-
lla; pero fracasó en ambos intentos porque los presidentes
Guardia y Quadra habían estipulado en su entrevista de
1872 que "no se dejarían poner en nada la ley por El Sal-
vador y Guatemala".

Mientras Justo Rufino trataba de dominar a Nicara-


gua y Costa Rica por medios diplomáticos entretanto le era
posible meterles una revolución armada, no apartaba el ojo
de Honduras donde, después de la guerra de 1872, había
colocado en la presidencia a don Céleo Arias, de acuerdo
con el Presidente González de El Salvador.
A pesar de este cambio, no cesaba la protesta bélica en
el Oriente de Guatemala. Paisanos bien armados con una
constancia sin igual mantenían en aquel lugar la guerra ci-
vil llamada de "los remicheros", porque los que la hacían
comenzaron con Remingtons y Shere, bastones de encina,
y con machetes. En verdad era la misma revuelta iniciada
en 1871 que tenía sus treguas; el gobierno de Rufino había
sido impotente hasta entonces para debelarla del todo.

—128—
Ahora, mediando 1873, se hacía contra Justo Rufino
otro esfuerzo armado para echarlo del poder. Don Enrique
Palacios había conseguido, con la complicidad del Presiden-
te Guardia de Costa Rica, armar en Puerto Limón el vapor
" General Sherman", al cual le mudó el nombre por el de
"Coronel Ariza"; pero no así la bandera norteamericana,
bajo la cual continuó navegando.

Palacios apareció en la costa norte de Honduras, lugar


que intentaba convertir en base de sus operaciones contra
Justo Rufino. Mas éste se movió con presteza; lo mismo
hicieron sus aliados Honduras y El Salvador. Palacios
logró desembarcar, pero fue derrotado en el río Chamelecón
por el general guatemalteco Solares.

Estos acontecimientos dieron oportunidad a Justo Ru-


fino para intervenir de modo más directo en los asuntos
internos de Honduras para desgracia de ese país que se ve-
ría sometido a ruinosas agitaciones, lo que duró la dictadu-
ra de Rufino en Guatemala.

El Presidente González de El Salvador, procediendo de


acuerdo con Justo Rufino, escribió al Presidente Arias de
Honduras pidiéndole "amistosamente" que resignara el po-
der. La presidencia de don Céleo Arias era hechicera de
Justo Rufino, y sin embargo, éste quería arrojarlo del go-
bierno poco después de un año de establecido.

Naturalmente que Arias se negó a complacer, con aquel


acto amistoso, a sus colegasy correligionarios de El Salva-
dor y Guatemala. Entonces éstos se entrevistaron en Chin-
go (l 9 de Noviembre de 1873) y convinieron en derrocar
por la fuerza al Presidente Arias con los ejércitos que ha-
bían metido a Honduras para defenderlo, y colocar en su
lugar a don Ponciano Leiva.

Asediado Arias en Comayagua, resistió siete días de


rudo combate, al cabo de los cuales hubo de capitular. (1).

Luego tratarán de excursa sus apologistas Carranza y


Rubio estos crasos errores de Rufino, diciendo que Gonzá-
lez "lo engañó". ¡Vaya una defensa! Preferir que su héroe

(1) Mr. Burgees dice "True patriot that he was, The Later
(Arias) fielded his post rather than cause bloodshed by cling-
ing to it." Pero Grinaldi describe con detalles cronológicos
la batalla. (Pgs. 60-1).

—129—
se convierta en un xonto aecapirote, antes que presentar-
lo como político antojadizo, empeñado siempre
versátil,
en corregir graves errores con otros más graves.

Notamos este prurito de los biógrafos parciales a Justo


Rufino, porque no sólo en esta ocasión, sino en todas donde
la obra del dictador aparece chasqueada, se dice que
"fue engañado".

Mientras Justo Rufino a su antojo quitaba y ponía rey


en Honduras —"proyectos maquiavélicos en provecho de
sus propios intereses" llama a estos manejos él historiador
hondureno Salgado —
no perdía el tiempo de asestar otro
,

golpe a su boloved enemy the Chuch. De un solo pluma-


zo, sin necesidad del Congreso, Justo Rufino despojó a la
Iglesia de sus bienes.

Claro que no faltaron los considerandos para dar color


de honestidad y de progreso a aquel sacrilego robo.
Aquellos bienes de "manos muertas" eran "uno de los
mayores obstáculos para la prosperidad y engrandecimien-
to de la República"; disminuían el trabajo, contrariaban el
progreso de la agricultura, se empleaban para fomentar y
sostener la facción en lugar de aplicarse a objetos eclesiás-
ticos.

Además, y para acallar los gritos de la conciencia, se


consideraba que la consolidación de los bienes de manos
muertas "no perjudica el derecho de propiedad"; que el
gobierno hará una administración de esos bienes "más fá-
cil, clara, provechosa y moral"; que con ese dinero funda-
rá una institución de crédito que impulsará la agricultura;
y repite, para espantarse el estorbo de un escrúpulo fijo:
que ese despojo "no ataca el derecho de propiedad"; que
el Presidente usa de las facultades que tiene sobre los es-
tablecimientos e instituciones morales "que deben su exis-
tencia a la ley"; y finalmente que por razón de "utilidad
pública" puede variar la "administración" de bienes de
manos muertas.
Fundado en estos pretextos, Justo Rufino declaró: "Se
consolidan: 1? Los bienes raíces, muebles, semovientes, de-
rechos acciones, capitales a censo o a crédito, fideicomisos
dejados a la Iglesia o para usos piadosos y los demás, sin
excepción alguna, de las iglesias, monasterios, conventos,
santuarios, hermandades, ermitas, cofradías, archicof radías
y de cualesquiera comunidades eclesiásticas así seculares
—130—
como regulares; 2^ Los de los hospitales, hospicios, casas
de misericordia, de enseñanza, de ejercicios espirituales,
congregaciones y de cualesquiera otros establecimientos de
esta clase, y congregaciones sea cual fuere la denominación
que tengan. Y 3 9 Los de encomiendas, memorias, obras
pías, legados y donaciones piadosas y cualesquiera otras
fundaciones o vinculaciones que existan, tanto eclesiásti-
cas como laicas".

Para completar nuestra información imparcial sobre


este trascendental acontecimiento que así infringía uno de
los principios básicos del orden social, el derecho de pro-
piedad, copiaremos lo que acerca de tal suceso refiere el
Lie. Manuel Valladares.
Dice él:
"Con esas disposiciones
se arrebatan al clero gran par-
te de su influjo, reduciéndolo a pobreza, con el fin de que
su alianza con los enemigos del gobierno fuera de menor
peligro para éste, y el de facilitar la subsiguiente y más
implacable persecución religiosa; y al propio tiempo se ha-
cían los hombres del gobierno con cuantiosos bienes para
labrar o improvisar fortunas personales y hacer frente a
las exigencias de los coadyuvantes de la revolución.

"Los bienes eclesiásticos consistían en los espaciosos


edificiosde los Conventos para las asociaciones monásticas,
adquiridos generalmente, y siempre edificados, con donati-
vos de particulares o con la dote de las profesas; en ha-
cienda y terreno eclesiástico de cofradías, y en fincas ur-
banas; en plata labrada, vasos sagrados y joyas de culto,
y en censos o cantidades dadas en calidad de mutuo. En
este último concepto la Iglesia constituía una verdadera
especie de Banco Agrícola, una institución hipotecaria mer-
ced a la cual se habían formado grandes empresas de cam-
po y fortunas apreciables, así como se había atendido a la
edificación y embellecimiento de la Nueva Ciudad de Gua-
temala. El bajo tipo de interés que cobraba la Iglesia que
jamás pasó del 6% al año y que en ocasiones bajaba al
cuatro o cinco, los plazos largos e indefinidos, las facilida-
des brindadas para la amortización del capital y morato-
ria frecuentemente concedidas, todo esto hacía de los bie-
nes y préstamos eclesiásticos un factor de primer orden en
el bienestar económico y un estímulo para la producción y
el trabajo.

"Sin analizar la injusticia que entraña todo despojo,


y considerando estas leyes de apropiación fiscal solamente

—131 —
desde el punto de vista de la conveniencia material del Go-
bierno y del provecho general de la Nación, se diría que
el cambio de dueño de esos capitales movilizaba la pro-
piedad y no alteraba en nada la riqueza pública; pero no
fue así, absolutamente, porque más de diez millones de pe-
sos en oro realizados de los créditos y valores de la Iglesia
se exportaron al exterior para constituir un fondo seguro
en la fortuna particular del general Barrios; la cual signi-
ficó un gran desequilibrio económico que se tradujo en al-
za del interés, escasez de moneda circulante y angustia de
trabajo. Los bienes raíces se repartieron entre los prote-
gidos del Gobierno y éste aprovechó poco de esos dineros
de la Iglesia para atender a la pública necesidad y servi-
cios oficiales; si bien bastantes de las edificaciones se des-
tinaron a oficinas del Estado. Posteriormente corrieron
suerte análoga las fundaciones y bienes, los Institutos de
Beneficencia, como hospicios, casas de huérfanos, escuelas
pías y hospitales".

Después de este despojo, Justo Rufino fundó un Ban-


co Agrícola Hipotecario con los fondos consolidados de ma-
nos muertas, los cuales, para tal objeto, debían ingresar a
una Tesorería Especial. Sin embargo, por lo que nos cuen-
ta el Lie. Valladares, esto no era más que un pretexto pa-
ra encubrir el verdadero destino de la mayor parte de
aquel dinero robado a la Iglesia: formar el capital priva-
do de Justo Rufino, y halagar a sus paniaguados.
La consolidación o despojo de bienes eclesiásticos dio
ocasión a una anécdota que muestra el carácter irregular
de Justo Rufino, o por lo menos que aún quedaban en él
residuos de su prístina fe.
Su hijo Antonio Barrios refería que él presenció la
siguiente escena.

Se presentó un día ante Justo Rufino el General Va-


lerio Irungaray, Presidente del Tribunal de Consolidación.
Tal era el nombre del tribunal encargado de liquidar los
bienes confiscados a la Iglesia. Irungaray llevaba un abul-
tado envoltorio. Cuando Rufino lo vio entrar con el pa-
quete, preguntóle:

—¿Qué hay de nuevo, Valerio?


—Mandé a quitar corona de oro a esa
la tal por cual
Virgen del Rosario, y aquí se la traigo.

Y descubriendo el envoltorio mostraba la preciosa co-

—132—
roña, rica de oro y piedras de la Virgen del Rosario, que
aún se venera en la iglesia de Santo Domingo de Guate-
mala. Justo Rufino dio un puñetazo en la mesa, y con
gran cólera increpó a Irungaray:

— ¡Gran jodido, vaya inmediatamente a devolver esa


corona! ¿No ve que yo soy cofrade de la Asociación de la
Virgen del Rosario?

Y en efecto, personas fidedignas han asegurado al au-


torque el nombre de Justo Rufino está todavía en el libro
de la Asociación que se conserva en Santo Domingo de
Guatemala.

La conducta de Justo Rufino con la Iglesia no contri-


buía ciertamente a aplacar a los pueblos sublevados precisa-
mente contra aquellos abusos. La guerra de los remiche-
ros continuaba en el Oriente sangrienta y destructora.

La captura de Tomás Melgar, uno de los cabecillas más


bravos que mantenían la rebelión, señaló que estaba cerca
la completa debelación de aquel movimiento que llegó a du-
rar tres años.

Melgar no fue fusilado, como aconteció con casi todos


los que caían en manos de Rufino. Fue uno de esos rasgos
contradictorios o excepcionales del carácter de Barrios.
Quizás le perdonó la vida por llevar la contraria a Melgar.
Vale la pena relatar la anécdota que pone frente a frente
a dos caracteres opuestos que acaban por comprenderse sin
identificarse.

Melgar era guerrillero desde los tiempos de Carrera,


cuando a su lado triunfó en los campos de la Arada. En
la acción de los Guayabos resultó herido y cayó prisionero
de Justo Rufino. Fue éste a conocerlo atraído por la fama
del valeroso caudillo. Hizo que le acercaran las perihue-
las donde reposaba el herido. Justo Rufino le preguntó:

— ¿Por qué no me quieres?


—Porque Ud. es un hombre malo para Guatemala
—contestó valiente Melgar.
el

— ¿Y qué parece ahora


te si mismo te mando fusilar?
—preguntó Barrios.
—133—
—Puede fusilarme cuando quiera; soy su enemigo y lo
seré mientras viva.

Pero Justo Rufino no hizo tal, sino cuidó de curar a


Melgar, y una vez que éste se halló sano, quiso seguir con
su prisionero el juego del gato y el ratón. Otra vez en su
presencia, Justo Rufino preguntó a Melgar:

—Ya te encuentras sano, dime ¿qué hubieras hecho


conmigo si me agarras?

. . .
.
—Lo que Ud. hará conmigo: fusilarme; hágalo, que yo
no temo a la muerte.

—Yo no a fusilo los valientes. Quedas en libertad


—contestó Justo Rufino, —
. .

y agregó: tienes a sus órdenes


un par de bestias para tí y otro compañero.
—Gracias, todavía tengo de qué vivir, no quiero deber-
le nada a nadie.

Cuando ya se marchaba, Justo Rufino tuvo una inspi-


ración para domar a aquella naturaleza bravia.


Para probarte que tengo fe en que vas a ser un hom-
bre, te entrego a mi hijo Antonio; es enfermizo; llévalo a
tus montañas, cuídalo como a tus propios hijos y devuél-
vemelo fuerte y sano.

El remichero aceptó, y se dice que desde entonces no


fue más adversario de Barrios.

Los parientes recriminaron a éste.


Pero, Rufino, ¿estás loco para entregar tu hijo a tu
peor enemigo?


Es un valiente ese Melgar, ningún valiente asesina a
un niño; él será con Antonio más efectuoso que yo sen- —
tenció Rufino. (1).

Cuando Justo Rufino regresaba a Guatemala después


de la entrevista de Chingo, pasó por los pueblos desvastados
de Oriente. Prodigó allí buenas palabras, mucho dinero en

(1) Referido por las nietas de Barrios que viven en Guate-


mala.

—134—
calidad de indemnizaciones, hizo carreteras de bueyes, y
promulgó una amnistía muy amplia que amparaba a todos
los revolucionarios desde 1871, incluyendo los de Palacios
y hasta los desertores de las filas del gobierno; fundó un
hospital y un instituto de enseñanza.

Esta política, el cansancio de la guerra, la poca espe-


ranza de triunfar, la captura de Melgar, todo contribuyó
a la pacificación de Oriente que poco tiempo después fue
definitiva.

Nose omitió el epílogo sangriento con algunos fusila-


dos. Florencio Telón, Luciano Guzmán y el Capitán Va-
lentín del Cid fueron ejecutados en la Plaza de Armas de
Guatemala. Los tribunales ordinarios los sentenciaron por
delitos comunes; pero en el fondo era por castigar en ellos
la rebelión, ya que se trataba de hechos consumados en la
guerra. La sentencia contra el Capitán del Cid lo expresa
sin lugar a duda. Se le condenaba "por reincidencia en el
delito de rebelión".

El "derecho de rebelión' proclamado otrora por Rufino,


'

se convertía en "delito" ahora que él "inspiraba" a los tri-


bunales de justicia.

Otros fueron muertos sin la forma paliativa de una


sentencia por delitos comunes. A
Laureano Acosta lo fusi-
laron en Chiquimula y a Darío Lorenzana en Jalapa. Se
sabe de éstos, pero ¿cuántos más caerían bajo la bala ven-
gadora?

135—

CAPITULO XIV
EL PATRÓN SE CONVIERTE EN
SUPERINTENDENTE DE MONJAS.
Estaba empeñado Justo Rufino en romper con el pasa-
do aunque fuera a costa del presente. Fiel a esta consigna,
promulgo una ley que declaraba de curso legal las águilas
de Chile y los soles del Perú. La moneda circulante en
Guatemala era de mejor ley que las de aquellos países,
pues tenía 900 milésimas de fino; mientras que las chilena
y peruana sólo contenían 835. Se cumplió la regla de que
la moneda mala desaloja a la buena; y así, la plata y el oro
acuñados en Guatemala emigraron con perjuicio de la eco-
nomía nacional. "Uno de los móviles —
escribe Valladares
de semejante desacierto fue la pequenez política que no
quería tolerar la circulación de onzas de oro y piezas me-
nores y pesos de plata acuñados con el busto del ex-presi-
dente General Carrera, cuya memoria se deseaba proscri-
bir".

También causó mucho daño a la Hacienda Pública la


infructuosa guerra contra Honduras, y el ensayo del Banco
Nacional, "del cual se aprovecharon algunos políticos con
detrimento del Erario y de la honra del gobierno, así como
en perjuicio de muchos particulares. Parecido resultado
alcanzó el Banco Popular, que consumió dinero de la cla-
se media". (Valladares).

Para llenar los huecos que causaban estas malhadadas


"reformas", estaban la Iglesia, la enemiga favorita de Justo
Rufino, con lo que aún le quedaba después de los primeros
despojos.

—137—
La Iglesia, como dice Mr. Burgess, era aún poderosa.
Unos cuantos decretos no habían podido dar en tierra con
su tradicional influencia; por otra parte, Justo Rufino veía
siempre en ella magníficas oportunidades para llamar la
atención pública con una persecución ruidosa; y sobre todo,
y de paso, una fuente inagotable con que rellenar las exhaus-
tas cajas del erario.

Tomando por base el decreto que disolvió todas las ór-


denes religiosas y confiscó sus propiedades, consideró Ru-
fino que aún quedaban muchos conventos de monjas, los
cuales eran "un obstáculo social y económico"; que sin em-
bargo, por el sexo merecían especial consideración; que
era necesario declarar "el principio de que el Estado no
puede consentir nuevas profesiones con voto de perpetuidad,
por entrañar éstas la renuncia de los derechos de la per-
sonalidad humana, suicidio moral que las socieda-
des y los gobiernos no deben tolerar sino impedir resuelta-
mente, sirviéndose de la autoridad basada en la ley"; (?)
que se aplicaría "en todo su vigor el principio de libertad
individual, por el que las personas vinculadas con los votos
de la profesión, pueden desligarse de ellos, por oponerse
su perpetuidad a las leyes superiores e inviolables de la
Naturaleza".

Se refiere que en tal ocasión Justo Rufino dirigió per-


sonalmente a las monjas esta arena:

—Estáis llevando una vida tan contraria a la naturaleza


como y mal gastando vuestro tiempo con rezos y de-
inútil,
vociones que de nada bueno sirven al país. Debéis tener
hijos que más tarde sean soldados de la patria.

Como consecuencia, ordenó que en término de 10 días,


los conventos de religiosas debían reducirse: las monjas
serían trasladadas al local que se designara. Prohibía ha-
cer nuevas profesiones en los conventos, suprimía por com-
pleto los Beateríos, Hermandades, Ordenes, Ordenes Terce-
ras, y como remate, declaraba "nacionalizados" (i. e. confis-
cados) los edificios de aquellas religiosas, y a ellas les asig-
naba la suma de 20 pesos mensuales para la subsistencia.

También fueron suprimidos dos importantes centros de


enseñanza a título de "reforma". El Colegio Tridentino,
destinado a la instrucción superior, porque se necesitaba
su edificio para la Universidad Nacional; y el Colegio Ma-
yor, porque ya no era necesario, pues las cátedras de Teo-

—138—
logia y Cánones que en él se enseñaban, habían sido crea-
das en la Universidad. (Como quien
dice: donde existen
varias escuelas, hay que cerrarlas todas, menos una). El
Colegio Mayor estaba dirigido por los Padres de San Vi-
cente de Paúl, y esta era la verdadera razón para suprimirlo.

Otro nuevo acto de persecución religiosa fue prohibir


a los sacerdotes el uso del traje talar. El considerando pa-
ra justificar esta medida, es para hacer reír a cualquiera.
Dice: "Que decretada la abolición de tratamientos pura-
mente honoríficos, deben en consecuencia prohibirse los
distintivos del traje sacerdotal, que legados por la antigüe-
dad, en que los hombres estaban divididos en castas, son
en el día un anacronismo desconocido por todas las nacio-
nes civilizadas (?): y que muy lejos de simbolizar las virtu-
des intrínsecas del cristianismo, sirven sólo para separar
a los hombres entre sí, por el hábito exterior".

Porque es de advertir que también se habían extirpa-


do ya los títulos de Capitán General y Mariscal de Campo,
palabras que precisaba borrar, porque eran muy monár-
quicas, propias de gobiernos absolutos, aunque, sin embar-
go, se conservaran los procedimientos nefandos de los peores
regímenes despóticos y personales.

Las monjas exclaustradas que se negaron a mancillar


sus votos fueron encerradas en él Convento de Santa Ca-
tarina. Pero como allí permanecieran fieles a sus costum-
bres y disciplinas, desairaban así las intenciones de Justo
Rufino, quien esperaba que ninguna religiosa siguiera en-
cerrada, una vez que se le daba la oportunidad de volver
al mundo.

Entonces Justo Rufino ideó otro recurso no menos dia-


bólico. Las monjas se comunicaban con sus parientes de-
trás de una reja y a través de un torno. Justo Rufino, me-
tido ya de lleno a reformador de conventos, dio un decreto
en que, apiadándose de las infelices monjas que vivían "en
completo aislamiento de sus familias y de la sociedad";
"atendiendo a las reglas que sobre este particular han re-
gido en los monasterios de las naciones civilizadas", supri-
me "el torno y la reja en "el edificio" de Santa Catarina;
permitía a los familiares de las monjas que pudiesen ver
a éstas siempre que lo desearan, en el locutor abierto y sin
testigos; disponía que el Jefe Político hiciera cada mes una
visita a Santa Catarina para inspeccionar el estado sanita-
rio del establecimiento, las necesidades de las monjas, y

—139—
para impedir que éstas fueran encerradas, o castigadas de
otro modo corporalmente.

El objeto de semejante "reformas" se vio claro. Los


parientes tendrían fácil acceso a las enclaustradas para
persuadir a las monjas que volvieran al mundo, mientras
que las visitas periódicas del Jefe Político perturbaban la
paz y el recato del retiro, haciendo éste cada vez más difícil.
Contra tales disposiciones abusivas levantó su voz la
iglesia deGuatemala por boca de su jerarca. Declaró que
quedaban excomulgados los que en virtud del decreto de
Justo Rufino penetrasen al convento de Santa Catarina.
Justo Rufino estalló en cólera, y ordenó que dentro de
doce horas fueran exclaustradas las religiosas de Santa
Catarina. Ningún ministro quiso suscribir tan bárbaro de-
creto; sólo el Lie. Marco Aurelio Soto, el mismo que prestó
su nombre para autorizar el que despojaba de sus bienes
a la Iglesia cuando se negaban sus colegas, repitió la
hazaña contra las indefensas monjitas.
El decreto es como de Justo Rufino: su gobierno —
di-
ce— ha procedido con "moderación y lenidad" al implantar
"los principios de reforma que han de regenerar
la república"; las monjas estaban sometidas a "de-
gradante espionaje"; es deber de la autoridad Suprema
"quitar las causas del disturbio y cortar de raíz los males
que afligen a la sociedad".

Estos considerandos retratan al hombre: se dice mo-


derado y suave el que tiene subyugada a Guatemala con
la recia férula de su implacable despotismo; se jacta de
regenerar la república cuando le está quitando la base de
su moral cristiana; afecta ascos por el "degradante espio-
naje" quien convertía este repugnante oficio en institución
nacional: y proclama que va a cortar de raíz los males que
afligen a la sociedad, precisamente cuando él es quien
está echando los cimientos de esos males al instituir en su
patria la arbitrariedad en lugar de la ley, el peculado co-
mo medio de enriquecerse, y la tortura como instrumento
de gobierno.
No contento Justo Rufino con ser "reformador de con-
ventos", se erige en "superintendente de monjas", pues
va personalmente a Santa Catarina, y látigo en mano, vi-
gila la salida de las afligidas mujeres. (1).

(1) Burgess, Pág. 131.

—140—
Carranza trae una lista de las propiedades confiscadas
a la Iglesia y de cómo se emplearon. Veamos algunas:
Santa Clara se convirtió en el mercado "La Reforma", y
"contiene además buenas casas particulares".

Santo Domingo fue destinado a Dirección General de


Licores.

Beatas Indias se transformó en el "Mesón de Oriente",


y "magníficas casas particulares".

Los Capuchines es ahora una sección de Policía, y


"casas a la moderna".

"En la Concepción levantáronse casas particulares,


una Capilla Evangélica, de los protestantes, y hoy se cons-
truye un magnífico templo masónico".

En Santa Catarina y La Merced, secciones de Policía,


"y casas particulares". El Convento de la parroquia de Co-
lón fue convertido en teatrc, etc.

Hemos llamado la atención sobre las casas de particu-


lares que existen én los terrenos confiscados a la Iglesia.
Esas casas o los solares en que están edificados fueron, en
su mayoría, regalados por Rufino a sus paniaguados o sos-
tenedores políticos. Esos favorecidos son los que aún vene-
ran su nombre y defienden sus latrocinios, calificándolos
de necesarios para la "reforma" y el progreso.

El Dr. Lorenzo Montúfar —


refiere Wild Ospina "re-—
como obsequio personal, la casa conso-
cibió del autócrata,
lidada al convento de la Concepción en la capital, sita en
el callejón Manchen, donde vivió y murió el agraciado".

El escritor Enrique Guzmán, quien visitó al Gral.


Martín Barrundia, favorito de Justo Rufino, exclama:
"¡Qué suntuosa es la casa de Barrundia! Pocas hay en
Guatemala tan hermosas y bien montadas. La edificó don
Martín en la huerta del extinguido convento de Concepción,
y es hoy (1885) el número 2 de la Sexta Avenida Norte. El
edificio donde está ahora la imprenta del Progreso, propie-
dad de don Francisco Lainfiesta, era la Escuela de Cr;sto,
y la residencia de don Delfino Sánchez, Sexta Avenida Sur,
Núm. 33, fue en otro tiempo convento de Santa Clara"
El mismo escritor recogió los siguientes datos cuando

—141—
estuvo en Guatemala el año 1884: Una casa que Luis An-
dreu regaló para manicomio, se la cogió Francisco Már-
quez. La fundación de doña Chon Andreu, con valor de 20
mil pesos, fue "consolidada" estando vivas aún la fundado-
ra y sus hermanas. Cierta señora deja 15 mil pesos a San
Francisco, y antes de morir ella, los "consolidan". Los bie-
nes de los Izaguirres fueron robados con el mismo pretexto.

Copiamos íntegro el párrafo que Guzmán dedica al Hos-


pital, "uno de los mejores establecimientos públicos de Gua-
temala". "Antes de la revolución de 1871 —
refiere —tenía
el Hospital considerables rentas propias, entre otras la plaza
de toros; pero el gobierno liberal de Justo Rufino echó ma-
no a estos fondos; y fijó al Hospital en el presupuesto del
Estado una dotación mensual de mil y pico de pesos. La
Tesorería Nacional paga esta suma "cuando hay"; pero co-
mo sucede con frecuencia que la caja de Guatemala no pue-
de disponer de una peseta, la casa de los pobres, que antaño
vivía holgada, lleva hoy una existencia difícil, casi angus-
tiosa. Parece que lo que aquí se ha llamado desmortización
de los bienes de manos muertas ha sido una verdadera me-
rienda de negros".

El violento proceder de Justo Rufino sugiere a Mr.


Burgess atinadas observaciones sobre el carácter y propósi-
tos de aquél. Comparándolo con la cachaza reformista de
García Granados, se encuentra que Justo Rufino no tenía
paciencia para llevar las cosas por los cauces constituciona-
les. Un día uno de sus ministros le observó que cierta
disposición era contra la constitución. Justo Rufino contes-
tó airado, blandiendo el látigo:

— ¡Esta es la Constitución con que yo gobierno!

Y cuando se proponía algo, lo manfestaba a sus mi-


nistros así:

Esto quiero que se haga. Uds. verán como andaban las


cosas (1).

"El gran error de Barrios y de muchos estadistas lati-


noamericanos —
observa Mr. Burgess —
ha sido creer que el
progreso y la civilización pueden ser impuestos desde arri-
ba con decretos. El resultado inevitable de esta creencia
es la tiranía, y la tiranía es esencialmente desmoralizado-

(1) Ospina El autócrata, Pág. 56.

—142—
ra". . "Barrios nunca se paró a considerar si el pueblo
.

estaba preparado para tales medidas. Bastaba que él las


quisiera" "Es posible que, a pesar de su educación para
. . .

abogado, sus ideales no estuviesen muy claramente defini-


dos, y que el principal motivo que tuvo para las leyes que
dictó pudo haber sido el prurito de demostrar que era el
único y decisivo amo de la situación. Es posible que haya
usado el lenguaje de liberalismo y progreso para disimular
la desnudez de su pasión por el poder. Las circunstancias
que hicieron de él un revolucionario, mucha parte de su
conducta en los últimos años, autorizan esta opinión. Bajo
tal hipótesis, su legislación anticlerical no tiene justifica-
ción y es realmente criminal. Pero no creemos que el mero
deseo de mandar explique satisfactoriamente la conducta
de Barrios. Sin duda que sus convicciones liberales eran
sinceras".

Estos dos últimos párrafos echan a perder las atinadas


observaciones del escritor norteamericano, pues contradicen
a ojos vistas lo que ha dicho antes. Las convicciones de
Barrios no eran sinceramente liberales, porque hacía todo
lo contrario de lo que tales doctrinas proclaman. El mismo
confesó que no era libertal por esa razón.

Carranza cita estas palabras de Salazar, quien, refirién-


dose a Barrios, dice: "El no la hizo (la libertad) y confesa-
ba, en sus conversaciones privadas y en carta dirigida a sus
amigos de Nicaragua, que no había sido un gobernante li-
beral, añadiendo que su misión había sido la de un dicta-
dor cuvo papel no le permitía dar la libertad sino reparar-
la".

El mismo Rufino nos descubre, en una anécdota que


relata Díaz, que no se estimaba tan digno de ser llamado
liberal como "reformador". Verdad es que para él "refor-
mar valia tanto como destruir, pues el vocablo no era más
que pretexto: únicamente el propósito de reforma podía ex-
cusar la destrucción; así se explica que en muchísimos ca-
sos, principalmente en lo moral, sólo quedaron las ruinas.
Justo Rufino odiaba la tradición ya fuera política, religio-
sa o moral: pero, en vez de intentar un cambio lento y na-
tural con la cooperación del tiempo y la enseñanza, quiso
hacerlo de pronto, a la medida de su impaciencia.

Refiere Díaz que el antigüeño Manuel Toledo alabó


el gobierno de Justo Rufino. El Presidente fijando la mi-
rada en el que había hablado, le dijo:

—143—
— ¿Qué clase de gobierno es mío?el

—El gobierno de Ud. —contestó aludido.


es liberal el

— ¡Liberal! ¡Liberal! —replica Justo Rufino. ¿Sabe


Ud. lo que es un gobierno liberal? El compadre Francisco
Quezada no estaría conforme con la opinión de Ud.: él di-
ce que mi gobierno es de reforma. Tal vez. Los progre-
sos de un país creo que llegan a imponerse por las exigen-
cias de la época.

El político liberal salvadoreño don Antonio Grimaldi,


aspirante a la presidencia de aquel país, opinaba que Justo
Rufino no era ni liberal ni conservador. Odiaba con en-
vidia al Gral. Francisco Morazán, con quien, sin embar-
go, tenía sus puntos de contacto en la saña con que ambos
persiguieron al catolicismo, y a los maestros religiosos, a
los Obispos, y en la entrada a saco que hicieron en los bie-
nes de la Iglesia. Tanto estimaba Justo Rufino al gran
unionista y liberal, que cierto escultor se puso mal con el
Patrón porque le regaló un busto de Morazán. Decía tam-
bién Grimaldi a Enrique Guzmán "que las palabras derecho
y ley son odiosísimas para don Rufino y que aborrece por
instinto a los hombres de principios; que la mejor recomen-
dación para el dictador guatemalteco, es la fama de pillo,
y que la manera de perder a un sujeto cualquiera en el
ánimo de Barrios, es presentarlo adornado de bellas cua-
lidades de carácter y de conducta. Cuenta Grimaldi que un
día que conversaba con don Rufino, se puso éste a darle
consejos y lecciones acerca del arte de gobernar a los pue-
blos.

—"Mire Ud. — le decía el dictador — , no hay tales ser-


viles ni tales liberales: esas son palabras que han inventa-
dos los vi vitos. Ya yo caí en la cuenta. El día en que Ud.
suba al poder en El Salvador, no se meta con los mentados
liberales. Forme un partido suyo, de Ud. Tan luego sepa
que han puesto en la cárcel a algún ladrón famoso o a un
asesino desalmado, mándelo poner en libertad, y hágalo
su edecán: cada criminal a que Ud. llame a su lado, será
un adicto fiel a su persona. Yo así lo hago y ya ve qué bien
me va.

"Y así lo hace, en efecto. Asegura Grimaldi, y otros


que no son Grimaldi, que la mayor parte de los hombres de
confianza de don Rufino son facinerosos que merecen un
grillete".

—144—
Wild Ospina asegura que la pasión dominante de Juste
Rufino "era el poder personal"; que "por odio a sus enemi-
gos, los clérigos y los "aristócratas", inició su campaña de
reformas". Con el despotismo de Barrios —
añade — "k
idea liberal sufría su más cruel fracaso"; "Barrios, al no sei
liberal, fundó escuela de antiliberalismo ..."

Tal es la verdad (1)

No se concibe, en efecto, sino como obra del odio, é


plan de extirpar toda tradición y sentimiento religioso; al
mismo tiempo que introducía al país la secta protestante,
nuevo germen de discordia en la unidad confesional de Gua
témala, fundaba la francmasonería, con que daba calor i
aquella discordia y desviaba más y más al pueblo guate
malteco de su tradicional destino.

(1) Hablamos así considerando al liberalismo, desde su pun-


to de vista teórico, porque de sobra se sabe que práctica-
mente ha sido en todas partes la antítesis de sus progra-
mas. En este último sentido sí podemos decir que Ba-
rrios fue un dechado de gobernante liberal.

—145—
.

CAPITULO XV.
DIFICULTADES INTERNACIONALES.
El triunfo de la revolución de 1871 había traído para
Guatemala la entronización de una casta privilegiada: "la
casta militar — dice Valladares— caracterizada por la vio-
lencia y por el rápido enriquecimiento en los empleos" .

"Multiplicáronse los cuarteles y puestos de armas y cada


uno fue no sólo oficina militar, sino prisión y juzgado y lugar
de tormento y agencia de los negocios personales del jefe".

Cada comandante de armas se creyó señor de horca


y cuchillo en su departamento, y esto dio origen a abusos
que más de una vez pusieron en conflicto al gobierno. Vien-
do los inferiores que el jefe resolvía los asuntos a rompe y
rasga, creíanse autorizados a seguir su ejemplo.

"Casi todos los comandantes de armas —escribe el ci-


tado autor guatemalteco — fueron tremendo azote de los de-
partamentos, de donde salían opulentos merced a las ex-
torciones a los habitantes, saqueos a los pueblos e iglesias,
peculados y fraudes, y dejaban tras de sí luto y rencores
por sus rapiñas, y, más que todo, por los vapuleos y marti-
rios que infringían, determinantes mil veces de la muerte
de los torturados. La codicia por lo general generaba la
persecución y éste el exterminio".

Un ejemplar de este tipo de comandante de armas era


el Coronel José González, Comandante del puerto de San
José. Tenía enemistad con el Sr. Juan Magee, Vice-Cón-
sul de la Gran Bretaña. Le envió una llamada para que
se presentara personalmente ante él, a arreglar cierto asun-

—147—
to monetario. Magee se excusó por enfermo. González lo
hizo conducir a la fuerza en un coche; y una vez en su pre-
sencia, lo insultó, le asestó un golpe en la cara con su re-
vólver y le mandó a dar doscientos azotes con varas.

Inglaterra reclamó. Justo Rufino se hallaba ausente


de la capital y contestó, quizás con intento de barajar el
asunto posponiendo su resolución, que cuando regresara a
la capital lo arreglaría. El ministro inglés respondió con
una enérgica nota, al mismo tiempo que un barco de guerra
amenazaba bombardear el puerto de San José. Justo Rufi-
no comprendió que la cosa no iba de bromas, y pronto se
sometió a las condiciones humillantes que le imponía In-
glaterra. Hubo de pagar cincuenta mil dólares en calidad
de reparación al Vice-Cónsul flagelado, y saludar la ban-
dera inglesa, en el momento en que se izaba mientras al
mismo tiempo se arriaba la de Guatemala.

La cólera de Justo Rufino fue grande, y como no po-


día descargarla contra Inglaterra, se ensañó en el Coronel
González. Este fue reducido a prisión y castigado —
dice
Burgess— aún más bárbaramente que lo había hecho él
con Magee.

Una cosa se ganó: Justo Rufino prohibió que en ade-


lante se flagelase a los extranjeros. Desde entonces este
castigo quedó como un privilegio exclusivo de los guatemal-
tco y de los ciudadanos de países que carecen de medios
eficientes para imponer condiciones.

La violencia de su carácter ocasionó a Justo Rufino más


de un disgustó y lo puso en más de un aprieto. Por este
tiempo tuvo que someter a un tal Aguilar, ex-compañero
de armas suyo y pretendiente ahora a sustituirlo, o por lo
menos a derrocar un régimen de que había sido víctima.

Llamábase el Teniente Coronel Mariano Aguilar, alias


Coyote, y se disgustó con Justo Rufino por cierta falta
militar que permitió a los sublevados de Oriente derrotar
al gobierno provisorio de Las Nubes y capturar y fusilar
al otro jefe compañero de Aguilar, el Comandante Julián
Gamboa.

Cuando Justo Rufino regresó a Guatemala, llamó a su


presencia al Coronel Aguilar, y luego de haber deshoga-
do su furia con groseras palabras, le propinó golpes y fue-

—148—
tazos, como tenía de costumbre con todos los que provo-
caban su cólera y venganza.

Aguilar salió al país; pero iba con el alma enferma


de odio y con ideas de vengarse. Sin ser él para tanto,
consiguió armar algunos hombres, y con ellos se introdu-
jo al territorio de Guatemala por la frontera de México (28
de junio de 1874). Saquearon "El Malacate", la vieja ha-
cienda de Justo Rufino, se llevaron el dinero y bestias; pe-
ro más humanos que éste, perdonaron la vida a los guar-
dianes, uno de los cuales era Luciano Barrios, deudo de
Justo Rufino. Siguieron adelante, envalentonados por la
ninguna resistencia. En San Rafael Pie de la Cuesta asesi-
naron al Coronel Nicolás Rodríguez y a su hermano Ma-
nuel; pero en Ixtepeque fueron derrotados por una ban-
da de civiles, quienes desde una altura hicieron rodar pie-
dras a los asaltantes hasta acabar con ellos. Una bala cer-
tera mató al cabecilla Aguilar. Al resto de sus compañeros,
dispersos por los bosques, se les dio caza como a fieras. A
los que se logró capturar, a los coroneles del Riego, García,
López (a) Tarrancha, y Teniente Emeterio Infante fueron,
desde luego, fusilados públicamente en la plaza de San Mar-
cos, después de un proceso.

El carácter festinado e irreflexivo de Justo Rufino,


originado de su temperamento emotivo y caprichoso, fue
ocasión de otro paso en falso.

La isla de Cuba estaba sublevada contra la metrópoli


española, y desde 1868 había proclamado su independencia.
En abril de 1875 Justo Rufino reconoció la independen-
cia y soberanía de Cuba y declaró que Guatemala manten-
dría con ella relaciones diplomáticas.

Es posible que sus ministros no estuviese de acuerdo


con este inoportuno decreto. De cierto sabemos que disin-
tió el Lie. Samayoa, quien, al decir de don Manuel Eliseo
Sánchez, calificó el decreto de "imprudente disposición",
y también de "inconsulto".
Los considerandos del decreto son verdaderos y justos;
pero a un gobernante no toca administrar justicia interna-
cional, sino, ante todo, proceder con cautela y prudencia
para evitar dificultades innecesarias a los pueblos que go-
bierna.

Expresa Justo Rufino que la causa de Cuba es justa,


porque "todo pueblo tiene el derecho de constituirse en

—149—
una nacionalidad", siempre que pueda mantener su auto-
nomía; que la causa de Cuba es la misma que la de las co-
lonias de América cuando proclamaron su independencia,
lo que hace que América la vea como propia; que Guate-
mala quiere dar una prueba de sus simpatías por Cuba, etc.

Tan satisfecho y orgulloso hallábase Rufino de su re-


conocimiento a Cuba, que no se explicaba por qué las otras
naciones de América no seguían su ejemplo; y esta omisión,
tácita censura a su conducta, irritaba su cólera y lo incita-
ba a desatarse en injurias, principalmente contra sus co-
legas centroamericanos.

El absolutismo de Justo Rufino había llegado a tal


grado que hacía todo lo que se le antojaba en Guatemala,
sin la menor contradicción, y creyó que del mismo modo
no había barreras para él fuera de su feudo. Pero se equi-
vocó, porque a este inusitado capricho suyo salió al paso el
Conde de Balmaceda, Capitán General de Cuba. Envió
éste al Vice Almirante Butler con un barco de guerra y con
la humillante exigencia de que fuera derogado el decreto.

Guatemala contestó que no reconocía al Gobierno de


Cuba ningún derecho para reclamar pues era una colonia,
y Guatemala, aunque país pequeño, tenía en mucho su so-
beranía y paridad con otras naciones, y por eso ella arregla-
ría el asunto directamente con España, a cuyo gobierno
enviaría una misión especial.

Fue encargado de ella, el Dr. Lorenzo Montúfar, y lle-


vó de Secretario a don Manuel Eliseo Sánchez. Montúfar
acababa de regresar a Guatemala, llamado por Rufino. En
Costa Rica había desempeñado la cartera de Relaciones Ex-
teriores y hasta los señalaron como enemigo de García Gra-
nados y de Barrios.

En esta época desempeñaba en Guamtela como Rector


de la Universidad.

La Legación partió a España. El Sr. Sánchez escribió


una memoria que, aunque arranca de 1868, se refiere de
preferencia a referir los acontecimientos de la misión y
a describir el carácter del doctor Lorenzo Montúfar A su
tiempo iremos aprovechando esos datos, ya que, para co-
nocer bien a nuestro personaje, es conveniente estudiar asi-
mismo a sus colaboradores, pues algunas veces influyeron
en su jefe y otras reflejaron los principales aspectos de su
carácter y de su sistema de gobierno.

—150—
Refiere Sánchez que la misión estaba fracasada: los mi-
nistros españoles se habían negado a ningún convenio. Mon-
túfar le pidió entonces a él que visitara al Ministro don Fer-
nando Calderón y Collantes.

"Yo pensé — observa Sánchez —


que el doctor jamás
abrigó esperanzas de que yo obtuviera lo que él no había
podido; mas juzgué que él buscaba en mi testimonio una
especie de comprobante de la negativa del gobierno espa-
ñol".

Sin embargo, Sánchez tocó la cuerda sensible: habló de


Guatemala como pueblo hijo de España; confesó: "nosotros
hemos cometido un solemne desacierto con la omisión de
ese Decreto inconsulto", pidió que no se obligara a Guate-
mala a pasar por una humillación. En fin, se acordó un
arreglo honroso para Guatemala, en el cual España se com-
prometía a censurar la conducta del Capitán General de
Cuba.

Sánchez atribuye este desenlace, no a la habilidad suya


ni del doctor, sino "a la hidalguía y generosidad del pueblo
español".

Así se arregló este espinoso asunto.

Y ya que hablamos de las gestiones diplomáticas del


Dr. Montúfar, agregaremos que en España se metió sin ne-
cesidad en una pequeña dificultad. Sin estar autorizado,
abrió gestiones con el Nuncio de Su Santidad en España el
Cardenal Juan Simeoni para arreglar lo referente a bienes
consolidados, o lo que es lo mismo, sobre los bienes arreba-
tados a la iglesia de Guatemala por Justo Rufino.

No hay duda que este despojo había atraído críticas


acerbas contra el gobierno, sobre todo en el interior del
país; críticas que, aunque por debajo de cuerda, no por eso
eran menos conocidas e inquietantes. El gobierno de Ru-
fino había tanteado al Vaticado para ver si le arrancaba
algo así como un arreglo que expresara conformidad con
aquel saqueo consumado; pero se encontró siempre con ro-
tundas negativas.

El Secretario Sánchez, a quien pidió consejo el Dr.


Montúfar, intentó disuadirlo, diciéndole, entre otros argu-
mentos, que si nada había conseguido el Sr. Gutiérrez, quien
gozaba de estimación en el Vaticano, menos lograría él con
"su fama de liberal, masón, hereje, etc."

—151—
Sin embargo, el doctor no se avino a razones y dirigió
una nota al Nuncio. Contestó éste que para entrar en ta-
les negociaciones era condición sine qua non que debía vol-
ver antes a su diócesis de Guatemala el Arzobispo Pinol y
Aycinena. Tanto valía como dar al diplomático chapín con
la puerta en las narices.

Cuando lo supo Justo Rufino desautorizó al Dr. Mon-


túfar, recordándole que no llevaba instrucciones sobre esto
y que limitara sus gestiones a lo de Cuba.

Sánchez nos trasmite otro rasgo del Dr. Montúfar que


acaso explique la conductar exigente y sin consideracio-
nes que Rufino usó con él para convertirlo en dócil instru-
mento de sus caprichos.

Refiere que una tarde después de la cena rociada con


buenos vinos, franqueóse el doctor y le confesó:
—Yo sirvo al General Barrios porque me paga, como
le serviría al Gran Turco o al diablo siempre que paguen
bien.

— —
Yo contestó Sánchez — les sirvo a esos porque sir-
ven a mi país, y son de mis ideas, deplorando mucho los
abusos que cometen.

Cuando Sánchez regresó a Guatemala contó este inci-


dente a Justo Rufino, y le advirtió:

— De suerte, General, que ya sabe Ud. que pagando


bien a Montúfar hará Ud. de él lo que quiera.

Y
concluye Sánchez: Barrios "supo aprovecharse de
esa noticia, como se vio en todos los actos ulteriores, como
la dictadura del 76, etc.".

—152—
CAPITULO XVI.
EL CASAMIENTO DEL PATRÓN.
No es dado al hombre desprenderse de su carácter
como cambia de traje. Quiera que no, en las menores ma-
nifestaciones de su vida revela lo que es, y lo que otros
piensan o temen de él.

El noviazgo y casamiento de Justo Rufino obedecieron


a esta ley.

Cuando Justo Rufino fue a Quezaltenango como Co-


mandante de Armas, conoció allá a una preciosa niñita lla-
mada Francisca Aparicio Mérida. Era hija de uno de los
amigos y partidarios de Justo Rufino, don Juan José Apa-
ricio, en cuya casa era recibido y agasajado el caudillo. El
nombre de don Juan aparece entre los que solicitaron la
expulsión de los jesuitas de Quezaltenango.

La familia de Aparicio era numerosa; constaba de ca-


torce hijos; pero Justo Rufino sólo tenía ojos para Fran-
cisca, la cuarta de la serie. Por aquellas fechas él se acer-
caba a los 37 años de su vida, mientras que la pequeña y
linda Panchita. —
así la llamaban en Guatemala —(1), no
pasaba de los doce. ¡Una chiquilla!

Así, cuando Justo Rufino habló a los padres de Panchi-


ta del amor que le inspiraba ella, fue motivo de bromas

(1) "Doña Francisca, más conocida aquí por doña Pancha


y en España por Doña Paca". (Manuel Cobos Batres.
Carrera, pág. 61).

—153—
por parte de aquellos. ¡Todo un general y Comandante
de Armas fijarse en una niñita que apenas llegaba a la pu-
bertad! Era para hacer reír. Ahí estaban muchas damas
encopetadas que se avendrían gustosas a compartir con el
héroe sus laureles.

Justo Rufino comprendió que la objeción era fundada;


pero ya había penetrado aquel cariño en su corazón, y, de-
jándose de bromas, manifestó a los padres de Francisca
que hablaba en serio, y que deseaba casarse con ella. Esta
vez los Aparicios se asustaron. Conocían que Justo Rufino
era voluntarioso, que tenía a su cuenta varias hazañas amo-
rosas, y que, si en tiempos adversos no miraba en barras
para asaltar el hogar de todo un Corregidor, menos consi-
deraciones guardaría ahora, poderoso y adulado.

Los padres de Francisca, para quitar a Rufino la ten-


tación frente a los ojos, enviaron inmediatamente a la chi-
quilla al convento que aún tenían las ursulinas en Guate-
mala. El disimuló la indirecta; pero desistir, eso no; muy
lejos de su carácter era dar pasos atrás. Costara lo que cos-
tara, conseguiría satisfacer su amor por aquella niña que
se le había metido en las entretelas del corazón. El re-
medio era fácil: esperaría unos dos o tres años. ¿Quién
tan osado que se atreviera entonces a negársela?

En eso tuvo que partir a Guatemala Justo Rufino, y


allá van carreras y diligencias de la familia Aparicio para
trasladar a la preciosa pimpollita a Quezal tenango. No la
tenían por segura ni en el convento. Yasí anduvo ella,
de ceca en meca, hurtando la palomita el encuentro del
gavilán.

Pasaron tres años, hasta que ella fue hecha y derecha


una señorita casadera. Encontrábase ya Justo Rufino en
la presidencia y pensó que era preciso formalizar su vida.
Mandó, pues, a un amigo especial a Quezaltenango con la
misión de pedir la mano de la señorita Francisca Aparicio
Mérida. Dice el biógrafo que opuso tenaz negativa el pa-
dre de la elegida, hombre de "ideas puritanas, ribeteadas
por las costumbres medioevales". No atinamos a compren-
der bien ésto, pues no va contra la moral ni contra las "cos-
tumbres medioevales" dar a una hija en legítimo matrimo-
nio. Quizás insinúa con eso Rubio que Justo Rufino esta-
ba lejos de ser, por sus costumbres y fama, una codiciada
perla capaz de hacer la felicidad de una jovencita que ape-
nas había pisado los umbrales de la vida.

—154—
No hubo pues ¿quién iba a opo-
tal resistencia tenaz,
nerse a los caprichos del "patrón"? ¿Quién se atrevería a
decir "no" al hombre de "temperamento volcánico", "poco
sufrido ante cuanto se opusiera a sus deseos", según lo
pinta su complaciente amigo y admirador Rubio? Si Apa-
ricio vio con disgusto aquella unión, sin duda que se lo
guardó en lo íntimo de su ser.

Así es que el enviado extraordinario obtuvo un triunfo


redondo: Aparicio le dio el codiciado "sí". Y es que hasta
en su compromiso de novio y en su boda debía parecerse
Justo Rufino a los monarcas absolutos.

Cuando supo el resultado de la misión, y que la novia


sólo esperaba a su prometido para efectuar el enlace, dicen
que exclamó lleno de alegría:

—Este es el mejor triunfo que he conseguido, el ha-


berme dado don Juan la mano de Panchita. Mis glorias
militares y políticas nada son ante esta victoria.

Y ¿amabr. a Justo Rufino o simplemente consentía


ella,
en Ningún autor se fija en este detalle; toda
el sacrificio?
la atención de los biógrafos está concentrada en él sol de
su admiración; para ellos, bástenos saber que él se hallaba
locamente prendado de ella: lo demás carece de importancia.

Acaso Francisca, atraída por la gloria de su futuro y la


posición que ocupaba, se sintió halagada de unir su suerte
con la del señor absoluto de Guatemala; pero de ésto al
amor, hay mucho camino. El carácter de Justo Rufino, su
brusquedad, su aspecto físico nada atrayente, su fama de
cruel, la diferencia de edades, todo contribuía a distanciar
aquellas dos almas.

Justo Rufino se trasladó a Quezaltenango para despo-


sar a la chiquilla de sus ensueños, hermoseada con sus quin-
ce abriles. Porque Panchita era bella en toda la acepción
del vocablo, y no por los escasos años; que siempre lo fue,
aún en la madurez de su vida, como que mereció llamarse
Marquesa de Vista Bella. "Cánovas del Castillo le concedió
el simbólico título alusivo a su lindo palmito", dijo alguno.

Por su gusto y creencias, Justo Rufino no se avenía a


casarse por la Iglesia. Lo hizo, según nos informa su bió-
grafo y amigo íntimo Téllez, para tranquilizar la concien-
cia de la novia y de sus padres. Además, no había otro me-

—155—
dio de casarse entonces en Guatemala, pues la "reforma"
del matrimonio civil no la llevó a cabo Rufino sino cuatro
años más tarde.

A las siete de la noche del 5 de agosto de 1974 tuvo


efecto la ceremonia religiosa en el hogar de la novia. Mr.
Burgess asegura que Justo Rufino "para demostrar su des-
precio al matrimonio eclesiástico" no quiso que lo casara un
sacerdote español, sino que llamó a un padre indio.

No parece que haya sido así, por más que bien podía espa-
rarse tal conducta del incrédulo Patrón. Mas, fuera de que la
libre escogencia del oficiante no es acto de desprecio a
aquel sacramento, basta leer la partida de matrimonio para
ver que los casó el Vicario Provincial, la mayor autoridad
eclesiástica en el departamento.

Sin embargo, no se puede dudar de que el Vicario Pbro.


D. Silverio José Santizo haya sido escogido por Justo Ru-
fino como clérigo complaciente, para que le echara un discur-
sito a tono con su política. Y así lo hizo el Vicario, leyendo
a los contrayentes unas palabras de congratulación, regalán-
dole el oído con lisonjas serviles, adula torias, incompatibles
con la dignidad de ministro de una religión tan perseguida
y menospreciada por el novio. Hasta pareció aprobar la
conducta de Rufino, cuando, aludiendo sin un reproche a su
obra anticatólica, dijo: "En este solemne acto, os encon-
tráis rodeado de vuestros valientes generales los que, con
su valor y denuedo, os han ayudado a dar una
nueva faz a la República, planteando los nuevos principios
que dominan".

Al día siguiente muy temprano los novios pasaron al


templo parroquial para asistir a la misa de velaciones, com-
plemento de la ceremonia nupcial que prescribe la Igle-
sia Católica a los desposados.

Muchos festejos hubo con esta ocasión en Quezal tenan-


go, pero fueron mayores las manifestaciones que recibieron
los recién casados en su viaje triunfal, en cabalgata nume-
rosa, hacia la capital. Lo más distinguido de la ciudad de
Guatemala salió al encuentro de Justo Rufino y su consorte;
abundaron las flores más variadas y hermosas; hubo arcos
triunfales* los niños de las escuelas, formando vallas, ento-
naban cánticos alusivos; carruajes llenos de flores desfila-
ron con el cortejo; el ejército presentaba armas, mientras
los oficiales formaban el arco de espadas y los retumbos del

—156—
cañón hacían el saludo de ordenanza; Justo Rufino repartió
limosnas a los pobres y tuvo gestos de gracia para algunos
perseguidos; en fin, nada faltó, ni los acostumbrados ver-
sos pletoricos de servil ramplonería.

Justo Rufino se hallaba feliz, disfrutando de su luna de


miel, cuando el l 9
de septiembre un fuerte temblor de tierra
arruinó las ciudades de Chimaltenango, la de Patzicía y
otras. El enamorado presidente no dudó un momento en in-
terrumpir su felicidad para correr al lugar del siniestro
y prestar auxilio a los damnificados.

—157—
CAPITULO XVII.

EL PATRÓN PROVOCA OTRA GUERRA.


Los principios del año 1875 fueron relativamente cal-
mos, pero no omitió Justo Rufino alguna seña de su incan-
sable actividad legislativa, principalmente la que perseguía
demoler todo resto de tradición y catolicidad. La reforma
de los códigos era sin duda impostergable para poner la le-
gislación a tono con las necesidades de la época; pero no
se decretó por esa razón, sino porque era anómalo que la
Corte Suprema de Justicia de Guatemala citara aún la opi-
nión y jurisprudencia de los Capitanes Generales de los
tiempos coloniales, siendo así que Guatemala contaba ya
con más de medio siglo de independencia de España; y ade-
más, mucho había que aprender, (vale decir, que copiar) de
los códigos extranjeros.

Ese mismo año Justo Rufino reformó la instrucción


pública; la estableció gratuita y obligatoria para niños de
6 a 14 años de edad; la centralizó bajo la dependencia del
Ministro del ramo, y la declaró de "carácter civil". Esto
quería decir, como observa Mr. Burgess, que la tendencia
de aquella legislación era poner a todos los estudiantes de
la República bajo influencias anticlericales.

Agrega el mismo autor protestante que en ningún caso


fue más evidente y desastrosa esa centralización que en el
trato que dieron Barrios y sus secuaces a la Pontificia Uni-
versidad de San Carlos Borromeo. La Universidad conta-
ba con larga y honrosa historia, con tradición y recursos
propios. La administración estaba en manos de un comité,
y las vacantes se llenaban por competencia. Pero había

—159—
.

tendencia católica en la Universidad. Justo Rufino pudo


haber torcido esta tendencia hacia el liberalismo con su po-
der y maña; mas él no entendía de buenos modales ni de
lentos procesos y la Pontificia Universidad cayó en sus ga-
rras como las demás instituciones religiosas. Fuéle arre-
batado el control al comité y trasladado al gobierno; los
profesores ya no se escogían por competencia sino que los
nombraba Justo Rufino a su antojo; los fondos propios de
la Universidad le fueron decomisados y colocados al haber
común de educación pública; y hasta el rector y vicerector
eran designados por Justo Rufino. La Universidad acabó
por desintegrarse en escuela de derecho, escuela de medici-
na y seminario católico. Los intentos que se han hecho
posteriormente para resucitar aquel centro de cultura a su
antiguo prestigio, han sido en vano.

Sobre ésto dice el Lie. Valladares: "Otra modificación


radical fue la extinción de la antigua Universidad y la crea-
ción de las Facultades, idea del Dr. Montúfar que había
sido Rector reciente de aquella docta y acreditada institu-
ción, de la cual habían salido durante dos siglos los varones
más eminentes de Centro América, muchos de los cuales
figuraron notablemente en Europa y en varias regiones del
Nuevo Mundo. La autonomía universitaria quedó reem-
plazada por la jurisdicción incontrastable del Ministerio de
Instrucción Pública sobre las Facultades; con lo cual se
anuló la influencia social y política del claustro de docto-
res así como con la extinción del colegio de abogados se
quitó el gobierno de un cuerpo independiente cuyo benéfico
influjo se hacía sentir en los estudios, en la moralidad de la
profesión y en la rectitud de los Tribunales"

Masla consigna era destruir lo antiguo aunque fuera


útil prestigioso si en ello quedaba algún vestigio de ca-
y
tolicismo; y así, la guerra sin cuartel que Rufino hacía a la
tradición y a la fe del pueblo guatemalteco, destruía la
personalidad de Guatemala, al intentar sustituirla por otra
convencional y postiza.

Aunque Justo Rufino era de naturaleza dictatorial y


nunca se avino a un régimen de leyes, gustaba sin em-
bargo que lo tuviesen por demócrata y republicano. Obe-
deciendo a esta conveniencia intentó varias veces, dominan-
do los instintos de su verdadero carácter, dotar a Guate-
mala de una constitución y de un sistema de leyes. Pero
aunque al fin logró decretar y promulgar una carta funda-
mental, jamás quiso someterse a ella, y siguió gobernando

—160—
con su capricho, representado en el látigo que siempre
llevaba en la mano, y que le daba más apariencia de do-
mador que de estadista.

Ese año se hizo otro esfuerzo por reunir una Asam-


blea Constituyente, y a ese efecto convocó al pueblo a elec-
ciones. Pero ya veremos cómo se disolvió este congreso
sin haber cumplido su objeto.

En 1875
apareció por primera vez en los juegos polí-
ticos de Justo Rufinola carta de la unión centroamericana.
La idea era prestigiosa, y más de un trastorno se había
autorizado a su sombra, y más de un trastornador había
conquistado reputación de patriota, sacrificando hermanos
en los campos de batalla con pretexto de restablecer aque-
lla unidad.

Justo Rufino va a enarbolar esta bandera. Poca de-


voción a la idea muestra en los comienzos; pero a medida
que se encariña con el mando, mientras crece su poder sin
restricciones, se amplían asimismo sus horizontes de am-
bicioso; ya no le bastará dominar en Guatemala, quiere ser
arbitro absoluto en Honduras, luego en El Salvador y por
último en todo Centro América.

Principió suscitando un movimiento en favor de la


unión centroamericana por medios pacíficos y legales; pero
en lugar de ser fiel a los resultados del acuerdo que se esti-
puló para conseguirla, los echó a perder, pasando sobre lo
convenido y desatando la guerra contra Honduras primero
y contra El Salvador después.

Son dignos de una minuciosa relación estos sucesos,


porque en ellos se aprecian, mejor que en descripciones
prolijas, los vericuetos y recursos sin escrúpulos del dicta-
dor guatemalteco y agitador de Centro América.

En una carta que Justo Rufino escribe al Presidente


de Nicaragua don Pedro Joaquín Chamorro, fechada el 9 de
abril de 1875, aparecen las ideas que profesaba por enton-
ces aquél sobre el magno problema de reconstruir la rota
unidad política de las repúblicas centroamericanas.

Reconoce Justo Rufino "las graves dificultades que se


presentan para obtener por el momento la nacionlidad cen-
troamericana"; pero existe la necesidad capital "particu-
larmente hoy día, de preparar la realización de ese propósito

—161—
supremo por medio de pactos formales", mediante los cua-
les las cinco repúblicas se comprometan a sostener una liga
para rechazar "todo atentado de cualquier nación extranje-
ra que se proponga menguar la integridad, los intereses o el
honor de cualquiera de los países de Centro América".

No hay duda que Justo Rufino estaba muy impresio-


nado a causa de la humillación porque le acababa de hacer
pasar Inglaterra con motivo del insulto inferido al Vice-
cónsul Magee.

Cartas iguales fueron dirigidas a los otros presidentes.


En ellas JustoRufino insistía en sus puntos de vista; pero
hasta el 15 de septiembre de este año no se dirigió en debida
forma y por cancillería a sus colegas centroamericanos.

La circular contenía consideraciones sobre la necesidad


de la unificación política de la América Central, sin la cual
estos países padecen daño en su interior y descrédito en
el exterior. La unión es el porvenir de Centro América,
pues con ella llegará a ser una de las naciones más impor-
tantes del mundo. El patriotismo centroamericano debe
procurar esta unidad. El gobierno de Guatemala se cree
obligado a "promover todo cuanto tienda a facilitar el lo-
gro de la unión centroamericana"; la desunión había sido
la causa principal de la discordia fratricida entre los cinco
estados; sus relaciones tuvieron por base la desunión y hos-
tilidad. Sentadas estas consideraciones, el gobierno de Jus-
to Rufino formula así su dictamen sobre el estado actual
del problema:

"Con los elementos que dejara tan vicioso sistema, no


puede reorganizarse la unión de Centro América. Es nece-
sario crear ahora intereses federales y unir estas Repúbli-
cas de una manera estrecha, en lo político, en lo moral, en
lo económico, para que así los cinco Estados se fundan en
una sola nacionalidad. Preparada de esta manera la unión,
existiendo ya de hecho socialmente, el establecimiento de
un Gobierno general vendrá como un resultado lógico y
espontáneo".

Estas eran las ideas de Justo Rufino en aquella época.


No trataba de hacer la unión, sino de prepararla; mas en la
práctica se vio que ni aún eso, pues, como todos los cau-
dillos militares de la idea, una vez en el terreno de los he-
chos, ella quedaba supeditada y oprimida por las necesida-
des políticas del momento. Tan constante se manifiesta
—162—
este desenlace, que cuesta pensar que aquella bandera
sólo fue un pretexto o un escudo para justificar montone-
ras fratricidas, detrás de las cuales sólo se descubre, disi-
pado el humo de los combates, ambiciones de predominio
y mezquindades partidistas.

Consecuente con aquellas ideas, el gobierno de Justo


Rufino proponía el programa para un tratado: Que las cin-
co repúblicas debían mantener su independencia, integri-
dad territorial e instituciones liberales; "que debe conser-
varse la paz entre las cinco Repúblicas, y para el evento
de cuestiones interiores establecer medios pacíficos de
arreglo"; uniformidad diplomática y consular, unidad en
caso de reclamo exterior, construcción en común de redes
telegráficas, creación de líneas de vapores y guardacostas,
de carreteras y postas; unificación del derecho internacional
centroamericano, de la ley civil, penal y comercial, de los
sistemas aduaneros, de las pesas y medidas; la instrucción
pública uniforme; los títulos profesionales tendrían valor
en todos los Estados; derechos ciudadanos iguales para todos
loa centroamericanos; mayor amplitud para las extradicio-
nes, por "reputarse como un solo territorio el de las cinco
Repúblicas".

¿Qué dosis de buena fe encerraban estos planes? ¿Era


sincero Justo Rufino o trataba de armar una trampa? Se
nos suscitan tales dudas en presencia de los acontecimien-
tos que a un mismo tiempo comenzaron a desarrollarse y
continuaron después, sin consideración al pacto unionista
que se firmó entre las cinco repúblicas.

En efecto, pronto iba a desaparecer la calma con que


se inició el año de 1875. No cuadraba el reposo a la emo-
tividad muñidora de Justo Rufino. Legislar hasta para las
hormigas, como dijo un admirador suyo, no era pasto se-
dante para aquella naturaleza volcánica y ambiciosa.

Había en el ambiente presagios de trastorno. Refiere


Sánchez en su Memorándum: "Noté con pesar que en esos
días (junto de 1875) había llegado a esta ciudad (Guatema-
la) el general hondureno don José María Medina, llamado
Mcdinón, a quien fue a traer el alemán Julio Wolter, como
agente del gobierno. . Sospeché que algo había".
.

Y algo, y muy gordo, había en verdad. El 16 de di-


ciembre de ese año de la unión pacífica, cuando se reconocía
que la intervención de un estado en los asuntos interiores

—163—
de otro era una de las causas de la desunión de Centro Amé-
rica, Justo Rufino lanzó al Gral. José María Medina con
una revolución en Honduras para que depusiera al presi-
dente don Ponciano Leiva. El movimiento principió en
Gracias, a unas cincuenta millas de la frontera de Guate-
mala.

Leiva era hechura de Justo Rufino; éste había derroca-


do a Arias para colocar a Leiva. Arias y Leiva eran libe-
rales y unionistas; pero ni ésto ni otros motivos influyeron
en nada para cambiar la menta antojadiza y revoltosa de
Justo Rufino. Leiva había demostrado su unionismo sin-
cero cuando dio instrucciones a su Ministro Dr. Adolfo Zú-
ñiga para que, en la Dieta que había de reunirse en Guate-
mala, aceptara cualquier disposición que condujera a la
unidad de Centro América; y había propuesto al presiden-
te de Nicaragua que dieran de conjunto un golpe de estado
para asumir la soberanía de Honduras y de Nicaragua y
entregar de hecho el poder a Justo Rufino.

Medina, en cambio, había sido hombre del Gral. Ra-


fael Carrera y fue calificado por Justo Rufino de "reaccio-
nario" y conservador, y de incompatible con los principios
e instituciones liberales implantadas en Guatemala y El
Salvador por la revolución de 1871, y por estos motivos,
arrojado del poder de Honduras. Pero Leiva había susci-
tado las suspicacias de Rufino por inclinarse manifiestamen-
te al presidente González de El Salvador. Rufino creyó
ver en peligro su influencia en aquella república; además,
le irritaba que González pretendiera "ser la primera fi-
gura de Centro América", y que tratara de extender su
preponderancia fuera de El Salvador.

Desde ese momento Justo Rufino decidió derrocar a


Leiva por cualquier medio, aún echando mano de un adver-
sario de sus ideas políticas para deshacer su propia obra.
González se prestó al juego de Rufino en 1872 para derrocar
a Medina, invocando como pretexto "los principios libera-
les y democráticos", cuando su verdadero objeto era colocar
en el vecino estado un devoto servidor de sus influencias;
ahora es Medina, la víctima de González, quien se presta
de instrumento para que Rufino eche a González de El Sal-
vador, bajo los mismos pretextos que éste y Rufino invoca-
ron contra Medina. "Medina — dice Grimaldi — fue apoya-
do por el Gral. Barrios: la guerra se llevó a los pueblos exá-
nimes, desangrados y emprobrecidos de aquella desgraciada

164—
No faltó quien quisiera disuadirlo de semejante locura.
Justo Rufino propuso a don Céleo Arias, a quien él había
derrocado de la presidencia de Honduras, restituirlo en el
poder mediante una revolución. Arias no se prestó de ban-
dera para trastornar a su país contra un correligionario su-
yo que estaba haciendo buen gobierno; y no sólo eso: se
empeñó en que el dictador guatemalteco no diera aquel
paso; pero habiendo tratado Arias con íntimo de Justo Ru-
fino "supo — cuenta Grimaldi— la ninguna importancia que
éste (Barrios) daba a los principios y a los hombres de la
vecindad, donde quería colocar a otro por Medina si éste
no aceptaba, meditando al mismo tiempo provocar trastor-
nos en El Salvador, a fin de que asaltaran el poder hombres
entre quienes Zaldívar era el mejor".

Lo de Honduras sólo era un comienzo y un pretexto,


el principal objeto de Rufino era en realidad El Salvador.
Desde el momento en que González manifestó su inquietud
por la perspectiva de ver de nuevo a Medinón en el poder
de Honduras, emprende Justo Rufino una tarea verdadera-
mente maquivélica para complicar en sus redes a su co-
rreligionario y colega de El Salvador, a quien Rufino debía
señalados favores, como el de haberle ayudado eficazmente
a sostener su amenazado régimen por la facción de Oriente.

Trece días después del pronunciamiento de Medina en


Gracias, escribe el Mariscal González a Justo Rufino, dicién-
dole que "el general Medina ha propalado la especie de ha-
ber sido llamado por usted (Barrios) para reconciliarse con
el Sr. Arias. Ahora tengo que agregar que los amigos de
uno y otro no cesan de asegurar que en esa (Guatemala) se
fraguó el plan de la revolución contra Honduras y El Sal-
vador".

Justo Rufino se hace el desentendido. Reprocha a Gon-


zález que suceso tan grave como el levantamiento de Me-
dina se lo comunique por medio de un expreso que dilató
cinco días en llegar y no por telégrafo; y tan secretamente
como puede aprovecha la oportunidad para comenzar sus
movimientos militares contra el Mariscal. La carta de éste
— dice Rufino — es tan alarmante y augura acontecimientos
tan graves, que no pueden ser otros sino la alteración de la
paz centroamericana, y para estar apercibido, manda ejérci-
tos que ocupen Chiquimula, Esquipulas y Jutiapa en la
frontera salvadoreña; y agrega, a manera de prevención,
que la paz se alterará sólo en caso que González no acepte
las ideas de Rufino de no intervención en Honduras.

—165—
Esta contestación descubría con harta claridad que las
intenciones de Justo Rufino no eran muy propicias para
González. Pero éste no lo quiso entender así, y creyó que
a fuerza de disimulos y juegos conseguiría desviar la pun-
tería de Justo Rufino ya enderezada contra él. González
intenta desvirtuar el fingido alarmismo que ha despertado
en Rufino su carta; acepta la no intervención en la revuelta
de Medina, aún sabiendo que así dejaba a Rufino manos li-
bres en ese trastorno; y con una cobardía que denunciaba su
debilidad, le promete que el gobierno de El Salvador "no
aumentará un soldado en las pequeñas guarniciones que
cubren los departamentos fronterizos".

Ya sabrá Justo Rufino a qué atenerse. Con argumen-


tos y amenazas comienza una guerra de nervios contra Gon-
zález. Su política, declara Rufino, se resume en estas pa-
labras: "Franqueza y verdad". Justo Rufino expone así
sus verdades: "Intervenir en los asuntos de aquel país,
imponerle el presidente que debe gobernarlo y sostenerlo
contra la voluntad de los hondurenos, no es liberal ni dig-
no". Otra de sus verdades: "Yo no quiero seguir la tradi-
cional conducta del partido conservador de esta república,
que tenía por principio político intervenir y dominar en
las otras repúblicas". Otra, con su amenaza: "estoy deci-
dido a no intervenir en Honduras. mas si usted (Gonzá-
-
;

lez) por desgracia no tuviera esta misma opinión, y por su


parte insiste en tomar participación con fuerza armenia en
la revolución que se ha iniciado en Gracias, usted debe
comprender que estoy en el caso de oponerme a eso poique
sería destruir el desequilibrio que existe con mengua de
Guatemala. Si llegase esa eventualidad, lo que no espero,
estoy dispuesto a hacer frente a todo lo que sobrevenga por
sostener un principio de justicia y de conveniencia y sobre
todo la dignidad de la nación que gobierno."

No concluye sin negar del modo más enfático su parti-


cipación en la revuelta de Medina.

González comienza a comprender el juego de Rufino, y


se queja: "le propuse el retiro de las tropas que estaba
aglomerando en Jutiapa. sin embargo, sé que usted no se
. .

ha detenido en reunir fuerzas en la frontera, y es el motivo


que me obliga a hacer yo otro tanto".
Justo Rufino se muestra muy complacido de las seguri-
dades que le ofrece González, y descansando en ellas había
dispuesto retirar sus fuerzas de la frontera; "pero agre- —
—166—
ga— las noticias que hoy recibo (2 de enero de 1876) me
hacen cambiar hoy de determinación y me obligan a conti-
nuar en la actitud que creo demandan las circunstancias.
Están en mi poder varios partes originales que demuestran
que se han enviado o tratan de enviarse considerables fuer-
zas salvadoreñas a invadir a Honduras por distintos puntos".

El asunto comienza a encresparse. El Mariscal no se


amedrenta fácilmente, y contesta a Rufino en el mismo
tono de desafío. Consecuente con la franqueza y verdad
convenidas, le participa que a causa de los aprestos que si-
gue haciendo Guatemala, él también ha aumentado las guar-
niciones de los departamentos y ha enviado mil hombres
a Santa Ana. Pero dos días después el Mariscal manifiesta
otra vez su debilidad a Rufino, cuando le escribe: "Usted
dice que desea la paz; yo también la deseo. Puesto que es-
tamos de acuerdo en el fin, propóngame los medios de en-
tendernos". Ese mismo día escribe a Rufino, negando que
sean ciertos lo? informes de que se prepara para ayudar a
Leiva. Son falsos decires que propalan los enemigos de
ambos para dividirnos. "Yo no veo — dice González con es-
tudiada candidez — ningún motivo racional de guerra entre
éste y ese país, cuyos gobiernos están y han estado iden-
tificados en intereses y en ideas". Agrega que si da tales
explicaciones es porque desea "vivamente conservar la paz";
y por eso pide de nuevo a Rufino indique "los medios que
crea conveniente a nuestra mejor inteligencia", y en post
data: "Nada me ha dicho usted de los términos en que le
propuse la no intervención absoluta, de tal modo que ningu-
na de las partes beligerantes reciba ni hombres ni armas,
ni dinero de El Salvador o de Guatemala".

Rufino cc-vtesta que él no es el llamado a proponer


los medios de entenderse, porque el Mariscal tiene arma-
dos a los emigrados de Guatemala, quienes públicamente
echan mueras al gobierno de Barrios en las calles de Santa
Ana, y mayor número de fuerzas que las que ha confesa-
do. Es falso, agrega, que haya aumentado las tropas de
Jutiapa, y concluye: "Créame usted, General, soy hombre

Rufino se ha propuesto jugar con su colega salva-


doreño hasta agotarle la paciencia. Quiere hacer ver el
Mariscal que cree en sus seguridades, pero al mismo
tiempo sigue acariciando el pretexto de echársele encima
a la mejor oportunidad. Le dice Rufino que acepta su pa-
labra cuando le informa que no tiene emigrados guatemal-

—167—
tecos a su servicio y que no ha mandado más gente a Santa
Ana; pero añade con cruda franqueza: "a pesar de que en
mi poder existen listas nominales de los que están de alta
y de dos partes de que todos los días llegan nuevas fuerzas a
aquella plaza". Sin duda a Justo Rufino preocupa poco el
arreglo con González, porque concluye ofreciendo con frial-
dad proponerle lo que "se le ocurra" para zanjar la mala
inteligencia entre ambos.

González telegrafía manifestando su contento por el


proyectado arreglo; pero ese mismo día Rufino le informa
que esta enterado de que hay cinco mil hombres en Santa
Ana. ¿Qué hay de ésto?, pregunta al Mariscal. Este
no ha acabado de negarlo, cuando llega otro telegrama de
Rufino: "Se me acaba de asegurar que Chepe Pote, faccio-
so de esta república, invade por Chiquimula. Aunque yo
no lo creo según las seguridades que usted me ha dado, sin
embargo, sírvase decirme qué hay de esto".

Pero al mismo tiempo, habiéndole ofrecido González


retirarse del país para evitar un conflicto, ya que sólo
días le faltan para entregar la presidencia al nuevo electo,
le contesta Rufino, ocultando sus deseos: "No quiero que
usted deje su patria ni por un momento con motivo de
la mala inteligencia que nuestros enemigos comunes han
pretendido resucitar; y para quitarles los medios de que
continúan explotando esa actitud", propone tres cosas al
Mariscal: reconcentrar a los emigrados y después proceder
al licénciamiento de ambas fuerzas; no intervenir en Hon-
duras: si Medina vence y quiere atacar a González, Rufino
se ofrece a defender a éste; y finalmente, que se reúnan en
Chingo o en Jutiapa para arreglarlo todo en una conferencia

González no disimula el gusto que le causa esta actitud


más conciliadora de Rufino. Cuatro telegramas le dirige
en un mismo día. En uno se muestra agradecido, en otro
le anuncia la salida de un correo expreso, en un tercero le
dice: "Cuando nos expliquemos, usted se va a arrepentir
del buen concepto que se había formado de Medina, y se
convencerá de que el Sr. Leiva es el más leal y mejor de los
hondurenos."

Mal debió de haber caído este entusiasmo por Leiva a


Justo Rufino. El apego que el Mariscal manifestaba por su
colega de Honduras era un motivo más para que Rufino si-
guiera aferrado en echarlo del poder. Esquivó, sin embar-
go, el escollo en que hubiera naufragado su disimulo, y 11a-

—168—
mó la atención hacia otro objeto. Contestó extrañando
el silencio sobre "el punto esencial", la concentración de
emigrados; sin ésto no habría desarme ni conferencia. Res-
pecto de Medina, dice, como quien no da importancia al
sujeto, que "lo conoce de paso", ignora si es bueno o ma-
lo; al Sr. Leiva sólo una vez lo ha visto: no ha formado jui-
cio sobre él. En cuanto a la no intervención en Honduras,
Rufino insiste en que está aceptado el compromiso; no hay
que hablar más de ello. Temía que González, renuente a
entrar a los otros compromisos, se le zafara también de
este, que Rufino estimaba la clave de su triunfo.

González reiteró la promesa de concentrar a los emi-


grados, y en una de sus comunicaciones escribió: "no quiero
que se derrame en estériles luchas la sangre de salvado-
reños y guatemaltecos". Los enemigos de Justo Rufino son
también los del Mariscal: Medina es tan enemigo de aquél
como de éste, "y el tiempo lo dirá". Rufino aparenta pasar
por alto esta advertencia; pero no la echa en saco roto.
Demasiado bien conoce él quiénes son sus enemigos; si en
esto se equivocó fue por carta de más. Aunque lo ocultara,
sabía bien qué casta de pájaro era Medinón, y ya hallaría
el medio de deshacerse de su nuevo protegido, una vez sa-
cado el jugo de su colaboración.

Insistió Barrios en que se concentraran los emigrados.


Era su obsesión. Vivía temiendo que lo midieran con el
mismo rasero que aplicaba él a sus amigos y enemigos. Gon-
zález le anuncia que ya impartió órdenes al efecto; pero al
mismo tiempo hace cargos a Rufino: un coronel Solís ha
conducido armas y parque de Esquipulas a Honduras. Jus-
to Rufino niega y acusa: esas noticias son como las que él
recibe, que González está auxiliando a Leiva por Amapala,
e instando al gobierno de Nicaragua para que se inmiscuya
en los asuntos de Honduras.
González aparenta creer que Rufino no ha dado órde-
nes de que lleven aquellas armas; "pero —
insiste con fir-
meza — yo adquiero cada vez mayor seguridad de la certe-
za del hecho". Se queja de que Rufino nada ha contesta-
do sobre el desarme.
A eso del 21
de enero parecen haber llegado a un acuer-
do, y menos el simulacro del desarme. Pocos
se hizo por lo
días faltaban al Mariscal González para entregar la presi-
dencia a su sucesor electo don Andrés Valle. Rufino deci-
dió esperar este cambio. Quizá el ciudadano Valle sería
más fácil de manejar que un Mariscal.
—169—
Sin embargo, González no estaba engañado, aparen-
taba estarlo porque su debilidad ante Rufino exigía más
disimulo que arrogancia. La doctrina de no intervenir en
Honduras no podía ser una excepción del modo falaz de Jus-
to Rufino; mientras El Salvador se sometía a ella por amor
a la paz —como decía González —
o por miedo a la guerra
,

como es seguro, Justo Rufino seguía disimuladamente auxi-


liando a Medina y haciendo aprestos militares que ame-
nazaban al gobierno salvadoreño. Así se lo informaba
el propio Mariscal González al presidente de Nicaragua
don Pedro Joaquín Chamorro en carta del 4 de febrero de
1876. A vueltas de considerar la ingratitud de Justo Rufino
con El Salvador de donde se "le dieron auxilios de armas
y tropas al principio de su gobierno", continúa la carta:
"Pero no obstante eso, la facción se levantaba en Hon-
duras con el apoyo del General Barrios cuyo primer acto
de protección a su obra fue proponer la no intervención, que
El Salvador aceptó sin embargo de que por un tratado debía
auxiliar al señor Leiva, cediendo solamente al interés de
conservar la paz, y para que quede en claro sobre quién
pesarán las responsabilidades de la guerra si ésta llega a
encenderse.

"Convenida la no intervención y cumplido este conve-


nio religiosamente por parte de El Salvador, el General
Barrios no se ha abstenido, sin embargo, de auxiliar a Me-
dina, y a la sombra de nuestra Dueña fe y de nuestra con-
fianza en sus protestas y promesas ha querido llevar ade-
lante sus planes". (1)

Si sobre esto sólo existiera el testimonio de González,


podríamos dudar de su veracidad; pero es el caso que está
confirmado por el propio Justo Rufino, quien, en cartas al
revolucionario Medina, como veremos adelante, dejó la
prueba de su complicidad con éste y la evidencia de su fal-
sía con el presidente de El Salvador.
(o)
Entietanto los delegados de las otras repúblicas que de-
bían formar el tratado preparatorio de unión propuesto por
Justo Rufino, llegaban a Guatemala en lo más candente de
esta discusión entre González y Barrios. Grande y desalenta-
dora fue la sorpresa de ellos al ver el aparato bélico que se
desplegaba en Guatemala para llevar la guerra a El Salva-

(1) Del mismo modo hablaba al presidente Chamorro don


J. Medina en carta del 3 de enero de 1876.
Francisco

—170—
dor, actitud tan contraria a los propósitos de paz y fraterni-
dad proclamados por el presidente de Guatemala, que los
congregaba en esa capital.

El delegado por Nicaragua, don Anselmo H. Rivas, pro-


testó y aun quiso volverse sin presentar sus credenciales;
pero siguió el consejo de sus colegas, y lo confirmó en la
determinación de quedarse la seguridad personal que le dio
Justo Rufino de que deseaba la paz, y que nada tenía que
ver con el levantamiento de Medina.

Bajo aquellos malos auspicios se llevaron adelante las


conferencias de unión. Refiere don Anselmo H. Rivas que
únicamente los ministros de Nicaragua y Honduras iban
provistos de plenas instrucciones para suscribir cualquier
pensamiento que tendiera a formar una sola entidad polí-
tica de Centro América. ¡Cuan lejos se hallaba Justo Ru-
fino del sincero unionismo de sus colegas!

Efectivamente, en lo menos que pensaba Justo Rufino


era en aquella unión de que tanto hablaba. Bajo aquella
cubierta ocultaba sus verdaderos designios. En el fondo,
él se proponía revolver a Centro América, poner en cho-
que a las repúblicas del Istmo para dominarlas a su antojo.
Al mismo tiempo que se reunía la dieta unionista, Justo
Rufino entraba en tratos con los emigrados nicaragüen-
ses y con el presidente Guardia de Costa Rica para tras-
tornar a Nicaragua. Toda la dificultad de un entendi-
miento con Guardia la hacía descansar Rufino en la ex-
pulsión de tres Jesuítas que estaban asilados en Costa Rica.

No debe mirarse como un odio sin sentido esta perse-


cución a los Jesuítas. Honda significación revolucionaria
tenía, como que aquellos sacerdotes son los más combati-
vos y mejor armados de ideas y recursos intelectuales con-
tra el avance de la revolución. El haberles declarado
guerra a muerte es signo inequívoco de que Justo Rufino
se proponía, no sólo dominar, sino también corromper. Por
eso él hacía eje de su poder la persecución sin tregua a la
Compañía de Jesús, donde quiera que se encontrase.
Don Fernando Guzmán, ex-presidente de Nicaragua,
fue el encargado de acercar a los presidentes de Guatemala
y Costa Rica distanciados desde 1873, año en que Guardia
envió contra Rufino la expedición del Sherman a las costas
hondurenas. Justo Rufino ponía por condición que Guar-
dia se plegara a su política revolucionaria. El 6 de enero
de 1876 aquél escribía a Guzmán:

—171—
"El acuerdo del Gobierno de Costa Rica permitiendo
la permanencia de tres Jesuitas en San José me ha sor-
prendido desagradablemente. Los Jesuitas son enemigos
declarados de mi Gobierno; ellos no transigen con los prin-
cipios implantados por la revolución del 71, y yo tengo la
convicción de que en cualquiera parte que estén, me son
hostiles y procuran atacarme del modo que les es posible.
Por lo mismo tendría mucho gusto en que el Señor Pre-
sidente Guardia los extrañase del territorio costarricense y
no les permitiera la entrada de una manera permanen-
te. Este paso, como Ud. dice, sin duda contribuiría a estre-
char las relaciones de mi Gobierno con el General Guardia
porque nos identificaría en una de las bases principales de
la Revolución. Vería, pues, con satisfacción que Ud. y sus
amigos emplearan su influencia a fin de lograr que el señor
Presidente de Costa Rica diese la medida de echar a los
Jesuitas lo que a la vez juzgo conveniente a los mismos
intereses de su Gobierno y de la propia República de Costa
Rica. Si el señor Guardia se prestase gustoso a secundar
la Revolución de 71, pueden estar él y Ud. seguros de que
en mi Gobierno tendrá el suyo un amigo verdadero dis-
puesto a ayudarlo en todo cuanto pueda".

Guardia contestó también por intermedio de Guzmán,


que no daba importancia a la permanencia de tres Jesuitas
en Costa Rica, y que el espíritu de tolerancia estaba tan
arraigado en aquel país, que en nada influirían tan pocos
sacerdotes para convertir en "fanáticos" a los costarricenses.

Guardia se hacía el bobo, desentendiéndose de las ver-


daderas intenciones de Rufino, tan manifiestas en su plan
de gobierno. Sin embargo, fue a Guatemala y concluyó
un tratado con aquél; pero como todo su objeto era bus-
car apoyo contra el gobierno de Nicaragua, ya porque pro-
yectase hacerle la guerra, ya porque se propusiese conseguir
un ventajoso arreglo de fronteras al amparo de la amena-
za, rompió su compromiso con Barrios cuando vio cómo
fracasaba el intento de invadir a Nicaragua por la frontera
de Honduras. Desde entonces Justo Rufino se le tornó
acérrimo enemigo.
(o)
Mientras los delegados centroamericanos trabajaban en
Guatemala para llegar a un acuerdo unionista por medios
pacíficos el 1 de febrero de 1876 el Mariscal Santiago Gon-
zález entregaba la presidencia de El Salvador a don Andrés
Valle, electo popularmente, pero bajo la influencia de
González. Justo Rufino y Valle se reunieron en Chingo

—172—
.

el 15 de aquel mismo mes; y luego de considerar que la


revuelta de Honduras amenazaba alterar las buenas rela-
ciones de Guatemala y El Salvador, se dolían del estado
de Honduras y declaraban que "por deber de humanidad es-
tán en el caso de procurar que aquella república hermana
no continúe despedazándose en luchas fratricidas".

Seguidamente suscribieron un acuerdo cuya sustancia


era: Guatemala y El Salvador enviarían un ejército de dos
mil hombres a las órdenes del Lie. Marco Aurelio Soto, el
complaciente Ministro de Barrios, para concluir con la gue-
rra civil de Honduras; la presidencia de este país sería
entregada a Soto, quien daría una amnistía y convocaría
a los pueblos de Honduras para "elegir libremente el go-
bernante que deba ejercer el Poder Ejecutivo por el tér-
mino que las leyes designen"

Este pacto es otra duplicidad de Justo Rufino. Tiene


su compromiso con Medina, a quien ha hecho creer que vol-
verá a la presidencia de Honduras, y que, gracias al apo-
yo de Guatemala, se consolidará su gobierno; mas como
en Chingo se proponía estipular que la presidencia de Hon-
duras era para su ministro Soto, creyó necesario curarse
en salud, y al efecto, antes de la conferencia envió un pro-
pio a Medina para prevenirle que, cualquier cosa que suce-
diese en Chingo, él cumpliría su promesa.

Justo Rufino ha mudado de opinión respecto de Medi-


na. Lejos de servir éste a sus planes, se los ha complica-
do. Su acción revolucionaria, que debió haber sido un re-
lámpago, había demostrado incapacidad para derrocar a
Leiva, y éste conseguía reponerse de los primeros golpes.
Justo Rufino resuelve prescindir de Medina; pero, temien-
do se entienda con Leiva para vengarse de la burla, echa
mano a la mentira, asegurando al revolucionario que será
fiel a sus promesas.

El Ministro de Honduras en Guatemala Dr. Adolfo Zú-


ñiga,informaba así a su gobierno sobre este cambio brusco
de Justo Rufino:

"Aquí (en Guatemala) se creyó que Medina botaría


al Sr. Leiva en ocho días y sin disparar un tiro. Tal es la
confianza que se tenía en nuestra confianza y en los presti-
gios de aquel caudillo de desorden. Hoy todo ha cambia-
do. Medina es un malvado y un cobarde. Positivamente
Medina no supo llenar su papel en ocho días. Militar y

—173—
políticamente debía ponerse un enemigo encarnizado al flan-
co y retaguardia del General González, mientras se manio-
braba de frente con quince mil hombres al favor de la paz
y la amistad. Todo se frustró por los tardíos y torpes mo-
vimientos de Medina".

Entretanto el 28 de febrero se firmaba en Guatemala


el tratado de "paz preparatoria de unión entre las cinco
Repúblicas de Centro América". Además de los puntos del
programa trazado por Justo Rufino, que fue aceptado en su
totalidad, se estipulaba que, en caso de amenazar un rom-
pimiento, las cinco repúblicas "se comprometen a no hacer-
se jamás la guerra y someter sus diferencias al arbitraje
de las otras Repúblicas hermanas". Reconocía el tratado
que las frecuentes convulsiones de las repúblicas centroa-
mericanas traían su origen, las más de las veces, de "la in-
tervención indebida de unas en los negocios internos de las
otras", y para evitar este mal se consagraba "el principio
de no intervención por medios directos ni indirectos en los
predichos negocios".

En resumen,el tratado fue un éxito fácil de Justo Ru-


fino, debido al buen ambiente de que gozaba la unión cen-
troamericana, siempre que se intentara realizar por medios
pacíficos. El propio Rufino, por lo menos exteriormente,
hacía gala de su unionismo incruento. En un discurso que
en su nombre leyó el Ministro de Relaciones Exteriores en
el acto de inaugurarse el Congreso, se hallan estas pala-
cras: "La simpática acogida que vuestros gobiernos han
dado a la iniciativa que tuve la honra de dirigirles para reu-
nir este Congreso de Plenipotenciarios con el objeto de
sentar sólidas bases de asimilación, me hace esperar hoy
que la unión de Centro América pudiera realizarse en forma
más adaptable a las circunstancias actuales, a los intere-
ses comunes de las cinco Repúblicas, y por medios pacífi-
cos, sin derramamiento de sangre, como es mi más ardien-
te deseo."

Sin embargo, este hombre veleidoso, que hoy afirma


una cosa y mañana hace lo contrario, echaría a perder su
propia obra, demostrando en la práctica que no buscaba la
unión, ni quería la paz, ni le importaba derramar sangre y
perturbar el progreso, sino hacer su capricho, imponer su
voluntad por descarriada que fuese, y dominar sin la más
leve oposición, ya no sólo en Guatemala, sino también en
el resto de Centro América.

—174—
El tratado de Chingo fue un compás de espera. Justo
Rufino carecía de suficientes municiones y debía hacer
tiempo a las que ya venían en camino. Además, una vez
dominado El Salvador, colocado allí un sujeto dócil a sus
caprichos, lo de Honduras pasaría, por el mismo hecho, a
segundo plano. Para ello precisaba hacer la guerra a Valle
y a González bajo cualquier pretexto.

Inmediatamente después del tratado de Chingo, Justo


Rufino comenzó a preparar esta empresa. Decretó un em-
préstito forzoso con el fin, decía, de levantar un ejército
competente en cumplimiento del tratado de Chingo, lo cual
era necesario en vista de las complicaciones políticas en
el vecino estado de Honduras, y además, con objeto de estar
listo para cualquiera otra emergencia que pudiera ocurrir.

Pero en lugar de enrolar mil hombres, que era el cupo


de Guatemala de acuerdo con el tratado de Chingo, reclutó
y equipó veinte mil soldados. (Burgess, pág. 153, nota 7).

Otro decreto ordenaba al Banco Nacional emitir 300,000


pesos en billetes de curso legal y con la obligación de que
se recibieran a la par hasta que se dispusiera otra cosa.

Unacircunstancia aguzó la suspicacia de Justo Ru-


fino. Vivía en San Salvador don Enrique Palacios, su
encarnizado adversario, el mismo que había hecho cabe-
za en la revolución del Sherman, tres años antes. Pala-
cios dirigió al General Medina una carta en que lo inci-
taba a dejar el partido de Barrios y arreglarse con Leiva.
Le daba noticias del tratado de Chingo, acentuando la
exclusión que de él y de Leiva se hacía de la Presidencia
de Honduras. "El significado de este escandaloso pro-
cedimiento — —
seguía la carta de Palacios es tan claro
como la luz del día; y, permítame que se lo diga a Ud.
con franqueza, mi General, no es otro que el de los mis-
mos auxilios prestados a Ud. para derrocar la adminis-
tración del Sr. Leiva. Impedir que Honduras se consti-
tuya y recupere sus fuerzas y servirse de esos desgra-
ciados pueblos, de su sangre y de sus recursos contra El
Salvador. Sólo la más refinada perfidia puede haber in-
ducido a aquellos hombres a ponerse aparentemente de
acuerdo con Ud., y hoy que por la actitud de El Salvador
han visto que dieron un paso en falso, le sacrifican a Ud.
sin el menor escrúpulo, como sacrificaron al Sr. Leiva,
después de haber sacrificado a su propia hechura el Sr.
Arias". Prometía Palacios a Medina que cesarían las hos-

—175—
tilidades contra él por parte del gobierno salvadoreño, y
concluía: "En cuanto llevo dicho estoy ya de acuerdo con
El Salvador".

Esta carta llegó a manos de Justo Rufino y su descon-


fianza imaginó ya a Medina entendido con Leiva y con
González, y a los tres haciéndole la revolución.

Justo Rufino tuvo la paz en la mano cuando las cin-


co repúblicas suscribieron el tratado preparatorio de unión;
de haber seguido la norma que él mismo propuso, todo
se hubiera arreglado tranquilamente, quedando de paso
afianzada la base para la reconstrucción pacífica de Cen-
tro América. Mas él fue el primero en violar su propio
plan, interviniendo en Honduras por el medio vitando de
la revolución. La paz no le hubiera proporcionado la pre-
ponderancia que él buscaba, y por eso ahora se hallaba
envuelto en sus propias redes de la guerra. Esta vez sal-
dría airoso, pero no siempre le depararía el destino tan
halagüeño desenlace.

Desde que Valle y González se persuadieron de que


Justo Rufino no procedía de buena fe, y que bajo cuerda
seguía apoyando a Medina y armándose contra El Salva-
dor, ellos también se fueron por la peligrosa senda del en-
gaño. Mientras Barrios continuaba proveyendo de armas
y dinero a Medina, González y Valle enviaban fuerzas
armadas a Honduras. Estas derrotaron a Medina en el
Naranjo o Rancho Grande (22 de febrero de 1876), ha-
ciendo posible la vuelta del ya derrocado presidente Leiva,
quien se había asilado en Nicaragua.

Pero Valle siguió fingiendo buena fe, que a menudo


la sumisión aparente es el único recurso del débil para nu-
lificar las exigencias del poderoso. En 22 y 25 de febre-
ro telegrafía Valle a Barrios explicándole el atraso en
reunir y enviar el cupo de mil soldados que correspon-
den a El Salvador por el convenio de Chingo para apo-
yar a Soto. En cuanto estén listos marcharán, asegura
Valle. En cambio, Rufino anuncia a Valle que ya Soto
marcha a Ocotepeque con los mil hombres que corres-
ponden a Guatemala. En todo caso, se ve claro que a
quien más conviene aquel paso es a Rufino, y que el
salvadoreño comienza a comprender que contribuir a él
sería la mayor necedad y facilitar al enemigo la realiza-
ción de sus planes contra El Salvador. ¿Por qué, pues, el

—176—
pacto de Chingo y toda aquella política de paños tibios?
En una carta del 26 de febrero González daba a un amigo
las razones de su desconfianza para con Barrios y de los
motivos de su actitud:

'El Sr. presidente de esta república firmó ese conve-


nio — decía la carta refiriéndose al de Chingo —
cediendo ,

a las circunstancias del momento en que no era posible


prescindir de aceptar o el convenio o la guerra inmediata.
Nosotros no queremos que Honduras sea presa de la am-
bición del Gral. Barrios, porque a su anexión seguiría
la de El Salvador." Por esa causa desea y apoya Gonzá-
lez la autonomía de Honduras "contra las injustificables
pretensiones del Gral. Barrios, que quiere imponer a Cen-
tro América la dictadura del palo, el poder discrecional y
vejatorio que él ejerce en Guatemala."

Pocos días después el propio presidente Valle amplía


aquellas razones en un manifiesto asalvadoreños don-
los
de les da cuenta detallada de las causas del conflicto.
Entre las exigencias del gobernante de Guatemala una era
que se estableciese en El Salvador un sistema semejante al
suyo; pero eso 'no era moral ni posible tratándose de un
pueblo libre por tradición, donde los derechos del hombre
están consagrados, los poderes públicos sujetos a una ley
fundamental, donde toda la administración rueda por el
carril de la ley escrita, y que no consiente por carácter el
peso de las dictaduras permanentes."

He aquí el verdadero motivo de la oposición al unio-


nismo proclamado por Justo Rufino Barrios. Ese mismo
obstáculo le saldrá al paso en 1885. Gran lección que no
han querido aprender los unionistas por cualquier medio:
la violencia separa, el despotismo inspira desconfianza,
una y otra hacen odiosa la idea en manos de un dictador;
y los pueblos acaban por convencerse de que la bandera
de la unidad no es sino el pretexto de los ambiciosos para
resolver y sacar provecho personal.

Justo Rufino hará desde luego todo lo posible por


realizar sus planes al menor costo posible. Chingo es una
palanca que moverá hasta el último momento. El 27 de
febrero dirige el siguiente telegrama a Valle: "Conveni-
mos en Chingo en que debíamos tratarnos con toda fran-
queza, y por lo mismo me dirijo a Ud. diciéndole que de

—177—
esa República y por distintos conductos recibo aviso de
que en Ahuachapán se publicó un bando marcial; que se
han armado los emigrados; que todos los días se recluta
gente; que se ha invadido Honduras; que se trata de ha-
cer la guerra a Guatemala; y otras especies que no puedo
contestar con las promesas de amistad que hicimos en
Chingo. Sírvase decirme lo que hay respecto de esto
pues he descansado en la buena fe de Ud."

Valle responde con dignidad y franqueza. El ciuda-


dano ha resultado más duro de pelar que el Mariscal:
''Contesto su telegrama que recibí ayer. Es falso que en
Ahuachapán se haya publicado un bando marcial, lo que
allí se ha publicado es el Reglamento de Patriotas como
se ha hecho en todos los pueblos de la República. Tam-
bién es falso que se arme a los enemigos no obstante so-
licitarlo éstos con vivas instancias. En algunos Departa-
mentos se ha reclutado gente para organizar los mil hom-
bres del convenio de Chingo. Este Gobierno nunca ha
pensado hacer la guerra a Guatemala; pero los hechos
que ejecuta actualmente el Gobierno de U. me ponen en
la necesidad de asumir la actitud que corresponde para
hacer la defensa de la República que veo amenazada con
el hecho de situarse más de tres mil hombres en los De-
partamentos de Chiquimula y Zacapa, con más el hecho
de haberse mandado a esta última población 2,000 ri-
fles. A esto se agrega que el General Miranda ha re-
cibido en Gracias 400 hombres armados procedentes de
esa República. En fin creo que el territorio hondureno
no puede ser invadido conforme al convenio de Chingo,
sin haber precedido las gestiones diplomáticas; y desde
luego le declaro, que si usted insiste en invadirlo según
me lo anuncia, sin haberse cumplido con tal formali-
dad, me reservo el derecho de obrar como corresponde y
conviene a los intereses de esta República. Yo quiero y
deseo la paz, pero si ella se altera, recuerde quién ha
creado esta situación y quién es en la conciencia públi-
ca el autor de la guerra.'*

Justo Rufino decide seguir la comedia de las contem-


placiones. Quizás no está aún bien preparado. "Acabo
de recibir su telegrama —
contesta el mismo día —
y co-
mo en él me indica que es necesario antes de cumplir el
tratado de Chingo que proceden gestiones diplomáticas,
mañana sale de aquí un porta pliegos haciendo a Ud. ex-
—178—
plicaciones, asegurándole desde luegoque es falso que Mi-
randa haya recibido en Gracias fuerzas de este Gobier-
no y aún para no faltar al tratado hice que el General
Solares, que había salido de Chiquimula con dirección a
Ocotepeque, regresara a aquella plaza hasta la llegada del
Señor Soto."

La respuesta de Valle es lacónica y tajante. Parece


que él es ahora el poderoso; en realidad es un hombre
que ha tomado una determinación de acuerdo con los
intereses y la dignidad del pueblo que gobierna: "Espe-
ro el exprofeso que me anuncia y ¡ojalá! las amplias ex-
plicaciones que me ofrece nos traiga a un arreglo pací-
fico."

Junto con su mensaje telegráfico del 28 Justo Rufi-


no ha escrito una carta a Valle. Quiere creer que Valle
tropieza con dificultades para cumplir con el convenio
de Chingo, pues se le hace muy duro persuadirse de que
el presidente de El Salvador "quisiese inaugurar el pe-
ríodo de su mando, ensangrentando el suelo salvadoreño."
Justo Rufino desea la paz y la armonía con El Salvador.
¿En dónde está, pues, el obstáculo? Y él mismo se con-
testa: "Yo desearía y viera con agrado que usted, me-
ditando en su política, encontrase la manera de llevar
a un término honroso el Convenio de Chingo, para asegu-
rar de un modo estable la buena inteligencia que yo
estoy dispuesto a cultivar."

Heahí todo el secreto de esta crisis y de toda la po-


lítica del Patrón de Guatemala. Quiere ver a todo el
mundo a su servicio; quiere que Valle le ayude a colocar a
Soto en Honduras, como le ayudó González a derrocar a
Medina para poner a Arias, y a derrocar a Arias para
poner a Leiva; ahora quiere derrocar a Leiva para poner
a Soto. ¿Y después? Si Valle no se aviene a estos an-
tojos sin plan ni objeto, que se tenga por caído, y si se
aviene, tampoco puede darse por seguro. Así es que pa-
ra el salvadoreño lo mejor es jugarse de una vez con
honra el todo por el todo que someterse al papel de mu-
ñeco.

Barrios expresa la amenaza con claridad: "Si la cues-


tión que nos ocupa —
dice a Valle —
debe resolverse por
la guerra, crea usted que por mi parte veré con senti-
miento ese resultado." Y luego enumera una serie de

—179—
'

cargos como demostrando que tiene motivos para un rom-


pimiento: "Tengo intormes de que, a pesar del Convenio
de Chingo y de los buenos deseos por la paz, continúan
levantándose fortificaciones por todas partes en esa Re-
pública.

"Tengo informes de haberse despachado a los Coro-


neles Figueroa y Molina con cuatrocientos hombres so-
bre territorio hondureno.

"Estoy igualmente informado de que el desarme de tro-


pas no se llevó a cabo en ésta con arreglo a lo conve-
nido.

"También tengo informes del trabajo constante de los


emigrados de esta República para promover una guerra.

"Tengo informes de que quinientos Remington, que


ese Gobierno tenía en La Unión, fueron remitidos a Ama-
pala.

"Y por último, sé también de una manera cierta, por


persona residente en esa ciudad, que se ha hecho impri-
mir, desfigurando el Convenio de Chingo y que con pro-
pios violentos se despachó a Honduras un número con-
siderable de ejemplares.'

Valle, sin embargo, tiene en sus manos la solución


pacífica de este conflicto. Hay que pasar por las horcas
caudinas de Chingo.

El Presidente salvadoreño intentará el último esfuer-


zo por la paz. Va a hablar a Rufino el lenguaje de la
verdad y de la cordura; pero ahora han cambiado las co-
sas en Honduras. El Presidente legítimo está en pose-
sión de casi todo el territorio del país; la facción se en-
cuentra reducida a la impotencia; intervenir ahora so pre-
texto de pacificar sería un acto de guerra a un gobierno
legítimo y popular; el Convenio de Chingo establece que
Soto debe emplear, ante todo, medios diplomáticos (pu-
do haber añadido que también el tratado reciente de Gua-
temala, obra de Rufino, imponía igual procedimiento pa-
ra arreglar los conflictos y excluia absolutamente la gue-
rra); opina Valle que Leiva da garantías a Guatemala y
El Salvador y que es mejor entenderse con él; si El Sal-

—180—
vador se fortifica es como medida de defensa y no de
agresión; cierto que el gobierno salvadoreño envió 300
Remington a Leiva, pero fue antes del Convenio de Chin-
go, y "porque ese gobierno (el de Justo Rufino) auxilia-
ba al Gral. Medina, como aparece probado". Concluye la
carta refiriendo que el general guatemalteco Solares ha
entrado en Honduras con 1,800 hombres: "Si esto es
cierto el Convenio de Chingo quedará roto."
Ese día Valle escribió otra carta en el mismo senti-
do José María Samayoa, íntimo consejero de Jus-
al Lie.
to Rufino. Fue su último esfuerzo por la paz.
Pero lo menos que deseaba Rufino era dejar a Leiva
en Honduras y a Valle y González en El Salvador; él
amaba la paz, pero a su ventaja y capricho; otra paz no
tenía sentido para el Patrón. Hasta ahora ha procurado
ocultar sus intenciones; pero desde el 5 de marzo, al día
siguiente de la carta de Valle, había arrojado la careta
con aquella proclama en que acusaba al gobierno salva-
doreño de haber violado la no intervención, llamaba "des-
leal" a González, daba cuenta a los guatemaltecos de que
la paz estaba en peligro de ser alterada por el Mariscal,
y que a eso obedecía el estado de defensa en que había
puesto al país.
El 10, ya en camino para la frontera salvadoreña,
escribía a Medina desde Jutiapa:
"Estamos ya en guerra
con la República de El Salvador, o más bien con el traidor
González. Respecto a lo ocurrido en Chingo, le puse
. .

a Ud. un comisionado para que le explicara lo que había


pasado, pues estaba demasiado desprevenido para afron-
tar una guerra por falta de parque, así es que me con-
venía ganar tiempo, pues lo esperaba de un momento a
otro. . Con violencia, pues, amigo, saldremos pronto de
.

esta situación. No se fije Ud. en el tal Convenio de


. .

Chingo; esté Ud. por mi carta que le mandé con Enri-


que Soto; yo soy hombre que cumplo lo que ofrezco."
En otra carta posterior aseguraba a Medina que "no
debe dudar que su gobierno se consolidará en Hondu-
ras." Y al mismo tiempo le anunciaba el envío de 2,700
pesos. (1)

(1) Cartas y telegramas publicados en "Revista del Dep.


de Historia, etc. de El Salvador, agosto de 1939 pág.
32.

—181—
No cabe duda, pues, de la duplicidad y mentira de
Justo Rufino. Por un lado queda patente que apoyaba a
Medina y que había prometido hacerlo presidente de Hon-
duras si derrocaba a Leiva: las reiteradas negativas de
Barrios a este respecto resultan ahora desvirtuadas por
él mismo; y por lo que toca al Convenio de Chingo, su
propia confesión nos revela que tampoco procedía leal-
mente.

Y como asimismo Valle, dominado por González —


según decía Rufino — ,tampoco obraba sinceramente, se
sigue que ambos se hallaban empeñados en un pugilato
de engaños: ambos proclamaban desear la paz; mas el
uno quería y procuraba vencer en Honduras y dominar en
El Salvador; el otro, fortalecer a su patria con el apoyo
del vecino para librarla de la humillante y nefasta "dic-
tadura del palo." El uno era el agresor, el otro se de-
fendía.

En el camino hacia la frontera recibió Justo Rufino


la carta del Presidente Valle. La contestó en Jutiapa.
Comenzaba llamando a su colega Valle: Muy señor mío,
en lugar de corresponderle con el título de amigo que el
otro había usado. Este principio resumía toda la tem-
pestad que Rufino iba a desatar contra los que habían
osado igualarse con él en la política de influencia.

Mas como esta carta retrata a Justo Rufino, y des-


cubre sus modales ásperos y violentos cuando alguien ha
soliviantado su cólera, hace más al propósito reproducir
íntegros los párrafos» conducentes:

"A la verdad Señor Valle, el lenguaje de su carta me


sorprende: o Ud. obra de muy mala fe o pretende en-
gañarme con descaro inaudito. El General Medina con
elementos propios había derrocado la administración im-
popular del Señor Leiva, estaba en la capital y en pose-
sión de toda la República, excepto de la isla del Tigre
defendida por considerables fuerzas salvadoreñas. El Se-
ñor Leiva se había fugado del territorio hondureno. En
este estado se encontraban las cosas de Honduras cuan-
do estábamos conferenciando en Chingo y ahí no reco-
noció Ud. al gobierno de Leiva como legítimo, sino co-
mo beligerante, porque lo veía enteramente caído; y así
se pactó que dentro de tres meses procederían los pue-

—182—
blos de Honduras a elegir libremente su gobernante; y
así measeguró Ud. bajo su palabra de honor, que había
dado sus más terminantes órdenes para que las fuerzas
salvadoreñas se mantuvieran simplemente a la expectati-
va, sin traspasar un palmo de la frontera de Honduras.
Y sin embargo, ¿qué sucedía entonces? Cuando yo re-
gresaba a la capital, descansando en la buena fé de Ud.
y en su palabra de caballero, su gobierno daba órdenes pa-
ra que los ejércitos salvadoreños invadieran hasta el cen-
tro de Honduras y repusieran al Señor Leiva con el fin
de procurarse Ud. un pretexto para no cumplir el Con-
venio de Chingo.

"Ud. ha faltado a todo: pactada estaba la no inter-


vención, y Ud. ha intervenido hasta el extremo de man-
dar fuerza salvadoreña a derramar su sangre y la de los
hondurenos en los campos de Rancho Grande. Y con más
de dos mil hombres que atacaban al gobierno del Gene-
ral Medina ¿cómo no quería Ud. que viniese a concen-
trarse a Gracias? Pactado estaba también que Ud. envia-
ría mil hombres a reunirse a Ocotepeque con las fuer-
zas de Guatemala, y Ud. no lo ha cumplido. Con pretex-
tos fútiles estuvo Ud. más de quince días queriendo en-
gañarme, manifestándome que no podía reunir los mil
hombres que se había comprometido a mandar según el
convenio. ¿Quién no vé una mentira en eso? ¿Quién
puede creer que el gobierno de Ud. sea tan impotente que
no reúna mil hombres en pocos días? ¿Y quién no vé
en la manera de proceder de Ud. falta de sentido y de bue-
na fé? Ud. quería ganar tiempo mientras ejecutaba su
ejército las operaciones en Honduras y mientras sus agen-
tes iban cerca del General Medina y de los jefes que lo
rodean a pedirles su alianza con El Salvador y los reac-
cionarios para hacer la guerra a Guatemala.

"Todo lo anteriormente dicho está probado por he-


chos y documentos fehacientes. Ahora bien, lo que yo
deduzco de todo es, que Uds. quieren hacerme la guerra
a todo trance y que para lograrlo no se paran en medios:
Uds. han faltado a la amistad, a los convenios y a los
tratados: Uds. han mantenido asilados a mis enemigos
y han llamado a los que estaban fuera: Uds. han tomado
decididamente el partido de la reacción, traicionando los
principios que habían proclamado. Sólo por ponerme en-
frente el partido contrario a las ideas que yo profeso,
Uds. han procurado aliarse, y hacer defeccionar a los

—183—
Generales que están en Honduras, combatiendo al gobier-
no de Leiva, lo cual no pudieron lograr porque (y sea
dicho de paso) Uds. no inspiran confianza ni fé a ningu-
no en Centro América: Uds. han publicado proclamas in-
cendiarias haciéndome aparecer como un Atila y mintien-
do al pueblo salvadoreño, única arma que les queda: Uds.
quieren imponer al pueblo de Honduras un gobernante
de su devoción mantenido por bayonetas salvadoreñas, y
Uds. en fin, han hecho que se proclame en esa un gobier-
no ridículo, poniendo como presidente provisorio de Gua-
temala al loco de Palacios."

"Me dirá Ud. ¿que por qué en el párrafo anterior


hablo de Uds.? y voy a explicárselo. Lo que ha pasado de-
muestra claramente cuan fundados eran los temores que
se abrigaban al subir Ud. a la presidencia. La opinión
pública decía: Valle será el Presidente de nombre; pero
el que va a mandarlo a él, como a su hechura, será el
General González. Yo no puedo creer que haya hombre,
siquiera sea de mediana reputación de honrado, que no
procure cumplir sus compromisos. Ud. creo que trataba
de buena fé en Chingo, pero al llegar al Salvador en pre-
sencia de la oposición de González se decidió Ud. a en-
trar en la vía del engaño y de la deslealtad, echándose
sobre sus hombros la inmensa carga de los odios que pe-
san sobre aquél. ¿Qué necesidad tenía Ud. de esto? y
¿para qué inaugurar su gobierno faltando, a los veinte
días, a su palabra y a su firma y provocando una guerra
que ya habíamos evitado? No comprendo Señor Valle,
los móviles de la conducta de Ud. pero sí saco una conse-
cuencia clara, y es, que en esa República, no tengo con
quien entenderme, porque el que manda, manda en apa-
riencia una vez que no cumple sus compromisos; y yo,
Señor Valle, no puedo entrar en inteligencias con otro que
no sea el representante de la autoridad legítima de la
nación salvadoreña."

"Me dice Ud. que los emigrados de esta República


maquinan sin descanso por hacer estallar la guerra: que le
hacen ofertas de toda clase: le piden armas y prometen la
cooperación de sus correligionarios políticos: y que aún
de lo anterior de Guatemala recibe Ud. invitaciones a la
guerra y promesas de ayuda. Hace tiempo que tanto el
General González como Ud. me han estado amenazando
con esas concejas. Bien puede Ud. dar armas a todos esos
rezadores y bandidos que tiene en esa: que vengan con

—184—
sus cruces y escapularios, y bien pueden Uds. todos le-
vantar la bandera de la religión y venir cuanto antes a
,,
invadir nuestra República.

"Ud. dice que la guerra será un triunfo para los reac-


cionarios y que Ud. y yo que somos liberales, nada tene-
mos que ganar en un rompimiento; y sí mucho que per-
der. Señor Valle, yo no creo en triunfo de reaccionarios,
y en cuanto a perder, allá nos veremos. . .A todo estoy
decidido. .
."

"Ud. dice que no tiene conocimiento de la publici-


dad, malignamente alterada, que del convenio de Chingo
se hizo en esa República. Tampoco comprendo esto; de
ese convenio se hicieron tres ejemplares: uno para Ud.,
uno para el Señor Soto y otro para mí. De los tres só-
lo el de Ud. estaba en El Salvador, de suerte que no pue-
de caber duda sobre que Ud. ha sido el que lo ha manda-
do publicar, o prestado para que con su anuencia se pu-
blicase con tan indignas alteraciones."

Es cierto que el General Solares está en Honduras con


más de tres mil quinientos hombres. En vista de la in-
vasión de las fuerzas salvadoreñas en aquella Repúbli-
ca, de la acción de armas de Rancho Grande, de la falta
de cumplimiento de Ud. al convenio y de los trabajos de
todos Uds. contra mí, he estado en perfecto derecho de
enviar esas fuerzas como una medida de defensa."

"Ud. dice que desea la paz y que adoptará los medios


necesarios para conseguirla: pero las obras de Ud. y las
personas que lo rodean no corresponden a estas palabras:

"Yo sí deseo con todo mi corazón la Paz: siento viva-


mente ver paralizadas las empresas de progreso en esta
República, y sentiría aún más que corriese la sangre de
salvadoreños y guatemaltecos infructuosamente y por cau-
sa sólo de Uds. Yo he puesto todos los medios para con-
seguir la paz: he cumplido mis compromisos y he exhor-
tado a Ud. para que nos unamos y nos dediquemos, con
inclusión a hacer el bien y la felicidad de nuestros pue-
blos. Ud. no ha obrado de esa manera y sólo sobre Ud.
recaerá la inmensa responsabilidad de las consecuencias
de una guerra que Ud. provoca por no haber cumplido su
palabra, ni como particular, ni como Presidente de esa
República. Interrogue Ud. a su conciencia y ella le dirá

—185—
que tengo razón y justicia en lo que a Ud. he dicho en
esta carta." (1)

(1) Carta fechada en Jutiapa el 12 de marzo de 1876.


Apud.: "Documentos relativos a las cuestiones entre
Guatemala y El Salvador, 1876."

186—
Capítulo XVIII

EL PATRÓN NO PIENSA EN UNIR A


CENTRO AMERICA

Antes de partir para la campaña de El Salvador, Jus-


to Rufino depositó el poder en su Ministro de la Guerra,
el Lie. José María Samayoa. Merecía su plena confianza
este colaborador, pues se había identificado con él, apro-
bando y aun imaginando muchas de lasmedidas extremas
del dictador. Valladares nos refiere que él instituyó el
palo como medio de gobernar; pero también debe acredi-
tarse a su favor el haber impedido con su consejo otros
atropellos. Dice Sánchez en su Memorándum que Sama-
yoa "si bien tiene grandes responsabilidades sobre sí por
los hechos malos de Barrios durante su ministerio, tam-
bién debe hacérsele justicia atribuyéndole gran mérito en
haber impedido muchos males y haber logrado que aquel
déspota obrara o ejecutara actos buenos."

Las medidas que para la guerra dictó Samayoa, sin


duda de acuerdo con Justo Rufino, fueron en extremo du-
ras y perjudiciales para el pueblo guatemalteco. Aumentó
los derechos aduaneros en un veinticinco por ciento, im-
puso una carga de cincuenta centavos a cada quintal de
café exportado, aumentó en un ciento por ciento otros
impuestos de exportación, creó nuevas gabelas para los
molinos de harina, los destaces de ganado y la elaboración
de cerveza; y por último, decretó una fuerte tasa a los
plantadores de caña de azúcar.

—187—
No bastaba a Justo Rufino revolver a Guatemala, El
Salvador y Honduras; su idea del desorden comprendía
también a las otras dos repúblicas, Nicaragua y Costa Ri-
ca, no tanto para hacer la unión, como él mismo y los a-
contecimientos lo dirán, sino para implantar su influen-
cia y transformar aquellos estados, que hacían verdadera
vida republicana, en dictaduras a la manera de la que
él había establecido en Guatemala.

Con este objeto pensó en atraerse a su antiguo rival


el General Tomás Guardia presidente de Costa Rica, y al
mismo tiempo que hacérselo amigo, apoyar en él una re-
volución contra Nicaragua para derrocar al presidente don
Pedro Joaquín Chamorro, en quien no encontraba made-
ra de monigote.

En aquel mismo mes de marzo, camino ya hacia la


frontera salvadoreña, envió a Costa Rica al General Máxi-
mo Jerez con una misión revolucionaria. Conocido es el
papel perturbador del Gral. Jerez en Centro América;
así es que, cuando supo de estos movimientos de Justo
Rufino, se apresuró a trasladarse al lugar donde se fra-
guaban los trastornos con pretexto de unión centroameri-
cana, no obstante que don Pedro Joaquín Chamorro le
había escrito, el 9 de diciembre de 1875, que estaba por
la unión pacífica, y a pesar de haber visto que esta buena
voluntad se había hecho realidad en el reciente Congre-
so de Guatemala, tanto como en el mismo se había reve-
lado la mala fe unionista de Justo Rufino.

En esta ocasión no sólo llega el Gral. Jerez con in-


tenciones de pescar en río revuelto, sino también a des-
pertar las ambiciones de una guerra en todo el Istmo.
Don Anselmo H. Rivas informa desde Guatemala al pre-
sidente Chamorro, en enero de 1876, que "el General Je-
rez ha venido expresamente a trabajar en el ánimo del
General Barrios para lanzarle a una guerra de conquista
en nombre de la nacionalidad de Centro América."

Pero Justo Rufino, que estaba para satisfacerse con


mucho menos, despachó a Jerez con una misión poco hon-
rosa: la de conquistar la alianza de Guardia, ofreciéndole
que la cuestión de límites con Nicaragua se resolvería
dando más territorio a Costa Rica. Marchó Jerez con
aquella embajada que, según la expresión del ex-presi-
dente de Nicaragua don Fernando Guzmán, "sólo él era

—188—
capaz de desempeñar", es decir: de sancionar la mutila-
ción de su patria. Jerez fracasó, y no daremos pormeno-
res de este fracaso por ser asunto ajeno a este estudio.
A quien le interese, puede leerlos en la Biografía del Gral.
don Pedro Joaquín Chamorro por Esteban Escobar.

Antes de disparar un tiro, Justo Rufino vuelve a sus


viejos métodos de proclamas. Necesita, como cuando iba
a cometer sus desafueros contra el catolicismo guatemal-
teco, excusar sus procedimientos o por lo menos prepa-
rar la opinión de Centro América para dar color de jus-
ticia y necesidad al nuevo atropello que prepara. Pro-
clama al ejército. proclama a los guatemaltecos.
. . pro- . .

clama a los hondurenos. proclama a los salvadoreños.


. . . .

Justo Rufino se empeña en demostrar su razón y sólo con-


sigue pintarse de cuerpo entero.

Dice a los hondurenos que resolvió no tomar parte


en laguerra civil de su país "convencido de las ruinosas
consecuencias que ha traído a Honduras el sistema de in-
tervenciones"; pero tampoco puede "consentir que, en de-
trimento de vuestra autonomía, vuestras libertades y de-
rechos, interviniese, con fuerza armada, el vecino Gobier-
no de El Salvador, para crear un orden de cosas opuesto
a vuestra independencia política."

Esta actitud,agrega Justo Rufino, era en "obsequio


de bien de los hondurenos". Que celebró
la justicia, en
el Convenio de Chingo "deseoso de asegurar vuestra liber-
tad para que os deis el gobierno y las instituciones que
más o conviniesen". Pero González no ha querido la paz
sino la guerra para Honduras a fin de continuar siendo el
arbitro de los destinos hondurenos. Justo Rufino debe
oponerse decidida y resueltamente a tamaña injusticia; y,
como González no ha respetado los arreglos pacíficos, "me
he visto en el caso —
agrega —
de ampararos, enviando un
ejército a vuestro territorio, que lleva por única misión
ayudaros en la obra de restablecer vuestra independen-
cia para que, merced a ella, os deis un gobierno verdade-
ramente nacional, libre de las exigencias y humillacio-
nes que ha impuesto a vuestro país y quiere continuar im-
poniendo el ex-presidente González."

La proclama a los salvadoreños es más extensa. Hay


que jabonar mejor a este pueblo duro de vencer. Co-
mienza declarándoles que siempre les ha profesado "sus

—189—
más vivas simpatías"; pero la deslealtad de Valle le obli-
ga a presentarse armado en las fronteras de El Salva-
dor. Esta actitud es debida asimismo al General Gonzá-
lez "siempre traidor", y cuya "conducta falaz" había to-
lerado hasta entonces en "obsequio de la tranquilidad de
estos pueblos."

Cuando el Gral. González quiso intervenir con fuerza


armada en Honduras "para mantenerle bajo el yugo y
como un apoyo de su poder", Justo Rufino proclamó la
"no intervención", "porque deseo que las Repúblicas her-
manas gocen de su autonomía, que sean independientes y
que se den con toda libertad sus gobernantes."

Creyó que todo estaba arreglado cuando firmó con


Valle el Convenio de Chingo; pero al no cumplirlo el Sr.
Valle "ha demostrado que no es hombre de honor y man-
cillado la dignidad del pueblo salvadoreño, haciéndolo a-
parecer como un pueblo sin fe y sin honra." Fue Gonzá-
lez quien torció la voluntad de Valle, hombre sin carác-
ter, a merced de los caprichos de aquél; todo esto ha obli-
gado a Justo Rufino a "poner coto a los abusos del hom-
bres funesto que intenta trastornar a Centro América."

Justo Rufino prodiga los epítetos infamantes a Gon-


zález: "traidor a todas las causas", "jefe de la reacción
y del partido retrógrado", unido a los "sectarios del abso-
lutismo", "verdugo" del infortunado presidente Gerardo
Barrios.

Es González quien, con sus deslealtades y traiciones,


ha provocado y promueve la guerra, que Justo Rufino ha
procurado evitar por todos los medios. El pueblo salva-
doreño no debe creer las "falsedades y mentiras" de los
que "os hablan de instituciones y libertades, ellos que han
hollado todas vuestras leyes fundamentales y que os han
puesto cadenas."

Asegura a los salvadoreños que no llega a pelear con-


tra ellos, ni a quitarles la independencia, las leyes, las
libertades, ni un palmo de territorio; esas son "viles ca-
lumnias" de Valle y González para llevar a los salva-
doreños a derramar su sangre "en obsequio efe sus inte-
reses personales."

—190—
Les pide que ayuden a sus propósitos de derrocar el
"deshonroso gobierno" de Valle, y promete: "os daréis un
gobierno digno, que promueva vuestra felicidad y el en-
grandecimiento de vuestra patria."

Apenas se concibe que Justo Rufino emplease este


lenguaje y lanzase tales acusaciones. ¿Hablar él de dar
libertades, acusar a otros de poner cadenas, condenar a
los que favorecen el absolutismo, inculpar a sus rivales
de hollar las leyes fundamentales de los salvadoreños?
¿Es posibe que tan engañado lo tuviese la adulación para
no ver en aquellas palabras la condenación de sus propios
actos? ¡Terrible sino el de los hombres soberbios, ser
jueces de ellos mismos con la sentencia que creen pronun-
ciar para otros!

Pero no está satisfecho todavía Justo Rufino con a-


quella andanada de dicterios, y empuña de nuevo la plu-
ma para decir a los salvadoreños: No es cierto que haya
invadido el territorio de El Salvador (19 de marzo): "Es-
to lo dice bajo su firma ese instrumento hasta el cinis-
mo del ex-Mariscal González." Con esta mentira quiere
engañar al pueblo "para poner vuestro brazo al servicio
de sus pasiones e intereses;" la "falaz e imprudente pala-
bra" de Valle es "un eco destemplado de los engaños y
falsías de González."

Las armas de Guatemala custodian los fueros de la


democracia. Justo Rufino, que ciñó espada para "com-
batir la aciaga dominación del fanatismo y la oligarquía",
no es ni puede ser sospechoso para el pueblo. La guerra
a que lo provocan no será contra los salvadoreños, sino
"contra los hombres que alevemente arrojan sus dardos y
maquinan y reaccionan contra nuestra causa, que es la
vuestra."

Con este fárrago de invectivas ha creído Justo Ru-


fino preparar su acción de armas contra El Salvador. El
20 de marzo decreta cortar en absoluto las relaciones ofi-
ciales con aquel país. Los fundamentos de esta medida
son, sobre poco más o menos, las razones contenidas en
las proclamas; además acusa a González de no haber re-
concentrado a los emigrados, de haberse organizado en te-
rritorio salvadoreño, con el consentimiento de las autori-
dades, un gobierno provisorio presidido por Enrique Pala-
cios; de haber escrito González una carta en que ofrece

—191—
el apoyo de El Salvador contra Guatemala, y en la que
asegura que el Convenio de Chingo sólo se había firma-
do con el objeto de ganar tiempo. (Otra alusión a su pro-
pio sistema.)

A este decreto siguió el del 27 de marzo en que el


gobierno de Guatemala, señalando el hecho de haber sido
invadido su territorio por fuerzas salvadoreñas, "acepta la
injusta guerra que de hecho le provoca el gobierno de El
Salvador."

Es indudable que Justo Rufino no las tenía todas con-


sigo respecto de la actitud que Medina asumiría después
de la burla de Chingo. Aumentaban estos recelos el he-
cho de hallarse el ex-presidente de Honduras don Céleo
Arias, rival de Medina, al lado de Justo Rufino en Jutia-
pa; el haber escrito el mismo Arias cartas diversas a Hon-
duras recomendando a Soto; la circunstancia de que fue
Arias quien sugirió a Rufino la elección de Soto en el
Convenio de Chingo por creerlo liberal y ser " entusiasta
de la dictadura de Barrios". Pensaba Justo Rufino que
todo esto lo vería y lo pesaría el ambicioso Medina con
ojos difidentes. Justo Rufino sabía demasiado de celos po-
líticoscomo para comprender los que despertarían en Me-
dina estas señales inequívocas de que se intentaba arre-
batarle el objeto de sus anhelos, tan arraigados en aquel
trastornador, que, para lograrlos, no reparaba en el per-
juicio que ocasionaba a su patria y a sus conciudadanos.

Así es que, después de haberle escrito que en Chin-


go otro era el engañado, vuélvele a escribir el día si-
guiente, diciéndole: "Para que a esta fuerza de observa-
ción (los hondurenos mandados por Medina) no le falte
sueldo, puede Ud. procurárselo allí, girando contra mí. . .

En cuanto reciba lo que le estoy aguardando de Guatemala,


haré a Ud. una remesa." Y como post-data: "Es conve-
niente que Ud. comience a organizar a su Gobierno, esto
es, que nombre sus Ministros: esto es compremeter más a
éste."

Por su parte, el Lie. Samayoa encargado de la presi-


dencia, comprendió también que era necesario cubrir este
punto débil de la maniobra del Patrón, y lo hizo refor-
zando las razones engañosas que éste había dado a Medi-
na para apaciguar los deseos de defección que suponía en
el burlado aspirante.

—192—
Después de explicar lo de Chingo como una aparien-
cia que condena el proceder de Guatemala, desvirtuada,
sin embargo, por el aviso que se le envió, continúa dicien-
do que Soto "ni remotamente piensa en ser Presidente de
Honduras." Y luego, para dorar la pildora de Chingo:
"Aceptado por Ud. el convenio, que no teníamos duda que
lo aceptaría con nuestras explicaciones, ¿quién sino Ud.
habría sido el Presidente de Honduras cuando don Marco
hubiera convocado a la elección estipulada?"

En cuanto al Sr. Arias, es cierto que pidió auxilios al


General Barrios, pero éste se los negó. Había estado con
el General en Jutiapa, mas ya se hallaba de vuelta en
Guatemala, "y no debemos ocuparnos de él ni de otro que
no sea Ud".

Por ahora lo que importa es derrocar a González, Gua-


temala está usando ya todos sus elementos para lograr ese
objeto, "teniendo en poco los sacrificios, si con ellos lo-
gra establecer la paz en Centro América." Guatemala
estaba dispuesta a reconocer el gobierno de Medina una
vez que se lo pidiera, lo cual debía apresurarse a hacer.

Por último, una recomendacioncita que demuestra có-


mo prosperaba en Guatemala el sistema tenebroso que el
Patrón había establecido en la t'erra del quetzal: "Me
informan que don Carlos Madrid abre nuestra correspon-
dencia para imponerse de ella: si esto fuere cierto, no
puede quedarse impune, y sería bueno que nos lo mande
con cualquier pretexto, que aquí lo curaremos de esa en-
fermedad."

Finalmente el 28 de marzo Justo Rufino telegrafía


al "General Presidente Provisorio de la República de Hon-
duras", don José María Medina, participándole que el go-
bierno de Guatemala reconoce al que preside en Hondu-
ras.

¿Cumplía así su promesa Justo Rufino? Vamos a


verlo, ya que esta presidencia de Medina no fue más que
un episodio pasajero en la tragedia hondurena.

El primer encuentro de armas en El Platanar fue fa-


vorable a los guatemaltecos, y eso animó a Justo Rufino
a invadir el territorio salvadoreño. Entró una escolta a
Metapán y dio libertad al presidio. Como si no tuviera

—193—
otra misión, regresó a sus cuarteles. Pero Valle y Gon-
zález, para alentar a sus soldados, propalaban en todos
los tonos que Justo Rufino estaba empeñado en una gue-
rra de conquista contra El Salvador, bajo pretexto de re-
construir la antigua federación centroamericana.

En realidad Justo Rufino no pensaba en la unión; pro-


pósitos de otra calidad, meramente personales, lo habían
obligado a desenvainar la espada contra González y Va-
lle. Cuando, pues, supo que aquellos le arrimaban planes
unionistas, que por lo menos podían explicar si no justi-
ficar el derramamiento de sangre hermana, montó en có-
lera con ellos, y no pudiendo darles con el látigo porque
estaban lejos y eran poderosos, empuñó la pluma y les dis-
paró otra proclama.

Pero este impreso, destinado a causar daño a sus ene-


migos, por un capricho del tiempo, sólo produjo perjui-
cio a la memoria del propio Rufino, hasta el punto de que
casi todos sus biógrafos panegiristas han creído oportuno
omitirlo.

Justo Rufino, cuya principal gloria y hasta excusa a


todos sus desmanes radica en su unionismo, va él mismo
a presentarse como un renegado de esa gran idea. En
Chalchuapa una de sus primeras disposiciones consiste en
fusilar a doce ciudadanos pacíficos del lugar, sin forma
de juicio y por el único delito de no haberse "presentado
a protestarle obediencia". Otra, es aquella proclama del
8 de abril de 1876 en que declara su antiunionismo a los
salvadoreños.

Dice así:

"Pero hoy el Gobierno de El Salvador, después de fal-


tar a solemnes compromisos, después de perder el honor
y la dignidad, intenta con vil calumnia e hipócrita menti-
ra, presentarme ante vosotros como a un conquistador,
enemigo de vuestras leyes y usurpador de vuestros terri-
torios. El Gobierno de El Salvador quiere concitarme to-
dos los odios, quiere que me veáis con el carácter de un
tirano y quiere despertar en vosotros los nobles senti-
mientos de patriotismo, diciendo que vais a defender la
integridad del territorio y los intereses y el honor de vues-
tras familias.

—194—
"Cierto es que siempre he abrigado una inmensa sim-
patía por el proyecto de la unión Centro- Americana; pe-
ro nunca la he creído obra de las armas sino del tiempo.
Cuando la civilización derrame su luz y levante las fren-
tes, cuando cesen todas las ideas de localismo y rivalidad,
la unión irá estableciendo sus bases en plena paz, y si
con el tiempo llega a realizarse no costará una gota de
sangre. Pero esa época está lejana y si tengo fe en el
porvenir, no por eso estoy menos seguro que no he de
ser yo el que presencie acontecimiento tan grandioso pa-
ra los pueblos centro-americanos.

4
'No creáis, pues, a González, porque él miente y ca-
lumnia; él quiere justificar la inicua guerra que Guate-
mala se ha visto en el caso de aceptar: él intenta sobre-
ponerse a los principios legales y os habla de honor, él
que nunca ha podido poseerlo, él que ha servido a los
partidos todos, y que por mezquinos intereses ha sacri-
ficado su nombre, su palabra, su patria."

Justo Rufino estuvo desgraciado en la guerra. Ha-


bía ocupado Chalchuapa sin resistencia, amenazando Ahua-
chapán y Santa Ana; pero los guatemaltecos fueron desa-
lojados de Apaneca el 14, y al día siguiente, cuando in-
tentaron recuperarlo, fueron rechazados con graves pér-
didas.

El Gral. Uraga atribuye estos desastres a que Justo


Rufino carecía de aptitudes de organizador. "Yo fui Ma-
yor General del Ejército — dice Uraga —
pero nunca su-
,

pe ni comprendí sus operaciones. La tropa salía, en-


traba, se agitaba y dejaba puntos, y yo no la encontraba
jamás. Deseando organizar algo, cuando tenía ya arre-
glados los documentos de una brigada, al día siguiente ya
no existía, pues brigadas, batallones, compañías y hasta
hombres habían cambiado al capricho del jefe, sirviendo
en un cuerpo hoy y pasando a otro mañana. Nunca a-
prendí la causa de este barullo, y aunque me decían que
era por desconfianza de los cuerpos, no hallaba razón
para ello."

Sin embargo, la guerra iba mal para El Salvador por


la frontera oriental. En Pasaquina el Gral. Gregorio So-
lares, después de una sangrienta batalla de dos días, de-
rrotaba completamente a los salvadoreños y les avanzaba
gran cantidad de material. Perdieron los salvadoreños al

—195—
Gral. Santiago Delgado, tres coroneles, 19 oficiales, 300
soldados muertos en el campo de batalla, 70 prisioneros
contra 109 y varios oficiales de los guatemaltecos, sin
mencionar los numerosos heridos de ambos bandos. So-
lares estuvo diligente en perseguir a los derrotados hasta
las orillas de San Miguel.

Este desastre y la falta de dinero obligaron a Valle


a pedir la paz. Si El Salvador dilata en rendirse— observa
Uraga— ,
poco después hubiera tenido que capitular Ba-
rrios a causa de sus errores y derrotas, (pág. 17). El 25
de abril se firmó en Chalchuapa. Allí se convino en que
Valle dejaba el poder, González cesaba de ser vice-presi-
dente y entregaba el mando del ejército, con garantías
para sus personas e intereses. Valle debía convocar una
junta de notables salvadoreños que se reunirían en San-
ta Ana "con objeto de elegir, de acuerdo con el General
Barrios, la persona en quien dicho señor Valle deba re-
signar el mando supremo." El escogido convocaría a e-
lecciones para que el pueblo salvadoreño eligiera "libre-
mente" su gobernante. Promulgado el decreto de con-
vocatoria, las fuerzas de Guatemala desocuparían el te-
rritorio de El Salvador. Otras cláusulas del tratado se
referían a seguridades puramente militares.

—196—
Capítulo XIX
DE COMO EL PATRÓN HACIA PRESIDENTES
Para estas fechas comienza a destacarse en la po-
líticacentroamericana la personalidad del Dr. Rafael Zal-
dívar. Desde entonces permanecerá vinculado a Justo Ru-
fino hasta el drama de su trágica muerte.

El Dr. Zaldívar era hábil en los juegos maquiavélicos


de zalamero y hasta adulador para me-
la política criolla,
jor engañar, intrigante en tratándose de ascender, sin
escrúpulos para mal gastar el dinero de la nación y muy
aficionado a faldas.

Desde que vio cómo se revolvían las cosas contra su


patria, decidió sacar partido. Se hallaba a la sazón en
Costa Rica, emigrado desde que González había asaltado
el poder. Allá persuadió al Presidente Guardia de que
era conveniente enviar a Guatemala una misión confiden-
cial a Justo Rufino, cuando éste allanó el camino a un
entendimiento con la misión de Jerez. Nadie como Zal-
dívar para esta embajada. El era amigo íntimo de Jus-
to Rufino: juntos habían vivido en una pieza mientras
Barrios hacía sus cursos de notario y Zaldívar los de
medicina.

Cuando, pues, se iniciaron las operaciones con El Sal-


vador, Zaldívar se encontraba al lado de Justo Rufino.
El Patrón estaba encantado de tan viva inteligencia, de
su actividad y valor, de sus melosidades, de su fingida su-
misión, y ya sólo pensó en hacerlo presidente. Hasta en-

—197—
tonces su candidato para el codiciado cargo había sido don
Fabio Moran; pero el viejo camarada de estudios había
hecho mudar la voluntad impresionable de Justo Rufino.

Los notables que elegirían al presidente de El Salva-


dor se reunieron en Santa Ana; pero ante todo, para o-
rientarse mejor, algunos de ellos se entrevistaron con Justo
Rufino. Probablemente fueron a recabar los deseos del
vencedor sobre quién era su candidato. Mas Rufino los
recibió con desconcertante reserva. A sus preguntas sólo
contestó:


Reúnanse donde les parezca mejor; pónganse de a-
cuerdo en la persona más conveniente; y entonces, avísen-
me lo que hayan dispuesto.
Los visitantes hablaron más claro: ¿quería Justo Ru-
fino que le presentaran una terna para que escogiese?
¿Propondría él candidatos para que los notables eligie-
sen entre ellos? ¿Sería la votación nominal y secreta? A
todo esto Justo Rufino se limitó a contestar enigmática-
mente:

—Estaremos a lo convenido.

Mientras tanto había trabajos por el Dr. Zaldívar, ac-


tas en su favor, votos comprometidos, y ya se traslucía
que él sería el electo. Cuando se llegó la hora de la jun-
ta, el salón estaba lleno de gente que "no tenía derecho
de votar, si se había de cumplir lo convenido, como decía
el General Barrios
,,
—observa el Lie. Salvador Gallegos.
Finalmente entró Justo Rufino y empezó la sesión. Ba-
rrios indicó al Dr. Zaldívar que tomara la palabra. Co-
menzó éste haciendo un resumen de la situación y una
defensa del General Barrios, explicando la justicia que le
asistía por haber hecho la guerra a El Salvador. Alabó
la generosidad del vencedor quien no exigía indemniza-
ción de guerra y entregaba a los principales ciudadanos
salvadoreños el derecho de elegir libremente a su go-
bernante; excitaba a sus conciudadanos para que supie-
sen hacer uso de sus derechos electorales.

Cuando Zaldívar hubo concluido, dijo Barrios, diri-


giéndose a don Fabio Moran:

—Ahora Ud., don Fabio.

—198—
a ,

Don Fabio no hizo más que repetir en otras frases


las del Dr. Zaldívar.

Una El Lie. Luis Fernández pide la palabra.


pausa.
Con expresiones enérgicas aunque veladas, se declaró con-
tra la candidatura del Dr. Zaldívar. Luego habló el Lie.
Gallegos, quien opinó que el escogido debía ser tal que
diese garantías al General Barrios. . .

— ¡Nolas necesito! —
interrumpió el aludido.
Gallegos continuó, señalando que la elección debía
hacerse por la Junta de acuerdo con el General Barrios,
pues tal era lo estipulado en Chalchuapa. El Lie. José
Bernal leyó el acta preparada de antemano en que se pe-
día a Zaldívar para Presidente de El Salvador. Volvió
a solicitar la palabra el enérgico Fernández para oponer-
se a Zaldíavr; pero Justo Rufino no se aguantó; su natu-
raleza de dictador absoluto robustecida con cinco años de
práctica constante, se sublevó contra aquellos procedi-
mientos siquiera fuesen de farsa democrática. Ni en apa-
riencia podía sufrir él este sistema. Púsose en pie "con
aire resuelto —
dice el testigo presencial Lie. Gallegos —
portando siempre un chilillito en la mano, y con acento
imperioso, dijo:

" —Pues señores, Zaldívar es el Presidente, el Gene-


ral Pérez el Ministro de la Guerra y don Fabio Moran,
Ministro de Hacienda.

Y continuó dirigiéndose a Marco A. Soto:

—A ver Marco, que todos estos señores me suscri-


ban esa exposición.Coloqúese Ud. —ordenó a un
allí ofi-
cial— y nadie mesale sin haber Vaya Ud. —
suscrito.
otro — a disparar veintiún cañonazos para
,

oficial los sa-


ludar la elección del nuevo Presidente de El Salvador.

Justo Rufino estaba emocionado al dar estas órde-


nes; pero ellas se obedecían inmediatamente. Soto to-
maba de manos del Patrón el acta pro Zaldívar y con
ella se colocaba en una mesa cercana, donde había pa-
pel, pluma y tinta, para vigilar que todo el mundo fir-
mara; el primero de los oficiales se situó en la única puer-
ta de salida, y a poco se oían las veintiuna salvas de or-
denanza que anunciaba a los salvadoreños la "libre" elec-
ción de un nuevo gobernante.

—199—
El Lie. Gallegos, en un rapto de independencia, qui-
so escapar sin haber suscrito; pero el cancerbero del ofi-
cial lo detuvo.

— ¡Atrás, Ud. no ha firmado!

El Lie. volvió colérico a la mesa, pero en lugar de


estampar su nombre, puso: "No suscribo". Con esto el
oficial engañado lo dejó salir.

Más tarde un ayudante


lo fue a llamar de parte del
Sr. Presidente. Gallegos se despidió de su hermano "co-
mo quien teme no volver"; pero grande fue su alegría y
se sintió resucitar cuando supo que quien enviaba por él
era el Presidente Zaldívar y no Justo Rufino.

Después de esta farsa Justo Rufino escribió a un a-


migo: 'El Dr. Zaldívar salió electo Presidente de El Sal-
vador en la sesión celebrada por una junta de notables,
conforme el convenio respectivo."

Ningún momento más propicio que éste para hacer la


unión, por lomenos la de tres estados: Guatemala, El Sal-
vador y Honduras. Así lo reconocen todos los escritores
que han tratado de este asunto. Pero Justo Rufino en lo
menos que pensaba era en reconstruir la unidad política
de Centro América. Pensaba sí en seguir su politiqueo
de influencias en las otras repúblicas, colocando en ellas
a dóciles instrumentos de su capricho. Esta fue la fina-
lidad del tratado que concluyó en Santa Ana con Zaldívar
el 8 de mayo de 1876.

Por esos días Justo Rufino, como si quisiese explicar


su indiferencia al unionismo, declara: "No es posible lle-
gar a tan suspirado objeto sino por medios pacíficos. Ten-
go la convicción profunda de que a ningún pueblo de Cen-
tro América por pequeño que sea se le puede conquistar
y dominar. El convencimiento ha de obrar en ellos, y só-
lo con el trascurso del tiempo brotará la semilla que hoy
regamos. Este día no lo veré yo, estoy seguro de ello,
está lejano, pero es indudable que llegará." (1)

(1) Publicado en la "Gaceta Oficial" de El Salvador, N^


4,reproducido en la "Gaceta de Nicaragua" de 1876,
pág. 196.

—200—
Consecuente con estas ideas, Justo Rufino no em-
prenderá otra guerra internacional; pero se valdrá de los
recursos disolventes que tan excelente resultado le die-
ron en Honduras con poco riesgo y gasto. Nada extraño,
pues, que su diplomacia vaya a apartarse del camino del
acercamiento de los Estados para marchar por los ata-
jos de la conspiración, de la intriga y de la revuelta.
Si se compara el tratado unionista suscrito en Guatema-
la por las cinco repúblicas el 28 de febrero de 1876, con
el llamado "Tratado Definitivo de Paz y Amistad" cele-
brado en Santa Ana el 8 de mayo de aquel mismo año
entre Barrios y Zaldívar, se verá que, mientras aquél
preparaba la unidad de las cinco repúblicas, el segundo
trataba de destruir con la guerra victoriosa tcdo lo con-
seguido en la paz derrotada, y además echaba a rodar de
nuevo la manzana de la discordia entre los Estados.

El tratado de Guatemala establecía alianza ofensiva,


tanto diplomática como militar, contra reclamos, exigen-
cias o agresiones de países extranjeros. El de Santa Ana
estipulaba "completa alianza ofensiva y defensiva en los
casos de guerra exterior, ya sea con alguna o algunas de
las repúblicas del Centro, o ya con cualquier nación ex-
tranjera."

El primero comprometía a las cinco repúblicas a no


hacerse jamás la guerra y someter siempre sus diferen-
cias al arbitraje. El segundo disponía que, si se viola-
ba algún artículo del pacto "no se declarará la guerra,
sino hasta que se hallen agotados todos los medios pací-
ficos de satisfacción y avenimiento."

El primero consignaba "el principio de inviolabilidad


del asilo por delitos políticos", y declaraba que no se po-
día extraer a ningún reo común si también estaba compli-
cado en faltas o delitos políticos contra el gobierno que
solicitaba la extradición. El segundo estipulaba precisa-
mente lo contrario, de modo que podían ser reclamados
los emigrados políticos prófugos de delitos comunes, quie-
nes, "principalmente originan las desavenencias y las gue-
rras entre ambos gobiernos." El artículo 9 era dedicado
especialmente al compromiso de expulsar la Compañía de
Jesús y no permitirla ni organizada ni de ninguna otra
manera.

—201—
El primero prohibía la intervención de un Estado en
los asuntos internos de otro, "origen de la frecuentes con-
vulsiones ocurridas en las repúblicas centroamericanas".
El segundo disponía que se pidiese a Honduras y Costa Ri-
ca su adhesión al convenio de Santa Ana, y como se ex-
cluía a Nicaragua, claro aparecía que "la completa alian-
za ofensiva" era contra esta última, como lo justificaron
los acontecimientos.

Había en el tratado de Santa Ana una cláusula espe-


cialmente ofensiva a Nicaragua, reveladora de que con-
tra ella se tejía ahora la madeja de intrigas que tenían
a Honduras ensangrentada y empobrecida: derogaba el
tratado Rivas-Carazo del 26 de agosto de 1873, sin tomar
en cuenta a Nicaragua que era una de las signatarias.
El plan era aislar a Nicaragua, desprenderla de todo an-
terior compromiso, y que no tuviese ningún recurso pa-
cífico de qué agarrarse para imponer la paz. Finalmente,
el tratado de Santa Ana debía ser ratificado, no por las
legislaturas de las repúblicas, sino por los presidentes Ba-
rrios de Guatemala y Zaldívar de El Salvador; lo cual
valía tanto como consagrar en teoría el régimen de dic-
tadura que hasta entonces sólo existía en la práctica co-
mo sistema arbitrario y de fuerza. El tratado unionista
quedaba sustituido por otro de influencia.

Cumplidos estos negocios, Justo Rufino se restituyó


a Guatemala, donde entró triunfante a mediados de mayo.
No sólo se negó a exigir indemnización de guerra a El
Salvador, más también rehusó entrar a la capital que
abrió sus puertas; porque no quiso que le tuviesen como
conquistador, sino demostrar que eran ciertas sus prome-
sas de hacer la guerra solamente a González y a Valle.

Ahora comenzarán a sentirse los efectos del trata-


do de Santa Ana, especialmente dirigido contra los hom-
bres que gobernaban a Nicaragua, y encaminado a des-
truir el régimen republicano que allí habían conseguido
establecer.

El historiador nicaragüense don José Dolores Gámez,


otro apologista de Barrios, nos dice cuáles fueron los ver-
daderos motivos del trastorno que el Patrón va a susci-
tar en Nicaragua. Ni como pretexto invoca Justo Rufino
el unionismo para ultimar esta otra intervención armada
que él mismo ha calificado de "ruinosa". Dos propósitos

—202—
nada nobles vuelven a hacerlo desenvainar de nuevo la
espada, pero esta vez para que otro la maneje a socapa.
Estos pretextos contra el presidente Chamorro eran, es-
cribe el Sr. Gámez: "La protección decidida que daba
a los Jesuitas, y las simpatías que hacía poco había mos-
trado por el gobierno salvadoreño."

Tales motivos no eran suficientes para anarquizar a


otro Estado centroamericano; pero habían herido la sobe-
ranía del Patrón y bastaba que hubiese por ahí alguien
que osara igualársele o siquiera resistir a sus caprichos,
para que mereciera ser arrojado del poder, sin conside-
ración al derecho de sangre y dinero.

El encono de Justo Rufino con el régimen político es-


tablecido en Nicaragua era anterior a estas fechas. El "Dia-
rio Oficial" de El Salvador del 9 de marzo de 1876 recuer-
da que Barrios, proclamador de la no intervención, es el
mismo que intervino en Honduras para derrocar a Medi-
na, y después para derrocar a Arias, "que es el mismo que
auxilió a los emigrados costarricenses en 1874 para la
intentona de Puntarenas acaudillada por don Joaquín Fer-
nández; que es el mismo hombre que en 1875 fomentó
la revolución que últimamente abortó en Nicaragua con-
tra el gobierno legítimo del señor don Pedro Joaquín
Chamorro." (1)

Fácilmente encontró socios Justo Rufino para su ma-


la obra.

El Gral. Tomás Guardia, Presidente de Costa Rica,


supo medir la fuerza revolucionaria que significaba el tem-
peramento de Rufino, y decidió aprovecharla para sacar
ventajas en el pleito de límites que mantenían Nicaragua
y Costa Rica. Los emigrados nicaragüenses, con Jerez a

(1) Esta conspiración se llamó la de Chambo, nombre del


aventurero que hacía cabeza; estaba preparada para
maye y junio de 1875, pero se descubrió antes. En no-
viembre el gobierno expulsó a los culpadcs, entre los
cuales iba Antonio Kopeski. Este fue acogido por Ba-
rrios, quien le confió un puesto militar, lo cual prue-
ba que es cierta la información del periódico oficial
salvadoreño. Kopeski intentó revolucionar en Guate-
mala, pero Barrios lo fusiló junto con los otros conju-
rados de noviembre de 1877.

—203—
la cabeza, le habían prometido límites territoriales muy
ventajosos a cambio de apoyo para derrocar al presiden-
te Chamorro. Los cómplices revolucionarios de Guardia
se hallaban ahora en la corte de Justo Rufino, muñiendo
allá cómo llevar a cabo lo que no había sido posible
con el apoyo de Guardia. Aprovechó éste esa coyuntura
para acercarse al dictador chapín, con quien se hallaba
reñido desde tres años antes, a causa de la expedición pi-
rática que envió contra él a las costas de Honduras a bor-
do del Sherman.

Fiel a este plan, desde antes de los acontecimientos


que hemos referido, el Gral. Guardia venía metiendo sus
fichas en el tablero de la política centroamericana, con
una persistencia y habilidad que al fin le dieron buenos
resultados. Así, nada extraño que se jactara de que la
presidencia de Zaldívar se debía a su influencia. Desde
Liberia dice a éste en carta del 18 de mayo de 1876: "el
Gral. Barrios me ha obligado para el porvenir, pues no
podía darme mayor prueba de confianza, que colocarlo a
Ud. a la cabeza de los destinos de su país."

En esa misma carta se revela toda la intriga que


traen entre manos Guardia, Justo Rufino y Zaldívar contra
Nicaragua. Se confirma allí que el Gral. Máximo Jerez y
el Lie. Buenaventura Selva tenían un pacto con Guardia
para derrocar la administración de Chamorro en Nicara-
gua, y que Justo Rufino había prometido apoyar esa re-
vuelta, si bien se negaba a ratificar oficialmente el con-
venio con Jerez, porque aún no estaba establecido el go-
bierno provisional de éste.

Mas explícitamente expone Zaldívar a Guardia el


pensamiento de Justo Rufino en las siguiente palabras:

El Presidente de Guatemala "está decidido a unir sus


esfuerzos con los de Costa Rica para echar abajo el go-
bierno de Chamorro, a quien considera enemigo de Gua-
temala; que tanto por esto como por prestar su coopera-
ción y ayuda al gobierno de Ud. ha dado auxilio a com-
petentes emigrados de Nicaragua para que obren de a-
cuerdo con Ud.: que, en fin, sus ideas están de acuerdo
con las de Ud. y que bajo esta seguridad debe Ud. contar
en todo evento con el apoyo del gobierno de Guatemala".

Guardia anuncia su próximo viaje a Guatemala con


objeto de arreglar algunos detalles de este nuevo plan

—204—
trastornador, y agrega, para halagar juntamente a Zaldí-
var y a Justo Rufino: "Estoy violento porque llegue el
día de darme el gusto de dar un estrecho abrazo al Gral.
Barrios y significarle mi inmensa gratitud por haberlo co-
locado a Ud. (a Zaldívaí) en la primera magistratura de El
Salvador".

Cuando Guardia se asociaba al gran perturbador de


Centro América, para justificar el adagio: Dios los cría y
el diablo los junta, ya Justo Rufino estaba embarcado con
Jerez en la aventura revolucionaria contra Nicaragua. Dis-
puesto Jerez a encabezar todo trastorno, Justo Rufino se
vale de él para encender de nuevo la tea de la discordia
fraterna. Compra un barco que bautiza con su nombre;
lo carga con 800 Remington, un cañón Krup, un obús y
parque suficiente. Y como este barco naufragara en las
costas de Guatemala, envía a Amapala, donde espera Je-
rez, el vapor "Salvador" con 500 de aquellos fusiles y 10
mil pesos. Así estaba resuelto Justo Rufino a llevar has-
ta el fin sus propósitos de venganza y predominio.

Los pormenores de esta revolución de Jerez y su fra-


caso son asunto de otra historia que ya tenemos escrita.
Nos limitaremos a decir que después de muchos conatos,
idas y venidas, Jerez gastó el dinero, perdió gran parte
del armamento, vio desertar la gente y no tuvo más re-
medio que desistir de la revolución sin haber puesto pie
en territorio nicaragüense en los cuatro meses que duró
su amenaza.

Más tarde Justo Rufino negará ser el autor y ani-


mador de esta otra revolución contra Nicaragua, como
negó haber hecho la de Honduras con Medina, sin em-
bargo de que ahora Centro América entera presenciaba el
manifiesto y escandaloso apoyo que daba a Jerez.

Interrogado por un señor Jiménez de Costa Rica por


qué está haciendo la guerra a Nicaragua, contesta Rufino el
22 de setiembre con esta descarada mentira, evidente a
todos los que tenían ojos para ver lo que estaba pasan-
do: "no estoy en guerra con Nicaragua, no es mi inten-
ción hacer armas contra esa república; mi política es la
de fraternidad con todas las secciones de la América Cen-
tral, no es ni será nunca la de intervenir en su vida in-
terior. .
."

—205—

No contento con mentir él mismo a un particular, o-
bliga a mentir a sus ministros. En nota diplomática que
el gobierno de Guatemala envió al de Nicaragua el 26 de
octubre de aquel año, acusaba a esta república de haber
faltado a la neutralidad en la recién pasada contienda
contra González; echaba al presidente de Nicaragua ]a
culpa de la intranquilidad que el propio Rufino azuzaba:
las obligaciones de Guatemala con Nicaragua dice —
"habían quedado vulneradas por la conducta del señor
Chamorro". Y más adelante, con aplomo que a nadie en-
gañaba: "Guatemala, señor Ministro, no pretende arro-
jar sobre ninguna de sus hermanas de Centro América la
tea infernal de la discordia. El tiempo de las conquis-
. .

tas ha pasado. . Guatemala.


. no pretende por ningún
. .

motivo, turbar la paz de Nicaragua. ." .

Y esto lo afirmaba Justo Rufino cuando aún perma-


necía Jerez en Amapala con los restos de su malhadada
Falange, cuando acababa de ensangrentar injustamente a
El Salvador y Honduras, cuando aún manejaba los hilos de
su intriga para consolidar en este último país al sujeto
designado por él, para gobernar allí bajo la dirección de
sus menores insinuaciones. Acusar ahora al Presidente
de Nicaragua, como antes a González y a Valle, de ser
el perturbador de Centro América, ¿no era un indicio
de amenaza? ¿Cur turbuletam fecisti mihi aquam bibenti?

Mientras Jerez se empeñaba sin éxito en invadir a Ni-


caragua, Justo Rufino maniobraba en Honduras de mo-
do a lograr la finalidad que en un principio disimuló. No
tenía ya necesidad de Medina, y le hablaría ahora sin
tapujos, Con ruda franqueza de dictador. Medina había
sido reconocido por Rufino como presidente provisional de
Honduras; pero en el maremagnum que hiciera de ese
país el Patrón, los presidentes se habían sucedido como
muñecos de cámara oscura. La presidencia había rodado
de Medina a Arias, de Arias a Leiva, de Leiva al Lie. Mar-
celino Mejía, de Mejía al Lie. Crescencio Gómez. Mas a-
hora se acercaba a Honduras el verdadero y definitivo fa-
vorito de Justo Rufino, su obediente secretario de Estado,
Marco Aurelio Soto. Era ya la hora de cosechar el fru-
to tanto tiempo esperado y cultivado a costa de sangre y
dinero. Justo Rufino, asociado de Zaldívar. intimó a Gó-
mez que entregara el poder a Soto; pero Gómez se negó
y aún volvió los ojos a Nicaragua en demanda de auxilios.
Justo Rufino entonces escribió a Medina.

—206—
Comprendiendo éste la locura de oponerse al Patrón,
quiso valerse del subterfugio de las elecciones, buscando
salir favorecido con e) poder de Honduras, objeto de sus
sueños y motivos de sus claudicaciones. Con tales fines
contestó a Rufino aceptando a Soto, pero electo por el
pueblo hondureno. Mas Justo Rufino sabía de sobra lo
que era Honduras para dejarse agarrar en la trampa que
le armaba su cómplice. Justo Rufino va a quitarse el an-
tifaz para aparecer tal como era ante el desengañado
Medina. Escribe a éste una carta en que, sin ambages ni
rodeos, como quien ya no necesita de ellos, declara cru-
damente qué quiere y lo que está dispuesto a conseguir,
cueste lo que costare.

Es un documento precioso esta carta que pinta al


hombre de cuerpo entero; es decir, al hombre tal como era
en su feudo de Guatemala, y no haciendo el juego de ar-
tificios en que era tan poco hábil, que cuando intentaba
engañar sólo conseguía mentir. Su temperamento volun-
tarioso se hallaba como aprisionado por la parsimonia del
trato diplomático, donde reina el disimulo fundado en la
paciencia, tan contraria a los caracteres impulsivos.

He aquí la carta. Los subrayados son nuestros, cam-


biamos la ortografía por la moderna; pero respetamos el
pensamiento de Justo Rufino así como su modo peculiar
y poco castizo de expresarse.
Guatemala, agosto 2 de 1876.
"Señor General don José María Medina.

"Ha llegado a mi poder y contesto con guste su carta


de 27 del pasado julio, referente a la mía de 7 del mismo
mes.

"En su carta me asegura U. que está de acuerdo con-


migo en conceptuar al señor Soto como la persona más a
propósito para gobernar ese país en las actuales circuns-
tancias, pero que desearía que ese resultado se obtuviese
como consecuencia de la elección del pueblo hondureno.

"Celebro que Ud. esté de acuerdo en reconocer de con-


formidad con la mayoría de sus compatriotas, que el se-
ñor Soto es el sujeto más llamado a gobernar a Hondu-
ras; y lo celebro tanto más, cuanto que por bien de ese
pobre país estoy resuelto a pasar sobre cualquier dificul-

—207—
tad que pudiera presentarse en oposición a! logro, del fin
indicado.

" Sobre el punto en que no estoy conforme con la


opinión de Ud. es en lo relativo al medio de la elección
que Ud. me propone. No veo la necesidad de que el se-
ñor Soto vaya a encargarse del Poder (1) hasta que se
haga la elección, puesto que son manifiestas y terminan-
tes las actas que en casi todos los departamentos de esa
República han celebrado las personas más notables, lla-
mándolo inmediatamente al Poder. Las manifestaciones de
la opinión de los pueblos de Honduras hace mucho tiem-
po que yo me vi en el caso de desatenderlas únicamente
por consecuencia hacia Ud., que permanecía en el Gobier-
no de Honduras; pero hoy la opinión de la generalidad
la veo definida y completamente resuelta, y es mi firme
deseo apoyarla, no por una mira particular y mezquina,
sino por hacer un bien a esa desgraciada República que
a todo trance quiere un gobernante capaz de labrar su
felicidad.

"Por otra parte, General, yo debo ser franco con Ud.,


como lo he sido siempre; ¿a qué conduce la elección cuan-
do Ud. mismo está de acuerdo en que el señor Soto es
deseado por la mayoría de los hondurenos? A nada, ab-
solutamente a nada. Esto no sería más que perder tiempo,
inútilmente. Además, yo estoy muy bien impuesto de lo
que pasa en Honduras, y sé por los antecedentes del se-
ñor Gómez y por su conducta actual, que no es un hombre
hábil para garantizar la libertad de las elecciones. Yo ig-
noro si sea o no traficante político; pero sé que está afi-
liado decididamente a un partido, y que no puede aten-
der más que a los intereses de la fracción política a que
pertenece; intereses que por cierto están muy lejos de ser
los de la mayoría de los hondurenos. Sé también que algu-
nos de los empleados del Sr. Gómez, entre los que figuran
hombres del peor carácter, han tratado de comprimir a vi-
va fuerza las manifestaciones pacíficas que los hondure-
nos han hecho en favor de Soto. Si esto pasa tratándose
de emitir una simple opinión, ¿cuál sería, General, la ac-
titud del Presidente Gómez y sus empleados tolerados por

(1) Quiso decir "que el señor Soto no vaya a encargarse


del poder.. ." Tal como está significa lo contrario de
lo expresado categóricamente por Barrios en todo el
contexto de su carta.

—208—
él, cuando se tratase de una elección definitiva? Yo no
acostumbro pagarme de formalidades que como en este
caso, y a pesar de los buenos deseos de Üd., no serían sino
una fuerza: me gusta ver el fondo de las cosas, y como sé
lo que por allá sucede, no acepto ni aceptaré el medio de
la elección, que a mi juicio no traería más que una nue-
va guerra civil en Honduras.

"La elección que Ud. propone debe ser presidida por


un hombre imparcial, que es lo que desean los hondure-
nos, y por este motivo el señor Soto debe ir muy luego a
esa, a presidir dicha elección después de haber dado una
amnistía general y restablecido el orden y la confianza
en el país.

"El ha sido llamado al Gobierno de Honduras por co-


misiones de hombres notables de distintos partidos y por
las actas que Ud. debe conocer: esta circunstancia prueba
que no tiene ambición, puesto que se ha rehusado mucho
el comprometerse; esto prueba también el hecho de care-
cer de compromisos particulares con las facciones políti-
cas de aquel país, y garantiza cumplidamente la imparcia-
lidad con que ha de presidir la elección de Presidente.

"No crea Ud. que el señor Soto por falta de una elec-
ción que lo lleve desde luego al Poder, se verá en difi-
cultades: su ida inmediata a Honduras lo desean los pue-
blos, con cuya opinión cuenta, y además tendrá el apoyo
decidido de mi Gobierno, del de El Salvador y Costa Rica.
No tenga Ud., pues, ningún cuidado.

"En virtud de todas las reflexiones que por extenso


he expuesto a Ud., pienso que convendrá conmigo en que
el único medio de arreglarlo todo satisfactoriamente es el
de que el señor Gómez inmediatamente proceda de con-
formidad con lo que de una manera justificada le pide el
Comisionado de El Salvador. Sólo espero la corresponden-
cia de éste para proceder en el acto como mejor conven-
ga en orden a la realización del pensamiento manifesta-
do ya al señor Gómez. Debe estar Ud. convencido, Gene-
ral, de que no retrocederé un momento ni por ningún mo-
tivo en la línea de conducta que me he trazado, pues es-
toy persuadido de que lo que me propongo es beneficioso
a Honduras y a los intereses generales de Centro Améri-
ca. Por esto he celebrado que Ud. esté de acuerdo con-
migo en lo principal, pues al saber por algunos díceres (sic)

—209—
que Ud. se oponía a la ida inmediata de Soto, a pesar de la
buena amistad que tengo con Ud., yo estaba resuelto a pa-
sar sobre todo, cualesquiera que fuesen las circunstancias.

"Fundado en los conceptos de su carta y en lo que a


Ud. digo en la presente, espero que Ud. trabajará con el
señor Gómez y sus amigos en el sentido que le dejo ya
manifestado, pues no puedo creer, General, que Ud. quiera
para su patria nuevas dificultades y una completa ruina,
ni contrariar la conveniencia e interés particular de Ud.

"Contando con el ofrecimiento que Ud. me hace, de


que Ud. estará de acuerdo conmigo en todo, y renován-
dole las seguridades de mi aprecio, me suscribo de Ud. su
afectísimo servidor y amigo.
(f) J. Rufino Barrios." (1)

Asustado Gómez con las amenazas desembozadas de


Rufino, y viendo que no lo apoyaba Nicaragua, entregó
el poder a Medina como mejor intérprete de los deseos
del Patrón guatemalteco. No menospreció Medina las mues-
tras de "buena amistad" que le daba su amigo al adver-
tirle que "estaba resuelto a pasar sobre todo", al anunciar-
le la "completa ruina" de su patria, al tocarle su propia
"conveniencia e interés particular"; sabía que de eso y
de más era capaz Justo Rufino, y no se atrevió a desa-
fiar sus iras.

El 27 de agosto de 1876 desembarcaba en Amapala el


Lie. Marco Aurelio Soto; era proclamado allí presidente
de Honduras, y organizaba su gobierno provisional. Me-
dina ocupaba Tegucigalpa con sus tropas; pero desde el
21 de agosto había resignado el poder en Soto y se retiró
al acercarse el nuevo gobernante. El 13 de octubre lle-
gó Soto a Comayagua, capital entonces de Honduras.

El Patrón quedaba complacido.

Así cumplía Justo Rufino sus promesas a Medina, de


que consolidaría su gobierno en Honduras; así se ajusta-
ba al compromiso contraído con los pueblos, de que ele-
girían "libremente" a sus gobernantes.

(1) Esta carta fue publicada por la Imprenta Nacional de


Comayagua y reproducida en la Memoria de Relacio-
nes Exteriores de Nicaragua, año 1877, pág. 70.

—210—
Nohizo la unión, pero creó dos dictaduras a ejemplo
de suya.
la Zaldívar gobernó a su arbitrio, reformó la
Constitución, volvió a reformarla para poderse reelegir, y
no tuvo más contratiempo que cuando el Patrón arruga-
ba el ceño de vez en vez; entonces él corría solícito a su
lado, y con sus proverbiales zalamerías y falsas promesas
engatusaba a Justo Rufino para que lo dejase gozando del
bien presidencial por un espacio más de tiempo. Así pasa-
ron nueve años de dictadura, hasta que un día perdió del
todo la protección del Patrón, cuando éste apeteció el mis-
mo bien que gozaba aquél.
Soto mandó en Honduras como señor absoluto durante
siete años, y huyó del poder cuando supo que el Patrón
estaba irritado con él por sus desobediencias, y que se
disponía a tratarlo como a Medina, como a Arias, como a
Leiva, como a Gómez, como a González, como a Valle. (1) . .

(1) En un cuaderno que se imprimió en Guatemala a raíz


de muerte de Barrios, especie de inventario de sus
la
bienes, se dice que Zaldívar pagaba anualmente a Ba-
rrios un tributo de $200.000 pesos; y Seto, uno de
$60.000 pesos cada año. V. al final esta publicación.

211—
Capítulo XX
COMO CAÍAN de la gracia del patrón
SUS AMIGOS

Después de corta permanencia en Guatemala despa-


chando asuntos del gobierno, Justo Rufino volvió a sen-
tir el aguijón de la actividad.

Un día que amaneció de humor, mandó a traer a su


adversario político don Pedro Molina (descendiente del
procer), y le preguntó si tenía una buena muía; que en
caso contrario, él se la proporcionaría.

No dejó de inquietar a don Pedro esta pregunta, que


se tornaba de mal agüero en labios del Patrón. Contestó:

—Tengouna muy buena de mi propiedad; no nece-


sitoque me presten; pero, señor Presidente, ¿a qué vie-
ne esa pregunta?

— Alístese, que mañana a las seis partimos a San


Marcos; quiero llevarlo a conocer la cuna de su enemigo
político.

Los deseos del Patrón, por extraños e inoportunos que


fuesen, eran órdenes que nadie se atrevía a desobedecer.
Se fueron allá en alegre comitiva. En aquel lugar fresco,
boscoso y agradable, Justo Rufino hizo servir un opíparo
almuerzo a sus compañeros. Además de Molina y varios
cortesanos, estaba el polaco Piastkousky, compadre de Ba-
rrios.

—213—
Concluido el banquete, Justo Rufino, con la camisa
desabotonada, dijo golpeándose la ahita panza:


La barriga llena y la bolsa con pisto, eso es patrio-
tismo; lo demás son paparruchas y babosadas. ¿Ud.? ¿Qué
dice Ud. don Fulano?


De acuerdo con Ud., mi General. . . paparruchas,
babosadas, barriga llena, corazón contento.

—Y Ud., don Mengano, ¿qué opina?

También estoy de acuerdo con Ud. mi General; no


hay más patriotismo que tripa repleta y bolsa con pisto.

Todos estaban con el parecer del Patrón; mas viendo


éste que Molina y Piastkousky guardaban silencio, volvió
a preguntar:

—Vamos a ver, compadre, ¿qué piensa Ud.?

—Compadre, yo prefiero no hablar —contestó Piast-


kousky.

¡Hable Ud., se lo mando como superior!


Pues, compadre, la patria es lo más sagrado, y to-
do hombre que se considere digno debe dar la vida por
ella.

— ¿Y Ud., don Pedro, ¿qué me dice?


—Yo creo que, fuera de dicho por
lo el Sr. Piastkous-
ky, todo lo demás da asco y es indigno de gente bien na-
cida.


Muy bien —
concluyó Justo Rufino —yo también
;

estoy con Uds. dos; así es que los tres nos retiraremos allá,
hacia aquel bosquecillo, a hablar del patriotismo y de la
patria; y éstos que se queden aquí; les mandaré servir otra
comilona para que se harten de lo que ellos estiman más
que el amor a la patria.

Los meses de junio y


julio de 1876 anduvo Justo Ru-
fino visitando diversos departamentos, mientras el Lie.
Samayoa seguía en la capital haciendo veces de presi-
dente.

—214—
Cuando regresó a Guatemala, se produjo un hecho
que acaso tuvo repercusiones en el futuro de Guatemala y
del mismo Justo Rufino. Este hecho fue la ruidosa caída
del favorito Lie. José María Samayoa, quien arrastró con-
sigo en su desgracia al Gral. Gregorio Solares.

Dos versiones han llegado a nosotros sobre este su-


ceso, y como no son incompatibles, deducimos que hubo
dos motivos para la perdición del valido.

Uno de ellos se originó en cierta jugada de mala ley.


Hasta ahora sólo hemos referido que Justo Rufino era afi-
cionado a jugar gallos; pero también le gustaban los da-
dos y las carreras de caballos. Al fin los dados, las ca-
rreras, los gallos, la política, todo era juego y siempre
para salir ganancioso, sin reparar en medios. "Tahúr con-
suetudinario —
dice Contreras — y tahúr del molde sucio
,

de los léperos condotieros, Barrios juega en su casa y en


la ajena, en las grandes y en las pequeñas poblaciones; pe-
ro siempre con la intención de ganar a todo trance por
el camino más corto: por el de la mala fe y el engaño."

Hasta nosotros ha llegado una tradición según la cual


Justo Rufino se puso a jugar toda una noche, a la luz
de una vela, con un fullero de profesión. La tirada de los
dados en combinación con la luz daba siempre a ganar al
malandrín, de modo que, con el alba, Justo Rufino se ha-
llaba sin blanca.


Bien, gran jodido — —
di jóle entonces :me has ga-
nado, te llevarás el dinero, pero no sales de aquí hasta que
me hayas enseñado a hacer la trampa.
El mismo Contreras cuenta que en 1874 Justo Rufino
y Samayoa despojaron con esos métodos al compañero
García Granados de sesenta y ocho mil pesos. El iluso re-
volucionario tuvo que vender su casa al gobierno para pa-
gar la deuda, y desde entonces quedó en la miseria.

Ahora iba a ensayar al Lie. Samayoa el mismo siste-


ma con el Patrón. Barrios apostaba gordo en las carre-
ras de caballos; mas en sus cálculos no entraban para na-
da los de perder. Los premios que el Estado pagaba a
los vencedores iban a parar enteros a manos del Patrón.
"¡Ay del insensato que se atreviera a disputarle un pre-
mio! —
dice Enrique Guzmán —Don José Maria Sama-
.

—215—
yoa, que se hallaba en el destierro (1), sabe algo acerca
de esto."

¿Quépasó, pues, al Lie. Samayoa, amigo íntimo y va-


lido delPatrón? Refiere Mr. Burgess que para las carre-
ras del 15 de agosto de 1876, Barrios y Samayoa hicie-
ron fuertes apuestas a sus propios caballos. Samayoa se-
dujo al caballerizo de Rufino, un tal Miguel Valenzuela,
y éste dio a beber cierta droga al caballo de Barrios.

Esto era suficiente para que Samayoa cayera en des-


gracia, mas no para que mereciera ser tratado como el
peor y más peligroso enemigo de Justo Rufino; y quizás
el Patrón hubiera satisfecho su rencor negándole su amis-
tad y privanza, a no mediar el otro motivo que no podía
pasar por alto el autócrata, celoso de su puesto.

Esta otra causa, sin duda la principal, está más de


acuerdo con el carácter desconfiado de Justo Rufino y con
sus mañosos procedimientos para descubrir intenciones.

Con extensos pormenores nos refiere tan interesante


episodio don Manuel Elíseo Sánchez en su inédito Memo-
rándum.

Hábilmente había logrado Samayoa convertirse en


factótum, de Justo Rufino: todo lo hacía con diligencia y
talento, en todo estaba; ejerció la presidencia, manejó la
hacienda, decretó empréstitos forzosos, fue ministro de la
guerra logró con sus consejos que se hiciese la guerra a
El Salvador; en fin, se le miraba como el alter-ego de Jus-
to Rufino. Pero su misma posición le concitaba émulos y
él contribuía a irritarlos con su fisga mordaz de que no
se libraban ni sus más allegados amigos. El favor que
gozaba con el presidente era a un tiempo su fuerza y su
debilidad, porque lo hacía más vulnerable a la intriga de
los envidiosos, quienes encontraban en su misma prepon-
derancia ocasión de remover recelos en el desconfiado Jus-
to Rufino.

Por ese tiempo llegó a Guatemala el ex-presidente de


Costa Rica, Gral. Tomás Guardia, y los rivales de Samayoa
se valieron de él para impresionar a Barrios contra el f a-

(1) Escrito en 1884 (Diario Intimo!), cuando ya habían pa-


sado los sucesos que estamos relatando.

—216—
vorito. Zaldívar también ayudó a la intriga, haciendo
creer a Justo Rufino que cuando se buscaba un presi-
dente para El Salvador, Samayoa —
entonces ejerciendo el
Poder Ejecutivo de Guatemala —
estaba empeñado en colo-
car al Gral. Miranda para después, con la cooperación de
Solares, derrocar a Justo Rufino. Era cierto que Sola-
res trabajaba por Miranda —
informa Sánchez — —
pero de
,

acuerdo con Barrios; mas el triunfo de Pasaquina agre-


ga— que fue el que decidió a favor de Guatemala la
,

guerra de 1876, "hirió de una manera profunda la suscep-


tibilidad y amor propio del Presidente Barrios, quien se
sintió tan depechado al ver que él, a pesar de los abundan-
tes elementos de que disponía en ese lado, es decir, por
el occidente de El Salvador, no había podido obtener un
triunfo decisivo, y fue tan ciego ese despecho que en su
ceguera por poco lleva a cabo el inmenso desacierto de
mandar a atacar a Solares por el Mayor General del Ejér-
cito, don José López Uraga, de cuyo personaje obtuve es-
tos datos."

Bien maniobraron los conjurados hasta hacer llegar


a los suspicaces oídos de Justo Rufino la urdida trama,
en que aparecían enredados Samayoa y Solares; y ya no
tuvo reposo ni sosiego Barrios hasta dar con la verdad de
la conspiración atribuida a aquéllos, o con lo que él cre-
yó tal, y descargar su rigor sobre los que imaginaba cul-
pados.

Justo Rufino era receloso, pero conocía mal a los hom-


pres; creyó en los chismes contra sus amigos, porque el
malicioso acepta con facilidad las pruebas que justifican
sus sospechas. Mas esa misma suspicacia le hacía pro-
ceder con cautela y sacar la verdad con maña de fingi-
dor. Siguió demostrando entera confianza a Samayoa;
consultaba con él sus más íntimas resoluciones; hacíalo
partícipe de confidencias delicadas.

—Estoy
cansado —
solía comunicarle —
estoy harto
;

de vida pública, quiero retirarme; Ud. y los otros va-


la
yan pensando en quién debe sustituirme.

Nada de eso —
contestábale Samayoa —
Ud. debe
;

seguir al frente de la República; su retiro no conviene ni


a Ud. ni al país.

Pero Justo Rufino un día y otro día, por espacio de


semanas, insistía en el propósito de retirarse; hasta que al

—217—
cabo Samayoa llegó a creerlo sincero; y así, candida-
mente cayendo en el garlito, repuso:


Puesto que Ud. insiste en semejante proyecto, no
encuentro otra persona más que Goyo para que lo sus-
tituya. (1)

Goyo era el Gral. Gregorio Solares.

La frase del Lie. Samayoa fue su propia sentencia.


Desde ese momento estaban caídos él y su amigo Solares.
Quizá, agrega Sánchez, Barrios pronunció entonces en su
pecho la sentencia de muerte contra aquellos dos hombres,
"lo que por fortuna no pudo llevarse a término a pesar
de su omnipotencia."

Cierto que no los mató; pero la cólera del Patrón, as-


tutamente suscitada despertando sus celos de poder, atra-
jo sobre ellos castigos crueles y degradantes.

Refiere el Lie. Valladares que Samayoa, el inventor


de la tortura del palo, fue sometido a este bárbaro tor-
mento, "y se llevó la crueldad con él hasta el grado de
hacerlo sufrir la horrible humillación de recibir en la
cara la defecación de Sixto Pérez, y hacerle tragar parte
del excremento."
Samayoa ya no volvió a hallar garantías en su tierra;
huyó de ella cuando pudo, y pasó largos años en el des-
tierro.

Del General Solares dice el mismo Valladares que "fue


aprisionado y encadenado con criminales conocidos, se le
paseó públicamente, y para mayor escarnio se le destinaba
al barrido de las calles."

Desde luego, todas las medidas financieras que dictó


Samayoa —
aumento de impuestos, empréstitos forzosos,
etc. —fueron derogadas, no tanto para aliviar al pueblo
guatemalteco, como para demostrarle que junto con el
privado se destruía su obra opresora.

Por este tiempo cayó también en desgracia don Ma-


nuel Elíseo Sánchez. El sólo nos relata en su Memorándum
la causa de su caída; pero de otra fuente conocemos el

(1) Esta anécdota la refiere también Uraga, pág. 20

—218—
triste epílogo de su amistad con Justo Rufino. Sánchez
fue de los raros que se condujeron con dignidad y valor
en aquel derrumbe de todos los derechos, y uno de los
pocos que se opusieron con entereza al Patrón, que "pi-
soteó las libertades públicas", como dijo don José Dolo-
res Gámez, apologista y defensor de Barrios. (1)

Sánchez como Fiscal, que se procesara al Co-


pidió,
mandante de Guardia de Honor, Sixto Pérez, el célebre
la
verdugo de Justo Rufino. Mas la Corte, en vez de pro-
veer de conformidad, dijo: "Para lo que haya lugar, tras-
críbase a la Comandancia de Armas la parte referente del
pedimento del Sr. Fiscal." Tanto valía denunciarlo ante
el Patrón. Pidióle éste la renuncia por intermedio del
Ministro de la Gobernación, Lie. José Barberena; pero
Sánchez contestó por el mismo conducto:


Dígale al Presidente, Pepe, que yo no le sirvo a
él,sino a mi país; que le sirvo con mucha exactitud, mu-
cha rectitud y mucha independencia; que él no es dueño
de la República, sino su primer servidor; que no juzgo
conveniente renunciar; pero ya que él, por desgracia, se
encuentra revestido de facultades extraordinarias, puesto
que es dictador, que ponga un acuerdo destituyéndome, y
que lo ponga como acostumbra decir: "Para el mejor ser-
vicio público", y me reiré de su acuerdo, Pepe, porque ten-
go la satisfacción de que no ha habido, ni hay y quizá no
habrá empleado tan cumplido como yo."

Justo Rufino tomó la palabra al audaz independiente,


y en su forma habitual. Invitó a Sánchez pa-
lo destituyó
ra que pasara a la casa presidencial, y al llegar. . —
esto no

.

lo relata Sánchez sino Enrique Guzmán el propio Patrón


se lanzó sobre el rebelde Fiscal, descargándole una llu-
via de latigazos con la fusta que Rufino llevaba siempre
en la mano. Sánchez huyó, pero al pasar por los corre-
dores en busca de la puerta, un gran número de sayones
vestidos de militar colocados adrede, descargaron sobre
él sus varas de membrillo y sus vergajos de toro. Así
Sánchez salió del Palacio y del empleo, no tan lastimado
de las carnes cuanto del espíritu. Así salieron muchos
del Palacio, y no pocos a concluir lo que les quedaba de
vida en las garras de Sixto Pérez o de Ñor Vicente.

(1) Carrera y Barrios ante la Historia, pág. 10.

—219—
Sustituyó a Samayoa en el favor de Justo Rufino el
Gral. Martín Barrundia. Ala influencia de este perso-
naje atribuyen algunos las crueldades y abusos de Justo
Rufino de allí en adelante, que fueron aumentando hasta
extremos inconcebibles. Por esto cúmplenos dar alguna
noticia sobre Barrundia mientras lo vamos conociendo me-
jor en el curso de los sucesos.

Decíase hijo del procer José Francisco Barrundia, pe-


ro muchos lo ponen en duda. En sus mocedades vistió
sotana de Jesuíta; mas, habiendo conocido a una agra-
ciada mpza, huyó con ella, se presentó ante un cura que
decía misa, y se consideró casado al pronunciar la fór-
mula: "Esta es mi mujer, este es mi marido", mientras
el sacerdote daba la bendición. Pero no lo estimaron así
los superiores, quienes pusieron al prófugo a hacer ejer-
cicios espirituales. "Creen algunos —
dice Guzmán — que
data de entonces el odio del favorito al catolicismo, y, so-
bre todo a los Jesuítas. Bien pudiera ser; pero yo me in-
clino a la opinión de otros que sostienen que el minoris-
ta se puso a aborrecer la religión romana mucho tiempo
después y en ocasión "muy oportuna".

Colgados los hábitos, mudó el sayal por la vara de


medir, y aún se le arrima que delató los movimientos de
los revolucionarios de 1871, y que a estos buenos servi-
cios debió que el gobierno de Cerna le resarciera el des-
pojo que una partida de aquéllos le había causado en sus
mercancías. Cuando el buen viento sopló a la revolu-
ción, don Martín viró en redondo y se dejó llevar de la
corriente. Del mostrador lo sacó Justo Rufino para colo-
carlo de Jefe Político de Escuintla, y prenderle las charre-
teras de general. La ocasión de este ascenso fue una
derrota y una herida. Medar atacó aquella plaza, hizo
salir corriendo a don Martín, pero por su fortuna al es-
capar recibió una herida de poca monta en el brazo. Esto
le valió el grado "a pesar —observa Guzmán — de que
no goza fama de valiente ni posee conocimientos mili-
tares".

Pero — dice Hernández de León —Barrios "necesita-


ba de colaboradores decididos, sin escrúpulos y de accio-
nes rápidas". Y todo fue que Barrundia tomara una alita,
para que su estrella brillara más de día en día. Buenas
condiciones tenía don Martín para ascender por esos ca-
minos. "Ha tenido Barrundia —
refiere Guzmán — talen-

—220—
to suficiente para penetrar el carácter de su amo y se-
ñor, y ha sabido halagar admirablemente sus feroces in-
clinaciones: así ha llegado al pináculo del favor. Suele
recibir en ocasiones reprimendas y moquetes del intratable
"Patrón", pues ninguna de las personas que se halla en
contacto con Barrios logra escapar de sus brutales caricias;
pero en cambio dispone de un gran caudal, y es casi omni-
potente."

Una de las habilidades de Barrundia consistía en e-


charse a cuestas las responsabilidades de los desafueros
de su amo, aunque no todos los imaginaba o ejecutaba don
Martín; pero nada le importaban los odios con tal de sa-
tisfacer las ambiciones del momento. Siguiendo esta cos-
tumbre de atribuirlo todo a la influencia de Barrundia,
dice Hernández de León que desde su ascención "se de-
senvuelve en seguida un período penoso, sembrado de tor-
mentos y dolores".

Entre tanto había sido electa la Asamblea Nacional


Constituyente, y el 11 de setiembre de aquel año se reu-
nía en la capital. El mensaje que leyó Barrios fue de
preferencia para dar cuenta de los sucesos políticos de ese
agitado año; lo más notable en él es cuando nos informa
que es "ajeno por carácter a toda ambición o interés per-
sonal", pero en la exposición a la memoria que presentó
al mismo Congreso encontramos mejores rastros para se-
guir los pasos de sus propósitos, sus métodos y sus ideas
de gobierno.

Admite que las medidas contra los reccionarios que


"yo mismo —dice califico de severas", contribuyeron a la
pacificación de oriente; pero a pesar de todo, nunca se
levantaron cadalsos políticos. La doctrina de Justo Ru-
fino sobre este tema en esos días, es la siguiente:

"Nuestra causa puede gloriarse de presentar a la his-


toria una conquista hermosa, en el hecha de haber excusa-
do a todo trance el recurso sangriento de los cadalsos po-
líticos; recursos que, como bien lo sabéis, no han econo-
mizado jamás los enemigos de nuestras libertades; medida
usual y corriente aplicada por ellos sin conmiseración al-
guna, siempre que juzgaron atacados los principios de su
Gobierno aún cuando de ella no se prometiesen los resul-
tados que la justificasen. Pero nosotros, que hemos com-
batido por la libertad y por la dignidad del hombre, no po-

—221—
díamos traicionar esas grandes miras, prodigando la muer-
te en nuestros conciudadanos, ya fuese a título de repre-
salia, ya como medida extrema de rigor para conservar el
orden."

Pronto desdecirá estas palabras Justo Rufino con el


patíbulo más espantoso que él mismo va a levantar; pero
a nadie podía engañar con sus fingidos horrores al cadal-
so, pues era sabido que muchas cabezas habían rodado de
su orden cuando hacía la revolución y cuando, ya en el
poder, trataba de debelarla. No es necesario volver a ci-
tar los nombres propios que en las páginas de atrás que-
daron consignados. Agregaremos que si bien son ciertos
los cargos que lanza a sus adversarios políticos, éstos no
llegaron nunca jamás a igualar, mucho menos a superar,
el abuso que Rufino hacía de la vida de sus opositores
o simples adversarios que le estorbaban por incómodos o
por sospechosos.

La exposición contiene asimismo las ideas de Justo


Rufino sobre la dictadura. Dice: "Esa situación peligro-
sa existía en 1873 cuando fui elevado al poder, y lo he
ejercido desde entonces bajo las facultades discrecionales
que confirió al Gobierno el Acta de Patzicía. Si la dicta-
dura ha sido hasta hoy de necesidad inexcusable para
la salvación de la República en los graves conflictos, esa
forma de Gobierno no ha podido ser satisfactoria para mí,
que he deseado como el que más la emisión de una ley
constitutiva que sirva de escudo a los nuevos principios
proclamados por la revolución, consigne las reformas con-
siguientes a ellos y regule como corresponde, los deberes
de los ciudadanos y de la administración pública en las
diversas atribuciones del poder."

Pero estaba de Dios que este hombre arrogante y pre-


sumido no acabase de hacer una promesa o declarar un
programa, cuando poco después estuviese desmientiéndolos
con sus propias obras.

Mas antes de elaborar una Constitución había algo


más urgente, impostergable: el General Barrios, como cau-
dillo de la gloriosa revolución de 1871, y como pacificador
y "regenerador" de Guatemala había "prestado relevan-
tes servicios a la Patria"; con la conducta noble y magná-
nima que observó en la última campaña de El Salvador
"cubrió de gloria a esta república (la de Guatemala, des-

—222—
de luego), y le atrajo las simpatías de aquel pueblo her-
mano." Por tanto, la Asamblea Nacional Constituyente
de 1876 declara Benemérito de la Patria a Justo Rufino Ba-
rrios. Esto sucedía el 13 de setiembre, dos días después de
inaugurada la Constituyente.

Zaldívar también estaba muy agradecido de la con-


ducta generosa que Justo Rufino había demostrado "al
pueblo salvadoreño", y con su influencia persuadió al Con-
greso de su país para que regalase al vencedor de los sal-
vadoreños una Espada de Honor. Sólo que, como estos
señores no corrían muchas prisa, dejaron el regalo
para el año siguiente. Se cruzaron entonces discursos.
Barrios prometió en el suyo que nunca más haría la gue-
rra a El Salvador.

Todos esperaban que la Constituyente comenzaría aho-


ra a trabajar; pero fue esperar en vano. Con aguda pene-
tración observa Mr. Burgess que los diputados se hallaban
en un callejón sin salida, pues por una parte deseaban com-
placer a Justo Rufino redactando una Constitución; y por
otra, temían provocar su cólera si sospechaba que el ob-
jeto de la nueva ley era para restringir sus facultades abso-
lutas.

Esta duda mantenía en la inacción a los señores di-


putados, quienes divertían sus ocios, legislando sobre asun-
tos agradables al Patrón; decretaron el presupuesto que él
les propuso y le aprobaron sin reservas todos sus actos
de gobernante desde que asumió el poder. Iban incluidos
en esta aprobación los despojos a la iglesia, la expulsión
y supresión de las órdenes religiosas, las guerras a Hon-
,

duras y a El Salvador, y todo lo que sucedió entre esos


acontecimientos, como fusilamientos, atropellos, confiscacio-
nes, multas, empréstitos forzosos, restauración del palo
como pena, y otras cosillas que por afectar exclusivamente
a personas privadas calificamos de minucias.

Pero si la Asamblea no legislaba, Justo Rufino era incan-


sable en promulgar decretos aún sobre asuntos que se ha-
llaban fuera de su competencia por estar reunido aquel
congreso, al cual, por su misma calidad, correspondían to-
das las facultades y poderes de la nación. Mas para eso
era él dictador; quedaba para el papel, aquello de que él
deseaba una Constitución "como el que más".

—223—
Mientras la Asamblea no se atrevía a dictar la ley
constitucional, Justo Rufino creaba la Corte Suprema de
Justicia, derogaba el empréstito forzoso decretado para
la guerra con El Salvador, y promulgaba otra infinidad de
leyes de menor importancia; pero la más significativa fue
aquella en que, contrariando el objeto de la Constituyen-
te y mudando su carácter de poder absoluto, le dictó reglas
en vitrtud de las cuales, la Asamblea, no sólo debía re-
dactar la Constitución, sino también conocer de cualquier
otro asunto que le sometiera el Poder Ejecutivo. Ahora,
como en tiempos de García Granados, el presidente se co-
locaba en lugar superior a la Asamblea Nacional Consti-
tuyente y le dictaba normas que ni el mismo pueblo po-
día prescribirle.

El Dr. Lorenzo Montúfar comenzaba a comprender el


carácter de su Patrón, y a penetrar sus intenciones y apro-
vechó su puesto de diputado para solucionar el conflicto
entre los deseos de Justo Rufino y los temores de la Asam-
blea. Y ya porque estuviese encantado con el régimen
dictatorial del Patrón, ya por seguir las lucrativas hue-
llas de Barrundia, ya por evitar, prudente, el escollo en
que había dado Samayoa, es el caso que se adelantó a las
aspiraciones que el más lerdo podía adivinar en Justo
Rufino; y huelga decir que esta vez, como de costumbre,
la soga se rompió por lo más delgado.

Acometió, pues, la tarea de persuadir a Barrios de que


era conveniente que continuara ejerciendo su paternal auto-
cracia. Las razones eran concluyentes: la dictadura de
Barrios era necesaria; las garantías de una Constitución
proporcionarían facilidades a los reaccionarios para de-
rrocar aquel régimen progresista; no estando concluida
la "reforma", no se debían atar las manos del "reforma-
dor".

Con estos eficaces argumentos ad-hominem, el Patrón


quedó convencido.

Y un día de tantos, el Dr. Montúfar subió a la tribu-


na del Congreso y pronunció aquel su famoso discurso que,
a pesar del buen cuidado que puso él mismo en destruirlo,
ha sido conservado para bien de la verdad histórica.

"Señores diputados: ¿Qué hacemos aquí? ¿Para qué


dar a Guatemala una Constitución cuando en el General

—224—
Barrios tiene un mandatario paternal? Bueno está emitir
leyes para contener los avances del Poder; pero cuando
este Poder, lejos de abusar, usa de su autoridad para en-
cauzar a la nación por las vías del progreso, y mantiene
a todos y a cada uno de los habitantes en el ejercicio de
sus derechos ese Poder no debe restringirse, sino darle li-
bertad para que, con la confianza de la nación, desarro-
lle todas sus fuerzas en la senda de la prosperidad. He-
mos declarado al General Barrios Benemérito de la Pa-
tria. Todos lo aclamamos como al jefe insustituible de la
República, todos confiamos en él, nadie duda de su inte-
gridad y de su firmeza. ¿Qué hacemos pues, aquí?. Va- . .

monos a nuestras casas, después de prorrogarle por cua-


tro años más los poderes dictatoriales que ha venido ejer-
ciendo para bien de Guatemala, y él nos dará cuenta opor-
tunamente de sus actos."
Pero, ¿es posible que el Dr. Montúfar fuese sincero?
¿Ignoraba acaso lo que había hecho Justo Rufino en Gua-
temala? El doctor había pasado gran parte de su vida en
Costa Rica, y el último año en Europa, desempeñando la
misión por lo del reconocimiento de Cuba. Fuera de que
es inadmisible que un político de la talla de Montúfar
desconociese lo que sucedía en su propia patria, sabemos
que estaba bien informado de lo que eran Barrios, su go-
bierno y los hombres que lo rodeaban.

Cuando el Dr. Montúfar hacía su viaje a España, to-


mó en Puntarenas el mismo barco el Lie. Rafael Macha-
do. En Panamá Montúfar agasajó a Machado con un pa-
seo, y allí don Rafael puso a don Lorenzo al tanto de lo
que pasaba en Guatemala. Refirióle los abusos que co-
metía Rufino y la responsabilidad que en ellos tenían Sa-
mayoa y los hondurenos Marco Aurelio Soto y Ramón
Rosa. De estos dos últimos se expresó duramente, dicien-
do que sin méritos, ni antecedentes dignos de considera-
ción ocupaban elevados puestos, donde se habían enri-
quecido, como lo probaba el hecho de que Soto poseía un
carruaje que costaba tres mil pesos, y teniendo una vaji-
lla que le había comprado el Gral Uraga por valor de ocho
mil pesos, teniendo una manceba, la que después fue su se-
ñora, llamada Celestina, a la que mantenía con un boato
extraordinario."

Sánchez, cuyas son estas palabras, defendió el go-


bierno de Barrios como mejor pudo; pero en la intimidad,
cuando le preguntó Mantúfar qué había de aquello, con-

—225—
testó: "Todo lo que dice Machado por desgracia es muy
cierto."

A pesar de esto, Montúfar había manifestado a Sán-


chez su opinión de que siguiera la dictadura de Barrios.
Así se lo había expresado en Madrid, y así se lo repetía en
Panamá, cuando venían de regreso a Guatemala.

La Asamblea Nacional Constituyente aceptó sin va-


cilaciones la propuesta de Montúfar; y quizás él mismo
redactó el decreto, pues está calcado sobre las considera-
ciones que expuso en el Congreso el nuevo mentor de
Justo Rufino. La Asamblea, en nombre del pueblo de
Guatemala, fija a Justo Rufino un período de cuatro años
para que ejerza poder, y se declara en receso.
Sin embargo, este acto tan antidemocrático, no fue apro-
bado unánimemente por la Asamblea. Seis miembros de su
seno se opusieron a él; pero esta minoría del Congreso re-
presentaba, por una paradoja frecuente en nuestras de-
mocracias criollas, la gran mayoría del país. Guatemala
no quería la dictadura de Barrios ni otra ninguna; era
mentira que no tuviese todavía pensamiento determinado
sobre la Constitución que le convenía; y nadie ignoraba
que aquel estorbo a la administración pública, era en rea-
lidad estorbo a los desafueros de Justo Rufino. Por eso,
aquellos seis eran los únicos que tenían derecho a titular-
se representantes del pueblo de Guatemala, porque decían
lo que este pueblo quería. "Votaron en contra de esa acia-
ga dictadura —
dice Sánchez —
el Dr. don Nazario Toledo,
los licenciados don Manuel Ramírez, don José María Esca-
milla, don Rafael Mendiazábal, don Antonio Padilla y el
bueno y sencillo patriota don José María Venavides, dipu-
tado por Esquipulas. Total: seis individuos, cuyos nom-
bres debieran inscribirse en letras de oro para perpetuar
su memoria como dignos y verdaderos liberales, y exce-
crarse la del Dr. Lorenzo Montúfar, hijo espurio de Gua-
temala, autor de aquel atentado horroroso."
El 23 de octubre fue el decreto y el 30 salió una pro-
clama de Justo Rufino a sus conciudadanos. Dice que la
Asamblea le ha prorrogado por cuatro años los "plenos po-
deres", que le otorgaron los pueblos cuando lo elevaron a
la presidencia. El decreto para nada se refería a "plenos
poderes',' pero el Patrón se los tomaba; por lo menos se
ponía, siquiera una vez, de acuerdo con las realidades
aunque siempre en oposición a las leyes.

—226—
Continúa diciendo Justo Rufino que ha hecho muchos
adelantos por Guatemala, y "no porque tenga una habi-
lidad especial", sino "porque he abierto las puertas a la
luz del pensamiento, porque he hecho penetrar en el país
el torrente de las ideas redentoras de la humanidad en
el siglo XIX. .
."

No ha habido sacrificio por la patria que lo arredre.


Tampoco asusta este nuevo que le pide el pueblo, y
lo
dice: "Acepto en beneficio vuestro y para trabajar en
vuestra propia dicha, las amplias facultades con que me
deja investido" la Asamblea.

Luego este párrafo, que ha de haber hecho reír a


su propio autor:

"No soy nuevo para vosotros; bien conocéis por una


parte mi benignidad, mi aprecio y consideración para con
los buenos; pero también por otra estáis al cabo de mi se-
veridad e intransigencia para con los malos."

Sigue un derroche de paz. Justo Rufino quiere paz


con todo el mundo, paz con sus hermanos de Centro Amé-
rica, paz con las naciones extranjeras, paz interior con los
guatemaltecos; ofrece garantías a las personas de bien; y
finalmente, llama a todos los hombres de ciencia y de ta-
lento para que le presten su colaboración en bien de la
patria.

Apesar de todo, el autor Carranza se empeña en pre-


sentarnos un Justo Rufino demócrata, irreconciliable con
la dictadura. He aquí un ejemplo de los esfuerzos que ha-
ce para demostrarlo:

"¿Habrá quien sostenga de buena fe que Barrios que-


ría por sistema la dictadura? Creemos que no. Las dic-
taduras perpetuas sólo pueden sostenerlas el clero y los
aristócratas; y Barrios no transigía con estos."

Así han escrito sus admiradores la historia de este


personaje; ora omitiendo documentos, ora tergiversando
los hechos, y cuando estos están muy claros, afanándose
por darles un sentido contrario a su cabal significado.

—227—
Bibliografía del capítulo XX
Cómo caían de la gracia del "Patrón" sus amigos.

Barrios visita los departamentos, Burgess, 160.


Anécdota con Pedro Molina. Referida al autor por E.
Mallora.
Caída de Samayoa, jugada de las carreras; Burgess,
160, nota.
Barrio tahúr; despojo de García Granados. Contre-
ras, págs. 14 y 16.
Aficionado a las carreras de caballos. Solo quiere ganar
en ellas; Guzmán, D. I. de 1884, pág. 56.
Versión de Sánchez sobre la caída de Samayoa y Sola-
res. A-23, pág. 284.
Samayoa flagelado. Valladares A-23, pág. 294.
Barrios derogó las medidas financieras de Samayoa;
Burgess 160.
Caída de Sánchez. Memorándum y Diario Intimo.
Solares preso barriendo las calles; Valladares A-23, pág.
301.
Ascensión de Barrundia y datos sobre él. Guzmán D.
I. de 1885. pág. 152.— Federico Hernández de León,
Efemérides, T. III, pág. 382.
Reunión de la A.N.C. el 11 de setiembre de 1876. Men-
saje de Barrios, Rubio, 293.
Otro mensaje, Diario de C. A., pág. 17.
Barrios benemérito de la Patria. Rubio 288.
El Salvador le ofrece una espada, Rubio 290. Barrios
prometió no volver a hacerle la guerra. Carta de Ad.
Cárdenas, 20 de setiembre 1877.
Razones de Montúfar a favor de la dictadura de Ba-
rrios, Carranza, pág. 47.
Discurso de Montúfar en el Congreso. Ospina, pág. 71.
Cobos Batres, Carrera, pág. 92 (Cuaderno 3 9 ).
Montúfar sabía lo que era el gobierno de Barrios y
quería la dictadura. Sánchez, A-23, págs. 271, 274.
La A.N.C. fija el término de 4 años a la presidencia de
Barrios. Rubio, 322.
Los seis que votaron en contra. Sánchez, A-23, pág.
274.
Proclama de Barrios, Rubio, 316.
Razonamiento de Carranza. Barrios no quería la dicta-
dura, Carranza, 41-47.

—228—
Capítulo XXI
EXPLOTACIÓN DE LOS INDIOS Y LIBERTAD
DE IMPRENTA
Ahora la actividad sin reposo de Justo Rufino se em-
plea en hacer decretos. Si reunida la Asamblea Constitu-
yente llenaba él su lugar, ¡que no sería cuando el Congre-
so le había prorrogado el período, y él se había tomado
"plenos poderes"!

No vamos a incurrir en la aburrida nimiedad de dar


noticias de todos los decretos que dictó, como otros auto-
res que mencionan y a veces opinan hasta los de mera
administración, para demostrar la acucia progresista del
Patrón; en descanso del lector, y de acuerdo con el plan
de nuestro estudio sobre el hombre, recordaremos sólo a-
quellos que se avienen a este objeto.

A fines de 1876 fundó Rufino Universidad de Oc-


la
cidente con asiento en Quezaltenango. El motivo capital
para esta fundación es "que no puede existir verdadera
libertad donde falte la ilustración". Muy cuidadoso se mues-
tra Justo Rufino de la libertad; él siempre tiene en los
labios esta grata palabra; él ha combatido por la liber-
tad; él se sacrifica por la libertad; él, con sus poderes ab-
solutos, está defendiendo la libertad; él ha instituido el
palo para salvar la libertad; nada extraño, pues, que aho-
ra funde una universidad para cimentar la libertad, como
ayer suprimió otra para salvar la libertad.
Pero como todos los propósitos y trabajos de Justo
Rufino por la libertad, éste tampoco dio resultado. Re-

—229—
fiere Mr. Burgess que la Universidad de Occidente pronto
se redujo a una escuela de Derecho, que ocupaba dos pie-
zas en el Colegio de Quezaltenango.

la nueva legislación sobre el


Dio mejores resultados
Banco Nacional, como que se trataba de destruir, y en eso
era muy acertado Justo Rufino. Acerca de esto sólo posee-
mos el testimonio de Mr. Burgess, pues los apologistas del
Patrón siempre pasan como sobre ascuas cuando se tra-
ta de materias escabrosas a su memoria. Numerosos fue-
ron los decretos que dio Justo Rufino para el Banco Na-
cional, algunos contradictorios entre sí. Como era natu-
ral, tan profusa legislación trajo muchas dificultades a la
institución, y, como resultado, el engorroso y abundante
papel moneda despreciado. En consecuencia, no encontró
Rufino mejor medio de salir de apuros que deshaciendo su
obra. Con un úkase redujo las funciones del Banco a re-
coger el dinero que se le debía y a redimir el papel mo-
neda circulante que había emitido. El verdadero signi-
ficado de esta orden —
recalca Mr. Burgess —
"era que
los bienes de la Iglesia servirían para cancelar las deudas
que el gobierno de Barrios tenía hasta la fecha, pues el
Banco Nacional había sido fundado con el dinero tomado
a los monasterios".

No terminó aquel año sin que la diabólica actividad de


Justo Rufino diese con otro sistema ventajoso para los
ricos, siquiera fuese opresor y degradante para buena par-
te de la población guatemalteca.

Con tal intención dirigió circular a los Jefes Políti-


cos, en la cual, a vueltas de considerar que los agriculto-
res no harían progresos si se les dejaba solos a causa de
la pereza de los indios, disponía: Primero: que se forzara
a los poblados de indios de cada jurisdicción a dar a los
agricultores el número de brazos que éstos pidieran hasta
cincuenta y aún cien a un solo propietario, si su em-
presa los necesitaba. Segundo: cuando un grupo de in-
dios no fuese capaz de concluir un trabajo de dos sema-
nas, un segundo grupo debería ser enviado a sustituir el
primero para que el trabajo no se atrasara. Tercero: La
labor de dos semanas debería pagarla por adelantado el
alcalde del poblado indio, para evitar la pérdida de tiempo
con pagos diarios. Cuarto: Sobre todo debería vigilarse
que el indio que intentase evadir aquella obligación fuera
castigado con todo el rigor de la ley; que se garantizara am-

—230—
plia protección a los agricultores,y que a cada indio se
le obligase a dar un día completo de trabajo mientras
estuviese empleado (1).

Este sistema, reducido a ley el año siguiente, resucitó


las encomiendas de indios de la colonia. Ya no se tra-
taba, como en la circular, de obligar a los indios al tra-
bajo, sino de reducirlos a verdadera esclavitud, según lo
reconoció Mr. Burgess. Daba derecho a los patrones de
las fincas a reclamar de las poblaciones de indios un nú-
mero determinado de éstos para contratarlos no más que
por cuatro días de trabajo; sin embargo, si al llegar ese
plazo el indio debía dinero a su patrón, estaba obligado a
seguir trabajando hasta desquitar. Es claro que el pa-
trón se las ingeniaba para asegurarse del indio mientras
necesitaba de sus servicios.
#

Mr. Burgess recuerda que estos mandamientos se a-


costumbraban en la colonia; pero al mismo tiempo anota
la diferencia de espíritu de ambas legislaciones. La del
régimen que él insiste en llamar "clerical" tenía por ob-
jeto civilizar al indio; mientras que la de "los liberales"
era un paso retrógrado en perjuicio del indio. Como lo
fue asimismo el hecho de que en el régimen colonial era pro-
hibida la venta de licores en las poblaciones donde pre-
dominaban los indios; al contrario del régimen rufiniano
de "reforma", que cobraba fuerte impuesto a las pobla-
ciones de indios a cambio de no establecer en ellos ven-
tas de aguardiente. Los clericales prohibían confiscar las
tierras dadas a los indios; los liberales se las confisca-
ron todas.

Otro escritor extranjero, Tommaso Ciavano, opina del


mismo modo: "No solamente desplegó Barrios su salvaie
tiranía contra la raza criolla o señorial. Aunque en di-
versa manera, hizo otro tanto en contra de la raza india,

(1) Traducimos del inglés, de la obra de Mr. Burgess. Na-


da extraño pues, que no sea literalmente exacto con
el criginal. Repetimos, los panegiristas de Barrios han
omitido documentos como éste, y de allí que no lo. ha-
yamos encontrado en español. Otra omisión calcula-
da es la de la proclama antiunionista de Barrios del
8 de abril de 1876. En vano se le busca en las colec-
ciones de proclamas, decretos, etc., que se publica-
ron con motivo del centenario de Barrios.

—231—
que redujo nuevamente al estado de servidumbre como du-
rante el régimen colonial; y escogiendo cabalmente la peor,
entre las diversas formas de servidumbre adoptadas en-
tonces, es decir, la de los mandamientos que, como vimos
ya, a pesar de no ser sino el producto de un simple abuso,
creaba a los pobres indios unas condiciones de vida mu-
cho más tristes y desgraciadas que las de la peor escla-
vitud."

Pero no había de parar en eso el calvario de la ra-


za indígena. En uno de los frecuentes apuros del era-
rio alguien aconsejó otra medida de saqueo, que, como
dijo Mariana, "en tiempo de mal príncipe el derecho del
fisco nunca suele ser malo". La Iglesia guatemalteca na-
da tenía, todo se lo había arrebatado Justo Rufino; pero
allí estaban los indios, tan indefensos como los obispos y
sacerdotes. Ellos poseían bienes: los terrenos que les ha-
bían dado los reyes españoles: además, estaban las tie-
rras ejidales propiedad de los municipios. Así como Ru-
fino había despojado a la Iglesia, del mismo modo podía
proceder con esta fácil presa.

Decretó, pues, Justo Rufino que los ejidos debían ser


pagados por quienes los poseyesen en arriendo; de no, se
venderían en pública subasta. En cuanto a las tierras de
los indios, simplemente las confiscó para premiar con ellas
a los soldados que le habían servido en sus guerras. "Ba-
rrios — comenta Mr. Burgess — trataba como bolchevique
a la Iglesia, y los intereses de los "nobles"; y en el fon-
do era el Patrón que veía en los indios una raza sólo
digna de ser explotada."

Tales tratamientos sublevaron a los sufridos indios y


Rufino descargó una vez más con sádica cruelad su fus-
ta de domador. Por grupos eran llevados al suplicio los
desgraciados indígenas porque se atrevían a reclamar la
libertad ofrecida en todas las proclamas.

Justo Rufino da cuenta a su amigo Zaldívar de esta


rebeldía y sus causas: "Obligados los indígenas de nues-
tros pueblos, por una ley especial, a concurrir a los tra-
bajos de las fincas agrícolas cuando para ello fuesen so-
licitados, algunos han resistido al cumplimiento de esa
disposición que tiende a desarraigar los hábitos de ocio
y miseria en que vive esa clase; y entre ellos, los indíge-
nas de Momostenango se han sublevado, tomando por pre-

—232—

texto el mencionado trabajo a que se les obliga. En
otras poblaciones de los Altos se han movido también los
indios; pero esto es por cuestiones entre pueblo y pueblo,
originados por diferencias de tierras, que regularmente
ocasionan esos tumultos de fácil remoción."

Aprovecha Justo Rufino la ocasión para proponer a


Zaldívar en esa carta un intercambio de emigrados, con
fines nada tranquilizadores para estos desgraciados.

Se trata de los antiguos "remicheros" que no han re-


gresado a Guatemala por desconfianza, aunque Justo Ru-
fino dice que 'porque todos ellos son criminales que an-
'

dan fugos de la justicia común"; les llama "enjambre de


bandidos", pide a Zaldívar que dicte "las providencias más
eficaces" y le propone: "Enviaré a Ud. una lista con los
nombres de todos esos criminales emigrados, para que los
mande asegurar como corresponde; y Ud. me enviará otra
lista de los que de esa República halla en ésta, para que
aquí se haga otro tanto. De esta manera cortaremos de
raíz esas alarmas, que aunque sin importancia, no dejan
de mantener la inquietud y la esperanza en los ánimos de
nuestros enemigos."

Le habla después de "don Julio". ¿Julio García, hijo


de Miguel García Granados? Justo Rufino dice de él
que "es un pillo y nada más". "Sin embargo — agrega
está en el caso de los otros bandidos asilados en esa Re-
pública y es conveniente que Ud. lo haga salir de la ca-
pital. .
." (1)

No pide "providencias eficaces" para extirpar la in-


quietud que mantiene este "bandido". Es que se trata
del hijo del compañero y no es posible llegar a tanto co-
mo con los otros, en quienes ninguna consideración impi-
de "cortar de raíz" las alarmas que causan.

En la misma carta anunciaba Justo Rufino su próxi-


ma salida a los Altos para restablecer el orden; confiaba
en que lo haría en breve tiempo. Y
no se equivocaba, pues
él mejor que nadie sabía la eficacia de los métodos que
emplearía. He aquí cómo los describe un folleto que se
publicó diez años después de la muerte de Justo Rufino:

(1) Carta del 23 de septiembre de 1877.

—233—
"El fusilamiento de varias municipalidades enteras y
otra porción de infelices indígenas y ladinos, que no te-
nían culpabilidad ninguna fueron ejecutados sin forma de
juicio, sólo por infundir terror y para que nadie se ne-
gase a satisfacer los brutales caprichos del tirano, era
referido con copia de detalles espeluznantes, pero verídi-
cos, en periódicos publicados en México y en los Estados
Unidos del Norte, de aquella época. Uno editado en Chi-
cago decía: "En el pueblo de Cuíco (Guatemala), unos e-
brios gritaron: ¡Muera Barrios! Esto fue bastante para
que el tirano de Centro América mandara fusilar a todo
el Ayuntamiento del mencionado pueblo; confiscar los bie-
nes de los fusilados, y sacar fuera del municipio a sus fa-
milias, internándolas al centro de la República. También
mandó fusilar a todo el Ayuntamiento de la Jacal tenango,
porque en dicho pueblo dieron asilo a los que se habían
levantado contra Barrios, cansados de sufrir su yugo ver-
daderamente insoportable. A todos los vecinos de los
pueblos mencionados les ha impuesto fuertes multas, que
los infelices no pueden satisfacer, y a los vecinos más aco-
modados les ha confiscado sus bienes."

Los despojos y violencias que Justo Rufino cometía


con los indios dio origen a un caso de esos que, aún en
aquel ambiente de crímenes, excede a toda medida.

Cuando Justo Rufino se hallaba en Los Altos castigan-


do rigurosamente a los indios, le denunciaron que el Cura
Párroco de San Pedro Jocopilas, don Miguel Pagés, espa-
ñol, azuzaba la rebelión. Conforme a su costumbre,
Justo Rufino lo llama a su presencia y le hace cargos por
su actitud. El sacerdote se defiende y pide misericordia
por los desgraciados indígenas. Justo Rufino comienza
a montar en cólera al sentir la contradicción, y desahoga
su rabia contra la Iglesia Católica, y para más injuriar
al sagrado ministro, agrega horrendas blasfemias. El Cu-
ra, que no tiene alma de cortesano ni de esclavo, replica
con enérgica libertad. Justo Rufino llega al colmo de su
furia, blande la fusta y se lanza a latigazos contra el mi-
nistro. Cuando éste siente el rostro cruzado con el infa-
mante instrumento, la sangre castellana que corre en sus
venas le recuerda que también es hombre y sujeta con
sus manos las de Justo Rufino: éste grita: ¡Cobarde, ase-
sino! A la llamada acuden el esbirro Inés Cruz y otros
y a tiros y machetazos acaban con el indefenso sacerdote.
Justo Rufino "al verse libre del terror y las angustias —
—234—
refiere Contreras —
que le produjo la presión formidable
,

de aquel digno descendiente de Viriato, bailó sobre su


cuerpo moribundo con la furia del buitre, y con sus ta-
cones ferrados le rompió el bajo vientre, haciendo saltar
pedazos de sus entrañas, y barrer con su cadáver el pa-
tio de la casa mortuoria, donde así se vengó el opresor
infame, que quiere pasar hoy como objeto de un asesinato
premeditado con frialdad."

El Ministro Americano, Mr. George Williamson, dio


cuenta minuciosa del suceso a su gobierno; y respecto de
las intenciones criminales que Rufino atribuía al P. Pa-
gos, expresó su opinión así: "No me ha sido posible ha-
,
llar una sola persona que dé crédito a tal declaración \

Diversas versiones corrieron del hecho, con varian-


tes sólo en los pormenores, pero todas contestes
en cuan-
to a lo principal.

Un ayudante de Justo Rufino, que presenció el cri-


men, quedó tan espantado, que desde ese momento deci-
dió dejar el mundo y vestir hábitos sacerdotales, sin du-
da en desagravio de aquel atentado contra el sagrado mi-
nistro del Señor.

España no reclamó por el asesinato cometido en uno


de sus subditos. Sin duda el gobierno, para evitarse difi-
cultades, creyó o aparentó creer en la culpabilidad del P.
Pagés. Justo Rufino dio parte al ministro español del
atentado y de haber muerto al supuesto autor en defensa
propia. También esta calumnia la propagó en todo Cen-
tro América, haciendo creer que el Cura tramaba una cons-
piración. Al presidente de Nicaragua, que lo felicitó por
haber restablecido la paz en Quiche, le contestó: "Este tu-
multo no tenía significación política, si bien ha podido de-
jar sospechar lo contrario la tentativa del Cura Pagés."

Estas crueles represiones dejaron a los indios suaves


para nuevos despojos. Refiere un autor que en 1882 lle-
gó a Verapaz un ministro de alta graduación y en el
pueblo de San Pedro Corcha, dijo a los Alcaldes que el
Señor Presidente mandaba que sin pérdida de tiempo reu-
nieran la suma de $30,000 pesos entre los habitantes del
pueblo; que necesitaba mucho dinero para rescatar la re-
pública porque Carrera y los serviles la habían vendido
a los ingleses.

—235—
Los temerosos de perder la vida entre supli-
indios,
entregar la bolsa y proporcionaron el di-
cios, prefirieron
nero al agente de Justo Rufino.

Entretanto, y a pesar de los nuevos despojos, volvíase


a sentir la penuria del erario y había que hacerse de dine-
ro. Justo Rufino estableció las tasas que había decreta-
do Samayoa, y agregó una nueva sobre la sal; otra por
cosechar y vender tabaco "a despecho —
apunta Mr. Bur-
gess — de haber sido la oposición a este impuesto una de
las principales causas del triunfo de la Revolución."

Masestas nuevas gabelas no producían lo suficiente


y hubo que recurrir al sistema de empréstitos forzosos,
verdaderas exacciones que en tiempo de Samayoa se ex-
plicaban por las necesidades de la guerra. Esta vez el
préstamo a la fuerza fue de medio millón de dólares en
cinco entregas mensuales. De este modo Justo Rufino
"pagaba sus deudas viejas, contrayendo nuevas", dice no
sin ironía Mr. Burgess.

De este empréstito dice Uraga, Rufino usó como me-


dida de opresión y venganza. Pero la distribución fue
tan desigual y onerosa que suscitó muchas y peligrosas
protestas. Barrios, agrega Uraga, "tuvo miedo de llevar
adelante su decreto en toda su extensión, y fingiéndose
movido por las representaciones de los agraviados, rebajó
muy considerablemente las cuotas."
Pero al mismo tiempo que Rufino regalaba a los gua-
tamaltecos con una mentira, o sea, la ley que definía la
libertad absoluta de la prensa; les obsequiaba en compen-
sación con otra verdadera y que sí se había de cumplir
al pie de la letra: la del impuesto personal, novedad in-
troducida por Justo Rufino a Guatemala como una de tan-
tas "reformas".

Ya para entonces, Justo Rufino había reanudado rela-


ciones con su colega de Nicaragua, don Pedro Joaquín Cha-
morro, y habíalas roto de nuevo con el Gral. Tomás Guar-
dia, presidente de Costa Rica. ¿Qué movía a Justo Ru-
fino para mudar tan de zopetón y tan de fondo a cada
paso? Estas variantes a extremos opuestos son caracterís-
ticas de su persona.

A ratos está de buen humor y es generoso, pero lo


más del tiempo es cruel y sanguinario; a veces salta del

—236—
rigor a la magnanimidad; en la mayoría de las ocasiones
es implacable con sus enemigos; y en contadas, los con-
vierte en objeto de su amistad y confianza. Y
así en la
política: Constantemente hablando de paz y haciendo siem-
pre la guerra; enemigo ayer del Presidente Chamorro de
Nicaragua hasta el punto de dar apoyo a Jerez para que
lo derroque, hoy su amigo y adversario decidido de Guar-
dia; arroja de la presidencia de Honduras a Medina y co-
loca a Arias, poco después, saca a Arias y pone a Leiva,
para volver otra vez a Medina y derrocar a Leiva con su
apoyo; hace presidente de Honduras a Soto, a quien aca-
ba echando de aquel país con sólo amenazarlo y cargarlo
de dicterios; a Zaldívar, otra criatura suya, proyecta de-
rrocarlo diversas veces; pero la misma versatilidad de Jus-
to Rufino, salva a El Salvador de nuevos trastornos. Sus
más allegados son los que llevan la peor parte de este
carácter peligrosamente voluble. Samayoa cae de su gra-
cia hasta las ergástulas; Mon tufar será despedido des-
pués de haber sido tratado como un lacayo, y se libra de
peores venganzas porque se queda fuera de Guatemala; el
esbirro Sixto Pérez muere horriblemente quemado vivo; y
si el propio Barrundia no terminó de un modo parecido,
fue porque entre las habilidades del terrible valido esta-
ba la de sufrir con paciencia los azotes que en el rostro
le propinaba su enfurecido Patrón.

Ahora Justo Rufino va a mudar de ruta respecto de


Nicaragua. No es preciso preguntar a qué obedeció tal
cambio; porque lo explica el carácter de este hombre volun-
tarioso y caprichoso. Pero como su destino era estar siem-
pre a disgusto con alguien, al mismo tiempo que se re-
conciliaba con Chamorro, quiebra con Guardia, a quien
persigue con la única arma con que puede alcanzarle: sus
dicterios y maldiciones.

Cuando Rufino vio el fracaso de Jerez, y cansado sin


duda de tanto trastorno, decidió abandonar la empresa de
Nicaragua y puso gratos oídos a la defensa de aquel go-
bierno, acusado injustamente de trastornar el orden en
Centro América. Buenos oficios de personas privadas a-
cabaron por suavizar las relaciones entre ambos presiden-
tes, hasta quedar ellas plenamente restablecidas con el
envío de respectivos ministros diplomáticos. A Guate-
mala llegó en setiembre de 1877 el Dr. Adán Cárdenas.
Justo Rufino escribe así al Presidente Chamorro so-
bre la entrevista que tuvo con el Dr. Cárdenas y su secre-

—237—
tario: "Hemos conferenciado largamente sobre nuestros
asuntos y con toda la franqueza que me caracteriza, he de-
jado ver a los expresados señores los grandes deseos y
las firmes disposiciones que abrigo por la conservación de
la paz en Centro América, creyendo sinceramente como
creo que si nosotros, los que hoy gobernamos estas repú-
blicas, nos concretamos a obtener para ellas ese supre-
mo bien, conquistaremos en corto plazo la prosperidad
perdida en tantos años de estériles luchas. El señor Cár-
denas trasmitirá a Ud. mis ideas y aspiraciones, expresa-
das en ese sentido; y en cuanto a la persona de Ud., la
alta estima y consideración que me merece, apreciando de-
bidamente la sinceridad y buena fe que le sirven de dis-
tintivo."

Un
incidente que sucedió en relación con la presen-
cia de Cárdenas en Guatemala, demostró que los instru-
mentos de Justo Rufino eran tardíos en seguir el brusco
ritmo de sus mutaciones. El director del periódico El
Pensamiento, ignorando por dónde corría ahora el agua,
publicó un artículo injurioso contra el Presidente Chamo-
rro, cuando el Ministro de Nicaragua se hallaba en Gua-
temala.

Cárdenas pensó que esta publicación era sugerida por


Justo Rufino, cuando menos consentida por él, pues de
cierto se sabía que acostumbraba hacerlo como en el ca-
so de El Progreso cuando, un año antes, había publicado
un artículo denigrante contra el Presidente de Nicaragua
inspirado por el propio Rufino. Sabiendo además Cárde-
nas que nada se publicaba en Guatemala sin la anuencia
del Patrón, quiso definir de una vez por todas si Rufi-
no procedía sinceramente, y le protestó por el artículo
ultrajante de El Pensamiento. Justo Rufino aseguró que
nada sabía de esa publicación, y para satisfacer mejor a
su nuevo amigo político, llamó al director del periódico,
y en presencia de Cárdenas le propinó su buena jabonadu-
ra, le obligó a recoger la edición y a sacarla de nuevo sin
la pieza de los dicterios.

En otra carta que Justo Rufino escribe al Presidente


de Nicaragua, define así la libertad de imprenta que él
da en Guatemala:

"Por lo que hace a los escritores de esa República


que hacen uso de la prensa para insultar a los vecinos, Ud.

—238—
se desengañará de que solamente lo hacen por interés pe-
cuniario, importándoles nada los males que puedan aca-
rrear con sus calumniosas charlas. He dado libertad a la
prensa en esta República; pero me opondré a que se ha-
ga uso de ella contra los gobiernos amigos, como ya he
principiado a hacerlo con algunas publicaciones que se
pensaban dar a luz. Yo quiero esa libertad para que se
censuren los actos de mi gobierno y se ilustre los asuntos
de interés general, no para que se alienten las pasiones
de la anarquía en una u otra parte. Creo muy necesa-
rio que nos pongamos en guardia y nos auxiliemos con-
tra semejantes trabajos."

En todo veía enemigos y a todos pedía que le ayuda-


sen a defenderse de imaginarios peligros.

La verdad sobre la libertad de imprenta que florecía


bajo el régimen del Patrón era muy otra, y la describe
así Enrique Guzmán, testigo de visu:

"Con no haber aquí (en Guatemala) ni sombra de li-


bertad de imprenta, los periódicos políticos chapines no
solamente carecen de importancia, sino que son mirados
por las personas decentes con el mayor desdén, casi con
asco. .El Diario de Centro América es propiedad del
.

señor Ministro de Fomento, don Francisco Lainfiesta, y


no sabe más que adular a Barrios e insultar de la manera
más soez a los enemigos políticos de éste, mejor dicho, a
las víctimas del dictador. Las señoras mismas, aún las
más respetables, no escapan a los dicterios de esta hoja
vil. . El Horizonte, es un pasquín inmundo, por el estilo
.

del famoso Canal de Nicaragua."

Después de citar otras publicaciones guatemaltecas de


la época rufiniana, continúa:

"Todos estos periódicos casi no tienen más que un


objeto: cantar las hazañas y las glorias del General Jus-
to Rufino Barrios. A
veces suelen los plumíferos chapi-
nes dejar por un momento el incensario, pero es para aga-
rrar un descomunal garrote con el que zurran la badana de
lo lindo a los enemigos personales y a los adversarios po-
líticos del dictador. Creo que no hay en ningún pueblo
de Europa ni de América aduladores tan abyectos como los
de Guatemala: para hallarlos parecidos sería necesario ir
a buscarlos a los serrallos asiáticos.

—239—
"La prensa guatemalteca repite hasta la saciedad las
palabras progreso, reforma, libertad, pueblo y democra-
cia; pero no hay que olvidar que el autor del progreso es
el General Barrios, el iniciador y propagador de la refor-
ma, el General Barrios; el sustentáculo de la libertad, el
General Barrios; el hijo del pueblo, el padre del pueblo, el
abuelo del pueblo, el General Barrios; el hombre de la
democracia, en fin, el mismísimo General don Justo Rufi-
no Barrios. Si el General Barrios llegara a morir, ya no
habría aquí progreso, reforma, libertad, pueblo ni demo-
cracia.

"El que se atreve a criticar los actos de don Justo Ru-


fino (fuera de Guatemala, por supuesto, pues sería nece-
sario estar loco para hacerlo aquí), o el que por cualquier
motivo cae de la gracia del dictador, es un "cachureco in-
fame y traidor": Luis Batres, Uraga, Ramón Uriarte, Ma-
nuel Herrera, Montúfar, Soto, Rosa y otros muchos saben
cómo muerde la prensa chapina a los que incurren en la
cólera del amo. Sean cuales fueren las opiniones polí-
ticas, la moralidad, ilustración y antecedentes de una per-
sona, desde el momento que se atreve a poner en duda
el patriotismo, el valor, la sabiduría, la abnegación, el ta-
lento o la belleza del General Barrios, es, para los perió-
dicos guatemaltecos, un buho, un reaccionario tunante, un
inquisidor, un asesino y un ladrón.'*

Lo que pasó con el Dr. Pedro Molina y su hijo da


más completa idea de cómo el Patrón sufría las adverten-
cias que se le dirigían por la prensa. El Dr. Molina, hi-
jo del procer del mismo nombre, reimprimió en 1877 un
opusculito titulado "Pensamientos filosóf ico-políticos" que
su padre había sacado a luz en Guatemala el año de 1846.
La nueva edición estaba dedicada al pueblo y al ciudada-
no Justo Rufino Barrios, con estas palabras: "para im-
primir en el pueblo la idea de no confiar su suerte a la
voluntad de un hombre, y hacerle comprender la necesi-
dad de una Constitución que asegure sus derechos; al hom-
bre mismo investido de un poder absoluto por la Asamblea
Nacional Constituyente de 1876, como la prueba más li-
sonjera que se le puede dar de creerlo digno de la ili-
mitada confianza que ha inspirado su patriotismo."

La ironía era evidente, y para que nadie se llamara


a engaño, los Pensamientos mismos denunciaban a las cla-
ras todo el sistema de Justo Rufino y lo condenaban seve-

—240—
ramente. Heaquí algunos de esos Pensamientos: ". . el
.

que roba, hace suyo lo ajeno y lo retiene no por la razón,


sino por la fuerza; los pueblos que somete a su obedien-
cia un conquistador o un usurpador, no son subditos volun-
tarios, sino involuntarios, y por consiguiente sus esclavos."
"Allá donde un magistrado o poderoso puede decir a otro:
Anda, mata a fulano, y es obedecido, allá no hay libertad,
ni seguridad, sino esclavitud." "Una buena Constitución
es el catecismo en que el pueblo aprende a conocer sus
derechos y deberes, y a discernir entre un buen gobier-
no y la tiranía." "Es muy triste callar a vista de la vio-
lencia y desaciertos de los que mandan convertidos ellos
en señores y el pueblo. . en esclavo. Lo más duro de la
.

opresión es impedir la queja. El silencio de la prensa


es el indicio característico de un gobierno absoluto y ti-
ránico."
El folleto fue recogido, y sobre lo que pasó a Molina
encontramos una nota manuscrita por él, en un ejem-
plar que envió años después a don Enrique Guzmán. Di-
ce esa nota: "La publicación de estos pensamientos pro-
dujeron la cólera de don Justo Rufino hasta el grado de
querer fusilarnos el 5 de noviembre de 1877, complicán-
donos en la conspiración descubierta el 1? de dicho mes.
Sin saber por qué, cambió de resolución i después de col-
marnos de insultos i vejaciones él i sus esbirros, dispuso
mandarnos cofinados, a mi padre i a mí, al pueblo de
San Marcos."
Los ataques de
la prensa extranjera lo encolerizan has-
ta demencia.
la El mantiene periódicos asalariados en
Nicaragua para atacar a los gobernantes de ese país, pe-
ro no tolera que le paguen en la misma moneda. El 24
de noviembre de 1878 escribe a Soto desde Chiquimula:
"En los últimos periódicos de Nicaragua han venido artí-
culos violentos contra nosotros, firmados por Alvaro Con-
treras. Esto me ha determinado a mandar, en cuanto re-
grese a Guatemala, un ministro con instrucciones termi-
nantes para que lleve ante el jurado al escritor que nos
calumnia, y hacer que se le castigue fuertemente, ponién-
dolo en la cárcel pública y suprimiendo su periódico. Es-
ta medida debe ser de acuerdo con los otros Estados y si
se niegan a acceder a nuestra demanda, llevará el minis-
tro instrucciones terminantes para declarar la guerra."
Pero en el camino de Chiquimula a Guatemala se le
bajaron les humos al Patrón, y no hubo embajada ni gue-
rra.

—241—
Capítulo XXn
COMO EL PATRÓN CASTIGABA A SUS ENEMIGOS

El despótico sistema establecido por Justo Rufino sus-


citó una vez más la protesta violenta. Mr. Burgess sólo a-
tribuye el descontento a los fuertes impuestos que Justo
Rufino exigía de la nación; pero es indudable que si es-
to contribuía a soliviantar los ánimos, con mayor razón
las persecuciones personales, los encarcelamientos arbitra-
rios, la infamante flagelación, los suplicios atroces y de-
gradantes aplicados a hombres y mujeres, las escandalo-
sas depredaciones al erario y a los particulares, las gue-
rras devastadoras sin objeto práctico, la irritación que
causa la rastrera adulación, los asesinatos políticos, la ins-
titución del espionaje que arrebataba la tranquilidad del
ciudadano aún en lo íntimo del hogar, la persecución re-
ligiosa que había dejado a los guatemaltecos sin sus que-
ridos prelados y sin sus sabios educadores.

Estas fueron las causas principales de que los incon-


formes buscaran medio de remediar sus males; y viéndose
impotentes de levantar una revolución victoriosa, pensa-
ron en deshacerse de Justo Rufino con recursos crimina-
les, que la desesperación les dejara meditar en que
sin
nunca con malos medios se logran buenos fines. Y es
que la gente oprimida por la tiranía no reflexiona, y se
lanza a cualquier cosa por librarse, siquiera sea encontran-
do la muerte en un desesperado empeño.

Nada extraño, pues, que el año de 1877 se fraguara


una conspiración de gran envergadura en la propia capi-

—243—
tal de Guatemala. Mas antes de dar cuenta de ella, cúm-
plenos advertir que las noticias y pormenores de este com-
plot nos han llegado sólo por la fuente interesada de los
victimarios, empeñados en echar toda la responsabilidad
sobre sus víctimas y de presentar sus propósitos revesti-
dos de los colores más siniestros. Los acusados no pu-
dieron ni decir una defensa ante sus jueces, ni escribir
una explicación para la posteridad.

Se formó una sociedad secreta que los autores favo-


rables a Rufino dicen que llevaba por nombre "Homicida",
pero el único de los sobrevivientes de los conspiradores a-
segura que su verdadero nombre era "Rosario Negro".
Mientras las primeros propalan que los fines de esta so-
ciedad eran asesinar a Barrios, a su esposa, y a sus hi-
jos y a sus ministros, y entregarse luego a verdaderas
bacanales; el único testigo sobreviviente informa que la
sociedad no tenía más objeto que derrocar a Justo Rufino
y restablecer un gobierno conservador (Burgess, 172). Los
socios estaban vinculados por un juramento con que se
comprometían a guardar estricto secreto al precio de sus
vidas y aún de las de sus familiares.

El jefe de esta conspiración era el joven León Rodas;


pero el más comprometido, de quien tomó nombre la con-
jura, era el Coronel Antonio Kopeski, jefe del Cuartel de
Artillería. Es muy posible que este aventurero polaco
sea el mismo a quien en 1875 expulsó de Nicaragua el
gobierno de Chamorro, por haberse mezclado en una cons-
piración revolucionaria.

Hallábase también entre los conspiradores un joven


de rara habilidad pendolística, Rafael Segura, empleado
del Ministerio de Relaciones Exteriores, y él fue el autor
de un caso que no acredita mucho de previsor y cauto a
Justo Rufino.

Este Segura había sido encontrado en flagrante de-


litode falsificación de la firma de Justo Rufino. Admira-
do éste de que su nombre y rúbrica fueran capaces de ser
imitados, puso en confesión a Segura y este diio la ver-
dad. Justo Rufino le pidió que imitara su nombre en su
presencia.

— ¿Quiere que firme como cuando está Ud. de mal


humor o alegre? — preguntó con desparpajo Segura.

—244—
—De ambas maneras —contestó Justo Rufino.
Y al ver que su complicada firma era imitada a la
perfección, perdonó al falsificador y tuvo la incalificable
tontería de dejarlo en su puesto; es tan ajeno a la suspi-
cacia de Barrios este descuido, que hasta llegamos a du-
dar de su veracidad, y atribuimos la anécdota a un de-
seo de sus apologistas de presentarnos un Rufino genero-
so a costa de su reputación de hombre listo.

Entretanto, nada se sabía de la conspiración a pesar


de que existía desde hacía seis meses. Segura fue el en-
cargado de falsificar unas órdenes militares para el tras-
lado de tropas. El jefe de uno de los destacamentos se
presentó personalmente a Justo Rufino para darle cuenta
de haber ejecutado sus órdenes. Se sorprendió Rufino de
este movimiento que él no había dispuesto, y este fue el
primer indicio de que algo anormal ocurría. Pero nada
se hubiera podido averiguar en concreto a no haber me-
diado el soplo del delator que nunca falta en tales casos.

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre quién


fue el denunciador. Unos afirman que una mujer a quien
Barrios protegía con sus limosnas, se lo hizo saber, lue-
go que le confió el secreto un sobrino que se encontraba
bajo la acción de licor.

Otros atribuyen la denuncia a la manceba de Kopes-


ki para vengarse del mal trato que le daba su querido.

Pero la versión más que nació en la vox


válida, la
populi, nos informa que fue
artesano Nazario Rivera,
el
uno de los conjurados, el delator de sus compañeros. El
haberse salvado de la muerte y de la prisión, y el haber
gozado después de la particular protección de Justo Ru-
fino son indicios acusadores.

Para justificar su libertad, Rivera contaba una ^'ver-


tida historieta. Refería que el Ministro Barrundik «nvió
en una nota la orden de entregar a los presos al pelotón
de ejecución, al pie de ella estaban escritos los nombres
de los reos. Llamó a todos el carcelero uno a uno, pero
entre ellos no se encontraba Rivera. Algunos días des-
pués de las ejecuciones, oyeron que alguien se quejaba
en una celda y encontraron que era el olvidado Rivera.
¿Por qué lo dejaron allí? Dice que él era el último de la
lista y que su nombre estaba escrito al reverso de la hoja;

—245—
y como el carcelero no la volvió para leer lo que había
al respaldo, no lo incluyeron a él en las dos tandas de a-
justiciados.

Nadie aceptó por verídico el cuentecito, y la voz del


pueblo señaló a Rivera como autor de la denuncia. Pron-
to se vio como excomulgado, nadie lo saludaba ni le en-
comendaba trabajo. Tuvo que recurrir a Rufino, quien
desde entonces le otorgó su poderoso apoyo.

Sabiendo, pues, Justo Rufino que para ese día, prime-


ro de noviembre de 1877, se tramaba algo contra él, y que
el foco estaba allí cerca, frente por frente a su casa don-
de Kopeski reunía a los demás conjurados y había alma-
cenado, según versiones de los historiadores rufinianos,
unos trescientos fusiles para que los empuñaran los suble-
vados, se situó detrás de una celosía de su aposento a vi-
gilar las entradas y salidas de los conspiradores: y cuan-
do ya todos estuvieron en la ratonera, salió Rufino acom-
pañado de soldados, sorprendió a sus enemigos y los en-
vió capturados.

Aquí comienza el calvario de estos audaces oposito-


res que se proponían restablecer la democracia y la li-
bertad en su patria, (si bien por medios errados y peligro-
sos, como espada de doble filo). Justo Rufino no se con-
formó con mandarlos a fusilar inmediatamente, sino que
los sometió a duros tormentos, ya fuese que intentaba a-
rrancarles más delaciones, ya que sintiese satisfacción en
desahogar en aquellos infelices la cólera que le provoca-
ba el miedo de haber estado, aunque sin saberlo, al bor-
de de la muerte.

El terror sacudió a Guatemala inmediatamente que


Rufino comenzó a actuar contra los conspiradores verda-
deros o supuestos. Dice un autor: "Muchas casas fueron
allanadas, multitud de personas de toda clase y condición
fueron conducidas amarradas a la cárcel y cuartel de la
Guardia de Honor, bajo la férula del famoso Sixto Pé-
rez. Allí se les hizo sufrir tormentos más horribles que
los que se refieren de los mártires cristianos en tiempo
de los Dioclesianos y los Maximianos. ,,

No hay más prueba del delito imputado a estos des-


graciados que las acusaciones de sus victimarios. Fueran
realmente culpados o simplemente sospechosos, se les lle-

—246—
vó ante Justo Rufino, como de costumbre, y allí interro-
gados por él personalmente. Pero no como se estila en
tales casos por jueces ordinarios, sino con amenazas, con
soeces insultos, con bofetadas, con latigazos y hasta con
azotes de varas de flexible membrillo. Mas, sea dicho en
honor de la dignidad humana, ninguno de aquellos hom-
bres verdaderamente enteros confesó nada que pudiera
perjudicar a otros, prefiriendo morir entre tormentos an-
tes que deshonrarse convirtiéndose en delatores. Furio-
so el dictador por esta resistencia condenó a muerte a
diez y siete de ellos.

Al día siguiente, dos de noviembre, fue llevado al su-


plicio elprimer grupo de estos hombres, cuya inocencia
o grado de culpabilidad no puede aún calificarse ni me-
dirse.

Se les condujo a la Plaza de Armas, antigua Plaza de


Carlos IV en el riñon de la ciudad, frente a la casa de
Justo Rufino. Algunos de los ajusticiados no podían mar-
char por sí mismos, pues estaban molidos a palos, otros
habían muerto en los tormentos; pero a todos, a vivos y
a muertos, los sentaron en los banquillos y fueron pasa-
dos por las armas. Uno de éstos fue don Jesús Batres, a
quien le dieron tantos y tan despiadados palos que le des-
cubrieron la columna vertebral.

Dos días después, el cinco de noviembre, otra tanda


fue sometida al mismo suplicio. Dicen los autores que
tratan de esto, que Rufino hacía ejecutar a los reos uno
en pos de otro como para prolongar el espectáculo, y que
parecía una fiera en el balcón de su casa armado de un
fusil, lanzando alaridos mientras se efectuaba la heca-
tombe.

El verídico historiador guatemalteco Lie. Manuel Va-


lladares describe así aquel tétrico cuadro: "No hubo nin-
gún principio de ejecución del plan, pero se les penó co-
mo si lo hubieran consumado, aplicándoles el último su-
plicio; y aún éste habría sido humano relativamente, si
antes de privarles de la vida no se les hubiera atormen-
tado con la más refinada crueldad, aplicándoles el palo
infamante y sometiéndoles a todo g.nero de veiámenps y
angustias. A uno de los más comprometidos, don Jesús
Batres, se le dieron cerca de dos mil azotes de ver^aio,
después de haber sido abofeteado y latigueado personalmen-

—247—
te por Barrios, estando atado con fuertes ligaduras; se le
condujo agonizante al sitio de la ejecución y murió en el
trayecto, siendo fusilado su cadáver junto con sus com-
pañeros."

El mismo Rufino nos dejó memoria de este suceso por


medio de su amigo y secretario, el Dr. Rafael Meza. El
tardío arrepentimiento, sincero por motivos interesados, se
escapó a Rufino en estas frases:

—"Tuve que colocarme — refería a Meza Justo Rufi-


no— en, balcón de
el esquina de
la la casa hacia la plaza,
con en mano, resuelto a
rifle todo, para presenciar la e-
jecución de los comprometidos. ¿Y cree Ud. que hice
yo aquello por gusto, por odio o por venganza? No. Abso-
lutamente no: siempre he sentido aquel suceso sangrien-
to, que mucho me repugnó; pero no había remedio, te-
nía que hacerlo porque de lo contrario éramos perdidos: lo
hice porque de otro modo el Partido Liberal caía, y de na-
da habrían servido todos los sacrificios consumados por
nuestra causa. Los conservadores volvían al poder para
siempre, estaban resueltos a recuperarlo, trabajaban por
todas partes, y el Clero restablecía su influencia. Era ne-
cesario anonadarlos con un golpe rudo, terrible, por más
que me repugnase, y así lo hice. Fue una fatalidad, una
desgracia, pero yo no podía retroceder (1)."

Cualesquiera que fuesen los sentimientos de Justo Ru-


fino ocho años después de estos sangrientos sucesos, es lo
cierto que procedió con crueldad extrema e innecesaria,
como fue la de atormentar a sus víctimas y la de impe-
dir que fueran enterrados sus restos mortales; los cua-
les, al decir de un extranjero que vivía entonces en Gua-
temala, tres días después de la matanza permanecían dis-
persos en la Plaza. Los pedazos de cráneo de las vícti-
mas desparramados por aquí y por allá, eran pasto de los
zopilotes, que con macabra voracidad escarbaban en los
cráneos los residuos de los sesos. ¡Ay de quien se atre-
viera, piadoso, a recoger y sepultar aquellos despojos!

No es creíble aquel arrepentimiento de Justo Rufino

(1) Esta versión la confirmó Meza 41 años después, con


otras palabras, en una carta dirigida al historiador Víc-
tor Miguel Días en "Barrios ante la posteridad", pág.
693.

—248—
cuando antes había procedido del mismo modo, y nun-
ca después mudó de conducta. Su mente era cruel, no
por necesidad sino por constitución. Ni sus amigos, y ad-
miradores han podido, ya no negar, pero ni aún disimular
esta condición esencial e innata de su carácter: "Fue cruel
— dice Salazar— ,y nadie duda que su despotismo ha de-
jado huella sangrienta en el país."

Por lo demás, en la carta en que Justo Rufino da


cuenta a su colega de Nicaragua de estos sucesos, insis-
te en echar la culpa de ellos a los fanáticos y aconseja
que también en la tierra de los lagos, la llamada entonces
Suiza Centroamericana por sus libertades y garantías al
capital y a las personas, se levantasen cadalsos políticos.

En esa carta, fechada en Guatemala el 10 de noviem-


bre de 1877, cinco días después de la espantosa matanza,
Justo Rufino ensaya una explicación de aquel delito:

"Posteriormente he cortado aquí una conspiración de


carácter muy grave para toda la sociedad, por el abomi-
nable plan de asesinatos en que se basaba. Era dirigida
por una sociedad organizada a estilo de los carbonarios, y
sus individuos ligados como aquéllos con juramentos te-
rribles para la guarda del secreto. Debía ejecutarse en
la noche del l 9 de noviembre y darle principio un aventu-
rero inválido llamado Antonio Kopeski, a quien por con-
sideración tenía yo empleado como Comandante de una
Brigada de Artillería. Entre los conspiradores figuraba
algún individuo de la nobleza y algunos del Clero, lo cual
pudo colegirse desde que se tomaron los puñales, las mor-
dazas y el veneno preparados para la matanza y demás
lances de pillaje y violencia en que pensaban cebarse.
Por supuesto, éramos yo y las personas de mi familia las
primeras víctimas que debían inmolarse por medio de ase-
sinos contratados al efecto. Los detalles de ese plan cau-
san horror: no se concibe cómo ha podido germinar en la
mente de seres humanos.

"Descubierto providencialmente a tiempo, pudo pren-


derse a casi todos los conspiradores principales y cómpli-
ces asesinos. Una parte de ellos recibió ya el castigo de-
bido, ejecutándoseles en la Plaza Mayor, entre éstos un
sacerdote y un individuo de la nobleza, el Lie. don José
Lara Pavón. Es satisfactorio ver que el Ejército, com-
puesto de la clase sencilla y honrada del pueblo, no pudo

—249—
ser contaminada para aquel funesto plan. Nuestra so-
ciedad, pues, ha pasado días de espanto, imaginando la
magnitud del peligro, los desastres sin cuento que debie-
ron tener lugar ejecutados por una turba de ladrones y
asesinos desbordada con puñal en mano, y ha presencia-
do impasible el tremendo castigo de los que tales escenas
de barbarie meditaron y se proponían poner por obra.

"Esta es una lección que debe servirnos para ser aún


más vigilantes contra el fanatismo.
"Veo que por esa República se ha intentado también
algún movimiento anárquico, y siento que Ud. no haya
hecho un ejemplar con el cabecilla, fusilándolo en vez de
desterrarlo por ser un pillo que volverá a las andadas."

No ha llegado hasta nosotros la lista completa de los


17 asesinados; pero sí muchos de los más destacados: Anto-
nio Kopeski, León, Rodas, el virtuoso Pbro. Gabriel Agui-
lar, el probo jurisconsulto José Lara Pavón, los agriculto-
res Lorenzo Leal y Jesús Batres, el joven militar Enrique
Guzmán, Rafael Segura el pendolista, etc.

"Se dice— refiere Valladares— que estos ajusticiados


públicos fueron únicamente las personas socialmente visi-
bles en la capital; pero muchos de fuera de la capital a
quienes se conceptuaban comprometidos o de quienes ha-
bía que vengar algo, perecieron en las prisiones al rigor
de la flagelación. A consecuencia del terror producido,
muchos guatemaltecos y no pocos extranjeros emigraron,
y con ellos buena parte del dinero circulante derivó al
exterior. La prensa universal se ocupó horripilada de tal
matanza, y el tirano consolidó su poder discrecional sobre
charcos de sangre."

Los que no perecieron en el cadalso o en las ergás-


tulas permanecieron presos por largo tiempo. Se mencio-
nan como los más principales a don Manuel Días Campa,
ex-Corregidor de Sacatepequez, al Lie. Manuel Ramírez,
más tarde diputado y Ministro de Barrillas, a don Ramón
Molina, a su hijo, al Dr. Pedro Molina Flores hijo aquél
y nieto éste del procer Dr. Pedro Molina.
No se conformó con esto Justo Rufino. El tesoro con-
tinuaba en ruinas y la codicia del Patrón era insaciable.
Expidió un decreto según el cual los reos, además de las
penas corporales, pagarían una multa "de la mitad a las

—250—
dos terceras partes de sus bienes, según las circunstan-
cias."

Tenemos, pues, implantado en Guatemala la pena de


las confiscaciones para castigar delitos políticos. Era un
retroceso a las costumbres bárbaras; pero no por eso de-
jaba de ser otra de las "reformas" del "reformador" de
Guatemala.

Claro está que no había de faltar la proclama justifi-


cativa de Justo Rufino. Sentía él que sus actos disgustaban
profundamente al pueblo guatemalteco, y de allí su afán de
engañarlo con alegatos mentirosos.

Esa proclama retrata al hombre: es mentirosa, fanfa-


rrona y abunda en promesas drásticas. Comienza dicien-
do Justo Rufino que él nada puso de su parte para llegar
a la presidencia y a veces resistió a que lo proclamaran
para tal empleo. No hizo la revolución por amor al po-
der ni al lucro; sino para que sus conciudadanos recobra-
ran "sus libertades y derechos, única ambición de mi vi-
da, única enseña de mis combates." Pero desde entonces
los enemigos han venido oponiéndose a "la marcha de la
libertad", pues quieren retroceda el "vergonzoso" gobier-
no anterior; pero Justo Rufino ha tratado a los enemigos
de su causa 'con una lenidad casi sin ejemplo en la histo-
ria de las revoluciones." Esta generosa lenidad consis-
te en haberlos perdonado, es decir, en no haber extermi-
nado aún a los sobrevivientes de sus crueles y sangrien-
tas represiones anteriores. Justo Rufino se duele de que
sus enemigos no han conocido que su programa de gobier-
non se concretaba "a dar paz y garantías para todos, pro-
greso y libertad para todos."

Pero estos desgraciados no pudieron o no quisieron


penetrarse de tanto bien, ni aceptar la Jauja que se les
ofrecía. Y por eso el Patrón, justamente indignado, ya
no se duele como antes, sino que fulmina contra aquella
raza condenada los rayos de sus maldiciones y dicterios.

"¡Vana esperanza! — exclama. En cambio de tanta in-


dulgencia esos enemigos implacables de los hijos del pue-
blo, arrastrándose a nuestros pies como venenosas víboras,
acompañados de la traición y la perfidia, nos preparaban
en la oscuridad de la noche venenos, puñales y mordazas;
y se gloriaban con la idea de saciar, al fin, la sed que les
aqueja, de la sangre del pueblo."

—251—
Justo Rufino asume otra vez un tono compungido al
recordar que todo este desorden se proyectaba precisa-
mente cuando, "para completar el cuadro de libertades
públicas", se estaba formulando una Constitución para la
República y se había otorgado la libertad de la prensa,
'a efecto de que en ese campo leal y, decoroso, pudiesen
4

los enemigos dilucidar las cuestiones de interés general


y examinar mis actos!"

¡Cuánta hipocresía! Nerón ha resucitado; este es su


lenguaje, esta la caricia precursora de la muerte ante la
cual temblaban sus más allegados amigos.

La lenidad "proverbial" de Justo Rufino ha alenta-


do a conspiradores.
los Y
por esa equivocación él los
llama, y con razón, insensatos. El pueblo debe saber que
si lo han querido suprimir es porque "soy hijo del pue-
blo".
Y como broche amenaza de siempre: "El pe-
final, la
so terrible de la ley ha caído ya sobre una parte de los
culpables. Estoy
. . firmemente resuelto a continuar em-
pleando toda severidad en el castigo de aquellos que apa-
rezcan todavía complicados en la conspiración; y prose-
guir en lo de adelante la misma conducta, contra los que
pretenden trastornar el orden público. No más contem-
placiones, no más benignidad con los sediciosos y asesi-
nos."

Se puede uno imaginar el terror que vivió Guatema-


la aquellos terribles días? Rufino renunciaba a su "be
nignidad" y prometía tornarse "implacable"! ¿Qué an-
gustias se verían en los rostros, qué congojas pasarían las
familias de los sindicados, de los que tenían presos a sus
parientes? Cómo temblaría el ciudadano honrado con
sólo que un espía le dirigiera la palabra!

Nada extraño que, como atestigua Valladares, comen-


zara a salir de Guatemala una fuerte emigración de na-
cionales y extranjeros.

252—
Capítulo XXIII

NUEVA POLÍTICA CENTROAMERICANA

Apuntamos atrás el cambio de fondo que hizo Justo


Rufino en su política centroamericana. Establecidas las
cosas en El Salvador y Guatemala a su antojo y ventaja,
convencido quizás de que ningún contratiempo podía es-
perar de Nicaragua; sólo la presencia de Guardia en Cos-
ta Rica inquietó desde entonces la tranquilidad con que
Rufino disfrutaba del poder absoluto en Guatemala.

Por estas razones y por su carácter inconstante, Jus-


to Rufino va a convertirse en amigo y hasta podemos de-
cir, en admirador del Presidente de Nicaragua, don Pedro
Joaquín Chamorro, y en enemigo acérrimo y temeroso
del General Tomás Guardia, Presidente de Costa Rica.

Todas las amenazas que el mismo Justo Rufino había


creado para Nicaragua en la frontera de Honduras con Máx-
imo Jerez a la cabeza de una revolución, se disipó apenas
tomó posesión de la presidencia de ese país el Lie. Marco
Aurelio Soto. Es posible que Soto haya concluido con a-
quel amago de revuelta por disposición de Justo Rufino,
quien llegó a convencerse de la neutralidad de Nicara-
gua y de la impotencia de Jerez y los emigrados liberales
para derrocar el régimen que los conservadores nicaragüen-
ses habían fundado en la opinión pública, en acatamien-
to a las leyes y en la alternabilidad del poder mediante
los comicios, condiciones sin las cuales es imposible un
verdadero sistema republicano.

—253—
Desde fines de 1877 reanudaron su correspondencia
Justo Rufino y don Pedro Joaquín Chamorro, y en la lec-
tura de ella vamos a apreciar lo significativo de aquel
cambio y cómo un gobernante de bien se impuso con su ho-
nestidad de hombre público, más que con la fuerza de las
armas, al hombre a quien nadie ni nada resistía en la A-
mérica Central. Esas cartas pintan asimismo a Justo Rufi-
no, describen su carácter y denuncian sus más íntimas
intenciones.

Lo primero que
se le ocurre a Justo Rufino es afir-
mar nueva amistad del mandatario nicaragüense, que
esta
estima más útil que la de los procónsules impuestos a la
fuerza por él en Honduras y El Salvador; porque la paz y
la no intervención que practican los gobiernos de Nicara-
gua es una doctrina inspirada por la prudencia y la jus-
ticia, no es obediencia forzada; es un sistema, no un tribu-
to; y ya que no podía someter a Nicaragua por la vio-
lencia, había que ganar su amistad por la diplomacia.

El 19 de setiembre de 1877 Guatemala, El Salvador,


Honduras y Nicaragua celebraron un tratado de amistad.
En realidad, y conociendo la mente del dictador guatemal-
teco, este tratado era una alianza; como lo fue el tratado
de Chalchuapa contra Nicaragua, así éste lo es contra Cos-
ta Rica. Bastaba que se callara su nombre para adivinarse
contra quién iba ahora enderezada la inquina y desconfian-
za de Justo Rufino.

o*. Este tratado denuncia otra preocupación de Barrios:


áU¡<-miedo a las revoluciones y por ende a los emigrados,
sus enemigos. Estipúlase en él que las cuatro repúblicas
"se comprometen a no hacerse la guerra ni hostilizarse
d&faiodo alguno." A continuación se obligan a no permi-
tir que los emigrados perturben la paz o maquinen con-
ttfaf ella en el estado de su procedencia; a vigilarlos, a no

permitirles ni darles armas y a confinarlos si es necesario.

.o^j^Todo esto, desde luego, estaría vigente mientras con-


viniera a Justo Rufino. Llegado el momento, él lo dero-
garían su capricho. Y
por esto mismo no le bastaban los
tfatáflos. Mejor que suscribir compromisos es enviar car-
:
tas pletóricas de promesas y de protestas de sinceridad.
Rttfüjfop siente que precisa echar un puntal a su reputación
por eséi lado. Escribe, pues, a Chamorro el 22 de setiem-
bre de 1877:

—254—
"Creo que debemos procurar entendernos de una ma-
nera explícita y cordial, como lo exige la identidad de nues-
tros intereses. Los tratados, por muy francos y amisto-
sos que parezcan en la forma de nada sirven si falta una
buena y efectiva inteligencia entre las partes contratantes.
Pongamos nuestro ahínco en afirmar y conservar la paz:
dejemos de tratarnos como extraños: sean la norma de
nuestros actos lealtad, buena fe y consideración recíproca,
y realizaremos grandes bienes para estos países. Hablo
a Ud. con el corazón y mis palabras son hijas de mis con-
"
vicciones.

Al mismo tiempo comienza a mostrar a Guardia odio,


desconfianza y hasta miedo. En sus cartas a Chamorro a-
parece Justo Rufino asediado por la idea fija del dictador
tico. Claro se ve que ha querido influir en Chamorro pa-
ra que mantenga su ruptura con Guardia; pero el Presi-
dente de Nicaragua, que mira antes por la conveniencia
de su país que por los intereses de Rufino, se ha negado a
complacerlo. Justo Rufino expresa su conformidad a la
negativa de Chamorro con manifiesta repugnancia y no
sin que se adivine la inquietud que le causa la reciente
ascensión de Guardia otra vez a la presidencia de Costa
Hica.

Justo Rufino tiene sus resentimientos con Guardia


desde el momento en que éste, habiendo ofrecido agregar-
se al movimiento revolucionario de aquél, faltó a su pa-
labra. Recordemos que en 1876 Guardia había hecho un
viaje a Guatemala y allá convino con Barrios en comenzar
una política de persecución religiosa en Costa Rica a cam-
ino del apoyo del dictador chapín para hostilizar a Nica-
ragua. Pero Guardia, luego que consiguió lo que necesi-
taba y presenció el fracaso de Jerez en la frontera ni-
caragüense, comprendió que ya nada tenía que esperar
de Guatemala, y no quiso embarcarse en la peligrosa y re-
pugnante tarea de perseguir al Clero en un país donde
tanto se respeta la libertad de conciencia.

A esto se debía en parte que Justo Rufino hubiese de-


clarado guerra a su antiguo aliado en la perturbación de
Nicaragua. Naturalmente que don Lorenzo Montúfar, a-
hora al servicio del Patrón guatemalteco, se presta de ins-
trumento para hostilizar a su antiguo señor junto con
-quien hiciera la guerra a Justo Rufino tres años antes.

—255—
Es Montúfar el plumario de aquella persecución con-
tra el y principalmente contra los
catolicismo, Jesuitas.
Al presidente de Nicaragua escribió una carta 16 deel
febrero de 1877 en que, a vueltas de excusar la dictadura
que se acababa de establecer en Guatemala a moción suya,
habla tempestades de Guardia por el engaño que les hizo.
Esta carta es una advertencia; tiene todo el valor de una
amenaza velada. A Chamorro se le perdona su toleran-
cia a los Jesuitas, porque no han prometido sacarlos ni
les ha encomendado la formación de la juventud nicara-
güense.

En otra que Montúfar dirige a don José María Castro


en noviembre de 1877, expone sin ambages los motivos de
la enemistad del régimen guatemalteco con el Gral. Guar-
dia. Ofreció este "no admitir comunidades religiosas ni
individuos de la llamada Compañía de Jesús." Mas, en
lugar de cumplir su promesa puesta al pie de un trata-
do, "ha colocado bajo el oscurantista poder de la Compañía
titulada de Jesús a la juventud costarricense."

Desde entonces, Guardia será la sombra que persigue


al autócrata de Guatemala.

En la carta que Justo Rufino escribe a su colega de


Nicaragua el 10 de noviembre, vuelve a aparecer la pesa-
dilla de Guardia. Rufino siente muchísimo que las cir-
cunstancias excepcionales del comercio de Nicaragua con
Costa Rica no permitan a Chamorro negar su reconoci-
miento a Guardia. No extraña Justo Rufino que el costa-
rricense ponga en juego toda suerte de maquinaciones e
intrigas para salir del aislamiento en que se encuentra;
pero no se fía de las promesas de Guardia y recomienda a
Chamorro que desconfíe de ellas. "Por mi parte excla-—

ma Rufino he dicho ya que no lo reconoceré; y si esta
resolución hubiese podido adoptarse colectivamente por
las cuatro repúblicas, el Gral. Guardia tendría que pen-
sar muy seriamente en su conducta ulterior, tanto res-
pecto de Nicaragua como respecto de los Estados de acá."

Vuelve Rufino a escribir a Chamorro el 10 de diciem-


bre,y de nuevo asoma el espectro de Guardia: "Estoy en-
tendido de las razones que Ud. me manifiesta tendría ese
gobierno para ro rehusar el reconocimiento del de Costa
Rica en caso de que éste lo solicitase; sin embargo, creo
que Ud. está íntimamente convencido de la infidelidad de

—256—
Guardia y que traicionará cualquiera obligación que con-
traiga. Yo me cuelgo en la oreja los compromisos que
Uds. obtenga de Guardia si él cumpliere alguno de ellos,
pues tengo de él la idea de que es un bandido con quien
no es posible tratar: el tiempo y los hechos me han in-
clinado a merecerle ese concepto que él, por su parte, lo
tiene muy merecido."

Por este tiempo se desarrollan en Nicaragua los acon-


tecimientos del reclamo alemán. Justo Rufino se preocu-
pa por el desenlace y da consejos para evitar tales recla-
mos. Sin duda, él tiene buena experiencia de lo poco
que pesa un país débil y pequeño Urge arreglar este a-
sunto; los opositores al gobierno de Nicaragua andan ya en
tratos con el alemán para promover un trastorno. "Por da-
tos bastantes fidedignos —
informa Rufino a Chamorro el
5 de enero de 1878 — tengo noticias que el círculo de
,

opositores del gobierno de esa república se ha dirigido al


Encargado de Negocios del Imperio Alemán, para recabar
de él si cuando lleguen los buques alemanes hiciesen un
pronunciamiento contra la Administración de Ud., sería
éste reconocido por los representantes del Imperio, ofre-
ciéndole arreglar satisfactoriamente los reclamos pendien-
tes."

Justo Rufino se preocupa, y no hay duda que de bue-


na fe; y hasta manda a Nicaragua una legación a cargo de
don Antonio Aguirre, vinculado con parentesco sanguíneo
a la familia Chamorro. El enviado llegó tarde, cuando el
asunto alemán se había arreglado. En esta ocasión Justo
Rufino expone por extenso su manera de pensar y pro-
ceder con relación al peligro extranjero. Dice así al Pre-
sidente Chamorro en carta del 24 de abril de 1878:

"Duele y lastima que naciones poderosas que prego-


nan su civilización, vengan a ostentar su fuerza y su po-
der sobre Estados débiles y por reclamaciones desnudas
de toda justicia, sin poderles oponer otra cosa que su mis-
ma debilidad y la razón de su injusto proceder. Todos
estos Estados tienen que pensar muy seriamente sobre
esto, si no quieren ver repetirse reclamos sin fundamento
alguno como el que se ha hecho a Nicaragua: es preci-
so prevenirnos contra las exageraciones de cualquiera a-
ventura que bajo la capa de extranjeros nos provoque con-
flictos por cualquier majadería, que le sugiere la idea de
sacar ventajas.

—257—
"Yo no he dejado de pensar mucho sobre esto y he
continuado meditando con presencia de lo que ha pasado a
Uds. He tratado siempre con el mayor cuidado todos los
asuntos de los extranjeros, porque conozco sus exigencias
y conozco también que cualquiera nación europea en un
caso extremo nos hará sentir su fuerza y su poder sacán-
donos cuantas ventajas puedan y que no podríamos nun-
ca resistir. Merced a esa prudencia no ha llegado el ca-
so de que se nos provoquen reclamos que de otra manera
habrían sido harto frecuentes. Aplaudo que el Gobierno
de Uds. trate de meditar un remedio eficaz, para no ver-
se de nuevo envuelto en otra reclamación, sin razón ni
justicia que es lo último que se toma en cuenta, y que
con la experiencia y la dolorosa lección de lo pasado se
cierre de una vez la puerta a exigencias análogas.

"Aquí tengo el propósito de reunir pronto al cuerpo


representativo, porque quiero que la ley de extranjería,
quede consignado como punto constitucional y de una
manera sólida, para no exponernos constantemente al ju-
guete de naciones poderosas.

"Yo pienso que en un caso extremo sí podríamos de-


fendernos contra una invasión extranjera, porque no sólo
poseemos bastantes elementos reforzados con el patriotis-
mo de los centroamericanos, sino porque ya no es tiem-
po de conquistas y ni el clima ni las circunstancias loca-
les favorecerían a un ejército extraño que viniera a so-
juzgarnos; pero desgraciadamente los mandatarios de es-
tos Estados, como en todas partes, tienen su círculo de
opositores y de traidores que pronto se alian a los ex-
tranjeros contra su patria para aumentar los conflictos
favorables a los enemigos."

Justo Rufino, veía, en efecto, un peligro en todo ex-


tranjero, como que sólo por ahí le había podido morder
la rueda de la represión cuando se le salía de la ley.
Por esto dispuso en un decreto que todo extranjero se
convertía en guatemalteco desde el momento en que po-
nía pie en Guatemala con deseos de establecerse en el
país. No contento con esto, decretó después que todo emi-
grante debía renunciar su ciudadanía en el país de ori-
gen y conforme las leyes del mismo.

Cárdenas escribía desde Guatemala a don Pedro Joa-


quín Chamorro informándole de que Justo Rufino odiaba

—258—
a los ministros extranjeros, y los consideraba como enemi-
gos natos de estos débiles países, donde su oficio consis-
tía en estar atisbando la ocasión de presentar reclamos.

Entretanto, Justo Rufino no olvida a Guardia; en


medio de sus preocupaciones por la inso^nte actitud de
la poderosa Alemania contra la débil Nicaragua, Guardia
sigue siendo su pesadilla. Rufino se muestra satisfecho
de que Chamorro "no entre en otro género de relaciones
con Guardia", fuera de las comerciales; en fin, entre pue-
blos hermanos debe haber estas relaciones. También ce-
lebra que el presidente de Nicaragua se haya negado a
una entrevista que le propuso Guardia; pero no le ha gus-
tado la carta que Chamorro dirigió al intermediario del
gobierno costarricense porque en ella "trata a Guardia con
alguna suavidad de que no es acreedor, lo cual manifies-
ta que Ud. (Chamorro) cede a su carácter siempre bon-
dadoso aún tratándose de ese bandido, que de la mane-
ra más bárbara y brutal rompió las relaciones con ese
gobierno."

No comprendeJusto Rufino cómo después de todo exis-


te un ae Costa Rica en Nicaragua, ni que sirva de
c¿AiáUl
intermediario entre los gobernantes de aquellos países.
Ciertamente, no es para su temperamento impulsivo ni
para su autoridad absoluta concebir tales condescenden-
cias ni emplear un estilo moderado con un colega.

Sigue la carta hablando de Guardia, pero ahora Jus-


to Rufino trata de desimpresionar a Chamorro del peligro
de su vecino, como si Chamorro y no él, fuera el temero-
so. Barrios no cree que Guardia intenta algo contra Ni-
caragua; sin embargo, los enemigos de Chamorro se ma-
nifiestan entusiastas de Guardia porque es la única es-
peranza que les queda. Y a continuación procede Justo
Rufino a lavarse las manos él mismo de ciertos indicios,
que en el fondo lo delataban como enemigo de Nicaragua.
El no tiene intenciones de conquista; se las atribuyen al-
gunos y hasta la prensa de Nicaragua; pero los hechos te-
rribles que han pasado en Centro América, y sobre todo,
"el programa trazado por su gobierno", lo ponen a cubier-
to de tales sospechas. Y a propósito, no sabe con qué fun-
damento dice el periodista Carlos Selva que Justo Rufino
está ayundando al Gral. Bonilla para llegar a la presi-
dencia de Nicaragua. El no ha hecho más que solicitar un
salvoconducto al Ministro Cárdenas para Bonilla. Y res-

—259—
pecto de Selva, para desvirtuar aquellas aseveraciones, le
envía una carta por medio del propio Chamorro, abierta
para que éste pueda leerla. En ella dice Justo Rufino a Sel-
va que sus simpatías por El Canal, periódico que dirigía
Selva en Nicaragua, nacieron de sus ataques a los Jesuí-
tas y al Clero; pero ha observado con pena últimamente
que la publicación ha prescindido de aquellos ataques que
"positivamente interesan a Nicaragua, a Centro América y a
la causa liberal", para dedicarse en combatir la admi-
nistración de Chamorro. Justo Rufino no puede ver con
indiferencia que el periódico abandone "la esencia", y
ataque a un gobierno con el que mantiene cordiales re-
laciones.

"Esta consideración — continúa la carta de Rufino a


Selva— ,y principalmente la del buen nombre del periódi-
co y la del buen nombre de esa República hacen que me
juzgue con derecho para manifestar a Ud. que en mi
opinión ningún buen nicaragüense puede aplaudir los con-
flictos de su país con el Imperio Alemán o con el gobierno
de Costa Rica, ni menos aprovecharse de ellos de nin-
gún modo. La dignidad nacional exige, por el contra-
rio, que en caso de cualquier dificultad en que esté de
por medio la independencia y el honor de la República,
se prescinda de todo interés personal y de la diversidad
de opiniones para no fijarse más que en la hora de todos
sus hijos."

No concibe Rufino cómo pueden llamarse liberales los


que favorecen las pretensiones del Imperio Alemán, o
"lo que es peor, uniéndose al hombre funesto de Costa Ri-

Luego de esta filípica, concluye el Patrón de los gua-


temaltecos y de algunos centroamericanos, amenazando a
Selva de que retirará a El Canal las suscripciones que le
toma el gobierno de Gautemala y los amigos de Justo
Rufino. De este eufemismo se vale para designar la sub-
vención con que apoyaba a la prensa enemiga del gobier-
no de Nicaragua, que Justo Rufino manejaba a sueldo pa-
ra atacar a sus adversarios políticos nicaragüenses a la
sombra de la libertad de imprenta que éstos concedían.

La carta, por otro lado, está bien calculada para que


la lea el Presidente de Nicaragua. De allí que abunde
en tan generosos y patrióticos conceptos. Pero nadie cre-

—260—
yó en las buenas y pacíficas intenciones del dueño de
Guatemala; mucho menos habiendo presenciado hacía po-
co la reunión que él provocó con los mandatarios de Hon-
duras y El Salvador, sus devotos instrumentos. Y el pro-
pio Justo Rufino comprende que tal conciliación no deja-
ría de acarrear sospechas, pues trata de explicarlo como
la cosa más natural del mundo.

"Nuestros enemigos —
escribe a Chamorro — tratan
siempre de interpretar y hacer comentarios de cualquier
acto relacionado con la política a su manera, y como mejor
cuadre a sus miras de desconfianza y trastorno; por eso
no me extraña que se hagan diversas apreciaciones de la
entrevista que tuve con el Dr. Zaldívar y la de éste últi-
mo con el Sr. Soto. La primera no tuvo otro objeto que
tratar de la paz de ambas repúblicas, que es uno de los
puntos que más merecen mi atención, y, como una cosa
secundaria, arreglar con el propio Dr. Zaldívar la entre-
ga de unos mil rifles que el Gobierno de El Salvador ofre-
ció dar al Sr. Soto, cuando inauguró su Administración pa-
ra organizar lo mejor posible la defensa de su territorio
que, gastado y trabajado, carecía de recursos para obte-
nerlos de otra manera."

Para fortalecer más la sensación de confianza que quie-


re inspirar al gobernante de Nicaragua, Justo Rufino le
insinúa que siga su ejemplo de perpetuarse en el poder.
Al insistir sobre sus deseos de paz estable y duradera, a-
grega: "Yo he contado siempre con los buenos deseos de
Ud. en el mismo sentido; conozco su honradez y las ideas
de Ud. para que pudiera dudar de sus buenos oficios; y
ese conocimiento me mueve a hablarle con entera fran-
queza. Crea que Ud. es el llamado a permanecer al fren-
te del gobierno de Nicaragua, y que podremos entender-
nos sobre la identidad de nuestros propósitos para lograr
esa paz. Ud. por su parte, debe estar seguro de mi leal-
tad y del cumplimiento de cuanto le he ofrecido."

Aquí se descubre Justo Rufino como el creador de la


dictadura perpetua. No le basta con ser él mismo un dic-
tador vitalicio, sino que también ha establecido ese fu-
nesto^ sistema en El Salvador y en Honduras, y ahora lo
insinúa para Nicaragua. Afortunadamente los hombres
que en aquellas fechas disponían de la cosa pública en la
tierra de los lagos, pensaban más en la conveniencia del
país que en sus propios negocios.

—261—
Chamorro rechazó con tacto aquella tentación de sub-
vertir el orden constitucional de Nicaragua; y compren-
diendo que Justo Rufino buscaba cómplices en el delito
de fundar dictaduras para afianzar la suya, lo tranquili-
zó respondiéndole que en el camino de la paz encontra-
ría siempre la sincera cooperación del gobierno de Nica-
ragua, cualquiera que fuese el presidente, si pertenecía
al Partido Conservador. Poco después le anunció la elec-
ción de su sucesor, el Gral. Joaquín Zavala.

Luego vuelve Rufino a su tema favorito, el temor de


loque pudiera hacer el Gral. Guardia: "Si Guardia, co-
mo no lo espero, se lanzare a hacer una tentativa formal
sobre esa República, sírvase avisarme al instante por el
conducto más expedito para arreglar con el Sr. Soto, que
inmediatamente pasen de Honduras mil hombres armados
y equipados a la disposición de Ud. y en auxilio de su Go-
bierno, y cuente Ud. que en cualquier conflicto estoy pron-
to a cumplir este ofrecimiento, en consonancia con lo que
he asegurado a Ud. en mis anteriores y de mi promesa de
apoyar el gobierno de usted."

Chamorro debió de haber visto con difidencia el ofre-


cimiento de enviar fuerzas armadas a Nicaragua, recor-
dando lo que aconteció a don Céleo Arias, Presidente de
Honduras, cuando aceptó tal apoyo en 1873.

En su carta del 24 de abril se queja Rufino a Chamo-


rro de que nada le diga "de su vecino Guardia, ni de sus
maquinaciones y proyectos". Si Guardia no ha hecho na-
da contra Nicaragua no será por falta de voluntad sino
por exceso de impotencia; y continúa:

"Ya sabrá Ud. que por su orden se compró en Cali-


fornia un vapor que se ha equipado y armado en guerra,
y que debe haber salido ya paralas costas de Centro Amé-
rica. Como supongo que no lo trae con el objeto de pes-
car sardinas, es casi probable que sea con el propósito de
molestarnos. ¿Contra quién se dirigirá primero? ¿Con-
tra Uds. o contra nosotros? Yo no lo sé, pero creo con-
veniente que estemos preparados para burlar sus planes.
No lo temo por el resultado, porque estoy íntimamente
convencido de su importancia y nulidad: veo en esto un
acto quijotesco propio de Guardia, que no tiene otro fin
que hacerlo gastar dinero y ponerlo en ridículo; lo que
sí temo es que a nosotros también nos lo hace gastar, pa-

—262—
ra desconcertar sus pretensiones, distrayendo con este mo-
tivo sumas que podían dedicarse con mejor provecho en
el progreso de estos países, y porque también es un ele-
mento que sirve de pretexto a nuestros comunes enemi-
gos para moverse a inquietar a los descontentos. Por lo
demás, la expedición de ese vapor será del todo nula pa-
ra los proyectos de Guardia."

¡Extraña aberración! Justo Rufino condena en Guar-


dia lo que él mismo hacía dos años antes: dilapidar los
fondos nacionales en empresas piráticas.

En otra carta explica que a los emigrados Bonilla y


Rivas los indujo a volver a Nicaragua, a ofrecer sus ser-
vicios en ocasión del reclamo alemán; pero éstos no cum-
plieron con la promesa de lanzar un manifiesto en ese
sentido. Cree Justo Rufino que los disuadió don Buena-
ventura Selva, "creyendo hacer de Bonilla un adalid que
sirviera a sus planes. Yo me he equivocado respecto al
juicio de estos señores; creo que son unos canallas de quie-
nes no hay que fiarse y que no debe guardárseles consi-
deración."

Luego otra vez la obsesión de Guardia:

"Estoy de acuerdo con Ud. de que Guardia no es un


adversario que deba temerse, por más que tenga su bu-
que armado en guerra; es un cascarón inútil que sobre
carecer de objeto porque no lo puede lanzar según sus
deseos, le causa gastos demasiados gravosos en la situa-
ción actual de Costa Rica. Juzgo que *i la necesidad no
lo obliga a salir de él, tendrá que hundirse en las aguas
de Puntarenas sin haber servido para nada."

Justo Rufino parece muy satisfecho de las promesas


de Chamorro, de que "leios de coadyuvar a ningún plan
hostil contra estas repúblicas, se servirá de ellas nara tra-
bajar eficazmente en el afianzamiento de la paz".

En julio de 1878 todavía sigue el nerviosismo de Ru-


fino a causa de Guardia. Por fin se han abierto las re-
laciones comerciales entre Nicaragua y Costa Rica; pero
está entendido que "ese paso en nada afecta la política y
buena armonía con los demás Estados". No han faltado
quien trata de infundir sospecha; pero Justo Rufino no
ha puesto buenos oídos a esos chismes, porque ve natu-

—263—
ral el paso que ha dado Nicaragua, y sobre todo, porque
tiene "plena confianza en la lealtad de Chamorro sobre
cuanto le ha ofrecido con relación a inteligencia con Costa
Rica".

Justo Rufino no ha prestado oídos a las denuncias de


que se está preparando contra él una revolución en Ni-
caragua. Y añade, como una prevención contra Chamo-
rro muy clara aunque bien disimulada: "con frecuencia
también me informan (de Nicaragua) que los emigrados
de Honduras trabajan contra la paz de esa república, no
sólo tolerados, sino protegidos y auxiliados por Ud., se-
gún se asegura. A ninguna de esas especies he dado pá-
bulo y ni aún había dicho a usted nada acerca de esto en
mis anteriores, porque tengo la firme convicción de que
Ud. no permitirá maquinaciones que alteren la paz de la
república hermana."

La misma técnica que usó contra González en 1876.

Todavía 20 de enero de 1879 Justo Rufino mues-


el
tra su Escribe a Chamorro: "Nada
miedo por Guardia.
me dice usted de su vecino el revoltoso de Guardia: ha-
ce muchos días que guarda silencio, lo cual indica que
algo serio lo ocupa. ¿Qué cosa nueva nos estará prepa-
rando, contra usted o contra alguna de las otras repú-
blicas?"

Enesta carta explica Barrios que se vio con Zaldívar


en hacienda de Matagalpa. Como siempre, dice él, no
la
se trató más que de cimentar la paz en estas repúblicas.

Ya veremos cómo de tantas pláticas de paz resultó por


fin la guerra.

Esta fue la última carta que Justo Rufino escribió a


don Pedro Joaquín Chamorro. Al descender éste del po-
der, Barrios continuó escribiéndose con el general Joa-
quín Zavala, sucesor de Chamorro.

264—
Capítulo XXIV
EL PATRÓN SE CANSA DE SER DICTADOR

Continúa Justo Rufino ejerciendo un gobierno abso-


luto y personal. No quedan enemigos al frente ni hay
guerras exteriores; de todo esto ha hecho tabla rasa. Su
incansable actividad se dedica a dar decretos; no siem-
pre acertados.

Estableció el Banco Internacional, pero los depósitos


debían hacerse ante notario público, lo cual hacía el ser-
vicio de cuentas corrientes engorroso, casi imposible. Otro
decreto creó la Sociedad de Ingenieros. El Director de-
bía desempeñar múltiples y difíciles funciones sin dere-
cho a honorarios por ellas: dar consejos sobre carreteras
nacionales, formar el catastro de la república, prestar ser-
vicios de profesor de topografía con tres meses de traba-
jos prácticos en la Escuela Politécnica, redactar el p^n
de pesos y medidas, informar al Ministro de Instrucción
Pública de los nuevos progresos de la ciencia en Europa
y América, de los recientes libros publicados e instrumen-
tos inventados, pasar cada tres meses una lista de los in-
genieros residentes cuyos servicios puedan utilizarse. La
penuria del Estado no permitía estos progresos, sino re-
cargando las gabelas aún en forma de exigir servicios gra-
tuitos.

El interés de la deuda convertida no se pagaba; el


gobierno había perdido su crédito. De allí que, al mismo
tiempo que se imponían obligaciones ad-honores, se au-
mentaban los impuestos; se decretó otro empréstito for-

—265—
zoso y se aumentó el gravamen sobre el aguardiente; no
que Justo Rufino se diera cuenta de la disolución que la
bebida alcohólica producía en el pueblo; sino que lo exhaus-
to del tesoro le hacía desconocer el postulado de su Re-
volución que prometió guaro barato y facilidad de em-
briagarse.

Para atenuar un poco el disgusto popular se llamó


contrato al empréstito forzado, como si las palabras pu-
diesen cambiar la naturaleza verdadera de las cosas. Y
es claro, ni los contratos despertaron interés; fue nece-
sario que Justo Rufino expidiera órdenes severas para
que el público manifestara entusiasmo por el negocio.
Justo Rufino se dignó ahora fijarse en los pobres, en
los mendigos, en los santeros, en los desocupados; a to-
dos los calificó de vagos y ordenó aplicarles la pena de
trabajos forzados por 40 días en las carreteras, hospitales,
cuarteles, talleres, etc., del Gobierno. A los ciegos, man-
cos, decrépitos etc. los hizo examinar por médicos para
proveerlos de licencia de mendigos; la policía fue encar-
gada de rondar las tabernas en las horas de labor para
llevar a los trabajos públicos a los vagos.

Otro decreto restringió la libertad de imprenta, con


lo cual apenas se acercaba la legislación a lo que ya su-
cedía en la práctica.
Pero la más contradictoria de esas leyes fue la de
protección a los animales. Carranza dice que esta ley
— "como la hay en los países civilizados" —
prueba que
,

Justo Rufino no era cruel. Enrique Guzmán, al notar


en su Diario Intimo que los hombres del círculo dominan-
te no van nunca a los toros, porque tienen ese espectácu-
lo como bárbaro e indigno de gentes civilizadas, observa:
"Extraña manera de pensar y sentir la de los liberales
chapines! Les causa horror ver matar un animal de una
estocada, y no les hace la más leve imoresión ver morir
a palos a centenares de seres humanos (1) ."

(1) El mismo refiere que Bar rundía envió con él a un


tal Obando esta amenaza: "Háganle ustedes saber
que
a la primera sospecha que contra él tengamos, no le
daremos palos simplemente: lo mataremos a palos."
Guzmán declara que esta no es una vana amenaza y
comenta: "¡Con qué indiferencia se habla aquí de
matar a un hombre y de matarlo de una manera ho-
rrible!"

—266—
Ese año de 1878 murió en Guatemala el Gral. Miguel
García Granados, colega de la Revolución de Justo Rufino.
Desde que éste lo sustituyó en el poder, don Miguel se
encerró en la vida privada, relegado al olvido por su anti-
guo subordinado.

A fines del año se gravó. Justo Rufino fue a visi-


tarlo y le preguntó:

— ¿Hubo ya examen de conciencia? ¿Hubo ya confe-


sión y santos óleos?

No procedía Justo Rufino por piedad para procurar-


le a su amigo los últimos auxilios divinos, sino con sorna,
como burlándose de que don Miguel pudiera flaquear en
las congojas de la muerte. Pero el enfermo no pensaba
distinto, y así el mismo pronunció su propia sentencia:

—Como he vivido, así muero, ¡alejado de toda reli-


gión!

El 8 de setiembre entregó su alma al Creador. Se di-


ce que García Granados tenía escrita la tercera parte de
sus Memorias, aquella que se refería a la Revolución y a
la actuación de Justo Rufino. Ese manuscrito desapare-
ció para siempre el mismo día del fallecimiento de su
autor. Buenas razones tendría Rufino para que no se
divulgasen ciertos secretos.

Ni aún en aquel año, el más quieto de la administra-


ción de Justo Rufino, debía faltar una muestra del rigor
de su puño, ni de que hubiese amainado en él su furia an-
tijesuítica. El señor Froilán Mejicanos de Amatitlán pro-
fesaba y exponía ideas favorables a los Jesuítas. Todo
es saberlo Justo Rufino para proponerse, humillarlo y sa-
tisfacer una vez más su odio a los hijos de Loyola. Obli-
ga, pues, al señor Mejicanos a publicar un folleto con es-
te encabezamiento: "Al Público. Para que se conozca
quiénes son los Jesuítas, de mi propia cuenta hago la re-
impresión del siguiente Breve de Su Santidad el Papa
Clemente XIV, expedido en Roma el 21 de Julio de 1773."

Pero Justo Rufino llegó al fin a cansarse de ser dicta-


dor, y dispuso arreglar su vida pública ajustándola a los
mandatos de una ley constitutiva. Y por esta razón, se-
gún él, decidió convocar otra vez una Asamblea Consti-

—267—
tuyente; aunque autores bien informados dejaron cons-
tancia de que Justo Rufino se persuadió de la necesidad
de un régimen constitucional, siquiera aparente, porque
le negaban en el exterior un empréstito, pues no se en
contraba Banco alguno que se expusiese a contratar con
un gobierno personal en un Estado que se titulaba re-
pública democrática representativa.

Mas éste, como todos los actos políticos de Justo Ru-


fino, seencubre con la mentira. Descarriado como ha es-
tado siempre de la verdadera democracia, necesita excu-
sar cada paso, intentando persuadir al pueblo de que
concede libertades y hace un gobierno republicano. Por
eso los Considerandos de sus leyes y los fundamentos de
sus proclamas tienen que ser antítesis de sus actos de
gobernante. No podía ser una excepción en tratándose
del acontecimiento básico de una república: el acto de pro-
veerla de ley constitutiva.

Las razones que tiene Justo Rufino para dar este pa-
so decisivo en la fundación de las repúblicas, son: "Que
la dictadura no está de acuerdo con los principios repu-
blicanos. ." La aceptó "con la intención de no hacer
.

uso de ella, sino para mantener la paz y la tranquilidad


pública. ."
. "Consecuente con los principios democráti-
cos. . considera que ha llegado la época feliz de resta-
.

blecer el orden constitucional, renunciando las facultades


omnímodas y el tiempo que le fue concedido para ejer-
cerlas."

Inspirado en aquellos sentimientos fingidos, Justo Ru-


fino convocó una Asamblea Constituyente que debía reu-
nirse en Guatemala el 15 de marzo de 1879.

Cualesquiera que hayan sido las intenciones de Justo


Rufino, es lo cierto que en la práctica no correspondieron
a sus declaraciones. Continuó ejerciendo las omnímodas
facultades que renunciaba, pues al mismo tiempo que con
verdad condenaba al régimen dictatorial como el más o-
puesto a la democracia y a la libertad, enviaba a los de-
partamentos las listas de los diputados que debían ser
electos para la Constituyente. Cierto que en ella figu-
rarían muchos buenos y eminentes ciudadanos; pero esto
no era más que el adorno, la capa bajo la cual se oculta-
ba la verdad de aquella farsa. La mayoría la formaba un
grupo de adictos incondicionales de Justo Rufino, a la ca-

—268—
beza de los cuales se hallaba el mentor de aquella dicta-
dura con antifaz democrático: el Dr. Lorenzo Montúfar.

Durante las sesiones se discutió mucho y muy elo-


cuentemente; pero fue lo que el Dr. Mon-
la Constitución
túfar quería que mismo había redactado
fuese, lo que él
de antemano conforme los deseos y conveniencias de su
Patrón.

¿Cómo fue, pues, esa Constitución? Nos lo van a de-


cir dos ilustres liberales: el Lie. Manuel Diéguez y el pro-
pio Dr. Lorenzo Montúfar.

Dice el primero en una conferencia sobre la Consti-


tución de 1879:

"Pero lo cierto es que aquellos oradores ilustres, ins-


pirados acaso por el pensamiento del César que lo hacía
todo en el país; que gobernaba, juzgaba, legislava y cons-
tituía, lo que nos dieron como fruto de sus ruidosas dis-
cusiones fue una obra raquítica y endeble. La Cons-
. .

titución de 1879 no fue un progreso sino un retroceso. . .

es menos liberal que la ley de garantías de 1839, y más


atrasada que las constituciones de los demás Estados de
la América Central. la mentira y la falsedad son tan
. .

censurables en moral como en política, por lo cual jamás


podremos justificar el sistema de proclamar un principio
a reserva de hollarlo en la práctica.

"Nuestra Constitución de 1879, como muy bien lo


sabéis, consagra en el capítulo 2?, que trata de las ga-
rantías, la mayor parte de los principios, aunque no to-
dos, reconocidos por los tratadistas de Derecho Político
Moderno. Pero esto no es más que una portada decora-
tiva, porque no crea medios para que las garantías sean efi-
caces; porque hay un calculado silencio respecto de pun-
tos importantísimos; porque la centralización de todas las
ramas del Poder en uno solo, hace que todo dependa del
beneplácito de éste; porque adrede se han dejado las ga-
rantías a merced de leyes reglamentarias, que es lo mis-
mo que nulificar los principios constitucionales. La . .

verdad es que la odiosa Acta Constitutiva, en punto a ga-


rantías individuales, era más liberal, mucho más liberal,
que la Constitución de 1879, decretada por una Constitu-
yente liberal."

—269—
En cuantoa que la Iglesia quedó separada del Esta-
do, observa el mismo
Lie. Diéguez: "Según la Constitu-
ción de Guatemala, la Iglesia está sometida al Estado."
Montúfar quería que se garantizara la libertad religiosa;
pero ganó la moción de Barrundia y de Arroyo que so-
metía a la Iglesia a una verdadera esclavitud del poder
temporal.

Montúfar nos dirá ahora por qué hizo aquella Consti-


tución que Diéguez encuentra, con sobrada razón, defi-
ciente en materia de garantías y anti-democráticamente
centralizadora.

Adelante referiremos la quiebra del Dr. Montúfar con


su Patrón, pero son de este lugar algunas revelaciones que
hizo entonces, porque se refieren a las intenciones que lo
guiaron para hacer la Constitución de 1879.

Dice el Dr. Montúfar en carta al Gral. Martín Ba-


rrundia, el privado de Justo Rufino:

"Apoyé la dictadura al aire libre, ante centenares de


espectadores en la Constitución de 1876.

"El General Barrios, por su carácter, por su genio, por


su índole, por su organización, por la costumbre del man-
do militar, no sufre restricciones.

"Las que se le presentan lo disgustan, lo ofenden, lo


indignan y las hace pedazos pasando sobre ellas.

"Siendo presidente el hombre que se ha descrito, era


imposible decretar en 1876 una Constitución liberal.

"Se necesitaba una ley fundamental formada en el


molde del gobernante.

"Tal Constitución hubiera sido tan tiránica como el


Acta Constitutiva, bajo cuyo régimen gobernó Carrera.

"Al emitir esa Constitución habríamos hecho pedazos


los antecedentes históricos del Partido Liberal, y dado
muerte a la Revolución de 1871.

"Una Constitución liberal era imposible, siendo Pre-


sidente el General Barrios.

—270—
"Una Constitución reaccionaria era una verdadera a-
postasía.

"No encontré más remedio de salir de ese fatal dilema


que la dictadura transitoria.

"El General Barrios no quiso tener por muoho tiem-


po de dictador y convocó, contra mi opinión, una
el título
Asamblea Constituyente.

"No opiné por esa convocatoria, porque las circuns-


tancias del país eran las mismas, y se nos iba a presentar
el mismo fatal dilema.

"La Asamblea se instaló y yo fui Diputado a ella, e


individuo de la comisión de Constitución.

"Aquella comisión palpaba que el General Barrios pue-


de comparase a un león africano, que es imposible se con-
tenga dentro de una jaula de hilos de seda, y se dispuso
que la jaula constitucional fuese muy grande y con una
puerta para que el león pudiera entrar y salir sin reven-
tar los hilos.

"El artículo que faculta al Presidente para suspender


las garantías en toda la República o en parte de ella, es
parte del dintel de esa magna puerta.

"La Constitución fue decretada y la experiencia ha


venido a demostrar la previsión de los legisladores de
1876.

"Barrios no observa la ley fundamental. Ella no es


más en Guatemala que un adorno como puede serlo un
ramo de flores.

"El león no sale de la jaula por su vasta puerta.

"Tiene placer en despedazar los hilos de seda. Esto


es tan público, tan notorio, que no necesito probarlo por-
que se halla en la conciencia de todos los guatemaltecos."

La Constitución fue decretada el 11 de diciembre de


1879. Ese mismo día el Congreso Constituyente envió
una comisión de su seno al Presidente de la República que
pusiese en sus manos la Constitución y le diese las gra-

—271—
cias por haber renunciado las facultades dictatoriales om-
nímodas que se le habían conferido. Considera la Asam-
blea que el ciudadano Justo Rufino Barrios se ha "inspi-
rado en los más generosos sentimientos de libertad", pa-
ra mandar aquella espontánea renuncia; que aunque este
proceder "lleve en sí la gloria y la admiración que se me-
recen los actos de ascendrado patriotismo", es deber de
la Asamblea darle las gracias en nombre de la Patria.
La Asamblea acepta la renuncia de la dictadura, no sin ad-
vertir al generoso renunciante que "abriga la esperanza
de que el pueblo, unánime, le llamará de nuevo para
que continúe prestando a la República sus importantes ser-

Los honorables diputados sabían que todo aquello era


pura comedia; que el Patrón no había renunciado nada
y que seguía ejerciendo las omnímodas facultades, como
si tal cosa. Pero era necesario seguirle el humor, que le
daba ahora por exhibirse como presidente republicano,
atado de pies y manos por el suave brete de las leyes.

Para ajustarse a la comedia era necesario que hubie-


se elecciones presidenciales; y las hubo, y resultó que la
Asamblea salió profeta porque, tal y como enunciara sus
deseos, así se cumplieron: el ciudadano Justo Rufino Ba-
rrios resultó electo para primer Presidente Constitucional
de la República de Guatemala. Sólo en un punto se equi-
vocó la Asamblea, engañada sin duda de su buen deseo:
el ciudadano Barrios no fue electo por la unanimidad del
pueblo guatemalteco, sino por 36,552 votos. Así consta
en el decreto de la nueva Asamblea Legislativa convoca-
da por el método rufiniano, que proclama popularmente
electo para Presidente de Guatemala al "Benemérito de
la Patria", General Justo Rufino Barrios.

Tan ínfima suma de votos para un país que ya con-


taba por entonces más del millón y medio de habitantes,
demuestra que Justo Rufino, a pesar de sus proclamas y
de los ditirambos de sus colaboradores, no había consegui-
do persuadir al pueblo guatemalteco de que era el hombre
necesario para la paz y el progreso; ni siquiera para que
ese pueblo se prestase a hacer la comedia democrática
de la elección de presidente.

Pero la comedia no estaba terminada. Faltaba lo más


divertido, lo más genial: Justo Rufino había renunciado
—272—
los poderes omnímodos, quería una república democrática;
reelegirlo valía tanto como estropearle la farsa. Era ne-
cesario demostrar que de veras no quería la dictadura, y
comenzó con la Asamblea su papel favorito, el juego de
quiero no quiero échalo en el sombrero.

El Presidente de la Asamblea Legislativa comunicó


su elección a Justo Rufino, el 4 de marzo de 1880. Al día
siguiente contesta Justo Rufino con una extensísima ex-
posición renunciando al cargo. No pareciera sino que ya
estaba preparada esta larga renuncia, como todo lo que
se hace en valor entendido.

Justo Rufino está emocionado — dice él mismo— por


esa manifestación "cuasi unánime" de sus conciudadanos,
al elegirlo presidente; Justo Rufino interpreta eso como
la aprobación de su conducta política y de sus actos de
gobernante; pero el agradecimiento no ha dejado a los
pueblos ver el inconveniente de llamarlo de nuevo al po-
der. 'Cuando siento
'
— continúa— que no debo estar más
tiempo en él sin exponerme a faltar a mis convicciones más
íntimas y más queridas, y a defraudar los legítimos inte-
reses del país y de la causa de la libertad, no he de hacer
menos que renunciar agradecido y respetuoso; pero deci-
dida y enérgicamente, un puesto en el que considero que
ya no podré ser útil a la Nación. Si sólo oyendo la voz
del sentimiento, debería, para no ser ingrato a la confian-
za de los pueblos, aceptar su llamamiento, acatando en
silencio su elección; oyendo la voz más imperiosa de mi
deber, la renuncio formalmente, y si no lo hiciere, creería
ser desleal a mis antecedentes, a los principios por los
cuales he combatido, sacrificando mi propiedad y expc*-
niendo mi vida, y al mismo pueblo que a medida que me
da más inequívocas y reiteradas pruebas de amor y de
confianza, tiene más robustos títulos para que yo no me
detenga jamás ante consideración de ningún género, cuan-
do se trata de hacer lo que reclamen su honor y su prospe-
ridad. Si como son tantas las espinas de que está erizado
el camino de la Presidencia, estuviera solamente sembra-
do de flores; si como demanda tanta abnegación y sacri-
ficios, brindara solamente satisfacciones y felicidad, no
exagero al decir: que siento que tampoco me arredraría
un instante el cumplimiento de ese deber. Como renun-
cio ahora, renunciaría entonces, sin pesar, un cargo a cu-
yas exigencias creyera que las aptitudes de mi persona ya
no podían dignamente responder."

—273—
Aquí se nos presenta un Justo Rufino antítesis del
que hasta ahora conocemos. Y podríamos creer que ha
mudado de conducta y que, arrepentido de haber acaba-
da con las libertades e instituciones republicanas de Gua-
temala, sepultadas por él en un limo de sangre y de ini-
quidades, se propone enmendar sus maldades, devolvien-
do al pueblo guatemalteco el tesoro de sus libertades e
instituciones.

Pero no. Los hechos nos van a decir que, lejos de


convertirse al bien; Justo Rufino se torna más déspota,
más cruel, más insaciable ambicioso.
Siguiendo su exposición al Congreso, se jacta de que
su elevación "no ha desvanecido su cabeza" como aconte-
ció a otros mandatarios anteriores, ni lo ha hecho abju-
rar de los principios de 1871; con lo cual alude, sin du-
da, a su difunto amigo y colega García Granados.

Y a continuación dicta su propia sentencia. La co-


media comienza a convertirse en tragedia. Justo Rufino
Barrios va a decir una vez la verdad y será, ¡oh tremenda
tragedia de los hombres que viven al margen de la ho-
nestidad escudados por palabras mentirosas!, será para
condenar su propia obra, su delito de haber asesinado la
libertad de algunos millones de hombres, y de haber con-
vertido una república demócrata en una satrapía asiática.

Dice Justo Rufino:

"Siempre he creído y creo con firmeza, siempre lo


he dicho y lo digo ahora, una vez más por todas, que na-
da hay tan contrario, en mi concepto, a la grandeza y a la
libertad de un país, como que ciertos hombres se eterni-
cen en los empleos públicos, y sobre todo en el empleo de
la Primera Magistratura. La historia de los pueblos me
ha enseñado esta verdad, y me la ha enseñado también la
fresca y desgraciada historia de esta hermosa sección de
Centro América, que tanto debemos amar, porque es nues-
tra patria y la patria que hemos dado a nuestros hijos.
El Gobierno perpetuo de ciertas personas y familias, fue
el cáncer que durante la anterior administración consu-
mió la vitalidad y mató los gérmenes del porvenir de Gua-
temala: ese fue el origen manifiesto de tantos errores, de
tantos abusos, de tantas calamidades para la Nación. Yo
lo reprobé siempre; yo condeno esa conducta que destru-

—274—
ye salvador y fecundo de la soberanía popu-
el principio
lar, que desconoce que todos los individuos investidos de
autoridad, no son más que representantes y delegados del
pueblo, y no sus dueños y señores, y que convirtiendo los
primeros destinos en patrimonio personal, quiere hacer
de un pueblo, la propiedad de un hombre, de una familia
o de una clase, cuando no hay autoridad ni función legíti-
ma, si no viene del pueblo, si no se ejerce con la sanción
de la opinión del pueblo y para el bien y engrandeci-
miento del pueblo. Y yo, que he abominado y maldecido
siempre ese régimen personal; yo que me lancé a la Re-
volución por destruirlo y por substituir a él, el Gobierno
del pueblo y la conducta liberal práctica, no he de con-
sentir, no, en servir de ningún modo, aunque no fuera más
que contribuyendo pasivamente, para que se diga, para
que siquiera se piense que los hombres del Partido Liberal
reniegan de sus ideas cuando los pueblos los elevan al
poder. No habrá más presidentes vitalicios; no resucitará
ese monstruoso principio del régimen caído, mientras ha-
ya pudor y dignidad en la conciencia nacional, ya afortu-
nadamente ilustrada, y en la conciencia de los hombres
públicos."

Sí: no volverá a haber presidentes vitalicios mientras


haya pudor y dignidad en la conciencia nacional. . .Por
eso fue necesario que una bala casual pusiese fin a la pre-
sidencia vitalicia de Justo Rufino Barrios.

Hecha la representación de político desprendido, Jus-


to Rufino dedica una tirada a su papel de gobernante su-
frido y abnegado. El yo es la palabra dominante:

"Yo he afrontado con serenidad, cuando se trataba del


interés, del porveniry buen nombre de mi patria, las si-
tuaciones más desesperadas y nunca me negué a servir
de blanco a los ataques de los intereses heridos, más sen-
sibles cuanto más legítimos, de las preocupaciones comba-
tidas, de las instituciones perniciosas desterradas, de los
abusos muertos. Era llamado a ejercer el poder, siem-
pre que se necesitaba de un remedio heroico pero salva-
dor, y no me amedrantaron los peligros, y tomé sobre mí,
sin pretensiones y sin embozo, sin paliativos y sin reti-
cencias, toda la responsabilidad de mis medidas, todo lo
que pudiera sobrevenir, el juicio de la posteridad y las
apreciaciones de la historia. Nunca escondí la mano pa-
ra ocultar que yo lo hacía; abandonaba el mando y vol-

—275—
vía tranquilo y satisfecho y sin ninguna aspiración, a mis
trabajos y a mi vida privada, luego que calmándose la
agitación tornaba a aclararse el horizonte político y a re-
,,
nacer la confianza y la tranquilidad.

Recuerda que en 1876 pueblos le obligaron a acep-


los
tar la dictadura, declarando que"las necesidades sociales
demandaban que yo continuara ejerciendo el poder con
la ilimitada autoridad de dictador que la Nación me ha-
bía conferido. Esa declaratoria contrariaba mi opinión
y mis deseos; pero la acaté; he huido de promover conflic-
to alguno, he hecho callar mi inspiración personal ante el
voto de la conciencia pública, primero que aparecer rebe-
lándome contra ella. ."
.

Muchas veces había querido Justo Rufino acabar con


la dictadura, porque ese sólo nombre despertaba disgus-
to en su corazón republicano; pero muchas veces los su-
cesos y sus consejeros le hicieron entender que "lo en-
gañaba su impaciencia"; hasta que al fin venció su buen
deseo.

Dice Justo Rufino que nada tiene que ocultar: nada


de que avergonzarse; por eso entrega todos sus actos a la
conciencia nacional para que los examine con la más se-
vera crítica; por esto él se ha empeñado en que bajo su
régimen "la luz de la publicidad se extienda sobre todos
sus actos". A eso se debe que haya "huido siempre de las
sombras de la oscuridad, y haya repugnado ampararse con
las tinieblas de la ignorancia".

Justo Rufino protesta con la frente muy alta de que


él no pertenece a la torpe y miserable escuela de los
que piensan que los mandatarios han de vivir entregados
a la holgazanería, a una vida de fausto y regalo, aspi-
rando siempre con voluptuosidad el perfume de la lison-
ja, engreídos con los honores y el aparato del poder y sa-
crificando a su ambición los intereses de los pueblos; pa-
ra él todo destino público significa trabajo, abnegación y
sacrificio; el que procede de modo distinto, no es honra-
do ni patriota, sino un despreciable explotador. El ha
sido fiel a esta consigna: los hechos lo justifican.

El pudo haber conseguido la perpetuidad en el poder,


y una dominación sin más límites que su antojo, con só-
lo rodearse del círculo aristocrático y ser condescendien-

—276—
te con el clero; pero lejos de empañar su conciencia con-
virtiéndose en tránsfuga de la libertad y del derecho del
pueblo, quiso ser fiel a la honra del país, para darle dig-
nidad y engrandecimiento.

Para esto fue preciso cortar y quemar, y triunfó "de


la repugnancia de cortar y quemar cuando las circuns-
tancias lo reclamaban; era preciso derribar los ídolos que
adoraban una sociedad tenazmente aferrada al retroceso,
al obscurantismo y a la inmovilidad, y los derribó con
su brazo. .
." Sobre los escombros del clero y del mons-
truo del fanatismo, recluidos ahora en la obscuridad del
pasado; sobre las ruinas de la llamada aristocracia, Justo
Rufino ha "planteado el régimen de la libertad, sancio-
nado con hechos el dogma de la soberanía popular, afian-
zada la independencia del país, asegurada la paz y esta-
blecido el orden constitucional".

No podemos negar que Justo Rufino —


como él mis-
mo lo afirma — ha convertido en ruinas muchas cosas; pe-
ro en lugar de edificar sobre ellas, no ha hecho más que
levantar un edificio de mentiras y de corrupción, don-
de la libertad individual quedó a merced del capricho del
dictador; la dignidad humana perdió sus más preciosas
cualidades, convirtiendo al hombre razonable en una bes-
tia sumisa al látigo del domador; donde el derecho de vo-
tar sólo existía para favorecer los intereses del Patrón;
donde la corrupción había llegado a tal grado que el es-
critor liberal don Enrique Guzmán no pudo menos de ob-
servar: "Es innegable que la Revolución Liberal de 1871
lo ha reformado todo, la moral inclusive".

Justo Rufino rechaza con indignación el funesto error


de que haya hombres necesarios para un partido o una
sociedad; "si hubiera quienes se juzgaran necesarios, de-
berían desaparecer en bien de la libertad, porque están
a un paso de la puerta que da entrada a la tiranía".

Aquí vuelve a condenarse Justo Rufino, porque esta


será la idea dominante de los congresistas que van a im-
ponerle de nuevo la tarea, para él ingrata, de seguir en la
presidencia. El mismo no niega que fue hombre necesa-
rio en el poder en los momentos difíciles en que todos
abandonaban la situación con el desaliento de la duda y
el temor. Cuando así naufragaba "la causa de los libres..

—277—
—dice Rufino — nadie se presentó; el pueblo creyó que
,

yo era ese hombre; acudí y, por fortuna, la situación se


salvó".

Nadie se presentó a disputar a Justo Rufino el pri-


mer puesto para salvar "la causa de los libres", y por
eso tuvo que someterse al sacrificio. Tampoco ahora, a
pesar de que renuncia para que otros que valgan más
que él y puedan hacerlo mejor, según sus propias palabras,
vengan a sustituirlo, nadie se presentará a disputarle aquel
puesto incómodo y de peligrosas luchas. (Escobar se opuso
a que el periódico de la Sociedad Económica abogara por
la reelección del Patrón, y ello bastó para que éste le cruza-
ra el rostro a latigazos.) Y por eso también, aunque des-
pués de reiteradas renuncias, se verá obligado a seguir sa-
crificándose por la causa de los libres.

Justo Rufino se siente tranquilo, su conciencia le di-


ce que ha hecho bien; pero si ha hecho algún mal al país,
lo deplora sinceramente y advierte que ha sido de buena
fe, animado por la más pura intención e inspirado por el
más acendrado patriotismo. Comprende que tiene muchos
enemigos por haber demolido lo pasado; pero nada le im-
porta esto, porque ha conseguido su objeto: "Guatemala
está regenerada". En esta tarea pudo haber abusado de
la dictadura, y sin embargo, nunca lo hizo; pudo arruinar
a familias que le eran contrarias y no las tocó; y por
último "no consintió jamás en imponer a la fuerza sus
ideas". Lo único que ha hecho es apartar a los que im-
placablemente se oponían al progreso y felicidad de la re-
pública, para que no peligrase la libertad.

Este hombre que ha conseguido reunir ya una inmen-


sa fortuna personal, que además de su sueldo recibía qui-
nientos pesos diarios del erario público, que metió la ma-
no en los despojos a la Iglesia de Guatemala, que repartió
entre sus paniaguados la rica herencia de la colonia, no
tiene empacho en que le salga alguien al encuentro lla-
mándole embustero, porque se jacta de honestidad públi-
ca en estas palabras de su mensaje: "Si el propósito de
medrar, y el temor de la responsabilidad o la desconfian-
za de mi proceder me hubieran asaltado, investido de
autoridad ilimitada, sin más control que el que yo mis-
mo me impusiera con mi conciencia, y con el sentimien-
to de mi deber, podría haber alzado una fortuna colo-
sal para nuestras circunstancias, y asegurándole fuera del

—278—
"

país, prepararme para gozarla en el extranjero, libre de


zozobras e inquietudes.

Cierto que no tuvo tiempo de gozar esa fortuna en


el extranjero, pero allá se fue con ella su hermosa viuda,
doña Francisca, a disfrutarla en las cortes de Madrid y
París con el título de Marquesa de Vista Bella.

Finaliza su mensaje Justo Rufino pidiendo al Con-


greso que, olvidándose de su persona y teniendo sólo en
cuenta el interés y porvenir de la Nación, le admita la
renuncia de Presidente de la República de Guatemala. Co-
mo particular, ocupará el puesto que el gobierno legítimo
le designe cuando peligren las "instituciones, la tranquili-
dad de la patria o el pabellón sagrado de la libertad".

Es sorprendente convicción con que habla Justo Ru-


la
fino de su magnanimidad y justicia, de la libertad que da
al pueblo guatemalteco, de su inquebrantable propósito de
retirarse del poder por su amor a la democracia. ¿Se con-
cibe sinceridad en quien ha destruido todo aquello que
dice amar y conservar? ¿En quien ofrece todo apoyo al
presidente de Nicaragua para que implante en ese país la
autocracia y destruya el régimen republicano? ¿Cómo se
explica esta ficción en un nombre cuyos gustos, carácter
e historia eran precisamente lo contrario de aquel1 as vir-
tudes republicanas?

En estas contradicciones vemos los síntomas de una


sicología morbosa, que ya explicó Spencer con estas pa-
labras: "El hombre, a fuerza de obrar mal, llega a per-
der toda idea de que obra mal y acaba por creer que obra
bien". O como dijo un escritor nicaragüense, ampliando
ese pensamiento: "Esta afirmación no envuelve, en nues-
tro concepto, la idea de un daltonismo en lo moral por
el que lo malo puede llegar a parecer bueno o viceversa,
sino una enfermedad en que por ignorancia del bien, es-
pecie de atrofia intelectual por desuso, lo malo resulta ser
lo natural y corriente. Esa atrofia indica un estado de
alma en que se hace el mal ignorando que lo es (1)."

La renuncia era explícita y reiterada. Un incauto hu-


biera caído en el garlito; pero se hallaba entre los dipu-
tados el Lie. José María Samayoa, quien por experiencia

(1) Mariano Zelaya B. Un Histrión en camisa, pág. 24.

—279—
propia conocía esta clase de juegos, ya por otra parte de-
masiado vulgares y sabios. Allí estaban también, fres-
cos aún, los latigazos en la cara del Sr. Escobar. Así es
que ninguno de los congresistas dudó un solo momento de
que debía seguir el hilo de la farsa, y por eso no se hizo
esperar la respuesta negativa (2).

La contestación de la Asamblea es el testimonio de


la inconcebible degradación a que había llegado el tem-
ple de los espíritus guatemaltecos. No son precisos co-
mentarios; basta reproducir las propias palabras de los
representantes del pueblo de Guatemala para apreciar has-
ta dónde había descendido la dignidad humana en alas del
miedo pánico, que constituía la clave del régimen rufi-
nesco.

Pena y placer siente la Asamblea a un mismo tiem-


po: pena por la renuncia; placer porque "el libertador"
se ha revelado inmenso. ¡Oh manes de Bolívar, cómo se
profana tu excelso título, aplicándolo a un conculcador de
las libertades que tú nos legaste!

"De pena —continúa coro de aduladores congre-


sí el
sistas— que
dos los
porque inspirados por un corazón patriota
,

tienen honra de representar a


la Nación,
la
to-

no podrían dejar de estremecerse, como se ha estremecido


el corazón de todos los pueblos, a la sola idea de que su
libertador dejara la dirección de los destinos de la patria,
en una época en que bajo todos los conceptos es imperio-
samente reclamada. De placer también, porque una vez
más os habéis exhibido tan grande como sois, revelando
vuestras ideas generosas, vuestra lealtad republicana, la
delicada elevación de vuestros sentimientos y la invulne-
rable dignidad de vuestra conciencia; porque habéis da-
do la más relevante prueba de que os encontráis más le-
vantado que la altura del puesto en que os coloca el voto
popular, justificando así la cordura y acierto con que to-
dos hemos fijado nuestras miradas exclusivamente en vues-
tra persona."

(2) Sucedió con esta renuncia lo que con la muerte de Ca-


lígula. Refiere Suetonio que nadie creyó en ella "su-
poniendo que Cayo había hecho correr el rumor para
sorprender, mediante este artificio, los sentimientos
que inspiraba".

—280—
El nombre de Justo Rufino está identificado al porve-
nir de Guatemala de manera que cualquier sombra en la
vida pública de Rufino, afecta a toda la Nación y sus "ins-
tituciones libres". Por consiguiente, la Asamblea insiste
en que Justo Rufino continúe en la presidencia, porque
está segura de que, "lejos de ser inconveniente, es en la
actualidad no sólo útilísima, sino de todo punto indis-
pensable".

La Asamblea se compenetra de los escrúpulos repu-


blicanos de Justo Rufino, y emprende la piadosa tarea de
disiparlos. Justo Rufino no debe preocuparse de que al-
guien sospeche que desea perpetuarse en el poder, ni si-
quiera que se diga que se ha reelegido; porque el pueblo
no lo llama esta vez, como en la pasada, a ejercer la dic-
tadura, sino la Presidencia Constitucional; ni puede lla-
marse a esto reelección, ya que "es este el primer período,
ahora que ha concluido la época de la dictadura".

Nadie puede abrigar la "miserable sospecha" de que


Justo Rufino ambiciona quedarse en la presidencia. El
convocó la Constituyente de 1876, pero fue esta Asamblea
y no él quien lo declaró dictador; él llegó a ejercer va-
rias veces el gobierno y se retiró de buen grado; él pudo
retener el poder dictatorial, y en lugar de eso, convoca
esa Asamblea y acepta una Constitución para gobernar con
un régimen de leyes. ¡Desvergonzado quien haya tenido
siquiera la indigna sospecha de que Justo Rufino quería
perpetuarse en el poder!

Pero llega un momento en que la Asamblea se atre-


ve a contradecir al César prepotente. El ha dicho que no
cree en hombres necesarios, y ahora los padres conscriptos
guatemaltecos se enfrentan a él y le replican: "Fuisteis
necesario para crear el orden, sembrar el progreso y es-
tablecer la libertad, fuisteis necesario para dominar la
reacción, para sofocar siniestras tentativas de trastornos,
para dar garantía y confianza a nuestra sociedad. Ahora
sois necesario, y lo sois tan imperiosamente como antes,
para que el orden se mantenga, el progreso desarrolle y la
causa de la libertad no peligre."

La Asamblea se acongoja ante la posible retirada de


Justo Rufino y agotando sus argumentos, le dice a este
dictador nato, que su presencia en el gobierno es "indis-
pensables para que pueda plantearse y consolidarse el ré-

—281—
gimen constitucional". ¿Qué será del crédito público, qué
del comercio, qué del progreso sin Justo Rufino en el go-
bierno?

El deseo de la Asamblea no es sólo de ella, es de to-


do pueblo a quien representa:
el "Nosotros —
dicen los
representantes de ese calumniado pueblo —interrogamos
,

a todas y cada una de las clases de la sociedad y no hay


una sola que al instante, con la más significativa elocuen-
cia y sinceridad no responda que es de urgente, impres-
cindible y absoluta necesidad e interés público que Vos,
señor General Barrios, seáis el Presidente Constitucional."

Hasta los enemigos de Barrios están acordes en la ne-


cesidad de que siga al frente del destino presidencial, por-
que es el único capaz de mantener la paz y la tranqui-
lidad — ¿quién mejor que para
ellos en esta ma-
testificar
teria?
por
— y
;
prueba es que
la
absoluta unanimidad todos
Nación
la ha dado
le
sufragios para
los Pre-
la
"casi

sidencia".

Y va a suceder una cosa inusitada en la historia de


Centro América. Por primera vez los empleados públicos
tendrán miedo a la cuenta que deben dar a sus conciuda-
danos comitentes; por primera vez se toma razón de las
responsabilidades de los funcionarios. He aquí otro fru-
to de la "Reforma".

"Y nuestro voto ha de hallarse enteramente con-


si
forme con voto de los pueblos, nosotros sí que faltaría-
el
mos a nuestro deber y tendríamos que responder ante el
pueblo, ante su soberanía y ante la historia, si admitien-
do vuestra renuncia nos opusiéramos, como nos opondría-
mos en abierta contrariedad, al sentimiento nacional, tan
sano, tan justo, tan digno. Al admitir vuestra dimisión,
destruiríamos la raíz del progreso y el principio y sostén
de la felicidad de la República y atraeríamos sobre ella
Ja perturbación, el desconcierto, la anarquía y tras ellas,
todas las calamidades que son consiguientes y que cual-
quiera puede fácilmente prever como si se viese con la
más clara intención."

La agricultura, la industria, el comercio, las artes, la


instrucción pública, el buen nombre de Guatemala, el ad-
mirable equilibrio centroamericano, el presente, el por-
venir, todo se vendría abajo si se acepta la renuncia de

—282—
Justo Rufino. Pero un hombre del carácter de Justo Ru-
fino, que no se detiene al principio de sus obras, que po-
see la energía, fortaleza y el temple necesario, no se po-
drá decir nunca que dejó sin coronar su obra, ni que negó
a su patria la savia vivificadora "de su genio levantado".

La representación nacional reconoce y admira lo que


ha hechc Justo Rufino, a quien se debe todo lo que hay;
pero existen circunstancias en que la nación tiene dere-
cho a ser egoísta. A otro gobernante se le hubiera dicho:
basta, has hecho bastante; pero a Justo Rufino se le di-
ce: "con todo lo que habéis hecho aún tenéis que hacer

Sin embargo, todo tiene su límite. La Asamblea con-


cede un descanso necesario a Justo Rufino; mas si lo
hace es por gratitud de la república, y por el propio in-
terés de ésta en conservar a su salvador. Por mucho que
se haya quebrantado la salud de Justo Rufino, debe él
estar seguro que es siempre el mismo emprendedor y vi-
goroso; "el mismo que vela incesantemente por la suerte
del pueblo y por los justos derechos de la libertad".
Justo Rufino debe pensar en la inmensa responsabili-
dad que contraería si abandona la nación cuando comien-
za a dar los primeros pasos en la senda constitucional, en
los males que acarrearía sobre el pueblo, cuyo destino
interesa tan viva y extraordinariamente a Justo Rufino;
y en que habría que hacer para salvar en-
los sacrificios
tonces la situación; he allí un motivo más para aceptar
la presidencia. La recompensa por su abnegación y sa-
crificios que le ofrece la Asamblea no son ciertamente
glorias, dinero, poder absoluto, triunfos, lisonjas, nada de
lo que, más halaga a Rufino y de lo que hasta ahora se
ha hartado a sus anchas; sino "su gratitud eterna", y el
recuerdo imperecedero en el corazón de los buenos hijos
del país, así como "la satisfacción inefable que debéis
sentir, de ser en la mejor oportunidad, el sostén de la
patria y de sus más caras libertades".

La Asamblea tiene la seguridad plena de que Rufino


no defraudará sus esperanzas, y concluye haciéndole su
más ferviente súplica:

"La República os necesita, la República os llama, la


República exige de Vos que continuéis dándole vigor co-
mo le habéis dado movimiento y vida "El espíritu públi-

—283—
co, que, anonadado, Vos supisteis levantar, os pide de nue-
vo aliento. No se lo rehuséis, patriota insigne, y aceptad
la negativa de la Representación Nacional a admitir vues-
tra renuncia, como la significación más elocuente del re-
levante aprecio que hace la eminencia de vuestra persona
y del heroísmo de vuestras virtudes cívicas."
Pero Justo Rufino no estaba conforme; él mismo sen-
tía cuan poco había hecho en su papel de César, que
rehusa por tres veces la corona que se le ofrece, dicien-
do: "No me llamo rey, sino César". Debía, pues, insistir
una vez más en la renuncia.

Justo Rufino dirige otro mensaje a la Asamblea; está


firme en su determinación de dejar el poder; hubiera vaci-
lado en su propósito "si no estuvieran comprometidos el
interés bien entendido del país y la consolidación del ré-
gimen de la libertad". La Asamblea le disculpará su vo-
luntad inquebrantable de renunciar. Mucho ha pensado
en retirarse; y si se ha decidido, es porque anhela como
el que más la ventura de su patria por la cual está dis-
puesto a sacrificar hasta la vida.

Mas con harta frecuencia sucede hallarse el hombre


mentiroso y hablador condenado por sus propias palabras.
Y eso sucede a Justo Rufino cuando dice que ha "com-
prendido con claridad que era llegado el momento en que
la causa liberal entre nosotros, adquiriera el carácter im-
personal que debe tener para ser estable y digna, eman-
cipándose de su vinculación a una personalidad cualquie-
ra. Las ideas no son nada cuando tienen que estar su-
jetas a la tutela de un hombre; los sistemas y los parti-
dos nada valen cuando dependen forzosamente de tal o
cual otra entidad política; y las garantías y la libertad de
una Nación, no pueden medrar, ni siauiera llamarse ta-
les, cuando se les sujeta con lazo indisoluble a la pre-
sencia de determinado gobernante."

Y no se engañe nadie. Justo Rufino se ha acostum-


brado a meditar, y una vez que adopta una resolución,
"no tengo —
advierte —
la costumbre de retroceder". Su
determinación es hija de sus convicciones: el Partido Li-
beral de Guatemala no está definitivamente cimentado
mientras no se alternen y renueven sus hombres en el
poder. Quiere él establecer el espectáculo más digno de
una república: el de los mandatarios que dejan pacífica

—284—
y voluntariamente el más elevado de los puestos para
confundirse con los demás ciudadanos. Desea evitar que
los gobernantes bajen de la altura por fuerza de las ar-
mas o bajo el peso de la execración general, siendo así
que deben rodearse "de la legalidad y del mayor presti-
gio". Y con solemne deprecación a la Asamblea, conti-
núa: "¿Por qué se me ha de impedir que dé un paso que
podrá ser un precedente y un ejemplo fecundo en pro-
vechosos resultados, y ha de estrechárseme a violentar mi
conciencia y hollar a sabiendas mi deber? La Patria no
puede quererlo: la Asamblea Nacional, que es su legítima
representación, no lo ha de querer tampoco."

Mas ni por esas ni por esotras. La Asamblea no se


dejó convencer: estaba dispuesta a que Justo Rufino, por
lo menos esta vez, no se saliera con su gusto. La contes-
tación vino enseguida.

Ha sido muy penoso para la Asamblea la resistencia


del Benemérito; pero ni el genio de Justo Rufino ha po-
dido debilitar los argumentos de los honorables padres cons-
criptos. ¡Cuan poderosos serían! La razón de los señores
diputados están apoyadas por "la justa y natural zozo-
bra derramada por todos los ámbitos de la República", a
la sola idea de que se aparte del poder Justo Rufino.

Ya para entonces se ha recurrido al gastado y desacre-


ditado expediente de levantar actas para rogar al Patrón,
que continúe su sacrificio personal por el país. El Congre-
so, seguro de que cuenta con este respaldo, se atreve a
decir: La Asamblea no puede "resignarse" al sacrificio de
sus convicciones ni aún para agradar al Padre de la Pa-
tria; "y menos pudiera contrariar la manifestación exolí-
cita, general y de raro ejemplo, de un pueblo entero
que os llama y os ruega con el afán del cariño, continuéis
encaminándole por la senda de la ventura".

Ante el "clamor y la zozobra general" contra la ina-


ceptable determinación del Benemérito, la Asamblea se
encuentra en la imposibilidad de darle gusto, y unánime-
mente, por sí y como representante del pueblo guatemal-
teco, ha resuelto rogar a Justo Rufino que continúe ejer-
ciendo el poder como presidente constitucional.

Y cierra con este párrafo digno de un senado tiberia-


no:

—285—
"Resignaos, señor, a recibir las ovaciones que legíti-
mamente os son debidas por vuestro encumbrado patrio-
tismo, hoy más que nunca elevado, y ocupad la Presi-
dencia Constitucional, acordándoos de que este sacrificio
de vuestra parte, os lo impone vuestro mismo amor al
pueblo que os reclama."

¿Quién tan duro de seso que no se rindiera a tales


argumentos? Fácil es convencer al hombre de lo que le
halaga. De allí el éxito sin esfuerzo de los aduladores y
el grave daño que causan. Justo Rufino no sólo creyó
que debía aceptar, sino también que era, tal como se pro-
clamaba él mismo, un hombre justo, ecuánime y benig-
no; un estadista insigne, un patriota sin par y un bene-
factor del pueblo guatemalteco.

Justo Rufino, el hombre que no retrocede, el carácter


de resoluciones firmes, el que no hubiera mudado de pen-
samiento cuando se trataba de expulsar Jesuítas y Obis-
pos, ni retirado su mano de las arcas nacionales, ni sus-
pendido una orden de torturar, de flagelar, de asesinar o
de comenzar una guerra injusta e innecesaria entre pue-
blos hermanos; este hombre firme y resuelto va a cambiar
de opinión, quizás —
digámoslo en su honor —
la única vez
en su vida pública: Justo Rufino, contrariando sus más
hermosas ideas y sus más caros sentimientos, va a pasar
por seguir de presidente de Guatemala; pero eso sí: ya
no se llamará dictador, sino presidente constitucional; na-
da importa que las cosas queden tal como estaban y acaso
peores; lo esencial es el hombre, no la sustancia.

En verdad eso basta para los que en la vida represen-


tan una farsa.

Pero la aceptación es también parte de la comedia.


He aquí esta escena interesante del papel de Justo Rufino:

"Ya me formaba la ilusión de volver pronto a las ta-


reas de la vida del ciudadano privado; ya contaba con
dejar a mis hijos la más preciada herencia, la herencia de
un ejemplo útil al pueblo y a la causa de la democracia;
y me halagaba con la idea de haber conquistado un tim-
bre de legítimo orgullo, siendo el primero en demostrar
con hechos, que los destinos todos en una república son
un cargo y no una propiedad. Esa numerosa juventud, me
decía yo, que hoy crece y se educa en la escuela y en las

—286—
máximas de la libertad, y que ha de venir mañana a di-
rigir la suerte de la Patria, necesita más que de palabras
hermosas, de lecciones prácticas y bendecirá mi nombre y
lo guardará en su corazón con cariñoso recuerdo, si se
me deja realizar este ejemplo de desinterés y de pureza
republicana. Esa juventud aprenderá hoy mismo, en el
momento en que yo deje el Poder, que no son teorías ni
declamaciones los principios y que la alternabilidad en el
Gobierno no es una utopía sino una realidad, y cuando
ella venga a gobernar, procederá con la misma lealtad y
patriotismo, üjí pueblo, me decía yo también, a quien de-
bo las más sinceras y elocuentes demostraciones de adhe-
sión y cuyo porvenir debo asegurar a toda costa, apren-
derá que el cambio de personas en la Presidencia puede
ser pacífico y digno, y comenzará a ver que para esa ins-
titución, que es un suceso accidental, no hay necesidad
de que el país vista de luto, y que a causa de la tenacidad
y ambición de un hombre, hay mujeres que en el descon-
suelo de la viudez, lo maldigan y niños cuyas primeras
palabras sean para execrar el nombre del autor de su
desamparo y orfandad. El pueblo se inspirará en la le-
galidad y un país pequeño empezará a desterrar la cos-
tumbre de que los mandatarios se apoderen del Gobierno
como una fiera de su presa, y no la abandonen sin duelo,
sin lágrimas y sin sangre."

Mas la Representación Nacional le arrebataba esta glo-


ria, la única que ambiciona y que le honraría en la pos-
teridad. Sin embargo, le queda la satisfacción de haber
rechazado el poder varias veces.

La Presidencia Constitucional está aceptada. ¡La A-


samblea Constituyente de Guatemala ha triunfado! ¡Des-
pués de qué lucha! Nada extraño que ahora respire tran-
quila y satisfecha. Oigámosla:

"La inquietud y el desasosiego de la Representación


Nacional, la vacilación, la duda y la justa ansiedad del pue-
blo de Guatemala habían llegado, señor Presidente, a un
extremo indefinible." La sola amenaza de que el Pa-
trón quería dejar el chicote trajo indefinible alarma, des-
aliento y profundo desconcierto en el pueblo guatemalte-
co.

Las filigranadas adulaciones con que el Congreso ha


obsequiado a Justo Rufino, no parecen suficientes a los

—287—
honorables diputados, y aprovechan la ocasión para afian-
zarlo más en su vanidad, halagándole con las virtudes que
menos poseía: "Nosotros nos decíamos a nuestra vez:
ese pueblo amante de la libertad y del progreso, ese pue-
blo antes postergado y envilecido, hoy levantado por Vos
y por vuestra acción decidida y enérgica a la altura que
tiene. ."
. El pueblo guatemalteco, las instituciones re-
publicanas, todo lo ponía al borde del abismo el aleja-
miento de Justo Rufino. Este cuadro triste y desgarrador
aterraba a los señores diputados, y por eso se vieron obli-
gados a no aceptar la renuncia. Pero afortunadamente el
Benemérito "se rindió al fin al clamor general" y otorgó
su "generosa" aceptación, la cual "ha venido a despejar
los horizontes de la patria".

No debe Justo Rufino temer el juicio de la posteridad;


porque "imperecedera bendición" de ésta y la "gloría
la
inmarcesible" serán la recompensa de su "inimitable ab-
negación". La juventud que se educa bajo el régimen
rufiniano, también lo bendecirá por "la elevación del prin-
cipio de alternabilidad en el poder, y la consagración de la
idea del respeto profundo al voto popular. .
."

El 15 de marzo de 1880 tomó posesión de la Presiden-


cia Constitucional Justo Rufino. Entró al salón de sesio-
nes cuando aún no se le esperaba. El Presidente del Con-
greso — —
relata un testigo presencial se puso en pie y le
,

ofreció su asiento. Justo Rufino tomándole de los hom-


bros, le obligó a sentarse, y él ocupó la otra silla a la
derecha.

Después de haber prestado el juramento de servir el


cargo con fidelidad, pronunció estas palabras: "Me he re-
signado a aceptar, sacrificando mi tranquilidad privada,
por satisfacer los reiterados deseos de mis amigos y en
obsequio de mi patria."

¡La commedia e finita!

No creemos que Justo Rufino se propusiera imitar a


Tiberio, emperador romano;lo más probable es que nun-
ca hubiese leído a Tácito, a Suetonio, a Dión; pero es el
caso que sus procedimientos se igualan mucho a los de
aquel tirano. En disimular la ambición, que sin embargo
todos descubren, Tiberio y Rufino aparecen muy semejan-
tes en el siguiente pasaje de Suetonio (XXIV):

—288—
1
'Aunque Tiberio no vacilase un momento en apode-
rarse del mando y ejercerlo; aunque tenía ya en derre-
dor suyo, con numerosa guardia, el aparato del honor y
de la fuerza, no dejó de rehusarlo largo tiempo con im-
pudentísima comedia, contestando a las instancias de sus
amigos, que ignoraban cuánto pesaba el mando, y man-
teniendo en suspenso, por miedo de respuestas ambiguas
y artificiosa vacilación, al Senado suplicante y consterna-
do. Algunos perdieron la paciencia, y un senador excla-
mó entre la multitud: "Que acepte o desista"; otro le di-
jo cara a cara: "que era costumbre esperar mucho tiem-
po para hacer lo prometido, pero que él empleaba mucho
tiempo para prometer lo que había hecho." Al fin acep-
tó el mando como obligado, deplorando la miserable y one-
rosa servidumbre que le imponían, y reservándose como
condición la esperanza de dimitir algún día. He aquí sus
propias palabras: "Esperaré el momento en que juzguéis
equitativo conceder algún descanso a mi vejez."

—289—
Capítulo XXV
EL PATRÓN CONTINUA INTERVINIENDO
EN CENTRO AMERICA
Estaba muy avanzada ya la obra de transformar a
Guatemala en un feudo del liberalismo rojo: el látigo, la
sangre y la mordaza son infalibles instrumentos para lo-
grar tal resultado. Así conseguiría más tarde Lenín con-
vertir a Rusia a un rojismo de más alto grado, pero siem-
pre en la misma línea de caracteres que determinan el
género.

Sin embargo, mientras el criterio no se convierte, las


voluntades no están ganadas; y el criterio se transforma
con el estudio. Había que dar a conocer y amar los prin-
cipios del liberalismo, pintándolo con los colores mas bri-
llantes y atribuyéndole los propósitos más nobles. Con
este objeto Justo Rufino y los suyos estaban ya en pose-
sión de la enseñanza; por ese flanco no se había dejado
ningún resquicio al enemigo. Para completar el progra-
ma de "Reforma" se imponía escribir una historia ad hoc,
en que los adversarios aparecieran opuestos al progreso
y la libertad, opresores y explotadores del pueblo, respon-
sables de todos los crímenes y traiciones; y los liberales,
bregando siempre por la conquista de libertades, garantías
y derechos; entusiastas por la instrucción y el progreso.
Se encomendó esta tarea al Dr. Lorenzo Montúfar.
La comenzó donde la había deiado don Alejandro Marure,
escritor elegante, a quien su liberalismo no impidió ajus-
tarse a la verdad, aunque no siempre disimuló sus incli-
naciones partidistas.

—291—
Se puso a la obra el Dr. Montúfar con la acuciosidad
que le era propia; registró archivos, coleccionó documen-
tos, consultó autores; pero a un mismo tiempo, y como
parte de su misión, destruyó y alteró lo que no convenía
a su objeto.

Citaremos a este respecto autores guatemaltecos a


fin de alejar la sospecha de que tal afirmación es hija
de nuestra fantasía.

Refiere don José Azmitia: "Ya que de historia patria


hablamos nos viene a la memoria un caso que justifica
cómo se escribe: se acercó don Francisco Lainfiesta a exa-
minar el trabajo de un cajista, que lo ejecutaba en su im-
prenta, y fue tanta su sorpresa al notar los hechos que
allí relataba el Sr. Montúfar por estar reñidos con la ver-
dad histórica, que tomó la prueba, y, con ésta, se dirigió
al Ministerio de la Guerra, para llamarle la atención a Ba-
rrundia, que desempeñaba tal puesto, acerca de la exacti-
tud de lo relatado. Tronó la carcajada de Barrundia, quien
-mtre risotadas le explicó al Sr. Lainfiesta: "Tonto, no Es-
cribimos historia, hacemos guerra a los cachurecos (1)."

Don Federico Hernández de León dice: "El Dr. Mon-


túfar preparaba sus papeles para la Reseña. Un día cier-
to amigo le vio como rompía algunos papeles autógrafos,
y como el amigo le afeara su conducta, don Lorenzo res-
pondió con toda frescura: "Yo escribo la historia de los
liberales y no la de los serviles; y esos papeles nos ha-
cen daño."

El archivo que así mutilaba Montúfar era el de Rela-


ciones Exteriores. Igual destrozo hizo en el de la Asam-
blea Legislativa, donde, entre otros documentos, destruyó
un voto razonado del Lie. Antonio Machado, de gran im-
portancia histórica, y su propio discurso de 1876 en que
abogaba por la dictadura de su Patrón.

Nada extraño, pues, que un escritor chileno dijera:


"la Reseña Histórica no puede tomarse en serio como obra

(1) Citado en el Diccionario Histórico Enciclopédico de la


República de El Salvador, por Miguel A. García, to-
mo V. pág. 395.
—292—
de historia, porque en realidad no es otra cosa que un fu-
ribundo alegato contra el Partido Conservador (1)."

Comprendiendo que la historia republicana que escri-


bía Montúfar necesitaba completarse con la historia colo-
nial, origen de nuestras nacionalidades, encomendaron es-
te trabajo al célebre novelista conservador don José Mi-
lla. Ningún mal podía hacer Milla, disertando en un cam-
po ajeno a nuestras divisiones políticas actuales, y su coo-
peración daba apariencia de imparcialidad a la reconstruc-
ción histórica que emprendía Justo Rufino.

Llevó a cabo Milla su tarea con elegancia y veraci-


dad, con que su historia ha venido a ser una de las me-
jores de la bibliografía centroamericana. A
su muerte con-
tinuó su interrumpida labor el igualmente pulcro histo-
riógrafo don Agustín Gómez Carrillo.

La misión de escribir la historia le fue acordada a Mi-


lla antes de la ascensión de Barrundia. Este no hubiera
consentido tal, pues envidiaba de muerte al selecto nove-
lista. Dice Enrique Guzmán: "La memoria del notable
escritor guatemalteco don José Milla es por extremo odio-
sa para el favorito de Barrios. El que en presencia de don
Martín o de alguno de sus numerosos espías elogiase las
obras o el carácter de Salomé Jil (anagrama de José Mi-
lla), haría bien en salir luego de Guatemala, si no quiere
ir el día menos pensado a conocer la Penitenciaría o en-
trar en íntimas relaciones con el espantoso ñor Vicente.
La lectura de "El Visitador", de "Los Nazarenos", o de
"La Hija del Adelantado" es hoy aquí mil veces más pe-
ligrosa que lo era la de un libro herético en los tiempos
del Santo Oficio."
• * •

Aunque Justo Rufino había prometido repetidas veces


a sus colegas de Centro América guardar paz, lo cual im-
plicaba una promesa de no intervenir en los asuntos in-
ternos de los otros Estados, sin embargo, no quitaba el
dedo del renglón. Después de algún tiempo de quietud,
comenzaba ahora a dar señales de agitación.

(1) Manuel Cobos Batres, Carrera, págs. 86-7. Cita los


artículos de Hernández de León publicados en "Nues-
tro Diario", núms. del 12 de julio de 1927 y del 11 de
julio de 1929.

—293—
A fines de marzo de 1880 envió de Ministro Plenipo-
tenciario a Nicaragua al Lie. Cayetano Díaz Mérida. Per-
tenecía este sujeto de lleno a la camarilla íntima de Jus-
to Rufino y estaba identificado con él en sus planes de
persecución al catolicismo. Dice Enrique Guzmán que Ru-
fino lo nombró Ministro, porque propuso destruir la ca-
tedral de Guatemala.

La misión de Díaz Mérida se relacionaba con el cons-


tante miedo que tenía Justo Rufino al inquieto General
Guardia, presidente de Costa Rica, que había demostrado
ser capaz de amenazar el feudo del Patrón guatemalteco
con una expedición pirática a las costas norteñas de Hon-
duras. Consta por extenso, en las cartas de Justo Rufino
al Dr. Adán Cárdenas, Ministro de Relaciones Exteriores
de Nicaragua, que por lo menos lo principal de la misión
de Díaz Mérida llevaba por objeto conjurar aquel peli-
gro que tan nervioso tenía al señor omnipotente de Gua-
temala.

Dice Rufino a Cárdenas, con fecha 18 de febrero de


1880: "Ud. es uno de mis mejores amigos a quien aprecio
y dis tingo"
. Más abajo Rufino, según su costumbre, se
refiere a su propia persona en términos laudatorios: "Cuan-
do traté a Ud. personalmente, habría observado que mi
carácter es por naturaleza franco y sin embozo, y usando
de la misma franqueza diré a Ud. con sinceridad cuanto
pienso que pueda concurrir al objeto que Ud. se promete.
Supongo que si no ha llegado, llegará muy pronto a esa
el Ministro de este gobierno, Lie. Cayetano Díaz: Ud. ha-
blará con él y sabrá detalladamente el primordial objeto
de su misión, que en resumen se reduce a recabar cual
sería la conducta y actitud de ese Gobierno en el caso de
que Guardia auxilie alguna facción, o, de cualquier otra
manera ostensible, intente trastornar el orden en estas
repúblicas para lo cual parece se prepara de una ma-
nera seria; porque si eso lo verificare, estos gobiernos no
sufrirían más sus constantes maquinaciones y sería el caso
de declararle la guerra de un modo serio al constante revo-
lucionario que la había provocado.

"Ya sabía yo la compra que hace de pequeños bu-


ques en los dos mares; pero eso no debe llamar la aten-
ción al señor Presidente Zavala, ni menos alarmarlo, sa-
biendo quién es Guardia y el objeto de sus planes. Yo
no le doy ninguna importancia a la compra de esos bu-

—294—
ques, porque no sirven para otra cosa que para hacerle
un agujero al tesoro público, y no creo que se lance a una
quijotesca empresa contra nosotros, por más que sean
bien conocidos en esa república todos sus pasos en el sen-
tido de revolucionar a Centro América, que es el sueño de
sus ilusiones."

Aquí se nos presenta otra vez Justo Rufino tal cual


es: cobarde ante la agresión, y maestro en el disimulo de
su miedo. Mientras él vive temblando de pánico desde
que Guardia ascendió de nuevo al poder, intenta persuada
al presidente de Nicaragua que sacuda el miedo que está
devorando al propio Rufino. Y para consolarse, exclama
con una petulancia que le va muy mal con el temblor de
piernas que se le adivina: "yo no doy ninguna importan-
cia a la compra de esos buques".

daba o no, él mismo lo dirá en otra carta eme di-


Si la
rigió a Cárdenas el 23 de marzo de aquel mismo año, cu-
yos párrafos finales dicen así:

"Tengo informes exactos de que Guardia piensa ejecu-


tar ya uno de esos actos vandálicos, que ha venido arre-
glando con los descontentos de todos los Estados, para en-
cender el fuego de la revolución: todo esto es bien sabi-
do allí y aún ya lo denuncia el periódico El Porvenir, que
se publica en esa capital; de manera que no son un secre-
to los conatos y preparativos que se hacen contra la paz,
y de seguro que Nicaragua no tiene garantía de que su
neutralidad la salve, de no ser envuelta en los horrores
y trastornos de la revolución; porque si es posible decir
dónde y cómo principia esta, es muy difícil puntualizar
cómo termine.

"Yo soy enemigo declarado de la guerra, porque sé


lo que atrasa y desacredita estos países, y hará como lo
he hecho hasta hoy, esfuerzos sobre humanos si se quie-
re, para conservar la paz, único elemento a cuya sombra
pueden prosperar y allegar un porvenir halagüeño; ñero
e^os esfuerzos tienen un límite. Cuando se hace en Costa
Rica de la política revolucionaria un oficio, que amenaza
constantemente la paz y que ante esa amenaza es del to-
do imposible que se consolide: cuando va a ejecutarse ya
o se está ejecutando la serie de atentados que se anun-
cian, pienso que se hace preciso buscar los medios de ase-
gurar esa paz, si es que de veras la deseamos. Por esto.

—295—
pues, estamos resueltos a que si Guardia intenta una re-
volución o hace una invasión en cualquiera de las tres
repúblicas de El Salvador, Honduras o Guatemala, decla-
rarle la guerra p#ra poner coto de una vez a constantes
perturbaciones.

"Para cuando llegue ese caso, que ya se anuncia, ne-


cesitamos saber qué actitud tomará el Gobierno de Nica-
ragua; y al efecto, se comunican instrucciones al Sr. Mi-
nistro Díaz, para que oficialmente recabe de ese Gobier-
no, cuál será esa actitud y en qué disposición se halla, si
lleva a efecto sus amenazas el enemigo común.

"Yo deseo mucho que Ud. me hable con la misma in-


genuidad y franqueza sobre este punto, porque creo que
a Ud. no se oculta, que Guardia no es amigo de ese Go-
bierno, ni mío especialmente por haberle negado los auxi-
lios que vino a pedirme contra Nicaragua, como no lo es
tampoco de los otros gobiernos de Centro América; y que
como enemigo está en disposición de hacer a Uds. más da-
ño que a mí por circunstancias que a Ud. no le son des-
conocidas. En esto como en todo deseo que nos enten-
damos con sinceridad y franqueza, pues, lo considero a Ud.
animado de los mejores sentimientos respecto a la paz y
tranquilidad de estos Estados, y porque no juzgo digno que
sólo seamos pacíficos y neutrales espectadores cuando se
nos ataca ya, de una manera que peligran los intereses
de todos. Si como no lo espero, Guatemala, El Salvador
y Honduras llegaran a revolucionarse, no puede ocultar-
se a Ud. que Nicaragua no quedaría excluida observando
su neutralidad, pues, sería igualmente arrastrada de gra-
do o por fuerza a hacer causa común con unos u otros,
y los resultados serían de incalculable trascendencia.

"Yo tengo mucha confianza en que Ud. con su buen


sentido y acertado juicio, me dará la razón tanto más cuan-
to que enemigos como somos de la guerra, estamos en el
deber de buscar el camino que conduzca a no darle ca-
bida en lo sucesivo y eliminar cuanto se oponga a esa paz
que tan caro nos cuesta."

Pero es indudable que algo más que esto llevaba en


cartera el Plenipotenciario Díaz Mérida; algo más espeso
que no podía fiarse a las cartas dirigidas al Ministro, por-
que tanto hubiera valido poner en guardia al Gobierno
contra el que iba endilgada la madeja de intrigas que

—296—
estaba urdiendo Justo Rufino contra los que no se avenían
a servirle de dóciles instrumentos. Pero este reverso de
las intrucciones del Ministro guatemalteco se traslució en-
tre los liberales y fue consignado en el Diario Intimo de
Enrique Guzmán.

En los comienzos de abril de 1880 fue recibido oficial-


mente Díaz Mérida, y por estas mismas
fechas, el 14, a-
punta Guzmán llega: que el Lie.
la primera noticia que le
Cayetano Díaz Mérida venía a Nicaragua a proponer un
tratado de alianza contra Guardia, y a ponerse en rela-
ciones con el partido opositor de Nicaragua para ver si
convendría a Rufino intentar un cambio político en este
país.

lo visto, Guzmán estaba bien informado: mejor


Por
que Ministro Cárdenas. Si Zavala no se ofrecía como
el
muro para contener al temible Guardia, Díaz Mérida se
entendería con sus opositores para derrocarlo. El Pleni-
potenciario, sin duda en búsqueda de posibles revolucio-
narios, visitó en Granada a Guzmán, como que éste era
uno de los liberales más destacados que había por enton-
ces en aquella ciudad. Por las cuentas, Díaz Mérida está
satisfecho de Zavala, pues dice a Guzmán, que el Presi-
dente de Nicaragua "es muy librepensador". Guzmán,
que era muy amigo personal de Zavala, confirma a Díaz
Mérida quizás con ánimo de alejar la tempestad de su
patria, que el Presidente de Nicaragua es amigo leal de
los gobiernos de occidente.

No es aventurado sospechar que el Ministro Díaz Mé-


rida trató con el gobierno de Nicaragua algo más que la
alianza contra Guardia. Los antecedentes de Justo Rufi-
na, su odio a los Jesuítas y constante empeño de echarlos
de Centro América, aquella frase de Díaz Mérida que ca-
lifica de "muy librepensador" a Zavala, el temor que ins-
piraba el Patrón de Guatemala a sus vecinos, y finalmen-
te, la expulsión de los Jesuítas un año más tarde, todo
induce a creer que Díaz Mérida pidió que fueran extra-
ñados de Nicaragua los padres como parte de la alianza
que venía a proponer. La perenne amenaza de Justo Ru-
fino por el asilo que se daba a estos sacerdotes, y la pro-
paganda de los incrédulos contra la Compañía de Jesús,
habían creado un ambiente propicio a la expulsión bajo
cualquier pretexto.

—297—
El conocedor de aquella época, el historiador don Es-
teban Escobar, informó al autor de esta biografía que de
Guatemala había venido un ministro especialmente a exi-
gir la expulsión de los Jesuítas; pero no consta, como es
fácil de comprender, ningún indicio documentado de tal
exigencia. Todas las anteriores de esta naturaleza se ha-
bían hecho por escrito o en proyectos de tratados, y ha-
bían fracasado con rechifla del prepotente gobierno de
Justo Rufino, cuyos deseos eran ejecutados sin discusión
en El Salvador y Honduras. Y así hubiera sido esta vez
también en Nicaragua, a no haber reinado en las esferas
del gobierno aquella impía inquina contra la Compañía de
Jesús.

No hay duda que Zavala se vio envuelto en las re-


des que le tendía el Patrón, y que intentó zafarse de ellas
cuando ya era muy tarde. Prueba de esto es que quiso
depositar el poder —dice Guzmán en su Diario el 7 de julio
de 1880 — pero sus amigos lo disuadieron. ¿Intentaba con-
,

jurar la expulsión entregando el gobieron a otro que no


hubiese contraído tal compromiso? ¿Se resistía a romper
con Guardia?

Al lado de occidente la tempestad se anunciaba con


señales no menos manifiestas. Justo Rufino había llama-
do a sus procónsules Zaldívar y Soto a Escuintla para una
conferencia unionista. Guzmán, que conoce bien estos
juegos, exclama: ¡Farsa, farsa! Pero al mismo tiempo
llega de Costa Rica la voz de que Rufino se lanzará con-
tra Nicaragua y Costa Rica. Sin embargo, Zaldívar logró
salirse una vez de la trampa en que había caído; pretex-
tando que su esposa estaba enferma en San Salvador, re-
gresó a toda prisa. Esto enfrió al Patrón con su testa-
ferro, y Guatemala y Honduras rompieron relaciones di-
plomáticas con El Salvador.

¿Qué metida de pata hizo entonces el Dr. Montúfar,


Ministro de Relaciones Exteriores? Es el caso que Guz-
mán apunta en su Diario que el Pontífice del liberalismo
el marimbón o el farolón como le apodaba Justo Rufino,
había sido desterrado a Washington con nombramiento de
Ministro Plenipotenciario. En Nicaragua al mismo tiem-
po se expulsaba al Gral. Miranda, salvadoreño conserva-
dor que no cortaba flores con el Patrón guatemalteco.
"Todo esto indica —dice Guzmán — que la tempestad se
aproxima."

—298—
Mas sin duda Justo Rufino comprendió que no era
tiempo aún de lanzarse a la aventura; México estaba a las
espaldas, y con su gobierno mantenía relaciones precarias
a causa de la diferencia por fronteras. Convenía arreglar
antes este asunto y de paso solicitar el apoyo norteame-
ricano para desembarazar sus movimientos militares unio-
nistas.

Además, según dice Mr. Burgess, la idea unionista no


se hallaba definidaaún en la mente de Justo Rufino. ¿Qué
lo hacía vacilar? Indudablemente no estaba seguro de la
buena fe de sus colegas de Honduras y sobre todo de El
Salvador. Algo traslucía él contra la sinceridad de Zal-
dívar. Y
a ello se agregaba los consejos desconfiados de
sus íntimos. Pero Justo Rufino, si bien guardaba una ac-
titud de acechanza, no daba su brazo a torcer. Aestos
que le soplaban palabras de suspicacias contra Zaldívar
les replicaba:

—A mí no me traicionará.

La agitación que Rufino producía en Centro América


se reflejaba en Guatemala, donde había más motivos de
inconformidad. Pero por la espesa red del espionaje del
Patrón sólo se escapan vagas noticias, que Guzmán con-
signa en su Diario: "Diciembre 16 de 1880: Corre el ru-
mor de que Barrios sofocó sangrientísimamente una re-
volución. Barrios ha matado a palos a varios conspirado-
res. . El pintor guatemalteco Salvatierra asegura que en
.

febrero de 1881 habrá guerra; que Rufino está resuelto a


botar a los conservadores de Nicaragua."

Sin embargo, la calma volvió pronto a los Estados;


pero la tempestad no hizo más que retrasarse.

Entretanto en Guatemala persistía el ritmo de lo que


habían dado en llamar "libertad y reforma". Observa Mr.
Burgess que Justo Rufino seguía siendo el mismo dictador
de siempre, pero ahora con el título de Presidente Consti-
tucional; y aunque la Asamblea Legislativa estaba reu-
nida, el Patrón le manifestaba su menosprecio, sustituyén-
dose a ella; pues mientras él dictaba 261 decretos de su
propia cosecha, aquella no había pasado de 13, unos de
mera fórmula, y otros en que se aprobaban los actos del
Ejecutivo, se declaraba legalmente electo a Justo Rufino
y se le concedía el título de Benemérito de la Patria.

—299—
Una anécdota de la época nos revela hasta qué punto
Justo Rufino mantenía sujetos y humillados a los repre-
sentantes del pueblo.

Entre los noveles diputados se hallaba el poeta Mi-


guel Ángel Urrutia, quien, sin duda conservando en su co-
razón vestigios de las lecciones de dignidad humana que
había aprendido de los Jesuítas, sentía la necesidad de
oponerse al despotismo asiático del Patrón, y no se em-
bozaba para manifestarlo. Hasta dijo ciertas frases har-
to atrevidas para el ambiente, algo así como ser necesa-
rio romper las cadenas de la tiranía.

No faltó un chismoso que, para quedar bien, o ya por-


que pertenecía de delator, le fue con el cuen-
al vil oficio
to a Rufino. Este hizo llamar al pequeño vivaracho Urru-
tia, y a un compañero de opiniones. Junto con ellos, y
asimismo invitado por el Patrón, llegó otro diputado de los
adictos o fantoches, como los llamaba Urrutia con des-
precio.

Por supuesto que no se les ocurrió faltar a la cita.


Aunque comprendían que no era para algo agradable,
eludir la "fina" invitación de Rufino hubiera sido el tD^or
y más inútil de los desatinos.

Al llegar a la mansión presidencial fueron introdu-


cidos inmediatamente. ¡Cosa rara y mala seña! El di-
putado adicto o fantoche, un tal Saravia, se quedó por
ahí, en alguna antesala. Ellos saludaron con extremosa
amabilidad, claro está, al Patrón y a la Patroncita, pues
la audiencia iba a tener lugar en el corredor, en la rueda
familiar. Y él, contestándoles en el mismo tono ¡otra —
mala seña! — di joles con fingida suavidad:
,

— Son ustedes gala de nuestra Asamblea, y deseo que


sus alardes de independencia los confirmen ante mí.

Y habiendo dicho, hizo que ambos honorables diputa-


dos se arrimaran a un pilar del corredor de la casa, y con
largas hebras de hilo que al punto proporcionó doña Pan-
chita, los ató al poste por el pecho, y volvió a decirles:

— Bueno, ¿no son ustedes los que van a romper las


cadenas de la tiranía? A ver si se atreven siquiera a
romper esos hilitos!

—300—
Cuando los honorables se vieron como Gulliver, pre-
sos con hebras sutiles, fue invitado a entrar en escena el
diputado fantoche Saravia, y quiso la coincidencia a lo —
mejor todo estaba de compadre hablado
precisa coyuntura se antojase doña Panchita

que en esa
,


por las
cuentas en estado de antojos —
de comer una hermosa na-
,

ranja, cabalmente la que estaba allá en la cumbre de un


árbol que en el patio de la casa crecía.

Todo fue saber el antojo de la Patroncita para que el


diputado fantoche se convirtiera en diputado-mono, y se
trepara al naranjo entre espinas y hormigas bravas a al-
canzar la codiciada fruta. Logrólo a costa de aguijonazos
y piquetazos, y en premio de esta hazaña el vulgo le dio
el sobrenombre de Mico, remoquete que heredaron sus
descendientes. Muy cómica debió de haber sido la figu-
ra que el Mico Saravia representaba de rama en rama,
cuando los aherrojados con los hilos de "libertad y re-
forma" no pudieron contener la risa y las convulsiones que
ella provoca; y uno de ellos, Urrutia, sin quererlo ni pen-
sarlo, rompió la hebra para mal de pus pecados; pero fue
tal el susto de haberlo hecho, que eso mismo le salvó, pues
se estuvo muy quieto, aparentando seguir estrechamente
suieto donde se le había colocado, como si el hilo roto lo
sujetase con más fuerza que las pesadas cadenas que Ru-
fino ponía a sus enemigos.

Todo lo veía y observaba con maligno placer Justo


Rufino, y satisfecho de haber humillado al par de petu-
lantes, sentenció:

—No saben ustedes ser consecuentes con sus princi-


pios; pero —agregó con fisga cruel— Urrutia sí "ha tenido
el valor" de reventar la hebra.
Mas llegó el momento en que a la Asamblea se le
permitió ejercer sus funciones y lo ensayó de un modo
poco airoso, principalmente en el ramo de economía, pues
estableció el sistema decimal en la moneda, adelanto pa-
ra el que no estaba preparado el pueblo guatemalteco y
que fue aceptado muy lenta y difícilmente. Al mismo
tiempo estableció un nuevo impuesto: el de la tasa sobre
la tierra, si bien se reducían los derechos de importación
sobre algunos artículos con intención de alentar el co-
mercio y el intercambio internacional; pero habiéndose
visto a punto de quebrar muchos comerciantes, fue sus-
pendida la ley y luego modificada profundamente.

—301—
Uno de los decretos "reformadores" tenía por objeto
el laudable propósito de estimular el cultivo del banano
en la Costa Norte, pues esa fruta alcanzaba precios hala-
güeños en los Estados Unidos. Pero fue tan mal trazado
el plan de este progreso, que poco a poco las tierras y plan-
taciones fueron cayendo en manos de extranjeros; a tal
punto, que a la fecha todas aquellas riquezas están en po-
der de capitalistas extranjeros, y hasta los jornaleros son
negros jamaicanos que hablan lengua extraña.

La Iglesia guatemalteca no se veía aún libre de su


perseguidor, ni se vería mientras diese señales de vida.
En lo temporal, Justo Rufino le arrebató los últimos vesti-
gios de la administración de sus antiguos fondos. En lo
espiritual, prohibió las procesiones fuera de los templos y
dispuso, adelantándose a los modernos perseguidores es-
tilo Calles, que ningún niño se bautizara sin haber sido
antes vacunado; pero aún le asestó otro golpe más rudo.

Desde 1879 se había decretado que el matrimonio só-


lo era válido si se contraía de acuerdo con las leyes del
Estado. Tanto valía, como desconocer en absoluto el ma-
trimonio canónigo, único practicado en Guatemala hasta
entonces. Pero ahora se imponía, como condición preci-
sa, que debía efectuarse antes el contrato civil. Era ne-
cesario forzar así la opinión de los creyentes que miraban
con desdeñosa indiferencia un matrimonio en que no cre-
ían. El artículo primero de esa ley contiene, como toda
la legislación y los actos de aquel gobierno, una manifies-
ta contradicción. Dice que "La ley respeta y garantiza
la libertad de todos los habitantes de la República para
celebrar matrimonios religiosos con la solemnidad del cul-
to a que pertenezcan. .
." Mas a continuación prohibe,
bajo rigurosas penas, que se efectúe la ceremonia reli-
giosa sin haber precedido la civil. ¿En qué quedaban en-
tonces las libertades de culto y de conciencia? La Repú-
blica del Patrón no reconocía a la Iglesia Católica sino
para oprimirla.

Mr. Burgess, pastor protestante, con un criterio sin


embargo más amplio y ajustado a las normas de la justi-
cia, califica tal disposición de chabacana (clumsy). Y
agrega que el sistema de los Estados Unidos o de Cuba
hubiera sido mejor; éste se limita a vigilar las licencias

— 302 —
matrimoniales y deja a los fieles en libertad de casarse
con el ministro de su credo religioso (1).

Hubo una ligera oposición en la Asamblea a esta ley


atentatoria y contraria a la libertad de conciencia bien
entendida. El Pbro. Ángel María Arroyo, que no se ha-
bía opuesto a la ley creadora del matrimonio civil, que-
ría ahora que éste se efectuara después y no antes del ecle-
siástico, sin omitir la pena de fuertes multas para quien
no cumpliera. Pero aún esta moción fue derrotada.

Para quien encuentra extraño que un sacerdote forma-


ra parte de un congreso rufiniano, y aún fuera amigo y
consejero del Patrón, vale explicar que uno de los re-
cursos de Justo Rufino en su política de hipocresías, era
rodearse de clérigos dóciles a sus antojos, para dar colo-
rido de ecuanimidad a sus relaciones con la Iglesia, apa-
rentando que sólo estaba contra los sacerdotes intransigen-
tes y obstruccionistas. Dice el guatemalteco Luis Batres:
"al propio tiempo que perseguía a los clérigos más honra-
dos de Guatemala, protegía y se apoyaba en los más per-
versos y desmoralizados."

Además, los alentaba en el camino de la corrupción.


A Enrique Guzmán le refirió el Pbro. Tomás Ramírez que
Justo Rufino se había dignado nombrarlo cura de San
Pedro Sacatepéquez, uno de los pingües curatos de Gua-
temala, y además le regaló quinientos pesos diciéndole
que eran "para sus fragilidades".

Enrique Guzmán nos ha trazado la vera effigies del


Padre Arroyo, de acuerdo con los informes que le dieron
en Guatemala: "El bendito Padre Arroyo, no tiene sen-
tido moral — —
dice es borracho consuetudinario, des ver-

il) A esto podemos agregar que al Estado no le interesa


más que prueba auténtica del matrimonio, y esa se
la
consigue con llevar al Registro copia autorizada del
acta; esta se inscribe y la certificación de esa inscrip-
ción constituye prueba. Así lo disponen algunas legis-
laciones, entre otras las de Nicaragua, Código Civil,
artículo 564. Luego, para lograr el verdadero fin civil
del matrimonio, basta ordenar que se inscriba el auto-
rizado por un ministro religioso, quien tendrá el cui-
dado de que los cónyuges estén en aptitud. Lo demás
es oprimir las conciencias.

— 303 —
gonzado, envidioso, extremadamente vano, y uno de los
más abyectos alcahuetes de Barrios". Agrega que vivía
incestuosamente con su hermana, en una casa junto a la
Catedral, regalo de su Patrón, y lo califica de "cifra y
compendio de todos los pecados capitales."
Algunos progresos materiales como el ferrocarril del
puerto de San José a Escuintla, el esfuerzo en la instruc-
ción pública, más aparente que real, la creación de la po-
licía nacional, quedaban oscurecidos o inutilizados con el
avance que hacían los vicios, los crímenes y los abusos
de los empleados públicos, principalmente en los depar-
tamentos.

La prostitución se había extendido de tal modo y ta-


les eran sus mefíticos resultados, que fue preciso regla-
mentarla, dándole carta de legalidad. Las mancebías fue-
ron autorizadas por la ley con tal que hubiera profilaxia.
Bueno es cuidar de la salud pública, pero no reducién-
dolo todo a ley del torpe materialismo. A par que se a-
brian lupanares, se clausuraban templos y se proscribía la
enseñanza del temor a Dios.

El veraz escritor guatemalteco José Azmitia dice que


el régimen de Rufino convirtió al soldado de su país en
un guiñapo de miseria", y que se vio a los soldados sacar
la pólvora de los cartuchos para venderla y comprarse
pan.

Cuenta Mr. Burgess que en los departamentos los Je-


fes Políticos constituían verdaderas calamidades, conver-
tidos en dictadores locales con las virtudes y vicios de los
tiranos típicos. Ejerciendo a un tiempo la autoridad ci-
vil, y la militar, el poder de los Jefes Políticos era muy
grande y en el mismo grado abusaban de él. Fue muy
corriente que dichos funcionarios se convirtieran en due-
ños de los animales y fincas de su jurisdicción, compra-
dos a un precio que ellos mismos fijaban. Obligaban a los
indios a trabajarles por un salario ínfimo o de balde; to-
maban venganza de sus enemigos, y hacían, en fin, cuan-
to les venía en antojo. Con verdad pudo decir Enrique
Guzmán, comparando el régimen de Rufino con el de Ca-
rrera: "Cualquier Jefe Político de Quezaltenango. cual-
quier Administrador de Rentas de Amatitlán acumula hoy
en veinticuatro meses un caudal tres veces mayor que el
que testó el monstruo devoto (Carrera), cuya voluntad era
ley indiscutible." Y en otro lugar:

— 304 —
"Dice Estupimián que cuando no recibía quejas de un
Jefe Político, luego lo quitaba: se complacía don Rufino
en el mal".

Mr. Burgess encuentra que aquel sistema de impartir


justicia tiene la ventaja de arreglar pronto y a poca cos-
ta los pleitos entre las partes, y que por esto el pueblo
prefiere someter sus diferencias al Jefe; pero, fuera de
que tal procedimiento se aparta del sistema democrático y
tiene todos los caracteres de la dictadura, se presta a a-
busos de parte de las autoridades cuando éstas tienen in-
terés o simpatía en el litigio, y es fácil hacer que lo ten^
gan. Estos métodos privan en Guatemala desde que el Pa-
trón fundó escuela. Tanto el Presidente de la República
como los Jefes Políticos resuelven los asuntos judiciales
al modo primitivo pero expedito de "a verdad sabida y
buena fe guardada". Fue una de las legítimas y perdu-
'
rables conquistas de la 'Reforma".

"Era tan avasalladora tendencia hacia el centralis-


la
mo —refiere Valladares —ningún
que no
,
se sustraía a
la absor-
ción del poder político cuerpo que antaño
hubie-
se tenido el menor asomo de independencia; y por eso se
cercenó a las municipalidades todos los derechos y prerro-
gativas que por las leyes y costumbres habían disfrutado
desde la Colonia, y se les redujo a meras dependencias del
poder administrativo, sin sombra de autonomía y como de-
sairadas figuras de decoración. Y no sólo en eso se las
transformó; antes bien hubiera sido, sino que se las em-
pleó en funciones de poca honra y sobrada responsabili-
dad. En donde se advirtió más lastimosamente semejan-
te metamorfosis fue en el Ayuntamiento de la capital, here-
dero de los antiguos cabildos coloniales que tenían el de-
recho de representar contra las provisiones reales y de re-
cursos ante el Consejo de Indias por los agravios de la
Audiencia y avance de los Capitanes Generales, que ejer-
cían jurisdicción amplia y dilatada y se regían por orde-
nanzas generadas en su propio seno; pero no heredero en
sus componentes de las virtudes personales de los anti-
guos regidores perpetuos y alcaldes del Valla y de los pro-
curadores de la ciudad."

La instrucción pública era asimismo víctima de las


contradicciones en que caía este régimen sectario. Com-
prendiendo que ésta es una necesidad y un vehículo del
progreso, Justo Rufino puso gran empeño en propagar la

— 305 —
enseñanza popular. Fundó una Escuela Normal; pero —
explica Valladares— ,"la mala organización de ésta y en
general de todos los servicios, impidió que se alcanzaran
los frutos esperados de la extensión de las escuelas y de
las cantidades dispendiadas; pero con todo, fue sensible el
aumento de la instrucción primaria popular."

El mismo autor hace ver que se sustituyeron viejos


colegios por otros nuevos, como el Instituto Nacional lla-
mado a suplir la devastación que se había hecho en cen-
tros religiosos y privados; mas advierte que aquella cen-
tralización no dio los resultados que se proponía Justo Ru-
fino, pues se tendió a dar a la enseñanza un carácter en-
ciclopédico en lugar de preparar el alumno para la pro-
fesión que había escogido.

A la par de estos esfuerzos se suprimía la Sociedad


Económica de Amigos del País que tanto contribuyó a de-
sarrollar la cultura de Guatemala en las dos centurias de
su existencia. "Tampoco era posible que viviera —dice
Valladares— otro cuerpo meritísimo cuyos prestigios se
habían hecho sentir desde su fundación y cuyo ascendien-
te llegaba a la Cámara, y a las esferas mismas del Go-
bierno: la Sociedad Económica de Amigos del País, crea-
ción de la época de Carlos de España y formada por ele-
mentos de la más alta ilustración y del más puro patrio-
tismo. Sus constantes estudios y encuestas; los certáme-
nes que abría; las clases que daba para el mejoramiento
y perfección de las Artes y los Oficios; las memorias dig-
nas de los más elogiosos encarecimientos y el fomento y
estímulo que extendió a la agricultura principalmente y
a la arqueología y la historia, y a las ciencias en general;
el empeñoso afán de sus miembros en todo orden de ac-
tividades para el adelanto de la Nación; todo lo hacía dig-
na de la gratitud de Guatemala y del respeto de las auto-
ridades y nada de ello impidió que por iniciativa del Dr.
Montúfar fuese suprimida como un cuerpo arcaico y ya
innecesario desde la creación del Ministerio de Fomento,
pasando su rico archivo y biblioteca a la Biblioteca Na-
cional; y su edificio, rentas y demás propiedades al Fis-
co. De igual manera suprimió el Consulado de Comer-
cio y se disolvieron las Juntas de Caridad del Hospicio,
escuela y casas de desvalidos y la Hermandad del Hospital
de San Juan de Dios, nombrándose en su lugar empleados
independientes de la secretaría de Gobernación. La cen-
tralización de toda actividad se mostraba en todos los ac-

— 306 —
tos del Ejecutivo, como palmario aparecía el afán de de-
molición de todo lo antiguo, sin sustituirse por nada mejor
ni análogo siquiera."

En su afán destructor, nada nuevo creaba Justo Rufi-


no; se limitaba a cambiar de nombre a los centros de en-
señanza sin mejorarlos. Tal pasó con la Escuela de Medi-
cina, de la que nos dice el testigo de visu Guzmán: "Es
un bonito edificio al occidente de la ciudad. Lo construyó
el Arzobispo García Peláez, destinándolo para Seminario.
El Gobierno actual, que es enemigo implacable de la re-
ligión católica, declaró propiedad nacional la obra que el
señor Peláez edificó con sus propios fondos, y destinó ese
edificio, sin tomar para nada en cuenta la voluntad de
quien lo levantó, a Escuela de Medicina. A estos inicuos
atentados contra el derecho se les llama aquí progreso,
libertad y reforma."

* * *

Hacia principios de 1881, los vientos que Justo Rufi-


no sembrara en Nicaragua el año anterior comenzaba a
dar barruntos de tempestad. Había que cumplir la pro-
mesa de expulsar a los Jesuítas, y no fue difícil encontrar
un pretexto. Los indios de Matagalpa se habían suble-
vado por el trato abusivo que se les daba a cambio de un
salario ínfimo, y al punto se adjudicó esta revuelta a ins-
tigación de los Jesuítas. Fue en vano que éstos quisie-
ran interceder por la paz, que pidieran oportunidad de
defenderse: ¡nada!. Se decretó la concentración a Grana-
da, y a poco se les expulsaba del territorio de toda la Re-
pública.

En esos días se vio claro la nefasta influencia de Justo


Rufino en los asuntos de Nicaragua. Otra vez el Presi-
dente Zavala quiso depositar; prohibió que viniera a Nica-
ragua el Obispo de Panamá, el jesuita Paúl, a consagrar
al nuevo prelado nicaragüense, el señor Francisco Ulloa y
Larios, y para que no quedara duda de donde venía el
huracán, escribía el Presidente Zavala a don Pedro Joa-
quín Chamorro, quien le pedía no expulsar a los Jesuítas,
que de no hacerlo temía no faltase en Centro América
quien apoyase una revolución con la bandera antijesuítica.
Con lo cual claramente aludía al autócrata guatemalteco.

No se hicieron esperar las calurosas felicitaciones de

— 307 —
Justo Rufino, en un lenguaje que dice muy bien de su odio
satánico a los hijos de Loyola y de su poca cultura, para
expresar los desahogos de su mal pecho.

Al Presidente Zavala le escribe:

"Guatemala, 2 de julio de 1881.

"Sr. General don Joaquín Zavala,


"Presidente de la República de Nicaragua, Managua.
"Muy estimado señor y amigo:
"He tenido particular satisfacción de recibir su gra-
ta de 8 del pasado junio que me doy el gusto de contestar.

"Efectivamente, como Ud. lo supone venía imponién-


dome por la prensa de los sucesos de Matagalpa, que ori-
ginaron la concentración en Granada de los Jesuítas que
allí residían y más tarde los ocurridos en León. Desde el
principio comprendí que la única solución posible era la
expulsión de esos sujetos que ya pretendían tomar en Ni-
caragua el puesto que acostumbran. Demasiado tiempo
tardaron sin provocar un trastorno, con la perniciosa pro-
paganda, preparando los ánimos, para tomar muy luego
el ascendiente que precisamente debe servir a sus planes.
Con la salida de tan recomendables sujetos, Nicaragua se
ha curado del cáncer más corrosivo, que más tarde debería
roerle las entrañas.

"A Ud. le ha cabido en suerte dictar esa medida sal-


vadora que tendrá siempre la aprobación de todos los cen-
troamericanos; yo también doy a Ud. mi sincera enhora-
buena por ella; y ojalá que jamás vuelvan a poner su in-
munda planta en estas regiones.
"El editorial de La Gaceta deManagua de 11 de Ju-
nio, explica perfectamente la digna
y enérgica conducta del
Gobierno en tan delicado asunto, y para conocimiento de
los guatemaltecos, lo mandé reproducir íntegro en el pe-
riódico oficial.

"Celebraré que una vez eliminado ese elemento desor-


ganizador, la tranquilidad impere y a su sombra pueda Ud.
continuar las obras de progreso que tienen comenzadas.

"Aquí las rezadoras y beatas han echado a Ud. mil mal-


— 308 —
diciones; por supuesto, que habrán hecho lo mismo las de
por allá, porque los beatos son los mismos en todas par-
tes, pero es muy satisfactorio para el gobernante tener la
censura de los fanáticos.

"Me repito como siempre de Ud. señor General su


affmo. amigo y S.S.

(f.) J. Justo Rufino Barrios."

Al Dr. Adán Cárdenas, Ministro de Relaciones Exte-


riores de Nicaragua, escribe en la misma fecha:

"Me he impuesto detenidamente de todo lo ocurrido


en esa República y que terminó la expulsión de la perni-
ciosa Compañía de Jesús. Parecía imposible que la paz pu-
diera conservarse por mucho tiempo en Centro América,
teniendo en su seno ese elemento absorvente, desorgani-
zador y enemigo irreconciliable de la libertad. Desde el
9 de junio se me comunicó por telégrafo de Honduras la
referida expulsión, que no me sorprendió, porque ente-
rado como estaba por la prensa nicaragüense de lo ocu-
rrido con el Instituto de Occidente (roto) de Matagalpa y
posteriormente sucesos de León, era lógico pensar que el
elemento del desorden no era otro que la estancia de los
Jesuítas; tanto más cuanto que la cuestión vino por sí sola
a colocarse en (roto) de cuyos dos extremos no era posi-
ble salir: "o el Gobierno o los Jesuítas"; y en este terre-
no, la resolución que le dio al asunto era ya esperada y
no podía ofrecer duda. Créame Ud. que han dado
gran paso con lanzar de allí esa canalla: más tarde habrían
hechado profundas raíces y habría sido difícil hacerlos sa-
lir sin derramar mucha sangre, cosa que los tiene sin cui-
dado. He dado mis felicitaciones al Sr. Presidente y aho-
ra las doy a Ud. a quien también corresponde en parte co-
mo miembro del Gabinete.''

Pero de nada sirvió a los gobernantes nicaragüenses


esta reverencia al miedo. Antes de cuatro años ya te-
nían de nuevo la amenaza, y esta vez convertida en la rea-
lidad de una guerra peligrosa.

— 309
:

Capítulo XXVI
ALGUNOS ASPECTOS DEL "REFORMADOR"
Y DE LA "REFORMA"
A medida que pasaba el tiempo bajo el régimen rufi-
niano, acontecía lo que era natural: el Patrón se iba con-
naturalizando con su destino, se sentía cada vez más due-
ño y señor de Guatemala y de los guatemaltecos, a extremo
de que un autor nos refiere que Justo Rufino solía lla-
mar a Guatemala mi república como quien habla de su ha-
cienda, de su mina, de sus hatos. Y a la par de este ajus-
te, el pueblo guatemalteco, obedeciendo a un principio
correlativo, se iba resignando a aquel régimen de violen-
cia hasta llegarlo a soportar como algo natural, bien así
como el cuerpo humano se adapta a una enfermedad cró-
nica e incurable, mantenida a fuerza de un régimen de
sacrificio.

Nada pinta mejor este proceso que los pequeños in-


cidentes de la vida de Justo Rufino en relación con el pue-
blo que gobernaba. Gozaba con mortificar a sus semejan-
tes, aún a los más allegados amigos y confidentes, y esos
placeres le proporcionaban a un tiempo aquel resultado
de dominio completo en todos los elementos sociales de su
país. He aquí tres anécdotas ilustrativas.

Cada 19 de julio, cumpleaños del Patrón, era un día


de fiesta. Los cortesanos se presentaban a congratular a
Justo Rufino en traje de etiqueta: levita, sombrero de co-
pa, guantes blancos, zapatos de charol. En uno de tantos
cumpleaños Justo Rufino recibió como presente un ver-

— 311 —
dadero cargamento de pescado fresco, que le enviaban del
puerto de San José. ¿Qué hacer con aquella pesca mila-
grosa? Había para el gasto y de sobra. Guardarlo era
imposible porque se corrompería. Justo Rufino imaginó una
broma de las suyas. Cuando los etiquetados visitantes, di-
putados, magistrados, ministros, generales, jefes políticos,
etc., estaban reunidos en su palacio festejándolo, he aquí
que se presentan los sirvientes con sendas bandejas car-
gadas de pescados; y empiezan a regalarlos a los concu-
rrentes en nombre del Patrón que los observa. ¿Quién
osaría rehusar el fino presente del Patrón ante sus ojos?
Todos se apresuraron a echar mano de los pescados; y era
de ver el esfuerzo que hacían por agarrar aquellos lucios
animalitos, que aún ya muertos, no querían dejarse pescar
por segunda vez. Mas al fin, cada uno se llevó el suyo
con el guante sucio y la levita oliscando a pescado. Mien-
tras tanto, Justo Rufino se reía, se reía, a carcajadas.

En otra ocasión en que Justo Rufino recorría el de-


partamento de Chiquimula llegó con su comitiva cerca de
un río. Teníanle preparado buen almuerzo, y para beber,
unos cocos. Ordenó Rufino a uno de sus ayudantes que
vaciara los cocos y los volviera a llenar con agua del río,
y así los dio a beber a sus amigos, mientras él hacía otro
tanto, y alababa de vez en cuando la exquisita agua de la
fruta. Luego que todos terminaron, preguntó Rufino a
cada uno qué le había parecido la bebida. Todos alabaron
la rica agua de cocos que les había dado a beber el Patrón;
pero éste les dijo:

— Es desconsolador para un gobernante que desea de


todo corazón el progreso de su país encontrarse con que sus
principales ciudadanos temen decir la verdad. Ninguno
de Uds. puede ignorar que no han bebido agua de coco si-
no agua del río. Hablemos con más sinceridad de lo que
ahora vamos a tratar que lo habéis hecho sobre el gusto
del agua de coco.

Justo Rufino exigía, pues, resultados opuestos de los


que necesariamente tenía que dar el método que emplea-
ba para dominar. A fuerza de palos había inculcado al
pueblo guatemalteco que era peligroso hablar libremente,
que era delito de lesa majestad contradecirle, y se entris-
tecía al palpar los frutos de su política y que a causa de
ella no le quedaban consejeros sinceros ni para advertir-
le que el agua de coco era agua de río.

— 312 —
De no se capeaban las enseñanzas de
estos alfilerazos
la Iglesia;con una chanza tan sofística como vulgar se pro-
pone demostrar que los sufragios para las ánimas del Pur-
gatorio es un negocio de los ministros del Señor.

Justo Rufino, que no era devoto ni siquiera creyen-


te, fingió deseos de sufragar por las ánimas de sus padres
difuntos. Llamó al efecto a un sacerdote y convino en
darle un peso por cada misa de réquiem. Luego que el
ministro había cumplido, Justo Rufino puso el dinero so-
bre una mesa y preguntóle:


Si Ud. ha sacado a las ánimas con estas misas, ¿pue-
de Ud. volverlas al Purgatorio?

—Ciertamente que no —contestó padre. el

—Entonces, puesto que ya conseguí que deseaba, lo


no hay inconveniente en que este dinero vuelva a mis bol-
sillos—y diciendo y haciendo, recogió monedas. las

Pero no todo iba de bromas en el sistema de doma


emprendido por Justo Rufino. Estos rasgos eran raros cuan-
do el Patrón estaba de buen genio, que era muy de tarde
en tarde.

Uno de los instrumentos creados por él para aterro-


rizar a los guatemaltecos fue la célebre Penitenciaría, que
la voz pópuli dio en llamar el rastro humano por las car-
nicerías que allí a diario tenían efecto. A
la par de esta
caverna de crímenes, y como un adminículo suyo, creó Jus-
to Rufino la Policía Secreta, integrada por una cáfila de
"oidores" que delataban cotidianamente lo que oían y lo
que inventaban.

Al frente de este verdadero antro de dolores colocaba


Rufino tipos de la más baja estructura moral, verdugos
sin escrúpulos ni entrañas. Pero a todos ellos superaba
Sixto Pérez y Ñor Vicente entre los destinados a marti-
rizar a los hombres, y la Rosario Ariza, a las mujeres.

Enrique Guzmán tuvo la paciencia de recoger y ano-


tar todo dato que se le diera en Guatemala cuando estuvo
allí emigrado. Su filiación liberal y el ser correligiona-
rio de Justo Rufino contribuyen a dar carácter de vera-
cidad imparcial a su testimonio. He aquí cómo enumera

— 313 —
y describe los tormentos que Rufino aplicaba en la Peni-
tenciaría: "Sacar los ojos de las órbitas, como en tiem-
po de los más feroces emperadores de Bizancio; comprimir
cráneos hasta hacerlos estallar; taladrar cabezas o
oído con largos y agudos clavos; destrozar manos en pie-
dras de afilar; arrancar dientes y muelas con tenazas de
herrero; bañar a seres humanos en petróleo y prenderles
fuego en seguida; el suplicio de la garrucha, el de la red,
el de la pila, el del balancín y otros mil que sería largo
enumerar fueron invenciones de los reformadores de 1871
a quienes estaba reservado aventajar en pleno siglo XIX a
Nerón y a Falaris." En otro lugar dice: "Se habla de nue-
vas revelaciones acerca de los horrores de la Penitencia-
ría: hombres precipitados de la azotea; arrastrados; muer-
tos en las minas, etc." El escritor Valero Pujol le dice a
Guzmán que "la historia no registra monstruo igual a Ru-
fino; que no se le puede comparar con las panteras sin
ofensa para estos carniceros; cuenta que en la Penitencia-
ría se sacaban los ojos a las víctimas inocentes; se tala-
draban los oídos con largos clavos; se machacaban los tes-
títulos, etc."

Uraga dice que para arrancar confesiones a los reos


políticos,Justo Rufino inventó la tortura del "apretón" que
consistía en estrujar las sienes de la víctima contra una
puerta (Pág. 33).

Ante este cuadro, lo de dar palos había quedado rele-


gado a segundo plano. A Lázaro Galdámez le dieron 118.
Al redactor de la América Central —
cuenta el mismo Pu-
jol— le dieron 500 palos, lo torturaron de mil maneras en
,

la cárcel, trataron de envenenarlo en el hospital y por


último pudo fugarse. Llegaron a 597 los que perecieron
por este bárbaro tormento, y a 11 los quemados vivos. El
Lie. Manuel Martínez, alias Cuch, se pegó un tiro cuando
lo llamó el Patrón para amenazarlo que lo mandaría a la
Penitenciaría, y mató al Sr. M. de la Cerda porque no con-
sintió que sus hijas saliesen en una representación teatral,
y a su hijo Fernando lo hizo conducir a pie y moribundo
a Guatemala.

El liberal mexicano Ignacio Martínez en su libro Via-


je Universal, nos amplía el retablo de dolores en que Ru-
fino tiene convertida a Guatemala, y de paso nos describe
la horrible muerte del verdugo Sixto Pérez.
Escribe Martínez:

— 314 —
"Un joven, Carlos Figueroa, hombre trabajador, hon-
rado y de algún valor, vive en el pueblo en que el coronel
Arcadio Cojulún es Jefe Político. A este militar le gusta
la esposa de Figueroa, y acusa al marido de conspirador
para deshacerse de él. Tiene Figueroa la buena suerte de
probar su inocencia en Guatemala, y vuelve a su tierra.

"Pero Cojulún le rodea de espías, que le molestan a


todas horas y con cualquier pretexto. Un día Figueroa gol-
peó a uno de estos esbirros. Pasan dos meses, y un día es-
tando en la capital de Guatemala muy tranquilo, lo llaman
a la Presidencial. Le amarran los brazos por detrás y se
lo presentan a Barrios. Este, después de cubrirlo de im-
properios, le da con un látigo en la cara; Figueroa le gri-
ta: "¡Tirano! ¡Miserable!" y se echa encima; pero como
está amarrado, cae, y así caído le siguió Barrios dando de
latigazos hasta que quiso. Luego lo conducen amarrado de
los brazos, chorreando sangre y fustigándole con un azo-
te de cuero de toro, por las calles principales para la Pe-
nitenciaría; haciéndolo pasar por frente de su propia casa.

"Al día siguiente lo sacan de la Penitenciaría, man-


cornado con una cadena a otro preso, con las uñas de los
dedos arrancadas, y con una parihuela para trabajar jun-
to al Castillo. Se le obliga a levantar enormes pesos y a-
carrear tierra, bajo el continuo vapuleo del látigo de to-
ro. Al volver a las diez del día a almorzar a la Peniten-
ciaría, le falta la fuerza y detiene el paso; una lluvia de
azotes le hace correr y alcanzar a los demás presos. Pasado
el almuerzo lo vuelven al trabajo, y soporta los últimos
azotes a las dos de la tarde, hora en que expira.

"Este es un caso típico; igual es la historia de millares


de víctimas.

"Hay sin embargo sus variantes. A un individuo lo


apalea y antes de matarlo le hace aplicar el castigo que su-
frió Abelardo. Los oficiales del cuartel, en que pasó la
ejecución, compadecidos de su suerte, cuando ya lo ven
muerto, compran un ataúd y mandan dar sepultura a sus
restos. Ese rasgo de debilidad lo castigó Barrios destitu-
yendo a los oficiales.

"Había un tal Sixto Pérez, infame verdugo de Barrios


que, cuando recibía orden de aplicar 800, 1.000 ó 1.200 pa-
los, que es la cantidad ordinaria, a un individuo, hacía

— 315 —
como que se equivocaba al contar para comenzar la pa-
liza de nuevo.

"A estos excesos de crueldad debió sus ascensos hasta


llegar a General. Ya jefe de esta graduación, consiguió
una bonita muchacha para casarse, y convidó a Barrios
para padrino.

'Gústale también a Barrios la novia, y retardando


4

con este o aquel pretexto la boda, de un mes para otro, lo-


gró seducir y apropiarse a la joven.

"Poco después, por sospechas de conspiración, pone


preso a Pérez, y eran tantas las palizas que éste recibía,
que no pudiendo ya soportarlas, se vació en el cuerpo una
lámpara de petróleo y se aplicó fuego. Su muerte fue te-
rrible: el recuerdo de la escena de ese hombre incendia-
do, corriendo entre los demás presos, de los cuales unos
querían apagarle, y otros huían por no ser quemados, ha
quedado único en su género.

"Para aplicar 1,200 palos a un infortunado, lo tienden


boca abajo que le rodean varios soldados con grandes mano-
jos de varillas de membrillo y al son de las cornetas y tam-
bores, le aplican palos, hasta que los colgajos de carne, de
los pies y de la nuca, se arrancan en las puntas de las va-
ras; entonces lo voltean boca arriba, y las piernas, el vien-
tre y la cara quedan convertidos en una masa deforme y
palpitante.

"Estas sentencias las da Barrios, después que él ha


aplicado por su propia mano, y en su casa o en su presen-
cia, los primeros palos a la víctima.''

Corroborando lo del suplicio del verdugo Sixto Pérez,


encontramos en el Diario Intimo de Guzmán lo siguiente:
"Cayetano Sánchez, ex-ayudante de Barrios le cuenta a
Romero que él vio y ayudó a quemar vivo a Sixto Pérez:
dice que Ñor Vicente vertió el petróleo sobre Pérez, y
que presenciaron la operación Alfonso Irungaray, Fernan-
do Alvarez, Jesús Anzueto y Doroteo López. Agrega Sán-
chez que los más crueles verdugos eran Arcadio Cojulún,
Pedro Villalobos y Pedro Ramos. Me cuenta que Barrios
mató a Sixto Pérez por una mujer con quien Sixto se iba

— 316
Nuevo aspecto del Patrón, su inclinación a faldas; y
no con los seductores recursos donjuanescos, sino, para
emplear la frase de Guzmán, con "los artificios galantes, a
usanza de Tarquino el soberbio, recursos amatorios de la
escuela del cíclope Polifemo, de que se han valido y se va-
len, para saciar sus libidinosos deseos, los sátiros endiosa-
dos que proclaman libertad y reforma".

La cárcel de mujeres era otra ergástula donde Rufi-


no martirizaba a las del sexo débil. A fin de alejar la
idea de que inventamos o siquiera exageramos, hemos que-
rido referir la historia de los tormentos rufinianos valién-
dose de autores que vieron algunos casos, o los oyeron de
testigos fidedignos, y los publicaron muchos años hace, sin
que nadie se atreviera a desmentirlos ni siquiera a cali-
ficarlos de abultados.

He aquí lo que nos refiere una testigo por conducto


de Enrique Guzmán:

"Una pobre hondurena llamada Manuela Moneada, a


quien conocí en noviembre del año pasado, me cuenta sus
desgracias y los horrores de la prisión de mujeres. Ella
pasó 19 meses en ese infierno.

"La prisión de mujeres es el antiguo convento de mon-


jas de Santa Teresa, y aquí se le designa generalmente con
el nombre de Casa Nueva. Van allí no solamente las mu-
jeres de mala vida, y las que han cometido algún delito,
sino también y con harta frecuencia, las sospechosas de de-
safección al Gobierno. Señoras muy encopetadas de Gua-
temala, entre otras doña Luz Batres, han estado en Santa
Teresa.

"Impera en la Casa Nueva, como reina absoluta, una


alcahueta de Barrios, una perdida, una verdadera harpía
llamada Rosario Ariza. Como todos los agentes del dicta-
dor, esta furia es cruel en sumo grado, y aseguran todos
aquí, que a fuerza de explotar a las desgraciadas víctimas
que caen bajo su tremenda garra, ha logrado reunir un
gran caudal.

"La Ariza recorre todo el día las galerías del antiguo


convento donde trabajan algunas de las presas, y visita a
cada momento las celdas donde se hallan encerradas otras.
Al verla, tiemblan de terror estas desventuradas mujeres,

— 317 —
porque la implacable carcelera no suelta jamás un enor-
me látigo que descarga a cadamomento sin misericordia
sobre la cabeza y las espaldas de las infelices que la tira-
nía de don Rufino entrega a la codicia y a la crueldad de
su querida Rosario.

"Pudo la Moneada conseguir unas cuerdas con auxi-


lio de las cuales se descolgó en una noche oscura por las
paredes de la Casa Nueva; pero fue capturada en una al-
dea próxima a Guatemala. Volvieron a llevarla a Santa
Teresa, donde, después de haber sido azotada por la Ariza,
fue puesta en el cepo. Quince días y quince noches sufrió
tan horrible tortura; el instrumento de suplicio le com-
primía las piernas de tal manera que los pies se le pusieron
amoratados e hinchadísimos. Fue necesario que un mé-
dico, el Dr. Vela, le hiciese varias incisiones a fin de que
saliese la sangre negra que se había acumulado en las ex-
tremidades inferiores de la pobre Manuela, que sollozan-
do y con los ojos llenos de lágrimas me mostró esta desgra-
ciada las cicatrices de aquellas incisiones."

Un reportero del Post, que tan interesantes datos re-


cogió en Guatemala sobre el sistema de Justo Rufino, nos
describe así cómo se conducía el Patrón con las mujeres de
la aristocracia:

"Su trato y castigo de señoras es el más increíble de


sus actos, pero la verdad de esto está comprobado por mul-
titud de casos en que pueden citarse nombre y fechas. El
Presidente Barrios ha salido, como se ha dicho, de las ca-
pas más bajas de la sociedad, y como le aborrecen con to-
da el alma las familias antiguas y aristocráticas, págales él
con interés crecido, y no pierde nunca la oportunidad de
humillar a las familias de las clases superiores. Las seño-
ras de estas familias no siempre son prudentes en sus ma-
nifestaciones de aborrecimiento, y cuando se las descubre,
el Presidente ordena que sean llevadas a su casa para inte-
rrogarlas. Uno de sus castigos favoritos es ponerlas (de-
lante de sus oficiales que reciben el espectáculo con burlas)
dentro de una especie de red que usan los indígenas pa-
ra llevar paja, legumbres, etc., y allí, dobladas y atadas
apretadamente en una posición muy incómoda, las llevan
por el patio a la cuadra, y las dejan colgadas a una viga,
quedando suspendidas a la altura de los cuernos del ganado,
en cuya situación permanecen hasta que le place a Ba-
rrios soltarlas. Otro castigo favorito para las señoras de

— 318 —
alto rango que son indiscretas en sus críticas, es mandarlas
encerrar en la prisión de las mujeres, donde se ven obli-
gadas a sufrir la compañía y los insultos de las más des-
preciables criaturas."

Aveces Justo Rufino usaba de pequeñas persecucio-


nes, como el que gozando en poseer hermosos y grandes
caballos le agrada por contraste ser dueño de un pony; y
así, le bastaba que se supiera su enemistad con doña Cris-
tina de García Granados, viuda de su compañero de revo-
lución don Miguel y esposa en segundas nupcias de Julio
García Granados, para que nadie se atreviera a alquilai
una hermosa casa que doña Cristina poseía en la parte cen-
tral de Guatemala, pues tanto hubiera valido provocar las
iras de Justo Rufino. "Los excomulgados vitandos de la
Edad Media —
comenta Guzmán —
no quedaban tan aisla-
dos como quedan aquí los que incurren en la cólera de don
Justo Rufino."

El escritor liberal Alvaro Contreras refiere cómo el


Patrón tomó venganza de un respetabilísimo médico: "Quie-
re satisfacer un sentimiento rastrero, un viejo rencor mal
disfrazado, y hace venir a su propia mansión al distingui-
do médico, Dr. Agustín Pacheco; le cruza el rostro con el
látigo que lleva siempre como el cetro de un emperador
salvaje: le arroja al pavimento una moneda, le obliga a
levantarla y a comprar con ella en el mercado su alimen-
to de aquel día de amargura; alimento que comparte con
los presidiarios, sus compañeros en aquellas horas, y a cu-
yo servicio lleva un zurrón de cuero en las espaldas, cus-
togiado por gendarmes o capataces de la misma estofa de
Barrios.

"No contento con esto, este bárbaro montaraz, manda ra-


par la cabeza de Pacheco — aquella cabeza de donde ha
brotado tantas veces la salud de muchos desgraciados — y
le obliga a llevar la librea o vestimento del soldado guate-
malteco. Pocos días después emprende marcha para el
Chingo, a treinta o treinticinco leguas de Guatemala en la
frontera de El Salvador, y Pacheco va entre los pajes, con-
duciendo una maleta pero va montado; al regreso vuelve a
pie como los mozos que conducen el equipaje del Autó-
crata. .
."

Otra violencia de Justo Rufino terminó en una protes-


ta muy edificante contra sus chacotas antirreligiosas. El

— 319 —
joven abogado don Ricardo Casanova, de las principales fa-
milias de Guatemala, era Síndico del Municipio de la ca-
pital. Un ciudadano solicitó que le concedieran las aguas
de la fuente del abandonado colegio de los Jesuitas. El
Síndico Casanova dictaminó negativamente, fundándose en
que la expulsión de los Jesuitas era una medida temporal,
que los padres podrían regresar en cualquier momento, y
que en consecuencia, su propiedad debía conservarse in-
tacta.

Por supuesto que Justo Rufino lo supo inmediatamen-


te, y sin pérdida de tiempo mandó llamar al Síndico que
daba tan peligrosas muestras de independencia, opinando
libremente sobre las medidas del Patrón. Justo Rufino le in-
crepó con groseros insultos, y entre lo menos que le dijo
fue que había desgraciado su carrera de leyes, que más
servía para fraile que para abogado. Y gracias que no
se le ocurrió cruzarle el rostro a latigazos, sin duda por-
que se hallaba en uno de los momentos raros en que su
buen humor lo inclinaba a castigar con una burla pesada
en vez de imponer una pena truculenta.

Mandó que raparan la cabeza a Casanova, que lo vis-


tieran con hábitos sacerdotales y que en tal guisa lo pasea-
ran a pie por las principales calles de Guatemala. Pero
Casanova pagó en la misma moneda; para demostrar que
no lo humillaba la sotana, se fue con ella al Seminario y se
inscribió como estudiante de sacerdote. Más tarde llegó
a ser Arzobispo de Guatemala.

El Gral. mexicano José López Uraga (1) al paso que


confirma este sistema bárbaro de Justo Rufino, agrega
otros casos más de que fue testigo presencial. Refiere Uraga:

"Cuando llegué a Guatemala, yo, como todo el mun-


do en ignoraba la mano despótica y de hie-
el extranjero,
rro que la gobernaba. Pronto supe las atrocidades que
habían pasado y vi las que le sucedían. Los hombres de
las más apreciables familias como el Sr. Batres, apaleados
por la orden caprichosa de Barrios; las señoras traídas a

(1) Llegó a Guatemala en 1875. En la guerra con El Salva-


dor en 1876 estuvo al servicio de Barrios como Mayor
General del Ejército guatemalteco. Hizo un viaje a
Europa y regresó a Guatemala, de donde salió definiti-
vamente en 1877.

— 320 —
su casa para ser insultadas y aún algunas colgadas en bar-
cinas de los balcones. Las señoras Montara y otras muchas
puestas en la cárcel por la voluntad de aquel déspota. Ma-
gistrados como don Manuel Estrada Cerezo, sentenciados
a sembrar zacate. El ilustrado y distinguido abogado Dr.
Galdamés apaleado y por burla vestido de soldado, para
hacerlo marchar así en una procesión. Un eclesiástico que
pasó delante de Barrios sin saludarlo, fue condenado por
éste demócrata a sentarse sin sombrero al frente de un bal-
cón a donde salía a preguntarle "si ya lo conocía'', encar-
gando cada vez a los soldados que lo custodiaban, que lo
mantuviesen con la cabeza levantada, aplicándole las ba-
yonetas bajo la barba. Al Lie. Casanova, miembro del A-
yuntamiento, le hizo abrir una corona y lo encerró en un
convento, por haber opinado no sé si en favor o en con-
tra de una donación de agua que contrariaba a Barrios. Las
sentencias de los tribunales rotas, los propietarios despo-
jados y sus tierras dadas a favoritos; los contratos deshe-
chos a su placer; las deudas pagadas o negadas según su
decreto; la población aterrorizada y los hombres temblan-
do por sí, por los suyos y por sus intereses, a punto de
no hablar entre sí por miedo. Tal era la situación. ."
.

"Corrieron así algunos meses; las arbitrariedades con-


tinuaban: dos jóvenes, los señores Matheus y José Batres,
habían sido vestidos con la ropa más inmunda de solda-
dos y puestos a barrer las cabellerizas del Sr. Barrios, ha-
ciéndoles sufrir esta degradación varios días por haberlo
disgustado de alguna manera en la Plaza de Toros. Un
joven empleado de Correo, el Sr. Carrillo hijo, fue llama-
do a su presencia y usando de los insultos más groseros le
previno, con el chicote en la mano, que no pasase por una
calle donde vivía la joven que estaba pretendiendo. Al
muy considerado Dr. Pacheco por un cuento pueril, lo man-
dó e hizo marchar de soldado, destinándolo a los más ba-
jos servicios de tropa, y satisfecho de su venganza le dio
libertad. Con motivo del nacimiento de uno de sus hijos,
pues este demócrata hijo del pueblo concede perdones, as-
censos, pensiones y toda gracia en cada uno de estos acon-
tecimientos. El estimable caballero don J. M. Román fue
también traído a casa del Sr. Barrios e insultado y ajado
de una manera soez a causa del chisme de un criado. ."
.

El mismo Uraga nos ha dejado otros datos que contri-


buyen a reconstruir fielmente la figura moral del Patrón
guatemalteco. Barrios no se conformaba con apartar de su

— 321 —
lado a los hombres honorables sino que los perseguía en
su retiro para arrebatarles su reputación de honrados. Pa-
ra esto se valía de los esbirros de la pluma, quienes mez-
claban siempre sus injurias y calumnias con lisonjas al Pa-
trón. "Uno de los casos de más atroz infamia —continúa
Uraga — fue el del muy honrado y respetable ciudadano
,

don José Benito Vasconcelos, Director de Rentas, cuyo cri-


men consistió en pedir una orden del ministro o un recibo
del Sr. Barrios para entregar seis u ocho mil pesos a un
ayudante que éste envió con ese objeto. El demócrata re-
publicano, constitucional y liberal, el honrado y reformador
(1) mandatario se indignó de la pretensión del Sr. Vascon-
celos al querer documentarse para evitar que más tarde lo
acusaran de ladrón; y aunque cedió, a los pocos días fue
destituido de su empleo y acusado por la prensa de Pujol
& Cía. de malversación y abuso. Nadie lo creyó, pues la
sociedad conocía al Sr. Vasconcelos y estaba convencida de
su pureza." (Pág. 24).

Gustaba Rufino de meter la cizaña entre parientes. Por


el mismo Uraga conocemos este aspecto de su sicología.
Relata el mexicano que un señor Romana esperaba que lo
nombraran en la Casa de Moneda para un puesto que le
correspondía por escala de ascenso; pero Justo Rufino dio
el empleo al suegro de don José Saborío; y no contento
con esta injusticia, escribió a Romana, diciéndole que así
lo había hecho a solicitud del propio Saborío, cuñado de
Romana. Mostró éste la carta en familia como prueba de
la mala voluntad de su hermano político; pero Saborío ne-
gó haber pedido el empleo para su suegro y hasta des-
mintió a Barrios, escribiéndole "que él no había escrito
carta alguna".

Justo Rufino fue el creador de la Policía Secreta, que


no era un cuerpo organizado para perseguir con mayor a-
cierto a los criminales, sino una red de espionaje extendi-
da en todas las clases sociales y que convirtió a muchos ciu-
dadanos en delatores de su vecino, de su pariente, de su
amigo, de su colega, en una palabra, de todo el mundo.
Este sistema, que aún perdura en Guatemala, es corruptor
en alto grado, pues hace del delator de oficio un ser vil
y despreciable, y la sociedad entera, en constante alarma
por el peligro oculto y traicionero, va poco a poco asimilán-
dose al carácter sumiso y abyecto del esclavo.

(1) Los subrayados son de Uraga.

— 322 -
Eso pasó en la Guatemala del Patrón. Muchos son los
escritores que nos han trasmitido datos sobre este aspecto
de la "reforma". El citado autor mexicano, Ignacio Mar-
tínez, dice que todo lo que publica lo obtuvo de guate-
maltecos de todas las clases sociales, y de extranjeros como
mexicanos, ingleses, alemanes, etc. residentes en la repú-
blica del Patrón. Pero los del pueblo pobre guardaban in-
variablemente una reserva desconfiada. Dice Martínez que
siempre que les preguntaba por Barrios le salían con el
estribillo: es un buen señor.


" ¿Pero es bueno porque tiene

fuerza, ola porque
realmente es bueno? insisto yo.

—"Porque es muy buen señor —me contestan.


"Y por ningún medio los he podido sacar del muy buen
señor.

"A otro que hablando distraídamente me había dicho


que el mejor gobernante que había tenido Guatemala era
Morazán, que murió hace años, le pregunté que si mejor
que Barrios; y me dijo, alarmándose de momento:

"

¡Ah, no! Este es muy buen señor.
"Están aterrorizados y por ningún motivo confían sus
sentimientos.

"Las personas de más categoría que me han dado los


informes, me han comenzado siempre por cerrar las puer-
tas y ventanas, y me han hablado en secreto, por temor de
ser escuchadas, y por consiguiente denunciadas y muer-
tas a palos.

"Me sorprendió una vez, en una visita que hacía a un


alto funcionario extranjero, y que estando ausente me reci-
bió su esposa, joven y hermosa, el ver que al comenzar a
hablar acerca de Barrios, se levantó, cerró las puertas y
ventanas, y acercando su silla, me dijo en voz baja lo que
hacía esa fiera.

"El temor de una delación se sobreponía en esa distin-


guida señora a las exigencias sociales y conveniencias del
pudor.

"Aunque fuera ya del alcance de Barrios, embarcados


por ejemplo, siguen lo mismo porque acobardados tiemblan

— 323 —
de que aquella fiera se vengue en la familia o intereses
que dejan en Guatemala.

"Este país debe visitarse para que vean los turistas a


una hiena con aspecto de hombre; para que conozcan lo
que es el gran terror y cobardía de un pueblo y para que
publiquen en todos los idiomas esas crueldades que las
grandes naciones que se llaman civilizadas, contemplan im-
pasibles, porque hay poco cebo para una invasión."

Concluye el Sr. Martínez pidiendo a su gobierno que


reclame por los asesinatos que Justo Rufino ha cometido
en ciudadanos mexicanos, en el propio suelo de México.

Refiere Enrique Guzmán que en cierta tertulia de emi-


grados nicaragüenses en Guatemala, recayó la conversación
sobre la situación política de dicha república y su extraño
sistema de gobierno y continúa: "Aunque los nicaragüen-
ses no tenemos ni la milésima parte de la prudencia de los
chapines, tan luego se pronunciaron las primeras palabras,
notó alguien que estaba abierto un postigo y fue a cerrar-
lo; otro corrió a ver si algún oidor (así llaman generalmen-
te a los espías) pasaba por la acera, y todos bajamos la voz.

"¡Con cuántas precauciones se habla aquí de política!


El miedo ha penetrado hasta los tuétanos. Reconocemos y
declaramos los nicaragüenses que no teníamos ni remota
idea de la espantosa tiranía que pesa sobre Guatemala.
Varios de los emigrados relatan historias espeluznantes e
inverosímiles que han recogido en diversas fuentes. Dicen
que en la Penitenciaría hay más de 200 presos políticos que
sufren horribles torturas.''

El mismo Enrique Guzmán da más interesantes porme-


nores sobre la Policía Secreta del Patrón, con que se ade-
lantó a la checa rusa o a la Gestapo nazi, instrumento efi-
cacísimo para dominar a los pueblos. He aquí lo que vio
y oyó en Guatemala:
"Una dictadura militar como la de Guatemala, que se
impone al pueblo por medio del terror, tiene forzosamente
que hacer del espionaje importantísimo elemento de go-
bierno.

"La Policía Secreta es aquí una verdadera institución.


Sumas considerables cuesta al tesoro guatemalteco el cuer-

— 324 —
po de delatores. Hay en la capital solamente más de cien
espías, y el que gana menos percibe un peso cada día.

"Peligrosísimos son esto? miserables: muchos de ellos


suelen imponerse como pesada carga a las personas pusilá-
nimes. Es tan temible aquí una delación, que se hace cual-
quier sacrificio de dinero para estar bien con los señores
de la Pclicía Secreta. Refieren mil historias de personas
inocentes que han ido a dar con su cuerpo en la Peniten-
ciaría por haberse puesto mal con un delator.

"Hay entre los espías sujetos de buena posición social


y algunas mujeres. Un amigo mío, hombre serio y honrado,
me aseguró hace poco que cierto joven que tiene todas las
apariencias de un caballero, pertenece a familia decente y
frecuenta casas respetables, fue en un tiempo miembro de
la Policía Secreta, con especial encargo de espiar al Minis-
tro mexicano don Francisco Loaeza. No estampo aquí el
nombre de ese joven por consideración a su padre, con
quien tengo alguna amistad, pues bien pudieran estas líneas
llegar a ser tarde o temprano del dominio público.

"Es tal la inquietud y desconfianza que siembran en la


sociedad estos viles instrumentos de la tiranía, que hacen
difíciles, casi imposibles, las relaciones francas, las expan-
siones sinceras, las confidencias íntimas. Teme uno siem-
pre encontrarlo en el mejor camarada y hasta en la mujer
Me cuentan que cierto individuo, conversando con don Jo-
sé María Samayoa, se expresaba en malos términos de los
hombres de la situación. Samayoa, que no estaba bien
con Barrios y que es persona muy maliciosa, interrumpió a
su interlocutor diciéndole: "Es inútil que me siga hablan-
do de ese asunto, porque yo no sé si Ud. es espía, ni Ud.
sabe tampoco si yo lo soy.

"No hay para qué decir que con semejante sistema de


gobierno, calcado en el del Consejo de los Diez, la discre-
ción es obligatoria en la República de Guatemala. Impo-
sible hallar gentes más reservadas que los chapines. Hasta
los borrachos son prudentes aquí."

Justo Rufino echaba mano de todos los medios para con-


seguirse espías. Sólo conociendo lo terrible que era caer
en desgracia del Patrón se concibe que se haya extendido
tanto y tan hondamente en lo mejor de la sociedad ese cán-
cer del espionaje en la época de Barrios. He aquí un ejem-

— 325 —
pío de lo que pasó a Uraga por haberse negado a desempe-
ñar tan vil oficio.

Había en Guatemala un tal Valenzuela, plumario sin


escrúpulos al servicio del Patrón y tan procaz que le apo-
daron Lengua de Fuego. Barrios hizo creer a éste que por
un informe de Uraga había sido destituido de un empleo;
pero al mismo tiempo y con la intención de concitarlo con-
tra Uraga, proveyó a Valenzuela de otro empleo más lu-
crativo, dándole a entender que no aceptaba los cuentos de
Uraga. Aunque éste, por orden expresa de Barrios, tuvo
que notificar a Valenzuela su separación, no por ello el es-
critor manifestó estar disgustado con Uraga.

En el escrito de éste se adivina que no era santo de


la devoción de Justo Rufino, y hasta se nota su marcada pre-
vención o desconfianza contra el mexicano, si bien hay que
recordar que la suspicacia no era una excepción en las
características de Rufino. Sin duda para probar o tener
más comprometido a Uraga, Justo Rufino solicitó sus ser-
vicios en el espionaje.

"Intentó— escribe Uraga —hacerme su espía con las


familias con quien estaba relacionado, instándome a que
fuera a visitarlas y queriendo después obligarme a contar-
le los desahogos que pudieran tener garantizadas por mi
caballerosidad. Mi negativa a ese papel a que reduce a
muchas de las personas que lo rodean, interpretada por su
alma innoble como una falta de amistad hacia él, dio prin-
cipio a su desconfianza, y empezó desde entonces a des-
plegar su fineza maquiavélica, urdiendo chismes, tendién-
dome redes, tratando de malquistarme con cuantos lo ro-
deaban, inspirándome desconfianza de los que creían mis
amigos, y usando por último de ese mismo Valenzuela para
que abriera, por medio de pasquines, una campaña de ca-
lumnias e insultos contra mí."

"Una de las trampas que tendió Rufino a Uraga fue


la misma en que había atrapado al ministro Samayoa. Un
día de tantos pidió consejo a Uraga sobre el sujeto más ade-
cuado para sucederle, pues pensaba retirarse porque esta-
ba cansado del gobierno. Mas viendo una sonrisa en los
labios de Uraga, advirtióle:

—No crea usted que lo hago para probarlo como a Sa-


mayoa.

— 326 —

Es difícil —
contestóle Uraga sin dejarse coger—en-
contrar un hombre de toda confianza para que le suceda,
y aún teniéndolo no podrá usted marchar sobre su camino.

Justo Rufino no volvió a hablar del asunto con Uraga;


pero le soltó los perros. Aquel Valenzuela que antes no
le había manifestado rencor, comenzó azuzándolo con mo-
lestos anónimos en verso. Uraga perdió la paciencia, y co-
nociendo la mano que movía aquella intriga, se fue a
Justo Rufino a participarle que abandonaría el país. Ba-
rrios, haciéndosele el amigo y el inocente, le dijo:


No haga caso, es obra de Lengua de Fuego; ya lo
llamé para contener la publicación de un papel contra us-
ted.


Muchas veces — replicó Uraga aludiendo a la dupli-
cidad de Rufino — creemos que el anónimo es de una per-
sona distante, cuando tenemos muy cerca al verdadero autor.

Y
para que no dudara de su insinuación, echóle en ca-
ra su conducta con Valenzuela, a quien había premiado con
un puesto más lucrativo para confirmarlo en que Uraga lo
había mal informado.

Uraga salió de Guatemala, y estando en San Francisco


de California recibió aviso de que Barrios lo amenazaba de
muerte, temiendo que estuviese preparando una revolución.
No contento con esto, ordenó Barrios a sus escritores a
sueldo que imprimiesen improperios contra su antiguo co-
laborador. Este, en defensa publicó su Réplica, en que re-
vela muchas cosas interesantes, que hubieran quedado en el
olvido a no ser por la imprudente soberbia de Rufino de
lanzar piedras al tejado ajeno, siendo el suyo de vidrio, y
no por lo transparente.

A par del chicote marchaba la corrupción propaga-


la
da en pueblo con el mal ejemplo, la mala enseñanza y
el
la difusión de bebidas embriagantes. Ya hemos señalado
algo sobre este medio empleado por Justo Rufino, tan efi-
caz para degradar a los pueblos; pero citaremos una vez
más al guatemalteco Lie. Valladares, tan bien informado
sobre el período rufiniano.

"Grave problema económico y social fue desde siglos


consumo de bebidas embriagan-
anteriores la proclividad al

— 327 —
tes; y a la par que la Iglesia y los gobernadores procura-
ban la disminución del vicio, la Hacienda Pública grava-
ba el alcohol con impuestos varios. Por las dificultades en
el cobro del impuesto se había arrendado la renta a una
compañía, y a destruir ese monopolio se alzó García Gra-
nados contra el gobierno de Cerna. Barrios centralizó las
fábricas de aguardiente y se propuso el aumento de los im-
puestos, siquiera fuese en detrimento de la salud y mora-
lidad del pueblo, buscando el mayor consumo de alcohol;
y a tal punto llegó la imposición de una especie de de-
rramos, que obligados los poblados a tener determinado
número de expendios y como mínimo de consumo un pre-
ciso número de garrafones, se llegó al extremo de cobrar
doble cuota a los indios de Nahualá que resistían los es-
tancos; y dando estos indígenas las más altas pruebas de
moralidad y la muestra más lamentable de la sumisión a
que la tiranía oficial obligaba a los pueblos, pagaron do-
blada la cuota, a condición de que no les pusiesen las ven-
tas de aguardiente, como se hizo. Al mayor consumo de
bebidas correspondió un alza muy apreciable en las entra-
das fiscales, al punto de una maravillosa multiplicación de
éstas; pero a la vez coincidió, como natural resultado de la
embriaguez, un número de delitos, principalmente de san-
gre, extraordinariamente mayor, a pesar de ser más y más
bien organizados que antes los agentes de policía. Como
dato curioso se sabe que de la renta de licores, gradual-
mente acrecentada, se entregaban por el Director del ra-
mo en la casa de Barrios, desde varios años atrás hasta el
último día de su vida, 500 pesos diarios que era muy a-
proximadamente la renta de doscientos mil pesos anuales
percibida por el gobierno de Cerna como cuantía fiscal."

Y
ya que topamos con esa pequeña muestra de cómo
se enriquecía el señor de Guatemala, agregaremos los in-
formes que nos da el mexicano Martínez para que aprecie-
mos las rápidas ventajas de aquel sistema de hacer dine-
ro.

"Barrios —
escribe Martínez —
es aficionado a Venus
y se vale del poder para lograr sus fines. Le gusta la ri-
queza. Tiene una caballeriza con animales que valen más
de cien mil pesos. Su capital lo hacen algunos llegar a seis
millones de duros (dólares). No hay empresa de ferroca-
rril, banco o negocio que produzca en Guatemala, en que
él no esté metido. El café que en sus haciendas se cosecha,
le produce trescientos mil pesos al año. Es maniroto: gra-

— 328 —
tif'cabien a los espías, cómplices y bandidos que lo rodean.
En todos los ramos de la administración reina el orden, con
excepción del de rentas, porque a río revuelto. . Sus.

extravíos en asuntos mujeriles y sus deseos de riquezas son


nada en comparación de su hidrópica sed de sangre. Es
consecuente y generoso con sus amigos; pero la amistad
no es obstáculo para deshacerse del que le haga la menor
sombra."

La prohibición de la sotana suscitó una anécdota en


que Justo Rufino parece encantado de que se le considere
azc.te de Dios.

Refiere don Víctor Manuel Díaz que fray Buenaventura


Silva era un sacerdote muy agudo, y con sus salidas felices
zahería los métodos de García Granados; pero Justo Ru-
fino no estaba dispuesto a tolerarlo con la misma flema.
El chistoso padre se burló de la ley que obligaba a los
sacerdotes a dejar la sotana cuando tenían que salir a la
calle. Los "orejas" avisaron al Patrón del desacato, y
Justo Rufino, según su costumbre, ordenó al padre que se
presentara en la casa presidencial, a recibir, por lo menos,
una buena repasata. Mas no contaba el Patrón, con la so-
carronería del humorista fraile. Este lo desarmó, toman-
do la iniciativa:


Buen tiempo te conceda Dios Nuestro Señor, Justo
Rufino: ¿cómo se halla de salud la queridísima señora y
esposa y los chiquitines?

No le gustó a Justo Rufino la confianza, pero el tono


del bendito padre mal pedía una contestación airada; pues-
to a la defensiva le preguntó:

— ¿Cuándo hemos comido juntos y en el mismo plato?


El fraile sin desconcertarse:

—Nada de comer en el mismo plato, ni de incomodar-


se; yo fui de los que asistieron a tu examen público el día
que recibiste tu cartón y fui de los que te aplaudieron.
Tendrías entonces unos treinta años encima. Te hablo, pues,
tal como te hablé entonces, cuando eras estudiante inquieto
y quisquilloso. Ejerzo el sacerdocio, predico ]a religión
de Cristo y soy tu mayor: todo me habilita para hablarte
familiarmente, puesto que te estimo y veo con extrañeza
los tajos y mandobles contra nosotros los sacerdotes.

— 329 —
Justo Rufino comenzó a amostasarse. Mal se avenía su
temperamento con las amonestaciones aunque vinieran bo-
nitamente adobadas entre lisonjas. Echó toda su mala vo-
luntad contra los clérigos en estas palabras:

— Deseo que no se metan ustedes a aconsejar a las


gentes nada malo contra mi gobierno, ni que tengan in-
gerencia en la enseñanza de los muchachos, esto es todo.
Cada ataque o censura de ustedes contra el sistema que
estoy estableciendo en la república tendrá como represalias
nuevas y terminantes disposiciones: ¡yo no retrocedo un
paso!

— ¡Es mucha tenacidad tuya, Justo Rufino!


la
— ¡Nada! Se han de cumplir mis órdenes.
Una pausa, luego mudando de tono y creyendo poner
al fraile en un aprieto, Justo Rufino le suelta de sopetón
esta pregunta:

—Bueno, padre, dígame, ¿para qué me mandó Dios al


mundo?
Sin perder la calma el padre dio su contestación soca-
rrona:

—Te mandó Dios al mundo, hijo, para que purgáramos


todos nuestros pecados.

Justo Rufino soltó la carcajada y despidió al padre con


buenas razones. Discretamente le había llamado éste azo-
te de Dios, y eso halagaba la vanidad dominadora del Pa-
trón.

— 330 —
Capítulo XXVII
EL PATRÓN "REFORMA" LA FRONTERA DE
GUATEMALA CON MÉXICO

Los territorios de Chiapas y Soconusco formaban par-


te del Reino de Guatemala. Chiapas había declarado su in-
dependencia el 3 de setiembre de 1821, adhiriéndose al Plan
de Iguala. El 15 la declaraba Guatemala; mas cuando
cayó el efímero imperio de Iturbide, Chiapas quedó for-
mando parte de México; y se convino en que Soconusco, la
porción sur de aquella provincia, permanecería neutral go-
bernada por sus propias autoridades municipales, hasta que
se resolviera a quien pertenecía. Pero en 1842 el Gral.
Santa Ana invadió el territorio y lo declaró anexado a
México por la fuerza de las armas.

Desde entonces existía sin resolverse el pleito de lími-


tes entre Guatemala y México, a pesar de varios esfuerzos
que se hicieron en épocas diversas.

En 1881 el Presidente de México declaró en un men-


saje ante el Congreso que no aceptaría más arreglo que la
cesión de Chiapas y Soconusco sin indemnización, y al mis-
mo tiempo se negaba a enviar representantes al Congreso
de Plenipotenciarios de Panamá, donde Guatemala espe-
raba resolver la cuestión. Esto nubló las relaciones entre
ambos países, y el gobierno de Guatemala lanzó aquella
bravata de Justo Rufino: "que por salvar el honor y la
dignidad del país estaba dispuesto a todo, fuera lo que fue-
ra."

— 331 —
Pero la reflexión había hecho más ponderado al Pa-
trón de Guatemala. No era lo mismo enfrentarse a Méxi-
co que hacer mangas y capirotes en El Salvador y en Hon-
duras. Y
en ese camino de la prudencia Rufino encon-
tró un medio muy peregrino de "salvar el honor y la dig-
nidad'' de Guatemala: entregar sin retribución el territo-
rio disputado, lo que valía tanto como plegarse a la impo-
sición del presidente mexicano.

Con este plan envió a Montúfar a Washington para


que desde don Lorenzo Mon-
allí dirigiera los arreglos, pero
túfar dilataba el asunto para sacar mayores ventajas, bus-
cando siquiera que México pagase a Guatemala una in-
demnización, y hasta llegó a conseguir un arbitramento por
medio del Presidente de los Estados Unidos.

Pero estas dilaciones no se avenían con el carácter fo-


goso del Patrón. A tal grado había extremado sus violen-
cias y rigores en el interior del país que temía una sa-
cudida de sus subditos cansados de sufrirle. Valladares
cita el informe del Ministro Americano a su gobierno, se-
gún el cual, Rufino había declarado a este diplomático que
le era imposible mandar tropas a Chiapas, pues no pasa-
rían veinticuatro horas sin que sus enemigos se levantasen
en armas y depusiesen su gobierno. Este miedo sugirió a
Rufino las prudentes razones que Mr. Burgess pone en
su mente: comprendió que era imposible hacer que Méxi-
co, por medios diplomáticos, cediera todo un estado, ni si-
quiera todo un departamento. Se persuadió de que sus
ministros en México y en Washington complicarían a Gua-
temala en una guerra, y resolvió tomar el asunto bajo su
personal dirección. Escribió a Herrera, su Ministro en
México, que suspendiera toda discusión; y a Montúfar, que
no era tan necesario recobrar ni aún siquiera preservar
alguna parte del territorio, pues iba a fijar la línea de-
finitiva.

También pudo ser causa de esta festinación el que ya


para entonces meditase Rufino su invasión de conquista a
Centro América, y desease limpiar de peligros las espal-
das por el lado de México. Si tal fue su propósito, obró
con poco tino, pues sacrificó los intereses territoriales de
Guatemala sin alejar aquel peligro.

Cuando, pues, Montúfar tenía en muy buen pie sus


gestiones para un arbitramento, se le notificó que el pre-

— 332 —
sidente Barrios en persona llegaría a los Estados Unidos a
arreglar el asunto. Dice Montúfar que esta misión no se
comprendió en aquella república porque era 'enteramen-
'

te opuesta a la práctica y a los usos de los países verda-


deramente constitucionales". Y
agrega que Justo Rufino
llegó a los Estados Unidos diciendo "que era preciso ce-
der a Chiapas y a Soconusco y concluir inmediatamente
la cuestión. Para una conclusión de este género —
comenta
Montúfar — no era preciso que S.E. hubiera salido de Gua-
temala. El más infeliz labriego hubiera podido concluir
así el asunto."

Antes de marchar a los Estados Unidos, Justo Rufino


pidió autorización al Congreso para ajustar un arreglo con
México. Dice Montúfar que esta autorización era innece-
saria, porque la Constitución facultaba al presidente para
concluir cualquier clase de tratado. Pero en su mensaje
Barrios da a entender que aunque conocía tales facultades,
quería una autorización "muy especial y amplia" para po-
ner término al asunto de fronteras del modo que "él cre-
yera" más conveniente a los intereses de Guatemala.

Sin duda Rufino medía la magnitud del tajo que iba


a dar su patria en aras de su tranquilidad personal, y
por eso buscaba cómo asociarse mayor número de respon-
sables. En su mensaje de solicitud manifiesta sin ambajes
inquietud a causa de aquella situación indefinida que po-
día ocasionar "consecuencias y conflictos de verdadera sig-
nificación". Por temor a ellos ha retardado hacer uso
del permiso para abandonar el territorio del país; pero
no ha querido dejarlo mientras se entreviese algún peli-
gro siquiera lejano, pues se podría atribuir a que por mie-
do abandonaba el poder. Al dar sus razones de por qué
deseaba arreglar este asunto cuanto antes, Justo Rufino de-
fine su carácter por estas palabras: "me repugna y me
es odiosa toda incertidumbre y toda posición dudosa". El
sabe vivir frente a un peligro descubierto y manifiesto,
pero no ante una amenaza oculta. Claro está que se pro-
pone hacer lo mejor para su patria, a costa de cualquier
sacrificio; la patria guatemalteca es para Rufino el ídolo
ante cuyos altares debe él sacrificarse. Así tiene que ser
para todo hombre de "honor y dignidad".

La Asamblea otorga sin discrepancia las facultades que


se le piden. Y cómo no, si la solicitud proviene de ese
jefe a quien la nación confió unánime "su bienestar y sus

— 333 —

defensa de "su honra" y la guarda de "sus más
glorias'', la
caros intereses"; además, opina la Asamblea que los pro-
pósitos de Rufino revelan "el más levantado patriotismo",
y sus intenciones son poner término "decoroso" a esas di-
ferencias y llegar cuanto antes a una "solución digna"; la
Asamblea está segura de que el Benemérito nada hará
contrario al patriotismo y a los intereses de Guatemala.
En consecuencia, autoriza a Justo Rufino para que, con-
sultados "los intereses y el honor" del país, arregle defi-
nitivamente el asunto de fronteras con México del modo
que juzgue más conveniente a los verdaderos intereses de
Guatemala.

Al poner en conocimiento de Rufino el permiso, el Pre-


sidente del Poder Legislativo descubre que la razón capital
que tenía el Patrón para arreglai A asunto de límites era
de interés personal: Justo Rufino no podía gozar de sus
vacaciones mientras subsistiera algún peligro por la fron-
tera del Norte. "La Asamblea —
reza la comunicación
que tiene sobrados testimonios de vuestro amor a la pa-
tria, de que sois el defensor de sus libertades, de su deco-
ro y de su honra, comprende muy bien que la existencia
de la cuestión de límites con México es el principal motivo
que os ha retraído de realizar el viaje que tenéis proyec-
tado para proporcionaros algún descanso en vuestras ru-
das y prolongadas tareas."

Antes de salir de Guatemala, Justo Rufino cree nece-


sario explicar a sus conciudadanos el objeto de su viaje.
No lo lleva el afán de pasear, ni siquiera el deseo de ver
a su familia que está en algún país extraniero. Nada de
eso tan insignificante para quien, como él, tiene hecho
a la Patria el sacrificio de su "personalidad", y para quien
estima que "la suerte y derechos de un pueblo están muy
por encima de los cuidados y afecciones de familia''. Sale
de Guatemala porque ha creído que puede "con probabi-
lidades de buen éxito" "procurar" el arreglo de límites
con México. Y luego, olvidando el papel de hombre mo-
desto que acaba de insinuar, asegura que al ocuparse per-
sonalmente del asunto "le será dable llegar pronto a una
solución". Manifiesta sin vacilaciones el convencimiento
de que, al obtener esta solución —
sin anunciar aún en qué
consistía — hará un bien a Guatemala, pues habrá conso-
lidado la paz que nadie podrá perturbar ni en el interior
ni en el exterior, para que, a la sombra de esa tranquili-
dad, "florezcan las instituciones libres". Anuncia que nin-

— 334 —
gún peligro puede venir por Honduras o El Salvador; re-
comienda que todos trabajen unidos en su ausencia "para
que ésta no se haga sentir"; desea trabajar aquel trascen-
dental problema de Guatemala "en la persuasión de que
nada, ni aun pasajeramente, turbará la tranquilidad", pues
no quiere recurrir a medidas de "dureza y represión" para
conservarla.

Y luego de haber hablado así Justo Rufino, con su


acostumbrada insinceridad y petulancia, sin que faltara la
amenaza, depositó la presidencia en su amigo el Gral. José
María Orantes, y salió para los Estados Unidos en los úl-
timos días de junio de 1882.

En Washington fue recibido con las atenciones debi-


das a su jerarquía. Montúfar fue a encontrarlo hasta Pitts-
burgh. Desde ese momento comenzaron a ponerse mal las
relaciones entre ambos, a causa del diverso criterio de ca-
da cual sobre el modo de arreglar el asunto de límites.

Después del recibimiento oficial, Montúfar concertó


una entrevista entre el Presidente de los Estados Unidos,
Mr. Chester A. Arthur, y el Gral. Justo Rufino Barrios.

Cuando Montúfar anunció a Rufino la hora de esta


entrevista, dijo éste:

—A esa hora no voy yo.


—Pero, señor —replicó Montúfar— , el Presidente lo
espera a la hora fijada.

—Nada me importa eso —concluyó el Patrón — ,


yo no
voy si no es a las nueve.

Tuvo que volver Montúfar a la Casa Blanca y excusar


a su intratable amo lo mejor que pudo, explicando que éste
no podía asistir a la hora señalada, que preferiría estar
a las nueve de
allí la noche.


Dígale Ud. al señor Presidente Barrios contestó —
Mr. Arthur —
que puede venir a la hora que guste.

Entre ambos presidentes se cruzó el siguiente diálogo:

—Dígale Ud. —comenzó Justo Rufino dirigiéndose al


intérprete — que yo deseo que él sea
tión de México.
,
mi arbitro en la cues-

— 335 —
—Si México también me nombra, acepto con gusto
—contestó Mr. Arthur.
—No me ha entendido — insistió Rufino — ; lo que quie-
ro es que sea él mi arbitro. (1).

El odio que Justo Rufino sentía por las clases distin-


guidas lo llevaba hasta menospreciar las reglas más esen-
ciales de la etiqueta. Su manera de vestir en Guatemala
era siempre estudiadamente descuidada, ordinariamente
llevaba chaqueta, o saco con sombrero de pita, nunca
se le vio con levita o con cualquier otro traje de ceremonia.

Bueno, eso podía pasar en Guatemala donde los anto-


jos del Patrón eran rasgos de patriotismo, de cultura, de
reform-a o de heroísmo; pero no en la Casa Blanca. Sin
embargo, también allí demostró su incultura el que se pro-
clamaba a sí mismo "Reformador" de Guatemala.

El biógrafo Mr. Burgess reproduce una anécdota que


dio a conocer en su tiempo el Renacimiento. Refiere este
periódico que Justo Rufino fue invitado a un solemne ban-
quete servido en su honor. La etiqueta requería frac y
corbata blanca. Pero Justo Rufino se presentó con traje
de domador, una chaqueta abotonada hasta el cuello y su
inseparable fusta en la derecha. Esta vez nadie pudo de-
cir que el hábito no hace al monje.

Dijimos que desde el encuentro de Barrios con Montú-


far surgió la discrepancia entre ambos. Mon tufar comen-
zó por mostrar los documentos de la negociación. Justo
Rufino apenas se dignó mirarlos y dijo con desdén al Mi-
nistro Cruz que les echara un vistazo si le interesaban. El
había llegado a arreglar el asunto prácticamente y no con
los consejos del "teórico'' doctor. En consecuencia, ordenó
a Montúfar ceder sin indemnización Chiapas y Soconusco;
pero Montúfar en lugar de hacerlo, continuó sus gestiones
y telegrafió a Barrios desde Washington, informándole que
había vuelto a abrir las negociaciones con el ministro de
México, a base de renunciar Guatemala a aquellos territorios
con tal que el pleito se concluyera rápidamente. Justo Ru-

(1) Montúfar relata lo de la insistencia de Barrios que el Presi-


dente de los Estados Unidos fuera SU ARBITRO, bien que
da a entender que la propuesta se hizo por notas. Véase Re-
vista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua,
tomo II, pág. 391. "El Diario Nicaragüense", 12 de marzo
de 1885.

— 336 —
fino desaprobó aún esto, y ordenó por telégrafo a Montú-
far que suspendiera toda plática con el ministro mexicano.

Dice Mon tufar que 'cansado ya de condescendencias


'

políticas y de ultrajes personales", envió a Justo Rufino su


renuncia en la que expone no hallarse de acuerdo con su
antiguo Patrón en muchos y muy importantes puntos de la
política de Centro América, y en que le sería imposible se-
guir sufriendo el trato que daba Justo Rufino a muchas
personas a pesar de sus leales servicios. Ampliando sus
razones escribe a don Martín Barrundia, cinco días después
de estos sucesos: "Las medidas de mi sufrimiento se lle-
naron. Al llegar el Gral. Barrios salí a encontrarlo hasta
Fittsburgh, 149 leguas de Nueva York, y en mi regreso con
él pretendió imponerme sus opiniones como autócrata, tra-
tándome como a un perro. Sin embargo, me dirigí a Was-
hington, lo presenté al Gobierno, e hice cuanto pude por él.
Continuó tratándome como si él fuera una infalible divi-
nidad y yo un miserable mendigo".

Cuando Justo Rufino recibió la renuncia mandó lla-


mar a don Lorenzo; pero demasiado sabía éste lo que tal
llamada podía significar aun en territorio americano. Con-
testó, pues, que no iba y que si algo quería con él, viniese
Justo Rufino a su casa. ¿De dónde había sacado tanto va-
lor don Lorenzo para hablar de hombre a hombre con el
terrible Patrón?

El Dr. Lorenzo Montúfar, aquel liberal terrible que


aprobaba el palo, los latrocinios, los tormentos y los crue-
les asesinatos de Justo Rufino cuando se hallaba en Gua-
temala al alcance del guante de hierro de su amo y señor,
se siente hombre libre fuera del feudo de su antiguo ami-
go y correligionario, y grita lo que lleva, aunque oprimido,
en lo profundo de su conciencia. De una sola palabra, con-
firmada con una actitud digna y de veras patriótica, aun-
que le llamen desleal Barrundia y la cáfila de sus antiguos
cómplices, abomina de todas las cosas míalas que ha hecho
bajo la presión del Patrón, y tiene una voz de condena has-
ta para sus propios errores o miedos.

Una lluvia de injurias se desató contra Montúfar en


Guatemala. Le acusaron de que por traidor quería em-
brollar el asunto de México, poniendo obstáculos al "espí-
ritu conciliador y verdaderamente patriótico del Benemé-
rito Gral. Justo Rufino Barrios".

— 337 —
Montúfar se defendió atacando. Explicó, en párrafos
que ya trascribimos, su actitud a favor de la dictadura de
Justo Rufino, y las incorregibles tendencias de éste a la
autocracia y a violar las leyes. Y a los que le llamaban
calumniador porque condenó la política y el trato de Jus-
to Rufino, repuso: "Decir que el señor General Barrios
trata mal a la gente, es una verdad grabada en la concien-
cia pública". No es, por consiguiente, calumnia Sí lo es
la imputación que se le hace a él de traidor, asegurando
que trató de estorbar el arreglo con México. Don Loren-
zo escribe así en su defensa:

"Yo procuraba que los arreglos se hicieran sin mengua


de Guatemala y sin disminución del territorio de Centro
América.

"Yo esperaba una respuesta importante de Mr. Fre-


linghuyssen cuando llegó a Nueva York el señor General
Barrios a imponerme la renuncia del territorio disputado.

"El Gobierno de Carrera, que tanto hemos censurado,


creyó que se deshonraba haciendo esa renuncia, y jamás
la hizo.

"El Gobierno de Cerna se mantuvo firme en la misma


negativa.

"La misma firmeza manifestó el General García Gra-


nados.

"Barrios tendría gloria si hubiera recuperado en todo


o en parte lo que sus antecesores no pudieron recobrar;
pero ceder derechos que ellos se honraban en que se man-
tuvieran incólumes, no es ni puede ser una gloria, ni me-
nos puede llamarse crimen el no tener por gloriosa tal ac-
ción".

¿Cómo, pues, fue ese "arreglo" que concluyó Justo Ru-


fino con México, que ha merecido la condena hasta de sus
propios paniaguados?

El 12 de agosto de 1882 firmaba Justo Rufino en Nue-


va York un tratado en virtud del cual Guatemala "prescin-
de de la discusión que ha sostenido acerca de los derechos
que le asisten sobre el territorio del Estado de Chiapas y
su departamento de Soconusco". En el tratado de límites
definitivos que se celebre, Chiapas y Soconusco serán con-

— 338 —
siderados "como partes integrantes de los Estados Unidos
Mexicanos''. Guatemala renuncia asimismo a toda indem-
nización, pecuniaria o de otro género, "satisfecha con el
debido aprecio que México hace de su conducta, y con el
reconocimiento de que son dignos y honrosos los elevados
finesque inspiran lo convenido".

Con poco se conformaba Justo Rufino. Dudamos que


hubiera sucedido lo mismo al haberse tratado de sus perso-
nales intereses. O mejor: pasó por todo precisamente por-
que le interesaba la paz que le aseguraba seguir gozando
de la presidencia por más tiempo y acaso extender sus con-
quistas al resto de Centro América.

El 27 de Septiembre de aquel mismo año se concluyó


en laciudad de México el tratado definitivo de fronteras.
Luego de expresar México que aprecia los dignos y hon-
rosos motivos que ha tenido Guatemala para ceder sus te-
rritorios sin indemnización, y que en igualdad de circuns-
tancia hubiera hecho un desistimiento semejante, el tra-
tado entra a señalar la línea divisoria.

No daremos los detalles geográficos y astronómicos


de nueva raya; solamente apuntaremos algunas circuns-
la
tancias que revelan el ningún cuidado que ponía el go-
bierno de Justo Rufino a este punto tan trascendental, y el
desconocimiento de la geografía de su propio territorio, que
le hizo perder más terreno del que entregaba espontánea-
mente.

El recopilador de los artículos sobre "Cuestiones entre


Guatemala y México" dice que se cometió un error geográ-
fico al situar el cerro de Ixbul, lo cual originó que el pa-
ralelo divisorio tirado de acuerdo con la situación del ex-
presado cerro, quedara muy meridional. Esta línea tan al
sur arrebataba a Guatemala una considerable porción de
terreno que estaba poseyendo sin disputa. Asimismo, no
se consideró bien el curso del río Usumacinta, pues los
Plenipotenciarios creían que corría invariablemente de nor-
te a sur, siendo así que hay un punto en que se desvía no-
tablemente hacia el este, y por consiguiente, la línea di-
visoria que debía interceder con ese río penetra profunda-
mente en el seno del territorio poseído sin contradicción
por Guatemala. Esa parte es el pedazo que México intro-
duce en Guatemala como un ariete que intentara extran-
gularla contra la barrera de Belice.

— 339 —
De manera, pues, que a causa de este descuido, Gua-
temala perdía, además de Chiapas y Soconusco, el distrito
de San Antonio al norte del Peten con una extensión de
4.900 millas cuadradas; la cuenca del Lacandón con 3,000
millas cuadradas, más 450 millas cuadradas al occidente
del departamento de Huehuetenango; total: 8,350 millas
cuadradas. En cambio Guatemala recibía en compensación,
por el lado del río Suchiate 900 millas cuadradas. Si se
deduce el distrito de San Antonio que fue entregado por
Rufino en el tratado básico y las 900 millas cuadradas de
compensación, resulta que Guatemala perdió por incuria
de su gobierno 2,550 millas cuadradas. Toda la cuenca del
Lacandón con sus afluentes y hermosos bosques pasó a
México sin que este país la hubiese reclamado nunca, y
además 15 mil guatemaltecos que vivían en los territorios
regalados.

Con razón dice Mr. Burgess, paliando la condena con-


tra Rufino, que éste "se excedió en su generosidad para
con México"; y que si el Presidente de los Estados Unidos
hubiese fallado la cuestión como arbitro, el laudo no hu-
biera sido peor para Guatemala que lo fue la "generosi-
dad" del Patrón. Y no sólo eso, sino que, según el men-
cionado biógrafo norteamericano, México intentó acrecen-
tar aún más sus ganancias interpretando erradamente el
tratado. Todo esto se hubiera evitado — agrega — si se
permite a Montúfar llevar adelante su plan.

Y a pesar de aquel sacrificio, Justo Rufino no logró la


tranquilidad que se proponía, pues algún tiempo después
México renovó sus inquietudes, reclamando a Guatemala
indemnización por imaginarios daños en el territorio en-
tregado.

Una vez concluido el asunto de límites, Justo Rufino


aprovechó lo que le faltaba del año de vacaciones para dar-
se un paseo por Europa. Su admirador el biógrafo Rubio
dice que marchaba allá a reponer su salud quebrantada
por los últimos años de "fecunda y cruenta'' labor adminis-
trativa.

Se dirigió a Francia. Estaba pendiente con esta re-


pública el enojoso asunto Pilet. Era éste un empleado di-
plomático francés que había padecido vejámenes de una
escolta. Y aunque Rufino castigó despiadadamente a los
autores directores, el francés no estaba conforme, avisen
rando sin duda la posibilidad de extraer algunos dineros a

— 340 —
la sombra del reclamo internacional. El ministro que se
había enviado a París, don Delfino Sánchez, no fue reci-
bido por algún tiempo; pero al fin el caldo se había en-
friado, y cuando llegó Justo Rufino fue bien recibido.

De Francia pasó a Inglaterra donde se le rindieron los


honores de Mayor General.

Pero a Justo Rufino le aconteció lo que a todos los ga-


monales que visitan Europa. Se encuentran despechados
al verse envueltos en la ingente multitud con el valor de
cualquier ciudadano. En su aldea son el señor, el amo, el
dueño, son alguien; cuando de la noche a la mañana se en-
cuentran sin ese valor personal de que gozan en el lugar,
cuando el que los pasa rosando en la calle ni siquiera los
mira, ni los conoce, ni los saluda; cuando al entrar a un sa-
lón nadie se mueve, ni va a prestarle besamanos, se sien-
ten en otro mundo donde son menos y al punto comienzan
a añorar la tierruca, donde se les recibe como en Domingo
de Ramos.

Así pasó a Rufino en París, en Londres, en Nueva York.


Sentía que algo le faltaba allí; aquel mandar sin réplica,
disponer de todo sin contradicción; escuchar lisonjas es-
trambóticas sin medida formaban ya parte de su ser, y eso
no se cotizaba bajo las banderas de las barras y las estre-
llas, ni en Francia, ni en Inglaterra, por muy finas que fue-
ran las atenciones debidas a su jerarquía.

Y así, dice su biógrafo y apologista Rubio, "como hom-


bre de grandes resoluciones, emprendió la marcha de re-
greso". Porque, para sus admiradores, en la vida de este
nombre, sus menores actos son heroísmos, genialidades, sa-
crificios patrióticos. De manera que la determinación de
regresar a su casa, lo que para cualquier mortal es algo or-
,,
dinario y corriente, en Rufino se torna "gran resolución ,

como la de invadir a El Salvador o entregar parte del te-


rritorio nacional.

En octubre se embarcó con destino a Nueva York, de


allípasó a San Francisco y en noviembre de aquel año es-
taba de vuelta en Guatemala.

Su entrada a la ciudad fue ovación de triunfador, aun-


que los negocios que había "arreglado'' eran una verdade-
ra y trascendental derrota. Pero el país estaba de tal mo-
do en sus manos, tal era el terror que inspiraba, que to-

— 341 —
dos, amigos y enemigos, tenían por fuerza que alegrarse
de los mayores disparates y crímenes del Patrón, si no que-
rían exponer su hacienda y su vida. Desde el puerto de
San José se le hicieron agasajos; la capital estaba de fies-
ta; la animación y regocijo reinaban en ella; por donde
quiera arcos triunfales, desfiles de escuelas, valla de solda-
dos, y por la noche paseo de antorchas en la Plaza de Ar-
mas con el retrato de Justo Rufino en procesión, mientras
en el Teatro Nacional se servía opíparo banquete seguido
de suntuoso baile, que duraba hasta las cuatro de la ma-
drugada.

En el coro de aduladores no podía faltar la nota más


odiosa de esa lacra social: el denuesto soez contra los jus-
tos opositores al régimen. Un periódico de la claque ofi-
cial, El Guatemalteco, fue el encargado de extraer la doble
cuerda adulona, diciendo primero que Justo Rufino había
ido a salvar la "dignidad" de Guatemala, para agregar des-
pués los más estridentes dicterios contra los enemigos del
Patrón, mezclando entre ellos al Dr. Montúfar.

Dice aquel periódico que el arreglo de la cuestión de


límites ha sido "para garantizar la paz y sobreponerse a
las intrigas infames de cobardes enemigos que explotaban
la cuestión de límites con la República de México, creyen-
do que al amparo de esa oscuridad podían deslizarse en la
sombra y dar muerte a la libertad, a la democracia y al de-
recho, tanto más cuanto que un Ministro traidor se había
asociado a sus planes tenebrosos".

342
Capítulo XXVIII.

LA ASAMBLEA ADMITE LA ENTREGA DE LOS


TERRITORIOS, PERO NO LA RENUNCIA DEL PATRÓN.

Justo Rufino no reasumió el poder inmediatamente,


pero dirigió al Congreso un extensísimo mensaje en que
daba cuenta de su misión, tratando de justificar el remate
que le había dado.

En él refiere que cuando llegó a los Estados Unidos,


el asunto con México estaba en peligro de convertirse en
verdadero conflicto, y expresa seguridad de que sin su pre-
sencia nada se habría hecho. No hay pues, que extrañar
que cuando manifestó al Ministro de México su propósito
de renunciar a Chiapas y Soconusco sin exigir indemniza-
ción alguna, aquel diplomático significara la más favora-
ble disposición para arreglar la contraversia en los térmi-
nos que indicaba Justo Rufino.

Trata con menosprecio y como de pasada el incidente


con Montúfar, cuyo nombre ni mentar quiere, pues se li-
mita señalarlo con alusiones. No cree Rufino que nece-
ta-

site hablar de eso: el país lo conoce bien y ha calificado su


conducta; sería suponer que se duda de la suya si tratara
de justificarse.

Luego anuncia que Guatemala no puede ya alegar de-


rechos a Chiapas y Soconusco, ni indemnización ni otra
compensación. Esa es la verdad desnuda, que Justo Ru-
fino ni oculta ni disfraza, porque "tengo —dice —
la firme
persuasión de que, al hacerla, en nada he menoscabado los

— 343 —
derechos del país, ni le he impuesto sacrificio alguno; sino
que, por el contrario, le he prestado un inmenso servicio,
quitándole una cuestión tan espinosa como estéril...."

Después de un extenso alegato histórico para demos-


trar el derecho de México, concluye Rufino echando la cul-
pa de la pérdida de los territorios entregados por él a las
funestas dominaciones de España y del partido servil. La
conquista por las armas hubiera sido una locura, digna de
ser ridiculizada por la pluma de Cervantes, dadas las dife-
rencias potenciales entre ambos países. Mas inmediata-
mente Rufino cae en la cuenta de que lo dicho desentona
con su perenne papel de bravucón, y al punto enmienda con
una baladronada: llegado el día de defender a su patria,
'perecería él mil veces con honra en su puesto, que es el
puesto del peligro, al frente de sus soldados, antes que con-
sentir en una infamia".

Pero he aquí que Rufino por primera vez descubre es-


crúpulos a causa de sangre que se derramaría y el dinero
que se derrocharía en un conflicto armado. La inquietud
que esto produce sólo pueden medirla los que están al fren-
te de la cosa pública y no los que viven de teorías; los que
"tienen que responder de la propiedad de los ciudadanos
y de la sangre de los soldados que cae sobre su cabeza
cuando inconsiderada o temerariamente provocan una lu-
cha en que la razón es dudosa".

¡Magnífica doctrina, pero tardíamente aplicada! Qué


bien hubiera salido al pueblo guatemalteco si ella se hu-
biese tenido en cuenta el año de 1876. Tanto, por lo me-
nos, como al salvadoreño y al hondureno. Pero es que, tra-
tándose de excusar un mal paso, nada valía contradecir y
hasta condenar la conducta anterior.

La conciencia de Justo Rufino "se subleva" y despre-


cia a los que "se parapetan" en la dignidad nacional para
clamar contra la idea de prescindir de Chiapas y Soconus-
co. Y exclama indignado: "un derecho ilusorio, quiméri-
co y ridículo". Palabras que hubieran estado muy bien
para una pluma mexicana; pero los defensores de este país
tuvieron el decoro de no pronunciarlas.

Para demostrar que hizo bien en no exigir indemniza-


ción, Justo Rufino se vuelve sofista. Puesto que había que
hacer la renuncia, más valía no pedir dinero, que tal hu-
biera significado venta del territorio; había que alejar la

— 344 —
sospecha de que se manchaba las manos con el vil metal,
y de que se cotizaba a Guatemala en un mercado. Se pres-
cindió de la disputa porque se debía prescindir; pero no se
vendió el territorio porque no se podía vender: "porque si
sostener la pertenencia de Chiapas y Soconusco hubiera si-
do realmente una de aquellas cuestiones de honra y de dig-
nidad, en que la transacción es imposible, la honra y la
dignidad no hubieran quedado satisfechas con ningún pre-
cio, sino muy escarnecidas y mancilladas".

A Justo Rufino no le preocupa ni le acobarda lo que


digan sus enemigos. Si el paso que ha dado fuera perju-
dicial para Guatemala y deshonroso para él, se lo hubieran
facilitado sus adversarios; mas con estorbarlos demostra-
1011 que era una gloria para Justo Rufino, y un venero de
intranquilidad para Guatemala que ya no podrían seguir
explotando sus opositores.

En más de un lugar del mensaje creemos encontrar


indiciosde que la conciencia de Justo Rufino no estaba
muy tranquila con lo que había hecho, pues agota todos los
argumentos, más con ánimo de aturdirse a sí mismo que
para convencer al pueblo guatemalteco.

Declaró que para terminar la cuestión de límites ha


tenido que hacer el sacrificio más costoso de su vida, y que
para resolverse a él hubo de necesitar de un esfuerzo ex-
traordinario de dominio sobre sí mismo. No que dudara
de la necesidad del paso, sino porque tenía miedo a las con-
trariedades que le acarrearía, a las versiones que se divul-
garían sobre el caso y a las maldiciones que le habían de
perseguir. Mas a párrafo seguido sacude el pesimismo con
un gesto de vanagloria fundado en lo que hace poco le ha
sido motivo de pesar: "Yo he hecho, señores diputados
— exclama — lo que antes ningún otro gobierno se resol-
,

vió a hacer". Mas luego el punto vuelve otra vez al gusa-


nillo que le roe por dentro: él no ha temido arrostrar la
impopularidad y el desprestigio, por más que en su interior
"haya tenido que experimentar terrible lucha". "Muchas
veces han batallado allí la conciencia del deber con la re-
pulsión que me inspiraba la idea de que el pueblo, inter-
pretando y acogiendo mal mi proceder, me retirara, no el
poder que no ambiciono, y del que tantas veces he querido
prescindir, sino su estimación y su confianza, y me consi-
derara, aunque no fuera más que por un momento, desleal
a los intereses de la Patria".

— 345 —
Luego enumera las tristezas que le atormentaron en
esta batalla. Sus enemigos dirían que se vendió al oro
mexicano; lo calificarían de débil; lo calumniarían repre-
sentándolo como ingrato o conculcador de los derechos del
pueblo; una opinión injusta se alzaría contra él, manchan-
do su nombre por el bien que creía hacer a su Patria, y
pensaba que esa deshonra caería sobre la limpia frente de
sus hijos "pedazos de mi corazón y delicia de mi vida, a
quienes no ambiciono dejar riquezas ni poder, sino la pre-
ciosa herencia de un nombre sin mancilla y de la gratitud
del país, conquistada por la conducta patriótica y leal siem-
pre de su padre". No quiere que alguien señale a sus hi-
jos con el dedo por alguna acción infame de su padre, sino
que los tengan por descendientes de un buen servidor de
Guatemala.

No hay duda que el dolor de una conciencia atormen-


tada acusa a Justo Rufino. No le importa el poder, porque
ese no se lo puede quitar el pueblo ni con todo el odio que
suscitaba su despotismo. Pero es vanidoso y siente, aun-
que nadie se atreva a decírselo, que la entrega del territo-
rio de un modo tan deshonroso le atraerá la condenación
pública con detrimento de su vanagloria.

En aquel punto de su arenga sentimental y llorona de-


bió de habérsele representado la imagen acusadora de sus
antecesores evocada en los candentes artículos de Montú-
far: Carrera y Cerna creyeron que se deshonraban si ha-
cían la renuncia de Chiapas y Soconusco y jamás la hicie-
ron; porque exclama con un exabrupto que nada tiene que
hacer con la herencia que piensa dejar a los pedazos de su
corazón: "Hice lo que no hizo Pavón y lo que no hicieron
Batres ni Aycinena, porque creí que debía nacerlo, y por-
que teniendo ante mis ojos la idea del deber, hago siem-
pre lo que creo debo, sin fijarme en lo que otros cuales-
quiera hicieron o dejaron de hacer".

Ah! pero nadie ose ponerle a par de los serviles. El


se comparaba con ellos, siquiera salga mal del cotejo; pero
no tolerará que otro cometa el abuso, porque el partido ser-
vil es el que, con "sus desaciertos y sus iniquidades, pro-
vocó la separación de Chiapas".

Así se indigna y embravece Justo Rufino contra los


que entregan Chiapas y Soconusco. El Dr. Montúfar ha
dicho que estos nunca firmaron la entrega; pero el Patrón
asegura lo contrario, y hay que ver la justicia que el ha-

— 346 —
ría si estuviesen presentes sus enemigos para castigar en
ellos la falta que él estaba cometiendo.

Toda aquella lucha y algo más puede conmover a quien


firma a sangre fría un convenio de tal especie, y por eso
llegado el momento "la mano vacila, el corazón duda algu-
nos momentos, y si al fin se hace, es después de sufrir los
estragos de la lucha violenta de las más fuertes y opuestas
impulsiones''. En esa lucha venció la conciencia de Rufi-
no a su tranquilidad y conveniencia personal; por servir a
su patria lo hubiera sacrificado todo, salud, reposo, fami-
lia, la vida.

Pero no vaya a creerse que estos son actos de debili-


dad; el hombre fuerte vuelve a aparecer en estas palabras:
"Y no me he arrepentido un solo instante ni me arrepien-
to de lo que hice, sino que, por el contrario, me enorgullez-
co y felicito". Asi replica Rufino a su conciencia que lo
aguijonea, porque su dolor es el del soberbio que mirando
menguar su fama con sus propios actos, no quiere confe-
sarlo, antes trata de persuadir a los otros de que hizo bien,
repitiendo razones que ni a el mismo convencen.

Sin embargo, Rufino no quiere cargar él solo la pesa-


da cruz de la entrega; él va a compartir la responsabilidad
con los honorables diputados. Mas para esto es preciso tam-
bién representar una pequeña comedia. Les asegura que
en sus deliberaciones gozarán de la más amplia libertad;
les ruega que no traten de halagarle, ni guardarle consi-
deración ni miramiento a él que es una personalidad pasa-
jera, en detrimento de la Patria que es permanente, que
podrá pedir cuenta a ellos y a sus hijos de la resolución
que adopten. Si el paso que ha dado deshonra y perjudi-
ca al país, los honorables deben declararlo así con entere-
za y libertad; él se "refugiará en la rectitud de su concien-
cia" y levantará la frente sin rubor porque no ha tenido
otro móvil que hacer el bien a Guatemala.

Y conociendo que nadie se atreverá a disentir de sus


deseos ni a contradecir sus hechos, con aguda perfidia des-
cubre a los diputados lo trascendente del paso. Nadie se
llame a engaño; nadie diga después que ignoraba el alcan-
ce de lo que hacía. "Tenéis en vuestras manos —les ad-
vierte — el asunto más grave que se haya sometido a la
Asamblea. Si aprobáis mi conducta, tendré una indecible
satisfacción; pero antes de hacerlo, reflexionad que com-
partís conmigo toda responsabilidad, que os hacéis solida-

— 347 —
rios de ella ante el tribunal de la opinión de la historia,
que tiene que abrir sus páginas para esta cuestión y escri-
bir en ella líneas gloriosas de alabanza o líneas de igno-
minia, de reprobación para todos los que hayan tenido par-
ticipación en ella".

Se necesitaba mucha entereza para privarse del gusto


de proporcionar ia Rufino la 'indecible satisfacción" de
'

aprobar su generosidad. Rufino al "reformarlo" todo ha-


bía "reformado" incluso el carácter de los guatemaltecos.
Los honorables, sometidos desde hacía tiempo a la fusta del
Patrón, no osaron levantar la voz de protesta. Ante la al-
ternativa de darle gusto o de figurar a su lado en las líneas
ignominiosas de la historia, la unanimidad prefirió lo se-
gundo y aprobó el tratado de entrega.

Y eso, sino que además alabó a Justo Rufino


no sólo
porque la había consumado "de manera satisfactoria y dig-
na, como era de esperarse de la previsión y acierto de un
ciudadano tan distinguido"; la Asamblea encuentra que es-
te es "uno de los acontecimientos que más enaltecen la Ad-
ministración del General Barrios'', y por consiguiente, en
su nombre y en el del pueblo guatemalteco, da un solemne
voto de gracias a Justo Rufino por el arreglo definitivo del
asunto de fronteras con México.

Y cuando la Asamblea aprobó definitivamente el tra-


tado de entrega, dirigió a Rufino las siguientes palabras
que ahora suenan ia ironía: "Os estaba reservada esa glo-
ria y la Asamblea se complace en reconocérosla y consig-
nar, como lo ha hecho ya, que la Nación os es deudora de
este nuevo e importante servicio. Esa gloria será la he-
rencia más preciada para vuestros hijos, la recogerán con
el orgullo más legítimo y la exhibirán acompañada del amor
y de la gratitud no sólo de vuestros amigos, sino del pue-
blo entero de Guatemala". "¡Cómo pudo ser de grande la
tiranía para que se encontraran hombres que firmaran, en
nombre del pueblo, tal ignominia!"

Esta última exclamación no es nuestra; es de don José


Azmitia, quien cita la Memoria de Relaciones Exteriores
de Guatemala del año 1900, y agrega: "Como se ve los li-
berales de Barrios y de Cabrera en su servilismo colman
todas las medidas y extreman todas las bajezas, haciéndo-
le escribir a la historia el aplauso para el gobernante que
entrega el territorio nacional, y que hiciera, como consta
en la propia Memoria, la oferta de anexión de Guatemala

— 348 —
a los Estados Unidos, según aparece de las comunicaciones
de Mr. Logan a su gobierno, y en relación de una conferen-
cia habida entre el Secretario de Estado Mr. Frelinghuy-
sen y el representante de México en Washington, en la que
aquél manifestó a éste: "Que el gobierno de Guatemala
le ha ofrecido ya la anexión de aquel país a los Estados
Unidos". (1).

Antes de volver a sus funciones de Presidente, Justo


Rufino quiso tantear la fidelidad de los representantes con
otra prueba. Bullían en su corazón las ideas republicanas
en choque con su idiosincrasia dictatorial; para satisfacer
estas voluntades encontradas eleva nuevamente su renun-
cia fundándola en que desea satisfacer los sentimientos de-
mocráticos que agitan su espíritu; en realidad necesita otras
voces que lo convenzan de que culminar en la dictadura
no es traicionar a la democracia, sino solidificar sus cimien-
tos. Y esas voces se lo dirán, está seguro.

podía él seguir en el gobierno; estaba muy cansa-


No
do, su salud quebrantada. No le era posible descargarse
de algunas tareas de la administración, o descentralizar un
poco su sistema. El cree que quien gobierna "debe estar
en todo, ha de verlo todo y ha de oirlo a todos a todas ho-

Las ideas que sobre este particular profesa Rufino son


opuestas a la división de poderes tan característica del sis-
tema republicano; todos deben estar concentrados en sus
manos, aunque sabe disimular esta codicia de mando con
el pretexto del deber de trabajar sin tregua: "No me es
posible — —
dice cambiar mi organización ni tener carácter
diferente del que tengo: no puedo tener tranquilidad cuan-
do sé que hay que tratar o que atender algo; no puedo bus-
car descanso cuando sé que alguien me espera, o que para
algo se necesita de mí: no puedo encerrarme en la inacción
del egoísmo dejando que todo marche como pueda; no pue-
do, en una palabra, prescindir de la idea de mi deber, y
siendo Presidente, creo que mi deber es trabajar sin tregua
y para ello no reparar en dificultades y consecuencias".

Justo Rufino no ha hecho todo lo que estaba obligado


a hacer, y si alguna recompensa merece es "que no se le
estreche para llevar hasta los últimos límites el sacrificio".

(1) García Dic. tomo V., pág. 392.

— 349 -
El está satisfecho porque ha visto realizada una de las
ilusiones más gratas de su vida: la consolidación en Guate-
mala del régimen constitucional; ha podido ausentarse del
territorio guatemalteco sin que ni una alteración se sintie-
ra en el país; la mayoría está penetrada de que la felici-
dad de la Patria hay que buscarla en el trabajo; llegó el
día en que desaparecieron las ridiculas tentativas para sa-
tisfacer mezquinas pretensiones de ambiciones vulgares; el
pueblo de hoy sólo quiere trabajo garantizado por las le-
yes para estar seguro de que nadie le arrebatará el fruto
de sus afanes.

Esto lo ha hecho él, Justo Rufino; pero de ahora en


adelante el país podría marchar sin necesidad de su apoyo.
Sólo falta una cosa para que se consolide el régimen de la
"democracia republicana": "que comience a ser efectiva y
práctica la alternabilidad, y no se quede simplemente es-
crita en algunas hermosas líneas''.

Justo Rufino no se considera indispensable, y hay por


otra parte, muchos patriotas en Guatemala, leales defen-
sores de la causa del pueblo que sabrán llevar a la Repú-
blica por el sendero de la felicidad. Que venga, pues, la
alternabilidad de acuerdo con los principios de 1871 en fa-
vor de los derechos y libertades del pueblo. El momento
es propicio; por doquiera reina la tranquilidad: en el inte-
rior se practica el respeto a la ley y a la autoridad y se
abre campo el progreso. En el exterior la antigua cues-
tión de México está concluida, y lo está, — dice Rufino
exaltándose con el recuerdo de su mejor obra — "porque
,

tuve el valor indispensable para cortarla sin vacilar, en


echar sobre mí toda la responsabilidad, y lo pospuse todo
a los intereses bien entendidos de Guatemala". Está con-
cluida también porque la Asamblea aprobó las negociacio-
nes; con las otras repúblicas centroamericanas hay paz y
armonía. Toda esta prosperidad alienta las aspiraciones
republicanas de Justo Rufino, para pedir conmovido a la
Asamblea: "que se me conceda la gloria de dejar estableci-
do con mi ejemplo, el principio del cambio pacífico y legal
del primer Gobernante".

Y quizás contemplando el espectáculo de alternabili-


dad que daba Nicaragua cada cuatro años, quizás querien-
do participar siquiera de intención en aquel hermoso pa-
lenque de las democracias, manifiesta Rufino ardientes
deseos de establecer la alternabilidad y de que esa nueva
conquista se debe a él. Cuan grato le será verse confun-

— 350 —
dido en la multitud como un particular que acatando la
ley, deja el alto puesto y desciende a ocupar su lugar en la
llanura. Desde allí contemplará vanidoso su propia obra
y pensará con regocijo que en lugar de sobreponerse a los
principios, se apartó para dejarles paso. Y ya en el pa-
roxismo de sueño convertido en delirio, exclama: "Quie-
ro poder gloriarme entonces, de que a mí se me deba el es-
tablecimiento de este principio que es el más difícil de
plantear porque es el que menos halaga la ambición de los
que quieren adueñarse del poder, y que, sin embargo, es
el eje sobre el que ha de girar una buena administración
republicana".

Justo Rufino ha renegado más de una vez de su libe-


ralismo; pero esta vez se describe él mismo como quiere
aparecer ante la historia: acatador de las leyes, abnegado
como gobernante, decidido partidario de la alternabilidad,
respetuoso de las libertades públicas, un liberal de !a épo-
ca romántica cuando aún se creía que tales sujetos no que-
braban un plato; por eso no debe terminar sin entonar un
cántico al liberalismo. Esta causa ha triunfado en Guate-
mala por él y con su sangre; fue el ideal de toda su vida,
la quiere, la ama; la pérdida de esa causa sería la pérdida
de su fortuna, de sus hijos, de su vida; la reacción no le
perdonará haber destruido sus "vicios" ni haber acabado
con su "perversión y fanatismo". Pero lo que más parece
afligir al buen señor es que la derrota del liberalismo se-
ría "la pérdida de la libertad y de las esperanzas y garan-
tías del pueblo". Por eso él admitiría que le sucediese un
liberal, sin que se proponga ejercer preponderancia para
que formen el gobierno estos o aquellos, le basta que sos-
tengan los principios proclamados en su Administración.
El estará al lado de un gobernante de tal especie, hacién-
dole con lealtad las indicaciones que le enseñó la experien-
cia.

Es decir, que aunque se le admitiese la renuncia, per-


manecería vigilante al lado del nuevo mandatario; tanto
valía anunciar que él continuaría disponiendo por medio
de un testaferro; los que le conocían sabían hasta qué pun-
to era verdad esto, y que en tales condiciones no valía la
pena de representar una comedia en que el primer galán
seguiría siendo Justo Rufino aún entre bastidores.

El mismo insinúa este papel: "Si todavía puedo pres-


tar algún servicio, utilizadlos del modo que pueda prestar-
los eficaz y positivamente, que es quedando retirado del

— 351 —
servicio de la Presidencia, pero tan comprometido y tan
empeñado por el bien del país como siempre". Pero dice
con insigne comiquería: "No exijáis de mí más de lo que
puedo hacer''.

Y para concluir amonesta a los señores diputados que


no desaprovechen la ocasión de establecer en la Patria gua-
temalteca el precedente de la alternabilidad en el poder;
eso será sumamente provechoso para los hijos de los ho-
norables y para los suyos propios.... y también para toda
la República.

La renuncia era categórica; los caprichos del Patrón


teníanse por órdenes terminantes; los señores diputados no<
hallarían más escapatoria esta vez que darle gusto. ¿Iban,
sin embargo, a tener la crueldad de arrebatar a su queri-
do jefe la realidad de su esperanza republicana largamen-
te esperada y penosamente preparada? ¡Qué conflicto! Pe-
ro ellos sabían leer entre líneas y era allí precisamente don-
de estaba la verdadera intención de Justo Rufino, que no
en aquella larga disertación sobre el patriotismo, su salud,
la alternabilidad y el porvenir de sus hijos. Y como quie-
nes saben que no se equivocan, comienzan los padres cons-
criptos, diciendo que han escuchado con "profunda pena"
la renuncia del llamado por la "unanimidad" del sufragio
popular a regir los destinos de Guatemala. Y en el catá-
logo de lisonjas que le prodigan, hay hasta la confesión de
que Rufino ejerce todos los poderes, como dictador abso-
luto: "Vuestra solicitud se extiende a todo... hasta mu-
chas de las exigencias del interés privado... todo es some-
tido a la decisión presidencial y se resuelve con el recto e
ilustrado criterio que adorna siempre los actos de vuestro
benéfico gobierno.... la naturaleza... os ha dado tal suma de
vitalidad y de energía, que parece haber realizado en Vos
la leyenda de los titanes, ella sabrá devolveros la salud
perdida..."

Justo Rufino ha hecho más de lo que estaba obligado;


sus victorias son muchas: el régimen constitucional "prac-
ticado sin serias dificultades", obras de progreso, tenden-
cia a labrar la felicidad de los pueblos, el trabajo que des-
apega de mezquinas ambiciones, la instrucción que signi-
fica conocimiento de "los derechos y deberes", la nueva
generación creada al calor de la enseñanza que ha estable-
cido Justo Rufino está preparada para recibir la "buena
simiente". Todo eso es la obra de Justo Rufino, ésta su
"gran victoria conseguida sobre un pasado que abraza más

— 352 —
de treinta años". Y esta obra "¿habrá de exponerse a los
embates de la contraria suerte, por la falta del grande hom-
bre, a quien el genio quiso favorecer con sus dones más
preclaros? ¡Señor General Presidente, habéis allegado a
Guatemala un venturoso porvenir, pero Vos también estáis
envuelto en sus destinos'!

Después de hacer un elogio de principio de alternabi-


lidad, la Asamblea se atreve a contradecir a su Patrón con
toda la caballerosidad y educación que se deben a tan buen
Señor: "La Asamblea no tiene la honra de creer, como
Vos, que la presente sea la oportunidad de llevarlo al difí-
cil terreno de la práctica". Y frente a la doctrina demo-
crática de Justo Rufino, la Asamblea levanta otra de cir-
cunstancias con los mismos argumentos que han opuesto
siempre los intereses dictatoriales o monárquicos a los de-
rechos democráticos de los pueblos.

"Sea en enhorabuena y en su tiempo la alternabilidad


—reza la nueva doctrina del Congreso rufiniano — uno de
,

los medios que hagan accesibles las altas esferas del poder
a los liberales (sólo a los liberales) bien intencionados y
decididos; pero no constituya jamás por el deseo de im-
plantarla desde luego, y quizás con anticipación, un ele-
mento disolvente que haga de la sociedad inextricable caos
y convierta la presidencia en amargo y terrible manzana
de discordia".

¡Oh! congresistas norteamericanos!, ¿por qué no con-


testasteiscon el mismo patriotismo a Jorge Washington
cuando anunció su retirada, ya que no parece ser cierto que
el cambio de gobernante, es la base de todo verdadero sis-
tema republicano?

Y ante el cuadro de progresos y conquistas que ha


trazado Justo Rufino y que la Asamblea se complace en
reproducir, ésta se pregunta: "¿Quién si no Vos está pre-
destinado a ser el obrero que prosiga levantando el edifi-
cio del bienestar de la República?"

Mas, según el criterio del Congreso, Rufino no ha lle-


nado aún la copa de la ambición; falta lo más grande, falta
realizar la unión centroamericana.

"La Asamblea cree que Vos en el ejercicio del mando


podréis con mayor eficacia contribuir poderosamente a lle-
var a término feliz la unión centroamericana. Esa idea

— 353 —
que los patriotas acarician con entusiasmo adquiere actual-
mente mayores proporciones; y en verdad que sólo exige
el desinteresado y constante trabajo del patriotismo acti-
vo, para tomar puesto en el número de los hechos consu-
mados. ¿Quién fue uno de los que hicieron lucir mejores
días para la hermosa Italia, sino ese modesto General Ga-
ribaldi, ese inmortal hijo del pueblo, que ardiendo en el
fuego del amor patrio, libró contra todas las opresiones ba-
tallas legendarias, para efectuar la unión de la desgarrada
península italiana? ¿Y quién será entre nosotros el abne-
gado Garibaldi que se ponga al servicio de la causa de la
América Central?"
Este párrafo de la contestación del Congreso, con más
intención de adular que de consejo, fijó en Justo Rufino
la idea de llevar a remate la formación bajo su imperio de
una república centroamericana; si ya no era que los congre-
sistas se expresaban así obedeciendo a insinuaciones de
Justo Rufino, que se proponía preparar la opinión pública
para una empresa muy superior a sus capacidades de mi-
litar y de estadista.

Sin embargo, el pesar que a la Asamblea ha acarrea-


do larenuncia del "émulo de los héroes" se balancea con
la promesa de que él estará siempre al lado de sus suceso-
res, prestando su cooperación a gobiernos que continúen
desarrollando el programa de "principios redentores".

Todos los ánimos en Guatemala se contristan con sólo


pensar que el Benemérito renuncia; la Asamblea insinúa
que se busque un medio que permita al hombre indispen-
sable marcharse y permanecer a un mismo tiempo para
que se salve su preciosa y quebrantada salud; en todo caso,
la Representación Nacional espera y confía en que Justo
Rufino continúe "labrando la felicidad de Guatemala y
procurando realizar los ideales de la patria que nos lega-
ron los inolvidables proceres de la independencia".

Otra vez Justo Rufino se vio defraudado en sus gran-


des ilusiones democráticas; otra vez fracasaba la alterna-
bilidad, y se le frustraba la gloria de implantar en Guate-
mala un régimen republicano. La responsabilidad caía so-
bre los señores diputados; él a lo menos creyó salvar los
principios hablando elogiosamente de ellos, y protestando
que deseaba verlos realizados. No insistió en la renuncia
como en la pasada ocasión. ¿Para qué? Sabía por amar-
ga experiencia que los diputados eran honorables y tercos;
no habría quien los hiciera cejar.

— 354 —
Pero este hombre que hacía todo sin pedir permiso a
nadie, se creía siempre obligado a explicar al pueblo todo
lo que hacía; un imperativo de sinceridad, de demostrarse
a sí mismo que obraba bien, le imponía con frecuencia de-
jar el látigo para empuñar la pluma. Este cambio de ins-
trumentos que parece abogar en él inclinaciones democrá-
ticas, no era sino la manifestación del complejo de un hom-
bre cuyo subconsciente quiere una cosa y cuyo capricho lo
hace ejecutar siempre otra distinta y aún opuesta.

Justo Rufino está persuadido de que es todo lo bueno


y grande que dicen de él sus cortesanos y se empeña en
lo
hacerlo creer a sus conciudadanos; pero no es muy fácil
convencer a un tercero —
el pueblo en este caso —despro-
visto de aquel interés personal que inclina pronto a uno a
creer lo que le conviene o le halaga.

Al hacerse cargo de nuevo de la presidencia, Justo Ru-


fino lanza una proclama a los guatemaltecos. Por fin, ex-
clama, está resuelta la cuestión con México, que no pare-
cía tener más desenlace que un rompimiento. La Asam-
blea lo ha aprobado, la paz reina en Centro América, pros-
pera el adelanto social y político, el país sigue el empuje
que Rufino, es decir, "que yo he querido darle''. En vis-
ta de ello, eleva su renuncia al Congreso, pero éste no se
la admite. En consecuencia, Justo Rufino se encarga nue-
vamente de la Presidencia, " animado de los sentimientos
en que siempre me he inspirado de trabajar por la mejora,
el adelanto y la felicidad de nuestra Fatria".

Expone los grandes recursos de riqueza que encierra


Guatemala y exhorta: "Tengamos la hermosa ambición de
ser tan grandes como podamos: condenemos todo lo que sea
mezquindad y pequenez bajo cualquier concepto y recha-
cemos las insidiosas sugestiones de un egoísmo ruin que
todo lo inmola al interés personal, y que no es capaz de
poner un óbolo, una gota de sangre, una hora de abnega-
ción en los altares de la Patria y de la prosperidad del
pueblo".

Después de pedir a éste los sacrificios que él mismo


no ha hecho, pero ha impuesto, se jacta crédulamente de
que todo el pueblo se ha adherido a los principios que ha
establecido y sostenido, y con la misma credulidad prome-
te que el gobierno "seguirá dando garantías y protección a
la honradez, al trabajo, a las empresas".

— 355 —
De tanto oír esas cosas y de tanto repetirlas, Justo Ru-
fino llegó a creerlas. Pero él era el único que las creía en
Guatemala.

— 356 —
Capítulo XXIX.
EL PATRÓN INTENTA "REFORMAR" LA RELIGIÓN.

La persecución al catolicismo con que Justo Rufino ha-


bíacomenzado sus "reformas ahora tomaba otro aspecto.
Como el hierro no pudo aniquilar la fe del pueblo guate-
malteco, Rufino llamó en su auxilio al protestantismo yan-
qui.

Desde hacía algún tiempo estaba empeñado en que


una misión protestante viniese a Guatemala a concluir la
obra anticatólica por él iniciada.

Los protestantes norteamericanos están siempre listos


a emprender esta clase de conquistas, de acuerdo con su
lema: americaniza ti en through evangelization, evangelizar
para americanizar. Con este objeto han creado verdade-
ras empresas mantenidas con abundante dinero.

Antes de su viaje, refiere Mr. Burgess, Justo Rufino


hizo saber a los evangelizadores que él estaba deseoso de
favorecer en cualquier forma el establecimiento del pro-
testantismo en Guatemala. Y para dar ejemplo, enviaba
a sus hijos a Ja escuela presbiteriana cuando esta secta se
estableció en aquel país, y obligaba a sus ministros y ami-
gos a hacer otro tanto con los suyos.

Contando con tan buenos auspicios, los protestantes


enviaron al pastor John C. Hill a Guatemala para que in-
formara de las posibilidades de establecerse en dicha re-
pública.

— 357 —
Pero las cosas no marchaban tan a prisa como lo pe-
día el carácter impaciente de Justo Rufino; y así, cuando
llegó a Nueva York habló con los directores de las misio-
nes y les pidió que apresuraran su ocupación del país.

El Dr. Montúfar era el de la gran idea, y hasta escri-


bió unfolleto sobre las relaciones entre la iglesia y el es-
tado, para demostrar las ventajas del protestantismo.

Yes claro que, como observa Mr. Burgess, la causa


protestante hizo progresos en Guatemala con el patronato
de Justo Rufino; pero no tan grandes, sin embargo, que des-
plazara al catolicismo, ni siquiera para competir con él a
pesar de que éste se hallaba poco menos que proscrito.

En esto también, Justo Rufino se complacía en hacer


el juego de la democracia. Si se portaba así con el catoli-
cismo era por ser obediente a los deseos del pueblo; y para
demostrarlo se valía como de costumbre de una pequeña
farsa.

Estaba encargado de la Arquidiócesis, el Pbro. Juan


Bautista Raúl y Beltrán. Era éste un clérigo español, an-
tiguo carlista que había huido a Cuba y de allí había pa-
sado a Guatemala. Se captó las simpatías de Justo Rufino
sin duda porque muy fácilmente se plegaba a sus capri-
chos, como lo demuestra la anécdota que vamos a referir.

El Pbro. Raúl y Beltrán hizo saber a Justo Rufino el


disgusto de personas principales por su actitud tiránica
contra la Iglesia Católica. El Patrón entonces ocultó al
Padre Raúl detrás de una cortina desde donde podía oír to-
do lo que se hablaba en el salón, sin ser visto; y fue lla-
mando uno por uno a los nombrados por el sacerdote como
opuestos a la política impía del Presidente. Una vez allí
preguntaba al visitante, que opinaba de su actitud frente a
la Iglesia; y está claro que todos, sin excepción, contesta-
ban de modo complaciente, aprobando las despóticas me-
didas del Patrón. Cuando se retiraron los interrogados,
sacó Rufino al crédulo sacerdote de su escondite, y le dijo:


Ya lo ve; quisiera ser más suave con la Iglesia, pero
estando la opinión pública tan uniforme contra Ud., no
puedo menos que inclinarme ante ella.

En otras ocasiones alardeaba de católico sólo por con-


fundir a los que, para halagar las pasiones del Patrón, re-
negaban de su fe.

— 358 —
Una vez pasó el Santísimo Sacramento frente a la casa
del Presidente. El y un cortesano, jurisconsulto distingui-
do, estaban asomados al balcón. Justo Rufino aparentó ni
siquiera ver el viático que se anunciaba con campanillas y
luminarias. Para él aquello no significaba nada. Su com-
pañero asumió la misma actitud indiferente. Mas cuando
regresaba el viático, Rufino se arrodilló y el licenciado hi-
zo lo propio. El Presidente le preguntó:

—Señor licenciado, ¿por qué no se arrodilló Ud. cuan-


do iba el viático y sí cuando regresaba?

—Porque hizo su Excelencia.


así lo

—Ujú! Con que Ud. piensa con mi cabeza? Yo creía


que era Ud. un hombre de ideas propias, que sabía pensar
por sí mismo.

Otra vez, cuando se hacía el censo, llegó a la casa pre-


sidencial el encargado de levantarlo en aquel lugar, y pre-
guntando a uno de los personajes que estaba con Justo Ru-
fino qué religión tenía, contestó que ninguna. Cuando el
censor hizo la misma pregunta al Presidente, respondió és-
te, en clara voz y mirando al que había renegado.

—Soy católico, apostólico y romano.

Con lo cual todosentendieron que lo decía para mor-


tificar al que por adularlo se había declarado ateo.

Pero Justo Rufino procedía asi por espíritu de llevar


siempre la contraria, pues en realidad era anticatólico y lo
demostraba más con obras que con palabras. A lo que ha-
bía hecho contra el catolicismo guatemalteco no hallaba ya
que agregar; faltaba un pequeño detalle: era atraso eso de
sacar santos a la calle, muy colonial, muy retrógrado; ya ha-
bía prohibido estas manifestaciones del culto; pero nadie
hacía caso. Reiterólas, pues, demostrando su persistencia
contra los menores signos de fe y catolicismo.

Esta enseñanza en las escuelas, en los tribunales, en


la política,en el ejército, en la economía, en todas las ma-
nifestaciones morales, económicas y administrativas del Es-
tado estaban produciendo ya sus nefandos efectos, mani-
festados en una corrupción y degradación generales. He
aquí el cuadro que de esos resultados traza el escritor gua-
temalteco Lie. Agustín Meneos Franco:

— 359 —
"Digo, pues, que la revolución llevó a la juventud del
cristianismo al paganismo, y la historia no me dejará men-
tir.

"Se quitó de las escuelas la imagen del Cristo, funda-


dor inmortal de la libertad humana, y en su lugar se puso
¡oh sarcasmo! la imagen de Justo Rufino Barrios.

"Entonces la juventud ya no aprendió las doctrinas del


Crucificado; pero ¡ay! en cambio aprendió las doctrinas del
malvado.

"Ya la niñez no fue al templo a elevar sus oraciones


al cielo; pero, en cambio, fue a las fiestas cívicas a dirigir
sus adulaciones al tirano.

"Ya no se postró reverente ante la cruz; pero, en cam-


bio, se postró estúpida ante los ídolos; esto es, ante los opre-
sores de la patria.

"Ya no se enseñó a los párvulos que su padre es aquel


buen Jesús que perdona al pecador, que curaba a los enfer-
mos, que daba de comer al pobre; pero en cambio se le en-
señó que su padre era Barrios, el que robaba su pan al po-
bre; el que cargaba de cadenas a los inocentes, el que ase-
sinaba y atormentaba a sus hermanos.

"Ya no se propuso a la juventud como modelo digno


de imitación al justo que murió por amor al hombre; pero
en medio se le dio por modelo al bandido que vivió para
matar al hombre.

"La educación y las enseñanzas de los primeros años


raras veces se pierden, porque se graban profundamente en
el alma.

"De aquí que la juventud del 71 sea fiel a su educa-


ción y a sus tradiciones.

"Porque en las escuelas del 71 vio el niño que su mo-


delo robaba, y creyó que el robo era lícito o cuanto más
una graciosa calaverada.

"Vio que su modelo se emborrachaba, y creyó que la


continencia era mogigatería, dándose en cuerpo y alma al
aguardiente y a la embriaguez.

— 360 —
"Vio que su modelo era un sátiro, y se fue sin freno
detrás de la carne; y al lado de la escuela se levantó el
burdel.

"Vio que su modelo era un asesino, y ya no creyó en


lo sagrado de la vida humana, y el puñal del delincuente
fue en sus manos el juego y diversión de su primera edad.

"Vio que su modelo pagaba espléndidamente a los al-


cahuetes y a los espías, y pensó que era un puesto de ho-
nor el de alcahuete y espía de los gobernantes.
"Vio que su modelo se rodeada de verdugos, y creyó
que su deber era matar a palos a los supuestos enemigos
del déspota.

"Vio, en fin, que su modelo se burlaba de las leyes y


de la libertad, y creyó a puño cerrado que el estado natu-
ral de los pueblos es el de la esclavitud.

"¿Es que inventamos hechos? ¿Es que recargamos


con sombríos tintes el cuadro desolador de nuestros últi-
mos veinte años de existencia política? (1).
"¡Ah, quisiera el cielo que nos engañáramos, que nos
desmintiera la historia de la pobre patria!

"La pérdida de las buenas costumbres que hasta los


panteristas (2) deploran; la corrupción y el vicio invadien-
do como terrible gangrena todo el orden social; los escán-
dalos inauditos de cada día que la prensa periódica se en-
carga de relatarnos, están diciendo a grandes voces que no
estamos engañados, que son ciertas nuestras observaciones.

"De las escuelas del 71 han salido, por lo general, los


aduladores y los espías, los ladrones y los alcahuetes, los
verdugos y los asesinos.

"Y en prueba de tal acertó: allí están las calles rebo-


sando de policías secretos, que nos acechan a nuestras puer-
tas.

"Allí están las casas de tolerancia, envenenando con


miasmas pútridos el aire que respiramos.

(1) El autor escribía en 1893.


(2) PANTERISTAS llamaron a los partidarios del régimen de
Barrios, y a éste PANTERA.
— 361 —
"Allí están los salones de los gobernantes repletos de
descarados aduladores.

"Allí están las cárceles públicas que ya no pueden con-


tener a los cacos y a los homicidas.

"Allí están los campos y talleres desiertos, porque la


embriaguez cunde rápidamente.
"Allí están, en fin, los adulterios manchando a cada
momento la santidad del hogar doméstico.

"Sucede con la perversión del pueblo lo que pasa con


la luz del sol,aunque la comparación sea antitética, y es
que a fuerza de verla todos los días y de cerca, ya no nos
extraña su intensidad ni su grandeza.

"Estamos tan acostumbrados a ver a cada instante crí-


menes horrendos, atentados escandalosos, atropellos y ve-
jaciones sin nombres que ya no nos llama la atención lo
que, en cualquier país civilizado en Europa, produciría
asombro general y explosiones de indignación.
"Y bien:
"¿Cuál es la causa de tanta corrupción e inmoralidad?
Digámoslo con franqueza:

"No es otra que las escuelas del 71. Que las enseñan-
zas y las teorías del 71.

"Más dignos de lamentaciones que los males materia-


les,son los males morales que produjo Barrios en Guate-
mala.

"Cruel es el asesinato del cuerpo; pero es más cruel el


asesinato del alma.

"Culpable es robar de las arcas nacionales los cauda-


les; pero es peor robar del corazón de las gentes el tesoro
de la justicia.

"Terrible fue la desorganización material de la Repú-


blica; pero palidece ante la desorganización de las ideas y
de los espíritus.

"Y Barrios, con sus enseñanzas y doctrinas, no hizo


más que sustituir el interés al patriotismo, la pasión a la
moralidad, la relajación a la continencia, el vicio a la vir-
tud.

— 362 —
1
'Todos los días se quejan los periódicos liberales de
la corrupción social. ¡Qué simpleza!

"¡Cómo no ha de estar corrompido gran parte del pue-


blo, si en enseñó que Barrios era li-
las escuelas del 71 se
bertador, regenerador y dios y que era bueno todo lo que el
dios hacía; es decir que era bueno violar, robar, apalear,
matar!

"El mismo Partido Liberal, en su número del 19 del


corriente, se lamenta de nuestra poca educación política y
de que los pueblos, más que de ciudadanos se compongan
de esclavos.

"¡Qué locura!

"¿Cómo no había de existir tanto atraso político, si en


las escuelas del 71, en vez de enseñar al pueblo los dere-
chos del ciudadano y las libertades del hombre, se le ense-
ñaba a adular a sus verdugos y a bendecir sus cadenas.

"¡Pueblo de Guatemala! Desengañaos.

"En las escuelas del 71 aprendisteis quizá a leer y a


escribir; pero sabed también que la corrupción que deplo-
ráis, que la sangre que os persigue, que los crímenes que
os espantan y que la deshonra que os mancha, se deben, en
su mayor parte, a las teorías, a las enseñanzas y a las es-
cuelas de Barrios".

¡Terrible cuadro, pero verdadero!

A par de este desastre moral, Rufino se empeñaba en


mejoras materiales. Para el materialista no hay más triun-
fo que el de la materia. Para conseguirlo no reparaba en
medios, aún perjudicando a ese mismo pueblo que procla-
maba favorecer.

En los Estados Unidos hizo un convenio ferrocarrilero


con la compañía Grant & Guard. En él se daban a la com-
pañía ventajas pocas veces igualadas por la generosidad.
Se le concedían las tierras baldías que necesitara para cons-
truir el camino de hierro, con una faja de sesenta metros
de ancho por toda la longitud del ferrocarril; derecho a
tomar los ríos y el material necesario para construir y re-
parar la obra; se le daba facultad de expropiar la propie-
dad privada; se dejaba libre de derechos por veinticinco

— 363 —
años la introducción del material extranjero para la obra.
Eran tales estas concesiones que el complaciente biógrafo
Rubio dice: "Por fortuna para nosotros no pudo llevarse
a término aquel convenio".

Así realizaba Justo Rufino sus obras de progreso. De


ese modo pudo echar la línea férrea entre Champerico y
Retalhuleo, y comenzar la que une a San José con Guate-
mala.

En 1883 decidió Justo Rufino construir la vía férrea


que pondría en comunicación el Pacífico con el Atlántico;
pero por muy liberales que fueron las concesiones prome-
tidas, ninguna compañía extranjera se presentó a ejecutar
el trabajo. Justo Rufino decidió entonces que el país con
sus propios recursos tomara sobre sus hombros la tarea.
¿No lo hacía así Nicaragua con su ferrocarril al Pacífico?
Y lanzó un empréstito voluntario, palabra cuyo significa-
do ya puede adivinarse bajo la férula del Patrón. Cada
habitante del país de diez y ocho años arriba que recibiera
al mes una entrada de ocho pesos o más, debería comprar
un bono de cuarenta pesos, pagaderos en diez años, a ra-
zón de un peso cada trimestre. Ordenaba también el de-
creto que las tierras públicas, a una legua de distancia del
camino proyectado, fueran vendidas por bonos del que fue
nombrado "Ferrocarril del Norte". Con el decreto se pu-
blicó un mensaje de Justo Rufino al pueblo guatemalteco
pidiéndole su decidida cooperación en la empresa. Quizás
esta insinuación surtió mejores efectos que el decreto, pues
los ciudadanos guatemaltecos se apresuraron a complacer
al Patrón con diligencia. Hasta la república de El Salva-
dor fue invitada a contribuir, y así lo hizo porque Zaldívar
no era más que un vasallo sumiso de Justo Rufino, listo a
satisfacerlo con todo sacrificio, menos con el suyo propio.

Sin embargo, hubo unos ricachos que se mostraron su-


mamente cautos en lo de satisfacer los deseos del Patrón,
pues suscribieron cantidades muy bajas en relación con
sus haberes. Cuando vio la lista Rufino, mandó a llamar-
les con su acostumbrada fórmula:

—Dígales que digo yo que tengan la amabilidad de ve-


nir a esta su casa.

Una vez en su presencia les dijo:


— Falta dinero para la obra del ferrocarril al norte, se
necesita medio millón de pesos... aquí está la lista para lo

— 364 —
que tengan a bien suscribir... el Ministro de Hacienda les
dará las condiciones de pago e intereses.

Y salió. Poco después recibía la lista suscrita con ex-


ceso por los capitalistas.

No fue tan comprensivo Justo Rufino por lo que hace


a la primera estación de cable que se quiso instalar en Gua-
temala. Hubo dificultades y la compañía escogió un puer-
to de El Salvador. Esto costó caro al Patrón muy pronto,
en la guerra de 1885.

Entre los numerosos presos políticos se encontraba en


la Penitenciaría en 1883 el joven poeta Ismael Cerna, so-
brino del ex-presidente del mismo nombre. En un momen-
to de desesperación tuvo el temerario valor de dirigir a
Justo Rufino unos versos que no resistimos el deseo de co-
piar tanto por lo hermoso y verdaderos, como porque for-
man contraste en aquel concierto de monotonías serviles.
Dicen así:
EN LA CÁRCEL
A Justo Rufino Barrios.

Y qué? Ya ves que ni moverme puedo


y aún puedo desafiar tu orgullo vano.
A mí no logras infundirme miedo
con tus iras imbéciles, tirano!

Soy joven, fuerte soy, soy inocente


y ni el suplicio ni la lucha esquivo;
me ha dado Dios una alma independiente,
pecho viril y pensamiento altivo.

Que tiemblen ante tí los que han nacido


para vivir de infamia y servidumbre,
los que nunca en su espíritu han sentido
ningún rayo de luz que los alumbre;

Los que al infame yugo acostumbrados


cobardemente tu piedad imploran;
los que no temen verse deshonrados
porque hasta el nombre del honor ignoran.

Yo llevo entre mi espíritu encendida


la hermosa luz del entusiasmo ardiente;

— 365 —
amo la libertad más que la vida
y no nací para doblar la frente.
Por eso estoy aquí de altivo y fuerte
tu fallo espero con serena calma;
porque si puedes decretar mi muerte,
nunca podrás envilecerme el alma!

Yo tengo en la prisión impía


Hiere!
la honradez de mi nombre por consuelo.
¿Qué me importa no ver la luz del día
si tengo en mi conciencia la del cielo?

¿Qué importa que entre muros y cerrojos


la luz del sol, la libertad me vedes,
si ven celeste claridad mis ojos,
si hay algo en mí que encadenar no puedes?

Si hay algo en mí más fuerte que tu yugo,


algo que sabe despreciar tus iras
y que no puedes sujetar, verdugo,
al terror que a los débiles inspiras!

Hiere...! Bajo tu látigo implacable,


débil acaso ante el dolor impío,
podrá flaquear el cuerpo miserable
pero jamás el pensamiento mío !

Más fuerte se alzará, más arrogante


mostrará al golpe del dolor sus galas:
el pensamiento es águila triunfante
cuando sacude el huracán sus alas.

Nada me importas tú, furia impotente,


víctima del placer, señor de un día;
si todos ante tí doblan la frente,
yo siento orgullo en levantar la mía.

Y
te apellidas liberal ¡bandido!
tú que a las fieras en crueldad igualas,
tú que a la juventud han corrompido
con tu aliento de víbora que exhalas.

Tú que llevas veneno en las entrañas


que en medio de tus báquicos placeres,
cobarde, ruin y criminal te ensañas
en indefensos niños y mujeres.

— 366 —
Tú que el crimen ensalzas, y escarneces
al hombre del hogar, al hombre honrado;
tú, asesino, ladrón, tú que mil veces
has merecido la horca por malvado.

Tú liberal....! Mañana que a tu oído


con imponente furia acusadora
llegue la voz del pueblo escarnecido
tronando en tu conciencia pecadora;

Mañana que la patria se presente


a reclamar sus muertas libertades,
y que la fama pregonera cuente
al asombrado mundo tus maldades;

Al tiempo que maldiga tu memoria


el mismo pueblo que hoy tus plantas lame,
el dedo inexorable de la historia
te marcará como a Nerón, infame!

Entonces de esos antros tenebrosos


donde el honor y la inocencia gimen;
donde velan siniestros y espantosos
los inicuo? esbirros de tu crimen;

De esos antros sin luz y estremecidos


por tantos ayes de amargura y duelo,
donde se oye entre llantos y gemidos
el trueno de la cólera del cielo;

Con aterrante voz, con prolongada


voz, que estremezca tu infernal caverna,
se alzará cada víctima inmolada
para lanzarte maldición eterna.

En tanto, hiere déspota, arrebata


la honra, la fe, la libertad, la vida;
tu misión es matar: sáciate, mata,
mata y báñate en sangre fratricida!

Mata, Caín; la sangre que derrames,


entre gemidos de dolor prolijos,
oh! infame, el mayor de los infames,
irá a manchar la frente de tus hijos!

Aquí tienes también la sangre mía,


sangre de un corazón joven y bravo,

— 367 —

no quiero tu perdón, me infamaría:


mártir prefiero ser, a ser esclavo.

Hiéreme a mí que te aborrezco, impío,


a que con crueldades inhumanas

mandaste a asesinar al padre mío
sin respetar sus años ni sus canas.

Quiero que veas que tu furia arrostro,


y sin temblar que agonizar me veas,
para lanzarte una escupida al rostro
y decirte al morir: maldito seas !

Los admiradores de Justo Rufino, no pudiendo negar


esta composición le arrimaron una anécdota falsa para res-
tarle mérito y verdad. Inventaron un diálogo entre el
poeta y el dictador, según el cual éste se portó magnáni-
mo ante los arrestos del poeta, y acabó dejándolo en liber-
tad a pesar de su altivez frente a la propia persona de Jus-
to Rufino. El fabulista se atrevió aún a poner en boca de
Rufino estas palabras tan ajenas a su natural carácter:
"Ve a seguir escribiendo contra mí, que yo no temo más
que a la Historia; ella me hará justicia''.

Decimos que es falso el diálogo no sólo por inverosí-


mil y ajeno al temperamento de Justo Rufino, sino porque
asimismo contamos con el testimonio del propio autor, quien
escribió al pie de los versos cuando los pudo publicar, la
siguiente nota:

"Esta composición fue remitida en 1883 a D. Francis-


co Lainfiesta, propietario de la imprenta "El Progreso" y
director del Diario de Centro América. Agradezco, no al
señor Lainfiesta, incapaz de una delación, sino al esbirro
que me la devolvió, el que no me haya delatado en aquel
entonces, pero no me hallo tan descontento de la vida que
no me alegro de haberla sacado sana y salvo de aquel ca-
taclismo, ítem, el mismo mes la publico, pues aunque el
tirano haya muerto, tiene aún aquí mismo multitud de de-
fensores, y además varios hijos, uno de los cuales es ya
hombre. El Autor".
También han querido desvirtuar la actitud viril de
Cerna publicando un soneto que leyó ante la tumba de Jus-
to Rufino al año de su muerte, en que decía no llegar a
escarnecerlo porque estaba ya muerto e indefenso, sino a
perdonarlo en nombre de su Patria a quien Barrios quiso
engrandecer.

— 368 —
Capítulo XXX.
EL PATRÓN ARRUGA EL CEÑO.

En los primeros días de enero de 1883 se descompu-


sieron las relaciones entre Justo Rufino y el Lie. Marco
Aurelio Soto, quien seguía en la presidencia de Honduras.
¿Qué motivó esta ruptura? Hay oscuridad en este suceso,
pues los protagonistas lo dejaron adrede en la sombra. Mr.
Burgess afirma que cuando Justo Rufino estaba ausente,
Soto manejó el proyecto de unión para lograrlo en su pro-
vecho y desplazar a su protector; Salgado refiere que Soto
hizo modificaciones a un plan unionista que le envió el Pa-
trón, lo cual embraveció a éste; y el propio Rufino, que
Soto se negó a cumplir sus compromisos unionistas.

En el fondo, la verdad es que todo el mundo estaba ya


cansado de Justo Rufino y de sus perturbadoras veleidades.
Aquellas llamadas a conferencias para recibir instruccio-
nes, aquel enviar misiones exigentes, aquellas amenazas de
meter una revolución, aquella reserva del hombre terrible
de Centro América que con su silencio hacía temblar a sus
vecinos, porque dejaba en duda si estaba disgustado o sa-
tisfecho, y hasta las palabras de paz que constantemente te-
nía a flor de labio, eran motivos de zozobra que mantenían
rotos los nervios más equilibrados.

Justo Rufino asumió la presidencia el 6 de enero de


1883, y sin pérdida de tiempo comenzó a desarrollar un
plan que venía meditando y preparando desde hacía tiem-
po: el de anexarse, de grado o por fuerza, las otras repú-
blicas del Istmo para formar con ellas, no la antigua fede-

— 369 —
.

ración, sino una república unitaria bajo su férrea dicta-


dura.

Con este objeto mandó a El Salvador un comisionado


a recoger la firma del Presidente Zaldívar para un plan
unionista trazado por el mismo Rufino sin intervención de
los que serían los otros signatarios. Zaldívar le temblaba
al Patrón y en esa ocasión hubo de darle gusto sin reservas
para calmarlo.

El favor de Justo Rufino era tan voluble como su ca-


rácter, y su peligrosa desconfianza ora se volvía contra és-
te, ora contra aquél, según consiguieran impresionarlo los
intrigantes o mudarlo los acontecimientos o sus apariencias.
En 1881, por ejemplo, refiere Meza que Rufino estuvo a
punto de aliarse con Soto para hacer la revolución a Zal-
dívar, de quien por entonces desconfiaba; pero Zaldívar le
envió al Gral. Lisandro Letona, quien consiguió sosegar al
Patrón con hábiles razones. Cuando en 1883 Zaldívar re-
cibió el comisionado de Justo Rufino, ya fuese porque sub-
sistiera aquella difidencia ya porque se hubiese suscitado
una nueva, es el caso que decidió echar el muerto a Soto
con diestra maniobra en que demostró conocer el carácter
de su señor. Firmó Zaldívar como en un barbecho el plan
unionista de Rufino, sin enmendaturas ni reservas, pero
seguro de que Soto se opondría y haría de pararrayo contra
la cólera del Patrón.

Pasó, pues, a Honduras don Delfino Sánchez, el comi-


sionado de Rufino, y Zaldívar le asoció al Lie. Gallegos, su
ministro para agregar más peso a la gestión. Soto, sin du-
da con buenas intenciones, y en todo caso sin imaginar la
tempestad que despertaría por ejercer el natural instinto
de defensa, quiso recortar las alas a su Patrón. A ese efec-
to introdujo algunas modificaciones en el plan unionista, y
firmó en pliego aparte.

No podemos saber a punto fijo ni en qué consistía el


plan ni cuáles fueron las enmiendas, pues nada de esto se
publicó. De él solo sabemos que Enrique Guzmán, quien
vio la copia que Soto mandó a Zavala, lo califica de "dis-
paraten"

Los comisionados trasmitieron por telégrafo las refor-


mas a Justo Rufino, y éste desató su cólera contra su an-
tiguo pupilo y protegido, el señor de Honduras, Lie. don
Marco Aurelio Soto.

— 370 —
Mientras los comisionados se trasladaban a Nicaragua
con la misma música de la unión de Rufino, por Rufino y
para Rufino, se preparaba éste para deshancar a Soto, si
antes no salía en carrera cuando se diera cuenta de que el
Patrón había arrugado el ceño.

Un ejército guatemalteco de unos mil hombres se mo-


vió hacia la frontera de Honduras y se situó en Chiquimu-
la y en Esquipulas. Rufino en su carta a Soto lo negará;
pero lo asegura Mr. Burgess, autor de crédito, y lo confir-
ma el Diario Intimo de Enrique Guzmán, quien consigna el
17 de enero de aquel año de 1883; "Visito a Zavala (el Pre-
sidente de Nicaragua) quien me muestra en reserva un te-
legrama de Soto en el que éste dice que Barrios le ha pues-
to como amenaza mil hombres en Esquipulas. Soto está
ya contra Barrios y contra lo que él llama la conquista (la
Nacionalidad). Zavala parece disgustadísimo con los libe-
rales, que muestran simpatías por Barrios... Me manda a
llamar Zavala para hacerme protestas de amistad y pedir-
me que aparte a los liberales del mal camino que llevan....
Zavala parece muy preocupadísimo de la situación". (1).

Ya se ve. Cuando el Patrón fruncía el ceño, Centro


América temblaba. Guzmán, que era amigo de Zavala y
sabía bien qué casta de pájaro era Rufino, se empeñó sin-
ceramente en apartar a sus correligionarios de los desati-
nados proyectos que hacían, entre los cuales no era el me-
nor, proclamar a Justo Rufino presidente de la América
Central.

Guzmán comienza a escribir a sus amigos. A don Fer-


nando Sánchez "Creo que el Partido Liberal de
le dice:
Nicaragua debe ponerse decididamente a favor del Gobier-
no y devolverle la espalda al caribe de Rufino".

A don José Dolores Gámez: "La aventura que inten-


tó don Rufino no me seduce; soy enemigo de Barrios, quien
inspira general horror; vea que "El Termómetro'' mida sus

(1) La prueba de los preparativos bélicos que hizo Barrios con.


ira Honduras en enero de 1883 consta en telegramas que
daban aviso de los movimientos de tropas guatemaltecas
bien equipadas en la frontera de aquella república con Gua-
temala; y además, el Jefe Político de Chiquimula, Ezequiel
Palma, candidato para sustituir a Soto en la presidencia de
Honduras, declaró en público que la invasión tenía por ob-
jeto sacar a Soto por desobediente a las órdenes de Barrios.
Véase el folleto La Voz del Nuevo Mundo", San Francis-
co de Cal., septiembre de 1883.

— 371 —
^

palabras; a mi juicio, no debemos separarnos del Gobierno


de Nicaragua".

Los comisionados Sánchez y Gallegos siguieron para


Costa Rica, y también de allá regresaron bien despachados,
que el problema unionista es de fácil y entusiasta solución
mientras no pasa de discursos, promesas, banquetes y con-
gresos. Se trataba sin duda de reunir uno de éstos, pues
el Presidente Zaldívar escribía al de Nicaragua, que ya lo
era el Dr. Adán Cárdenas, con fecha 6 de marzo de 1883,
informándole que Gallegos había tenido éxito en Costa Ri-
ca, y sólo faltaba que Nicaragua señalara la fecha en que
saldrían sus delegados para coordinar con los otros gobier-
nos.

Mas, como siempre, todo quedó en nada, y la tempes-


tad se desvió del resto de Centro América para herir sola-
mente al Presidente de Honduras, a quien Justo Rufino
atribuyó su fracaso.
Comprendiendo éste que su juego centroamericanista
había caído mal y que nadie quería someterse de grado a
su yugo, cambió de táctica. Era preciso emplear la fuer-
za, pero mientras se armaba tenía que manejar una políti-
ca de engaños para adormecer la confianza de sus vecinos,
haciéndoles creer que había desistido de la unión por la
violencia.

Ante todo, maestro en la hipocresía, mientras escribía


a Soto el 19 de febrero una carta amistosa en que lo feli-
citaba por su cooperación unionista, y le aconsejaba que
antes de salir de Honduras en viaje de salud, dejase en su
lugar un patriota de las mismas ideas "para que todo mar-
che bien y así lo encuentre Ud. a su regreso"; proponía po-
co después al Gral. hondureno Streber, quien por entonces
llegó a Guatemala, que se prestara a revolucionar contra
Soto. "Se pretendió darme de alta —
agrega Streber en
carta a Soto —
pero todo lo deseché con entereza". (1).
;

Siguiendo en el disimulo, a fines de febrero lanzó Jus-


to Rufino una extensa proclama a sus amigos del Partido
Liberal de las repúblicas de Centro América. En contes-
tación a muchas preguntas sobre su actitud respecto del
problema unionista, se considera obligado a declarar por la
prensa cuál ha sido su objeto y definir la línea de conduc-
ta que se propone seguir en este negocio.
———^—^—•— ———~

(1) "La Voz del Nuevo Mundo", Pág. 9.

— 372 —
Después de un parrafillo sobre las excelencias de la
unidad política centroamericana, refiere que el Presidente
Zaldívar llegó a Guatemala a fines del año anterior, y ha-
biéndose puesto de acuerdo con él sobre la importancia de
aquel negocio, "le propuse —dice Justo Rufino — y él acep-
,

tó gustoso y hasta con entusiasmo que para conseguirlo


empleáramos de común acuerdo, todos los medios pacíficas
y dignos que estuvieran a nuestro alcance".

A esto obedeció la misión de los señores Sánchez y


Gallegos a Honduras y a El Salvador, y me siguió traba-
jando "siempre y exclusivamente en el terreno de la fran-
queza, de la lealtad y de la paz".

Pero estas pacíficas miras de Justo Rufino han sido


mal interpretadas por gente que lo malquiere y que no des-
perdicia ocasión de desfigurar sus intenciones. "Se ha es-
parcido la voz — sigue diciendo— de que mi intento ahora
es hacer la unión por la fuerza e imponerme a los Estados
como arbitro de sus destinos y como Presidente de la fu-
tura República de Centro América; y se ha llevado la in-
vención hasta el extremo de asegurar que se han organi-
zado y levantado ejércitos aquí, que se había invadido ya
el territorio de algunos Estados y que marchaban fuerzas
a apoyar con las armas mis proyectos de conquista y domi-

Justo Rufino conoce el temor que inspira estos proyec-


tos de conquista que le atribuyen, sabe que contra ellos ver-
daderos o no, se levanta la opinión de Centro América. Es
necesario apaciguar esos temores, mantener confiados a los
pueblos, y sobre todo a sus gobernantes, así sea necesario
mentir y condenar de antemano lo que tarde o temprano
habrá de ejecutar. Por eso escribe a párrafo seguido:

"Viendo, pues, claramente que hay quienes pretenden,


con ingrata malignidad, concitar contra mí la opinión de
los pueblos de los otros Estados y hacerme aparecer como
autor de intrigas y descabellados proyectos de ambición,
tengo que explicar mi conducta y mi política para que, en
ningún tiempo, pueda hacérseme cargo de haber querido
turbar la paz por satisfacer mezquinas ambiciones perso-
nales, cubiertas con el velo de un pensamiento patriótico".

Y para captarse la confianza de sus colegas de Centro


América revela que sus amigos particulares le han denun-
ciado que aquellas maquinaciones son obra de los gobernan-

— 373 —
tes de las otras repúblicas; pero él no lo cree, no lo puede
creer, porque gasta con esos mandatarios buenas relacio-
nes, y, al menos de su parte, ha habido "consecuencia y
lealtad''; les ha prestado todo servicio y "no les ha causado
mal alguno", y ellos, por su parte, han recibido con sim-
patía el plan unionista; son, pues, los enemigos de Justo Ru-
fino los que riegan entre las masas aquellas "imputaciones
calumniosas y absurdas". Y agrega esta solemne decla-
ración: "Ni rae halaga, ni quiero, ni aceptaría nunca y de
ningún modo, y así lo declaro solemnemente bajo mi pala-
bra, la Presidencia de Centro América".

Su palabra! ¡Quién podía creer en ella, cuando se aca-


baba de ver que dos veces había hecho la farsa de renun-
ciar a la presidencia de Guatemala, y otras tantas la había
aceptado para ejercerla con cruel e interminable dictadura?
El quiere la unidad bajo la "precisa condición" de no pre-
sidir el gobierno que resultara. Y para desvanecer estas
calumnias, promete que en lo de adelante su actuación en
este problema se limitará a la cooperación que los pueblos
le asignen como indispensable.

Y
ahora Justo Rufino pasa a definir su liberalismo;
cierto que éste resulta muy menguado ante los hechos; pe-
ro, según él, lo mismo que en Guatemala, acontece en los
otros Estados de Centro América y quizá en mayor escala.
Leamos esa confesión de Rufino en que reconoce el fraca-
so de su política, y es la negación de todas sus palabras de
libertad a favor del pueblo, que han constituido hasta aho-
ra el motivo principal de su oratoria parlamentaria y cau-
dillista.

"Yo sé, como saben mis amigos políticos, lo que signi-


fica, y las obligaciones que impone a un gobernante la
adopción de las instituciones liberales en toda su pureza
y amplitud; sé hasta dónde ha de llegar el respeto a las ga-
rantías del individuo y hasta dónde debe ser llevada la to-
lerancia, y consentido el ejercicio de todas las libertades
de la conciencia, de la palabra, de la prensa y de la acción.
Por más ilusiones que quisiera hacerse, tengo que recono-
cer que las instituciones y el régimen aquí planteado, dis-
tan mucho de ser lo que yo deseara y de responder al con-
cepto que tengo formado de lo que es una administración
netamente liberal y sujeta, siempre y en todo, al imperio
de los principios. Y lo que acontece aquí, acontece en la
misma o mayor escala, en los otros Estados en que hoy
aparece dividida Centro América: el que, a la luz y con la

— 374 —
guía de los estrictos principios, analice y juzgue todo lo
que en ellos se hace y todo lo que pasa, encuentra que la
realidad está lejos de ser lo que debiera y de conservar la
limpieza y severidad de las teorías republicanas".

Rufino ha trazado en esas palabras un verdadero cro-


quis de la dictadura que ejerce. ¿Hasta dónde debe llegar
el respeto a las garantías individuales, hasta dónde la to-
lerancia de las libertades de conciencia, de palabra, de
prensa, de actuar, según el concepto de Justo Rufino? No
hasta donde señale la ley, sino hasta donde sabe o quiere
Justo Rufino, o hasta donde le conviene. Y ya se sabe que
cuando todo depende del capricho de un hombre y no de
las leyes, el régimen se llama dictadura.

Se excusa Rufino diciendo que él deseara que el suyo


fuera de un modelo de libertades; pero sabemos que que-
rer es poder, y que si en otras partes de Centro América
de aquel entonces existían libertades, elecciones, prensa,
garantías, etc., era porque los gobernantes querían respetar
la ley. Y así sucedió que apenas llegó al poder en Nica-
ragua por ejemplo, uno que no quiso, sino que prefirió imi-
tar a Justo Rufino, todas aquellas libertades se vinieron al
suelo, sin necesidad de derogar las leyes, que sólo tienen
valor cuando los mandatarios quieren cumplirlas.
El mensaje de Justo Rufino es una defensa, una justi-
ficación a sus métodos bárbaros que ahora ve atravesarse
como obstáculo en su camino hacia la conquista de la uni-
dad centroamericana. Siente que el horror que él inspi-
ra, el peligro que él significa contra lo más caro para el
hombre: sus libertades, se oponen a su carrera de conquis-
tar y gobernar por el terror. Por eso emprende de nuevo
la justificación que ensayó ante el Congreso de su país, tra-
tando de excusar ante un público más numeroso y menos
sujeto a sus caprichos, con parado jo raciocinio, que él desea
el bien, pero las circunstancias le imponen el mal. El ha
tenido que enfrentarse al fanatismo, a la ignorancia, a la
rutina, a la superstición, a las conspiraciones, al afán de
mirar atrás; y para vencer estos males que eran otros tan-
tos molinos de viento por él imaginados, "era en realidad
imposible — afirma— mantenerse invariablemente dentro
del círculo de los principios, sin salir nunca de él y sin
echar mano, para salvarlos, de recursos eficaces que des-
barataran tantos y tan formidables obstáculos".
Por esto Justo Rufino no ha hecho lo que deseaba, sino
que lo que podía para salvar al país de la anarquía. Pero

— 375 —
esta anarquía continúa existiendo, sólo que Rufino no la
puede ver, porque en medio del desorden y de la desinte-
gración de todo a su alrededor, su poder permanece incó-
lume, sus intereses personales siguen prosperando, y los
cortesanos le aturden la conciencia con engañosas lisonjas.

Luego predica que la unión política de los cinco esta-


dos centroamericanos es como una panacea para todos sus
males y desórdenes. "Pueblos — dice— que por su peque-
nez y condiciones particulares no reconocen como un dog-
ma el respeto a la ley y a la autoridad, que no se detienen
en los medios de oposición que emplean, que no deliberan
ni representan, sino que conspiran y atacan, no pueden de
improviso, ser regidos exclusivamente por leyes y princi-
pios. La Unión daría toda clase de elementos y más re-
presentación al Gobierno: de allí resultaría más libertad y
garantía para los pueblos...."

Falsa excusa también. Contra ella está el ejemplo de


pueblos grandes que, sin embargo, se han abismado en la
sima del despotismo; y es que los pueblos, sean grandes o
pequeños, fuertes o débiles conspiran cuando se les impide
deliberar; atacan y se sublevan cuando se les promete li-
bertades y se les da cadenas; cuando se les predica demo-
cracia y se les oprime con dictadura.

Justo Rufino se manifiesta espantado con solo pensar


en la guerra para conseguir la felicidad centroamericana
por medio de la unión, y abomina una vez más de los ho-
rrores de una conflagración, por estas palabras que encie-
rran una promesa: "pero si una iniciativa en ese sentido,
en vez de ser el vínculo de trabajos fraternales, hubiera de
ser semilla de discordias, y dar lugar a trastornos y a re-
vueltas estérilmente desastrosas, no tomaría sobre mi esa
responsabilidad".

La violación de esta solemne y pública promesa dos


años después revela la ninguna sinceridad de Justo Rufino
cuando la hacía. Pero a nadie engañó: Centro América
rabia que se preparaba para acometer la conquista; y por
otra parte los métodos de Rufino eran tan conocidos y gas-
tados, que todos sospechaban propósitos ocultos mientras
con más calor trataba de inspirar confianza con palabras
de paz y con seguridades de buenas intenciones.

Para reforzar su dicho afirma Rufino que siempre ha


y que nunca ha abandonado al que apoya, que
sido leal,

— 376 —
jamás ha prometido en vano. "Cuando soy enemigo de
una persona —
afirma —
de un gobierno o de una idea, lo
,

declaro abiertamente porque creo envilecerme recurrien-


do, para combatirlos, a falsedades y artificios".

Y recordando sin duda que no procedió así con Nica-


ragua en 1876, pues mientras apoyaba la fracasada revo-
lución de Jerez negaba que quisiese hacer daño a dicha re-
pública, sienta: "Los gobiernos de El Salvador y Hondu-
ras saben con cuanta solicitud he procurado mantener con
ellos esa amistad, y con cuanta hidalgía y decisión la he
cultivado hasta ahora". Es decir, hasta ahora que Zaldí-
var y Soto se han portado obedientes, pues apenas daban
muestras de querer sacudirse el yugo, ya tenían a las puer-
tas un trastorno.

Rufino se alarma de que corran por Centro América


aquellas voces que tan poco favor le hacen. Ello echaría
a perder el plan de dominación que ya prepara. Por eso,
con visibles muestras de ansiedad exclama: "Se difunde
la voz de que la alianza, íntima y cordial por parte de Gua-
temala, es causa de calamidad para esas repúblicas: se di-
ce que yo impero y deseo imperar en ellas tiránicamente,
y que es mi voluntad la que allí gobierna: se me atribuye
que voy a servirme de esa alianza para saciar mi ambición
y dominar a la América Central; y todas estas imputacio-
nes que ya han causado excitación y alarma, pudieran, si
se las dejara correr, ser origen de males y producir tras-
tornos y conmociones cuyo desenlace no sería fácil prever".

Para desvanecer estos chismes, Rufino declara que


hasta hoy ha respetado la independencia de las otras repú-
blicas; que jamás ha dado órdenes ni impuesto su voluntad.
Qué olvidadizo es Justo Rufino! No sabemos por qué al-
gunos de sus biógrafos le atribuyen magnífica memoria.
Aquí olvida, por ejemplo, la orden que dio al Gral. José
María Medina de hacer presidente de Honduras a Soto sin
efectuar elecciones porque eso era perder el tiempo; olvida
asimismo el expedito sistema con que hizo la elección de
Zaldívar para presidente de El Salvador, y la orden que
dio a éste de mandar dinero salvadoreño para la construc-
ción del ferrocarril guatemalteco del Norte. De allí que
Soto y Zaldívar, siempre que veían irritado al Patrón, le
escribían humildemente pidiéndole sus órdenes.

—Qué desea Ud. que hagamos? Estamos listos a com-


placerlo, aún en lo más duro que es dejar la presidencia.

— 377 —
Y previendo que Soto divulgaría sus amenazas de per-
turbar a Honduras, y las inquietudes que promovería en
El Salvador como preparación a la guerra de conquista, se
adelanta a declarar que nada tiene que ver con lo que allí
acontezca, promete que no intervendrá en ellos, y que "El
Salvador y Honduras son tan independientes de Guatema-
la, como Guatemala independiente de ellos".

En suma, lo que piensa y quiere Justo Rufino, se con-


creta a lo siguiente: "Si no es tiempo de que la unión se
haga, si los gobiernos no creen conveniente que se haga,
yo (Justo Rufino) no puedo cambiar las circunstancias ni
la opinión".

Y para concluir una promesa: "empeño solemnemente


mi palabra —
afirma Justo Rufino — de que nunca y en nin-
guna circunstancia cometeré la falta de descubrir a per-
sona alguna su nombre ni las confidencias que me hacen..."

Esto lo escribía Justo Rufino el 24 de febrero de 1883.


El 3 de agosto de ese mismo año, siendo ya presidente de
Nicaragua el Dr. Adán Cárdenas, leemos en el Diario de
Guzmán: "En casa de Gámez me cuenta Castrillo que Ru-
fino Barrios ha escrito a Cárdenas informándole de que
Sánchez y Salazar fueron a pedirle auxilio para derrocar
al Gobierno de Nicaragua, y manifestándole que él, Ba-
rrios, está dispuesto a apoyar al Dr. Cárdenas. ¡Qué chas-
co para los liberales y qué merecido!''

Esta es la segunda vez que Justo Rufino denuncia a


sus correligionarios los liberales nicaragüenses ante el Pre-
sidente de Nicaragua. La otra fue cuando los señores de
la bandera roja propusieron al ministro alemán su coope-
ración contra Nicaragua, su patria, y a favor del Imperio
en ocasión del incidente con Eisentuk en 1878. (Véase Cap.
XXIII de esta obra). Ya antes, en cartas que dirigió Ru-
fino al presidente Cuadra de Nicaragua por los años de
1874 y 1875 le aconsejaba que fusilara a don Francisco Ba-
ca y a otros liberales. ¡Qué opinión tendría de ellos que
los juzgaba dignos de ser extirpados! Pero en honor de
estos señores diremos que no era mala opinión de Justo Ru-
fino, sino que a ese extremo llegaba su arte de disimular
amistad con los gobiernos a quienes deseaba adormecer con
la confianza mientras llegaba el momento de darles el tiro
de gracia.

La extraña actitud de Justo Rufino con sus amigos de


Nicaragua acusa un brusco cambio de frente. Por lo pron-

— 378 —
to,no necesita de los liberales y los manda a paseo con
una patada en el trasero; después los congregará a su lado
para resolver de nuevo; pero ahora es preciso captarse la
confianza de Cárdenas y no vacila en delatar a sus ami-
gos, faltando así a la palabra de fidelidad que les acaba de
dar pública y solemnemente. Para explicar bien esta brus-
ca virada de bordo, es preciso volver un poco atrás y rea-
nudar el hilo de su cólera con Soto.
Logró éste aunque con dificultad descifrar los partes
que en clave se cruzaban Rufino y sus enviados, y así supo
la actitud agresiva de su irritado Patrón. Ante la amena-
za, don Marco Aurelio no encontró más salvación que po-
ner tierra en medio, y lió con premura sus bártulos. En-
vió su renuncia al Congreso, dando por pretexto que se ha-
llaba muy enfermo y necesitaba un viaje al exterior para
curarse; pero el Congreso no se la admitió, sino que le dio
permiso para ausentarse, le encomendó arreglar la deuda
federal, concluir un contrato ferrocarrilero, y le puso en el
bolsillo para gastos personales la bicoca de diez mil libras
esterlinas, lo cual fue, para el raquítico fisco de Honduras,
como sacar fuerzas de flaqueza.
Lo de la renuncia parece que fue un juego para dar
más seguridades de desprendimiento al Patrón y aplacar
así sus iras, pues don Marco no estaba muy deseoso de
abandonar para siempre un puesto que le había proporcio-
nado tan lucrativas ganancias. Creyó que Justo Rufino se
satisfaría con esta demostración y con su ausencia tempo-
ral del país. Pensando en todo esto, y en el regreso, or-
ganizó el gabinete, dejando en el Ministerio de Relaciones
Exteriores y de la Guerra al Gral. Enrique Gutiérrez, en
el de Hacienda y Crédito Público al Lie. Rafael Alvarado
y en el de la Gobernación, Justicia e Instrucción Pública
al Gral. Luis Bográn. Y habiendo depositado el poder en
este Consejo de Ministros, se embarcó en Amapala con des-
tino a San Francisco de California. Llevaba consigo, como
quien huye, a toda su familia, y el producto de los bienes
que había vendido en Honduras, si hemos de creer al car-
go que le lanzó Justo Rufino.

Ya en San Francisco se sintió con suficientes arrestos


para dirigir a Justo Rufino una carta de verdades. Como
supiera que el Patrón no estaba contento con aquella esca-
pada de mentiras, y que exigía su deposición aún por me-
dios violentos, determinó renunciar otra vez y en serio. Los
motivos patrióticos que alega son verdaderas acusaciones
contra Justo Rufino y su política.

— 379 —
En esa carta, fechada en San Francisco el 6 de julio de
1883, comienza diciendo Soto a Justo Rufino que sabe que
se halla muy descontento del gobierno de Honduras; que
está resuelto a promover la anarquía en aquel país, y aún
a hacer la guerra para derrocar el gobierno, y que invitó a
Streber con encarecimiento para que tomara parte en el
desarrollo de sus planes de trastorno en Honduras.

Soto extraña la actitud de Rufino; dice que siempre ha


cumplido los tratados y se ha portado con lealtad; luego,
la agresividad de Justo Rufino no debe obedecer más que
a 'motivos enteramente personales".

Repugna a Soto que se revuelva a Honduras por un


puesto que no ambiciona. "Quiero —
dice —
evitar a todo
trance tamaños males; quiero evitar esa mengua más a la
,
política centroamericana \

"Una mengua más". He allí una alusión a las muchas


otras menguas que Rufino ha propinado a Centro América.

Mas, para conseguir un cambio de gobierno en Hondu-


ras,no es preciso anarquizar a aquel pueblo que a nadie
ha hecho daño. En consecuencia, sigue la carta:

"Para que Ud. logre que yo deje el poder de Hondu-


ras no es necesario que se derrame una sola gota de san-
gre, ni que se malgaste un peso, ni que un nuevo escándalo
venga a deshonrar la patria centroamericana".

Segunda alusión alos métodos perturbadores de Jus-


to Rufino. Yaquí viene algo que disgusta: aquel hombre
que, aunque de lejos, se yergue altivo ante Justo Rufino,
y le enrostra su negra historia, va a tener una frase de de-
bilidad que dice cuanto era el dominio que el Patrón con-
seguía imponer a sus sometidos. Soto teme un escándalo;
así llama él, con eufemismo, a la guerra. "Basta que Ud.
— advierte a Rufino — me habla con franqueza para que
mi dejación del poder se obtenga de acuerdo con el dere-
cho y con los intereses de los pueblos que siempre deben
atenderse".

Soto ofrece reiterar su renuncia para que el pueblo


hondureno elija a su gobernante. ¡Elecciones! Esto era
lo que menos gustaba a Justo Rufino. ¡No en sus días!
Elector solo él; lo demás era un atentado a sus planes de
predominio. Soto lo amenaza con debelar cualquiera in-

— 380 —
surrección en Honduras. "Pero —
añade con nuevo gesto
de sumisión —yo no quiero que haya más luchas estériles
,

y sobre estériles, vergonzosas ante el mundo civilizado, ni


quiero faltar jamás a los deberes de la amistad".

Tercera alusión a la política de luchas estériles y ver-


gonzosas de Justo Rufino en Centro América, señalando,
de paso, su inconsecuencia para los que le han brinda-
do su amistad. Quizás tuvo presente Soto a García Gra-
nados, a Sánchez, a Samayoa, a Montúfar, a Solares, a
Arias, a Leí va....

Concluye Soto advirtiendo que no habla así por mie-


do, sino "en nombre de los más caros intereses de mi país
y en nombre de la dignidad de Centro América, que no
debe deshonrarse más con luchas fratricidas y ruinosas, mo-
tivadas por simples prevenciones personales".

Cuarta y última alusión. Rufino ha deshonrado a Cen-


tro América; las luchas fratricidas y ruinosas que ha des-
atado en ella, no han obedecido al unionismo, ni a implan-
tar las ideas que él se jacta de profesar, ni para procurar
el bien de los pueblos y salvar sus libertades, según lo
propala en todas sus proclamas venga o no a cuento: To-
do obedece a intereses y caprichos personales.

La furia que esta carta levantó en Justo Rufino fue


algo excepcional. Si se hubiera encontrado presente Mar-
co seguramente lo agarra de las patillas y le da de bofeta-
das o latigazos en el rostro.Y esto no es suposición, que
el mismo Rufino manifestó poco después a don Salvador
Gallegos ese placer insatisfecho, diciéndole:

—Vea,amigo Gallegos, sólo deseo reunir unos cuan-


tos reales parairme a Europa a buscar a Marco y tener el
gusto de pegarle una trompada por sinvergüenza, y tener
con qué pagar la multa.

Pero Marco estaba muy lejos; no en Europa, como de-


cía Rufino, porque para él toda ciudad extranjera cuya
situación no conocía estaba en Europa. Y no hay que ex-
trañarlo, pues la ignorancia geográfica del Patrón era más
extensa que e?o, según nos lo refiere Guzmán: "Por ani-
mal que Rafael Carrera haya sido, ¿llegaría su ignorancia
a igualarse con la del héroe Justo Rufino Barrios, que decía
manguardia, aljombra, libirilón y otros barbarismos del
mismo jaez? Este gran repúblico —
a mí me consta —
se

— 381 —
murió creyendo que México era una isla; y adviértase que
el Mártir estuvo por varios meses en una cárcel de Chia-
pas". (1).

No teniendo a su alcance las luengas patillas de Mar-


co,Justo Rufino le aplicó el castigo que empleaba para los
enemigos que estaban fuera de su garra: le disparó una ex-
tensa carta donde vació toda la saña que había despertado
en su corazón la ingratitud de su protegido.

Esta epístola completa el retrato moral de Justo Ru-


fino. Otros documentos publicados con su firma lo des-
criben falso, cómico, imperioso; en este aparece frenético,
procaz, vengativo.

A Rufino habría causado grandísima sorpresa la car-


ta de Soto, si no le hubieran anunciado que éste buscaba
un honroso pretexto para no regresar a Honduras, y ese
pretexto habría de ser él y sus propósitos hostiles contra
Soto. En su contestación empleará el lenguaje de la fran-
queza "que siempre ha sido el mío", afirma Rufino, aun-
que cause desagrado.

El no ha llamado a Streber. Fue éste quien espontá-


neamente llegó a contarle su disgusto con Soto. "Lo oí
— continúa Rufino —que,
como oigo y como he oído a gran nú-
,

mero de personas desde hace algún tiempo, vienen a


contar que hay en Honduras un general descontento y un
odio profundo contra Ud.; que Ud. se ha apropiado de to-
da la riqueza del país, absorbiéndolo todo y dejándolo to-
do completamente agotado: que el dinero por una parte, y
por la otra la ilusión de haber llegado a creerse un gran-
de hombre porque continuamente se lo dicen así, por la
prensa, un hermano suyo ocupado por Ud. en los primeros
puestos, y otros a quienes Ud. paga para que se lo digan,
le han trastornado la cabeza, haciéndole faltar a las formas
exteriores de la gratitud hacia aquellos a quienes le debe
absolutamente todo; y que habiéndose alzado con cuanto
podía alzarse, y no teniendo ya nada que esperar sino mu-
cho que temer en Honduras, se disponía a irse al extran-
jero, a disfrutar de sus caudales, resuelto a no volver ja-
más, para lo cual acudiría, como acudiendo ya, en cuanto
se considera en salvo, al pretexto de mi oposición. Me
han referido que con esa intención, al percibir las sumas
que se hizo decretar para su viaje, había vendido hasta lo

(1) Carrera y Barrios ante la Historia, Pág. 86.

— 382 —
último que tenía en Honduras, de suerte que, como algu-
no me dijo, al irse dejaba a su patria su corazón, pero sólo
su corazón, porque se llevaba en cambio todo lo demás que
ella tenía'*.

No se pu^de negar que este cuadro está muy bien tra-


zado. Se conoce que el autor estaba perfectamente ente-
rado de que sus discípulos aprendían la lección y la prac-
ticaban fielmente. Bastaba, pues, al maestro retratarse a
sí mismo para retratar a sus protegidos. Pero también
hay que advertir que es obra de la soberbia esta fiel pin-
tura, y que si Rufino hubiera sido un poco más humilde o
sus cortesanos un poco más resueltos, sin duda habría omi-
tido esta su variante de la oración del fariseo.

Rufino niega que haya enviado tropas a invadir Hon-


duras. Invento de Soto; quiere éste desprestigiar a Justo
Rufino presentándolo como un agresor. Desgraciadamen-
te para el Patrón sus negativas nada valen; siempre los
hechos salen al revés de lo que él niega.

Se goza Rufino recordando a Soto que él lo hizo pre-


sidente, sin haber puesto Soto nada de su parte y sin ha-
berse expuesto nunca. No debe, pues, quejarse de que sus
años de presidencia fueron penosos; "ellos han sido funes-
tos, — dícele Rufino— mas no para Ud. sino para el pue-
,

blo hondureno''. Justo Rufino se arrepiente de haber sa-


cado de la nada a Soto, a quien trató en vano de inculcar-
le sentimientos de patriotismo que harían feliz al pueblo
hondureno; pero Soto ha empleado todas sus facultades
para su medro personal. "Ese error —
clama con pena Ru-
fino es mi único y grande pecado político". Echa en cara
a Marco que constantemente estaba denunciando al go-
bierno salvadoreño: 'Vociferando de continuo que no era
sincero ni liberal". Vociferando lo que pronto repetirá el
mismo Rufino contra Zaldívar.

Soto puso el dedo en la llaga. Sus alusiones levanta-


ron corroncha en la piel del Patrón. A nadie se oculta,
dice Rufino, la maniobra ruin de Soto, pero nadie dará
crédito a sus palabras, ni lo tomará como paladín del ho-
nor de Centro América y por la víctima que se inmola en
aras de la dignidad centroamericana, a fin de que no haya
luchas fratricidas por motivos personales.

Por ahí es donde más le duele a Justo Rufino, y por


eso insiste: la verdad es que los hondurenos no soportaban

— 383 —
a Soto, éste vio la necesidad de salir antes que lo echaran,
y como no puede confesarlo así claramente, atribuye su
salida de Honduras a los propósitos perturbadores de Jus-
to Rufino, para proclamar que con su actitud evita un nue-
vo escándalo que deshonraría a Centro América; pero ese
escándalo lo causa Soto con su fuga, con su deslealtad, con
los pretextos de su escapatoria, con el estado ruinoso en
que deja a Honduras, y lo causa, en fin "queriendo hacer-
se pasar por el campeón de la dignidad, por el caballero
de la honra de Centro América", y porque ha tratado de
echar sobre Justo Rufino la responsabilidad y la vergüen-
za de su fuga.
Justo Rufino se empeña en deshacer esta opinión que
sabe corresponde a la verdad y le hace mucho daño. Con
mandato que presiente no será obedecido esta vez, con-
mina a Soto: "yo no soy en manera alguna obstáculo para
que Ud. vuelva a Honduras ni para que entre de nuevo al
ejercicio del poder. Y no tengo que intervenir en los asun-
tos interiores de esa República ni disponer a mi antojo que
Ud. vuelva o que no vuelva; y extraño que Ud. deje a mi
arbitrio la suerte de su Patria que debiera serle tan que-
rida. Si quiere Ud. que diga algo más, digo que por mi
parte quiero que vuelva: que creo que Ud. debe volver;
que sería ignominioso que no volviera y dejara sin expli-
cación y sin dar cuenta al pueblo hondureno, la conducta
de su administración y las grandes sumas de que todos ase-
guran que abusivamente se apoderó, con notorio detrimen-
to de la Nación e incalculables perjuicios de los particula-
res. Pero así como declaro esto, protesto contra cualquie-
ra responsabilidad o participación que quisiera atribuírse-
me inicuamente por Ud. si el pueblo hondureno indigna-
do contra Ud. no le deja volver, si acaso lo intenta; o si
durante su ausencia ocurre cualquiera conmoción o se ve-
rifica cualquier cambio".

Justo Rufino quería justificarse contra la imputación


de interventor, y al mismo tiempo le convenía que Soto
desapareciese del escenario político hondureno; de allí su
amenaza velada por si Soto piensa regresar. En realidad
esta amenaza era el anuncio de la revolución o golpe de
estado que Rufino estaba ya maquinando contra Soto, pues
no se conformaba con verlo caer airosamente en aras de un
sacrificio político en que Rufino aparecía representando el
odioso papel de verdugo.

Para reforzar aquella opinión, advierte Rufino que le


hubiera sido más fácil sacarlo del poder que haberlo colo-

— 384 —
cado en él. Y agrega con sorna: la paz que reina en Hon-
duras sólo se debe al apoyo que Guatemala y el Salvador
prestan a ese Gobierno; no necesita que esté ausente Soto
para intentar un cambio; pero la presencia de éste en Hon-
duras le atraería a emprenderlo por el deseo de ver a So-
to "haciendo uso del gran poder que en su carta, escrita
hasta que todo un Océano está de por medio entre nosotros,
me dice que tiene en Honduras para ahogar, en el acto,
cualquiera facción que yo pudiera promover, y para defen-
der al país de cualquiera agresión injusta".

"Todo un Océano está de por medio"... Sigue creyen-


do Rufino que San Francisco, adonde dirige la carta, está
separado de Guatemala por todo un Océano. Quisiera Ru-
fino que Marco le hubiera dicho aquellas palabras antes
de salir huyendo. Si hubiera sido digno no espera a es-
tar tan lejos, con todo un Océano de por medio, para lan-
zarle tal desafío: "Dista mucho de ser digno aguardarse
para emplearlo (aquel lenguaje), a estar a millares de le-
guas de distancia, espacados ya los intereses, la familia y
la persona. Me habían dicho, según lo he manifestado a
Ud., que los pesos y la adulación le habían trastornado la
cabeza, al punto de hacerse, sin entenderlo, constante ob-
jeto del ridículo; pero nunca me había imaginado que lle-
gara a hacer tan poco caso del ridículo, como para querer
echarla de héroe, conmigo que lo conozca tan perfectamen-
te..."

Concluye Rufino diciendo a Soto que vuelva a la pre-


sidencia de Honduras; no quiere cargar con cambios que
impone la opinión pública hondurena por los abusos de So-
to, y no él que no exige ni tiene derecho de exigir tal re-
nuncia.

Mas demasiado bien comprendió Soto aquel lenguaje,


que ni por un momento pensó en regresar a Honduras, sino
que se apresuró a enviar su renuncia.

Entretanto Justo Rufino tejía su red de intrigas para


consumar su obra de quitar de Honduras el inesperado es-
torbo que se había revelado con Soto. Como ya Zaldívar
había vuelto a su confianza, decidió seguir prodigándole su
apoyo. Por esas fechas se agitaba ya en El Salvador la
futura elección presidencial. Zaldívar había manifestado
su deseo de apartarse del poder, y al punto surgieron mu-
chos crédulos que se lanzaron a la arena de los comicios.
La agitación iba en aumento a medida que había o aparen-
— 385 —
taba haber más libertad. En esos días hubo una confe-
rencia de Barrios con Zaldívar en Asunción Mita; y de
pronto cesa toda manifestación electoral en El Salvador y
se anuncia la convocatoria de una Asamblea que reforma-
rá la Constitución para que Zaldívar pueda seguir al fren-
te del Estado.

¿Qué había pasado en Asunción Mita? Justo Rufino


declaró que debía seguir de Presidente de El Salvador el
Dr. Zaldívar, pues "en otro caso se vería en la necesidad
de declarar la guerra a El Salvador, por no ver en otro ciu-
dadano suficiente garantía de paz''; así lo consignó des-
pués en sus Nociones de Historia de E¡5 Salvador el Dr. Ra-
fael Reyes, uno de los testigos presenciales de aquellas con-
ferencias.

Mas como otras cosas muy interesantes y caracterís-


ticas de Justo Rufino acontecieron en esta entrevista, las
hemos de relatar, siguiendo el testimonio de otro testigo
de vista, el Lie. Salvador Gallegos.

Justo Rufino invitó a presenciar la entrevista a va-


rios opositores del Dr. Zaldívar, que no le pudieron negar
nada al Patrón porque de él lo esperaban todo, es decir,
la presidencia que eso es todo para ciertos políticos cen-
troamericanos. Entre los convidados estaban el Gral. Fran-
cisco Menéndez, que al fin llegó a presidente de El Salva-
dor, y el Dr. Rafael Reyes quien por poco llega al mismo
destino, y don Manuel Delgado que hizo todo lo posible
por llegar. Dice el Lie. Gallegos que Justo Rufino que-
ría, si le fuera posible, convencer a estos señores que tra-
bajaran por la reelección de Zaldívar. Y aunque era muy
difícil persuadirlos de que por entonces depusieran sus
ideas democráticas de alternabilidad, parece que Rufino se
salió con la suya; como siempre, triunfaba su doctrina
práctica de la dictadura, contra su doctrina teórica de la
alternabilidad; y triunfaba contra sus más caros ideales y
los de sus invitados para quienes sería sin duda aún más
caro ver descender al rival que detentaba el puesto que
a ellos también ofrecía la democracia, con la cruel ironía
del martirio de Tántalo.

Entre las cosas interesantes que el Lie. Gallegos cap-


tó en aquella entrevista, está el retrato de Justo Rufino,
algo de su etopeya, en una forma que dice de la impresión
que le causó al honrado Gallegos: "El General don Jus-
to Rufino Barrios —
dice — era un hombre de dotes espe-
,

— 386 —
cíales y de institutos terribles. Tenía una mirada pene-
trante y escudriñadora, que parecía revelarle las condicio-
nes de las personas con quienes trataba, aunque las viera
por primera vez. Sobre todo, los picaros, parecía que al
verlos se le revelaban, y ya tenía a qué atenerse respecto
de ellos. En su trato era agradable, pero gastaba mucha
franqueza en sus conceptos y cierta chabacanería que, no
sólo chocaba, sino que producía muchas veces embarazos
a sus interlocutores. Con frecuencia decía que él no te-
nía pelos en la lengua, con lo cual hasta cierto punto, ex-
plicaba perfectamente el naturalismo que empleaba en sus
conversaciones. Refiriéndore a los riesgos y peligros
que afrontaba, o a los cuales se exponía con sus providen-
cias y conducta, manifestaba que él no había de morir de
parto ni de cornada de burro".

Reinaba en las conferencias el buen humor. Justo


Rufino se mostraba insinuante, completamente, alegre y
comunicativo. De pronto se dirigió al Gral. Menéndez:

—A ver, General, díganos, Ud. qué es, ¿liberal o con-


servador?

— Pues señor —
contestó Menéndez —
la verdad es que
,

yo no soy ni liberal ni conservador, pues de ambos parti-


dos he tenido que sufrir y me hallo decepcionado de to-
dos, y resuelto a no mezclarme más en política

— ¡Cómo! —interrumpió Justo Rufino — . Usted no


es liberal ni conservador; pues entonces Ud. no sirve más
que para leña de caldera... Y
Ud. me
insulta, porque in-
sulta a los liberales y yo soy liberal.

Y es que Justo Rufino comprendía que el despecho


del Gral. Menéndez obedecía a que aquellas exigencias de
reelegir a Zaldívar eran un motivo más para decepcionar-
le; y decírselo a él, era como lanzarle un reproche en su
cara. El incidente acabó con el buen humor general y pro-
dujo desagrado.

Después de arreglar las cosas de El Salvador, Justo


Rufino comenzó a tratar las de Honduras. No podía disi-
mular su disgusto con Soto, y sobre todo le irritaba que,
al ausentarse, no hubiese depositado el poder en el Gral.
Luis Bográn, como se había comprometido a hacerlo cuan-
do don Delfino Sánchez y el Lie. Salvador Gallegos llega-
ron en enero de 1883 a proponerle la nacionalidad centro-
americana.

— 387 —
Y de paso observemos que aquí nos da el Lie. Galle-
gos la clave de la deserción o ingratitud de Soto. Desde
el momento en que, para hacer la unión, era necesaria su
separación del poder de Honduras, la nacionalidad se vol-
vía conquista; y el Benemérito, ominoso perturbador de
Centro América.
La cólera de Rufino con Soto no provenía sólo de la
inobediencia que éste mostraba en cooperar al plan unio-
nista en provecho exclusivo del Patrón; sino también de
que Marco había conspirado contra su protector, habiendo
llegado hasta proponer a Zaldívar, por medio del Gral. Li-
sandro Letona, un plan para poner término a las dificul-
tades con Justo Rufino; calculaba Soto que Zaldívar abri-
gaba idénticos propósitos, pero sin contar con que en su co-
lega podía más el miedo que las ganas de independizarse.
Pero lo que embravecía más al Patrón era la fuga de
Soto con todas las apariencias de una simulación, ya que
Marco seguía mandando en Honduras por medio de sus
ministros y particularmente, de su cuñado el Lie. Rafael
Alvarado. Con fines de satisfacer esta pasioncilla, hizo
Rufino que Zaldívar enviara al Lie. Gallegos a Honduras
a proponer al Consejo de Ministros una pequeña traición:
que destituyese a Soto, "amenazando —
escribe el Sr. Ga-
llegos — con llevar la guerra a Honduras si no se verifica-
ba" la destitución. "Además —
agrega Gallegos — nos
,

dijo (Rufino) al Dr. Zaldívar y a mí, que si el Consejo de


Ministros no aceptaba tal desconocimiento, lo mejor sería
dividir el territorio de aquella República entre Guatema-
la y El Salvador, y que así lo haría".

He aquí a Justo Rufino Barrios íntimo: el hombre que


tenía en sus labios palabras de paz, y propósitos de gue-
rra en el corazón y en las intenciones.

Don Salvador Gallegos, que era hombre formal se


asustó ante la comisión que se le encomendaba, tan ajena
a su carácter. Intentó disuadir a Justo Rufino de lo in-
necesario de la misión, pues un telegrama informaba que
Soto había enviado ya su renuncia. "Mas —advierte can-
didamente Gallegos — viendo que el Gral. Barrios, lejos
,

de desistir de su disposición, insistía en ella con más exi-


gencia y calor, como temiendo que el señor Soto saliera del
peder de una manera honrosa, creí conveniente aceptar..."

El Sr. Gallegos juzgaba que hacía un bien a Hondu-


ras, porque de ese modo le evitaba una de aquellas catás-

— 388 —
trofes que proyectaba Rufino. Su mejor argumento fue
la franqueza. Puso a los ministros hondurenos las cartas
del Patrón sobre la mesa, y como lo previno, ello bastó
para que aquellos señores se declarasen de acuerdo con el
concepto desfavorable que Justo Rufino y Zaldívar habían
formado sobre Soto; y explicaron que, por ser esta tam-
bién la opinión general de los hondurenos* pidieron la re-
nuncia a éste, quien había anunciado que la enviaba; y
asi no era necesario acudir a un levantamiento o golpe de
estado que sería deshonroso para ellos.

Gallegos estaba de acuerdo en que se prescindiese de


la violencia si todo se podía arreglar pacíficamente. Y
mientras daba tiempo a que llegase la renuncia, trató con
Bográn en privado de la nacionalidad. Este aceptó un
convenio que le presentó Gallegos, quien lo mantuvo iné-
dito. Bográn aunque a regañadientes se agregó al carro
guerrero-unionista de Justo Rufino, teniendo muy en cuen-
ta sin duda la opinión del Lie. Gallegos, de que tal proble-
ma no se podría resolver nunca sólo por las vías diplomá-
ticas, sino en combinación con las armas. Tanto valía co-
rrer un poco el velo de las intenciones de Justo Rufino,
para que el futuro presidente de Honduras pusiera su
barba en remojo, o conociera el único camino que le que-
daba para subir a la presidencia de su país. Parece que
Bográn lo entendió bien, porque a poco juraba respetar la
Constitución y procurar la felicidad de su Patria.

Sin embargo, Justo Rufino quedó inconforme y des-


confiado; pero como siempre, no dio en el blanco el tiro
de su desconfianza, que tal acontece a los que por norma
sospechan de todo el mundo.
Escribió Justo Rufino a Gallegos: "Esta bien lo que
Ud. arregló con los señores Bográn y Alvarado, puesto que
no pudo conseguir más de lo que expresa el extracto y
verbalmente le ofrecieron. En lo que está la dificultad,
es en que ellos cumplan y nos correspondan, con la misma
lealtad y franqueza con que nosotros hemos procedido.
Tengo para mí que ha querido estarnos engañando con pro-
mesas y pretextos que cuadra mal con los hechos que se
van sucediendo y que nos indican ser más cautos. En mi
carta al doctor (Zaldívar) y que Ud. seguramente verá, le
digo cuáles son las razones que tengo para sospechar de
aquellos señores, y me alegraría sobremanera estar equi-
vocado, sino fuera que a cada momento, se presenta un
nuevo incidente que robustece mi convicción".

— 389 —
Zaldívar aprovechó la buena armonía en que estaba
con Justo Rufino para emprender un proyectado viaje de
salud que hacía tiempo contemplaba. No había podido
moverse a causa de la inestabilidad de las cosas, precisa-
mente porque siendo su régimen de fuerza, con la fuerza
había que mantenerlo Lo propio acontecía con Justo Ru-
fino según se desprende de las cartas de Zaldívar a Cárde-
nas. Los tres ellos, Barrios, Soto y Zaldívar se temían y
se amenazaban. Justo Rufino no emprendió su viaje en
1881 porque Zalvídar lo persuadió que era segura una re-
volución en su ausencia. En julio de 1882 escribe a Cár-
denas diciéndole que le es imposible salir de El Salvador
mientras Rufino esté ausente. Ahora que Rufino ha re-
gresado y, colocado de nuevo en la presidencia de El Sal-
vador a Zaldívar, puede éste marchar a Europa.

Zaldívar era muy hábil, muy persuasivo con sus ob-


sequiosidades, entre las cuales estaba la de ser una es-
pecie de guardaespaldas del Patrón. Hacía creer a éste
que le cuidaba el trono cada vez que asomaban nubéculas
sospechosas por el horizonte, o cuando las creaba su ima-
ginación, y de ese modo se hacía necesario.

Antes de partir se reunió con su Patrón en la hacien-


da Mongoy para arreglar cómo dejaría el gobierno de El
Salvador y para remover a Rufino sus promesas de fideli-
dad y darle seguridades de que a su regreso cooperaría a
realizar la unión centroamericana.

Zaldívar se marchó a Europa, dicen algunos que a


pasear. Llevaba en el bolsillo cien mil dólares que votó
el Congreso para sus gastos. El escuálido tesoro salvado-
reño quedó en temblores.

Sin embargo, conociendo bien este zorro dónde salta-


ría la liebre, se preparaba. Compró un lucido armamento
y lo guardó en los almacenes del cuartel principal, situado
entonces frente al teatro, en el que después se llamó Par-
que de Morazán.

Algo husmeó el Patrón, y considerando más seguro


tener desarmado a Zaldívar, le pidió que le mandara a él
tan flamante arsenal.

Con tono de paternal protección le decía:

—Para qué quiere Ud. armas? No gaste inútilmente,

— 390 —
yo se las compraré; si estalla alguna revolución en El Sal-
vador, yo me encargo de aplastarla al momento.
Zaldívar, sin negarse del todo-, entretuvo el asunto
mientras hacía dar fuego al cuartel donde se guardaba el
armamento. Fue un incendio hasta los cimientos: sólo
quedaban los cañones retorcidos de los fusiles, y hechas
cenizas sus culatas. Compungido avisó Zaldívar al Pa-
trón la mala nueva. Estaba desarmado, a merced de sus
feroces enemigos que eran también los de Rufino; pedía
que le enviara algunos rifles y cajas de parque para sos-
tenerse contra cualquier emergencia mientras llegaba su
amigo a defenderlo. Y Rufino se tragó la farsa, pues Zal-
dívar había tenido el cuidado de trasponer todo el nuevo
armamento a otro lugar mientras dejaba lo viejo e inútil
en el cuartel destinado a las llamas. Y no sólo engulló el
anzuelo Justo Rufino, sino que sobre eso envió las armas
que le pidió Zaldívar.

Nicaragua también creyó o aparentó creer en las de-


claraciones pacifistas de Justo Rufino, y para comprome-
terlo más, envió al ex-Presidente Zavala como Ministro a
solicitar la garantía de Guatemala para la obra del soña-
do canal interoceánico por Nicaragua. El Gral. Zavala
informó de su misión a D. Pedro Joaquín Chamorro en
carta fechada en Guatemala el 18 de diciembre de 1883.
Como ella contiene impresiones personales e interesantes
sobre Justo Rufino y su diplomacia, creemos que será del
pusto del lector, y por eso trascribimos los párrafos con-
ducedentes.

Zavala salió de Nicaragua pesimista: temía que en


Guatemala lo recibirían mal. Ignoraba que porentonces
Justo Rufino estaba en un período de apaciguamiento mien-
tras preparaba el golpe que él juzgaba definitivo. Por eso
se sorprende de la buena acogida:

"El General Barrios —


escribe —
a quien saludé al lle-
gar, me dirigió desde el lugar donde se hallaba un tele-
grama en términos muy amistosos, y en los pueblos del
tránsito, desde el puerto, recibí atentas demostraciones,
saliendo a mi encuentro, a algunas leguas de esta ciudad,
una comisión compuesta del Jefe Político de esta capital
y de varios miembros de la Municipalidad que me condu-
jeron hasta el hotel donde me hallo alojado.

— 391 —
"El General Barrios llegó pocos días después, y desde
mi primera visita me hizo demostraciones que han continua-
do corroborando de que no desea absolutamente perturbar
la tranquilidad de Centro América y mucho menos la de
Nicaragua. Me ha dicho con un tono de sinceridad, que
conoce perfectamente bien a nuestros liberales y a nues-
tros iglesieros, y que él nada tendría que ganar con un
cambio. Que sabe cómo los primeros explotaron a Guar-
dia, pero que él no es un niño para dejarse engañar de la
misma manera. Que durante su ausencia, Pastor Valle
había llegado aquí y había hecho reproducir en los perió-
dicos algunas de las pasquinadas que se publican en los
órganos opositores de Nicaragua; pero que tan luego co-
mo llegó, no sólo había prohibido la inserción de otros ar
tí culos que tenía preparados, sino que le había impuesto
completo silencio a los diferentes redactores.

"El me ha dispensado muchas atenciones, hasta el gra-


do de pasear en la ciudad y sus alrededores en su carruaje
solamente conmigo, haciéndome especial encargo de ma-
nifestar a ustedes y de persuadirles "que no es el Tigre tal
como lo pintan".

Se ve, pues, que Justo Rufino sabe aprovechar la oca-


sión para poner en juego su diplomacia sosegadora; quie-
re aparecer como hombre pacífico, amante de la tranquili-
dad de Centro América y sobre todo de Nicaragua. Mas
por lo que hace a dar la garantía de Guatemala en favor
de Nicaragua para construir el canal interoceánico, es de-
cir, cuando se llega al río de las verdades por lo que hace
a fraternidad centroamericana, entonces Justo Rufino se
niega a aquel acto de positivo acercamiento porque com-
prende que contribuiría a la preponderancia de Nicaragua;
pero sabe negarse, pues da un pretexto aceptable: Guate-
mala está muy adeudada con los trabajos del ferrocarril
al norte; esto le impide adherirse a la invitación de Nica-
ragua "como él dice que lo desea". Pero promete a Zava-
la que tan pronto se orillen las dificultades, recomendará
el asunto, y concurrirá con Nicaragua y con todos los de-
más estados hermanos a facilitar por todos los medios que
estén a su alcance la apertura del Canal interoceánico.

Mas, en tratándose de demostrar buenas intenciones


2n el papel, y a ningún costo, Justo Rufino está anuente.

"Respecto al cultivo de nuestras buenas relaciones


—continúa Zavala —
se ha prestado gustoso a celebrar un

— 392 —
tratado general de amistad, etc., que tenemos ya ajustado,
pero todavía no firmado por falta de tiempo.... Por lo que
dejo escrito TTd. comprenderá fácilmente que los trabajos
disolventes de los libero-iglesieros han fracasado por com-
pleto y que cuidando allí un poco nuestros cuarteles po-
demos dedicarnos con tranquila confianza a nuestros tra-
bajos''.

Ha lo que se proponía: infundir


conseguido ya Rufino
confianza. Ahoralos hombres de Nicaragua se cruzarán
de brazos porque el Patrón abriga buenos propósitos paci-
fistas. Lo dice él. ¡cuan fácil es creer lo que uno desea!

— 393
Capítulo XXXI.
EL PATRÓN REFORMA EL MÉTODO DE INVESTIGAR
EN PROCESOS CRIMINALES.

A e90 de las siete de la noche del 13 de abril de 1884


paseábanse Justo Rufino y su Ministro de la Guerra, Gral.
Martín Barrundia, por la Plaza del Teatro de Guatemala,
cuando muy cerca de ellos estalló con estruendo una bom-
ba. Ninguno de ellos salió herido, aunque Barrundia pre-
tendió después que le había causado leves contusiones.

Con esta ocasión Justo Rufino siguió un proceso para


encontrar y castigar a los autores del atentado. Este jui-
cio nos brinda una oportunidad más para medir la capaci-
dad moral del 'Reformador' y apreciar la categoría de las
*
'

"reformas'' que había introducido en Guatemala sobre un


nuevo sistema de investigar en causas criminales.

Por simples sospechas fueron encarceladas muchas per-


sonas, entre las cuales Santos Soto, quien había sido ya
objeto de la saña de Justo Rufino.

A uno de José León Castillo, lo conducen


los testigos,
al Cuartel de Artillería. Lo
tienen allí un día entero sin
darle bocado; al siguiente lo introducen a la pieza donde
guardaban los cañones. Allí están Barrundia y otro mili-
tar barbado. En las paredes se ven manchadas de sangre,
en el suelo hay piltrafas de carne humana. Sin duda allí
ha habido una carnicería.

Barrundia le preguntó:

— 395 —
— ¿Viste quemar una bomba en El Palomar de don
Guillermo Rodríguez?

—Nada he visto.

—¿Cómo nada has visto, si tu patrón Rodríguez dice


que lo viste todo?

—Nada he visto — repitió Castillo.

— no quiere confesar, mátenlo a


¡Si palos! —sentenció
Barrundia.

Y acto continuo cuatro soldados cogieron a Castillo,


le desnudaron desgarrándole la camisa, lo pusieron boca
abajo en el suelo mientras el militar barbado le metía en
la boca un pañuelo para impedir que gritara, y en esta gui-
sa comenzaron a darle hasta cincuenta golpes de vara. Des-
pués del flagelo, lo pusieron en pie ante Barrundia, quien
volvió a interrogarle:

—¿Vas a confesar?
—Nada tengo que confesar.
El militar de las barbas dijo entonces:

— ¡Si no confiesa, acabarlo a palos!

De nuevo le sujetaron en el suelo, le dieron cien pa-


los más, y suspendieron el tormento para otro día. Lo
condujeron a la Academia. Allí también se veían señales
de sangre. El centinela le informó que el día antes ha-
bían matado a palos a dos hombres en ese lugar.

Tres días después fue llevado de nuevo al suplicio,


donde Barrundia le amonestó que "dijera la verdad, por-
que sino, acabarían con él a palos". El testigo dijo algo
contra Rodríguez, escribieron su declaración; al leerla vio
con sorpresa que había en ella más de lo que había dicho.

La en cada testigo con le-


terrible escena se repetía
ves variantes. A
Buenaventura García comenzó Barrun-
dia preguntándole de modo que complicara a Rodríguez, y
como no lo hiciera, le propinaron los primeros cincuenta
azotes; luego de la amenaza de matarlo a palos si no de-
cía la verdad, se retiró Barrundia para regresar algunas

— 396 —
-

horas después; y tantos palos le dieron a García, que llegó


a no sentirlos por haber perdido el conocimiento.

A Rafael Rivera lo flagelaron cinco veces, a razón de


cincuenta cada una. El mismo Justo Rufino lo interrogó,
buscando testimonios contra don Guillermo Rodríguez.

A Ignacio Rivera le dieron como entremés los consabidos


cincuenta, y luego firmó la declaración que ya escrita le
presentaron Ortigosa, el Auditor Sáenz, y los Ministros,
convertidos en verdugos, Barrundia y Díaz Mérida. Pero
como el testigo no estaba bien enterado de lo que había di-
cho, cuando lo carearon con otro de apellido Porras, no pu-
do sostener su declaración, y allí fue la cólera de Barrun-
dia: se lanzó sobre el desgraciado Rivera que estaba ata-
do de pies y manos y le asestó una bofetada y algunas pa-
tadas. Justo Rufino visitó también a este reo, no desde-
ñando descender él mismo al oficio de verdugo; y como
el preso insistiera en su inocencia, el Patrón le había ofre-
cido dejarlo en libertad; pero le advirtió que no lo hacía
desde luego para que no hablara la gente. En otra ocasión
García fue llevado ante Justo Rufino; el reo pidió al Pre-
sidente que no le obligara a declarar falsedades con que
cargaba su conciencia; que todo lo que le habían hecho
firmar contra Rodríguez y otros era mentira. Por esto y
porque no pudo sostener el careo con Porras, Rufino lo col-
mó de injurias, llamándole animal y bruto.
Félix Osorio comenzó como todos, oyendo la amena-
za de Barrundia si no confesaba la verdad. Hecha la pre-
gunta que comprometía a Rodríguez y negada por el reo,
'c intimó Barrundia que confesara lo preguntado; y como
persistió en negar, se le comenzó a dar azotes. Pero este
reo era más duro de moler que los otros; y así, cuando el
valido le preguntó de nuevo y aquél de nuevo negó, Ba-
rrundia le disparó una andanada de malas palabras inju-
riosas, y sacando la espada, que para esto le servía que no
para ganar batallas, le descargó un tajo al infeliz Osorio
con que lo derribó a tierra. Después lo llevó a Justo Ru-
fino, a ver si el Patrón podía domar a este rebelde
que no era para las habilidades de don Martín. El
Patrón interrogó a Osorio con el mismo objeto de que
comprometiera a Rodríguez, y viendo que nada conseguía,
ordenó a Osorio que se sentara al pie de un árbol que ha-
bía en medio del patio, y allí lo tuvo en esa posición toda
la noche, bajo un torrencial aguacero; y para aliviar el
frío que hacía tiritar al remojado Osorio, el compasivo Ru-

— 397 —
f ino lo obligó al día siguiente a tomar el sol de pie en me-
dio patio; fortalecido ya con estos cambios de temperatu-
ra, lo tomó Rufino como criado para el servicio de su casa.
Allí permaneció hasta que le dio la real gana de sacarlo
libre junto con los otros.

Con Tránsito Mallorquín se repite la horrible escena: del


cuarto ensangrentado, sacan en ese momento a un hombre
hecho trizas, Barrundia, rodeado de otros esbirros, lo con-
mina a que diga que sí, porque d!e no, lo matarán a palos.
Y como nada consiguieron con esto, le traen un hombre
para carearlo con él; éste no puede andar, dos soldados lo
sostienen, está casi acabado por las palizas. claro que Y
este desecho humano dice lo que Barrundia quiere; pero
Mallorquín no se asusta y sigue negando, a pesar de que
ya le han dado veinticinco palos. Barrundia lo amenaza
de nuevo:

— ¡Picaro, sinvergüenza, qué bien tapas vos las cosas


de tu patrón, aguárdate, ya vuelvo!

Pero como tampoco pudiera nada con este rebelde, lo


llevó al Patrón. Este le preguntó sobre el hecho, y aquél
le contestó que nada sabía, porque para la fecha de los su-
cesos él estaba ausente.

— Pero lo supiste — le dijo Justo Rufino, armándole


así una trampa.

— Lo supe —
contestó el reo cayendo en ella — ,
porque
la gente lo decía.

Barrios sonrió a su secretario Murga, y envió al preso


a la bartolina. Por la noche llegó a visitarlo ñor Vicente,
y le pegó dos bofetadas en la cara, diciéndole:

— ¡Picaro, por qué no confesas?

Otra noche volvió la visita, pero esta vez acompaña-


ban a ñor Vicente cuatro soldados armados de vergajos de
toro. Desnudaron a Marroquín y el mismo ñor Vicente le
aplicó veinticinco latigazos, diciéndole:

— ¡Picaro, si no confesas te voy a matar a palos, como


a tu patrón!

— 398 —
Pero los que más sufrieron esta vez fueron los Soto.
Contra ellos se enfiló especialmente la saña vengativa de
Justo Rufino. Jesús Soto fue encarcelado y guardado en
estrecha bartolina. De allí lo sacó ñor Vicente y sin de-
cirle palabra, le mandó dar cincuenta palos en la forma
acostumbrada, desnudo, en el suelo, sin faltar el pañuelo
de mordaza. Luego lo presentó a una especie de Sanhe-
drín rufiniano integrado por el Gral. y Ministro de la Gue-
rra Martín Barrundia, Lie. Cayetano Díaz Mérida, Lie.
Francisco Lainfiesta, don Vicente Sá^nz y don Enrique
Martínez Sobral, y en la antesala se hallaban los corone-
les Ortigosa e Irungaray y don Francisco Quezada. ¡Cuán-
tos sayones convertidos en distinguidos personajes por la
sola voluntad del Patrón!

Comenzaron las amenazas de Barrundia: si el acusa-


do no decía que él había construido la bomba y colocádola
en el Teatro Nacional, le daría más palos y lo pondría en
la boca de un cañón. Como negara, le dieron los palos
prometidos, y esta escena se repitió seis días sucesivos.
Cuando al fin se rindió al dolor, le obligaron a firmar una
declaración que dictó Mérida, pero no se la deiaron leer.
Pasado un mes, fue llevado a casa de Justo Rufino, y éste
le apremiaba para que acusara a otros y como nada con-
siguiera, se enfureció y mandó encerrarlo de nuevo. Allí
lo visitó el coronel José María Reyna Barrios (que había
de ser presidente de Guatemala); acompañaban al sobrino
del tío cuatro cabos provistos de vergajos. Preguntó a
Soto quién había ayudiado a fabricar la bomba, v como
respondiera que nada sabía, le enseñaron la lección, pro-
pinándole sesenta palos a intervalos para que le dolieran
más o tuviera tiempo de reflexionar. Dijo, pues, que le
había ayudado Sebastián Macal. Con esto lo condenaron
a muerte; el auditor Sáenz le notificó que tenía tres días
para prepararse y después lo pusieron por dos en capilla.

De allí lo condujeron al Fuerte de San José vestido


con túnica de ajusticiado; pero no querían matarlo sino
amedrentarlo, para que llegara manso como un cordero
9 presencia del Patrón. En efecto, estaba éste esperándo-
ío, y para ablandarlo más, mandó que le dieran trescien-
tos palos, pero de cien en cien para que produjeran mejor
efecto. No se equivocó Justo Rufino, que para algo era
buen psicólogo, pues hizo confesar a Soto que él había co-
locado la bomba y que José Escobar había sido el encar-
gado de dar la señal. Después le dieron ropa y mandaron

— 399 —
al Dr. Joaquín Yela, yerno de Barrundia, que le curase las
heridas producidas por las repetidas azotainas.

El primer día que estuvo en capilla Jesús, se acercó


a él ñor Vicente a preguntarle si quería confesarse; ha-
biendo contestado que sí, por la noche llegó un individuo
vestido de sotana; ¡y estaba prohibido usarla! Pero Soto
comprendió la añagaza y sobre todo cuando el confesor solo
lo instaba a que se declarase culpable por lo de la bomba
y dijese que eran cómplices su padre v su hermano.

Una muestra de cómo se adobaba este proceso. En


cierta ocasión llegó el Auditor Sáenz a la celda de Soto a
obligarle a firmar una nueva declaración, que tampoco le
leyó; se limitó a informarle que se había cambiado la fe-
cha de la fundición de la bomba en la Escuela de Artes y
Oficios, por haber sido inexacta la que primero se había
fijado. Sin duda observaron que el primer acomodo no
encajaba con las fechas, y de allí el arreglo. Este sólo da-
to es la mejor prueba de que todo aquello era una indigna
farsa con sus pringues de sangre.

Otra de las víctimas fue Abraham Soto. Todo este


examen de testigos está trazado por un mismo patrón.
Abraham hubo de pasar idénticas estaciones dolorosas que
los otros; cuarto siniestro, despojo de vestidos, tendido en
el suelo sujeto por cuatro soldados, pañuelos en la boca, y
luego palos y más palos hasta que saltaba la sangre y sal-
picaba las paredes. Pero este caso, como todos, tuvo su va-
riante. Abraham Soto la refiere así:
—Casi todos los días por la noche, Barrios hacía que
me llevasen a su presencia para aconsejarme lo que de-
bía decir. Me dio también una lista de las personas que
debía acusar como delincuentes, lo cual motivó en cierta
ocasión un gran disgusto de Barrundia, porque éste no que-
ría que figuraran en la lista un señor Serigeirs y Raymun-
do Sotomayor, cuyos nombres estaban escritos en la lista
de Barrios. Casi todos los días me obligaba Barrios a ir
de prisión en prisión y de cuartel en cuartel para que
aconsejase o previniese de su orden a los encausados cuan-
to debían declarar, y me halagaba para que cumpliese con
esta comisión. Me trasladaron con mi padre a la casa de
Barrios. Durante este tiempo se divertía con la impresión
que hacía sufrir a las personas de quienes no era afecto, y
a las cuales les decía que allí tenía a Santos Soto, quien
las sindicaba como cómplices suyos; después de lo cual iba

— 400 —
a preguntarle a Santos Soto qué gesto llevaban impreso en
la cara dichas personas al salir de la casa.

Las variantes del tormento aplicado a Dolores Rive-


ra, esposa de Santo Soto, fueron adecuadas a la condición
de su sexo. He aquí lo que ella nos refiere. Comenzó
declarando ante el Juez de Paz Pedro Fonseca, y luego la
hicieron rea. Anduvo de cárcel en cárcel, donde la obli-
garon a firmar varios papeles que nunca supo lo que decían.
La situaron en la Penitenciaría; el primer día no le dieron
ningún alimento, pero la pusieron a moler maíz crudo con
un capataz a las espaldas que le daba palos constantemen-
te, aunque trabajara; este tormento dilataba desde las seis
de la mañana hasta las seis de la tarde y se le aplicó dia-
riamente, por algunos días. Al pie del catre que se le dio
amarraron a su tierno hijo, y el capataz que le pegaba de
tiempo en tiempo, lo hacía además siempre que el niño lio-
riba, y como éste no pasó alimento en todo el primer día,
ya se puede calcular aquel cuadro doloroso: la madre azo-
tada y moliendo sin descanso, y cuando el niño gritaba de
hambre, más palos llovían so ore la infeliz madre.

Pero doña Dolores se mantenía firme contra Barrun-


dia y el Patrón que con aquellos bárbaros métodos se afa-
naban en arrancarle confesiones falsas. Justo Rufino le
mandó a su hijo Abraham para que la aconsejara y roga-
ra que dijese lo mismo que los demás habían declarado,
aunque no fuese cierto, pues de lo contrario matarían a to-
dos. Contestó al Patrón que no creía en el atentado y que
en todo caso, nada sabía.

Ese mismo día, después de tan altiva contestación,


cuando había pasado la hora de suspender la tarea penal
de moler maíz, cuatro oficiales llegaron a obligarla a rea-
nudar el trabajo a los golpes de un diluvio de varejonazos.
A la mañana siguiente los palos caían cada tres minutos
sobre la infeliz; el chiquillo estaba desnudo, porque no per-
mitían que le llevaran ropa; y cuando ella enfermó a cau-
sa de tanto tormento, le hicieron tomar una purga y la pu-
sieron de nuevo al trabajo. Y así, sucia, macilenta, en ha-
rapos la presentaron a Justo Rufino. Fue para él un es-
pectáculo divertido; mezcló las risas con los insultos, y al
quitairle el pañolón con que cubría la víctima sus andra-
jos, se rio él mucho y con grandes ganas y le hacía burla
de lo roto y sucia que estaba.

— 401 —
—Dónde te has metido, qué han hecho con vos? la —
preguntaba, afectando ignorar que por ^u orden había sido
torturada por semanas, y continuaba: —
A ver, decime có-
mo fue eso de la bomba, qué sabes vos, quiénes tomaron
parte...? Y como ella contestara que todo lo ignoraba,
Justo Rufino se enfureció y la colmó de injurias y amena-
zas:


Todo lo sé, es inútil que negués, voy a acabar con
vos y con toda tu familia porque es preciso extirpar tu
raza; te voy a quitar a tu chiquito, hasta los tigres defien-
den a sus hijos y no permiten que se los quiten.

Esta entrevista con Justo Rufino se repitió pocos días


después con el mismo negativo resultado. Optó Rufino
por enviarle a don Valentín Fernández. Este informó al
Patrón que la esposa de Soto decía que si su marido hu-
biera sido capaz de la acción que le atribuían, ella sería la
primera en pedir que se lo castigasen. Al oír esto, Jus-
to Rufino fuera de sí, con la indignación que le provocaba
ese acto dé crueldad, replicó:


Dígale a esa picara que no sea cruel con su marido,
que Santos Soto puede todavía reformarse y serme útil.

La Rivera continúa así relatando su martirio:


Algunos días después me llevaron al Castillo de San
José; allí encontré a mi marido quien estaba bañado de
sangre: le destilaba a gotas de todo su cuerpo hecho pe-
dazos a palos. Me suplicaba que declarase que él había
sido el culpable de todo para que acabasen sus terribles
sufrimientos. Otra vez volvió a casa de Barrios, quien me
interrogó de nuevo con insultos y ultrajes, y me permitía
salir a mi casa donde pasaba las noches; a ella también
llegaban mi hijo y mi marido.... Yo tenía una sobrina lla-
mada Cayetana Tejada que mantenía relaciones con Maria-
no Vásquez, de quien era cajera. Barrios dio en perse-
guir a aquella joven por medio de Fernando Córdoba y de
otros agentes que para eso le servían, y de allí el odio de
Barrios contra Vásquez y mi familia. Cuando mi marido
estuvo confinado en San Marcos, por persecuciones ante-
riores de Barrios, una sobrina mía llamada Mercedes fue
a presentar a Barrios, que había llegado a dicha ciudad,
un escrito a favor de mi marido. Barrios le dijo a Mer-
cedes que volviese en la noche, y como lo verificara en
compañía de la esposa de Bernardo Rivera, Barrios se puso

— 402 —
frenético y en lugar de atender a la solicitud en favor de
Santos, lo hizo llamar y lo colmó de insultos.

Concluyó su declaración la Dolores Rivera de Soto


diciendo: "Que todo lo de la bomba fue una farsa urdida
por Barrios y sus cómplices".

Tomás Santos era empleado de Mariano Vásquez, el


afortunado rival de Justo Rufino en asunto de faldas, y por
añadidura vecino del Teatro. Cuando estalló la bomba sa-
lió a la puerta a indagar, pero comprendiendo el peligro,
c^rró sus puertas y se puso a observar por la ventanilla sin
ser visto. Pero bastaban aquellas circunstancias para que
no se le llevara preso y se le sometiera al mismo sistema
que a sus compañeros en el dolor. Después de haberle
dado muchos palos, llegaron a la cárcel Barrundia y el
Fiscal Sáenz, creyendo que ya estaban suficientemente ma-
duras las espaldas de Santos para hacerle reflexionar y
soltar la lengua. Mas ni por esas y esotras, Santos per-
manecía firme en que nada sabía. Entonces Barrundia le
gritó amenazante:

—¡Es porque no te han dado duro, por lo que no quie-


res confesar; voy a decir que te den más duro!

Al día siguiente se cumplió la sentencia del terrible


valido, y mientras daban en las espaldas desnudas de To-
más Santos, los sayones le advertían:

— ¡Tienes que morir por no decir la verdad!

Tomás Santos no pudo saber cuántos palos le dieron,


porque perdió la cuenta; fueron sí muchos pues lo dejaron
casi sin poderse mover. Y como le curaron mal o no lo
curaron del todo, se llenó de gusanos; Barrundia entonces
ordenó que quemaran azúcar en la celda para mitigar la
corrupción del cuerpo flagelado. Hasta allí alcanzó su mi-
sericordia.

Sebastián Macal era un empleado de la administración


de Barrios. Hacía dos años que, por su competencia que
no por favoritismo, desempeñaba como jefe del Taller de
Fundición de la Escuela de Artes. Seis días después de
estallada la bomba fue Macal en compañía del personal del
taller a felicitar a Justo Rufino por haber salido bien li-
brado del bombazo. Quién sabe que diabólica idea se le
ocurrió entonces a Justo Rufino para complicar a estos ar-

— 403 —
tésanos del hierro. Sin duda pensó que haría buen papel
en la trágica farsa que estaba representando un hombre
capaz de fabricar una bomba. Eso era lo que faltaba sin
duda. Y refiere Macal que apenas había regresado, cuan-
do aún no había mudado de traje, llegaron a capturarlo.

Lo llevaron con abrazaderas a la Artillería, y de allí,


siempre atado a casa de Justo Rufino. Comenzó éste con
;

aparentes buenas Tazones, preguntándole su edad, quiénes


eran sus padres y cuál su profesión: le agregó que su edad
y su origen le daban lugar para proceder contra él, y que
esperaba que con la mayor espontaneidad le confesara la
verdad, que si no era culpable lo dejaría en libertad. Pero
como Macal negara, Justo Rufino comenzó a incomodarse
y a demostrar su impaciencia, asegurándole que él estaba
plenamente convencido de que Macal había fabricado la
bomba.

—Es falso —replicó el acusado — y puedo presentar


pruebas.

— ¡No admitiré
te pruebas ni testigos, vos la hiciste!
—interrumpió a gritos Justo Rufino — A
palos te voy a
.

matar.... a las seis de la tarde serás alma de la eternidad;


pero si me decís con sinceridad que es cierto lo que yo
afirmo, te perdonaré.

El Patrón estaba furioso; se paseaba de un lado a otro


profiriendo amenazas y temos. "En un momento de vio-
lencia — refiere Macal —
me tiró unas tijeras grandes que
tenía en la mano, golpe que yo evité metiendo el brazo".

No pudiéndolo reducir, trajo a Santos Soto para ca-


rearlo; perocomo siguiera Macal sosteniendo su inocencia,
Justo Rufino lo colmaba de dicterios llamándole maldito,
bandido, y de otras mil maneras que no pueden escribir-
se.

Soto aprovechó un momento en que Rufino les dio las


espaldas para hacer señas suplicantes a Macal; compadeci-
do éste comenzó a decir que recordaba vagamente lo su-
cedido. Justo Rufino se tornó de pronto alegre, y toman-
do un pedazo de metal lo mostraba a Sebastián, diciéndo-
le que aquello no era sólo hierro. Vio Macal que en la
parte que parecía corresponder al fondo de la bomba ha-
bía grabada una mano que señalaba con el dedo la palabra
nihil, y la frase amenazante: "seguirán otras". También
— 404 —
observó que los fragmentos que le mostraba Rufino, no
eran de hierro, sino de una aliación de cobre y estaño. Se-
guidamente Justo Rufino le pidió que dibujara la bomba,
y Macal hizo algunos diseños de su imaginación. Al otro
día lo llevaron ante el tribunal de Barrundia, Díaz Mari-
da, Delfino Sánchez, Vicente Sáenz, Roderico Toledo y Vi-
cente Guzmán (ñor Vicente). Allí le tomaron otra vez de-
claración, y le mostraron varios fragmentos de la bomba
que había explotado en el Teatro. Y dice el testigo:

"Causóme gran sorpresa el observar que aquellas pie-


zas no podían haber formado una bomba verdadera, y que
debían haber pertenecido a un mortero o almirez, y por
consiguiente tampoco podían semejarse a ninguno de los
diseños que yo había dibujado la tarde anterior''.

Barrundia envió a Toledo a la Escuela de Artes a que


buscara el modelo de la bomba, para la cual llevaba el di-
bujo que Macal había diseñado. Pero al cabo de poco rato
regresó con un modelo de chumaceras, porque no había
encontrado el de la imaginaria bomba. A su vez fue en-
viado Sánchez con igual comisión, mas tampoco tuvo éxi-
to, pues regresó trayendo unos modelos de bombas de hie-
rro que se fabricaban para la artillería y que no tenían
semejanza con la del Teatro. En resumidas cuentas, no
pudieron encontrar un modelo de bomba que coincidiera
con la del Teatro y por lo tanto la declaración acomodati-
cia no calzaba con los hechos.

En una de sus obligadas mentiras, Macal confesó que


había hecho la bomba en mayo del año anterior; pero exa-
minadas con más atención otras circunstancias, resultaba
que con ese dato no podía complicarse a don Guillermo Ro-
dríguez, objeto primordial del encono de Justo Rufino; y
para enmendar este error hizo otra vez llevar a su presen-
cia a Macal. Mandó a desatarlo, lo trató bien y comenzó
haciéndole ver las contradicciones en que incurría.

— — —
No debes decir le advirtió) que la bomba fue fa-
bricada en mayo, sino en septiembre u octubre, porque en
el mes de septiembre regresó Rodríguez de Europa. Soto
en su declaración dice que Rodríguez trazó el diseño de la
bomba en un papel azul, y que este papel pasó a las ma-
nos de Soto y de éstas a las tuyas.

Tanto valía insinuar a Macal que le declarase así.

— 405 —
Para tratarlo mejor por su buen porte lo llevaron a
una cárcel más amplia; "pero allí —
cuenta Macal — estu-
ve peor que en la bartolina, porque me pusieron a traba-
jar con las cubetas, pegándome los capataces al pasar, co-
mo lo hacían con todos los presos que llamaban políticos".
Otro día Justo Rufino le dijo colérico "que lo iba a
amolar porque lo estaba molestando mucho; que él no te-
nía la cabeza para nada, que se entendiera con Sáenz que
estaba presente, y que recordara bien lo del papel azul y
todo lo que había dicho".

El calvario de Santos Soto fue más largo que el de los


otros, como que había comenzado años atrás, desde la cons-
piración de 1877. Dice Soto que su primo y amigo Jesús
Batres no tuvo parte en aquella conspiración y que Barrios
aprovechó la oportunidad para matarlo por alguna otra
causa.

Un día lo llamó el Patrón y con buenas maneras le


preguntó quiénes habían estado en su casa la noche ante-
rior.

—Nadie ha estado —contestó Soto.

— ¡A palos
te voy a hacer decir que estuvieron en tu
casa Elias Batres y Teresa Barrientos .;! Anda a buscar-
los y me los traes mañana —
ordenóle Barrios.

Hasta la Antigua tuvo Soto que ir a buscar a Batres


y a la Barrientos, y los llevó a Guatemala. Sin embargo,
no lograron ver al Patrón sino después de ocho días que
pasaron al sol, en la calle, esperando que les permitiesen
entrar. Por fin fueron introducidos, y habiendo contesta-
do cuál era su oficio, Justo Rufino les repuso airado:


¡Vos sos el hombre más malo y más maldito de Cen-
tro América... salgan de aquí, hijos de puta, poco les falta
para ir a la Penitenciaría!

Un año más tarde, Santos Soto fue puesto preso por


segunda vez. Ante todo le aplicaron de ochenta a cien
latigazos con vergajo de toro. Pero ^o principal del sis-
tema que se iba a emplear con Soto era arrancarle todo el
dinero que poseía hasta dejarlo en la miseria. El Coman-
dante de Armas le había dicho:

— 406 —
— El Presidente me ha facultado para quitarte cuan-
to tengas.

Primero fueron mensualidades de doscientos pesos ca-


da una; luego le exigió el traspaso de una escritura de cré-
dito por mayor valor. Además lo forzaban a trabajos bár-
baros, como era ponerlo a sacar ladrillos calientes de un
horno, cuando aún estaba encendido el fuego. Aunque se
quemaba las manos y los pies, sus verdugos no tuvieron
piedad de él, pues lo obligaban a seguir en aquella tarea
verdaderamente infernal. Después de muchas intrigas y
súplicas, Soto logró que lo dejaran libre, aunque confina-
do a San Marcos; hasta allí siguieron llegando las persecu-
ciones del Comandante para arrancarle los últimos centa-
vos.

En ocasión que Barrios llegó a San Marcos, Soto pi-


dió por escrito su libertad; Justo Rufino quiso verlo; ha-
bía muchas personas ante las cuales el Patrón comenzó a
insultarle.

— ¿Quiénsos vos? No te conozco, en mi vida te he


visto nunca, ¿cómo te llamas? No sos más que un ladrón,
un asesino, un grandísimo picaro, que querés irte a Gua-
temala para juntarte allá con tus malos compañeros
Sos hombre sano, y sin embargo, no has pagado contribu-
ción de sangre; te voy hacer examinar, y si has mentido,
?sta misma noche te mataré a palos.

Después le contaron a Soto que cuando Justo Rufino


daba la vuelta, se reía, gozándose del miedo que hacía pa-
decer a su víctima. "Lo que yo pude observar —
dice So-

to fue que había tomado bastante licor y que tenía de-
lante, sobre una mesa, un revólver y un gran látigo".

Supo que su hijito estaba enfermo, después que ha-


bía muerto allá en Guatemala, lejos de él, sin que le per-
mitieran ir a verlo.

Cuando por
fin lo perdonó, extendió el siguiente sal-
voconducto: "Santos Soto puede volver a esta ciudad.
Guatemala abril 25 de 1882. Barrios".

Cuando Soto llegó a Guatemala encontró perdido todo


el capitalito que él y su esposa habían conseguido reunir
en diez y seis años de labor. Soto volvió al trabajo, pero
cataba del diablo que no prosperaría ea el ramo a que se
dedicaba: destilar aguardiente.

— 407 —
.

Se empleó Soto con don Guillermo Rodríguez, y, con


el capital de éste y la experiencia de aquél, el negocio co-
menzó a prosperar. Mas no podía el Patrón ver con bue-
nos ojos los progresos que hacían sus rivales en tan pin-
güe industria Y claro, "a los tres meses y medio de ha-
ber principiado el negocio, y cuando ya estaba bien es-
tablecido, fue cuando cambió otra vez mi suerte", dice Soto.

Soto fue uno de los primeros presos por la bomba


Varios días lo llevaron de una cárcel a otra y le tomaron
declaraciones que después de leída, resultó no coincidir con
lo que él había dicho. Por fin se encaró con él Barrundia
en persona, y le mostraba una mancha en el rostro como
para probarle que había recibido daño de la explosión;
pero a Soto le pareció que aquella mancha era pintada; le
tenían atados los brazos por las espaldas, codo con codo,
y así, negaba. "Me desnudaron completamente y me hi-
cieron pedazos a palos —
cuenta Soto —
cuyo número no
,

puedo puntualizar porque fueron tantos que me sacaron


sangre en cantidad"

Querían obligar a Santos a que dijese quién había


tirado de la pita que dio fuego a la bomba; pero él se man-
tuvo en que no sabía. Ahora la tortura tomaba otro as-
pecto. Desde su estrecho encierro iba a asistir de oídas
al tormento de sus hijos.

Sacaron a Jesús, y Santos pudo contar palo por palo


hasta la cantidad de ochenta y cinco. Hubo un intervalo.
Jesús no decía nada. Entonces comenzaron a sonar de
nuevo los palos sobre las espaldas del hijo. Contó Santos
cincuenta más.

A
continuación sacaron a Rafael Rivera, yerno de San-
tos. Contó éste setenta y cinco golpes de varas. "Yo le
oía exclamar —
refiere Santos " — —
Señores, por Dios,
:

¿cómo quieren que diga a la fuerza lo que no es verdad?"

Luego tocó su turno a Abraham Soto, el menor de los


hijos de Santos. Contó éste cincuenta y cinco palos; oyó
que lo conducían a Barrundia, y de regreso, contó de nue-
vo sesenta azotes. Entonces el pequeño Ábraham habló:

—Espérense,
voy a decir la verdad.... un negrito en-
tró donde mi Mercedes con la mano amarrada, pidió
tía
una copa de revuelto y dijo que de casa de Raimundo Soto
había salido la pita.

— 408 —
Lo llevaron otra vez a Barrundia, dio esa declaración
y luego lo trajeron de nuevo cerca de la celda de Santos
para que éste pudiera contar otros sesenta y nueve palos.

A don José Escobar sólo le contó Santos veinticinco,


pues al cabo de ellos cantó de plano, diciendo que Santos
ora el culpable.

A don José Cordero le propinaron cincuenta palos.


Este exclamaba en el paroxismo del dolor:


¡Por la hostia sagrada juro que soy liberal de co-
razón y que ignoro todo eso!

A un tal Rafael Carrero le dieron veinticinco palos,


porque llevó un gallo
al patio a Félix Soto, hermano de
Santos, por ganarse un real.

Un
día no dieron a Santos ni alimento ni medicinas;
por noche entró a su celda ñor Vicente con revólver en
la
mano, amenazándole de que si no decía la verdad, mori-
rían él y toda su familia. "Desde esta noche observa —
Santos —
comenzó a darme ideas contra los señores Sama-
yoa, Rodríguez y García Granados''.

Soto nada sabía de lo que afuera pasaba, así es que,


cuando le metieron en su misma bartolina a don Guiller-
mo Rodríguez, supuso que se le perseguía "por el nego-
cio del aguardiente". Lejos estaba de pensar que a Ro-
dríguez se le acusaba también por la bomba. No podía ni
imaginarlo porque el proceso era falso.

Aunque de palos había cesado, todavía no


la lluvia
habían concluido penas del atormentado Santos. Así
las
describe él sus últimos padecimientos: "Al pan de la ma-
ñana le untaban sebo, al botecito de café le echaban acei-
te de higuerillo, a la comida preparada por ellos mismos,
le ponían a veces mucho chile, otras no le echaban nada
de sal, y otras demasiado saladas o con mucho dulce. Pu-
sieron junto a mi puerta un individuo que estuviera can-
tando desde las seis de la mañana hasta las seis de la tar-
de. Al comenzar la noche otros comenzaban a cantar ver-
sos que parecían de la otra vida. Metían gatos para que
se estuvieran peleando toda la noche, y en fin, no omitie-
ron medio alguno para hacer ruido que me impidiera dor-
mir".

— 409 —
Cuánta semejanza hay entre estos tormentos y los in-
ventados por la Gestapo nazi y la Checa comunista. Se
nota que hay uniformidad en el plan de corromper y ator-
mentar a la humanidad, como inspirado por su fundador
y patrono el Diablo.
De los documentos cuya síntesis acabamos de dar, se
desprende que el atentado de la bomba era una de las tan-
cas farsas de la comiquería rufiniana; y el proceso, la se-
gunda parte no menos falsa del supuesto atentado. ¿Para
qué objeto este pretexto? Los parciales de Rufino con-
fiesan que él no tenía necesidad de inventar excusas para
ser cruel con sus opositores. Cierto, pero en este caso
el asunto era distinto: no se trataba de cuestiones po-
líticas, ni de enemigos guerreros, ni de truculentos cons-
piradores; se trataba de un rival imaginario, como casi to-
dos los adversarios políticos de Justo Rufino, principalmen-
te en los últimos tiempos cuando ya había aplastado o re-
ducido a silencio e inacción a la mayor parte de los que le
estorbaban; se trataba de Guillermo Rodríguez a quien la
suspicacia de Rufino imaginó enamorado y correspondido
por su esposa. Este asunto personal tenía que manejarse
en otra forma. No se trataba de averiguar la verdad, sino
de formar un proceso a voluntad e interés de Justo Ru-
fino: una razón más para creer que la bomba fue un pre-
texto.

Don Guillermo* Rodríguez vino a ser el centro de aque-


ja tragedia bufa de la bomba, y por eso preciso es que re-
matemos esta nueva comedia rufiniana con la historia de
sus padecimientos, y refiramos qué azares del destino lo
pusieron al frente del terrible Patrón.

Existía en Guatemala una Sociedad Filarmónica de la


cual era Secretario don Guillermo Rodríguez, buen mozo,
rico y bien vinculado. A la misma Sociedad pertenecía
doña Paca, la esposa de Justo Rufino. Rodríguez, quizás
por halagar a la poderosa señora Presidenta, gastaba mu-
chos obsequios con ella, ajeno a otras intenciones, como lo
reconocía toda la sociedad guatemalteca. Porque, a pe-
sar de que doña Paca o doña Pancha como también la lla-
maban, era joven y bella, Rodríguez había confesado a una
de sus hermanas que le era antipática por su carácter al-
tivo y desdeñoso; pero ella elogiaba en casa ante el ma-
rido la voz de Rodríguez y su amable trato. La suspica-
cia criolla de Rufino comenzó a aguzarse; despertaron sus
celos, y empezó a poner acechanzas al incauto Secretario

— 410 —
de la Rodríguez era empresario en la desti-
Filarmónica.
lación de aguardiente y por lo tanto competidor de Justo
Rufino, quien era el primer destilador de Guatemala. To-
do esto convertía a Rodríguez en un magnífico candidato
para figurar como autor en el melodrama de la bomba.
Sin sospechar nada y con la mejor de las intenciones, en-
vió Rodríguez a doña Paca un ramillete de flores, unos po-
cos días después del suceso del 13 de abril. Aquí fue Tro-
ya. El celoso Patrón estrujó el bouquet, dio patadas y
bofetadas a doña Paca, mientras la colmaba de imprope-
rios, y ordenó prender a Rodríguez como cómplice del
frustrado bombazo.

Esto nos enseña el peligro que corren los aduladores


aunque se empeñen en no pasar de
ser galantes: si no adu-
lan, malo; si hacen alguna genuflexión desairada, peor. Ya
Tácito observó con perspicacia, que la adulación "en don-
de reinan depravadas costumbres, es tan sospechosa cuan-
do es demasiada, como cuando ninguna".

Ahora sí nos explicamos aquella farsa de la bomba, o


por menos del sumario, en que a fuerza de palos y otras
lo
torturas a los testigos, se estaba forjando un proceso tan
falso como inicuo, en que Rodríguez aparecía como insti-
gador. Sin embargo este era el mejor y más excusado
pretexto parr suprimir a un rival: una bomba de cartón
que hiciera mucho ruido y ningún daño. ,

Soto y los demás habían declarado contra Rodríguez


ya sabemos por qué métodos; pero careados Soto y Rodrí-
guez, negó éste que fuera culpado. Rufino entonces se
lanza contra ¿1 lleno de furia; profiriendo denuestos le cru-
za el rostro a latigazos y ordena que lo encierren en una
bartolina. De allí le sacan pocos días después y lo llevan
atado, con codo, por las calles de Guatemala. Un amigo
le dice:

— ¿Qué es Guillermo?
eso,

— ¡Soy inocente! —contesta el preso

Al pasar por la casa del Patrón, los sayones dieron


fuerte empellón a Rodríguez, con que vino a dar de bru-
ces en el suelo, y como los brazos estaban sujetos a las es-
paldas, se rompió el rostro contra las piedras. Una Corte
Marcial lo condenó a muerte. Apeló, p?ro los honorables
magistrados confirmaron la sentencia dictada sin pruebas,

— 411 —
fundándose en las leyes de Partida que el propio Rufino
había derogado ya por retrógradas y anticuadas.

Aplicáronse entonces a Rodríguez otros tormentos muy


de la imaginación enfermiza de Rufino. Puesto el preso
en capilla, llegó un carpintero a tomarle medida para el
ataúd; y un sastre para la hopalanda con que visten a los
condenados a muerte, una especie de bata larga, que tiene
dibujada una calavera al lado del corazón, y una capucha
que se pone en la cabeza.

Rodríguez no dio gusto al sadismo de Rufino, demos-


trando miedo; al contrario, se comportó valeroso en el tran-
ce. Cuando el sastre señalaba con tiza el lugar del cora-
zón, como lo hiciera al lado contrario, Rodríguez le llamó
la atención, diciéndole: — "Aquí queda".

Pero Rufino en lo menos que pensaba era en matar a


Rodríguez ni a ninguno de los que había hecho figurar en
el proceso, como que él mejor que nadie conocía la inocen-
cia de todos ellos. Don J. M. Escamilla, suegro de Rodrí-
guez, había hecho favores a Justo Rufino en los tiempos
duros de éste: le evitó la cárcel donde hubiera ido a pa-
rar por asuntos de dinero. Fue Escamilla a pedirle la vi-
da de su yerno. Rufino aprovechó la oportunidad para
aparecer generoso, y al punto extendió el perdón en esta
curiosa nota que dice de su redacción: "Guillermo Ro-
dríguez queda indultado de la pena de muerte y de la in-
mediata superior a que fue condenado por los Tribunales
de la República por el atentado del 13 de abril último.
L y R.— Barrios".

Así anulaba el Patrón a los Tribunales: obligándolos


a dictar sentencias inicuas e injustas para luego dejarlas
sin efecto de una plumada.

Mas no le bastó a Rufino este acto de generosidad pri-


vada; quería algo más sonado, y escogió el 4 de julio, día
de la libertad, para representar el desenlace de esta su úl-
tima producción trágico bufa.

Convocó a todos losacusados y testigos del proceso


—unos y otros igualmente víctimas —y después de darles
,

algunos consejos para que se alejaran de la mala compa-


ñía de Rodríguez, y no recurrieran al aguardiente porque
alguien podía envenenarlos, regaló un peso a cada uno y
ios dejó en libertad.

— 412—-
El Guatemalteco dio cuenta de este hecho con estas
palabras: "El señor General Presidente, con su acostum-
brada magnanimidad y por más que las leyes señalen la
pena de muerte y los Tribunales la apliquen, ha querido
excusar a la sociedad del tremendo espectáculo del patíbu-
lo en la esperanza die que esos seres degradados que han
estado a punto de caer bajo la cuchilla de la ley, vuelvan
sobre sus pasos por la senda de la honradez y del trabajo,
arrepentidos de su crimen. La generosidad del Jefe Su-
premo de la Nación ha ido todavía más lejos, indultándo-
los de toda pena y poniéndolos en absoluta libertad".

Tan inconcebible generosidad en Rufino es una pine-


ra más de que la bomba fue una farsa y el proceso una
mentira. Enrique Guzmán se pregunta*

"¿Movería a don Rufino un sentimiento de piedad?


Nadie cree en Guatemala que Barrios sea capaz de com-
pasión. Parece que tuvo vergüenza de matar a Rodríguez:
sabía el dictador que no había una sola persona, absoluta-
mente una sola, que dudase de la inocencia de don Gui-
llermo, y no supiese o por lo menos sospechase la verda-
dera causa de las desgracias que caían sobre este pobre
joven".

El biógrafo Burgess no dudia en calificar de farsa el


atentado de la bomba. "Cuando todo el mundo esperaba
— dice — que inmediatamente se ejecutaría la sentencia de
muerte contra Santos, Barrios llega a la prisión, saca a
Santos, lo lleva a casa y lo sienta a su propia casa. Le roi

El mismo atribuye esta comedia ác Barrios a propó-


sitos de venganza contra su ex-Ministro José María Sama-
yoa; y nos informa que el Coronel Porras y Carlos Bulnes
fueron muertos a palos porque se negaban a declarar en
perjuicio del antiguo valido, sin que éste mismo se salva-
ra d!e indignos ultrajes y crueles tormentos.

Por supuesto que a los aduladores vino aquella oca-


sión que ni de perlas para ejercitar su repugnante oficio.
La Asamblea Legislativa se apresuró a enviar un mensaje
a Barrios. En realidad era su deber, pero pudo haberlo
cumplido sin faltar a la verdad, diciendo que los autores
del atentado "son sin duda los constantes e implacables
enemigos de la libertad y el progreso de Guatemala"; ni
a la dignidad cuando atribuye a Rufino "la más neta y

— 413 —
acabada representación de las generosas ideas que comu-
nican a la república marcha próspera y feliz"; ni humi-
llándose hasta prometer que "cada uno de sus miembros
están dispuestos a arrostrarlo todo, para conservar incólu-
me vuestra salud, que es para Guatemala prenda de or-
den, de paz y de libertad".

Tres días después del bombazo Justo Rufino lanzó una


proclama. Ha sido objeto de incesantes demostraciones
por el atentado contra el que todos lanzan indignados un
grito unánime de execración... todos están hondamente con-
movidos, todos han ocurrido a ofrecerle sus servicios, su
adhesión y a felicitarlo por haber salvado la vida; pero
le es muy grato ver en esta ocasión que cuenta con el
apoyo de los hombres honrados y el afecto de todos. Mas
no conviniéndole que quedase la impresión de que Guate-
mala entera ha levantado el puñal homicida contra él, de-
clara: "ese hecho monstruoso... no es obra más que de unos
pocos miserables malvados sin corazón y sin conciencia
que no tenían otra <;ombinación ni otro plan que entregar-
se al robo, a la violencia y al asesinato a favor del des-
orden con que contaban para cuando se hubiese consuma-
do su odioso y repugnante crimen".

Fácil es suponer que nadie quería en Guatemala que-


darse sin manifestar al Patrón en alguna forma su repro-
bación del atentado, sin detenerse a discurrir sobre su ori-
gen y la veracidad del mismo. Cualquier indiferencia
podría despertar sospechas, y no sería aventurado suponer
que entre los propósitos de Rufino se hallase el de apre-
ciar qué sentimientos provocaba un atentado contra su per-
sona, y el deseo de gozar las manifestaciones de desagra-
vio de que indudablemente sería objeto.

Poco después del indulto el Sr. Escamilla pedía pa-


saporte para su yerno don Guillermo Rodríguez, y salía
éste para Europa. Regresó cuando supo la muerte de Jus-
to Rufino para vindicarse de los cargos que éste le había
lanzado. En otra ocasión, estando en Europa, supo que
por ahí andaba doña Pancha, la viuda de Barrios, lucien-
do en los faustos de las cortes europeas la opulenta heren-
cia que le dejara su marido. Rodríguez necesitaba verla
para hacerle su última protesta de inocencia. En esa oca-
sión le dijo:

—Señora, quizás no volvamos a encontrarnos nunca


jamás... por eso aprovecho esta oportunidad para hacerle

— 414 —

una declaración... protesto que soy inocente del complot de


la bomba.


Me obliga usted a regresar mentalmente a Guate-
mala —
contestó ella con pena —
Creo lo que usted dice,
.

y agrego que no hubo tal complot ni tal bomba. (1).

(1) La relación que acabamos de hacer se funda en una infor-


mación que ante notario público siguió don Guillermo Ro-
dríguez en septiembre de 1885, la cual presentó a la Asam-
blea Nacional Legislativa de Guatemala como justificación
de su inocencia por el atentado de la bomba. Consta en
ella la retractación espontánea de los testigos y los métodos
con que se les obligó a declarar lo que quisieron Barrios y
Berrundia. Estos documentos fueron después publicados
en el periódico EL CENTROAMERICANO, y recientemen-
te han sido incluidos en el Diccionario del Sr. García, lomo
V.. Págs. 317 y siguientes. Pocas historias cuentan con
fundamentos tan fehacientes y cercanos a los sucesos. Na-
die desmintió a estos testigos, ni siquiera los acusados por
ellos de haber desempeñado el odioso papel de esbirros. El
Lie. Manuel Valladares dice en su estudio citado: "Con
posteridad, al año siguiente bajo la administración de Ba-
rillas se pudo establecer por el proceso mismo y por depo-
siciones y pruebas palmarias que la bomba que estalló fue
ardid del propio Barrios para imponer el terror y desha-
cerse de sus enemigos, y que el proceso fue fraguado en la
auditoría de Guerra y en la casa particular de Barrundia".

La historia del propio Rodríguez ha sido tomada del


DIARIO INTIMO de Enrique Guzmán donde se puede leer
con más pormenores. La entrevista de Rodríguez con la
viuda de Barrios nos la refirió un guatemalteco muy ins-
truido sobre los sucesos de aquella época, quien nos rogó no
mencionar su nombre. Sabemos que don Guillermo Rodrí-
guez escribió la memoria de su martirio, pero ese escrito
permanece aun inédito en Guatemala.

415 —
Capítulo XXXn.

OTRA OLA DE TERROR.

El crédito de Guatemala empeoraba cada vez más bajo


el régimen de Justo Rufino; de la antigua deuda inglesa,
ni siquiera se pagaban los intereses. El Ministro de Gua-
temala en Francia, don Crisanto Medina, arregló con Mr.
Bouverie, representante de los banqueros prestamistas, que
se haría una sola deuda de los dos empréstitos contratados
en las administraciones de Carrera y Cerna, aumentada
en un quince por ciento para cancelar los intereses atra-
sados, los cuales serían al seis por ciento en lo su-
cesivo. Guatemala comprometía su palabra de honor
de aplicar un veinte por ciento del producto de sus
aduanas a los intereses y a formar un fondo de amortiza-
ción del capital. Esto se convino en 1882, pero adrede se
había dejado en olvido con objeto de alargar el plazo. Mas
como los ingleses urgían una solución, Justo Rufino con-
vocó el Congreso a sesiones extraordinarias. La Asam-
blea Legislativa desechó el arreglo para alejar aún más la
fecha del pago.

Sin embargo, estas triquiñuelas del Patrón no dieron


resultado, porque dos años después, ya muerto él, la Asam-
blea tuvo que aceptar cláusulas más gravosas: se aumentó
el principal de la deuda en un treinta por ciento (en lu-
gar del 15%) para cancelar réditos atrasados; y el pago
del capital y de subsiguientes intereses se garantizó con
el veintisiete por ciento (en vez del 20%) de las rentas
aduaneras.

— 417 —
Continuaba siendo el gobierno personal de Justo Ru-
fino el resultado de su propia contradicción de principios:
mientras se aplicaba con energía al progreso material, en
lo político y social hacía dar saltos hacia atrás a Guate-
mala.

Así, casi a un mismo tiempo daba leyes retroactivas, y


continuaba legislando como señor absoluto. El periódico
Renacimiento informa que cuando Justo Rufino no podía
satisfacer sus caprichos con el auxilio do los Tribunales de
Justicia, lo cual acontecía rarísimas veces, no vacilaba en
emitir leyes especiales con efectos retroactivos, como su-
cedió en el caso del ex-ciudadano francés Eugenio Lapra-
dre. Justo Rufino legisló sobre expulsión de extranjeros
perniciosos, con el deliberado propósito de aplicar esa ley
a Laprade por motivos que habían ocurrido antes de ha-
berse promulgado.

Por esas fechas, la Asamblea Legislativa antes de ce-


¿rar sus sesiones autorizaba a Justo Rufino para legislar
on cualquier ramo sin límite alguno. Era lo mismo que
sancionar por ley lo que acontecía de hecho, o plegarse
resignadamente al régimen de dictadura.

A la par de estos saltos atrás en el orden social, pre-


sentaba Justo Rufino, como compensación, el estableci-
miento de algunos progresos modernos, como el del telé-
fono y el alumbrado eléctrico en la capital. Este último
— dice Rubio— dio por resultado que disminuyeran los asal-
tos nocturnos.

La primera locomotora de la línea férrea de San José


a Guatemala entró a la capital el 19 de julio de 1884, fe-
cha del cumpleaños de Justo Rufino.

Celebró ruidosamente el acontecimiento, porque los


materialistas creen que todo adelanto se reduce a empre-
sas materiales y de allí que gusten siempre de hacer sonar
cualquier obra que inician o concluyen. El remate de és-
ta era un progreso, indudablemente; pero lo que sucede en
todas partes del mundo sin aparatos ni bullas lo convertía
Rufino en ovación romana, necesitado sin duda, de dis-
traer la atención del público de la sangre que acababa de
hacer saltar a palos y a vergajos. El propio Rufino venía
de pies en la locomotora, arrojando a la multitud monedas
conmemorativas. En una breve plática explicó a la con-
currencia el significado de aquel adelanto exaltando su

— 418 —
obra material y esforzándose por inculcar a sus oyentes
que era progreso toda la destrucción moral que había rea-
lizado.

El ferrocarril a San José dio malos resultados en un


principio; hubo algunos accidentes; pero la compañía cons-
tructora corrigió los defectos bajo la amenaza de que se le
revocaría la concesión si continuaban los desastres.

Entretanto Zaldívar había regresado de su viaje de


placer por Europa, y junto con Bogran, el Presidente de
Honduras, fue llamado a la corte de Barrios para recibir
las últimas instrucciones sobre la unidad die Centro Amé-
rica, empresa que ahora preocupaba de veras a Justo Ru-
fino.

Mientras estos mandatarios llegaban personalmente a


Guatemala y Nicaragua enviaba a su Ministro Lie. To-
más Ayón, sucedían cosas graves en los dominios de Jus-
to Rufino, no tanto por lo que eran de suyo, cuanto por-
oue donde el Patrón ponía su mano allí corrían torrentes
de sangre.

A mediados de aquel año se levantó en armas Ramón


Uriarte con unos cien hombres bien provistos de los te-
mibles Remington. Penetró por Malacatán, antiguo tea-
tro de las hazañas del propio Rufino, y con eso dio a creer
que estaba apoyado por México. Justo Rufino corrió al
lugar de los sucesos para conjurar el peligro con su acos-
tumbrado rigor; pero llegó cuando sus tropas habían repe-
lido la invasión revolucionaria. El Ministro de Relacio-
nes Exteriores don Fernando Cruz dirigió al Ministro Re-
sidente de México una nota en que, a pesar de demostrar
que México había favorecido la agresión, no protestaba
por semejante acto, y se limita a rogar con sumisas razo-
nes que no se repita.

El Lie. Valladares refiere otro conato revolucionario


acaecido ese mismo año de 1884. Que sea el mismo de
Uriarte o no, vamos a dejarle la palabra, pues cuenta ta-
les horrores que se podría dudar de ser ciertos si no des-
cansaran en el testimonio de un paisano de Justo Rufino,
escritor de prestigio histórico y conocedor de los más por-
menores del período rufiniano. Dice así en sus ya citados
Apuntamientos sobre el Gral. Justo Rufino Barrios y su
gobierno:

— 419 —
"A mediados del mismo año se meditó una conspiración
en Los Altos, o sea la zona occidental de la República,
cuando Barrios proyectaba una excursión por ese rumbo;
Dero no pasó del asalto de la plaza fronteriza de Malaca-
tan por Manuel Domínguez, porque los revolucionarios re-
pasaron la línea divisoria ante el número y cuantiosos ele-
mentos de las tropas departamentales. Barrios efectuó la
excursión preparada, recorriendo la costa de Retalhuleu y
los departamentos de Quezaltenango y San Marcos; y su
paso se señaló con los estragos que doce años antes se re-
gistraron en la luctuosa "pacificación de Oriente"; se or-
denaban fusilamientos inmediatos, que a veces se formali-
zaban después de la ejecución con un proceso de notoria
falsedad. Desde Retalhuleo ordenó la muerte del herre-
ro Florentín Vásquez, del pueblo de San Andrés, y el ex-
terminio de la Municipalidad de Santo Domingo Suchitepé-
quez; y en esa ocasión se distinguió el Lie. Manuel Estra-
da Cabrera, juez a la sazón de Retalhuleo y Auditor de
Guerra del coronel Monterroso, Jefe Político y verdugo
del departamento. En Santo Domingo se pasó por las ar-
mas a varias personas ajenas a la Municipalidad y no se
libró del cadalso por su sexo la indígena Antonia Chay,
ni siquiera por el embarazo de meses mayores en que se
encontraba. Las ejecuciones eran seguidas del secuestro
de bienes, intotum que se confiscaban o se repartían, agra-
ciando a los denunciantes, que veían así premiadas sus de-
laciones.

"La causa indudable de la muerte de Vásquez, el de


San Andrés, fue el número considerable de terrenitos sem-
brados de café que poseía en la población y sus contor-
nos, que despertaron la codicia de envidiosos y delatores;
y el pretexto para culparlo fue el haberle encontrado en
su obrador al capturársele, varias barras de hierro y un
rollo nuevo de alambre, que todo se supuso destinado a la
revolución, siendo materias propias de su oficio.

"De igual manera que en Santo Domingo, se efectua-


ron matanzas en San Gabriel del mismo departamento; y
en todo el trayecto de la excursión, desde la costa de San
Marcos, las prisiones y lesiones se efectuaban a cada ins-
tante y en cantidades extraordinarias y aún algunos fusi-
lamientos se hicieron rápidamente y como de paso. Rara
fue la población que no contemplara oscenas de sangre:
puede decirse que se sentía feliz el pueblo que no escu-
chara las detonaciones que anunciaban ejecuciones capita-
les; pero en ninguno faltaron las lágrimas ni el horror.

— - 420 —
Sin contar las muertes ejecutadas individualmente, que
fueron innumerables, la matanza de la Municipalidad de
Cerro Gordo, se señaló por circunstancias de especial cruel-
dad, pues fue precedidas de burlas y sarcasmos.

"De regreso de San Marcos, fue recibido con arcos de


triunfos en Quezaltenango, y en nombre de la Munici-
palidad se leyó un largo discurso dándole dictados de Pa-
dre de la Patria y Redentor de Occidente, sin que faltaran
las invectivas contra la memoria del General Carrera por
haber fusilado el año 40 a los Pachecos y Molinas, miem-
bros de la Municipalidad de Quezaltenango. Con marca-
do desabrimiento escuchó Barrios al orador, él que acaba-
ba de fusilar no una parte de un ayuntamiento, sino mu-
nicipalidades enteras; y ese mismo día ordenó al Coronel
Florencio Calderón el fusilamiento inmediato de la Mu-
nicipalidad de Cantel. Y se incluyó en el cuadro de eje-
cutados al secretario de la corporación. Y en la propia
ciudad de Quezaltenango se mandó ultimar a un indio prin-
cipal de población cercana.

"Es inenarrable el cuadro de dolores y sangre de esta


funesta "Pacificación de Occidente" y la impresión de pa-
vor que dejó tras sí. Todo el país temblaba; el solo nom-
bre de Barrios infundía terror. No parecía sino que el
jefe radical se hallara poseído de un afán de ruina y des-
olación; si bien algunos de sus partidarios y defensores
atribuyen estos actos a estudiado plan político, dejando
sobrecogidos y horrorizados a los guatemaltecos para que no
se movieran en su estupor, mientras Barrios llevaba a ca-
bo sus empresas sobre Centro América.

"Al retorno a la capital fue saludado por sus partida-


rios, y en los rostros de los demás se veían pintados la in-
certidumbre y el pavor. La prensa, que era toda a su
servicio, se desbordó en los ditirambos más encumbrados,
pues la adulación se había apoderado de los que ejercita-
ban la pluma y todos rivalizaban en zalamerías. Nunca
se había contemplado tanta lisonja ni extremos tantos; y
no siendo suficientes las comparaciones, se recurrían a las
hipérboles más extravagantes. Periódico hubo, y por cier-
to redactado por profesionales de la pluma y del diaris-
mo, que se intituló "El General Barrios'', no encontrándo-
se otro nombre que concretara más significativamente la
incondicional adhesión al mandatario".

— 421 —
Según el testimonio de otro ilustre escritor guatemal-
teco, el Lie. Agustín Meneos Franco: "El día 2 de sep-
tiembre de 1884 a las once de la mañana fueron conduci-
dos, en medio de una escolta, de la cárcel de Retalhuleu al
cementerio del propio lugar, los indígenas Florentín Vás-
quez, Manuel Saquik, Sebastián Hernández, Bartolo Salo-
món, Domingo Pich, Francisco Paloj, Pedro Quiej, José
Espada, Ciríaco Canux, Bartolo Paz y Antonio Ramos,
oriundo el primero de San Andrés Villa Seca y originarios
los otros del pueblo de San Felipe".

No habían cometido delito, pero tenían bienes que des-


pertaron la codicia de los delatores.

"En el cementerio de Retalhuleu, —


continúa Meneos
Franco — en donde los esperaba numerosa concurrencia,
se les detuvo, como ya lo indicamos; se les ató juntos a
todos y después de hacerse los aprestos necesarios, se les
hizo saber, no sin ultrajarlos, que se les iba a fusilar.

Entonces, sí temblaron, entonces sí se sobrecogieron


de pánico, y sollozaron, y lloraron, y dieron gritos de hon-
da, de profunda amargura, pidieron misericordia a los hom-
bres y perdón a sus verdugos!

¡Todo en vano! Había llegado para ellos la hora fa-


tal: las sentencias del tirano eran irrecusables, y, por con-
siguiente, las balas asesinas tenían que ultimarlos.

—Fusilen luego a estos llorones — dijo, con imperio,


alguien.

— Fusílenlos pronto, que son muy cobardes — , ordenó


alguien.

Sigue Meneos relatando los horribles detalles de aquel


crimen en masa. "Era preciso que el sacrificio fuese rui-
doso, muy estentóreo; y por eso en muchas y repetidas
descargas, se les tiraron hasta trescientos tiros. Y no se
les fusiló a todos a un mismo tiempo, sino que se les fue
ultimando uno a uno, a fin de hacer así más amargos, mu-
cho más amargos, sus postreros instantes... "Entre la mu-
chedumbre que presenció las crueles ejecuciones que na-
rramos se distinguía al Ayuntamiento de Retalhuleu, a cu-
yos miembros se obligó, después de habérseles ultrajado
soezmente, a cavar las sepulturas que guardarían los res-
tos de las infelices víctimas, y a los que también, se hu-

— 422 —
biera sacrificado, pues ya estaba escrita la orden que lo
disponía, si en tales momentos no hubieran sonado los cla-
rines que anunciaban la llegada de las fuerzas del Nuevo
San Carlos; lo cual atemorizó tanto al miserable que de-
bería firmarla, que ya no se atrevió a hacerlo.

"Y ¡quién lo creyera! también, formaban parte de esa


muchedumbre los jóvenes, infantes de la escuela pública,
y no porque, poseídos de esa curiosidad tan natural en los
muchachos, hubieran ido allí espontáneamente, sino por-
que se les llevó de orden superior dlel Jefe Político del De-
partamento, que a su vez la recibió del Jefe Supremo de
la Nación.
"¡Qué inmoralidad y qué insensatez!"
Olvidó Rufino en esta ocasión escatimar a la sociedad,
con su acostumbrada magnitud que le alabó El Guatemal-
teco, el tremendo espectáculo del patíbulo, como lo hizo
cuando perdonó a Guillermo Rodríguez, a Santos Soto y
compañeros.

Empeñado estaba en estas crueles represiones Justo


Rufino cuando Zaldívar y Bográn arrimaron al puerto de
San José. Encontrábase Rufino en Retalhuleu, solazán-
dose con el espectáculo de las matanzas en masa, y hasta
allá tuvieron que seguir los presidentes de El Salvador y
Honduras. El Lie. Rafael Meza, testigo presencial y com-
pañero de viaje, notó el disgusto de Zaldívar, quien atribu-
yó la actitud de Barrios a deseo de humillarlo. Sospecha-
ba éste que Zaldívar comenzaba a cansarse de tributarle
obediencia indebida; y Zaldívar por su parte, que conocía
mejor que nadie sus propias intenciones, teniendo moti-
vos para esperar el disgusto de Barrios, pensó en regresar
a su país sin afrontar la presencia de su señor. Pero tan-
to hubiera valido romper con el Patrón, y ninguno de sus
paniaguados osaba renunciar a su amparo mientras él mis-
mo no los despedía a bofetadas o a latigazos.
Había quedado para entonces la inauguración del fe-
rrocarril de San José a Guatemala, y se echó a rodar que
los presidentes y el ministro de Nicaragua llegaban a Gua-
temala con objeto de asistir a dicho acto; pero en el fon-
do, como lo declara el Lie. Gallegos en sus Memorias, el
verdadero objeto era tratar de la unión centroamericana.

Desde que Justo Rufino se abocó con Zaldívar y Bo-


grán, gastó especiales atenciones con éste, mientras no per-

— 423 —
día oportunidad de manifestar frialdad y hasta acritud con
aquél, de modo que todos se hicieron cargo de la situa-
ción, y más que nadie el perspicaz Zaldívar. Aprovechó
éste la primera oportunidad que se le presentó para disi-
par aquella nube peligrosa, y fue en un gran banquete con
que Barrios festejaba a sus huéspedes. En un brindis que
pronunció allí, terminaba con estas palabras:
—''General Barrios, hallegado el momento de prueba.
Estamos aquí para cumplir fielmente la palabra empeña-
da y lo convenido desde el principio de mi gobierno. Lo
diemás depende de usted. Yo espero que en todo procede-
remos de acuerdo, y que me hable y trate con la franque-
za de siempre, que cualesquiera que sean las eventualida-
des futuras, por mi parte le demostraré que he sido y soy
su mejor amigo y que correremos la misma suerte".

El impresionable Patrón tuvo con eso; desde aquel mo-


mento mudó semblante para Zaldívar y sus atenciones y
finezas se repartieron por igual entre el hondureno y el
salvadoreño.

Justo Rufino aparentó creer en las promesas de Zal-


dívar, estando ya resuelto en lo que haría; y este se em-
peñaba en dilatar la acción de aquél, ya con la esperanza
de enfriar sus ímpetus, ya para prepararse mejor contra
la acometida.

— 424 —
Capítulo XXXIII.

"VAMOS A VER EN QUE PARA ESTO".


Empeñado ya Justo Rufino en acrecentar su domina-
ción, continuó allanando a su modo los estorbos que po-
dían obstaculizar su empresa. Creía tener asegurada cuan-
do menos la neutralidad de México; a su parecer contaba
con el apoyo solicitado de los Estados Unidos para efectuar
la unión, o siquiera con su complaciente indiferencia; con-
fiaba en la sumisión de El Salvador y Honduras; y en
cuanto a Nicaragua y Costa Rica, estaba seguro de arro-
llarlas con la fuerza de sus ejércitos victoriosos. En el in-
terior no se movería una hoja. Se lo aseguraba la san-
grieta y ruidosa represión que acababa de efectuar.

Pero los centroamericanos eran católicos, apegados a


sus tradiciones, celosos de sus creencias y culto. La his-
toria de Rufino para con la Iglesia no le acreditaba bue-
nas intenciones; faltaba, pues, desimpresionar por ese lado
a los pueblos que se proponía conquistar. Dice Vallada-
res:

"Sin duda para congraciarse con los elementos venci-


dos, con el clero, con la generalidad del pueblo, que es cre-
yente católico y que sentía tristeza ante la ausencia del
Prelado proscrito y ante los edificios eclesiásticos poseí-
dos por el gobierno y los particulares; o ya para dar va-
lor a estos bienes, cuya adquisición y negociaciones se re-
husaban por lo común, Barrios había procurado algún en-
tendimiento con la Santa Sede, y al efecto y por medio de
los doctores Ángel María y Domingo Arroyo, enviados a
Roma, inició la negociación de un Concordato. Lentas las

— 425 —
pláticas,como es de rigor en casos tales en que la parte
despojada tiene mucho que ceder y poco que recibir en
compensación, y habiendo poca seguridad de que cesara la
persecución religiosa y la ojeriza contra los sacerdotes, va-
rios de los cuales habían sido muertos por el gobierno o
sus agentes, los comisionados volvieron sin la subsanacio-
nes anheladas, pero no desesperanzados de alcanzarlas. De
nuevo se insinuaron las negociaciones deprecativas ante el
Vaticano, que se allanaba por la muerte del Arzobispo Pi-
nol en el destierro, facilitándose la preconización del su-
cesor; pero quedaron otra vez en solo primeros pasos y
tanteos debido a los acontecimientos relativos a la Unión
y término del gobierno personal de Barrios".

Por este tiempo llegó Enrique Guzmán a Guatemala


y comenzó a registrar en su Diario Intimo las cosas que le
llamaban la atención. Gracias a él conocemos muchos de-
talles del carácter de Justo Rufino y de su sistema de go-
bierno, que de otro modo tal vez se hubiesen perdido del
todo. Ya nos hemos servido de algunas de sus anotacio-
nes: pero aún citaremos otras sobre los últimos pasos de
Rufino hacia su final y grande aventura.

Desde su primera visita al Patrón, observa Guzmán


'

que Barrios habla mal de Zaldívar, y agrega: 'Verdad' es


que él no habla bien de nadie". En otra entrevista se cru-
za el siguiente diálogo:

—¿Por qué no echan abajo a Cárdenas y a esos vie-


jos? —pregunta Rufino.
—Porque no tenemos armas, General —contesta Guz-
mán.

—Mil quinientas serían suficientes.

—Yo se voy a dar; pero,


las eso sí, usted se encarga
de llevarlas. Se las voy a situar en Guacalate;busque us-
ted una falucha y se larga con ellas a botar a esos viejos.

Guzmán se pone contento, pero duda porque conoce


a Justo Rufino; teme que al fin le salga con un plato de
babas, "pues cada día me persuado más añade —
que don —
Rufino es hombre mentiroso, falso y versátil, cuyas pala-
bras no valen un comino".

— 426 —
Indudablemente que el Patrón estaba inquieto y no
se decidía por un plan determinado; su mayor preocupa-
ción era Nicaragua, sobre todo desde que esa república ges-
tionaba con los Estados Unidos para concluir un tratado
de Canal Interoceánico. Comprendía Rufino con su agu-
da malicia que tal negociación podía interponerse en sus
ambiciones, y para soslayarla o para demostrar que no se
oponía a ella, pues tal oposición hubiera sido una locura,
llegó a ofrecer a los Estados Unidos que dejaría el territo-
rio de Nicaragua fuera de la unión reservado para el ca-
nal, con tal que los Estados Unidos no estorbaran sus pro-
yectos.

En junio de 1884 Justo Rufino dirigió una carta al


Presidente de Nicaragua Dr. Cárdenas, manifestándose en-
tusiasta de la apertura del canal por Nicaragua a cargo de
los Estados Unidos. "Yo no soy —
escribía— como los
centroamericanos que creen peligrosa para la integridad
e independencia de Centro América la intervención nor-
teamericana en empresas de esta naturaleza, ya por el po-
der que tendría una potencia extraña en nuestro territo-
rio, ya por la ocupación de una parte importante de él...
¿Qué más queríamos si el país entero avanzaría en todos
sentidos con este elemento poderoso, destruyendo la igno-
rancia de esas masas que hoy ni sirven ni producen, redi-
miéndolas con el estímulo del trabajo y haciéndoles com-
prender sus derechos y sus deberes?"

Así alentaba Justo Rufino la construcción del canal


por Nicaragua si la llevaban a cabo los norteamericanos, y
de paso exhibía el desprecio que profesaba a su pueblo, y
manifestaba sus ardientes deseos, de que fuésemos recon-
quistados por ellos intelectualmente, y metamorfoseados en
ciudadanos de yanquilandia. Fue la idea que privó en los
albores de nuestra independencia y la que, a fuerza de que-
rerse llevar a la realidad, torció el destino de estos pue-
blos, imponiéndoles leyes y sistemas de gobiernos para
los que no estaban preparados.

Creció la desconfianza de Rufino con Zaldívar después


que el ministro salvadoreño Gallegos regresó de una mi-
sión a Costa Rica. Creyó Justo Rufino que El Salvador
había hecho alianza con aquella república y con la de Ni-
caragua. Pero todo eso eran recursos de Barrundia con
que mantenía despierta la suspicacia de Justo Rufino con-
tra los protegidos rivales del privado. Motivó la creen-
cia de que Nicaragua se había arreglado con Zaldívar, una

— 427 —
entrevista de Gallegos con don José Pasos en el puerto de
Corinto; pero en realidad el agente nicaragüense se acercó
al enviado salvadoreño para que éste interpusiera su in-
fluencia y la de Zaldívar con Barrios, a efecto de disipar
todas las amenazas que contra Nicaragua se divisaban en
el horizonte, como: protección que daba Rufino a los emi-
grados, constantes ataques de la prensa guatemalteca con-
tra el gobierno de Nicaragua, rumores de apoyar una re-
volución contra el Dr. Cárdenas, etc.

Todas estas ocasiones de difidencia motivaron que la


política de Justo Rufino con Zaldívar siguiese siendo d'e
infundirle alternativamente miedo y confianza, mientras
preparaba el golpe final. Su disgusto por lo del supuesto
tratado con Nicaragua y Costa Rica lo manifestaba ahora
en la destemplanza de su correspondencia, dice Gallegos.

Zaldívar hizo salir a éste a toda prisa con destino a


Guatemala para que apaciguara de nuevo al irritado Pa-
trón. En Guatemala se encontró Gallegos con que los pe-
riódicos de Nicaragua, costeados por Barrios, daban como
cierto el tratado secreto. Dice Gallegos que Justo Rufino,
en su primera entrevista con él, "contra su costumbre, se
mostró esquivo y reservado". De casa del dictador, Ga-
llegos fue a visitar a Barrundia. Este le preguntó que si
había leído los periódicos; y como aquel contestara nega-
tivamente, Barrundia le presentaba uno, señalándole la
parte conducente. Y advierte Gallegos que posteriormen-
te supo que todo era ardid y traza de Barrundia; que uno
de los redactores le declaró que los artículos eran insinua-
dos por el valido, quien les ordenaba atacar a Zaldívar y
su gobierno, y a veces él mismo enviaba hechos los artícu-
los; y tenía que publicarlos porque la imprenta era de Ba-
rrundia y él sostenía la vida del diario.

La segunda visita de Gallegos a Barrios fue muy cor-


dial. Extrañó el comisionado que el Patrón hubiese mu-
dado tan pronto. Se dieron explicaciones mutuas muy
satisfactorias. Las de Justo Rufino fueron de este tenor:
Que conocía muy bien a los emigrados nicaragüenses; que
todos eran unos picaros, y más que ninguno, Enrique Guz-
mán; que lo único que deseaban era botar a Cárdenas, que
también era un picaro, lo mismo que las personas que lo
rodeaban; que no estaba dispuesto a ayudar en nada a los
unos contra los otros, cuando por su parte, tenía demasia-
do que hacer con los picaros que le asediaban; que no po-
día impedir que en Guatemala se reprodujesen publica-

— 428 —
,

ciones que se hacían en la propia Nicaragua; que sólo ha-


bía tolerado a los emigrados de aquella república, pues
alguna libertad y desahogo les había de dar; y finalmente
le ofreció refrenar la prensa de nuevos desbordes contra
el gobierno de Nicaragua.

Satisfecho regresó el Lie. Gallegos a San Salvador, cre-


yendo que había echado una balsa de aceite al tortuoso
mar que le bullía a Justo Rufino en sus intimidades de
nadie conocidas, por más que se dejase ver algo de ellas;
pues observa el Licenciado que, no obstante las promesas
de Justo Rufino, la prensa de Guatemala y la que tenía a
sueldo en Nicaragua continuaban con mayor encarneci-
miento que antes, 'diciendo barbaridades del gobierno del
'

Dr. Zaldívar y del Gobierno de Nicaragua, y ensalzando


al General Barrios como un Jefe de extraordinarias dotes,
como el caudillo llamado a realizar la unión nacional".

A pesiar de la mala opinión que Justo Rufino tenía de


los emigrados liberales nicaragüenses, continuaba valién-
dose de ellos para sus planes. Los alentaba, les prometía,
los dejaba escribir, les encomendaba misiones, como la del
Lie. Francisco Baca a Honduras para que averiguase allá
en qué disposición se hallaba el estudiante —
así llamaba
despectivamente a Bográn —
respecto de cumplir sus pro-
mesas de entera sumisión.

Pero aunque los emigrados mantenían frecuente con-


tacto con el Patrón, era muy difícil ver a éste cuando a
él no interesaba la entrevista. Guzmán nos ha dejado re-
cuerdos interesantes sobre esto.

"En los tiempos de Carrera y de Cerna —


escribe —
cuando mandaba aquí el partido aristocrático, visitaba uno
al Presidente de la República como a cualquier particu-
lar; pero desde que subió al poder el Hijo del Pueblo, el
Gran Demócrata don Justo Rufino Barrios, ha habido un
cambio completo a este respecto; a tal punto, que es mu-
cho más fácil ver al Zar de Rusia, a la Reina de Inglate-
rra o al Sumo Pontífice, que al dictador chapín. En la
puerta principal de la casa de don Rufino hay una guar-
dia, y tan luego entra el visitante al zaguán, se encuentra
con una turba de oficiales de diversas graduaciones, casi
todos malencarados, a los que se les pregunta si será posi-
ble ver al señor Presidente (en Guatemala nadie dice el
Presidente a secas, sino el señor Presidente). Uno de los
dichos oficiales pide al visitante, con no muy buen modo,

— 429 —
su tarjeta para anunciarlo, y mientras tanto el paciente
espera de pie en el zaguán, pues no hay allí antesala ni
cosa que lo parezca. El oficial anunciador vuelve al cabo
de ocho o diez minutos con una de las siiguientes razones:
"El señor Presidente no está en su desacho; el señar Pre-
sidente tiene muchas visitas; el señor Presidente está con
los ministros; el señor Presidente se encuentra muy ocu-
pado; dice el señor Presidente que lo esperta mañana.
Esta última razón es de todas la peor, porque induce al
que la recibe a volver al siguiente día, y el mañana de don
Justo Rufino se parece mucho al que oía en España M.
Sans-Delai: no llega fácilmente.

"Hay que hacer, por lo menos, diez viajes a la casa de


Barrios, cuando uno está bien con él, para alcanzar la in-
mensa dicha e inapreciable honra de penetrar hasta su sala
de recibo.

"Acontece con frecuencia que los mencionados oficia-


les del zaguán con pretextos frivolos, o sin pretexto nin-
guno, se niegan a trasmitir al Presidente el nombre de al-
guna visita. Ay del infeliz que se pone mal con aquellos
cancerberos! Jamás verá al dios de Guatemala.

"Para las gentes pobres es casi imposible entrar al


santuario del Huitzilopoxtli chapín. Desde las 6 de la ma-
ñana hasta las 8 de la noche, un grupo considerable de
hombres y mujeres del pueblo estaciona en la calle, fren-
te a la casa del Presidente, soportando la lluvia, el vien-
to frío o el sol abrasador. La remota esperanza de poder
llegar algún día a los pies del "Patrón" (así le dicen aquí
a don Rufino) da fuerza a esos infelices para mantenerse
firmes en su puesto. Conozco a una mujer que ha pasa-
do tres meses frente a la casa de Barrios sin conseguir ver-
le: digo mal; ha podido verle al salir él a la calle, pero no
ha logrado hablarle.

"Sucede en ocasiones que el oficial anunciador vuel-


ve con esta respuesta: "Que se espere aquí un momento.
Este momento suele durar una hora y más; y como en el
zaguán consabido no hay asientos, el desgraciado que se
pone a esperar un momento, se fastidia y se fatiga, sin per-
juicio de salir de allí con una pulmonía o con un buen ca-
tarro por lo menos, pues siempre por aquel pasadizo pasa
una corriente de aire frío capaz de afectar los pulmones de
un toro.

— 430 —
"Inútil es pedir audiencia por escrito al señor Presi-
dente: esta clase de solicitudes no obtiene respuesta ja-
más. Diríase que el dictador de Guatemala se complace
en molestar y humillar a las personas que por necesidad
o por gusto van a visitarle. Esperando un momento., con
los ojos puestos en el techo para matar el tiempo, y el pa-
ñuelo en la boca por temor de un resfrío, he visto en el
zaguán presidencial a más de un sujeto notable de aquí y
a varios personajes de las vecinas repúblicas. Mi compa-
triota y amigo el Licenciado don Francisco Baca, padre,
hombre paciente y tenaz como hay pocos, ha soportado
plantones de dos horas, según él mismo me lo ha confesa-
do, para poder hablar dos palabras con el General Ba-
rrios".

Por motivos de conveniencia personal de Justo Rufi-


no, Guzmán pudo verle unas tres o cuatro veces. En una
de ellas aprovecha la oportunidad para observar su perso-
na. La prosopografía que nos hace e9 completa y exacta,
un modelo en su género: "Sería inexacto decir que es
muy feo; pero tiene una fisonomía muy repelente. Ojos
pequeños y mirada dura; frente espaciosa, en curva salien-
te, con grandes entradas; cabeza puntiaguda, que indica,
según los frenólogos, presunción y egoísmo; cabellos la-
cios, oscuros, cortados como a media pulgada sobre el crá-
neo y echados hacia adelante; nariz afilada, ligeramente
encorvada; gran pera gris, corta y espesa, que comienza
casi a la mitad! del carrillo; dientes pequeños y unidos,
algo manchados por el abuso del cigarrillo. La boca de
Barrios llama la atención: no tiene labios: espeso bigote
gris, casi blanco, cae sobre una cortadura arqueada que
presenta la apariencia de la boca de un animal feroz.

"Don Rufino es de mediana estatura, ancho de hombros,


fornido, busto largo; sus manos son grandes y de buena
forma, y el tamaño de sus pies proporcionado al de todo
su cuerpo.

"Viste ordinariamente de paño azul oscuro. En 1875


y 76 solía ponerse la democrática chaqueta: ahora lleva
saco; levita no le he visto nunca. Usa siempre sombrero
de pita, que aquí llaman limeños o de junco, y botines de
cabritilla con puntas de charol.

"Rara vez se sienta derecho. Aún a los personajes


más respetables los recibe recostado en el sofá, sobre el
que suele subir los pies, sin miramiento ninguno a las gen-

— 431 —
tes que tiene delante. Pasa con frecuencia de un extre-
mo a otro delsofá, y en esos movimientos me hace el efec-
to del felino enjaulado.

"El acento chapín de don Rufino es pronunciadísimo;


su voz fuerte e imponente, y maneras las de un soldadote
brutal. Desde luego se percibe el soberano desprecio con
que mira a cuantos se le acercan".

"El poder absoluto que hace trece años ejerce; la ser-


vil sumisión de los guatemaltecos ante el menor de sus
caprichos, y la constante adulación de cuantos le rodean,
le han hecho insolente en sumo grado. Es dogmático
cuando habla, aún tratando de materias que por completo
ignora: cada una de sus palabras y el tono mismo de su
voz, revelan al tirano pagado de su autoridad y seguro de
su omnipotencia''.

Para fines de noviembre, los emigrados nicaragüenses


notan un cambio en los propósitos de Justo Rufino. Ya
no piensa en darles armas para derrocar a Cárdenas, sino
en reconstruir a Centro América.

—Es necesario que dejemos patria a


les nuestros hi-
jos —repite a cada momento, dice Guzmán.
Y es que en realidad, Rufino nunca pensó en ayudar a
los liberales nicaragüenses, sino usarlos como instrumento
de sus ocultos designios. Había llegado el momento de
revelar esos designios.

Por este tiempo, en diciembre de 1884, el Gral. Joa-


quín Zavala como plenipotenciario de Nicaragua suscribió
con Mr. Frelinhuysen, Secretario de Estado de los Estados
Unidos, un tratado- de canal con Nicaragua. En el artícu-
lo segundo, los Estados Unidos se comprometían a prote-
ger la integridad territorial de Nicaragua. Tanto valía
echar una barrera a los planes conquistadores que prepa-
raba Justo Rufino; y no hay duda que este fue el princi-
pal móvil del convenio, porque nadie quería en Centro
América la unión hecha por Barrios y para Barrios, co-
mo lo reconoció el político salvadoreño don Antonio Gri-
maldi cuando expresó su desconfianza de que la idea se
realizara "mediante la intervención de hombre tan igno-
rante y cruel como don Rufino".

El tratado Zavala-Frelinhuysen cayó como una bom-


— 432 —
ba en Guatemala, pues no se escapó a Barrios que Nica-
ragua buscaba un protector contra su influencia y domi-
nación. Pero en lo menos que pensaba Rufino era en des-
cubrir sus sentimientos y se dio por entero a la maniobra
de disimulo. Lo primero, obligó a los emigrados nicara-
güenses a visitar al Ministro Americano Mr. Hall y decla-
rarle que aprobaban el tratado. Ellos no estaban de acuer-
do; Guzmán sobre todo, encontraba humillante y peligroso
para Nicaragua el artículo segundo; pero obedecieran
"pues nadie desatiende impunemente las insinuaciones de
don Rufino, sobre todo en negocios de la importancia de
éste".

Pero el Ministro Americano le declara con franqueza


Guzmán, cuando después se vieron solos, que considera
malísimo para Nicaragua el tratado; que para Barrios la
noticia fue como si le hubiesen dado una bofetada, pero
aue nunca descubriría los verdaderos sentimientos de Ba-
rrios y de Barrundia en este asunto, "porque si algo sa-
ben en Guatemala a las mil maravillas, es disimular y men-
tir".

Si esta duplicidad de Justo Rufino no produjo conse-


cuencias mayores y sólo puede estimarse como rasgo de su
carácter y de su política, en cambio el juego que usó con
Zaldívar en los días anteriores al decreto de unión con que
declaró guerra a Centro América, sí dio graves resultados
y definitivos para él y su causa. Hasta ahora se ha di-
cho que Zaldívar engañó a Barrios; pero las Memorias re-
cientemente publicadas del Lie. Salvador Gallegos demues-
tran que Zaldívar hizo todo lo posible por dar gusto al
Patrón, ofreciendo aún resignar el poder, para evitar que
se arrojara a la violencia; pero Justo Rufino, ya por la
desconfianza que en él azuzaba Barrundia, ya porque desea-
ba el fruto de la victoria todo para él sin compromisos que
la menguaran, se lanzó inopinadamente a la matanza sin
considerar que a costa suya se cumpliría el adagio: tanto
arriesga la pava como el cazador.

Sigamos paso a paso el desarrollo de esos sucesos por


elno trillado sendero que nos abrió el Lie. Gallegos, y que
ha venido a arrojar nuevas luces en el desenredo de aquel
drama.

Supieron en El Salvador a un mismo tiempo que ha-


bía llegado un fuerte armamento a Justo Rufino, y que
los emigrados salvadoreños en Guatemala escribían sin re-

— 433 —
bozo informando que contaban con todo el apoyo de Barrios,
al paso que la prensa guatemalteca menudeaba sus publi-
caciones agresivas contra el gobierno de Zaldívar. Coin-
cidiendo con estos anuncios de conmoción, ocurrieron aso-
nadas en Izalco, en Santiago Nonualco y en Ati'quizaya, lu-
gares salvadoreños situados, sobre todo el último, muy cer-
ca de la frontera de Guatemala. El Gral. Francisco Me-
néndez resultó complicado, pero fue puesto en libertad ba-
jo su palabra de honor de no inmiscuirse en revoluciones
contra su patria, palabra a la que pronto había de faltar.

Zaldívar se había trasladado al lugar de los disturbios


y al regresar a la capital informó al Patrón de todo, quizás
pensando que éste debía de estar mejor informado que na-
die. Pero la carta se demoró, según cuenta Gallegos, y
el Patrón se amostazó, sin duda por ignorar qué efectos
habían causado sus maquiavélicos manejos en El Salva-
dor. "Tres telegramas — escribe Guzmán — ha dirigido
últimamente el procónsul de El Salvador al dictador de
Guatemala, y éste no se ha dignado contestar ni una pa-
labra a su humilde siervo. Como que quiere eclipsarse la
estrella de don Rafael Zaldívar. El arbitro de los desti-
nos de la América Central comienza a rezongar cada vez
que oye el nombre del Sardanápalo cuscatleco".

Si el Patrón no contestaba, de ello se encargó Barrun-


dia quien envió a Zaldívar una carta "en estilo muy duro
y ofensivo", dice Gallegos.
Zaldívar no tenía que pensarlo mucho: redactó unas
instrucciones y despachó apresuradamente al Lie. Galle-
gos con encargo de sobar el lomo al irritado Patrón para
tratar de sosegarlo una vez más. Cuando esto sucedía en
San Salvador, Justo Rufino, conociendo los temores que
agitaban a Zaldívar, le escribió una carta, pues él para no
espantar la caza, también estaba empeñado en que su pro-
tegido continuara creyendo en su protección a fin de sor-
prenderlo desapercibido y confiado. Dice esa carta:

"Guatemala, febrero 10 de 1885. — Sr. don Rafael Zal-


dívar, Presidente de la República de El Salvador. Mi esti-
mado amigo: Es en mi poder su apreciable fecha 5 del
aue cursa, por ella veo que nuestro común amigo don Fran-
cisco Camacho, le comunicó que yo me hallaba desagrada-
do con Ud.; tal vez estuvo algún tanto violento nuestro
amigo don Francisco, pues a él solamente le manifesté des-
agrado, porque se mezclara en los bochinches que estaban

— 434 —
pasando en esa República, a oficiales del Ejército de Gua-
temala; tanto más, que esos bochinches, no eran sólo con-
tra el gobierno de El Salvador, sino contra el de Guatemala.
Lo que sí manifesté a don Francisco, fue que no estaba de
acuerdo oon el silencio que Ud. había guardado respecto
a los movimientos de esa República, pues, como Ud. re-
cordará le puse un parte, preguntándole qué pasaba en
Atiquizaya, y su contestación fue la primera noticia que
Ud. me comunicó, y sin embargo, ya aquí en el público,
se hablaba de revolución en El Salvador. Por lo que res-
pecta a la dureza de la carta de nuestro amigo Barrundia,
de nada de eso soy responsable; es imposible hacer un mol-
de para que todos pensemos iguales, eso lo sabe Ud. me-
1

jor que yo. No veo pues, urgencia para nuestra entrevis-


ta, y a mi por ahora, se me presenta mucho que hacer,
pues, como Ud. sabe la Asamblea debe abrir sus juntas
preparatorias, el 22 del corriente, y hay que preparar sus
trabajos. Cuente Ud. como siempre, oon su afmo. ami-
go, y S. S., J. Rufino Barrios".

Justo Rufino se negaba, pues, a recibir a Zaldivar. Ya


para él habían pasado los días de las pláticas y era llega-
da la ocasión de la espada. Zaldivar lo comprende y esto
aumenta sus temores; mas, sin darse a partido en lo de la
entrevista, apresura el despacho de Gallegos ya que él mis-
mo no sería admitido, con las siguientes:
"Instrucciones al Ministro Gallegos, en su comisión a
Guatemala. 1. — Dará explicaciones sobre mi carta, y so-
bre la participación que tomaron los remicheros en el asal-
to de Atiquizaya. —
2. Situación en que está el país y ex-
plicación de los bochinches habidos, indicando el número
de soldados que ha habido en cada punto. 3. — MÍ3 bue-
nos oficios respecto del Gobierno de Nicaragua, sin que por
ello se crea que estoy unido a la política de aquel Gobier-
no. 4. — Mi participación en lo del canal de Nicaragua, lo
explicará perfectamente el Sr. Batres, (don Antonio Batres
Jáuregui, era a la sazón, Ministro de Guatemala y de El Sal-
vador en Washington). 5. — En punto a nacionalidad, que
nada me ha dicho, y que al contrario evitó que lo tratásemos
en mi última visita, ofreciéndome que si algo pasaba, me lo
comunicaría. 6.— Que si cree que soy inútil tanto para es-
ta empresa como para cualquier otra, que todo se arregla
con pedir una licencia, y que me deje salir. 7. — Lo rela-
tivo a emigrados nicaragüenses, sus antecedentes, etc. Que
ellos escriben a todas partes, que cuentan con el apoyo del
Gobierno, y yo, ateniéndome a lo que él me dice, afirmo

— 435 —
lo contrario. 8. —
Informe sobre nuestros elementos, para
el caso de necesitar de fuerzas: filiados como 50,000, or-
ganizados 20. 9. —
Que el desagrado de él, lo escriben de
allá y se trasciende aquí, lo cual, nos hace mal. Que si
no está contento, yo me
separo con gusto, sin necesidad
de que peleemos, pues, ante todo, quiero conservar su amis-
tad. 10. —Que no habiendo nada entre los dos, lo haga
manifiesto, a fin de que se aquiete el público, que se preo-
cupa por el desacuerdo. 11. —
Que si he dado esa ley de
milicias, (recientemente se había mandado reorganizar las
milicias, filiando a todos los ciudadanos sin excepción), ha
sido contando con su apoyo, como el que le presentamos
con motivo del impuesto para el ferrocarril. 12. Que, —
si a pesar de todo, le daba alguna duda, y quiere hablar
conmigo, iré yo al punto que me indique, pues, para ello,
no tengo inconveniente. —San Salvador. Febrero 8 de
1885.—Rafael Zaldívar". . .

Justo Rufino recibió muy bien a Gallegos. Continua-


ba en su juego de disimulo, ocultaciones. A la sinceridad
con que le habló el enviado, él respondió asimismo con la
"franqueza que le caracterizaba" —
expresión suya y — ,

con la mayor naturalidad le declaró: "Que por ahora, no


debíamos pensar en el asunto de la nacionalidad, pues, se-
ría levantar un avispero: que estábamos pobres en cada
una de las Repúblicas, y llenos de enemigos que reclama-
ban de un modo preferente nuestra atención: que en El
Salvador, teníamos muchas facciones: que a él lo moles-
taban en los pueblos, al lado de México, y que además es-
taba amenazado del exterior, donde trabajaban los emi-
grados para organizar una invasión; que respecto de la
emigración nicaragüense, ya me había manifestado antes
su opinión y el juicio que de ellos tenía formado; que fi-
nalmente, que lo único que le preocupaba por entonces,
era esto, me (dijo, presentándome una carta, que dijo ser
de su hermano. Leí la carta, escrita, me parece, en la fin-
ca El Porvenir, y en ella le decía su hermano que no ha-
bía qué hacer: que los patios estaban llenos de café y se
veían pequeños: que la cosecha era abundantísima, y ante
ella todo se veía pequeño e insuficiente; y, que ojalá, pu-
diera él (el general) ir a la finca, para que viese por sus
propios ojos y dispusiese lo conveniente''.
—Esto es lo único que me preocupa, amigo Gallegos,
¿qué le parece? —decía mientras recogía la carta.

Aunque aquella actitud pareció burla a Gallegos, éste


replicó:

— 436 —
— ¡Magnífico... lo felicito, General!

—Pues dígaselo así al doctor.

En
la entrevista de despedildla, Justo Rufino, volvien-
do a seriedad que convenía a su posición y a la impor-
la
tancia del negocio, dijo a Gallegos con aire de sinceridad
y tono de íntima confianza:

Vea, amigo Gallegos, dígale al doctor que me ayu-
de a pensar respecto de Honduras. No estoy tranquilo del
modo de ser de aquella república, ni sé qué pensar de Bo-
grán. Fíjese Ud. en la conducta de éste: trata de aparen-
tar gran confianza, evitando la guardia y saliendo sin ayu-
dantes, como quien no tiene enemigos y goza de gran po-
pularidad; y por otro lado continúa rodeado de los mismos
empleados y agentes de Soto. Recuerde usted, por otra
parte, su conducta con el Gral. Delgado, a quien no se ani-
mó a separar de su puesto, hasta que tuvo que venir aquí.
¿No le parece que todo esto es muy sospechoso? Dígale
al doctor que me ayude a pensar a ver qué hacemos.

Después habló Justo Rufino sobre las recientes asona-


das ocurridas en El Salvador; como en sus observaciones
sobre Bográn, intenta también desviar las sospechas de
Zaldívar a un foco errado. Dijo a Gallegos:

—¿No le parece a usted, Galleguitos, que los verdade-


ros revolucionarios de El Salvador, no son los sublevados
de los pueblos?

—Así lo creo —
contestó su interlocutor —
no obstan-,

te que hasta ahora no se ha descubierto ninguna combina-


ción o plan arreglado, pues aun respecto del Gral. Menén-
dez, lo único que ocurre en esas asonadas, ha sido su to-
lerancia de que usaran su nombre.

— ¿Y del General Pérez, qué le parece? —preguntó


Barrios.


Pues, señor, nada resulta contra él; sé que está de-
dicado tranquilamente a una hacienda de café que tiene
en el volcán.

—¿Y Rusno?

—Nada tampoco contra él.

— 437 —
—¿Y Gallardo?

—Tampoco.
— ¿Y Figueroa?
—Absolutamente nada.
—Ujú, ¿y Padre Moraga?
el

—Nada, señor, vive concentrado a su ministerio.


— ¡Hombre —exclamó Justo Rufino— usted , si es un
niño que está con leche en
la esos son
los labios; si los ver-
daderos revolucionarios, amigo. Esos son. No A se fíen.
ustedes les pasa lo que a esos padres que tienen muchachas
bonitas: ellos creen que están (recogidas en sus cuartos, y
el vecino ve que están platicando con sus amantes por la
ventana. Esos son los verdaderos revolucionarios, amigo;
esos son nuestras verdaderos enemigos.

—Puede ser, señor —repuso el Licenciado — . Usted


debe saberlo muy bien, puesto que lo afirma.


Vea —
díjole Rufino —
véngase a , la noche; le voy a
enseñar una cosa y comeremos juntos.

Gallegos llegó a la hora convenida, y ya que hubieron


comidió, JustoRufino le mostró una carta dirigida al Gral.
Pérez de Santa Ana, contestación a otra de éste. La car-
ta hablaba de trabajos revolucionarios, de personas que
tomarían parte en el trastorno, de que contaban can ele-
mentos en Honduras y que cierta persona serviría de in-
termedio entre los conspiradores. Gallegos pensó inme-
diatamente que este emisario podía ser el Lie. Rafael Me-
za, porque además de hallarse emparentado con el Gral.
Pérez y ser de espíritu inquieto y dado a trastornos, sus
negocios estaban en muy mal estado. Justo Rufino dijo a
Gallegos que iba a enviar la carta, y al efecto hizo traer
de la Penitenciaría, según le dijo, un reo engrillado y bajo
custodia. Pidió un pasaporte a Gallegos para aquel hom-
bre, él le extendió otro, y luego de haberlo amonestado y
amenazado, le dio algún dinero y lo despachó con la co-
rrespondencia.

Se nota que Gallegos tenía sus dudas sobre que aque-


llo fuera una comedia. Aquel según me dijo denota su in-

— 438 —
;

credulidad. Seguidamente Barrios le mostró otra carta,


dirigida, decía Rufino, por un sacerdote de Guatemala a
otros de la misma ciudad, en que hablaban de bien com-
binados planes contra el propio Justo Rufino. Cuando Ga-
llegos la hubo leído, comentó Barrios:

—Vea si con tanto picaro en casa se puede pensar en


nacionalidad.

Insistió en que los revolucionarios eran Figueroa, Me-


némdez, Pérez, Ruano y el Padre Moraga. Y para reafir-
mar sus propósitos pacifistas y conciliadores, mostró a Ga-
llegos las cartas que despachaba por el mismo vapor que
lo llevaría de vuelta a El Salvador, a I09 presidentes Bo-
grán de Honduras, Cárdenas de Nicaragua y Fernández de
Costa Rica. "Estas cartas, dice Gallegos quien las leyó,
eran todas muy satisfactorias y abundaban en conceptos
amistosos y pacíficos". Finalmente, quiso que el mismo
Gallegos le sirviese de amanuense para la carta que de-
bía escribir a Zaldívar. Allí le decía Rufino que él le se-
ría siempre fiel y que correrían la misma suerte, y agre-
gaba: "Aunque le den informes diferentes y le hagan lle-
gar diversas especies, sólo a mí créame, porque sólo yo soy
su verdadero amigo".

Ypor último, un pequeño entremés como fin de fies-


ta. Mientras Rufino departe con Gallegos, se presenta el
Sr. Ministro de Relaciones Exteriores Lie. Fernando Cruz.

— ¿Ya se ocupó del mensaje? —pregunta Barrios al


Ministro.

—De eso precisamente vengo a hablarle —contesta


Cruz.

—Cuatro palabras, Fernando —


instruyele Barrios —
muy conciso en cada ramo. Hablar de la buena armonía
que hay con las demás repúblicas, y solamente extenderse
un poquito sobre el ferrocarril al Norte, que esa es mi obra.

Gallegos tragó el anzuelo apaciguador y regresó tran-


quilo a El Salvador, "donde asimismo dice — procuré—
tranquilizar al Dr. Zaldívar".

La mala fe de los hombres a veces se averigua tarde,


pero nunca queda oculta. El descubrimiento de la dupli-
cidad de Barrios en este episodio nos lo hace un amigo y

— 439 —
admirador suyo, su secretario en la campaña de 1885 y cro-
nista de esa guerra, el Lie. Rafael Meza. Refiere éste que
Barrios lo autorizó a pasar a El Salvador a trabajar por
que se proclamara el restablecimiento de la Constitución
Federal de Centro América del año 1824, para cuyos tra-
bajos prometió cincuenta mil pesos. Dice también que
por esos días estaba en Guatemala el Coronel Vicente Gil,
quien había llegado a informar a Barrios que Zaldívar no
se ocupaba en trabajar por la unión, que la misión de Ga-
llegos tenía por objeto entumir la realización de la idea
con algún nuevo pretexto. Rufino acogió y despachó bien
al Coronel Gil y como prueba de que engañaba y entre-
tenía a Zaldívar y a Gallegos, le reveló la misión de éste
y le dio seguridades de lo que acontecería en breve. "Es-
tábamos ya enterados — dice Meza — de algo de lo que de-
bía suceder". Pero aquellos planes de federación queda-
ron pronto en nada, porque Justo Rufino no pensaba en
ella sino en un gobierno absoluto, exclusivamente suyo.
Asi es que, cuando Meza y sus amigos se disponían a reu-
nirse en Jutiapa para proclamar la Federación, recibieron
noticias de que Barrios se había declarado Patrón de toda
la América Central.

Poco tiempo duró la tranquilidad, si la hubo, que Ga-


llegos trasmitió a Zaldívar. Apenas habían pasado algu-
nos días después del regreso de Gallegos, cuando se presen-
tó en San Salvador don Salvador Barrutia enviado espe-
cial de Justo Rufino. Era ya a fines de febrero de 1885 y
la misión confidencial causó sorpresa porque todo se creía
arreglado con las pláticas de Gallegos y Justo Rufino. Pe-
ro bien pronto les restituyó la quietud de espíritu la lec-
tura de una carta de Barrios que en sustancia decía: "Man-
do a mi compadre Barrutia a Honduras, a fin de averiguar
qué hay de cierto tocante a la invasión que le amenaza del
exterior y para que se informe respecto de la vardadera
situación de aquella república".

Zaldívar y su Ministro encontraron muy natural esta


misión a Honduras después de lo que había referido Ba-
rrios al segundo sobre sus sospechas para con que aquel
gobierno. Pero Gallegos habló con Barrutia de naciona-
lidad, quejándose de que Justo Rufino se hubiese mostra-
do muy frío por el gran ideal, a pesar de que Gallegos le
había ayudado en esta obra cerca de los otros gobiernos
centroamericanos. Barrutia, hablando con mucho calor de
llevar adelante la unión, le contestó:

— 440 —
— El General Barrios no ha desistido de su pensa-
miento; pero su estado de ánimo es semejante al de quien
se encuentra a la orilla de un gran precipicio, animándose
y desanimándose a saltar; sus demás amigos, y yo lo ani-
mamos a dar el salto y hasta quisiéramos empujarlo.
De estas conversaciones Gallegos sacó en claro que el
asunto de la nacionalidad por la fuerza estaba resuelto en
el gabinete guatemalteco. Zaldívar vio también muy cla-
ro; pero o dudaba o aparentaba dudar, diciendo:

—Hay que recordar las palabras del General Barrios:


"sólo a mí créame, porque sólo yo soy su verdadero ami-
go".

Animado con tan buenas esperanzas, Zaldívar escribió


a Justo Rufino lo que decía Barrutia sobre nacionalidad y
que, por haber hecho público su sentir, nadie dudaba en
El Salvador que se trataba de acometer la empresa por la
fuerza; le recordaba sus promesas por medio del Lie. Ga-
llegos, y al mismo tiempo le reanudaba su lealtad, pre-
guntándole a qué debía atenerse.

Mientras tanto, en Guatemala, los que se acercaban


al Patrón comprendían que algo grave maquinaba. Guz-
mán lo visitó el 22 de febrero. Se hallaba con Justo Ru-
fino el Padre Ángel María Arroyo. Barrios sólo hablaba
de la unión centroamericana, repitiendo: "Es necesario que
les dejemos patria a nuestros hijos". A veces se quedaba
pensativo, se paseaba lentamente, moviendo la cabeza de
arriba abajo, decía, hablando consigo mismo: "Vamos a
ver en qué para esto".

"Lo vi más bien triste que alegre", observa Guzmán.

— 441
Capítulo XXXIV.
"¡QUE ESTÚPIDA AUDACIA...!"

Tranquilo estaba Zaldívar esperando la contestación


de Justo Rufino, pensando que una vez más conseguiría
calmar los ímpetus del Patrón con palabras de cordura,
cuando le sorprendió la comunicación oficial de que Ba-
rrios había asumido el mando supremo militar de Centro
América para realizar la unión.

Mientras en Guatemala y El Salvador apenas trascen-


día que algo grave preparaba Justo Rufino, éste encomen-
daba al Pbro. Arroyo que redactase el decreto del 28 de
febrero de 1885.

Justo Rufino no cuenta con nada; no ha preparado su


acción con la diplomacia; ignora qué actitud asumirán los
Estados Unidos y México; no está seguro de El Salvador,
ni siquiera de Honduras; no comienza a movilizar el ejér-
cito hasta el 10 de marzo, y piensa que le basta el nume-
roso armamento que ha venido acumulando desde hace
tiiempo. No hay quien le aconseje, no hay quien le abra
los ojos para mostrarle los peligros de lanzarse sin prepa-
ración cliebida y proporcionada a la empresa. Hacer siem-
pre su capricho es la secreta unidad de su vida, y esta uni-
dad no se rompió jamás; nunca apareció el hombre osado
que con un na, o cuando menos con razones que insinua-
ra la más leve oposición, contrariara la voluntad an-
tojadiza de Justo Rufino; y sobraban aduladores que lo
alentaban, presentándole como fácil la obra que halagaba
su vanidad. El hilo único que tejió toda su carrera públi-

— 443 —
ca debía permanecer entero, sin romper la unidad de su
vida, hasta arrastrarlo al trágico remate de su existencia.

Justo» Rufino, hombre de espada y chicote, manejaba


a menudo la pluma, poniéndola en manos más expertas
que la suya. Pero es que, como ya lo hemos observado,
le aguijoneaba siempre la necesidad de explicar sus actos,
porque claramente veía que estaban en oposición a sus
jactancias y promesas. Los considerandos del decreto son
un alegato para justificar la violencia que va a cometer.
Se explaya en demostrar las ventajas de la unidad nacio-
nal, como si los centroamericanos no estuviesen penetra-
dos de ellas; pero nadie estaba convencido de lo más im-
portante, esto es, de que tal unión pudiese convertirse en
seguro de felicidad y libertad bajo la férula de Justo Ru-
fino.

Comenzaba con una falsedad histórica, diciendo que


"el egoísmo y las criminales intrigas del partido aristócra-
ta' 'habían desgarrado la floreciente república centroame-
ricana; pues ni fueron los aristócratas, sino los liberales;
ni era floreciente, sino pobre y anarquizada. Asegura que
con la unión desaparecerá "la desconfianza que inspira la
falta de crédito que resulta de la pequenez"; pero nadie
quería en Centro América perder su libertad ciudadana a
cambio die que un estado más extenso gozara de crédito
más amplio, y menos sabiendo que eso era problemático
con un régimen como el de Rufino, ya que el crédito no lo
facilita la extensión territorial ni el número de habitantes,
sino la honestidad de los mandatarios. Afirma que la uni-
dad acabará con los desórdenes y agitaciones de los esta-
dos, pues los suscitados en cualquiera de ellos, rápidamen-
te se propagaban a los otros; sin embargo, ningún centro-
americano creía en que con solo la unión vendría la tran-
quilidad, pues quien causaba la agitación que corrompía
y desangraba a Centro América era el mismo que ahora
levantaba pendón de orden y paz. Promete disminuir los
gastos de la administración, reduciendo a una las cinco de
los estados, para alentar con tal economía el progreso; pe-
ro no interesaba a los centroamericanos que aumentase su
riqueza a trueque de menguar su libertad republicana y
convertirse en ilotas, a ejemplo de lo que acontecía con el
pueblo guatemalteco. Da por hecho que la unión cimen-
tará las instituciones democráticas; pero nadie podía creer
que con el régimen personal de Justo Rufino Barrios se
podrían consolidar las prácticas (republicanas, porque pre-
cisamente bajo su látigo había desaparecido hasta el últi-

— 444 —
mo vestigio de ese sistema que garantiza las libertades y
derechos del hombre; y menos aun cuando daba a enten-
der que unificaría todos los criterios bajo la denominación
de un solo partido político que sería sin duda el suyo per-
sonal. Se jacta de que se hará la unión "para que se plan-
teen, desenvuelvan y practiquen con toda la extensión que
les corresponden, los derechos y garantías que ha de dis-
frutar el ciudadano bajo un régimen genuinamente libe-
ral"; pero tales promesas no bastaban a tranquilizar a na-
die, pues de sobra se conocía lo que "liberalismo" signifi-
caba en el feudo del Patrón, y porque procedían del hom-
bre que siempre había hecho la antítesis de lo que prome-
tía, y de allí que la frase "los principios que he defendido"
la entendían todos por "los principios que he practicado".
Aspiraba a legar a sus hijos y a los centroamericanos "la
Patria de la que hoy carecen", oferta que recibieron con
disgusto los centroamericanos que tenían Patria, y que era
precisamente el pedazo de tierra donde aún podían respi-
rar con libertad, amenazada ahora por el hombre del lá-
tigo. Intenta engañar la credulidad del pueblo, diciendo
que se lanzaba a realizar la unión a la fuerza "impelido
por las repetidas y enérgicas interpelaciones que, en nom-
bre de los más caros y vitales intereses de Centro América
e invocando los principios que ha defendido, le dirigen los
hombres y los círculos más distinguidos y liberales de to-
dos los estados''; pero a nadie defraudó con semejantes ar-
gucias, pues hasta insospechados sostenedores de la unión
se declararon contra sus designios; y aunque en una de sus
proclamas de esos días prometió no aceptar la presiden-
cia de la futura república de Centro América y renegaba
dé los amigos que siquiera se atreviesen a proponerlo para
aquel destino, a nadie engañó con su fingido desprendi-
miento, ni a nadie disuadió de que buscaba satisfacer su
personal ambición, porque estaba muy reciente su comedia
de las renuncias reiteradas y de su fácil persuasión a se-
guir en el empleo.

Justo Rufino no estaba satisfecho con las razones de


su decreto; necesitaba agotar el tema y repetir conceptos;
él mejor que nadie comprendía lo cuesta arriba que se ha-
cía a los centroamericanos dejarse imponer su pesado yu-
go. Publica, pues, una proclama ese mismo día.

la unión "asumo
Para realizar —
declara —
el supremo
mando militar".Según su propio testimonio, los buenos
centroamericanos juzgan que sólo Justo Rufino les dará la
victoria, y él "no puede contrariar sus instancias". La
— 445 —
unión se hará "sin extraordinarios sacrificios", pero si es-
tos son necesarios, Rufino está listo a pelear "como sim-
ple soldado", dejando a otro más digno de Jefe que "la
opinión — —
'dice él me señale y me imponga".
"No influye en mí — continúa— la ambición de man-
do, que bastante he saboreado por triste experiencia, to-
das lias amarguras del poder"; ni le guía el medro perso-
nal, porque la posición que tiene basta desahogadamente
a cuanto puede apetecer; lo decide la pequenez y desunión
en que "viven condenados estos pueblos" y el imperioso
deber de sacar a la Patria de su desgraciada condición ac-
tual, a cuyo fin, agotará sus esfuerzos para que sus hijos
y los hijos de sus conciudadanos tengan Patria y con ella,
"derechos, garantías y responsabilidad". Si para ello eran
necesarias las armas, contaba con recursos y fuerzas so-
bradas para "defender la idea'' y para que Centro Améri-
ca victoriosa "aparezca coronada de brillantes e inmorta-
les resplandores".

Justo Rufino llama a todos para que contemplen el


pendón que han querido ver "tremolar bajo el cielo de la
Patria"; mas infelices los que no lleguen: la frente de esos
quedará para siempre "marcada con el terrible anatema
dé la historia"; ¡ay de ellos!, porque "la opinión los arro-
llará"; desgraciados los que se opongan a la verdadera fe-
licidad de la Patria "porque en breves días quedarán aplas-
tados ignominiosamente bajo las ruedas del carro triunfal
de la Unión de Centro América".

¡Cuánta amenaza trágica en frases de tan pésimo gus-


to! Por cierto que el estilo de Rufino estaba muy lejos
del floreado y ampuloso que se gastaba el colaborador que
le fabricó esta proclama, tanta menos apropiada y emo-
tiva cuanto más extensa y declamatoria. Pero los que co-
nocían al hombre leyeron entre aquellas líneas cursis el
verdadero significado de sus rimbombantes amenazas. Lo
de "anatema de la historia", "opinión arrolladora", "aplas-
tamiento por carros triunfales" era pura filfa; la verdad
sería: muerte a palos, latigazos en el rostro, asesinatos en
masa, despojos arbitrarios, cárceles repletas, ley del bo-
zal, hombres quemados vivos, castigos deshonestos a las
damas, desolación por dondequiera... Eso leyeron entre lí-
neas los centroamericanos.

En tanta mentira hay una sola verdad. El escritor


ramplón pone en boca de Justo Rufino esta promesa: "no

— 446 —
quiero ni admito otra distinción que la de estar siempre al
frente, la de ocupar el puesto del peligro y presentar mi
pecho al enemigo antes que el de cualquiera de vosotros'\
Y cumplió su palabra de hombre corajudo, poniendo su
pecho al frente para recibir la bala mortal.

Tremendo destino el de este hombre, tan reñido con


la verdad que cuando la emplea, ella le traiciona o le cau-
sa perjuicio. El afirma que no lo subyuga la ambición
personal, pero al punto lo desmiente esa verdad que él se
ha reservado en los secretos de su pecho. "Yo de mí sé
decir —confiesa —
que prefiero una y mil veces el puesto
,

de jefe del más pobre y oscuro departamento de una Na-


ción fuerte y digna como Centro América, al de Presiden-
te de una de estas Repúblicas".

He clave de su desatentada aventura. Cierto


allí la
es que tiene todo, pero aún le falta siempre algo, un
lo
poquito más; como al archimillonario que no está satisfe-
cho mientras no agrega un peso más a su inmensa riqueza.

El Dr. Fernando Cruz, Ministro de Relaciones Exte-


riores, presentó el decreto a la Asamblea Legislativa. Bas-
tó su discurso para que los honorables diputados, némine
discrepante, se declarasen convencidos. Sin duda lo que
más fuerza produjo fue la declaración ex-cátedra del Mi-
nistro, según la cual la unión centroamericana es "la úni-
ca que nos puede redimir de la esclavitud, de la miseria y
de la abyección en que nos encontramos sepultados". Es-
ta sentencia fue saludada con ruidosos y prolongados aplau-
sos, porque expresaba la verdad sobre Guatemala, que sólo
en esa forma ambigua podía decirse entonces.

Otra de las frases de aquel discurso que gustó mucho


por ser favorita de Justo Rufino, fue esta: que la misión
de Guatemala era velar por "el orden y la paz" de los
otros estados de Centro América.

El Presidente de la Asamblea, el sacerdote renegado


Dr. Ángel María Arroyo, redactor del decreto, dijo que Ru-
fino era "verdadero protector del pueblo" y que su decre-
to tenía por objeto "ampliar en favor del pueblo los sa-
crosantos derechos de libertades públicas".

Desde luego que el decreto fue aprobado por "unánl-


nime aclamación". Todos los diputados se pusieron de
pie, como lanzados por un resorte, en prueba de aproba-

— 447 —
ción. No conformes con eso, consagraron "el más expre-
sivo» voto de admiración" al General Justo Rufino Barrios,
y decidieron que todos, constituidos en Asamblea, pasasen
a poner la aprobación del decreto en manos del Presiden-
te. Nadie se opuso, nadie objetó nada. Allá en el silen-
cio de su alcoba, a puertas y ventanas cerradas, un emi-
grado nicaragüense, Enrique Guzmán, saca debajo del col-
chón de su cama un cuaderno, es su Diario Intimo, y apun-
ta: "Yo hallo que este decreto es absurdo: la obra de la
ignorancia presuntuosa. Qué estúpida audacia!'' Era el 5
de marzo de 1885. Antes de un mes ese decreto aproba-
do con entusiasmo, por unanimidad, sin objeciones sería
derogado del mismo modo. ¿Por qué, si era tan necesa-
rio, tan popular, tan deseado de los centroamericanos?

Los congresistas, vestidos de etiqueta, fueron en cuer-


po con el decreto a casa de Justo Rufino. Este aprovechó
la oportunidad para echarles un discursito sobre la unión,
sin que faltara el estribillo: "es necesario que les dejemos
patria a nuestros hijos". De repente se interrumpe y di-
ce:


Pero, señores, observo que están ustedes "parados";
tengan la bondad de sentarse.

Los diputados se miraron sorprendidos: no había asien-


tos en aquel salón para tanta gente. Entretanto el Patrón
continuaba disertando sobre la unión. De pronto, otra in-
terrupción, y con palabra imperativa:

— ¡Pero, señores, ¡les he dicho que se sienten!

Y los honorables de etiqueta se sentaron... unos en el


suelo, y los más pulcros en cluclillas. (1).

Mientras tanto ya comenzaba a llegar a la corte del


Patrón las voces de protesta que en todos los ámbitos de
Centro América se levantaban contra sus intenciones de
conquista. Sólo en Guatemala, donde todos estaban adies-
trados para marchar a tono con los menores caprichos del
Patrón, se escuchaba el clamoreo entusiasta y artificial.

hacer, pues, un nuevo esfuerzo para inspirar


Hay que
confianza. A
ese efecto, Rufino, sin tomar en cuenta a la
Asamblea, promulga un decreto ejecutivo en que garanti-

(1) El autor oyó esta anécdota a don Pablo Hurtado, y éste a su


vez a don Enrique Guzmán.

— 448 —
za "amplia libertad de imprenta sin previa censura"; al
mismo tiempo "excita a todos a que públicamente exter-
nen sus opiniones a este respecto (contra los actos del go-
bierno) y las defiendan sin ningún miramiento o reserva",
porque —explica —donde no hay libertad de prensa no
existen las instituciones democráticas.

Nadie tomó a lo serio tan tentadoras invitaciones: la


prensa siguió servil y sumisa como antes; y las segurida-
des que prometía con insistencia Rufino para que se usara
de aquel derecho, quedaron como prueba de los peligros
con que él hacía imposible el uso de esa libertad.

El Administrador Apostólico Pbro. Raúl y Bertrán tam-


bién se adhirió al decreto, alegando que Su Santidad ha-
bía declarado» que daría apoyo moral para que se reali-
zara la unión nacional; pero al mismo tiempo el Pbro. Ber-
trán aprovecha la oportunidad para echar en cara a Jus-
to Rufino sus despóticos comportamientos con la religión
que profesaban los guatemaltecos. "La Iglesia Católica
—decía el Pbro. Bertrán— hoy no necesita de la protección
,

de los gobiernos temporales... lo único que ella reclama en


nombre de su divino fundador es independencia, libertad
y garantías para el ejercicio de su misión salvadora, den-
tro de los límites de su ministerio espiritual". Eso ansia-
ba el Pbro. Bertrán para su iglesia: la libertad y garantías
de que no gozaba hacía tiempo; y lo decía tras el escudo
de la unión centroamericana. Nadie creía en esta pana-
cea, pero todos se acogían a su seguro para estampar ver-
dades peligrosas.

Cuando Zaldívar recibió la noticia oficial del decreto


del 28 de febrero, contestó a Justo Rufino con el telegra-
ma siguiente, fechado el 6 de marzo: "Lo felicito y fe-
licito a nuestra patria por el decreto que ha dado sobre na-
cionalidad, confirmando lo que antes le he dicho y que hoy
repito, de que correremos la misma suerte. Siento no ha-
ber creído lo que anunció el señor Barrutia, pues estando
reunido el Congreso, tendría hoy más amplitud de faculta-
des; pero con las que tengo me encontrará usted de lleno
para secundar esa gran idea. Ha llegado el término de
la prueba y lo celebro, porque así podré demostrarle que
soy su mejor amigo; pero tráteme con franqueza y no con
la reserva con que ha procedido en este asunto".

Al día siguiente envía Zaldívar a Barrios otro parte


telegráfico que reza así: "Supongo que usted me habrá

— 449 —
escrito ya, dándome pormenores y desarrollando sus ideas,
las cuales juzgo necesarias conocer para que marchemos de
acuerdo y para evitar las dificultades en que me
vería por
no conocer sus ideas. Si a usted le parece mejor, enviaré
yo de aquí un amigo de confianza para que, por medio de
él, podamos entendernos".

Yno conforme con esto, el propio Zaldívar telegrafía


a Bográn, el presidente de Honduras, en esa misma fecha:
"El General Barrios me participa que ha dado el decreto
de unión de Centro América, asumiendo el mando militar.
Dígame usted qué piensa: no debemos de dejar solo al amigo
Barrios. Su afectísimo. R. Zaldívar".
Este mensaje llegó a Tegucigalpa el 7 de marzo, día
en que el Congreso de Honduras proclamó la adhesión al
decreto de Barrios. ¿No contribuiría al telegrama de Zal-
dívar a esta pronta decisión? Poco después cuando todo
se derrumbó, Bográn pide a Zaldívar que lo salve, recor-
dándole que si entró a la aventura con Rufino, fue porque
creyó que también Zaldívar entraría. (1).

El 8 de marzo, otro telegrama de Zaldívar a Barrios:


"Por acá no hay novedad y lo saludo con el cariño de siem-
pre. Ayer tarde se publicó aquí un decreto, convocando
extraordinariamente el Congreso, para que a la mayor bre-
vedad posible se reúna aquí y conozca del decreto aproba-
do por esa Asamblea sobre unión centroamericana. Espe-
ro su carta que me anunció, sin perjuicio de mandarle yo
el amigo que le dije'.

¿Qué debemos pensar de la conducta de Zaldívar en


vista de estas manifestaciones de fidelidad y de su conduc-
ta posterior? ¿Si era sincero entonces, ¿qué lo mudó? Pa-
rece de todo esto que Zaldívar estaba de buena fe, pero
el decreto del 28 lo había tomado de sorpresa y no había
sondeado lo suficiente la opinión pública salvadoreña, que
ahora se revelaba fuertemente en contra de aquella clase de
unión en que preponderaría la antigua rival de El Salva-
dor, y se vislumbraba la especie de gobierno que vendría
bajo la fusta de Rufino. Esta oposición era cierta. El
historiador salvadoreño don Rafael Reyes dice: "El presi-
dente de El Salvador vacilaba ante compromisos contraí-
dos, según el General Barrios, para hacer la unión nacio-

(1) Aro Sanso. POLICARPO BONILLA. NARRACIÓN BIO-


GRÁFICA. Pág. 23.

— 450 —
nal, y el sentimiento público unánimemente pronunciado
en contra". Y don Rafael Meza refiere que Zaldívar dijo
al fin a Barrios que "la unión era rechazada por el pueblo
salvadoreño y que él se veía forzado a seguir la opinión
pública". Coincidía esta actitud con el juicio del político
salvadoreño don Antonio Grimaldi, ya citado: "que no
deseaba la unión con un hombre tan ignorante y cruel co-
mo don Rufino".

En la peligrosa alternativa de chocar con el Patrón y


de violentar a sus conciudadanos o entregarlos a Rufino,
Zaldívar ensayó deshacer pacíficamente en sus comienzos
la obra de Barrios, valiéndose de los buenos oficios de po-
derosas naciones; y mientras gestionaba con este objeto,
reunía el Congreso para que en último término cargara
éste con la responsabilidad de la oposición a su amigo
y aliado.

Pero cuando Justo Rufino vio que Zaldívar no se de-


cidía tan presto como lo había hecho Bográn, comenzó a
enseñar los dientes al "insubordinado" procónsul. El 8 de
marzo le dirige este mensaje por telégrafo:

"Guatemala, 8 de marzo de 1885. — Al Doctor don Ra-


fael Zaldívar. San Salvador. Descansando en las repeti-
das manifestaciones y ofertas que Ud. y el General Bográn
me hicieron de estar conmigo en la empresa de la Unión,
a Ud. y a él lo mismo que al Dr. Cárdenas y al General
Fernández comuniqué en igual sentido la resolución adop-
tada por mi en el decreto de 28 del pasado. El General
Bográn y el pueblo hondureno han respondido pa-
triótica e inmediatamente a mi voz, adhiriéndose a mi de-
creto y proclamando la gran patria que yo quiero para
Centro América. El Gobierno de U. no responde y no ne-
cesito decir por qué no lo hace; pero yo cuento, y U. lo
sabe, con el poder y los elementos indispensables y con el
concurso de todos los buenos patriotas de Centro Améri-
ca, para realizar la unión, y estoy en la obligación y en el
propósito de seguir adelante en el paso que he dado, su-
ceda lo que suceda. En ese concepto, con esta fecha nom-
bro al General Menéndez para que se haga cargo del man-
do militar de los Departamentos Occidentales de El Salva-
dor, y levante y sostegan el pabellón de la República de
Centro América, y espero que U., que en su parte de hace
dos días todavía me dice que está conmigo y que correrá
mi misma suerte, dará pronto eficaces órdenes para que el
General Menéndez sea inmediatamente reconocido y obe-

— 451 —
decido en el carácter de delegado de la suprema jefatura
militar de Centro América, que estoy ejerciendo.

"Agregaré que yo, para dar mi decreto en que tomé


tan grande responsabilidad, no reuní el Congreso; que si
le di cuenta fue por haberse reunido el día siguiente de su
fecha; que si el Congreso de Honduras; intervino en el
asunto fue porque estaba reunido y sin que eso fuera obs-
táculo para que el General Bográn expresara inmediata-
mente su decisión por la gran causa, y Ud., de quien por
haberse manifestado el más entusiasta y amigo debía es-
perar emitiera desde luego un decreto de adhesión, resul-
ta ahora convocando- al Congreso para darle conocimiento
de mi decreto, en vez de adoptar la resolución inmediata y
enérgica que correspondía. Mi determinación es irrevo-
cable y todo lo que no sea secundar desde luego la idea
que he proclamado, será envolver a todo el país en una
gran revolución de la cual a U. y sólo a U. y a su círcu-
lo haré responsables ante Centro América. Reunir el Con-
greso como U. quiere me parece enteramente inútil, cuan-
do se trata de una causa que todos los gobiernos por sus
respectivas constituciones están obligados a abrazar y que
ningún centroamericano puede atreverse a combatir.

"Las dilaciones en este asunto sólo argüirán oposición,


temor o desconfianza. — J. Rufino Barrios".

Justo Rufino se revela aquí como quien es. Ya no


firma como ha.sta hace poco afectísimo amigo, y si rompe
el calculado silencio es para proferir amenazas con que
amedrentar a Zaldívar, a quien supone más débil de lo que
en realidad se encuentra. Y para ponerlo a prueba y hu-
millarlo a la vez, le ordena que entregue la situación mi-
litar al Gral. Francisco Menéndez, adversario acérrimo de
Zaldívar, autor de una reciente asonada en El Salvador y
emigrado al servicio de Justo Rufino.

Zaldívar hace otro esfuerzo para aquietar las impacien-


cias de su Patrón. En esa misma fecha le contesta así:
"Deseo y le ruego tenga calma, pues su precipitación pue-
de envolver en sangre estos países. Le confirmo lo que
hace días le manifesté, pero como Gobernante no he po-
dido dictar un decreto que no está en mis facultades y que
lejos de servirle, nulificaría toda mi acción y lo perjudi-
caría a U. mismo. Soy unionista como el que más; pero
recuerde que no hace todavía veinte días que Ud. me man-
daba decir con el Señor Gallegos, que nada debíamos ha-

— 452 —
cer por ahora sobre ese asunto. Por eso fue que no pedí
autorización al Congreso; deseo que no se precipite y que
aguarde cuatro días que necesito para reunirlo de nuevo.
U. no debe tratarme como enemigo, porque no lo soy ni
quiero serlo; por lo mismo tampoco debe tomar una acti-
tud hostil como la de mandarme al General Menéndez a
quien Ud. mismo acaba de reputar como a enemigo propio
y de mi administración. Conforme habíamos convenido,
mañana deben salir de aquí los Señores Ministros Melén-
dez y don Narciso Aviles para hablar con Ud. y por lo mis-
mo que Ud. tiene poder yo deseo que los espere, en lo cual
nada pierde y que dando lugar a la prudencia, no precipi-
te los acontecimientos. Su afectísimo amigo".

Vano empeño! Quiere Zaldívar convencer a Rufino


de lanecesidad de someterse al Congreso, a la ley; que
prescinda de la dictadura, precisamente en los únicos mo-
mentos en que podría justificarse como excepción; y que
se torne pacífico cuando ha llegado al paroxismo del fu-
ror. El que ha sido dictador absoluto y despótico por más
de doce años, no puede corregirse en un instante. La ley,
el Congreso! Rufino tenía que reírse de estos escrúpulos
o embravecerse más, porque su humor no estaba para ri-
sas. A pesar de estas razones legalistas, intenta Zaldívar
convencer a Barrios de que sigue siendo unionista, en los
momentos en que está dando las pruebas menos convincen-
tes para Justo Rufino; pero así era necesario a fin de que
su oposición apareciera mejor excusada. Tanto suplicó,
tanto prometió, tantas zalemas hizo que al fin el Patrón
pareció darse a partido', y contestó:

"Enterado de su parte de ayer, recibido hasta hoy por


la mañana, debo decirle que tengo mucho gusto en aguar-
dar al Ministro Meléndez y al amigo Aviles".

Con animado y vuelve a zala-


esto Zaldívar se siente
merías: "Agradezco a usted —
dícele en telegrama del 9
de marzo —que espere a los señores Meléndez y Aviles.
Este último acaba de llegar de Santa Ana habiendo cami-
nado toda la noche. Le recomiendo de nuevo calma y que
no me trate como a enemigo, pues no quiero serlo nunca".

En fin Justo Rufino, aparentando que cree en el unio-


nismo de Zaldívar, le envía el siguiente mensaje para com-
prometerlo más con la causa nacionalista: Enterado de
su parte de hoy; todas las providencias dictadas se han
mandado suspender. Espero pues al amigo Meléndez y al
— 453 —
amigo Aviléz. U. me dice que no quiere ser mi enemigo,
así lo he creído y no dude Ud. que siempre seremos amigos,
si como lo espero todavía militamos juntos por la causa de
la Unión de Centro América".

Más, a este punto las cosas, Zaldívar comprende que


nada detendrá ya a Justo Rufino, y que suceda la que su-
cediera Barrios no podrá ser otra vez su amigo, sino que
lo perseguirá con la sañuda crueldad que reservaba a los
calificados por él de traidores, como a Samayoa, a Solares,
a Sánchez, a Mon tufar, a Soto y a tantos otras caídos de
su gracia. Aquel largo telegrama preñado de amenazas se-
ñaló a Zaldívar su camino, si no lo tenía previsto en los se-
cretos de sus intenciones. Seguirá fingiendo amista a Ba-
rrios, pero al mismo tiempo decide llamar en su auxilio a
los Estados Unidos y a México, y al representante de la
Madre Patria; y hay que decirlo en su honor y para des-
virtuar falsas acusaciones, no pide a esos países que in-
tervengan armados, sino que interpongan su influencia mo-
ral. Al Presidente de México le dice el 9 de marzo: "me
atrevo a solicitar que dirija (el gobierno mexicano) un te-
legrama al Gral. Barrios para evitar la inmediata efusión
de sangre".

Con esa misma fecha envía Zaldívar a sus comisiona-


dos, provisto de esta carta: "San Salvador, 9 de marzo
de 1885. Señor General J. Rufino Barrios, Presidente de
la República de Guatemala. —
Guatemala. Mi estimado
amigo: Le mando a los Señores Ministros Meléndez y don
Narciso Aviles, amigos míos y que lo son de U. igualmen-
te, para que hable con ellos y ellos le comuniquen mis
ideas e instrucciones respecto del ¡asunto que actualmente
absorbe la atención de estas Repúblicas.

"He
escogido a estos amigos principalmente porque sé
que ellosle inspiran toda confianza y que no dudará U.
de lo que le comuniquen como ya le está sucediendo con-
migo, a pesar de las pruebas que siempre le he dado de
mi sinceridad.

"Espero que U. dará entero crédito a cuanto le infor-


men los señores Meléndez y Aviles de mi parte y que el
resultado de sus gestiones será satisfactorio.

"Le confirmo que soy y no podré dejar de ser su ami-


go: que si para conservar este título fuese necesario cual-
quier sacrificio personal, lo haré con gusto.

— 454 —
"Consérvese U. bien y ordene a su afectísimo amigo
y S. S. — Rafael Zaldívar".

Ese mismo 9 de marzo comenzó a desarrollar sus bue-


nos oficios por la paz el Ministro de España, señor Mel-
chor Ordóñez a instancias de Zaldívar. Ordóñez se halla-
ba en San Salvador y desde allí dirigió a Barrios un ex-
tenso telegrama exponiéndole que en El Salvador había
causado efervescencia el decreto unionista, "no por la idea
cuya bandera usted ha levantado, sino por la forma en que
usted piensa llevarla a cabo, que envuelve, según han juz-
gado las clases todas de esta sociedad, una imposición que
ataca a su dignidad de Nación libre e independiente". Y
más abajo: "la situación del Dr. Zaldívar es más difícil de
lo que V.E. puede juzgar desde allí. Yo aquí lo veo: en
el Dr. Zaldívar tiene usted un amigo verdadero y leal, que
podrá serle muy útil mientras sea gobierno, para reali-
zar esa o cualquiera idea noble y levantada; pero yo me
temo mucho, y me impongo el deber de decírselo a V.E.,
que aquí él (así me lo ha dicho desde el principio y tam-
bién me lo han dicho muchas personas), no puede obrar
en el sentido que quiera, sino que tiene que ajustarse a
la opinión pública". Concluía pidiéndole para el Dr. Zal-
dívar un plazo para obrar en la única forma que podría
ser útil a Barrios y evitar el derramamiento de sangre.
Rufino contesta invocando ante todo "la franqueza que
le es propia" y en términos que dejan visible su contra-
riedad por la pacífica intervención del ministro español.
No admite Rufino la gestión oficial de Ordóñez, pero le
contestará como particular. "Sé perfectamente — conti-
núa Rufino —
como pasan allá las cosas y cómo, cuando el
Gobierno ha querido hacer algo contrario a la opinión pú-
blica, lo ha podido hacer y lo ha hecho. La opinión se
invoca sólo para no declarar el propósito del Gobierno, pa-
ra no hacer lo que éste no quiere que se haga, y para es-
cudarse con ella y echarle la responsabilidad.
"El pueblo salvadoreño ha sido uno de los que tuvie-
ron más entusiasmo por la Unión, y en prueba de ello,
salvadoreños muy importantes me acompañan en esa cau-
sa, así es que sólo estraviando o torciendo los sentimien-
tos populares podrían hacerse aparecer estos tan antipa-
trióticos, como para hacer pasar por suya, una oposición
que cuando existe sólo es creada por los que gobiernan".

"La amistad de V.E. y el interés que me demuestra


por lapaz y en favor del Dr. Zaldívar, lo demostrará, me-

— 455 —
.

jor que de cualquier otro modo, influyendo para hacer com-


prender a éste la necesidad y conveniencia de proceder de
una manera franca y resuelta, como corresponde a los com-
promisos que contra y a las instancias y ofertas que me ha
hecho, y sobre todo, como corresponde al carácter de pa-
triota, que debe expresar sinceramente los votos de un
pueblo como el salvadoreño, en que sólo que se le sofoque,
no se pronuncia inmediatamente la opinión en favor de la
Nacionalidad que he proclamado".

"Así como digo a V.E. francamente lo anterior, me es


grato manifestarle también que ya he dicho al doctor que
aguardo sus Comisiones; y tengo mucha satisfacción en
saber que V.E. regresa pronto''

Ordóñez contestó desde Armenia, ya en camino para


Guatemala, reafirmando a Barrios que los salvadoreños re-
sistían la forma, pero no la idea de la unión, mostrándose
un tanto amoscado porque Justo Rufino había rechazado
sus buenos oficios como ministro de España, insistiendo
en que todo su empeño en evitar el derramamiento de san-
gre entre pueblos hermanos, y concluyendo por hacer vo-
tos para que se realizara la unión, pero en una forma acep-
table a juicio de todos.

Justo Rufino responde al ministro español, diando las


razones que tiene para proceder como lo hace. ¿Quién
iba a convencerlo a él de que andaba errado? Mucho era
que alguien lo intentara, y ése sólo podía ser uno que se
hallase bajo el amparo de la inmunidad diplomática. Pe-
ro si Rufino no puede castigar a Ordóñez por su "insolen-
cia", le impone silencio "rogándole" que dé por termina-
da su intervención oficiosa. Dice así esa comunicación:

"Guatemala, Marzo 10 de 1885.— A S.E. el Sr. Mi-


nistro de España, Armenia o San José. Sin dejar de com-
prender que V.E., puede, en su opinión individual, juzgar
y dar al asunto de unión de las secciones de Centro Amé-
rica el carácter internacional que a su parecer reviste, se-
gún se ha servido expresármelo en sus dos partes telegrá-
ficos,V.E. me permitirá llamar su atención acerca de los
inconvenientes que ofrecería en las actuales circunstan-
cias de Centro América, continuar admitiendo la interven-
ción del señor Ministro de España, aún suponiéndola pu-
ramente oficiosa, por cuanto yo juzgo la cuestión de polí-
tica exclusivamente centroamericana, y tal es el carácter
que le da su objeto. Si V.E., por la efervescencia de las

— 456 —
manifestaciones populares que me dice ha presenciado en
la capital de El Salvador, ha pensado que la forma en que
se ha propuesto el asunto, no es conveniente, yo tengo jui-
cio contrario; y juicio contrario tendría también V.E. ob-
servando el espíritu de las grandes manifestaciones popu-
lares habidas en esta capital y pueblos departamentales,
como las habidas en la sección de Honduras.

"No haré resistencia alguna ni llamaré la atención de


V.E. en orden a la diferencia que se nota en su disposición
a intervenir cerca de mí, considerándose impedido de no
hacerlo con el doctor Zaldívar por el elevado carácter de
que V.E. se halla investido. Como V.E. ya debe saberlo,
el plazo concedido al doctor Zaldívar no ha servido al ob-
jeto para que fue solicitado, sino a otro muy diverso; mas
nada argüiré sobre esto, ya que al concederlo tuve en cuen-
ta que bien podría aplicarse a distinto fin. V.E. compren-
de muy bien que la causa que llevo entre manos es de una
conveniencia indiscutible, y que no puede atacarse abso-
lutamente, trayendo a cuenta soberanías, contra las cua-
les se ha pronunciado abiertamente y desde hace mucho
tiempo, el sentimiento público de los centroamericanos,
para que vuelvan a fundirse en una sola nacionalidad co-
mo antes lo estuvieron. Asunto es este que en las actua-
les circunstancias y por su propia naturaleza es enteramen-
te excepcional y de política exclusivamente centroameri-
cana; y reclamando una dirección y manejo especiales que
yo he de darle como Jefe Militar del movimiento de la
unión, le ruego que se sirva dar por terminada la inter-
vención de carácter oficioso que en ella ha querido tomar,
una vez que no estoy en la disposición de que se discuta
en esa forma ninguno de los puntos que ella abraza, sino
de aceptar lo que V.E. me expresa, de que le toca dejar
obrar con independencia a los pueblos para que se den la
forma de patria y de gobierno que mejor les plazca.

"Estoy persuadido además, de que si el Doctor Zaldí-


var cumple con sus compromisos y acata la verdadera opi-
nión pública, no habrá derramamiento de sangre. Cum-
pliré con los deseos de V.E., haciendo publicar su parte y
esta respuesta; y celebrando su pronto regreso, soy de V.E.
afectísimo amigo, (f) J. Rufino Barrios".

No era el español hombre para quedarse con la pala-


bra en la boca, y así contestó inmediatamente a Barrios en
tono grave y un tanto cáustico, desmintiendo ciertas afir-
maciones de Justo Rufino y observándole "la insistencia

— 457 —
con que se me atribuyen conceptos que no he consignado
en ninguna parte", y declarándole que está dispuesto "a
no mezclarse en nada que afecte a la libertad e indepen-
dencia que deben tener estos pueblos centroamericanos pa-
ra darse la forma de Patria y de gobierno que mejor les
plazca".

Justo Rufino puso punto final con la siguiente breve


y seca nota: "Estimado señor: Las importantísimas ocu-
paciones de que me encuentro rodeado en las circunstan-
cias actuales, me impiden dar a la nota particular de V.E.?

de esta misma fecha, la respuesta que debiera; concretán-


dome por lo tanto a aplaudir la conformidad de V.E. en
dar por terminada una discusión, por demás estéril, tra-
tándose como V.E. lo expresa al final, de asuntos exclusi-
vamente relativos, a la familia centroamericana".
El Congreso de Honduras se declaró a favor del de-
creto de 28 de febrero; pero fue una desagradable sorpre-
sa para Bográn la actitud de Rufino. En marzo del año
anterior había asistido con Zaldívar a las conferencias que
ambos tuvieron con Justo Rufino en la aldea guatemalte-
ca de Mongoy. Recordamos que el Dr. Salvador Gallegos
logró que Bográn suscribiera un compromiso unionista a
raíz de la caída de Soto, circunstancia que menciona el
presidente hondureno en su Mensaje al Congreso del 3 de
enero de 1887, y agrega: ni Gallegos "ni los señores Ba-
rrios y Zaldívar volvieron a decirme nada serio sobre el
particular; nos reunimos en Mongoy (marzo de 1884) y
nada se trató de nacionalidad; nos reunimos después en
Guatemala (septiembre de 1884) y también nada se con-
vino. Ambos presidentes que, si fueron atentos y corte-
ses conmigo, no llegaron jamás a la intimidad, siempre me
dijeron vagamente que se preparaban para llevar a la prác-
tica la idea de la reconstrucción de Centro América, a cu-
yo efecto me darían oportuno aviso".
En su Mensaje del 14 de marzo de 1885 Zaldívar dice
lo mismo: "de improviso, sin haber ningún antecedente, y
por el contrario, faltando a los compromisos contraídos",
el Gral. Barrios proclama la unión bajo un solo gobierno
y asume el supremo mando militar. Alude Zaldívar al
pacto según el cual Justo Rufino había prometido no dar
un paso sobre unión sin tomar en cuenta el parecer y el
consentimiento de las otras repúblicas.

El sentimiento anti-barrista era general en Centro


América y hasta Bográn tuvo sus conatos de oposición a
— 458 — .
las ambiciones ya manifestadas del Patrón. Refiere Aro
Sanso (Policarpo Bonilla, Pág. 23) que en el espacio de
tiempo que medió entre la conferencia de Mongoy y el de-
creto del 28 de febrero de 1885, "Bográn había hecho un
convenio comprometiéndose a resistir cualquier tentativa
del Gral. Barrios para dominar a Centro América'.

Pero sin duda Bográn era de carácter flojo, porque


cuando don Salvador Barrutia llegó a Tegucigalpa en los
fines de febrero de 1885, después de haber causado alar-
ma por su inesperada visita a Zaldívar, suscribió con él
un nuevo compromiso de levantar el estandarte de la unión
en junio de 1885, a una con Justo Rufino. Grande fue su
sorpresa y enfado cuando, antes que se secara la tinta de
este pacto, Barrios proclamó la unión por él y para él, sin
tomar en cuenta a nadie. Bográn, a pesar de esta pequeña
doblez del Patrón, se sumió al carro de su conquista, per-
suadido de que era mejor hallarse en el cortejo que ser
atropellado.

¿Qué se propondría Rufino con tales disimulos y sor-


presas ?No acepta la propuesta de Zaldívar, quien le ofre-
ce retirarse sin necesidad de pelear, si se le juzga un es-
torbo. (Instrucciones a Gallegos). En los momentos en
que está firmando el decreto del 28 de febrero, hace creer
a Bográn que el movimiento unionista comenzará en ju-
nio. Manda con 50 mil pesos a su amigo el Lie. Rafael
Meza, después de su secretario, que vaya a Jutiapa a pro-
clamar con los amigos la Constitución Federal de 1824,
y cuando éstos se encuentran afanados en cumplir sus
instrucciones, los sorprende con el grito de unión, en que
ni por indirectas se habla de restablecer la antigua repú-
blica federal, sino que se expresa, con el disfraz de pala-
bras halagadoras, que cinco repúblicas independientes y
soberanas se fundirán en un solo feudo a placer y en pro-
vecho de un solo hombre.

Vemos en esos manejos al Rufino desconfiado al par


que imprevisor. Porque si dudaba de que Zaldívar y Bo-
grán responderían a su llamada, debió haberse preparado
antes para la acción militar inmediata y obrar conjunta-
mente con el decreto y con las armas. Y pudo haber si-
do también la obra inopinada de su temperamento emoti-
vo y veleidoso, o el deseo de gozar por entero su conquis-
ta sin las cortapizas que era lógico esperar de un pacto en-
tre colaboradores.

— 459 —
El Congreso hondureno declaró su adhesión el 7 de
marzo, pero hubo disidentes de importancia. El Dr. Adol-
fo Zúñiga, conocido por su ardiente unionismo, fue el úni-
co que protestó en el Congreso contra la violencia de Jus-
to Rufino. Zúñiga había estado en Guatemala en septiem-
bre de 1884 en la comitiva de Bográn; vio de cerca la
cruel y sangrienta represión que hacía Justo Rufino en Oc-
cidente con pretexto del conato revolucionario que había
dominado ya, y se llenó de horror. Con un hombre que
así justificaba los sobrenombres de Pantera
y panterismo
con que sus conciudadanos le apodaban a él y a su siste-
ma, no se iría a nada bueno. Zúñiga no pudo guardar en
su generoso pecho la rebeldía que soliviantaban en su al-
ma de hombre libre aquellos atropellos a la dignidad y jus-
ticia humanas, y dejó escapar expresiones de censura. Jus-
to Rufino lo supo, manifestó su disgusto contra Zúñiga,
y
desde entonces profunda sima separó al demócrata since-
ro del dictador vitalicio.

Otro que no se dejó arrastrar por vanas promesas fue


el Dr. Policarpo Bonilla. Era Síndico de la Municipali-
dad de Tegucigalpa y votó contra la adhesión del ayunta-
miento al decreto, fundándose en que la actitud de Hondu-
ras parecía obedecer al temor, y de paso revelaba que ha-
bía muchos en el Congreso y en el gobierno que procedían
de mala fe en este asunto.

Invitado el Gral. Manuel Bonilla por Bográn para que


lo acompañase a la guerra, se negó diciendo:

—Bien sabe usted que no soy partidario de Rufino


Barrios ni de sus procedimientos.

El Congreso de Nicaragua contestó al decreto de Ba-


rrios autorizando' alPoder Ejecutivo para que "solo o aso-
ciado de sus demás hermanos de Centro América, provea
a la defensa nacional". Costa Rica hizo eco a la heroica
resolución de Nicaragua, declarando: "Pelearemos unidos
y en defensa de la misma causa hasta vencerle o que pe-
rezca el último de los costarricenses".

Justo Rufino sintió desde un principio toda la enorme


oposición que antes despreció o desconoció. Acostumbra-
do a que en "su" república todos alentaban sus más des-
cabellados caprichos y aplaudían a coro sus más extrava-
gantes ocurrencias, estaba persuadido de que fuera de
sus dominios pasaba lo mismo que en Guatemala.

— 460 —
Consciente de la tempestad que había suscitado, acudió
a su medio favorito para sosegar a los asustados centroa-
mericanos: enviarles promesas y pretextos de que sus in-
tenciones eran inocentes y aún provechosas para ellos.
Creyó, engañado, que este método sería eficaz para el res-
to de los centroamericanos, porque los guatemaltecos apa-
rentaban aceptar como ciertas sus razones las más opues-
tas a la verdad, y como sinceras sus promesas desmenti-
das siempre con los hechos.

El rumor más dañino era aquel que atribuía a Rufi-


no propósitos de dominación personal. Para desvirtuarlo
toma la pluma y se dirige a los centroamericanos en una
proclama, la que egolátrica de las suyas, por girar todas
ellas alrededor de su yo.

"Veo con pena y con disgusto — —


dice ,
que en mu-
chas manifestaciones se me señala como futuro Presidente
de Centro América... con frases que indiquen que yo pue-
do ocupar la presidencia, me infieren positivo agravio....
no sólo no aspiro a la presidencia de Centro América, sino
que estoy resuelto a no aceptarla y no la aceptaré aún
cuando los pueblos me honrasen designándome para ejer-
cerla... no he de consentir en que pueda suponerse que pa-
ra dar un paso tan grande pudo tener influencia en mí al-
gún interés mezquino... si he asumido el carácter de jefe
militar ha sido únicamente para realizar la unión y por
la responsabilidad y peligros que ese puesto tiene; pero
así como no he de dejarla hasta haberla conseguido; y así
me comprometo en emplearlo todo en sostener y dar ab-
soluta independencia y garantía a las discusiones y resolu-
ciones de esta misma, así prometo igualmente que he de
cesar en él en cuanto ella constituya la República y de-
signe la persona a quien he de entregarlo... Toda mi am-
bición se cifra en que haya una sola patria feliz y respe-
tada; y si a esa aspiración se mezcla algún deseo relativo
a mi persona, es únicamente el de poder retirarme tran-
quilo a la vida privada, disfrutando de los derechos y ga-
rantías de ciudadano libre de Centro América... ofrezco
ser el primero en dar ejemplo de acatar y sostener al que
los pueblos elijan... Busquen todos al hombre que mejor
realice los inmortales destinos de la América Central
Pero cuantos me estimen en algo no me hagan la inju-
ria de relacionar en nada con mi persona la presidencia
que, repito, por nada he de aceptar... Si ambicionara el
mando, no proclamaría la unión, que ha de matar todas
esas indignas ambiciones; si no quisiera la libertad, no

— 461 —
proclamaría una idea que en cuanto esté triunfante, ha de
hacer imposible todo gobierno que no sea el de la ley y
la opinión".

Hay en esta proclama mucho de pedantería y de jac-


tancia y en ella se trasluce que Justo Rufino tiene con-
ciencia, aunque embotada por la adulación sin límites de
sus cortesanos y acaso de toda Guatemala, de que es un
dictador que ha proscrito las libertades y derechos de sus
conciudadanos. El mismo lo ha confesado en diversas oca-
siones, si bien excusándose de que su régimen es de "re-
forma" para que otros vengan a construir la libertad so-
bre los escombros que él amontona. Sus reiteradas pro-
mesas implican una autoacusación, y diríamos arrepenti-
miento, si no lo supiéramos infiel a sus propósitos.

Sus palabras no convencieron a nadie en Centro Amé-


rica; pues detrás de la elocuencia de sus promesas y el va-
lor de sus renuncias todos veían el peligro de que un pa-
triota como él se creía, tan dúctil a las razones de "su"
Congreso, tan sensible a las súplicas de "su" pueblo, tan
anuente a sacrificarse por la libertad, se dejase convencer
de que era indispensable en la presidencia de Centro Amé-
rica.

La mayor parte de los salvadoreños que Rufino de-


nunció como enemigos suyos y de Zaldívar marcharon a
El Salvador a incorporarse con el movimiento unionista
que por lo menos acarrearía la caída de éste y ofrecía pa-
ra ellos, oportunidades eventuales. Entre los principales
uno de ellos fueron el Gral. Francisco Menéndez, el Lie.
Rafael Meza, el Gral. Estanislao Pérez. Ni para qué de-
cir que los nicaragüenses adversarios del gobierno de Cár-
denas también se juntaron a la causa de Rufino, esperan-
zados en pescar en río revuelto.

Meza nos dejó interesantes e íntimos datos de Justo


Rufino, sobre todo de sus últimos días en la campaña de
1885. Sus recuerdos completan la figura moral del Pa-
trón, a pesar de la simpatía y parcialidad con que escribe.

El modo como Rufino nombra a Meza su secretario


para la guerra es típico y no único de sus resoluciones mo-
tivadas por sacudidas de impaciencia, y constituye otro
ejemplo de su carácter irreflexivo y antojadizo.

Justo Rufino había encomendado al Ministro de la


Guerra Barrundia que hiciera el nombramiento militar de

— 462 —
los nicaragüenses que estaban por ser despachados a sus
destinos. Cuando el valido se presentó, confesando supli-
cante que no había cumplido el mandato, Barrios le incre-
pó duramente:


¡Así nada podemos hacer: la situación es grave y
exige toda actividad y energía; el que no pueda hacerlo,
que se retire!

Y a continuación:


Vea señor Meza, vaya al Ministerio y hace inme-
diatamente esos despachos.

Pronto estuvo Meza de vuelta con los documentos.


Justo Rufino los lee y los firma; luego, dirigiéndose a Me-
za:

—Fírmelo usted como Secretario del Ejército.

Meza vacila; Barrios imperioso insiste:

—¡Fírmelos usted! —Y
después de firmados Re- — :

coja la correspondencia y telegramas, conteste y déme


cuenta de todo; usted se queda conmigo. Está nombrado
Secretario de la Jefatura Militar.

Cuando ocurrían estos sucesos, el Ministro de los Estados


Unidos Mr. Henry C. Hall no se encontraba en Guatema-
la. Regresaba de los Estados Unidos y el 9 de marzo es-
taba ya en el puerto salvadoreño de La Libertad. Desde
ese puerto, y quizá bajo la influencia de Zaldívar,envió un
parte calegráfico a Washington en que informa: "El de-
creto del Presidente de Guatemala relativo a la unión de
los Estados de Centro América sin su consentimiento, y
aún sin previa consulta, y el haber asumido el mando de
todas las fuerzas militares de ellos sin habérselo pedido,
se considera como una usurpación injustificada. El Sal-
vador, Nicaragua y Costa Rica resistirán al movimiento.
Se dice que Honduras se adhiere al movimiento. Sin du-
da que habrá grande e innecesario derramamiento de san-
gre y tal vez anarquía. Espero llegar a Guatemala el 11".
El gobierno norteamericano contestó inmediatamente de-
clarándole su criterio: consideraba deseable la unión, pero
no favorecía ningún movimiento de tropas de uno o varios
Estados para obligar a los otros, y ofreció su influencia
para mantener la paz.

— 463 —
Desde su llegada a Guatemala el Ministro Hall empe-
ña toda su influencia oficial con objeto de evitar el con-
flicto. Leyó a Barrios el cable en que el Departamento
de Estado fijaba la conducta a que se sujetaría en la cri-
sis. Esta actitud de los Estados Unidos causó honda im-
presión en Justo Rufino, como lo observó e informó el Mi-
nistro. Fue para el Patrón una inesperada sorpresa; todas
las oposiciones lo fueron, como quien no está acostumbra-
do a ninguna.
Ante semejante obstáculo, Rufino cambia de táctica;
ya no hablará de conquista, sino de proteger a los pueblos
para que libremente hagan sus proclamaciones y declaren
sus simpatías para la unión. Al Ministro le asegura que
no tiene intención de invadir los Estados vecinos; pero que
envía ejércitos a la frontera "con objeto de apoyar movi-
mientos en favor de la unión''.

Al día siguiente se muestra más blando. Ha medi-


tado que su nueva maniobra de plegarse a los deseos del
norteamericano puede enderezarla no sólo para adorme-
cer la acción estorbosa del Departamento de Estado, sino
también para que le aparte a México del camino, o por lo
menos lo reduzca a la neutralidad. El Ministro Hall da
cuenta a su gobierno de los nuevos propósitos de Justo Ru-
fino: "El Presidente de Guatemala está listo a aceptar
cualquier sugestión que venga del Gobierno de los Esta-
dos Unidos. Retirará inmediatamente las fuerzas de la
frontera salvadoreña si los Estados Unidos, por sus buenos
oficios o de otro modo, ejercen influencia en México para
que se abstenga de subsiguientes intromisiones en los ne-
gocios de Guatemala y resto de Centro América. Tal in-
tromisión provoca su resentimiento pero no lo intimida".

Pero el gobierno americano no se deja engañar con


promesas, y contesta categóricamente por medio de Hall:
"Las promesas del Presidente de Guatemala no son satis-
factorias, pues sus tropas están en la frontera de El Sal-
vador. El apoyo moral para El Salvador requiere que no
se hallen tropas allí. Los Estados Unidos y México con-
vienen en emplear toda su influencia moral contra la vio-
lenta destrucción de los gobiernos de los Estados. Para
su conveniencia el Presidente de Guatemala debería cier-
tamente retirar sus tropas y derogar el decreto de procla-
mación".

Este cable no llegó a Guatemala; fue retenido en El


Salvador por un decreto de emergencia que prohibía la

— 464 —
circulación de partes cifrados. Hall cree que de haberlo
visto Barrios, no hay invasión a El Salvador y todo se arre-
gla en paz. Pero esto era desconocer al Patrón: puesto
en cumplir sus antojos nada lo detenía.

A pesar de ciertas explicaciones que dio la cancille-


ría mexicana para excusar su actitud, diciendo que no ha-
bía sido bien informada, pues sólo conocía la versión de
una de las partes, el 10 de marzo todavía seguían en Méxi-
co los preparativos bélicos y estaba pendiente una propues-
ta al Congreso para declarar la guerra a Guatemala. A su
vez el Senado Americano, en una votación de 40 contra
siete, declaró el 19 de marzo de 1885 que toda invasión
por la fuerza de Guatemala contra El Salvador, Nicaragua
y Costa Rica, "la considera el Senado y la deben tratar
los Estados Unidos como enemiga y hostil intervención de
sus derechos y de los de Nicaragua y Costa Rica por estar
pendiente el tratado sobre el canal". (Citada por Rodrí-
guez Cerna, Pág. 96).

Mientras se desarrollaban estas gestiones, Barrios sa-


lía de Guatemala el 23 de marzo. Todavía en Jutiapa le
alcanzó la última palabra pacifista de Hall. Contestó Jus-
to Rufino por medio de su Ministro de Relaciones Exterio-
res que agradecía los buenos oficios e intenciones del Mi-
nistro americano, que él no era partidario de la efusión de
sangre y que ojalá pudiera alcanzar su objeto sin que tu-
viera que lamentar desgracias ni sacrificios. Y para cor-
tar por lo sano, agrega: "Ya dije al mismo señor que es-
toy dispuesto a lo que diga el gobierno de los Estados Uni-
dos, pero que no transijo con intervención alguna mexi-
cana".

No había quien lo hiciera echar pie atrás. Todo le


sale al paso, ahora comprende que no cuenta con nada;
tal vez se hace cargo de que ha cometido una tontería;
pero él no se detiene: echará mano hasta del engaño para
proporcionarse un pretexto de invasión. Yasí tenía por
fuerza que fracasar; de no haberse producido el desastre
frente a Chalchuapa, hubiera sido después. La unidad en
esa forma no podía perdurar y Centro América hubiera
quedado más dividida por los rencores y las brutalidades
del Patrón... No podemos menos que pensar con Enrique
Guzmán:

¡Que estúpida audacia....!

— 465 —
Capítulo XXXV.
"EL PATRÓN SE HA CAÍDO !"

El ejército de Rufino comenzó a moverse el 10 de mar-


zo,cuando ya era manifiesta la oposición centroamericana
apoyada por México y los Estados Unidos.

No hay duda que Justo Rufino tuvo sus momentos de


depresión, y entonces como siempre, buscó a su alrededor
voces que lo alentaran. Para provocar esta reacción re-
presenta, fiel a su costumbre, una pequeña comedia. Lla-
ma a su novel Secretario el Lie. Rafael Meza, y le dice:

Lo he llamado para comunicarle un pensamiento
que he estado meditando. Zaldívar y Cárdenas están ha-
ciendo gran bulla en El Salvador y Nicaragua; sólo se ocu-
pan de gritar a aquellos pueblos contra mí, como lo habrá
visto en multitud de publicaciones incendiarias que lan-
zan, sólo porque me he declarado Jefe Militar de Centro
América para realizar la unión, diciéndoles que voy en
son de conquista. Quiero quitarles ese pretexto, pues ya
usted conoce mi irrevocable propósito. He pensado resig-
nar ese mando en el Presidente Bográn, y aparecer como
un simple jefe expedicionario a sus órdenes, para que así
cesen en sus indignos trabajos. Irá usted u otro para en-
tenderse con Bográn a este respecto: ¿Qué opina usted
de esto que pienso?

Meza
se quedó lelo ante semejante disparate. No ati-
nó que se proponía Justo Rufino. Otro cortesano viejo
lo
hubiera encontrado la solución inmediatamente. Pero co-
mo los adulones conocen su camino por el olfato, el secre-
— 467 —
.

tario dio pronto con él, y contestó más por instinto que
ñor cálculo:
por


General, nadie conoce mejor que yo sus patrióticos
propósitos, por esto no estoy de acuerdo con usted. Ese
cambio de jefe en estos momentos en que están tan avan-
zadas las cosas y cuando ya el ejército organizado se mue-
ve a la frontera, sería imprudente y sembraría el descon-
cierto en las filas unionistas.

Justo Rufino se quedó pensativo por un momento y


luego replicó:

— ¡Tiene usted razón: hay que sacrificarlo todo!

Y ordenó a Meza que saliera para Chingo a ver si es-


taba ya organizada la columna salvadoreña a las órdenes
de Menéndez. Allá se encontraba cuando Justo Rufino
imprimió cierta variante, aunque fingida, a su política, pa-
ra acomodarla a las gestiones del Ministro americano Mr.
Hall. Por las exigencias de este diplomático, ordenó que
sus tropas no dieran un solo paso en territorio salvadore-
ño hasta que los pueblos expresaran libremente su opi-
nión; pero —
observa el Lie. Meza —
"el General Barrios
juzgaba que sería inútil mientras existiesen los mismos
gobernantes". Tal juicio de Justo Rufino indicaba que en
su voluntad persistía el propósito de derrocar a Zaldívar
y a Cárdenas porque solo así, naturalmente, habría en El
Salvador y Nicaragua libertad de opinar como quería Ru-
fino.

Meza cree que puede persuadir a sus paisanos de las


sanas intenciones de Justo Rufino. A este objeto desea
dirigirse por escrito a ellos, pero no lo hace sin el permi-
so del Patrón. Este lo autoriza y le da instrucciones. "Dí-
gales a sus amigos que no se trata de ejercer ninguna pre-
sión, sino únicamente sacar a Zaldívar para que los pue-
blos puedan levantar libremente sus actas, sin la presión
de la fuerza. Dígales también que está autorizado para
asegurarles que sólo se desea la unión y que la opinión de
los pueblos puede modificar la forma propuesta para lle-
varla a cabo. El caso es que ellos levanten sus actas, ya
sea en pro o en contra de la unión; pero libremente y sin
que se les apremie con fuerza"

¿Quién podía fiarse de esta libertad que proclama Ru-


fino, si el artículo 4 de su decreto del 28 de febrero ame-

— 468 —
nazaba con declarar traidor a la gran causa de la naciona-
lidad y sujetos a responsabilidad según la naturaleza de
los actos que ejecuten a toda persona de carácter oficial o
privada que se declare contra La unión y se oponga a sus
operaciones y trabajos y los embarace de cualquier modo?

Entre la duda de si Justo Rufino preferiiría ser cle-


mente o implacable, todos tenían por seguro que se incli-
naría a lo segundo por su natural proclive a la crueldad,
al rigor y a la venganza. Y
otra vez, nadie creyó en sus
promesas ni en las seguridades de que venía con intencio-
nes inocuas.

Esta desconfianza era la que sublevaba a los pueblos;


la tiranía, losdesórdenes destruyeron la federación centro-
americana; la difidencia, el miedo de volver a esos días
caóticos despierta los recelos de los pueblos, máxime cuan-
do se les habla de unión por filo de espada. Pero Justo
Rufino era incapaz de alcanzar esas verdades políticas, por-
que ellas contradecían sus antojos del momento; y, bus-
cando) alguna explicación al inesperado estorbo que se
ofrecía, achacaba a sus enemigos lo que era obra de su pro-
pia conducta como gobernante. "Le hería —
refiere Me-
za— y le molestaba aquella situación creada por Zaldívar
y Cárdenas, que iba fatalmente a conducir a un rompi-
miento, porque a fuerza de exhibirlo como conquistador,
como déspota y tirano, habían logrado extraviar la opi-
nión, engañar a los pueblos y levantar ejércitos en El Sal-
vador y Nicaragua para conducirlos a los campos de ba-
talla".

Esta oposición era tan sincera que hasta en casa se le


manifestó a Justo Rufino. Llamó éste al Lie. don Pedro
de Aycinena y Pinol, de los aristócratas con quienes no
cortaba flores el Patrón; pero quería oír su parecer, espe-
rando sin duda que el Licenciado no se atrevería a des-
aprobar sus actos. Mas Aycinena manifestó tímidamente
su pesimismo; él no dudaba del unionismo de Justo Rufi-
no; pero los ofrecimientos no siempre se cumplen... sur-
girían muchos obstáculos...

— ¿No cree usted en la unión? — lo interrumpió Ba-


rrios dando muestras de impaciencia.

—Creo que la oportunidad la dejó usted escapar hace


nueve años, señor Presidente —
respondió Aycinena en- — ;

tonces todo le era favorable. Hoy esa unión no me pla-

— 469 —
ce: bien está Roma donde
está. He externado atrevida-
mente lo que pienso, perousted lo ha querido, señor Ge-
neral: la idea de unión eshermosa, nadie lo niega... Voy
a hacerle estas preguntas al amigo: ¿Se ha cansado us-
ted de la vida? ¿Olvida a la Patria y a la familia?

—No piense usted, señor Aycinena, en destinos fu-


nestos —replica Justo Rufino— yo no hago enmudecer
:

mis clarines: sigo en pos de una esperanza!

¿Fue verdad este diálogo que nos trasmite Díaz? Jus-


to Rufino tenía sus tolerancias de vez en cuando, y no fal-
taba de repente algún gesto excepcional de quien le dije-
se la verdad siquiera fuese encubierta, cuando no adoba-
da con lisonjas. Justo Rufino se da cuenta de que por lo me-
nos a otros ha propinado latigazos en el rostro; pero aho-
ra se empeña en ser humano para ponerse a tono con sus
promesas de hombre bueno. Piensa sin duda que su ad-
versario debe de estar pasando angustias por su franque-
za, y cuando marcha para la guerra con su comitiva, en-
cuentra a don Rafael, hermano de Aycinena, y le dice des-
de lejos:

—Don Rafael, dígale a don Pedro que no tenga cui-


dado de todo lo que me dijo hace dos días: nos hemos de
volver a ver. ¡Adiós!

El 22 de marzo Justo Rufino hizo su testamento. El


23 partió a la campaña. Meza describe con detalles la
patética escena de la despedida. Muy de mañana salió
Justo Rufino al corredor de la casa. En el patioi estaban
las bestias que lo conducirían. Ni para esa ocasión vis-
tió traje militar. Llevaba pantalón y chaleco de dril y
americana de seda color de paja; sombrero de pita o ji-
pijapa con el ala delantera un tanto caída sobre el rostro,
de modo que casi lo ocultaba. En la derecha, una vasija
de plata encerrada en canastilla de mimbres, y el impres-
cindible látigo. Se apoyó en un pilar para que un ayudan-
te le calzara las espuelas, mientras él vaciaba lentamente
el líquido de la vasijita, como si no quisiera —observa
Meza — que el líquido acabase de salir nunca. Detrás de
la reja de una ventana que estaba cerca, miraba la esce-
na doña Panchita, la señora Presidente, con su hija mayor
ya de catorce años. Ambas ahogaban los sollozos. Ulti-
mo cariño de la esposa que presiente lo fatal, expresando
en ese pequeño detalle el cuidado que le inspira su mari-
do. Justo Rufino rompe al fin esta penosa escena; tira a

— 470 —
su criado la vasija ya vacía, clava una profunda mirada
de dolor en los seres que lloran su partida tras los hierros
de la ventana, monta a caballo y parte... Ya no las vol-
vió a ver nunca jamás!

Antes de salir de Guatemala, Justo Rufino lanza su


última proclama. Dice a los centroamericanos que mar-
cha a proteger y apoyar los pronunciamientos de la opi-
nión en favor de la unidad de Centro América, por cuya
realización ha recibido de todas partes los votos más en-
tusiastas y expresivos. Tal declaración está de acuerdo
con su nueva política de disimulos: ya no se trata de ha-
cer la unión por la fuerza de las armas, sino de favorecer
la opinión de los centroamericanos para que libremente
expresen sus sentimientos.

Pronto iba a desmentir él mismo con los hechos, co-


mo de costumbre, sus promesas a los centroamericanos y
a faltar a su compromiso con el Ministro de los Estados
Unidos.

Justo Rufino presentía como nunca que perdería la


vida en aquella empresa. "Lo vi más bien triste que ale-
gre'\ observó Guzmán; la despedida de su mujer encerra-
ba un presagio a que él correspondió; al Dr. Francisco Var-
gas, su médico, dijo una vez que había tenido una cora-
zonada, el presentimiento de su muerte. Y es que el hom-
bre sabe cuando» se le acerca la muerte. Dios se lo hace
comprender como última y suprema llamada para que
vuelva a él los ojos y la conciencia. Rufino no era de los
que obedecen a estas llamadas. A ellas contestó con la
arrogancia que empleó con Aycinena: "yo no hago enmu-
decer mis clarines; sigo en pos de una esperanza''.

El 30 de marzo ambos ejércitos estaban frente a fren-


te en un lugar llamado El Coco, cada uno en su territorio.
Por enmedio de los campamentos enemigos corría el río
de aquel nombre, línea divisoria entre ambas repúblicas.
Justo Rufino no había dado aun las órdenes de invadir,
porque lo sujetaba la promesa al Ministro Hall; pero qui-
so mostrar a los salvadoreños que no sólo llegaba a pro-
teger pronunciamientos por la unión, y comenzó a caño-
near sus posiciones. Después del cañoneo, un pelotón de
soldados jalapas bajó al río por agua; y a un mismo tiem-
po del otro lado llegaba con igual objeto una escuadra de
25 soldados salvadoreños con un oficial. Al verse frente
a frente, los dos grupos rompieron el fuego y éste pronto

— 471 —
se hizo general. Los salvadoreños, no tan bien armados
como sus adversarios, hubieron de retirarse.
El informe de aquel combate improvisado, llegó a Jus-
to Rufino cuando comía. Al oírlo comentó:

—Está bueno, esto de algún modo


—Y siguió comiendo muy tranquilo. había de empezar.

Ya de noche ordenó a un oficial que con 25 soldados


pasara a Atescatempa y quemase allí tres o cuatro ran-
chos de los que daban a la frontera de El Salvador, y dis-
parase unos tiros sin herir a nadie, y que a los vecinos les
asegurase que les serían reparados los daños. El 31 en
la mañana estaba de regreso el oficial a dar cuenta de
haber cumplido su misión.

—¿Cuántos ranchos quemaste? — le preguntó Justo


Rufino.

—Ocho, señor; pero no hubo novedad.

—Te pasaste; pero en fin ya está hecho. Retírate a


descansar. Y a continuación ordena a su secretario Meza:

— Ponga usted en el acto un parte al Ministro Cruz;


dígale que pase inmediatamente a casa del Ministro ame-
ricano Hall y le informe que fuerzas salvadoreñas han pe-
netrado anoche a territorio guatemalteco y que han que-
mado unas casas en la aldea de Atescatempa de esta Re-
pública; que en presencia de estos hechos tan atentatorios
no puedo detenerme aquí en la frontera, y que hoy mis-
mo invado El Salvador.
Y al retirarse, comentaba, hablando consigo mismo:

— No faltaba más que nos habíamos de quedar aquí


esperando manifestaciones sólo por dar gusto a estos diplo-
máticos, como si ellos nos mandasen... en todo lo nuestro
se quieren meter porque somos débiles. Ya verán que
con la unión será otra cosa y nos tendrán más respeto.

Pronto llegó la respuesta de Cruz: había pasado nota


a los ministros diplomáticos, en la cual se leían estos con-
ceptos:

"Consecuente el señor General Barrios a lo que ha-

— 472 —
bía ofrecido, ha guardado hasta donde le ha sido dable la
actitud de estar a la expectativa y de no ejecutar actos de
invasión; pero hoy que al mismo tiempo que por parte del
gobierno del doctor Zaldívar se le calumnia y se calumnia
a Guatemala en todos los tonos y por todos los medios po-
sibles, clamando que va a ser atacado e invadido, es él
quien provoca y hostiliza material y abiertamente, quien
invade el territorio de Guatemala y quien viene a come-
ter en éste por medio de sus trapas y de su orden, depre-
daciones y actos sanguinarios e inicuos, la defensa y con-
servación de este país y el honor y la dignidad naciona-
les, obligan al señor Presidente Barrios a cambiar de ac-
titud y exigir que Guatemala se coloque en el terreno en
que el mandatario del Salvador la hace forzosamente co-
locarse. Mi gobierno protesta, pues, por los abusos, ase-
sinatos y demás crímenes que contra guatemaltecos se han
cometido ya y se siguen cometiendo por el gobierno de El
Salvador y por sus tropas y agentes, así como también por
Ja invasión que ha hecho del territorio de Guatemala y
que estima, como lo son en realidad, gravísimos ultrajes y
positivos agravios... Mi gobierno tiene testimonios abun-
dantes e irrefutables, que podrá publicar en cuanto al ca-
so lo requiera, de la buena intención con que se prestó a
prometer y cumplir que no tomaría la iniciativa en rom-
per las hostilidades, que no invadiría ni atacaría mientras
no fuera invadida o atacada esta República o la de Hon-
duras; y a mantenerse, con tal que no se empezase la agre-
sión contra ellas, en espera de la solución que se indica-
ba, que sin efusión de sangre podía tener el asunto de la

Así escribía el Ministro Cruz al cuerpo diplomático,


quizás ignorando que decía una gran mentira, que hubie-
ra quedado oculta para siempre a no ser por la relación
de Meza; con ella, al acusar a los salvadoreños de sangui-
narios, inicuos y ladrones no hacía otra cosa que condenar
a sus propios soldados por esos mismos actos que ellos co-
metieron en su propio territorio por orden de su jefe su-
premo para engañar, ipor la última vez, a su pueblo y a
los representantes de pueblos amigos.

Informa también el Ministro Cruz que el Ministro


Americano estaba persuadido de la razón y prudencia con
que se había procedido, y que comunicaría a su gobierno
que El Salvador había invadido el territorio guatemalte-
co y roto las hostilidades, y que la acción del Coco tuvo
por objeto rechazar la agresión.

— 473 —
El Gral. guatemalteco Pimentel debía atacar al sal-
vadoreño Monterroso; pero, lejos de hacerlo, se situó a su
frente en posición ventajosa. Monterroso, como es natu-
ral, tampoco abandonó sus trincheras para estrellarse con-
tra su bien colocado enemigo. Cuando Justo Rufino supo
que ambos se respetaban, los comparó en su lenguaje de
gallero, a dos gallos que levantan golilla pero no acome-
ten:

—Miren que par de melcochos!


Y
envió a Meza a traer refuerzos para desalojar a
Monterroso.

Así lo refiere Meza, pero el Dr. Francisco Vargas es


más sincero o está mejor informado. Claramente nos di-
ce que Pimentel se hallaba casi derrotado por el bravo em-
puje de los salvadoreños de Monterroso. Justo Rufino no
oculta su despecho cuando Pimentel le pide refuerzos. Ba-
rrios congrega a su alrededor a todos los jefes y oficiales
que allí estaban presentes. Un capitán viste chaqueta de
soldado. Justo Rufino sospecha la causa del disfraz, y ás-
peramente le pregunta:

— ¿Qué grado tiene usted?

El interpelado palidece y contesta tartamudeando:

—Yo soy ca... ca... capitán.

Justo Rufino acabó de comprender el miedo de este


hombre y le ordenó colérico:

— ¡Usted largúese y no se ponga más frente a mí!

Quién sabe qué más le diría o le haría; pero nosotros


nos limitamos a lo que nos trasmite el testigo presencial
sin quitar ni poner de nuestra cosecha. Sólo sí observa-
mos que el gran miedo que infundía la presencia del irri-
tado Patrón. Aquel individuo temblaba ante su persona
como seguramente no lo haría oyendo silbar las balas.

Justo Rufino, el hombre de las improvisaciones no


siempre acertadas, hace de su médico el Dr. Vargas un
capitán y le ordena:

—Usted es mi cirujano militar y su obligación es es-


tar cerca de mí, pero el hombre debe probar de todo, y

— 474 —
ahora le toca su turno. Va usted a reforzar las tropas del
Gral. Santiago Pimentel que se encuentra en muy mala
posición y espero en su buena actuación. Llegue usted a
Hueveapa; el coronel Carmen Cruz, que tiene a sus órde-
nes las reservas, le dará a usted cuatrocientos hombres y
con ellos se dirige usted a auxiliar a Pimentel.

El improvisado capitán marcha a su misión; él mismo


nos cuenta que "le temblaban las piernas dentro de los
calzones"; pero que se repuso ante la última advertencia
que le hiciera el Patrón:

— ¡Cuidado con estregarme malas cuentas!

Y esta amonestación de Justo Rufino pudo más en el


Dr. Vargas que su miedo a las balas.

Ese mismo día comenzó la artillería de Barrios a bom-


bardear los reductos de Chalchuapa. Los cañones salva-
doreños eran inferiores y contestaron sin hacer mucho da-
ño. A las tres de la tarde el coronel Broumandet partici-
pó que había silenciado la artillería de Chalchuapa. Jus-
to Rufino le ordenó:

— Suspenda usted el cañoneo, no hay que gastar par-


que contra los que no se defienden: mañana a las once al-
morzaremos en Chalchuapa.

Su arrogancia le perdió. Si el cañoneo sigue, no se


reponen fácilmente los salvadoreños y la resistencia hubie-
ra sido menos tenaz.

Amaneció el 2 de abril de 1885. Justo Rufino sabe


que ese día decidirá la batalla. Desde las cinco de la ma-
drugada está a caballo, recorriendo las líneas y animando
a sus soldados. A las 8 a.m. regresó a su campamento.
Todo lo había dispuesto para comenzar el ataque definiti-
vo a las 9 a.m. Estaba contento; bromeaba; se echó en una
hamaca y conversaba con su yerno Urbano Sánchez. Unos
disparos a lo lejos interrumpieron su reposo. Salió al pa-
tio. Allí se encontraban sus oficiales. Meza se puso en
pie para cederle la dura piedra que le servía de asiento;
pero Justo Rufino, tomándole por el brazo, le obligó a sen-
tarse de nuevo, y él se acomodó a su lado, en el otro ex-
tremo de la roca, "colocando su mano izquierdo sobre mi
rodilla", dice Meza evocando un recuerdo sentimental.

— 475 —
En esta posición se hallaban cuando les llamó la aten-
ción las rechiflas y burlas que hacían los soldados de la
Guardia de Justo Rufino. Motivaba esta mofa el desaira-
do papel que representaba un oficial que ascendía la cues-
ta al galope, caballero en una muía y con la silla a punto
de escurrirse por las ancas de la bestia. Mal síntoma, tal
escarnio de soldados para un oficial y frente al enemigo.
Aquel ejército no estaba tan bien domesticado como la po-
blación civil de Guatemala. El oficial se cuadró ante Jus-
to Rufino, y concedida la venia, dijo:


Señor, me
manda a comunicarle el coronel Jirón que
los jalapas no quieren pelear, y le pide órdenes para fusi-
lar a dos o tres de los insubordinados para hacerlos entrar
en acción.

Como tocado por el rayo saltó Justo Rufino y excla-


mó:

— ¡Sólo esto me faltaba...! ¡qué trabajos habrá habi-


do...? esto es grave, sólo yo lo arreglo... Tráiganme mi
yegua!

El oficial iba a agregar algo más, pero el Patrón en


el colmo de la furia lo detuvo con un grito:

— ¡Silencio!

Otra vez una resolución pronta, disparatada, hija de


su emotividad; otra vez la soberbia que no admite conse-
jos, ni siquiera tolera oírlos. Ni faltó la voz que se plie-
ga a su voluntad nunca contradicha. El Gral. Pérez asin-
tió:

— Sí, señor, eso es grave; sólo usted lo arregla.

Justo Rufino baja precipitadamente la cuesta en su


yegua inglesa blanca y ágil; muchos le siguen. Son las 9
de la mañana. Va pensando que es la hora de emprender
el ataque y que en ese preciso momento se le revela una
parte de su ejército; lo más valiente; al que ayer venció
al enemigo. ¿Qué problemas habrá habido? No piensa en
él, en sus obras, en su conducta, en que aquella guerra es
impopular, y se hace sólo por él y para él, que acabado él
todo aquel unionismo artificial se 'derrumbará. El hom-
bre cegado por la soberbia no puede ver esto; atribuye a
obra de sus enemigos la suya propia; ha socavado el edifi-

— 476 —
;

ció social de su patria, la única disciplina de su ejército es


él y sus caprichos; por eso los soldados se mofan de los ofi-
ciales y el general en jefe ni los reprende siquiera; nada
extraño que otros se negaran a dar su vida por una causa
que nadie les ha enseñado a amar.

Justo Rufino llegó pronto al lugar donde estaba el Ba-


vallón Jalapa. Los oficiales discutían en coro. El Gene-
ral les preguntó por qué se negaban a pelear. Contesta-
ron que estaban listos a entrar en acción y que obedecerían
a Justo Rufino; que su desagrado era con el Coronel Jirón
quien los trataba muy mal, que con otro marcharían a la
batalla.

—No es necesario otro jefe —


contestó Justo Rufino —
yo seré ese jefe, me pongo al frente de ustedes para pe-
lear, conmigo irán a la batalla y triunfaremos como en el
Coco.

— ¡Viva el Presidente...! ¡Viva el Jefe Supremo...!


—clamó Batallón Jalapa.
el

Y sin más, Rufino envió un guía por delante, y él a


ia cabeza de los jalapas emprendió camino hacia la línea
de fuego, donde ya se oía el crepitar de los fusiles y el re-
tumbo de los cañones.

En este momento su fiel amigo Téllez, único que se


atrevía a tutearlo y a insinuarle consejos, puso su caballo
a par de la yegua de Rufino y le dijo confidencial.


Rufino, encárgame a mí el Batallón, nómbrame je-
fe,conmigo entrarán gustosos, tú no debes abandonar tu
puesto y exponerte....

Justo Rufino rechazó aquel consejo sensato. Nunca


aprendió a someterse a opinión ajena, ni siquiera a consi-
derarla, a menos que estuviese de acuerdo con la suya.
Con verdadera terquedad persistió en exponerse sin nece-
sidad, descendiendo de general en jefe a capitán de com-
pañía, obediente sólo al primer ímpetu de su voluntad sin
freno, aunque al arriesgar su propia vida comprometiera
el resultado de la ^batalla, el éxito de la campaña en gene-
ral y hasta el porvenir de la causa que él proclamaba amar
sobre todas las cosas. Su capricho le encumbró a lo que
era, su capricho le abatiría ahora hasta la nada.

— 477 —
Se detuvo en un lugar llamado "Río del Molino'' don-
oe guardián le dio algunos informes; salió manos a bo-
el
ca delante de las primeras casas de Chalchuapa. Las trin-
cheras se veían de frente y a los costados. Diríase que
había caído en una emboscada si el enemigo no siguiera
inmóvil en sus reductos. Justo Rufino ordenó el ataque;
y mientras los valientes jalapeños, desplegados en guerri-
lla, acometían de frente, él fue a situarse hacia la izquier-
da en una eminencia donde había grandes peñas, árboles
de mango y un mísero rancho. Desde allí dominaba las
trincheras enemigas y Casa Blanca, el centro del asalto;
pero a él también lo veían desde la línea salvadoreña, y
destacado sobre su yegua blanca podía ser el blanco de
los tiradores enemigos. En el pequeño altosano donde se
había situado silbaba ya el balerío y tronaba el espacio con
el fragor de la batalla. El instinto de conservación des-
pertó en Justo Rufino, y para esquivar mejor el cuerpo, se
inclinó sobre el cuello de su cabalgadura.

De pronto y su cuerpo rueda lenta-


suelta las riendas
mente que la yegua se mueva del lugar. Su
al suelo sin
asistente José Ángel Jalón lo nota y advierte a sus com-
pañeros:

—El Patrón se ha caído....!

Poco después corre por todo el ejército la fatal noti-


cia. Por dondequiera se oye:

— ¿Para qué seguir peleando si el Patrón ha muerto?

Los generales suspenden el fuego y emprenden reti-


rada

Al día siguiente la Asamblea Legislativa deroga el de-


creto del 28 de febrero de 1885.

Con la muerte de Justo Rufino Barrios se acaba todo.


La causa de la unión era su causa personal, el producto de
una voluntad de hierro impuesta a todo su pueblo; la fes-
tinación de un
carácter excesivamente presuntuoso. Todo
aquel entusiasmo que él alegaba, y en el cual él mismo lle-
gó a creer por autosugestión; aquel anhelo de Centro Amé-
rica entera, sólo existía en su imaginación contaminada a
]os otros, como cualquiera de sus antojos, con la violencia
de su látigo, la "única constitución" con la cual él gober-
nó siempre.

— 478 —
Su cadáver fue trasladado a Guatemala. Se le hizo
un suntuoso entierro, y la mejor oración fúnebre que se
le dedicó fueron estas palabras del Diario Intimo de Enri-
que Guzmán, el único liberal a quien no pudo domar*

"Abril 6. Entierro de Barrios a las 4:30 p.m. Mu-


cho esplendor; pero ni una sola lágrima: las había él ago-
tado todas durante su vida*'.

APÉNDICE A
EXPOSICIÓN DIRIGIDA AL SR. GENERAL DON
MANUEL L. SARILLAS, ENCARGADO DE LA
PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA.
Señor General Presidente:

Cuando en nombre de la ley hubisteis ocupado la Pre-


sidencia de la República, formulasteis el programa a que
debía subordinarse vuestra Administración. A pesar de
las azarosas circunstancias que os rodeaban, comprendis-
teis que los sanos principios de la revolución debían so-
brevivir a los hombres que los proclamaron, y traducirse
por fin en hechos; y renegasteis de los escandalosos abu-
so? consumados en nombre de la Libertad y que han hun-
dido a nuestra patria en un abismo de crímenes, de ver-
güenza y de dolores.

Habéis respetado nuestras garantías, y quizá sólo cir-


cunstancias muy especiales, os han impedido aún proceder
contra aquellos individuos que la nación ha juzgado y con-
denado ya.

Entonces la sociedad entera reconoció en Vos al Go-


bernante honrado, y comentando vuestros generosos pro-
pósitos, ha alimentado las más lisonjeras esperanzas. Cree
firmemente que vuestro Gobierno será de libertad, de jus-
ticia y de progreso; y que ha desaparecido para siempre
aquel sistema que consagraba la centralización de los po-
deres en una sola persona, la dilapidación de las rentas pú-
blicas, la impunidad de los criminales que sabían vocife-
rar Libertad y Reforma, las gratuitas vejaciones al hom-
bre digno en cuya frente se creía adivinar la intransigen-
cia con los desmanes del Poder, las recompensas oficiales
a infames delatores, el espionaje asalariado, los estudiados
toimentos inquisitoriales, los violentos despojos de la pro-
piedad, y la intolerancia más abusiva bajo el nombre de
libertad de conciencia.

— 479 —
Cree y espera que eso que se llama política exterior
no será ya, en lo sucesivo, el tradicional sistema de odio-
sas intervenciones en la Repúblicas vecinas; intervencio-
nes que cuestan al país el dinero que ya no tiene y los
hombres que necesitan de su naciente agricultura; inter-
venciones que tan sólo son eficaces para recrudecer mal
extinguidos rencores y que, cualquiera que sea el pretexto
con que se emprenden, implican siempre una coalisión ar-
mada de jefes audaces y codiciosos, a fin de eternizarse en
el poder y de explotar por largo tiempo y con más segura
impunidad a los pueblos indefensos.

Cree y espera que ya no se publicarán leyes para que


no se cumplan ni se adulará a la Nación con halagadoras
promesas, sólo para obtener de ella nuevos sacrificios, los
chales serían el triunfo de candidaturas desprestigiadas, o
la aprobación de ruinosas contratas; medios harto enveje-
cidos de cimentar la tiranía y de explotar el Tesoro Na-
cional con pretextos de pública utilidad.

Desde vuestro elevado puesto habéis reconocido que


el hombre ya en sus creencias religiosas, ya en todos los
actos propios e inherentes a su personalidad, es inviolable,
y que sus garantías no son un favor de los Gobiernos, si-
no que, por el contrario, éstos se han creado precisamen-
te para salvaguardia de tan sagrados derechos, cuya vio-
lación nunca puede cohonestarse con la realización de los
más espléndidos progresos materiales.

Queréis verdadera Representación Nacional y que el


libre sufragio sea un hecho de los pueblos, porque conce-
bís la necesidad y conveniencia de fundar vuestro poder
en la opinión pública, y queréis identificar vuestros pro-
pios y personales intereses con los intereses de la patria y
jamás subordinar éstos a aquellos.

He ahí, Señor General Presidente, vuestro programa


administrativo: vuestras palabras nos lo anunciaron, los
hechos tienden a confirmarlo; la honradez que os distin-
gue y la entereza de vuestro carácter nos garantizan su es-
tabilidad.

Acaso un celo exagerado nos ha infundido más de una


vez serias alarmas, pensando en que consideraciones per-
sonales, muy laudables en el amigo, pero muy ajenas al
hombre de Estado, os retrajesen de llevar enérgica integri-
dad nos ha calmado, y confiamos en que, bajo vuestra ad-

— 480 —
ministración, no habrá un solo ciudadano que aspire a re-
producir las dolorosas escenas del pasado.

Por eso la sociedad, que tiene la conciencia de sus de-


rechos y de sus deberes, os proclama su digno Jefe: por
eso ha aplaudido con entusiasmo el decreto por el cual la
Asamblea Legislativa, de una manera espontánea, hizo con-
vocar la Constituyente para que decretara alguna reforma
a nuestra Carta Fundamental; y entre ellas la de habilita-
ros para que pudiese figurar entre los candidatos a la Pre-
sidencia Constitucional de la República.

Por eso los infrascritos nos hemos comprometido so-


lemnemente a trabajar de una manera leal y desinteresa-
da, con Vos o con el ciudadano a quien la Nación llame
libremente a regir sus destinos, para convertir en hechos
esos principios, para encarrilar la administración pública
en el régimen de la legalidad, y proscribir todo sistema
personal; de tal manera, que sea la ley y sólo la ley la que
impere, y se abra para Guatemala, desde hoy, una nueva
era de paz, de libertad, de justicia y progreso.

Señor General Presidente.

Guatemala, junio 29 de 1885.

Licenciado Manuel Ramírez (1), Licenciado Javier As-


turias, Licenciado Antonio Valenzuela, Licenciado Salva-
dor Falla, Licenciado Manuel Zeceña, Lie. Juan Rodríguez,
Ignacio Solís, Ingeniero Eduardo Rubio Pilona, Licencia-
do Constantino Ortíz, Carlos Asturias, Manuel Gorris, Li-
cenciado Luis Arrivillaga, Manuel Luna, Ingeniero J. Arzú
Batres, Rigoberto Cabezas (2), Lie. Miguel Alvarez, Felipe
Arriaza, J. Nazario Rivera, Domingo Flores, Licenciado Jo-
sé María Eseamilla padre, Nazario Flores, Diego B. Náje-
ra, Saturnino Salazar, David Castillo, Manuel Vásquez,
José María M. Betancourt, Manuel C. Menéndez, Licencia-
do Rejinaldo Alvarado, R. Castillo, Gerardo Volio, Licen-
ciado G. Adolfo Azmitia, Licenciado Rafael González Mo-
ra, Lie.Juan Moreno, Licenciado Rafael Cruz Meany, Ma-
nuel Hernández. Rafael Sánchez, José María González, Leo-
poldo Bolaños, Francisco Gavarrete, Ramón Díaz Duran,

(1) Manuel Ramírez. Era diputado y Vicepresidente de la Asam-


blea Nacional Legislativa fixmó el decreto unionista.

(2) Rigoberto Cabezas. Liberal nicaragüense, periodista, rein-


corporador de la Mosquina a Nicaragua.

— 481 —

.
Luis Arrechea, José Azmitia, Santiago Azmitia V., Maria-
no Estrada, Licenciado Manuel J. Alvarado, Félix Girón,
Crisanto Valenzuela, Licenciado Francisco Medina, Doctor
Gustavo E. Guzmán, Lie. Joaquín Macal (3), Licenciado
José María Escobar, Lie. Domingo J. Quevedo, Manuel de
Bengoechea, Licenciado Felipe Enriquez, Dr. Samuel Gon-
zález, José Julio Beteta Ramírez, Ingeniero José Irunga-
ray, Licenciado Damián Ortíz, Manuel R. Molina, Alejan-
dro M. Sinibaldi (4), Rafael Gallardo, Jorge Zepeda, Car-
los Valle, Doctor Jorge Arrióla, Pastor Guerrero, Lie. J.
Ramón Solís, Macario Aragón, J. Buezo, J. Valentín Ro-
das, P. Ramón Cáceres, Silvio Mayorga, Exequiel Moreno,
José Esteban Sánchez (5), Doctor David Luna, Antonio Ló-
pez, Ignacio Castro, Daniel Orellano, P. E. Obando, Lean-
dro Rojas, Doctor Pedro Molina Flores, Licenciado Fran-
cisco Porras (6), Eduardo López, Notario Manuel F. Ariza,
J. D. Ariza, Luis Ramírez, Miguel Tomé, Ramón Guzmán,
Ramón López, Domingo Alvarez, Agustín Meneos (7), Juan
J. Marquina, Manuel Moya, Salvador Herrera, Licenciado
N. Larrave, Francisco Samayoa, José Martínez, Viviano
Gordillo, Mariano Noriega, Doctor Felipe Barraza, J. M.
Cuirola, Rafael Contreras Centeno, Lie. Federico Salazar,
Licenciado Dámaso García, Carlos Rodríguez, Miguel Mo-
lina, Antonio Herrera P., Doctor Juan J. Ortega, Andrés
Díimas, Rafael Spínola, C. A. Alegría h., Juan Estrada R.,
-Francisco Monterroso, Licenciado Vicente Carrillo, Manuel
J. Beteta Castellanos, Licenciado Manuel Rodríguez, Juan
de Jesús Ortíz, Doctor Domingo Rodríguez Castillejo. Li-
cenciado Juan Francisco Saravia, Miguel Prado, Notario
Juan Miguel Rubio, Licenciado Marcial García Salas José
María Villalobos, José María Monterroso, Salvador Urrue-
la, Eugenio Silva, Javier Lara, Licenciado Manuel Anto-

(3) Joaquín Macal. Fue Ministro de Barrios en 1876 y en


1877.

(4) Alejandro M. Simbaldi. Primer designado a la Presiden-


cia en 1885. Tomó posesión después de la muerte de Ba-
rrios.

(5) José Esteban Sánchez, hijo de Manuel Eliseo Sánchez. Fue


de los revolucionarios de 1871, colabora en la fundación de
el "Diario de Centro América".

(6) Francisco Porras. Diputado: firmó el decreto unionista.

(7) Agustín Meneos. El notable escritor guatemalteco que con-


denó con pluma candente los abusos de Morazán y los des-
potismos de Barrios.

— 482 —
nio Herrera (8), Carlos F. Guzmán, Carlos F. Irigoyen,
Doctor Salvador Chevez (9), Lie. Manuel Estrada Cerezo,
Bernardo Rivera Cabezas, Lie. Antonio Colón h., Juan J.
Matheu, Julián Paz, José Pinetta, Jorge Pinetta, Luis Va-
lenzuela, Roberto García, Lie. Ángel Zúñiga, Pedro Arena-
les, Alberto Meneos, Lie. Pedro Rubio P., Miguel Gonzá-
lez V., Alejandro Ramírez, Carlos Taracena, Salvador Mi-
lera, V. Flores, Manuel Barillas, Doctor Manuel Monge, Mi-
guel Mendoza, Lie. Emilio Gálvez, Dr. Isaac Sierra, Anto-
nio Rouselin h., J. R. de la Cruz, León Yela, Enrique Gar-
dos, Gabriel Silva, Jesús Guevara, M. Spínola, Lie. Rafael
Ariza, Gregorio V. Yela, Carlos Ramírez, Notario Miguel
Solares, Vicente Casado, Andrés Solórzano, José Sama-
yoa, F. T. Tejada, Antonio Arrivillaga B., Miguel Montal-
ván, Salvador Bolaños, José González Pilona, León Bola-
ños.

NOMINA DE LOS BIENES PERTENECIENTES


AL GRAL. JUSTO RUFINO BARRIOS
AL TIEMPO DE SU DEFUNCIÓN.
(De un impreso de la época).

URBANAS

Según Actual-
matrícula mente.
(1-2)Casas de altos en la esquina del
Mercado en donde está el Hotel Uni-
versal 80,000 80,000
3-4 Casas de dos pisos 6^ A.S. N<? 41 18,000 18,000
5 Casas en la 13^ C.P. N<? 3 1,000 1.000
6 " " " 11 C.N. N9 15 9,000 9000
7 " " " 7 C.O. N<? 15 8,500 8,500
8 Una en el camino del Guarda Viejo 6,000 6,000
9 Otra en el Barrio de la Libertad 2,000 2,000
10-11 Dos en la antigua casa de la Ne-
vería del Carmen 23,300 23,300
12 Una casa en Quezaltenango 10,00 10,000

(8) Manuel Antonio Herrera. Hay un Manuel Herrera que fi-


gura en el gabinete de Barrios en 1877; pero no sabremos
decir si son una misma persona.

(9) Salvador Chévez. Diputado al Congreso Constituyente de


1879.

— 483 —
RUSTICAS
13 La Finca la Majada Jurisdicción de
Mixco 8,050 16,100
14 " " "Los Tarros"
jurisdicción
de Cotzumalguapa (Escuintla) 23,000 46,000
15 " " llamada "Rodeo" del In-
cienso (Guat.). 4,000 8,000
16 " " "Paso Antonio'' en Es-
cuintla 8,000 16,000
17 " " "El Barón" 8,000 16,000
18 " "Primavera" en S. Cristó-
*

bal (Cobán) 25,000 50,000


19 " Punián en Escuintla
" 14,000 28,000
20 " " El Porvenir en S. Pablo
de S. Marcos 200,000 800,000
21 " " "Cerrol" el Rodeo en San
Marcos 15,000 30,000
22 " " llamada Pacajá en Quezal-
tenango 10,000 20,000

Nota: esto es según la matrícula para el 3 por millar,


pero las fincas rústicas como nuevas y en formación en-
tonces, han aumentado el doble: y más valen conforme la
segunda columna.

SIGUEN LOS INMUEBLES NO MATRICULADOS


PARA EL 3 POR MILLAR CON VALORES
APROXIMADOS.
23 La finca el Malacate en S. Marcos $ 60,000
''
24 " "Los Cerritos" de Nowas 10,000
"
25 " "Chuvá" en Quezaltenango 4,000
"
26 " "El Sauce'' en Izabál 4,000
"
27 " "Un lote" de los 5 de la Colonia
Belga Sto. Tomás de Izabál 10,000
28 Un terreno comprado a Encarnación Ma-
zariegos en Escuintla 1,000
29 Un lote baldío junto hacienda los "Ta-
rros" en Escuintla 800
30 La finca "Monte Blanco" comprado a fa-
milia Beteta que cedió gratis al Gral.
Cruz 4,000
31 Las Salinas de Magdalena en el Quiche,
con instrumentos de maquinaria 25,000
32 Las Salinas de Santa Eulalia en Huehue-
tenango, como la anterior 30,000

— 484 —
33 Una casa en Quezaltenango calle San
Nicolás 4,000
34 Fincas en sociedad con don Felipe Már-
quez en las islas "El Mico" y Quirigua
en Izabal 30,000
35 Finca en sociedad con don Ramón Murga
"El Ingenio'' de Arrivillaga (Amatitlán) 100,000
36 EE. UU. Una casa en Nueva York 300,000

MOBILIARIO
37 En alhajas y muebles 300 000
;

38 En cinco mil fanegas de maíz en S. Ra-


fael de Mixco 20,000

DERECHOS Y ACCIONES
39 Participaciones sociales en 8000 vales do-
tados, en que es su agente don Felipe
Márquez $ 400,000
40 Producto de 60.000qq. de café que expor-
tó este año a $ 10 liquidado 600,000
41 Producto de beneficio y venta de ganado
en este año, de sus haciendas 100,000
42 Producto de panela y otros artículos de
sus fincas 50,000
43 Id. de sal de sus salinas 10,000
44 Por $ 500 diarios que indebidamente le
pagó la Administración de Licores en es-
te año 45,000
45 Por $ 200 diarios que le pasaba la paga-
duría militar y cien el Cuerpo de Arti-
en este año
llería 27,000
46 Por acciones en el Banco de Occidente 30,000
47 " " Ferrocarril de Champerico con-
cedidas gratis por no indemnizar propie-
dades particulares y dar todo el apoyo
debido 110,000
48 Por acciones en el Ferrocarril del Sur,
como el anterior 56,000
49 Por acciones en el Ferrocarril Urbano,
como el Precedente 12,500
50 Por utilidades en las empresas de vales;
ferrocarriles, Bancos, etc., en este año 100,000
51 Por gastos extraordinarios de representa-
ciones de mas o indebidamente que se hi-
zo entregar este año 25,000

— 485 —
52 Por el producto de una excelente caba-
llería que tenía y que se realizó poco ha...
53 Por el producto de un almacén de mag-
níficos licores y comestibles en su casa,
que se realizó poco ha...
54 Por tributo feudal que le mandó en el
primer trimestre de este año el Presiden-
te Zaldívar 45,000
55 Por acciones en la C. de Agencias de San
José y Champerico, además los $ 25.000
anuales que le pasaban...
56 Por utilidades en la|s contratas con el
Gobierno, por medio de su agente Már-
quez en este año...
57 Sus sueldos entiéndese que servían para
gastos de Casa...
58 Por participación en sociedad en el Alma-
cén de Licores y Conservas de don Anto-
nio Melgarejo, sin pagar impuestos adua-
neros de importación. En el presente
año 25,000
59 Por acciones en el Hipódromo...

MINUTA
DE LOS NEGOCIOS, O RENTAS CON QUE FORMO SU
HABER Y SUS MILLONES EL GENERAL JUSTO RUFINO
BARRIOS QUE TIENE EN LOS BANCOS EXTRANJEROS,
PONIENDO LOS VALORES POR CÁLCULOS
APROXIMATIVOS.
1 La renta diaria de la Admon. Gral. de
Licores de $ 500 desde julio de 1873
aproximadamente $ 2.400,000
2 La misma desde julio de 1871 a la fe-
cha que precede, de la Admon. Central
de Occidente 50,000
3 Las diferentes cantidades mandadas traer
por sus ayudantes: l 9 a la dicha Admon.
Central y departamentales de Occidente:
2 9 a la Tesorería Gral. de Rentas Comu-
nes; y 3 9 a la Admon. Gral. de Licores de
]a Rpca. aproximadamente 4.000,000
4 Los $ 50.000 con que lo agració la A.
Constituyente 50,000
5 Sus sueldos de Teniente General l 9 y
después de Presidente con gastos de Re-

— 486 —
presentación del Ejecutivo 240 000
6 Sus exportaciones de café por 10 años
hasta el año de 1884 4.000,000
7 Sus beneficios de ganado sin pagar im-
puesto por 10 años 1.000,000
8 Su venta de panela y otros productos de
fincas por 14 años 800,000
9 Desde 1873 los $ 25.000 anuales que le
pasaba la C. Agencias de San José y
Champerico 300,000
10 Los $ 300 diarios desde 1871 que le saca-
ban extraordinariamente del presupuesto
militar 424,000
11 El tributo feudal que le pasó por 9 años
el Presidente Zaldívar, sin contar con los
meses de 1885 a $ 200,000 anualmente 1.800,000
12 El que le pasó Soto de Honduras en ta-
baco, ganado, sin pagar exportación por
$ 60.000 anuales y luego Bográn en di-
nero, en 9 años $ 540,000
13 Los dividendos sobre el ferrocarril del
Sur 30,000
14 Los dividendos sobre el ferrocarril de
Champerico 60,000
15 Los dividendos sobre el ferrocarril Ur-
bano 10,000
16 Las cantidades que se percibió del gran
capital de la Carretera al Norte, y por
medio de Contratas con sus socios y agen-
tes 200,000
17 Grandes cantidades que se hizo llegar del
Banco Nacional, de los bienes de Desamor-
tización 500,000
18 De los bienes de Redención de Censos 200,000
19 Por valores de baldíos y redenciones que
directamente le entregaban los interesa-
dos 300,000
20 Por cuotas negativas por no ponerles es-
tancos de chicha y aguardientes a algu-
nos pueblos indígenas 100,000
21 Por cuotas de excusas de ir algunos pue-
blos a trabajar a los ferrocarriles en que
lo mismo lucraban algunos Jefes Polí-
ticos 100,000
22 Productos de sus salinas en Sta. Eula-
lia, Depto. de Huehuetenango, producién-
dole líquido $ 20 diarios a él y también

— 487 —
a los agentes 100,000
23 Producto de las salinas de Magdalena en
el Quiche 20,000
24 Participación en sociedad con don Anto-
nio Melgarejo, en su almacén de licores
y conservas sin pagar derechos adua-
neros 100,000
25 Participación en varios negocias con D.
Felipe Márquez 100,000
26 Participación en destilación del Ingenio y
otros negocios con D. Ramón Murga 100,000
27 Participación en vales del Banco Na-
cional 500,000
28 Lo mismo en vales del Tesoro 200,000
29 En conmutas que le quedaban por indulto
de reos y a veces por suscripciones a los
pueblos 100,000
30 Participación en negocios con don Flo-
rentín Souza, de artículos de exportación
e importación, por Champerico 30,000
31 Participación en negocios con personas de
Retalhuleu y Quezaltenango 50,000
32 Por suscripciones de dinero mandadas le-
vantar a varias poblaciones de la República 100.000
33 Participación en negocios de exportación
e importación con comerciantes de Gua-
temala 100,000
34 Por ahorros en los pagos de administra-
dores, mayordomos y caporales de sus fin-
cas y negocios, que salían en el presu-
puesto militar 1.000,000
35 Por ahorros en los mozos de los mismos
puntes, con motivo de cumplir allí sus tra-
bajos de camino de ley, abonándoles úni-
camente medio real diario con menosca-
bo de la Hacienda Pública 1.000,000
36 Por exoneraciones en los pagos que debía
hacer en sus maquinarias de fincas, su-
yas y de sus socios Dhos 100,000
37 Ganancias en sociedad de distracción a
las peleas de gallos 300,000
38 Ganancias en sociedad en otros juegos de
recreo, V. G. con los Presidentes de El
Salvador González y Zaldívar en asocia-
ción de Dueñas en sus entrevistas y otros
muchos en Guatemala, de enormes canti-
dades lo propio que a los Presidentes Me-

— 488 —
dina, Soto y Bográn de Honduras 400,000
39 Ganancias como las anteriores de diver-
sión a las carreras de caballo 100,000
40 El año de 1884 vendió una casa en la ca-
lle principal y donde está construyéndose
la casa del Banco Internacional a Dña.
Sara de Zaldívar 31,000
41 Otra frente a la Comandancia de Armas
a don Mariano Barrios 9,000
42 Por gastos de representación tomados de-
más de los que expresa el presupuesto,
en doce años 400,000
43 En participación de ciertos negocios lucra-
tivos con el Jefe Político Cajas y suceso-
res de Huehuetenango. El Jefe Político
Socorro de León de Suchitepequez; y el
Jefe Político Monterroso de Retalhuleu 200,000
44 Por los obsequios, ovaciones y besamanos
desde julio de 1871 1.500,000
45 Tiene también algunos créditos activos...
46 Y también algunos créditos pasivos.
47 Los Potreros del "Suchate" por la Barra
de Ocós en el departamento de San Mar-
cos, comprados por el Señor General Ba-
rrios, hace algún tiempo...
48 Por utilidades en las operaciones con los
fondos del Ferrocarril del Norte en el In-
terior y Exterior...

Por no hacer tan prolija esta primera parte no se


dan los debidos detalles, y porque además, los Directores
deben saber o suponer en qué cuentas, archivos o lugares
se encuentran, pero llegado el caso sin inconveniente se
suministrarán.

Consignamos: que el móvil especial de haber forma-


do este trabajo, es que se apunta un medio de mejorar las
rentas, con las mismas leyes benéficas de Hacienda que nos
legó el mismo General Barrios.
Guatemala, agosto 3 de 1885.
UNOS NACIONALISTAS.
Nota:

Suman las anteriores cantidades un total de


$ 27.420,200 veintisiete millones, cuatrocientos veinte mil
doscientos dólares.

— 489 —
ORDEN CRONOLÓGICO DE LOS
PRINCIPALES SUCESOS.
1835. — 19 de julio. Nacimiento de Justo Rufino Barrios.
1359. —Barrios recibe el grado de Bachiller en Filosofía.
1862. —Barrios recibe el título de Notario Público.
1862-66. — Barrios ejerce el notariado en San Marcos.
1867. —Aventura de Barrios con la hija del Corregidor
Zelaya.
—3 de agosto. Primer intento revolucionario de Ba-
rrios.
1868. —Pequeñas invasiones de Barrios cerca de fronte- la
ra de México.
—Destrucción e incendio de El Malacate, finca de Ba-
rrios.
—Peregrinación de Barrios por sur de México. el
1869. — Mayo. Cruz y Barrios invaden Guatemala.
—6 de diciembre. Cruz y Barrios son derrotados en
Huehuetenango. Barrios resulta herido en una
pierna.
1870. — Enero. Barrios
—23 de enero. fugitivo a San Lorenzo.
llega
Derrota y muerte de Cruz en Pa-
lencia.
— 18 de febrero. Sale destierro don Miguel Gar-
al
Granados.
cía
—Prisión de Barrios en Chiapas y Tuxtla.
—García Granados consigue armas.
1871. — 28 de marzo. Barrios invade Guatemala.
— 8 de mayo. García Granados lanza su primera pro-
clama.
—10 de mayo. García Granados y Barrios ocupan
— 15 San Marcos.
de mayo. Combate de Retalhuleu. Los revo-
pegan fuego a
—29 lucionarios
de mayo. Triunfan
ciudad. la
revolucionarios en La-
los

— yguna
1
Seca.
2 de Los revolucionarios ocupan
junio. pacífi-
camente Antigua Guatemala.
la
—3 de Acta de
junio. Los facciosos se dan
Patzicía.
el título de "Falange Libertadora". El Presiden-
te Cerna sepone al frente del ejército.
—6 de junio. Los revolucionarios ocupan pacíficamen-
te Quezaltenango.
—23 de junio. Derrota de Cerna en Coxón o Tierra
Blanca.
—29 de junio. Cerna es derrotado otra vez en San
Lucas.

— 490 —
—30 de junio. Los revolucionarios entran victoriosos y
sin resistencia a Fin de
la capital. revolución.
la
—24 de Barrios sale a Quezaltenango a tomar
julio.
posesión de la Comandancia General de las Armas
de la zona de Occidente.
— 13 de agosto. Justo Rufino expulsa a los Jesuitas de
Quezaltenango.
— 28 de agosto. Los sublevados de Oriente intentan apo-
derarse de Santa Rosa.
— 4 de septiembre. Los Jesuitas salen de la capital
expulsados de la República.
—24 de septiembre. Termina la revolución de Oriente
con las derrotas de Santa Rosa y Cerro Gordo.
— 17 y 20 de octubre. Expulsión del Arzobispo Pinol
y Aycinena y del Obispo Ortiz Urruela.
— 11 de diciembre. Se convoca una Asamblea Nacional
Constituyente.

1872. 24 de enero. Los gobiernos de Guatemala y El Sal-
vador hacen alianza para combatir al Gral. José Ma-
ría Medina, presidente de Honduras.
— 10 de marzo. Se instala la Asamblea Nacional Cons-
tituyente. Barrios es uno de los diputados.
— 8 de mayo. Barrios se encarga interinamente de la
presidencia de la República por primera vez. Guate-
mala declara la guerra a Honduras.
— 7 de junio. Decreto de extinción de todas las órde-
nes religiosas y confiscación de sus propiedades.
— mayo-junio. Institución del castigo de la flagela-
ción con vergajos de toro y ramas de membrillo co-
mo recurso político.
— 10 de junio. García Granados reasume el Poder Eje-
cutivo.
—28 de diciembre. García Granados renuncia ante la
Asamblea Nacional Constituyente. Esta no acepta
la renuncia.
—De enero. García Granados deposita por segunda vez
1873.
presidencia en Barrios.
la
—Febrero. Misión de Mérida a Centro América.
— 12 de marzo. Se decreta desafuero del
el clero.
— 15 de marzo. Se decreta libertad de conciencia.
la
—28 de marzo. García Granados reasume presiden- la
cia.
—29 de marzo. Convoca a elecciones.
de junio. Justo Rufino Barrios toma posesión en
propiedad de la presidencia de la República de Gua-
temala.

— 491 —
I

— 13 de junio. Los expedicionarios del "General Sher-


man" toman Trujillo.
—2 de Extrañamiento del Gobernador del Ar-
julio.
zobispado Pbro. Francisco Espinosa.
—9 de agosto. El Gral. Gregorio Solares derrota a los
revolucionarios del "Sherman" en Chamelecón,
Honduras.
—27 de agosto. Se consolidan bienes de los la Iglesia,
llamados de manos muertas.
—12 de octubre. Se declaran válidos matrimonios los
entre extranjeros residentes.
— de noviembre. Primera entrevista de Chingo. Ba-
9
rrios y González deciden derrocar a Arias presiden-
te de Honduras.
1874. — 9 de febrero. Barrios nacionaliza los edificios y si-
tios de las monjas, beatas, hermandades, órdenes, etc.
— 24 de febrero. Barrios disuelve el Colegio Tridenti-
no, y prohibe el uso del traje talar a los sacerdotes.
— 3 de marzo. Exclaustración de las religiosas del
convento de Santa Catarina.
1874. —28 de Revolución de Mariano Aguilar.
junio.
—24 de Bodas de Barrios con Francisca Apa-
julio.
ricio.
— Atropello del cónsul británico Juan Magee.
Julio.
1875. — 19 de enero. La enseñanza se reduce a un sistema
general y uniforme; la de primaria se declara gra-
tuita, obligatoria
y civil.
—6 de Reconocimiento de
abril. independencia de
la
Cuba.
—Barrios clausura Pontificia Universidad de San
la
Carlos
—Misión a España del Dr. Lorenzo Montúfar y su se-
cretario Manuel Salieron de Guatema-
Eliseo Sánchez.
la en octubre y regresaron en agosto de 1876.
— 15 de septiembre. Circular a las repúblicas centro-
americanas en que se les invita a una dieta prepara-
toria de la unión que se reuniría en Guatemala.
— 21 de octubre. Se convoca una Asamblea Nacional
Constituyente.
— 16 de diciembre. Barrios lanza al Gral. José María
Medina con una revolución contra Ponciano Leiva,
presidente de Honduras.
1876. — 15 de febrero. Segundo convenio de Chingo (Barrios-
Valle). Convienen en colocar a Marco Aurelio Soto
en la presidencia de Honduras.
— 28 de febrero. Los representantes de las cinco re-

— 492 —
l

públicas firman en Guatemala el pacto preparatorio


de unión.
— 27 de marzo. El Congreso de Guatemala "acepta la
injusta guerra que de hecho le provoca El Salva-
dor".
— 8 de Proclama antiunionista de Barrios.
abril.
—25 de Cesa la guerra contra El Salvador. Se
abril.
firma el tratado de Chalchuapa. Valle deja la pre-
sidencia y González la Vicepresidencia y el mando
del ejército salvadoreño.
—8 de mayo. Barrios hace presidente de El Salvador
a Zaldívar. Tratado de Santa Ana (Barrios-Zaldívar).
—Junio. Barrios proporciona armas y dinero a Máxi-
mo Jerez para que invada a Nicaragua con una re-
volución.
—27 de agosto. Marco Aurelio Soto desembarca en
Amapala para hacerse cargo de la presidencia de
Honduras. El 13 de octubre toma posesión en Co-
mayagua.
— 11 de septiembre. Se reúne en Guatemala Asam- la
blea Nacional Constituyente.
—23 de octubre. La Asamblea recesa sin haber hecho
la constitución. Fija un período presidencial de cua-
tro años a Barrios.
1877. —Septiembre. Cruel represión de los indios.
—Octubre-noviembre. Conspiración de Kopeski. Fusi-
lación de 17 acusados en plaza de Guatemala.
la
1878. — 8 de septiembre. Muere en Guatemala Miguel Gar-
Granados.
cía
—Se convoca una Asamblea Nacional Constituyente.
1879. — 15 de marzo. Se instala Asamblea Nacional Cons-
la
tituyente.
— 17 de noviembre. Se instituye el matrimonio civil
obligatorio.
— 12 de diciembre. Se promulga Constitución. la
— 13 de diciembre. Convocatoria para elegir un pre-
sidente constitucional.
1880. — de marzo. Se inaugura
9 Asamblea Nacional Le-
la
gativa, y comienza a regir Constitución.
la
—5 de marzo. Renuncia Barrios a presidencia para la
que ha sido electo.
— 10 de marzo. La Asamblea pide a Barrios que conti-
núe en presidencia.
la
— 13 de marzo. Barrios en su renuncia, y
insiste la
Asamblea en que debe seguir en la presidencia.

— 493 —
— 14 de marzo. Barrios acepta y Asamblea declara la
popularmente y toma posesión.
electo,
1881. — Se organiza policía en
la la capital.
—28 de El matrimonio
abril. deberá celebrarse
civil
con prioridad a otro.
1882. —Junio. Viaje de Barrios a Estados Unidos para
los
arreglar límites con México.
los
— 12 de agosto. Entrega Barrios a México los territo-
de Chiapas y Soconusco.
rios
—Septiembre-noviembre. Viaja Barrios por Europa y
regresa a Guatemala.
—29 de diciembre. La A. N. L. sanciona entrega la
de los territorios.
1883. — 5 de enero. Barrios reasume presidencia.
la
—4 de Inauguración del
julio. de Champe-ferrocarril
ricoa Retalhuleu.
—La A. N. no admite renuncia de Barrios a
L. la la
presidencia.
1884. —23 de marzo. Se entrevistan en Mongoy Barrios,
Zaldívar Bográn.
— 13 de y Estalla bomba del Teatro, y se
abril. la inicia
el proceso.
— 4 de julio. Barrios deja en libertad a los procesados
por la bomba.
— 19 de julio. Barrios celebra su cumpleaños con la
llegada de la primera locomotora a la capital de Gua-
temala.
— Septiembre. Cruel represión de Occidente.
— Septiembre. Entrevista de Barrios. Zaldívar y Bo-
grán en Retalhuleu.
1885. — 28 de febrero. Decreto por el cual Barrios proclama
la unión centroamericana y asume el carácter de Su-
premo Jefe Militar de Centro América.
— 2 de abril. Batalla de Chalchuapa y muerte de Ba-
rrios.
—3 de abril. La A. N. L. deroga el decreto del 28 de
febrero.
—6 de abril. Entierro de Barrios.

El Patrón. Bibliografía.

Alvarado (Miguel T.) —


Fragmentos del boceto biográfico
del reformador de Guaemala. Apud "Diario de Cen-
tro América". Guatemala 30 de junio de 1931.

Azmitia (José). El 30 de junio como fiesta nacional. Apud


Miguel Ángel García Diccionario Histórico Encielo-

— 494 —
pédico de la República de El Salvador, tomo V. pg.
391.

Barrios (Justo Rufino). — Decretos, proclamas, correspon-


dencia, etc.

Barrios en bata. Artículo de "La República", México 17 de


octubre de 1884. Reproducido en "El Diario Nicara-
güense", Granada, Nic. 28 de marzo de 1886.
Batres (Luis). —
Juicios sobre el Gral. Barrios "Diario de
Costa Rica', Abril de 1886.
Id. Carta inédita a don Pedro Joaquín Chamorro. Archivo
del autor.

Bonilla (Policarpo) por Aro Sanso, México, 1936.

Boletines Oficiales del Gobierno de Guatemala, años 1867,


68, 69, 70 y 71.

Burgess (Paul). — A Biography. Phi-


Justo Rufino Barrios.
ladelphia 1926.
Cárdenas (Adán). — Correspondencia con Justo Rufino Ba-
Archivo de
rrios, inédita, familia Cárdenas.
la

Carranza (Jesús — Algunos datos o referencias para


E.) la
biografía del Benemérito Gral. Justo Rufino Barrios.

Segunda edición. Guatemala, 1930.


Cobos Batres (Manuel). — Carrera, Guatemala 1935.
Contreras (Alvaro). —
El Gral. Justo Rufino Barrios. San
Salvador, 1885, segunda ed.
Chamorro Z. (Pedro Joaquín). —
La acción diplomática en
la guerra unionista de 1885. Apud El Lie. Jerónimo
Pérez. Biografía.
Chamorro A. (Pedro Joaquín). — Correspondencia con Jus-
to Rufino Barrios en parte inédita. Archivo del au-
tor..

Desterrados ilustres. — Relación y documentos del destierro


del Excmo. Sr. Arzobispo de Guatemala. Apud Gar-
cía, Dic. t. V pág. 424.
Díaz (Víctor Manuel) Bronces patrios. — Barrios ante la
posteridad. Guatemala 1935.
Documentos y comentarios relativos a las cuestiones entre
Guatemala y El Salvalor. Folleto de 1876.

— 495 —
Documentos sobre el mismo asunto en García, Dic. T, I.
pgs. 424, Antecedentes de
artículo: la guerra entre
El Salvador y Guatemala, 1876.
Escobar (Esteban). —
Biografía del Gral. D. Pedro Joaquín
Chamorro. 1818-1890. Managua 1935.
Gallegos (Salvador) Memorias. —
Publicadas en "La Pren-
sa" de San Salvador, 1935.
Gámez —
(José Dolores). Apuntamientos para la biografía
de Máximo Jerez, 2^ edición, Managua 1893.
García (Miguel Ángel). — Diccionario Histórico Enciclopé-
dico de la República de El Salvador. Artículo: Ba-
rrios, Justo Rufino. T. V. y tomo I Art. antecedentes
de la guerra de 1876.
Grimaldi (Antonio).— Biografía del Dr. Céleo Arias. Te-
gucigalpa, 1931.

Guzmán (Enrique). — Diario Intimo, años 1876, 1877, 1878,


1879, 1880, 1881, 1882, 1883, 1884, 1885.

Id. Retrato a Pluma de Máximo Jerez, 1876. Ed. de Ma-


nagua de 1899.
Hernández de León (Federico). —
El libro de las efemérides,
3 tomos. Guatemala 1925-30. Passim.

Imparcial (El). —
La vida política del reformador en procla-
mas, manifiestos, decretos. Número del 19 de julio
de 1935.
Martínez (Ignacio). —
Una buena pintura. Rasgos biográfi-
cos de Barrios. Apud "Viaje Universal".
Memorias de Relaciones Exteriores de la República de Ni-
caragua, años de 1877 y 1879.
Meneos F. (Agustín). —
Diez Artículos sobre la revolución
de 1871. Apud García, Dic. pg. 395.
Mensajero de Centro América. (El) Cuestiones entre Guate-
mala y México Colección de artículos. Guatemala,
1895.
Meza (Rafael). Campaña Nacional de 1885. San Salvador,
1911.
Medina (Dr. Pedro) —
Pensamiento filosóf ico-políticos. Gua-
temala 15 de septiembre de 1877.
Montúfar (Lorenzo). —
Polémica con Barrundia.
Muñoz S. J. (Luis Javier). —
Notas históricas sobre la Com-
pañía de Jesús restablecida en Colombia y Centro
América 1842-1914. Año 1920.

— 496 —
Páginas tristes. — Se refiere el asesinato de la Municipali-
dad de Retalhuleu. Apud Dic. de García, t. V. pg. 519.
Pérez S. J. (Rafael). —
La Compañía de Jesús en Colombia
y Centro América Tercera y cuarta parte. Valladolid,
1898.
Revista del Archivo y Biblioteca Nacionales. Tegucigalpa,
Agosto de 1940, N<? 2
Revista del Departamento de Historia y Hemeroteca Nacio-
nal. San Salvador agosto de 1939.
Revolución (La) de 1871, sus promesas y el modo de cum-
plirlas, por un Republicano. Guatemala, 1894. Apud
Dic. de García, t. V., pg. 374.
Rodríguez Cerna (José). —
Nuestro Derecho Internacional.
Sinopsis de tratados y anotaciones históricas. 1821,
1837. Guatemala 1938.
Rubio (Casimiro D.) —
Biografía del Gral. Ju:to Rufino Ba-
rrios, reformador de Guatemala. Recopilación histó-
rica y documentada. Guatemala 1935.
Salazar (Ramón A.) —
Justo Rufino Barrios. Discurso pro-
nunciado el 2 de abril de 1892. Apud 'El Tiempo Vie-
jo. Recuerdos de mi juventud". Guatemala, 1896.
Salgado (Félix). —
Compendio de Historia de Honduras.
Sanabria M. (Víctor). —
Primera vacante de la diócesis de
San José, San José, 1935.
Sánchez (Manuel Elíseo). —
Memorándum referente a va-
rios pasajes de mi vida. Inédito.
Soto (Santos). — Exposición y documentos, sobre cómo se
hizo el proceso de la bomba. 1885-6. Apud García,
Dic. t. V., pg. 317 y siguientes.
Unión (La-nacional).— Artículos de "El Centro America-
no", 5 y 7 de abril de 1883.
Uraga (José López) — Réplica de J. L. Uraga a José Rufino
Barrios, San Francisco, 1848. Cal.
Valladares (Manuel). — Apuntamientos sobre el Gral.
Justo Rufino Barrios y su gobierno. Publicados en
La Reforma Social, Habana, 1923.
Vargas (Dr. Francisco). —
Médico de Barrios. Lo acompañó
en la guerra de 1885. Reportaje que dio a "El Libe-
ral Progresista". Núm. del 19 de julio de 1935. Gua-
temala.
Vega — Justo Rufino Barrios y su obra. Santa
(José Luis).
Ana, 1935.
Verdad (La — Por "Unos amigos de verdad".
histórica). la
Apud. Dic. de García, pg. 300.t. V.,
Villacorta C. Antonio). — Curso de Historia de
(J. Amé- la
rica Central. Guatemala, 1915.

— 497 —
Voz (La del Nuevo Mundo). Editoriales de Folleto). — San
Francisco, septiembre de 1883.
Washington Post. — El Presidente Barrios. Un bosquejo de
su vida y la conducta que se le atribuye como dic-
tador. Traducido por "La Tribuna" de León y repro-
ducido por "El Diario Nicaragüense'" 29 de marzo
de 1885.
Wild Ospina (Carlos). — El Autócrata. Ensayo político-so-
« cial. Guatemala 1929.
Zaldívar (Dr. Rafael).— Presidente de El Salvador, Corres-
pondencia con Justo Rufino Barrios.
Zavala (Joaquín). — Correspondencia con Justo Rufino Ba-
rrios Años 1879-1882. Inédita. Arqhivo de don Juan
José Zavala, Granada. ;

-.

— 498 —
ÍNDICE
pdg.

PROLOGO
CAPITULO I Un muchacho voluntarioso 16

CAPITULO II La formación de un futuro dictador 19

CAPITULO w Justo Rufino se vuelve


revolucionario 23

CAPITULO IV Vida de aventuras 29

CAPITULO V Otra gran escapada 37


CAPITULO VI La revolución victoriosa 45

CAPITULO VII El 30 de Junio de 1871 65

CAPITULO VIII Los comienzos de una reforma 75


CAPITULO IX El despotismo subleva a los puebles 85

CAPITULO X Pacificación de Oriente 93

CAPITULO XI Comienzan los disturbios en


Centro América 101

CAPITULO XII "El Patrón" llega a la

Presidencia 115

CAPITULO XIII Más embrollos y despojos 127

CAPITULO XIV El Patrón se convierte en


superintendente de monjas 137

CAPITULO XV Dificultades internacionales 147

CAPITULO XVI El casamiento del Patrón 153

CAPITULO XVII El Patrón provoca otra guerra 159

CAPITULO XVIII El Patrón no piensa en unir


a Centro América 187

CAPITULO XIX De cómo el Patrón hacía


presidentes 197

CAPITULO XX Cómo caían de la gracia del


Patrón sus amigos 213
CAPITULO XXI Explotación de los indios y
libertad de imprenta 229
BIBLIOGRAFÍA del CAPITULO XX

CAPITULO XXII — Cómo el Patrón castigaba


a sus enemigos 243

CAPITULO XXIII — Nueva política centroamericana 253


CAPITULO XXIV — El Patrón se cansa de
ser dictador 265
CAPITULO XXV — El Patrón continúa interviniendo
en Centro América 291
CAPITULO XXVI — Algunos aspectos del
"Reformador" y de la
"Reforma" 311
CAPITULO XXVII — El Patrón "Reforma" la frontera
de Guatemala con México 331

CAPITULO XXVIII — La Asamblea admite la entrega


de los territorios, pero no la
renuncia del Patrón 343

CAPITULO XXIX — El Patrón intenta "Reformar"


la religión 357

CAPITULO XXX — El Patrón arruga el ceño 369

CAPITULO XXXI — El Patrón reforma el método


de investigar en
procesos criminales 395

CAPITULO XXXII Otra ola de terror 417

CAPITULO XXXIII "Vamos a ver en que para esto" 425

CAPITULO XXXIV "¡Qué estúpida audacia...!" 443

CAPITULO XXXV "El Patrón se ha caído..!" 467

APÉNDICE
Exposición dirigida al Sr. Gral. don Manuel L. Ba-
rillas,encargado de la Presidencia de la República 479

Nómina de los bienes pertenecientes al Gral. Justo


Rufino Barrios al tiempo de su defunción 483

Minuta de los negocios o rentas con que formó su


Haber y sus millones del Gral. Justo Rufino Barrios 487

Orden Cronológico de los principales sucesos 490

Bibliografía 494
:

EL PATRÓN, (Biografía de
Justo Rufino Barrios), es la
última obra que había perma-
necido inédita, del Dr. Pedro
Joaquín Chamorro Zelaya, fa-
llecido el 8 de Diciembre de
1952, y la tercera publicada
por su esposa e hijos, después
de su muerte.
Pedro Joaquín Chamorro Ze-
laya, investigador, historiador,
escritor, abogado, político y
periodista, escribió las siguien-
tes obras, muchas de un ex-
traordinario valor histórico
"El Matrimonio Civil" (Tesis
de Doctoramiento) (1918).
"Recuerdos de nuestra misión
a Roma" (1925).
"Entre dos Filos" (Novela ni-
caragüense) (1927).
"El Ultimo Filibustero" (Wi-
lliam Walker, novela históri-
ca) (1933).
"Límites de Nicaragua" (Su
formación histórico-geográfica
durante la Conquista y el pe-
ríodo Colonial). (1938).
"Biografía del Licenciado Je-
rónimo Pérez" (1939).
"Defensa y Refutación a la
obra del Dr. Rómulo E. Du-
ron" (Sobre límites de Nica-
ragua) (1941).
"Máximo Jerez y sus Contem-
poráneos" (Estudio histórico-
crítico) (1948).
"Sofonías Salvatierra y su Co-
mentario Polémico" (1949).
"Historia de la Federación de
Centroamérica" (1951).
"Fruto Chamorro" (Editado
después de su muerte en 1960).
"Enrique Guzmán y su tiem-
po". (Editado después de su
Dibujo: muerte en 1965).
CARLOS MERIDA T "El Patrón".. (Esta edición
Editorial y Lito ARTES GRÁFICAS concluida el año de 1968):

También podría gustarte