Si Somos Americanos, Revista de Estudios Transfronterizos 0718-2910
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Si Somos Americanos, Revista de Estudios Transfronterizos 0718-2910
Transfronterizos
ISSN: 0718-2910
sisomosamericanos@unap.cl
Universidad Arturo Prat
Chile
Hecker, Ingrid
RELIGIÓN, POLÍTICA Y ESTADO: UNA MIRADA CULTURAL COMPARATIVA
Si Somos Americanos, Revista de Estudios Transfronterizos, vol. VIII, núm. 2, 2006, pp. 13-25
Universidad Arturo Prat
Santiago, Chile
RESUMEN
ABSTRACT
The article deals with the relevance of the active connection between religion and
politics in present day States. The intent is to produce a comparative cultural approach
to the relationship between “Church and State”. It distinguishes four different types
of relationships that produce different types of societies in terms of their treatment of
individual freedoms, human rights, collective responsibilities and repressive/non-
repressive State actions. These are: a) religious States with a religious politics; b) secular
States with secular politics; c) religious States with secular politics; and d) secular States
with religious politics.
De pronto, los tópicos religión y política fueron menos aburridos y los estudios
diversos dieron cuenta del interés que las personas tenían en lo que ocurría en esos
terrenos.
Estados Unidos aparece siempre como telón de fondo como base comparativa. Se
incluyen varias formas de cristianismo, Islam, hinduismo y budismo, así como también
sistemas políticos que presentan una dinámica amplia, desde las democracias a Estados
monopartidarios.
Un tema común incluye las relaciones diferentes existentes por un lado entre
religión y política, y por otro lado, entre religión y Estado. Pocos se sorprenden ya de que
las campañas políticas en cualquier parte del mundo, apelan a temas religiosos locales y a
En efecto, son pocos los países que tienen una separación legal/formal de “Estado e
Iglesia”, como por ejemplo en los Estados Unidos de Norteamérica. El lugar común es una
separación informal de facto. Las excepciones conspicuas en este caso no son “Estados
religiosos” sino que “religiones de Estado”, las cuales los gobiernos intentan controlar.
Esto involucra apoyo estatal para el mundo religioso con el ánimo de cooptarlo y anularlo
como base de poder independiente.
Desde un punto de vista conceptual simple y desde una visión histórica simplista,
el asesinato de Itzhak Rabin deja en claro que lo que está en juego es mucho y que los
niveles y tipos de violencia son correspondientemente altos. Pero quizás la combinación
más clara de Estado y religión políticos se encontró en el Norte de Irlanda. Allí no había
duda de que el Estado se percibía (a lo mejor hasta hoy en día) como protestante, ya sea
de jure como resultado de su inclusión dentro de lo que es la Gran Bretaña anglicana, o de
facto a causa de los 300 años de dominación de los protestantes locales. Ciertamente, no
hay duda alguna que la política está conducida por cuestiones religiosas, por lo menos en
la medida en que involucran bloques religiosos civiles extremos que son “culturalmente” y
siempre “religiosamente” protestantes y católicos respectivamente. Los avances recientes
(históricamente hablando) que dieron paso a una salida negociada señalan un cambio en
la política religiosa, pero por cierto no es el término del conicto. Lo que fuera alguna
vez una pequeña mayoría católica, pudo convertirse en una mayoría política efectiva a
comienzos de este siglo y los católicos ganaron terreno a través del voto en vez de hacerlo
por los ataques del IRA.
Turquía se ha estado inclinando hacia el Occidente desde los últimos días del
Imperio Otomano a nes del siglo XIX, cuando existía una fascinación especial con la
teología secular del positivismo francés. En ese sentido, Kemal Attaturk tomó el poder
en 1921 y llevó a cabo una de las revoluciones político-culturales más avanzadas y
duraderas del siglo XX. Attaturk estaba familiarizado con el argumento del sociólogo
Emile Durkheim de que una sociedad ética y una política cultural efectiva podían ser algo
sagrado sin que fueran algo religioso.
secularidad, es característico de Turquía que incluso algunos miembros del partido Refah
(guerra) Islámica, describen el proceso como “fundamentalismo-lite”.
Sin embargo, desde el atentado terrorista del 9/11 en Estados Unidos y sus
subsecuentes trágicos eventos en el Medio Oriente, los intereses políticos islámicos se
movilizaron rápidamente (de hecho desde 1996) y ahora Refah comparte el poder con el
anteriormente dominante partido “Camino Verdadero”.
China también calica dentro de esta doble categoría secular, también sobre la base
de una ideología occidental importada –en este caso, por supuesto, el socialismo marxis-
ta-. Actualmente, la oposición del régimen a la religión se ha suavizado considerablemente
e incluso se habla de una “Tercera guerra del opio”, que sería una disputa intra-partidaria
en relación a lo que acaso Marx argumentó correctamente al criticar a la religión como “el
opio de las masas”.
Así, hemos visto dos combinaciones opuestas: la doblemente religiosa asociada con
la violencia y una doblemente secular tendiente hacia la vacuidad. Por supuesto, dentro de
ellas existen muchas anomalías.
Si bien este primer modelo sugiere una cierta indiferencia ritualizada hacia la
religión, una segunda versión involucra una presencia religiosa mucho más activa y precisa.
En estos casos, la religión es una fuente importante para la legitimación del Estado y, en
muchos casos, no se toleran puntos de vista religiosos alternativos. Sin embargo, aunque la
religión aparece prohibida de todo formato político porque potencialmente es una fuerza
de gran contenido emocional en la macro-cultura, ésta tiene gran importancia informal. A
menudo, los problemas y quejas religiosas en contra del Estado se suprimen como todas
las demás.
En varios sentidos, estos dos modelos de Estados religiosos de política secular son
opuestos. El primero representa un “simbolismo religioso” en medio de la apatía; mientras
que el segundo revela un orden religioso impuesto para reprimir potenciales desórdenes de
carácter religioso. Existe una tercera variante de este último que resulta bastante perversa:
Estados que construyen cuidadosamente su propia religión para así frustrar la movilización
política que ofrezca una verdadera y/o genuina alternativa religiosa.
Leyes electorales que son muy estrictas hacen virtualmente imposible el que alguien
de un grupo religioso en particular se pueda alzar en contra del régimen y del aparato
administrativo del Estado (golkar) que funciona también como una estructura de control
político. Lo que se pretende más que nada es impedir el desarrollo de los así llamados
“fundamentalistas islámicos”, algunos de los cuales tienen agendas políticas francamente
seculares más que religiosas.
Los políticos como tales pueden hacer sus campañas e incluso votar de acuerdo
a sus conciencias religiosas; tampoco existen medidas para evitar que obedezcan
instrucciones de sus organizaciones religiosas. Pero los funcionarios públicos y estatales
tienen responsabilidades diferentes. Deben aparecer formal y funcionalmente neutrales,
no solamente en torno a las cuestiones religiosas sino que también en relación a la lucha
entre religión y mundo secular. El resultado total debería ser una vida política competitiva
enmarcada por un Estado de equidad que garantice justicia e igualdad electoral para
todos.
Una queja constante en la India contemporánea es que los líderes del movimiento
independentista se apresuraron demasiado en aplicar formas de gobierno secular occidental
a la realidad cultural oriental del país que necesitaba una respuesta especíca. Es lo que
sostienen intelectuales de gran inuencia como T.N. Madan y Ashish Nandy, es decir, que
un Estado secular puede funcionar adecuadamente en países como los Estados Unidos de
América, pero en la sociedad india es algo difícil, ya que ésta en su interior permanece
intransigentemente no secular. De hecho, la imposición del secularismo occidental ha
servido de manera perversa para promover una política religiosa al forzar a los que apoyan
a la religión a adoptar medidas cada vez más restrictivas, medidas que incluyen incluso
la violencia comunitaria. Algunos han sugerido incluso que la India no es solamente un
país profundamente religioso, sino que una sociedad básicamente hindú que puede ser
conducida nada más que por un gobierno hindú.
Pero de manera extraña, la lectura que se hace de la India depende de la que se haga
de los Estados Unidos y allí también existen opciones opuestas.
Por un lado, Estados Unidos se ha construido también como uno de los países más
religiosos del mundo. Con un alto respeto por virtualmente toda medida de religiosidad, con
alrededor de un 95% de los estadounidenses armando que “creen en Dios”, y más de un
40% que asisten a servicios religiosos los domingos. Y entre la diversidad de movimientos
religiosos activos, hoy en día se escucha cada vez más en la derecha religiosa acerca de
las “guerras culturales de los Estados Unidos”; presagio cierto de futuros enfrentamientos
ideológicos/políticos.
Por otro lado, el país puede considerarse como la nación secular par excellence,
especialmente en su muy publicitada ”separación de Estado e Iglesia”. Esta imagen ha
provocado tanto una evaluación positiva como una negativa.
Negativa de parte de Richard Neuhaus, que hace una crítica de lo que llama “la
plaza pública desnuda” (1984) y la preocupación más reciente de Stephen Carter acerca
de lo que llama una “cultura de la no fe” (1992).
La imagen que James Hunter presenta acerca de la hostilidad existente entre las
fuerzas religiosas “progresivas y ortodoxas” (1991) es que el proceso puede verse como
un ejemplo acerca de una democracia en funcionamiento más que una guerra de culturas
que en efecto tiene lugar en otros lados (Demerath, 1991). Y, en relación a aquellos
altos niveles de participación y creencia religiosas, ambos han tenido que ser revisados
Demerath y Williams sostienen (1992), sin embargo, que estas dos imágenes de
los Estados Unidos de América no son tan contradictorias como uno puede suponer. Tal
como el recuento anterior de un Estado secular y una política pública religiosa, éstas son
contingentemente compatibles en el sentido de que una depende de la otra. Así, podemos
tener por un lado una política religiosa altamente movilizada, precisamente porque existe
una separación de Iglesia y Estado en cuanto a los asuntos de gobierno se reere. Al
mismo tiempo, esta separación se haría intolerable si no existieran oportunidades amplias
en otros sectores sociales para practicar y expresar las preferencias religiosas individuales
–o la falta de una–.
Más aún, Estados Unidos puede ser la excepción que marca la regla en relación a
las virtudes de un Estado secular y una política religiosa. Sería ingenuo y poco realista
asumir que la misma combinación funcionaría idénticamente en otras naciones.
Y no es solamente el caso de la India que nos advierte esto. En Egipto (así también
como en el país vecino: Argelia), la nación en su conjunto aparece por un lado como un
campo de batalla entre un “secularismo” estatal coercitivo y anti-religioso (opuesto a uno
neutral) y, por el otro lado, un pequeño grupo de extremistas religiosos (liderados por un
Grupo Islámico y otros descendientes de la Hermandad Musulmana).
Chile es un caso trágico de este argumento. Por lo tanto, las elecciones democráticas
son una cosa y el Estado demócrata algo completamente diferente.
Polonia post-1989 calica también como un Estado secular y una política religiosa.
Aunque uno podría suponer que ahora el país es doblemente católico, como un reejo de
su alineamiento religioso cultural dominante y también el publicitado rol de la Iglesia en
la organización sindical “Solidaridad” durante la revolución, esta relación ha cambiado
gradualmente.
Muchos polacos son católicos culturales más que religiosos y los viejos modelos
de oposición a la autoridad eclesiástica han resurgido especialmente cuando la Iglesia
ha presionado al nuevo gobierno a declarar el divorcio y el aborto como ilegales. Esta
respuesta se hizo más que evidente en la derrota de Lech Walesa en 1995, por un ex-
comunista pero secularista a carta cabal –una derrota que puede haber ocurrido a causa
de la intercesión (más que a pesar de ella) del cardenal Glimp y el ocialismo católico
apoyando a Walesa–.
VI. CONCLUSIÓN
Como se ha planteado, el tema es de una alta complejidad y no existen respuestas
únicas ni tampoco homogeneidad socio-histórica, política y económica que nos permita el
lujo de generalizar. Hacerlo es altamente peligroso porque nos lleva necesariamente a una
simplicación supercial de un tema de alta complejidad.
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