Castoriadis Poder, Política, Autonomía
Castoriadis Poder, Política, Autonomía
Castoriadis Poder, Política, Autonomía
El MUNDO I RAOMINTADO SI
asamblea de inconscientes nucleares sería imaginariamente más abs-
trusa que la peor sala de locos furiosos de un manicomio. La sociedad,
en tanto que siempre ya instituida, es auto-creación y capacidad de auto
alteración, obra del imaginario radical como instituyente que se
autoconstituye como sociedad constituida e imaginario social cada vez
particularizado.
El individuo como tal no es, por lo tanto, “contingente” relativa
mente a la sociedad. Concretamente, la sociedad no es más que una
mediación de encarnación y de incorporación, fragmentaria y comple
mentaria, de su institución y de sus significaciones imaginarias, por los
individuos vivos, que hablan y se mueven. La sociedad ateniense no es
otra cosa que los atenienses -sin los cuales no es más que restos de un
paisaje trabajado, restos de mármol y de ánforas, de inscripciones
indescifrables, estatuas salvadas de las aguas en alguna parte del Medi
terráneo—, pero los atenienses son sólo atenienses por el nomos de las
polis. En esta relación éntre una sociedad instituida que sobrepasa infi
nitamente la totalidad de los individuos que la “componen”, pero no
puede ser efectivamente más que en estado “realizado” en los indivi
duos que ella fabrica, y en estos individuos puede verse un tipo de
relación inédita y original, imposible de pensar bajo las categorías del
todo y las partes, del conjunto y los elementos, de lo universal y lo
particular, etc. Creándose, la sociedad crea al individuo y los indivi
duos en y por los cuales sólo puede ser efectivamente. Pero la sociedad
no es una propiedad de composición, ni un todo conteniendo otra cosa
y algo más que sus partes -no sería más que por ello que sus “partes” son
llamadas al ser, y a “ser así”, por ese “todo” que, en consecuencia, no
puede ser más que por ellas, en un tipo de relación sin analogía en
ningún otro lugar, que debe ser pensada por “ella misma”, a partir de
“ella misma” como modelo de “sí misma”5.
Pero a partir de aquí hay que ser muy precavidos. Se habría apenas
avanzado (como algunos creen) diciendo: la sociedad hace los indivi
duos que hacen la sociedad. La sociedad es obra del imaginario
instituyente. Los individuos están hechos por la sociedad, al mismo tiem
po que hacen y rehacen cada vez la sociedad instituida: en un sentido,
ellos sí son sociedad. Los dos polos irreductibles son el imaginario radi
cal instituyente —el campo de creación sociohistórico-, por una parte,
y la psique singular, por otra. A partir de la psique, la sociedad instituí-
88 C ornelius CASTORiAnis
da hace cada vez a los individuos --que como tales, no pueden hacer
más que la sociedad que los ha hecho-. Lo cual no es más que la imagi
nación radical de la psique que llega a transpirar a través de los estratos
sucesivos de la coraza social que es el individuo, que la recubre y la
penetra hasta un cierto punto -límite insondable, ya que se da una
acción de vuelta del ser humano singular sobre la sociedad-. Nótese,
de entrada, que una tal acción es rarísima y en todo caso imperceptible
en la casi totalidad de las sociedades, donde reina la heteronomfa insti*
mida 6, y donde, aparte del abanico de roles sociales predefinidos, las
únicas vías de manifestación reparable de la psique singular son la trans
gresión y la patología. Sucede de manera distinta en aquellas socieda
des donde la ruptura de la heteronomía completa permite una verda
dera individualización del individuo, y donde la imaginación radical de la
psique singular puede a la vez encontrar o crear los medios sociales de
una expresión pública original y contribuir a la autoalteración del
mundo social. Y queda todavía otro aspecto por constatar, además de
alteraciones social-históricas manifiestas y marcadas, sociedad e indi
viduos se implican recíprocamente.
La institución y las significaciones imaginarias que lleva consigo y
que la animan son creaciones de un mundo, el mundo de la sociedad
dada, que se instaura desde el principio en la articulación entre un
mundo “natural” y “sobrenatural” -más comúnmente “extrasocial” y
“mundo humano” propiamente dicho-. Esta articulación puede ir des
de la casi fusión imaginaria hasta la voluntad de separación más rotun
da; desde la puesta de la sociedad al servicio del orden cósmico o de
Dios, hasta el delirio más extremo de dominación y enseñoramiento
sobre la naturaleza. Pero, en todos los casos, la “naturaleza” como la
“sobrenaturaleza”, son cada vez instituidas en su propio sentido como
tal y en sus innombrables articulaciones, y esta articulación contempla
relaciones múltiples y cruzadas con las articulaciones de la sociedad
misma instauradas cada vez por su institución 7.
Creándose como eidos cada vez singular (las influencias, transmisio
nes históricas, continuidades, similitudes, etc., ciertamente existen y
son enormes, como las preguntas que suscitan, pero no modifican, en
nada la situación principal y no pueden evitarla presente discusión), la
sociedad se despliega en una multiplicidad de formas organizativas, y
organizadas. Se despliega, de entrada, como creación de un espacio.y
El m u n d o fragm entado M
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Uno de los universales que podemos “deducir” de la idea de socie-
dad, una vez que sabemos lo que es una sociedad y lo que es la psique,
concierne a la validez efectiva (Geltung), positiva (en el sentido del
“derecho positivo”) del inmenso edificioinstituido. ¿Qué sucede para
que la institución y las instituciones (lenguajes, definición de la “reali-
dad” y de la “verdad”, maneras de hacer, trabajo, regulación sexual,
permisión/prohibición, llamadas a dar la vida por la tribu o por la na
ción, casi siempre acogida con entusiasmo) se impongan a la psique,
por esencia radicalmente rebelde a todo este pesado fárrago, que cuan
to más lo perciba más repugnante le resultará? Dos vertientes se nos
muestran para abordar la cuestión: la psíquica y la social.
Desde el punto de vista psíquico la fabricación social del individuo
es un proceso histórico a través del cual la psique es constreñida (sea
de una manera brutal o suave, es siempre por un acto que violenta su
propia naturaleza) a abandonar (nunca totalmente, pero lo suficiente
en cuanto necesidad/uso social) sus objetos y su mundo inicial y a in
vestigar unos objetos, un mundo, unas reglas que están social mente
instituidas. En esto consiste el verdadero sentido del proceso de
sublimación9. El requisito mínimo para que el proceso pueda desarro
llarse es que la institución ofrezca a la psique un sentido - otro tipo de
sentido que el protosentido de la mónada psíquica-. El individuo so
cial que constituye así interiorizando el mundo y las significaciones
creadas por la sociedad, interiorizando de este modo explícitamente
fragmentos importantes e implícitamente su totalidad virtual por los
“re-envíos” interminables que ligan magmáticamente cada fragmento
de este mundo a los otros.
La vertiente social de este proceso es el conjunto de las institucio
nes que impregnan constantemente al ser humano desde su nacimien
to, y en destacado primer lugar el otro social, generalmente pero no
ineluctablemente |a madre, que toma conciencia de sí estando ya ella
misma socializada de una manera determinada, y el lenguaje que había
esc otro. Desde una perspectiva más abstracta, se trata de la “parte” de
todas las instituciones que tiende a la escolarización, al pupilaje, a la
educación de los recién llegados, lo que los griegos denominan paideia:
familia, ritos, escuela, costumbre y leyes, etcétera.
La validez efectiva de las instituciones está así asegurada de entrada
y antes que nada por el proceso mismo mediante el cual el pequeño
EL MUNiX) HRAOMENTAIX3 91
monstruo chillón se convierte en un individuo social. Y no puede con-
vertirse en tal más que en la medida en que ha interiorizado el proceso.
Si definimos cómo poder la. capacidad de una instancia cualquiera
(personal o impersonal) de llevar a alguno (o algunos-unos) a hacer (o
no hacer) lo que, a sí*mismo, no habría hecho necesariamente (o ha-
bría hecho quizá) es evidente que el mayor poder concebible es el de
preformar a alguien de suerte que por sí mismo haga lo que se quería
que hiciese sin necesidad de dominación (Herrschaft) o de poder explí
cito para llevarlo a... Resulta evidente,que esto crea para el sujeto so
metido a esa formación, a la vez la apariencia de la “espontaneidad”
más completa y en la realidad estamos ante la heteronomía más total
posible. En relación con este poder absoluto, todo poder explícito y
toda dominación son deficientes y testimonian una caída irreversible.
(En adelante hablará de poder explícito; el término dominación debe
ser reservado a situaciones social-históricas específicas, ésas en las que
se ha instituido una división asimétrica y antagónica del cuerpo social.)
Anterior a todo poder explícito y, mucho más, anterior a toda “do
minación” la institución de la sociedad ejerce un infra-poder radical
sobre todos los individuos que produce. Este mira-poder -manifesta
ción y dimensión del poder instituyente del imaginario radical- no es
localizable. Nunca es sólo el de un individuo o una instancia determi
nada. Es “ejercido” por la sociedad instituida, pero detrás de ésta se
halla la sociedad instituyente, “y desde que la institución se establece,
lo social instituyente se sustrae, se distancia, está ya aparte” 10. A su
alrededor la sociedad instituyente, por radical que sea su creación, tra
baja siempre a partir y sobre lo ya constituido, se halla siempre -salvo
por un punto inaccesible en su origen- en la historia. La sociedad
instituyente es, por un lado, inmensurable, pero también siempre retoma
lo ya dado, siguiendo las huellas de una herencia, y tampoco entonces
se sabría fijar sus límites. Todo lo que esto comporta respecto de un
proyecto de autonomía y de la idea de libertad humana efectiva será
tratado más adelante. Nos queda el infra-poder en cuestión, el poder
instituyente que es a la vez el del imaginario instituyente, el de la so
ciedad instituida y el de toda la historia que encuentra en ello su salida
provisional. Es pues, en cierto sentido, el poder del campo histórico,-,
social mismo, el poder de out/s, de Nadie11.
Tomado en sí mismo, pues, el infra-poder instituyente tal y como es
92 C ornelius C astoriadis
ejercido por ja institución,, debería ser absoluto y formar a los indivi
duos de manera tal que éstos reprodujesen eternamente el régimen que
los ha producido. Es ésta, por otra parte evidente, la estricta finalidad
de las instituciones existentes siempre y por todas partes. La sociedad
instituida no alcanza nunca a ejercer su infra-poder como absoluto.
Además es el caso de las sociedades salvajes y, más generalmente, de
las sociedades que debemos llamar tradicionales; puede alcanzar a ins
taurar una temporalidad de la aparente repetición esencial, bajo la cual
trabaja, im perceptiblem ente y sobre muy largos periodos, su
ineliminable historicidad12. En tanto que absoluto y total, el infra-po
der de la sociedad instituida (y, tras él, de la tradición) está, pues, abo
cado al fracaso. Este hecho, que aquí simplemente constatamos, se nos
impone -existe la historia, existe una pluralidad de otras sociedades- y
requiere ser elucidado.
Cuatro son los factores que aquí intervienen.
La sociedad crea su mundo, le concede sentido y hace provisión de
significación destinada a cubrir de antemano todo cuanto pueda pre
sentarse. El magma de significaciones imaginarias socialmente insti
tuidas que reabsorbe potencialmente todo cuanto pueda suceder, no
puede, en principio, ser sorprendido o tomado desprevenido. En esto,
evidentemente, el rol de la religión -y su función esencial para la clau
sura del sentido- ha sido siempre central13(el Holocausto se convierte
en prueba de la singularidad y de la elección del pueblo judío). La
organización conjuntiva-identitaria “en sí” del mundo es no sólo sufi
cientemente estable y “sistemática” en su primer momento para per
mitir la vida humana en sociedad, sino también suficientemente ende
ble e incompleta como para conllevar un número indefinido de
creaciones social-históricas de significaciones. Los dos aspectos remi
ten a las dimensiones ontológicas del mundo en sí, como ninguna sub
jetividad trascendental, ningún lenguaje, ninguna pragmática de la co
municación sabrían hacerlo M. Pero también el mundo, en tanto que
“mundo presocial” -límite del pensamiento-, aunque en sí mismo no
“significa” nada, está siempre ahí, como provisión inabarcable de
alteridad, como riesgo siempre inminente de desgarrar el tejido de signi
ficaciones con el cual la sociedad lo ha revestido. El sinsentido del mun
do representa siempre una amenaza posible para el sentido de la socie
dad, el riesgo siempre presente de que se resquebráje el edificio social.
Q^aNELIUS CASTORIADIS
rada la defensa más fuerte -lá más fuerte desde hace mucho tiempo, y
Su duración parece extenderse al menos desde hace cien mil años- Es
k negación y lá ocultación de la dimensión instituyeme de la sociedad
y la imputación del origen y del fundamento de la institución y de las
significaciones lo que-conduce a una fuente extrasocial (extrasocial en
relación con la sociedad efectiva, viviente: se puede tratar de los dioses
0 de Dios, pero también de los héroes fundadores o de los ancestros que
M reencarnan continuamente en las nuevas venus). Líneas suplemen
tarias aunque más débiles de defensa han sido creadas en los más tor
mentosos universos históricos. Mientras que la negación de la altera
ción de la sociedad o el recubrimiento de la innovación por su exilio
en un pasado mítico se convierten en imposibles, lo nuevo puede ser
sometido a una reducción ficticia pero eficaz mediante el “comenta
rio” y ía “interpretación” de la tradición (es el caso de las Weltreligionen,
dé las religiones como-históricas, y en particular de las concernientes a
los mundos judíos, cristianos e islámicos).
El hecho de que todas estas defensas puedan fracasar, y en cierro
sentido fracasen siempre, que puedan ocurrir crímenes, conflictos vio
lentos insoíubles, calamidades naturales que destruyan la funcionalidad
de las instituciones existentes, guerras, etc., constituye una de las fuen
tes del poder explícito. Hay y habrá siempre una dimensión de la insti
tución de la sociedad encargada de esta función esencial: restablecer el
Orden, asegurar la vida y la operación de la sociedad hacia y contra lo
tjue en acto o en potencia la ponga en peligro.
Existe otra fuente, tan importante o más que la anterior, del poder
explícito. La institución de la sociedad, y el magma de significaciones
imaginarias que ella encarna, es mucho más que un montón de repre
sentaciones (o de “ideas”). La sociedad se instituye en y por las tres
dimensiones indisociables: de la representación, del afecto y de la in
tención.
Si la parte “representativa” (lo cual no significa forzosamente
representable y que pueda ser dicha) del inagna de significaciones ima
ginarias sociales es la más difícilmente abordable, ello de entrada per
manecería en un segundo plano (como a menudo en las filosofías de la
bistoriá y1fehflás'historiografías) si no apuntara más que a una historia y
una hermenéutica de las “representaciones” y de las “ideas", si ignorara
el magma de afectos propios de cada sociedad -su Stimmung, su “manera
96 C ornelius C astoriadis
mediante eí fracaso que supone el derrumbe del edificio de significa-
ciones instituidas puede empezar a hacerse oír la voz de las armas. Y
para que la violencia pueda intervenir es necesario que la palabra -el
imperativo del poder existente- asiente su poder en los “grupos de hom
bres armados”. La cuarta compañía del regimiento Pavlovsky, la guar
dia de corps de Su Majestad, y el regimiento Semenovsky, son los más
sólidos sostenes del trono del zar -hasta las jornadas del 26 y 27 de
febrero de 1917, cuando confraternizan con las masas y voltean las
armas contra sus propios oficiales-. El ejército más poderoso del mun
do no puede proteger nunca “si no” es fiel -y el fundamento último de
su fidelidad es su creencia imaginaria en la legitimidad imaginaria-.
Hay y habrá siempre, pues, poder explícito en cualquier sociedad, a
menos que ésta no consiga transformar sus individuos en autómatas,
haciéndoles interiorizar completamente el orden instituido y constru
yendo una temporalidad que recubra de antemano todo el porvenir,
misión imposible a tenor de lo que sabemos que está dado en la psique,
en el imaginario instituyente y en el mundo.
Esta dimensión de la institución de la sociedad, relacionada con el
poder explícito, o bien debido a la existencia de instancias que puedan
emitir imperativos sancionables, es a lo que hay que identificar como la
dimensión de lo político. A este respecto, importa poco que estas ins
tancias se encarnen en la tribu entera, en los ancianos, en los guerre
ros, en el jefe, en el démos, en el Aparato burocrático o en lo que sea.
Llegados aquí conviene disipar tres confusiones. La primera, la iden
tificación del poder explícito con el Estado. Las “sociedades sin Esta
do” no son "sociedades sin poder” . En éstas existe no solamente, como
en todas partes, un mira-poder enorme (tanto más enorme cuanto más
reducido sea el poder explícito) de la institución ya dada, sino también
un poder explícito de la colectividad (o de los hechiceros, los guerreros,
etc.) relativo q la diké y al télos - a los litigios y a las decisiones-. El
poder explícito no es el Estado, término y noción que debemos reser
var a un eidos específico, ya que la creación histórica es de hecho casi
datable y localizable. El Estado es una instancia separada de la colectivi
dad e instituida de tal manera que asegure constantemente esta separa
ción. El Estado es típicamente una institución secundaria18.
Propongo reservar el término Estado a aquellos casos en que éste se
encuentra instituido como Aparato de Estado, lo cual comporta una
El MUNIX3 FRAGMENTADO 97
“burocracia” separada, civil, clerical o militar, que es rudimentaria, es
decir: una organización jerárquica con delimitación de áreas de com- ■
petencia. Esta definición cubre la inmensa mayoría de organizaciones :J
estatales conocidas y no deja fuera, por encima de sus límites, más que §
cosas excepcionales sobre las cuales pueden ensañarse los que olvidan j
que toda definición en el dominio social-histórico no va más que ós epi J
fb polu, en la gran mayoría de las ocasiones, como diría Aristóteles. En j
este sentido, la polis democrática griega no es “Estado” si se considera |
que el poder explícito-la posición del nomos, la diké, el télos-Apertene' |
cen al conjunto de los ciudadanos. Y esto explica, entre otras cosas, las |
dificultades de un espíritu tan potente como el de Max Weber ante la ,|j
polis democrática, merecidamente subrayadas y correctamente comen- í|
tadas en uno de los últimos textos de M. 1. Finley19, la imposibilidad de j
hacer entrar la democracia ateniense en el tipo ideal de dominación |
“tradicional” o “racional” (tengamos presente que para Max Weber j
“dominación racional” y “dominación burocrática” son términos ínter- :
cambiables) y sus desafortunados esfuerzos por vincular los “demago- ?i
gos” atenienses con los detentadores de un poder “carismàtico”. Los ^
marxistas y las feministas replicarán, sin duda, aduciendo qué el dèmos
ejercía un poder sobre los esclavos y las mujeres, ya que se trataba de J
un Estado. Pero ¿admitirían, entonces, que los blancos de los estados |
del Sur de Estados Unidos eran el Estado con respecto a los esclavos J
negros hasta 1865? ¿O bien que los varones adultos franceses eran Es- ]j
tado respecto de las mujeres hasta 1945 (y, por qué no, los adultos |
respecto de los no adultos en la actualidad)? Ni el poder explícito ni '?
incluso la dominación toman necesariamente la forma de Estado.
• La segunda dimensión del poder explícito alude a la confusión de lo j
¡político con la institución conjunta de la sociedad. Se sabe que el tér- •;
mino “lo político” fue introducido por Karl Schmitt (DerBegriff des }
Politischen, 1928) en un sentido excesivamente estrecho y, en el caso
de aceptarse lo que venimos arguyendo, esencialmente defectuoso. I
Asistimos en la actualidad a una tentativa inversa que consiste en pre- :
tender dilatar el sentido del término hasta permitirle absorber la insti- j
tuéión conjunta de la sociedad. La distinción de lo político en el seno i
de Otros “fenómenos sociales” reemplazaría, al parecer, al positivismo
(por supuesto de lo que se trata no es de “fenómenos”, sino de dimen
siones ineliminables de institución social: lenguaje, trabajo, reproduc- |
98 C ornelius C astoiuadis
dòn sexual, aprendizaje de las nuevas generaciones, religión,
bres, “cultura” en su sentido restringido, etc.). También dé esto^eí^l,-,
cargaría la política que asumiría la carga de generar las relaciones enttp-.
los seres humanos y de éstos con el mundo, la representación ídé'dS,
naturaleza y del tiempo, o la relación del poder y la religión. Esto no til
obviamente, nada distinto a lo que desde 1965 vengo definiendo comò'
institución imaginaria de la sociedad y su desdoblamiento esencial e s,
instituyeme e instituido20. Dejando de lado los gustos personales, no
vemos qué beneficios se obtienen de denominar lo político a la institu-
ción catholou de la sociedad, y vemos claramente lo que se pierde. Así
pues, o una cosa o la otra: bien, denominando “lo político” a eso que
todo el mundo denominaría naturalmente la institución de la socie*
dad, se opera un cambio de vocabulario, que sin comportar nada res*
pecto de la sustancia crea una confusión y entra en contradicción con
nomina non sime praeter necesitatem multiplicando; o bien se intenta pre
servar en esta sustitución las connotaciones que el término político
tiene desde su creación por los griegos, es decir, que alude a decisiones
explícitas y, al menos en parte, conscientes o reflexionadas; y enton
ces, por un extraño cambio, la lengua, la economía, la religión, la re
presentación del mundo, se encuentran relevadas de decisiones políti
cas de una manera que no desaprobarían ni Charles Maurras ni Pol-Pot.
Todo es política o bien no significa nada, o bien significa: todo debe
ser política, salvo la decisión explícita del Soberano.
La raíz de la segunda confusión se encuentra, quizás, en la tercera.
Actualmente se oye decir: los griegos han inventado la política21. Se
puede atribuir a los griegos muchas cosas -sobre todo: muchas más co
sas de las que se les atribuyen habitualmente- pero ciertamente no la
de la invención de la institución de la sociedad, ni siquiera del poder
explícito. Los griegos no han inventado “lo” político en el sentido de
la dimensión del poder explícito siempre presente en toda sociedad;
han inventado o mejor, creado, “la” política, lo cual es muy distinto.
En ocasiones se discute para saber en qué medida existía la política con
anterioridad a los griegos. Vana querella, términos vagos, pensamiento
confuso. Antes de los griegos (y después) existían intrigas, conspira
ciones, tráficos de influencia, luchas sordas o declaradas para conse
guir el poder explícito, hubo un arte (fantásticamente desarrollado en
China), de administrar y agrandar el poder. Ocurrieron cambios explí-
El m u n ito fr a g m en ta d o 99
çitos; y decididos, de algunas instituciones -incluso de re-instituciones
radicales (“Moïse” o, si se prefiere, Mahoma)-. Pero en estos últimos
casos, el legislador alegaba un poder de instituir que era de derecho
divino, fuese Profeta o Rey. Invocaba o producía los Libros Sagrados.
Pero si los griegos han podido crear la política, la democracia, la filoso*
fía* es también jorque no tenían ni Libro Sagrado, ni Profetas. Tenían
poetas, filósofos, legisladores y politeti.
La política tal y como ha sido creada por los griegos ha comportado
la puesta en tela de juicio explícita de .la institución establecida de la
sociedad -lo que presuponía, y esto se ve claramente afirmado en el
siglo y, que al menos grandes partes de esta institución no tenían nada
dç? “sagrado”, ni de “natural”, pero sustituyeron al nomos-. El movi-'
miento democrático se acerca a lo que he denominado el poder explí
cito y tiende a reinstituirlo. Gomo se sabe, lo intenta (no llega a pías*
marse verdaderamente), en la mitad de las poleis. Ello no impide que se
desarrolle en todas las poleis, yaque también los regímenes oligárquicos
o tiránicos debían, ante él, definirse como tales, aparecer tal y como
eran. Pero no se limita a esto, pretende potencialmente la re-institu
ción global de la sociedad y esto se actualiza mediante la creación de la
filosofía. Ya no se hacen más comentarios o interpretaciones de textos
tradicionales o sagrados, eí pensamiento griego es ipso facto cuestiona
do; por la dimensión más importante de la institución de la sociedad;
las representaciones y las normas de la tribu, y por la noción misma de
verdad. Existe, siempre y en todas partes, “verdad” socialmente insti
tuida, equivalente a la conformidad canónica de las representaciones y
de los enunciados con lo que es socialmente instituido como el equiva
lente de “axiomas” y de “procedimientos de verificación”. Es preferible
denominarla simplemente corrección (Richtigkeit) . Pero los griegos crean;
la verdad como movimiento interminable del pensamiento, poniendo
constantemente a prueba sus límites y volviendo sobre sí mismo
(reflex ivi dad) y la crean como filosofía democrática: pensar no es la
ocupación de los rabinos, los curas, etc., sino de los ciudadanos que
quieren discutir en un espacio público creado por este mismo movi
miento. •
Tanto la política griega como la política katá ton orthon logon pue
den ser definidas como la actividad colectiva explícita queriendo ser
lúcida (reflexiva y deliberativa), dándose comò objeto la institución
14 C o r n e l iu s C astoriadis