36 Garcia V79
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Resumen
El siguiente artículo surge de la investigación titulada Los tres ojos del cíclope, financiada por
la Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano.
En dicha investigación nos propusimos indagar acerca de la relación existente entre la
violencia y el cine producido en Colombia a partir de los siguientes aspectos: 1) la relación
existente entre realidad y ficción y la frontera cada vez más difusa que separa estos dos
universos; 2) el lugar del cine en esa indeterminación o si se quiere en esa heterotopía; 3)
¿Puede el arte acercarnos a la realidad?; 4) ¿Qué resulta del contacto entre la cinematografía y
el público y de qué modo esa mixtura contribuye a la configuración de imaginarios?
El presente texto indagará en el complejo entramado que constituyen los dos cuerpos que
componen la experiencia cinematográfica: los espectadores y la cinematografía, en un intento
de aproximación al sistema que da origen al imaginario sobre lo que se ha llamado Cine
colombiano.
Palabras clave
Realidad, ficción, imaginarios, público, cinematografía colombiana.
Abstract
The following article is the result of an investigation entitled “Los tres ojos del cíclope” (the
three eyes of Cyclops), in which we explore the existing relationship between violence and
cinema produced in Colombia from the following perspectives: 1) The relationship that exists
between reality and fiction and the ever-blurrier line that separates these two universes; 2) the
place of cinema in this indeterminacy and if it desired in this heterotopia; 3) Can art bring us
closer to reality?; 4) What emerges from the contact between cinematography and the public,
and in what way can this blend contribute to the shaping of the popular imagination?
This text will probe into the complex framework formed by the two bodies that make up the
cinematographic experience: the viewers and the cinematography, in an attempt to better
understand the system which gives rise to the popular imagination regarding what has been
called Colombian Cinema.
1. Introducción
En general se percibe en estos tiempos, cuando todo acto humano pasa por la
espectacularización de los medios, una tendencia a la frivolización de los hechos. Es en esta
circunstancia en la que se impone la necesidad de entender de qué manera se tejen las tramas
simbólicas que configuran imaginarios y confieren sentidos a las sociedades y el cine en
Colombia se encuentra en un lugar importante en la construcción de dichos imaginarios.
En primera instancia, es necesario establecer la relación entre realidad y ficción en un
presente en el que los medios de comunicación se erigen como canal de acceso a la realidad y
conducto a la verdad del acontecimiento, y así determinar qué papel desempeña el cine en ese
escenario. En segunda instancia, indagar en la relación entre realidad y arte, partiendo de la
posibilidad de conocimiento, o si se quiere, de verdad que habita en el arte y de este modo
plantear una alternativa al problema que nos presenta el cine colombiano cuando se aproxima
a la realidad, en tercer lugar ver el delicado entramado que da lugar a los imaginarios para lo
cual plantearemos un recorrido que nos permita entender su configuración y por último
analizaremos la relación existente entre el público y la cinematografía colombiana para
intentar discernir el modo en que esta relación se articula.
2. Realidad y ficción.
guerras son ahora también las vistas y sonidos de las salas de estar.” (Sontag 2003:
13 – 14.)
Es así como paulatinamente la realidad se mezcla con la ficción al punto que en ocasiones es
difícil establecer la diferencia, sobre todo en términos de apropiación de la realidad una vez
ha sido mediatizada. Los medios de comunicación y todo su andamiaje informativo y
especulativo, toda su sobreproducción de imágenes, de registros en tiempo real, la transmisión
y retransmisión de los hechos, en su afán de registrar e informar sobre la realidad, tienen la
facultad de depredarla, de digerirla y de vaciarla de sentido. Los hechos pasados por los
medios dejan de ser y se convierten en simulacros de sí mismos. Esta indeterminación de
límites genera entre otras cosas: confusión, niveles de incertidumbre y dificultades para
dimensionar el valor de los acontecimientos. En general se percibe en estos tiempos, cuando
todo acto humano pasa por la espectacularización de los medios, una tendencia a la
frivolización de los hechos. Así que la imposibilidad de ver, la ceguera, se extiende e invade
todas las retinas, yuxtaponiendo imágenes unas sobre otras y reemplazando la realidad por su
simulacro espectacular, o en palabras de Jean Baudrillard (1991):
“Esta guerra libera, gracias al poder de los medios de comunicación, una masa
exponencial de estupidez, no la estupidez propia de la guerra, ya de por sí
considerable, sino de estupidez funcional, profesional, de quienes pontifican en el
comentario perpetuo del acontecimiento, de todos los Bouvard y Pécuchet de turno, de
los falsos aventureros de la imagen perdida, de los individuos de la CNN, de todos los
chantajistas de la estrategia y de la información que nos habrán hecho experimentar
como nunca hasta la fecha el vacío de la televisión. Hay que decir que esta guerra
constituye un test despiadado. Felizmente, nadie va a exigirle cuentas a tal o cual
(experto o general, o intelectual de turno) por las tonterías o las sandeces que haya
proferido el día antes, puesto que quedarán borradas por las del día siguiente. De este
modo, todo el mundo queda amnistiado gracias a la sucesión ultrarrápida de
acontecimientos falsos y de discursos falsos. Un lavado de la estupidez mediante la
escalada de la estupidez, que restaura una especie de inocencia total, la de los
cerebros lavados, limpiados, atontados no por la violencia sino por la siniestra
insignificancia de las imágenes.”
De igual manera ocurre con el cine, que partiendo de la ficción intenta reflejar y dar cuenta de
una realidad de la que procede. Desafortunadamente, con excesiva frecuencia la explicación
que se propone dar el cine a propósito de, por ejemplo el conflicto armado en Colombia, suele
ser producto de la irreflexión y en esta medida suele parecerse a las ideas generalizadas que se
tienen del conflicto pero que no lo explican. Es en esta circunstancia en la que se impone la
necesidad de entender de qué manera se tejen las tramas simbólicas que configuran
imaginarios y confieren sentidos a las sociedades, ya que el cine en Colombia se encuentra en
un lugar importante en la construcción de dichos imaginarios.
3. La verdad y el arte.
Una de las características más notables del arte en el S. XX es la autonomía, pero
curiosamente esta no es obtenida sino más bien endilgada. Con la entrada a escena de las
vanguardias, el arte parece querer desligarse del ideal de realismo como máxima aspiración y
fin último, sus preocupaciones ahora son otras, se declara libre, independiente, autónomo,
pero según Gadamer esta autonomía, esta libertad, obedece más a una imposición que a un
acto de la voluntad. El arte, al igual que las ciencias humanas, al no poder encontrarse
satisfactoriamente en el dictado del positivismo y su método, es expulsado de este y
confinado al lugar de la estética. Ahora el arte se verá a sí mismo desde su propia naturaleza,
la estética será su logos y el arte será sin por qué.
Es así como la figura empieza a deformarse hasta desaparecer en tanto que referente y lo
figurativo en el arte pierde valor o vigencia. El arte indaga en sí mismo y el auto
referencialidad y lo subjetivo se erigen como posturas preeminentes excluyendo toda
pretensión de realismo y toda posibilidad de conocimiento. He aquí la gran perdida del arte
que señala Grondin (2003):
“De esta manera, las categorías del genio y de la creación artística se impusieron en
la estética postkantiana. Gadamer habla con razón de una verdadera apoteosis de lo
genial y de lo creativo, que durante el siglo XIX llegan a convertirse en conceptos
axiológicos universales. Van acompañados por un culto a la producción inconsciente
y al irracionalismo: un culto que conduce tanto más claramente a separar el mundo
del arte de los mundos del conocimiento y de la moral, en los que reinan las frías
leyes de la razón y del entendimiento. El arte se obliga y se condena así a la
irracionalidad y a marginarse del conocimiento y también de la sociedad. (p.61).
Esta radicalización del arte en su subjetividad ha traído consigo y popularizado la idea del arte
como impensable, como algo que se resiste a la razón, pero no sólo a la razón por fuera de sí
mismo, sino en sí mismo. La irracionalidad del arte de la que habla Grondin no sólo lo
condena a marginarse del conocimiento y de la sociedad sino que traza un divorcio
irreconciliable entre la ciencia y el arte, en el que las dos partes pierden. Según estas posturas
la creatividad es exclusividad del universo del arte, y la razón de la ciencia. Cosa que priva a
la ciencia de creatividad y al arte de razón, lo cual va en detrimento de la una y del otro.
Contra esta hegemonía de las ciencias básicas que ha excluido no solo a las artes sino también
a las ciencias humanas del territorio del saber, se han alzado muchas voces que señalan lo
constreñido de su universo, al punto de que hoy asistimos a una puesta en crisis del
positivismo como única vía de acceso al conocimiento. Los modelos y métodos que hasta
ahora han regido las ciencias buscan ser reemplazados.
Para nosotros resulta claro que el pensamiento científico es altamente creativo y que el arte
responde no exclusivamente al ingenio y al talento sino que en él interviene también la razón,
por lo que el acto artístico es también un ejercicio intelectual. En medio de esta discusión
encontramos el fenómeno estético fundamental de la historia reciente: el cine.
4. Imaginarios
Castoriadis (1988, p. 68) los refiere como un magma de significación que produce una
relación simbiótica pero también de tensión entre lo instituido y lo instituyente.
En su conformación juega en gran medida lo que se podría llamar potencia creativa de las
sociedades. De modo que el imaginario social tiene tres niveles: 1. Creativo instituyente, 2.
Legitimador que da lugar a las instituciones y 3. El del disenso o la resistencia que garantiza
un potencial cambio social o de statu quo. Pero no se debe entender en el orden planteado el
proceso de producción de imaginarios, pues los imaginarios sociales toda vez que crean e
instituyen un orden social, son a la vez creados e instituidos por ese mismo orden, generando
a un tiempo simbiosis y tensión entre lo instituido y lo instituyente.
Es cierto que una vez instituidos los imaginarios, estos dan lugar a las instituciones y estas
mantendrán y justificarán un orden social y harán circular la ideología que, mostrará pero
también ocultará una realidad social, de modo que todo aparato ideológico instituido hará
visibles y privilegiará unos regímenes de verdad consensuados y ocultará otros que
generalmente son minoritarios.
A pesar de que, como hemos dicho, los imaginarios y en consecuencia la ideología responde a
un consenso y circula legitimado por una mayoría social, existe un intersticio por el que se
filtra el disenso, la resistencia, la autonomía, o la alteridad, a propósito de la autonomía
Castoriadis hace la siguiente invitación: “deriva el imperativo práctico, deviene autónomo... y
contribuye en todo lo que puedas al devenir autónomo de los demás” (Castoriadis, 1990, p.
78).
De modo que por instalado que esté un aparato ideológico siempre estará potencialmente
amenazado, amenaza a la que generalmente las instituciones responden con violencia. Para
entender un poco mejor esto quiero centrarme en la alteridad, en lo otro, en lo diferente que
pone en crisis el orden instaurado en la norma, en otras palabras en lo anormal.
5. La alteridad y el orden
Michel Foucault en el prefacio de Las palabras y las cosas (1968, p. 1) nos refiere un texto de
Borges según el cual en cierta enciclopedia china los animales se clasifican en: a]
pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e] sirenas, f]
fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j]
innumerables, k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que
acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas.
Esta extraña clasificación además de producir risa, genera un cierto malestar y es a este
malestar al que quiero referirme. El malestar que entraña el desorden. Todo aquello que se
sale de la norma, amenaza el orden mismo, amenaza el estado de cosas e incomoda a quienes
lo habitan cómodamente.
El hombre ha intentado dominar la naturaleza y para lograrlo ha tenido que entenderla, para lo
cual ha ideado toda suerte de clasificaciones, de órdenes que le permitan el control, el control
de sí mismo y de todo cuanto le rodea. Así en todas las culturas se establecen órdenes
políticos, sociales, morales, etcétera. Ordenes que cambien según los tiempos y en respuesta a
las tensiones que en todo caso crean todas aquellas cosas que en su alteridad se resisten a ese
determinado orden o que el mismo orden segregue.
Basta con ver, por ejemplo, cómo se relacionaba la sociedad medieval, fundamentalmente en
la Baja Edad Media con la enfermedad. En principio y para entender la relación con la
enfermad es necesario mirar la relación con el cuerpo. El cuerpo era fundamentalmente algo
desdeñable, despreciable y que debía combatirse. En el cuerpo se configuraba el pecado, de
este se servía el Satanás para arrebatar al hombre del camino de la salvación, el cuerpo era un
obstáculo para la santificación. Veamos como refiere el cuerpo, por ejemplo, San Francisco
de Asís:
“… La carne debe ser mortificada y despreciada, tenida por vil y abyecta… odiemos el cuerpo
con sus vicios y pecados porque el diablo quiere que vivamos carnalmente… hagamos de
nuestros cuerpos objeto de oprobio y desprecio… es el enemigo mediante el cual se cometen
pecados” (Admoniciones, 10, 2).
Pero aparece una primera dicotomía en relación con el cuerpo, si bien el cuerpo era obstáculo
de la salvación, era en cierta forma también el vehículo para lograrla en la medida en que si se
lograba domesticarlo mediante la mortificación, someterlo a los principios morales, se estaría
más cerca a la santificación.
De modo que el sufrimiento era en cierta medida necesario. Así pues la relación con el cuerpo
fluctuaba en dos extremos por un lado el cuerpo visto como obstáculo para la santificación y
por otro, como vehículo, pero en ambos casos habría que verlo con desdén o por lo menos con
no demasiado apego.
Y ¿qué ocurría entonces con la enfermedad? Otro tanto. La enfermedad fluctuaba también en
dos extremos: por un lado era la maldición de Dios al hombre por sus pecados o los de sus
padres y por otro era una prueba divina que había que soportar con paciencia, como ocurrió
por ejemplo con Job. Pero en ambos casos, maldición o prueba el hecho concreto es que Dios
se abría separado del enfermo. No olvidemos que Job es abandonado por Dios y dejado a
merced del Satanás quien es el que le inflige todos los males, de modo que en uno u otro caso
el enfermo está en estado de maldición. Esta sociedad explica, pues, la enfermedad como una
maldición y el enfermo la mayoría de veces es segregado y expulsado del corpus social,
confinado en hospitales o simplemente aislado.
Lo que me interesa señalar en este punto es la relación del orden, que para el caso es la salud,
con el desorden que representa la enfermedad. Es decir la relación entre lo normal y lo
anormal, para decir que el poder le teme enormemente a aquello que se sale de la norma, a
aquello que evade sus categorías por varias razones pero por una muy poderosa: porque lo
anómalo amenaza con arruinar el orden, porque lo interroga, lo cuestiona, lo hace vacilar en
sus cimientos y en esa medida atenta contra él. A este respecto Stuart Hall nos dirá: “las
fronteras simbólicas son centrales a toda cultura. Marcar la “diferencia” nos conduce,
simbólicamente, a cerrar rangos, apoyar la cultura y estigmatizar y a expulsar cualquier cosa
que se defina como impura, anormal. Sin embargo, paradójicamente, también hace poderosa
la “diferencia” y extrañamente atractiva precisamente porque es prohibida, tabú, amenazante
para el orden cultural.” (2010, p. 421)
Ahora habrá que preguntarse ¿Qué figura representa con mayor elocuencia el temor a la
enfermedad que esa que la emparenta con un poder superior, infinito, incuestionable, e
implacable? ¿Un poder supremo contra el que nada puede el hombre en su insignificancia?
Veamos algunos textos bíblicos del Antiguo Testamento, que fundan estas ideas: Levítico. 26,
1-45: “…y si os refugiareis a las ciudades muradas, os daré peste...”; Deuteronomio. 24, 5-22:
“… Guárdate bien de incurrir o de merecer la plago o azote de la lepra…”; Deuteronomio 28,
1-68: “Hará el Señor que se te pegue la peste…”; Ezequiel 14, 19-20: “…Y si también
enviaré Yo pestilencia sobre aquella tierra, y derramaré sobre ella mi indignación causando
gran mortandad…”; Jeremías. 44, 11-14: “Y castigaré a los judíos que habitan en Egipto,
como he castigado a los que habitan en Jerusalén, con la espada, con el hambre y con la
peste…”
¿Y qué es la enfermedad sino esa cosa que se resiste al orden, que lo transgrede, que lo
violenta, que lo interpela, lo señala y lo cuestiona? Es esa cosa amorfa que crece en forma de
tumor, que deforma el cuerpo y lo corrompe.
La relación del poder con lo anormal o con lo que, dijéramos, pervierte la norma, suele ser
violenta o traducirse en un uso desproporcionado de la fuerza y el orden o estado de cosas se
mantendrá hasta que por la fuerza aquello que lo subvierte logre modificar el anterior o
instaurar un nuevo orden, cosa que confirmará siempre los temores del poder. Es de este
modo como en el curso de la historia los subalternos han logrado hacer parte de la norma.
Pero así como el poder le teme a lo anormal y también le teme al subalterno, los requiere para
autoproclamarse, para autodefinirse normal y hegemónico. Aquí conviene ver los dispositivos
del poder para su dominación pues es pertinente observar como anota Hannah Arendt que no
es posible un sistema de poder totalmente sostenido en la fuerza. Se requiere de la
aquiescencia del oprimido para que el poder se sostenga. Por esto la efectividad de los
dispositivos de poder dependen de la versatilidad de su implementación, es decir se extienden
e implementan de manera versátil: en el discurso, en los sistemas de producción simbólica, en
las imágenes, en los modos de representación, etc.
La frigidez de las mujeres en la Edad Madia para combatir efectivamente la lujuria, uno de los
pecados capitales más obsesivamente señalados en la Edad Media, la frigidez, no se habría
extendido tanto de no ser porque en la conciencia de las mujeres estuviera profundamente
grabada su conveniencia.
Stuard Hall refiere un caso que ejemplifica esto. Se trata de una mujer africana que en 1810
fue llevada a Inglaterra, se la conocía como la Venus africana. Esta mujer fue utilizada para
múltiples fines: se la exhibía como atracción en espectáculos de feria y fue objeto de estudio
de naturalistas y etnólogos de la época. La razón su esteatopigia: Acumulación de tejido
adiposo en las nalgas.
En otras palabras era una africana con un enorme trasero y con un alargamiento de sus labios
vaginales producto de la manipulación. Esto que era apreciado y considerado bello entre los
hotentotes de dónde provenía la mujer, pero en Inglaterra, fue la causa de su exotización.
Sara, como la conocían, fue exhibida regularmente durante cinco años en una jaula y atada
con cadenas. No obstante esto era una representación, un espectáculo al que al parecer ella
accedía voluntariamente. De hecho alguna vez acudió a la corte en un juicio para protegerla
de la sobre explotación y se declaró “bajo ninguna restricción” y “feliz de estar en Inglaterra”.
Sara estaba inscrita en ese Statu quo a pesar de que como refiere Hall: “Sara Baartman no
existió como “persona”. Había sido desensamblada a sus partes relevantes. Fue fetichizada”
(p. 436). De modo que ninguna opresión se mantiene por la fuerza pura, dado que depende de
un sistema ideológico debidamente instalado incluso en el oprimido.
“Ser espectador de calamidades que tienen lugar en otro país es la experiencia intrínseca de la
modernidad, la ofrenda acumulativa de más de siglo y medio de actividad de esos turistas
especializados y profesionales llamados periodistas. Las guerras son ahora también las vistas
y sonidos de las salas de estar. ” (2003, p. 7).
Es así como paulatinamente la ficción se mezcla con la realidad al punto que en ocasiones es
difícil establecer la diferencia, una vez la realidad ha sido mediatizada. Los medios de
comunicación y todo su andamiaje informativo y especulativo, toda su sobreproducción de
imágenes, de registros en tiempo real, la transmisión y retransmisión de los hechos, en su afán
de registrar e informar sobre la realidad, tienen la facultad de depredarla, de digerirla y de
vaciarla de sentido. Los hechos pasados por los medios dejan de ser y se convierten en
simulacros de sí mismos, dando lugar a lo que Jean Baudrillard llamó hiperrealidad:
Esta indeterminación de límites genera entre otras cosas: confusión, niveles de incertidumbre
y dificultades para dimensionar el valor de los acontecimientos. En general se percibe en estos
tiempos, cuando todo acto humano pasa por la espectacularización de los medios, una
tendencia a la frivolización de los hechos. Así que la imposibilidad de ver, la ceguera, se
extiende e invade todas las retinas, yuxtaponiendo imágenes unas sobre otras y reemplazando
la realidad por su simulacro espectacular, o en palabras de Jean Baudrillard: “Esta guerra
libera, gracias al poder de los medios de comunicación, una masa exponencial de estupidez,
no la estupidez propia de la guerra, ya de por sí considerable, sino de estupidez funcional,
profesional, de quienes pontifican en el comentario perpetuo del acontecimiento, de todos los
De igual manera ocurre con el cine que partiendo de la ficción intenta reflejar y dar cuenta de
una realidad de la que procede. Pero con excesiva frecuencia la explicación que se propone el
cine a propósito de, por ejemplo, el conflicto armado en Colombia suele ser producto de la
irreflexión y en esta medida suele parecerse a las ideas generalizadas que se tienen del
conflicto. Es en esta circunstancia en la que se impone la necesidad de entender de qué
manera se tejen las tramas simbólicas que configuran imaginarios y confieren sentidos a las
sociedades.
pareciera ofrecer un camino muy estrecho para aquel cine que quiere mantener independencia
del dictamen comercial, no obstante esta cinematografía encuentra su público y posibilidades
de circulación en varios escenarios que posibilitan su supervivencia como festivales de cine,
salas especializadas, cineclubes y demás espacios a los que confluye el público que busca en
el cine un dialogo, o una experiencia estética. A este cine se le ha denominado de diversos
modos: cine arte, cine independiente, cine de culto, cine de autor, etc. Y la dificultad para
nombrarlo guarda relación con la dificultad para clasificarlo ya que en él habita una intención
de ruptura y exploración en muchos órdenes pero fundamentalmente en el estético.
En este escenario aparece una línea que parecería separar el cine comercial, orientado al gran
público del cine independiente, no obstante no todo lo que circula bajo el rótulo de cine
independiente, realmente lo es, son numerosos los casos en los que producciones precarias y
defectuosas (aclaro que esta precariedad no alude al presupuesto sino más bien a la pobreza
imaginativa) que por su condición no logran persuadir al gran público e intentan mimetizarse
en busca de otra oportunidad de circulación. Así como no todas las producciones exitosas en
términos de taquilla son necesariamente ligeros divertimentos, existen no pocos ejemplos de
películas que logran satisfacer a un tiempo al gran público, al público especializado y los
intereses económicos de las casas productoras, de modo que esta división que separa un cine
de otro es móvil, provisional, inestable. Sin embargo son innegables las tensiones que generan
en el corpus cinematográfico (los cinematografistas, la crítica y el público) estas dos
posibilidades de existencia o de producción cinematográfica. En general en los países en los
que la industria cinematográfica es precaria o inexistente esta tensión se manifiesta de modos
insospechados. En Colombia por ejemplo se produce una aparente simbiosis entre el público,
los cinematografistas y las productoras, siendo en apariencia el público quien determina el
curso de las producciones nacionales, pero observando la asistencia del público colombiano a
las producciones nacionales notamos que el público colombiano acude a las salas de cine a
ver cine colombiano en mucha menos proporción que a ver cine extranjero. En las siguientes
gráficas se observa: la asistencia a las salas de cine (grafica 1), la asistencia al cine
colombiano (gráfica 2) y el porcentaje de espectadores a películas colombianas en relación
con el total del cine que se exhibe (gráfica 3)
27,067,506
22,773,852
20,219,614 21.561.926
18,050,000 18,350,000 18,400,000
17,200,000 17,122,000
17,850,000 17,780,000
17,086,000
15,990,000 15,940,000
1.996 1.997 1.998 1.999 2.000 2.001 2.002 2.003 2.004 2.005 2.006 2.007 2.008 2.009 2.010
hasta
nov.
2,806,892
2,373,658
2.217.753
1,979,106
1,422,000
1,208,215
854,541
987,000 944,700
618,000
577,304
112,000 84,000
100,000
1.996 1.997 1.998 1.999 2.000 2.001 2.002 2.003 2.004 2.005 2.006 2.007 2.008 2.009 2.010-
hasta
nov.
13.9%
7.7%
Como lo demuestran las cifras, los espectadores de películas colombianas en su punto más
alto no superan el 13,9% lo que resulta alarmante teniendo en cuenta que ese pico es del 2006
y que desde entonces se ha reducido hasta llegar en el 2010 a un 4,5%, es decir que no solo es
muy poca la asistencia de público al cine colombiano, sino que además decrece. Y otro
elemento que nos invita a cuestionar la relación del cine nacional con el público es que
mientras la asistencia a este decrece, del 2005 al 2010 la asistencia a las salas de cine en
general aumentó cada año, siendo el pico más alto de todos el 2010 incrementando su público
en poco más de cinco millones de espectadores.
Peso
Número de
espectadores
Número total de Estrenos espectadores de Promedio espectadores /
Año colombianas /
espectadores colombianos películas película colombiana
total
colombianas
espectadores
1996 18.050.000 3 987.000 329.000 5,47%
1997 17.850.000 1 100.000 100.000 0,56%
1998 18.350.000 4 1.422.000 355.500 7,75%
1999 15.990.000 3 112.000 37.333 0,70%
2000 17.200.000 4 618.000 154.500 3,59%
2001 17.780.000 7 84.000 12.000 0,47%
2002 18.400.000 4 854.541 213.635 4,64%
2003 17.086.000 5 577.304 115.461 3,38%
2004 17.122.000 8 944.700 118.088 5,52%
2005 15.940.000 8 1.979.106 247.388 12,42%
2006 20.219.614 8 2.806.892 350.862 13,88%
2007 22.773.852 10 2.373.658 237.366 10,42%
2008 21.561.926 13 2.217.753 170.596 10,29%
2009* 27.067.506 12 1.208.215 109.837 4,46%
2010
29.509.702 9 1.206.342 134.038 4,09%
(noviembre)
Esta circuntancia invita a preguntarnos ¿qué ocurre con la aparente simbiosis entre el cine que
se produce en Colombia y el público? ¿Más aún cuando un gran número de los
cinematografistas y productores dicen estar haciendo un cine para la gente, un cine sin
pretenciones con el que el público colombiano se sienta identificado?.
Queriendo encontrar respuesta a estas preguntas analizaremos los resultados obtenidos de una
encuesta realizada en Bogotá a 1270 personas. El instrumento se diseñó en el primer semestre
de 2010, se sometió a prueva en ese mismo año y luego de ajustarlo se implementó en el
segundo señestre de 2011.
El propócito era indagar en los imaginarios que circulan entorno al cine en relación con:
Percepción de calidad del cine nacional, grado de identificación del público con el cine
colombiano, recordación, relación entre violencia, conflicto nacional y el cine colombiano.
6 51 4%
2 113 9%
5 151 13%
4 411 34%
3 444 37%
Total general 1204 100%
Un aspecto indagado en las encuestas fue el nivel de identificación del público con el cine
colombiano, dada la poca asistencia a las películas colombianas en relación con la del cine
extranjero. Este fue el resultado a la pregunta ¿se siente usted identificado con el cine
colombiano?:
Etiquetas de fila Identificación Porcentaje
- No responde 23 2%
1 Muy identificado 67 6%
5 Nada identificado 175 15%
2 Identificado 219 18%
4 poco identificado 291 24%
3 medianamente
identificado 429 36%
Total general 1204 100%
Como se observa los poco identificados y nada identificados suman un 39% mientras que los
identificados y muy identificados 24%, de lo que se infiere que hay poca identificación del
público con el cine colombiano, lo que plantea una contradicción con el propocito de reflejar
la realidad nacional o hacer un cine que convoque al ciudadano corriente, expresado en
muchas ocasiones por cinematografiatas colombianos.
Como se observa los que persiven que el cine colombiano es regular, malo y muy malo suman
un 66%, mientras que a los que les parece bueno o muy bueno suman el 32%, de lo que se
infiere que la percepción de calidad del cine colombiano es negativa.
Uno de los imaginarios en relación con el cine que se produce en Colombia sobre el que
quicimos indagar es aquel según el cual el cine en Colombia privilegia el tema de la violencia
(narcotráfico, delincuencia común, guerrilla, paramilitarismo, etc.) en sus narrativas, dicho
imaginario en general se persibe como algo negativo.
Conclusión
Hemos identificado un divorcio entre el público y la cinematografía que se produce en
Colombia y pese a que la escasa asistencia a las películas colombianas se concentra en el cine
que trata temas de lo que común mente se llama realidad nacional, el público no logra
identificarse con estas narrativas y por el contrario persiven el cine nacional como deficiente,
esto quizá obedezca a que las narrativas no colman la necesidad que tienen las poblaciones de
conferir sentido al hecho violento ya que ocurre con el cine que partiendo de la ficción intenta
reflejar y dar cuenta de una realidad de la que procede que con excesiva frecuencia la
explicación que se propone el cine a propósito de, por ejemplo, el conflicto armado en
Colombia suele ser producto de la irreflexión y en esta medida suele parecerse a las ideas
generalizadas que se tienen del conflicto. Es en esta circunstancia en la que se impone la
necesidad de entender de qué manera se tejen las tramas simbólicas que configuran
imaginarios y confieren sentidos a las sociedades.
Dada la poca conexión entre el público y el cine colombiano quizá sería pertinente propender
por lo que podría llamarce un cine urgente, entendiendo urgente a lo que surge de la
necesidad. Con frecuencia como ya hemos señalado se escucha decir a los cinematografistas
que ellos hacen cine para la gente, que su cine es popular y sin pretensiones, lo cual lo
localiza inmediatamente en lo que Barthes llamó el habla mítica, esa impostura que simula,
que imposta comunión con lo cotidiano con el propósito de persuadir a la mayoría, a lo que
suele llamarse el gran público y quizá hace falta un cine, por lo menos en Colombia, que se
oponga al lugar común, un cine que se erija como un acto de creación.
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1
Realizadora de Cine y Televisión de la Universidad Nacional de Colombia y Magíster en Escrituras Creativas
de la misma universidad. Docente investigadora en la Universidad Politécnico Grancolombiano. Sus áreas de
interés son el arte, la filosofía y la historia. Investigaciones recientes: La violencia y sus configuraciones en el
cine colombiano (2009) y Los tres ojos del cíclope: tres miradas al cine colombiano (2010). Hace parte de la Red
Nacional de Investigadores de Cine. Ha participado activamente en procesos de gestión académica, así como en
la formulación, gestión y realización de productos audiovisuales y culturales. Se graduó con tesis meritoria en la
Maestría en Escrituras Creativas y obtuvo un premio en la convocatoria del Fondo para el Desarrollo
Cinematográfico, en la modalidad Escritura de guion para largometraje.