Positivismo Religioso Ed1
Positivismo Religioso Ed1
Positivismo Religioso Ed1
¿Porqué se banalizan nuestras celebraciones? A. Hoese
crisis social se debe a una crisis eclesial, y más precisamente ¿Porqué se banalizan
a una crisis litúrgica. Y, yendo más al fondo del asunto, a
una crisis litúrgica surgida de lo que el autor denomina nuestras celebraciones?
‘positivismo religioso’, que ha minado por dentro nuestra
capacidad de celebrar en Espíritu y en Verdad, y por
El Positivismo Religioso
ende, nuestra capacidad de alimentarnos para la tarea
apostólica.
El autor plantea las causas y las consecuencias
del positivismo religioso que afectan la capacidad de
celebrar y de vivir un verdadero cristianismo.
Finalmente, propone pautas para recuperar el sentido
simbólico, mistérico y vivencial de la Liturgia católica
ISBN 978‐987‐33‐1071‐3 2011
¿Porqué se banalizan nuestras
celebraciones?
El positivismo religioso
Alejandro Hoese
_____________________________________________________
Cámara Argentina del Libro – Catalogación en Fuente
Hoese, Alejandro
¿Porqué se banalizan nuestras celebraciones? : el positivismo
religioso. – 1ª Ed. – San Juan : el autor, 2011.
60 p. ; 21x15 cm.
ISBN 978‐987‐33‐1071‐3
1. Liturgia. 2. Sacramentos. I. Título
CDD 264
_____________________________________________________
Título: ¿Porqué se banalizan nuestras celebraciones? : El positivismo religioso.
Autor: Alejandro Hoese
1ª Edición – 100 Ejemplares
Impreso y Editado por: A. Hoese, San José 1540 oeste, San Juan, Argentina.
ahoese@gmx.net – alejandro@hoese.com.ar
Imprenta: Arte Final, San Juan, Argentina
Impreso en Argentina – Printed in Argentine – Agosto 2011.
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Todos los derechos reservados. Copyright © A. Hoese. 2011.
Permitida su reproducción total o parcial con cita de la fuente y el autor.
¿Porqué se banalizan nuestras celebraciones?
El positivismo religioso
INDICE
PRÓLOGO 1
LITURGIA: DON Y MISTERIO 5
Don de Cristo a la Iglesia 5
Misterio de la Fe 10
Liturgia terrena y celestial 13
EL POSITIVISMO RELIGIOSO 15
Positivismo del conocer 17
Positivismo del amar 23
CONSECUENCIAS 29
PROPUESTAS 33
Los ministros ordenados 33
Los ministerios instituidos 37
Los ministerios temporales 38
El coro o grupo de cantores 40
La asamblea de fieles 43
CONCLUSIÓN 47
ii
PRÓLOGO
En los últimos cuarenta años la participación dominical en
Argentina se ha incrementado en algunos lugares, y ha
disminuido en otros. Posiblemente las estadísticas indiquen
que el total nacional ha disminuido.
Pero lo que es innegable es que la sociedad argentina ha
sufrido un proceso de sostenida y acelerada descristianización,
independientemente de las estadísticas de asistencia al culto.
Algunos echarán culpas a la ideologización del clero, a la
pérdida de identidad sacerdotal y de los religiosos, a una
pérdida de autoridad eclesial.
Otros dirán que los laicos cedieron al hedonismo, al
consumismo y al materialismo reinante.
Otros, al avance de las sectas y al consecuente abandono de la
Iglesia para optar por otras confesiones cristianas o no
cristianas.
Hay muchos, como yo, que pensamos en una suma de factores,
entre los que podrían incluirse los anteriores.
En todo caso, para una solución al problema, vale lo que dicta
el adagio: “Cuando los empleados fallan, hay que cambiar al
gerente”.
1
Con esto quiero indicar que la falla subyace ‘más dentro que
fuera’. Y cuando digo ‘dentro’, no me refiero a la estructura
jerárquica –como podría indicar a primera vista el adagio– sino
al meollo de la vida de nuestra Iglesia: la Sagrada Liturgia.
Personalmente me siento inclinado a pensar que la crisis social
se debe a una crisis eclesial, y más precisamente a una crisis
litúrgica. Esta idea no es mía, sino tomada de nuestro actual
Papa Benedicto XVI1. La aseveración se hace evidente cuando
releemos la Constitución sobre Sagrada Liturgia del Concilio
Vaticano II: “La sagrada Liturgia no agota toda la actividad de
la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la
Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la
conversión… No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de
donde mana toda su fuerza.” [cfr. SC 9, 10].
Es decir, pienso que la descristianización de la cultura es el
efecto del debilitamiento del fervor apostólico y de la fé.
Ambos –fe y apostolado– se nutren de la fuente de la sagrada
Liturgia, pues la ley de la oración es la ley de la fe2: “lex orandi, lex
credendi” (es decir, la Iglesia cree lo que reza), y el apóstol saca
sus fuerzas de la fé y la oración: “lex orandi, lex credendi, lex
vivendi”.
Y, yendo más al fondo del asunto, pienso en una crisis surgida
de un cierto ‘positivismo religioso’, que ha minado por dentro
nuestra capacidad de celebrar en Espíritu y en Verdad, y por
ende, nuestra capacidad de alimentarnos para la tarea
apostólica.
1 Cfr. “La Reforma de Benedicto XVI”, Nicola Bux (2009); “Dios y el Mundo”, Card.
Ratzinger y Peter Seewald (2000); “Luz del mundo”, Benedicto XVI y Meter Seewald (2010).
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1124
2
2
Alguien podría aquí interpretar que la Reforma Litúrgica del
Concilio Vaticano II fue causante de esta crisis.
Personalmente creo que, aunque no se hubiera llevado a cabo
tal reforma, igualmente hubiésemos caído en la situación
actual. Por supuesto que esta afirmación, como su contraria,
cae en el ámbito de la mera especulación. Pero mi postura se
basa en que el ‘positivismo religioso’ tiene un trasfondo
cultural cuyas consecuencias se aplican tanto a la forma
ordinaria como a la forma extraordinaria3 (o pre‐conciliar) del
Rito Romano vigente, como a los otros ritos católicos no
Romanos y, en general, a la visión que el hombre occidental
actual tiene de Dios y de su relación con Él en la oración y el
culto.
Esta hipótesis del ‘positivismo religioso’ tampoco es mía. La
rescaté releyendo una charla que dio Mons. José Luis
Duhourque en el año 1993 durante el encuentro anual de la
Sociedad Argentina de Liturgia4. Y –de alguna manera– entra
en sintonía con el pensamiento del entonces Card. Ratzinger,
expresado en su libro ʹEl Espíritu de la Liturgiaʹ (2001), del cual
he tomado aquí muchos conceptos.
En este ensayo simplemente he tratado de ajustar y comparar
experiencias personales vividas a lo largo de los últimos treinta
años, y sistematizarlas bajo los conceptos arriba mencionados
sobre el espíritu de la liturgia y el positivismo religioso. Asimismo,
he intentado volcarlos de una manera tal, que cualquier lector
–aunque no sea experto liturgista– pueda comprenderlo.
Fundamentalmente, porque yo no soy un tal experto.
A.M.G.D.
3
4
LITURGIA: DON Y MISTERIO
Para entender el concepto de ‘positivismo religioso’ debemos
primero tener en claro el concepto sobre ‘Sagrada Liturgia’,
entendido como don y misterio que debe ser celebrado en
Espíritu y en Verdad, para rendir culto de glorificación al
Padre y como medio eficaz de salvación para el hombre5:
“Pero la hora se acerca, y ya ha llegado,
en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad,
porque esos son los adoradores que quiere el Padre.”
(Jn 4,23)
Concretamente, la ‘Sagrada Liturgia de la Iglesia’ se manifiesta
en la celebración de la Liturgia de las Horas, los Sacramentales y
los Sacramentos. Entre estos últimos se destaca la Eucaristía o
Santa Misa, sobre la cual se darán los ejemplos de aquí en más,
aunque los conceptos sean aplicables a la Sagrada Liturgia en
general.
Don de Cristo a la Iglesia
Cuando hablamos de “don y misterio” queremos referirnos a la
realidad de la Sagrada Liturgia como un conjunto de ritos que
no ha sido creado, construido o ideado por la Iglesia, sino más
5 Cfr. Constitución Sacrosanctum Concilium, ns. 6 y 7, Concilio Vaticano II.
5
bien a un Misterio Celebrativo revelado por Jesucristo y
confiado a la Iglesia6.
Si bien Jesús no escribió un misal o un ritual, leemos en los
Evangelios las siguientes claves de interpretación litúrgica de
sus acciones salvíficas, dirigidas principalmente a sus
Apóstoles:
- Él ‘es Señor del Sábado’ (Mt 12,8)
- Él no ha ‘venido a abolir la Ley, sino a darle
cumplimiento’ (Mt 5,17)
- Les manda celebrar la Eucaristía (Lc 22,19)
- Les envía a ‘Bautizar a todas las gentes’ (Mt 28,19)
- Les otorga el ‘poder de las llaves’ (Mt 16,19) y sobre la
absolución de los pecados (Jn 20,23)
- Les enseña a orar con el ‘Padrenuestro’ (Mt 6,9)
Además, durante su vida pública, Jesús bendice los
matrimonios, cura a los enfermos, y realiza una serie de
acciones y gestos que luego serán tomados por sus discípulos
como base de los ritos de la Nueva Alianza.
Principalmente en el relato de la Última Cena queda patente su
Señorío sobre la Antigua Alianza y su perfeccionamiento de la
Ley. En efecto, Jesús toma los elementos litúrgicos de la
Antigua Alianza –como la bendición del pan y el vino– y los
refiere a la liturgia sacrificial del Templo con una visión
definitiva en su Nueva Alianza, y ya no meramente figurativa
como hasta entonces7.
6 Cfr. Catecismo de la Iglesia, ns. 1067, 1131, 1150 y 1151; “Luz del Mundo”, Cap. 15,
Benedicto XVI (2010).
7 Cfr. Catecismo de la Iglesia, n. 1093. Cfr. El Espíritu de la Liturgia, J. Ratzinger.
6
Los discípulos comprendieron estos gestos y mandatos y los
pusieron inmediatamente en práctica, tal como leemos en el
libro de los Hechos:
“Todos se reunían asiduamente para escuchar la
enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida
común, en la fracción del pan y en las oraciones.”
(Hech 2,42)
“El primer día de la semana, cuando nos reunimos
para partir el pan, Pablo, que debía salir al día
siguiente, dirigió la palabra a la asamblea y su
discurso se prolongó hasta la medianoche. (Hech 20,7)
La liturgia del Bautismo y de la fracción del pan8 (actualmente la
Santa Misa) como celebración dominical ya tenían una forma
muy concreta a mediados del siglo I –incluso antes de la
destrucción del Templo en el 70 d.C.–, como puede leerse en la
Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, que es el documento
más antiguo que nos provee información sobre la liturgia de la
Iglesia primitiva:
“En cuanto al bautismo, he aquí como hay que
administrarle: Después de haber enseñado los
anteriores preceptos, bautizad en el agua viva, en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si no
pudiere ser en el agua viva, puedes utilizar otra; si no
pudieres hacerlo con agua fría, puedes servirte de
agua caliente; si no tuvieres a mano ni una ni otra,
echa tres veces agua sobre la cabeza, en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” (Punto VII).
“No hagáis tampoco oración como los hipócritas, sino
como el Señor lo ha mandado en su Evangelio.
8 Lc 34,30‐35.
7
Vosotros oraréis así: «Padre nuestro que estás en el
cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos
hoy nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda
como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no
nos induzcas en tentación, sino líbranos del mal,
porque tuyo es el poder y la gloria por todos los
siglos.» Orad así tres veces al día.” (Punto VIII).
“En lo concerniente a la eucaristía, dad gracias de esta
manera. Al tomar la copa, decid: «Te damos gracias,
oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu
siervo, que nos has dado a conocer por Jesús, tu
servidor. A tí sea la gloria por los siglos de los siglos.»
Y después del partimiento del pan, decid: «¡Padre
nuestro! Te damos gracias por la vida y por el
conocimiento que nos has revelado por tu siervo,
Jesús. ¡A Tí sea la gloria por los siglos de los siglos!
De la misma manera que este pan que partimos,
estaba esparcido (en las espigas) (por las altas
colinas), y ha sido juntado, te suplicamos, que de
todas las extremidades de la tierra, reúnas a tu Iglesia
en tu reino, porque te pertenece la gloria y el poder
(que ejerces) por Jesucristo, en los siglos de los
siglos.» (Punto IX).
“Cuando os reuniéreis en el domingo del Señor, partid
el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad gracias
después de haber confesado vuestros pecados.” (Punto
XIV).
Para la celebración eucarística dominical los cristianos
adoptaron y adaptaron la liturgia sacrificial del Templo de
8
Jerusalén y la liturgia de la Palabra sinagogal9 con clave
cristológica.
Mientras que los sacrificios rituales del templo –figura del
único Sacrificio del Cordero de Dios– fueron adaptados al
culto ‘en Espíritu y en Verdad’ revelado en la Última Cena por
Cristo –Sacerdote, Altar y Víctima de la Nueva Alianza–, la
liturgia de la Palabra fue tomada en su totalidad del culto
sinagogal basado en la lectura de la Torah, los Profetas y los
Salmos, y en su comentario contemplativo. Se cumplía así
plenamente la función complementaria de la Sinagoga respecto
del Templo (en aquel entonces principalmente para los judíos
del exilio y luego de la diáspora), pero ahora reinterpretada
con el significado cristológico del Verbo Encarnado para
nuestra salvación. Ambas liturgias fueron bien conocidas y
frecuentadas por Jesús, como lo señalan reiteradas veces los
Evangelios.
Pero ambas liturgias –Sacrificial y de la Palabra– provienen de
las raíces mismas del judaísmo, forjadas en el ámbito de la
Revelación del Dios de Israel a su Pueblo elegido.
En efecto, los sacrificios de animales y ofrendas a la divinidad
eran bien conocidos por los pueblos contemporáneos a
Abraham10, y a veces incluían sacrificios humanos11. La
realidad de esta práctica cultual debe haber sido para Abraham
un motivo de justificación para aceptar con fe inquebrantable
el sacrificio de su único hijo Isaac, aunque el mismo fuese
9 Cfr. Catecismo de la Iglesia, n. 1096.
10 Gen 4,3.4.
11 En la década de 1920 un equipo internacional de investigadores del Museo Británico y la
Universidad de Pennsylvania (EE.UU.) descubrió en Iraq los restos del cementerio real de
Ur, datado en torno al 2500 a.C. Allí, los arqueólogos dirigidos por el experto británico
Leonard Woolley descubrieron con sorpresa los restos de unos 2.000 enterramientos que
parecían atestiguar la práctica masiva de sacrificios humanos a gran escala.
9
excesivo e ilógico en el ámbito de la Promesa12. Sin embargo, el
sacrificio de Isaac actúa como figura, y más plenamente y con
el nuevo significado dado por el sacrificio pascual en el
Éxodo13, del Sacrificio del Cordero de Dios, el Verdadero
Cordero Pascual, ‘que quita el pecado del mundo’14. Él es el
Hijo único entregado como cumplimiento de la promesa hecha
a Abraham, Isaac y Moisés, y en ellos ‘a una multitud’15.
Por otro lado, encontramos ya en el Deuteronomio, y con
mayor precisión en Nehemías, una liturgia de la Palabra tal
como la conocemos hoy en día16. Esta liturgia permaneció
activa en las Sinagogas con la secta de los Fariseos, y de hecho
fue la única que perduró en Israel luego de la destrucción del
Templo (70 d.C.).
Como vemos, la Iglesia no hizo más que tomar y cuidar lo
confiado a Ella por su Esposo, redescubriendo los ritos, los
Salmos y la Palabra revelada al hombre durante toda la
Historia de la Salvación, con la clave de la revelación plena en
Jesucristo.
Misterio de la Fe
“Este el Misterio de la Fe. Anunciamos tu Muerte,
proclamamos tu Resurrección, hasta que vuelvas.”
Aclamación a la Plegaria Eucarística, Misal Romano.
En los labios del salmista, se oye el ansia del Pueblo elegido
por la manifestación de Dios: “Como el centinela espera la
12 Ver Gen 13,16; 15,2‐6; 17,4.19.
13 Ver Ex 12,1‐14.
14 Jn 1,29.
15 Gen 17,4; Gen 32,13; Gen 48,16; Ex 12,38; Mt 20,28; Mc 10,45 y fórmula de la Consagración
del Cáliz.
16 Dt 31,9‐12 y Neh 8,1‐12.
10
aurora, espere Israel al Señor”17. Este sentimiento impregna
toda la Antigua Alianza.
Para nosotros los cristianos, el tiempo de la noche, el tiempo de
la Promesa, pasó y se cumplió en Cristo, pero vivimos aún en
el tiempo de la aurora. Sabemos que “la noche está muy
avanzada y se acerca el día…”18, pero el Día pleno todavía no
ha llegado:
“La aurora… por ser la transición entre la noche y el día,
tiene algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Por eso,
los que en esta vida vamos en seguimiento de la verdad
somos como la aurora o amanecer, porque en parte
obramos ya según la luz, pero en parte conservamos
también restos de tinieblas.
San Gregorio Magno, sobre el libro de Job
(Oficio de Lectura Jueves I)
El signo de la aurora –la Nueva Alianza– es el tiempo de la
Iglesia peregrinante, tiempo de fe, esperanza y caridad. Pero la
fe y la esperanza pasarán:
“Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después
veremos cara a cara. Ahora conozco todo
imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce
a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la
esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el
amor.
Primera Carta a los Corintios, 13,12.13
Por eso los cristianos vivimos –y celebramos– el misterio de la fé,
hasta que vuelvas. Y mientras vivimos de la fe, vivimos ‘como en
un espejo, confusamente’. El espejo no se refiere a los cristales
pulidos con precisión de nanómetro de nuestros telescopios
17 Sal 129,7 (“De profundis”).
18 Rm 13,12.
11
actuales, sino al metal bruñido que en los tiempos de San Pablo
mostraba una imagen deformada de la realidad. En otras
palabras, nosotros vivimos el tiempo del Misterio de la fe, el
tiempo de las parábolas, en donde el Reino solo es
comprensible en imágenes: “como una semilla de mostaza…,
como un tesoro escondido…, como un poco de levadura…”
En este tiempo de la aurora, de luz y tinieblas, el hombre
anhela vivir en la cercanía del Misterio que lo acoja y sane.
Aún cuando no tenga palabras para expresar este anhelo, ni
siquiera para confesárselo a sí mismo, el hombre anhela en su
interior volver a esa patria que intuye es su origen y que sabe
que no está en este mundo.
La Sagrada Liturgia es el ámbito en donde podemos
encontrarnos con el Misterio, “es el supremo ámbito donde el
Misterio nos habita y a su vez se muestra habitable por
nosotros”19. Es la Carpa del Encuentro, cubierta por la nube del
Misterio, pero donde podemos encontrarnos con Dios cara a
cara20. Y esto es posible porque la Liturgia terrenal –la
verdadera Liturgia– es don de Dios, y no hechura humana. De
la misma manera que el Arca, la Carpa del Encuentro y todo el
orden litúrgico de la Antigua Alianza fue dictado por Dios a
Moisés en el Sinaí.21
Pero para acceder a este don inefable, a esta acción divina, que
es al mismo tiempo gloria de Dios y salvación para el
hombre22, es necesario penetrar el Misterio de la Fe,
introducirnos en la Carpa del Encuentro, “entrar en su
Santuario”23 despojándonos de nuestros preconceptos sobre
19 Card. Olegario González, Introducción a la edición española del “Espíritu de la Liturgia”,
Card. Ratzinger. Ed. Cristiandad, Madrid, 2001.
20 Cfr. Ex 33,7‐11.
21 Cfr. Ex 25,1‐31,18.
22 Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 7, Concilio Vaticano II.
23 Cfr. Sal 73, 17.
12
nosotros mismos y sobre Dios. De lo contrario, corremos el
peligro de fabricarnos un becerro de oro, un ‘dios a medida’24.
Liturgia terrena y celestial
Y porque la liturgia terrenal es don de Dios y misterio de fe, es
también signo y figura de la Liturgia Celestial25 a la cual
estamos llamados a participar una vez cumplida nuestra
pascua personal por ‘este valle de lágrimas’. Allí viviremos la
plenitud de nuestra condición humana, y la plenitud de
nuestra capacidad de celebrar a Dios: “el único oficio del
hombre en el cielo, será cantar, como los ángeles” (San Efrén).
Esta vinculación de la Liturgia terrena con la celestial es la que
garantiza al hombre la eficacia sacramental del culto:
“Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es
perfectamente glorificado y los hombres santificados,
Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la
Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al
Padre Eterno. Con razón, pues, se considera la Liturgia
como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los
signos sensibles significan y, cada uno a su manera,
realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo
Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros,
ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda
celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de
su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por
excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el
mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la
Iglesia.”
Constitución Conciliar Sacrosanctum Concilium, n.7
24 Cfr. Ex 32,1‐6.
25 Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 8, Concilio Vaticano II.
13
El culto celebrado en plenitud se convierte así en el lugar en
donde pregustamos la gloria futura (piñus futurae gloriae26),
desvelamos el Misterio y conocemos a Dios tal cual es.
El culto litúrgico es además una realidad que trasciende el
momento y la comunidad, el tiempo y el espacio, un portal
donde tocamos la eternidad. Por ello, el sacrificio de Cristo se
hace presente en cada Eucaristía, no como recuerdo sino como
realidad presente. Y este instante de eternidad nos vincula con
la Iglesia Triunfante y Purgante, con nuestros compañeros de
viaje del pasado, del presente y del futuro, pertenecientes a
“toda lengua, raza, pueblo y nación”27.
Por ello, cualquier intento privado28 de personalizar la
celebración, de identificarla con el ahora y el aquí, con nuestra
idiosincrasia y nuestra comunidad, lejos de acercarla a los
hombres la aleja y desnaturaliza, hasta el punto de convertirla
en un acto estéril, desprovisto de su capacidad de transformar
al hombre y al mundo, y por consiguiente de rendir la debida
gloria a Dios.
26 Cfr. O Sacrum Convivium, Antífona del Oficio del Corpus Christi, Sto. Tomás de Aquino.
27 Ap 5,9.
28 NdA: Con ‘intento privado’ se quiere dar a entender la introducción de modificaciones,
ya sea por los sacerdotes o los mismos fieles, fuera de los límites que indican las rúbricas y
las recomendaciones de la Iglesia y la autoridad litúrgica pertinente.
14
EL POSITIVISMO RELIGIOSO
El ‘positivismo’ es una corriente o escuela filosófica que afirma
que el único conocimiento auténtico es el conocimiento
científico, racional y empírico. Siendo la experiencia religiosa
una experiencia no científica, el término ‘positivismo religioso’
encierra un oxímoron que intenta expresar la búsqueda
meramente racional y sensible de la experiencia religiosa.
Por consiguiente, con el concepto de ‘positivismo religioso’
quiero referirme a la incapacidad del hombre actual de vivir la
oración –el culto– mediante dos principios y experiencias que
le son sustanciales: el simbolismo y el misterio.
La antropología cristiana define al hombre como una unidad
sustancial de cuerpo y alma29, entendiendo a esta última como el
principio espiritual y vital del cuerpo (alma proviene del latín
anima = espíritu, vida), que a su vez en el hombre contiene las
potencias de su inteligencia y voluntad libre30.
Esta razón y voluntad específicas de, y originadas en, el alma
humana se expresan por medio de la capacidad cognitiva y
afectiva: el conocer y el amar. Siguiendo a San Agustín, el
hombre no puede amar lo que no conoce, y no puede conocer
lo que no ama. Esto se aplica de una manera especialísima a su
29 Cfr. Catecismo de la Iglesia, n. 362 y ss.
30 Ibídem n. 1705 y ss
15
relación con Dios31, ya que su finalidad última es conocerle,
amarle y servirle en esta vida, para gozarle en la vida eterna32.
Según San Agustín, hay tres tipos de conocimiento: el corporal,
el espiritual y el racional. Puesto que Dios es para el hombre
‘misterio’, el conocimiento que de Él puede tener estará
siempre oculto por la ‘nube’ que lo rodea33. Sin embargo,
conocer el Misterio de Dios es posible para el hombre debido a
la Revelación que Dios mismo hace de Sí. En efecto, el misterio
oculta la totalidad de su Ser, pero no lo hace inalcanzable: el
hombre es capaz de Dios34 y la Revelación le muestra sin
equívoco quién És, aunque no pueda del todo comprenderlo
en esta vida35. Por eso el misterio de Dios no encierra una
incapacidad cognitiva, sino más bien un conocimiento con
certeza, pero sin plenitud, por medio de la fe en Jesucristo.
Y puesto que amamos en la medida que conocemos, nuestro
amor a Dios en el misterio será por analogía un amor con certeza,
pero sin plenitud, en la fe.
Es por ello que, por la fe, tenemos la esperanza de alcanzarlo y
amarlo plenamente, de conocerlo tal cual es, cara a cara, más no
en esta vida36.
El positivismo religioso anula este conocimiento espiritual del
misterio de Dios, e intenta atraparlo con el conocimiento
racional y corporal: busca comprender el misterio con la mera
razón, y hacerlo afectivo y efectivo con la sensibilidad
subjetiva.
31 Ibídem n. 1 y ss
32 Catecismo de las Primeras Nociones.
33 Cfr. Ex 19,9.16; Mt 17,5.
34 Cfr. Catecismo de la Iglesia, n. 27 y ss.
35 Cfr. Constitución Dei Verbum, n. 6, Concilio Vaticano II.
36 I Cor 13,12.
16
En definitiva, el positivismo religioso anula la capacidad de
interpretar el lenguaje simbólico y sacramental de la Liturgia,
que es justamente el resguardo del misterio que envuelve al
único y verdadero Dios, revelado en Jesucristo por el Espíritu
Santo.
De esta manera, se racionaliza el misterio y se termina
reemplazando a Dios por una imagen de Dios más accesible al
hombre que, en definitiva, es una imagen creada por el hombre:
el teocentrismo de la Liturgia es cambiado por el
antropocentrismo de la celebración. La actio Dei37 es
reemplazada por la actio hominis, y la participación litúrgica se
traslada de la participación del hombre en esta acción divina
hacia la participación del hombre en su propia acción humana.
La Liturgia se convierte así en una mera representación
humana, en donde el hombre tiene la última palabra. No es ya
un don de Dios, sino una creación de la comunidad celebrante.
Y por tanto, la celebración debe reflejar la idiosincrasia de esa
comunidad a costa de perder su verdadera identidad, su
verdadera condición de don y misterio: Don de Dios y Misterio
de la Fe.
Positivismo del conocer
El positivismo religioso aplicado a la capacidad cognitiva,
rechaza toda incompresión del lenguaje litúrgico. Bajo
argumentos “pastorales” se reemplaza lo difícil por lo fácil. Esto
se manifiesta –por ejemplo– en el rechazo del latín, la inclusión
de lenguaje llano y corriente (Tú por el Vos, Padre por Papá), y
la sobreabundancia de la palabra humana sobre el signo
sacramental.
37 Cfr. Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis n. 37, Benedicto XVI.
17
De esta manera, aparece el abuso en la intervención del guía o
comentarista, que intenta explicar absolutamente todo, aunque
descuide su verdadera misión: unificar los gestos y posturas de
la asamblea, más allá de ayudar a la comprensión del signo38.
En efecto, aunque multipliquemos las palabras y las
moniciones, nunca se podrá explicar el significado profundo
del signo sacramental: para ello el fiel deberá poner más fe que
cerebro, más piedad que comprensión racional, más
recogimiento que sentimiento, más silencio que palabra.
Esto nos lleva a otro abuso de la palabra sobre el signo, cual es
priorizar la palabra hablada por sobre la palabra cantada, y la
palabra escrita por sobre la hablada.
En efecto, la Liturgia es la Palabra de Dios puesta en acción. Y
la Palabra debe ser proclamada para ser escuchada. Pero el
positivismo religioso nos provee de la ‘hoja del Domingo’, en
donde las Lecturas y las principales oraciones están a mano
para leerlas, en lugar de esforzarnos por escucharlas. Aquí es
significativo notar que la Palabra Encarnada no escribió
absolutamente nada, solo predicó durante su vida pública. Y
con esto dio un claro signo de que Él, el Cristo de Dios, era la
Palabra eterna del Padre que debía ser escuchada: “Éste es mi
hijo amado: escuchadle” (cfr. Mt. 17,5).
En este sentido, se puede comprender a la Liturgia como la
Escritura puesta en Obra, así como un concierto es la ejecución
de una partitura. De hecho, la Liturgia está imbuida en y por la
Escritura, y por ello todo agregado ‘humano’, por más motivo
pastoral que intente justificarlo, no hace más que diluirla y
desdibujarla bajo un aparente argumento de comprensión. “La
mejor catequesis sobre la Eucaristía, es la Eucaristía misma
bien celebrada39”, y para ello es necesario respetar el signo y el
38 Ordenación General del Misal Romano, n. 43 y n. 105 (3ra Ed. Típica, 2007)
39 Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, n. 64, Benedicto XVI (22 de febrero de 2007).
18
misterio, lo que muchas veces implicará silencio antes que
intervención, pero sobre todo que la Palabra sea proclamada y
escuchada según su propia naturaleza.
Y para que sea escuchada correctamente, debe ser proclamada
correctamente. Esto implica respetar el contenido y la forma.
En cuanto a la forma, no toda proclamación litúrgica se realiza
hablando. En realidad, la mayoría de las veces exige el canto40.
Pero el positivismo religioso nos induce a pensar que la mera
recitación de los textos basta, si son bien comprendidos por
todos. Y para ello solo se necesita un buen sistema de audio y
un lenguaje corriente, donde el latín, griego o arameo no tienen
cabida. El canto es considerado un ropaje estético innecesario y
hasta molesto, pues no se comprende su función simbólica y
sacramental, que es justamente la que hace a la palabra eficaz.
Extrapolando esta manera de pensar la palabra a un ámbito
profano, se llegaría a concluir que bastaría con recitar el Himno
Nacional, siempre que se lo haga con voz clara y potente. Y si
bien nos resulta gracioso y hasta exagerado suponer un acto
patrio donde el Himno sea recitado, esto ocurre muy a
menudo en nuestras celebraciones, cuando recitamos el Salmo,
el Gloria o el Sanctus, por poner algunos ejemplos.
A nadie se le ocurriría alentar a su equipo de fútbol con un
slogan desprovisto de ritmo y melodía. Sin embargo,
respondemos naturalmente al Padrenuestro hablando la
aclamación Tuyo es el reino, como si fuese normal aclamar de
esta manera41.
40 Cfr. Constitución Laudis Canticum, ns. 103 y 270; Ordenación General del Misal Romano,
ns. 39‐41 (3ra Ed. Típica, 2007).
41 Aclamación = Muestra de entusiasmo y aprobación que da una multitud a alguien,
generalmente mediante voces y aplausos.
19
Estos son claros ejemplos de la pérdida del rico y variado
sentido simbólico que impregna la Liturgia.
En cuanto al contenido, es indispensable respetar los textos
litúrgicos, sin omisiones, cambios o añadiduras42,43.
Así llegamos al otro extremo del positivismo religioso que,
para compensar esta palabra desprovista de su lenguaje
simbólico, encuentra quienes reaccionan con creatividad. Y
entonces se recurre a la multiplicación de oraciones y
agregados que intentan darle a la palabra aquella fuerza que
perdió con su desnaturalización simbólica: invocaciones al
Espíritu Santo, agregados espontáneos, gestos y ritos
novedosos que buscan atraer la atención y sensibilidad de los
fieles y del propio celebrante, siempre según sus propios
criterios y pareceres. Se introduce el saludo civil (“Buenos
días...”, “Buenas tardes...”); se refiere a los fieles como
“hermanos y hermanas”, “amigos en Cristo”; se cambian las
conjugaciones y tiempos verbales para hacerlos más efectistas
(“El Señor está con Ustedes”); se reemplaza la invocación de la
Oración de los Fieles por una jaculatoria (“Ilumínanos Señor”,
“Haznos más generosos”, etc.). La creatividad llega al punto de
nombrar a Dios Padre como “Madre”44.
Y así, a pesar de que el hombre (ministro o fiel) percibe un
vacío, una aridez, una insuficiencia en la forma de celebrar, el
positivismo religioso subyacente rechaza todo intento –por
considerarlo naturalmente inaceptable– de retomar un
lenguaje simbólico netamente litúrgico, sagrado, diferente,
propio y específico del culto. Por el contrario, se sumerge cada
42 Cfr. Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 22, Concilio Vaticano II.
43 Ordenación General del Misal Romano, n. 24 (Terc. Ed. 2007); Carta Apostólica Vicesimus
quintus annus, n. 13, Juan Pablo II; Instr. Inaestimabile donum, n. 5, Congr. para los
Sacramentos y Culto Divino.
44 “En la Biblia, «Madre» es una imagen, pero no un título para Dios”, Benedicto XVI, Jesús
de Nazareth I Cap. 5 “La oración del Señor” (2007).
20
vez más en un lenguaje comprensible y emotivo, ‘encarnado’,
‘inculturado’, ‘pastoral’, directo, sencillo, corriente, llano y
sensible, hasta el extremo de tocar la banalidad.
Entonces, cruzamos el umbral del templo para encontrarnos
con el Otro, con lo sagrado… y realmente nos encontramos con
lo profano45, con un lenguaje idéntico al que dejamos minutos
atrás en la calle, fuera del templo. Vamos al culto para
escuchar las mismas formas, melodías y textos que momentos
antes escuchábamos en la radio y la televisión. Llegamos a
celebrar utilizando los mismos gestos, movimientos y aplausos
que hubiésemos utilizado en nuestras casas, fiestas y actos. En
definitiva, vamos a encontrarnos con nosotros mismos bajo la
apariencia de culto divino. ¿Es éste el verdadero culto al Dios
único y verdadero?
En este punto, se hace difícil no hacer la analogía de esta
situación celebrativa con el relato del becerro de oro al pié del
Sinaí46. Como entonces, el hombre de hoy busca un culto
humano, cercano: un Dios palpable, a nuestra medida
congnitiva y sensorial.
Alguno dirá que la prohibición de imágenes al pueblo de Israel
fue una protección contra la falsa idolatría, y que finalmente
Dios se encarnó en Jesucristo, dando un nuevo significado a
nuestra comprensión de Dios, de las imágenes sagradas y del
culto. Pero el Verbo Encarnado sigue siendo el Verbo de Dios,
y su Humanidad sigue velando el misterio de su Divinidad.
Por eso, no basta embanderar la Encarnación del Verbo para
justificar la profanización de lo sagrado.
Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, el templo
mismo pierde su identidad sacramental de espacio consagrado, y
45 Del latín pro‐fanum, fuera del fanum, templo o santuario.
46 Ex 32,1‐6.
21
deviene en un mero espacio celebrativo o comunitario, en donde
es bienvenido un concierto de música profana (popular o
académica), una reunión de padres, una conferencia, una
entrega de libretas…
En resumen, el positivismo religioso deviene en una falta de fe
en el misterio, en un despecho a la eficacia sacramental de la
palabra proclamada y escuchada, en una insensibilidad hacia
los signos y símbolos litúrgicos. Y, lo más peligroso, en una
falsa imagen de Dios.
Subyace además una especie de facilismo –de cultura light– en
el positivismo religioso. En efecto, el positivismo religioso
acerca y facilita el culto al hombre común. Por el contrario,
mientras más alejado se encuentre el lenguaje litúrgico del
lenguaje común, mayor será la necesidad de una catequesis
mistagógica de fieles y ministros del culto47.
Por lo mismo, quienes participan en la celebración de la forma
extraordinaria del rito romano, o de otro rito no romano
pronunciado en lengua no vernácula48, deberán contar con una
especial formación litúrgica y mistagógica, que les permita
captar el misterio del lenguaje utilizado49. De lo contrario, se
caería en el extremo opuesto al positivismo religioso,
adjudicándole al rito una especie de eficacia mágica, al estilo
‘Harry Potter’: como si la mera repetición de palabras y gestos
incomprensibles fuera suficiente para hacer eficaz la actio
divina, sin participación alguna de nuestra capacidad cognitiva
y afectiva50.
47 Cfr. Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, n. 64, Benedicto XVI (22 de febrero de
2007).
48 N.d.A: lengua vernácula es la lengua del país o región.
49 Cfr. Instrucción sobre la aplicación de la carta apostólica motu proprio «Summorum
Pontificum», Pontificia Comisión Ecclesia Dei, n. 20 inc. b) y n. 21, (30 de abril de 2011).
50 Cfr. Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 59, Concilio Vaticano II (1963).
22
Positivismo del amar
El amor a Dios se ve reflejado en el ejercicio de la caridad y la
solidaridad al prójimo fuera del templo. Pero se nutre de la
experiencia de amor vivida dentro del templo. Dada la
trascendencia absoluta del objeto amado, suavizada por la
Encarnación del Verbo, se impone una cierta oscuridad y vacío
que deben ser respetados por el amante. Allí es donde se
ejercitan y cobran sentido las actitudes de silencio,
recogimiento, contemplación y canto, en la esperanza de la
posesión futura del objeto amado: prestet fides suplementum
sensum defectui (“que la fe supla el defecto de los sentidos”)51.
En el misterio aprendemos a dejar de mirarnos, para
contemplar al Otro y a los otros.
En este contexto, el racionalismo afectivo se manifiesta en la
tendencia a huir del misterio que nos impone este Amante,
mediante la búsqueda de expresar mis sentimientos, es decir, lo
que yo siento, y en la forma en cómo lo siento. Este
sentimentalismo subjetivo se ubica diametralmente opuesto al
sentir eclesial y expansivo que se manifiesta en la Sagrada
Liturgia: la voz de Cristo y de Su Esposa que se dirigen al
Padre en el Espíritu Santo. Y se manifiesta principalmente en
donde los fieles pueden hacerlo a su modo: los cantos de la
celebración.
Como reacción a una celebración plagada de palabras cargadas
de razón y/o creatividad, amasadas por el positivismo del
conocer, los fieles reclaman participación afectiva mediante el
canto impregnado del positivismo del amar. Pero este reclamo
queda relegado a un grado mínimo y a un concepto mal
entendido de participación. En efecto, los cantos del Pueblo
quedan reducidos en su mayor parte a la entrada, ofertorio y
51 Himno eucarístico Pange Lingua, Sto. Tomás de Aquino.
23
salida52; en menor medida al Aleluya antes del Evangelio,
Gloria, Santo y Cordero de Dios; y raras veces al Kyrie y a la
antífona del Salmo Responsorial.
La verdadera participación litúrgica, –activa, conciente y
fructuosa53– entendida como participación en la actio Dei54,
queda anulada o al menos minimizada, ya que se excluye la
participación cantada donde realmente el signo lo exige: antífonas,
salmos, cánticos, himnos, secuencias, aclamaciones (a las
Lecturas, a la Plegaria, al Paternoster, a la Doxología, etc.),
invocaciones, letanías, responsorios, diálogos con el sacerdote.
Lo mismo ocurre con las partes propias del celebrante: Plegaria
Eucarística, oraciones presidenciales, invitaciones, bendiciones,
e inclusive el Evangelio.
Además de esto, los cantos más comunes de las celebraciones
se realizan bajo el género musical moderno de la canción,
entendiendo por esta la sucesión de estrofas con una misma
melodía y métrica, intercaladas con un estribillo.
Surgen así los cancioneros parroquiales, con melodías y textos
que rara vez tienen inspiración litúrgica (es decir, basados en
las oraciones, textos y momentos litúrgicos), donde la mayoría
son de inspiración religiosa no aptos para el culto (cargados de
contenido sentimental subjetivo), y muchas veces ni siquiera
son de inspiración religiosa, sino claramente profanos
(canciones basadas en ritmos y formas populares profanas, o
directamente plagiadas en música y/o texto).
52 No olvidemos que el canto de salida no pertenece a la acción litúrgica, y que los cantos de
entrada y ofrendas podrían anularse o reemplazarse por música instrumental aun en una
celebración solemne, ya que pertenecen al menor grado de solemnidad y por ende al menor
grado de participación de los fieles (cfr. Instrucción Musicam Sacram, ns. 7 y 31, Pablo VI;
Ordenación Gral. del Misal Romano, ns. 40, 53 y 74).
53 Cfr. Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 11, Concilio Vaticano II (1963).
54 Cfr. El Espíritu de la Liturgia, Card. Ratzinger, 2001; Sacramentum Caritatis n.37, Benedicto
XVI (2007).
24
No se hace aquí ningún juicio de valor sobre el contenido
doctrinal de estas canciones, que bien pueden estar en
concordancia con la Doctrina y el Magisterio, sino más bien al
lenguaje poético y musical utilizado, más conforme a los
modelos del mundo que al modelo bíblico y litúrgico. Sin
embargo, no es de extrañar que en estas composiciones
realizadas con buena intención pero con poca idoneidad, se
cuelen groseros errores de doctrina, o al menos ‘grises’ que no
siempre pueden ser interpretados rectamente.
En cuanto a su forma, la canción no es un género literario,
poético y musical propio de la Liturgia Romana. Si bien puede
asemejarse a la forma de los Salmos ejecutados en forma
responsorial (con una antífona intercalada entre las estrofas) de
ninguna manera podría reemplazar los otros géneros litúrgicos
ya mencionados (aclamaciones, himnos, letanías, etc.), y ni
siquiera al mismo Salmo, por cuanto éste es ‘Palabra inspirada’
y en donde la música debe estar al servicio del Texto, y no al
revés.
Lamentablemente se observa cada vez más el abuso de la
canción en la Liturgia, especialmente cuando se utiliza para
reemplazar cantos del Ordinario de la Misa (Kyrie, Gloria,
Sanctus, Agnus Dei) o del llamado Aleluya (que en realidad se
trata de la aclamación antes del Evangelio, con su versículo
propio, y que no siempre es aleluiática55).
En efecto, la canción:
• subordina el texto a la música, imponiendo alteraciones y
repeticiones indebidas del texto litúrgico, y aun añadidos
al mismo;
55 Ordenación General del Misal Romano, ns. 62 y 63 (Terc. Ed. 2007)
25
• altera la significación sacramental del momento litúrgico,
por cuanto no puede dar el carácter simbólico y específico
de una aclamación, himno o secuencia, por citar algunos
ejemplos.
Estos efectos nocivos para la simbología y sacramentalidad
litúrgica llegan al extremo de cantar en el momento de la
fracción del pan una invocación letánica de carácter penitencial
preparatoria de la recepción eucarística –como es el Agnus
Dei56– como si se tratara de una oda a la juventud y a la
algarabía, hasta confundirla con el rito de la paz.
La subjetividad y el sentimentalismo se potencian y
profundizan cuando la celebración se prepara para, o coincide
con, un evento privado –personal o comunitario– como un
matrimonio, primera Misa de un neo‐sacerdote, inicio de
misión o de cualquier actividad comunitaria, etc. En estos
casos hasta se llega a esperar que la celebración sea diferente, y
que esa diferencia esté más en consonancia con los protagonistas
eventuales, que con el verdadero y único Protagonista de la
Liturgia.
Por supuesto que no nos referimos aquí al uso correcto de los
libros litúrgicos autorizados, que presentan una variedad de
oraciones, prefacios, plegarias, lecturas y hasta rituales
especialmente preparados para diferentes ocasiones de la vida
litúrgica, religiosa y social de la comunidad.
De hecho, la variedad que presentan los libros litúrgicos de la
forma ordinaria del Rito Romano es tal, que un buen uso de los
mismos superaría en mucho la creatividad litúrgica de algunas
comunidades.
56 Ibídem n. 83.
26
En este sentido debo decir a título personal, que la cantidad de
Plegarias Eucarísticas aprobadas en la última edición del Misal
Romano57 es alarmante, en cuanto que la excesiva variedad de
la oración central de la Liturgia Eucarística atenta –en mi
opinión– contra el signo y el misterio. Y esto porque, si la
Liturgia es un ‘toque de eternidad’, entonces la variedad
excesiva atenta contra nuestra ‘idea’ de lo que es la eternidad, la
que más bien puede figurarse por la inmutabilidad y la
permanencia. Claro que la eternidad no es ni una cosa ni la
otra, pero los que somos mortales, los que vivimos en el
tiempo, en el devenir de la historia, sujetos al cambio
permanente, a la renovación y a la degradación, identificamos
más fácilmente en el cambio a la ‘temporalidad’ que a la
‘eternidad’. Y la oración central de la Liturgia Eucarística
debería ser justamente la que mejor nos introduzca en el
misterio del Padre Eterno, “del Hijo único de Dios, nacido del
Padre antes de todos los siglos”58, del Espíritu que “aleteaba
sobre las aguas”59 al comienzo de la Creación.
57 Tercera Edición Típica (2000). NdA: Es necesario aclarar que las Plegarias añadidas a las
cuatro anáforas de Pablo VI (Plegarias I a IV) deben considerarse más bien como
‘apéndices’, según el análisis del liturgista español Félix María Aracena Solano (cfr. La
Tercera Edición Típica del Misale Romanum, AHIg 12, 2002, pp 263‐270).
58 Credo Niceno‐Constantinopolitano, Misal Romano.
59 Gen 1,2.
27
28
CONSECUENCIAS
En el ámbito del conocer, el positivismo religioso se deriva en
el voluntarismo y el relativismo.
El rechazo del signo y el misterio, y la búsqueda de un culto
más pastoral y humano provoca una inversión de prioridades
religiosas. De los tres componentes básicos de una religión
(culto, dogma y moral), el culto (lex orandi) se subordina a lo
que se cree (lex credendi), y ambos a lo que se vive (lex
vivendi): el eje teocéntrico se desplaza hacia un eje
antropocéntrico.
La religión se moraliza, y la presencia divina se subordina a
nuestra propia capacidad de buscar la unidad, la paz y la
justicia60. El horizontalismo predominante se observa no solo
en las homilías y en la simplificación de los ritos por parte del
ministro celebrante, sino también en los títulos y contenidos
del cancionero comunitario: “Ven hermano, ven”; “Vamos a
hacer la comunión”; “Somos un pueblo que camina”…
Ahora es Dios el que depende de nosotros. Y las consecuencias
de esta inversión nos la da la Sagrada Escritura: “Si el Señor no
edifica la casa, en vano trabajan los albañiles” (Salmo 126, 1).
Por eso, la acción pastoral se mimetiza de acción social.
Aunque elaboramos planes pastorales y misioneros,
multiplicamos nuestras actividades apostólicas, nos
esforzamos en asistir a todas las jornadas y encuentros, los
60 Cfr. Plegaria Eucarística Vb.
29
resultados son magros… Buscamos que nuestra celebración sea
más amena, jovial y participativa, pero no nos percatamos de
que con esto obstaculizamos cada vez más la acción misteriosa
y sacramental del “verdadero Dios por quien se vive”61.
El exceso puesto en la participación conciente y activa (tanto en
lo cultual como en lo apostólico) pero más externa que interna,
despojada del misterio y la contemplación, finalmente la
tornan infructuosa62.
El fetichismo también se nutre de esta inversión religiosa. En
efecto, si la acción de Dios depende de nuestro accionar,
entonces esperamos que los santos (canónicos o no, como la
Difunta Correa o el Gauchito Gil) cumplan con nuestros deseos
y pedidos, si nosotros cumplimos con nuestras promesas.
Y esto último también se da cuando, en el otro extremo, se
sobreestima el carácter mistérico de la Liturgia, pero despojado
de su carácter sensible. En aquellos ritos donde las lecturas se
proclaman en lengua no vernácula, se impone el uso de una
hoja o misal con la lectura escrita. El signo sacramental de
escuchar también se pierde en este caso, pero ahora por
incomprensión absoluta del idioma. Entonces adjudicamos un
carácter mágico a esas palabras incomprensibles, a esos ritos
complicados y solemnes, despojados de su sacramentalidad
por nuestra propia incapacidad intelectual de asumirlos
interiormente.
En el ámbito del amar, el voluntarismo y el relativismo se
derivan en sentimentalismo y subjetivismo: el vacío que dejamos
al despojar el signo y el misterio debe ser llenado con nuestros
sentimientos y nuestros criterios.
61 Palabras de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, Primera aparición, 9 de diciembre de
1531.
62 Constitución Sacrosanctum Concilium, ns. 11, 19, 21
30
Por ello buscamos formas novedosas y rebuscadas de gestos,
posturas, rituales y cantos. Levantamos las manos, nos
abrazamos, cerramos los ojos, cambiamos la posición de la
asamblea, aplaudimos, entronizamos objetos del culto (el
Evangelio, una imagen, las ofrendas, etc.), multiplicamos los
instrumentos musicales… En definitiva, emulamos a nuestros
hermanos separados que, por su abandono de la Iglesia y su
camino de salvación, perdieron la riqueza simbólica,
sacramental, mistérica y eficaz de la Sagrada Liturgia.
Las melodías y ritmos ya no buscan expresar el misterio
divino, sino expresar mis miedos, esperanzas, angustias y
anhelos. Ya no se eligen los cantos por su adecuación al rito,
por su contenido litúrgico, sino por su melodía placentera, por
su ritmo movilizador, por su efecto psicológico63.
Y entonces, si bien nos satisfacemos afectivamente mientras
dura la celebración, salimos al mundo y encontramos el mismo
vacío que dejamos antes de entrar al templo.
Posiblemente nos sacrifiquemos hasta dar la vida por el
prójimo, pero si el voluntarismo impregna nuestro accionar,
prontamente nos sentiremos defraudados por la ingratitud y la
inmensidad de la tarea. Otras veces impondremos nuestros
propios criterios, hasta el extremo de rechazar –o al menos
aggiornar– la doctrina y la moral cristiana. Ante la dificultad y
la desgracia, miraremos con despecho y desconfianza a ese
dios (con minúscula) en el que habíamos puesto toda nuestra
fe. Ante el sufrimiento, buscaremos un escape (“Pare de
sufrir…”), o bien un reemplazo hedonista (“Bailando por un
sueño…”) o consumista, fogoneado por la propaganda y los
medios de comunicación social.
Cfr. Quirógrafo de Juan Pablo II sobre la música sacra, en el centenario del Motu Proprio
63
«Tra le sollecitudini», (22 de noviembre del año 2003), n. 5.
31
En definitiva, abandonaremos poco a poco y sin darnos cuenta
“el Camino, la Verdad y la Vida”, y seguiremos la moda y la
cultura dominante y descristianizada, con un barniz de cultura
cristiana.
Nuestra conciencia, no obstante, permanecerá tranquila,
porque cumplimos el precepto dominical.
32
PROPUESTAS
Si solo nos quedásemos con el mero análisis de la realidad, en
nada valdría el trabajo realizado hasta ahora. Por ello, y en
función de las causas y consecuencias antes descriptas, se
intentarán algunas propuestas que ayuden a escapar de la
mirada positivista de la Liturgia y de la Religión. Y esto lo
haremos tanto desde la perspectiva de los ministros
ordenados, instituidos y temporales, como de los fieles
participantes del culto y de la vida de la Iglesia.
Los ministros ordenados
El principal signo del ministro ordenado (obispo y presbítero)
es el de representar a Cristo Cabeza y por tanto son los que
pueden ofrecer eficazmente el sacrificio “in persona Christi”64.
No deben, por tanto, ser reemplazados por el diácono o por
laicos en su función de presidentes de la celebración, ni en todo
ni en parte, ni mucho menos por ‘motivos pastorales’.
Convendrá que el ministro ordenado no caiga en la tentación
de utilizar el lenguaje de la moda, como por ejemplo:
- utilizando términos banales o familiares para designar a
las Divinas Personas;
64 Ordenación General del Misal Romano n. 93.
33
- reemplazando el genérico masculino castellano por el
masculino y el femenino (“hermanos y hermanas”), de
corte netamente ideológico65;
- sustituyendo o complementando el saludo litúrgico por el
saludo civil (“buenos días”, “buenas tardes”, etc.);
- pronunciando homilías muy extensas, que quiebran el
equilibrio y dinámica de la celebración;
- reemplazando o intercalando términos u oraciones
propias no prescriptas en el Ritual o Misal, cuando las
rúbricas no lo permiten expresamente.
El ajustarse a lo prescripto en las rúbricas no necesariamente
significa monotonía y limitación, siempre que este ajustarse no
solo se vea desde el punto de vista limitativo, sino también
realizando los signos y oraciones tal y como lo exige la
naturaleza del rito.
Esto implica, entre otras cosas, que el celebrante deberá
ejercitarse en proclamar con canto (aunque sea con canto ‘llano’)
aquellas partes que le corresponden por naturaleza:
- las invitaciones y diálogos: “Oremos”, “El Señor esté con
ustedes”, “Levantemos el corazón…”, etc.
- las aclamaciones con respuesta del pueblo: “Palabra del
Señor”, “Evangelio de Ntro. Señor…”, “Por Cristo, con
Él,…”, etc.
Deberá también introducir el canto como modo de distinguir
las celebraciones que tienen un especial grado de solemnidad,
como las Solemnidades del Señor o algunas Solemnidades
marianas. En tales situaciones, será bueno introducir otras
partes más extensas, propias del presidente, como por ejemplo:
65 Instr. Liturgiam Authenticam n.30. Ver además bibliografía relacionada con feminismo e
ideología de género.
34
- las oraciones presidenciales (colecta, ofrendas y
comunión);
- la proclamación del Evangelio (en ausencia de diácono);
- la Plegaria Eucarística;
- la Consagración;
Si la celebración eucarística cuenta con varios ministros
ordenados, se evitará la distribución de la Comunión con
laicos66. Además, todos los ministros deberán observar las
normas relacionadas con su forma de vestir litúrgicamente
(estola, casulla, dalmática, etc.), y de ninguna manera celebrará
el sacerdote presidente utilizando solamente estola y/o sin los
ornamentos prescriptos67.
Será recomendable, además, que los obispos, sacerdotes y
diáconos puedan realizar una catequesis a sus fieles sobre el
significado de sus vestiduras litúrgicas.
Se deberán cuidar además, los gestos propios del sacerdote que
celebra in persona Christi:
- los brazos extendidos y elevados al cielo, durante la colecta,
plegaria eucarística, paternoster, prefacio, para expresar
los sentimientos del alma que busca y espera el auxilio de
lo alto;
- extender y volver a juntar las manos, que simboliza el
recoger las intenciones y deseos de todos para
ofrecérselos a Dios;
- la mirada dirigida hacia lo alto, a imitación de Cristo, en la
consagración del pan y el vino (cfr. Jn. 11,41.17,1);
- las postraciones y otras posturas litúrgicas especiales
propias del celebrante.
66 Redemptionis Sacramentum n.88.
67 Ibidem ns. 121 a 128.
35
Por último, pero no por ello menos importante, será necesario
que el celebrante recupere el sentido del silencio y del
recogimiento, y que pueda trasmitirlo y enseñarlo a la
comunidad celebrante. El silencio es necesario, no solo para
darle sentido a los gestos, palabras y cantos, sino para
adentrarse en la actio Divina, reconociéndose parte de ella en el
aquí y el ahora de la celebración. Pero no solo como ‘ausencia
de’ palabras, sino principalmente como el ‘modo de’ alcanzar
recogimiento, concentración, de apropiarse de la celebración,
ahuyentando la dispersión y la intranquilidad interior; en
definitiva, quitar las espinas de “las preocupaciones del
mundo” que ahogan la Palabra68.
Por eso convendrá que el celebrante provoque y promueva el
silencio, al menos antes del Kyrie, después del “Oremos”
precedente a la oración colecta, luego de la homilía, durante la
elevación de las divinas especies, y en la acción de gracias
post‐comunión69. También a veces será de gran ayuda
acompañar el ofertorio con el silencio, dejando que los signos
hablen por sí mismos.
Pero “ya desde antes de la celebración misma, es laudable que
se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el
“secretarium” y en los lugares más cercanos, para que todos se
dispongan devota y debidamente para la acción sagrada”70.
Esta preparación previa en el silencio, tanto de los asistentes
como del templo o espacio destinado al culto, solo puede ser
garantizada por el ministro celebrante siempre que él mismo
no llegue ‘de improviso’ a la sacristía unos segundos antes de
la celebración. En este sentido, la preparación del celebrante in
persona Christi es fundamental para que se realice una efectiva
preparación de todo “el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir,
68 Cfr. Mt 13,22.
69 Ordenación General del Misal Romano n. 45.
70 Ibidem.
36
la Cabeza y sus miembros, que ejerce el culto público íntegro”71
en la Liturgia.
Por otro lado, deberá resguardarse el templo en su carácter de
lugar sagrado, es decir, espacio destinado específicamente para
el culto y donado a Dios para tal fin. Esto implica que el
silencio, sentido ahora como signo de respeto al lugar sagrado en
sí, y en modo especial cuando en él encontramos la Presencia
real de Cristo en el Sagrario, debe ser respetado antes, durante y
después de la celebración.
El lugar sagrado exige, además del silencio, el tratamiento del
mismo como lugar consagrado y no como simple espacio
público o comunitario destinado al culto. Por ello, la Iglesia
insiste en cuidar de este lugar destinándolo solo a las acciones
cultuales y religiosas para las que está destinado, y rechaza el
uso del templo para otros fines o usos que no sean éstos o que
estén en disonancia con la santidad del lugar72, como
conciertos73, reuniones de padres, etc.
Los ministerios instituidos
Además de evitar la improvisación por parte de los ministros
lectores y acólitos, éstos deberán cumplir su función sin llamar
la atención de la asamblea, ya sea por distracciones o bien por
intervenciones exageradas.
El ministro lector deberá ser capaz de proclamar con claridad la
Palabra, y de aclamar la lectura por medio del canto (“Palabra
de Dios”), sabiendo que cumple una función importantísima,
71 Constitución Conciliar Sacrosanctum Concilium n. 7.
72 Cfr. Código de Derecho Canónico ns.1210,1214.
73 Instrucción Conciertos en las Iglesias, Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos (1987).
37
cual es la de ser portavoz y ejecutor de la Palabra divina puesta
en sus labios.
Los ministerios temporales
Para los lectores y acólitos laicos, valen las mismas
recomendaciones que para los instituidos. No se deberá, por
tanto, elegir para dichos ministerios a personas que no estén
debidamente capacitadas para ejercerlo.
En este sentido, será necesario despojarse del falso concepto de
participación litúrgica, como si ésta fuera necesariamente una
participación en los ministerios temporales (acólito, lector,
salmista, comentador). En efecto, no existe más participación
por el solo hecho de ‘repartir’ estos ministerios indiscriminada‐
mente en la mayor cantidad de fieles, como si la participación
activa, conciente y fructuosa que nos pide la Iglesia pudiera
entenderse como participación democrática.
El mayor desafío para los organizadores de la Liturgia en cada
comunidad será por tanto el capacitar al grupo de personas
que puedan desempeñar estos ministerios de la mejor manera,
y no por el simple hecho de dar un lugar en la celebración.
En este sentido, los lectores deberán ser capaces de conocer el
lenguaje de la Escritura, interpretarlo y proclamarlo
correctamente, y de realizar los gestos que prescribe el ritual
antes, durante y después de la proclamación (la inclinación
profunda o reverencia al altar, al Cirio Pascual o al Sagrario; la
proclamación cantada “Palabra de Dios”; etc.).
Lo anterior vale especialmente para la proclamación del salmo
interleccional. Para ello existe un ministerio específico: el
salmista. Éste debe ser capaz de conocer las diferentes formas
38
de salmodiar, tener un conocimiento profundo del complejo y
mistérico lenguaje de los Salmos, y poseer dotes y
conocimientos musicales74. Por lo tanto, dicho ministerio no
podrá ser ejercido por muchas personas en una comunidad,
con lo que el salmo deberá ser reservado para aquellos que
mejor puedan realizar esta proclamación por medio del canto,
aunque más no sea, de la antífona.
En cuanto al comentador o guía, no deberá caer en la tentación
de formular innumerables y permanentes intervenciones, que
eliminan la posibilidad de reflexión y coartan la actitud de
recogimiento de la asamblea. En efecto, el comentador deberá
intervenir pocas veces y brevemente. De ninguna manera
deberá realizar un comentario antes de cada Lectura, como si
fuera necesario llenar con palabras el intervalo que media entre
que un lector baja y otro sube al ambón. Al contrario, este
momento sirve para ‘masticar’ la Palabra escuchada, y gustar
internamente el efecto que dicha Palabra causa sobre el
corazón de cada fiel75.
Otro abuso cada vez más frecuente del comentador, y
motivado por la errónea intervención entre las lecturas, es el de
proponer a la asamblea la antífona del salmo responsorial. La
pérdida del sentido simbólico y sacramental del salmo
cantado, más el protagonismo indebido que ha tomado el
ministerio de comentador, ha llegado al extremo de que éste
asume la función propia del salmista, cual es no sólo la de
proclamar el salmo sino también la de proponer la antífona, y
todo esto desde el ambón76.
Tampoco pertenece exclusivamente al guía o comentador la
función de proclamar la Oración de los Fieles. De hecho esta
74 Ordenación General del Misal Romano n.102.
75 Ordenación General del Misal Romano n.128.
76 Ibídem.
39
función está prevista en primer lugar para el cantor o el lector77
y, en lo posible, deberá ser realizada desde el ambón. La
preferencia por el lector es clara, ya que las oraciones deberán
ser propuestas con claridad. Pero mejor aún si las mismas son
realizadas por el cantor, es decir, aquel ministro que dirige el
canto de la asamblea y que –en algunos casos– coincide con el
salmista. En efecto, es recomendable que las oraciones sean
cantadas, o a lo menos, la invitación y la respuesta del pueblo:
“Oremos al Señor. Te rogámos, óyenos”.
La mayoría de las celebraciones dominicales, si están bien
organizadas, pueden prescindir del ministerio del comentador.
Éste sin embargo es muy útil en aquellas celebraciones menos
comunes y complejas (como las ordenaciones episcopales,
presbiteriales o diaconales, Misa Crismal, Viernes Santo,
Corpus Christi, etc.), para mantener la unidad de posturas y
gestos de la asamblea, como así también para explicar el
significado de ciertos ritos menos conocidos.
No es necesario que el comentador interrumpa la acción
litúrgica con una intervención después del canto de entrada y
luego del saludo inicial, y en todo caso lo hará “con brevísimas
palabras”78. En efecto, el canto de entrada –si está bien
seleccionado según las recomendaciones del Misal– prepara a
la asamblea para la celebración.
El coro o grupo de cantores
Una mención especial requiere el grupo de cantores, debido a
que realizan un ministerio importantísimo que está muy
expuesto a caer en los errores del positivismo religioso.
77 Ibídem n. 138.
78
“Terminado el saludo del pueblo, el sacerdote, o el diácono o un ministro laico, puede
introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras” (ibídem, n. 50)
40
La selección de los cantos deberá realizarse en función de la
Liturgia y de las recomendaciones del Ritual o del Misal. En el
caso de la Santa Misa, será necesario previo a la selección de
los cantos, examinar las antífonas de entrada, ofertorio y
comunión propuestas en el Misal, las oraciones presidenciales
(colecta, ofrendas y comunión), así como las lecturas y el
salmo. Mediante ellas se puede descubrir la unidad simbólica
de cada celebración, y los matices y contenidos que deben ser
realzados mediante el canto.
La selección de los instrumentos deberá realizarse en función
de la selección de los cantos, y no al revés. Se cree
erróneamente que –debido a la popularidad de la guitarra–
cualquiera puede ejecutar este instrumento en la Liturgia. Sin
embargo, la ejecución pulsada (y no ‘rasgada’) de la guitarra,
requiere de una capacitación mayor que la ejecución del
órgano como apoyo armónico de la voz, como también de un
adecuado sistema de captación y amplificación. Por otro lado,
la guitarra –como el bombo, la trompeta o cualquier otro
instrumento– deberán ser seleccionados de acuerdo a la
aptitud para acompañar el canto, y al género musical de dicho
canto. Puesto que los instrumentos sirven en la Liturgia
principalmente como apoyo armónico para el canto (es decir,
la voz), es claro que el instrumento ideal sea el órgano (no así
el piano), ya que posibilita mantener un tenue acorde con
timbre similar al sonido polifónico de las voces, que permite
sostener el canto de la asamblea.
El principal instrumento para la Liturgia es la voz humana. La
música debe estar al servicio del texto, y por ello los cantos
litúrgicos muchas veces no poseen la métrica y el ritmo que se
encuentran en otro tipo de cantos. La introducción de la
canción dentro de la Liturgia se debe quizás, al abandono del
órgano por la guitarra ‘rasgada’ que, ejecutada de esa manera,
41
se convierte en un instrumento armónico y rítmico a la vez.
Esto exige de los cantos una cierta simetría y rítmica que con el
órgano, o bien sin ningún tipo de apoyo instrumental o a
capella, no es necesaria.
El peligro del abuso de la guitarra ejecutada rítmicamente
(rasgada) es el de eliminar los distintos tipos de géneros
litúrgicos para unificarlos en uno solo: la canción. En nuestro
país, además, se corre el riesgo de reemplazar estos géneros
litúrgicos (en los que prima el texto por sobre la rítmica) por
danzas folklóricas, que no expresan un legítimo intento de
inculturación, por cuanto estas danzas tampoco son de origen
religioso en la cultura nacional.
El uso indiscriminado de la canción y de las danzas folklóricas
han abierto la puerta, además, a otros tipos de géneros
netamente profanos (rock, regae, tango, milonga, candombe,
etc.) los que de ninguna manera deberían tener cabida en las
celebraciones litúrgicas79.
La selección de cantos deberá, por tanto, considerar el uso del
Salterio como “libro de cabecera”, por cuanto es Palabra
revelada, de carácter poético y musical.
Por otro lado, se deberá considerar que el coro es un ‘apoyo’
para el canto de la asamblea, por lo que idealmente debería
servir de apoyo armónico (a tres o cuatro voces). Además, no
debe perturbar la celebración cayendo en algunos de estos
errores:
- excesivo virtuosismo;
- excesiva intervención dejando de lado la asamblea;
- selección de tonalidades incantables por la mayoría de los
fieles;
Cfr. Quirógrafo de Juan Pablo II sobre la música sacra, en el centenario del Motu Proprio
79
«Tra le sollecitudini», n. 4 (22 de noviembre del año 2003)
42
- introducción permanente de cantos desconocidos por la
asamblea;
- abuso del micrófono;
- uso excesivo de instrumentos (en cantidad y calidad);
- ejecución no idónea de sus partes (p.ej. desafinación).
Por todo lo anterior, es claro que el ministerio del canto
litúrgico no puede ser dejado a la improvisación ni a grupos
que no cuenten con una adecuada formación musical y
litúrgica.
La asamblea de fieles
En cuanto a los fieles, si la celebración está armónicamente
preparada, podrán participar activamente, tanto en lo exterior
como en lo interior, con el espíritu de silencio y recogimiento
que la celebración requiere.
Para ello, podrá de ser de gran utilidad una breve catequesis
litúrgica acompañada del ensayo de los cantos antes de iniciar
la celebración. La catequesis deberá remarcar la importancia de
mantener una unidad en los gestos y posturas de la asamblea,
los que en el Rito Romano se reducen a: estar de pié, de rodillas o
sentados; la inclinación de cabeza ante el nombre de Jesús, la
Virgen o ante el ministro que inciensa al pueblo o bendice;
golpearse el pecho durante el Acto de Contrición; realizar
debidamente la Señal de la Cruz; y participar en las procesiones,
cantos, diálogos y respuestas (habladas o cantadas).
La preparación debida de los fieles necesitará también de la
adecuada ambientación y ornamentación del templo en
consonancia con la celebración, y del resguardo del lugar
sagrado por medio del silencio, como se indicó anteriormente.
43
Lamentablemente es común que, después de finalizada la
celebración, los fieles se reúnan y se saluden dentro del templo,
y no el atrio, que es el lugar previsto para ello. Pareciera como
si la sacralidad de lugar estuviera limitada al acto de culto,
luego del cual el templo pasa a ser un ámbito público como
cualquier otro. Estas actitudes, que deben ser educadas por
parte de los responsables del templo o iglesia, van contra el
respeto debido a la Eucaristía guardada en el Sagrario y contra
la santidad del lugar mismo de culto. En definitiva, no guardar
el debido silencio y recogimiento dentro del templo –aun fuera
de las celebraciones– manifiesta en forma patente la pérdida
del sentido de sacralidad, propia del hombre pos‐moderno y de
su positivismo religioso.
Para podernos reecontrarnos con Dios en la Liturgia, debemos
restituir el sentido de sacralidad al lugar en donde celebramos.
Debemos entender que el templo es un lugar sagrado, es decir
‘dedicado a Dios’. Todos podemos intuir que, mientras más
importante es la persona que posee algo, con mayor cuidado y
respeto tratamos ese algo que le pertenece. Entonces, no es
posible que tratemos al templo de una manera displicente, si
antes no hemos anestesiado en nuestro interior la imagen de
Dios, de la Persona que es Dueño de todo y –en modo
especial– del lugar sagrado y dedicado al culto.
Por lo mismo, recuperar la verdadera imagen de Dios, del
Verbo encarnado en Jesús pero que también es el Creador del
Universo y el Dador de Vida, solo lo lograremos recuperando
el sentido de lo sagrado y respetando las creaturas (personas,
cosas, tiempos y lugares) que han sido con‐sagradas: dedicadas
exclusivamente a Dios y para Dios.
Finalmente, la actitud de silencio y recogimiento durante la
celebración no podrá ser alcanzada si antes no nos hemos
preparado debidamente. ¡Cuántas veces hemos presenciado, o
44
personalmente experimentado, ese desasosiego interior
durante la celebración litúrgica! Si el silencio impuesto por el
celebrante se prolonga, inmediatamente escuchamos el ruido
de las hojas, de los carraspeos, del movimiento… Los que allí
se encuentran no están verdaderamente presentes, no ‘están en
el tema’, no están ‘metidos en el aquí y ahora’. Y ese estar sin
estar, esa dispersión interior, proviene de la falta de
preparación y ejercitación en el silencio y el recogimiento.
Para obtener la debida disposición interior, es necesario llegar
con tiempo a la iglesia. Cruzar el umbral sabiendo que nos
encontraremos en un lugar especial, con ese Otro al que quizás
hemos tenido presente durante nuestra jornada, pero con
quien queremos tener un trato diferente en este lugar:
queremos estar con Él cara a cara. Pero eso no lo lograremos si
llegamos tarde a la celebración, o bien si llegando temprano no
encontramos o hacemos el silencio exterior e interior que nos
permita alcanzar el recogimiento y deshacernos de la
dispersión y de las inquietudes del mundo.
Llegar a la iglesia, realizar una genuflexión sentida, y la señal
de la Cruz debidamente, con la cual profesamos gestualmente
nuestra fe en el Dios Trinitario allí presente. Y luego hacer un
acto de presencia, reconociendo a Dios presente de un modo
especialísimo e invocándolo para que habite mi corazón, me
haga digno de alabarlo y glorificarlo, me haga “digno de que
entres en mi casa”. Poner mis intenciones, mis angustias y
anhelos, y luego dejarme habitar por Él. Ensayar los cantos,
adentrarme en el espíritu de la celebración, olvidarme de mí
para que Él se haga presente. Y dejar de lado el reloj. Y el
teléfono celular.
Pero si llego tarde, cuando la comunidad ya se ha
conformado… sin mí; si me ubico en los últimos lugares, donde
no puedo ver ni oír debidamente, donde me distraigo con los
45
que tengo delante mío, donde no puedo dejarme imbuir por la
simbología y el misterio de los ritos…; si me mantengo fuera
del templo, aunque mi cuerpo esté dentro físicamente…
¿Cómo podré encontrar a Dios en mi interior, en el lenguaje de
la Liturgia? ¿Cómo podré participar activa, consciente y
fructuosamente? Si estoy pendiente de la hora: “¡cuánto se
demora este cura!...”, “…llegaré tarde a tal lugar…”; o del
teléfono celular, entonces no estoy pendiente de la celebración.
No fui al templo a alabar a Dios, a llevarle mi vida para que Él
la transforme con su gracia. Fui a dar cumplimiento al precepto
eclesial, pero no en el sentido de cumplir, sino del cumplo y
miento. En realidad, solo fui a calmar mi conciencia, pero no a
encontrarme con el Dios vivo y verdadero.
Y por eso es que, cada vez más, exigimos celebraciones
amenas, cortas y concisas. Queremos aquél becerro de oro que
calme nuestra ansiedad espiritual, anestesiando la conciencia,
aprobando nuestra forma de vivir y de actuar.
Si por el contrario, queremos encontrar a Aquél que nos dio la
vida corporal y espiritual, que nos amó primero80 y nos
predestinó a ser sus hijos adoptivos81, y a quien mereceremos
gozar por toda la eternidad luego de haber peleado el buen
combate de la fe82, entonces buscaremos despojarnos del
positivismo religioso que intenta desfigurar en nosotros la
verdadera Imagen de Dios Padre, revelada en Jesucristo por el
Espíritu Santo83.
80 1Jn 4,10.
81 Ef 1,3‐14.
82 1Tim 6,12.
83 Cfr. 2Cor 4,4; Col 1,15. 3,10;
46
CONCLUSIÓN
La Iglesia tiene muy en cuenta el carácter simbólico y
sacramental de la Liturgia, y entiende que dicho carácter solo
se resguarda y garantiza con el respeto a las normas
litúrgicas84. Este respeto debe estar fundado en la íntima
convicción de que la Liturgia es a la vez don y misterio: don de
Dios que nos llama a participar se Su culto verdadero ‐y no el
nuestro‐ y misterio de Salvación para el hombre y el mundo.
Esta voluntad salvífica del Señor –que se manifiesta y ejerce en
la Liturgia– no está orientada única ni principalmente a
iluminar la ‘inteligencia’ de los fieles85, sino que pone su
Palabra como formadora y moldeadora de sentimientos, no los
propios del hombre, sino los de Él:
“A fin de que Dios pudiese recibir de los hombres una
alabanza digna de su eterna majestad, él se alabó a sí mismo;
y en estas alabanzas que él se dignó dictar, nosotros los
hombres encontramos el medio de presentar al Altísimo el
homenaje que le corresponde… Enfervoriza nuestros
corazones para que se enciendan en alabanza; llena de su
espíritu a sus siervos para que le alaben con cánticos
inspirados, y como quiera que es su Espíritu quien en sus
siervos le alaba, resulta que es Él quien se alaba a sí mismo, a
fin de que nosotros podemos alabarle dignamente.”
San Agustín, Enarrationes in Psalmos, Salmo 144,1
Cfr. Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis n. 40, Benedicto XVI (2007).
84
Cfr. Instrucción Liturgiam Authenticam n. 28, Congr. Culto Divino y Disciplina de los
85
Sacramentos (2001).
47
Cuando no se acepta este don de Su Palabra, de esta alabanza
que nos es dada “porque no sabemos alabarle como es
debido”86, o bien cuando queremos apropiarnos del misterio
divino mediante la razón y los sentimientos subjetivos,
creyendo que la Liturgia nace de los hombres o de la
comunidad y no de Dios, caemos en un modo ‘positivista’ de
vivir las situaciones rituales que nos plantea la Liturgia.
En el fondo, subyace un antropocentrismo velado y un rechazo
al Dios escondido en la nube del Sinaí y del Tabor, que nos
lleva a fabricar aquél becerro de oro, tangible, concreto, hecho
a nuestra medida, comprensible y ajustado a nuestra forma de
vivir, de creer, de rezar.
Esta cultura espiritual reinante, se opone a la invitación de
Dios a participar en Su acto de culto. Se opone a la
participación conciente, activa y fructuosa que insistentemente
nos pide la Iglesia87. Se opone a la actitud de asistir al culto
para escuchar a Dios, para alabarlo y dejarnos salvar por Él.
Pero cuidado, que no se nos pide una mera repetición de actos
ascéticos o rubricistas que ‘garanticen’ la gracia, ni tampoco
una creatividad subjetiva que desdibuje el misterio para
favorecer nuestra ‘idea’ particular de Dios.
Por ello, para no caer en el positivismo religioso, la estética debe
interpretar el misterio. Ni debe excluirse de la celebración, ni
abusar del misterio reduciéndolo a nuestros esquemas
personales o culturales. Los signos y símbolos deben dejar
traslucir el misterio por medio de la belleza y la simplicidad.
La razón debe dejar intacto el velo del misterio y amoldarse a
los sentimientos y gestos divinos que la Liturgia nos propone, sin
cambios, omisiones o añadiduras.
86 Rm 8,26.
87 Cfr. Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 11, Concilio Vaticano II (1963).
48
Entender el lenguaje de la Liturgia –y respetarlo– nos ayudará
a salir del estado de empobrecimiento y banalidad de nuestras
celebraciones, nos hará comprender mejor al Dios Amor y su
voluntad salvífica, y nos formará como verdaderas
comunidades de apóstoles en un mundo que rechaza Su
Palabra y Su Voluntad.
Alejandro Hoese
Agosto de 2011
49
ALEJANDRO HOESE
Nacido en 1963 en San Juan, Argentina, es Master en Ciencias por la Universidad de
Kaiserslauern, Alemania, y Doctor en Ingeniería por la Universidad Nacional de San
Juan, (UNSJ) Argentina. Estudió música en la UNSJ y ha pertenecido a diversos
coros en Argentina y Alemania. En 1994 fue miembro fundador del Coro
Arquidiocesano de San Juan. Actualmente, tenor del Coro de la Capilla de San
Clemente88, grupo que intenta plasmar la doctrina del Magisterio referida a la
música litúrgica.
Miembro oficializado de la Acción Católica Argentina desde su juventud, es un
amante de la Doctrina Católica y de la Música Sagrada.
88 Ver www.corosanclemente.com.ar
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