Preparando Una Aventura: Teatro
Preparando Una Aventura: Teatro
Preparando Una Aventura: Teatro
Preparando
una aventura
Teatro
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(Un yanqui vestido con ropas actuales, se encuentra sentado junto con
el rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda.)
YANQUI. (Hablando con el público.) Los golpes en la cabeza son muy
peligrosos. Yo me di uno, perdí el conocimiento, y al despertar me
encontré aquí, en la Inglaterra medieval, nada menos que en la cor-
te del rey Arturo, lejos de mi época y de mi Conneticut natal, en
Estados Unidos. Y no pasa día sin que me ocurra una aventura dis-
paratada…
(Entra un soldado.)
SOLDADO. Majestad, una mujer en apuros solicita audiencia.
REY. (Despertando.) ¿Eh, qué?… ¿Una mujer en apuros? Que pase.
(Entra la mujer.)
MUJER. Majestad, necesito vuestra ayuda. Mi señora y otras cuarenta
y cuatro hermosas muchachas, la mayoría princesas, están prisio-
neras en un castillo desde hace veintiséis años.
oprobio: REY. ¿Ah, sí? ¡Qué oprobio! ¿Y quién las mantiene cautivas?
vergüenza, deshonra. MUJER. Tres terribles ogros, con cuatro brazos cada uno y un solo ojo
en medio de la frente, tan grande como una fruta.
REY. No os preocupéis, buena mujer, este valeroso caballero irá a res-
catar a vuestra señora y a las demás doncellas cautivas.
YANQUI. ¿Yo, majestad?
REY. Sí, vos. Veo que os emociona recibir tan alto honor, pero os lo
habéis merecido.
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YANQUI. Está bien, qué remedio… Decidme, buena mujer, ¿cuál es
vuestro nombre?
MUJER. Soy la damisela Elisenda la Cartelesa.
YANQUI. ¿Hay alguien aquí que pueda identificaros?
MUJER. No es probable, noble caballero, pues es la primera vez que
vengo a este lugar.
YANQUI. ¿Traéis alguna carta de presentación, algún documento, algu-
na prueba de que decís la verdad?
MUJER. ¡Claro que no! ¿Para qué iba a traer nada de eso? ¿Es que no
tengo lengua y no puedo contar yo misma lo que convenga?
YANQUI. Pero entre lo que vos digáis y lo que diga otra persona, hay
una diferencia.
MUJER. ¿Una diferencia? ¿Qué diferencia puede haber? Me temo que
no os entiendo.
YANQUI. (Exasperado.) ¿No entendéis? ¿Es que no podéis compren-
der una cosa tan sencilla como ésa? ¿No veis la diferencia que hay
entre vuestro testimonio y el de otra persona?… ¿Por qué me mi-
ráis con esa cara de estupor? estupor:
MUJER. ¿Yo? No lo sé; será por voluntad de Dios. asombro.
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YANQUI. Sí, sí, comprendo. No penséis que estoy enfadado… Hable-
mos de esas cuarenta y cuatro doncellas y de los tres ogros que las
custodian. ¿Dónde está su castillo?
MUJER. Del castillo sólo os puedo decir que es muy grande y que se
legua: halla en tierras lejanas, a muchas leguas de aquí.
antigua medida YANQUI. ¿Cuántas?
de longitud.
MUJER. ¡Oh, noble caballero, hay tantas que es difícil decir cuántas
son! Además, las leguas son todas iguales, de la misma extensión y
del mismo color, y no es nada fácil distinguir una legua de otra.
Tampoco pueden contarse si no es tomándolas una por una, y hacer
eso sería un trabajo terrible, porque…
YANQUI. Basta, basta. No importa la distancia… ¿En qué dirección es-
tá ese castillo?
MUJER. No está en ninguna dirección desde aquí, porque los caminos
no van derechamente al castillo, sino que dan muchas vueltas. De
todos modos, aunque no esté en ninguna dirección, puedo deciros
que está bajo este mismo cielo y no bajo otro. Yendo hacia el Este
pude observar que el camino da una vuelta entera sobre sí mismo y
parece regresar, y que luego hace lo propio una y otra vez, y otra y
otra; de manera que sería vanidad humana querer saber hacia dón-
de está un castillo al cual el Señor no ha querido dar dirección al-
guna. Y si al Señor no le place darle ninguna dirección y ve que
nos obstinamos en querer hallarle una, podría suceder que se des-
yermo: vaneciera el castillo y no encontrásemos más que un terreno yermo
desolado, y vacío…
sin vegetación
YANQUI. Bien, bien. Entendido. No importa la dirección… ¡Maldita
ni habitantes.
sea la dirección! Mil perdones… Prosigamos… ¿Tenéis algún ma-
pa, o algo así, de la región donde se halla el castillo?
herejes: MUJER. ¿Un mapa? ¡Ah, ya! Debe de ser eso que los herejes han traído
antiguamente del otro lado del mar, que una vez hervido en aceite y con un poco
se llamaba así de cebolla y sal…
a las personas
de religión diferente
YANQUI. ¡No digáis disparates! ¿No sabéis lo que es un mapa? No im-
al cristianismo. porta, no importa… No es necesario que me expliquéis nada; odio
las explicaciones… Podéis iros, buenos días…
(Se va la mujer.)
YANQUI. Ahora entiendo por qué estos bestias de caballeros nunca pi-
den ningún detalle…
MARK TWAIN
Un americano en la corte del rey Arturo
Adaptación de Carlo Frabetti
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Saber leer teatro
Las situaciones. A veces, los autores crean situaciones sor-
3 prendentes en sus obras. Para ello, utilizan recursos como
enfrentar personajes que pertenecen a épocas y lugares dife-
rentes.
A primera vista
1. ¿Cómo llegó el yanqui a la corte del rey Arturo?
2. ¿Qué solicitaba la damisela del rey?
3. ¿Quiénes tenían prisioneras a las princesas?
4. ¿Por qué dice la dama que nadie puede identificarla?
5. Hay tres cosas que la damisela no acierta a explicar con claridad. La
primera es a qué distancia se encuentra el castillo; la segunda, en
qué dirección está, pero ¿cuál es la tercera?
En profundidad
6. ¿A quién le concedió el rey el «honor» de rescatar a las princesas?
¿Estaba él contento de recibir ese encargo?
7. La escena que se representa en esta obra ¿es real o es disparatada?
Busca dos frases que lo indiquen.
8. En esta obra de teatro se ponen de manifiesto una serie de diferen-
cias entre el yanqui y los personajes de la época del rey Arturo.
Seguro que tú eres capaz de explicar por qué al yanqui le irrita la
damisela.
La damisela El yanqui
Se presenta
Dice dónde están las princesas
Explica dónde está el castillo
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