Agata de Patricia Suarez
Agata de Patricia Suarez
Agata de Patricia Suarez
LIBROS Y CASAS
“¿Existen preferencias por
algunas obras, cuentos o
relatos?
Siempre las hay: un relato
‘Ágata’, por ejemplo, sobre
una niña amnésica que podría
recordar pero prefiere que no”.
Entrevista de Laura Rosso
a Patricia Suárez.
Patricia Suárez
Rosario, 1969
C
uando ella bajó de la camioneta y los vio a
todos temblorosos como una hilera de álamos
mecida por el viento, de pronto casi supo por qué
los había olvidado. El hombre flaco que conducía y decía
ser papá le abrió la puerta y la ayudó a bajar. Hizo una seña
a los demás, que ella no pudo ver porque el hombre esta-
ba detrás de ella. Todos parecieron tranquilizarse al ver la
seña. La primera en acercársele fue la mujer obesa; tenía
el cuerpo como una pava, y él la abrazó llorando y la besó
en la boca y la palpó como si quisiera reconocer la consis-
tencia de su carne: cuánto y en qué partes había adelga-
zado. Le caían las lágrimas sin que pudiera impedirlo, a
la vez que murmuraba con voz pastosa y desesperada: Mi
chiquita, mi chiquita; olía a pan, a blanco de puerros re-
cién cortados. Ella no supo qué hacer, respondió al abrazo
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sabiendo que las mujeres eran peores que las mulas o las
cabras y no debería haberse asombrado de nada. ¿Por qué
se había ido la chiquita? ¿Qué había pasado? Su mujer lo
culpó a él, porque él nunca estaba en la casa y las chicas ne-
cesitaban un padre y no una figurita en la lontananza mon-
tado en un zaino y que hiciera las veces de padre. Tal vez él
hubiera debido pegarle a su mujer de cuando en cuando,
casi como una práctica, como una purga; había hombres
que lo hacían pero a él le temblaba la mano de solo pen-
sarlo; su mujer, aun cuando le era odiosa, seguía teniendo
la misma mirada de venado de su juventud, y a la hora del
reproche, cuando él se sulfuraba, ella revoleaba los ojos y
parecían los de un animal a punto de ser sacrificado; nunca
hubiera podido levantarle la mano. El escándalo solía ser
porque su mujer pretendía de él que anduviera entre ellas
como un león furioso y se la pasara a los escopetazos ahu-
yentándoles a la hija mayor y a la del medio los mocositos
que las rondaban, con quienes andaban ya en amores. Y él
prefería el caballo a hacer el ogro, porque de una mujer se
puede prescindir, más todavía cuando se llega a cierta al-
tura de la vida, pero del caballo, ¿cómo? Había tratado de
inculcarles a las hijas el amor por los caballos y les había
enseñado a montar y a saltar vallas cuando eran niñas, pero
en cuanto se hicieron señoritas, la madre las apartó de él
porque temía que perdieran el virgo cabalgando. Solamen-
te la más chica iba con él de cuando en cuando,
mas había entre ellos una suerte de abra que nin- Abra
Camino
guno de los dos podía atravesar para comunicarse
abierto entre
con el otro. A pesar de los silencios, sin duda su la maleza.
hija menor era la luz de sus ojos; ahora tenía once
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cuento de Gustavo Nielsen; Nosotros, los Caserta, novela de Aurora
Venturini; Los pichiciegos, novela de Rodolfo Fogwill; Stranger things,
serie dirigida por Matt y Ross Duffer; Nazareno Cruz y el lobo, película
dirigida por Leonardo Favio.
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Cosas imposibles
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