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Marcia Arbusti.

Fundamentos del lenguaje inclusivo

FUNDAMENTOS DEL LENGUAJE INCLUSIVO *

Marcia Arbusti
Universidad Nacional de Rosario
marciaarbusti@gmail.com

Resumen: Los últimos años de la Abstract: The last years of the 60s in
década del 60 en Brasil están signados Brazil are marked by the crisis that
por la crisis que atraviesa el undermines leftist thinking. Tropicalia
pensamiento de izquierda. Una de las Movement, in 1967, executed one of
principales críticas surge en 1967 por the main critics. It problematize the
parte del movimiento del Tropicalismo, rigid molds through which the
que problematiza los moldes rígidos a orthodox left read the relationships
través de los cuales la izquierda between national and foreign and
ortodoxa leía las relaciones entre lo between avant-garde art and popular
nacional y lo extranjero, y entre el arte art, saying that this molds were based
de vanguardia y el arte popular, que se on the separation between "them"
fundaban en la separación entre un imperialist and "we" national. In this
“ellos” imperialista y un “nosotros” context, Rogério Duarte and Waly
nacional. En este contexto, Rogério Salomão, artists of the Tropicalia
Duarte y Waly Salomão, artistas del Movement, problematize the
Tropicalismo, problematizan en sus relationship between art and language
textos la relación entre el arte y el in their texts. This paper analyzes two
lenguaje. Este trabajo se propone texts produced by them, and reflect on
analizar dos textos producidos por how, in this context of crisis, the
ellos, y reflexionar acerca del modo en language is set as the possibility of re-
que, en dicho contexto de crisis, el articulation of an area of the common.
lenguaje se configura como la
Keywords: Literature, Community,
posibilidad de rearticulación de un
Politics, Aesthetics.
espacio de lo común.
Palabras clave: Literatura,
Comunidad, Política, Estética.

* Conferencia brindada en el marco de la Feria Internacional del Libro de


Rosario, 5 de junio de 2019.

N° 11. Segundo Semestre de 2019


Sobre el lenguaje inclusivo se ha dicho mucho ya. Se ha
dicho bien, y se ha dicho mal. Se ha dicho desde diferentes
esferas del conocimiento, y también desde perspectivas
ideológicas distantes. Se ha dicho mucho restringiendo el
fenómeno, ignorando su complejidad, pero también se ha
dicho mucho de manera inteligente, con bases teóricas sólidas.
Mi participación, hoy, por lo tanto, podría reducirse,
básicamente, a la siguiente afirmación: los procesos de cambio
en la lengua son indetenibles, y se suceden según las
necesidades de quienes la hablan. No hay imposiciones
posibles. Ni la RAE ni un grupo militante –cualquiera sea éste–
podrán determinar las estructuras que finalmente formen parte
de la lengua. El poder de adaptación de las lenguas parecería
ser inconmensurable. Tengamos paciencia, sigamos el curso, y
volvamos a encontrarnos dentro de un tiempo para ver cuál
fue el destino de los usos relacionados con el lenguaje
inclusivo.
En ese enunciado se condensa gran parte de lo que puedo
decir en esta ocasión, en la que se me convoca para desarrollar
los fundamentos del lenguaje inclusivo desde la perspectiva de
la sociolingüística, que es el campo de estudio al que me
dedico. Sin embargo, como viene siendo un tema de interés
general y la sociedad no suele convocarnos a quienes nos
dedicamos al estudio de la lengua para preguntarnos algo
distinto de ¿cómo se escribe tal palabra?, ¿qué significa tal
otra?, o ¿cómo se dice, es ‘así’ o ‘asá’?, es que no quiero
desaprovechar la oportunidad de explayarme, aunque sea un
poco, acerca de lo que más colegas y yo pensamos en torno al
lenguaje inclusivo, un tema que se volvió tan popular que hasta

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Marcia Arbusti. Fundamentos del lenguaje inclusivo

ciertos grupos comenzaron a tomar dimensión de que quienes


no hacemos vacunas ni trabajamos con fórmulas y tubos de
ensayo también hacemos ciencia.
Trataré de realizar un recorrido teórico mínimo con el
objeto de mostrar algunos argumentos, ejemplos, datos
objetivos que señalarán que los factores que atraviesan el uso
de las lenguas, paradójicamente, no son objetivos ni
eminentemente lingüísticos. Pero eso no debe suponer un
problema, el caos ni el fin de nada, sino sólo la confirmación
de la bella complejidad de la lengua y de que, con mayores o
menores limitaciones, “podemos decirlo todo y decirlo como
queramos”, como afirmó Benveniste.

Sobre el nombre

Creo que es necesario reflexionar, mínimamente, sobre la


denominación. Es posible que ‘lenguaje inclusivo’ no sea el
nombre más feliz, por varias razones. Primero porque el
término ‘lenguaje’ se prefiere, dentro del ámbito disciplinar de
la lingüística, para nombrar la capacidad del ser humano, casi
en abstracto, que luego se concreta en las distintas lenguas
habladas por las distintas comunidades. Pero, cesiones
terminológicas mediante, y a sabiendas de que la lengua es un
órgano vivo que responde, como dijimos, a quienes la hablan,
hacemos caso omiso de nuestra propia protesta.
Por otra parte, los modos en los que está circulando, ‘hablar
en lenguaje inclusivo’, ‘expresarse con lenguaje inclusivo’,

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circunscriben el fenómeno a una suerte de estilo, lo reducen a
un mero recurso y, creemos, es mucho más que eso. No
desconocemos el efecto retórico alentado en el uso de la ‘x’ o
de la ‘e’ –ahora, en ocasiones, la ‘i’–, pero entendemos que la
lengua es mucho más que un instrumento externo a cada
hablante, puesto que constituye su identidad, individual y
social, y eso sí que no es objetivo, ni tampoco podemos
manipularlo (siempre) cual tubo de ensayo. (Si fuera un
instrumento, podría ejercitarlo y exitosamente ‘hablar en
lenguaje inclusivo’, pero sin embargo me resulta difícil. Muchas
variables, de distinta índole, sobre todo subjetivas, relativas a
mi constitución como sujeto hablante, se interponen en mi
manejo del rasgo).
También cabe preguntarse, en relación con el nombre, quién
incluye a quién. ¿Acaso se está jugando una suerte de jerarquía
encubierta? Es evidente que el lenguaje inclusivo no resulta
inclusivo de todes, todas, todos. Conocerán, de hecho, una
publicación que circula en las redes sociales en las que se hace
gala de una falsa analogía, instando a redefinir el lenguaje
inclusivo en el habla respetuosa, dulce, o paciente, y también
en la lengua de señas. Un disparate, sí, pero posibilitado por la
misma afirmación que he mencionado: el lenguaje inclusivo no
incluye a la totalidad. Y aquí sí podemos alzar la protesta,
porque si algo nos caracteriza como sociedad es el altruismo, la
integración, la igualdad. ¿O no? NO. Rotunda y claramente
NO, pero parecemos más buenos posteando esos contenidos.
Aquí me detengo con las posibles críticas. Como no somos
Humpty Dumpty asignando significados individuales según
nuestro parecer, simplemente me conformo con esta pequeña

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Marcia Arbusti. Fundamentos del lenguaje inclusivo

reflexión. El lenguaje inclusivo, más allá de su denominación,


es. Existe. Vino –lo trajimos–, quizá para quedarse. Los
procesos de la lengua son indetenibles, más allá de lo que yo,
en medio de mis libros, o un usuario de Facebook en sus
posteos, o una figura política en sus discursos, o una
institución que decide dar la espalda a la sociedad a la que se
debe, señalemos.

Sobre la relación entre lengua y pensamiento: el huevo


o la gallina

Uno de los argumentos para quienes defendemos los usos


inclusivos se basa en los planteos, como el de Wittgenstein,
que sostienen que “los límites de mi lengua son los límites de
mi mundo”, como si existiera una necesidad de nombrar
porque a través del nombre es posible el pensamiento. Es
decir, y en relación con el lenguaje inclusivo, el postulado se
sostiene sobre la base de que es necesario nombrar los géneros
puesto que, si no se los nombran, tienen menos posibilidad de
visibilizarse. Es cierto, sí, pero sucede que la situación es
compleja, y esto podría llevarse a un extremo al que no
debiéramos llegar, puesto que podríamos, en esa misma línea,
plantear que aquello que no se nombra no tiene posibilidad de
existir, y en virtud de ello, que ciertas comunidades no logran
acceder a pensamientos complejos ya que no cuentan en sus
estructuras lingüísticas con los componentes necesarios para
hacerlo.

N° 11. Segundo Semestre de 2019


Sin embargo, por ejemplo, en español podemos mantener
largas conversaciones sobre acontecimientos futuros sin dejar
de utilizar el presente continuo (La semana que viene me estoy yendo
de vacaciones) y no por eso perdemos de vista la idea de
futuridad.
“Dejamos de pensar si no queremos hacerlo dentro de la
cárcel de la lengua”, nos dice Nietzsche. Es una falacia la
suposición de que la lengua que hablamos es una cárcel que
limita los conceptos que podemos entender. ¿Acaso quienes
hablan alemán, cuya lengua utiliza la misma palabra para
expresar ‘si’ y ‘cuando’ (wenn) no comprenden la diferencia
lógica entre lo que podría suceder bajo ciertas condiciones y lo
que sucederá pase lo que pase? En español, el coordinante ‘y’
puede ser meramente copulativo, pero también puede
funcionar para expresar una relación de causa y efecto.
La gramática funciona como una advertencia, no como una
limitación. Nos recuerda que estamos en una lengua a la vez
que nos da movilidad dentro de ella.
En 1938, Boas escribió lo que creo es una brillante
afirmación en torno a la función de la gramática en la lengua.
Sostuvo que, más allá de establecer las relaciones entre las
palabras de cualquier frase, “la gramática tiene otra función
importante, la de determinar los aspectos de cada experiencia
que deben ser expresados”.
Dos décadas después, Jakobson nos dejaba herramientas
para pensar el fenómeno: “las lenguas difieren básicamente en
lo que deben transmitir, no en lo que pueden transmitir”. Es
decir que cualquier lengua puede expresar cualquier cosa, pero

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Marcia Arbusti. Fundamentos del lenguaje inclusivo

las diferencias fundamentales entre ellas radican en la


información que cada una obliga a sus hablantes a expresar.
Jakobson lo ejemplificó de la siguiente manera: si digo en
inglés ‘Ayer pasé la tarde con a neighbour’, mi interlocutor puede
preguntarme si se trata de un vecino o de una vecina, pero yo
tengo derecho a responderle que eso no le incumbe, que no se
meta en mi vida. Sin embargo, en español, francés, alemán o
ruso, como hablante no tengo posibilidad alguna de crear
confusión, a mi interlocutor no le hace falta preguntarme nada,
porque la lengua me obliga a escoger entre vecinO o vecinA, y
de un modo forzoso informo sobre el género de mi
acompañante.
Entonces, el hecho de que diferentes lenguas influyan de
diversos modos en lo que piensan sus hablantes no se debe a
lo que cada lengua permite pensar, sino a los tipos de
información sobre los que cada lengua suele obligarlos a
pensar. “Cuando una lengua obliga a sus hablantes a prestar
atención a ciertos aspectos del mundo cada vez que abren la
boca o aguzan los oídos, esos hábitos del habla pueden
posiblemente convertirse en hábitos mentales con
consecuencias sobre la memoria o la percepción del mundo”
(Deutscher, 2011, p. 170).
Por ejemplo, sobre esta manera de concebir el mundo, se ha
estudiado que las lenguas que tratan los objetos inanimados
como ‘él’ o ‘ella’, y que obligan a hablar sobre esos objetos con
las mismas formas gramaticales que se aplican a los varones y a
las mujeres, incrustan en los oídos de sus hablantes una
asociación entre un objeto inanimado y uno de los sexos. Los
experimentos psicológicos muestran que las idiosincrasias de

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un sistema de géneros gramaticales ejercen influencia
significativa en el pensamiento de los hablantes, que se
atribuyen propiedades masculinas a palabras terminadas en -o,
y femeninas a las terminadas en -a. La cuestión fundamental,
creo, es reconocer nuestra obligación de ponderar que esas
propiedades son atribuidas, culturales, históricas, aprendidas,
estereotipadas: lo fuerte en tensión con lo débil, lo grande con
lo pequeño, lo importante con lo frívolo o banal, etc.
Resumiendo: la lengua no limita a los hablantes, pero la
repetición de ciertos rasgos los vuelve sensibles a ciertos
modelos. Por lo tanto, la diferencia entre géneros gramaticales,
que se liga a otras variables que exceden lo gramatical, van
configurando determinadas representaciones que se naturalizan
con el paso del tiempo. Pero con el tiempo también se pueden
DESnaturalizar. El lenguaje inclusivo vino a interpelar un
sistema, y no me refiero al gramatical, sino al patriarcal.

Qué sucede con la tensión entre el masculino y el


femenino en nuestra lengua. Historia gramatical

El español distingue género femenino y


género masculino. ¿Se los podría haber llamado de
otra forma? Seguro que sí, pero alguien nos jodió.
¿Por qué? Seguramente por su ideología.
Alejandro Raiter

Los estudios gramaticales sostienen que el masculino es el


género no marcado en español (no marcado quiere decir, de

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Marcia Arbusti. Fundamentos del lenguaje inclusivo

algún modo, lo genérico). Sin embargo, la misma lengua nos


devuelve ejemplos para mostrar la relatividad de esa
afirmación. Por ejemplo, no concierne a sustantivos de
persona sin diferenciación sexual (vecindario, pueblo, víctima);
tampoco a los sustantivos no animados que establecen
relaciones entre árbol y fruto (manzano/manzana) o de
tamaño (jarro/jarra). El masculino no marcado atañe
únicamente a algunos nombres animados que presentan
oposición de género y sexo, pero no siempre, porque también
existen términos diferentes para el masculino y el femenino en
pares como toro/vaca. Incluso en algunos de estos pares
heterónimos de animales, el término no marcado es el
femenino, como en ‘la oveja’. Por lo tanto, está visto que la
regla no es TAN general como se pretende.
También, bajo argumentos como la economía del lenguaje,
se defiende ese uso genérico. Es cierto que los rasgos de estilo
que se constituyeron históricamente en nuestra lengua
rechazan la redundancia, pero la lengua no se ajusta a las leyes
del mercado, y las relaciones entre coste y beneficio suelen
graficar curvas que no persiguen las proporciones establecidas
de antemano. Nuestra lengua no es siempre económica; de
hecho, los sistemas de concordancia replican una y otra vez el
mismo rasgo: el plural o el singular se marcan en cada uno de
los ítems lexicales, sin economizar nada. Y a quienes hablamos
no siempre nos interesa ahorrar energías, puesto que
entendemos que no hay que ser conductista para experimentar
que la repetición y el refuerzo son útiles en muchas
circunstancias para acercarse a los objetivos deseados.

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Pero ¿de dónde surge este rasgo gramatical de género? Para
María Ángeles Calero Fernández, el género gramatical en
español es una simplificación de lo que fue la categoría de
género en latín, que contaba con tres géneros, y este rasgo del
latín sería a su vez una remodelación de lo que se cree que fue
el género en la hipotética lengua protoindoeuropea. La prueba
de que el género gramatical en indoeuropeo se construyó sobre
parámetros culturales es, para Calero, su conformación
morfológica y su funcionamiento jerárquicos: el masculino y el
neutro presentaban el mismo tema (o sea, la misma forma), del
que solía derivar el femenino, lo cual nos recuerda el mito
judeocristiano de la creación de Eva a partir de la costilla de
Adán.
Otro dato que podemos tener en cuenta es que en la historia
de las lenguas se ha documentado tanto la reasignación de
género gramatical como la transformación del sistema de
género. El inglés perdió paulatinamente el sistema de género
durante su evolución del inglés antiguo al medieval, a lo largo
de los siglos XI a XIV.
Y ¿por qué creo que son útiles estos datos históricos? Si
entendemos que el género gramatical es un producto histórico,
entonces no queda más opción que aceptar que es susceptible
de transformación. El terraplanismo es otro disparate de esta
era de la posverdad. Estamos aquí para comprometernos a
evitar que ciertos dislates teóricos se reproduzcan. Quienes
trabajamos con la lengua no tenemos derecho a
desentendernos de las consecuencias de lo que sostenemos. El
uso de la ‘e’ es una posibilidad, tangible, concreta, hoy mismo,
real, dentro del sistema de la lengua y sus lógicas de

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Marcia Arbusti. Fundamentos del lenguaje inclusivo

funcionamiento. Y como se ha dicho también, si para hacer oír


nuestras voces y así llamar la atención debemos desconocer
algunas normas y lograr el cambio, en buena hora. El caso de
‘sirvienta’, tantas veces mencionado en las discusiones sobre
lenguaje inclusivo, es muy ilustrativo. Las terminaciones en -
enta no estaban “permitidas” por las posiciones
prescriptivistas, pero el uso se impuso y se “aceptó” ‘sirvienta’,
básicamente porque eran las mujeres las que servían. Hoy, casi
está en desuso más por incorrección política que gramatical.
Una declaración de Alicia Zorrilla, la nueva presidenta de la
Academia Argentina de Letras, al diario La Nación de hace
pocas semanas, cierra el círculo: “Acepto y defiendo formas
como ‘presidenta’, porque me parece importante que quede
bien claro el género de ‘la persona que preside’”, pero la
académica cree “innecesario” y “pesado” decir ‘los niños y las
niñas’. Sin vueltas, asistimos al atravesamiento de variables
extralingüísticas (el prestigio, el poder) sobre los usos de la
lengua: la persona que preside es importante; les otres, no.
Quizá estemos siendo protagonistas de un incipiente cambio
en nuestra lengua que, claro, no es similar a otros cambios
porque sucede por sobre el nivel de la conciencia de la
comunidad, pero eso no quita que pueda prosperar, asentarse,
compartirse. Por eso propuse, apenas comencé mi
participación, que calmemos ansiedades y agendemos un
futuro encuentro de discusión.
¿Debería suceder el cambio? ¿Es posible o necesario superar
el binarismo presente en el español? (Juan Solá, poeta popular,
escribió que “el problema de los que mandan es que sólo saben
contar hasta dos.” No lo dijo respecto de la lengua, pero me

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gusta pensarlo, aquí, en esa vinculación). Podría declarar mis
percepciones personales también para dar respuesta sobre lo
que debería ser, pero no sería serio. Sí puedo decir que la
lengua cambia en función de las necesidades de una
comunidad hablante. Incluso se originan lenguas (las que la
sociolingüística denomina pidgins) a partir del intercambio entre
hablantes en situaciones muy particulares. Y en el español,
primero hubo presidentes y luego llegaron las presidentas (más
allá de lo que opine la RAE y la Sra. Zorrilla), y también
cambiaron las formas de tuteo/voseo dentro de las relaciones
de parentesco. Si bien actualmente es casi impensable, en
nuestra sociedad, que una hija trate a su padre de ‘usted’, esto
ha sido diferente en el pasado. Cambiaron las relaciones,
cambió la lengua. Otro dato más que puede resultar útil para
responder los interrogantes. Un estudio –que proviene de la
Universidad de Massachusetts– demostró que, ante dos relatos
idénticos excepto en que uno utilizaba masculinos genéricos y
el otro formas femeninas y masculinas, los hombres
recordaban mejor el primero, en tanto que las mujeres el
segundo.
Cada cual podrá responder(se). Pero me permito acercar
otro argumento más (y que no se diga que estoy intentando
dirigir sus posicionamientos personales).
Es innegable que gracias a los nombres categorizamos el
mundo. Las etiquetas –contra las que tantas veces luchamos–
nos ayudan a ordenar la realidad que nos rodea. Primero,
porque partir de una palabra “establecida” evita tener que
recurrir a un relato personal para explicar el concepto que esa
palabra nombra. En segundo lugar, esa palabra es un modo de

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Marcia Arbusti. Fundamentos del lenguaje inclusivo

legitimación del concepto. Y, por último, contar con una


palabra compartida constituye una base fundamental a la hora
de establecer vínculos con otras personas para las que el
concepto también es útil. El nombre sirve para ordenar la masa
informe de sensaciones dispares y sitúa un concepto en la vida
social.
Si una palabra, o un rasgo, me permite reflejar en la lengua
un proceso social, cultural, histórico que grita a todas voces
que con el masculino no basta, y que tampoco son suficientes
el femenino y el masculino, entonces lo que resta es que eso
sea compartido cada vez por más hablantes para conseguir
legitimidad, convención plena (si es que eso es posible) y
sistematicidad.
Termino este segmento con una cita de José Ramón Torices
Vidal (2018): “No podemos imponer cambios de arriba a abajo
en la evolución de nuestra lengua, pero como hablantes
competentes podemos ir adquiriendo hábitos lingüísticos
distintos, atendiendo a razones de justicia social”.

La lengua como política de resistencia

Glozman (2019), en un artículo reciente, sostiene que


“desde el punto de vista de quien escucha, nada del lenguaje es,
de antemano, banal”. Habría que extender, según entiendo,
esta perspectiva para reconocer que tampoco hay usos neutros.
Austin nos planteó claramente que con nuestra lengua
podemos motivar cambios en el mundo, porque no sólo

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podemos usarlo para describir cómo son las cosas, sino que
también nos sirve para intentar modificarlas. A través de
nuestras palabras podemos influir sobre la conducta de otras
personas (ordenamos, prometemos, prohibimos) o cambiar su
estado civil o social (alguien casa, hay quien deporta). Mediante
ciertos usos es posible destacar realidades y también ocultarlas.
“A menudo se dice que la reivindicación del uso del lenguaje
inclusivo atiende a razones ideológicas, extralingüísticas, y es
cierto. El problema es pensar que la crítica a éste se hace
exclusivamente por razones ideológicamente neutras, razones
que conciernen solo al lenguaje” (Torices Vidal, 2018), como si
éste fuera un ente impoluto y aséptico. El lenguaje inclusivo es
una invitación a participar de la obligación de hacerse eco, en
la lengua, de la realidad de la que somos partícipes. Es una
acción planificada, una intervención glotopolítica sobre el uso
público de la lengua, una operación, por ahora, consciente y
deliberada, un gesto militante. Parafraseando a Lauría y Zullo
(2018), el problema es que esta vez la pauta lingüística y
discursiva no viene dada por la escuela, ni por la universidad,
ni por la academia, ni por los medios masivos de
comunicación, sino por ciertos activismos –algunos
relativamente nuevos, otros no tanto– todos nacidos al margen
de los grupos con poder sobre la lengua. He allí la
incomodidad, la crisis, la puja, la postura miope de especialistas
que no alcanzan asir la complejidad del fenómeno.
Desde ese lugar es que se asegura que no es necesario
alterar, puesto que es percibido como vandalismo, el sistema
de la lengua, porque lo que hay que cambiar es la realidad
social. Aluden que la desigualdad en la que se sostiene el

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Marcia Arbusti. Fundamentos del lenguaje inclusivo

patriarcado no culmina con las modificaciones del sistema


pronominal, por lo que no importa que digamos ‘elles’. Aluden
que con una misma lengua se dan sociedades machistas y otras
más próximas a la igualdad. Y todo ello es cierto. Pero también
es cierto que siguen intentando privilegiar UNA norma,
desconociendo que los discursos ponen en funcionamiento
diversas normas de adecuación. ¿O acaso no somos capaces de
distinguir diferentes modos de decir en el ámbito público y en
el privado? (Pero cuando menciono la complejidad del
fenómeno, me refiero a que también se están redefiniendo las
esferas de lo público y lo privado). Creo que laS normaS, en
plural, son propias del uso de la lengua. Ya he mencionado
algunas de las razones aquí. Así como no es posible
“protocolizar” los usos del lenguaje inclusivo, tampoco es
posible pensar en una única manera de expresión. Se trata de
expandir el campo de lo posible.
La pureza lingüística que se instala, por ejemplo, con la
supuesta “innecesariedad” del lenguaje inclusivo es tan
peligrosa como la pureza racial. La gramática no es una
majestad. Lo que está en disputa es la lengua, porque es un
símbolo de poder, y quienes lo detentan bien lo saben, aunque
a veces pretendan confundirnos con su supuesta ignorancia.
A las palabras NO se las lleva el viento. Que el lenguaje
inclusivo no sea un mero juego retórico, que no caigamos en
las trampas de lo políticamente correcto. Que podamos.
Nosotres. La lengua siempre puede.

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