Las Cartas de La Guerra de Malvinas
Las Cartas de La Guerra de Malvinas
Las Cartas de La Guerra de Malvinas
Dos espacios rescatan por estos días esas cartas y las ponen en primer plano.
Uno es el Museo Malvinas, en la ex ESMA --donde por estos días se concentrará
una parte principal de la celebración por el 40 aniversario de la guerra--, que junto
a Epistolar Podcast, puso en línea el proyecto sonoro "Memoria epistolar de
Malvinas". Allí los excombatientes leen sus cartas, reconstruyen sus historias a
partir de aquellas líneas en las que se mezclan expresiones de coraje, patriotismo,
miedo, incertidumbre, la muerte del par expuesta, el hartazgo de la guerra.
“Perdón por la letra papá, pero tengo las manos congeladas”, se lee en una.
"Disculpen la letra pero estoy de guardia, y casi no tengo luz, ni dónde apoyar
para escribir". “Mandame chocolates por favor, hace frío”. "La carta de Julio no me
llegó, y me imagino que va a tardar mucho, ya que las retienen porque las leen y
las censuran". "Aquí el problema no son los ingleses sino la monotonía de
todos los días, comer una sola vez por día, dormir en un pozo húmedo". "Hoy
a los ingleses los echamos por tercera vez".
Están también las que ellos recibían en Malvinas. Algunas escritas por niños que
desde las escuelas fueron enviadas a los combatientes identificados como
“soldado que no recibe correspondencia”. "Yo te siento y te quiero como a un
hermano sabés, porque yo también tengo 18 años". "No tengas miedo ni estés
triste, pronto va a terminar todo". "Tío te quiero mucho sabés me acuerdo cuando
jugábamos a la guerra con las bolillitas del árbol y que arranqué una rama". "Qué
decís, cabezón, cómo anda todo, me imagino que te debés estar cagando de frío,
jodete, te pasa por ser hincha de River".
Estaban por darle la baja cuando algo raro comenzó a pasar, luego supo que las
Malvinas habían sido tomadas y que por eso volvían hacia allí, donde ya habían
estado como parta de la campaña antártica. Solo hay algo que le despierta una
sonrisa al repasar sus cartas en Memoria epistolar de Malvinas: la preocupación
de aquel joven porque el 2 de abril, día de su cumpleaños, no había tenido
festejo, como era usual en el buque hasta entonces.
En el buque su tarea principal era poner las amarras para los helicópteros, en la
cubierta del barco. "Se han apoyado naves chilenas e inglesas trayendo heridos.
También venían a revisarnos porque al ser de la Cruz Roja, no teníamos que tener
armamento, era trabajo humanitario", recuerda. Vio y vivió "cosas duras para un
pibe que lo que quería era volverse a su casa", pero lo que más lo marcó, sin
dudas, fue el rescate del Belgrano.
"Casi todos los que encontrábamos en las balsas estaban muertos de frío,
enganchados unos con otros para darse calor. Los identificábamos, los
poníamos en una bolsa, y de ahí iban a la camara frigorifica. Después, cuando
todo terminó y volvimos a Ushuaia, hubo que descongelarlos, ponerles ropa
mortuoria, yo nunca había pasado por una situción así. Los médicos también se
quebraban porque había gente que a lo mejor conocían", repasa.
"Cuando encontrábamos a alguien con vida en una balsa era una alegría de
gol. Cuando de recuperaban contaban sus experiencias, con tanto tiempo en el
agua, la cantidad de kilómetros, porque encontramos balsas que navegaron casi
100 kilómetros, con todo el frío polar, cerca de donde se juntan las corrientes de
los óceanos".
"A Malvinas fuimos unos 14.700 y solo 3.000 entraron en combate. De esos
trajimos en el buque 2.000", saca cuentas. "Estaban mojados, muy bajos de
peso. Empezaban a subir y solo comían, después de un rato recién podían
hablar".
"No me voy a olvidar jamás de la balsa donde pensamos que había gente viva,
porque arriba había un oficial que tenía una linterna. Como la luz se movía,
pensamos que nos hacía señas. Pero ese guardiamarina había ya fallecido, se ve
que hizo el último esfuerzo con su linterna prendida para que lo viéramos",
recuerda. Y concluye: "Lo del Belgrano fue tremendo, un ataque pensado con
malicia".
Cumpleaños en Georgias
En navegación, 13 de abril de 1982
Querida mamá: al recibir esta carta, quiero que sepas que estoy bien, y espero
que así estén ustedes por allá. Hoy es martes, y es un día de decisión en este
buque, que no lo aguanto más. Si nos vamos para Buenos Aires o tenemos que
seguir navegando, espero que dios quiera no sea así. Son las 4 y 10 de la
mañana, estamos navegando para Puerto Belgrano. Tengo mil cosas para
contarles a todos, cosas que nunca pensé que las podía ver, o tener que pasar.
Les voy a contar de los lugares que pudimos ver. Después de haber recorrido toda
la Antártida, Georgias del Sur, Islas Malvinas, muy cerca de Puerto Rivero, Puerto
Deseado cerca de la isla Picton, el canal de Beagle, Ushuaia, ya saben, ahora en
Puerto Belgrano, de ese lugar les voy a contar personalmente.
Lo que sí les voy a contar es algo de las Georgias, fue ahí donde pasé mi
cumpleaños. La pasé bien porque no se trabajó, estábamos esperando el
momento de tomar isla Greenpicken, que era donde estaban losingleses que
ahora están a bordo. No me pudieron festejar mi cumpleaños por ese
problema, porque todos los que cumplen años se lo festejan. Me dijeron que
más adelante me lo iban a hacer. Otro día, pero parece se olvidaron. No
importa, el saludo del 2 de abril me lo dio Segovia.
Lo que quiero es volver, ya hace 110 días que no los veo. Siguiendo con el día
de mi cumple, los únicos regalos que tuve fue un vaso de Coca Cola y que
hayamos tomado las islas Malvinas. Después siguió el día transcurriendo
normal, estuve en la cocina, que fue donde hice helado para la tropa con una
máquina, lo pasé ahí a la tarde y tomé mate.
Los quiero,
Pino
En la carta que esta fechada y situada "5 de mayo de 1982, rumbo a Ushuaia",
relata lo que vivió en el rescate de los sobrevivientes del Belgrano:
"Era un nene que salía del secundario, pero yo tenía esa necesidad de
transmitir seguridad, tal vez lo que necesitaba decirme a mí mismo: tranquilo,
esto va a pasar", analiza. "Me acuerdo de la sensación de pensar: ¿cuánto va a
durar esto, cuándo podré retomar mi vida? Salimos el 26 de diciembre del 81 a la
campaña antártica, y volvimos a Buenos Aires el 27 de junio del 82. Todo ese
tiempo lo pasamos navegando".
"Al volver de la guerra le pedí a mi mamá que rompiera todo, hasta las
grabaciones que me habían hecho, porque en el medio de la guerra el buque fue a
Puerto Belgrano para ser reacondicionado como buque hospital, y nos dejaron
pasar un fin de semana en nuestra casa, ahí me grabaron. Por suerte no me hizo
caso", rememora Quirós. "Tenía necesidad de cortar con todo eso. De hecho
durante 25 años no me encontré con ningún excombatiente, quise hacer una
desconexión total. Un poco lógico era: No encontraba trabajo, tenía que ocultar
que estuve en Malvinas", explica.
"Me tocó vivir unos 20 dias en las islas sin conflicto, la lluvia, el pozo que se
llenaba de agua, la comida que empezaba a escasear. A los 18 años, siendo
soldado clase 63, yo era nuevo en el servicio militar. Llegar allá fue empezar a
relacionarme con los clase 62, algunos eran muy amables, otros no", recuerda en
Memoria epistolar de Malvinas.
"En ese momento nos flasheábamos toda clase de cosas con las cartas, que no
llegaban, que las tachana. Yo a ciencia cierta no sé, pero en ese momento
creíamos que la correspondencia era condicionada. Nos decíamos: ojo con lo que
escribís...".
"Cuando llegué tuve una semana y seguí haciendo el servicio militar en el Parque
Automotor seis meses más, con un superior que estuvo conmigo en Malvinas. Ahí
él me contuvo. Cuando tuve que hacer las denuncias igual lo involucré, no me
cambió nada que me haya cuidado. Fue por lo que le hizo a un compañero
nuestro, Silvio, clase 62, situaciones de estar en el agua congelada, en
calzoncillos cortos, en un tiempo prolongado. Situaciones que merecen que se
denuncien porque tienen que ver con una saña. 25 estaqueamientos hubo en
Malvinas, dijo la ministra Garré".
"Fue saña, fue agresión, lastimar a alguien que iba a pelear codo a codo con vos.
El subteniente que te estaqueba tenía 23 años, nosotros, 18 ó 19, no había una
mirada muy diferente, eramos contemporáneos. El loco sabía lo que estaba
haciendo, por eso tomamos la decisión de la denuncia. Parece difícil que
prospere, pero uno se siente un poco bien no habiéndolo dejado así. Silvio cuenta
que el día que lo vio a este tipo de arriba de un colectivo, se pilló encima. Yo si lo
tengo enfrente, no siento nada. Fue mucho el proceso interno para que esto no me
afecte. No, ni ahí. Yo digo que no nos vamos de este mundo sin que el de arriba
nos pase cuánto gastamos".
La familia le escribió muchas cartas, pero sólo le llegó una de apenas unas
líneas, casi telegráfica. Lo vivió como una decepción. Luego supo que esa carta
que sí llegó había sido escrita por su madre una tarde en que pasó por el centro y
vio una campaña para enviar cartas a soldados, ella se había sumado en el apuro
como una más, pidiendo lápiz y papel en el momento. Finalizada la guerra y ya en
calidad de prisionero recibió una carta que daba entender que iba con una
encomienda, que tampoco llegó nunca.
Fernández suma su testimonio para el podcast pero prefiere no leer las cartas.
Tampoco la del soldado Julio Cao, esa que se hizo conocida porque allí le habla a
sus alumnos de tercer grado. Cao integró su misma compañía, él estaba con él
cuando murió junto a otros dos compañeros, a poco de llegar a las islas, en una
de esas noches de bombardeos que no olvidará jamás. Con el tiempo quedó muy
ligado a la madre de Cao, que llamaba hijos a los compañeros del suyo.
"Volver fue muy duro, en el servicio militar se nos preparó para una guerra, pero
nunca para una posguerra, que es peor", asegura Fernández. "Tuvimos que
hacernos lugar en esta vida, tratar de ubicar en qué lugar del mundo nos tocaba
vivir. Éramos bichos de otro lado, la gente te lo hacía notar. Decías que
estuviste en Malvinas y ya te miraban diferente, había que olvidar esa parte o no
mencionarla para no sentirse mal", lamenta.
"Por eso juntarnos en los centros de veteranos nos ayudó mucho. Pudimos largar
cosas que al día de hoy algunos compañeros no pueden hablar", está seguro.