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Las Cartas de La Guerra de Malvinas

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Las cartas de la Guerra de Malvinas

Hay muchas historias adentro de la historia de Malvinas y aparecen guardadas en


las cartas: las cartas de los soldados a sus padres, a sus hijos, a sus novias, a
sus amigos, contando cómo están, y dónde; en algunos casos, anunciándoles por
esa vía que fueron enviados muy al sur, que parece que habrá una guerra. Las
cartas de esos afectos, que recuerdan ahora los excombatientes, llegaban en
cuentagotas y eran esperadas como paréntesis luminosos para esos días que no
olvidarán. Las cartas que recibían de personas que no conocían, a veces niños y
niñas que las escribían desde sus escuelas. Las que se volvieron tan simbólicas
como la de un maestro a sus alumnos, Julio Cao, que fue como voluntario y
murió en las islas. Aun con la censura militar y las demoras y postas hasta llegar al
continente de por medio, las cartas fueron la forma de comunicación más fluida
con la que contaban los soldados que estaban librando una guerra en esa época,
en ese lugar. Hoy las conservan como tesoros personales. Son documentos en
los que es posible rastrear las vivencias más dolorosas y los momentos en que se
permitían el buen ánimo, y hasta el humor, en primera persona. 

Dos espacios rescatan por estos días esas cartas y las ponen en primer plano.
Uno es el Museo Malvinas, en la ex ESMA --donde por estos días se concentrará
una parte principal de la celebración por el 40 aniversario de la guerra--, que junto
a Epistolar Podcast, puso en línea el proyecto sonoro "Memoria epistolar de
Malvinas". Allí los excombatientes leen sus cartas, reconstruyen sus historias a
partir de aquellas líneas en las que se mezclan expresiones de coraje, patriotismo,
miedo, incertidumbre, la muerte del par expuesta, el hartazgo de la guerra. 

Entrevistados por el historiador Juan Terranova, coordinador del área de


investigación del Museo Malvinas, y autor de varios libros sobre el tema, los
excombatientes --y también, en algunos capítulos, sus hijos-- retoman aquellas
cartas para repasar todo lo vivido y sentido, por ellos y por quienes recibían o
enviaban las cartas.  

En la Biblioteca del Congreso de la Nación (Alsina 1835), mientras tanto, la


muestra Cartas de Malvinas abre ese intercambio por correo desde las islas, como
una forma de mostrar la faceta más íntima de la guerra. En esas líneas, reunidas
por el Centro de Documentación Epistolar que conduce el investigador Mateo
Niro, surgen jóvenes de 18 años que les dicen a sus madres cuánto las extrañan,
también que las consuelan, que les piden una y otra vez, desde el frente de
combate, que no teman por ellos.

“Perdón por la letra papá, pero tengo las manos congeladas”, se lee en una.
"Disculpen la letra pero estoy de guardia, y casi no tengo luz, ni dónde apoyar
para escribir". “Mandame chocolates por favor, hace frío”. "La carta de Julio no me
llegó, y me imagino que va a tardar mucho, ya que las retienen porque las leen y
las censuran". "Aquí el problema no son los ingleses sino la monotonía de
todos los días, comer una sola vez por día, dormir en un pozo húmedo". "Hoy
a los ingleses los echamos por tercera vez".

Están también las que ellos recibían en Malvinas. Algunas escritas por niños que
desde las escuelas fueron enviadas a los combatientes identificados como
“soldado que no recibe correspondencia”. "Yo te siento y te quiero como a un
hermano sabés, porque yo también tengo 18 años". "No tengas miedo ni estés
triste, pronto va a terminar todo". "Tío te quiero mucho sabés me acuerdo cuando
jugábamos a la guerra con las bolillitas del árbol y que arranqué una rama". "Qué
decís, cabezón, cómo anda todo, me imagino que te debés estar cagando de frío,
jodete, te pasa por ser hincha de River". 

La historia de Pedro "Pino" Gardella


A Pedro "Pino" Gardella le tocó hacer el servicio militar en el buque hospital Ara
Bahía Paraíso en 1982, que pasó a ser de la Cruz Roja durante la guerra,
recibiendo soldados heridos tanto argentinos como ingleses. Desde allí participó
de todo el conflico bélico, desde el comienzo en Georgias hasta la búsqueda y
rescate de sobrevivientes del Crucero General Belgrano, pasando por el
transporte de medicamentos y personal sanitario.

Estaban por darle la baja cuando algo raro comenzó a pasar, luego supo que las
Malvinas habían sido tomadas y que por eso volvían hacia allí, donde ya habían
estado como parta de la campaña antártica. Solo hay algo que le despierta una
sonrisa al repasar sus cartas en Memoria epistolar de Malvinas: la preocupación
de aquel joven porque el 2 de abril, día de su cumpleaños, no había tenido
festejo, como era usual en el buque hasta entonces.

"Los excombatientes hablan de la trinchera, el miedo, el hambre, el agua. Y lo


nuestro era completamente distinto, nuestro comandante decía: 'todos quieren dar
bajas, nosotros queremos dar altas'. El buque fue muy noble, ahí se hicieron 207
cirujías, se salvaron muchas vidas, fue un paraíso para algunos. Para mí lo fue,
más allá de haber visto ahí lo peor que pasa en una guerra: fue el que me llevó y
me trajo de vuelta a Buenos Aires, ese 27 de junio tan lindo. Porque lo que todos
queríamos era volver y dejar de meter gente adentro de bolsas", evoca en el
podcast.

En el buque su tarea principal era poner las amarras para los helicópteros, en la
cubierta del barco. "Se han apoyado naves chilenas e inglesas trayendo heridos.
También venían a revisarnos porque al ser de la Cruz Roja, no teníamos que tener
armamento, era trabajo humanitario", recuerda. Vio y vivió "cosas duras para un
pibe que lo que quería era volverse a su casa", pero lo que más lo marcó, sin
dudas, fue el rescate del Belgrano.

"Casi todos los que encontrábamos en las balsas estaban muertos de frío,
enganchados unos con otros para darse calor. Los identificábamos, los
poníamos en una bolsa, y de ahí iban a la camara frigorifica. Después, cuando
todo terminó y volvimos a Ushuaia, hubo que descongelarlos, ponerles ropa
mortuoria, yo nunca había pasado por una situción así. Los médicos también se
quebraban porque había gente que a lo mejor conocían", repasa.

"Cuando encontrábamos a alguien con vida en una balsa era una alegría de
gol. Cuando de recuperaban contaban sus experiencias, con tanto tiempo en el
agua, la cantidad de kilómetros, porque encontramos balsas que navegaron casi
100 kilómetros, con todo el frío polar, cerca de donde se juntan las corrientes de
los óceanos".

"A Malvinas fuimos unos 14.700 y solo 3.000 entraron en combate. De esos
trajimos en el buque 2.000", saca cuentas. "Estaban mojados, muy bajos de
peso. Empezaban a subir y solo comían, después de un rato recién podían
hablar".

"No me voy a olvidar jamás de la balsa donde pensamos que había gente viva,
porque arriba había un oficial que tenía una linterna. Como la luz se movía,
pensamos que nos hacía señas. Pero ese guardiamarina había ya fallecido, se ve
que hizo el último esfuerzo con su linterna prendida para que lo viéramos",
recuerda. Y concluye: "Lo del Belgrano fue tremendo, un ataque pensado con
malicia". 

Cumpleaños en Georgias
En navegación, 13 de abril de 1982

Querida mamá: al recibir esta carta, quiero que sepas que estoy bien, y espero
que así estén ustedes por allá. Hoy es martes, y es un día de decisión en este
buque, que no lo aguanto más. Si nos vamos para Buenos Aires o tenemos que
seguir navegando, espero que dios quiera no sea así. Son las 4 y 10 de la
mañana, estamos navegando para Puerto Belgrano. Tengo mil cosas para
contarles a todos, cosas que nunca pensé que las podía ver, o tener que pasar. 

Les voy a contar de los lugares que pudimos ver. Después de haber recorrido toda
la Antártida, Georgias del Sur, Islas Malvinas, muy cerca de Puerto Rivero, Puerto
Deseado cerca de la isla Picton, el canal de Beagle, Ushuaia, ya saben, ahora en
Puerto Belgrano, de ese lugar les voy a contar personalmente. 

Lo que sí les voy a contar es algo de las Georgias, fue ahí donde pasé mi
cumpleaños. La pasé bien porque no se trabajó, estábamos esperando el
momento de tomar isla Greenpicken, que era donde estaban losingleses que
ahora están a bordo. No me pudieron festejar mi cumpleaños por ese
problema, porque todos los que cumplen años se lo festejan. Me dijeron que
más adelante me lo iban a hacer. Otro día, pero parece se olvidaron. No
importa, el saludo del 2 de abril me lo dio Segovia. 
Lo que quiero es volver, ya hace 110 días que no los veo. Siguiendo con el día
de mi cumple, los únicos regalos que tuve fue un vaso de Coca Cola y que
hayamos tomado las islas Malvinas. Después siguió el día transcurriendo
normal, estuve en la cocina, que fue donde hice helado para la tropa con una
máquina, lo pasé ahí a la tarde y tomé mate.  

Los quiero,

Pino

Alejandro Quirós: "Al volver de la guerra le pedí a


mi mamá que rompiera todo"
Alejandro Quirós también estuvo como conscripto en el buque polar Bahía
Paraíso, que luego se transformó en buque hospital. Trabajaba en el comedor de
suboficiales y durante la guerra fue camillero. "Hace 40 años había pocas cosas
que me podían unir a mi familia, y las cartas eran una de ellas", explica.  "El
teléfono era muy complicado, con la radio tenías alguien al lado viendo qué decías
y qué no, era intimidante. La carta te daba la tranquilidad de la escritura". 

En la carta que esta fechada y situada "5 de mayo de 1982, rumbo a Ushuaia",
relata lo que vivió en el rescate de los sobrevivientes del Belgrano:

"Ahora llevamos a un montón de gente que rescatamos del crucero, no sé si


sabrán que allí estaban mis compañeros de instrucción de Campo Sarmiento, por
eso estábamos con el ánimo por el piso. Pero llegó una lista con los nombres de
los sobrevivientes y están casi todos. Según nos dijeron ya estamos reconocidos
internacionalmente como buque hospital, y no puede pasarnos nada. Así que
sigan tranquilos que la vida a bordo continúa normalmente. Estamos escuchando
radio todos los días y estamos enterados de los que va pasando", lee en la carta.
Allí vuelve a pedirles que se queden tranquilos una y otra vez. 

"Era un nene que salía del secundario, pero yo tenía esa necesidad de
transmitir seguridad, tal vez lo que necesitaba decirme a mí mismo: tranquilo,
esto va a pasar", analiza. "Me acuerdo de la sensación de pensar: ¿cuánto va a
durar esto, cuándo podré retomar mi vida? Salimos el 26 de diciembre del 81 a la
campaña antártica, y volvimos a Buenos Aires el 27 de junio del 82. Todo ese
tiempo lo pasamos navegando".

"Al volver de la guerra le pedí a mi mamá que rompiera todo, hasta las
grabaciones que me habían hecho, porque en el medio de la guerra el buque fue a
Puerto Belgrano para ser reacondicionado como buque hospital, y nos dejaron
pasar un fin de semana en nuestra casa, ahí me grabaron. Por suerte no me hizo
caso", rememora Quirós. "Tenía necesidad de cortar con todo eso. De hecho
durante 25 años no me encontré con ningún excombatiente, quise hacer una
desconexión total. Un poco lógico era: No encontraba trabajo, tenía que ocultar
que estuve en Malvinas", explica. 

Roque Arrieta: "Volver fue tremendo"


Roque Arrieta fue soldado conscripto y estuvo en Malvinas durante la guerra.
Entró al servicio militar el 7 de marzo, el 11 de abril ya estaba en las Malvinas.
Finalizada la guerra, estuvo cinco días en condición de prisionero. 

"Me tocó vivir unos 20 dias en las islas sin conflicto, la lluvia, el pozo que se
llenaba de agua, la comida que empezaba a escasear. A los 18 años, siendo
soldado clase 63, yo era nuevo en el servicio militar. Llegar allá fue empezar a
relacionarme con los clase 62, algunos eran muy amables, otros no", recuerda en
Memoria epistolar de Malvinas. 

"En ese momento nos flasheábamos toda clase de cosas con las cartas, que no
llegaban, que las tachana. Yo a ciencia cierta no sé, pero en ese momento
creíamos que la correspondencia era condicionada. Nos decíamos: ojo con lo que
escribís...". 

Es una carta de su madre la que lee Arrieta en el podcast: 

"Hijo, el sábado recibí un telegrama de las islas, pero no tiene tu nombre ni de


nadie, vino para la familia Arrieta y dice lo siguiente: 'estoy en las Islas Malvinas,
hace un poco de frío pero estoy bien, saludos para todos, chau'. En el cuartel nos
dieron esta dirección, pido a dios que llegue esta carta, y aunque sea me cuentes.
Contestame si te puedo mandar algo, acá todos estamos bien, todos esperándote.
Si yo pudiera ir, iría, como una loca, volando". 

"Volver fue tremendo. Es difícil de explicar. Malvinas se nos había metido en la


piel, y las habíamos perdido, nos las habían arrebatado. Fue fuerte ver cuatro
helicópteros colgando una bandera inglesa, sirenas sonando fuerte, algunos
superiores nuestros puteándonos: ¡por culpa de ustedes perdimos la guerra,
milicos de mierda! La sociedad también nos recibió en silencio. Y los militares
diciéndonos: ojo con las pelotudeces que les van a decir a las familias. Y no lo
decía cualquiera, tenían mucho peso. Algunos dicen haber firmado una especie de
declaración jurada, yo tuve una arenga en Campo de Mayo de parte de un
superior: ojo lo que van a hablar". 

"Cuando llegué tuve una semana y seguí haciendo el servicio militar en el Parque
Automotor seis meses más, con un superior que estuvo conmigo en Malvinas. Ahí
él me contuvo. Cuando tuve que hacer las denuncias igual lo involucré, no me
cambió nada que me haya cuidado. Fue por lo que le hizo a un compañero
nuestro, Silvio, clase 62, situaciones de estar en el agua congelada, en
calzoncillos cortos, en un tiempo prolongado. Situaciones que merecen que se
denuncien porque tienen que ver con una saña. 25 estaqueamientos hubo en
Malvinas, dijo la ministra Garré". 

"Fue saña, fue agresión, lastimar a alguien que iba a pelear codo a codo con vos.
El subteniente que te estaqueba tenía 23 años, nosotros, 18 ó 19, no había una
mirada muy diferente, eramos contemporáneos. El loco sabía lo que estaba
haciendo, por eso tomamos la decisión de la denuncia. Parece difícil que
prospere, pero uno se siente un poco bien no habiéndolo dejado así. Silvio cuenta
que el día que lo vio a este tipo de arriba de un colectivo, se pilló encima. Yo si lo
tengo enfrente, no siento nada. Fue mucho el proceso interno para que esto no me
afecte. No, ni ahí. Yo digo que no nos vamos de este mundo sin que el de arriba
nos pase cuánto gastamos". 

Juan José Fernández: "Era gratificante saber que


alguien se acordaba de nosotros"
Juan José Fernández estaba terminando el servicio militar cuando fue enviado a
la guerra de Malvinas. La familia de José C Paz de este fue soldado conscripto
clase 62 se enteró por una carta suya --la única que pudo mandar-- que estaba en
Malvinas. Cuenta que escribía sus cartas "donde podía", antes del 1 de mayo,
cuando bombardearon mucho los ingleses las posiciones. Recuerda los aviones
pasando por sobre sus cabezas, tirando bombas y ráfagas de ametrallladoras,
bombardeando cada dos o tres horas, durante toda la noche. 

Las únicas cartas que recibió en Malvinas fueron de chicos y chicas de


colegios. "Para los que estábamos ahí adentro de un pozo era gratificante saber
que alguien se acordaba de nosotros, sin conocernos. Nos decían que nos
deseaban suerte, que estaban orgullosos de nosotros. Con los compañeros nos
pasábamos las cartas, las compartíamos en esos días que se hacían tan largos",
recuerda. 

La familia le escribió muchas cartas, pero sólo le llegó una de apenas unas
líneas, casi telegráfica. Lo vivió como una decepción. Luego supo que esa carta
que sí llegó había sido escrita por su madre una tarde en que pasó por el centro y
vio una campaña para enviar cartas a soldados, ella se había sumado en el apuro
como una más, pidiendo lápiz y papel en el momento. Finalizada la guerra y ya en
calidad de prisionero recibió una carta que daba entender que iba con una
encomienda, que tampoco llegó nunca.

Fernández suma su testimonio para el podcast pero prefiere no leer las cartas.
Tampoco la del soldado Julio Cao, esa que se hizo conocida porque allí le habla a
sus alumnos de tercer grado. Cao integró su misma compañía, él estaba con él
cuando murió junto a otros dos compañeros, a poco de llegar a las islas, en una
de esas noches de bombardeos que no olvidará jamás. Con el tiempo quedó muy
ligado a la madre de Cao, que llamaba hijos a los compañeros del suyo. 
"Volver fue muy duro, en el servicio militar se nos preparó para una guerra, pero
nunca para una posguerra, que es peor", asegura Fernández. "Tuvimos que
hacernos lugar en esta vida, tratar de ubicar en qué lugar del mundo nos tocaba
vivir. Éramos bichos de otro lado, la gente te lo hacía notar. Decías que
estuviste en Malvinas y ya te miraban diferente, había que olvidar esa parte o no
mencionarla para no sentirse mal", lamenta. 

"Por eso juntarnos en los centros de veteranos nos ayudó mucho. Pudimos largar
cosas que al día de hoy algunos compañeros no pueden hablar", está seguro. 

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