Relatos Fantásticos
Relatos Fantásticos
Relatos Fantásticos
Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por
higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino.
La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada
del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa,
las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una
araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.
Llenos de terror, acudieron la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron
y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa como si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre
fuerte.
¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano?
Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano
entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado
con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia».
Cuenta fray Jerónimo de Zúñiga, capellán de la prisión del Buen Socorro, en Toledo, que el 7 de junio de 1691
un marinero natural de las Indias Occidentales, de nombre Pablillo Tonctón o Tunctón, de raza negra,
condenado al auto de fe por brujo y otros crímenes contra Dios, se evadió de la cárcel y de ser quemado vivo
pidiendo a sus guardianes, tres días antes de marchar a la hoguera, una botella y los elementos necesarios
para construir un barco en miniatura encerrado dentro del frasco. Los guardianes, aunque el tiempo de vida
que le quedaba al reo era tan breve, accedieron a sus deseos. Al cabo de los tres días el diminuto navío estaba
terminado en el interior del vidrio. La mañana señalada para la ejecución del auto de fe, cuando los del Santo
Oficio entraron en la celda de Pablillo Tonctón, la encontraron vacía lo mismo que la botella. Otros
condenados que aguardaban su turno de morir afirmaron que la noche anterior habían oído un ruido como
de velas, chapoteo de remos y voces de mando.