Polgonos2014J Farins
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GOBEFTER 2. Gobernanza efectiva del territorio. Proyecto estatal de investigación View project
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Recibido: 12/04/2014
Aceptado: 01/09/2014
Resumen: El presente artículo aborda las relaciones entre la ordenación del territorio y la
geografía, tanto desde un punto de vista conceptual y epistemológico como de la vinculación que se
ha querido establecer entre ellas en los nuevos grados de geografía implantados en las universidades
españolas. Esta relación se ha visto a veces de forma reticente. Se analizan las causas y las diferen-
tes vías seguidas; está por ver si se mantendrán en la futura nueva (enésima) reforma de grados de
tres años (en lugar de los cuatro actuales). Ello nos traslada a la vieja discusión sobre la unidad de
la geografía, revisitada esta vez desde unos planteamientos de ciencia posnormal. El argumento que
se defiende en el texto es que una interpretación más generosa (en línea con la nueva planificación
territorial estratégica) y menos sectorial (de mera, aunque imprescindible, planificación física de
usos del suelo) resulta la mejor plataforma para recuperar dicha unidad, desde una perspectiva de
sistemas complejos, problemas desestructurados e incertidumbres (frente a la certeza de la tradicio-
nal ciencia aplicada). También abre más y mejores oportunidades para la aplicación profesional de
la geografía, especialmente en el ámbito de la planificación del desarrollo territorial local, apoyando
tal afirmación en un análisis de los resultados presentados en el tercer informe del Colegio de Geó-
grafos españoles de 2013.
Palabras clave: Ordenación del territorio, nueva planificación territorial estratégica, geografía,
ciencia posnormal, salidas profesionales
1
Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación CS02012-36960
«Del gobierno a la gobernanza y gobernabilidad efectiva del territorio: guías para un nuevo desa-
rrollo territorial», Plan Nacional de I+D+i 2008-2011, Subprograma de Proyectos de Investigación
Fundamental del Ministerio de Economía y Competitividad, cofinanciado por el FEDER, sobre la
base de algunos trabajos previos del autor.
3
Resulta una posición más pragmática (incluso podría calificarse de más cómoda y sen-
sata) dada la evidente correlación de fuerzas existente entre ambas, tanto desde el punto de vista
institucional como legal e instrumental (vid. al respecto Pereira, 2011 y Serrano, 2012),
Peca (1986), Tarlet (1977), Valenzuela (1984)… y una orientación que conti-
nua muy viva; tal y como demuestra el significativo título escogido para el VII
Coloquio del grupo de ‘Historia del Pensamiento Geográfico’ de la Asociación
de Geógrafos Españoles organizado por la Universidad de Granada, octubre de
2014: La relación entre la sociedad y el medio ambiente en la geografía moderna.
A juicio del autor de estas líneas es una opción que trata de preservar la
dimensión física (“la hermana mayor” decía Ortega Valcárcel, 2000; vid. Fa-
rinós, 2000), frente a la cada vez más clara y decisiva presencia de la dimensión
social de la geografía; de lo que el fenómeno urbano sería clara muestra, predi-
lecta, a día hoy. Lo que también explicaría los conflictos y la inicial solución de
compromiso de querer ubicar la geografía tanto en el campo de ciencias sociales
como en el de humanidades (donde finalmente ha quedado), pero no (sin embargo
y contradictoriamente) en el de las ciencias naturales, de cara a la evaluación de la
actividad investigadora. De nuevo a vueltas con el viejo conflicto sobre la unidad,
o no, de la geografía (Reynard, 1976). Parece representar, pudiera interpretarse,
la definitiva opción por una visión más afrancesada o clásica, frente a la anglo-
sajona del “espacio que importa” (Soja, 1980; Gregory, 1981; Massey, 1985;
Massey y Allen, 2004)4, del postmodernismo (de un Soja -1989- revisitado en
2011), y del ya entrado en años (aunque todavía difícil de aprehender y asumir)
Spatial & Regional Planning (Faludi, 2010).
Este posicionamiento representa el punto de partida para una progresiva
integración entre medio ambiente, paisaje y (ordenación del) territorio; en línea
con los planteamientos de la UE y del Consejo Europa reflejados en documentos
como el propio Convenio Europeo del Paisaje (convertido ya en Tratado Inter-
nacional), los Principios Directores para un Desarrollo Territorial Sostenible
del Continente Europeo o la Estrategia Territorial Europea (y sus continuados
desarrollos posteriores). Un posicionamiento también coincidente con lo que
Bertrand y Bertrand (2002) proponían en su tercer capítulo, al considerar el
paisaje como posible dimensión cultural (y sensible) del medio geográfico, como
instrumento en las políticas de medio ambiente y de ordenación del territorio5;
4
Edward Soja (1980) y Derek Gregory (1981) llamaron la atención sobre la insuficiente
consideración del espacio y del lugar como marcos de las relaciones sociales. Entendían que el
espacio, el territorio, es un componente básico de las relaciones generales de producción que son
a la vez sociales y espaciales, definiéndose dialécticamente (relaciones entre individuo y sociedad,
entre actitud humana y estructura social, y entre hombre y naturaleza).
5
Claude y Georges Bertrand proponen un “sistema común, de orden epistemológico, fun-
dado sobre tres conceptos espacio-temporales” (Frolova, 2003): el geosistema, el territorio y el
paisaje. El geosistema sería un concepto (noción y método) naturalista que trata el medio ambien-
te (espacio geográfico tal como funciona actualmente, incluido su grado de antropización) como
y en línea con los trabajos que han venido desarrollando los profesores Rafael
Mata (2006, 2008, Mata y Sanz Herráiz, 2003) y Florencio Zoido (1989, 1998,
Zoido y Venegas, 2002).
El medio físico, ni que decir tiene, interesa y está llamado a seguir jugando
un papel principal en las políticas de ordenación del territorio. Valga citar, como
ejemplo, los conocidos estudios del medio físico, los más recientes del paisaje
(estudios de integración o de impacto paisajístico…), o los más novedosos es-
tudios de detalle sobre el riesgo geomorfológico que, al amparo de las Directi-
vas Europeas de Agua y la de Riesgos de Inundación (Olcina, 2009) se vienen
desarrollando (por ejemplo en la actualmente en fase de renovación legislación
valenciana de OT; más en concreto el Plan de Acción Territorial de carácter secto-
rial, de prevención de riesgos de inundación –PATRICOVA-). Pero no sólo; a los
recursos del medio físico se les pueden aplicar cuatro tipo de valores relacionados
con la tarea de planificación: el naturalístico (grado de conservación y de espe-
cificidad de los ecosistemas), como riesgo y recurso para la posible localización
de ciertas actividades humanas (microclima, vulnerabilidad a la contaminación,
recursos acuíferos...), perceptual (cultura y paisaje) y el valor relacionado con el
potencial de desarrollo económico y la productividad (agraria, turística, industrial
y de servicios). Sobre esta cuestión volveremos en el próximo epígrafe II.1. Sin
embargo su interés únicamente puede ser entendido desde un punto de vista so-
cial o comunitario; antropológico al fin.
fuente (source). El concepto de territorio trataría el espacio geográfico como recurso (ressource),
basado en los procesos de artificialización del medio ambiente (repercusiones de la organización
y de funcionamiento social y económico sobre el espacio considerado). Finalmente el paisaje se
interpreta como la entrada socio-cultural en el sistema ambiental, fruto de la conversión del medio
ambiente en un recurso en el acto de la percepción o del uso directo (ressourcement).
Siendo la distinción clara y sin ambages entre lo primero y lo segundo, no parece guardarse
la misma proporción entre el segundo y el tercero, que pudiera ser interpretado como subconjunto
del segundo. Las transformaciones y las formas de apropiación del espacio para convertirlo en
territorio dependen de las culturas que los ocupan y transforman dando lugar a paisajes específicos;
enfoque propio de la geografía cultural anglosajona, de donde también proviene el concepto de
landscape character.
disciplina puente entre las ciencias sociales y las naturales; una cuestión todavía
no resuelta para muchos pero que entronca directamente con los principios la
planificación territorial comprehensiva que aquí se propone7. En su opinión –y en
la nuestra- los fenómenos naturales no deben separarse de los humanos, ya que
al hacerlo se pierde la capacidad para poder entender la compleja realidad; para
poder comprender el territorio, diríamos hoy, como verdadero sistema complejo
y problema desestructurado que necesita de abordajes transdisciplinares desde la
ciencia posnormal (Funtowicz y Ravetz, 1991 y 1993).
II.1 El medio físico en la ordenación del territorio: del origen de las rela-
ciones entre medio ambiente, territorio y paisaje
la acción directa sobre el territorio y por la política, por la utilidad del enfoque
global. Surgen y empiezan a desarrollarse así distintas “geografías” prácticas.
Es el caso de la geografía activa de Yves Lacoste y de Pierre George (1966),
que en la década de 1970 dará lugar a una geografía operativa que ofrece una
metodología para saber pensar mejor el espacio geográfico considerando diversos
niveles de análisis y distintas intersecciones de todos los factores intervinientes
(Lacoste, 1977); y a una geografía dinámica, desarrollada con un enfoque global
y una metodología comparativa para evaluar acciones, impactos, transformaciones
y proyecciones de futuro en todo lo referente a la problemática territorial (George).
También es el caso de la geografía constructiva soviética, que propugnaba una
visión integradora entre hombre, sociedad y medio ambiente, siendo Guerassimov
(1976) su máximo representante; o de la Ecogeografía de Tricart (Tricart y Ki-
llian, 1982), que con un análisis transdisciplinar y global ofrece una visión inte-
grada (sintética) de las relaciones del hombre con su medio ambiente. Pero sobre
todo es el caso de la geografía aplicada de Phlipponneau, para quien “la Geografía
regional aplicada, o planificación regional, no constituye más que un aspecto, el
más característico y el más importante, sin duda, de las posibilidades de utiliza-
ción práctica de la Geografía” (1960: 8); de Labasse (1973), que desarrolla, entre
otros, temas como la planificación espacial o la regionalización, y de Bernard et al.
(1978), interesados por el estudio de la legislación (Farinós, 2000). Muchos de los
maestros franceses de aquella época abrazan un posicionamiento crítico, también
en aspectos más domésticos, con una visión más regional (más girondina y menos
jacobina) de la forma de hacer la política para promover el desarrollo territorial
(equilibrado) en Francia.
La dualidad escalar urbana versus regional dio lugar a un intento de dife-
renciación entre la planificación regional y la OT, siendo la segunda más propia
de las escalas locales, metropolitanas y comarcales, aunque éstas se integren en
otras escalas mayores. A diferencia, y desde el punto de vista legal y compe-
tencial, en el actual Estado de las Autonomías se distingue en cambio entre ur-
banismo (local) y OT (regional o supralocal). Sin embargo, ambos términos se
usan indistintamente, al emplearse como sinónimos OT y planificación territorial,
dentro de la cual quedaría incluida la regional y cualquiera otra. En este sentido
se expresan Paniagua y Tarancón (1993: 298-299) para quienes la consecución
de los objetivos de la OT es fundamentalmente una tarea política, siendo la escala
regional el nivel más apropiado para su puesta en práctica.
La conexión entre lo regional y la OT también resulta patente en la política
europea. El mismo Parlamento Europeo creó una “Comisión de Política Regional
y de Ordenación del Territorio”, que no duda en utilizar el concepto de Ordena-
La OT clásica, entendida como control de los usos del suelo a una escala
intermedia (Gómez Orea, 2007; Zoido, 2001 y 2007), ha venido ocupándose más
por el control y por poner límites (por necesidad) que en tratar de aprovechar el
como sobre el papel central de la esfera pública. Los gobiernos tienen un papel
especial que jugar en lo referente a la claridad en materia de responsabilidades y
en la solución de conflictos. Pueden contribuir a ello mediante el establecimiento
de un adecuado marco regulador y gestión de la información, y pueden consti-
tuirse en referente de apertura y participación, convirtiéndose en un buen ejemplo
en su propia gestión. Les corresponde legislar para garantizar las prácticas de
participación, apertura y otras innovadoras formas de gobernanza. Pero llegados
a estas alturas cabe reinterpretar su función, tratando de recuperar la originaria:
velar por la res publica y el interés general; la politeia aristotélica.
Ante el riesgo de convertirse en el mal menor (“el menos malo de los siste-
mas”), hay que volver a los fundamentos de la propia democracia: la ciudadanía
y su (‘de-construible’) capacidad de organización para la defensa de valores e in-
tereses individuales y colectivos (la areté cívica). La gobernanza territorial debe
ser gobernanza democrática; esto es, debe involucrar a toda la constelación de
actores y no únicamente a algunos intereses particulares y/o hegemónicos.
Se trata de un proceso dependiente en gran medida de las condiciones de
cada contexto específico. Las acciones y procesos de gobernanza territorial deben
ser territorializados, relacionados con el capital territorial existente. Ello requiere
una revalorización del territorio y la mejora de una nueva cultura territorial co-
mún o de la generalidad, para cuya consecución el papel de los actores públicos
es crucial. En este sentido debe prestarse una mayor atención a la política de
gestión y ordenación territorial, especialmente a la planificación estratégica, en
tanto representa una muy buena opción para mejorar la coherencia, y efectividad,
de las políticas. Coordinación y cooperación resultan elementos básicos para una
adecuada gobernanza territorial; sin embargo hasta el momento son una de nues-
tras mayores debilidades, porque la cultura política del corto plazo y la estrategia
política de la polarización han prevalecido sobre la cultura del consenso.
La Carta de Torremolinos reconocía precisamente el carácter pluridimen-
sional de la OT: a la vez una disciplina científica, una técnica administrativa y
una política concebida con un enfoque interdisciplinario global. También hemos
reconocido (Farinós y Romero, 2007) tres estadios para la planificación del de-
sarrollo territorial en función de las diferentes implicaciones y requerimientos
técnicos y políticos:
a) diagnóstico: análisis de los sistemas territoriales, entendimiento y pre-
sentación de la estructura territorial, del paisaje y del modelo territorial;
b) método: aplicación de técnicas e instrumentos para diseñar y alcanzar
los objetivos (paisajísticos, arquitectónicos, infraestructurales, econó-
líticas (de la Quadra, 2004) con el objetivo de la cohesión territorial10. Por ello
resultará un campo especialmente indicado para desarrollar la nueva gobernanza
(Farinós, 2005 y 2008). Bajo estas nuevas premisas el espacio se produce, se te-
rritorializa, en forma de nuevas estrategias o visiones territoriales, a partir de las
expectativas, deseos e intereses de la ciudanía y los actores locales.
Es pues en este marco, y con esta interpretación más generosa de la OT,
donde encuentra acomodo la idea de Planificación del Desarrollo Territorial Sos-
tenible (PDTS) 11. Una nueva y genérica forma de denominar a esta política, que
recibe tan diversos nombres en distintas partes de Europa. Se trata también con
ello de plasmar la dimensión territorial de la sostenibilidad, contribuyendo así a
que la OT (“hija de un dios menor”) pueda salir reforzada. Si toda política tiene
un impacto territorial, la PDTS las ha de considerar conjuntamente, con el objeto
de promover la cohesión territorial; dentro de cada área o región geográfica y
respecto de unidades territoriales más amplias, dentro de las cuales se integran.
La manera de desarrollar o plasmar la OT en España (en forma de planes)
ha seguido hasta la fecha un estilo (y método) racional-comprehensivo. Prepara-
dos por las élites que configuran especialistas y equipos de técnicos (dentro del
propio organigrama de las administraciones regionales y locales, pero también en
consultorías y equipos externos que trabajan para ellas), han venido adoptando
un claro sesgo tecnocrático y sentido jerárquico (de arriba a abajo). Sin embargo,
especialmente a partir de la trasposición de la Directiva Europea de Evaluación
Ambiental Estratégica el proceso de preparación de dichos planes ha tenido que
hacer frente al requisito y nuevo reto de promover y lograr una participación
efectiva12.
Ello ha supuesto tanto una renovación metodológica en el proceso de ela-
boración de planes (ya presente en la preparación de algunos planes subregio-
nales como el del Poniente Almeriense –de escaso recorrido- o el posterior y
galardonado Plan Insular de Menorca, por citar dos ejemplos), como una progre-
desarrollo y la de coordinación, que aquí se destaca. (Para un mayor detalle vid. FARINÓS 2009).
Ljubljana Declaration on the Territorial Dimension of Sustainable Development(CEMAT,
11
2003).
12
Directiva Europea EAE (2001/42/CE) 2001/42/CE, traspuesta a la legislación española
mediante la Ley 9/2006, de 28 de abril, sobre evaluación de los efectos de determinados planes y
programas en el medioambiente, BOE nº 102, 29.04.2006.
Vid. también la Ley 27/2006, de 18 de julio, por la que se regulan los derechos de acceso
a la información, de participación pública y de acceso a la justicia en materia de medio ambiente,
que incorpora las Directivas 2003/4/CE y 2003/35/CE).
siva mixtura entre una planificación más tradicional u ‘ortodoxa’ (de zonning y
definición del modelo territorial) y la de carácter más prospectivo y estratégico
que abre las puertas a la participación, a los análisis DAFO y a la preparación
y selección de escenarios territoriales futuros (visiones o estrategias). Ello ha
conducido progresivamente a una planificación más indicativa, más adaptada a
las propias características y necesidades del momento y del lugar. También más
flexible, que puede ser revisada a partir de una evaluación continuada mediante
la aplicación de sistemas de seguimiento basados en indicadores cuyos valores
umbral ya han sido definidos ex ante en el mismo momento de elaboración de los
planes (valga como ejemplo de buena práctica la Estrategia Territorial de Navarra
y el observatorio territorial que nace asociado a ella).
A pesar de ello, desde nuestro punto de vista, buena parte de los conflictos
territoriales existentes en la actualidad no pueden solucionarse únicamente por la
vía de la judicialización y de más planeamiento al viejo estilo, a pesar de la natu-
ral querencia de las administraciones a la simplificación de procesos y trámites.
Esta aplaudida simplificación no ha hecho en las más de las ocasiones sino abrir
las puertas tanto a la flexibilización de la norma en dirección a una creciente des-
regulación; justamente lo que pretendía evitarse por parte de quienes defienden
mantener las formas más vinculantes y rígidas de planificación.
14
Sobre los perversos efectos de la nueva figura de los proyectos estratégicos Pinson
(2011); desde unos planteamientos más optimistas y potenciales de estos instrumentos puede verse
Oosterlynck et al. (2011).
sultado tarea fácil. Primero por la dificultad de poder hacer comparables cosas
que se plantean desde prismas diferentes (la ‘Torre de Babel’ a la que se refería
Williams, 1996). En segundo lugar por las propias reticencias –más o menos
‘puristas’, ‘nacionalistas’ u ‘ortodoxas’- ‘desde dentro’. Ampliar las miras, puede
llegar a pensarse, puede resultar hasta inapropiado, en tanto que permite intro-
ducir conceptos atractivos (tales como policentrismo, cohesión territorial… por
poner dos ejemplos con claro influjo de la UE) de los que todo el mundo habla
generosamente pero de los que nadie sabe a ciencia cierta su significado real15.
La cuestión que queda pendiente es (tal y como ya apuntamos en Davoudi
et al., 2009 y en Farinós, 2009a) si esta planificación del desarrollo territorial
sostenible u OT reconstituida debe equivaler únicamente a: un tipo de planifi-
cación física (de usos del suelo), como hasta la fecha ha sido lo habitual; una
combinación de varias planificaciones físicas (la territorial y la urbanística); a una
combinación de todas las planificaciones de tipo físico (incluida la sectorial); o
incluso a una coordinación entre la planificación física y la planificación econó-
mica respondiendo a un nuevo estilo que en su día llamamos “neo-comprehensi-
vo” (ESPON Project 2.3.2, 2007).
Si nos centramos únicamente en la función de ‘ordenación’ para la OT, las
dos primeras opciones serían asumibles, y en eso nos movemos; si lo hacemos en
la de ‘desarrollo’ entonces las dos se quedan cortas y nos conduciría a la tercera;
con mayores esfuerzos y dificultad, al exigirse entonces de forma más perentoria
la tercera función de ‘coordinación’, a la cuarta16. La función de ‘coordinación’ se
encuentra estrechamente relacionada con las dos últimas porque la planificación
del desarrollo territorial sostenible es uno de los (sino el) campos predilectos de
aplicación de los principios de la gobernanza (Farinós, 2005; Espon Project 2.3.2,
2007). Claro queda que, desde nuestro punto de vista, debemos transitar hacia la
cuarta, sin que eso signifique renunciar a poder combinarla con las demás cuan-
do así resulte aconsejable en función de las necesidades o condiciones de cada
tiempo y contexto.
Esta nueva planificación territorial estratégica pasa por ser integral, pero
concreta y en evaluación continua, con un enfoque a largo plazo. Dicho carácter
integral precisa del desarrollo de nuevas prácticas de gobernanza para democra-
Véase en este sentido la particular experiencia del Libro Verde sobre la Cohesión Terri-
15
torial (CE, 2008), a pesar de algunos intentos de reputados autores, como Andreas Faludi, apenas
cerrado el periodo de discusión abierta del documento, por enderezar el rumbo. Con posterioridad
publicaría nuevamente sobre la cuestión (Faludi, 2013a,b).
Un ejemplo de este tercer nivel lo constituyen los Planes Territoriales Parciales catalanes
16
Una interesante iniciativa a este respecto, referida a la ciudad de Tarrasa, por tanto cir-
17
Hay todavía mucho por completar para cerrar el mapa de planes subregio-
nales (de desarrollo territorial local, evaluable y revisable en continuidad), lo cual
abre una interesante expectativa profesional para el geógrafo, tal y como se verá
en el último punto de este artículo. Esto puede hacerse adecuando el sentido del
plan al propio carácter, sentir y necesidades de cada territorio.
19
Para ello el lector interesado ya cuenta con una útil primera Guía Docente del Proyecto
de Ordenación del Territorio (2013) que fue elaborada por cuatro compañeros profesores de la
Universidad Autónoma y la Complutense de Madrid (Cristina Montiel Molina, Francisco Javier de
Marcos García-Blanco y Simón Sánchez Moral (de la UCM) y Luis Galiana Martín (de la UAM),
publicada como libo electrónico (https://www.ucm.es/data/cont/docs/530-2013-10-17-GuiaDocen-
teOrdTerr_2013.pdf).
respectivamente con un valor de 39,6, 36,0 y 32,4% de los encuestados, que dicen
estar trabajando intensamente en estos campos, unos porcentajes tan solo supera-
dos en este informe por el 40’4% de los SIG. Lo mismo puede decirse (el ranking
se mantiene) respecto de los campos que generan mayor número de empleos (Cg,
2013: 27), de forma parecida a lo que ya prospectábamos a finales de la década
de los años 1990 (Farinós, 1999).
El nuevo filón que supone la aplicación de los SIG puede considerarse
de hecho como una parte instrumental de procesos de diagnóstico, selección de
alternativas y seguimiento más amplios. La Planificación Territorial y la Pla-
nificación Urbanística (en relación con la ordenación de usos y actividades del
territorio), la Evaluación de Impacto Ambiental y la Ordenación de Espacios
Naturales (en relación con las cuestiones ambientales), la Planificación Estra-
tégica, el Desarrollo Local y el Turismo (en relación con la dinamización so-
cioeconómica del territorio) son salidas profesionales consolidadas (Cg, 2013:
29). Las iniciativas relacionadas con la Catalogación, la Planificación, Gestión
e Integración Paisajística, la planificación y gestión del Patrimonio cultural, la
Evaluación Ambiental Estratégica de planes y proyectos, la planificación y pre-
vención de Riesgos Naturales se encuentran en proceso de consolidación (Cg,
2013: 29). La Planificación Urbana Integral aparece como actividad emergente.
Todo ello no hace sino confirmar la tendencia o nuevo rumbo que está tomando la
propia planificación territorial en estos momentos. Esta pasa por una visión más
integral y generosa de la ordenación del territorio y de cómo poder referirnos a
sus resultados (planes o procesos), tal y como se ha defendido en estas páginas
(Farinós, 2010a como precedente)21. También por el reconocimiento de la escala
21
“La idea es simple, mantener el método (estratégico, en el sentido expuesto en estas
líneas), aunque puedan variar los instrumentos (tipos de planes) mediante los que se aborda la pla-
nificación para el desarrollo territorial sostenible (independientemente de que éstos sean integrales,
temáticos o sectoriales), corrigiendo, de paso, los habituales problemas de solapamiento, sobreim-
posición y descoordinación de planes sobre un mismo espacio… Existen diversas experiencias en
el territorio relativas a estos nuevos modelos de gestión y decisión de los asuntos públicos que han
tratado de acordar una visión compartida para el futuro del territorio entre todos los niveles y ac-
tores. Es el caso, entre otros, de las Agendas Locales 21, los planes estratégicos para la ordenación
territorial y urbanística, los Planes de Desarrollo Territorial en espacios turísticos (especialmente en
las áreas costeras), los Grupos de Acción Local (GAL) – en el marco de la iniciativa LEADER de
la UE- que pueden seguir desarrollando su labor a partir de nuevas iniciativas como los Planes de
Desarrollo Rural, etc… La coordinación y coherencia entre las distintas actuaciones intenta tomar
forma mediante la planificación estratégica integral, que pretende gestionar de modo integrado los
recursos esenciales (estructurantes) del territorio (sistema complejo)”.
Lo que importa realmente es el enfoque y el método (porque cada territorio tendrá
unas características específicas que requerirán de orientaciones indicativas), y no quién tiene la
competencia o cuál es el nombre que formalmente se le da al plan o al instrumento resultante (plan
Tal vez nada nuevo del todo, pero un amplio espacio de oportunidad, por
lo mucho por hacer… y por poder hacer, especialmente para los geógrafos. Tam-
bién de riesgo para la propia OT, con más alma pero menos libertad, dentro de la
geografía, en el contexto de la nueva reforma de los grados (que pretende pasar
de la estructura actual de 4 años más 1 a una más habitual en el Espacio Europeo
de Educación Superior de 3 años de grado y 2 de máster) y en el momento de
emergencia de la cuestión urbana (antes el paisaje y el patrimonio, antes el medio
ambiente, antes las infraestructuras, antes la economía regional… pero nunca
el territorio) como nueva moda y espacio predilecto de oportunidad. Aquí, se
recuerda de nuevo, se aboga por el territorio, y su planificación y gestión, con un
enfoque integrador, contra visiones parciales, segregaciones y reduccionismos,
contra hipónimos y metonimias más o menos interesadas… idéntico debate que
el que viene suscitando la pretendida unidad de la geografía. Continuará…
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