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Resumen Americana II, 2do Parcial

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El reinado de Carlos II «el Hechizado» (1664-1700) resultó ser un desastre total, una desnuda

crónica de derrotas militares, la bancarrota real, regresión intelectual y el hambre por doquier. La crisis
alcanzó su punto más bajo durante la década de 1680. Fue por aquellos años, al tiempo que una serie de
malas cosechas llevaban el hambre a Castilla, cuando se dieron los primeros pasos para resolver los
problemas financieros de la monarquía.
Aunque las condiciones de la economía puedan parecer desesperadas, era el debilitamiento de la
corona lo que amenazaba la supervivencia del país. Derrotado por Francia en su lucha por lograr el
dominio de Europa, el estado Habsburgo fue presa entonces de pugnas internas. Con el acceso al trono de
Carlos II, casi un imbécil, la aristocracia territorial extendía su jurisdicción señorial sobre distritos y
ciudades enteras, y dominó los consejos centrales de la monarquía.
En resumen, mientras que en el resto de Europa continental el absolutismo dinástico estaba
basando su nuevo poder en un ejército permanente y un control fiscal, en España la monarquía había
sufrido una pérdida progresiva de autoridad.
El precio de una corona debilitada fue la guerra civil, la invasión extranjera y la partición del
patrimonio dinástico, porque la muerte, largamente esperada, de Carlos II en 1700 provocó una guerra
general europea, cuyo premio principal era la sucesión al trono de España, el cual, luego de varios
conflictos, se quedó Felipe de Anjou (Felipe V). Nieto de Luis XIV de Francia (Mayor Absolutista), el cual
recibió apoyo de Castilla, donde sus tropas francesas fueron bien recibidas.
La entronización de Felipe V bajo la amenaza de una guerra civil e invasión extranjera permitió a los
consejeros franceses sentar las bases de un estado absolutista con notable rapidez. Toda España estuvo en
gran medida sujeta al mismo nivel de impuestos y leyes. Y, lo que era igualmente importante, Felipe siguió
el ejemplo de su abuelo y excluyó a la aristocracia de los altos consejos del estado, no influirían más en las
direcciones del gobierno de la corona. El viejo sistema de «tercios» armados con picas se sustituyó por
regimientos al estilo francés, equipados con mosquetes y bayonetas, mientras que otras reformas
marcaron el inicio de un nuevo ejército. Para financiar esta fuerza, los expertos fiscales formados en el
extranjero consiguieron duplicar los ingresos desde apenas 5 millones de pesos a 11,5 millones hacia 1711,
hazaña llevada a cabo en gran medida por una meticulosa inspección de las. cuentas, una reducción de
cargos en la Administración, el desconocimiento de las deudas anteriores y la incorporación del reino de
Aragón a un sistema fiscal común.
PERO, con la llegada de Isabel Farnesio de Parma, segunda esposa de Felipe, se debilitó el proceso
de reforma. Además, Isabel gastó los recursos de la nueva monarquía en aventuras dinásticas,
conquistando feudos para sus dos hijos.
Como resultado de los Pactos de Familia con los borbones franceses se modificó parcialmente la
Paz de Utrecht (la que tenían con Reino Unido y Holanda). Todavía tiene que estimarse el precio pagado
por España en estas guerras. El embajador inglés, sir Benjamín Keene, describía al país como «carente de
amigos extranjeros y de alianzas, desorganizado en sus finanzas, cuyo ejército está en malas condiciones,
su marina, si ello fuera posible, en peores, y sin ningún ministro de peso».
Cuando llegó Carlos III al trono (1759-1788) España, por fin tuvo un monarca comprometido
activamente con un completo programa de reformas. Su reinado estuvo marcado por un notable aumento
de la prosperidad, tanto en la península como en las colonias, y durante una breve época España volvió a
ser considerada una potencia europea. Aunque las ambiciones y la personalidad de los monarcas
borbónicos influyeron sin duda en las directrices de la política, era, sin embargo, la élite ministerial la que
introdujo lo equivalente a una revolución administrativa. Los Borbones confiaban en una nobleza
funcionarial, concediendo títulos a sus servidores de confianza, tanto en calidad de recompensa como para
reforzar su autoridad.
La mayoría de sus figuras principales eran funcionarios, que participaban activamente en el
gobierno de su país. Acosados por el recuerdo de la gloria pasada y la visión de la reciente decadencia de
España, afligidos por el patente contraste entre la creciente prosperidad y el poder de Francia e Inglaterra
y el debilitamiento y empobrecimiento de la península, alarmados por la inercia de la sociedad española,
todos estos hombres buscaban una solución en la corona. El estado absolutista fue el instrumento esencial
de la reforma. Si bien con el nuevo énfasis en la autoridad real la aristocracia fue simplemente excluida de
los consejos de Estado, por contra, se atacó severamente a la Iglesia. En general, se consideraba a las
órdenes religiosas más como una carga de la sociedad, que como fortalezas espirituales.
Sin embargo, la principal preocupación de la élite administrativa era el gran problema del progreso
económico. ¿Cómo iba España a recobrar su antigua prosperidad? Se impuso como respuesta preferida la
promoción de la ciencia y el conocimiento pragmático. El gobierno llevó a cabo un censo nacional que
compilaba un amplio cuerpo de estadísticas relacionadas con todos los aspectos de la vida económica..
Y, del mismo modo que en el siglo XVII Francia e Inglaterra habían utilizado medidas proteccionistas
para defender y promover su navegación, industria y comercio, ahora los ministros de la dinastía borbónica
en España intentaron conscientemente aplicar el mismo tipo de medidas para librar a la península de su
dependencia de las manufacturas del norte de Europa.
El gran logro de la nueva dinastía fue la creación de un estado absolutista, burocrático, abocado al
principio del engrandecimiento territorial. El renacimiento de la autoridad y de los recursos de la
monarquía fue precursor, claramente, del despertar de la economía.
A la cabeza del nuevo régimen estaban los ministros, los secretarios de Estado, Hacienda, Justicia,
Guerra, Armada e Indias. Como en cualquier estado dinástico, los primeros beneficiarios del presupuesto
fueron la familia real y la corte. Aunque la formación, expansión y mantenimiento de un ejército y una
armada permanentes eran objeto de atención prioritaria para el estado borbónico, aún se dispone de una
cantidad notablemente escasa de información acerca de la organización y operatividad de estas fuerzas.

LA REVOLUCION DEL GOBIERNO


La creación de un nuevo sistema de gobierno y el aprovisionamiento de las guerras italianas habían
absorbido prácticamente toda la energía de la élite administrativa. Esta preocupación por el Viejo Mundo
había conducido a un notable deterioro del poder imperial en América. De hecho, durante las primeras
décadas del siglo XVIII España no hizo más que rechazar incursiones extranjeras en su territorio y
consolidar su posesión sobre fronteras amenazadas.
Pero el debilitamiento español venia desde hace tiempo. En la década de 1680. Los portugueses
establecieron la colonia de Sacramento en el estuario del Río de la Plata y los franceses avanzaron hacia el
sur desde Canadá para fundar Nueva Orleans. Por la misma época, bucaneros ingleses y franceses se
abrieron paso a sangre y fuego por el istmo para atacar las costas del Pacífico. La Ciudad de Panamá,
Cartagena, Veracruz y Guayaquil fueron capturadas y saqueadas por estos filibusteros. En Nuevo México,
los indios pueblo se rebelaron y expulsaron a colonos y misioneros de una provincia que había estado
ocupada de hecho durante casi un siglo. España se había debilitado tanto que durante la Guerra de
Sucesión fue necesario pedir la protección de barcos de guerra franceses para que dieran escolta a la flota
del Tesoro que regresaba desde Veracruz.
También, en cada provincia del imperio, la administración había llegado a estar en manos de un
pequeño aparato de poder colonial, compuesto por la élite criolla —letrados, grandes propietarios y
eclesiásticos—, unos pocos funcionarios de la península con muchos años de servicio y los grandes
mercaderes dedicados a la importación. Prevalecía la venta de cargos en todos los niveles de la
administración.
Si la nueva dinastía quería obtener beneficio de sus vastas posesiones de ultramar, tendría primero
que volver a controlar la administración colonial y crear entonces nuevas instituciones de gobierno. Sólo
entonces podría introducir las reformas económicas. El catalizador del cambio fue la guerra contra
Inglaterra. La tardía irrupción de España en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) le acarreó un revés
inmediato con la captura inglesa de Manila y La Habana. España tuvo que ceder Florida a Inglaterra y, una
vez más, devolver la Colonia do Sacramento a Portugal.
En este punto los ministros de Carlos III se orientaron hacia el programa de reforma elaborado en el
Nuevo sistema de gobierno económico para la América (1743), su puesta en marcha resultó tener efectos
más drásticos ya que la revolución administrativa del imperio fue iniciada por soldados y funcionarios
enviados desde la península. No sorprende que haya sido llamada la reconquista de América. El primer
paso de este programa fue la provisión de una fuerza militar adecuada, como salvaguarda contra ataques
extranjeros y levantamientos internos.
La rebelión comunera de 1781 en Nueva Granada sorprendió a las autoridades virreinales con sólo
75 soldados regulares, aparte de la guarnición del puerto de Cartagena. Así mismo, fue sólo tras la rebelión
de Túpac Amaru en Perú (1780-1781) cuando la corona envió 2 regimientos para el servicio en aquel
virreinato. La distribución de cargos militares y privilegios legales se consideraba un medio definitivo para
despertar la lealtad de la élite criolla. La monarquía reivindicó su poder sobre la Iglesia de forma dramática
cuando, en 1767, Carlos III siguió el ejemplo de Portugal y decretó la expulsión de todos los jesuítas de sus
dominios.
De mayor alcance y eficacia fue la reforma radical de la administración civil. En 1776 se estableció
un nuevo virreinato con capital en Buenos Aires, que cubría la vasta área que hoy ocupan Argentina,
Uruguay, Paraguay y Bolivia. El resultado fue un cambio trascendental del equilibrio geopolítico del
continente, puesto que Lima sufrió una severa pérdida de categoría. La inclusión del Alto Perú en el nuevo
virreinato preparó el camino de la división política permanente de la zona andina.
Además, tuvo tanto éxito José de Gálvez como visitador general de Nueva España (1765-1771) que,
primero Perú (1776) y después Nueva Granada (1778), se vieron sujetas a una parecida revisión de la
maquinaria del gobierno. Gálvez aseguró un aumento inmediato de las remesas para Madrid. También se
avanzó en el incremento de la producción de plata mediante exenciones de impuestos y reducciones en los
costes de los materiales del monopolio, como el mercurio y la pólvora. Gálvez fue el principal responsable
de la creación del virreinato de Buenos Aires.
Gálvez llevó a cabo la revolución en el gobierno colonial con una tenacidad obsesiva. Desde la
perspectiva de Madrid, los resultados fueron impresionantes. Pero el precio fue la enajenación de la élite
criolla. Pues no era un secreto que Gálvez despreciaba la competencia de los españoles americanos.
Durante el período de su función llegó a ser famoso tanto por su implacable nepotismo —su
hermano y su sobrino lo sucedieron como virreyes de Nueva España— como por su preferencia por los
españoles peninsulares, que lo llevaba a excluir a los candidatos criollos de todas las ramas y niveles del
gobierno colonial. No sorprende que un crítico de alta posición pudiera profetizar: «Gálvez ha destruido
más que ha edificado ... su mano destructora va a preparar la mayor revolución en el Imperio Americano».
De esta forma, observamos la formación de una verdadera burocracia judicial, cuya autonomía
respecto a la sociedad colonial se basaba en su procedencia española.
Pieza central de la revolución en el gobierno fue la introducción de los intendentes, funcionarios
que encarnaban todas las ambiciones intervencionistas y ejecutivas del estado borbónico. Aunque estos
funcionarios seguían encargados de la recolección de los tributos indios, la nueva dinastía había recortado
sus sueldos o, en el caso de Nueva España, no se los había aumentado.
En las capitales de Lima, Buenos Aires y México, Gálvez instaló «superintendentes subdelegados de
Real Hacienda», funcionarios que relevaron a los virreyes de toda responsabilidad en cuestiones de
Hacienda.
Además, la extraordinaria expansión de todas las ramas del gobierno, junto a la nueva confianza en
el ejército, sirvió para aumentar la autoridad efectiva del alter ego del rey. Si los intendentes habían
resultado ser menos efectivos de lo que se esperaba fue en parte porque el sistema de rentas se había
reformado ampliamente antes de su llegada. Las innovaciones clave fueron el nombramiento de una
burocracia fiscal asalariada y el establecimiento de nuevos monopolios de la corona. En efecto, el
nombramiento de una burocracia asalariada, respaldada por un considerable ejército de guardias, permitió
a la monarquía española recoger una extraordinaria cosecha fiscal como consecuencia de la expansión de
la actividad económica producida por sus reformas en el comercio y su fomento de las exportaciones
coloniales.
En efecto, la revolución administrativa creó un nuevo estado absolutista, basado, como en el caso
de Europa, en un ejército permanente y una burocracia profesional. Este estado se consagraba, tanto
como sus equivalentes del Viejo Mundo, al principio del engrandecimiento territorial, si bien a expensas,
principalmente, de los portugueses en Sudamérica y de las tribus indias nómadas en Norteamérica. Pero se
diferenció de sus modelos europeos en que no consiguió formar ninguna auténtica alianza, fundada en
intereses comunes, con los sectores dirigentes de la sociedad colonial. Se debilitó el poder económico de
las grandes casas importadoras. Y si los nuevos ejércitos facilitaron la sanción armada contra los disturbios
populares, los títulos y privilegios ofrecidos por la carrera militar eran un pobre sustituto de cualquier
auténtica participación en los beneficios económicos o en el poder. En resumen, el precio de la reforma fue
el desequilibrio de la élite criolla. El renacimiento económico de la península se debió a la revolución
administrativa, la cual, permitió a la corona cosechar un notable provecho fiscal. Y así aumentar su poder y
debilitar a la nobleza.

Reforma Administrativa
Borbónica Impositiva
Militar

La puesta en marcha de estas reformas estuvo influenciada por algunas de las ideas de la
Ilustración. Su objetivo consistía en reforzar el poder real, centralizar la administración, incrementar la
recaudación impositiva y asegurar la dominación sobre las colonias americanas, amenazadas por la
expansión de Portugal y los ataques de piratas ingleses y franceses.
¿Cuáles fueron las Reformas borbónicas?
Político-administrativas
Las principales reformas político-administrativas tuvieron relación con las colonias americanas.
Entre ellas se pueden mencionar las siguientes:
 Se crearon los virreinatos de Nueva Granada (1717) y del Río de la Plata (1776), que se separaron
del Virreinato del Perú.
 Se crearon las Capitanías Generales de Cuba (1777), Venezuela (1777) y Chile (1778). Estas
divisiones administrativas estaban ubicadas en regiones expuestas a los ataques de potencias
extranjeras.
 Se dividió cada virreinato en intendencias gobernadas por un gobernador intendente. Estos
funcionarios, que reemplazaron a los antiguos gobernadores, tenían atribuciones financieras,
militares y administrativas, y eran nombrados directamente por el rey.
 La Corona prefirió a los peninsulares por sobre los criollos en los nombramientos para los cargos
más importantes de la administración colonial.
Religiosas
 Se afirmó el regalismo, es decir, el conjunto de principios que afirmaban que la autoridad del rey
era superior a la de Papa en cuestiones que tenían que ver con la soberanía del Estado, como el
nombramiento de obispos y la revisión de los fallos de los tribunales eclesiásticos.
 En 1767 se expulsó a la Compañía de Jesús tanto de España como de sus dominios coloniales.
Culturales
 Se crearon escuelas de Artes y Oficios tanto en España como en América.
 Se organizaron expediciones científicas a los territorios de ultramar, tal como la de Alejandro
Malaspina, quien entre 1788 y 1794 recorrió las costas de América del Sur, América Central,
California, Filipinas y varias islas de Oceanía.
Económicas
 Se flexibilizó el monopolio de puerto único, al habilitar que 24 puertos americanos comerciaran
directamente con 13 puertos peninsulares. Esta disposición, contenida en el «Reglamento para el
comercio libre de España a Indias» de 1778, no eliminó el monopolio ya que siguió vigente la
prohibición de comerciar con potencias extranjeras.
 Se abolió el sistema de flotas y galones y se lo reemplazó por el de los navíos de registro, que con
previa autorización de la Casa de Contratación podían viajar entre los nuevos puertos habilitados
para el comercio entre España y América.
 Se estimuló el desarrollo de la agricultura y la creación de colonias agrícolas.
 Se impulsó la construcción de obras públicas, como carreteras y canales.
 Se crearon nuevos impuestos y se aumentaron las alícuotas de otros ya existentes, como ocurrió
con de las alcabalas, que pasaron del 2 al 4%.

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