+++Álvarez-Miranda 2001
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+++Álvarez-Miranda 2001
Berta Álvarez-Miranda
Noviembre de 2001
Una versión anterior de este texto figuró como introducción a la Memoria Docente e
Investigadora presentada por la autora al concurso de Profesor Titular de Sociología
(Estructura Social de España) celebrado en la UCM en mayo de 2000.
1. Una definición orientativa de la discusión
Las estructuras (...) están constituidas por esquemas culturales y conjuntos de recursos
mutuamente sustentados, que capacitan y constriñen la acción individual, y tienden a ser
reproducidos en esa acción (...) La estructura es dinámica, no estática, es el resultado y la matriz
en evolución continua de un proceso de interacción social.
Esta definición de las estructuras sociales, doblemente dual, sirve en este artículo
para orientar un intento de síntesis y aclaración de las mencionadas discusiones teóricas.
Me apoyaré básicamente en los planteamientos clásicos de Karl Marx, Émile Durkheim
y Max Weber, porque constituyen el punto de arranque de las principales tradiciones de
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pensamiento que han conversado, a lo largo del úlitmo siglo, sobre éstas y otras
cuestiones; procuraré también, con mayor brevedad, actualizarlos con aportaciones
recientes.1
La tradición materialista
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Incluiré varios trabajos realizados en el marco de la discusión sobre estratificación y clases sociales,
aunque no se trata sino de un aspecto parcial de la estructura social, porque en este campo se ha
acumulado un cuerpo de reflexión notable sobre la génesis y las formas de desigualdad social, con
razonamientos a menudo generalizables a otros ámbitos de la vida social.
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bondad del sistema. Los valores de más diverso signo, incluidos los religiosos, merecían
por tanto una consideración ‘superestructural’ o derivada. Así expone Marx su enfoque
en su Contribución a la crítica de la economía política:
Legitimistas y orleanistas formaban, como queda dicho, las dos grandes fracciones del partido
del orden. ¿Qué era lo que hacía que estas fracciones se aferrasen a sus pretendientes y las
mantenía mutuamente separadas? ¿Serían tan sólo las flores de lis y la bandera tricolor, la Casa
de Borbón y la Casa de Orleans, diferentes matices del realismo o, en general, su profesión de fe
realista? Bajo los Borbones había gobernado la gran propiedad territorial, con sus curas y sus
lacayos; bajo los Orleans, la alta finanza, la gran industria, el gran comercio, es decir, el capital,
con todo su séquito de abogados, profesores y retóricos. La monarquía legítima no era más que la
expresión política de la dominación heredada de los señores de la tierra, del mismo modo que la
monarquía de Julio no era más que la expresión de la dominación usurpada de los advenedizos
burgueses. Lo que por tanto separaba a estas fracciones no era eso que llaman principios, eran
sus condiciones materiales de vida, dos especies distintas de propiedad; era el viejo antagonismo
entre la ciudad y el campo, la rivalidad entre el capital y la propiedad del suelo. Que, al mismo
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tiempo, había viejos recuerdos, enemistades personales, temores y esperanzas, prejuicios e
ilusiones, simpatías y antipatías, convicciones, artículos de fe y principios que los mantenían
unidos a una u otra dinastía, ¿quién lo niega? Sobre las diversas formas de propiedad y sobre las
condiciones sociales de existencia se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones,
modos de pensar y concepciones de vida diversos y plasmados de un modo peculiar. La clase
entera los crea y los forma derivándolos de sus bases materiales y de las relaciones sociales
correspondientes. El individuo suelto, al que se le imbuye la tradición y la educación podrá creer
que son los verdaderos móviles y el punto de partida de su conducta. Aunque los orleanistas y
los legitimistas, aunque cada fracción se esforzase por convencerse a sí misma y por convencer a
la otra de que lo que las separaba era la lealtad a sus dos dinastías, los hechos demostraron más
tarde que eran más bien sus intereses divididos lo que impedía que las dos dinastías se uniesen
(Marx 1985: 271-272).
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Consideramos, pues, que la antropología ocupa, de buena fe, ese campo de la semiología que la
lingüística no ha reivindicado todavía para sí, a la espera de que, para ciertos sectores al menos
de dicho dominio, se constituyan ciencias especiales dentro de la antropología (Lévi-Strauss
1984: xxvi-xxvii).
Todas las manifestaciones de la vida social pueden así leerse como un texto, son
formas de la comunicación humana, de modo que puede aplicarse en el estudio de la
sociedad el método estructural desarrollado con éxito en lingüística. En efecto, las
sociedades concretas, que el antropólogo debe describir fiel y minuciosamente, ofrecen
una variedad de formas en sus relaciones comparable a la diversidad del ‘habla’ definida
por Saussure; pero esas formas no son sino manifestaciones superficiales de unas
estructuras mentales profundas comparables a las de la ‘lengua’ (tales como las normas
fonéticas o gramaticales). De igual modo que el lingüista se interesa por la comparación
entre lenguas para traducirlas unas en otras, el objetivo final del antropólogo no es la
descripción detallada de las sociedades primitivas sino el descubrimiento del ‘repertorio
de operaciones formales’ (Verón 1984: XIV-XV), la ‘ordenación lógica’ (Leach 1970:
8) o la ‘gramática universal del intelecto’ (Geertz 1990: 291) que estructura las culturas
humanas y permite la traducción de unas en otras, esto es, permite la comprensión
antropológica.
Ninguna ciencia puede actualmente considerar que las estructuras que pertenecen a su campo de
estudio se reducen a un ordenamiento cualquiera de partes cualesquiera. Sólo es estructurado el
ordenamiento que cumple dos condiciones: es un sistema regulado por una cohesión interna; y
esta cohesión, inaccesible a la observación de un sistema aislado, se revela en el estudio de las
transformaciones gracias a las cuales es posible hallar propiedades semejantes en sistemas en
apariencia diferentes (...) Esta convergencia de las perspectivas científicas es muy reconfortante
para las ciencias semiológicas, de las cuales forma parte la antropología social, porque los signos
y los símbolos sólo pueden desempeñar su función en tanto pertenezcan a sistemas, regidos por
leyes internas de implicación y de exclusión y porque lo propio de un sistema de signos es ser
transformable -dicho de otro modo, traducible- en el lenguaje de otro sistema, mediante
permutaciones (Lévi-Strauss 1984: xxxv-xxxvi).
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estratificación social. La sociedad asigna una dotación diferencial de recursos materiales
(‘bienes’) a cada rol en función de la estima que ese rol merezca en el sistema de valores
común. Tal estima, a su vez, depende de la ‘significación estratégica para el proceso del
sistema’ que tenga ese rol, esto es, su contribución al mantenimiento del equilibrio
social. Los individuos tendrán entonces mayor motivación para ocupar los roles
centrales del sistema, puesto que la mayor disponibilidad de recursos les permite
realizar mayores ‘desempeños’ en sus vidas, y adquirir mayores ‘recompensas’ por su
labor (Cachón 1989: 50-84).
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Variaciones concomitantes y afinidades electivas
La división del trabajo social de Durkheim (1928 -1893-), obra que, entre otras
del mismo autor, inspira los argumentos funcionalistas, tampoco presenta un encaje tan
completo entre estructura cultural y estructura material, ni reduce la segunda a mero
resultado de la primera, como hacen algunos funcionalistas. La preocupación central del
libro es precisamente cómo se produce la adaptación de la primera a un cambio rápido
en la segunda, tal como la progresiva diferenciación de funciones en todas las áreas de
actividad económica. Durkheim describe (y prescribe, en cierta medida) la
transformación de un sistema de valores basado en la semejanza de las actividades de
los grupos y los individuos (la ‘solidaridad mecánica’) a un sistema de valores basado
en la interdependencia de grupos e individuos diferenciados (la ‘solidaridad orgánica’)
en paralelo a la transformación de una sociedad ‘segmentada’ en grupos territoriales
semejantes entre sí a otra ‘organizada’ en grupos funcionales. Si bien el centro de
atención son ‘los hechos de la vida moral’, el origen del cambio de la estructura cultural
parece estar en la estructura material de la sociedad, en la medida en que Durkheim
identifica la división del trabajo social con la especialización ocupacional.2
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Esta identificación de división del trabajo social con especialización ocupacional no es completa, pero sí
me parece dominante en el libro. La división del trabajo no es sólo diferenciación en la participación
individual en el proceso productivo, sino también en la diferenciación de roles dentro de la familia, del
comercio, de la administración y el gobierno, las ciencias y las artes... derivadas de una intensificación de
la interacción social y una ampliación de los mercados.
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hombre no se encontraría ya suficientemente contenido; no sentiría lo bastante alrededor de él, y
sobre él, esa presión beneficiosa de la sociedad, que modera su egoísmo y le convierte en un ser
moral. He ahí lo que da el valor moral a la división del trabajo. Y es que, por ella, el individuo
adquiere consciencia de su estado de dependencia frente a la sociedad; de ella vienen las fuerzas
que le retienen y le contienen. En una palabra, puesto que la división del trabajo deviene la
fuente eminente de la solidaridad social, llega a ser, al mismo tiempo la base del orden moral
(Durkheim 1928: 469-471).
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Lo que es menester señalar es si, y hasta qué punto, han participado influencias religiosas en los
matices y la expansión cuantitativa de aquel ‘espíritu’ [capitalista] sobre el mundo, y qué
aspectos concretos de la civilización capitalista se deben a ellas. Dada la variedad de recíprocas
influencias entre los fundamentos materiales, las formas de organización político-social, y el
contenido espiritual de las distintas épocas de la Reforma, la investigación ha de concretarse a
establecer si han existido, y en qué puntos, ‘afinidades electivas’ entre ciertas modalidades de la
fe religiosa y la ética profesional. Con esto queda aclarado al mismo tiempo, en la medida de lo
posible, el modo y dirección en la que el movimiento religioso actuaba, en virtud de dichas
afinidades, sobre el desenvolvimiento de la civilización material. Una vez que esto haya quedado
en claro, podrá intentarse la apreciación de en qué medida los contenidos de la civilización
moderna son imputables a dichos motivos religiosos, y en qué grado lo son a motivos de distinta
índole (Weber 1989: 107).
Estructuras duales
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elementos, los materiales y los virtuales, pero afirma que ambos están ‘mutuamente
sustentados’, esto es, no sólo sufren ‘variaciones concomitantes’ o mantienen
‘afinidades electivas’ entre sí sino que dependen los unos de los otros para tener efectos
sobre los comportamientos individuales.
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3. Estructuras sociales y acción individual
La tradición objetivista
Los sociólogos y antropólogos que han pretendido entender las formas de la vida
social a partir de una estructura cultural compartida, han encontrado buena orientación
en el método durkhemiano. En su aspiración por fundar una ciencia de lo social
comparable a las ciencias naturales, Durkheim otorgó a los ‘hechos sociales’ una
realidad independiente de los impulsos individuales,3 cuya apariencia errática le
resultaba inquietante en comparación con la ‘asombrosa regularidad’ de los fenómenos
sociales. Definió los hechos sociales como modos de actuar, pensar y sentir externos a
los individuos y dotados de poder coercitivo sobre ellos, otorgándoles por tanto
existencia propia. Su característica de exterioridad se debe a que los individuos nacen en
el seno de una sociedad que ya está constituida, y no son sino un elemento mínimo
dentro de la totalidad de las relaciones sociales. Su característica de coerción se deriva
de los mecanismos de sanción social y castigo instituidos para preservar la red de
obligaciones morales que es la sociedad, y de la resistencia que oponen a la reforma. La
acción individual está en gran medida determinada por causas sociales, causas que
podemos estudiar en si mismas como si de un objeto se tratase, y que no pueden
explicarse a través de la psicología individual sino por su relación con otros hechos
sociales (Durkheim 1993: 13-42, 53-54, 107-116).
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Las dificultades de esta operación se manifiestan en las indecisiones o incoherencias del propio
Durkheim a lo largo de su obra, que pueden seguirse en la interesante discusión de Lorenzo Infantino
sobre si ‘es posible una lectura individualista de Durkheim’ (2000: 129-204).
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De acuerdo con este enfoque, procesos complejos como los analizados en La
división del trabajo social pueden describirse al margen de las actitudes o preferencias
de quienes de ellos participan, y explicarse por otros procesos también objetivos como
el aumento de la densidad poblacional, la mejora de las comunicaciones, o la
competencia por los recursos escasos, de modo coherente con la definición inicial de
objetivos metodológicos: ‘Este libro es ante todo un esfuerzo por tratar los hechos de la
vida moral con arreglo a los métodos de las ciencias positivas’ (Durkheim 1928: 39).
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superestructuras políticas e ideológicas, las formas de pensar y de actuar políticamente
de las clases sociales se apoyan y se conforman en los intereses económicos. Las ‘luchas
de clases’ observables en momentos y lugares concretos deben explicarse, como hace
Marx en sus estudios de caso, a partir de las definiciones de intereses que se estructuran
en las relaciones de producción.
La tradición subjetivista
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deseando o haciendo algo sino en los pensamientos, deseos y acciones de los individuos
que los componen. En esta dirección va la crítica de Weber a la idea marxista de ‘falsa
conciencia’:
La circunstancia de que los hombres pertenecientes a la misma clase reaccionen habitualmente
frente a situaciones tan evidentes como son las económicas mediante una acción de masas según
los intereses más adecuados a su término medio (...) no justifica en modo alguno el empleo
seudocientífico de los conceptos de ‘clase’ y de ‘interés de clase’ tan usual en nuestros días y que
ha encontrado su expresión clásica en la siguiente afirmación de un talentoso escritor: el
individuo puede equivocarse en lo que respecta a sus intereses, pero la ‘clase’ es ‘infalible’ en lo
que toca a los suyos (Weber 1944: 686).
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clase que los marxistas consideran efecto de la estructura productiva son vistas por este
autor weberiano como resultado de la acción social (Parkin 1984: 69-166).
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Dahrendorf (1983: 1-80) explica cómo la estructura social es el cimiento de las estrategias individuales
al definir el objeto que queda estructurado, las ‘oportunidades de vida’, como compuestas por ‘opciones’
y ‘vínculos’. Las calificadas como vitales son oportunidades de satisfacción de intereses, necesidades,
deseos y aspiraciones; de cualquier orden, social, espiritual, material o profesional. En cada momento de
decisión, el actor cuenta con un abanico de opciones o alternativas estructurales de acción individual, pero
la decisión se verá condicionada por los vínculos o relaciones cargadas de contenido emocional y
sanciones diversas que le atan a otros. En principio, las oportunidades de satisfacción de intereses parecen
incrementarse al crecer las opciones y relajarse los vínculos, como ha ocurrido a lo largo del proceso de
modernización de las sociedades. Sin embargo hay un punto de inflexión en que esa afirmación deja de
sostenerse, ya que si bien los vínculos sin las opciones resultan opresivos, las opciones sin los vínculos
pierden su sentido: si bien una sociedad sólo compuesta por vínculos se asemeja a una cárcel, una
sociedad compuesta sólo por opciones parece una isla desierta. Las oportunidades vitales no son sólo
opciones sino opciones que cobran sentido a partir de los vínculos sociales del actor.
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individuos para la acción, ofreciéndoles los recursos para poner en práctica sus
estrategias.
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humanos a su disposición, sean muchos o pocos, y de los esquemas culturales que dan
forma a la vida social, es una condición previa a la acción, una condición que implica la
participación de una estructura. Pero tal uso no está estructuralmente determinado: los
individuos pueden movilizar de un modo creativo sus esquemas culturales
transponiéndolos de un ámbito de la vida social a otro, o aplicándolos de forma
novedosa a situaciones imprevistas; y pueden movilizar sus recursos humanos o no
humanos de acuerdo con esquemas diversos en diferentes ocasiones.
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Para entender la posibilidad de cambio estructural endógeno Sewell propone
cinco axiomas: la multiplicidad de las estructuras, la transponibilidad de los esquemas,
la imprevisibilidad de la acumulación de recursos, la polisemia de los recursos, y la
intersección de estructuras (1993: 16-19). Podemos agrupar los tres axiomas centrales,
que se derivan de la dualidad de esas estructuras al estar compuestas tanto por recursos
materiales como por esquemas culturales, y el primero y el último, que se refieren a la
coexistencia de varias estructuras sociales.
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Sirva el ejemplo de la fábrica, cuya presencia contribuye a actualizar la noción capitalista de las
relaciones de propiedad, pero también genera la lectura conflictiva que desde el punto de vista marxista se
ha hecho de esas relaciones de propiedad, operando así en contra del esquema cultural ‘capitalista’ que
orientó su construcción y puesta en funcionamiento.
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estructurales se superponen y coinciden, donde caben distintas interpretaciones de los
conjuntos de recursos y transposiciones de los esquemas culturales. En ambos niveles, el
virtual y el material, se producen esos cruces entre diferentes estructuras, que permiten a
los individuos optar entre diversos caminos y diversas utilizaciones de los medios que la
estructura les ofrece, poniendo en práctica las posibilidades abiertas por el caracter
doblemente dual de las estructuras: dual como combinación de aspectos culturales y
aspectos materiales, y dual como combinación de estructura y acción social.
Las estructuras, entonces, son conjuntos de esquemas y recursos mutuamente sostenidos, que
capacitan y constriñen la acción social y que tienden a ser reproducidos en esa acción. Pero su
reproducción nunca es automática. Las estructuras corren siempre riesgo, al menos en cierta
medida, en todas las interacciones sociales que conforman - porque las estructuras son múltiples
e interseccionan unas con otras, porque los esquemas son transponibles, y porque los recursos
son polisémicos y se acumulan de modos impredecibles. Poner en el centro del concepto de
estructura la relación entre recursos y esquemas culturales hace posible mostrar cómo el cambio
social, no menos que la estática social, puede generarse en la puesta en práctica de las estructuras
en la vida social (Sewell 1993: 19).
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Referencias bibliográficas
-- (1983) Oportunidades vitales. Notas para una teoría social y política, Madrid, Espasa-
Calpe.
INFANTINO, L. 2000. El orden sin plan. Las razones del individualismo metodológico.
Madrid: Unión Editorial.
MERTON, R. K. (1968) Social Theory and Social Structure, Nueva York, Free Press.
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PARKIN, F. (1984) Marxismo y teoría de clases. Una crítica burguesa, Madrid, Espasa-
Calpe.
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