Art. Delitos Discriminación
Art. Delitos Discriminación
Art. Delitos Discriminación
DE DISCRIMINACIÓN?
(A PROPÓSITO DE LA REFORMA
DEL CÓDIGO PENAL CHILENO)
JUAN ANTONIO LASCURAÍN *
Catedrático de Derecho Penal
Universidad Autónoma de Madrid
INTRODUCCIÓN
103
JUAN ANTONIO LASCURAÍN
1. ¿HATE CRIMES?
de necesidades, intereses subjetivos y sentimientos, que muchas veces no se pueden articular bajo esa
normas del paradigma de la argumentación discursiva. Así mismo, la entrada de necesidades, deseos y
sentimientos en marcos públicos de deliberación supone un desafío radical a la división liberal del ámbito
público racional, y universal del bien común, por un lado, y el privado de los sentimientos y los deseos
particulares, por otro” (“¿Puede la deliberación ser democrática? Una revisión del marco deliberativo
desde la democracia comunicativa”, Revista Española de Ciencia Política, nº 24 (2010), pp. 19, 18).
Concluye esta autora “que es deseable incorporar al diálogo otro tipo de figuras que impulsan diferentes
formas de mirar al proceso deliberativo. Especialmente, aquellas que tienen que ver con las narrativas
particulares que encuentran su legitimidad cuando son formuladas bajo reclamos de justicia social, y que
rompen ese falso dilema entre bien común e intereses particulares” (pp. 28 y s), pues “la mayor o menor
legitimidad de un sistema democrático […] viene del grado de oportunidad de expresión y crítica que
de hecho tengan todos los miembros de la sociedad” (p. 29). Se trata así de evitar que cristalicen leyes
sobre una retórica completamente desconectada de los colectivos hacia los que aquéllas van dirigidos
(MARTÍNEZ-BASCUÑÁN RAMÍREZ, Mariam, “¿Es deseable la simetría en la deliberación?: Una
revisión del marco deliberativo desde la política de la diferencia”, en: BELTRÁN, Elena; VALLESPÍN,
Fernando (coord.), Ensayos sobre la deliberación (en prensa); con cita de MINOW, Martha, Making all
the difference, Cornell University Press, Nueva York, 1991.
mejor tratada por el Derecho3. La violencia antidiscriminatoria puede ser otro buen
ejemplo.
Ciertamente tenemos la intuición de que cuando un grupo neonazi da una paliza
a una persona por pertenecer a la etnia judía existe en su delito un componente de
desvalor distinto y mayor que en el de esa misma paliza pero que tiene lugar en una
discoteca a raíz de un incidente entre la víctima y la novia de uno de los miembros
del grupo agresor y en el que ninguna característica personal de la víctima es objeto
de consideración por parte de éstos. Trataré luego de especificar ese “algo más” –el
desvalor específico de este tipo de delitos– pero valga por ahora con reseñar que
tiene que ver con el mal que se hace más allá del daño a la integridad física y a la
salud, pero sobre todo con el mal que se promete: tiene que ver con la humillación
de la víctima y con el significado amenazante de la agresión para los componentes
del grupo por cuya pertenencia se ha seleccionado a la víctima.
La cuestión es si hay una buena relación entre intuición y concepto. Si hemos
elegido bien la expresión (“delito de odio”) para la realidad que se desea expresar.
Y parecería que no. No nos preocupa específicamente que el sujeto activo del de-
lito “odie”, sentimiento por lo demás no inhabitual en los delitos dolosos, sino que
“discrimine”, que acompañe una agresión a su discriminación y que condicione así
la vida de los miembros del grupo discriminado.
No son sólo ni necesariamente delitos de odio. Sí son delitos de intolerancia,
delitos que pretenden o se sustentan en la exclusión social de un grupo de ciuda-
danos. Pero frente a la denominación “delitos de intolerancia”, la de “delitos de
discriminación” contiene en su seno la razón de dicha intolerancia: la consideración
de que los no tolerados son peores y la sustentación de dicha consideración en un
factor que convierte la diferenciación en moralmente repugnante. Hablando de
odio, a esos factores los califica el Tribunal Constitucional español de “odiosos”4.
Aparecen ejemplificados en la Constitución española con el nacimiento, la raza, el
sexo, la religión y la opinión (art. 14)5. PERSPECTIVA PENAL ACTUAL / Nº 1 / AÑO 2012
3 “Antes de los propios conceptos que nombraban el abuso sexual, muchas mujeres solían sufrirlos en
silencio, a pesar de que ’sentían’ que estaban siendo víctimas de una injusticia” (MARTÍNEZ–BASCUÑÁN
RAMÍREZ, “¿Puede la deliberación…”, cit. n. 2, p. 19).
4 Por ejemplo, SSTC 13/2001, FJ 7; 69/2007, FJ 3; 62/2008, FJ 5. Recientemente afirmaba la STC 36/2011
que “[l]o que caracteriza a la prohibición de discriminación, frente al principio genérico de igualdad, es
la naturaleza particularmente odiosa del criterio de diferenciación utilizado, que convierte en elemento de
segregación, cuando no de persecución, un rasgo o una condición personal innata o una opción elemental
que expresa el ejercicio de las libertades más básicas, resultando así un comportamiento radicalmente
contrario a la dignidad de la persona y a los derechos inviolables que le son inherentes” (FJ 5).
5 Ejemplificados, porque la relación se cierra con una cláusula que incluye “cualquier otra condición
o circunstancia personal o social”. El Tribunal Constitucional interpreta que estas otras condiciones o
circunstancias han de guardar determinada analogía con las expresadas: conducen a “diferencias histórica-
mente muy arraigadas y que han situado, tanto por la acción de los poderes públicos como por la práctica
social, a sectores de la población en posiciones no sólo desventajosas, sino contrarias a la dignidad de la
persona” (por todas, STC 41/2006, FJ 3).
La expresión “injusto específico” es una expresión técnica que puede resultar descon-
certante fuera del estudio del Derecho Penal. Por “injusto” de un tipo de conductas
–por ejemplo, de un homicidio– entendemos el conjunto de caracteres objetivos y
subjetivos que lo hacen disvalioso, indeseable, socialmente nocivo. Cuando pre-
guntamos por la especificidad de dichos rasgos en un delito de discriminación nos
interrogamos por el desvalor añadido al delito de base; nos interrogamos por qué
es peor una lesión discriminatoria que la misma lesión no discriminatoria.
En la búsqueda de una buena respuesta, recorramos algunos caminos ya trilla-
dos. En un ámbito similar, pero no idéntico, que es el de la violencia de género, se
suscita la misma cuestión al hilo de la misma inquietud: ¿es legítimo castigar más
la, aparentemente, misma conducta cuando el sujeto activo es un varón y el sujeto
pasivo una mujer que es o fue su pareja? En España la duda pasó de la hipótesis a
la realidad porque en el año 2004 se reformó al Código Penal para agravar deter-
minados delitos –forzosamente los malos tratos y las lesiones más leves (art. 153.1
CPE), las amenazas leves (art. 171.4 CPE) y las coacciones leves (art. 172.2 CPE),
y potestativamente las lesiones (art. 148.4º CPE)– cuando el autor sea un varón y
la víctima una mujer que sea o haya sido su pareja11.
De entre las respuestas afirmativas a la pregunta enunciada, que entendían que
en la violencia de género concurre un “desvalor añadido”, un “injusto específico”,
hemos de destacar la que al final jurídicamente importa en el ordenamiento espa-
ñol, que es la del Tribunal Constitucional, el juez de las leyes. Entiende la STC
59/2008 que en estos supuestos “el autor inserta su conducta en una pauta cultural
generadora de gravísimos daños a sus víctimas y […] dota así a su acción de una
violencia mucho mayor que la que su acto objetivamente expresa” (FJ 11.b). Tal
violencia depara una correlativa mayor lesividad para la víctima:
“de un lado, para su seguridad, con la disminución de las expectativas futuras de
indemnidad, con el temor a ser de nuevo agredida; de otro, para su libertad, para
PERSPECTIVA PENAL ACTUAL / Nº 1 / AÑO 2012
idénticamente en sus consecuencias (…)”. La virtualidad del art. 14 CE no se agota, sin embargo, en
la cláusula general de igualdad con la que se inicia su contenido, sino que a continuación el precepto
constitucional se refiere a la prohibición de una serie de motivos o razones concretos de discriminación.
“Esta referencia expresa a tales motivos o razones de discriminación no implica el establecimiento de
una lista cerrada de supuestos de discriminación (STC 75/1983, de 3 de agosto, FJ 6), pero sí representa
una explícita interdicción de determinadas diferencias históricamente muy arraigadas y que han situado,
tanto por la acción de los poderes públicos como por la práctica social, a sectores de la población en
posiciones, no sólo desventajosas, sino contrarias a la dignidad de la persona que reconoce el art. 10.1
CE (SSTC 128/1987, de 16 de julio, FJ 5; 166/1988, de 26 de septiembre, FJ 2; 145/1991, de 1 de julio,
FJ 2)” (STC 59/2008, FJ 5).
11 Algún autor entiende que cabe interpretar los preceptos como comprensivos de las mujeres en el círculo
de sujetos activos. El tenor del artículo 148.4º CPE, por ejemplo, es el siguiente: “Si la víctima fuere o
hubiere sido esposa, o mujer que estuviere o hubiere estado ligada al autor por una análoga relación de
afectividad, aun sin convivencia”.
ción agresiva del varón hacia la mujer en el ámbito de la pareja añade un efecto
intimidatorio a la conducta, que restringe las posibilidades de actuación libre de
la víctima; y además para su dignidad, en cuanto negadora de su igual condición
de persona y en tanto que hace más perceptible ante la sociedad un menosprecio
que la identifica con un grupo menospreciado. No resulta irrazonable entender,
en suma, que en la agresión del varón hacia la mujer que es o fue su pareja se
ve peculiarmente dañada la libertad de ésta; se ve intensificado su sometimiento
a la voluntad del agresor y se ve peculiarmente dañada su dignidad, en cuanto
persona agredida al amparo de una arraigada estructura desigualitaria que la
considera como inferior, como ser con menores competencias, capacidades y
derechos a los que cualquier persona merece” (FJ 9.a)12.
Como la violencia de género es un tipo de delito de discriminación, la inquietud
de legitimación enunciada en torno a su represión intensificada es común a todo
el grupo, y es por ello común la reflexión sobre el injusto específico de las con-
ductas discriminatorias. ¿Podemos sancionar más unas bofetadas que otras, unas
lesiones que otras, unos homicidios que otros?; ¿no será esto un Derecho Penal
discriminatorio que proteja más a unos ciudadanos que a otros?; si la clave está en
los sentimientos del autor (en el odio), ¿no será esto Derecho Penal de autor y no
democrático Derecho Penal del hecho?
Aunque no todo el camino, un buen primer paso para desenredar la madeja de la
legitimidad de una estrategia que incremente la pena de los delitos de discriminación
es el de la afirmación de que en los mismos concurre un desvalor específico y mayor
que el desvalor propio del delito base. Si el desvalor es mayor podrá justificarse una
mayor necesidad de prevención que justifique una pena mayor. Penaremos más no
porque el sujeto sea “más malo” sino porque su conducta sea “más mala”.
Y para dar ese buen primer paso con seguridad conviene recordar lo propio de
los delitos de discriminación, que no necesariamente de odio: se trata de delitos
dolosos en los que un factor determinante para su comisión es la simple pertenen-
cia de la víctima a un grupo que el autor quiere perjudicar, o excluir, o destruir, o
PERSPECTIVA PENAL ACTUAL / Nº 1 / AÑO 2012
12 Esta sentencia analizaba la constitucionalidad ex principio de igualdad del art. 153.1 CPE (malos
tratos). Con el mismos resultado negativo (se desestimaron las cuestiones de inconstitucionalidad), se
cuestionaron también los demás artículos del Código Penal introducidos por la LO 1/2004, de 28 de
diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género: 171.4 (amenazas leves; STC
45/2009), 172.2, párrafo 1º (coacciones leves; STC 127/2009) y 148.4º (lesiones, STC 41/2010).
3. LA RESPUESTA PENAL
17 En relación con la discriminación por razón de sexo, “con independencia de cuál de los dos sexos sea
el preterido” (STC 16/1995, FJ 3).
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para las lesiones y para el homicidio). Esta es la flamante opción del ordenamiento
penal chileno21.
víctima, la etnia, raza o nación a la que pertenezca, su sexo, orientación o identidad sexual, la enfer-
medad que padezca o su discapacidad” (art. 22.4ª CPE). La Comisión Europea contra el Racismo y la
Intolerancia, en su cuarto informe sobre España (2010, punto 9), recomienda a las autoridades públicas
españolas que tomen medidas para mejorar la aplicación de esta circunstancia.
¿Qué supone punitivamente la concurrencia de una circunstancia agravante en el Código Penal
español? Según el artículo 66.1.3º CPE el marco penal correspondiente se reducirá hacia arriba, hacia
su mitad superior. Si se tratara de unas lesiones agravadas (art. 148 CPE), por ejemplo, la pena pasaría
de ser de dos a cinco años de prisión a de tres años y medio a cinco años de prisión. Si la circunstancia
agravante de discriminación concurre con otras dos circunstancias agravantes (por ejemplo, que el hecho
se ejecute con ensañamiento –art. 22.5ª CPE– y con auxilio de otras personas, debilitando la defensa del
ofendido –art. 22.2ª CPE–) sin que se dé ninguna circunstancia atenuante, la pena será la superior en
grado impuesta en su mitad inferior (art. 66.1.4ª CPE). En el ejemplo propuesto, de cinco años y un día
a seis años y seis meses de prisión.
22 De un modo excesivamente cumulativo y generador de múltiples problemas concursales, el ordena-
miento español añade a los delitos de asociación ilícita los de “organización criminal”: pena asimismo
en el artículo 570 bis CPE 1 a los promotores, constituyentes, organizadores, coordinadores o dirigentes
que debamos analizar los instrumentos penales ya descritos destinados a tal preven-
de una organización criminal, y a sus miembros y cooperadores. Por organización criminal se entiende
“la agrupación formada por más de dos personas con carácter estable o por tiempo indefinido, que de
manera concertada y coordinada se repartan diversas tareas o funciones con el fin de cometer delitos, así
como de llevar a cabo la perpetración reiterada de faltas” (art. 570 bis.2 CPE). Todavía el artículo 570 ter
CPE sanciona a quienes “constituyeren, financiaren o integraren un grupo criminal”. Por grupo criminal
se entiende “la unión de más de dos personas que, sin reunir alguna o algunas de las características de
la organización criminal definida en el artículo anterior, tenga por finalidad o por objeto la perpetración
concertada de delitos o la comisión concertada y reiterada de faltas”.
23Véase al respecto, LANDA GOROSTIZA, Jon Mirena, La intervención penal frente a la xenofobia,
UPV, Bilbao, 2000.
24 Al respecto véase mi artículo “La libertad de expresión tenía un precio (sobre la STC 235/2007, de
inconstitucionalidad del delito de negación del genocidio)”, Revista Aranzadi Doctrinal, nº 6 (octubre
2010), pp. 69 a 78.
ción, no significa, desde luego, que debamos utilizar la pena de cualquier modo para
atajarlos. Bien sabido es que el Derecho Penal es un instrumento extraordinariamente
contundente en manos de ese enorme sujeto que es el Estado. Su mecanismo principal,
la prisión, consiste nada menos que en privar al individuo de la manifestación más
primitiva de aquello que le hace humano, que es la libertad. Hemos de ser por ello
extraordinariamente cautelosos con las garantías de su aplicación. Un Derecho Penal
arbitrario, o desproporcionado, o inhumano en la previsión de sus penas, o injusto en
la atribución de las mismas, es contrario a los valores que legitiman el Estado como
democrático y puede deparar incluso, desde la perspectiva de tales valores, una in-
moralidad equivalente o mayor que la que justifica su actuación.
La primera inquietud desde esta perspectiva principal tiene que ver con el tipo
de razones que abonan la agravación por discriminación. Considero que éstas sólo
pueden ser objetivas, derivadas del mayor desvalor objetivo de los delitos de discri-
minación en relación con los delitos de base que carecen de tal cualificación. Y por
ello ha de observarse el mayor celo en determinar y exponer su injusto específico.
En ello reside por cierto el principal objetivo de este artículo.
Me parece difícilmente legitimable la agravación por el odio: justificar que el
incremento de la pena tiene que ver, no con un mayor daño objetivo de la conducta,
sino con un aspecto subjetivo de su agente25. Considero que una adecuada concepción
del delito en un Estado democrático ha de hacer gravitar el desvalor del mismo, salvo
excepciones, en el daño o en el peligro que el mismo supone y filtrar posteriormente
la justificación de la pena, por razones derivadas del principio de culpabilidad –a
su vez derivado del valor de la dignidad de la persona–, por el requisito subjetivo
de que el agente actuó voluntariamente aun conociendo la trascendencia de su
conducta –en los delitos imprudentes, su peligrosidad– y su ilicitud.
Ahondar más allá en los motivos del delincuente me parece peligroso. En primer
lugar, porque resulta más que dudoso que nos aporte alguna razón preventiva que
incida en la pena el hecho de que el sujeto haya cometido el delito por celos, por
egoísmo, por odio, por capricho, por indiferencia moral, por envidia o por avaricia.
PERSPECTIVA PENAL ACTUAL / Nº 1 / AÑO 2012
25 Para todo ello, cfr. DOPICO GÓMEZ-ALLER, “Delitos cometidos por motivos discriminatorios”,
cit. nota nº 13, pp. 146 y ss.
26 DOPICO GÓMEZ-ALLER, “Delitos cometidos por motivos discriminatorios”, cit. nota nº 13,
p. 151.
27 Extraordinariamente interesantes son las reflexiones jurídicas en torno a las posibilidades que abren
las neurociencias de “lectura de la mente”: al respecto, Véase las obras de GREELY, Henry T., “Reading
minds with neuroscience – Possibilities for the law”, Cortex, nº 47 (2011), pp. 1254 y ss.; con J. Illes,
“Neuroscience-Based Lie Detection: The Urgent Need for Regulation”, American Journal of Law EJ
Medicine, nº 33 (2007), pp. 377 y ss.
28 DOPICO GÓMEZ-ALLER, “Delitos cometidos por motivos discriminatorios”, cit. nota nº 13, pp. 147
y ss.
29 Como afirma Rawls, “las instituciones básicas de una sociedad democrática moderadamente bien go-
bernada no son tan frágiles o inestables como para ser barridas sólo por la expresión subversiva” (Sobre
las libertades, trad. VIGIL RUBIO, Jorge), Paidós, Barcelona, 1990, p. 96).
sentencia determinó, con sabiduría, que esta norma no era constitucional31, y que
sólo lo era la que penaba “la difusión por cualquier medio de ideas o doctrinas que
justifiquen los delitos de genocidio” si, “más allá de la mera adhesión ideológica a
posiciones políticas de cualquier tipo” supone una incitación, siquiera indirecta, a
la comisión del genocidio (FJ 9)32.
30 Otro de los límites ahora pertinentes es el de que el daño a otro bien constitucional sea innecesario
para transmitir la opinión política.
31 La Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia sigue recomendando la penalización de
la negación pública del Holocausto (Recomendación núm. 9 y Cuarto Informe sobre España, 2010,
punto 18).
32 Hubo cuatro votos discrepantes, favorables todos ellos a la constitucionalidad de los preceptos im-
pugnados, pero con distintos matices: el Magistrado Sala Sánchez condicionaba la constitucionalidad del
delito de negación a la solución interpretativa acordada para el delito de justificación.
Mal que nos pese, por vil y estúpida que nos parezca la negación de un genocidio
–por ejemplo, la del genocidio judío a manos del régimen nazi–, la misma no es
sino una opinión acerca de acontecimientos históricos en la que no cabe apreciar
en sí una promoción de este delito33. El Tribunal concluye así que
“[l]a mera negación del delito, frente a otras conductas que comportan deter-
minada adhesión valorativa al hecho criminal, promocionándolo a través de la
exteriorización de un juicio positivo, resulta en principio inane” y que “[e]n
consecuencia, la referida conducta permanece en un estadio previo al que jus-
tifica la intervención del derecho penal, en cuanto no constituye, siquiera, un
peligro potencial para los bienes jurídicos tutelados por la norma en cuestión,
de modo que su inclusión en el precepto supone la vulneración del derecho a
la libertad de expresión (art. 20.1 CE). Diferente es la conclusión a propósi-
to de la conducta consistente en difundir ideas que justifiquen el genocidio.
Tratándose de la expresión de un juicio de valor, sí resulta posible apreciar el
citado elemento tendencial en la justificación pública del genocidio. La especial
peligrosidad de delitos tan odiosos y que ponen en riesgo la esencia misma de
nuestra sociedad, como el genocidio permite excepcionalmente que el legislador
penal sin quebranto constitucional castigue la justificación pública de ese delito,
siempre que tal justificación opere como incitación indirecta a su comisión; esto
es incriminándose (y ello es lo que ha de entenderse que realiza el art. 607.2
CPE) conductas que aunque sea de forma indirecta supongan una provocación
al genocidio” (FFJJ 8 y 9).
En la reflexión político-criminal existe una tradicional preocupación por los
tipos penales que sancionan conductas que no son lesivas, sino sólo peligrosas.
Cuanto más atrás vayamos en el peligro, más nos alejamos de la lesión, y más di-
fícil será de sostener que el comportamiento era realmente peligroso: tanto como
para coartarlo a través de la pena. Esta reflexión se ha agudizado en materia de
seguridad en el tráfico: es claro que debe sancionarse el homicidio y las lesiones
imprudentes y también, probablemente, la conducción temeraria que afortunada-
mente no ha provocado lesiones pero sí un grave y concreto peligro de causarlas.
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Más allá: ¿debe penarse la conducción temeraria sin peligro para nadie?; ¿la mera
conducción excesivamente veloz?; ¿la mera conducción bajo la influencia del al-
cohol?; ¿la conducción sin haber obtenido el correspondiente permiso?
Trasladado el debate de la lesividad a los delitos de discriminación, no faltan
autores que cuestionan que el Derecho Penal deba anticipar tanto su actuación
como para sancionar la incitación al odio o la agrupación criminal34. Esta discusión
33 Ni una humillación innecesaria (desde el punto de vista del discurso político que se quiere exterio-
rizar) de las víctimas del genocidio negado. Si lo que precisamente se desea expresar es la inexistencia
de un hecho, y lo que afecta al honor de otras personas es esa negación, va de suyo que esta afectación
es necesaria para aquel discurso.
34Por todos, CANCIO MELIÁ, Manuel, en: LASCURAÍN SÁNCHEZ, Juan Antonio (coord.), Intro-
ducción al Derecho Penal, Civitas, Madrid, 2011, lección 3, epígrafes II.3 y III.2.2.
desborda los modestos límites de este trabajo, pero no sobra su apunte si es que el
legislador chileno se ve tentado a proseguir la prevención penal antidiscriminatoria
por estas vías35.
CONCLUSIONES
Todo lo anterior no son sino opiniones necesitadas de una mayor reflexión y del
debate que sin duda aportará el lector crítico.
Muy en síntesis he tratado de exponer:
1. Que el contenido de lo que habitualmente se llaman “delitos de odio” queda
mejor comprendido bajo la denominación “delitos de discriminación”;
2. Que su injusto específico, añadido al del delito base, reside en la humillación
de la víctima y en la intimidación a un colectivo de personas;
3. Que sólo deben considerarse como “delitos de discriminación” aquellos en
los que concurre un motivo grave, “odioso”, de diferenciación;
4. Que la adecuada prevención penal de estos delitos pasa por una circunstancia
agravante y no por un delito específico;
5. Que la adecuada –legítima– prevención penal de estos delitos pasa por que
la circunstancia agravante sea de carácter objetivo: que no radique en el
odio o en cualquier otra intención del sujeto activo.
En relación con ello merece loa, a mi juicio, tanto la opción del legislador chileno
por una circunstancia agravante, como las razones discriminatorias contempladas
en ella.
Hubiera sido mejor no obstante expresar la agravación desde parámetros ob-
jetivos. Queda la duda de si los términos del artículo 12.21ª CPCh permiten una
interpretación objetivizadora.
PERSPECTIVA PENAL ACTUAL / Nº 1 / AÑO 2012
BIBLIOGRAFÍA
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