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Por La Fuerza Pilar Parralejo

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Por la fuerza Pilar Parralejo

Título original: Por la fuerza Diseño de la cubierta: Ediciones Infinity


Maquetación: Ediciones Infinity Primera edición: Agosto de 2017
©2017, Pilar Parralejo
ISBN: 978-1974630288

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo


los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de
esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o
mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de
cesión de la obra sin autorización previa y por escrito de los titulares del
copyright.
Sinopsis:
Después de ser raptada por el mismo tipo que provoca su despido, y
después de ser "extorsionada" por su padre, se encuentra a sí misma casada
con Ayron: un auténtico desconocido, alguien que tiene todo lo que una
mujer podría desear en un hombre, todo salvo la odiosa familia a la que
pertenece, gente con un ego desmesurado que está dispuesta a cualquier
bajeza para intentar separarlos.
Capítulo 1
Clarence miraba atónita la expresión de su jefe mientras éste gritaba,
con los ojos a punto de salírsele de las cuencas y la calva enrojecida por la
irritación. Era inadmisible que tratase así a un cliente. Pero en realidad ella
no había hecho nada malo, solo se había defendido de las indecorosas
propuestas de “ese” cliente.
Tal vez aquel no era el mejor empleo del mundo, y ser despedida de ese
trabajo representaba decirle adiós a una suculenta cantidad de dinero
mensual que le servía para ir reduciendo la deuda de juego de su padre.
Era un trabajo respetable en el que no se permitía ir ligera de ropa, ni
tenía que desnudarse para nadie. Hacía más de un año que trabajaba allí
como hostess y hasta ese momento nunca había tenido ni problemas ni
quejas de ningún cliente, y de hecho, “ese” cliente tampoco se había
quejado, solo había solicitado hablar con el dueño para decirle la falta de
competitividad de cierta anfitriona después de ser rechazado en su oferta de
«ir a un sitio más tranquilo».
Después de escuchar los gritos, berridos y soplidos de su ahora ex jefe,
y de salir de su despacho con una aún caliente carta de despido, fue a la
taquilla, se quitó el uniforme que siempre debía llevar y se vistió con su
ropa. No dijo nada a nadie, solo saludó a su compañera con la mano al pasar
por su lado y salió a la calle, entrecerrando los ojos al sentir cómo la luz del
sol bañaba su cara. Extendió los brazos, poniéndose de puntillas mientras
tomaba una respiración profunda, acto seguido los dejó caer en un suspiro.
Encontraría otro empleo y podría seguir haciendo frente a los pagos de las
deudas.
No había llegado a dar el primer paso cuando se quedó, completamente
helada al ver al mismo sujeto que había provocado su despido, apoyado, y
con actitud chulesca, en un sedán deportivo de color naranja metalizado.
Ella elevó la cara con actitud regia y empezó a caminar, pasando por
delante de él y sin decir una sola palabra, pero ese hombre no había hecho a
lo que iba dentro del local, por lo que se acercó a ella y la frenó, sujetándola
por el brazo.
—No tan deprisa, Clary.
—¿Clary? ¿Quién te ha dicho mi nombre? Porque recuerdo
perfectamente no habértelo dicho.
—Yo lo sé todo. Sube. —Ordenó, abriendo la puerta trasera del coche y
empujándola hacia adentro.
Clary colocó las manos a los lados y empezó a chillar como una loca,
pidiendo socorro y diciendo que la estaban secuestrando, pero él presionó
nuevamente hacia el asiento y, cuando consiguió meterla dentro, la empujó
un poco más para sentarse a su lado.
Ella gritaba y gritaba, golpeando la ventanilla para intentar salir por ahí,
pero después de un par de minutos terminó resignándose. Se sentó
debidamente, con la espalda apoyada en el respaldo y las piernas como
debían ir.
—¿Has decidido ya comportarte como una persona normal?
—Déjame bajar. Déjame bajar o grito otra vez.
—Arthur, arranca. —Pidió al chofer, quien sonreía al mirarla por el
retrovisor.
—Pero oye, ¿Tienes problemas de oído o algo? Arthur para el motor,
por favor.
El chofer no respondió, pisó el acelerador y emprendió la marcha.
Ayron, el causante de su despido y su secuestrador, la miraba de arriba a
abajo con una sonrisa de medio lado, algo que, lejos de gustarle, le irritaba.
Podría parecer que su visita al trabajo de Clary fuera algo casual, pero
en realidad de lo que se trataba era de una visita de reconocimiento. Diez
días atrás había escuchado a Oliver, su abuelo, hablando con su padre y sus
tíos acerca de su permanencia en la presidencia y, sabiendo que Ayron no
tenía novia, uno de sus tíos sugirió que, al no tener ni mujer ni hijos, podría
perder el interés de llevar debidamente esa empresa y eso era motivo
suficiente para degradarle a un puesto de directivo o quizás uno de oficina,
su padre se apresuró entonces a decir que salía con alguien y que,
probablemente, no tendría problema en casarse con ella o tener hijos, su tío
le retó a que le dijera de quién se trataba y él dijo un nombre, un nombre
que él pensó que era al azar: Clarence Becker. Ayron conocía el apellido
Becker, lo había escuchado alguna vez cuando aún vivía con su padre, pero
desconocía totalmente el por qué su padre había mencionado un nombre
como ese. Aun así él no era de a los que se pilla desprevenido por lo que,
antes de que terminase aquella reunión de la que estaba siendo un testigo
oculto, pidió a su secretario que buscase a todas las Clarence Becker de la
ciudad, y entre ellas, a la que tuviera algo que ver con su familia.
Y ahí estaba ahora, con esa chica que lo asesinaba con la mirada,
sentada a su lado. Le gustaba, no iba a negarlo. Le había gustado en fotos
cuando su asistente le llevó el dossier con toda la información que había
recabado de ella. Era esbelta pero más baja que él, y con una cara preciosa.
Su cabello tenía un tono castaño claro que, dependiendo de la luz, parecía
rubio, sus ojos eran de color turquesa, un color que jamás antes había visto.
Le gustaba su afán de superación, le gustaba que supiera el valor del dinero
y que no fuera una chica de caprichos caros, pero lo que más le gustaba era
que le hubiera demostrado que, pese a las dificultades económicas que
había estado pasando por culpa de las deudas de su padre, no era alguien de
abrirse de piernas por un puñado de billetes. Era respetable y se hacía
respetar.
Clary observaba a su alrededor con el ceño fruncido. ¿Ese tipo estaba
llevándola a su otro trabajo? ¿Cuánto sabía de ella realmente? Y lo más
importante, ¿qué quería de ella?
—¿Qué hacemos aquí? ¿Me has investigado? ¿Quién eres tú en
realidad?
—Mi nombre es Ayron Wells. Puede que seas ignorante con otras cosas,
pero deberías conocer, al menos, el nombre del presidente de la empresa en
la que trabajas.
—¿En la que qué...? ¿Y se supone que tú eres el presidente de SWC
Corporation? —rió con sorna.
—El mismo. Y además tenemos una reunión en mi despacho ahora
mismo. Baja del coche después de mí y sube en dos minutos.
Clary sonrió como si se tragase lo que estaba diciéndole y asintió con la
cabeza, encontrando en ese momento la excusa perfecta para huir de allí.
Ayron hizo un gesto a su chofer y bajó del vehículo, cruzando las
puertas del vestíbulo de su empresa dos segundos más tarde. Ella no esperó
a que el chofer le dijera nada, y tampoco esperó los dos minutos que ese
chiflado le había dicho. En cuanto le perdió de vista, bajó del coche y
empezó a correr como una demente en dirección opuesta al sedán.
Llegó a casa mucho más deprisa de lo que lo habría hecho en autobús y
al cerrar la puerta se apoyó en ella con el corazón martilleándole en el
pecho.
—Dios mío... —murmuró—. Podría haber sido peligroso. Podría haber
sido realmente peligroso.
De pronto un golpe seco la sobresaltó. Se giró mirando hacia la puerta
notando como nuevamente se le aceleraba el corazón. ¿Y si ese chiflado la
había seguido a casa?
Se puso de pie con las manos apoyadas en la puerta temiendo asomarse
por la mirilla por si era ese tipo y la veía, pero quien había al otro lado no
era más que su padre. Abrió aliviada.
—¡Papá! ¿Cómo sabías que estaba en casa?
—Bueno, puedes llamarlo intuición. —Sonrió—. ¿Estás libre? Me
gustaría que me acompañases a un sitio. —Ella lo miró con una ceja
enarcada—. Tranquila, no es nada malo.
—Claro. Perdona que haya desconfiado. Es que me ha pasado la cosa
más rara que me ha pasado nunca.
—¿Algo malo? —preguntó el hombre con un tono de preocupación.
—No. Por suerte no ha pasado nada malo. Un loco ha venido a mi
trabajo de la mañana y por su culpa me han despedido. A la salida estaba
ahí y me ha metido en su coche por la fuerza. Pero lo más raro es que me ha
llevado... y ha dicho ser... Es igual. No ha sido nada. ¿Dónde vamos?
—Ahora lo verás. —Sonrió.
Acababa de llegar a casa, por lo que no era necesario vestirse, de hecho,
incluso el bolso colgaba todavía de su hombro derecho. Salió siguiendo a su
padre y cerró al salir.
Caminaron hablando sobre algo increíble que le había pasado días atrás
y Clary ni siquiera se percató de donde se dirigían pero, frente a la entrada
de un enorme edificio de oficinas que ella conocía bien, se detuvo.
—¿Papá? Dime que tú no tienes nada que ver con el incidente de antes.
—No sé de qué me hablas.
—¿Que no sabes de qué te hablo? Y supongo que tampoco pretendes
que vaya contigo al despacho del supuesto presidente...
—¿Conoces a Ayron? —Clary resopló con una sonrisa indignada. Se
dio la vuelta para volver nuevamente a su apartamento pero su padre la
detuvo por un brazo—. Es solo un rato. Por favor...
No soportaba cuando su padre tomaba decisiones que la incluían, pero
además la obligaba con esas palabras y la mirada con la que las
acompañaban.
—Te acompaño arriba, pero no pretendo quedarme. No quiero ser
testigo de ninguno de esos trapicheos tuyos que, lo único que hacen, es
incrementar esa deuda que tanto nos está costando pagar.
El hombre abrazó a su hija, se agarró a su brazo y la guió hacia el
ascensor como si él supiera mejor que ella dónde estaba la oficina del
presidente (al que ella jamás había subido).
No le gustaba en absoluto la determinación con la que su padre se
dirigía a aquel despacho, y aún le gustaba menos que fuera a encontrarse
con el mismo tipo que menos de una hora atrás había provocado su despido.
Llamó con un par de toques y cuando una voz masculina le invitó a
entrar Will afianzó el agarre con el brazo de su hija para impedir que
escapase como sabía que pretendía hacer.
—Buenos días —sonrió, tirando de ella al interior de la oficina.
Los ojos de Clary se clavaron en los de Ayron, quien sonrió de medio
lado al verla de nuevo. En realidad era un tipo guapo, y joven, quizás solo
tenía unos años más que ella. Su cabello era negro, ni corto ni demasiado
largo, sus ojos, también oscuros como la noche, estaban perfilados con unas
largas pestañas. Su nariz parecía cincelada... Sí, era guapo, demasiado
perfecto para su gusto, aun así no le gustaba imaginar los motivos por los
que uno la había secuestrado una hora atrás, y el otro había conseguido
llevarla hasta arriba.
—Buenos días, señor Becker. Clary... —saludó, nombrándola con la voz
vibrando en su garganta—. Vince, puedes salir. Y dile a mi padre que
venga, el café no tarda tanto tiempo en salir de la máquina.
—Sí, señor.
El secretario de Ayron la recorrió con la mirada antes de salir y sonrió
ligeramente, algo que a ella no le gustó en absoluto.
Cuando Bruce, el padre de Ayron entró en el despacho, tanto él como
Will corrieron a abrazarse con una actitud infantil, fingiendo darse
puñetazos en el estómago, en la cara o en los hombros. Ella los miró con las
cejas enarcadas.
—Tú debes ser Clarence... —dijo Bruce acercándose a ella para
abrazarla—. Supongo que no te acuerdas de mí... Nos vimos una vez,
cuando tenías como tres años.
—No. Lo siento. No me acuerdo.
—Soy Bruce Conelly. Tu padre y yo fuimos los mejores amigos en el
colegio, en el instituto y en la universidad. Pero por circunstancias de la
vida perdimos el contacto y hace unos días nos reencontramos por
casualidad. —Esta vez Ayron soltó una risilla sospechosa—. Supongo que
conoces a mi hijo. Hace casi un año que trabajas aquí.
—Si. Lo conozco... —espetó, mirándolo de reojo.
Los dos mayores se sentaron en el sofá y con un pequeño gesto con la
cabeza les invitaron a unirse a ellos. Ayron no opuso resistencia, pero Clary
los miró con reticencia. Al principio quiso pensar que aquello no era más
que algo para rememorar el pasado, una reunión en la que contar anécdotas
y vivencias comunes, pero no entendía el porqué de una reunión a esas
horas tan extrañas en un lugar tan poco usual y sin el resto de la familia,
como su madre o la madre del desagradable tipo que la había secuestrado
no hacía ni una hora.
En algún momento, entre sus divagaciones, se había acercado a ellos y
había ocupado uno de los asientos, al lado de su padre y frente a ese hombre
desagradable que parecía incapaz de dejar de mirarla.
—...así que creo que es maravilloso que vayamos a ser familia... —
Sonrió Bruce, estirándose frente a ella y poniendo las manos en sus
rodillas—. Siempre he querido una hija.
Clary sacudió la cabeza, tratando de volver a encontrarle el hilo a la
conversación, pero no terminaba de entender qué era eso de convertirse en
familia.
—Perdón, estaba distraída. ¿Cómo ha dicho?
—Que es maravilloso que vayamos a ser familia.
Al ver que Clary al parecer no estaba entendiendo nada, Will sujetó una
de sus manos entre las suyas.
—Os casareis tú y Ayron. Hemos pensado que en quince días estaría
bien.
—¿Cómo? —Soltó en un medio grito—. ¿Qué se va a casar quién con
quién?
—Tú y Ayron...
—Ah no... Ni hablar. ¿Casarme yo? ¿Y con un tipo como ese? —
empezó, poniéndose en pie y alejándose de ellos.
—Es lo mejor. De esa forma las dos familias saldremos ganando —
trató de explicar Will.
—No veo en qué pueda salir ganando yo.
—Bueno... no tendrías que volver a esforzarte por trabajar. Ya no
tendrías que sacrificar tu vida para pagar las deudas de tu familia porque
quedarían automáticamente saldadas. Además, tendrías un marido guapo,
exitoso y competente...
—Me niego. Me niego completamente. Puedo encargarme de las
deudas, no importa cuánto me lleve reunir todo el dinero. ¿Tú no puedes
decir algo también? Se supone que también estás involucrado en esto...
—Yo estoy bien con lo que ellos decidan. No me importa si me tengo
que casar contigo. —Respondió Ayron con un tono sereno pero sin emoción
alguna en su voz.
¿Es que negarse no era suficiente? ¿Por qué diablos tenía que verse en
una encerrona como aquella?
Capítulo 2
Miraba la firma de aquel papel sin tener la más remota idea de cómo
demonios había llegado a aquello. Pero ahí estaba, en el despacho del juez
que acababa de casarla con un tipo al que solo había visto dos veces y al
que en realidad ni conocía ni soportaba. Sería guapo, y además era
rematadamente sexy... ¿Y qué? Él era tan culpable como su padre y Bruce,
quienes le habían arrastrado a esa situación lamentable de la que no parecía
poder librarse en mucho tiempo. Tan pronto como el juez salió de la sala,
tanto su padre como su ahora suegro se abrazaron con camaradería, ella
miró a Ayron un segundo antes de que éste sonriera de medio lado y saliera
de allí sin articular palabra alguna. Poco después fue ella quien salió,
dejando a los consuegros bromeando con algo que ni siquiera se preocupó
en saber.
—Enhorabuena por su boda, señora Wells.
—De enhorabuena nada. Y no me llames señora Wells. Me llamo Clary,
o Clarence, o señorita Becker, pero no Señora Wells. Además, Wells es su
segundo apellido. Nadie se hace llamar por su segundo apellido. —
Se quejó, mirando al chofer que había sido cómplice de Ayron el día de
su secuestro.
Arthur sonrió al ver las expresiones de Clary y le abrió la puerta trasera
para invitarla a entrar en el mismo sedán con el que la habían raptado.
—Puedo ir por mi cuenta, gracias.
—¿Ya sabe su nueva dirección?
Maldita sea. Había estado tan absorta en su negativa mental que, aparte
de haber perdido total y absolutamente la noción del tiempo, también se le
había pasado por alto que ya no podría seguir viviendo en ese apartamentito
pequeño y coqueto en el que había residido desde que dejó sus estudios
hasta esa misma mañana. Miró al chofer y luego al interior del vehículo, y
un segundo después se acercó al coche.
Resignación. Eso era lo que necesitaba, resignación. Parte de culpa de
estar así en ese momento la tenía ella. Por supuesto que la parte importante
de la culpa la tenían su padre, Bruce, pero sobre todo Ayron.
Pero una pequeña parte de culpa era suya, por no haberles mandado
callar en el momento en el que mencionaron un matrimonio, por no haber
huido del país cuando entendió que no iba a poder librarse, pero sobre todo,
por no haberse negado a firmar el documento que le ataba a ese
desconocido por el resto de su vida. Y es que no se trataba de estar con ese
hombre un par de días, una semana o un mes, no, se casaba para toda la
vida, y eso había sido lo que la había tenido en shock las dos semanas que
habían pasado hasta ese momento.
Arthur detuvo el sedán frente a la vidriera de un edificio de
apartamentos con aspecto bastante imponente. Ella no pudo evitar sentirse
poca cosa al bajar del coche y mirar hacia arriba —Es el apartamento 27B.
Esta mañana han traído sus cosas. Y estas —
sacó una tarjeta de plástico y un llavero con punta magnética—, son sus
copias de las llaves.
—¿Gracias? —preguntó sin saber qué decir en respuesta.
—No hay de qué. Por cierto, señora Wells, Ayron me pidió que le dijera
que no fuera a ninguna parte que, cuando él llegue, le explicará dónde está
todo.
Ella asintió de mala gana y se despidió para adentrarse en el portal del
infierno. Saludó al recepcionista y entró en el ascensor. Al llegar a la planta
veintisiete se sorprendió gratamente. Era toda en blanco, con ribetes
dorados en los laterales y un enorme ventanal de cristal desde donde había
unas vistas espectaculares.
—Puede que, de todas formas, el cambio no esté tan mal.
Buscó el número B en las dos puertas y se situó frente a la de la
izquierda. Apretó con firmeza el llaverito con la llave magnética antes de
llevarla, con pulso tembloroso a la cerradura.
No tenía ni idea de cómo demonios había llegado a ese punto, pero ya
no tenía sentido lamentarse por lo sucedido. Tomó aire con fuerza y abrió la
puerta después del sonido de apertura.
De entrada todo estaba oscuro, y su vista tuvo que adaptarse al
contraste, pero al encontrar el interruptor y encender la luz, corrió de vuelta
a la puerta completamente espantada.
—Dios mío, ¿pero qué es esto?
Absolutamente todo estaba desordenado. El suelo estaba repleto de
envases vacíos, de latas arrugadas, había camisas, corbatas, papeles...
todo, absolutamente todo era un desastre. Abrió nuevamente la puerta y
caminó de espaldas hasta el rellano. Como era evidente no iba a permanecer
en aquel estercolero ni un solo segundo, pero justo al cerrar la puerta chocó
con alguien.
—Pensaba que te había dicho que esperases a que volviera.
—Supongo que no pretendías que te esperase ahí dentro.
—Vamos. —Ayron agarró su brazo por la muñeca, abrió la puerta y
entró, tirando de ella hasta el fondo a la izquierda, donde estaba el sofá.
Al menos éste estaba usable—. Hay algunas cosas que tenemos que
dejar claras antes de empezar la convivencia. —Ella se cruzó de brazos
esperando el sermón—. Primero: absolutamente nadie puede enterarse de
que estamos casados. No puedo perjudicar la imagen de la empresa con una
noticia como esa.
—¿Una noticia como esa? ¿Una noticia como que te has casado con una
don nadie?
—Exacto. Segundo: la empresa que presido es lo más importante para
mí. No tengo tiempo para jugar a las casitas, así que no quiero que exijas
que no vengo a casa, que llego tarde o tonterías del estilo. —Ella rió con
sorna. Aquello era un insulto, mirase por donde lo mirase—. Tercero:
Nuestro matrimonio solamente es una firma en un papel. No busco una
relación marital plena. Aunque no descartes que te busque de vez en cuando
para el sexo, somos humanos y tenemos necesidades.
—Nuestro matrimonio es solo una firma en un papel. Estoy
completamente de acuerdo con eso, pero ¿estoy obligada a dormir contigo?
—No. Hay una habitación extra ahí —señaló—, he pedido que traigan
las cosas de tu antiguo apartamento, por lo que deberías estar cómoda.
¿Tienes alguna pregunta? ¿Alguna condición?
—No. —Se levantó y caminó hacia el dormitorio, pero se detuvo a
medio camino—. Sí. Primero: Nadie puede enterarse de nuestro
matrimonio. No quiero que nadie piense que mi marido me ha utilizado
como ha hecho siempre mi familia. Segundo: puedes estar tranquilo, nunca
te exigiré que duermas en casa, pero tampoco tú lo harás. Tengo amigas y a
veces salgo con ellas hasta muy tarde.
—Sabes que ahora eres mía y me debes fidelidad, ¿no?
—Tranquilo. No soy ninguna de esas mujeres fatales que buscan y
practican sexo en cualquier parte. Tercero... —hizo una pausa pensando en
qué decir—. Yo no tengo sexo con cualquiera. Estamos casados y yo tengo
parte de culpa en ello, pero no te conozco, no sé nada de ti. No sé tú edad,
ni tus gustos, no sé nada sobre tu pasado ni tus aspiraciones...
Estamos casados, pero no tengo la más mínima intención de acostarme
contigo, así que ve descartando la idea.
Ayron se puso en pie y se acercó a ella con aire amenazador. Rodeó su
cintura con un brazo y sujetó su mentón con la otra, llevó sus labios a
escasos centímetros de su boca.
Ambos se miraron a los ojos fijamente, pero ella no iba a permitir que la
tratase así, de forma que puso las manos a sus hombros y le empujó hacia
atrás. Ayron la atrajo nuevamente, acercándose un poco más ésta vez.
—Eres mi mujer. Yo no soy cualquiera. Conocerás lo que tengas que
conocer a su debido momento. Puede que no tengas deseos de ir a la cama
en este mismo instante, pero eres humana y como yo, también necesitas
desahogar tus instintos más primitivos. Puede que ahora mismo no quieras,
tampoco yo tengo intención alguna de acostarme contigo, pero estamos
casados y firmar ese documento de hace un rato, lleva algunas
responsabilidades, aunque no te guste.
Clary notó como un escalofrió recorría su columna vertebral. Sentía el
agarre de su marido como si estuviera clavándose en su piel.
—¿Puedes soltarme?
Ayron la soltó despacio y observó cómo se alejaba.
Un mes atrás, cuando escuchó su nombre por primera vez, no imaginó
que realmente se casaría con ella dos semanas después de conocerla y,
aunque por fuera aparentase estar sereno y con la cabeza bien puesta sobre
los hombros, también él estaba en shock.
Cuando empezó a recibir visitas de sus tíos y éstos empezaron a indagar
en los asuntos de esa empresa, supo que pretendían sacarle a patadas de allí,
como habían hecho de la residencia familiar donde había nacido, crecido y
vivido hasta que murió su madre. No sabía muy bien el por qué casarse le
haría mantener su puesto de presidente, pero ahí estaba, casado con aquella
guapa, sexy y con carácter desconocida con la que tendría que vivir desde
ese día en adelante.
A pesar de que ambos tenían el día libre, por lo que secretamente habían
hecho, no volvieron a verse el resto de la tarde. Ayron pasó el día fuera,
reunido con uno de los accionistas de la empresa, ella pasó la tarde
organizando las cosas del dormitorio que iba a ocupar en aquel
apartamento.
Llegando la hora de la cena Clary sabía que iba a tener que hacerlo sola,
su marido había desaparecido completamente y no había dado señales de
vida, algo que tampoco le importó. Miró a su alrededor con desgana. Ese
tipo era un desastre y ella tenía que vivir con él. Caminó hasta la cocina en
busca de algo con lo que prepararse algo de comer, pero el basurero del
salón también llegaba hasta allí, por lo que no le quedó más remedio que
limpiar todo ese caos antes de pensar siquiera en llevarse algo a la boca.
Pasadas las diez de la noche se dejó caer, exhausta, sobre su cama.
Había dejado la casa reluciente, tanto que ni el mismísimo Ayron la
reconocería al entrar.
Y así fue.
Cuando el recién casado abrió la puerta no solo notó un anormal aroma
a limpio que le llevó a comprobar el piso y la puerta que había abierto, todo
estaba reluciente a su alrededor. Se quitó la americana y la dejó caer en el
suelo, a un lado.
—¡Eh! —gritó ella desde la puerta de su habitación. Se levantó de un
salto tan pronto como oyó la puerta y se asomó únicamente para ver la
expresión que ponía al ver su casa como debía estar: limpia—. No he
pasado las últimas tres horas limpiando como una loca para que tú lo
ensucies de nuevo nada más llegar. Recoge eso y déjalo en tu habitación.
—Ayron no dijo nada. Se agachó por la chaqueta mirándola de reojo y
la dobló en las manos—. Así me gusta —sonrió.
Esa era la primera vez que veía en ella una sonrisa sincera y notó en el
estómago la misma sensación que la primera vez que la vio.
—¿Has cenado?
—No. He estado ocupada limpiando tu casa.
—Nuestra. Estamos casados, ¿recuerdas?
—Si. Lo recuerdo. Lamentablemente lo recuerdo...
—Es tarde pero podemos pedir una pizza o algo.
—Si tú has cenado no te preocupes. No es la primera vez que me voy a
la cama sin cenar.
—Pero ya no estás viviendo ni sola, ni con tu padre. No tienes que
quedarte sin comer.
—Buenas noches, Ayron.
Sin dejar que su marido dijera una sola palabra en respuesta, entró en su
dormitorio y cerró la puerta tras de sí. Se dejó caer contra la cama y cerró
los ojos mientras soltaba un suspiro.
Quizás con un poco de suerte, despertaría de esa pesadilla y todo
volvería a ser como lo era antes de conocerle.
Pasaba de la media noche y el apartamento estaba en completo silencio,
así que Clary decidió ir al baño. Ayron tenía una bañera insultantemente
grande y aunque solo fuera por una vez haría uso de ella. Abrió la puerta
con sigilo para asegurarse de que su marido no estaba en el salón y sonrió al
ver que podía salir sin ser vista. No es que Ayron le hubiese prohibido ir al
baño, era absurdo siquiera pensarlo, pero no quería que le tentase ir a mirar
mientras ella estaba desnuda.
Caminó de puntillas y con una sonrisa triunfal, desplazó la puerta del
baño lateralmente. Un escalofrió helado recorrió su espalda de arriba a
abajo. Ayron no solo estaba dentro del cuarto de baño, sino que estaba
desnudo, frente a ella, con el agua resbalando por su piel.
—¿Pero qué...? ¿Me espías? —preguntó cubriéndose con una toalla de
mano.
—Oh Dios, lo siento, lo siento, lo siento... —dijo completamente
ruborizada y dándose la vuelta—. No quería...
—¿Quieres tu noche de bodas? ¿Es eso? —preguntó.
—¡No! Solo pensaba que ya dormías y quería darme un baño.
Clary volvió a su habitación como alma que lleva el diablo y con el
corazón martillándole en el pecho. No podía creer que hubiera pasado algo
como aquello. Sonrió nerviosa al recordar la cara que había puesto Ayron al
encontrarla de frente. Mentiría si decía que no encontraba atractivo a su
marido. ¿Quién no lo encontraría guapo? Era alto, con un cuerpo bien
formado. Además tenía esa forma de mirar... y esa sonrisa de medio lado...
Si, Ayron era un tipo muy guapo y además era sexy. Se estremeció al
recordar la forma en la que la había rodeado con su brazo horas atrás, y el
roce de su mano al agarrar su cara, y el aliento dulzón que rozó sus labios
cuando le habló. Sacudió la cabeza como si tratase de expulsar de ella esos
pensamientos. Él no le gustaba y pensar en esas cosas estaba de más.
De pronto un par de golpes secos la sobresaltaron. Ayron no esperó la
respuesta, abrió la puerta lentamente y la miró, agachada en el suelo contra
la puerta del armario, como un hámster en la esquina de su jaula.
—¿Puedo saber qué haces ahí?
—¿Yo? Eh... Nada. No hago nada —se levantó inmediatamente.
—Ya está libre el baño. Puedes usarlo libremente. —Ayron bajó la
mirada de sus ojos a sus pechos y sonrió de esa forma que tanto le gustaba.
—Pretendes vengarte, ¿verdad? —preguntó ella, entrecerrando los ojos
y cruzando las manos delante de su pecho. Iba vestida, pero le incomodaba
que él la mirase así.
—¿Crees que tengo tanta curiosidad como tú? ¿Crees que no podría
desnudarte ahora mismo para ver lo que escondes debajo de esa camiseta
ceñida? —Se acercó a ella, agarró sus muñecas y la llevó contra la puerta
del vestidor. Levantó hasta la cintura el bajo de la camiseta mientras ella lo
miraba, sorprendida, y con los ojos abiertos de par en par—. No. No tengo
tanta curiosidad.
Ayron dio unos pasos atrás y cerró la puerta al salir, dejándola más
inquieta de lo que había entrado en el dormitorio.
Necesitaba una ducha y no pretendía ir a dormir sin ella.
Esperó en silencio durante más de una hora, esperando a que Ayron se
durmiera para proceder. Salió del dormitorio igual que lo había hecho una
hora atrás y tras comprobar que el baño estaba completamente vacío miró
que la puerta tuviera cerrojo. ¡Y voilà! Podría ducharse tranquilamente sin
que su marido la incordiase.
Capítulo 3
Algunas de las compañeras de Clary se arremolinaban alrededor de un
ordenador, reían por algo que había dicho alguna de ellas cuando ésta entró
en la oficina. Desde hacía un par de semanas su turno en la empresa se
había ampliado varias horas, cubriendo el tiempo libre que había dejado su
despido del trabajo de anfitriona.
—¡Becker ven! —pidió Elisa, una de ellas.
—¿Qué pasa?
—Mira que suerte tienen las ejecutivas de las plantas superiores. No hay
derecho que solo ellas puedan cruzarse con semejante adonis —
Señaló la pantalla de una de sus compañeras, donde había una foto de
Ayron.
Clary apartó la mirada como si la hubieran atrapado con alguna mentira.
—Es una lástima que llegue siempre después que nosotras y no
podamos encontrárnoslo por los pasillos. Me conformaría con verlo aunque
solo fuera una vez al día. Solo con eso ya podría morir en paz —
lloriqueó otra de sus compañeras besando el monitor.
Rezaba internamente porque nunca se enterasen de que se había casado,
y menos aún porque nunca se enterasen de que con quien lo había hecho era
con el mismo tipo con el que fantaseaban cada mañana.
—¡Atención chicas! Becker lleva alianza...
Las chicas cambiaron entonces su foco de atención. Las que estaban
sentadas se acercaron a ella y se arremolinaron a su alrededor como el resto
de sus compañeras. Se pasaban su mano de una a otra para tocar el anillo y
preguntaban incesantemente quién era el afortunado.
Nunca, ni una sola vez lo hizo antes, pero ese día, al entrar en el
edificio, decidió pasar por delante de la oficina en la que trabajaba Clary.
Al escuchar la palabra matrimonio y al ver que todas las chicas se
arremolinaban alrededor de su mujer sintió como se le llevaban los
demonios al suponerse traicionado. Seguro que se había llenado la boca
diciendo que ella y el presidente estaban casados y seguro que llenaría de
discordia la oficina hablando sobre una subida de salario o quién sabe qué
montón de mentiras más. Subió a su despacho hecho una autentica furia y,
sin siquiera saludar apropiadamente a su secretario, le ordenó que fuera
inmediatamente a por ella.
—¿Al despacho del presidente? —Preguntó Leah, una de las más
cercanas a Clary—. ¿Becker, has hecho algo malo?
—No lo sé...
Clary se encogió de hombros y miró horrorizada a sus compañeras.
Se paró a pensar qué había hecho mal, pero el secretario insistió en que
estaba hecho una furia y que le convenía subir inmediatamente.
Caminó lentamente por el pasillo, siguiendo, a la distancia, al secretario.
Se preguntaba si ese chico sabía acerca de su boda con Ayron.
Sabía que había estado en la oficina semanas atrás, fue sacado de allí
antes de que se tratase el tema de la boda, aun así era cercano a su marido y
se preguntaba cuanto sabía de su secreto.
Ayron caminaba nerviosamente por su despacho, buscando con qué
calmarse para no gritarle antes de tiempo, pero fue en balde. Tan pronto
como vio que la puerta se abría tiró de ella hacia dentro y cerró, dejando a
su secretario fuera.
—Era el primero de los puntos que te dije ayer, que no se enterase nadie
—recriminó, presionándola con fuerza contra la puerta.
—No se ha enterado nadie. —Murmuró con una mueca de dolor.
Ayron estaba apretando sus hombros con demasiada fuerza pero tan
pronto como se dio cuenta aflojó un poco su agarre.
—Hablabais de matrimonio. Te miraban las manos.
—Uno de los anillos que llevo parece una alianza. Lo han
malinterpretado, eso es todo.
—¿Seguro que no has dicho nada?
—El primero de los puntos no solo iba por mí, Ayron —esa era la
primera vez que ella decía su nombre y de nuevo sintió esa sensación en el
estómago al oírselo pronunciar—. Ese punto también iba por ti. Tú no
quieres que nadie se entere por tu empresa, por tus apariencias y esas cosas.
Yo no quiero que se entere nadie que me he casado, por el interés de mi
padre, y con alguien como tú.
—¿Alguien como yo?
—Alguien como tú. Ya sabes, rico, guapo, con cientos de chicas que
venderían su alma al diablo por estar contigo...
—¿Estás diciendo que no te habrías casado conmigo de haber tenido
otras circunstancias?
—En otras circunstancias es evidente que ni siquiera nos habríamos
conocido. Llevo casi un año trabajando aquí y ni una sola vez nos hemos
cruzado.
Ayron carraspeó y se apartó de ella.
—Puedes marcharte. Intentaré volver a casa pronto.
—Sabes que no es necesario que me des explicaciones.
—Y di a tus compañeras que te he llamado por error.
Clary se dio la vuelta y agarró el pomo de la puerta.
—Por cierto. No vuelvas a llamarme a tu despacho si no quieres que la
gente empiece a sospechar. —Pidió. Luego salió de la oficina y le dejó
completamente a solas.
A lo mejor podría haber intentado entender la situación de la oficina de
Clary, por su secretario sabía que se llevaba muy bien con sus compañeras y
que no eran pocas las veces que habían salido todas juntas.
Quizás el tema del matrimonio era una broma que tenían entre ellas y él
se había precipitado al pensar mal de ella y acusarla de contar lo suyo. Lo
que realmente le había molestado era que le dijera que no quería que nadie
supiera que estaba con él. Como ella había dicho, muchas de las chicas a su
alrededor pagarían por estar con él, sin embargo ella parecía no sentirse a
gusto en su compañía. Y en el fondo era normal, él tampoco había hecho
nada por evitar esa boda, se había dejado arrastrar por su padre y por Will.
Había estado desconcentrada casi toda la mañana por culpa de Ayron.
Tal vez no debería haber mencionado que no quería que nadie supiera que
estaba con alguien como él. Era cierto que prefería que nadie lo supiera,
sabía que, en cuanto alguien sospechase de ello, tendría que dar todo tipo de
explicaciones y entre ellas, contar que él solo estaba con ella por mantener
su puesto en la empresa y que ella estaba con él debido a las deudas de su
padre. Su jornada había terminado hacía más de una hora y lo único que le
quedaba por hacer era imprimir las propuestas en las que había estado
trabajando y llevarlas al archivo.
Metió sus cosas en el bolso y lo dejó sobre la mesa mientras llevaba los
papeles a su sitio. La habitación de los documentos quedaba al fondo del
pasillo, atravesando una puerta normal y una segunda que solo podía
cruzarse con un pase de empleado. Pasó la banda magnética de su
identificación y entró, dirigiéndose directamente al cajón pertinente. Tan
pronto como lo cerró sintió como alguien la bloqueaba contra el archivador,
poniendo las manos a los lados y acercándose a su oído.
—Hace más de una hora que terminó tu horario, ¿no vas a irte a casa?
—murmuró.
—Me has dado un susto de muerte. Suéltame. —pidió, sintiéndose
repentinamente nerviosa al sentir su respiración en el cuello.
—¿Y si no te suelto?
—¿Y si viene alguien? ¿Cómo lo explicarías?
Ayron la hizo girarse, quedando frente a frente pero manteniendo el
agarre en la misma posición. La miró directamente a los ojos y se inclinó
hacia ella, acercándose a su boca.
—No hay nadie en la empresa, solo los guardias de seguridad y
nosotros. Pero si alguien entrase solo tendría que decir que eres mía y que
por ello puedo...
—No, no puedes —interrumpió.
Ayron no dijo nada, soltó sus manos y, atrayéndola por la cintura la
besó. Clary abrió los ojos de par en par, sorprendida por ese beso, pero le
apartó empujándole con las manos en los hombros. Ayron la atrajo
nuevamente, besándola otra vez. Ella trató de apartarle de nuevo, pero él
sujetó su cara con ambas manos.
—Dime ahora que no puedo. —Ella lo miró con el ceño fruncido—.
No me digas lo que no puedo hacer porque te demostraré todo lo
contrario las veces que haga falta hasta que te convenzas. Ahora vamos.
Agarró una de sus manos y tiró de ella hasta salir de la sala de archivos.
Antes de atravesar la segunda puerta ella soltó su agarre, no quería
incumplir el primer punto de su acuerdo, ni por él, ni por ella misma.
—Vete tu primero. —Pidió Clary con un hilo de voz. Aún estaba
impactada por ese beso.
—Te espero en el coche.
—He venido sola y me voy sola. Conozco la dirección. —Ayron frunció
el ceño y trató de agarrar su mano nuevamente—. No sé por qué haces esto
pero no lo hagas. Está fuera de nuestro acuerdo, está fuera de las reglas y no
podría explicarse sino contando la verdad.
Ella tenía razón. No tenía ni idea de por qué estaba dejándose llevar por
el enfado de esa mañana, por las palabras de ella diciéndole que no se
habría casado con él por ser él. No es que estuviera enamorado de ella, pero
estaban casados y... Se había perdido de tal modo en sus pensamientos que
había subido en el sedán y Arthur conducía con dirección a casa sin que se
hubiera dado cuenta de nada.
Abrió la puerta de su apartamento y, del mismo modo que la noche
anterior, tomó aire con fuerza. Aquel era el aroma de una casa de verdad.
Se quitó la americana y la dejó caer a un lado, pero el recuerdo de Clary
diciéndole que lo recogiera de ahí le hizo sonreír y volver para dejar la
prenda donde correspondía. Entró en su cuarto y colocó la chaqueta en el
galán. Su habitación era un auténtico desastre pero, pese a gustarle la
limpieza de su casa, no pretendía perder su escaso tiempo libre en ordenar
todo aquello.
Hacía una hora y media que había regresado a casa y ella no llegaba.
Sacó su teléfono móvil y pretendió llamarla, pero no tenía su número,
de hecho ni siquiera se había preocupado en saberlo. Lanzó el aparato
contra el sofá pensando si, por lo que había pasado en la sala de archivos se
habría enfadado con él, si por lo ocurrido decidía no volver. Volvió a por el
móvil, marcó el número de su secretario y justo al ir a presionar el botón de
llamada sonó el aviso de desbloqueo de la cerradura. Ayron corrió a
sentarse con postura despreocupada y con los pies sobre la mesa.
—Vaya, ¿te has perdido? —preguntó mirándose las uñas.
—No... —Clary se ruborizó de inmediato al verle, recordando la forma
en la que le había besado—. He comprado algunas cosas para poder
preparar la cena.
—¿Sabes cocinar?
—He vivido sola desde hace un año. Claro que sé cocinar. Pero por el
estado en el que estaba tu cocina y el enorme vacío de la nevera, doy por
hecho que tú no tienes ni idea.
Se echó a temblar cuando lo escuchó acercarse. Rezaba internamente
porque no volviera a hacer lo mismo de la sala de archivos, eso mismo que
le había llevado a tardar una hora y media en decidir qué comprar.
—Nunca como nada en casa. Ni desayuno ni comida ni cena. Pero
supongo que ahora tengo un motivo para hacerlo.
Tratando de evitar su cercanía corrió a su habitación con la excusa de
ponerse cómoda. Se apoyó en la puerta al cerrar y suspiró. Estaría loca si
dijera que no le había gustado lo ocurrido, si decía que no había disfrutado
sus besos, pero estaba segura de que su matrimonio no iba a durar
demasiado, por lo que necesitaba evitar a toda costa enamorarse de un tipo
que la desecharía cuando ya no la necesitase para su propósito.
Cambiada y con las ideas claras en la cabeza regresó de vuelta a la
cocina, donde Ayron esperaba sentado en uno de los taburetes que había
alrededor de la isla, leyendo la lista de ingredientes de una salsa de tomate.
—¿Cuál es tu especialidad?
—No tengo una especialidad —aclaró—. Pero algo rápido de preparar y
que sienta bien tanto en la comida como en la cena es la pasta.
¿Tienes alguna preferencia? —Ayron se encogió de hombros.
Cenaron uno frente al otro, con la vista fija en sus platos.
—Vamos a tener que intercambiar nuestros números. Antes quise
llamarte para ver si estabas bien y me di cuenta de que no tenía como
contactar contigo.
—Puedes contactar conmigo a través de mi padre.
—¿Me estás diciendo que cada vez que necesite hablar con mi mujer he
de llamar a tu padre?
—Si pierdes el móvil o si lo pierdo yo...
Ayron frunció el ceño ante la excusa peregrina que le estaba dando y,
sin decir nada más se puso en pie, soltando el tenedor al lado del plato y
caminó hacia el dormitorio de su mujer. Buscó el bolso y rebuscó en su
interior hasta encontrar el teléfono.
—¿Ayron, qué haces? Estás violando mi privacidad.
Se acercó a él y estiró el brazo para recuperar su móvil, pero él fue más
rápido y elevó el brazo antes de que ella se lo arrebatase. Marcó su número
personal y cuando escuchó el primero de los tonos le devolvió el aparato.
Sus dedos se rozaron mientras ella cogía lo que era suyo y ambos se
miraron a los ojos, apartando la mirada una décima de segundo después.
—Ése es mi número. Memorízalo, o no lo hagas. Haz lo que quieras.
Pero ten por seguro que si necesito contactar contigo lo haré
directamente contigo, no a través de tu padre.
No terminó de cenar. Tan pronto como salió del dormitorio de su mujer
se encerró en el suyo. No entendía lo que le pasaba, ella no le gustaba, o no
al menos en ese sentido, sin embargo le intimidaba, y le llevaba, al mismo
tiempo, a actuar como deseaba hacer en cada momento sin encontrar como
frenarse a sí mismo.
Pese a haber sentido que Ayron se estaba pasando de la raya al rebuscar
así entre sus pertenencias, le hizo gracia que hiciera eso únicamente para
conseguir su número.
Capítulo 4
A pesar de que Ayron sí trabajaba casi todos los sábados y algunos
domingos, ella no lo hacía, y ese fin de semana aprovecharía para
encontrarse con sus compañeros de la universidad, a los que hacía dos años
que no veía.
Se vistió con su habitual y desenfadado atuendo: vaqueros ajustados,
botines de tacón, una camiseta de color verde pastel y una rebeca blanca.
En una de sus manos seguía el anillo que en la oficina habían creído una
alianza y se lo quitó para que nadie volviera a malinterpretarlo. Al fin y al
cabo, a pesar de haberse casado no habían intercambiado ni anillos ni
ninguna otra joya.
Dejó suelto su cabello y después de ponerse un par de gotas de perfume
salió del dormitorio.
—¿Vas a alguna parte? —Preguntó Ayron desde el sofá.
—Tengo una reunión con mis amigos de la universidad.
—¿Amigos?
—Amigos. Y amigas. Y tal vez alguno de los profesores que tuvimos.
—Pensaba que no habías podido terminar la universidad.
Clary apretó el asa de su bolso mirando al suelo. Era cierto, por culpa de
las deudas de su padre no había podido terminar la universidad. Aun así fue
habitual que fuera a ver a sus compañeros de vez en cuando, cosa que dejó
de hacer cuando ellos se matricularon y ella empezó a trabajar en la
empresa de quien luego sería su marido. Tras una profunda respiración alzó
la mirada y fijó la vista en la puerta.
—Y yo pensaba que tu trabajo era súper importante y que incluso los
sábados estabas en la empresa.
—¿Dónde vais a estar?
—No. Quedamos en que yo no te exigía nada a ti y tú no me exigías
nada a mí. Me voy. Come sin mí, quizás llegue tarde.
Sin decir una sola palabra más pasó por delante de Ayron y se dirigió a
la entrada. Ayron corrió tras ella y antes de que saliera la bloqueó contra la
puerta, del mismo modo que lo había hecho días atrás en la sala de
archivos, bloqueándola por la espalda y con las manos a los lados.
—Recuerda que estás casada.
—¿Por quién diablos me has tomado? ¿Crees que en cuanto vea a otro
hombre me tiraré a él como una leona en celo? Por favor, Ayron.
—Repite mi nombre —murmuró, rozando su cuello con la nariz—.
Repítelo.
—Ayron.
—Otra vez.
Clary tenía el corazón acelerado. Le ponía terriblemente nerviosa que
Ayron estuviera así de cerca, sentir su aliento, que la rozase aunque fuera
por encima de la ropa y lo peor, imaginar que pudiera repetir esos besos que
le dio días atrás.
Colocó las manos en la puerta y empujó con el trasero hacia atrás,
apartándolo y apartándose acto seguido de él.
—No soy un loro.
—¿Por qué estás colorada? —sonrió de medio lado, inquietándola aún
más.
—No estoy colorada. Me estabas asfixiando, solo es eso.
Sin decir nada más salió del apartamento, corriendo al ascensor y
esperando que Ayron no saliera y volviera a acercarse, que no volviera a
hacerle sentir de ese modo.
La cita con sus ex compañeros era en un famoso hotel de la ciudad, un
hotel cuyos jardines habían sido escenario para películas románticas, para
bodas y para otros eventos.
Atravesó la recepción, dando su nombre a la recepcionista que, tras
comprobarlo en la lista le dio paso. Cruzó las puertas del jardín con el pulso
acelerado, sabía que había una posibilidad muy grande que entre los
asistentes estuviera él, su ex, alguien con que había estado saliendo tres
años y a quien, a pesar de estar casada, aún no había olvidado. Su relación
se había roto por culpa de una tercera persona y deseó que aquella chica se
hubiera convertido en un ogro en los dos últimos años para que, al verla,
Colin pensase que estaba completamente preciosa y se arrepintiese de
haberla dejado.
Nada más salir al jardín encontró a sus primeras compañeras.
—¡Vaya! Qué bien te han sentado estos dos años —sonrió una de ellas,
acercándose a Clary para abrazarla.
—Me alegro mucho de verte Wendy. Tú también estás preciosa...
¿Qué te has hecho?
—Embarazarme —sonrió ampliamente—. Solo estoy de tres meses y
aun no me he puesto como una vaca, pero creo que debe ser eso. Mi marido
también me lo dice continuamente.
—¿Tu marido? ¿Te has casado? ¿Con Rick?
—No. Rick... Bueno, al terminar la uni lo dejamos y conocí a Dylan.
—¡Me alegro muchísimo por ti!
—¿Y tú? ¿Novedades? ¿Has visto a Colin? —señaló con la cabeza a un
grupo de chicos que reían en el extremo de la derecha de la terraza, a no
muchos metros de ellas.
Era raro, era muy raro, pero el mismo tipo que encontró irresistible
durante tanto tiempo, ahora parecía uno más. Tenía cierto atractivo y su
sonrisa seguía siendo preciosa, pero ya no lo encontraba tan guapo como
antes. Colin se dio cuenta de que alguien le observaba y al mirar a su
alrededor se encontró con Clary. Sonrió en dirección a ella y después de
tocar el brazo de uno de sus compañeros fue a encontrarse con ella. Clary
rezó internamente porque no se acercase, no quería decirle que desde él no
había tenido un solo novio más y menos aún decirle que se había casado
con un desconocido hacía poco menos de dos semanas, matrimonio que,
además, debía mantener en el más absoluto de los secretos.
Al llegar hasta ella Colin no dijo nada, solo la miró de arriba a abajo
con una sonrisa y silbó, dándole a entender que la encontraba sexy.
—Estás preciosa —dijo, poniendo las manos en sus hombros y
acercándose para darle un beso en la mejilla—. Veo que estás mejor que
bien...
—Hola Colin.
—Vaya. Esperaba un recibimiento un poco más cálido.
—Supongo que después de tanto tiempo no sé muy bien qué decir.
—¿Por qué no nos apartamos un poco del ruido y hablamos
tranquilamente? —Colin agarró su brazo con suavidad, bajaron los
escalones que daban al camino principal del jardín. Clary no sabía cómo
negarse y terminó dejándose guiar por su ex—. ¿Y qué es de tu vida?
¿Tienes novio?
—Yo, eh... Bueno...
Y esa era la pregunta que debía evitar a toda costa. No quería mentir y
decir que no, aunque tampoco era mentir del todo, ya que Ayron no era su
novio, sino su marido. Tampoco podía decir que sí, y menos aún decir que
estaba casada. Antes de poder dar una respuesta sonó un mensaje en su
teléfono y fingiendo que era algo importante lo sacó del bolso para leerlo.
«Dile que estás casada».
Clary miró a su alrededor completamente confundida. ¿Acaso Ayron
estaba ahí?
Las chicas de la entrada preguntaban quién era aquel desconocido,
murmuraban lo guapo que era y se preguntaban por quién estaba ahí, y
Clary sintió un escalofrío helado al verlo atravesar el gentío con dirección a
ella. Evidentemente estaba allí. Al parecer no iba a pedirle explicaciones
porque la estaba controlando, quizás desde que salió de casa.
—Hey... —saludó, poniendo una mano en su espalda con una sonrisa de
lo más extraña—. Perdona que me haya retrasado.
—¿Quién es? ¿Le conoces? —preguntó Colin.
—Soy Ayron Wells, el marido de Clarence. Tú eres ex compañero de mi
mujer, ¿no?
—¿Marido? Me has dicho que no tenías novio.
Ayron clavó la mirada en ella.
—¿Eso has dicho?
—No. No he dicho nada. No he dicho que si ni que no, en realidad.
—Sé qué queréis recordar viejos tiempos y eso, pero espero que no te
moleste si te la robo un momento...
Colin negó con la cabeza, aturdido aún por saber que Clary estaba
casada.
Ayron empezó a caminar por el jardín empujando a su mujer con la
mano que aún no había quitado de su espalda. Ella miraba hacia atrás
intentando encontrar una salida, no le gustaba estar a solas con su marido, y
menos aún con la expresión extraña con la que lucía su cara.
De pronto, cuando Ayron determinó que ya estaban lo suficientemente
lejos como para que les vieran pero no les oyera, se detuvo, llevó las manos
a su cara y se inclinó para besarla.
Clary permanecía impasible, mirando a su alrededor con los ojos
abiertos de par en par y sabiéndose observada, no solo por todos los
asistentes a la reunión, sino por Colin.
—Cierra los ojos o no será creíble —pidió Ayron, obligándola a mirarle
y de nuevo se hizo dueño de su boca.
Pese a intentar no responder a su beso, sus labios empezaron a moverse
solos, separándose para invitarle a entrar. Ayron abrió los ojos por un
momento, sorprendido por aquello, pero los cerró nuevamente, metiendo la
lengua en su boca, degustando el sabor del cóctel de frutas que su mujer
había tomado hacía solo unos minutos. Sintiendo como le estaba besando
sin ser forzada a ello, llevó las manos a sus caderas y la atrajo.
Había estado con muchas mujeres antes, y había sentido cosas parecidas
cada vez que se ellas se entregaban al placer, pero nunca se había sentido
así de inquieto solo con un beso. Tal vez porque nunca había tenido que
conformarse solo con eso.
—Creo que ya ha debido darse cuenta de que eres mía. —dijo,
separándose lentamente de ella.
—¿Cómo?
Ayron no dijo nada en respuesta. Tomó nuevamente su cara entre las
manos y se acercó nuevamente. Esta vez solo le dio un beso en la frente.
No pretendía quedarse en esa reunión, no pretendía conocer a nadie y
mucho menos que alguien le reconociera, por lo que llevó una mano a la de
ella, caminaron hasta la entrada y besó el dorso de su mano antes de
marcharse y dejarla tan desconcertada como al resto de los asistentes.
—Madre mía. Tienes que presentarnos a ese Dios. —gimió una de las
compañeras, acercándose a ella junto a cuatro chicas más.
—¿Os habéis fijado como la ha besado? Vendería mi alma al diablo
porque alguien me besase así. —el resto rieron.
—¿Quién es?
Clary aún no había asimilado lo ocurrido, por lo que se veía
completamente incapaz de articular palabra en respuesta.
—Es su marido —aclaró Colin—. Es su marido y ha venido solo para
marcarla como suya delante de todos.
Colin sonaba molesto, pero nadie pareció darle importancia al tono con
el que lo había dicho. Siguieron hablando de lo guapo que era, de lo
elegante que iba y preguntando constantemente dónde podían conseguir uno
como ese para ellas.
La reunión había terminado, habían pasado más de cuatro horas
hablando sobre el pasado, sobre sus planes de futuro, intercambiando
emails y teléfonos. Casi todos se habían marchado, y los pocos que iban
quedando iban agrupándose para hablar cosas de última hora, para
despedirse o para quedar para otro momento.
—He de admitir que me ha cogido por sorpresa saber que estabas
casada. —Dijo Colin, apoyándose en la balaustrada a su lado.
—Lo siento...
—Desde que empezaron a hablar de reunirnos estuve esperando para
encontrarme contigo. Me moría por verte.
—¿Y Susan? No la he visto. ¿No ha venido?
—En realidad no estuve demasiado con ella. No la aguantaba. He
querido hablar contigo mil veces desde entonces.
—Sabías la dirección de mi padre. Nunca, ni una sola vez has ido en
estos dos años.
—No encontré el valor suficiente para pedirte volver... Y ahora al
parecer es tarde.
—Es tarde. —Miró el reloj de su muñeca y se giró hacia él—. Tengo
que irme. Me ha gustado mucho verte de nuevo.
—Clary...
—Hasta otra, Colin.
No esperó que dijera nada más, salió de allí, alejándose de él, como
alma que lleva el diablo. No podía negar que aun tenía sentimientos por él,
ni podía negar que una reconciliación era del todo imposible, por principios,
por ética y por ese marido que ella nunca había deseado.
Frente a la entrada del hotel esperaba Ayron, apoyado en el sedán
naranja en que la había secuestrado tiempo atrás. Se sorprendió al ver que
Arthur no iba con él. Se miraron fijamente unos segundos hasta que Ayron
apartó la mirada para abrirle la puerta de copiloto. Ella negó con la cabeza y
empezó a caminar para alejarse del coche, pero su marido le dio alcance
rápidamente.
—¿Puedo saber qué pasa?
—¿Para qué has venido? ¿Creías necesario decirle a todo el mundo que
estaba casada contigo?
—No iba a dejarme ver, pero ese tipo buscaba algo.
—Quizás solo intentaba recordar los buenos momentos que pasamos
cuando estuvimos juntos.
—¿Cómo? ¿Ese tipo es tu ex? —preguntó alzando la voz más de lo
deseado.
—¿Qué...? ¿Ahora vas a actuar como un novio celoso? Pues déjalo, ese
papel no va contigo.
—¿Y qué si estoy celoso? ¿Y qué si estoy loco de los celos?
—Te he dicho que lo dejes, Ayron. No quiero hablar ni de esto ni
contigo.
Dejándolo nuevamente con la palabra en la boca, siguió su camino de
vuelta al apartamento de su marido, sin él.
Capítulo 5
No había sido por desconfianza que fuera a su reunión de amigos. No
había sido para vigilarla ni para controlarla, solo quería verla en su salsa,
quería ver como actuaba con sus amigos, verla reír despreocupada, bromear.
Quería verla siendo ella, no ver una actuación como la que presenciaba en
casa a diario. No es que en casa no fuera genial, le gustaba verla
avergonzarse cuando la miraba fijamente o notarla nerviosa cuando se
acercaba a ella. Tal vez no debía haberse dejado ver, por mucho que le
molestase verla cerca de ese chico. Quizás debería haberse controlado y
haber hecho como si nada. Pero lo había hecho, y la había besado. Y lo
mejor, ella había devuelto ese beso de una forma que nunca imaginó que
hiciera.
Hacía más de una hora que había salido del hotel y que le había dejado
en medio de la calle solo. Hacía rato que debía haber llegado a casa, sin
embargo no lo había hecho. Miró cientos de veces su teléfono con unas
horribles ganas de llamarla y asegurarse que estaba bien, pero tan pronto
como estiró la mano y lo sostuvo, ella entró en el apartamento.
No dijo nada, solo lo miró, pasando de largo con dirección a su
habitación. Llevaba una bolsita roja en las manos y sin poder controlar su
propia curiosidad se acercó a ella y se la quitó.
—¿Qué es? —no la abrió, solo la agitó delante de su cara.
Clary estiró el brazo y se la arrebató.
—Quieres dejar claro que estamos casados, a pesar de que dijiste que no
querías que nadie se enterase. He comprado una alianza, así no hará falta
gritar a los cuatro vientos que lo estoy, con que miren a mis manos podrán
darse cuenta.
—¿Una alianza?
Esta vez fue ella quien le ofreció la bolsita para que mirase alegremente.
Era un anillo soso y sencillo, un simple aro plateado.
—No es un anillo caro porque no puedo pagar algo así, pero al fin y al
cabo es solo para que no pregunten.
Ayron la miró un segundo. Volvió a cerrar la cajita de la joya y la
introdujo nuevamente en la bolsita antes de devolvérsela. Sin decir nada se
metió en su cuarto, dejándola sola en el salón. Jamás, en toda su vida, había
tenido la intención de hacer con una mujer lo que iba a hacer con Clary. Se
vistió con algo un poco más casual para no hacerla desentonar y cinco
minutos más tarde salía del dormitorio para meterse en el de su mujer. Ésta
acababa de quitarse la camiseta, estando con la parte de arriba casi desnuda.
—¡Hey! ¿Es que no sabes llamar?
—Vuelve a vestirte. Hay un sitio al que necesito ir y quiero que vayas
conmigo.
—¿Dónde quieres ir?
—Ahora lo verás. Vuelve a vestirte. —dijo, apoyándose en el marco de
la puerta mientras la observaba.
Sonrió internamente al comprobar que su ropa no engañaba al mostrar
una buena figura.
—¿No vas a salir? ¿No crees que es un poco raro que estés ahí parado?
—¿Por qué iba a ser raro? Eres mi mujer.
—Solo en papel. Por favor sal.
Ayron se acercó a ella, agarró una de sus manos y colocó la otra en su
delicada cintura.
—¿Quieres arreglarlo? —Señaló la cama—. Podemos terminarlo para
que ya no sea un matrimonio de papel.
Desvió la mirada de sus ojos a sus pechos. Éstos estaban cubiertos por
el sujetador, pero eso lo encontraba aún más sugerente. Al ver la forma en
la que le miraba no pudo evitar echarse a reír.
—Anda vístete. No pensaba tocarte. No, al menos, en ese sentido que
tanto miedo te da.
—No me da miedo... —murmuró cuando él cerró la puerta y la dejó
sola.
Aunque le tentaba no salir de su dormitorio para no tenerlo de frente
nuevamente, lo hizo. Cruzó el salón hasta el sofá, donde su marido esperaba
sentado, y se cruzó de brazos esperando a que él se diera cuenta de que
estaba esperando.
Ayron sonrió de medio lado, mirándola de arriba a abajo, luego se puso
en pie y se colocó frente a ella. La había acorralado, la había sujetado entre
sus brazos y había tenido que agacharse para poder besarla, pero hasta ese
momento no se daba cuenta de que era bastante menuda a su lado, claro que
él era bastante alto y ninguna de las chicas con las que se había relacionado
alguna vez había estado cerca de su altura. Se dio cuenta de que ella evitaba
mirarle a la cara, probablemente por el beso que se habían dado en su
reunión de amigos. Sonrió ampliamente y, aun con la tentación de besarla
nuevamente señaló la puerta con la mano para indicarle que ya podían ir.
—¿Me dirás dónde vamos?
—No hace falta que te lo diga, lo verás por ti misma.
—Por favor, Ayron... Eres un tipo bastante imprevisible y me asusta un
poco no saber dónde me llevas.
Justo antes de meter la llave en la cerradura de la puerta del coche se
detuvo para mirarla.
—Dime, ¿en estas dos semanas he hecho algo que te hiciera daño? ¿Te
he avergonzado en público o te he dejado en evidencia?
—No.
—¿Entonces, no puedes simplemente fiarte un poco de mí? No pido
mucho.
—Está bien. —Respondió ella un tanto a desgana.
El lugar al que se dirigían no quedaba muy lejos, por lo que no tardaron
demasiado en llegar. Clary tenía el corazón acelerado porque, aunque le
había dicho que se fiaría de él, en realidad no lo hacía, y temía que la
llevase a algún sitio donde le hicieran pasar un mal rato. Ayron detuvo el
coche a pocos metros de su destino, en una calle llena de tiendas de
artículos y prendas de lujo. Creyó que su intención era comprarle algo de
ropa cara y antes de alejarse del coche agarró a su marido del brazo para
frenarle.
—Ayron, yo no quiero ropa. Me gusta lo que visto.
—Tranquila, a mí también me gusta lo que vistes —sonrió ligeramente,
inclinándose para mirarle el trasero, que se marcaba bastante bien gracias al
pantalón ceñido que llevaba.
Ahora sí que estaba en duda. La llevaba a una calle de tiendas caras en
las que predominaban las de ropa y las de accesorios, pero no iba a comprar
nada de eso... Le siguió silenciosamente preguntándose cual era realmente
su destino, pero a pocos metros del coche se detuvo. Era una joyería, una
famosa y carísima joyería.
—Ayron...
—No digas nada. Sólo entra conmigo y elige la alianza que más te
guste. Te lo debo.
—No, no me debes nada. Solo vámonos. Por favor.
—Te casaste conmigo por la fuerza. Has tenido que venir a vivir
conmigo del mismo modo... Hoy has comprado un anillo solo para que vean
que estás casada, pero ni siquiera te lo he regalado yo, y era mi obligación.
Por favor. Solo entra y elije uno.
Se miraron a los ojos fijamente mientras ella se debatía con qué hacer,
pero entonces él decidió por ella. Sujetó una de sus manos entrelazando los
dedos como si fueran una pareja de verdad, se acercó a la puerta y, cuando
les abrieron, se adentró con ella en el establecimiento.
Todos los trabajadores iban pulcramente uniformados, todos ellos bien
peinados, ellas ligeramente maquilladas. Dentro de las vitrinas brillaban
relucientes anillos, espectaculares collares y elegantes relojes.
Absolutamente todo tenía aspecto de costar una fortuna y Clary empezó
a sentirse mal. Se arrepentía de haber llegado a casa con una alianza barata.
No era su intención que Ayron gastase una fortuna en un anillo, y menos
aun cuando su relación ni siquiera era algo más allá de una firma en un
papel. En vista de que Clary parecía más aturdida que gustosa, al ver que le
dejaba elegir la joya que será el símbolo visual de su “amor”, decidió elegir
él. De todo aquel montón de anillos eligió uno sencillo, un anillo con dos
bandas, una de diamantes y otra lisa de platino que se entrelazaban.
Curiosamente podría representar sus diferencias, aunque no lo pedía con esa
intención.
Envolvieron coquetamente la joya y después de pagarla regresaron a
casa.
Durante todo el trayecto de vuelta Clary fue en silencio. No había
articulado palabra desde antes de entrar en la joyería.
—¿Estás bien? —Preguntó él al cerrar la puerta del apartamento.
—No lo sé.
—¿No sabes si estás bien?
—¿Te das cuenta de que ese anillo cuesta más de lo que gano trabajando
tres meses en tu empresa?
—Entonces simplemente cuídalo.
—Esto es demasiado para mí.
—Eres mi mujer. No es demasiado. Es más, siendo el único anillo de
bodas que compre en mi vida, tengo la impresión de que no es lo
suficientemente bueno.
Ayron la sujetó por los hombros y la guió hacia el sofá, donde la obligó
a sentarse. Acto seguido se arrodilló frente a ella y sacó la joya del
envoltorio. Quizás no era ni el momento, ni la situación indicados, pero aun
así lo hizo. Tomó su mano entre sus largos dedos y encajó el anillo en su
dedo anular.
—No te lo quites nunca. —pidió acariciando su mano antes de soltarla.
No es porque fuera el más barato y el más sencillo, pero quedaba
perfecto en ella.
Llena de sentimientos contradictorios miró su mano. Aquel anillo
significaba mucho más que estar simplemente casada. Observó la joya en su
dedo y al mirar a su marido no pudo evitar acercarse a él y darle un beso en
la mejilla como agradecimiento.
—Es precioso. Es... Gracias. Muchas gracias.
—¿Te gusta de verdad?
—Si.
Se miraron unos segundos sin saber qué hacer, pero Ayron no quería
incomodarla, así que se apartó de ella y justo después se metió en su
habitación. Clary hizo lo mismo, entró en su dormitorio sin poder apartar la
mirada de su mano. Por un momento deseó que aquel no fuera un
matrimonio tan particular, deseó que fuera un matrimonio lleno de amor y
de pasión, como el que seguramente hubiera tenido con Colin de no haber
roto su relación dos años atrás.
Suspiró apoyándose en la puerta y deslizándose hacia el suelo. Cerró los
ojos por un momento, y sin querer recordó el beso que se habían dado horas
atrás, cuando Ayron quiso dejar claro delante de todos que ella era suya. Tal
vez fuera una simple demostración de posesión, pero podría afirmar y no se
equivocaba, que aquel beso le había hecho sentir muchas más cosas de lo
que hubiera sentido con ninguno de sus anteriores novios.
Capítulo 6
Como todos los días, salían de casa por separado y llegaban a la oficina
cada uno por su lado, como perfectos desconocidos. En tres semanas que
hacía que se habían casado y que vivían juntos, absolutamente nadie
sospechaba de su relación. Las chicas de la oficina fantaseaban con él como
cada día, bromeaban con respecto a lo que le harían, o a lo que le dirían si
estuvieran a solas, pero ese día en cuestión tendrían una pequeña y nueva
distracción: Zac, un chico nuevo y recién asignado al departamento de las
chicas que empezaba justo esa mañana.
Y cuando Clary llegó, lejos de escuchar todo tipo de fantasías eróticas
con su marido, se encontró con un pequeño intruso en el la oficina.
—¿Sabes lo que más me molesta? —Bromeó Miren, una de las chicas
—. Hace una semana te llama el presi a su oficina, ahora te asignan al
bomboncito rubio.
—Buenos días. Yo soy Zac Demsing. Espero que nos llevemos bien —
saludó el nuevo con una sonrisa.
—Encantada Zac. Yo soy Clarence Becker, pero puedes llamarme Clary,
o Becker, como me llaman esta pandilla de locas —sonrió, señalándolas con
un gesto de su cabeza.
Justo en el momento en el que ella le ofrecía una mano a su compañero
como saludo, Ayron pasaba por allí. Era consciente de que para subir a su
despacho tenía los ascensores y la escalera de la entrada, no tenía que pasar
por delante de aquel despacho para tomar los del fondo. Pero lo hizo. Pasó
por allí y se fijó en el interior, creyendo que todas las chicas estarían
diciéndole algo sobre el anillo que le había comprado días atrás. Le
encantaba verla mirar la joya como si fuera algo delicado y especial, pero
dentro de la oficina había un chico, frente a su mujer, y ésta le ofrecía una
mano como saludo, una mano en la que no estaba el anillo que le había
pedido que no se quitase.
Subió a su oficina maldiciendo internamente.
—Buenos días, Ayron. —Saludó Vince.
—He pasado por el departamento de ventas. ¿Quién es el chico que está
con ellas?
—Entra gente nueva todos los meses. Yo no estoy encargado de
investigar los departamentos, no sé quién es. Pero puedo...
—Hazlo. Quiero saber todo de él.
—¿Necesitas un informe tan detallado como el de la señorita Becker de
hace un mes?
—Es igual, olvídalo.
No iba a esperar tanto tiempo. En cuanto llegase a casa indagaría lo que
hiciera falta hasta que ella le dijera todo lo que supiera.
El escritorio de Zac se había situado al lado del de Clary con el
propósito de que pudiera fijarse en todo lo que necesitase cuando ella no
tuviera tiempo de explicarle, pero inevitablemente pasaron las horas
hablando y el trabajo se acumuló, por lo que al mediodía, cuando sus
compañeras se fueron a comer, ella tuvo que quedarse a recuperar el tiempo
perdido.
Ayron pasó la mañana pensando en qué estarían haciendo esos dos,
pensando qué pasaría si ese tipo se fijaba en ella. Tenía claro que ella le
detestaba, evitaba a toda costa cualquier cosa que pudieran hacer juntos.
A la hora de comer, pese a imaginar que la oficina estaría vacía porque
habrían ido a comer, pasó por delante. Para su sorpresa Clary miraba
seriamente un documento, contrastando información con lo que tenía en
pantalla. Sonrió al ver que estaba sola y que no había ido con el nuevo.
Pasó un largo minuto contemplándola, pero de pronto ella se puso en
pie, arrastrando con las piernas la silla en la que estaba sentada y miró su
reloj. Él se apartó deprisa para no ser visto.
A Clary no le gustaba la idea de usar la cocina de la empresa para otra
cosa que no fuera calentar algún que otro café, pero no quería quedarse sin
comer, y tampoco podía perder dos horas en el restaurante con sus
compañeras. Sabía que siempre había comida en esa cocina, así que se
prepararía algo de pasta y volvería a su puesto para terminar, al menos, el
informe que había empezado.
Acababa de llenar un cazo con agua cuando una voz masculina la
sobresaltó.
—¿Por qué no llevas la alianza? —Preguntó Ayron apoyado en el marco
de la puerta.
—¡Ayron! —Exclamó, mirando asustada hacia fuera—. ¿Qué haces
aquí? ¿No has ido a comer?
—Se me ha hecho tarde. Pero por lo que veo a ti también. ¿Por qué no
llevas la alianza?
—Me daba miedo perderla.
—Si la llevases puesta no tendrías que tener ese miedo. —Su voz era la
misma de siempre, pero había un deje de irritación en ella.
Con total despreocupación entró en la cocina y se acercó a lo que su
mujer había empezado a cocinar. Sonrió levemente al ver que había sacado
un paquete de macarrones.
—¿Qué pasa si alguien te ve aquí? —murmuró de espaldas a él.
—Soy el presidente. No creo que a nadie le importase. Lo malo sería
que te vieran a ti. Es muy probable que pensasen que estás haciéndome
algún tipo de favor o que intentas seducirme.
Lamentablemente estaba en lo cierto. Él era el mandamás, él era el que
podía pasearse por cualquier parte de la empresa sin que nadie cuestionase
ni uno solo de sus actos, en cambio ella era la empleada, y además la que
necesitaba desesperadamente dinero para pagar las deudas.
—Puede que hubiera sido mejor idea ir con mis compañeras.
—He visto que tienes un compañero. Y también he visto que tú eres la
encargada de enseñarle cómo funciona todo... ¿Va a salir también a comer
con vosotras?
—¡Claro! ¿Crees que vamos a excluirle solo porque es un hombre? No
las conoces, pero ellas siempre están dispuestas a recibir visitas masculinas
en nuestra oficina —sonrió inconscientemente.
—¿Tú también?
—Hasta cierto día sí —respondió con total sinceridad—. Ahora estoy
casada. Aunque solo sea en papel.
De pronto se escucharon los pasos de alguien en por el pasillo e
instintivamente, Clary corrió hacia él para obligarle a esconderse detrás de
la puerta por si a ese alguien se le ocurría asomarse al ver luz allí.
Ayron la miró con una sonrisa de medio lado, era demasiado ingenua
para darse cuenta de que, si ese alguien entraba y los veía escondidos detrás
de la puerta, pensaría que estaban haciendo algo y que se escondían para no
ser vistos. Cuando ella alzó la mirada para verle éste sujetó su cara entre las
manos y la besó. Clary se apartó deprisa.
—Éste no es sitio para que hagas eso. Si alguien lo ve...
Corrió hacia el fogón donde el agua hervía y Ayron no quiso contenerse.
Acortó la distancia entre ellos, se puso tras ella, sujetó sus manos,
entrelazando los dedos por detrás y apoyándolas en el mármol, luego se
inclinó hacia ella, rozando su cuello con la nariz. Cerró los ojos y aspiró el
perfume sutil que desprendía su cabello.
—Hueles bien.
—Ayron...
Él no respondió, besó su cuello y acto seguido la hizo girarse. Rodeó su
cintura con un brazo, pegándola contra sí, y con la otra mano la obligó a
levantar la cara para poder besarla. Con cualquier otra hubiera esperado a
estar a solas en un sitio íntimo y alejado de miradas indiscretas, pero con
ella era incapaz de contenerse. Se apoderó de su boca, separando sus labios
con ayuda del pulgar y, como en la reunión de amigos de días atrás, metió la
lengua en ella. Clary gimió inconscientemente y devolvió el beso con la
misma intensidad y la respiración agitada. Ayron se apartó de su boca y fue
trazando una senda de besos hasta llegar a su clavícula, ahí se detuvo y
succionó, dejando en su piel la notable marca que mostraba al mundo que
tenía a alguien a su lado. Satisfecho con ello regresó a su boca y, poco
después, disminuyó la intensidad del beso hasta que se detuvo.
—Prepara un poco más. Voy a comer contigo —soltó de pronto,
trayéndola de vuelta a la realidad.
—¿Y si alguien nos ve?
—Diremos que estabas comiendo sola y que he decidido acompañarte.
Cuando se levantó esa mañana lo último que imaginó fue lo que
acababa de pasar: que le reclamase por no llevar su anillo de casada, que se
besasen nuevamente como días atrás y que Ayron decidiera comer con ella
en el mismo sitio en el que nadie debía enterarse de lo suyo. Aclaró un par
de platos antes de servir lo que había preparado y los colocó sobre la isla,
uno frente al otro. Comieron en silencio, ella con la vista fija en su plato y
él mirándola de vez en cuando, asegurándose de que no desaparecía el
chupetón.
Después de la comida, Ayron decidió volver a su despacho antes de que
llegasen los empleados. Le guiñó un ojo al de salir y acto seguido
desapareció, dejándola sola.
Estaba segura de que Ayron no tenía sentimiento alguno por ella. No es
que se lo hubiera dicho, pero era evidente, ya que él también había sido
forzado a esa boda que les había unido, sin embargo las sensaciones que le
producía cuando la tocaba y la forma en que la besaba no eran propias de
alguien que detesta a la otra persona. Y la forma en que le había guiñado el
ojo... Suspiró al guardar los platos limpios otra vez en su sitio y fue a
lavarse la cara antes de volver a su mesa en la oficina.
Al entrar en el baño se apoyó a los lados del lavabo para mirarse en el
espejo pero comprobó, espantada, como en el sitio donde antes no había
nada ahora había una marca morada. No tardó ni un segundo en recordar
como los labios de Ayron habían estado ahí posados hacía un rato.
Haciendo a un lado el respeto que se suponía que le debía al presidente,
subió a la última planta e irrumpió en el despacho de su marido.
—Esto es cosa tuya, ¿no? —señaló la marca de su cuello.
Ayron se acercó a ella con paso firme y trató de acorralarla contra la
puerta, pero ella se apartó rápidamente, poniéndose cerca del sofá, el mismo
sofá en el que le habían dado la noticia de su boda. Pese a haberse apartado
de él la alcanzó con relativa facilidad, llevó las manos a su cintura y la
atrajo.
—Por cada día que te olvides el anillo que compramos juntos, te haré
uno para que todos sepan que... —trató de acercarse para besarla pero ella
puso las manos en sus labios para que no lo hiciera.
—¿Por qué me besas de forma tan casual?
—Porque eres mi mujer. ¿No puedo?
—No. No puedes.
—¿Por qué? ¿No te gusta? Porque la forma en la que respondes no es
como si no te gustase.
—Vale. Admito que me gusta. Pero ¿qué viene después? Ayron, lo
nuestro no es un matrimonio normal.
—Lo que viene después... —murmuró, fijando la vista en sus labios—,
no he pensado en después, solo me dejo llevar.
Puede que al principio le fuera completamente indiferente, pero tres
semanas después de esa boda, tras tres semanas de convivencia, de verlo a
diario antes de ir a dormir y verlo nada más despertar, habían convertido su
odio hacia él en algo extraño. No lo amaba, ni siquiera le tenía cariño, sin
embargo, cuando lo tenía así de cerca deseaba que la besase. Le encantaba
su olor, y el brillo travieso de sus ojos, y el tono que usaba al hablarle de
cerca. Puso las manos en su pecho y le empujó hacia atrás.
—Esto es por tu culpa y las chicas saben que no salgo con nadie, esta
mañana no lo tenía y tampoco he ido a comer con ellas. ¿Qué se supone que
tengo que decirles?
—¿Mosquito?
—¿Mosquito? ¿Aquí? ¿En la hora de la comida? —Preguntó
conteniendo una carcajada—. ¿Crees que son niñas? Sabrán de inmediato lo
que es, y sabrán que no lo ha hecho cualquiera.
—Diles que... Lo siento. No pensaba que fuera a ser tan difícil de
explicar.
—Les diré que... —Se llevó los dedos a la marca y lo miró—. ¿No
podías haberlo hecho en casa? De haber venido con ello solo tenía que
haber dicho que ha sido un rollo de fin de semana.
Ayron se fijó en el lugar en el que estaba el chupetón, sacó el pañuelo
del bolsillo de su americana y después de doblarlo en diagonal se acercó
nuevamente a ella, anudándolo alrededor de su cuello y cubriendo la marca.
Clary agradeció el gesto, aun así tendría que explicar a sus avispadas
compañeras el porqué del pañuelo. Bajó a su oficina antes de que llegasen
del restaurante y siguió con la propuesta en la que trabajaba antes de ir a
comer.
Capítulo 7
A pesar de haber tenido que mudarse de la residencia familiar siendo un
niño y tras la muerte de su madre, siempre tuvo sobre él el control de la
familia Wells, algo que siempre detestó pero que a su vez le llevó a ser un
hombre competente. Su boda con Clary había sido tan secreta que
únicamente habían estado presentes ellos y sus padres. No había dado
ningún tipo de información ni a su abuelo, ni a sus tíos ni a sus primos, pero
eso no quitaba que pudieran enterarse. Y así fue.
Al entrar en la oficina esa mañana había dos chicas paseándose entre las
mesas de las empleadas. Clary no tenía ni idea de quienes eran y tampoco
hicieron o dijeron nada que dejase intuir entender que estuvieran ahí por
ella, así que saludó alegremente como siempre y se sentó en su sitio, al lado
de Zac.
—¿Quiénes son? —preguntó a su compañero en voz baja.
—No tengo ni idea. Nada más llegar han preguntado por ti.
—¿Por mí? —Se señaló a sí misma. Su compañero asintió.
Miró a las dos chicas antes de ponerse en pie para preguntar si podía
ayudarlas con algo, pero las encontró mirándola de reojo y con los brazos
cruzados. No tenían demasiado aspecto de ir de forma amistosa, sin
embargo se acercó a ellas y después de presentarse debidamente se disculpó
por no haberlo hecho antes.
—¿Así que «esa» Clarence eres tú?
—Yo soy Clarence, pero no sé si soy la que buscáis.
—¿Hay otra Clarence Becker trabajando en esta empresa?
—No.
—Bien. Entonces deja lo que estés haciendo y ven a tomar un café con
nosotras.
Clary miró a sus compañeras intentando encontrar en ellas una
aclaración sobre quiénes eran esas dos chicas, pero todas negaron con
incredulidad. En ese momento no supo qué hacer, pero esas chicas
decidieron por ella. Una agarró su brazo tirando de ella fuera de la oficina,
la otra cogió el bolso que había dejado en el escritorio al llegar y las siguió.
No tenía ni idea de porqué esas dos extrañas estaban llevándosela de
aquel modo, y por un momento recordó la forma en la que Ayron la
secuestró a la salida de su anterior trabajo. Por suerte esta vez no parecía
que fueran a ir en coche. Cruzaron la calle y, a un par de manzanas, se
detuvieron en una cafetería, la misma a la que Clary iba con sus
compañeras desde hacía casi un año. Entraron agarrándola por los brazos
como si fuera una prisionera y la obligaron a sentarse en una de las sillas,
frente a las que ocuparon ellas.
—Así que tú eres la zorrita que ha engañado a mi primo para casarse
con él... —dijo la que parecía más mayor—. Me pregunto qué artimañas
habrás usado.
Ambas eran jóvenes, quizás no eran mucho mayores que ella. Las dos
iban elegantemente vestidas y las dos iban llenas de joyas que, a simple
vista parecían costosísimas. Ambas eran rubias e iban bien maquilladas.
Con lo que le habían dicho la dejaron sin saber qué decir, pero solo con
eso pudo adivinar que eran primas de Ayron.
—Zorra y vulgar —afirmó la otra—. Mira la marca de su cuello. —
Clary se cubrió con la mano la marca que su marido le había hecho.
—Yo... —Pese a que ella nunca fue de quedarse con la palabra en la
boca o a quedarse sin saber qué decir, en ese momento no había
absolutamente nada que pudiera declarar en su defensa.
—¿Cuántos años tienes? Pareces más joven que Ayron.
—Veinti... Veintitrés.
—Veintitrés. ¿Y no te importa que él sea cinco años mayor que tú?
—¿Cómo va a importarle, Karen? Ella no ve eso. De él solo quiere su
dinero.
—¿Cómo?
—Vamos, no te creas que somos tontas. ¿Acaso el pobretón de tu
papaíto no ha cobrado cincuenta mil dólares de Bruce para pagar sus deudas
de juego?
—Qué lástima. Pobrecita —Karen acarició su cabeza como si fuera un
perro—, hasta su madre huyó espantada al ver la clase de hombre que es su
padre: un ludópata descerebrado que se jugó y perdió su casa, dejando a su
familia en la calle y embarcada en deudas... Pero encontraste un buen
partido al que sacarle todo lo que quisieras, ¿no?
Estaba tan bloqueada por lo que esas dos arpías estaban diciendo que ni
siquiera le salía la voz. Las miraba cuando hablaban, entendía a la
perfección cada una de sus hirientes acusaciones, pero era completamente
incapaz de volver a abrir la boca. Se moría de ganas de gritar, de
abofetearles por lo que decían sin saber las razones de su boda, incluso
tenía ganas de llorar, pero ni siquiera eso era capaz de hacer. De repente, la
más joven de las dos se puso en pie y vertió sobre su cabeza un enorme
vaso de agua. Ambas empezaron a reír como si hubiera sido algo
graciosísimo. Karen, con intención de rematar la faena, cogió un pimentero
de la mesa de al lado y, tras quitarle la tapa metálica, espolvoreó el polvo
picante sobre su pelo y sus hombros. La otra rió y buscó algo nuevo con lo
que ensuciar a Clary, pero entonces intervino el camarero.
—No sé qué os ha hecho, pero creo que ya está bien.
—Vámonos, Leslie. Este también es un antro de mala muerte.
Ambas dos lo miraron con desplante y, agarrándose de los brazos
salieron del establecimiento, dejando a Clary con la misma postura rígida
que había adoptado cuando empezaron a acusarla.
—Clary... —dijo el camarero, poniendo una mano en su hombro—.
¿Estás bien? ¿Qué demonios ha pasado?
—¿Eh? Yo...
—¿Estás bien?
—Si. Yo... Lo siento Fred. No sé...
La muchacha se puso en pie completamente confundida y, tras
disculparse con el camarero, salió de la cafetería. En ese momento lo que
más le tentó hacer fue correr al despacho de su marido y pedirle el divorcio.
Ella no merecía ser tratada así por dos personas a las que ni siquiera
conocía por el mero hecho de estar casada con él. Se detuvo frente a la
vidriera de un escaparate y miró su atuendo. Iba empapada y su pelo lucía
espantosamente por la pimienta. Sí, definitivamente subiría al despacho del
presidente y terminaría las cosas de una vez por todas.
Pero al mirarse nuevamente en el reflejo se fijó en la marca de su cuello
y recordó cuando el día anterior la había besado de aquel modo y su
petición de que nunca se quitase la alianza que había comprado para ella...
No tenía la más remota idea de cómo actuar ante aquello.
Regresó a su trabajo tal cual, mojada y con el pelo como lo llevaba,
quizás podría limpiárselo en el baño. Al llegar a oficina las chicas no
preguntaron nada, pero Leah no quiso quedarse quieta sin más, se acercó a
ella, la agarró por el brazo y tiró hasta el baño.
—No te voy a preguntar lo que ha pasado porque al verlas entrar nos
hemos dado cuenta de que venían con malas intenciones. Solo espero que
les hayas dado su merecido y que ellas hayan terminado peor que tú.
Mírate, vas hecha un desastre... —dijo sacudiéndole el pelo.
Ambas empezaron a estornudar por culpa de la pimienta pero, en lugar
de ponerse a reír como habrían hecho en cualquier otro momento, Clary
bajó la mirada.
El resto de la mañana pasó sin decir una palabra y la tarde no fue muy
diferente. Igual que el día anterior no fue a comer al restaurante, pero
tampoco fue a la cocina. No tenía el más ínfimo deseo de que Ayron se
presentase allí y le exigiera saber lo que había ocurrido.
A la hora de la plegar fue la primera en salir y, cuando Ayron pasó por
allí para comprobar si aún estaba en la oficina se extrañó al ver su escritorio
vacío.
—Ayron —dijo Bruce atravesando las puertas del vestíbulo antes de que
éste llegase a salir—. ¿Has visto a Leslie y a Karen? Me acabo de enterar
que estuvieron aquí esta mañana.
—No. No las he visto. Y me alegro de no haberlo hecho —aclaró.
— ...ha llegado empapada y llena de pimienta... —cuchicheaban un par
de chicas pasando por al lado de ellos.
Aquello no le gustó. Podrían haber estado hablando de cualquiera.
Podrían haber estado comentando la escena de cualquier película o
serie, o el pasaje de algún libro, pero no le gustó lo más mínimo saber que
sus primas habían estado en el edificio y escuchar que alguien había vuelto
como aquellas chicas decían. Sin perder ni un solo segundo más divagando
los motivos que les había llevado a visitar SWC Corporation, se despidió de
su padre y corrió al aparcamiento, donde Arthur esperaba pacientemente.
—Hoy necesito que vueles.
—¿Ha pasado algo?
—Espero que no, pero necesito asegurarme.
Obedientemente Arthur condujo a toda prisa. Buscó la ruta rápida hasta
el apartamento de Ayron y, el trayecto que habitualmente duraba treinta
minutos, se redujo a quince.
Con un simple «nos vemos mañana» Ayron atravesó el vestíbulo y
subió al ascensor. Rezaba internamente porque no hubiera pasado nada y al
irrumpir en el apartamento encontró a su mujer preparando la cena.
Pese a estar seria no parecía haber pasado nada.
—Ya estoy en casa —saludó.
—Llegas pronto —su voz sonaba un tanto más apagada que
habitualmente, pero al mirarle le dedicó una sonrisa leve, algo que en cierto
modo le dejó un poco más tranquilo.
Se fijó en su mano y el anillo que había brillado en su dedo anular por la
mañana, ahora no estaba. Le tentó acercarse a ella y molestarla con el tema
de la alianza y bromear con hacerle un nuevo chupetón si no volvía a
ponérsela, pero temió que realmente hubiera sucedido lo que las empleadas
decían y que le dijera algo que realmente no quería oír.
—Voy a cambiarme.
La cena fue tan silenciosa como siempre. A pesar de estar casados desde
hacía casi un mes, y de cenar juntos muchas noches, no mantenían
conversaciones. No compartían sus vivencias del día, no había anécdotas o
comentarios que acompañasen e hicieran un poco más amenas sus comidas
Y después de cenar cada uno se encerró en su cuarto.
Pasaba de la medianoche cuando Ayron abrió los ojos de par en par al
creer escucharla llorar. Sin pensar en nada más corrió a su habitación y se
agachó a su lado. Sin esperarlo, Clary se giró sobre la cama y estiró los
brazos, rodeándolo con fuerza en un abrazo.
—¿Quieres contármelo?
—Me han llamado zorra. Han dicho que te engañaba para sacarte lo que
yo quisiera. Que mi madre nos había dejado y mi padre es un ludópata...
—Por favor, perdóname...
—Me he sentido tentada a romper mi palabra y pedirte la anulación...
—añadió entre lágrimas.
Ayron sintió que se le encogía algo en el pecho al escuchar eso último.
La rodeó con fuerza, buscando las palabras adecuadas para disculparse
por lo que le había pasado. Era su culpa, lo sabía. Y lo peor era que sabía
que pasaría eso en cuanto su familia se enterase de que se había casado.
A ellos no les importaba si era de clase baja, de clase media o de clase
alta, podría incluso ser una princesa de algún país europeo que aun así no lo
aprobarían. Lo único que pretendían y volverían a intentar era únicamente
tratar de separarlos para que Ayron perdiera la empresa que, según ellos, él
no tenía derecho a presidir. La abrazó hasta que ella estuvo calmada y
cuando se estiró en la cama él se puso en pie para volver a su dormitorio.
Clary sujetó su mano para que no se fuera y tiró de él para que volviera
a su lado.
—No te vayas. —Pidió, obligándole a que volviera—. ¿Por qué me
odian tanto? —preguntó cuándo él se agachó de nuevo a su lado.
—No es por ti. Mi padre era de clase baja cuando se casaron y empezó a
vivir en la residencia principal de la familia. Cuando mi madre murió yo
tenía diez años, pero no dudaron en echarnos. Pensaban que ya no
formábamos parte de esa familia y que no merecíamos aprovecharnos de la
situación. Cuando terminé la universidad mi abuelo vino a verme y me
ofreció un puesto en una de sus empresas, pero soy bueno en lo que hago y
cuando se dio cuenta terminó por darme el puesto de presidente en esta
empresa. Pese a todo, la familia de mi madre cree que no merezco nada de
ese apellido y han intentado echarme tantas veces que he perdido la cuenta.
Ahora van a intentarlo a través de ti. No creí que fuera a ser tan pronto,
pensé que esperarían unos meses. —Apretó con fuerza su mano mientras
buscaba las palabras para decir lo siguiente—. Si quieres la anulación...
—No sigas.
A pesar de que estaba terriblemente dolida por lo que esas dos brujas le
habían hecho esa mañana, él no tenía culpa. Se sentó en la cama y volvió a
abrazarle.
—Clary...
—No quiero divorciarme de ti. No estoy tan mal contigo, aunque, ni
siquiera puede decirse que tenemos un matrimonio —sonrió levemente —.
Esta vez me han cogido desprevenida, pero la siguiente no seré tan tonta
como hoy. Cuando vuelvan a buscarme...
Ayron la apartó lentamente, sujetó su cara entre las manos y se acercó
para besarla. Clary devolvió el beso del mismo modo: sujetando su cara
entre las manos. Por un momento deseó que Ayron quisiera dar un paso
más, deseó que actuara tan impulsivamente como todas las veces anteriores,
que la forzase a estirarse y se colocara sobre ella, que la tocase, que se
excitase con el tacto de su cuerpo y le hiciera el amor toda la noche. Sonrió
internamente al encontrarse a sí misma fantaseando como las locas de sus
compañeras, pero, a diferencia de sus compañeras, ella lo tenía ahí, le
estaba besando y estaba disfrutando de ese beso como lo había hecho con
los anteriores. Poco a poco su marido se apartó y apoyó su frente en la de
ella.
—Gracias —murmuró.
—¿Por qué?
—Por haberlo soportado y no haberme dejado.
—Si lo hubiera hecho ellas se habrían salido con la suya, habría dado a
entender que tenían razón y yo hubiera quedado como una zorra vulgar. —
Declaró—. A lo mejor ahora puede parecer oportunista, pero me gustaría
que alguna vez, cuando no sea un secreto de estado, podamos tener un
matrimonio normal.
—Pero tú no me quieres.
—Tú a mí tampoco. —él sonrió de una forma que no le había visto
antes, pero no supo cómo interpretarla—. Pero admito que me gusta estar
así. Quizás pueda llegar a ser un comienzo.
—Aunque pueda sonar raro, a mí también me gusta. Y también creo que
pueda llegar a ser un comienzo. —Admitió él.
Volvió a besarla, ésta vez con menos urgencia pero no por ello con
menos deseo, y luego se incorporó. Sonrió al mirarla y salió del dormitorio,
pero al cerrar la puerta de su habitación volvió a la de su mujer, metiéndose
con ella entre las sábanas. No pretendía hacer nada con ella, al menos no
aún, no porque no la desease, sino porque era incapaz de imaginar lo que
debía haber pasado ese día por su culpa.
No sabía cómo ni cuándo pero la deseaba, y sus besos podían decir
cuánto. Se tumbó a su lado, la rodeó con un brazo pegándola a su pecho y,
después de besarla en el pelo, cerró los ojos. Clary deseó que no se fuera y
sonrió ampliamente al verlo entrar nuevamente en la habitación y al ver
cómo se estiraba con ella. Se le aceleró el corazón cuando él la rodeó con
un brazo estrechándola contra sí. Había admitido no quererle, pero era muy
probable que esa situación cambiase, en no mucho tiempo, si seguía
comportándose con ella como lo estaba haciendo.
Le rodeó con un brazo y se apoyó en él. Tras un suspiro cerró los ojos,
deleitándose con el calor que su cuerpo desprendía, con los latidos
acompasados de su corazón y el sonido tranquilo de su respiración.
Capítulo 8
Ninguno de los dos sabía por qué, pero desde el incidente con Karen y
Leslie durmieron juntos en la cama de Clary. No hicieron el amor pese a
estar terriblemente tentados a ello.
Ese día hacía un mes que se habían casado, pero también era el día en el
que la familia de Ayron decidió celebrar el cumpleaños del abuelo, dos días
antes de tiempo pero aprovechando que era fin de semana.
—Voy a necesitar que vengas conmigo a la residencia principal. —
Soltó Ayron dando un sorbo a su taza de café caliente.
—¿Allí?
—Celebran el cumpleaños de mi abuelo y no puedo faltar.
—¿De verdad no puedo librarme? No me gustaría encontrarme con...
—No te preocupes por eso. Te juro que no dejaré siquiera que se te
acerquen.
Al firmar el acta matrimonial estaba firmando no solo convivir con él y
serle fiel, también estaba firmando, tácitamente, tener que asistir a ese tipo
de reuniones, le gustase más o le gustase menos.
Ayron le prometió que no estarían demasiado tiempo en la mansión de
su abuelo y esperaba que así fuera. Ella podría defenderse si volvían a
acusarla de lo que en realidad no era, pero no quería ver como se metían
con él, como le decían que él no tenía nada que ver con esa familia y lo
peor, ver como él tenía que callarse como un sumiso para poder seguir
manteniendo su puesto de presidente en la empresa de su abuelo.
Se vistió con lo mejor que encontró en su armario: zapatos de tacón, una
falda corta de vuelo con encaje en los bajos y estampado de florecillas. Para
la parte de arriba eligió una camisa blanca entallada. Ató su pelo en un
moño suelto y se maquilló sutilmente. Al salir del dormitorio se encontró
con su marido, quien la miraba embobado.
—Estás preciosa.
—Es la primera vez que me dices algo así. —dijo turbada.
—Lo pienso muchas más veces de las que lo digo. —Confesó,
acercándose a ella y dejándole un beso en la mejilla—. Aunque las mujeres
que haya en la fiesta se engalanen con diseños caros ninguna podría
superarte.
—Bueno, ahí te has pasado —rió—. Puedo creerme un halago sencillo,
pero hay diseños caros realmente bonitos.
—No importa lo que digas. Para mí serás la más bonita de la fiesta.
Porque esa gente no significa nada para mí, porque eres mi mujer y
porque me gustas mucho más que todos ellos juntos.
—Ayron...
—Oh, y porque me encanta como suena mi nombre saliendo de tu boca.
Siempre lo he oído con pretensiones ocultas o con desprecio, pero tú lo
dices de forma distinta y me encanta.
Ella sonrió, poniéndose aún más colorada. Ayron agarró una de sus
manos, entrelazó los dedos y la guió hacia la entrada.
Como con cada evento importante Arthur sería su chofer, de forma que
se sentaron juntos en los asientos traseros. El conductor sonrió al verlos
juntos. Esa era la segunda vez que subían juntos y, a diferencia de la vez
anterior, ella no lo había hecho por la fuerza, tampoco gritaba ni maldecía,
por el contrario, podía ver por el retrovisor interno como tenían las manos
entrelazadas y como ella acariciaba el dorso de sus dedos. Era la primera
chica que subía en ese coche y al parecer también sería la última.
Sin que nadie le dijera nada supo que estaban llegando ya. Habían
entrado en una zona con amplios jardines por la que ya no transitaban
coches, ni en la misma ni en dirección contraria.
—Tengo miedo...
—No lo tengas. Te dije que no iba a dejar que nadie te hiciera nada.
—También tengo miedo por ti. —confesó—. Me da miedo que...
Ayron no dejó que terminase de hablar. Con la mano que tenía libre la
atrajo para besarla. Él siempre fue un chico fuerte, nunca se dejó doblegar
por nadie, ni dejó que comentarios ajenos le ofendieran.
Tampoco dejó que nadie se preocupase a su alrededor porque,
realmente, no había de qué preocuparse. Pero con ella era todo distinto. Con
ella no había hecho el amor pese a estar casados, con ella no había pasado
de esos besos que tanta pasión encendían en él y con ella nada había pasado
de las palabras. Estaba preocupada por él, pero con el tiempo terminaría por
entender que en esa parte de la familia ladraban mucho pero mordían poco.
Escucharía críticas, advertencias, amenazas, y sufriría algún que otro
percance como el que ya había tenido que pasar, pero nada pasaría de ahí.
El coche se detuvo frente a la puerta de la entrada y Clary contuvo la
respiración por un momento al ver que, entre los dos grupos de personas,
tres mujeres a un lado y cinco hombres al otro, había una cara que,
lamentablemente conocía. Ayron sujetó su mano con más firmeza aun y
bajó del sedán tirando de ella. Creyó que se detendrían para que su marido
le presentase a aquella gente, pero lejos de lo que pensó, afianzó su agarre y
siguió avanzando, atravesando las puertas de la mansión.
Miró sorprendida a su alrededor. Cuando su marido se refería a la
residencia familiar estaba muy lejos de imaginar algo como aquello, un
palacio enorme, de techos altos y decoraciones barrocas. Siguió a Ayron sin
soltarle hasta que, al cruzar una enorme puerta blanca y dorada se
detuvieron. Clary notó como apretaba aún más su mano y ella hizo lo
mismo para decirle que, aunque no fuera gran cosa, ella estaba ahí.
Se aproximaron a un pequeño grupo de hombres, donde Ayron se
detuvo frente a uno de ellos, un hombre que no parecía tener más de
cincuenta años.
—Feliz aniversario, Oliver. —Saludó fríamente.
—Al fin te dignas a venir —dijo uno de los otros dos hombres, el más
mayor y rechoncho, al que le faltaba gran parte del pelo de la cabeza pero
que, a su vez, lucía una barba densa aunque recortada—. Ha pasado un año.
Ayron le ignoró como si no le interesase lo más mínimo lo que había
dicho.
—¿En realidad te has casado? —Preguntó Oliver.
—Lo hice. —Aclaró Ayron. Los tres hombres fijaron la vista en Clary,
pero éste se puso delante de ella para evitar que le dijeran nada que pudiera
atacarla u ofenderla—. No he venido a hablar de ella. Tenéis una fiesta de
aniversario y hemos venido a presentar nuestros respetos, nada más.
Oliver estiró un brazo, llevándolo detrás de su nieto y sujetó a la
muchacha por la muñeca. Tiró de ella con firmeza, obligándolo a soltarla.
Ella miraba a su marido suplicando con la mirada, pero éste no hizo
nada en respuesta. El mayor se dirigió al pasillo por el que habían pasado
ella y su marido hacía solo unos minutos y entró con ella en un despacho.
Clary echó una mirada rápida a su alrededor solo para comprobar que la
decoración era fiel a lo que había podido ver del resto de la casa, y fijo la
vista en ese hombre, quien la había soltado al cerrar y se había dirigido a un
escritorio de madera con decoraciones doradas.
—No creo que os hayáis casado, más bien creo que es una estrategia.
—Empezó a hablar el hombre—. Dime, ¿cuánto quieres para dejar a mi
nieto tranquilo?
—¿Disculpe?
—Vamos, mis nietas ya me han dicho la clase de persona que eres, una
pobretona muerta de hambre con un padre jugador. También me contaron
que tu familia sacó tajada de esa supuesta boda. Ahora te estoy ofreciendo
lo que quieras para que sigas con tu miserable vida al margen de la de mi
nieto.
Clary se acercó a la puerta con los ojos inundados en lágrimas. Aquel
hombre era igual de despreciable que las dos arpías que la acosaron días
atrás. Pero esta vez no iba a dejarse pisotear por él, por muy hirientes que
fueran sus palabras.
—No voy a decir absolutamente nada para intentar limpiar la sucia
imagen que tienen de mí, porque sencillamente me importa un bledo.
Pero déjeme decirle algo, no todo en el mundo es dinero, señor Wells.
Quizás una persona fría y déspota como usted nunca lo haya
experimentado, pero no hay dinero que pueda pagar lo que la persona de la
que se está enamorado te hace sentir cuando se acerca a ti, o cuando te mira,
o cuando te susurra o te besa. —El hombre la miró tratando de ocultar su
sorpresa al encontrarse con una respuesta que conocía bien—.
¿Quiere que me aleje de su nieto? Está bien. Lo haré. Pero antes dele a
Ayron SWC Corporation. Y no me refiero a la presidencia, que ya la tiene,
me refiero a sus escrituras, a sus acciones. Todo. Dele a su nieto esa
empresa que tanto merece y le juro que jamás volverán a saber de mí.
Antes de que el hombre pudiera articular palabra salió del despacho.
A la derecha podía ver a su marido y a los dos hombres que le hablaban
como si valiera menos que una basura, pero no pudo acercarse a él como
deseaba hacer, por el contrario giró hacia la izquierda y, cruzando la enorme
antesala salió al jardín. No cruzó palabra alguna con las personas que allí
había, simplemente bajó la escalera y corrió hacia la zona de aparcamiento.
De pronto se vio frenada por una mano. Uno de los empleados la había
sujeto del brazo mientras Oliver la miraba desde la entrada de la mansión.
—Discúlpeme, señora Wells. El señor quiere...
—No. No me llame señora Wells. Y tampoco voy a volver a dirigirle la
palabra a ese hombre.
Oliver supo que esa chica no volvería a entrar en la mansión por las
buenas, de modo que él mismo bajó hasta la grava de la entrada para
acercarse a ella. Clary se echó a temblar al verlo venir con ese aire
soberbio.
—Puedes retirarte, Samuel.
—Señor Wells... —Dijo el empleado antes de hacer una reverencia y
apartarse de ellos.
Clary se dio la vuelta en un desplante y empezó a caminar, alejándose
del abuelo de su marido. Pero nuevamente se vio frenada.
—Le suplico que me deje tranquila.
—Los jardines son lo suficientemente grandes para que nadie nos
escuche. ¿Podemos hablar? —Preguntó. Clary frunció el ceño al notar que
el tono de su voz ahora era suave y no hosco—. Como regalo de
cumpleaños.
Sin dejar que le diera una respuesta, se agarró al brazo de la muchacha y
tiró de ella.
Clary se giró hacia la entrada de la mansión buscando a su marido con
la mirada, pero, al parecer, él ni siquiera se había dado cuenta de que había
salido. Estaba segura que si supiera que estaba fuera con su abuelo saldría
rápidamente a su rescate.
—De verdad, señor Wells. ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué no me deja
marcharme sin más?
—La respuesta que me has dado en el despacho me ha traído viejos
recuerdos... —suspiró—. Hace cincuenta años mi abuelo quería obligarme a
casarme con una muchacha de su elección, pero yo estaba enamorado de
alguien más. La cortejé fingiendo que era un chico normal y no un
heredero. Me casé con ella amándola como jamás pude querer a nadie.
De todas las cosas que ese hombre pudiera haberle contado, ni por
asomo se habría imaginado que hubiera hecho nada de lo que le contaba.
Pero en sus duras facciones había una sombra de dolor, un brillo en sus
ojos que no había visto al fijarse en él por primera vez.
—¿Por qué me cuenta esto?
—Cuando mis padres y mi abuelo se enteraron le ofrecieron dinero,
tierras y casas para que me dejase, porque ella no entraba en sus planes de
negocio. —Hizo una pausa, deteniéndose para ponerse frente a ella—.
La respuesta que Jewel les dio era tan parecida a la que me has dado que
recordarlo me ha roto el corazón.
—¿Qué pasó después?
Quizás, preguntándole por lo sucedido, terminase por darle una pista de
lo que pasaría entre Ayron y ella si no hacía caso a lo que le había pedido
unos minutos más tarde.
—Nos separaron. Anularon aquel matrimonio para casarme con quien
ellos querían. Pero la seguí viendo porque la quería y tiempo después, a
pesar de tener cuatro hijos con Mary, tuve mi deseada hija con ella. Era
preciosa, idéntica a ella y las amaba, las quería más que a nada en el
mundo. Pero hubo un accidente y Jewel murió. Mis padres y mi abuelo se
encargaron de arreglar todo lo necesario para que pudiera quedarme con mi
preciosa niña.
—¿Ella era la madre de Ayron? —el hombre asintió—. ¿Es por eso que
todos le odiáis? ¿Porque es nacido de una hija ilegítima?
—Yo no le odio. ¿Por qué crees que ninguno de mis hijos o de mis otros
nietos ha llegado al puesto de presidente de SWC?
—¿Y por qué le trata con desprecio? ¿Por qué le hace sentir indeseable?
—Porque mis hijos han crecido bajo la influencia de mis padres y mi
abuelo, y si se me ocurre ser blando con él, harán lo imposible por
despedazarnos, quitárnoslo todo y sacarme de aquí.
—Eso es horrible.
—Lo es. Sé que estás enamorada de mi nieto —ella abrió la boca para
negarlo de inmediato, pero se vio interrumpida—, y también sé que eres
especial para él porque nunca antes ha traído a ninguna chica a esta casa.
Me disculpo por el trato que te he dado y me disculpo por el trato que
estoy obligado a darte en el futuro, pero debes entender que la única
protección que pueda tener ese niño soy yo, y para ello necesito ser frio y
déspota. Y también cruel. Por eso no le dejé quedarse cuando su madre
murió, porque le habrían convertido en lo mismo que ellos. Contrario a lo
que te pedí antes... mantente a su lado. Sé su apoyo cuando todo se ponga
en contra suyo y muestra siempre por él el mismo amor que has demostrado
en mi despacho.
—Yo no le amo —aclaró.
—Eso dices, pero aunque lo niegues a voz en grito no hará diferencia
aquí. —Sonrió inconscientemente al señalarse el pecho, pero al darse
cuenta miró hacia la entrada de la mansión temiendo que alguien le hubiera
visto ser amable con ella—. Me alegro de haberte conocido y ojalá
podamos tener muchas de estas conversaciones en el futuro.
El hombre puso una mano amable en su hombro y se despidió,
alejándose a paso rápido y devolviendo a su rostro ese aspecto oscuro y
sombrío que tenía habitualmente.
Clary se quedó en el jardín con sus últimas palabras resonando en su
cabeza y, pese a todo, se alegró enormemente de haber ido a aquella
mansión en un día como ese, porque había conocido no solo a su abuelo,
sino un poco de la historia que había detrás de Ayron y, porque además,
había podido enterarse de que, en realidad, él no era tan odiado como él
creía, aunque no pudiera decírselo por miedo a que gran parte de esa familia
quisiera hundirle.
—Te he buscado por todos lados —regañó Ayron cuando se acercó a él
en la entrada de la casa—. Tenía miedo de que no hubieras podido
soportarlo y te hubieras ido.
—He estado a punto de hacerlo —sonrió, ocultando que había estado
paseando con su abuelo—. Preferí pasear un poco antes que cruzar palabras
con...
—Gracias —Ayron la rodeó con fuerza y le besó en el pelo—. Gracias
por no haberme dejado aquí solo. —Clary devolvió el abrazo, escuchando
los rápidos latidos de su pecho.
Había sido una visita de lo más extraña. Se habían vestido
elegantemente únicamente para que Ayron felicitase a su abuelo, pero
estaba bien, estaba mejor que bien, porque eso quería decir que, al salir de
la propiedad, volverían a casa, y lo harían juntos.
Capítulo 9
Aquel viernes amanecía de buen humor. No tenía planes para el fin de
semana como los había tenido el sábado anterior, pero no importaba, porque
al menos el domingo tenía la certeza de que lo pasarían juntos en casa. Le
gustaba estar con él. No hablaban demasiado, no hacían demasiadas cosas
juntos, pero le encantaba chocar con él al salir del baño, o en la cocina, y le
gustaba más aún cuando un simple roce de sus dedos le erizaba la piel. Sí,
Oliver tenía razón cuando le dijo que aunque lo gritase no habría diferencia.
Entró en la oficina con una sonrisa en los labios y saludó alegremente
tanto a las chicas como a su compañero.
—¿Nos hemos perdido algo? —Preguntó Leah mirando hacia el pasillo,
pensando que alguien le había dicho algo gracioso.
—No. Pero es viernes...
—Si. Ya solo eso es motivo para celebrar.
Las chicas empezaron a hablar sobre sus planes del fin de semana y
cuando una de ellas mencionó que, a menos que tuviera una excusa creíble,
tendría que ver a su suegra, otra de ellas propuso salir y divertirse. Hacían
algunos meses que no salían y estaba segura de que lo pasarían tan bien
como entonces.
—Mi marido se arrancará el poco pelo que le queda cuando sepa que
saldremos otra vez. Nos llama las seis fatales.
—Es que somos las seis fatales —afirmó Valery. Todas rieron por la
ocurrencia.
Quizás no eran las mejores amigas fuera de la oficina, pero dentro de
ella estaban tan unidas como una familia, se ayudaban, se protegían y se
apoyaban. Y a veces, como esa noche, salían de copas, bebían, se contaban
sus penas y sus aventuras y coqueteaban con cualquiera que estuviera de
buen ver.
—¿Escote o cuello de cisne? —preguntó Miren.
—Propongo un juego. —Sugirió Elisa—. Cada una apunta un color en
un papel y lo mete aquí —sacó los bolis de un lapicero que tenía sobre su
escritorio y colocó el recipiente vacío frente a Zac—. Nuestra mano
inocente elegirá un color por cada una y ese será el color que tengamos que
llevar.
Todas las chicas estuvieron de acuerdo de inmediato y empezaron a
anotar sus colores favoritos en un pedazo de papel, tras doblarlo a
conciencia metieron las bolas de papel en el cubilete metálico que Elisa
había dispuesto para ello y, una vez terminaron, Zac se arremangó
ligeramente con una expresión simpática. Metió los dedos y sacó el primero
de los papelillos.
—Vamos a ver... poneos en fila. Os asignaré los colores por orden. —
Aquellas chicas estaban todas chifladas, pero estaría loco si decía que
no lo pasaba en grande cuando a alguna se le ocurría algo como aquello, o
si decía que no se reía cuando Tallulah o Elisa soltaban algún comentario
sobre el presidente—. Miren, tu irás de... Azul —dijo tras desdoblar el
primero de los pliegues—. Leah, tu irás de... Rojo —soltó tras hacer lo
propio con la segunda nota—. Clary, tu irás de blanco. Tali, tú de negro.
Valery irá de... rojo, y Elisa de... también de rojo. Sí que os gusta el rojo

dijo con una mueca.
—Es un color sexy —afirmó Leah giñándole un ojo.
Ayron pasaba por delante de la oficina cuando las escuchó reír. Se sintió
tentado de pararse frente a la puerta y mirar a su mujer. Con él no se reía tan
libremente, tan despreocupada. Con él no actuaba con esa naturalidad y se
moría por ver esa faceta de ella. Pese a todo, era el presidente, así que,
quedarse mirando a sus empleadas no sería algo demasiado bien visto, así
que se recreó en el sonido de su risa y continuó su paso hasta el ascensor
del fondo.
Antes de subir desvió la mirada hacia la sala de archivos y sonrió al
recordar que ahí fue la primera vez que la besó.
Había pasado la semana pensando en algo que proponerle para que
pasaran el fin de semana juntos. Hacía varias semanas que estaban casados,
no habían tenido la luna de miel que toda pareja de recién casados sueña ni
habían hecho cosas juntos. Estaba dispuesto a proponerle cualquier cosa
cuando llegase a casa y la tuviera de frente.
Las chicas habían pasado todo el día hablando sobre dónde ir, sobre qué
ponerse, sobre una nueva bebida que muchas de ellas querían probar y
tratando de convencer a Zac de que fuera con ellas, algo con lo que no
tuvieron demasiada suerte. Al apagar el último de los monitores las chicas
se juntaron en el centro de la oficina y unieron sus manos con una sonrisa,
luego se dirigieron a la salida emocionadas por repetir una de sus noches
locas.
Habían quedado en casa de Valery, quien más cerca vivía de todas, en
dos horas. Clary no había dicho a nadie donde vivía ahora, así que tuvo que
fingir que subía al autobús que siempre cogía y correr al apartamento de su
marido. Éste no quedaba tan cerca de casa de Valery como quería, así que
debía darse prisa para llegar a tiempo.
Ayron llegó emocionado por haber decidido tomar la iniciativa de hacer
algo juntos, pero al llegar ella no estaba preparando la cena como siempre,
justo salía del baño, inundando el salón con la perfumada nube de vapor
que salía tras ella.
—¿Estás en casa? —preguntó con una sonrisa. Él solo sonrió al fijarse
que únicamente iba envuelta en una toalla diminuta.
Clary entró en su habitación y entornó la puerta para vestirse.
—¿Vas a alguna parte? —preguntó él un tanto incrédulo.
—Sí. Voy a salir con las chicas. Hay un poco de comida de ayer en la
nevera. Caliéntala para cenar.
—¿Sobras? ¿Me estás diciendo que me coma las sobras?
—No son sobras. Ayer preparé demasiado y... Puedes pedir una pizza si
no te apetece.
Al salir de la habitación Clary llevaba un vestido blanco corto y ceñido,
de manga larga, con la tela caída tanto en el escote delantero como en el
escote trasero, un escote que dejaba toda su espalda al aire.
Ayron la miró con la boca abierta sin saber qué decir. Nunca habría
imaginado que la vería con algo como eso. Llevaba ropa ajustada de forma
habitual, sobre todo los vaqueros, y le gustaba especialmente poder apreciar
su precioso cuerpo incluso con la ropa puesta, pero aquello era...
—¿Vas a... vas a salir así? ¿Qué clase de salidas son las vuestras?
—Vamos a una discoteca que hay en la zona de ocio del paseo
marítimo. —Sonrió.
—¿Y qué vas a hacer a esa discoteca así vestida?
—Beber, bailar... Pasarlo bien. Supongo que no sabes lo que es eso. —
Dijo, poniéndose delante de él, sujetando las solapas de su americana y
acercándose para darle un beso en la mejilla—. Llegaré tarde. —Dijo antes
de cerrar la puerta.
No. Se negaba a que otro hombre viera a su mujer así de sexy, y menos
aún porque, con ese vestido, invitaba a fantasear con quitárselo.
Se dirigió a su dormitorio como alma que lleva el diablo, soltó el
maletín a un lado y se cambió de traje en menos que se dice “A”. No quería
esperar a que el ascensor tuviera que subir las veintisiete plantas y volviera
a bajarlas, así que corrió a la puerta de las escaleras de emergencia y
empezó a saltar escalones de tres en tres. Un piso, y otro y otro más... Al
llegar al vestíbulo, lo hizo de sopetón, tropezándose con la puerta y
jadeando sin aliento. El recepcionista lo miró completamente extrañado.
—¿Se encuentra bien?
—Per... Perfectamente —respondió Ayron poniéndose derecho y
caminando como si nada.
—Su mujer salió hace solo tres minutos.
—Si. Lo sé. Gracias...
Atravesó las puertas hacia la calle volviendo a respirar pesadamente.
Hacía tres minutos... Le daría alcance. Le daría alcance e impediría que
fuera a ninguna parte si no era a casa con él.
Condujo todo el trayecto mirando a su alrededor, deteniéndose a
observar a todos los grupos de chicas que encontraba, esperando verla, pero
no hubo suerte. La zona de ocio era el auténtico infierno. Estaba repleto de
coches y de gente, algunos incluso iban pasados de copas, ¡Tan pronto! La
suerte estaba con él. Cerca de la entrada de una de las discotecas más
grandes había un enorme espacio para aparcar y no dudó en hacerlo. Esperó
en la cola de la entrada, donde algunas chicas se ofrecieron a invitarle a
pasar un buen rato. Temió que su mujer y su grupo de amigas fueran así de
locas cuando salían. Bajó las escaleras que daban a la pista y se sentó en la
barra, en un rincón desde donde podía verlo todo más o menos bien. Clary
no tardó demasiado en aparecer y Ayron, quien pensó que las chicas con las
que iba serían sus amigas de la universidad, se arrepintió inmediatamente
de haberse dejado llevar.
Ahora tenía que salir sin ser visto para no levantar sospechas. Se levantó
despacio y caminó entre un grupo de chicas hasta la entrada, pero entonces,
al fondo, bailando junto a un par de gogós vio una cara conocida, alguien a
quien solo había visto una vez pero quien no le gustaba en absoluto que
estuviera ahí: Colin, el ex de su mujer. Al parecer no se habían visto, pero si
podía evitarlo, tampoco lo harían.
Volvió a su rincón en la barra y vigiló desde ahí.
Su anonimato duró poco rato, Elisa, una de las compañeras de Clary,
fijó la vista en él durante unos segundos y luego alertó al resto de las chicas
que, inevitablemente, se giraron hacia él, incluyendo su mujer.
Ésta puso cara de circunstancia, como si estuviera en un lio del que le
iba a costar librarse.
—Buenas noches, señor Wells. —Saludó Miren.
—Buenas noches —respondió desinteresado, fingiendo no conocerlas.
—Quizás no sabe quiénes somos —murmuró Valery.
—Somos las chicas de su departamento de ventas. Yo soy Miren.
—Yo soy Elisa. —Elisa no se limitó solo a decir su nombre, se acercó a
él y le ofreció una mano como saludo.
Las chicas la miraron con una sonrisa, como si hubiera hecho algo
totalmente genial y también se acercaron para presentarse y tocarle.
—Yo soy Tallulah, pero en la oficina me llaman Tali.
—Un nombre original. —Sonrió ligeramente.
—Yo soy Valery.
—Yo Leah.
Clary miraba hacia otro lado pensando que les descubrirían si se les
ocurría hablarse.
—¿Y tú? —Leah dio un codazo a Clary para llamar su atención—.
¿También trabajas en SWC?
—¿Eh? Si. Me llamo Clarence.
—Clary para las amigas —añadió Leah.
Esta vez fue Ayron quien ofreció la mano como saludo. Clary se mostró
un poco reacia, pero frente a la insistencia de sus compañeras accedió.
Jamás imaginó que el simple tacto de su piel la hiciera sentir de ese modo.
Lo soltó tan deprisa como si le hubiera quemado, gesto del que todas se
dieron cuenta. Clary propuso, totalmente nerviosa, ir a la pista a bailar, pero
de las demás sólo Leah accedió.
La pista estaba llena de gente, pero a las chicas no les importó, se
metieron entre la muchedumbre, no muy escondidas de la vista de Ayron y
empezaron a bailar.
—¿Qué te ha pasado? Tú nunca eres tan tímida. ¿Será que te intimida?
—No sé... Es...
—Es que está buenísimo, ya sé. Pero podrías haber aprovechado que se
ha interesado un poco por ti.
—No se ha interesado por mí.
—No ha dejado de mirarte. Cuando puedas gírate disimuladamente.
Clary se dio la vuelta como Leah le había pedido, pero lejos de
encontrarse a su marido mirándola como se suponía, las chicas estaban a un
lado y frente a él había una pelirroja despampanante. Ésta estaba más que
cerca, y tenía las manos en sus hombros. Inmediatamente volvió a darle la
espalda y tratando de seguir bailando como si aquello no le hubiera
afectado lo más mínimo.
Ayron no tenía ni idea de que Wanda también estaría en esa discoteca y
le sorprendió cuando se acercó a él con aire seductor. No tenía nada que
hacer con él, por mucho que le recordase los buenos momentos que
pasaron, por muy sexy que vistiera o por muy simpática que pareciera, él
tenía a Clary y, aunque tuviera miles de posibilidades con cualquiera, él no
quería a otra que no fuera su mujer.
—Lo siento Wanda, pero ni creo que fuera una buena compañía en este
momento ni tengo ganas de escucharte ni estoy libre.
—¿Cómo dices?
—Que estoy con alguien. Que estoy con...
—Esta sí que es buena. ¿Estás enamorado? ¿El gran Ayron Wells, el
inconquistable, está enamorado?
—Wanda... —Advirtió.
La pelirroja torció la cabeza en un gesto gracioso y se giró para ver
dónde miraba Ayron. La pista estaba llena de chicas, algunas con pareja.
La mayoría miraba en otras direcciones y de las tres que miraban en su
dirección ninguna de ellas parecía el estilo de Ayron.
—Dime quien es y me voy —Ayron no respondió—. ¿Es la gordita de
rojo? ¿La rubia de azul? ¿O es la gótica? Supongo que es la rubia, las otras
dos no pegan contigo.
—Wanda...
—¿Y si voy a buscarla y le cuento que estuvimos juntos?
Cuando vio a Colin frente a Clary sintió como la ira le consumía. Ese
era el mismo tipo por el que había actuado posesivamente en su reunión de
ex alumnos, el mismo tipo por el que la había besado en público en contra
de su voluntad y por el que había reconocido ese matrimonio delante de
otras personas.

***

De entre la gente de la pista había alguien cerca de ellas que las miraba, éste
no bailaba y poco a poco se acercaba a ellas. Clary se detuvo tan pronto
como lo reconoció. Quizás no era el mejor sitio para encontrarse a Colin, y
menos aún porque él sabía de su matrimonio y ahí

había personas que no podían enterarse.


Colin había visto a Ayron tan pronto como entró en la discoteca, y luego
vio llegar a Clary con las chicas, los vio presentarse como si no se
conocieran de nada y eso le pareció más que extraño.
—Colin...
Él no respondió. Se acercó a ella y le dio un abrazo. Quizás su marido
podría tratarla como un extraño, pero él no lo haría.
—Yo soy Leah. Veo que os conocéis.
—Él es un compañero de la universidad.
—Podría decir que soy su ex y tampoco sería mentira —sonrió sin dejar
de mirarla.
Con mirada suplicante movió los labios pidiéndole que no dijera nada
de Ayron, pero entonces él se dio cuenta de que la pelirroja que estaba con
él coqueteaba como si no estuviera casado o como si no le importase que lo
estuviera. No sabía si Ayron le había visto a él, pero le haría saber que
estaba ahí y le haría darse cuenta de que si se permitía tontear con otras
estando su mujer delante él, también tenía que permitir que otro hiciera lo
mismo con ella. Sin decir una palabra dejó a las dos chicas y se acercó a la
barra, cerca de donde estaba Ayron. Llamó al camarero exageradamente
solo por llamar su atención y sonrió maliciosamente cuando supo que
Ayron le había visto. Tomó la copa con los dedos y se acercó nuevamente a
Clary. Leah volvió con el grupo de amigas para dar cierta intimidad a lo que
pensaba que podría ser una bonita reconciliación.
—No sé qué haces aquí mientras otra intenta liarse con tu marido —le
dijo al oído.
—Esas chicas que hay al lado suyo y Leah son compañeras de trabajo.
Ellas no pueden saber que el presidente de la empresa es mi marido. De
hecho nadie en la compañía puede saberlo, por eso es un secreto.
—¿Por qué? ¿Qué pasaría si ahora mismo voy y se lo cuento?
Colin hizo el amago de ir hacia ellas pero Clary le agarró del brazo para
frenarle.
—Por favor, Colin. Por favor...
—Has visto a la pelirroja, ¿no? —Ella asintió en respuesta—. Me
imagino que, aprovechándose que nadie puede enterarse te tiene
retorciéndote de los celos. —Clary no respondió—. Bien. No voy a decir
nada, te voy a seguir el juego, pero tú vas a seguir el mío. Vas a bailar
conmigo, vamos a ver cuánto tiempo es capaz de guardar su secretito.
Después de cruzar miradas con Ayron, Colin llevó las manos a las
caderas de su ex, se pegó a ella y se movió al ritmo de la música,
contorneándose con ella, obligándola a sonreír como si realmente estuviera
disfrutando del momento. La expresión de Ayron se ensombreció al ver que
Colin se acercaba a Clary con intención de besarla. Tenía las manos puestas
en sus muslos y, aunque ella no parecía estar respondiendo de ninguna
manera tampoco se apartaba.
—Su amiga es muy guapa. —Empezó Valery cuando la pelirroja se fue.
—No es mi amiga —Aclaró Ayron.
No podía apartar la mirada de Clary y Leah no tardó en darse cuenta.
—¿Qué le parece Clarence?
—¿Perdona?
—Normalmente nunca es tan tímida como hoy...
Tan pronto como Colin se dio cuenta de que la pelirroja se había ido,
colocó una mano en la cintura de Clary y la guió hacia la barra. Ayron no le
gustaba, y no era porque fuera guapo o porque se hubiera presentado en
aquella reunión sin invitación y sin previo aviso. No le gustaba porque
había perdido su ansiada segunda oportunidad con Clary por su culpa, por
culpa de ese tipo que mantenía oculto su matrimonio de cara a la empresa
que presidía.
—Vaya, pero mira a quien tenemos aquí... Ayron Wells... —Saludó con
aires de guerra—. ¿Qué haces aquí tan solo?
—Colin...
—¿Conoces a Clary? —la empujó un poco para ponerla delante de
Ayron y ver su reacción.
Aun estando frente a frente, Clary era incapaz de mirar a su marido, por
culpa de los celos y por culpa de la vergüenza que le daba estar ahí con ese
ex cuya presencia ya le había molestado con anterioridad.
—Si. Nos presentaron antes. Él es el presidente de la empresa en la que
trabajo.
—¿Dices que éste es el ex de Clary? —Interrumpió Tallulah mirando a
Colin de arriba a abajo.
En un momento en el que todas las chicas tenían puesta su atención
sobre Colin, Ayron se acercó a su mujer disimuladamente.
—Tu ex... ¿Encuentro casual o premeditado?
Cuando ella se giró para mirarle. Éste dio un sorbo de su copa y se puso
en pie, dirigiéndose a la escalera sin devolverle la mirada. Clary se sintió
horriblemente mal. Él también había estado hablando con aquella chica y
ella no le había dicho ni una palabra.
Después de verlo en la discoteca su humor había caído en picado, pero
fue aún peor al verle marcharse de ese modo, así que tras avisar a Leah
salió a la calle para tomar el aire.
El puerto quedaba justo al cruzar de acera y decidió caminar un poco
antes de coger el autobús de regreso a casa.
El aire era frio y aun lo notaba más después de salir del local, donde la
temperatura era bastante alta. Se encogió con un escalofrío cuando sintió
que alguien ponía una prenda sobre sus hombros. Por un momento pensó
que era Colin, que la había seguido, en una décima de segundo pensó que
era Ayron, que había pensado como ella y sabía que se iría después de él. Se
giró sin tener la más remota idea de quien era, pero su sorpresa fue al
encontrarse con Zac.
—¡Zac! ¡Has venido!
—En realidad no. Supongo que es casualidad. No sabía que vendríais
aquí.
—Cuando salimos juntas siempre venimos aquí.
—¿Pero, por qué te negaste a venir con nosotras si ibas a terminar
viniendo? ¿Y tu novia?
—Me da un poco de vergüenza decirlo pero mi novia es gogó en esa
discoteca —señaló el mismo local del que acababa de salir.
—¿Gogó? —Zac asintió rascándose la nuca—. Tiene que ser agotador
bailar la noche entera...
Zac estalló en risas. De cualquier cosa que hubiera podido esperar al
decirle que su novia se movía, ligera de ropa, delante de cientos de personas
cada noche, lo último que esperaba oír era algo como aquello.
Después de pasear durante unos minutos Clary decidió marcharse.
Había sido una idea nefasta salir con ellas esa noche y tenía la certeza
de que se arrepentiría durante días.
Ayron salía de la discoteca con ganas de volver a entrar, no porque le
encantase el ambiente cargado del interior, o porque le gustase que las
empleadas de su compañía lo mirasen como si fuera comestible, sino
porque le apetecía espantosamente dar un puñetazo al cretino de Colin y
porque deseaba agarrar a su mujer de la mano y llevársela de allí aunque
fuera a rastras. Pero caminó con grandes zancadas con dirección a su coche.
Haber ido había sido una mala idea y tenía la certeza de que le duraría el
enfado durante días.
Lo peor aún estaba por venir. Al llegar al lugar en el que había
aparcado, estaba la policía y una grúa.
—Disculpen, ese es mi coche —dijo a los uniformados.
—Muy bien. Perfecto, así no tendremos que buscar sus datos.
Nombre, número de identificación...
—¿Pueden bajar el coche?
—No. Está confiscado. Podrá pasar a recoger el vehículo a partir de
mañana.
—¿Puedo saber la razón?
—¡Claro! Mire usted, la razón la tiene ahí —señaló una señal vertical
—, y ahí —señaló en el suelo.
Había llegado con tantas ganas de ver qué hacía su mujer que ni siquiera
se fijó en que estaba dejando el sedán en un espacio reservado para
minusválidos. Maldijo internamente por su mala suerte.
Tuvo que permanecer, frente a todo el montón de gente que le miraba
como si fuera un bicho raro, hasta que la policía le dio el papel con la multa
y la tarjeta con la dirección del depósito.
Ahora nuevamente le tentaba volver a la discoteca, quizás para beber
hasta olvidar lo estúpido que había sido, quizás para hacerle pasar a Clary el
mismo mal rato que estaba pasando él, quizás para que fuera ella quien se
encargase de buscar un transporte, pero llamó a un taxi para que le llevase a
casa. Aquella era una noche digna de terminar y deseaba que lo hiciera
cuanto antes.
Capítulo 10
Atravesó las puertas del vestíbulo sin dejar que el guarda le saludase.
Subió al ascensor golpeando la botonera y al bajar en el piso veintisiete
tomó aire con fuerza. Siempre trató de dejar sus enfados en el portal, pero
esta vez no hubo suerte. Se imaginó entrando en un apartamento en el que
su mujer no estaba por estar con otro y aquello aun incrementó su enfado.
Llevó la llave magnética a la cerradura y al abrir vio luz saliendo de la
cocina. Volvió a resoplar, ésta vez aliviado por saber que Clary no estaba
con aquel tipo al que detestaba. Pasó por delante de la cocina sin decir ni
una palabra y se dirigió a su habitación, donde dejó la americana en el
armario, luego salió con dirección a la cocina. Se miraron mientras ella
bebía agua y tan pronto como se dio la vuelta para dejar el vaso en el
fregadero se acercó a ella. Agarró sus manos, poniéndolas sobre la encimera
y la bloqueó con su cuerpo. Sentía el calor de su cuerpo a través de la tela
del fino vestido blanco y dejándose llevar, puso las manos en sus caderas y
la apretó contra sí. Clary no decía nada, parecía nerviosa pero no articuló
palabra, y tampoco se movió cuando él bajó las manos por sus muslos y los
apretó. Ayron se inclinó y hundió la cara en el hueco de su cuello,
besándolo y aspirando el sutil aroma de su perfume.
Cuando metió la mano por debajo de su falda, Clary empujó hacia atrás,
apartándose de él.
—¿Esto es lo que haces con las chicas? ¿Tonteas con unas y tratas de
seducir a otras? —Preguntó—. Te fuiste antes que yo pero llegas después...
¿Esto es lo que has hecho con tu amiguita pelirroja?
—¿Estás celosa? —Preguntó él conteniendo una sonrisa.
Clary rió con sorna en respuesta. Se acercó a él, le empujó por los
hombros y lo llevó contra el mueble. Se puso de puntillas mientras rodeaba
su cuello con los brazos y se acercó a su boca sin apartar la mirada de sus
labios.
—¡Claro que estoy celosa! Estoy loca de los celos. Yo estaba ahí y tú
estabas con...
Ayron gruñó, sujetó su cara entre las manos y la besó, la besó tan
intensamente que creía que moriría si le rechazaba y se apartaba de él.
Pero ella no rechazó ese beso, y tampoco se apartó, por el contrario se
ajustó aún más contra él.
Ya no quería ponerse frenos a sí mismo, llevaba demasiado deseando
dar un paso más y llevaba demasiado esperando que ella le diera pie a ello y
ese era el momento de hacerlo. Llevó las manos a su trasero y la levantó.
Clary entendió lo que quería y, aunque le ponía terriblemente nerviosa dar
un paso más con él, no se negó. Abrió las piernas y le rodeó con ellas,
dejando caer los zapatos a medio camino entre la cocina y el dormitorio.
Por un momento creyó que irían a su habitación, habían dormido juntos en
su cama algunas noches desde que ocurrió el incidente con sus primas, pero
se equivocó, entraron en el sobrio cuarto de su marido.
Dejó de besarle para mirar a su alrededor.
—Está... Está limpio. —dijo con sorpresa.
El dormitorio parecía muchísimo más grande estando todo ordenado, la
cama parecía el doble. Se recreó por un momento en la decoración, todo en
gris clarito y negro, muy él. Las puertas del armario eran de cristal negro y
reflejaban la cama y parte del ventanal del fondo. La alfombra también era
negra y resaltaba con el suelo de madera gris.
—No tengo ni idea de cómo lo has hecho, pero te has metido en mi
cabeza de tal forma que incluso me sabía mal que esta fuera la única
estancia de la casa que estuviera desordenada.
Clary se abrazó a él con una sonrisa en los labios.
Ayron se acercó a la cama y se sentó en el borde, dejando a su mujer
sobre sus piernas. Se miraron a los ojos unos segundos, pero Clary estaba
demasiado nerviosa como para permanecer así, sin más. Se acercó a él y
volvió a besarle.
Podría parecer una pervertida si lo decía en voz alta, pero había estado
deseando ese momento como una loca desde que la besó en la sala de
archivos poco después de su boda, y a su vez también le aterraba dar ese
paso, no porque fuera una tonta mojigata, ni porque fuera la protagonista
santurrona de una novela romántica, sino porque dar ese paso significaba
que ambos estaban preparados para tener esa vida marital que ninguno de
los dos había experimentado antes.
Lejos de lo que Ayron hubiera imaginado que haría, sin dejar de besarle,
tomó sus manos entre las suyas y las llevó a su trasero. Y le encantaba, le
encantaba poder tocarla libremente sin que ella pusiera impedimentos.
Aunque haciendo memoria, tampoco los había puesto ni una de las veces
que se acercó a ella y la besó. Tomó aire con fuerza y volvió a ponerse en
pie con ella a su alrededor. La llevó contra la puerta y se ajustó entre sus
piernas para que se diera cuenta de lo dispuesto que estaba para ella, Clary
hizo un gemido mudo, algo que le excitó aún más.
Sabía que no iba a negarse a nada, así que, la hizo ponerse en pie. Unió
sus manos, llevándolas por encima de su cabeza y acarició sus brazos, sus
pechos y su cintura mientras se agachaba frente a ella. La vio sonreír
nerviosa cuando la miró a los ojos antes de proceder. No podía hacerse una
idea de lo mucho que había deseado ese momento. La falda del vestido era
ajustada, pero de una tela elástica que le permitió introducir las manos sin
siquiera levantarlo. Su piel era suave y cálida, y aun desprendía aroma a
jabón. Lentamente deslizó el vestido hacia arriba, mostrando su ropa
interior: un tanga de encaje blanco con el elástico de un tono rosa pastel.
Besó sus muslos mientras subía el vestido hacia arriba. Al llegar a sus
pechos se mordió el labio inferior. Eran perfectos, tanto que no pudo evitar
acunarlos con las manos. Clary no hacía nada más que dejarse hacer.
Sonreía con las sensaciones que ese hombre provocaba en ella, aspiraba con
fuerza cuando notaba el roce de sus labios. Cuando Ayron apretó sus pechos
y se acercó para meterlos en su boca, ella empezó a quitarse el vestido.
—Estate quieta.
—No. No quiero que solo tú disfrutes de esto.
Ayron quitó las manos de donde las tenía y la observó quitarse una de
las dos únicas prendas que vestía. Su sonrisa se ensanchó cuando ella dejó
caer el vestido a un lado, en el suelo. Clary se acercó nuevamente a él y
tomó sus manos para acariciarse con ellas y devolverlas luego después a sus
pechos. Llevó los dedos a su camisa, tenía un par de botones sueltos y no
llevaba corbata, por lo que tendría menos trabajo para dejarle como estaba
ella. Lentamente iba abriendo la camisa, acariciando su torso mientras se
lamía el labio superior. Aquello fue más de lo que Ayron pudiera aguantar.
Agarró sus hombros con fuerza, la llevó hasta la cama, la empujó despacio
hacia abajo para sentarla en el colchón y se agachó frente a ella. Separó sus
rodillas y se acomodó entre sus piernas, atrayéndola para besarla.
—¿Qué pasa? —Preguntó él al notar que se reía.
—Nada.
—¿Nada?
—Es solo que nunca he hecho esto así de despacio.
—¿Despacio?
—Sí, no sé. Me gusta, me gusta mucho, pero después de tanto tiempo es
demasiado... ¿lento?
—Pensaba que te gustaría así. Llevo días conteniéndome y te lo habría
hecho incluso antes de que salieras por esa puerta hace tres horas.
Ayron se sentó sobre la alfombra, con una mano a un lado y con la otra
tocándose el pelo.
Aquella confesión la hizo sonreír más ampliamente. Bajó hasta ponerse
de rodillas en el suelo frente a él y gateó, obligándole a estirarse donde
estaba. Mientras él la miraba sorprendido, ella procedió con el cinturón.
Luego aflojó el botón del pantalón e introdujo la mano dentro de su ropa
interior. Sonrió traviesa cuando lo notó respirar profundo y echar la cabeza
hacia atrás. Gateó sobre él y se inclinó para besarle antes de volver hacia
atrás y terminar de quitarle el pantalón. Llevaba la camisa abierta pero aun
la tenía puesta, algo que le resultaba terriblemente sexy.
Esta vez fue Ayron quien la tumbó sobre la alfombra. A diferencia de él,
ella no estaba apoyada sobre sus codos, sino que estaba con la espalda
estirada y las piernas flexionadas.
—No te haces una idea de lo sexy que eres.
—¿Quieres saber algo? —él asintió, colocándose a horcajadas sobre ella
—. En la oficina las chicas creen que eres un adonis...
—¿Las chicas? ¿Tú no?
Clary estiró los brazos, rodeando su cuello y lo atrajo contra sí.
—Yo también —murmuró en sus labios—. Pero no era eso lo que iba a
decir. Piensan que eres un Adonis y solo te han visto con traje. Si te vieran
así tendrían un paro cardiaco.
Le besó antes de volver a estirarse. Ayron tenía las piernas alrededor de
las suyas y las manos apoyadas junto a sus hombros. La camisa caía abierta
por los lados, algo que a Clary le encantaba. Volvió a levantar la cara para
besarle mientras con los dedos se deshacía de su calzoncillo.
Ahora era su turno. Ayron no se movió de la posición en la que estaba,
usó una de sus manos para apoyarse y la otra para quitarle la bonita prenda
que le quedaba. Se arrodilló para deshacerse de la camisa y aunque a ella le
encantaba verlo así, no dijo nada.
—Sé que no es lo más adecuado para preguntar ahora, pero ¿tomas
anticonceptivos o algo?
—No. Hace meses que no...
—Entonces espera. Creo que tengo alguno en...
—Estoy en mis días seguros, Ayron. A menos que tengamos una de esas
compatibilidades que asustan, no va a pasar nada. Por favor...
No iba a negar que le gustaba más hacerlo así, sintiendo por completo el
roce de sus sexos, sin extras que bloqueasen parte del placer.
Tenían la cama al lado, pero ni siquiera se preocuparon en subir a ella.
Ayron volvió a ponerse sobre su mujer, buscó su entrada y, con una
embestida firme entró en ella, haciéndola soltar un grito que mezclaba dolor
y placer a partes iguales.
—¿Te he hecho daño? —Preguntó asustado.
—Solo un poco. Pero recuerda que te he dicho que hacía meses que no
hacía esto. Por favor no te pares. Sigue.
Dicho y hecho.
Ambos sabían que no duraría mucho, era demasiado el deseo,
demasiada la necesidad, demasiado el tiempo que no tenían relaciones con
otras personas, aun así hicieron por disfrutar el máximo de cada entrada, de
cada salida, de cada beso con el que Ayron acompañaba sus embates. Clary
se había ayudado de las piernas para levantarse un poco y que su marido
pudiera entrar hasta dentro, y colocó las manos en su trasero para atraerlo
más a medida que llegaba al clímax.
Ayron había tenido sexo con muchas chicas, pero nunca lo había hecho
en el suelo. Debía reconocer que resultaba tan incómodo como placentero,
además ella estaba ayudando a lo segundo de una forma que nunca antes
había experimentado.
Poco a poco la intensidad de sus movimientos se incrementaba,
acompañándose con gemidos, con agitadas respiraciones y con rápidos
latidos.
Y de pronto ambos se detuvieron. Ayron se dejó caer sobre su mujer,
hundiendo la cara en el hueco de su cuello y besándola una y otra vez sin
moverse.
—Esto me recuerda algo... —murmuró aun sin aliento.
Trazó una corta senda de besos hasta su clavícula y succionó con fuerza,
con intención de dejar ahí una de esas marcas que mostrarían al mundo que
alguien había sido su dueño esa noche.
—¡Ayron! ¿Acabas de...? —preguntó llevándose la mano al chupetón.
—Si. Has salido sin tu anillo. Recuerda que te dije que te haría uno de
estos por cada vez que... —ella calló sus palabras con un beso—. Pero eso
no es todo. También te voy a castigar por haber hablado con ese tipo
estando yo delante. Y por no haber querido hablarme en esa discoteca.
—Tenía miedo de que se dieran cuenta.
—¿Y era mejor ignorarme?
Clary rodeó su cuello y le abrazó con fuerza, gesto que Ayron
aprovechó para hacer otra marca. Ella no quiso ser menos y llevó los labios
a su cuello, pero Ayron la detuvo antes de que lo hiciera.
—Espera. Ahí no. Si tengo alguna reunión importante no queda muy
presentable llegar con ese tipo de marcas.
—No es justo...
—No, no lo es. Pero puedes dejar todas las que quieras donde no se
vean —sonrió.
Ella se giró de lado, fingiendo estar molesta, pero sonrió cuando él la
atrajo para pegarla contra sí.
Permanecieron en silencio unos minutos, pero luego Ayron se
incorporó, tocándose la cadera y el hombro derechos.
—El suelo es un poco incómodo. ¿Por qué no subimos a la cama?
Pese a haber preguntado no había respuesta que ella tuviera que darle.
Metió una mano bajo sus piernas y otra tras su espalda y se levantó con ella
pegada a su pecho. La dejó sobre el colchón y se tumbó a su lado,
mirándola a los ojos con una sonrisa sutil en los labios.
Tenía la certeza de que algún día tendría que casarse, y sabía que no
sería alguien que pudiera elegir él por voluntad propia. Imaginaba que
terminaría casándose con alguna niña rica que la familia de su madre
escogiera, y que, probablemente, sería de las que gastan fortunas solo en
verse bonitas por fuera pero que no cuidan el espíritu. Se sorprendió al
comprobar que el nombre que su padre le había dicho a sus tíos pertenecía a
alguien como ella: sencilla, bonita, sexy y graciosa. Le gustó ver como
mostraba su genio cuando estaba en contra de lo que creía una injusticia y
le gustó que al final no se negase a ser su mujer. Había ido encandilándose
con ella poco a poco, y había descubierto que con ella no podía evitar
dejarse llevar, y que con ella podía mostrarse como era él sin que se sintiera
extraño por ello.
—¿Sabías que pasaría esto al levantarte por la mañana? —Preguntó
Clary.
—Ni siquiera lo imaginaba hace una hora. Me arrepentí de haberte
seguido a esa discoteca, y pensaba que duraría días mi enfado.
—¿Por qué te molesta tanto Colin?
—Porque eres mía y ese tipo tiene dobles intenciones. No quiere ser
solo amable contigo. —Si quería seguir pareciendo interesante debía ocultar
que le mataba de los celos verlos juntos.
—No tiene dobles intenciones. Me dijo lo que quería cuando nos
encontramos en aquella reunión de compañeros.
—¿Y aun así hablas con él?
—La pelirroja con la que hablabas también tenía dobles intenciones.
Se veía a kilómetros. Y también tú hablabas con ella. Yo no tengo ni la
más remota intención de volver con Colin, ni de hacer nada con él. Pero si
me habla le respondo. Interactuar con él no quiere decir que tenga
intenciones de acostarme con él. ¿Lo harías tú con cada chica con la que
hablas?
—Vale. Quizás me he excedido. Lo siento.
—No te disculpes, solo no desconfíes de mí. No sé qué tipo de chicas
han pasado por tu vida, pero aun sin saberlo te aseguro que no soy como
ninguna de ellas.
Ayron se acercó a ella un poco más y la besó. Metió una mano por
debajo de su cuello y la atrajo, pegándola contra sí, deleitándose con el
calor que desprendía su cuerpo y embriagándose con su perfume sutil.
Sí, estaba seguro de que ella no era como las demás, de que ni por
asomo se parecía a ninguna de ellas.
Habían permanecido mucho rato en la misma postura y Clary creyó que
su marido dormía. Su respiración era profunda y pausada, y ya no oía latir
su corazón como si fuera el de una fiera salvaje. Se movió despacio, se
inclinó para besar su mejilla y se apartó para ir a dormir a su cama, pero
pronto se vio frenada por una muñeca.
—¿Dónde vas?
—Pensaba que dormías... Voy a mi cuarto para que puedas descansar
tranquilo.
—Olvídalo. Olvida esa habitación. Desde este momento ésta es nuestra
habitación. De los dos. Así que vuelve a la cama.
Tiró de ella, haciéndola caer astutamente sobre él. Ambos sonrieron al
ver descubiertas las intenciones ocultas de Ayron.
Capítulo 11
Aquel había sido uno de los mejores fines de semana desde que se
habían casado, pero lamentablemente había llegado el lunes, y con él su
obligación de ir a trabajar. Clary se inclinó sobre su marido y le besó antes
de salir de la cama. Ayron trató de frenarla para quedarse entre las sábanas
un poco más, no importaba si por una vez llegaban tarde, nunca antes lo
habían hecho y por una vez no pasaba nada, pero ella esquivó su agarre y
corrió hacia la puerta. Ayron corrió tras ella, agarrándola por la cintura y
pegándola contra su cuerpo.
—¿Dónde crees que vas?
—A ducharme, a preparar el desayuno y a la oficina —sonrió, girando
la cara y besando su mejilla.
—Volvamos a la cama un poco más. Luego nos duchamos juntos, vas
conmigo a la oficina y tomamos allí un café de la máquina.
—Es un plan fantástico, pero tiene fallos. No puedes llevarme a la
oficina por nuestro pequeño secretito y porque, quizás tu máquina de cafés
prepare expresos dignos de un hotel de lujo, pero los cafés que tomamos en
la planta de abajo son para desesperados.
—Pero puedes subir y tomar uno conmigo.
—¿Y que mi jefe crea que de nuevo he hecho algo mal y vas a
regañarme? No quiero que me despidan.
—Si lo hacen tampoco pasará nada, no necesitas trabajar.
Clary se giró en el círculo de sus brazos y se puso frente a él. Llevó las
manos a su cara y, poniéndose de puntillas le besó. Luego rodeó su cuello
en un abrazo y cuando él la elevó del suelo rodeó su cintura con las piernas.
Sabía lo que su marido tenía intenciones de hacer y, aunque pretendía
hacerle creer que iba a dejarle, en cuanto se estiró sobre la cama con ella
encima, saltó y corrió hacia la puerta nuevamente.
—Lo siento, pero no quiero llegar tarde.
No podría negarlo aunque quisiera, Clary no era, ni de lejos, parecida a
ninguna de las chicas que hubiera conocido antes, cualquiera se habría
prestado a cualquier cosa por pasar un rato más entre sus sábanas, ella en
cambio, se hacía de rogar. Y le gustaba. Le gustaba mucho.
Salió de la cama replicando. Habían sido dos días mejor que geniales y
aunque no hubieran salido de casa, estaba agotado. Sin pensarlo, se metió
en el baño, ella ya estaba en la ducha, así que la contempló unos segundos
antes de entrar con ella bajo el chorro de agua.
Aquel fin de semana había sido como si cupido se hubiera hospedado
con ellos. Cualquier cosa que hacían, cualquier roce, cualquier mirada, era
como si fuera la pareja más enamorada del mundo, como si ese matrimonio
no hubiera sido por la fuerza, sino por amor. Y esa mañana, pese a tener que
separarse para ir cada uno a su oficina, no había sido muy distinta. Se
besaron intensamente en el ascensor, y luego en el portal, cuando ella salió
con dirección al autobús y él con dirección al aparcamiento. Ayron recordó
rápidamente que su coche estaba en el depósito por lo ocurrido el viernes
así que, sin perder ni un segundo corrió tras su mujer.
—¡Ayron! —exclamó, mirando a su alrededor por si alguien les veía.
—¿Recuerdas que el viernes llegué después de ti? —Preguntó subiendo
al autobús tras ella—. No estaba con aquella pelirroja como creíste. Estaba
con la policía. —Clary lo miró con el ceño fruncido—.
Aparqué donde no debía y se llevaron el sedán.
—¿Y Arthur? ¿No puede venir a buscarte?
—Arthur es mi chofer, pero conduce mi coche. Te dije que podíamos ir
juntos... Hoy no importa si nos ven llegar a la vez. Podemos decir que mi
transporte se ha averiado y te has ofrecido a acompañarme porque...
—¿...Vivo cerca de ti?
—Hmm... Muy cerca... —murmuró cerca de su oído con una sonrisa de
medio lado y haciéndola ruborizar violentamente.
Al bajar del autobús dejaron de hablar inmediatamente, pero ella seguía
colorada como un tomate. Justo en ese momento aparecieron Leah
y Tallulah, quienes venían andando, y no solo la vieron a ella, sino a él
también. Se acercaron a ellos preguntándose por qué Clary venía en el
autobús 22 cuando ella siempre tomaba el 27. Ella se adelantó a paso rápido
pero, pese a ello, se dieron cuenta de que Ayron la miraba de reojo. Las dos
muchachas corrieron hacia su compañera, saludando rápidamente al
presidente al pasar por su lado. Era todo un placer poder encontrarle en la
entrada del edificio, y solo por eso era un excelente motivo para tener un
gran día en el trabajo, pero en ese momento la curiosidad de por qué iban
juntos en ese autobús pudo con ellas y asaltaron a Clary a medio camino
entre la entrada y su oficina.
—Vaya, vaya, vaya... —sonrió Leah, mirando hacia atrás y
comprobando que Ayron sonreía al subir las escaleras principales—. Así
que viniendo a trabajar con el Dios de la oficina...
—¿Cómo? —Preguntó exagerada—. No he venido a trabajar con él.
Nos hemos encontrado en el autobús. Solo eso.
—¡Oh Dios mío! —exclamó Tali al ver que tenía dos chupetones en el
cuello.
—Tshhh... ¡Cállate, Tali! Se supone que no tendrían que verse... —le
dijo, tapándole la boca con la mano.
—Qué envidia me das. —Soltó Leah—. Tú pasando un fin de semana a
lo grande y yo en el cumpleaños de mi hermanastro. Aunque admito que a
pesar de ser todos adolescentes había alguno que...
—¡Serás pervertida! —exclamó Tallulah.
—No, bonita, la pervertida es nuestra amiguita. ¿Por eso salías colorada
del autobús? ¿El jefazo también se ha dado cuenta de tu aventurita? En la
discoteca parecía más interesado en ti que en ninguna de nosotras. Lástima
que se fue con aquella pelirroja, sino, a lo mejor esas marcas podrían haber
sido hechas por él.
—¿Te imaginas? —sonrió Tali soñadora—. Aunque Colin tampoco está
nada mal. Con gusto me habría cambiado por ti —soltó.
El resto de las chicas no tardaron nada en llegar y, al escucharlas hablar
sobre Colin y ver los chupetones de Clary, no tardaron en montar todo un
gallinero. Empezaron a reír, a divagar sobre como cuando y cuantas veces
lo habían hecho, a imaginar cómo debía haber sido. Leah
agarró el brazo de Clary y tiró de ella hasta el servicio, dejando al resto
de compañeras con su película. Al entrar en el baño Leah apoyó el trasero
en uno de los lavabos y se cruzó de brazos, esperando a que su compañera
empezase a hablar.
—¿Y bien? —Preguntó al ver que no hacía por contarle nada—. ¿No
me vas a contar nada?
—No sé qué quieres que te cuente... ya sabes lo que pasó para tener
esto... —se cubrió los chupetones con la mano derecha antes de volver a
mirarla.
—No te he preguntado lo que hiciste ni cómo lo hiciste. Soy mayorcita
para saberlo. ¿Te has reconciliado con él? Hacéis buena pareja y es muy
sexy.
—Sí. Me reconcilié con él —Leah no había dicho nombre alguno, por
lo que, en realidad, no le estaba mintiendo—. Hemos pasado un fin de
semana totalmente increíble. El mejor desde... Yo que sé cuándo.
—Argh... No sabes cuánto te odio. —Murmuró Leah mirándola de reojo
con una expresión de lo más graciosa—. No te lo dije, pero el vestido que
llevabas el viernes era increíble. No me extraña que ni el jefazo ni tu chico
te quitasen el ojo de encima.
Ayron tenía la absoluta certeza de que Clary no diría nada sobre su
matrimonio, había podido comprobarlo en la discoteca, pero le gustaba
verla avergonzada delante de sus amigas.
No hacía demasiado que habían llegado al trabajo, pero él debía ir a por
su coche al depósito. Podría encargar a su secretario que lo hiciera, y podría
aprovechar ese tiempo para llamarla a su despacho y tomar un café con ella,
pero como ella misma había dicho, si la llamaba, su jefe creería que había
hecho algo mal y el simple hecho de tomar un café con su mujer, podría
traer consecuencias desagradables para ella. Iría él mismo a por su coche,
pero pasaría por el departamento de ventas para poder verla, aunque solo
fuera de lejos.
Dejó orden a su asistente que le transfiriera únicamente las llamadas
importantes y bajó por los ascensores del fondo, los que le permitían pasar
por delante de la oficina de su mujer.
Al llegar a la planta inferior, se cruzó con Valery y Elisa, quienes se
dirigían a la sala de archivos con dosieres en las manos. Ambas saludaron
coquetamente pero, lejos de lo que imaginó, siguieron hablando de lo bien
que lo tuvo que pasar Clary con Colin ese fin de semana. Era una tontería, y
debía mantener el secreto, por ella y por él mismo, pero se vio terriblemente
tentado de girarse y decirles que ella no había pasado el fin de semana con
otro que no fuera él. Antes de llegar a darse la vuelta vio aparecer frente a él
a su abuelo y a dos de sus tíos, quienes venían en su típica visita de
inspección.
—Oh, estás aquí... —dijo uno de los hermanos de su difunta madre—.
Pues sí que te has vuelto cortés.
—Buenos días —saludó de mala gana.
—Esa chica... trabaja por aquí, ¿no? Karen dijo que estaba en...
—A ella dejadla al margen. —interrumpió—. En vuestras visitas
anteriores también estábamos casados y no la molestasteis.
Oliver no tardó en darse cuenta de que el sentimiento que tenía esa
chiquilla por su nieto era mutuo, por la forma en la que había tratado de
evitar que se acercasen a ella, por la petición de dejarla al margen...
—Vamos, olvidaos de ella. —Dijo caminando hacia el ascensor.
Ayron se sorprendió de las palabras de su abuelo, pero permaneció en
silencio. Los siguió mirando hacia atrás, deseando que Clary no saliera de
la oficina antes de que ellos se fueran.
Detestaba aquellas visitas. Detestaba que sus tíos vinieran de vez en
cuando a supervisarle como si fuera un mero empleado y ellos fueran los
verdaderos dueños de la empresa. Siempre le hacían sacar documentos
nuevos, los registros de las reuniones que tomaba su asistente y los datos de
los nuevos inversores si los había.
Se acomodaron en los sillones de su despacho hablando tranquilamente
mientras él permanecía callado en su sillón de ejecutivo.
Oliver lo miraba de reojo sintiendo lástima por él. Hasta la muerte de su
madre había sido un niño cariñoso y atento y, en completo contraste con el
resto de los niños de la casa, había sido risueño y juguetón. Jamás olvidaría
el día en que sus hijos echaron a Bruce y al pequeño Ayron de la mansión,
ni la forma en la que el niño miró hacia atrás mientras su padre le guiaba
por el camino hacia la salida. Deseaba con todas sus fuerzas que esa
chiquilla con la que se había casado le diera toda la felicidad que él había
permitido que le arrebatasen.
Había estado inmenso en sus pensamientos de tal forma que había
perdido el hilo de la conversación que tenían sus hijos y, lo que había
empezado siendo una charla sobre las empresas de la familia, había
terminado siendo una crítica sobre Clary y la poca vergüenza que había
mostrado en la fiesta de cumpleaños al entrar y al marcharse sin saludar a
nadie. Nuevamente miró a su nieto, quien esta vez se mostraba
notablemente incómodo.
—¿Por qué no das tu opinión? Es tu mujer de quien hablan. ¿Por qué no
la defiendes? —Sugirió Oliver, poniéndose en pie y señalando a sus hijos.
Éstos lo miraron completamente sorprendidos—. No me miréis así.
Vosotros sacáis las uñas cada vez que alguno menciona a alguno de
vuestros hijos. Él debería poder tener el derecho de hacer lo mismo cuando
os metéis con lo suyo. Adelante, di lo que quieras.
Ayron no sabía si era una trampa para saltarle al cuello o si su abuelo
hablaba en serio.
—No tengo nada que decir. Cada uno puede tener la opinión que quiera
de quien quiera.
—Pero es tu mujer.
—Adelante habla —invitó uno de sus tíos, tratando de cohibirle.
—Vosotros no hacéis nada y quizás podéis permitiros estar todo el día
paseando de un lado a otro y criticando a los demás, pero yo no tengo ni
tiempo ni ganas de perderlo tratando de convenceros de que mi mujer es mil
veces mejor de lo que seréis alguna vez todos vosotros juntos. —
Soltó.
Oliver no pudo evitar estallar en risas y, aplaudiendo como si hubiera
sido la mejor respuesta del mundo, se acercó a la puerta.
Sus dos tíos lo miraron con los ojos encendidos en furia. ¿Mejor que
ellos? Abrieron la boca para empezar a hablar cuando el mayor les pidió
que se marchasen ya. Ellos obedecieron a regañadientes, quejándose de la
respuesta que les había dado. Ayron escuchó como se alejaban
maldiciéndole a él y a su mujer.
Acababan de irse su abuelo y sus tíos y, pese a la petición de Oliver de
dejar a Clary tranquila, temió que sus tíos decidieran ir a molestarla como
habían hecho sus primas días atrás. No pretendía molestarla o interrumpirla,
pero necesitaba asegurarse de que estaba bien, de que no le habían dicho
nada. Bajó hasta la primera planta en ascensor y luego hasta la planta baja
por las escaleras principales. No llegó a acercarse a la puerta de la oficina
del departamento de ventas cuando vio salir a Clary de la mano con el chico
nuevo. Y no solo tiraba de él, él iba sujetándose la parte delantera del
pantalón y su imaginación empezó a divagar al ver que se metían en el
servicio de mujeres.
Se acercó disimuladamente a la puerta para escuchar en el interior. Se
moría de curiosidad por saber lo que pasaba y se preparó para poder
interrumpir si ocurría lo que deseaba que no pasase.
—Ah, no. Estate quieta. —gimió Zac.
—No puedo creer que se haya puesto así de duro tan deprisa —se echó
a reír y Ayron no dudó en irrumpir en el baño de mujeres para ver qué
diablos estaba pasando.
Se quedó completamente petrificado al ver a Zac ligeramente de
espaldas a la puerta y a ella agachada delante de él. Se movía
vigorosamente mientras él ponía caras de lo más extrañas.
—¿Puedo saber qué pasa aquí? —Preguntó con el ceño fruncido.
—¡Señor Wells! Le aseguro que no es lo que parece... —Clary no sabía
dónde esconderse, pero la situación de Zac era aún peor.
En un descuido, Clary dejó caer el bote de pegamento instantáneo sobre
su mesa, pero éste rodó y terminó cayendo, abierto, sobre el pantalón de su
compañero de mesa. Por si fuera poco, la tapa del bote tenía un pequeño
envase de purpurina roja, que, al intentar coger el bote lo más rápidamente
posible, se vertió sobre el pegamento. Pero la cosa no terminaba ahí, al
secarse el pantalón lo hizo sobre la piel y el pelo del muslo y de la ingle del
muchacho, y de ahí los quejidos de Zac cuando ella trataba de arreglarlo.
Ayron rodeó a los empleados tratando de ver qué era lo que hacía su
mujer. Estaba dispuesto a poner el grito en el cielo si era lo que él creía,
pero al ver la enorme mancha de purpurina en la prenda se echó a reír.
—No es muy divertido. Quema y escuece... —se quejó Zac.
—Seguro que alguna de las chicas de su oficina lleva acetona en el
bolso. Tráigala de inmediato.
—Si. —Respondió Clary, corriendo como una loca.
—Siento mucho esto. No pretendía hacer nada con ella, solo ha sido un
accidente. —Se disculpó avergonzado el muchacho—. Oh, Dios, y estamos
en el baño de mujeres...
—No se disculpe. Solo he venido porque al verlos correr de esa forma
he pensado que había pasado algo serio —mintió descaradamente, pero por
suerte Zac no parecía un chico desconfiado.
Clary regresó un par de minutos más tarde y, si la situación que había
encontrado Ayron era de lo más sospechosa, aquella era aún peor. Zac tenía
la cara como un tomate, el pantalón a medio bajar y Ayron estaba frente a
él, agachado y frotando. No pudo evitar echarse a reír al imaginar lo que
podría pensar cualquiera que viera aquella escena.
—¿Te parece gracioso? —Dijo Ayron—. Porque no lo es, es
vergonzoso, y más para este pobre chico que para mí.
Pese a haberle hablado con total confianza Zac estaba más preocupado
de cubrirse la ropa interior para que Clary no la viera, que de analizar cómo
se hablaban o qué decían.
—Aquí está la acetona. Podríais ir al servicio de los hombres. Si alguna
chica os ve aquí le dará algo.
Ayron recordó lo que le dijo noches atrás cuando, estando desnudos,
ella le dijo que las chicas de la oficina le adoraban. Ayudó al muchacho a
subirse el pantalón tiró de él hacia el baño de caballeros, guiñando un ojo y
rozando sus dedos al pasar por al lado de su mujer. Clary sonrió como una
tonta al sentir un cosquilleo en el estómago. El resto de sus compañeras lo
adoraban lo idolatraban y fantaseaban con él, pero ella era la que tenía la
inmensa suerte de sentirse como lo hacía cuando él se acercaba o la tocaba.
Cuando Zac entró en la oficina tenía la cara tan roja como la purpurina
de su pantalón.
—¿Ya has podido limpiarlo? —Preguntó Elisa disimulando una
carcajada.
—Estaba bien pegado...
—Lo siento mucho, Zac. Lo siento de verdad. Te compraré otro igual.
—Ha sido un accidente. No te preocupes tanto. Y el pelo de la pierna
volverá a crecer.
—Pero el pantalón...
—No es que tenga solo este. —sonrió.
Clary se disculpó decenas de veces hasta la hora de salir, que no fue
mucho más tarde.
Puesto que debía seguir manteniendo el secreto de su matrimonio con
Ayron fue a la parada de autobús acompañada de dos de las chicas mientras
hablaban del pobre Zac y de la nueva decoración brillante de su pantalón.
Al llegar el autobús cuyo número supuestamente debía tomar, fingió que
estaba distraída y se le escapaba. Leah no era tonta y llevó las manos a sus
hombros, empujándola contra la marquesina de la parada.
—¿Otra vez en el autobús equivocado? ¿Vas a verte otra vez con Colin?
No podía decirle que quien iba a verse no era con quienes ellas creían,
sino con alguien muy distinto, pese a ello mintió, afirmando que era su ex
con el que iba a encontrarse y que por esa razón era por la que iba a subir al
mismo autobús del que la habían visto bajando esa mañana.
Ayron llegó a casa media hora después de lo habitual. Por la mañana no
había podido ir al depósito a por su coche debido a la visita de sus tíos y su
abuelo y por el incidente de Zac después de la comida, de forma que al salir
de la oficina no le quedó más remedio que ir por él, aunque debía admitir
que ir con su mujer en el autobús había sido bastante entretenido y no
descartaba la posibilidad de repetir.
Al abrir la puerta encontró el apartamento a oscuras. Entró hasta el
dormitorio pero allí tampoco había ni rastro de su mujer. No era nada
habitual que llegase a casa y ella no estuviera, por lo que no supo si
llamarla, si salir a la calle a buscarla o si simplemente sentarse a esperar.
Se había puesto ropa deportiva, así que decidió salir a la calle y caminar
en busca de un «encuentro casual». A la entrada no se habían visto, pero a
la salida, el recepcionista le informó que su mujer había ido a hacer la
compra. Ayron sonrió internamente al imaginar su cara cuando la
sorprendiera en el supermercado, además sabía dónde ir a buscarla, dado a
que ella no conducía coche alguno y probablemente tampoco pagaría un
taxi para que la llevase a casa. Corrió tres manzanas más allá y giró a la
derecha. Entró en el establecimiento con la absoluta certeza de que ella
estaría allí, y pronto lo comprobó. Clary no solo estaba allí, sino que no
estaba sola. Dio un par de pasos a un lado para esconderse tras un estante y
la observó. Le hervía la sangre cuando la imaginaba con ese tipo, pero era
aún peor cuando los veía cerca uno del otro. Pese a que ella le había dicho
que no quería nada con Colin, no podía evitar ver que se llevaban bien y
menos aún, darse cuenta de que realmente hacían buena pareja. Se escondió
hasta que los vio pasar de largo y salió de allí de vuelta a casa. Una vez más
iba a por ella y regresaba dándose cuenta de que había sido un completo
error.
Había comprado más cosas de las que podía cargar y al llegar, tenía las
manos destrozadas por el peso, pero no le importó, entró en el apartamento
con una sonrisa en los labios, muriéndose de ganas por ver a su marido.
Suponía que debía haber llegado hacía rato y no se equivocó.
—¿Qué tal la compra? —preguntó él nada más verla entrar.
—Bien, supongo. —Rió—. Solo ha sido una compra.
—Te he visto con tu ex.
—Me he encontrado con él por casualidad. ¿Sabes que vive en este
vecindario? No tenía ni idea.
—Supongo que ahora ya tienes la excusa perfecta para verle.
—¿Cómo?
—Olvídalo. Cena sin mí. Me voy a dormir —dijo de mala gana y
encerrándose en su habitación.
Clary se quedó en medio del salón sin saber qué hacer. Ya le había dicho
que entre ella y Colin no había nada, y también le había dicho que no
pasaría nada, porque no quería y porque ahora estaba casada. No sabía por
qué cada vez que veía a Colin tenía que enfadarse como si les hubiera
pillado in-fraganti, en medio de algo indebido.
Colocó la compra en los armarios y la nevera y se sentó unos minutos
en la mesa de la cocina. Su marido no salió, y ella no iba a cenar si él no lo
hacía con ella. Bebió un vaso de agua y fue a su habitación. Ayron le había
dicho que ahora su dormitorio era de los dos, pero estaba enfadado, y lo
último que quería era agravar su irritación estando a su lado.
Estaba cambiándose cuando Ayron entró sin llamar. Se miraron unos
instantes antes de que él empezase a hablar.
—Todo el mundo cree que estás con él.
—Si con «todo el mundo» te refieres a las chicas... Yo no he confirmado
nada. Les he dejado creer lo que quieren por no poder contarles la verdad.
—Cada vez se me hace más difícil imaginar que estuviste con ese tío.
—Pues no imagines nada. Las cosas del pasado pertenecen al pasado.
—Ayron se sentó en el borde de la cama visiblemente frustrado y, se
cubrió la cara tras apoyar los codos en las rodillas. Clary se agachó frente a
él y puso las manos en sus muslos—. ¿Sabes? a mí me pasa igual. Me
cuesta imaginar que hayas hecho sentir a otra del mismo modo que me
haces sentir a mí...
Al escucharla decir eso apartó las manos y la miró directo a los ojos,
luego sujetó su cara y la besó, dulce y lentamente, sintiendo en sus labios la
calidez de su boca. Ella le empujó por los hombros estirándole sobre la
cama y se deslizó sobre él.
—Clary... —murmuró, mirando su cuerpo casi desnudo y sintiendo
como el suyo propio empezaba a entrar en calor.
—Nunca, y repito, nunca, desconfíes de mí. Estoy casada contigo, no
necesito buscar en un ex, lo que me encanta hacer contigo.
Ayron llevó las manos a su cintura para tumbarla a su lado y deslizó la
cremallera de su sudadera, indicándole lo que quería, ella sonrió y acarició
su torso por encima de la camiseta respondiendo a su petición muda.
Ésta vez prácticamente no hubo juegos previos. Se besaron y se
acariciaron mientras se desprendían de la ropa, luego simplemente pasó.
Terminaron más deprisa de lo que hubieran deseado, pero el placer fue
igual de intenso que todas las veces anteriores. Clary salió de encima de él y
éste la rodeó con un brazo, llevándola contra su pecho. Ambos suspiraron y
sonrieron a la vez y él tomó una de sus manos entre las suyas, notando el
anillo de casada entre sus dedos.
—¿Eres feliz?
—¿Lo eres tú? —respondió ella.
—Fue una boda de conveniencia, lo hicimos por la fuerza. Me gustabas,
pero no tenía intención de llevar una vida de casados contigo...
—Espera, espera, ¿te gustaba?
—Sí. Ya sabes que te investigué un poco... Pero también era así para ti.
Lo supe cuando te besé en la sala de archivos no me rechazaste, y luego,
en tu reunión de amigos... Cuando devolviste mi beso de aquel modo...
—Ella ocultó el rostro avergonzada—. Nunca pensé que pudiera estar
así de bien con otra persona, y me gusta. Me gusta vivir contigo y como es
nuestra relación. ¿Y tú? ¿Eres feliz?
—No has respondido.
—¡Claro que he respondido!
Clary remoloneó para dar su respuesta, pero él sujetó su cara por la
barbilla y le obligó a mirarle.
—No sé si es felicidad, pero no cambiaría esto por nada. —Confesó.
—Yo tampoco.
Se miraron a los ojos unos segundos antes de besarse hasta terminar
dormidos.
Quizás habría empezado siendo un matrimonio de conveniencia, una
boda por la fuerza que había beneficiado a las dos partes por igual, pero
poco a poco se había convertido en un matrimonio real, con sentimientos
verdaderos, con celos reales y con la sensación de que realmente eran el
uno para el otro.
Capítulo 12
Se levantó antes de que Ayron se despertase. Lo miró un par de
segundos antes de salir de la cama con una molestia incómoda en un lado
de la espalda. Se duchó tratando de no pensar en ello y luego fue a la cocina
para preparar el desayuno. Aquella noche, mientras cenaban, Ayron le dijo
que tenía una cena importante con un inversor, por lo que quería compartir,
al menos, el desayuno con él, a solas, en la intimidad de su apartamento.
—Te has levantado sin decirme nada... —murmuró, sorprendiéndola
mientras la rodeaba con los brazos en la cintura.
—No quería despertarte.
—Qué bien hueles... —ella sonrió, apoyando su cara en la de él—.
Tendrías que haberte quedado más rato conmigo. Sabes que me encanta
tenerte ahí hasta el último momento.
Clary no iba a decirle que se había levantado por culpa de esa molestia
que sentía a un lado, no quería preocuparle de forma innecesaria.
Desayunaron sin que él pudiera dejar de mirarla y sonreír, pero
lamentablemente debían separarse para ir a la oficina. Por suerte era viernes
y el fin de semana prometía ser tan emocionante como los anteriores.
Antes de salir cada uno en una dirección, ella hacia el autobús y él hacia
el aparcamiento, se besaron apasionadamente, obligando al recepcionista a
apartar la mirada avergonzado.
—Hasta luego, Kyle —sonrieron ambos, mirándose antes de separarse.
—Vayan con cuidado —dijo el hombre, negando con la cabeza.
—Ah, el amor... —dijo una de las vecinas que entraba con una bolsa en
las manos—. Ese chico parece otro desde que se casó.
—No solo lo parece —murmuró el recepcionista mirando hacia donde
se habían ido.
La noche había llegado y se encontraba peor que mal. La molestia de su
espalda se había convertido en dolor, y al mediodía ni siquiera había sido
capaz de probar bocado, por lo que, además, también se sentía débil.
Lo último que quería era que Ayron se preocupase por algo que
probablemente terminaría yéndose a la mañana siguiente.
Hacía un par de semanas que dormían juntos en la habitación de Ayron,
a pesar de ello, ella seguía teniendo sus cosas en el cuarto que le había
asignado al casarse, por lo que entró allí para buscar con qué vestirse. Era
una cena seria, y no podía usar su vestuario informal de siempre ni la ropa
que usaba para salir con las chicas. En el armario tenía algunas prendas que
había comprado días atrás y eligió un vestido de encaje de color berenjena,
con la falda ligeramente plisada, tirantes que cubrían sus hombros y se
cerraban a la espalda, dejando parte de esta descubierta. La falda cubría
solo hasta medio muslo, por lo que iba con un atuendo serio pero sexy. Se
había maquillado sutilmente, solo un poco de rímel, un poco de pintalabios
de un color clarito y un poco de colorete, el cabello lo tenía recogido en una
trenza de espiga muy suelta y a un lado.
Al salir del dormitorio Ayron sonrió ampliamente.
—¿Qué? ¿Voy mal? ¿Muy atrevido?
—No. Estás... Estás preciosa. Siempre lo estás, pero ese vestido te
queda perfecto. —Clary sonrió en respuesta y dio una vuelta para que
pudiera verla bien—. Oh...
—¿Oh?
—No llevas...
—¿Solo te fijas en eso?
—Es que me encanta cuando no llevas ropa interior, ya sabes lo mucho
que me...
Clary lo calló de un beso, pero se apartó deprisa al notar como su
marido ponía las manos en sus pechos y acariciaba la punta, endureciéndola
solo con ese gesto. No le gustaba cuando se le notaban los pezones a través
de la ropa porque dejaba claro que, o tenía frío, o estaba excitada. En cuanto
se dio cuenta se dio la vuelta para ir a cambiarse, pero Ayron rodeó su
cintura y la frenó.
—¡Suéltame! Ayron no puedo salir así...
—Yo voy igual... —Al fijar la vista donde él señalaba se ruborizó—.
No te cambies. Cuando salgamos ya no se notará. Pero no olvides que
en no más de un par de horas estaremos de vuelta... —sonrió pícaro.
Sujetó su mano y tiró de ella hacia la puerta. La besó intensamente antes
de salir. Fingía que no le dolía la espalda, reaccionaba a todo lo que Ayron
le decía o le hacía, pero de vez en cuando debía contener la respiración para
que doliera menos.
Durante todo el trayecto hasta el restaurante, ninguno de los dos dijo
nada. De vez en cuando él acariciaba su muslo izquierdo con los dedos,
haciéndola sonreír, pero no hablaron. No era raro, aun llevando varios
meses casados no mantenían largas conversaciones, quizás porque, a pesar
de estar a gusto uno al lado del otro, aun no era del todo una relación
normal.
—¿Siempre asistes solo a estas reuniones?
—No. Normalmente van mis tíos. Y cuando he tenido que ir yo,
siempre ha venido alguno de ellos conmigo.
—¿Nunca has ido solo? —él negó con la cabeza.
—Esta vez supongo que esperan que meta la pata con algo y el inversor
quiera retirar su dinero de la empresa.
—Me asusta un poco no poder serte de ayuda.
—Claro que eres de ayuda. No te llevo solo de acompañamiento. Ese
inversor está interesado en el departamento de ventas y en el de gestión.
—¿Y me lo dices ahora? ¿Qué tengo que decirle si me pregunta algo
que no sé?
—Tranquila. Estas cenas son solo formalidades. Ni siquiera se suele
hablar de negocios. Solo disfruta la comida y entretente tanto como puedas.
Antes de que te des cuenta estaremos en casa.
Una nueva punzada hizo a Clary contener la respiración. A duras penas
podía soportarlo. No tenía ni idea si iba a poder comportarse debidamente
sin que nadie notase nada raro.
Acababan de llegar al restaurante, un lugar al que habían tenido que
subir en ascensor hasta el último piso. El salón tenía un aspecto serio y
elegante. Las mesas estaban vestidas de negro y blanco, las sillas, con
respaldos altos, eran oscuras, combinando perfectamente con el resto de la
decoración. Sobre las mesas había velas encendidas y la iluminación era
bastante baja, dándole al lugar un aspecto cálido e íntimo. Clary se sujetó
con fuerza al brazo de su marido y éste, al ubicar la mesa en la que debían
sentarse empezó a caminar, llevándola con él.
En la mesa no estaba solamente el inversor, junto a él se sentaba una
mujer joven, una chica que probablemente no llegaba a sus treinta, elegante,
distinguida y muy bonita, cuyas curvas se veían marcadas gracias a la falda
de tubo y a la camisa escotada que llevaba. Esta sonrió ampliamente al ver a
Ayron, gesto que no le gustó, a pesar de que su marido no devolvió la
sonrisa.
—Señor Sanders. Señorita Sanders. —Saludó amablemente,
ofreciéndoles una mano—. Ella es Clarence Wells.
—¿Wells? —Preguntó la muchacha, mirando a Clary con la duda
dibujada en su cara.
—Sí. Ella es... Es mi prima.
Aquello cayó sobre Clary como un jarro de agua fría. ¿Su prima?
¿Aquella chica se lo estaba comiendo con los ojos y él la presentaba
como su prima? No como una amiga, o como una compañera de trabajo, no,
como su prima.
—Encantado de conocerla, señorita Wells.
—Igualmente, señor —respondió todo lo educadamente que pudo,
sintiéndose la más estúpida del mundo.
Tanto el hombre como la chica les invitaron a sentarse con un gesto y
Ayron no dudó en retirar la silla caballerosamente para que su mujer se
sentase. La mesa era circular y solo había dos sitios en los que Ayron
pudiera sentarse, o al lado, o frente a la preciosa chica rubia, y lo hizo a su
lado.
—Vimos en una columna, el mes pasado, que sigues siendo uno de los
solteros más codiciados... —soltó el hombre.
—Sí. Ya sabe. Uno no deja de buscar, pero aún no llega la indicada, la
única con la que uno desea pasar el resto de su vida.
Aquello hizo sentir a Clary poco menos que un cero a la izquierda.
¿Qué se suponía que hacía ella allí? ¿Para qué la había llevado
realmente?
—Quizás no tengas que buscar mucho más. Llevamos un tiempo
pensando en quitarte ese título.
Ayron sonrió educadamente pero miró de reojo a su mujer, quien no
había levantado la mirada de la copa de vino que le había servido el maître.
Dejó de escucharles cuando la conversación subió de nivel, cuando
empezaron a hablar de la pareja tan bonita que harían y de lo bien que
podría ir que se casasen de cara a las empresas y la economía de las dos
familias. Se removía incómoda en su asiento, conteniendo el terrible dolor
de su espalda y el que Ayron estaba provocándole al negarla como lo estaba
haciendo, al hacerla sentir un objeto, un algo sin importancia.
De pronto, con una de las punzadas, sintió un mareo que la obligó a
cerrar los ojos para no caerse de la silla, pero no llegó a notarlo nadie.
—Si me disculpan... —se puso en pie súbitamente y, sin siquiera mirar a
su marido, corrió al ascensor.
—Hoy no se sentía muy bien —mintió Ayron sin saber que lo que decía
no era mentira—. Lo siento pero he de ir con ella. No quiero que le pase
nada.
—¡Ayron! —Exclamó la chica, agarrando su mano antes de que se
alejase—. ¿Podemos terminar esta conversación en otro momento? Me
gustaría...
—Lo siento. Tengo que irme. —Se disculpó, soltándose del agarre de la
muchacha.
No tenía intención alguna de seguir hablando de su falsa soltería con
Sanders y su hija. Corrió tras su mujer lamentando haberse comportado de
esa forma. Tendría que haberles cortado cuando empezaron a hablar ya que,
al parecer, era ese el motivo por el que habían pedido cenar con él. Al llegar
a la puerta se encontró a Clary apoyada en una pared, con una mano en su
cintura y la otra en la frente. Se sintió un ser miserable al verla tan afectada.
Se acercó a ella buscando la manera de disculparse por la horrible cena a la
que le había llevado.
—¡Hey! —le dijo suavemente al darle alcance.
Ella lo miró a los ojos con una expresión que no había visto antes y se
sintió incapaz de encontrar qué decir para intentar calmarla.
—Quiero irme a casa.
—Claro. Espera aquí. Voy a por el coche.
Subió al sedán sin articular palabra, y continuó así durante un rato. Se
había sentado de forma que las piernas quedaban lo más alejadas de las de
su marido. Lo último que quería era que se le ocurriera tocarla, que
pretendiera actuar como si no hubiera pasado nada. Ayron le preguntó un
par de veces si estaba bien, pero ella se limitó a seguir mirando por la
ventanilla sin responderle.
—¿Estás enfadada? —Preguntó sin obtener respuesta—. Clary háblame.
¿Estás enfadada?
—¡Claro que estoy enfadada! Ayron, les has dicho a ese hombre y a esa
chica con la que hablabas de tu soltería, que era tu prima. ¡Tú prima!
Prácticamente os estabais comprometiendo estando yo delante... ¿Cómo
crees que me he sentido cuando de pronto has dicho eso de que...? ¿Sabes
qué? Olvídalo. —Soltó—. No. Quizás no sea enfado lo que tengo. Estoy
dolida. Me has hecho sentir peor que nunca.
—Pero lo he dicho para mantener nuestro secreto. Ya sabes que...
—¡No! No sé nada. Lo que sé es que me has llevado de carabina y he
tenido que ser testigo de vuestro espectáculo de seducción.
—No estaba seduciéndola, Clary. Mi mujer eres tú, y no tengo deseo
alguno de seducir a ninguna otra.
—Pues haber dicho la verdad, o haberlos frenado cuando han empezado
a decirte que estaban pensando en quitarte el título de soltero.
Ayron se sonrió, era tan bonita cuando se enfadaba.
De pronto, cuando el semáforo de peatones empezó a parpadear, Clary
supo que en breve tendrían paso otra vez y se bajó del coche sin más.
—¡Hey no! —Exclamó— ¡Clary!
Ayron se quitó el cinturón de seguridad y abrió la puerta con intención
de correr tras ella, pero las luces se pusieron en verde y los coches que
había tras él empezaron a pitar, por lo que se vio en la obligación de seguir
avanzando. Buscó aparcamiento desesperadamente, pretendiendo dejar el
coche donde fuera e ir a por ella. Le pediría perdón de la forma que hiciera
falta y volverían a casa. Se detuvo, frustrado, en el siguiente semáforo,
golpeó el volante pensando en que los malos ratos que había pasado él
habían sido solo por su culpa, ella le había pedido que no dudase de ella y
en realidad no le había dado motivos para ello, en cambio él...
Ahora que todo parecía ir perfectamente bien en su relación, ahora que
tenían un matrimonio más o menos normal, tenía que hacerle sentir como si
ella no significase nada para él. «Uno no deja de buscar, pero aún no llega
la indicada, la única con la que uno desea pasar el resto de su vida». Resonó
nuevamente en su cabeza. Sí, era obvio que ella no había llegado a su vida
porque él hubiera querido pasar el resto de su vida con ella, pero días atrás
admitieron estar bien en esa relación... Un nuevo mareo la llevó a buscar
una pared en la que apoyarse, pero la mala suerte parecía seguirla desde que
había amanecido. A unos metros, en la misma acera por la que ella
caminaba, venían tres chicos que se sonrieron al verla.
—Hola guapa. ¿Quieres pasar un buen rato? —preguntó uno de ellos,
tocándole el trasero.
Clary se sentía tan mareada que ni siquiera encontraba fuerzas para
articular palabra para defenderse.
—Venga, vamos, seguro que te diviertes... —Uno de ellos se agachó
para mirar bajo su vestido y el resto se echó a reír.
De pronto sonó un golpe y uno de los tres cayó contra el suelo.
—Hey, hey, tranquilo —levantó las manos otro.
—¿Eres su novio o algo así?
—Algo así —advirtió una voz masculina que Clary reconocía bien a
pesar de estar de cara contra la pared. Los acosadores huyeron de allí y su
rescatador se acercó a ella—. ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño?
Clary no pudo más que darse la vuelta. Luego, al ver a Colin sonrió
levemente y cayó inconsciente.
—Madre mía, ¿le han hecho algo? —preguntó la chica que iba con él.
—No. Creo que no. Alex, busca en su cartera. En el móvil debe tener el
número de su marido, llámale, cuéntale lo que ha pasado y pídele que venga
a buscarla.
La muchacha obedeció, mientras Colin trataba de despertarla ella
intentaba desbloquear el teléfono.
—Está bloqueado. No puedo ver la agenda, ni nada...
Colin metió una mano por debajo de su espalda y la levantó en
volandas. En ese momento Clary soltó un grito de dolor que estremeció
tanto al ex como a la chica.
—Dios mío, Clary, ¿estás bien? —preguntó con miedo a moverse
aunque solo fuera un centímetro.
—Me duele...
—¿Dónde? ¿Dónde te duele? —Ella llevó una mano a su espalda, justo
bajo sus costillas—. Te voy a llevar al hospital. Dinos la contraseña de tu
móvil para que llamemos a tu marido.
—No. A él no...
Ambos se quedaron con la duda de por qué no podían avisar a su
marido, pero no indagaron, ella trataba de hablar con un hilo de voz casi
inaudible. Alexandra iba sentada en el asiento trasero del coche con la
cabeza de Clary sobre su regazo y trataba de tranquilizarla en el trayecto al
hospital.
Llegando a la sala de urgencias Colin empezó a gritar, pidiendo un
médico completamente desesperado. Llevaba a Clary en brazos y ella
parecía estar inconsciente otra vez. Por suerte, alguien se acercó a ellos y
les atendió rápidamente. Alexandra miraba a Colin con una ceja arqueada,
éste respondía sin ningún tipo de duda a cualquier pregunta que le hicieran
sobre ella, fecha de nacimiento, nombre completo, alergias... Ella no tenía
ni idea del tipo de relación que les unía, sabía que no era su novio puesto
que le había pedido que llamase a su marido, y no compartían el mismo
apellido, por lo que no eran hermanos. Cuando pusieron a Clary en la
camilla para hacerle las pruebas necesarias y se sentaron en la sala de
espera, se sintió tentada de preguntarle.
—Estuvimos juntos durante tres años... —confesó.
—Tres años... ¿Lo dejó ella o lo dejaste tú?
—Fue Clary. Aunque en realidad lo provoqué yo. Estaba acostumbrado
a ella y había otra chica... No sé qué me pasó. Empecé a pasar de ella para
tontear con la otra y cuando quise darme cuenta...
—Pero ella te gusta. Parecías un loco cuando has visto a aquellos tres
acercarse a ella. Has saltado por encima de la mesa...
—Supongo que uno no puede olvidarse del cariño que sintió... Fueron
tres años... Pero ahora ella está casada y estás tú... —dijo estrechando una
de sus manos.
Durante una hora eterna, Colin y su cita esperaron, prácticamente en
silencio, a que el médico saliera para darles los resultados. Y después de
media hora más, salió un hombre con una bata blanca y una carpeta
metálica en las manos.
—Señor Wells... —Alexandra miró a Colin, sabiendo que él no se
apellidaba así, pero no dijo nada—. Su mujer tiene un cálculo renal y un
riesgo importante de sufrir una obstrucción en el uréter.
—¿Riñón?
—Sí, señor. En el riñón. Es uno de los peores dolores conocidos. Para
llegar a desmayarse es que ha debido padecer lo innombrable. —Colin se
dirigió a la puerta apretando los puños. ¿Qué diablos hacía su marido
mientras ella estaba sufriendo de esa manera? Regresó un instante más tarde
para terminar de escuchar al médico—. Le hemos administrado un par de
fármacos para el dolor. Ahora mismo está sedada, pero pueden llevarla a
casa. Aquí tiene unas recetas y las indicaciones que debe seguir —dijo el
hombre ofreciéndole un sobre.
Tras las instrucciones del médico la llevaron al coche. Clary se negó a
que la llevasen al apartamento de su marido, habría estado inconsciente y
estaría atontada por las medicinas, pero recordaba perfectamente lo que
había pasado en el restaurante y lo último que quería era sentirse aún más
miserable haciendo que Ayron tuviera que ayudarla esa noche.
Pese a que ni Colin ni su cita preguntaron por las razones por las que no
quería ver a su marido ella se las contó. Colin ya sabía que debían mantener
su matrimonio en secreto y creyó que le serviría como desahogo, ya que
tampoco podía contárselo a las chicas.
Tal como pidió, la llevaron a casa de su padre, quien no vivía demasiado
lejos de allí, en una callecita estrecha en una casa de dos plantas no muy
grande.
—¿Colin? —preguntó Will tan pronto como abrió la puerta y se
encontró con su hija en brazos de su ex—. ¿Qué ha pasado?
—No te preocupes, Will. Se le pasará. Tiene un cálculo en un riñón. Se
ha desmayado en la calle...
—¿Y Ayron?
—No quiero verle —murmuró ella.
Will le hizo un gesto para que la llevase a su habitación y mientras tanto
se quedó charlando con la chica que iba con Colin.
La dejó sobre la cama con cuidado y se agachó a su lado para
preguntarle si estaba bien, ella asintió entrecerrando los ojos y luego él salió
del cuarto, dejándola tranquila para que descansase. De vuelta al salón
Colin le contó lo que le había dicho el médico, que debía haber pasado
mucho dolor, le explicó lo que ella les había contado acerca de su cena y el
motivo por el que Ayron no estaba ahí en su lugar.
—¿Él no tiene ni idea de lo que ha pasado?
—No. Tampoco hemos podido avisarle porque el móvil de tu hija tiene
contraseña y no hemos podido encontrar su número.
Will sabía lo que era pasar por disputas maritales, no importaba la
índole, había discutido con su mujer y sabía bien que los únicos que de
verdad pueden resolver esos problemas son los dos implicados, así que
haciendo a un lado los deseos de su hija de no verle, llamó a Ayron.

***

Había sido incapaz de encontrar aparcamiento cerca de donde Clary se


había bajado y, cuando encontró un sitio en el que poder dejar el coche,
estaba demasiado lejos, así que condujo hasta casa y esperó pacientemente
a que ella llegase. Sabía que estaba enfadada, y como la primera vez que se
enfadó con él, supuso que tardaría en volver. Esperó

pacientemente una hora, y otra, pero Clary no llegaba y empezaba a


desesperarse. Tampoco respondía a su teléfono, por muchas veces que
intentase llamarla. De pronto, pasadas las dos y al borde de un ataque, sonó
su teléfono. Pero no era ella, sino Will. Descolgó con el pulso acelerado,
temiendo que hubiera pasado algo.
—Will... Dime que no ha pasado nada...
—Es mejor que vengas.
—Por favor, dime que no ha pasado nada. Que ella está bien.
—Ella está aquí, Colin y su novia la han traído. No ha pasado nada
grave, pero se niega a verte y quiero que lo arregléis.
Ni siquiera tuvo que pensarlo. Corrió como loco hasta el coche y
condujo a toda velocidad hasta la dirección que su suegro le había enviado
en un mensaje. Nunca había estado allí y, cuando había investigado a Clary
días antes de conocerla, la dirección de ella era muy distinta. Frente a la
casita de Will había un coche blanco, supuso que se trataba del de Colin y
que aún seguía allí. Bajó del sedán con el pulso tembloroso. Su mujer se
negaba a verle y él no tenía como disculparse por el mal rato que le había
hecho pasar. Se acercó a la puerta, pero no hizo falta que llamase, tan
pronto como levantó la mano, ésta se abrió.
Will se colocó frente a él con los brazos cruzados en el pecho.
—Buenas noches, Will.
—Ayron...
A unos metros de su suegro pudo ver a una chica y junto a ella estaba
Colin. Dejándose llevar por el momento, apartó a su suegro, corrió hacia el
ex de su mujer como alma que lleva el diablo y le cogió por la pechera de la
camiseta.
—¿Qué le has hecho a mi mujer?
—¿A tu mujer? ¿No eres tú ese soltero que va a las cenas de
compromiso con su prima? —Ayron lo soltó sin saber qué decir—.
Estábamos en medio de una cena cuando la hemos visto pasar. Tres tíos
han estado a punto de hacerle daño y, contrario a lo que tú haces, la he
defendido.
—Ha saltado por encima de la mesa —añadió la chica con una sonrisa.
—Ayron, Clary ha estado sufriendo mucho. Tiene una piedra en un
riñón que la ha llevado a desmayarse un par de veces. —Soltó Will.
—En el hospital nos han dicho que es uno de los peores dolores que
hay, y que ha debido soportar muchísimo dolor. —Explicó Colin—. Han
tenido que darle sedantes.
—¿Dónde está?
Will le guió hasta la habitación que ocupaba su mujer y tan pronto como
abrió la puerta y la vio tendida en la cama se acercó a ella, arrodillándose en
el suelo a su lado. Dormía tranquila, su expresión no mostraba dolor, o
enfado, o tristeza. Acarició su pelo, que antes estaba atado en una trenza,
pero ahora estaba suelto. Apoyó la frente en su hombro.
—Perdóname —murmuró—. Perdóname por no darme cuenta, por
haberte hecho pasar por el mal rato del restaurante y estando así... —De
pronto se levantó, se acercó a su suegro y puso las manos en sus hombros
—. Quiero llevarla a casa.
—Ayron, está sedada. No vas a poder hablar con ella.
—No importa, pero quiero llevarla conmigo.
Will alzó las manos, como permitiéndole que hiciera lo que quisiera y
Ayron ni siquiera lo dudó. Retiró la ropa de cama, metió una mano bajo las
piernas de su mujer, otra tras su espalda y la pegó a su pecho. Luego
caminó, a través del salón y de la entrada, hacia su coche. Para su sorpresa,
Colin se acercó a ellos y le ayudó, abriendo la puerta de acompañante del
sedán.
—Gracias —murmuró.
—No me las des. No lo hago por ti.
—De todas formas. Gracias.
Cerró cuidadosamente después de reclinar el asiento para que estuviera
cómoda y ponerle el cinturón de seguridad. Miró a Will, a Alexandra y a
Colin y luego arrancó, alejándose de allí con dirección a un apartamento del
que no tenían que haber salido esa noche.
Eran cerca de las tres de la madrugada cuando la dejaba cuidadosamente
sobre la cama. Negó con la cabeza, sintiéndose el tío más estúpido de la
tierra una vez más. Había negado un matrimonio que estaba aportándole
más que todas sus relaciones anteriores juntas, había negado un matrimonio
que días atrás había reconocido no querer cambiar por nada en el mundo y
la había ninguneado, siguiendo la corriente de aquel hombre y su hija para
no perder esa inversión, algo que le convertía en un auténtico Wells y que
jamás se perdonaría. Se estiró a su lado y la pegó contra su pecho, deseando
que amaneciese solo para saber que estaba bien, quizás no le perdonaría,
pero de eso se encargaría después.
Capítulo 13
Ya había amanecido, probablemente hacía rato. Al abrir los ojos se llevó
la mano, de forma inconsciente, al mismo punto en el que horas atrás tenía
un dolor terrible, pero ya no dolía, seguramente por la medicina que le
dieron. Miró a su alrededor, dándose cuenta de que no estaba en casa de su
padre, sino en casa de Ayron, y que no estaba sola, él estaba a su lado,
rodeándola con un brazo. Se apartó de él sin mirarlo y se arrastró por la
cama hasta el borde. No tenía intención alguna de permanecer a su lado
después de lo de la cenita con el inversor y su hija.
Salió en silencio del dormitorio y se metió en su cuarto. No podía
marcharse del apartamento porque el único lugar al que podía ir era a casa
de su padre, y su padre estaba aliado con su marido. Se sentó en el borde de
la cama, todavía un poco mareada por las medicinas, así que se estiró sobre
el colchón y rodó, tirando de la manta para taparse. Ni siquiera reparó en
quitarse el bonito vestido con el que había pasado toda la noche.
Había amanecido y Ayron ni siquiera se había percatado de que se
hubiera dormido. Se acomodó sobre la cama antes de darse cuenta de que
ella no estaba a su lado. Se sentó rápidamente y al ver que los zapatos de su
mujer estaban justo donde los había dejado, supo que no había sido una
alucinación el haber estado con ella toda la noche. Salió de la habitación
para ir al baño por si ella estaba allí, pero la puerta estaba abierta y Clary no
estaba dentro. Entonces buscó en el cuarto que le había dado cuando se
mudó con él y ahí estaba, tendida sobre la cama. Se agachó a su lado y puso
una mano en lo que, por encima de la manta, intuyó sería su cintura.
—¿Por qué te has venido aquí? —Preguntó sin obtener respuesta—.
¿Te encuentras bien? ¿Te duele? —Clary permaneció en silencio.
Por un momento creyó que estaría dormida, así que se sentó a su lado y
la rodeó en un abrazo con cuidado de no molestarla.
—¿Puedes salir? Quiero estar sola.
—¿Estabas despierta? ¿Estás bien? —No respondió—. ¿Qué te pasa?
¿Estás bien? ¿Te duele?
—No quiero hablar contigo. Yo no tengo primos porque mis padres son
hijos únicos, así que no somos nada el uno del otro y yo no hablo con
extraños.
—¿Cómo?
—Que te vayas, Ayron. Que no quiero hablar contigo. Que te vayas o
seré yo quien lo haga.
Al decir esto último se incorporó para mirarle y él no dudó en creerla.
Salió del dormitorio llevándose las manos a la cabeza, ¿cómo podía
haber estropeado así las cosas?
No podía estar en casa sin que se viera tentado a estar con ella, sin que
necesitase saber que estaba bien, así que, pese a no haber dormido
prácticamente nada se vistió y salió con destino a la oficina. En sus
veintiocho años y con las novias que había tenido, nunca se había sentido
así, nunca había hecho un comentario que ofendiera a alguna de ellas o que
causase un enfado, al revés, siempre habían sido ellas las que habían
terminado dejándole porque no podían discutir con él.
Al entrar en la empresa se encontró de frente con sus primas. No tenía
ni la más remota idea de por qué estaban allí, pero tras ellas estaban sus
tíos.
—Oh, Ayron... A ti te buscábamos. —Dijo el más calvo de los dos y
padre de Karen—. ¿Cómo fue la cena con Sanders? Fuiste con esa
chiquilla, ¿no? ¿Tanto te avergüenzas de ella que tuviste que decir que era
tu prima?
Fue al ver a sus primas echarse a reír cuando entendió lo que había
ocurrido: había sido una jugada para provocar un enfado entre ellos. Lo
peor era que había surtido efecto.
—Sí, fui con mi mujer. Y no, Clarence no tiene nada de lo que tenga
que avergonzarme, pero no quería que la incomodasen con preguntas, por
eso dijimos que era mi prima.
—Qué más quisiera ella parecerse siquiera a una de nosotras... —Las
dos arpías empezaron a reír.
—Qué más quisierais vosotras, pareceros a ella, llegar al menos a la
altura de sus zapatos —respondió.
—Controla lo que dices —dijo uno de los hombres poniéndose frente a
él y tocando su hombro con un dedo—. Tú solo eres un bastardo, el hijo de
una recogida que, para colmo, se casó con un muerto de hambre. Estás en la
presidencia, pero no te acomodes, no será por mucho más tiempo.
Te irás de la empresa tan pronto como el viejo estire la pata.
Si. Había escuchado eso muchas veces, que era una vergüenza para esa
familia, que tenía ese puesto solo para que hiciera dinero para ellos, de
hecho, por eso llevaban supervisándole desde el principio. No le afectaba
nada de lo que pudieran decirle porque había crecido oyendo esas palabras,
pero no le gustaba cuando en sus retorcidos planes incluían a Clary.
—¿A qué habéis venido? Si no queréis nada...
—Solo queríamos saber qué tal la cena.
—Estaba deliciosa. Gracias por preocuparos de mi alimentación. —
soltó, dejándolos boquiabiertos por la salida—. Ahora, si no tenéis nada
más que decir...
Sin esperar a que dijeran nada más se dirigió a los ascensores del fondo,
pasando por delante de la oficina en la que trabajaba su mujer.
Había sido tan buena como mala idea la de ir: buena porque se había
enterado de sus planes con los Sanders y mala porque había tenido que
encontrarse con ellos, y con las repugnantes personas que eran. Se sentó en
el asiento de su despacho después de bloquear la puerta y se reclinó en el
respaldo, girándose hacia la ventana. En ese momento no había nada que
pudiera desear más que estar con su mujer, poder estrecharla entre sus
brazos, poder besarla y encontrar en ella la paz y tranquilidad
que le transmitía. Cerró los ojos deseando que le perdonase, que
aceptase que se había equivocado.
Hacía más de una hora que Ayron se había marchado sin decirle nada.
No era necesario que se lo dijera, estaba furiosa con él y no deseaba que le
hablase ni para decirle que se iba, pero ahora llamaban a la puerta y no
podía ser otro que él. Abrió de mala gana, girándose sin mirar quien era y
caminando de vuelta a su habitación, pero antes de entrar se dio la vuelta
espantada: las dos primas de Ayron entraban en el apartamento
cuchicheando y mirándolo todo, tras ellas entraban dos hombres, de los que
conocía a uno de la fiesta de cumpleaños de Oliver.
—Supongo que haces buen trabajo de sirvienta —dijo Leslie.
—Por eso se casó con ella. Tiene empleada en SWC, sirvienta en su
casa y putita en su cama. Y todo con un solo sueldo —las dos se echaron a
reír, arrastrando con ellas al padre de una de ellas.
—¿Puedo saber qué quieren? Ayron no está.
—Sí. Lo sabemos. Le hemos encontrado en SWC. —Dijo el calvo,
acercándose al sofá y sentándose allí—. ¿No vas a ofrecernos nada?
—Claro... ¿Quieren agua? ¿Café? No tenemos otra cosa.
—¿Agua? ¿Eso le ofreces a la familia de tu marido? ¿Agua?
—Y café, puedo ofrecerles café. No tenemos otra cosa.
Los hombres empezaron a murmurar mientras las dos chicas husmeaban
por la casa.
Sin que Clary se diera cuenta, las chicas abrieron los dos dormitorios y
se encontraron con que ambas camas estaban revueltas, que en la habitación
de la derecha había una decoración sobria y oscura en blanco y gris claro, y
en la de la izquierda había una decoración distinta, más juvenil y llena de
color. Ambas armaron un revuelo al descubrir que cada uno tenía sus cosas
en un cuarto distinto y fueron a por sus padres al sofá.
—Perdonad, eso es privado —Clary corrió a cerrar las puertas de las
habitaciones, pero se vio frenada.
—Lo sabía —dijo uno de los dos hombres—. Sabía que el asunto del
matrimonio no era más que una patraña para engañarnos.
—No es mentira. Ayron y yo nos casamos de verdad.
—Eso no es lo que parece, pequeña charlatana. Dormís en habitaciones
separadas, vuestras cosas están separadas, Ayron incluso evita presentarte
como su mujer para no mentir. —Aquello fue un golpe bajo—. Dijo que
estaba casado para que el viejo no le sacase de su puesto creyendo que
estaba formando una familia, pero solo estaba acostándose con su sirvienta.
O quizás ni eso —señaló una cama después de otra.
Aquellas acusaciones eran demasiado duras como para que pretendiera
seguir escuchándolas. Les pidió amablemente que se machasen, que la
dejasen sola, pero ellos hicieron caso omiso, siguieron caminando por la
casa maldiciendo por lo que ellos creían que era una mentira, una estrategia
de Ayron para seguir en la presidencia. En un momento de desesperación
por no saber qué hacer llamó a Ayron, nunca antes había marcado su
número, incluso lo tenía guardado con el nombre de “Pervertido”, pero por
más veces que tratase de hablar con él, no respondía nadie a su llamada.
—¿No te contesta? Estará con Tessa Sanders. Ella sí es un buen partido,
y no una pobretona como tú. —Soltó Karen, levantando un mechón de su
pelo con dos dedos, como si le diera asco tocarla.
—Miren, ha sido una visita encantadora, tienen ustedes una imaginación
digna de un novelista, prueben de escribir un libro, pero en otro sitio. Ayron
no está y...
—¿Nos estás echando? —preguntó el hombre calvo.
—Eso parece.
Karen volvió a meterse en el dormitorio de la izquierda y sobre el
estante, al lado de una figura con la palabra «LOVE», encontró la alianza
que Ayron le había regalado. Corrió hacia ellos con la mano alzada,
enseñándoles la joya. Clary rogó que lo dejasen en su sitio, pero lejos de
hacerle caso, empezaron a comentar que aquello no era más que una
baratija, que Ayron no había tenido la decencia de comprar un anillo
medianamente digno para ser un Wells, que... Clary ya estaba harta de
pedirles que se fueran, corrió a la cocina y, llevándose con ella la jarra de
agua, la vació encima de aquellos cuatro indeseables.
—Maldita seas... —gritó Leslie.
Ni corta ni perezosa la abofeteó, pero Clary no se quedó quieta, alzó la
mano y devolvió el golpe. Karen lloriqueaba por su ropa mojada, yendo a la
cocina y rebuscando algo con lo que devolverle lo que había hecho, regresó
con el pimentero y Clary sonrió. Estiró las manos y forcejearon mientras los
hombres miraban horrorizados la estampa, Clary le arrebató el recipiente y,
en un movimiento rápido los roció con la especia.
—Os pedí amablemente que os marcharais.
—Eres una desgraciada. Eres peor que...
—No. No me rebajéis a vuestro nivel. Aquí los únicos ególatras, faltos
de vergüenza, de educación y de moral sois vosotros. Os metéis en una casa
ajena sin invitación, insultáis, husmeáis como sabandijas en busca de algo
de mierda ajena con la que alimentar vuestros cuchicheos y todo para sentir
que sois un poco menos miserables.
El hombre calvo miró a Clary con los ojos inyectados en sangre,
deseaba callarla de un golpe, pero quien lo hizo fue el otro. Alzó la mano y
le dio un sonoro bofetón, haciéndola caer contra el suelo completamente
enmudecida.
—No me extraña que Ayron termine con algo como tú. Sois igual de
repugnantes. —Dijo con un desprecio y con un tono de voz que le puso la
piel de gallina.
Tal vez era el que menos hablaba de los dos, pero sin duda era al que
más respeto había que tener, incluso su cara mostraba que no era de fiar.
Los cuatro intrusos salieron del apartamento quejándose del trato,
alimentando la ira del uno y del otro con cada comentario. Clary
permaneció sentada en el suelo al darse cuenta de que, tal vez, se había
propasado, que tal vez, lo que acababa de pasar trajera consecuencias para
quien ni siquiera estaba enterado de que habían pasado por allí: Ayron.
No se había dado cuenta de que se había dormido, estaba tan cansado
que ni siquiera se había percatado de que habían pasado tres horas. Hizo
girar la silla para ver la hora y el led de notificaciones de su teléfono llamó
su atención. Pensó que sería su padre para advertirle que las alimañas de
siempre irían a molestarle, pero se levantó de un salto al ver que quien
había llamado una docena de veces era su mujer. Se asustó tanto de que le
hubiera pasado algo que lo último en lo que pensó fue devolver la llamada.
Condujo de vuelta a casa al borde de un ataque.
Aparcó el coche de cualquier manera y atravesó el vestíbulo sin saludar
ni esperar a que le saludase el recepcionista. Al entrar en el apartamento la
encontró sentada en el suelo, sobre un charco de agua, con las piernas
cruzadas y los codos apoyados en las rodillas.
—Dios mío, Clary, ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Ella le miró a los ojos y sin decir una palabra se puso en pie, se dio la
vuelta y se encerró en su habitación. Esas tres horas a solas le habían hecho
pensar mucho, en la inesperada visita de las arpías en SWC, donde terminó
humillada, mojada y llena de pimienta, en la cena donde había sido
ninguneada de la manera más cruel, en esa familia de indeseables que
habían ido para humillarla nuevamente, en que su marido no había
respondido ni una sola de sus llamadas... Había pensado mucho y había
llegado a una meditada conclusión: ella no merecía eso y no tenía por qué
soportarlo.
Cuando ella se levantó, Ayron siguió a su mujer y se metió en el cuarto
tras ella.
—¿Puedes salir?
—No. Estoy cansado de esto. Háblame, dime lo que sea, pero háblame.
¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
No tenía intención alguna de responderle. No quería volver a sentirse
miserable, tratando de mantenerse animada y feliz cuando realmente se
sentía herida y maltratada por todos ellos. No iba a hablarle, empujaría la
tensión hasta que Ayron estuviera cansado y decidiera romper ese
matrimonio que nunca debió ser. Se sentó en la cama, se cruzó de brazos y
de piernas y esperó a que saliera de la habitación pero, para su sorpresa, su
marido se puso de rodillas delante de ella, agachando la cabeza.
—Por favor... —murmuró con un hilo de voz—. Por favor Clary, dime
cómo estás... Aunque solo sea eso... —su voz sonaba más grave de lo
normal y cuando alzó la mirada se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de
lágrimas.
Nunca antes había visto a un chico llorar, ni siquiera a su padre cuando
se quedaron en la calle o cuando su madre le dejó. Por un momento le tentó
agacharse frente a él y abrazarle, decirle que estaba bien, pero no lo hizo.
—Del riñón estoy bien —empezó—, no me duele nada, ni siquiera un
poquito. Pero he mirado el informe de urgencias y tengo que beber mucha
agua. Si en unas semanas, cuando vaya a la revisión, no hay mejoría,
tendrán que intervenir para romper el cálculo.
—Gracias. De verdad. No sabes lo preocupado que venía pensando que
te había pasado algo o que estabas peor...
Un poco más tranquilo se puso de pie y, tras mirarse unos segundos,
salió del dormitorio de su mujer. Seguía sin saber por qué había ese charco
de agua ni qué era esa especie de polvo oscuro del suelo, pero no quería
incordiarla otra vez.
Cuando Clary salió de su habitación una hora más tarde, encontró que
estaba todo limpio, y a su marido tendido boca arriba en el sofá, con una
pierna flexionada y la otra estirada, uno de los brazos lo tenía caído por un
lado y con el otro se cubría la cara. Al verlo así se arrepintió del trato que le
había dado. Se había enfadado con él por lo que había dicho en la cena, aun
sabiendo las intenciones que Sanders tenía, pero él le había explicado sus
razones y más aún, ella había estado de acuerdo con las normas del
principio, unas normas que no solo había aceptado sino que también ella
impuso. Odiaba haberse sentido tan insignificante delante de aquella gente,
pero odiaba aún más ver a Ayron así, sobre todo cuando él siempre se había
comportado sincero y amable con ella, cuando había actuado seductor,
impulsivo y en cierto modo, también gracioso. Haciendo a un lado todo lo
malo de esas horas se acercó en silencio y se sentó en la mesa que había
frente a él.
—Ayron... —murmuró llamando su atención—. Tus primas y tus tíos...
—empezó—. Siento mucho los problemas que pueda causarte.
—¿Qué ha pasado? —la miró con el ceño fruncido.
—Han estado aquí.
—¡¿Cómo?! —exclamó, sentándose frente a ella con el rostro
desencajado.
—Lo siento. Han llamado a la puerta y creía que eras tú.
—Yo tengo llave... ¿Te han hecho algo? —Preguntó poniendo las manos
en sus hombros. Ella negó con la cabeza—. ¿Te han dicho algo?
—Ha sido como la otra vez, insultos, ofensas, humillaciones...
—Había agua en el suelo, y un polvo gris... ¿Han sido ellos?
—Eso no es lo importante, Ayron. Se han puesto a husmear y han visto
que cada uno usa una habitación. Creen que nuestra boda fue una mentira y
que mientes para mantener tu puesto en la empresa.
—No me importa. Eso no es lo que importa. ¿A ti te han hecho algo?
—Ella negó con la cabeza y él la atrajo para abrazarla.
No le importaba si le rechazaba, si le decía que no volviera a hacerlo, en
ese momento necesitaba tenerla exactamente donde la tenía.
Agradeció enormemente que no le apartase, que no le pidiera que no
volviera a hacerlo más. Se separó de ella unos segundos más tarde y sin
mirarla se puso en pie.
—¿Dónde vas? —preguntó sujetando una de sus manos.
—No sé. No quiero molestarte.
—No me...
Después de haberle dicho que no quería hablar con él porque para ella
era un extraño, después de haberle tratado así, era incapaz de decirle que se
quedase con ella, que no le molestaba. Soltó su mano dejando las suyas caer
a los lados de su cuerpo y dejó que se alejase.
—Lo único que me da miedo de esto es que mi familia te haga daño, no
importa en la forma que sea —dijo él al sujetar el pomo de la puerta de su
habitación—. Lo peor de todo es que también tengo que incluirme porque,
aunque lo odie, también soy un Wells.
Ella no fue capaz de responder a aquello y volvió a sentarse en la mesa.
Hasta hacía unas horas le odiaba por lo de la cena, aun habiendo escuchado
que era por mantener oculto ese matrimonio, pero ahora ya no tenía como
seguir manteniendo ese enfado, y más cuando también él le había visto con
Colin. Se acercó a la puerta de su marido y llamó suavemente. Abrió un par
de segundos más tarde sin esperar confirmación. Ayron estaba sentado en el
borde de la cama con las piernas entreabiertas, los codos sobre las rodillas,
los dedos entrelazados y la cabeza baja, con una actitud pensativa que la
asustó por momentos.
—No he desayunado ni he comido nada... ¿Quieres cenar conmigo?
—Claro que sí. —Dijo levantándose—. Pero tengo algo que pedirte.
Ayer...
—Está olvidado, Ayron. Solo... está olvidado.
—No es eso. Es una pesadilla y también yo lo quiero olvidar. Ayer, ese
tipo... tu ex... —ella torció la cabeza sin saber a qué se refería— ¿no lo
recuerdas?
—¿Colin?
—Anoche fue el que te rescató, el que dejó a su novia sin cenar para
llevarte al hospital y quien se quedó contigo y te llevó a casa de tu padre.
¿No te acuerdas de nada? —Ella negó con la cabeza—. Me gustaría, y
no creo que yo vaya a decir esto, invitarle a cenar —Clary abrió los ojos de
par en par y levantó las cejas con expresión de sorpresa—. A él y a esa
chica. Creo que se lo debo.
—¿Invitar a Colin? ¿Tú?
—Por mi culpa no pudieron cenar. Por mi culpa no pudieron disfrutar de
su cita. De no haber dicho lo que dije... ¿Puedes... tienes su número?
—Ella negó.
—No, no lo tengo. Apenas hace unos días que me enteré de que vive en
este vecindario, así que me imagino que nos toparemos con él más de una
vez. Esta noche podemos... —Clary se vio interrumpida con un rugido de su
estómago. Ambos sonrieron y Ayron se acercó a ella y puso una mano en su
espalda para guiarla a la cocina.
A diferencia de todas y cada una de las noches anteriores, ésta vez no
iba a dejar que ella cocinase, no iba a sentarse a contemplarla mientras ella
preparaba la comida y la mesa. Lo primero que hizo al entrar fue sentarla en
uno de los taburetes de la isla, luego le sirvió un enorme vaso de agua y se
colocó al otro lado de la cocina para ser él quien preparase la cena. La había
visto cocinar unas cuantas veces, a veces mucho más complejo que otras,
pero las pocas veces que la había visto preparar pasta no le había parecido
algo complicado de hacer, así que sacó un paquete de tallarines de uno de
los muebles altos, un cazo que llenó de agua y empezó a preparar la cena.
Clary no podía ver como él lo hacía todo y no ayudarle, por lo que rodeó la
isla y se colocó a su lado. Ayron la miró unos segundos y volvió a sentirse
culpable por lo de la cena con los Sanders. De pronto, en un arrebato, la
hizo girarse y ponerse frente a él, sujetó su cara entre las manos y la obligó
a mirarle.
—Te quiero. —Soltó sin pensar. Ella lo miró totalmente impactada—.
No sé cómo ni cuándo ha empezado a ser así, pero te quiero. Y te
prometo que jamás volveré a hacerte daño, sea en la forma que sea.
No esperaba que ella respondiera. Sabía que ella sentía igual, no porque
se lo hubiera dicho, sino porque cuando en el coche dijo estar dolida lo
notó, lo entendió, supo que sus sentimientos eran sinceros, y que por eso se
había sentido así. Se inclinó hacia ella y la besó. Ella trató de resistirse, de
no sentir que se derretía cuando le hablaba así, pero fue inútil. Rodeó su
cuello con los brazos y profundizó ese beso con unas inmensas ganas de
llorar, por haber escuchado que la quería, pero sobre todo por la felicidad
que le daba sentir que hacía las paces con él.
—¿Estás bien? —preguntó al ver sus ojos llenos de lágrimas.
—Sí, estoy bien —Aclaró, volviendo a abrazarle—. Quédate así un
minuto.
Ayron la estrechó con fuerza, hundiendo la cara en su cuello y deseando
que ese instante no terminase jamás.
Terminaron de cocinar, juntos, sonriendo de forma cómplice cuando se
miraban, y rozándose los dedos al intercambiarse los utensilios de remover
la pasta o la salsa.
—¿Me contarás qué era ese charco de la entrada o el polvo gris?
—Te puede la curiosidad, ¿no? El día que me encontré la primera vez
con tus primas me llenaron de agua y pimienta... Les he pedido que se
fueran, pero han cogido el anillo y han empezado a criticar y a... Quizás me
he excedido.
—¿Se la has echado a mis primas por encima? —preguntó sorprendido.
—Y a tus tíos... —Lejos de lo que imaginó empezó a reír. Adoraba
verlo reír de ese modo.
—¿Cómo han reaccionado?
—Leslie me ha dado un bofetón —la sonrisa de Ayron desapareció
inmediatamente—, pero le he devuelto el golpe. Karen lo ha intentado con
la pimienta pero se han ido llenos de ella. —Omitió el golpe que le había
dado su tío.
Ayron se acercó a ella, sujetó su cara entre las manos y la giró hacia un
lado y hacia el otro en busca de una mínima muestra de que le hubieran
hecho daño, pero ni siquiera quedaba una simple rojez. Tal vez
el bofetón del hombre le había dolido más, le había dado con más fuerza
y con más ganas, pero pese a ello, tampoco había dejado rastro, algo de lo
que ella se alegró.
Capítulo 14
La mañana del lunes ya había llegado y no había cosa que Ayron
pudiera detestar más que salir de la cama, que separarse de su mujer y tener
que pasar todo el día sin verla. La rodeó con un abrazo la pegó contra su
pecho antes de que ella le dijera que tenían que ir a trabajar.
—Quedémonos un poco más... cinco minutos.
—Eres como un niño pequeño, siempre queriendo quedarte más rato en
la cama.
—Ya, pero ese rato solo quiero pasarlo contigo. Si tú no estás, esos
cinco minutos no significarían nada.
Clary sonrió y le dio un beso en la mejilla. Adoraba que le dijera eso.
Hacía diez días que había ocurrido lo de la cena y nueve desde que
escuchó un «Te quiero» de su marido. Ella aún no le había confesado que le
quería, supuso que era evidente, ella le buscaba a él tanto como él a ella,
pero no había encontrado el momento para decirle que le quería.
Ahora le tenía ahí, debajo de su cuerpo y a un par de minutos de tener
que separarse y se sintió tentada de hacerlo, pero creyó que, si se besaban,
sabría a poco, por lo que decidió esperar a la noche para encontrar el
momento perfecto para decirle que ella sentía igual que él.
Se levantó con una sonrisa y fue derecha a la ducha. Como las mañanas
anteriores, su marido fue tras ella, y se metió con ella bajo el chorro de
agua, y tocó su cuerpo con la excusa de enjabonarla, igual que ella hacía
con él. Luego desayunaron un café con una pieza de fruta y salieron. En el
vestíbulo se besaron, pero cuando ella salió del edificio para ir a la parada
del autobús él la frenó.
—Ven conmigo. —Pidió, sujetándola por un brazo—. Vayamos juntos.
—¿Estás loco? ¿Y cómo vamos a justificarlo?
—No lo sé, ya se nos ocurrirá algo.
Sin dejar que buscase una excusa con la que negarse, agarró su mano,
entrelazó los dedos y caminó con ella hasta el aparcamiento, donde el sedán
naranja esperaba en su plaza de siempre. La hizo entrar en el coche y se
sentó en el asiento de conductor.
—Ayron... —murmuró sujetando su mano antes de que arrancase el
coche—. ¿Cómo vamos a justificarlo?
—Podríamos decir la verdad...
—Probablemente se armaría una. Las tienes a todas locas, no podrán
creer que estás casado. Tienes a esos inversores a los que has ocultado
nuestra boda, y a las hijas solteras de éstos... —Clary se acercó a él, le dio
un beso en la mejilla derecha y abrió la puerta—. Hoy voy en autobús.
Mañana prometo ir contigo.
Bajó del coche antes de que Ayron pudiera negárselo. Él la miró con
una sonrisa, habían sido ya dos veces las que le había propuesto ir juntos y
las dos se había negado, pero habría una tercera, y si se negaba, juraba que
la ataría y la llevaría por la fuerza con él, sin importar lo que otros dijeran,
sin importar que todo el mundo se enterase de su secreto.
Aquella mañana pretendía, al menos, llegar con ella, así que se las
arregló para seguir al autobús, deteniéndose cada vez que se detenía, y
retomando la marcha cuando éste lo hacía. Al acercarse a SWC Ayron fue
un poco más deprisa para poder aparcar a tiempo de entrar con ella. Y la
jugada le salió perfecta. Justo salía del aparcamiento cuando Clary bajaba
del autobús.
—Buenos días —saludó, pasando rápidamente por su lado, como si
llegase tarde.
Ella dio un respingo al escucharle y se ruborizó instantáneamente al ver
cómo le guiñaba un ojo.
—Sigo pensando que ese hombre está interesado en ti. —Dijo Leah,
colgándose de su cuello mientras se dirigían a la oficina.
—En mí... —murmuró.
Al entrar en el despacho se dio cuenta de la risilla sutil que se habían
dedicado Leah y Zac. La relación entre ellos se había estrechado poco a
poco y, aunque trataban de ocultarlo, esos casi cuatro meses que llevaban
trabajando juntos había empezado a acercarlos demasiado. Clary sabía verlo
bien porque ella estaba en medio de una relación un poco parecida.
—Vaya, vaya... —sonrió traviesa dejando el bolso sobre la mesa.
—Vaya, vaya ¿qué? —Leah intentó no ponerse colorada al haberse visto
descubierta.
—No, nada... —Mantuvo la sonrisa sabiendo que eso ponía nerviosa a
su compañera—. Quién lo hubiera dicho...
Leah hizo lo que hacía siempre que necesitaba sonsacarle información
privilegiada o cuando quería contarle un secreto. La agarró del brazo y tiró
de ella hasta el baño.
—No está prohibido la relación entre empleados dentro de la empresa.
Y ya sabes lo guapo que es...
—Ya sé que no está prohibido —Lo sabía muy pero que muy bien—.
No he dicho nada de eso. Es solo que tú siempre bromeas con Ayron,
digo, el presidente —se corrigió de inmediato— y su interés conmigo, y te
tenías bien calladito tu interés por Zac.
—Es que no puedo evitarlo... No dejes que nadie se entere. Aun no es
una relación como tal, solo hemos salido un par de fines de semana y...
—Tranquila, sé guardar un secreto.
Cuando las chicas volvieron a la oficina Clary se sentó en su mesa y
susurró a Zac que su secreto estaba a salvo con ella.
La mañana pasó tranquila, pero con el mediodía empezó a
revolucionarse el ambiente en la oficina. Las chicas iban de un
departamento a otro en busca de nuevos cuchicheos, pero al parecer todas
estaban igual de intrigadas. Cuando llegó a su despacho Marisse, la
alcahueta por excelencia de la empresa, no dudó en sentarse junto a Elisa y
contarle las noticias calientes del momento: Ayron Wells se casaba con
Tessa Sanders. Al parecer alguien había confirmado el rumor no hacía
demasiado rato y la suertuda se encontraba en el despacho del Dios de la
empresa. De nuevo estaba el horrible sentimiento de días atrás acechando a
Clary. Él le había dicho que la quería, le había dicho que lo que más miedo
le daba era hacerle daño, sin embargo ahí estaba nuevamente. Trató de
mantener la calma tanto como pudo, pero por el rabillo del ojo pudo ver a
las dos arpías, a las dos primas de Ayron, quienes la miraban desde la
entrada de la oficina con una sonrisa triunfal que activó todas sus alarmas.
Sin pretender contenerse se levantó de su silla y se acercó a ellas con paso
firme.
—Esto es cosa vuestra, ¿no?
—¿Cosa nuestra? Sabes que Ayron y Tessa hacen la pareja del siglo,
que tú no eres más que una muerta de hambre recogida de la miseria por
lástima. Tú no eres más que la zorrita que limpia su casa y le calienta la
cama. ¿Crees que es cosa nuestra? ¿Por qué no subes a su despacho y lo
compruebas por ti misma? —retaron, sonriendo al saberse vencedoras de la
tercera y quizás última batalla entre ellas.
Dicho y hecho. Sin decir una palabra en su defensa se dirigió al
ascensor y subió hasta la última planta, donde, un poco más
disimuladamente, también había esos rumores de boda. Vince estaba
sentado en la zona de espera que había junto a la puerta y, aunque éste le
advirtió que no podía entrar, ella abrió la puerta. Miró la escena sintiendo
como su corazón dejaba de latir, luego, sin saber cómo empezar a respirar
nuevamente se dio la vuelta y salió del despacho, cerrando tras de sí y
corriendo hacia las escaleras.
Cuando Vince le dijo a Ayron que había una chica fuera que quería verle
pensó que era su mujer. Tratando de ser lo más profesional posible dentro
de la empresa se ajustó la corbata, se aseguró de que no tenía arruga alguna
en la americana y acto seguido le pidió a su secretario que la dejase entrar.
La recibió con una amplia sonrisa y preparándose para asaltarla y abrazarla
y besarla hasta que estuviera satisfecho, pero su sorpresa fue mayúscula
cuando, en lugar de ver entrar a su mujer, a quien veía frente a él era la
misma chica que había provocado la discusión que tanto les hizo sufrir
aquella noche.
—Tessa... —dijo incrédulo.
—Hola Ayron... —saludó con una sonrisa radiante—. Tu secretaria me
llamó esta mañana diciéndome que querías verme para tratar nuestro
compromiso. —Ayron se quedó sin palabras—. No te imaginas lo feliz que
me hace que al fin decidas abandonar tu título de soltero y que quieras
hacerlo conmigo.
—Tessa... —murmuró incapaz de decir nada más.
—Lleva días habiendo rumores, supongo que por la cena del otro día...
Ayron se puso en pie y se acercó a ella, quedaba demasiado frio pedirle
disculpas desde su silla, quedaba demasiado bajo pedirle que se marchase
sin más, decirle que él no tenía secretaria y que aquello no era más que una
grave equivocación. Tan pronto como se puso frente a ella, Tessa estiró los
brazos y lo abrazó con fuerza. Ayron llevó las manos a su cintura para
apartarla, pero entonces ella tomó su cara entre las manos y le besó.
Aquello le cogió tan de sorpresa que no supo qué hacer. No estaba
devolviendo el beso, ni siquiera estaba sintiéndolo como tal. No sentía nada
por ella, ni deseo ni atracción ni simpatía, Tessa era para él igual que
cualquier desconocida, de hecho era prácticamente lo que era, ya que
solamente se había encontrado con ella en tres ocasiones. De pronto se
abrió la puerta de su despacho y sintió como se le detenía el corazón al ver
a Clary, mirándolos con el rostro desencajado y con una expresión que
jamás olvidaría. Lo peor no fue eso, sino ver cómo se daba a vuelta y
cerraba la puerta sin decir absolutamente nada.
—¿Esa era tu prima? —Preguntó mirando hacia la entrada.
—Era Clarence, Si... —Ayron se limpió los labios con la mano y luego
se la llevó a la frente con frustración, sabiendo que no iba a tener como
explicar eso a su mujer.
—¿Pasa algo?
—Tessa, Clary no es mi prima. Es mi mujer. Nos casamos hace casi
cuatro meses, pero ella también trabaja aquí, así que lo hemos mantenido en
secreto para evitar que en la empresa se arme un escándalo.
—Oh, Dios mío... ¿Tu mujer? —Él asintió con la cabeza—. Pero en la
columna de hace un mes... Y en la cena...
—Lo siento. Sabía que teníais interés en la empresa y no quería
decepcionar a tu padre.
Tessa dio un par de pasos atrás, horrorizada por lo que acababa de hacer.
Lo miró con expresión de terror y llevándose las manos a la boca.
—Oh, Dios mío...
—Entenderé si tu padre quiere retirar su inversión de SWC.
—Pero tú secretaria...
—Yo no tengo secretaria, Tessa. Conmigo trabaja solo Vince. Mi
familia no aprueba a Clary, supongo que intentan separarnos usándote a ti
de carnada.
La muchacha lo miró completamente confundida, pero no le pareció tan
descabellado lo que decía, ya que en el círculo en el que se movía, tanto
Karen como Leslie tenían fama de arpías.
—Por favor, perdóname... Siento mucho lo que ha pasado. Voy a hablar
con ella, le diré...
—Olvídalo. No te preocupes. Cuando llegue a casa le contaré todo.
Con un poco de suerte queda como anécdota.
Ella lo miró un par de segundos más y sin pensarlo más salió del
despacho, sintiéndose ridícula y avergonzada.
Ayron esperó a que Tessa cogiera el ascensor y arrancó a correr, bajando
las escaleras como un loco hacia el departamento de su mujer, pero tres
pisos más abajo se detuvo. No podía dejarse llevar por sus propios deseos,
no después de lo que acababa de ocurrir y con todo lo que estaba en juego.
Además, era muy probable que Clary se enfadase aún más si irrumpía en su
oficina y empezaba a excusarse y a disculparse delante de sus compañeras,
delante de todo el mundo y lo peor, delante de las dos indeseables que,
probablemente, lo habían planeado todo y estaban ahí para regocijarse. Lo
mejor, dadas las circunstancias, era esperar a llegar a casa, explicarle
tranquilamente todo lo que había pasado, y rezar, con todo su ser, que le
perdonase por algo que él mismo había desconocido hasta que pasó.
Clary llegó a su mesa con la cara pálida, tratando de contener las
lágrimas que inundaban sus ojos.
—Madre mía, Clary... ¿qué te pasa? —Preguntó Tali—. ¿Estás bien?
Aquella pregunta alertó a Leah, quien no dudó un solo segundo en
acercarse a ella.
—¿Clary?
—Yo... Oh Dios mío... —dijo, respirando como si fuera a empezar a
llorar amargamente de un segundo al siguiente. Pero de pronto sacudió la
cabeza, cambió la expresión de afligida y respirando profundamente miró a
su compañera a la cara—. Ha pasado algo y no pienso permanecer aquí ni
un solo minuto más de la cuenta.
—¿Que ha pasado algo? ¿Clary, qué ha pasado?
—Pronto lo sabréis.
Sin explicar nada a nadie fue derecha a su escritorio, se sentó frente al
ordenador y redactó su carta de renuncia. Todas la miraban sin entender
nada, preguntándose unas a las otras qué era lo que había pasado, pero
sobre todo, por qué diablos Clary, quien siempre iba a trabajar con una
sonrisa en los labios ahora estaba renunciando a su trabajo, y con esa
expresión en su cara. De uno de los cajones sacó la última carpeta de
cartulina que sacaría en esa empresa y metió la carta recién impresa en ella.
Recogió alguna de sus cosas y se despidió de sus compañeras con un llano
«Nos vemos en unos días». Tras dejar la carta con su jefe se marchó.
No tenía intención de que Ayron la encontrase en casa, por lo que llenó
varias bolsas de basura con todas sus cosas y, en menos de una hora
también estaba fuera del apartamento de su marido. No quería pasar por lo
mismo que con Colin, no quería verse con el corazón roto al saberse
locamente enamorada de alguien que alegremente deja entrar a otra persona
en el suyo. Colin tonteaba con otra mientras estaba con ella y, pese a
haberle dicho que la quería, Ayron se besaba con otra en la intimidad de su
oficina. Su corazón ya no podía romperse en más pedazos, ya no podía
soportar más mentiras, ni más excusas, ni más pretextos, ni podía soportar
más una situación en la que había un tercero en discordia, así que la única
solución era esa: marcharse, marcharse antes de que las heridas fueran
demasiado profundas.
Sabía que Ayron la buscaría en la casa de su padre en cuanto viera que
se había ido, así que ese no sería su destino. Tampoco podía ir a su viejo
apartamento porque ya había alguien viviendo allí. Se le ocurrió un lugar en
el que no la encontraría por más que buscase, así que, despidiéndose de
todo a su alrededor, decidió desaparecer por un tiempo.
Capítulo 15
Había caminado como un alma en pena por su despacho, deseando
como un loco que diera la hora de salir para ir a casa y explicar a su mujer
que habían sido víctima de sus primas, quienes querían vengarse de ella,
quienes querían echarle de la presidencia y quienes solo vivían para hacer
daño a los demás. Le había prometido no volver a hacerle daño, y
lamentaba no haber tardado nada en incumplir esa promesa. Y
aun sería peor, entre otras cosas, porque tenía la certeza de que Sanders
querría tomar represalias contra él por culpa de sus primas y tendría que
volver a mentir sobre su matrimonio para poder protegerla.
Salió de la oficina media hora antes de tiempo, pasó por delante del
departamento de ventas pero, lejos de estar todo tranquilo las chicas estaban
alteradas. Se detuvo en la puerta para buscar con la mirada a Clary, pero
ésta no estaba.
—Señor Wells... —dijo Valery sonrojándose al verle.
—Clary no está —Aclaró Leah, sabiendo que era a ella a la que buscaba
—. Ha dimitido. Dijo que había ocurrido algo y que no quería permanecer
más tiempo aquí.
—¿Que ha qué?
—Dimitido. Se ha marchado.
Ayron no esperó que añadiera más a su aclaración, dio un paso atrás y
corrió hacia la entrada. Sabía perfectamente lo que había ocurrido y temía
que no solo se hubiera ido de la empresa, sino de su casa. Condujo a toda
velocidad, llegó a su edificio rompiendo el record de Arthur. Dejó el coche
de cualquier forma y corrió al vestíbulo para coger el ascensor, pero el
recepcionista llamó su atención antes siquiera de que llegase a pulsar el
botón.
—Disculpe, señor Wells... La señorita Clarence dejó esto aquí para
usted.
Ayron cogió el sobre con reticencia. Sabía lo que había dentro aun sin
mirar su contenido.
—¿Por casualidad ha dicho dónde iba?
—No. Pero bajó varias bolsas antes de marcharse.
—Yo... Gracias Kyle.
Apretó el sobre entre las manos antes de subir. Respiró hondo al llevar
la llave a la cerradura y empujó la puerta deseando que aquello no hubiera
sido más que una pesadilla, pero al asomarse al dormitorio que Clary había
ocupado las primeras semanas sintió como el alma se le caía a los pies.
Aquella habitación volvía a estar vacía, no había ropa de chica en los
armarios, ni estaba su ordenador rosa sobre el escritorio, ni el montón de
zapatos en el zapatero. De pronto se vio invadido por una angustia que no
era capaz de soportar, su pecho se encogió al darse cuenta de que ella se
había ido para no volver y corrió a la cocina a por un vaso de agua que le
ayudase a pasar el nudo que se había instalado en su garganta y le impedía
respirar.
Dio cientos de vueltas por la casa, yendo de un lado al otro sin saber
qué hacer. Llamarla no era una solución, sabía que no iba a contestar por
muchas veces que lo intentase, pero tampoco podía ir donde estaba ella
porque no tenía ni idea de dónde había ido. Estaba desesperado, necesitaba
poder hablar con ella sin importar como, necesitaba contarle lo que había
pasado antes de que fuera demasiado tarde, necesitaba poder estrecharla
entre sus brazos y suplicarle que le perdonase. De pronto recordó que Colin
la había llevado a casa de su padre y no dudó en dirigirse allí. Condujo con
la misma prisa con la que había ido a casa y llegó a la casita de Will,
dejando el coche de cualquier manera en medio de la calle.
—¡Ayron! —exclamó el hombre, sorprendido.
—¿Está aquí? Necesito verla. Por favor.
—¿Te refieres a Clary? —preguntó ceñudo, el muchacho asintió—.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué vienes a buscarla aquí?
—Mis primas... Clary ha visto... La hija de uno de los inversores lleva
tiempo interesada en mí, mis primas la han engañado haciéndole creer que
íbamos a casarnos y cuando se ha lanzado a besarme ha entrado tu hija y lo
ha visto. —soltó sin pretender ocultar la verdad.
—¿Mi hija te ha visto besándote con otra...? —Ayron asintió de forma
extraña, él no se estaba besando con Tessa, era ella la que le besaba, pero a
ojos de Clary podría haber sido perfectamente así—. ¿Qué ha pasado?
¿Qué te ha dicho?
—Nada. No me ha dicho nada. Ha dimitido, se ha ido y lo peor, se ha
llevado sus cosas.
—Lo siento. Siento que esto vaya a pasar. Sabes que Colin tonteaba con
otra cuando estaba con ella, ¿no? —Ayron asintió, temiendo lo que iba a
decirle—. Si has perdido su confianza...
—La recuperaré. Le explicaré todo tal y como ha sido. Will, quiero a tu
hija. Puede que esto empezase por la fuerza, siendo un negocio divertido
para ti y para mi padre, pero quiero a tu hija y haría cualquier cosa por ella.
Déjame verla, por favor.
—Ella no está aquí. Ni siquiera me ha llamado para contármelo. No sé
dónde está, pero te prometo que en cuanto me llame te lo hago saber.
Ayron pensó que era una artimaña para quitárselo de encima y fingió
creerle. Se despidió de él y se metió en el coche para simular que se iba.
Cuando Will se metió en casa se acercó sigilosamente para escucharles,
pero se sintió rastrero y miserable al comprobar como ese hombre llamaba a
su hija por teléfono y le preguntaba dónde estaba. Llevaba toda su vida
rodeado de mentiras, falsedades y de interesados, no estaba acostumbrado a
encontrarse con personas cuya verdad fuera siempre por delante. Volvió a
llamar a la puerta, esta vez para disculparse por haber dudado de él.
—No ha querido decirme dónde está. Sabe que te lo diré y que cuando
te enteres querrás ir a verla. Lo siento.
—¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo puedo...?
—Creo que resignarse y dejar que las aguas vuelvan a su cauce es una
buena opción.
—¿Es lo que hiciste con tu mujer?
—No. Yo metí la pata de verdad y ella jamás habría vuelto conmigo.
Solo espero que mi hija no sea como ella.
Pasaron cerca de una hora hablando, pero decidió volver a casa, quería
estar allí si ella se arrepentía y volvía, quería estar ahí si se daba cuenta de
que se había olvidado algo e iba a recogerlo.
Al entrar en el apartamento le inundó la misma angustia que tenía antes
de salir. No podía creer que realmente se hubiera ido, que realmente no
volviera a verla. Entró en su dormitorio, mirando esa cama de la que,
realmente, no debían haber salido esa mañana y se sentó en el borde del
colchón. Miró su número en la pantalla del móvil y trató de llamarla una
última vez. Para su sorpresa esta vez sí que respondió.
—¡Clary! Oh, por favor, gracias por responder. ¿Cómo estás? ¿Dónde
estás? Te has llevado tus cosas. ¿Realmente has dimitido? —decía
atropelladamente.
—Estoy bien. —Hizo una pausa—. Ayron, no voy a volver. Yo... Voy a
buscar un abogado y prepararé el divorcio. Cuando esté listo iré a verte a tu
oficina.
—¿El divorcio? Clary no, por favor. Las cosas no son como parece. Por
favor, por favor vuelve para que hablemos y aclaremos las cosas.
—No hay mucho que aclarar, Ayron. Quizás no sabes lo que se siente,
pero no quiero volver a sentirme así por tu culpa, no quiero que haya una
quinta vez.
—¿Quinta vez?
—Quinta vez. La primera vez fue cuando ignorando mis propios
sentimientos tuvimos que casarnos por la fuerza, la segunda fue cuando tus
primas vinieron a humillarme, la tercera fue en esa cena con los Sanders,
diciendo que era tu prima y que eras un soltero en busca de tu alma gemela,
y la cuarta y última ha sido esta mañana. Me dijiste que me querías y te
creí, quise creerte porque yo también... —murmuró, dejando en el aire lo
que seguía—. Y esta mañana, en la intimidad de tu oficina...
Ayron te estabas besando con alguien y ese alguien no era yo.
—No me creerás aunque te diga que no ha sido cosa mía, ¿verdad?
—No es que te crea o no. Sé que tus primas han tenido que ver con eso,
las vi antes de... Pero créeme, no puedo lidiar con eso. Pueden insultarme,
mojarme, pegarme, pero no puedo verte con otra. Duele demasiado.
—Clary...
—Hubiera dado cualquier cosa por estar contigo como una pareja
normal, aunque al principio no lo fuera. Pero cuando empiezas abrochando
mal los botones de una camisa...
—...hay que deshacerlos todos para volver a empezar.
—Exacto.
Ambos se quedaron en silencio, como si no encontrasen las palabras
con las que seguir manteniendo esa conversación, pero ella, sin hallar el
modo de contener las lágrimas colgó. No quería que la escuchase llorar.
Ayron siguió con el teléfono pegado a la oreja, un rato más, deseando
que de entre ese silencio la voz de Clary le dijera que no se preocupase, que
se olvidaba de todo y que volvería.

***

Iba sentada en un asiento de autocar, con la vista fija en la ventanilla,

mirando hacia ninguna parte y con las lágrimas corriéndole por las
mejillas. Después de Colin se dijo a sí misma que ningún hombre volvería a
romperle el corazón, que ningún hombre estaría con otra mientras estuviera
con ella porque solo saldría con alguien que la amase de verdad, alguien
que solo pudiera verla a ella. Lo que había sentido al abrir la puerta del
despacho de Ayron y encontrarlo besándose con la rubia de la cena fue peor
que si la hubiera arrollado un camión. Fue un dolor indescriptible. Le quería
como no podría querer a otro, su relación hasta hacía poco más de una
semana había sido fantástica, se había sentido deseada y había deseado a
partes iguales, pero después de aquella cena la sombra de Tessa estaba
sobre ella.
Hacía dos horas que se había marchado y su teléfono había sonado al
menos cincuenta de veces desde entonces. Habían llamado las chicas,
Ayron e incluso su padre, había recibido un centenar de mensajes
preguntándole por lo ocurrido, preguntando si se encontraba bien y
preguntándole donde estaba, y esa era la cuestión. Bajó del autocar y sacó
del maletero las bolsas con sus cosas tan pronto como el conductor le abrió.
Arrastró los bultos hasta una puerta de cristal y hierro pintado de blanco,
llamó y esperó a que le abrieran.
—¡Clary!
—Hola mamá —dijo, haciendo un gesto con las manos para que viera lo
que llevaba con ella.
—¿Pero qué haces aquí? ¿Qué ha pasado? —Sin poder articular la
respuesta se llevó las manos a la cara y empezó a llorar. La mujer bajó los
dos escalones que la separaban de su hija y la estrechó entre sus brazos —.
¿Qué ha pasado?
—No sé cómo pasó pero me casé...
—¿No sabes cómo te casaste?
—Si... no... —dijo entre hipidos. Siguió diciendo algo que la madre no
llegó a entender—, y ahora le he dejado...
—Vamos, entra. Estábamos a punto de cenar.
—¿Estábamos?
La mujer no respondió, estiró los brazos a los lados de su hija y tiró de
un par de bolsas. Clary hizo lo mismo y la siguió hasta el dormitorio en el
que su madre dejó sus cosas.
—Ven, sígueme. Voy a presentarte.
Dudó por un momento si seguirla era lo adecuado, ella no estaba ahí
para que le presentase nadie, ni estaba para quedarse demasiado tiempo,
solo hasta que se tranquilizasen las cosas, hasta que terminase todo lo que
debía terminarse.
Eran pocas las veces que había estado en casa de su madre, por estudios,
por trabajo y porque ésta era una persona independiente que no había hecho
por mantener una relación maternal con ella. Al llegar al salón encontró a
un hombre de unos cincuenta años, muy elegante y pulcramente vestido,
una chica de no más de quince años y a un chico con gafas que
probablemente rondaba su edad. Todos la miraron sin saber de quien se
trataba.
—Ellos son Stanley, Savannah y Nathan. —señaló—. Ésta es Clary, mi
hija.
—Encantada —murmuró.
Aquella gente respondió de igual modo.
—Vamos, siéntate. Donde caben cuatro caben cinco.
—No. Cenad tranquilos, yo saldré un rato al jardín...
Clary apretó su teléfono entre las manos y cruzó las puertas hasta la
parte trasera de la casa, donde su madre tenía un coqueto jardincito con
piscina. Se sentó a la derecha, en una de las sillas de forja que acompañaban
una pequeña mesa del mismo material y pintada del mismo color que la
puerta de la entrada. Cruzó las piernas y se fijó en la pantalla de su móvil.
Lamentaba no haberle hecho una foto a su marido, lamentaba no tener nada
de él, ni un mensaje, ni una nota de voz, nada, solo un número que había
guardado con otro nombre y solo eso.
Después de la llamada con su padre no había vuelto a sonar, supuso que
las chicas estarían en casa, que su padre estaría cenando y Ayron... Tan
pronto como pensó en él apareció su número en la pantalla. Pensó en no
descolgar, como las veces anteriores, pero entonces temió que ya no
volviera a llamarla y no volver a oír su voz. Aunque fuera por última vez
descolgó el teléfono. Por un momento, al escucharle, se llenó de
arrepentimiento. De haberse quedado en su apartamento probablemente lo
tendría delante, podría verle, escuchar su voz de verdad, no a través del
teléfono, pero luego se dio cuenta que de haber sido así terminaría
cediendo, porque le quería, porque le quería de verdad y porque verle mal
también la ponía mal a ella. Se había ido de su apartamento con la intención
de terminarlo todo y así sería. No quería volver a sentirse como lo hacía, así
que esa era la única forma. Se quedaron en silencio y cuando ella supo que
era el final de la conversación cortó la llamada, subiendo los pies a la silla,
abrazándose a sus rodillas y llorando desconsoladamente.
Entró cerca de una hora más tarde, al sentirse un poco más tranquila,
aún tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar, pero no le importó que la
vieran así.
—Clary. —Dijo su madre antes de que ésta se metiera en el cuarto en el
que estaban sus cosas. Ella se acercó tragando con fuerza para poder
responderle—. Ven, siéntate —señaló uno de los sillones que había frente a
una enorme mesa de centro—. Pareces un poco más tranquila. ¿Qué tal si
me cuentas lo que ha pasado? —Clary se fijó en aquella gente antes de
mirar a su madre—. Vale. Parece que tengo que hablar yo antes. Hace
cuatro años que Stanley se mudó aquí con sus hijos. Es abogado
especializado en divorcios y es en su despacho donde nos conocimos.
—Ellos son mis hijos. Hace ocho años que murió su madre y cuando tu
madre me propuso vivir juntos vinieron conmigo. Espero que no te moleste.
—No me molesta —dijo mirándolos.
La muchacha la miraba directamente, en cambio su hermano parecía
ignorarla adrede, lo que tampoco le preocupó.
—Puedes hablar con confianza. ¿Qué es eso de que te casaste?
Clary tragó con fuerza pero se sentó en el sillón y, apretando su móvil
entre las manos empezó a hablar.
—¿Recuerdas a Bruce Wells? —La madre miró hacia arriba un instante
y justo después asintió—. Hace cinco meses Bruce y papá se reencontraron
y decidieron casarnos a... Ayron y a mí. No sé cómo fue, todo pasó muy
rápido, y antes de que me pudiera dar cuenta ya estaba saliendo del juzgado.
—¿Y por qué estás aquí? ¿Porque no quieres seguir casada con él?
—Algo así. ¿Tú fuiste el que divorció a mis padres? —Preguntó a
Stanley, el hombre asintió—. ¿Podrías... podrías ayudarme con el mío?
La madre de Clary la miraba con el ceño fruncido, ella no quería
divorciarse. Una mujer que quiere divorciarse no llora como ella lo había
hecho un rato atrás, no tiene esa angustia.
—Claro que puedo. Pero siendo un matrimonio por la fuerza podrías
haberlo anulado.
—Fue por la fuerza unos días.
—Luego se enamoró de él. —dijo la madre mirándola a los ojos. No
necesitaba confirmación. Esa niña era igual que su padre y podía leerse en
ella como en un libro abierto.
Stanley y ella fueron a un pequeño despacho que éste tenía en la
buhardilla. Rellenaron todos los datos que el abogado necesitaba para
preparar la demanda de divorcio y acto seguido ella bajó a su habitación,
estirándose en la cama, pensando en qué iba a ser de su vida de ahora en
adelante.
Aquella prometió ser la primera de muchas noches tormentosas para
ambos.
Capítulo 16
Hacía varios días que se habían separado y aquella mañana Stanley le
avisó de que ya estaban listos los papeles del divorcio, así que ya podía
pasarse por su despacho. Para su mala suerte, el bufete del novio de su
madre estaba realmente cerca de SWC, por lo que al recoger los
documentos, tendría que ir a llevárselos a Ayron. Del mismo modo, quizás
ese mismo día todo estuviera terminado entre ellos.
Durante esos días había estado buscando apartamento, hasta que tuvo
que mudarse con Ayron había vivido sola, y había sido así desde hacía más
de un año, ahora no pretendía, ni vivir de su madre, ni irrumpir en las vidas
de su nueva familia. Se quedó con el que más le había gustado de todos los
que había visto, un apartamento pequeño y coqueto que quedaba a diez
minutos de SWC y en dirección contraria a la de Ayron, así tendría la
certeza que no se cruzaría con él ni por accidente. Firmó el contrato de
alquiler en compañía de su madre y después de recibir las llaves, fueron al
bufete.
—¿Estás segura de esto? Cuando te has acostumbrado tanto a una
persona, al separarte de ella te sientes perdida.
—Mamá, mi relación con él fue un error. Su familia me odia, tiene
demasiadas chicas detrás de él y muchas de ellas serían un buen partido.
Esto es lo mejor para él.
—¿Es por una de esas chicas por lo que tomaste esta decisión? —
preguntó presionando el botón del piso de Stanley.
—Sí y no. Cuando mejor estábamos con nuestro matrimonio nos
encontramos con esa chica... después de decirme que me quería los vi
besándose en su oficina... Sé que es cosa de su familia, pero no quiero sufrir
más y estar con él es el precio que hay que pagar. Le quiero, nunca lo
negaré porque es la verdad, pero no puedo estar con alguien como él.
Prefiero estar perdida y dolida unos días, poco a poco aprenderé a
respirar otra vez.
La mujer miró a su hija viendo en ella una fortaleza que a ella misma le
había costado mucho encontrar cuando dejó a Will. Sonrió tristemente al
saber lo mucho que iba a sufrir su hija, pero la apoyaría, la apoyaría aunque
supiera que se estaba equivocando. Lo bueno era que tenía solo veintitrés
años, y que con el tiempo, encontraría a quien le hiciera olvidar a Ayron. Ya
en la oficina Stanley le ofreció el sobre con los documentos, preguntándole
exactamente lo mismo que su madre, que si estaba segura, pero lo estaba,
aquello nunca debió ser y estaba segura de lo que hacía.
Tomó el sobre con los documentos, agradeciéndole que no le cobrase
los honorarios que, como abogado, debía cobrar. Luego se marchó.
Se detuvo frente a la entrada de SWC, recordando las veces que se
encontraron en la entrada, a veces accidentalmente, a veces adrede, las
veces que se sonrojó y entró nerviosa... Miró con nostalgia la puerta del que
fue su departamento por más de un año y desvió la mirada hacia la escalera
principal, dirigiéndose a ellas para terminar lo que había empezado cuatro
meses atrás en aquella misma oficina. Subió a pie hasta la primera planta y
allí tomó el ascensor hasta el último piso. Saludó a Vince, quien le dio paso,
y acto seguido entró en el despacho del presidente. Recordó la primera vez
que lo vio allí, sentado, mirándola con autosuficiencia y con su traviesa
sonrisa de medio lado. Se miraron unos segundos antes de que ella tomase
aire y acortase la distancia, colocándose frente a su mesa.
—Hola Ayron —saludó más fríamente de lo que quiso.
—Clary... —Murmuró. Su mirada se iluminó al nombrarla—. Dios mío,
¿Estás bien? Te he echado mucho de menos.
Ayron se puso de pie con intención de rodear la mesa, pero ella actuó
antes de que se le acercase.
—Estoy bien —dijo tratando de ocultar sus propios nervios por tenerle
cerca—. Solo vengo para traerte esto —añadió levantando la mano en la
que tenía el sobre con los documentos de divorcio—. Necesito que lo
firmes.
—¿Y si no quiero firmarlo? —preguntó retórico.
—Entonces dejará de ser un matrimonio secreto. —Aclaró—. Gritaré a
los cuatro vientos que soy tu mujer y no tendrás más remedio que aceptarlo,
con las consecuencias que pueda traer para tu imagen, para la empresa o
para tu familia el que se sepa. Dejarán de haber malos entendidos con
inversores, con hijas de inversores y con los falsos rumores, por mucho que
tu familia quiera meter las narices. Llevarás alianza igual que la he tenido
que llevar yo. —Ayron fue frunciendo el ceño a medida que ella iba
enumerando—. Si no quieres terminarlo esas son las condiciones.
—Está bien. ¿Quieres terminarlo? —Ella asintió con la cabeza—. Muy
bien. —Ayron cogió la pluma y garabateó en el espacio en el que estaba su
nombre—. Con esto está todo terminado. ¿Contenta? —Dijo de mala gana,
dejando caer el bolígrafo sonoramente sobre la mesa. Estaba frustrado.
Clary miró el papel con un dolor indescifrable en el pecho.
—¿Sabes Ayron? Deseaba con todas mis fuerzas que por una vez me
pusieras a mí por encima de todo. Que cogieras ese papel, lo destrozaras,
me abrazaras y me dijeras que yo era más importante que todo lo demás.
Pero con esto me has dejado claro cómo de importante he sido en tu
vida.
Te has impuesto delante de mis amigos marcándome como tuya, luego
me has negado delante de tus empleados, tus socios y tus conocidos, y
cuando tienes la posibilidad de corregirlo decides huir.
Ayron cerró los puños, ella tenía razón. Cogió el documento para leerlo
y se dio cuenta de que ella no pedía absolutamente nada y que, por si fuera
poco, añadía una clausula en la que indicaba que le devolvería la suma que
cobró su padre y que le daría una pequeña cantidad por los meses que vivió
en su casa. Cuando la miró para recriminarle por esa cláusula ella se acercó
a él y dejó sobre su escritorio el anillo que habían comprado juntos. Él miró
la joya creyendo que se moría al comprobar que realmente estaba todo
terminado.
—Adiós, Ayron. Espero que tengas la vida que deseas tener. Y que
encuentres a la indicada, la única con la que realmente quieras pasar el resto
de tu vida.
Tan pronto como ella tomó el sobre y se dio la vuelta corrió para
frenarla.
—Clary... —Murmuró. Pero no fue capaz de pedirle perdón por todo,
decirle que dejasen ahí todo lo ocurrido y empezasen de nuevo.
Observó, incrédulo, como salía de su despacho y le dejaba
completamente solo.
Permaneció inmóvil unos segundos, arrepintiéndose de lo que acababa
de hacer en un arrebato, víctima de la impotencia y el enfado de ver como
la única chica con la que se había sentido así, estaba dejándole. Le rogó a su
propio cuerpo que se moviera, que corriera tras ella e hiciera lo que ella
deseaba, que rompiera esos documentos y la besase, y le dijera que la
quería, y que para él no había nadie más, pero no se movió.
Aquella quinta vez que Clary no quería sufrir, acababa de suceder y su
corazón ya no podía estar más roto. Ayron había firmado el divorcio y había
permitido que saliera de su despacho sin decir una palabra.
Caminó lentamente hasta el elevador del fondo, tratando de permanecer
el mayor tiempo posible ahí, por si salía a buscarla, pero no lo hizo, y el
ascensor llegó, y subió a él sin volver a verle.
Esta vez no iba a ser como la anterior, entró en su ex departamento con
una sonrisa y soltó el bolso y el sobre encima de la que fue su mesa, se
acercó a Leah y la abrazó con fuerza, luego hizo lo mismo con Elisa,
Tallulah, y el resto.
—Hace cuatro días actuaste de la forma más extraña y repentina del
mundo, no nos explicas nada y ni siquiera te paras a despedirte de nosotras
y ahora llegas con tu actitud cariñosa ¿y pretendes que seamos amables
contigo? —soltó Leah completamente enfadada.
—Lo siento...
—Entendemos que no dijeras nada de tu relación con él, pero es odioso
que renuncies por un arrebato de celos —dijo Miren.
—Lo siento, de verdad que lo siento. Pero es un poco más difícil de
explicar. Sé que estáis enfadadas conmigo... Hace un rato me han dado las
llaves de mi nuevo apartamento, ¿Queréis venir? Podemos tener una cena
de inauguración o algo así y puedo explicároslo todo si queréis.
Las chicas se miraron entre sí, como buscando una aprobación la una en
la otra.
—Vamos, chicas, habéis estado estos días lloriqueando porque Clary se
había ido, ¿ahora que viene y os pide que vayáis a cenar con ella tenéis que
pensarlo? Cuenta conmigo. No llevo tanto tiempo con vosotras, pero cuenta
conmigo —soltó Zac, acercándose a ella para abrazarla—. Por cierto, es
una lástima, disimulabais muy mal y se notaba a la legua.
Hacíais muy buena pareja.
Clary no pudo contenerse más, devolvió el abrazo a su ex compañero y
empezó a llorar, llevando a las otras chicas a hacer lo mismo.
Ayron miraba la copia de la demanda de divorcio sin terminar de creer
que fuera cierto. Quizás para ella hubiera sido distinto, pero a él no le había
costado acostumbrarse a ella, no le había costado en absoluto, todo lo
contrario, desde que ella estaba en su vida todo era emocionante, llegar a la
empresa y verla ruborizarse al encontrarse en la entrada, pasar al mediodía
por la cocina deseando encontrarla allí, y lo mejor de todo, llegar a casa, y
saber que estarían juntos toda la noche. Al fijarse en las fechas se le heló la
sangre al ver que ese día no solo habrían hecho cuatro meses de casados,
además era el cumpleaños de su mujer.
—Y este es mi último regalo: un corazón roto y una vida en soledad...
—murmuró, reclinándose en el respaldo de su silla y mirando al techo
para evitar que las lágrimas empezasen a brotar.
La mañana había pasado en un santiamén yendo de un lado a otro, y la
tarde prometía ser igual. Su madre y Stanley llevaron sus cosas a su nuevo
apartamento y, para su sorpresa, tanto la hija como el hijo del abogado se
ofrecieron para ayudarle a repartir las cosas por la casa.
—Me da un poco de pena tu situación —dijo la muchacha—. Yo rompí
con mi ex hace dos semanas y estuve dos días llorando sin parar.
Tú has roto con tu marido...
—Pero todo se supera, ¿verdad?
Savannah asintió con una sonrisa radiante que arrastró también a Clary.
Los dos adultos miraron a las chicas pensando que, si realmente se
tratasen un poco más, terminarían siendo grandes amigas a pesar de la
diferencia de edad.
Cerca de la hora de la cena la madre de Clary quiso llevarla a su casa
para que cenase con ellos, pero en su primera noche en ese apartamento
tenía invitados, por lo que lo pospusieron para otro día.
—Podéis quedaros, si queréis —propuso a Savannah y a Nathan.
Los dos se miraron tentados a quedarse, pero terminaron marchándose y
dejándola sola.
Clary no tuvo tiempo de deprimirse, apenas cinco minutos después de
que su madre se fuera llegaron las chicas al apartamento, ruidosas como
siempre y repletas de bolsas con comida, bebidas y detalles para su nueva
casa.
—Así que este es tu nuevo pisito de soltera.
—Dios, Elisa, que poco tacto tienes. La pobre se nos acaba de divorciar
del Dios de SWC y tu bromeas con eso —empezó Tali.
Todas rieron, incluida la anfitriona.
Las chicas entraron seguidas por Zac. Clary se alegró de que él también
estuviera allí.
—¿Cómo supisteis que estaba con Ayron?
—Empezamos a sospechar que algo pasaba cuando Ayron vino a la
oficina pero se fue corriendo cuando supo que habías dimitido. Luego ha
estado llegando tarde, con ojeras, sin afeitar, desarreglado. Suponíamos que
era por una chica y entonces Leah lo cuadró todo.
Clary miró a su amiga y sonrió tristemente.
—Te dije que estaba interesado en ti... Admite que tengo buen ojo.
—Siento haberos escondido esto, pero realmente no podía decir nada.
Y os pido que por favor guardéis el secreto. No puede enterarse nadie.
—No diremos nada.
—No, no diremos nada, pero a cambio tú vas a tener que hablar.
¿Cómo diablos lo hiciste para casarte con alguien como él?
—Su padre y el mío son amigos de la infancia. Él tenía que casarse para
demostrar a su odiosa familia que es respetuoso con su puesto y poder
mantener la presidencia, mi padre... bueno, ya sabéis que mi padre tenía
deudas.
Pese a que tener deudas no es algo de lo que sentirse orgulloso, Clary no
lo tenía como un secreto, compartiendo tantas horas de oficina como
compartían, yendo a comer juntas casi a diario y saliendo de vez en cuando
como lo hacían, sabían mucho las unas de las otras, por lo que no le importó
que supieran que había tenido dos trabajos para poder pagar las deudas de
su padre o que éste había perdido su casa y las había dejado en la calle.
—Y el padre de Wells os ayudó. —ella asintió—. ¿Le quieres? ¿Es tan
caliente como aparenta por fuera? —Clary dudó en si responder o no—.
Vamos, no es difícil de responder. ¿Estás enamorada de él?
—Lo estoy. ¿Quién no lo estaría? Es tan...
—¿Sexy?
—Sexy, y muy impulsivo, y gracioso. Buscaba cualquier excusa para...
—se detuvo mirándose la mano en la que había llevado la alianza.
No quería seguir hablando de un imposible, de algo que ya había
terminado y que no iba a volver a ser.
—Desde el lunes ha pasado todos los días por la oficina, se ha parado
solo un segundo y se ha fijado en tu mesa.
—Se le pasará. Seguro que Ayron no es del tipo de hombre que está
acostumbrado a que las mujeres rompan con él. Y a mí también se me
pasará. Y todo volverá a la normalidad como si estos cuatro meses nunca
hubieran existido.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Buscar un trabajo. Terminar mis estudios...
—Volviendo al Dios de SWC... —Empezó Elisa—, tendrás que hacer
un esfuerzo y contarnos como es... ya sabes... —todas asintieron
expectantes.
Zac negó con la cabeza como si estuvieran locas y se levantó para ir a la
cocina y servir a esa panda de chifladas, la primera ronda de bebidas.
La diversión, las confesiones y los secretos se alargaron hasta las tres,
después de eso empezaron a marcharse hasta que, finalmente, se quedó
sola, en un apartamento en que viviría sin más compañía que ella misma, en
el que dormiría sola y al que tendría que acostumbrarse.
—Hoy empieza mi nueva vida —Dijo dándose la vuelta tras cerrar la
puerta, estirando los brazos y tomando aire con fuerza.

***

Como cada día desde que Clary se fue, se levantó, se vistió y se fue.

No se preocupó en desayunar, ni siquiera miró hacia la cocina antes de


salir de su apartamento. Esperó a su chófer y se dirigió a SWC. Ésta vez
no pasó por delante del departamento de ventas, hacía dos semanas que
Clary le había dejado y ya no merecía la pena seguir lamentándose por algo
que no iba a poder arreglar aunque pidiera perdón de cien mil maneras
distintas, aun así no pudo evitar mirar hacia allí antes de subir las escaleras
al primer piso. Esos días sin ella habían sido una completa tortura, la veía
dondequiera que mirase, deseaba encontrarse con ella en cualquier parte,
incluso había preguntado a Will por ella, pero, salvo que había estado unos
días con su madre, no había mucho más que pudiera decirle.
Al entrar en su despacho se encontró con algo inaudito, las chicas del
departamento de ventas estaban allí, sentadas en el sofá, su secretario estaba
atado a la silla con cinta adhesiva a modo de mordaza. Dio un paso atrás
cuando Vince le indicó con la mirada que se fuera, pero tan pronto como lo
vieron se acercaron a él, agarrando sus brazos y llevándolo hacia el sofá.
—¡Esperad! —Dijo Tallulah—. El secretario no puede enterarse.
Se acercó a él y lo arrastró junto a la silla hasta la salita de espera que
había fuera del despacho del presidente.
—Venimos a hablarte de Clary —empezó Miren—. Lo habréis dejado
pero... —Ayron abrió los ojos de par en par—. Tranquilo, ella no nos ha
dicho nada, lo descubrimos nosotras y ella nos aclaró los puntos que
quedaban en el aire.
—Ella está enamorada de ti, y tú no puedes negar que lo estás de ella —
soltó Leah de pronto—. Haz lo que sea, pero arregla las cosas con ella.
—Disculpad, pero mi vida privada no os interesa.
—Claro que nos interesa —dijo Elisa—. Tener en primicia una historia
de amor como la vuestra... Además ella es nuestra amiga y queremos
ayudarla como podamos.
—Nos pidió que mantuviéramos en secreto lo vuestro, así que puedes
confiar en nosotras.
—Entonces ayudadla a que siga siendo secreto.
—¿Sabes que hemos estado en su nuevo apartamento un par de veces
ya? —Leah sonrió con expresión retórica. Sabía que le interesaría saber su
dirección—. ¿Sabes que ha retomado sus estudios?
Ayron se sintió terriblemente tentado por preguntarles, pero no lo hizo.
Se puso de pie y se acercó a la vidriera, dándoles la espalda.
—No te hagas de rogar. Probablemente la conocemos mejor que tú.
Podemos ayudarte a recuperarla.
—Y supongo que querréis un aumento por mantener el secreto, que
querréis...
—¿Tu nunca has tenido amigos? ¿Siempre has tenido que pagar por
todos los favores que te han hecho? Ayron, estás buenísimo, y es un
orgasmo para la vista verte pasear por nuestra oficina, pero la ayuda que te
ofrecemos no es solo por ti. Es a Clary a la que hemos visto llorar
desesperada, a la que hemos visto fingir una sonrisa cuando en realidad
no quería hacerlo.
Leah hablaba mientras las otras la miraban completamente
boquiabiertas por la soltura con la que hablaba y por las cosas que estaba
diciendo al jefazo de SWC. Ayron apretaba los puños a los lados de su
cuerpo sin darse la vuelta, pero Leah se había puesto cerca de él y se había
dado cuenta de que trataba de contenerse de hablar.
—Di algo. Dilo antes de que nos arrepintamos de haber venido a
hablarte de ella.
—Deja que me lo piense. —Dijo sin girarse—. Ella cree que estar
conmigo es un imposible, y que no me importa, que...
—Haz lo que quieras. —cortó tajante—. Si no te atreves a intentarlo
está bien. Eventualmente te olvidará, conocerá a otro que la haga reír, que la
busque con cualquier pretexto solo para besarla o abrazarla, conocerá a otro
con el que pasará las noches, con quien compartirá el resto de sus días...
Era cruel decir las cosas como las estaba diciendo, sobretodo porque
todas lo habían visto afectado por ese divorcio, pero creía que esa era la
única manera de hacerle entrar en razón. Había una posibilidad de que él
estuviera pasándolo igual de mal que Clary, y con esas palabras podía,
quizás, hacer que reaccionase, que lo intentase una y otra vez hasta que la
hiciera ver que estar juntos era la única forma de ser felices. Sin esperar a
que Ayron se decidiera si quería ayuda o no, hizo un gesto a las chicas y
salieron del despacho, desatando a Vince y dejándolo entrar nuevamente a
la oficina.
Esperaron el resto de ese día, y el siguiente y el siguiente, pero Ayron
parecía tan dispuesto a zanjar ese asunto como lo estaba Clary.
Capítulo 17
Hacía un mes que Clary le había dejado y aun no era capaz de hacerse a
la idea. Solo había estado con ella cuatro meses, pero habían sido los
mejores cuatro meses de su vida, por cómo era ella y lo mejor, por cómo era
él cuando estaba con ella.
Había muerto mil veces por pedirle a las chicas toda la información que
pudieran darle: dónde estudiaba, dónde vivía, qué hacía cada minuto de sus
días, pero el asunto de su divorcio todavía estaba candente en la familia
Wells, quienes habían ido más de una decena de veces a su oficina para
reírse de él.
Tanto sus tíos como sus primas se habían burlado de él por lo que
siempre creyeron que fue mentira, pero él había hecho caso omiso a lo que
decían.
Aquella mañana estaba lejos de querer escuchar sus risas estúpidas, los
comentarios de que una donnadie le había dejado, de modo que, cuando
ellos entraron en el despacho, Ayron simplemente se puso en pie con
intención de marcharse. No tenía intención alguna de escucharles, de tratar
de defenderse o de defender a Clary.
—No hagas planes para la hora de comer —dijo uno de sus tíos.
—Al parecer el viejo te ha buscado pareja —se rió Karen, cubriéndose
la boca con una mano y con una expresión llena de maldad.
—No tengo intención de casarme un mes después de mi divorcio.
—Creo que mientras seas un mantenido de la familia tendrás que acatar
lo que se te ordene —soltó uno de los hombres, poniéndose en pie con
actitud hostil—. No hagas planes para la comida. Mi padre quiere verte.
Ayron resopló con frustración y salió del despacho cerrando de un
sonoro portazo. Negó con la cabeza al oír las risas de sus primas a sus
espaldas. Detestaba que creyeran que podían hacer con él lo que quisieran y
lo peor, que lo consiguieran.
¿Su abuelo quería hablar con él? Adelante, pero no iba a esperar a la
hora de comer. Iría a verle, pero no cuando ellos quisieran, sino cuando él lo
decidiera y, mientras el cuarteto de detestables reía en su oficina, él bajó al
aparcamiento con intención de dirigirse a la residencia familiar.
La última vez que había estado allí había sido con su mujer, bajó la
mirada creyendo que jamás se repondría de su ruptura, pero al escuchar una
voz lejana volvió en sí. Adoptó una postura erguida y, con paso firme, se
dirigió al despacho de su abuelo con intención de pararle los pies si se le
ocurría mencionar un matrimonio que él estaba muy lejos de desear.
Entró en el estudio de su abuelo esperando que empezase a decirle que
tenía que casarse, que le dijera que tenía que empezar a buscar esposa y que
se plantease tener hijos, básicamente lo que venía escuchando las últimas
dos semanas por parte de sus tíos, pero lejos de lo que pensó, Oliver no
estaba con su típica postura rígida y el rostro serio.
No evitó mirarle y cuando lo hizo no lo hizo con desprecio.
—Has llegado antes de lo que te esperaba. Siéntate —dijo, acercándose
a una mesita que tenía a un lado con una botella de whisky y algunos vasos
—. ¿Quieres?
—No. Tengo que conducir.
—Te extrañará que no me haya reído de que Clarence te haya dejado.
—Ayron no respondió—. Al contrario que tus tíos o tus primas, a mí no
me hace feliz que se haya ido.
—¿Puedo saber qué significa eso?
—Me gusta Clary. Es una chica encantadora y te quiere de verdad.
—Sus actos no lo demuestran, ¿no es lo que pensáis todos?
El hombre dio un largo sorbo de la bebida de su vaso y se sentó en un
sillón frente al que ocupaba Ayron. Su mirada no tenía esa soberbia que le
caracterizaba y Ayron se preguntó si estaba enfermo.
—Cuando vinisteis juntos para mi cumpleaños le pedí que se quedase a
tu lado, que aguantase aunque las cosas se pusieran difíciles. —Ayron miró
a ese hombre sin saber qué demonios estaba pasando—. Me dijeron que era
una farsa, que vuestro matrimonio era falso. Para que se callasen le ofrecí lo
que ella quisiera a cambio de que te dejase. ¿Sabes lo que pidió? que te
diera esa empresa que tanto mereces. —Entre los dos se hizo un silencio
intenso. Oliver no sabía cómo hablar con su nieto y Ayron no acababa de
encajar que ese hombre hubiera pretendido pagarle para que le dejase—.
Solo voy a decirte esto una vez, así que escucha bien. Sabes que siempre
me han acusado de que tu madre era mi favorita —Ayron asintió—. Pues lo
era. Y de todos, tú eres mi nieto favorito, por eso es que estás en la
presidencia de la empresa más importante para mí.
—Ayron escuchaba atónito, ya no solo por sus palabras, sino porque
sentía que lo que le estaba diciendo ese hombre era completamente cierto
—. Clarence me recuerda a tu abuela y a lo increíblemente feliz que me
hacía con su mera existencia. Delante de esos buitres no puedo ser afable
contigo, porque me acusarían de estar senil, invalidarían todo mi poder y
nos despellejarían antes de dejarnos sin nada. Pero quiero que sepas que si
decides recuperarla, tienes todo mi apoyo. Y mis ánimos.
—Se fue de la empresa y de mi apartamento. Se despidió de mí por
teléfono y lo único que sé es lo poco que sus amigas me cuentan.
—Toma. —dijo el hombre, ofreciéndole un sobre de papel marrón que
había sobre la mesa.
—¿Qué es esto?
—Eso es todo lo que he podido averiguar de ella: su dirección, el
horario de sus clases, el autobús que coge, donde hace su compra semanal...
No sabía si algún día tendríamos esta conversación, así que he pedido esto
por si algún día podíamos hablar.
Ayron abrió el sobre sin mucha expectativa, pero Oliver tenía razón.
Al mirar a su abuelo para agradecerle se dio cuenta de que sonreía, y él
no le había visto sonreír desde hacía muchos años.
—Ahora, si no quieres una copa, vete. Pero me gustaría pedirte un favor
antes... —el joven asintió antes de ponerse en pie—. Si te preguntan...
—Ha sido el de siempre. De hecho no le reconozco.
—Lo siento. Es el precio que tenemos que pagar si queremos seguir
como estamos. Si se dieran cuenta...
—Creo que me hago una idea de lo que son capaces de hacer. Muchas
gracias por esto.
—No me las des. Solo haz lo que tienes que hacer. Y si es posible, dame
un bisnieto antes de que me muera.
Ayron sonrió levemente, asintió con la cabeza y después de levantar un
par de dedos como saludo, salió de la oficina, caminando a paso ligero
hacia el aparcamiento.
Bajó del coche y cruzó la acera acercándose al portal en el que Clary
vivía. Buscó en el interfono el número dos de la tercera planta y acarició el
botón, imaginándose qué decir si llamaba y ella respondía. Miró el
documento que su abuelo le había dado y el corazón le dio un vuelco al
darse cuenta de que, si estaba en lo cierto, en solo unos minutos la vería por
primera vez en un mes que pareció un siglo. Cruzó la calle hasta el parque
que había al frente y se sentó en uno de los bancos de colores.
Quedaba tras unos arbolitos perfectamente recortados por arriba, por lo
que estaría bastante oculto. Esperó impaciente, contando cada segundo
hasta que, de pronto, la vio girar la esquina.
En cuanto la vio, con bolsas en las manos, no pudo evitar que su
corazón se acelerase. Ahí estaba ella, igual que un mes atrás, tan hermosa,
tan sencilla, tan... La contempló mientras dejaba las cosas en el escalón y la
miró, sin apartar la vista de ella ni un solo segundo hasta que, después de
abrir, desapareció tras la puerta.
Hasta ese momento había deseado que Clary se arrepintiese y le diera la
posibilidad de volver con ella, pero ahora estaba convencido de que, haría
lo que tuviera que hacer para conseguir que volviera de nuevo a su vida,
porque sin ella no era tan apasionada, porque sin ella no era tan divertida y
porque sin ella, su vida no tenía sentido.
Sonrió ampliamente al alejarse de allí, trazando un plan infalible que
daría forma poco a poco para volver a atraparla en sus redes, esta vez de
forma que no pudiera escapar jamás.
Continuará...

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