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Varios - Temas de Educación (Adler y Otros)

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Nuestro Tiempo - septiembre 1987

LA CRISIS DE LA EDUCACIÓN
LAS TESIS DE ADLER Y LAS OPINIONES DE NUEVE EXPERTOS

Es un provocador nato y le gusta llevar la contraria. Se llama Mortimer Adler y es el


autor de innumerables libros y artículos sobre filosofía, educación y humanidades.

Sería feliz si viviera en la Europa que vio nacer las universidades y los estudios
generales. Ha batallado toda su vida en defensa de las Artes Liberales y no renuncia a ganar
esta guerra. Lo mismo desde la Enciclopedia Británica, de la que fue uno de sus fundadores,
que desde las páginas de un periódico. Precisamente en THE NEW YORK TIMES publicó el
artículo que encabeza este DOSSIER.

NUESTRO TIEMPO pidió a varios expertos naciones y extranjeros que comentaran ese
texto. El Profesor José Luis González-Simancas, que dirigió la encuesta, abre las puertas de
una gran polémica en la que intervienen nueve prestigiosos profesores universitarios. Sus
opiniones reflejan el enorme interés que han despertado las provocativas tesis de Adler.

EDUCAR: ESO VIENE MAS TARDE


MORTIMER J. ADLER
Mortimer Adler es el Director del Instituto de Investigación Filosófica de Chicago y Presidente del
Consejo de Redacción de la Enciclopedia Británica.

Durante más de 40 años, una idea predominante en mi filosofía educativa ha sido la de


reconocer que jamás ha sido nadie educado - nadie puede serlo - en una escuela o universidad.

Tal sería el caso si nuestras escuelas y universidades fueran perfectas, que ciertamente
no lo son, e incluso si los estudiantes fueran los mejores y más inteligentes, y también
conscientes en la aplicación de sus facultades.

La razón es sencillamente que la propia juventud - la inmadurez - es un obstáculo


insuperable para llegar a educarse. Para los jóvenes está la escolarización. La educación llega
más tarde, ordinariamente mucho más tarde. Lo más acertado que pueden hacer nuestras
escuelas es preparar a los jóvenes para seguir aprendiendo a lo largo de la vida,
proporcionándoles la aptitud para el aprendizaje y el amor por el saber. Actualmente, nuestras
escuelas y universidades no lo están haciendo, pero eso es lo que deberían estar haciendo.

Hablar de un joven educado o de un joven sabio, profundo en la comprensión de ideas y


temas fundamentales, supone una contradicción en los términos equivalente a la de hablar de la
cuadratura del círculo. Puede prepararse a los jóvenes para una educación en los años
venideros, pero sólo los hombres y mujeres maduros pueden llegar a educarse, comenzando el
proceso de sus 40 ó 50 años y alcanzando un poquito de genuina intuición, del juicio sensato y
de sabiduría práctica después de cumplir los 60.

Esto es lo que no sabe ni puede comprender ningún titulado de enseñanza media o


superior. En realidad, la mayoría de sus profesores no parecen saberlo. Con su obsesión pro
cubrir unos contenidos y con su modo de examinar a sus alumnos, no actúan ciertamente como
si comprendiesen que sólo están preparándolos para su educación en el futuro más que para
tratar de darle cumplimiento dentro de los recintos de sus instituciones.

Hay, por supuesto, algo de verdad en la antigua idea de que la conciencia de la


ignorancia es el comienzo de la sabiduría. Pero ténganse presente que es sólo el comienzo. A
partir de ahí uno tiene que hacer algo con ese fin. Y para hacerlo inteligentemente, uno tiene
que saber algo sobre sus causas y remedios: por qué los adultos necesitan educación y qué
pueden hacer dadas sus posibilidades.

Cuando los adultos jóvenes se dan cuenta de lo poco que aprendieron en la escuela,
ordinariamente dan por supuesto que algo fallaba en la escuela a la que asistieron o en el modo
en que allí empleaban el tiempo. Pero el hecho es que el mejor titulado posible de la mejor
escuela posible necesita continuar aprendiendo todo, tanto como el peor.

¿Cómo deberían arreglarse para hacerlo? En un libro reciente ha tratado de responder a


esta pregunta: “¿Cómo deberían procederlas personas que desean dirigir por sí mismas la
continuación de su aprendizaje una vez finalizada toda escolarización?”. una respuesta escueta
y sencilla: leer y conversar.

Nunca leer solamente, porque la lectura sin la conversación con otros que hayan leído el
mismo libro no es ni mucho menos tan provechosa. Y así como la lectura sin la conversión
puede dejar de producir el máximo de comprensión a que debería aspirarse, del mismo modo la
conversación sin la sustancia que ofrecen los buenos y grandes libros probablemente degenerará
en poco más que un intercambio de opiniones o de perjuicios personales.

Aquellos que se tomen esta recomendación en serio, por supuesto que estarían en mejor
situación si su escolarización les hubiese proporcionado la disciplina intelectual y la aptitud que
necesitan para llevarla a cabo, y si, además, les hubiese introducido en el mundo de la cultura
con cierta apreciación de sus ideas y temas fundamentales. Pero incluso el individuo que
tuviese la fortuna de salir de su escuela o su universidad con una mente tan disciplinada,
todavía tendría un largo camino que recorrer antes de llegar a ser, él o ella, una persona
educada.

Si nuestras escuelas y universidades cumplieron su cometido y los adultos el suyo, todo


iría bien. Sin embargo, nuestras escuelas y universidades no están cumpliendo el suyo porque
intentan hacer cualquier otra cosa. Y los adultos no están haciendo lo suyo porque la mayoría
permanecen en el engaño de creer que han completado su educación al finalizar su periodo
escolar.

Tan sólo la persona que se percata de que la edad madura es el tiempo de adquirir la
educación que ningún joven podrá jamás adquirir, se sitúa por fin en el camino real hacia el
saber. El camino es empinado y pedregoso, pero es el camino real, abierto a quien quiera que
tenga aptitud para aprender y bien a la vista el fin último de todo saber: la comprensión de la
naturaleza de las cosas y el lugar del hombre en el proyecto total.

Una persona educada es la que a través de los afanes de su propia vida ha asimilado las
ideas que la hacen representativa de su cultura, que la hacer portadora de sus tradiciones y la
capacitan para contribuir a su perfeccionamiento.

PRESENTACIÓN
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ-SIMANCAS
José Luis González-Simancas es profesor Ordinario y Director del
Departamento de Didáctica Orientación de la Universidad de Navarra.

Mortimer J. Adler se muestra polémico en el artículo que hace unos mese publicó en
The New York Times, pero quizá no tenga razón. ¿Cómo lo sabremos?
Uno de los posibles modos es el de contrastar las opiniones de Adler con la de algunos
representantes significativos de la teoría y la práctica de la educación. Ese contraste es lo que el
lector encuentra en las páginas que siguen.

El debate aporta algunos acuerdos importantes. En el fondo, todos los expertos piensan
que la educación necesita una renovación urgente. Y en ese consenso general entra también
Mortimer J. Adler. Permítaseme abogar por sus verdaderas convicciones, acudiendo a su
propio mensaje educativo al como se contiene en otros escritos suyos. Es un deber que me
impongo como presentador.

Es bien conocido su liderazgo de Grupo Paideia, que es magnífico botón de muestra


de los intentos, cada vez más generalizados en los Estados Unidos, de hacer realidad a escala
nacional lo que es la realidad en los mejores centros privados americanos de tradición
humanista. El intento de Adler y sus colaboradores es ambicioso y generoso: reforma la
escuela pública en la línea de la educación humanista, “liberal y general”, como contrapuesta a
“profesional y especializada”. Es precisamente el término griego Paideia (la Humanitas
latina), que se escoge como bandera de la propuesta de reforma. Se trata de asegura con ella
una vida humana plena, feliz que genere una sociedad culta, la única en que puede basarse una
democracia responsable y la única que puede proporcionar un medio de vida en una sociedad
donde ya no basta el adiestramiento específico para un puesto de trabajo determinado. Ideas
como éstas son las que se leen en el Manifiesto Educativo del Grupo Paideia, elaborado por
Mortimer J. Adler. En él afirma textualmente: “La escuela ha de poseer para todos una
cualidad básica que puede ser de modo óptimo definida positivamente como general y liberal y
negativamente, señalando que no tiene que ser especializada ni hallarse orientada hacia una
profesión”. Desde este punto de vista, “la enseñanza general no especializada resulta la más
adecuada a la naturaleza humana, lo que la hace, en términos prácticos y de utilidad, mejor que
cualquier otro tipo de educación”.

La educación, así entendida, no termina nunca: es un desarrollo continuado que no


acaba con el período de escolaridad. Es ésta una de las tesis fundamentales del Grupo Paideia,
que ayuda a entender mejor la polémica cuestión que Adler plantea en su artículo de referenda.
En el fondo, se trata de la crítica de la educación que en su país - y en tantos otros, incluido el
nuestro - no camina por donde debería caminar, confundiendo los planteamientos a largo plazo
de una auténtica educación de la persona con los alicortos de un simple adiestramiento de
funcionarios para puestos específicos de trabajo, que cambiarán inexorablemente de naturaleza
al ritmo del progreso tecnológico.

LA EDUCACIÓN NO ES SOLO PARA LOS VIEJOS


ELLIOT W. EISNER
Elliot W. Eisner es Profesor de la Escuela de Educación de la Universidad de Stanford, California
(Estados Unidos)

Encuentro que hay mucho de sensato en la filosofía de la educación de Mortimer J.


Adler. En primer lugar, recomienda - y yo estoy de acuerdo - que la discusión esté informada
de sustancia. Los libros - y yo añadiría otras fuentes además de los libros - pueden proveer esa
sustancia. Sin sustancia, las discusiones degeneran típicamente en un simple compartir
trivialidades.

De modo parecido, la sustanciosa experiencia lograda en el transcurso de la vida, ya sea


por la lectura o por otros medios, puede clarificarse y profundizarse por el intercambio
intelectual. Este intercambio, al que Adler llama discusión, lamentablemente se echa en falta
en la mayoría de las escuelas americanas. Los profesores americanos, tanto en el nivel básico
como en el secundario, no han prestado mucha atención a facilitar el diálogo en las aulas,
debido en parte a nuestra preocupación por la eficacia y por conceptos tales como el de
“aprovechamiento del tiempo” (time on task). La exposición oral (lecture) prevalece en
demasiados sitios y las fichas de trabajo individual son el medio preferido.

De aquí que yo aplauda el profundo interés de Adler por favorecer y profundizar las
aptitudes intelectuales a través de un proceso que es la vez social y sustantivo. Creo que
prácticamente todas las escuelas mejorarían si ofreciesen oportunidades regulares y
orgánicamente desarrolladas para fomentar esos procesos en el aula. Esto, por supuesto,
requeriría que los mismos profesores supiesen cómo estimular la discusión y cómo conducir su
desarrollo, de modo que fuese educativamente productiva. Ese es, en sí mismo, un formidable
objetivo en la formación de profesores. Un objetivo al que vale la pena dedicar atención.

La opinión de Adler de que la educación sólo puede producirse, de hecho, después de


cumplir los 60 años, creo que lleva las cosas demasiado lejos. Podría estipularse que la
educación requiere cinco o seis décadas de vida para realizarse, pero creo que tal opinión está
fundamentalmente equivocada. La educación no es un lugar al que se llega: es un proceso por
el que se aprende a pensar.

Los jóvenes, desde un comienzo, puede embarcarse en un viaje educativo, y una


dedicación inteligente proporciona las debidas condiciones para que la experiencia de los
jóvenes sea de naturaleza educativa y no deseducativa. Adoptar una idea de educación que
requiere sesenta años de edad para que pueda producirse es hacer de la escolaridad una cuestión
propedéutica. Muchos problemas de nuestras escuelas se originan por concebir el período
escolar primariamente como preparación para otra cosa, más que como algo que es importante
mientras está ocurriendo. Me temo que el concepto de educación de Adler favorecería a crear
serios problemas a los alumnos de nuestras escuelas.

Por todo ello, mi reacción ante las ideas de Adler es de doble sentido. Por un lado,
aplaudo su preocupación por las limitaciones de las pruebas estandarizadas, me congratulo de
que subraye la importancia del diálogo en las aulas, y valoro su interés por compartir con los
estudiantes las ideas y las obras significativas de la cultura humana. Por el contrario, no avalo
su concepto de educación como algo a lo que se llega en el atardecer de nuestra vida. También
mantengo mis reservas sobre la uniformidad de sus prescripciones pedagógicas. Pero eso es
otra historia que necesitaría más espacio del que se dispone.

ENSEÑAR A APRENDER
WILBERT J. McKEACHIE
Wilbert J. McKeachie es Profesor de Psicología de la Universidad
de Michigan (Estados Unidos)

Mortimer Adler es provocativo e intuitivo, pero no tiene razón. Sostiene que “jamás ha
sido nadie educado - nadie puede serlo - en una escuela o universidad”. Eso me parece
patentemente falso, a menso que se adopte un concepto de educación muy limitado. La
juventud no es un obstáculo par llegar a educarse. A los jóvenes les es muy posible alcanzar
una rica comprensión y una genuina profundización mucho antes de sus 40, 50 ó 60 años. No
obstante, estoy de acuerdo con Adler en que lo que las escuelas deberían plantearse como
objetivo primario es el enseñar a los estudiantes a aprender, de modo que puedan continuar
desarrollando el tipo de sabiduría que Adler concibe como la meta de la educación.

Hay alumnos que aprenden tempranamente, en la educación básica, a pensar sobre su


propio aprendizaje y a desarrollar aptitudes y métodos de estudio. Hay otros que van
gradualmente adquiriéndolos durante la enseñanza media. Pero yo todavía encuentro, entre mis
estudiantes universitarios, a muchos que se han limitado simplemente a hacer deberes, a
cumplir concienzudamente los deseos de sus profesores, pero que nunca han desarrollado la
aptitud para aprender con eficacia ni han pensado con cierta profundidad sobre cómo se produce
su propio aprendizaje y cómo podrían mejorar su eficacia.

Además, hay mucha verdad en la respuesta de Adler sobre cómo continuar


aprendiendo: leer y conversar (discuss). Lo que omite, sin embargo, es el observar, el
experimentar y el reflexionar. La lectura y la discusión son dos medios importantes para seguir
aprendiendo, pero también su puede aprender mucho de la observación, de la experiencia y de
las reflexiones acerca de las propias observaciones y experiencias. De hecho, una de las
capacidades importantes para aprender a aprender es la de observa y pensar sobre las propias
experiencias, y el llegar a percatarase de cuáles son los procesos personales al aprender y al
pensar también. Y, además, se debe ser capaz de dirigir la propia comprensión y de preguntarse
por los resultados alcanzados, para así desarrollar una mejor comprensión y clarificar las
confusiones.

Pero termino de acuerdo con Adler en que el aprendizaje es una actividad que dura toda
la vida, abierta a todo el mundo, y sin límites como potencia para el desarrollo de la sabiduría y
la contribución a la sociedad.

LA INMADUREZ ES PLASTICIDAD
LOUIS NOT
Louis Not es Profesor de Psicopedagogía y fundador de la Sección de Ciencia de la Educación y de la
Universidad de Toulousse de Mirail (Francia)

No me gustan las paradojas cuando se trata de cosos tan difíciles como la educación: la
antífrasis oscurece las ideas y el razonamiento distorsionado perturba la reflexión. Así pues,
diré, del modo más directo y sencillo que sea posible, lo que más de cuarenta años de práctica,
de investigación y de reflexión me sugieran sobre el tema.

Yo también pienso que la escuela no puede educar si pretende enseñar la totalidad de


todas las cosas, y que los diplomas acumulados durante una escolaridad no significan gran cosa,
porque la ciencia progresa, el individuo avanza en edad y el medio le forma con más exigencias
y severidad que la escuela. Más vale, por tanto, preocuparse por enseñar al alumno a aprender
que querer enseñárselo todo.

Precisamente su suerte está en su inmadurez original, tal como ocurrió en la especia


humana, porque esa inmadurez es sinónimo de una plasticidad que hay que explotar a fondo
mientras se esté a tiempo. Desde el nacimiento hasta la adolescencia, el cerebro se desarrolla
por el alargamiento de sus fibras, su mielinización y la multiplicación de sus conexiones
interneuronales por efecto del ejercicio. Durante esta fase, la organización nerviosa permanece
lo suficientemente flexible como para prestarse a las múltiples reorganizaciones que las
relaciones con el mundo imponen a las acciones del individuo, y por lo mismo a su
pensamiento, que es una acción interiorizada. Es la acción del medio social y especialmente de
la escuela, que interviene favoreciendo las actividades correspondientes, a la que habría que
reservar el término de educación en el sentido de proceso (educación constituyente).

“Los diplomas acumulados no significan gran cosa porque la ciencia


progresa, el individuo avanza y el medio le forma”.

El envejecimiento y la falta de ejercicio son factores de estancamiento y de esclerosis:


la referencia a los llamados niños salvajes resulta particularmente convincente a este respecto.
Esta esclerosis es un factor de resistencia al cambio y, por tanto, una traba para los aprendizajes
y para las adaptaciones a las transformaciones que afectan al mundo y al conocimiento que la
ciencia permite adquirir. La educación procede de la actividad del alumno. Es, por tanto,
inadecuada toda escuela que reserve su actividad esencial a la enseñanza y que haga del que
aprende un receptor pasivo de asignaturas hipertrofiadas.

Todo hombre es heredero de los conocimientos acumulados por sus antepasados, pero
esos conocimientos están en los libros. La lectura que de ellos se hace es generadora de saber,
porque es decodificación, integración de informaciones y construcción/transformación de
esquemas de actividades mentales: lo que hace falta es aprender a leer y a pensar sobre lo que se
lee. Por eso, aprender historia o física, o cualquier otra cosa, puede consistir, de entrada, en
aprender a leer historia, etc., y después en leer historia, etc., para saber cómo los demás han
construido el conocimiento correspondiente, antes de definir por uno mismo su propio método.

También es verdad que la discusión es generadora de saber: la reflexión reproduce en


nuestro interior la deliberación de una asamblea; la conversación de quien todavía no ha
comprendido con aquel que está en vías de comprender, favorece la comprensión del primero;
los conflictos socio-cognoscitivos revelan la insuficiencia de algunos de nuestros equilibrios
congnoscitivos, y abren el camino a los reequilibrios que han de emprenderse. Sin discusión, la
lectura es empobrecedora, pero discutir sin haber leído no es más que charlatanería
inconsistente, falta de suficiente información.

Enseñar a los jóvenes a leer para informarse y a discutir para reflexionar: ése es el papel
de la escuela, verdadera mediadora entre el individuo y la cultura constituida ancestralemente,
pero la organización de las conductas cuenta más que el dominio de los contenidos, siempre
precarios por razón de los progresos de la ciencia.

De un joven que epa hacer eso yo afirmo que es una persona educada, sin que haya que
temer ninguna contradicción entre juventud y educación, ya sea ésta constituyente o constituida.
En cuanto a declararle sabio, yo le concedería el tiempo de llegar a serlo, contentándome con
llamarle informado, si ese es el caso, con la esperanza de que la educación que haya vivido (no
digo recibido), en su juventud le ayudará a elevarse hacia los niveles de conocimiento donde
culminan los genios del saber.

¿EDUCACIÓN O CULTURA?
ALVARO D’ORS
Alvaro D’Ors es Profesor Ordinario de Derecho Romano en la Universidad de Navarra

La palabra educación puede tener acepciones varias, según los distintos talantes
nacionales y hasta personales. Los ingleses han pensado tradicionalmente, que la education era
el fin de sus colegios universitarios, y de todas sus schools y high schools, en tanto ese ideal
era extraño para la mentalidad continental, principalmente, aunque diferentes entre sí, la
francesa y la alemana. Ahora, este planteamiento de Adler, que reacciona contra aquella
tradición británica, parece deberse a una confusión entre el concepto de education y el de
cultura. Ciertamente, el mismo concepto inglés de scholarship, para referirse al más refinado
grado de cultura, podía inducir ya a esa confusión.

La educación, si no estoy equivocado, consiste necesariamente en una condición del


educando por otras personas que le guían, y a las que éste, en cierto modo, se somete como
pupilo o alumno, es decir, como niño o alimentado, el pupil inglés. La cultura, en cambio, es
el cultivo personal y libre del ya educado. Así, la cultura presupone una previa educación: ésta
es más pasiva, y aquélla, más activa. Parece evidente que sólo quien ha sido educado puede
esforzarse, él personalmente, en su propia cultura. En este sentido, la afirmación de Adler - de
que hay que esperar a la edad post-escolar - resulta relativamente válida para la cultura, pero no
para la educación. Esta empieza realmente, dentro del mismo hogar familiar, desde los
primeros años de la vida, y prosigue con la ayuda de los educadores de la infancia y juventud a
los que la familia debe acudir como necesario complemento. Pero es cierto que una educación,
sin más, no basta para alcanzar la cultura, pues ésta requiere una prosecución personal esforzada
y libre para desarrollar el propio espíritu. Resulta claro, pues, que las escuelas - no sólo la
primaria - tienen como fin una educación complementaria y progresiva de los jóvenes, los
paidoi de la Pedagogía.

El problema puede plantearse respecto a las universidades, que, entre los anglosajones,
pueden comprenderse todavía en el concepto de schools. Esto se explica porque la schola
greco-latina implicaba un ocio provisional, una ausencia o vacación de trabajo profesional, con
el fin de conseguir una capacitación para el futuro ejercicio de éste. Pero, en la tradición
continental moderna, las universidades han dejado de ser escuelas, aunque hayan subsistido
escuelas superiores que tenían realmente un rango universitario, como se ha acabado por
reconocer al calificarlas de facultades integradas en el marco universitario.

En mi opinión, las universidades no tienen como fin la educación, ni tampoco procuran


una actual cultura, sino que ocupan un lugar intermedio, en el proceso formativo, entre la
educación y la cultura; deben ayudar a los ya educados para que éstos puedan llegar después a
una cultura; y para ello facilitan una forma de juego intelectual - el ludas academicus -, que
consiste fundamentalmente en que a los estudiantes - no ya alumnos, a pesar de lo del alma
mater - se les da la potestad de preguntar a la autoridad de los profesores, conforme a la regla
de oro de que “pregunta el que puede - responde el que sabe”. La cultura, que consiste en el
servicio intelectual al prójimo, sólo puede alcanzarse después de haberse superado aquel ocio
del ludus universitario, de unos pocos años de duración. La universidad debe favorecer ese
futuro servicio de libertad que deben rendir los ya educados en la docilidad. Porque la
docibilidad - docibilitas - es precisamente la capacidad, necesariamente humilde e inteligente,
de aprender, y de progresar en el aprendizaje para poder servir: es una virtud que debe
adquirirse en la educación, pero que debe conservar y ejercitarse durante toda la vida.

Como en tantas ocasiones, el reajuste de los conceptos puede facilitar el entendimiento


entre personas que mantienen opiniones aparentemente contradictorias. Donde Adler dice
education podemos entender cultura; pero me parece que él no podría negarse a admitir que
algo hay que hacer con los más jóvenes, y que ese algo no puede ser más que una education, a
no ser que la lengua inglesa tenga otro vocablo mejor, que yo pueda ignorar.

Con todo, no deja de ser interesante advertir cómo, si la tradición anglosajona alargó
excesivamente el ámbito de la education y la misma idea de school, ahora ha venido a para, en
Adler, a un total desplazamiento e la education más allá del ámbito de toda school, casi,
diríamos, como ocio de jubilados.

¿A qué pueden deberse desajustes como éste? ¿Quizá a la falta de adecuación de los
tradicionales modelos culturales británicos, profundamente aristocráticos, ala prepotente
philosophy democrática y pragmática de la antigua colonia?

¿QUÉ ES UNA PERSONA EDUCADA?


VICTOR GARCÍA HOZ
Víctor García Hoz es Catedrático de Pedagogía Diferencial y Experimental de la Universidad
Complutense de Madrid.

Como todas las afirmaciones rotundas, la de Mortimer J. Adler, diciendo que “las
escuelas no pueden educar”, debe empezar por ser mirada con una cierta prevención; la misma
con que se debería mirar la afirmación contraria de que el proceso educativo se puede realizar
en toda su perfección dentro de las instituciones escolares.
En primer término, conviene aclarar el concepto de educación. Entendido en sentido
esencial como “perfeccionamiento intencional de las potencias humanas”, ¿no se perfecciona el
entendimiento con la adquisición de unas cuantas ideas que han de servir para saber algo del
mundo y también para fundamentar nuestros juicios acerca de lo que puede, debe o no debe
hacerse? Si estas ideas se adquieren en la escuela, evidentemente en la escuela se educa. ¿No
puede también en la escuela adquirirse el hábito de la observación, de la interpretación de
textos, de la reflexión, de los hábitos ordenados de estudio? También parece que desde este
punto de vista la escuela educa.

Si de la educación se tiene un concepto más vital en tanto que “vida y preparación para
la vida”, el sólo hecho de la institución escolar en la cual el niño sale del círculo de su familia
para enfrentarse con otro tipo de personas cuyas relaciones son distintas y en estas nuevas
relaciones llega a alcanzar una idea y un cierto hábito de lo que es la veracidad en el trato, la
colaboración en trabajos y juegos, está sin duda ninguna educándose.

“La schola greco-latina implicaba un ocio provisional, una ausencia


o vacación de trabajo profesional”

Al final del artículo, Adler nos da su idea de lo que es una persona educada: “la que a
través de los azares de su propia vida ha asimilado las ideas que la hacen representativa de su
cultura, que la hacen portadora de sus tradiciones y la capacitan para contribuir a su
perfeccionamiento”. ¿Dónde, si no en las escuelas - en unas buenas escuelas, por supuesto,
aunque no sean perfectas - asimila o puede asimilar el hombre de hoy las ideas representativas
de su cultura y portadoras de sus tradiciones?

Claro está que en la escuela no se termina todo el proceso de la educación, sino que
sigue toda la vida. En este sentido tiene razón Adler cuando dice que la educación “viene más
tarde”. Más, apurando el pensamiento adleriano, se podría decir, aunque sea una paradoja, que
la educación por la que suspira nuestro autor y según él “viene detrás”, en realidad no llega
nunca. Lo que en el trasfondo del pensamiento de Adler hay es la visión de una educación
perfecta en la cual el hombre ha alcanzado todas sus posibilidades; y eso ... está fuera del
tiempo.

En el fondo, ni el mismo Adler cree en el valor absoluto de su afirmación. En su


artículo se puede leer: “si nuestras escuelas y universidades cumplieran su cometido y los
adultos el suyo, todo iría bien”. Este párrafo me parece que no tiene otra interpretación sino la
de que ni las escuelas, ni las universidades, ni los adultos, hacen lo que deben hacer respecto de
la educación; y en esto estamos de acuerdo. Las instituciones escolares podrían hacer mucho
más.

Valga el incitante artículo de Adler como preventivo de ciertos optimismos exagerados


respecto de las posibilidades de la escuela; y valga también como estímulo para que las
instituciones escolares lleguen hasta donde puedan llegar y los adultos continúen su formación
más allá de las aulas. Pero yo me quedo con el Adler de Aristotle for everybody y de Six
Great Ideas.

OTRA TORMENTA EN UN VASO DE AGUA


FRANCISCO GÓMEZ ANTON
Francisco Gómez Antón es Profesor Ordinario y director del Programa de Graduados
Latinoamericanos (PGLA) de la Universidad de Navarra

Lo que a mi modo de ver define a un buen educador (sea padre, maestro o consejero)
es que motiva y guía, procurando dejar de ser necesario cuanto antes.
Su ideal es que el educando sea capaz, lo antes posible, de tomar las riendas de su
propia vida, es decir: de hacer un uso positivo de su libertad, que es el fundamento mismo de su
dignidad como persona. Pero la libertad consiste no tanto en poder hacer lo que se quiere,
cuanto en ser capaz de hacer, porque se quiere, lo que se debe, o sea: lo que, por exigencias
objetivas de la naturaleza, cada cual ha de hacer para perfeccionarse como ser humano. Tal
perfeccionamiento va de ordinario aparejado al desarrollo de la inteligencia y al
robustecimiento de la voluntad; porque es aquélla la que permite acceder al conocimiento de la
verdad y de sus exigencias (y no hay que olvidar que sólo “la verdad nos hará libres”), y
solamente una voluntad recia y templada permite a cada uno superar los obstáculos que
encuentra en sí mismo o en el ambiente cuando se trata de avanzar.

Por eso, un buen educador no se limita a transmitir conocimientos, sino que procura
sobre todo enseñar a aprender; y pone aún mayor empeño en ayudar a cada una de las personas
a su cargo a encariñarse con la verdad y a esforzarse por ser consecuente con ella. En la medida
en que su labor es eficaz, consigue formar de verdad personas capaces de avanzar solas por la
vida y de incrementar de continuo sus conocimientos, al tiempo que desarrollan sus destrezas y
consolidan cada día sus actitudes positivas ante los problemas y ante las personas que la vida
les pone por delante.

Educar así no es fácil: ni para los padres, ni para los maestros, ni para uno mismo
cuando es ya piloto de su propia vida y ha de autoeducarse. Por eso, la educación no acaba
nunca: el ser humano es siempre perfectible, incluso en la madurez o en la vejez, por altas que
sean ya las metas que cada cual haya alcanzado. No es, pues, extraño, que los educadores
eficaces escaseen, ni que abunden las escuelas y universidades de muy bajo nivel.

Tiene, pues, razón M.J. Adler cuando dice que lo más acertado que pueden hacer
nuestras escuelas es preparar a los jóvenes para seguir aprendiendo a lo largo de la vida,
proporcionándoles las destrezas del aprendizaje y el amor por el saber; o cuando señala, como
causa de la inoperancia de infinidad de escuelas y universidades el que no se preocupen ante
todo de capacitar a los alumnos para su educación autónoma ulterior. Todo esto es tan obvio,
que podría haberlo escrito cualquier estudiante de Pedagogía medianamente ventajado.

Ahora bien: basta entender mínimamente que la educación es un proceso cuyos


posibles logros se escalonan en bases, para pasmarse ante esta afirmación de Adler: “Durante
más de 40 años, una idea predominante de mi filosofía educativa ha sido que nadie se ha
educado, ni puede ser educado, en la escuela o universidad”. Pero el mismo se esfuma al
comprobar que tal afirmación es congruente con la idea de Adler tiene de la educación: reserva
el término para la fase del proceso que se inicia a partir del momento en que comienza a ser
viable la autoeducación. Una vez más, la discusión es fruto de la falta de acuerdo en el
significado de los términos...

Pues, en efecto, si - por aquello de que el lenguaje es pura convención - damos por
buenas la idea que Adler tiene de lo que es la educación, no serán objetables ni la afirmación
precedente ni otras como las siguientes: “Hablar de joven educado (...) supone una
contradicción en los términos equivalente a hablar de la cuadratura del círculo”, “sólo los
hombres maduros pueden llegar a educarse”, etc. Lo que, ni aun así, se tiene en pie es la
rotundidad con que asegura: “la propia juventud, la inmadurez, es un obstáculo insuperable
para llevar a educarse”; pues si lo fuera de verdad, jamás se alcanzaría la madurez con que se
inicia la autoeducación (la educación, en términos de Adler). Y, en fin, aunque se entiende que
un sexagenario fije precisamente en los 60 años el momento en que puede alcanzarse “la
intuición genuina, la sensatez de juicio y la sabiduría práctica”, suena a excesiva la seguridad
con que proclama que “el proceso de la educación (léase: autoeducación) comienza a los 40 ó
50 años”. Consecuencia: sí, como afirma, lleva 40 años manteniendo estas tesis, durante más
de 20 las cimentó en la más rotunda inmadurez; la aritmética del cálculo es suya.

Total: una tormenta (¡otra más!) en un vaso de agua...

ADLER NO SE AMEDRENTA
JAMES COLBERT
James G. Colbert es Profesor de Filosofía en el Fitchburg State College, Masachusetts
(Estados Unidos). Ha reseñado para Nuestro Tiempo los últimos libros de Adler.

Es tentador decir que Adler tenía que haber aclarado más lo que pretendía decir por
“educación” al negar que las escuelas producen o podrían producir personas educadas. Tal
respuesta no es injusta. Entra dentro de la dialéctica que siempre ha propugnado Adler. Sin
embargo, tal vez sería un modo excesivamente fácil de callarle (o de intentarlo, ya que Adler
no se amedrenta nunca).

Ciertamente Adler no ha pretendido decir que la sociedad se pueda desentender dela


enseñanza, al afirmar que la educación es cuestión de toda la vida. Al contrario, Adler ha
reunido durante estos años un equipo que viaja por los EE.UU. aleccionando sobre los distintos
modos de enseñar: la instrucción que comunica los hechos; el preceptuar o entrenar que
desarrolla y rectifica hábitos operativos; la socrática que tiene lugar en seminarios. Sobre todo,
Adler se ha lanzado convencer a profesores directivos de la enseñanza media que es esencial
saber dirigir seminarios y darlos a todo el mundo, no a unos cuantos superdotados. Además, el
último volumen de la serie Paideia (el cuarto, me parece) ya desciende a detalles bastante
concretos sobre lo que se debería hacer en la escuela. A grandes rasgos, Adler es poco amigo
de la formación profesional y de las materias optativas, y defensor de los clásicos, de las
fuentes primarias en la historia, de la matemática, las ciencias experimentales, el arte...

Esto no es nuevo en Adler. Su cruzada a favor de los seminarios, viene a


complementar una labor de medio siglo comenzada con Robert Hutchins a favor de la lectura y
discusión de los “Grandes Libros”. Su meta era crear círculos de lectores en todos los Estados
Unidos.

Adler ha escrito dos versiones de Cómo leer un libro para facilitar esa misión, la
primera en solitario, la segunda con Charles Van Dole. La explicación de lo que se entiende
por “leer” es en realidad una descripción de los modos del saber. Dedica capítulos a cada una
de las áreas de la cultura en concreto. Por cierto, que el capítulo sobre cómo leer filosofía es la
más eficaz introducción breve que conozco, no sólo a la literatura sino al proceder filosófico.
Últimamente, Adler también ha producido un libro sobre retórica, ya que se trata de escuchar y
de discutir.

“El pasmo se esfuma al comprobar la idea que Adler tiene de la educación:


el momento en que comienza la autoeducación”.

Pues bien: está claro que Adler entiende que nos educamos leyendo y discutiendo
acerca de la Biblia, Platón, el Quijote... y también siguiendo el desarrollo de la ciencia y de la
política. Las escuelas han fracasado si los ciudadanos no salen en condiciones de hacer eso.
Han fracasado de otra manera si salen con la absurda pretensión de saber lo que hay que saber
de la Biblia, Platón del Quijote. Las escuelas, en otras palabras, no son el lugar donde tiene
lugar la educación.

UNA DOBLE IGNORANCIA


FRANCISCO ALTAREJOS
Francisco Altarejos es Profesor Ordinario y Vicedecano de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Navarra.

La provocadora tesis de Mortimer J. Adler suscita una pregunta inicial: ¿qué se está
entendiendo por educación? La respuesta se encuentra al final del artículo: “una persona
educada es la que a través de los afanes de su propia vida ha asimilado las ideas que la hacen
representativa de su cultura, que la hacen portadora de sus tradiciones y la capacitan para
contribuir a su perfeccionamiento”.

Desde esta noción de la persona educada, la tesis de Adler es coherente: poquísimos


graduados universitarios tienen las disposiciones señaladas; no son muchas las personas que las
desarrollan antes de los cuarenta años; bastantes llegan sólo a incoarlas a partir de los sesenta.
Incluso cabe decir que, tomada la definición de persona educada de Adler en toda su pureza,
nadie comenzaría a educarse, porque nadie se hallaría nunca en condiciones óptimas para el
desarrollo de dichas cualidades.

Sin embargo, si se piensa que una persona educada es una persona que ha estado antes
educándose, es decir, que hay un proceso vital que desemboca en la persona educada, ¿qué se
contestaría a la pregunta sobre el comienzo de la educación? Con el mismo rigor podría decirse
que la educación comienza en los primerísimos años de la vida. Más aún: que la educación se
inicia en el mismo seno materno. En efecto, el término latino educativo tenía también la
significación de nutrición. Hasta el principio del presente siglo era posible encontrar un libro
con un título como “La educación de las abejas”. En este libro, publicado en Inglaterra, no se
hablaba sobre el adiestramiento de las abejas, sino de su nutrición: era un simple tratado de
apicultura.

Para poder calibrar el sentido y alcance de tesis de Adler es preciso referirse al


ambiente y al contexto.

En los orígenes de la modernidad, el pensamiento ilustrado y racionalista establece la


reducción de educación a formación intelectual, y la reducción de ésta a instrucciones científica
y cultural. Desde este doble recorte, que se proyecta hasta nuestros días, es lógica la
afirmación de la escuela y la universidad como principales - y casi exclusivos - agentes
educativos. Este error es el que denuncia Mortimer J. Adler.

No es ciertamente el primero en denunciarlo. En 1762 aparece publicado el Emilio de


J.J. Rousseau, donde se afirma que el primero y más grave error educativo es asistir a la escuela
incluso más: el error está en educar en el seno de la sociedad. Y Rousseau señala la causa del
error: la creencia de que la educación es preparación para la vida profesional, para el ejercicio
de un oficio o profesión concretos. Y nos dice Rousseau que la verdadera educación no prepare
para ello; pero sí afirma que preparando principalmente - y a veces exclusivamente - para el
trabajo, no se prepara para la vida; formando al profesional, no se forma al hombre.

“La tesis de Adler es coherente: poquísimos graduados universitarios


tienen las disposiciones señaladas”.

En nuestros días, social y culturalmente, una persona se define y valora por las
funciones productivas que puede desempeñar; es decir, no se valora como persona, sino como
homo faber. La educación, así, se entiende como preparación para el ejercicio de dichas
funciones; educan entonces aquellas instituciones que capaciten para las funciones.

Hoy día se conoce la insuficiencia de este planteamiento. Pero más que verse dicha
insuficiencia, sólo se presiente. De ahí la reacción confusa que lleva a adjudicar a la escuela y
a la universidad misiones que no pueden desempeñar, como la educación sexual en la escuela, o
la educación política en la universidad.

Cuando se trata de formar virtudes morales y sociales, no es la escuela ni la


universidad, sino la familia, quien cumple la misión educadora principal. Incluso mirando lo
que es un oficio o profesión, ¿no dice la experiencia universal que lo decisivo viene a ser el
carácter o la personalidad, más que los propios conocimientos; que trabajar bien es más asunto
de virtudes que de técnica? En ese sentido, tiene razón Adler: la escuela y la universidad sólo
proporcionan el mínimo saber técnico que se requiere para empezar a educarse.

La noción clave es el concepto de educación. Hay tres temas sobre los cuales
cualquiera podría desarrollar una exposición general de tres horas de duración: religión, política
y educación. Pero muy pocos podrían hablar de modo concreto sobre lo que sea la acción
religiosa, política y educativa sin hacer agua a los tres minutos. A la ignorancia sobre lo que
sea la educación se añade la ignorancia sobre dicha ignorancia. Por eso, puede darse la
bienvenida al artículo de Adler, que no es una tesis científica, pero si una tesis provocadora que
incita a meditar sobre la doble ignorancia.

EL EMPLEO DE LA INTELIGENCIA
J.L. GONZÁLEZ -SIMANCAS

Es indudable que conforme se avanza en edad - si realmente se avanza y no se cae en la


pasividad estéril de una posición conquistada -, inteligencia y experiencia se van integrando, y
dan unidad y madurez a la persona, que puede llegar a una síntesis fecunda de ser, saber,
pensar y actuar. Llegará así a un grado de educación, personal e intransferible, el suyo propio,
que alcanza su término con el final de la existencia temporal y dura precisamente hasta ese
momento conclusivo. Yo también creo que la educación es un proceso vivo y continuo de
autodesarrollo personal, ayudado exteriormente, que dura toda la vida. Si permanece vivo, si
no se estanca en algún momento de la vida, los años favorecen y aumentan la calidad de ese
autoperfeccionamiento progresivo. Hasta aquí, estoy muy de acuerdo con la tesis central de
Mortimer J. Adler.

Pero no lo estoy cuando parece afirmar que hay un periodo de la vida - el propio de la
escolaridad, ya sea en la escuela o en la universidad - en que ese proceso continuo de
maduración queda imposibilitado. ¿No será que Adler deriva esa afirmación del pesimismo
que le produce su experiencia negativa de lo que, en realidad, de verdad, se hace por la
educación en las escuelas y universidades de nuestra sociedad actual?.

Creo que la pregunta que debemos hacernos, tanto Adler como nosotros, es esta: ¿No
se puede hacer algo, y qué, en la escuela y en la universidad, por contribuir de verdad al
desarrollo mental y madurativo de las personas de nuestros estudiantes adolescentes y jóvenes?
Algo por asegurar al auténtico aprendizaje que el mismo Adler propugna en su Manifiesto
Educativo con estas palabras: “El verdadero aprendizaje es activo, no pasivo. Implica el
empleo de la inteligencia, no sólo la memoria. Es un proceso de descubrimiento cuyo agente
principal es el alumno, no el profesor”.

El hecho es que existe una amplísima bibliografía, especialmente elaborada durante las
tres últimas décadas en el país de Adler, sobre lo que podría ser una enseñanza educativa,
formativa. Pero ¿qué estamos haciendo en la realidad práctica, día a día, de nuestras aulas
escolares o universitarias? ¿Quién está intentando poner, de una vez, el cascabel al gato? Yo
animaría a Adler, a su grupo, y a todo educador práctico, a arriesgarse en algunas experiencias
reales, concretas, por modestas que sean. En este sentido, permítaseme una breve referencia a
una experiencia de docencia universitaria - al nivel de 1º, 2º y 3er cursos -, que creo transferible
a la enseñanza media, en la que nos hemos embarcado en nuestro Departamento.

No nos proponemos otra cosa que la activación del proceso de aprendizaje autónomo,
motivado y orientado por los profesores. Empleamos una metodología basada, curiosamente,
en las operaciones que Adler recomienda como clave del aprendizaje autónomo: leer y
conversar, o discutir, en el seno de pequeños grupos o seminarios de trabajo, a los que
añadimos una tercera que consideramos decisiva en la formación intelectual: escribir. Escribir
argumentando, en un ensayo, la respuesta a una pregunta o problema de fondo que suscita el
pensamiento más que la memorización, la reflexión más que la mera retención de
conocimientos, la expresión inteligente más que la reproducción mecánica de contenidos.

“La educación es un proceso vivo. Si no se estanca, los años


favorecen y aumentan su calidad”.

Esta vivencia continua, y otras muchas que podrían citarse, me reafirman en mi


convicción de que la escuela y la universidad, si quieren y saben hacerlo pueden educar, es
decir, contribuir poderosamente - en la medida de las posibilidades de estas edades, que son
muchas más de las que pensamos - a que el período escolar y universitario no sea un eslabón
perdido, sino la bisagra decisiva entre la adolescencia y la madurez adulta. Educar - ayudar a
educarse - consiste en seleccionar las condiciones adecuadas para que - ya en los años de la
escolaridad - se inicie la madurez propia de edades más avanzadas, en las que, si falta este
eslabón, la educación a la que aspira Adler quedará imposibilitada. Esa educación que llega
más tarde no será posible sin la educación que es posible, que es un deber iniciar en la escuela y
en la universidad.

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