Varios - Temas de Educación (Adler y Otros)
Varios - Temas de Educación (Adler y Otros)
Varios - Temas de Educación (Adler y Otros)
LA CRISIS DE LA EDUCACIÓN
LAS TESIS DE ADLER Y LAS OPINIONES DE NUEVE EXPERTOS
Sería feliz si viviera en la Europa que vio nacer las universidades y los estudios
generales. Ha batallado toda su vida en defensa de las Artes Liberales y no renuncia a ganar
esta guerra. Lo mismo desde la Enciclopedia Británica, de la que fue uno de sus fundadores,
que desde las páginas de un periódico. Precisamente en THE NEW YORK TIMES publicó el
artículo que encabeza este DOSSIER.
NUESTRO TIEMPO pidió a varios expertos naciones y extranjeros que comentaran ese
texto. El Profesor José Luis González-Simancas, que dirigió la encuesta, abre las puertas de
una gran polémica en la que intervienen nueve prestigiosos profesores universitarios. Sus
opiniones reflejan el enorme interés que han despertado las provocativas tesis de Adler.
Tal sería el caso si nuestras escuelas y universidades fueran perfectas, que ciertamente
no lo son, e incluso si los estudiantes fueran los mejores y más inteligentes, y también
conscientes en la aplicación de sus facultades.
Cuando los adultos jóvenes se dan cuenta de lo poco que aprendieron en la escuela,
ordinariamente dan por supuesto que algo fallaba en la escuela a la que asistieron o en el modo
en que allí empleaban el tiempo. Pero el hecho es que el mejor titulado posible de la mejor
escuela posible necesita continuar aprendiendo todo, tanto como el peor.
Nunca leer solamente, porque la lectura sin la conversación con otros que hayan leído el
mismo libro no es ni mucho menos tan provechosa. Y así como la lectura sin la conversión
puede dejar de producir el máximo de comprensión a que debería aspirarse, del mismo modo la
conversación sin la sustancia que ofrecen los buenos y grandes libros probablemente degenerará
en poco más que un intercambio de opiniones o de perjuicios personales.
Aquellos que se tomen esta recomendación en serio, por supuesto que estarían en mejor
situación si su escolarización les hubiese proporcionado la disciplina intelectual y la aptitud que
necesitan para llevarla a cabo, y si, además, les hubiese introducido en el mundo de la cultura
con cierta apreciación de sus ideas y temas fundamentales. Pero incluso el individuo que
tuviese la fortuna de salir de su escuela o su universidad con una mente tan disciplinada,
todavía tendría un largo camino que recorrer antes de llegar a ser, él o ella, una persona
educada.
Tan sólo la persona que se percata de que la edad madura es el tiempo de adquirir la
educación que ningún joven podrá jamás adquirir, se sitúa por fin en el camino real hacia el
saber. El camino es empinado y pedregoso, pero es el camino real, abierto a quien quiera que
tenga aptitud para aprender y bien a la vista el fin último de todo saber: la comprensión de la
naturaleza de las cosas y el lugar del hombre en el proyecto total.
Una persona educada es la que a través de los afanes de su propia vida ha asimilado las
ideas que la hacen representativa de su cultura, que la hacer portadora de sus tradiciones y la
capacitan para contribuir a su perfeccionamiento.
PRESENTACIÓN
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ-SIMANCAS
José Luis González-Simancas es profesor Ordinario y Director del
Departamento de Didáctica Orientación de la Universidad de Navarra.
Mortimer J. Adler se muestra polémico en el artículo que hace unos mese publicó en
The New York Times, pero quizá no tenga razón. ¿Cómo lo sabremos?
Uno de los posibles modos es el de contrastar las opiniones de Adler con la de algunos
representantes significativos de la teoría y la práctica de la educación. Ese contraste es lo que el
lector encuentra en las páginas que siguen.
El debate aporta algunos acuerdos importantes. En el fondo, todos los expertos piensan
que la educación necesita una renovación urgente. Y en ese consenso general entra también
Mortimer J. Adler. Permítaseme abogar por sus verdaderas convicciones, acudiendo a su
propio mensaje educativo al como se contiene en otros escritos suyos. Es un deber que me
impongo como presentador.
De aquí que yo aplauda el profundo interés de Adler por favorecer y profundizar las
aptitudes intelectuales a través de un proceso que es la vez social y sustantivo. Creo que
prácticamente todas las escuelas mejorarían si ofreciesen oportunidades regulares y
orgánicamente desarrolladas para fomentar esos procesos en el aula. Esto, por supuesto,
requeriría que los mismos profesores supiesen cómo estimular la discusión y cómo conducir su
desarrollo, de modo que fuese educativamente productiva. Ese es, en sí mismo, un formidable
objetivo en la formación de profesores. Un objetivo al que vale la pena dedicar atención.
Por todo ello, mi reacción ante las ideas de Adler es de doble sentido. Por un lado,
aplaudo su preocupación por las limitaciones de las pruebas estandarizadas, me congratulo de
que subraye la importancia del diálogo en las aulas, y valoro su interés por compartir con los
estudiantes las ideas y las obras significativas de la cultura humana. Por el contrario, no avalo
su concepto de educación como algo a lo que se llega en el atardecer de nuestra vida. También
mantengo mis reservas sobre la uniformidad de sus prescripciones pedagógicas. Pero eso es
otra historia que necesitaría más espacio del que se dispone.
ENSEÑAR A APRENDER
WILBERT J. McKEACHIE
Wilbert J. McKeachie es Profesor de Psicología de la Universidad
de Michigan (Estados Unidos)
Mortimer Adler es provocativo e intuitivo, pero no tiene razón. Sostiene que “jamás ha
sido nadie educado - nadie puede serlo - en una escuela o universidad”. Eso me parece
patentemente falso, a menso que se adopte un concepto de educación muy limitado. La
juventud no es un obstáculo par llegar a educarse. A los jóvenes les es muy posible alcanzar
una rica comprensión y una genuina profundización mucho antes de sus 40, 50 ó 60 años. No
obstante, estoy de acuerdo con Adler en que lo que las escuelas deberían plantearse como
objetivo primario es el enseñar a los estudiantes a aprender, de modo que puedan continuar
desarrollando el tipo de sabiduría que Adler concibe como la meta de la educación.
Pero termino de acuerdo con Adler en que el aprendizaje es una actividad que dura toda
la vida, abierta a todo el mundo, y sin límites como potencia para el desarrollo de la sabiduría y
la contribución a la sociedad.
LA INMADUREZ ES PLASTICIDAD
LOUIS NOT
Louis Not es Profesor de Psicopedagogía y fundador de la Sección de Ciencia de la Educación y de la
Universidad de Toulousse de Mirail (Francia)
No me gustan las paradojas cuando se trata de cosos tan difíciles como la educación: la
antífrasis oscurece las ideas y el razonamiento distorsionado perturba la reflexión. Así pues,
diré, del modo más directo y sencillo que sea posible, lo que más de cuarenta años de práctica,
de investigación y de reflexión me sugieran sobre el tema.
Todo hombre es heredero de los conocimientos acumulados por sus antepasados, pero
esos conocimientos están en los libros. La lectura que de ellos se hace es generadora de saber,
porque es decodificación, integración de informaciones y construcción/transformación de
esquemas de actividades mentales: lo que hace falta es aprender a leer y a pensar sobre lo que se
lee. Por eso, aprender historia o física, o cualquier otra cosa, puede consistir, de entrada, en
aprender a leer historia, etc., y después en leer historia, etc., para saber cómo los demás han
construido el conocimiento correspondiente, antes de definir por uno mismo su propio método.
Enseñar a los jóvenes a leer para informarse y a discutir para reflexionar: ése es el papel
de la escuela, verdadera mediadora entre el individuo y la cultura constituida ancestralemente,
pero la organización de las conductas cuenta más que el dominio de los contenidos, siempre
precarios por razón de los progresos de la ciencia.
De un joven que epa hacer eso yo afirmo que es una persona educada, sin que haya que
temer ninguna contradicción entre juventud y educación, ya sea ésta constituyente o constituida.
En cuanto a declararle sabio, yo le concedería el tiempo de llegar a serlo, contentándome con
llamarle informado, si ese es el caso, con la esperanza de que la educación que haya vivido (no
digo recibido), en su juventud le ayudará a elevarse hacia los niveles de conocimiento donde
culminan los genios del saber.
¿EDUCACIÓN O CULTURA?
ALVARO D’ORS
Alvaro D’Ors es Profesor Ordinario de Derecho Romano en la Universidad de Navarra
La palabra educación puede tener acepciones varias, según los distintos talantes
nacionales y hasta personales. Los ingleses han pensado tradicionalmente, que la education era
el fin de sus colegios universitarios, y de todas sus schools y high schools, en tanto ese ideal
era extraño para la mentalidad continental, principalmente, aunque diferentes entre sí, la
francesa y la alemana. Ahora, este planteamiento de Adler, que reacciona contra aquella
tradición británica, parece deberse a una confusión entre el concepto de education y el de
cultura. Ciertamente, el mismo concepto inglés de scholarship, para referirse al más refinado
grado de cultura, podía inducir ya a esa confusión.
El problema puede plantearse respecto a las universidades, que, entre los anglosajones,
pueden comprenderse todavía en el concepto de schools. Esto se explica porque la schola
greco-latina implicaba un ocio provisional, una ausencia o vacación de trabajo profesional, con
el fin de conseguir una capacitación para el futuro ejercicio de éste. Pero, en la tradición
continental moderna, las universidades han dejado de ser escuelas, aunque hayan subsistido
escuelas superiores que tenían realmente un rango universitario, como se ha acabado por
reconocer al calificarlas de facultades integradas en el marco universitario.
Con todo, no deja de ser interesante advertir cómo, si la tradición anglosajona alargó
excesivamente el ámbito de la education y la misma idea de school, ahora ha venido a para, en
Adler, a un total desplazamiento e la education más allá del ámbito de toda school, casi,
diríamos, como ocio de jubilados.
¿A qué pueden deberse desajustes como éste? ¿Quizá a la falta de adecuación de los
tradicionales modelos culturales británicos, profundamente aristocráticos, ala prepotente
philosophy democrática y pragmática de la antigua colonia?
Como todas las afirmaciones rotundas, la de Mortimer J. Adler, diciendo que “las
escuelas no pueden educar”, debe empezar por ser mirada con una cierta prevención; la misma
con que se debería mirar la afirmación contraria de que el proceso educativo se puede realizar
en toda su perfección dentro de las instituciones escolares.
En primer término, conviene aclarar el concepto de educación. Entendido en sentido
esencial como “perfeccionamiento intencional de las potencias humanas”, ¿no se perfecciona el
entendimiento con la adquisición de unas cuantas ideas que han de servir para saber algo del
mundo y también para fundamentar nuestros juicios acerca de lo que puede, debe o no debe
hacerse? Si estas ideas se adquieren en la escuela, evidentemente en la escuela se educa. ¿No
puede también en la escuela adquirirse el hábito de la observación, de la interpretación de
textos, de la reflexión, de los hábitos ordenados de estudio? También parece que desde este
punto de vista la escuela educa.
Si de la educación se tiene un concepto más vital en tanto que “vida y preparación para
la vida”, el sólo hecho de la institución escolar en la cual el niño sale del círculo de su familia
para enfrentarse con otro tipo de personas cuyas relaciones son distintas y en estas nuevas
relaciones llega a alcanzar una idea y un cierto hábito de lo que es la veracidad en el trato, la
colaboración en trabajos y juegos, está sin duda ninguna educándose.
Al final del artículo, Adler nos da su idea de lo que es una persona educada: “la que a
través de los azares de su propia vida ha asimilado las ideas que la hacen representativa de su
cultura, que la hacen portadora de sus tradiciones y la capacitan para contribuir a su
perfeccionamiento”. ¿Dónde, si no en las escuelas - en unas buenas escuelas, por supuesto,
aunque no sean perfectas - asimila o puede asimilar el hombre de hoy las ideas representativas
de su cultura y portadoras de sus tradiciones?
Claro está que en la escuela no se termina todo el proceso de la educación, sino que
sigue toda la vida. En este sentido tiene razón Adler cuando dice que la educación “viene más
tarde”. Más, apurando el pensamiento adleriano, se podría decir, aunque sea una paradoja, que
la educación por la que suspira nuestro autor y según él “viene detrás”, en realidad no llega
nunca. Lo que en el trasfondo del pensamiento de Adler hay es la visión de una educación
perfecta en la cual el hombre ha alcanzado todas sus posibilidades; y eso ... está fuera del
tiempo.
Lo que a mi modo de ver define a un buen educador (sea padre, maestro o consejero)
es que motiva y guía, procurando dejar de ser necesario cuanto antes.
Su ideal es que el educando sea capaz, lo antes posible, de tomar las riendas de su
propia vida, es decir: de hacer un uso positivo de su libertad, que es el fundamento mismo de su
dignidad como persona. Pero la libertad consiste no tanto en poder hacer lo que se quiere,
cuanto en ser capaz de hacer, porque se quiere, lo que se debe, o sea: lo que, por exigencias
objetivas de la naturaleza, cada cual ha de hacer para perfeccionarse como ser humano. Tal
perfeccionamiento va de ordinario aparejado al desarrollo de la inteligencia y al
robustecimiento de la voluntad; porque es aquélla la que permite acceder al conocimiento de la
verdad y de sus exigencias (y no hay que olvidar que sólo “la verdad nos hará libres”), y
solamente una voluntad recia y templada permite a cada uno superar los obstáculos que
encuentra en sí mismo o en el ambiente cuando se trata de avanzar.
Por eso, un buen educador no se limita a transmitir conocimientos, sino que procura
sobre todo enseñar a aprender; y pone aún mayor empeño en ayudar a cada una de las personas
a su cargo a encariñarse con la verdad y a esforzarse por ser consecuente con ella. En la medida
en que su labor es eficaz, consigue formar de verdad personas capaces de avanzar solas por la
vida y de incrementar de continuo sus conocimientos, al tiempo que desarrollan sus destrezas y
consolidan cada día sus actitudes positivas ante los problemas y ante las personas que la vida
les pone por delante.
Educar así no es fácil: ni para los padres, ni para los maestros, ni para uno mismo
cuando es ya piloto de su propia vida y ha de autoeducarse. Por eso, la educación no acaba
nunca: el ser humano es siempre perfectible, incluso en la madurez o en la vejez, por altas que
sean ya las metas que cada cual haya alcanzado. No es, pues, extraño, que los educadores
eficaces escaseen, ni que abunden las escuelas y universidades de muy bajo nivel.
Tiene, pues, razón M.J. Adler cuando dice que lo más acertado que pueden hacer
nuestras escuelas es preparar a los jóvenes para seguir aprendiendo a lo largo de la vida,
proporcionándoles las destrezas del aprendizaje y el amor por el saber; o cuando señala, como
causa de la inoperancia de infinidad de escuelas y universidades el que no se preocupen ante
todo de capacitar a los alumnos para su educación autónoma ulterior. Todo esto es tan obvio,
que podría haberlo escrito cualquier estudiante de Pedagogía medianamente ventajado.
Pues, en efecto, si - por aquello de que el lenguaje es pura convención - damos por
buenas la idea que Adler tiene de lo que es la educación, no serán objetables ni la afirmación
precedente ni otras como las siguientes: “Hablar de joven educado (...) supone una
contradicción en los términos equivalente a hablar de la cuadratura del círculo”, “sólo los
hombres maduros pueden llegar a educarse”, etc. Lo que, ni aun así, se tiene en pie es la
rotundidad con que asegura: “la propia juventud, la inmadurez, es un obstáculo insuperable
para llevar a educarse”; pues si lo fuera de verdad, jamás se alcanzaría la madurez con que se
inicia la autoeducación (la educación, en términos de Adler). Y, en fin, aunque se entiende que
un sexagenario fije precisamente en los 60 años el momento en que puede alcanzarse “la
intuición genuina, la sensatez de juicio y la sabiduría práctica”, suena a excesiva la seguridad
con que proclama que “el proceso de la educación (léase: autoeducación) comienza a los 40 ó
50 años”. Consecuencia: sí, como afirma, lleva 40 años manteniendo estas tesis, durante más
de 20 las cimentó en la más rotunda inmadurez; la aritmética del cálculo es suya.
ADLER NO SE AMEDRENTA
JAMES COLBERT
James G. Colbert es Profesor de Filosofía en el Fitchburg State College, Masachusetts
(Estados Unidos). Ha reseñado para Nuestro Tiempo los últimos libros de Adler.
Es tentador decir que Adler tenía que haber aclarado más lo que pretendía decir por
“educación” al negar que las escuelas producen o podrían producir personas educadas. Tal
respuesta no es injusta. Entra dentro de la dialéctica que siempre ha propugnado Adler. Sin
embargo, tal vez sería un modo excesivamente fácil de callarle (o de intentarlo, ya que Adler
no se amedrenta nunca).
Adler ha escrito dos versiones de Cómo leer un libro para facilitar esa misión, la
primera en solitario, la segunda con Charles Van Dole. La explicación de lo que se entiende
por “leer” es en realidad una descripción de los modos del saber. Dedica capítulos a cada una
de las áreas de la cultura en concreto. Por cierto, que el capítulo sobre cómo leer filosofía es la
más eficaz introducción breve que conozco, no sólo a la literatura sino al proceder filosófico.
Últimamente, Adler también ha producido un libro sobre retórica, ya que se trata de escuchar y
de discutir.
Pues bien: está claro que Adler entiende que nos educamos leyendo y discutiendo
acerca de la Biblia, Platón, el Quijote... y también siguiendo el desarrollo de la ciencia y de la
política. Las escuelas han fracasado si los ciudadanos no salen en condiciones de hacer eso.
Han fracasado de otra manera si salen con la absurda pretensión de saber lo que hay que saber
de la Biblia, Platón del Quijote. Las escuelas, en otras palabras, no son el lugar donde tiene
lugar la educación.
La provocadora tesis de Mortimer J. Adler suscita una pregunta inicial: ¿qué se está
entendiendo por educación? La respuesta se encuentra al final del artículo: “una persona
educada es la que a través de los afanes de su propia vida ha asimilado las ideas que la hacen
representativa de su cultura, que la hacen portadora de sus tradiciones y la capacitan para
contribuir a su perfeccionamiento”.
Sin embargo, si se piensa que una persona educada es una persona que ha estado antes
educándose, es decir, que hay un proceso vital que desemboca en la persona educada, ¿qué se
contestaría a la pregunta sobre el comienzo de la educación? Con el mismo rigor podría decirse
que la educación comienza en los primerísimos años de la vida. Más aún: que la educación se
inicia en el mismo seno materno. En efecto, el término latino educativo tenía también la
significación de nutrición. Hasta el principio del presente siglo era posible encontrar un libro
con un título como “La educación de las abejas”. En este libro, publicado en Inglaterra, no se
hablaba sobre el adiestramiento de las abejas, sino de su nutrición: era un simple tratado de
apicultura.
En nuestros días, social y culturalmente, una persona se define y valora por las
funciones productivas que puede desempeñar; es decir, no se valora como persona, sino como
homo faber. La educación, así, se entiende como preparación para el ejercicio de dichas
funciones; educan entonces aquellas instituciones que capaciten para las funciones.
Hoy día se conoce la insuficiencia de este planteamiento. Pero más que verse dicha
insuficiencia, sólo se presiente. De ahí la reacción confusa que lleva a adjudicar a la escuela y
a la universidad misiones que no pueden desempeñar, como la educación sexual en la escuela, o
la educación política en la universidad.
La noción clave es el concepto de educación. Hay tres temas sobre los cuales
cualquiera podría desarrollar una exposición general de tres horas de duración: religión, política
y educación. Pero muy pocos podrían hablar de modo concreto sobre lo que sea la acción
religiosa, política y educativa sin hacer agua a los tres minutos. A la ignorancia sobre lo que
sea la educación se añade la ignorancia sobre dicha ignorancia. Por eso, puede darse la
bienvenida al artículo de Adler, que no es una tesis científica, pero si una tesis provocadora que
incita a meditar sobre la doble ignorancia.
EL EMPLEO DE LA INTELIGENCIA
J.L. GONZÁLEZ -SIMANCAS
Pero no lo estoy cuando parece afirmar que hay un periodo de la vida - el propio de la
escolaridad, ya sea en la escuela o en la universidad - en que ese proceso continuo de
maduración queda imposibilitado. ¿No será que Adler deriva esa afirmación del pesimismo
que le produce su experiencia negativa de lo que, en realidad, de verdad, se hace por la
educación en las escuelas y universidades de nuestra sociedad actual?.
Creo que la pregunta que debemos hacernos, tanto Adler como nosotros, es esta: ¿No
se puede hacer algo, y qué, en la escuela y en la universidad, por contribuir de verdad al
desarrollo mental y madurativo de las personas de nuestros estudiantes adolescentes y jóvenes?
Algo por asegurar al auténtico aprendizaje que el mismo Adler propugna en su Manifiesto
Educativo con estas palabras: “El verdadero aprendizaje es activo, no pasivo. Implica el
empleo de la inteligencia, no sólo la memoria. Es un proceso de descubrimiento cuyo agente
principal es el alumno, no el profesor”.
El hecho es que existe una amplísima bibliografía, especialmente elaborada durante las
tres últimas décadas en el país de Adler, sobre lo que podría ser una enseñanza educativa,
formativa. Pero ¿qué estamos haciendo en la realidad práctica, día a día, de nuestras aulas
escolares o universitarias? ¿Quién está intentando poner, de una vez, el cascabel al gato? Yo
animaría a Adler, a su grupo, y a todo educador práctico, a arriesgarse en algunas experiencias
reales, concretas, por modestas que sean. En este sentido, permítaseme una breve referencia a
una experiencia de docencia universitaria - al nivel de 1º, 2º y 3er cursos -, que creo transferible
a la enseñanza media, en la que nos hemos embarcado en nuestro Departamento.
No nos proponemos otra cosa que la activación del proceso de aprendizaje autónomo,
motivado y orientado por los profesores. Empleamos una metodología basada, curiosamente,
en las operaciones que Adler recomienda como clave del aprendizaje autónomo: leer y
conversar, o discutir, en el seno de pequeños grupos o seminarios de trabajo, a los que
añadimos una tercera que consideramos decisiva en la formación intelectual: escribir. Escribir
argumentando, en un ensayo, la respuesta a una pregunta o problema de fondo que suscita el
pensamiento más que la memorización, la reflexión más que la mera retención de
conocimientos, la expresión inteligente más que la reproducción mecánica de contenidos.