Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Los Bufones de Dios Morris West

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 363

LOS

BUFONES DE DIOS, es tal vez lo más memorable que haya escrito


durante su fecunda vida de escritor. Es una osada y profunda novela de
amor, de fe, de esperanza. Es un texto para el hombre y la mujer moderna,
quienes,quiéranlo o no, se ven envueltos en estas últimas y dramáticas
décadas del siglo veinte.

www.lectulandia.com - Página 2
Morris West

Los bufones de Dios


ePUB v1.0

Tetralogía del Vaticano - 2


Lecram / OZN 15.03.12

www.lectulandia.com - Página 3
Título Original: The Clowns of God
Año de publicación 1981
Traducción Marta Cruz Coke de Lagos

www.lectulandia.com - Página 4
Para mis seres queridos
con todo mi corazón

www.lectulandia.com - Página 5
“¿Quién sabe si el mundo no terminará esta noche?"
Robert Browing, Nuestra última cabalgata

www.lectulandia.com - Página 6
Nota del Autor
Una vez aceptada la existencia de Dios —como quiera que Ud. lo defina, como
quiera que Ud. explique su relación con Él— desde ese momento, Ud. está atrapado
para siempre por Su presencia en el centro de todas las cosas. También Ud. está
atrapado por el hecho de que el hombre es una criatura que camina entre dos
mundos y va trazando en los muros de su caverna la maravilla y el terror que
experimenta durante su peregrinaje espiritual.

www.lectulandia.com - Página 7
Libro Primero
"Fui arrebatado en espíritu el día del Señor
y oí tras de mí una voz fuerte, como de trompeta
que decía: Lo que vieres, escríbelo en
un libro y envíalo a las siete Iglesias".
Apocalipsis
San Juan — Cáp. I — 10-11

www.lectulandia.com - Página 8
Prólogo
En el séptimo año de su pontificado, dos días antes de cumplir los sesenta y cinco,
en presencia del Consistorio en pleno, Jean Marie Barette, más conocido como Papa
Gregorio XVII firmó un instrumento de abdicación, se quitó el anillo del Pescador,
entregó su sello al cardenal camarlengo y pronunció unas pocas palabras de
despedida.
"Y así, hermanos míos, todo se ha consumado tal como ustedes lo han deseado.
Estoy cierto de que ustedes explicarán adecuadamente lo que ha ocurrido tanto a la
Iglesia como al mundo. Espero que elegirán a un hombre bueno. Dios sabe cuánto lo
necesitan".
Tres horas después, acompañado por un coronel de la guardia suiza, se presentó al
monasterio de Monte Cassino y se colocó bajo la obediencia del abad. El coronel
regresó inmediatamente a Roma e informó al cardenal camarlengo que su misión
estaba cumplida.
El camarlengo lanzó un largo suspiro de alivio y comenzó inmediatamente con
las formalidades tendientes a proclamar que la silla de Pedro estaba vacante y que la
elección de un nuevo pontífice se realizaría con toda la presteza requerida.

www.lectulandia.com - Página 9
Capítulo 1
La mujer parecía una campesina, robusta, vestida de tosca lana, con el cabello
gris asomando por debajo del sombrero de paja y las redondas mejillas encendidas
como manzanas. Se mantenía erguida sobre la silla con las manos cruzadas sobre una
amplia cartera de cuero marrón pasada de moda. Se veía cansada pero nada en ella
denotaba temor. Parecía estar examinando la mercancía que le ofrecían en una feria
desconocida.
Carl Mendelius, profesor de Estudios patrísticos y bíblicos en el Wilhelmsstift,
que una vez fuera llamado el ilustre Colegio de la Universidad de Tübingen, estiró
sus largas piernas por debajo del escritorio, juntó las manos formando un puente con
los dedos índices y sonriéndole por encima de esta precaria construcción se dirigió a
ella con toda gentileza.
—¿Usted deseaba verme, señora?
—Me dijeron que usted comprendía el francés —ella hablaba con el acento
abierto y arrastrado del midi.
—Así es.
—Me llamo Teresa Mathieu. En religión soy —era— la hermana Mechtilda.
—¿Debo comprender que ha dejado los hábitos?
—No. Fui dispensada de mis votos. Pero él dijo que siempre debería conservar y
llevar el anillo con que profesé porque mi servicio sigue siendo el servicio del Señor.
Estiró hacia él una grande y gastada mano de trabajadora mostrando el anillo de
plata que llevaba en el anular.
—¿Él? ¿Quién es él?
—Su Santidad, el papa Gregorio, Yo formaba parte del grupo de hermanas que
atendían su casa: limpiaba su estudio y sus habitaciones privadas: le servía su café. A
veces, en los días de fiesta, cuando las otras hermanas descansaban, solía prepararle
sus comidas. Decía que le gustaba mi forma de cocinar porque le recordaba su
hogar… En esas ocasiones, a veces, conversaba conmigo. Conocía muy bien mi tierra
natal porque su familia poseía viñedos en el Var… Y así, cuando, mi sobrina perdió a
su marido y quedó sola con cinco niños y con el restaurante que atender, yo se lo
conté. Y él me comprendió. Dijo que tal vez mi sobrina me necesitaba más que el
papa, que de todos modos tenía mucha gente a su servicio. El me ayudó a pensar con
libertad y a darme cuenta de que la caridad es la más importante de todas las
virtudes… Mi decisión de regresar al mundo fue tomada entonces, cuando la gente en
el Vaticano comenzó a decir todas aquellas cosas terribles, que el Santo Padre estaba
enfermo de la cabeza, que podía ser peligroso, todo eso. El día que abandoné Roma
fui a verlo para solicitarle su bendición. Y él me pidió, como un favor especial, que
pasara por Tübingen y le entregara a usted esta carta, en sus propias manos. Y me

www.lectulandia.com - Página 10
colocó bajo obediencia, haciéndome prometer que no debería contarle a nadie lo que
él había dicho o lo que yo llevaba. Y por eso estoy aquí…
Hurgó en el gran bolso y extrajo de él un grueso sobre de papel que extendió
hacia él por sobre el escritorio. Carl Mendelius lo recibió y lo sostuvo en las manos
evaluando su peso antes de depositarlo sobre la mesa.
—¿Vino usted aquí directamente desde Roma?
—No. Fui primero donde mi sobrina a quien acompañé durante una semana. Su
Santidad dijo que eso era lo que tenía que hacer, porque era lo natural y propio. Me
dio dinero para el viaje y un regalo para mi sobrina.
—¿Le entregó algún otro mensaje para mí?
—No. Sólo que le enviaba a usted todo su afecto. Y agregó que si me hacía
preguntas, yo debía contestarlas.
—Veo que encontró en usted un fiel mensajero —dijo Carl Mendelius
gentilmente, pero su rostro estaba serio—. ¿Querría tomar un café?
—No, gracias.
Ella cruzó las manos sobre la amplia cartera y esperó. Todo en su actitud
trasuntaba la monja que había sido y que aún parecía ser pese a su ropa de confección
casera. Mendelius hizo la pregunta siguiente con todo cuidado y como restándole
importancia.
—Estos problemas, estas murmuraciones en el Vaticano ¿recuerda cuándo
comenzaron? ¿Y por qué se produjeron?
—Sí, sé cuándo comenzaron —la respuesta de la mujer fue decidida, sin una
sombra de vacilación—. Fue al regreso de la gira que el Santo Padre hizo por
América del Sur y los Estados Unidos. Parecía entonces muy cansado, casi enfermo y
luego vinieron aquellas visitas de los chinos y los rusos y de esos africanos que lo
dejaron aún más preocupado. Después de aquello resolvió retirarse por dos semanas a
Monte Cassino. Y fue al volver de allí cuando comenzaron los problemas…
—¿Qué clase de problemas?
—Yo nunca comprendía muy bien realmente de qué se trataba. Como usted sabe,
yo era sólo alguien muy insignificante, una hermana que hacía un trabajo doméstico.
Y nos han entrenado para no hacer comentarios sobre materias que no nos
conciernen. La Madre Superiora reprueba severamente toda murmuración. Pero sin
embargo no pude dejar de notar que el Santo Padre parecía enfermo, que permanecía
largas horas orando en la capilla, que las reuniones con los miembros de la Curia se
multiplicaban y que al salir todos ellos parecían enojados y refunfuñaban entre sí. No
recuerdo lo que hablaban, salvo una vez que oí al Cardenal Arnaldo decir: "¡Dios
Santo del cielo! ¡Tenemos que vérnosla con un demente!
—¿Y el Santo Padre mismo, qué aspecto tenía?
—Conmigo nunca dejó de ser el mismo, bondadoso y cortés. Pero era evidente

www.lectulandia.com - Página 11
que estaba muy acongojado. Un día me pidió que le llevara una aspirina para tomarla
con su café. Yo le pregunté si deseaba que llamara a su médico. El me respondió con
una curiosa pequeña sonrisa y dijo: "Hermana Mechtilda, lo que yo necesito no es un
médico, sino el don de las lenguas. A veces me parece como si estuviera enseñando
música a los sordos y pintura a los ciegos…" Bueno, al final, claro, vino el médico y
luego varios otros en los días que siguieron. Y después de aquello el cardenal Drexel
llegó a verlo; es el Decano del Sacro Colegio y un hombre muy severo.
Permanecieron encerrados todo el día en el apartamento papal y yo ayudé a servirles
el almuerzo. Y después de ese día… bueno… ocurrió todo aquello.
—¿Comprendió usted algo de lo que estaba sucediendo?
—No. Lo único que nos dijeron fue que, por razones de salud y para beneficio de
las almas, el Santo Padre había decidido abdicar y pasar el resto de su vida sirviendo
a Dios en un monasterio. Nos pidieron que rogáramos por él y por la Iglesia.
—¿Y él no le dio nunca ninguna explicación de lo que estaba ocurriendo?
—¿A mí? —Ella se lo quedó mirando con una auténtica e inocente sorpresa—.
¿Por qué a mí? Yo era nadie. Pero después que me bendijo deseándome buen viaje, él
puso sus manos en mis mejillas y dijo: "Tal vez, hermanita, ambos somos afortunados
por habernos encontrado". Y esa fue la última vez que lo vi.
—¿Y ahora qué piensa hacer usted?
—Volver a casa con mi sobrina, ayudarla con los niños, cocinar en el restaurante.
Es un negocio pequeño, pero si logramos mantenerlo como se debe, es bastante
bueno.
—Estoy seguro de que lo conseguirán —dijo Carl Mendelius respetuosamente al
tiempo que se levantaba y extendía su mano hacia ella—. Gracias hermana
Mechtilda, gracias por venir a verme y por lo que ha hecho por él.
—Oh, no es nada. El era un hombre bueno que siempre comprendió a la gente
corriente como yo.
La palma de la mano de la mujer tenía la piel seca y agrietada por el lavado y la
friega de las cazuelas y Mendelius, al verla, sintió vergüenza de sus propias diestras y
suaves manos en las cuales Gregorio XVII, sucesor del príncipe de los apóstoles
había depositado su último, su más secreto memorial.
Aquella noche, en su enorme estudio del ático, cuyas ventanas miraban hacia el
bulto gris de la Stiftskirche de St. George, Mendelius veló hasta tarde, teniendo por
únicos testigos de su meditación a los bustos de Melanchthon y de Hegel, el primero
de los cuales había sido asistente de profesor y el otro alumno de la antigua
universidad; pero hacía ya tiempo que la muerte había absuelto a ambos de toda
perplejidad.
Delante de él, abierta y extendida sobre la mesa, yacía la carta de Jean Marie
Barette, el Gregorio portador del número diez y siete en la línea de la sucesión papal:

www.lectulandia.com - Página 12
treinta páginas de fina cursiva manuscrita, de impecable estilo gálico, testimonio de
una tragedia personal y de una crisis política de dimensión mundial.

Mi querido Carl:
"En ésta, la larga noche de mi alma, cuando la razón se tambalea al borde del
abismo y la fe de toda una vida pareciera, haberse perdido, acudo a usted en
busca de la gracia de la comprensión.
"Hace ya muchos años que somos amigos. Sus libros y sus cartas han sido
hasta ahora mis inseparables compañeros de viaje: bagaje infinitamente más
esencial para mí que mis camisas o mis zapatos. En numerosos momentos de ansia
e inquietud sus consejos han sido fuente de paz para mí, así como su visión y
sabiduría no han dejado de ser la luz que ha guiado mis pasos por los oscuros
laberintos del poder. Y por eso, a pesar de que las sendas de nuestras vidas
parecieran haber divergido, me consuela creer que nuestros espíritus han
mantenido la unidad de sus valores.
"Mi silencio durante estos últimos meses de mi purgatorio personal se ha
debido al hecho de que he deseado mantenerlo al margen para no comprometerlo
en lo que me estaba ocurriendo. Desde hace ya algún tiempo he vivido sometido a
una estrecha vigilancia y en consecuencia no me ha sido posible mantener nada
privado, ni aun mis papeles más secretos. En verdad tengo que confesarle que si
esta carta cae en manos equivocadas, usted quedará expuesto a un gran riesgo y
si decide llevar a cabo la misión que intento encomendarle, el peligro a que aludo
se multiplicará con cada día que pase.
"Comenzaré a contarle la historia por su desenlace. El mes pasado, los
cardenales del Sacro Colegio, entre los cuales creo que cuento con algunos
amigos, decidieron, por una amplia mayoría, que yo estaba, si no loco, por lo
menos no en un estado mental competente para desempeñar las tareas del
pontificado. Esta decisión, motivada por razones que más adelante le explicaré en
detalle, colocó a mis hermanos cardenales frente a un dilema que resultó trágico y
cómico a la vez.
"Sólo existían dos fórmulas para librarse de mí: deponerme u obligarme a
abdicar. Deponerme implicaba dar explicaciones públicas, lo que evidentemente
era imposible por lo que nadie se atrevió siquiera a considerar esta primera
opción, ya que el olor a conspiración habría sido demasiado fuerte y el riesgo de
cisma consiguiente demasiado grande. Por otra parte, la abdicación, en tanto que
acto legal, no habría podido ser llevada a cabo por un hombre mentalmente
enfermo, pues habría carecido de toda validez jurídica.
"Mi dilema personal, en cambio, era completamente diferente. Yo no había
pedido ser elegido. Había aceptado, con temor, pero confiando en el Espíritu

www.lectulandia.com - Página 13
Santo para encontrar la luz y la fuerza necesarias. Aquel día en Monte Cassino
creí —e intento desesperadamente continuar creyendo— que había recibido una
iluminación especial del Señor y que mi deber consistía en comunicar esa luz a un
mundo atrapado en la oscuridad de la última hora antes de medianoche. Por otra
parte comprendí que sin la ayuda de mis más antiguos colaboradores, los hombres
claves de la Iglesia, ninguna acción era posible para mí. Me veía reducido a la
impotencia porque mis declaraciones podían ser distorsionadas y las directivas
que impartiera anuladas. Los hijos de Dios podrían haber sido así sumidos en la
confusión o impulsados a la revuelta.
"Fue entonces cuando Drexel vino a verme. Como usted sabe, es el Decano del
Sacro Colegio de Cardenales y fui yo mismo quien lo nombró en su actual cargo
de Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. A usted le
sobran razones para saber que es un formidable perro guardián, sin embargo en
privado es un ser comprensivo, sensible y muy humano. Al momento vi que para él
era muy dolorosa la misión que se le había impuesto, pues venía como emisario de
sus hermanos los cardenales con cuya opinión no estaba de acuerdo pero había
sido encargado de transmitirme su decisión. Se me pedía que abdicara y me
retirara enseguida a la oscuridad de un monasterio. En el caso de que no aceptara
ellos estaban dispuestos a correr el riesgo de hacerme declarar insano e
internarme bajo vigilancia médica en un establecimiento para enfermos mentales.
"Como comprenderá, el impacto recibido fue muy fuerte, pues jamás había yo
imaginado siquiera que pudieran atreverse a tanto. A este primer momento de
sorpresa siguió otro de puro terror pues conozco lo suficiente la historia de este
cargo para no ignorar que la amenaza era real. El Vaticano es un estado
independiente y todo lo que ocurre dentro de sus muros carece de audiencia
exterior cuando los que gobiernan aquí así lo han decidido.
"Luego el terror también pasó y logré encontrar la calma suficiente para
preguntarle a Drexel qué pensaba de la situación. Me respondió al instante y sin
vacilaciones. No le cabían dudas de que sus colegas podían cumplir su amenaza y
que estaban plenamente dispuestos a hacerlo. Sabían que el daño —considerando
el crítico momento internacional— sería grande, pero no irreparable. La Iglesia
había sobrevivido a los Theophylacts, a los Borgia y a las orgías de Avignon.
Podría sobrevivir a la locura lunática de Jean Marie Barette. En vista de lo
anterior Drexel me ofrecía, muy amistosamente, su opinión personal: lo que me
convenía era inclinarme ante lo inevitable y abdicar aduciendo motivos de mala
salud. Concluyó agregando su pequeña cláusula propia que cito textualmente para
usted: "Haga lo que le piden, Santidad, pero nada más, ni un ápice más. Usted se
irá. Se retirará a la vida privada. Y yo me enfrentaré a cualquier documento o
instrumento que intente amarrarlo a algo más. Y en cuanto a esta luz que usted

www.lectulandia.com - Página 14
declara haber recibido, no es a mí a quien corresponde juzgar si viene de Dios o si
es simplemente el fruto de un espíritu sobrecargado por las ansiedades propias de
su alta investidura. Si fuera solamente una ilusión, espero que antes que
transcurra mucho tiempo, sabrá desecharla. Si es algo que viene de Dios,
entonces estoy seguro de que Él permitirá que, cuando llegue el momento, la
verdad se haga manifiesta… Pero si entretanto lo declaran insano, quedará usted
completamente desacreditado y la luz que hay en usted se apagará para siempre.
La historia, especialmente la de la Iglesia, sólo se ha escrito para justificar a los
sobrevivientes".
"Comprendí perfectamente lo que sus palabras significaban, pero aun así no
podía decidirme a aceptar una solución tan tajante. Hablamos durante todo aquel
día, examinando cada alternativa posible. Más tarde, y por largas horas aquella
noche, oré en la soledad de mis habitaciones hasta que, finalmente, en un estado
de total agotamiento, terminé por rendirme. A las nueve de la mañana siguiente
mandé llamar a Drexel y le comuniqué que estaba pronto para abdicar.
"Hasta aquí, mi querido Carl, le he contado cómo sucedió todo. Relatar el por
qué tomará mucho más tiempo: y entonces usted también, mi dilecto amigo, será
llamado a juzgarme. Ahora mismo, escribir estas líneas temo que su juicio pueda
serme desfavorable. Así es la fragilidad humana. Todavía no he aprendido a
confiar en el Señor cuyo Evangelio intento proclamar…"

La angustia implícita en aquel llamado conmovió profundamente a Mendelius y


sintió que las letras se borraban delante de sus doloridos ojos. Se reclinó en su silla y
se entregó al torrente de sus recuerdos. Se habían conocido en Roma, hacía ya dos
décadas, cuando Jean Marie Barette, en su cargo de cardenal era el miembro más
joven de la Curia romana y el padre Mendelius, S. J., estaba apenas iniciando en la
Universidad Gregoriana su primer curso sobre Elementos para la Interpretación de las
Escrituras. El joven cardenal había asistido como invitado a una clase sobre las
comunidades judías en los primeros tiempos de la Iglesia. Después habían cenado
juntos y se habían quedado conversando hasta muy entrada la noche. Al separarse
aquella madrugada, una amistad había nacido.
Más adelante, cuando vinieron los días malos y Mendelius, delatado por sospecha
de herejía ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue sometido durante largos
meses a una implacable investigación, Jean Marie Barette nunca dejó de apoyarlo con
todo el peso del poder e influencia de que entonces disponía. Y más tarde, cuando él
había sentido que su vocación sacerdotal ya no lo satisfacía y había pedido ser
devuelto a la vida laica, solicitando al mismo tiempo el permiso para casarse, Barette
había sido su abogado ante un renuente e irascible pontífice. Y cuando, finalmente,
había presentado su candidatura para la cátedra en Tübingen, la más brillante
recomendación llevaba la firma de Gregorio XVII, Pontífice Máximo.

www.lectulandia.com - Página 15
Ahora sus mutuas posiciones se habían invertido. Jean Marie Barette se
encontraba desterrado en tanto que él, Carl Mendelius, florecía en la libre zona de un
matrimonio dichoso y de una vida profesional plenamente realizada. Cualquiera que
fuera el costo él se debía a sí mismo permanecer fiel a los deberes de la amistad.
Volvió a inclinarse sobre la interrumpida lectura de la carta.

"…Usted conoce las circunstancias de mi elección. Mi predecesor, que centró


su acción en lo social logró completar con éxito la misión que se había fijado.
Reforzó a la vez la centralización de la Iglesia y la disciplina y restauró la línea
dogmática tradicional. Su enorme encanto personal —magnetismo propio de un
gran actor— ocultó por mucho tiempo el hecho de que sus actitudes eran
esencialmente rigoristas. Al envejecer se fue tornando cada vez más intolerante,
menos y menos abierto a los argumentos que le parecían ajenos. Se veía a sí
mismo como el Instrumento de Dios, encargado de destruir a las fuerzas de la
impiedad. Era difícil convencerlo de que, a menos que ocurriera un milagro, todos
los hombres —creyentes o incrédulos por igual— estaban condenados a
desaparecer. Habíamos llegado a la última década del siglo y con ella a sólo unos
pasos de la guerra nuclear. Cuando asumí el cargo —elección que fue el resultado
de un compromiso después de un Cónclave que duró seis días— me sentí aterrado
ante la perspectiva de lo que esperaba a la raza humana.
"No necesito leerle el texto apocalíptico tan claramente impreso en el mundo
de hoy, el angustioso clamor del Tercer Mundo oscilando al borde de la total
inanición, el permanente riesgo de colapso económico de los países occidentales,
el creciente costo de la energía, la loca y salvaje carrera armamentista, la
tentación de los militaristas de llevar a cabo su última y más demente jugada,
cuando aún les es posible calcular las consecuencias de sus apuestas. Para mí, sin
embargo, lo más espantoso dentro de este cuadro era la atmósfera de reprimida
desesperación prevaleciente entre los líderes mundiales, la sensación oficial de
impotencia, la extraña y atávica regresión hacia una visión mágica del universo.
"Usted y yo hemos discutido muy a menudo la proliferación de los cultos
nuevos y su manipulación en provecho del dinero y del poder. Hemos presenciado
asimismo la explosión de estos fanatismos en las antiguas religiones. Algunos de
nuestros fanáticos particulares deseaban que yo proclamara un Año Mariano y
que lanzara un llamado para una vasta movilización de masas en peregrinaciones
a todos los santuarios de la Virgen a través del mundo. Les contesté que jamás
haría nada semejante. Lo último que necesitamos es el estallido de un pánico de
los mojigatos.
"Creo que el mejor servicio que actualmente puede ofrecer la Iglesia es el de
la mediación fundada en la razón y en la caridad para con todos. Esa es, por lo

www.lectulandia.com - Página 16
demás, la tarea para la cual yo, como pontífice, me sentía más apto y en
consecuencia, más llamado a realizar. Por eso hice saber que, en aras de la paz,
estaba dispuesto a ir donde fuera y a recibir a quien fuera, pero tratando al mismo
tiempo de dejar muy en claro que no poseía ninguna fórmula mágica capaz de
resolver problemas ni tampoco ninguna ilusión sobre los alcances de mi propio
poder. Conozco demasiado bien la mortal inercia de las instituciones, la locura
que matemáticamente lleva a los hombres a pelear a muerte entre sí sobre la más
sencilla ecuación de cualquier compromiso. Me dije a mí mismo y traté de
convencer de ello a los líderes de las naciones que aun un solo año de respiro
antes del advenimiento de Armageddon constituía de por sí una victoria. Pero no
obstante el temor de un inminente holocausto me perseguía noche y día,
socavando mis reservas de valor y de confianza.
"Finalmente decidí que, para conservar algún sentido de perspectiva y rehacer
mis reservas espirituales era imprescindible que descansara. En consecuencia
resolví hacer dos semanas de retiro en el monasterio de Monte Cassino. Usted
conoce bien el lugar que fue fundado por San Benito en el siglo sexto. Pablo el
diácono escribió allí sus historias y mi tocayo Gregorio IX hizo la paz con
Federico de Hohenstaufen. Pero sobre todo es un lugar aislado y sereno y su
abad, el padre Andrew es un hombre de singular piedad y gran discernimiento. Me
colocaría pues bajo su dirección espiritual y me dedicaría a meditar en silencio
para renovar mi ser interior.
"Así lo había planeado yo, mi querido Carl, y así había comenzado a realizar
mi plan. Pero llevaba allí solamente tres días cuando ocurrió aquel
acontecimiento".

La frase terminaba al final de la página y Mendelius vaciló antes de continuar,


sintiendo un débil estremecimiento de disgusto, como si le estuvieran pidiendo que
presenciara la realización de un acto de intimidad corporal de otra persona. Solo
merced a un gran esfuerzo logró proseguir la lectura.

"…Doy el nombre de acontecimiento a aquello que ocurrió pues no deseo


prejuiciar en ninguna forma su apreciación del hecho y también porque aquello
tuvo para mí una dimensión física. Sucedió. No es algo que yo imaginara. La
experiencia fue tan real como el desayuno que acababa de tomar en el refectorio
del convento.
"Eran las nueve de la mañana de un día claro y soleado, y me hallaba sentado
en un banco de piedra en el jardín del claustro. Un poco más allá un monje
preparaba tierra en unos tiestos destinados a recibir flores. Me sentía bien,
relajado y plácido. Comencé a leer el capítulo catorce del Evangelio de San Juan
que el abad había propuesto como tema para la meditación de aquel día. Usted

www.lectulandia.com - Página 17
recuerda la forma en que comienza este capítulo, con el discurso del Señor en la
Ultima Cena: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en
Mí…" El texto mismo, reconfortante, consolador, pleno de seguridades, calmaba
con mi estado de ánimo. Cuando llegué al versículo:
"y el que me ame será amado de mi Padre…"
cerré el libro y levanté la vista.
"A mi alrededor, todo había cambiado. El monasterio, el jardín, el monje que
trabajaba habían desaparecido y yo me encontraba solo en una alta y estéril
cumbre cercada por negras montañas cuyo perfil se destacaba, desigual y nítido,
sobre la lobreguez del cielo. Todo el lugar se hallaba sumido en un silencio de
tumba. No sentí temor sino un terrible vacío como si me hubieran abandonado a
la intemperie, como si algo hubiera socavado el meollo de mi ser dejando tan solo
la cáscara. Y supe entonces, sin lugar a dudas, que estaba presenciando las
consecuencias de la última locura del hombre: un planeta muerto. No encuentro
palabras adecuadas para describirle lo que ocurrió en -seguida. Fue como si
súbitamente un enorme incendio hubiera estallado dentro de mí, como si hubiera
sido cogido en un furioso torbellino y proyectado, fuera de toda dimensión
humana, hacia el centro de una luz insostenible. La luz era una voz y la voz era
una luz y todo mi ser pareció impregnarse del mensaje de esa voz y de esa luz. Era
el final de todo, el comienzo mismo de todo: punto omega del tiempo, punto alfa
de la eternidad. Habían dejado de existir los símbolos para dar paso a la
existencia de la pura, simple y única Realidad. Se habían cumplido todas las
profecías. El orden había surgido del caos y la última verdad se había hecho
patente. En un momento de exquisita agonía comprendí que debía anunciar este
acontecimiento, que debía preparar al mundo para su advenimiento. Había sido
llamado para proclamar que los últimos días estaban próximos y que la
humanidad debía aprontarse para la Parusía: es decir para la Segunda Venida del
Señor Jesús.
"Y justo en el momento en que sentí que aquella agonía estaba a punto de
explotar en mí, destruyéndome, todo terminó. Y me encontré de regreso en el
jardín del claustro. El monje seguía trabajando en la tierra destinada a sus rosas,
el Nuevo Testamento reposaba sobre mis rodillas, abierto en el Capítulo
veinticuatro de San Mateo "porque como el relámpago sale por oriente y brilla
hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre,.." ¿Accidente o destino?
No lo sé y creo que ya no tiene importancia.
"Y esto es Carl, lo que ha ocurrido, dicho en las palabras más claras y
cercanas a mi visión que he podido encontrar, para el amigo más próximo a mi
corazón. Cuando a mi regreso a Roma intenté explicar a mis colegas lo que había
sucedido, vi en sus rostros el impacto que mis palabras producían: ¿Un papa con

www.lectulandia.com - Página 18
revelaciones privadas? ¿Un precursor de la Segunda Venida del Señor? ¡Locura!
La última y más explosiva sinrazón. Yo me había transformado en una bomba de
tiempo que había que desconectar tan pronto como fuera posible. Y sin embargo
así como no me era posible cambiar el color de mis ojos, tampoco me era posible
cambiar lo que había ocurrido, que había quedado para siempre impreso en cada
fibra de mi ser del mismo modo y con tanta fuerza como la huella genética dejada
en mí por mis padres. Me sentía impelido a hablar de ello, condenado a anunciar
lo que había visto a un mundo que se precipitaba, sin rumbo, hacia su extinción.
"Comencé entonces a trabajar en la preparación de una Encíclica, una Carta
a la Iglesia Universal. El texto se iniciaba con estas palabras: "In his ultimis annis
fatalibus…". En estos últimos y fatales días del milenio… Mi secretario encontró
sobre mi escritorio el borrador, lo fotografió secretamente y distribuyó copias de
su descubrimiento entre los miembros de la Curia. Todos quedaron horrorizados.
Se dedicaron entonces —separadamente y en conjunto— a urgirme para que
suprimiera el documento. Cuando rehusé hacerlo pusieron sitio a mis habitaciones
y bloquearon todas mis comunicaciones con el mundo exterior. Luego citaron a
una reunión de emergencia del Sacro Colegio y convocaron al Vaticano a un
grupo de médicos y psiquiatras para que examinaran mi estado mental y de esta
manera iniciaron el curso de los acontecimientos que culminaron en mi
abdicación.
"Y así, ahora, en esta extrema penuria a la que me he visto reducido, recurro a
usted no sólo porque es amigo mío, sino también porque usted, que ha sufrido los
rigores de la inquisición comprende y sabe cómo la persistente presión de los
interrogatorios es capaz de hacer tambalear la razón. Si juzga que estoy loco, lo
absuelvo anticipadamente de toda culpa que pueda sentir por la censura que me
haga, y le agradezco la amistad que he tenido el privilegio de compartir con usted.
Si se encuentra capaz de creer por lo menos que no he hecho otra cosa sino
contarle una simple y terrible verdad, le ruego que estudie los dos documentos que
acompañan esta carta: una copia de mi Encíclica a la Iglesia Universal y una lista
de personas de diversos países con las cuales mantuve excelentes relaciones
durante mi pontificado y que tal vez estén preparadas para confiar en mí o para
actuar de mensajeros en mi nombre. En ese caso trate de ponerse en contacto con
ellas, de hacerles comprender todo lo que aún pueden hacer en estos últimos y
fatales años. No creo que sea posible impedir la inevitable catástrofe, pero sí creo
que tengo la obligación de continuar hasta el fin proclamando la buena nueva del
amor y la salvación.
"Si acepta esta tarea que deseo encomendarle, correrá un gran riesgo; tal vez,
incluso, el riesgo de su propia vida. Recuerde el Evangelio de Mateo "…Entonces
os entregarán a la tortura y os matarán… Muchos se escandalizarán entonces y se

www.lectulandia.com - Página 19
traicionarán y odiarán mutuamente".
"Muy pronto abandonaré este lugar para dirigirme a la soledad de Monte
Cassino. Espero que llegaré ahí sin problemas. Si no fuera así, me encomiendo,
así como a su familia y a usted mismo al amoroso cuidado de Dios.
"Se ha hecho tarde. Hace ya mucho tiempo que la merced del sueño me ha sido
negada, pero ahora que esta carta ha sido escrita tal vez me sea concedida.
"Soy, como siempre, suyo en Cristo
Jean Marie Barette".

Bajo la firma había garabateado un irónico agregado:


"Feu le pape"… el ex-pontífice.
Carl Mendelius, aturdido y casi privado de sensibilidad por el doble efecto del
impacto de los acontecimientos del día y el cansancio, no se encontró capaz de leer el
apretado texto de la encíclica, y en cuanto a la larga lista de nombres, por lo que a él
se refería, bien podía haber estado escrita en sánscrito. Dobló cuidadosamente la carta
y los documentos y los colocó en la antigua y negra caja fuerte donde guardaba los
papeles sellados de su casa, su póliza de seguros y las porciones más importantes de
su material de investigación.
Lotte estaría esperándolo abajo, tejiendo tranquilamente junto al hogar, pero él no
se atrevía a enfrentarla hasta no haberse compuesto una actitud y haber encontrado
alguna forma de respuesta a las inevitables preguntas: "Carl, ¿qué decía la carta?
¿Qué es lo que realmente le ha sucedido a nuestro querido Jean Marie?"
¿Qué, en realidad? Fuera lo que fuera Carl Mendelius —sacerdote fracasado,
marido amante, padre perplejo, creyente escéptico— era por sobre todo un
investigador de la historia, rígido y exigente en su aplicación de las reglas de la
evidencia interna y externa. En un texto, le era posible oler a la distancia cualquier
interpolación y seguir su pista con meticulosidad y exactitud hasta su fuente misma,
ya fuera ésta gnóstica, maniquea o essenita.
Sabía que la doctrina de la Parusía —la Segunda Venida del Redentor que
marcaría el fin de los tiempos históricos— pertenecía a la más antigua y auténtica
tradición. Estaba inscrita en los Evangelios Sinópticos, afianzada en el Credo,
recordada cada día en la liturgia: "Cristo murió, Cristo volverá". Esta tradición
representaba la más firme esperanza del creyente para la justificación final del plan
divino, la victoria última del orden sobre el caos, del bien sobre el mal. El hecho de
que Jean Marie Barette, que acababa de ser papa, creyera eso y lo predicara como un
artículo de fe era tan natural y necesario para él como el hecho mismo de respirar.
Pero que este mismo Jean Marie Barette estuviera mezclado y comprometido en
la forma más primitiva y más estrecha de la fe — el advenimiento de un cataclismo
universal seguido por un juicio universal también, para el cual era preciso prepararse
— era, por decir lo menos, perturbador. A lo largo de la historia, la milenaria

www.lectulandia.com - Página 20
tradición había tomado muchas formas y no todas ellas habían sido religiosas. Estaba
por ejemplo implícita en la idea hitlerista del Reich de mil años, así como en la
promesa marxista de que el capitalismo desaparecería para dar paso a la fraternidad
universal del socialismo. Jean Marie Barette no había necesitado de visión alguna
para dar forma a su idea del milenium. Podía perfectamente haberla copiado de mil
fuentes diversas, desde el libro de Daniel hasta los profetas Cevennoles del siglo
XVII.
Pero el hecho de haber sido él, el papa, quien tuviera la visión, representaba un
elemento a la vez perturbador y familiar en el diseño de la reflexión de Mendelius.
Porque el ministro de una religión organizada era, por su función misma, ordenado a
exponer, bajo su autoridad, una doctrina que los siglos habían fijado y hecho
consensual. Sise excedía en su mandato podía ser silenciado o excomulgado por la
misma autoridad que le había confiado el encargo de desempeñar esa función.
El profeta, sin embargo, pertenecía enteramente a otro orden de criaturas.
Proclamaba su relación directa con el Todopoderoso y en consecuencia el mandato de
que estaba investido no respondía ante ninguna instancia humana ni podía ser
prohibido por ningún agente humano. Podía desafiar al más sagrado de los pasados
con la clásica frase, la misma que había usado Cristo: "Está escrito… pero Yo os
digo…" De manera que el profeta era siempre el extraño, el heraldo del cambio, el
retador al orden existente.
El problema de los cardenales no consistía en la locura misma de Jean Marie
Barette sino en el hecho de que hubiera aceptado la función oficial de gran sacerdote
y de supremo maestro y que luego hubiera asumido otro rol, contradictorio con este
primero.
En teoría, por supuesto, no era preciso que hubiera contradicción. La doctrina de
la revelación privada, de la comunicación personal entre la criatura y su creador era
tan antigua como la doctrina de la Parusía. En Pentecostés el Espíritu Santo había
descendido sobre los apóstoles reunidos; Saulo había sido derribado en el camino de
Damasco, Juan cogido y envuelto en la revelación apocalíptica en Patmos y todos
estos eran acontecimientos enraizados en la tradición. Por consiguiente, ¿era tan
impensable que en esta última y fatal década del milenio, cuando la posibilidad de la
destrucción planetaria era un hecho probado y un peligro real y vivo, Dios hubiera
elegido a un nuevo profeta para hacer su llamado al arrepentimiento y a la salvación?
En términos teológicos por lo menos, esta era una proposición completamente
conforme a la ortodoxia. Para Carl Mendelius, sentado allí en su estudio de
historiador y llamado a juzgar la sanidad mental de un amigo, era una especulación
altamente peligrosa. De todos modos estaba demasiado cansado para ser capaz de
emitir juicio alguno sobre nada, ni aun sobre el tema más sencillo; de manera que
cerró la puerta de su estudio y bajó a la sala de estar.

www.lectulandia.com - Página 21
Lotte, rubia, rolliza, afectuosa y satisfecha como una gata con su rol de madre de
dos bellos hijos y de esposa del profesor Mendelius, le sonrió y levantó el rostro para
que él la besara, y él, cogido bruscamente en un impulso de pasión, la acercó a sí y la
sostuvo apretadamente por unos momentos. Ella lo miró, un tanto extrañada y dijo:
—¿A qué se debe esto?
—Te amo.
—Yo te amo también.
—Vamos a la cama.
—No puedo ir todavía. Johann ha telefoneado para decir que olvidó la llave y le
dije que lo esperaría. ¿Quieres un coñac?
—Acepto. Es lo mejor después de lo otro.
Ella le sirvió el licor y comenzó a hacerle exactamente las preguntas que el había
temido. Comprendió que no podía usar de argucias con ella. Era demasiado
inteligente para contentarse con verdades a medias, de manera que le contestó directa
y sencillamente.
—Los cardenales lo forzaron a abdicar porque creyeron que estaba loco.
—¿Loco? ¡Dios santo! Yo hubiera pensado que no hay nadie tan cuerdo como él.
Le alcanzó la bebida y se sentó en la alfombra dejando descansar la cabeza en las
rodillas de él. Levantaron sus copas deseándose mutuamente salud. Mendelius
acarició la cabeza y los cabellos de su mujer. Ella volvió a preguntar.
—¿Cuál fue el motivo que les hizo pensar que estaba loco?
—El declaró —como me lo ha declarado a mí— que había tenido una revelación
privada mostrándole que el fin del mundo estaba próximo y urgiéndolo a actuar como
mensajero de la segunda venida de Cristo.
—¿Qué? —Ella se atoró con su copa, escupiendo la bebida. Mendelius le pasó su
pañuelo para ayudarla a limpiar su blusa.
—Es verdad, schatz. En su carta me describe la experiencia, en la que cree
absolutamente. Y ahora que lo han silenciado acude a mí para que lo ayude a
proclamar y propagar la noticia.
—Aún no puedo creerlo. Siempre fue tan… tan francés y tan práctico. Tal vez es
cierto que se ha vuelto loco.
—Un hombre loco no habría podido escribir la carta que él me ha escrito. Puedo
aceptar que haya sido juego de una ilusión, de una idea fija resultante de un exceso de
tensiones o incluso puedo creer en un ejercicio defectuoso de su propia lógica. Eso
puede sucederle a cualquiera. Los hombres cuerdos creyeron en una época que el
mundo era plano. Y hombres cuerdos guían sus vidas por los horóscopos de los
diarios dominicales… Millones, como tú y yo, creen en un Dios cuya existencia no
pueden probar.
—Sí, pero no vamos por allí proclamando que el mundo terminará mañana.

www.lectulandia.com - Página 22
—No schatz, no lo hacemos. Pero sabemos que si los rusos y los americanos
aprietan el botón, eso es exactamente lo que puede suceder. Vivimos bajo la sombra
de esa realidad y nuestros hijos están conscientes de eso.
—Carl, no sigas.
—Lo siento.
Se inclinó y besó sus cabellos mientras ella respondía apretando la mano de él
contra sus mejillas… Unos pocos momentos después ella preguntó quietamente.
—¿Y harás lo que Jean Marie te pide?
—No lo sé, Lotte. Realmente no lo sé. Creo que debo pensarlo muy
cuidadosamente. Primero necesito hablar con la gente que estuvo más cerca de él.
Después quiero verlo a él mismo… me parece que es lo menos que le debo. Ambos le
debemos eso.
—Eso significa que deberás irte.
—Sólo por un tiempo muy corto.
—Odio cuando estás lejos. Te echo tanto de menos.
—Ven conmigo entonces… Hace siglos que no has ido a Roma. Y hay muchísima
gente a quien podrías ver.
—No puedo ahora Carl, tú lo sabes. Los niños me necesitan. Este es un año muy
importante para Johann y me gustaría no perder de vista a Katrin y a su joven
enamorado.
La pequeña y familiar discusión había vuelto a surgir, como siempre, entre ellos.
La constante preocupación de gallina que Lotte sentía por los niños y sus propios
celos de hombre de mediana edad por esas atenciones maternales no dirigidas a él.
Pero esta noche estaba demasiado cansado para discutir de manera que se contentó
con posponer el tema.
—Hablaremos de eso otro día, schatz. Antes que me sea posible poner un pie
fuera de Tübingen, necesito algunos consejos profesionales.

A los cincuenta y tres años Anneliese Meissner había alcanzado una amplia
variedad de distinciones académicas —la más notable de las cuáles era la de haber
sido designada por unanimidad como la mujer más fea de todas las facultades de la
Universidad. Rechoncha, gorda, de piel cetrina y boca de rana, tenía los ojos
escasamente visibles detrás de unas gruesas gafas de miope, un desordenado y
desvaído cabello amarillento enmarcaba este rostro haciéndolo semejar a una cabeza
de Medusa y acentuaba esta impresión el hecho de que su voz fuera rasposa y dura.
En cuanto a su vestimenta era a la vez amanerada y descuidada. Si a todo esto
añadimos un humor sardónico y un despiadado desprecio por la mediocridad se
obtenía, como una vez dijo un colega "el perfil perfecto de una personalidad
condenada a la alienación".

www.lectulandia.com - Página 23
Y sin embargo, en virtud de algún milagro, ella había logrado salvarse de la
sentencia y al contrario, se había transformado, al amparo del viejo castillo de
Hohentübingen, en una especie de diosa tutelar de aquel lugar. Su apartamento del
Burgsteige, donde estudiantes y profesoras, sentados en banquetas o encaramados en
cajones solían reunirse para beber y discutir fieramente hasta altas horas de la
madrugada, se asemejaba más a un club que a una habitación privada. Los cursos que
dictaba en psicología clínica desbordaban de alumnos y sus trabajos se publicaban en
las mejores revistas científicas en una docena de lenguas diferentes. La mitología
estudiantil la había dotado incluso de un amante, un gnomo de las montañas Harsz,
que en los domingos o en los grandes días de fiesta de la Universidad, bajaba
secretamente a visitarla.
Al día siguiente de haber recibido la carta de Jean Marie, Carl Mendelius la invitó
a almorzar con él en un comedor privado de la Weinstube Forelle. Anneliese
Meissner comió y bebió copiosamente, sin dejar no obstante de monologar, en su
usual forma punzante y ácida, sobre los más variados temas, la administración de los
dineros de la Universidad, la política local de Badén Württenburg, el trabajo
presentado por un colega sobre la depresión endógena, trabajo que calificó de
"desecho pueril" y la vida sexual de los trabajadores turcos de la industria local de
papel. Llegaron así hasta el café antes que Mendelius juzgara oportuno colocar su
pregunta.
—¿Si yo le mostrara una carta, estaría usted en condiciones de ofrecerme una
opinión clínica sobre la persona que la escribió?
Ella lo miró con su mirada miope y sonrió. La sonrisa era terrorífica pues parecía
como si ella se preparara para engullirlo junto con las últimas migajas de su pastel de
manzanas.
—¿Me va a mostrar esa carta, Carl?
—Sí, si le otorga los privilegios de una comunicación profesional.
—De usted sí, Carl, estoy dispuesta a aceptarla. Pero antes que me la enseñe, creo
preferible dejar en claro, para que usted los comprenda bien, algunos axiomas de mi
disciplina. No deseo que me comunique un documento que obviamente es importante
para usted y que luego venga a quejarse diciendo que mi comentario es inadecuado.
¿Comprendido?
—Comprendido.
—Primero, entonces: la escritura manuscrita, tal como se presenta en estudios
seriales de diversos ejemplares, es un indicador bastante confiable del estado
cerebral, ya que aun la simple hipoxia —inadecuación o insuficiencia de la carga de
oxígeno que recibe el cerebro— produce un rápido deterioro de la escritura. Segundo:
un sujeto, aunque se encuentre en un grado avanzado de su enfermedad psicótica,
puede tener sin embargo períodos lúcidos durante los cuales sus escritos o dichos se

www.lectulandia.com - Página 24
ajustan completamente al patrón racional. Holderlin murió de una esquizofrenia sin
remedio en esta misma ciudad nuestra. Y sin embargo ¿podría usted, al leer su "Pan y
vino" o su '"Empédocles en el Etna" siquiera imaginar nada semejante? Nietzsche
murió de una parálisis general que suele ser consecuencia de la locura y que se debió
probablemente a una infección sifilítica. ¿Podría usted diagnosticar eso con la sola
evidencia de "Así hablaba Zarathustra"? Tercer punto: toda carta personal contiene
indicadores de los estados emocionales o aun de las tendencias psíquicas de su autor;
pero son sólo indicadores. Los estados patológicos pueden ser superficiales, las
propensiones pueden hallarse perfectamente encuadradas dentro de la normalidad.
¿Me he expresado claramente?
—Admirablemente, profesora —dijo Carl Mendelius haciendo un cómico gesto
de rendición—. Estoy colocando mi carta en manos seguras. —Se la tendió a través
de la mesa—. Hay además otros documentos, pero aún no he tenido tiempo para
estudiarlos. El autor de todo es el papa Gregorio XVII que acaba de abdicar la
semana pasada.
Anneliese Meissner juntó sus gruesos labios en un silbido de sorpresa, pero no
dijo nada. Leyó la carta lentamente, sin hacer comentarios, mientras Mendelius sorbía
su café y mordisqueaba algunos "petits fours", lo cual era sin duda muy
inconveniente para su cintura, pero en todo caso mejor que el cigarrillo cuyo hábito
estaba desesperadamente intentando abandonar. Finalmente Anneliese terminó su
lectura. Depositó la carta en la mesa frente a ella y la cubrió con sus grandes y
regordetas manos. Eligió sus primeras palabras con clínico cuidado.
—No estoy demasiado segura, Carl, de ser la persona adecuada para comentar
esto. No soy creyente, nunca lo he sido. Cualquiera que sea la facultad que nos
capacita para dar el salto de la razón a la fe, jamás la he tenido. Algunas personas son
sordas, otras son daltónicas, yo he sido siempre una incurable atea. Créame que a
menudo lo he lamentado. A veces, en mi trabajo clínico, y con relación a algunos
pacientes con fuertes creencias religiosas, me he sentido en posición desmedrada. Vea
usted Carl —continuó riéndose entre dientes larga y ruidosamente —de acuerdo con
mis luces, usted y los suyos viven en un estado de engañosa ilusión que es por
definición, locura. Por otra parte, sin embargo, como no estoy en condiciones de
probar que el estado de ustedes es en verdad ilusión engañosa, tengo que aceptar que
tal vez la enferma soy yo.
Mendelius le sonrió al tiempo que colocaba en la boca de ella el último "petit
four".
—Hemos acordado que sus conclusiones serán cuidadosamente evaluadas. Y
puede estar segura de que conmigo su reputación está perfectamente resguardada.
—De manera que la evidencia tal como yo la veo dice así —tomó la carta y
comenzó a anotar—. Letra: ningún signo de perturbación. Es una bella letra. La carta

www.lectulandia.com - Página 25
misma es precisa y lógica. Las secciones narrativas son clásicamente simples. Las
emociones del autor están perfectamente bajo control. Aun cuando habla de que se
encuentra bajo vigilancia no hay ningún énfasis que indique un estado paranoico. La
sección que se refiere a la experiencia visionaria es, dentro de sus límites, muy clara.
No hay imágenes patológicas con implicaciones de violencia o sexualidad… Prima
facie, en consecuencia, el autor de esta carta estaba perfectamente sano cuando la
escribió.
—Pero él expresa dudas respecto de su propia cordura.
—De hecho no lo hace. Se limita a afirmar que otros tienen dudas sobre esa
cordura, pero en cuanto a él, está absolutamente convencido de la realidad de su
experiencia visionaria.
—¿Y qué piensa usted sobre esa experiencia?
—Estoy convencida de que él tuvo esa experiencia. Ahora, la forma en que yo
interpreto esa experiencia es otro problema. Digamos que creo en ella de la misma
manera en que estoy convencida de que Martín Lutero vio al diablo en su celda y le
lanzó un tintero. Eso no significa que yo crea en el diablo sino simplemente en la
realidad de la experiencia para Lutero. —Rió de nuevo y continuó, relajándose—:
Usted es un ex-jesuita, Carl, de manera que sabe perfectamente de lo que estoy
hablando. Los pacientes presas de ilusiones engañosas son mi pan de cada día y al
trabajar con ellos debo partir de la premisa de que sus ilusiones son reales y efectivas
para ellos.
—¿Está afirmando, entonces, que Jean Marie ha sido engañado por una ilusión de
sus sentidos?
—No ponga en mi boca palabras que no he pronunciado, Carl —dijo ella con
inmediato y cortante reproche. Cogió la carta y se la alcanzó—. Mire, lea de nuevo
los párrafos relativos a la visión, así como los trozos anteriores y posteriores y
dígame si todo eso no cae precisamente en lo que llamamos la estructura de un sueño
despierto. El se encuentra leyendo y meditando en un soleado jardín. No olvide que
toda meditación implica algún grado de auto-hipnosis. Su sueño se compone de dos
partes: las consecuencias de un cataclismo que ha dejado tras sí una tierra desolada y
desierta y luego el paso, en un arrebatado torbellino, hacia un espacio exterior. Estas
dos imágenes son muy vividas, pero esencialmente banales y podrían haber sido
extraídas de cualquier buen film de ciencia ficción. El ha pensado en ellas en muchas
ocasiones, especialmente en este último tiempo. Ahora no sólo las piensa, sino que
las sueña. Cuando se despierta se encuentra de regreso en el soleado jardín. Todo eso
forma parte de un fenómeno muy común.
—Pero él cree que su experiencia se debe a una intervención sobrenatural.
—El dice que lo cree.
—¿Qué demonios está usted queriendo decir con eso?

www.lectulandia.com - Página 26
—Quiero decir —la respuesta de Anneliese Meissner fue fría y sin circunloquios
— que él puede estar mintiendo.
—¡No! ¡Eso es imposible! Conozco muy bien a este hombre. Hemos sido, somos,
casi hermanos.
—Como analogía, me parece bastante desafortunada —dijo Anneliese Meissner
suavemente—. Las relaciones de parentesco pueden ser infernalmente complicadas.
Cálmese, Carl. Usted quería una opinión profesional y eso es lo que está recibiendo.
Por lo menos tómese el tiempo y la tranquilidad necesarios para examinar una
hipótesis razonable.
—Esta hipótesis suya es pura fantasía.
—¿Lo es? Usted es un historiador. Eche una mirada: retrospectiva a la historia
que conoce, y dígame si no hay en ella cualquier cantidad de milagros
extremadamente convenientes y de revelaciones igualmente oportunas. Cada secta se
siente en el deber de proveer de milagros y revelaciones a sus devotos adeptos. Los
Mormones tienen a José Smith y a sus fabulosas tablas de oro, el reverendo Sun
Myung Moon se erigió a sí mismo como el Señor del Segundo Advenimiento y hasta
el mismo Jesús se inclinó ante él y lo adoró. De manera, Carl, que no veo razón
alguna por la que no podamos suponer —solamente suponer— que su Gregorio XVII
no haya podido decidir que su institución estaba en crisis y que había llegado el
momento para que la Divinidad se manifestara nuevamente a los hombres.
—Pero eso significaría estar en un juego extremadamente peligroso y arriesgado.
—Por eso mismo lo perdió. ¿No estará entonces ahora, tratando de recobrar algo
de lo destrozado y usándolo a usted para ver si su juego puede, después de todo,
resultar?
—Me parece una idea monstruosa.
—A mí no me lo parece. ¿Por qué se impresiona tanto? Se lo diré. Porque si bien
usted se considera un pensador liberal, continúa, no obstante, formando parte de la
familia Católica Romana, y necesita, por consiguiente, proteger al mito. Lo necesita
para su propia seguridad interior. Lo percibí muy claramente cuando usted ni siquiera
se arrugó ante mi mención de los Mormones o de los Moonitas. Vamos, amigo mío,
dígame lo que está pensando.
—Me parece que ando un tanto extraviado —dijo Carl Mendelius sombríamente.
—Si quiere un consejo, se lo doy: olvide todo el asunto.
—¿Por qué?
—Porque usted es un académico con una reputación internacional. No tiene para
qué mezclarse en asuntos de locura o de magia popular.
—Jean Marie es amigo mío. Y lo menos que le debo es una investigación honrada
del problema que me ha planteado.
—Entonces lo que usted necesita es un Beisitzer, un asesor que le ayude a evaluar

www.lectulandia.com - Página 27
la evidencia.
—¿Querría usted ser ese Beisitzer Anneliese? Podría tal vez ofrecerle la
oportunidad de algunos nuevos descubrimientos clínicos.
El había lanzado la idea como una broma, en un intento por restar acidez a la
discusión, pero su chanza cayó en el vacío. Anneliese no le contestó y por un largo
momento permaneció muda considerando la proposición. Al fin anunció firmemente.
—Muy bien. Acepto. Hacer de inquisidor de un papa será sin duda una
experiencia nueva para mí. Pero, querido colega —extendió hacia él y colocó sobre
su muñeca su mano grande y amistosa —la verdad es que mi interés principal en este
asunto es conservarlo a usted tan honrado como siempre lo he conocido.
Aquella tarde, después de su última clase, Carl Mendelius caminó lentamente por
la ribera del río y luego se sentó, por un largo rato, a contemplar el majestuoso paso
de los cisnes por las grises y tranquilas aguas.
Su conversación con Anneliese Meissner lo había dejado profundamente
perturbado. Ella le había planteado un desafío, poniendo en tela de juicio no sólo sus
relaciones con Jean Marie Barette sino su propia integridad como académico y su
honradez moral como investigador de la verdad. Había señalado, con extrema
agudeza, el punto más débil de su coraza intelectual: su inclinación a juzgar a su
propia familia religiosa con una benevolencia que no otorgaba a ninguna otra forma
de fe. Por muy escépticas que fueran sus tendencias, continuaba obsesionado con
Dios, condicionado por los reflejos de Pavlov de su pasado jesuita y prácticamente
dispuesto —en el caso de encontrar contradicciones entre sus descubrimientos como
historiador y su tradición ortodoxa— a conformar aquéllos con ésta antes que
enfrentar lisa y llanamente lo que una contradicción semejante podría involucrar. Por
eso siempre había preferido la comodidad del hogar familiar a la soledad del
innovador. Hasta ahora, sin embargo, jamás se había hecho traición a sí mismo y le
era aun posible mirar su imagen en el espejo y respetar al hombre que en ella veía.
Pero el peligro estaba allí, acechándolo, así como el pequeño aguijón de la lujuria
está siempre al acecho del hombre, pronto para coger fuego e incendiarse en el
momento preciso, con la precisa mujer.
En el caso de Jean Marie Barette, el peligro de auto-traición podía resultarle
mortal. El problema estaba allí, frente a él, planteado con tal claridad que no era
posible interpretarlo o soslayarlo. Existían solo tres posibilidades, cada una de ellas
excluyente de las otras dos. Jean Marie era un loco. Jean Marie era un mentiroso.
Jean Marie era un hombre elegido por Dios para entregar al mundo un mensaje
fundamental.
Frente a este dilema, tenía dos elecciones posibles: podía rehusar verse envuelto
en el asunto —con lo cual no haría sino ejercer el derecho de todo hombre honrado
que se juzgara a sí mismo incompetente— o podía someter todo el caso al más rígido

www.lectulandia.com - Página 28
escrutinio y actuar en seguida sin miedo ni favor conforme a la evidencia que
descubriera. Con Anneliese Meissner ruda e inflexible, a su lado como Beisitzer,
difícilmente le sería posible hacer otra cosa.
¿Pero, qué sucedería con Jean Marie Barette, que por tanto tiempo había sido el
amigo de su corazón? ¿Cuál sería su reacción cuando se enterara de las duras
condiciones de la investigación a que serían sometidos su persona y sus actos?
¿Cómo se sentiría cuando el amigo al que había acudido para que fuera abogado de
su causa se presentara en cambio como el Gran Inquisidor? Una vez más Carl
Mendelius se encontró vacilando, retrocediendo ante la posibilidad de semejante
confrontación.
Allá a lo lejos, cerca de la clínica, sonó la sirena de una ambulancia, largo y
prolongado gemido que resultaba aterrorizante en el creciente atardecer. Mendelius se
estremeció bajo el impacto de un recuerdo de infancia que bruscamente surgió en su
memoria: el sonido de las sirenas de alarma aérea seguidas, inmediatamente después,
por el rugido de los motores de los aviones y las aterradoras explosiones de las
bombas incendiarias estallando en la ciudad de Dresden.
Cuando llegó a su casa encontró a su familia aglomerada en torno de la televisión.
En su última sesión de la tarde de aquel día el Cónclave reunido en Roma había
elegido a un nuevo papa que había tomado el nombre de León XIV. La ocasión se
había caracterizado por su carencia de magia, que se había reflejado en la total falta
de entusiasmo de los comentarios de los periodistas. Aun la muchedumbre romana
parecía afectada por esta indiferencia y las aclamaciones tradicionales habían sonado
a hueco.
El nuevo pontífice tenía sesenta y nueve años de edad y era un hombre robusto,
con una nariz como pico de águila, ojos fríos, un áspero acento emiliano y veinticinco
años de práctica en los asuntos de la Curia. Se elección había sido el resultado de un
cuidadoso, pero obviamente doloroso acto de virtuosismo político.
Después de dos papas extranjeros, hacía falta un italiano que comprendiera las
reglas del juego papal. Para suceder a un actor que se había transformado en fanático
y a un diplomático que se había vuelto místico, Roberto Arnaldo, burócrata por cuyas
venas corría agua helada, parecía la elección más segura. No despertaría pasiones ni
tampoco proclamaría visiones, se contentaría tan solo con los anuncios más
indispensables y éstos se presentarían tan cuidadosamente envueltos en una retórica
italiana que tanto los liberales como los conservadores los aceptarían con igual
satisfacción. Pero sobre todo era un hombre que sufría de una tasa de colesterol muy
alta por lo cual, de acuerdo con los galenos, su reinado no sería probablemente ni
muy corto ni muy largo.
Estas noticias ayudaron a mantener viva la conversación durante la comida
hogareña de Mendelius, por lo que él se sintió agradecido, ya que Johann debido a un

www.lectulandia.com - Página 29
ensayo que no lograba resultarle, estaba de mal humor, Katrin se mostraba arisca y
Lotte se hallaba en el punto más bajo de una de sus depresiones menopáusicas. Era
ésa una de aquellas veladas en que él solía interrogarse con sardónico humor sobre
las bondades que parecían recomendar el celibato y que resultaban especialmente
visibles en la existencia de un no-célibe como él. Sin embargo, tenía suficiente
práctica en las lides del matrimonio como para guardar cuidadosamente estos
pensamientos para sí mismo.
Al terminar la cena se retiró a su estudio y llamó por teléfono a Herman Frank,
director de la Academia Alemana de Arte en Roma.
—¿Herman? Aquí Carl Mendelius. Lo llamo para pedirle un favor. Estoy
planeando ir a Roma por una semana o diez días, ahora a finales de mes. ¿Podría
usted recibirme?
—¡Encantado! —Frank era un cortés compañero, de sienes plateadas, historiador
de los pintores del Cinquecento y cuya mesa era reputada por una de las mejores de
Roma—. ¿Viene Lotte con usted? Disponemos de mucho espacio.
—Posiblemente. Pero aún no lo hemos decidido.
—¡Tráigala! Hilde estará encantada. La compañía de otra muchacha le hará
mucho bien.
—Gracias por su atención y su bondad, Herman.
—No tanto, no tanto. Usted también está en condiciones de hacerme un favor.
—Dígamelo.
—En la misma época en que usted planea encontrarse aquí, la Academia recibirá
a un grupo de pastores evangélicos. El programa será el usual en estos casos,
conferencias por la mañana, discusiones por la tarde, visitas a la ciudad en los
intervalos. Sería un estupendo punto a mi favor si yo pudiera anunciar que el gran
Mendelius estaría dispuesto a dar un par de conferencias, tal vez incluso a dirigir un
pequeño seminario…
—Encantado de poder hacerlo, amigo mío.
—¡Maravilloso! ¡Maravilloso! Hágame saber la fecha de su llegada para ir a
recogerlo al aeropuerto…
Mendelius colocó el teléfono en su horqueta y emitió un cloqueo de satisfacción.
La invitación de Herman Frank a dar conferencias era en realidad un verdadero golpe
de suerte. La Academia Alemana de Arte era una de las más antiguas y prestigiadas
academias nacionales de Roma. Fundada en 1910 bajo el reinado de Guillermo II de
Prusia, había sobrevivido a dos guerras y a los ideólogos analfabetos del Tercer Reich
y aún se las arreglaba para mantener una reputación de sólido exponente de lo mejor
de la cultura germana. En consecuencia ofrecía a Mendelius una base de operaciones
y una cobertura eminentemente respetables para su delicada investigación.
El grupo germano del Vaticano respondería sin duda dichoso a una invitación a

www.lectulandia.com - Página 30
cenar a la casa de Herman Frank.
El libro de huéspedes de Frank contenía títulos tan exóticos como
resplandecientes en el estilo de "Rector Magnífico del Instituto Bíblico Pontificio" y
"Gran Canciller del Instituto de Arqueología Bíblica". El problema, ahora, era saber
en qué forma Lotte respondería a la idea de semejante viaje. Carl Mendelius
comprendió que debía buscar un momento más propicio para desplegar ante ella su
pequeña sorpresa. Su siguiente paso consistió en preparar una lista de contactos a los
cuales poder escribir y anunciar su visita. Había residido en Roma el tiempo
suficiente para acumular una amplia y variada colección de amigos y conocidos, que
iban desde el áspero y viejo cardenal que había desaprobado su defección pero
conservaba sin embargo la generosidad suficiente para apreciar su valor académico,
hasta el custodio de los Incunables de la Biblioteca del Vaticano y la anciana viuda de
los Pierloni que, desde su silla de inválida, dirigía aún los comentarios y chismes de
Roma. Se encontraba así, sumido en su rastreo de nombres cuando llegó Lotte
trayéndole una taza de café. Parecía arrepentida y desamparada, incierta en cuanto a
la bienvenida que pudiera esperarla.
—Los niños salieron y abajo está muy solitario. ¿Te importa si me siento aquí
contigo?
El la cogió en sus brazos y la besó.
—También esto está muy solitario, schatz. Siéntate y descansa. Te serviré café.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy arreglando nuestras vacaciones.
Le contó entonces de su conversación con Herman Frank y alabó copiosamente
los placeres que podría brindar Roma en el verano, la oportunidad de volver a ver a
viejos amigos, y la posibilidad de visitar nuevamente algunos bellos lugares. Ella lo
oyó con una sorprendente calma y al final, preguntó:
—Se trata de Jean Marie, ¿no es así?
—Sí. Pero también se trata de nosotros. Te necesito a mi lado, Lotte. Te necesito.
Si los niños quieren venir, arreglaré para que se hospeden en algún pequeño hotel.
—Ellos tienen otros planes, Carl. Estábamos precisamente discutiendo sobre eso
antes que regresaras a casa. Katrin desea ir a París con su enamorado, Johann desea
recorrer a pie ciertos lugares de Austria. En cuanto a él, está muy bien, pero ella…
—Katrin es ahora una mujer, schatz. Y hará lo que quiere hacer, se lo permitamos
nosotros o no. Después de todo… —se inclinó y la besó de nuevo— ellos sólo nos
han sido prestados, de manera que cuando se van, nos encontramos de regreso en el
punto de partida. Mejor que comencemos cuanto antes a practicar juntos cómo se
hace el amor.
—Sí, así me parece —dijo ella alzándose de hombros en un leve gesto de derrota
—, Pero, Carl… —se interrumpió como temerosa de expresar en palabras lo que

www.lectulandia.com - Página 31
estaba pensando. Mendelius la presionó gentilmente.
—¿Pero qué, schatz?
—Sé que los niños están destinados a dejarnos y me estoy acostumbrando a la
idea. ¿Pero, qué sucedería si Jean Marie, de alguna manera, te separa de mí? Esto…
esta cosa que te pide es en verdad muy extraña y me da miedo —bruscamente y sin
que nada permitiera presagiarlo, estalló en sollozos—. ¡Tengo miedo, Carl… tengo
mucho, muchísimo miedo!

www.lectulandia.com - Página 32
Capítulo 2
"En estos últimos y fatales días del milenio…" rezaban las líneas iniciales de la
encíclica no publicada de Jean Mario Barette. "…yo. Gregorio, vuestro hermano en
la sangre, vuestro servidor en Jesucristo he recibido del Espíritu Santo la misión de
escribir para vosotros estas palabras de advertencia y consuelo…"
A Mendelius le costó creer la evidencia de sus ojos. Las encíclicas papales, tal
vez por el hecho mismo de ser portadoras de tan abrumadora autoridad, eran
usualmente documentos muy vulgares que se limitaban a exponer posiciones
tradicionales en materia de fe o de moral, posiciones que cualquier buen teólogo
podría perfectamente encuadrar o explicitar y cualquier buen latinista desarrollar en
forma elocuente.
El modelo que se empleaba habitualmente correspondía al de los antiguos y
probados retóricos. Se comenzaba por exponer el argumento, luego se acudía a citas
de la Escritura y de los Padres de la Iglesia para sostenerlo y reforzarlo. Seguían las
directivas destinadas a atar la conciencia del creyente. Había constantes y urgentes
exhortaciones a la fe, a la esperanza y a la permanente caridad. A lo largo de todo el
documento se usaba el formal nosotros, no solamente para destacar la dignidad del
Pontífice, sino sobre todo como una connotación comunitaria y la indicación muy
precisa de una continuidad tanto en el cargo como en la enseñanza. La implicación de
todo ello estaba muy clara: el papa no comunicaba nada nuevo, sólo exponía una
antigua verdad que no había cambiado sino que simplemente se aplicaba a las
necesidades del tiempo presente.
Aquí, de una sola plumada, Jean Marie Barette había quebrado todos los
precedentes. Había desechado el rol de exegeta y endosado el manto del profeta. "Yo,
Gregorio, he recibido del Espíritu Santo la misión…" Aun en el formal latín, las
palabras resultaban impactantes. Nada tenía pues de extraño que, al leerlas por
primera vez los hombres de la Curia hubieran palidecido y vacilado. Lo que venía a
continuación era aún más tendencioso…

"…El consuelo que os ofrezco descansa en la promesa siempre viva de Nuestro


Señor Jesucristo. No os dejaré huérfanos… Y he aquí que yo estaré con vosotros
todos los días y hasta la consumación de los siglos… Les advierto ahora que este
final está muy próximo y que todo lo que ha sido escrito se cumplirá antes que
pase esta generación… Y no les digo esto en virtud de mis propios conocimientos
ni por nada que dependa de la razón humana, sino porque he recibido una visión
que tengo por encargo no ocultar, sino al contrario revolar ampliamente al
mundo. Pero aun esta revelación no constituye en sí nada nuevo. Es simplemente

www.lectulandia.com - Página 33
una afirmación, clara como la alborada, de todo lo que ya ha sido revelado en las
Sagradas Escrituras…"

A esto seguía una larga exposición de textos sacados de los Evangelios Sinópticos
y una serie de elocuentes analogías entre los "signos" bíblicos y las circunstancias de
la última década del siglo veinte: guerras y rumores de guerra, hambrunas y
epidemias, falsos Cristos y falsos profetas.
Para Carl Mendelius, investigador profesional y conocedor profundo de la
literatura apocalíptica desde sus primeros tiempos hasta el presente, este documento
representaba algo que no sólo era perturbador sino además peligroso. Emanando de
tan alta fuente no podía sino suscitar alarma y pánico. Entre los militantes podía muy
fácilmente servir de pretexto para un llamado a unirse en una última cruzada de los
elegidos contra los incrédulos. Por otra parte los débiles y los temerosos podían
incluso sentirse inducidos al suicidio con el fin de evitar ser testigos de los horrores
finales que arrollarían a la humanidad.
Se preguntó asimismo qué hubiera hecho si, como el secretario, hubiera visto este
documento, recién escrito, sobre el escritorio del Pontífice. Sin lugar a dudas hubiera
urgido al Papa para que lo suprimiera. Y eso era exactamente lo que los cardenales
habían hecho: suprimir el documento y silenciar a su autor.
Pero luego, súbitamente, un nuevo pensamiento asaltó a Mendelius. ¿No era
acaso éste, precisamente, el destino de todos los profetas, el precio que tenían que
pagar por el don terrible que habían recibido, el sello de sangre que confirmaba la
verdad de sus anuncios? Surgido del tumulto de la elocuencia bíblica un texto saltó a
su memoria, aquél de la última lamentación de Cristo sobre la Ciudad Santa.

"Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son
enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a
sus pollos bajo las alas y no has querido… Porque vendrán días sobre ti en que
tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas
partes y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti y no
dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita".

La visión evocada resultaba aterradora, especialmente en aquella hora de la


medianoche, con la luz de la luna deslizándose entre los faroles y el viento frío
silbando a lo largo del valle del Neckar y entre las callejuelas de la vieja ciudad
donde el pobre Holderlin había muerto y donde Melanchton, el más cuerdo de los
hombres, había enseñado "Dios atrae, llama a Sí. Pero sólo llama a los que desean ser
llamados".
Toda su anterior experiencia, su conocimiento de su amigo, indicaban a

www.lectulandia.com - Página 34
Mendelius que Jean Marie Barette era el hombre más deseoso de bien, más abierto, el
menos apto para caer víctima de una ilusión de fanático.
Cierto era que había escrito un documento increíblemente imprudente. Pero tal
vez ahí mismo residía el corazón del problema: que en una hora de extrema necesidad
sólo una locura semejante era capaz de llamar la atención del mundo.
¿Pero llamar la atención hacia qué? Si la catástrofe final era inminente y la fecha
en que se produciría irrevocable dentro de los mecanismos de la creación, ¿qué objeto
tenía proclamarlo? ¿Qué importancia podía tener cualquier consejo enfrentado a la
certidumbre de la pesadilla? ¿Qué oración podía nada contra lo que había sido
decretado desde la eternidad? En la respuesta que Jean Marie daba a estas preguntas
se revelaba una profunda ternura.

"…Mis amados hermanos y hermanas, mis pequeños, todos tememos a la


muerte y nos contraemos frente al sufrimiento que suele precederla: nos intimida
el misterio del último tránsito hacia la eternidad, por el cual todos debemos pasar.
Pero somos discípulos del Señor, del Hijo de Dios que sufrió y murió en nuestra
carne humana. Somos herederos de la Buena Nueva que nos dejó: que la muerte
es el paso a la vida y que es un tránsito no hacia la oscuridad, sino hacia las
manos de la Eterna Misericordia. En un acto de fe y de amor debemos, como lo
hacen los amantes, abandonarnos, entregarnos, hacernos uno con el
Bienamado…"

Un golpe en la puerta sobresaltó a Mendelius. Su hija Katrin, vacilante y tímida,


entró a la habitación. Vestía una bata de entrecasa y llevaba el rubio cabello recogido
en la nuca con una cinta rosada, mientras el rostro, limpio de afeites, mostraba en los
ojos enrojecidos, las huellas de un reciente llanto. Preguntó.
—¿Puedo hablar contigo, papá?
—Por supuesto, mi amor —dijo Mendelius instantáneamente solícito y atento—.
¿Qué sucede? Has estado llorando —la besó dulcemente y la guió hacia una silla—.
Ahora dime lo que te ocurre.
—Es este viaje a París respecto del cual mamá está tan enojada. Me ha dicho que
debo discutirlo contigo. Ella no me comprende, papá, de verdad no me comprende.
Ya tengo diez y nueve años. Y soy una mujer, tan mujer como lo es ella y…
—Cálmate, mi pequeña. Comencemos por el principio. Quieres ir a pasar el
verano a París. ¿Con quién?
—Con Franz, por supuesto. Sabes que hace ya una eternidad que nos amamos y
hemos estado saliendo juntos. Tú mismo dijiste que él te gustaba mucho.
—Me agrada mucho, en efecto. Creo que es un joven espléndido. Y también un
pintor con mucho futuro. ¿Estás enamorada de él?
—Sí, estoy enamorada de él —había, en la voz de ella, una clara nota de desafío

www.lectulandia.com - Página 35
—. Y él está enamorado de mí.
—Me alegro por ustedes, mi pequeña —dijo él sonriendo y palmeándole la mano
—. Es el sentimiento más magnífico que puede haber en el mundo. De manera que
¿qué sucede ahora? ¿Han hablado de matrimonio? ¿Deseas comprometerte? ¿De eso
se trata?
—No, papá —ella se veía muy firme en relación a este último punto—. Por lo
menos, no todavía… y ése es el problema que mamá rehúsa comprender.
—¿Has tratado de explicárselo?
—Lo he intentado mil veces. Pero ella no quiere oírme.
—Inténtalo conmigo —dijo Mendelius gentilmente.
—No es fácil. Yo no sirvo para hablar, como tú. No me vienen las palabras.
Bueno, el hecho es que tengo miedo; que los dos tenemos miedo.
—¿Miedo de qué?
—Miedo del para siempre… nada más que eso. Miedo de casarnos y tener niños y
tratar de construir un hogar cuando sabemos que en cada momento el mundo puede
derrumbarse en torno a nosotros —bruscamente ella se volvió apasionada y elocuente
—. Ustedes, los de la generación anterior no nos comprenden. Ustedes sobrevivieron
a una guerra, construyeron cosas. Nos tuvieron a nosotros; ahora hemos crecido. Pero
contemplen el mundo que nos están dejando. A lo largo de todas las fronteras hay
rampas de lanzamiento y silos repletos de misiles. El petróleo se está terminando y
por eso hemos comenzado a usar el poder atómico y a sepultar los desechos
radioactivos que un día envenenarán a nuestros hijos… Ustedes nos han dado todo,
excepto un mañana. Yo no quiero tener un bebé que nazca en un refugio subterráneo
contra bombas y que muera de una enfermedad generada por la irradiación… El
presente y nuestro amor es lo único que poseemos y creo que tenemos derecho a que
se nos otorgue por lo menos el derecho a eso.
La vehemencia de ella impactó a Mendelius como si le hubieran lanzado a la cara
un balde de agua fría. La pequeña y rubia mädchen que había mecido en sus rodillas
se había ido para siempre y su lugar había sido ocupado por esta iracunda joven
mujer, llena de resentimiento contra él mismo y contra toda su generación. Lo asaltó
el sombrío pensamiento de que tal vez era precisamente para ella y para todos
aquellos como ella que Jean Marie Barette había escrito sus consejos y advertencias
sobre la vida en estos últimos días del planeta. Porque ciertamente, no eran estos
jóvenes los que estaban a punto de suprimir toda forma de vida, sino los hombres de
su generación, los mayores, los aparentemente sabios, los eternos, pragmatistas, que
en todo caso, estaban viviendo de un tiempo prestado. Suspiró en silencio, rogando
que le fuera otorgado el don de la palabra y comenzó, suave y tiernamente, a razonar
con ella.
—…Créeme, mi pequeña, que comprendo lo que sientes, lo que ustedes dos

www.lectulandia.com - Página 36
sienten. Tu madre comprende también, sólo que de una manera diferente, porque ella,
como mujer, sabe cómo la vida puede herir a una mujer y cómo la consecuencia de
ciertos actos pesa más sobre una mujer que sobre un hombre. Y es precisamente
porque te ama y porque teme por ti, que ella lucha contigo… Ves, hija mía,
cualquiera que sea el grado de desorden que impere en el mundo —y he estado
sentado aquí leyendo precisamente hasta qué punto ese desorden puede llegar a ser
horrible— tú has tenido la experiencia de amar y ser amada. No toda la experiencia,
ciertamente, pero parte de ella; de manera que tú sabes lo que es el amor; dar, recibir,
cuidar y nunca tratar de tomar toda la torta para ti sola… Ahora estás comenzando a
escribir el nuevo capítulo de ese amor tuyo con Franz y solo ustedes dos pueden
escribirlo, juntos. Si lo echan a perder, todo lo que tu madre y yo podemos hacer es
secar tus lágrimas y tomarte de la mano hasta que te recuperes para comenzar a vivir
de nuevo… No podemos enseñarte nada sobre la forma de conducir tu vida
emocional o aun tu vida sexual. Lo único que sí podemos decirte es que si
desperdicias tu corazón y malgastas aquella particular alegría que hace del sexo algo
tan maravilloso, nunca volverás a recuperarlo, porque eso es algo que no se
renueva… Conocerás otras experiencias y otras alegrías, pero nunca mas aquel
primer, especial y exclusivo éxtasis que hace que toda esta confusión de vivir y morir
valgan, a pesar de todo, la pena… ¿Qué más puedo decirte, mi pequeña? Ve a París
con tu Franz. Aprendan, juntos, a amarse. ¿Y en cuanto a mañana…? ¿Cómo está tu
latín?
Ella le sonrió entre sus lágrimas.
—Tú sabes que siempre ha sido terrible.
—Ensaya esto. Quid sit futurum eras, fuge quaerere. Fue escrito por el viejo
Horacio.
—No entiendo. No me dice nada.
—Es muy sencillo. "Abstente de preguntar lo que el mañana pueda traer. … Si
dedicas tu vida a esperar la tormenta, nunca gozarás del sol".
—¡Oh, papá! —Ella le lanzó los brazos al cuello y lo besó—. ¡Te quiero tanto!
Me has hecho muy dichosa.
—Vete a acostar, mi pequeña —dijo Carl Mendelius suavemente—. Yo tengo aún
bastante trabajo por delante.
—Trabajas demasiado, papá.
Él le dio un pequeño golpe de advertencia en la mejilla y citó
despreocupadamente:
—"Un padre sin trabajo significa una hija sin dote". Buenas noches, mi amor.
Felices sueños.
Cuando la puerta se hubo cerrado detrás de ella, él sintió afluir a sus ojos el
escozor de las retenidas lágrimas, lágrimas de piedad por aquella joven esperanza y

www.lectulandia.com - Página 37
toda su amenazada inocencia. Sonó violentamente su nariz, cogió sus lentes y se
instaló nuevamente ante el texto apocalíptico de Jean Marie.

"…Es evidente que en los tiempos de calamidad universal que se avecinan las
estructuras tradicionales de la sociedad no podrán sobrevivir. Se producirá una
lucha feroz en torno a las necesidades más elementales de la vida, el alimento, el
agua, el combustible y el abrigo. Los más fuertes, los más crueles usurparán la
autoridad. Las grandes sociedades urbanas se fragmentarán y reducirán a grupos
tribales, cada uno hostil al otro. En las áreas rurales se enseñoreará el pillaje. La
persona humana se convertirá en una presa, del mismo modo y al mismo nivel que
las bestias que hoy llevamos al matadero con el objeto de alimentarnos. La razón
quedará de tal manera oscurecida que los hombres recurrirán, para confortarse, a
las más groseras y más violentas formas de la magia. Y será muy difícil y muy
duro, aun para aquellos que más fuertemente fundan su vida en la Promesa del
Señor, mantener su fe y continuar dando el necesario testimonio que deben dar,
hasta el final… ¿Cómo será entonces posible para los cristianos confortarse
mutuamente en estos días de prueba y de terror?
"…Desde el momento en que la existencia de grandes grupos será imposible,
los cristianos deberán dividirse en pequeñas comunidades, cada una de las cuales
deberá ser capaz de auto-sostenerse por el ejercicio de una fe común y de una
mutua y auténtica caridad. Deberán dar testimonio de su cristianismo extendiendo
los efectos de su caridad hacia todos aquellos que no comparten su fe, acudiendo
en auxilio de los necesitados, compartiendo sus magros medios con los más
desamparados. Cuando la jerarquía sacerdotal se vea incapacitada de seguir
funcionando, las comunidades cristianas elegirán ellas mismas sus nuevos
ministros y maestros para que la Palabra sea mantenida en su integridad y para
continuar conduciendo la Eucaristía…"

—¡Dios Todopoderoso! ¡Lo hizo! ¡Se atrevió a hacerlo! —Mendelius oyó el


sonido de su propia voz resonar en la amplia y abovedada habitación. Ficción o hecho
predestinado a suceder, un papa, tenía la prueba ante sus ojos, había osado decir lo
indecible, escribir lo ineditable. Si la prensa del mundo llegaba a apoderarse de
semejante documento, Jean Marie Barette aparecería ante los ojos de todos como el
más demente de los perturbados "mullahs", como el más loco entre los profetas del
desastre. Y sin embargo, en el contexto de una calamidad atómica, el diseño de Jean
Marie solo respondía a la más simple lógica. Este necesario plan para lo que seguiría
al Armageddon era un escenario que, en una forma u otra, cada líder nacional debía
tener guardado entre sus papeles más secretos.
Carl Mendelius llegó así, por fin, al tercer y último de los documentos: la lista de
aquéllos que, en opinión y esperanza de Jean Marie, estarían dispuestos a creer en su

www.lectulandia.com - Página 38
mensaje y recibir a su mensajero. Y tal vez por eso mismo, este último documento era
el más impactante de los tres. No estaba manuscrito, como la carta o la encíclica, sino
mecanografiado y era evidente que alguna vez había formado parte de un archivo
oficial. Contenía nombres, direcciones, títulos, números de teléfono, métodos de
contacto privado y sucintas indicaciones telegráficas sobre cada uno de los individuos
seleccionados. La lista incluía nombres de políticos, industriales, hombres de iglesia,
líderes de grupos disidentes, editores de importantes y conocidos diarios, en total más
de cien nombres. Dos ejemplos bastaban para indicar el tono general del documento.

U.S.A.
Nombre: Michael Grant Morrow
Cargo: Secretario de Estado
Dirección privada: 593 Park Avenue, Nueva York
Teléfono: (212) 689-7611
Religión: Episcopal.
Conocido en una comida presidencial. Convicciones religiosas muy firmes.
Habla ruso, francés y alemán. Respetado en Rusia, pero relaciones asiáticas
débiles. Profundamente consciente de la delicada y peligrosa situación de las
fronteras europeas. Autor de una monografía privada sobre la función que
competería a los grupos religiosos en el caso de una desintegración social.

U.R.S.S.
Nombre: Sergei Andrevich Petrov
Cargo: Ministro de Agricultura
Dirección privada: Desconocida
Teléfono: Moscú 53871
Visita privada al Vaticano con el sobrino del primer ministro. Consciente de la
necesidad de tolerancia tanto religiosa como étnica en la U.R.S.S. pero incapaz de
hacer penetrar esta idea a través de la coraza de los dogmáticos del partido.
Preocupado por el hecho de que los problemas alimenticios y energéticos
(petróleo) de Rusia podrían precipitar un conflicto. Amigos íntimos entre los
militares; enemigos en la K.G.B. Vulnerable en la eventualidad de malas cosechas
o de bloqueo económico.

La última página contenía una nota de puño y letra de Jean Marie.

"He tenido ocasión de tratar directamente con cada una de las personas de
esta lista. A su manera cada una de ellas ha demostrado estar plenamente
consciente de la crisis y dispuesta a enfrentarla en un espíritu que —si bien no es
siempre el de un creyente— es, en todo caso, el de una honda compasión humana.

www.lectulandia.com - Página 39
Ignoro hasta qué punto, bajo el imperio de las presiones surgidas de los próximos
acontecimientos, la posición de estas personas sería susceptible de cambiar. Sin
embargo, he recibido de todas ellas, en diversos grados, demostraciones de
confianza que, a mi vez, he tratado de retribuir. En tanto que persona privada, tal
vez al comienzo lo miren a usted con sospecha y se muestren reservados frente a
su misión. En cuanto tome usted los primeros contactos, comenzarán los riesgos
sobre los cuales lo he puesto en guardia, ya que carecerá de protección
diplomática y el lenguaje de la política está construido expresamente para ocultar
la verdad.
J. M. B."

Carl Mendelius se sacó las gafas y se restregó los ojos en un esfuerzo por
ahuyentar el sueño que lo invadía. Había leído aquel sumario con la devoción de un
amigo y el cuidado de un honrado investigador. Pero ahora, en este solitario momento
que sigue a la medianoche, debía aprontarse para juzgar, ya que no al hombre que lo
había escrito, por lo menos al texto que acababa de leer. Y súbitamente un helado
miedo pareció penetrar todas las fibras de su cuerpo, como si las sombras del cuarto
hubieran sido invadidas por los viejos y acusadores fantasmas: los fantasmas de los
hombres quemados por herejes y de las mujeres ahogadas por brujería y de los
innumerables y desconocidos mártires lamentando la vanidad de su sacrificio.
En este período escéptico de su mediana edad, no le resultaba muy fácil rezar, y
ahora, cuando experimentaba la profunda necesidad de la oración, las palabras no
acudían ni a su corazón ni a sus labios. Se sintió como un hombre al que un largo
encierro en la oscuridad hubiera hecho olvidar el sonido y el sentido de la voz
humana.

—Ahora sí que estamos realmente en el terreno de la oscura fantasía —dijo


Anneliese Meissner devorando a dos carrillos un pepinillo en vinagre y bebiendo,
para acompañarlo, un largo trago de vino—. Esta mal llamada encíclica es una simple
tontería, una vulgar mezcla de folklore y de falso misticismo.
Se encontraban sentados en el desordenado apartamento de ella, con los
documentos extendidos sobre la mesa frente a ellos y una botella de Assmanshausen
destinada a aplacar el polvo que surgía de todas partes y yacía sobre todos los objetos
y muebles que llenaban el cuarto. Mendelius había rehusado desprenderse de los
documentos, más aún, no había querido siquiera perderlos de vista, en tanto que
Anneliese, con igual vehemencia había reclamado en su calidad de asesora, su
derecho a leer hasta la última línea de la evidencia presentada. Mendelius protestó
por la escueta forma en que ella había rechazado la encíclica de Jean Marie.

www.lectulandia.com - Página 40
—Detengámonos aquí. Si vamos a discutir este punto, discutámoslo en forma
científica. Para comenzar dejemos en claro que, sobre el milenarismo existe una
abundante literatura que va desde el libro de Daniel en el Antiguo Testamento hasta
Jacob Boehme en el siglo diez y nueve y Teilhard de Chardin en el veinte. Verdad que
esa literatura suele, a veces, carecer de todo sentido, pero también es cierto que en
ella puede encontrarse muy bella poesía como en el caso del inglés William Blake.
Algunos de esos escritos no son sino una interpretación crítica de una de las más
antiguas tradiciones de la humanidad. En segundo lugar, cualquier científico serio
puede decirle a usted, que la vida, tal como la conocemos actualmente en este
planeta, debe forzosamente, algún día, tener un término. Lo que Jean Marie ha escrito
se encuadra perfectamente en el marco más cuerdo de esta tradición milenarista. Y en
cuanto al escenario de la catástrofe no podemos negar que en estos momentos es
objeto de la más informada especulación tanto por parte de los científicos cuanto de
los estrategas militares.
—Concedido. Pero aun así su amigo hace de todo ello una ensalada de
confusiones. ¡Fe, esperanza y caridad mientras los hambrientos hombres lobos aúllan
frente a las puertas de entrada! ¡Un amante Dios lamentándose delante de un caos
creado por él mismo! ¡Felicitaciones, profesor!
—¿Qué sucedería si el texto fuera publicado?
—La mitad del mundo se reiría, privadamente tal vez, de él. La otra mitad se
dejaría contagiar por esta danzante locura y correría bailando al encuentro del
redentor en su nube de gloria. Seriamente, Carl, creo que lo que debe hacer es echar
al fuego estos malditos papeles y olvidar todo.
—Sí, puedo quemarlos. Lo que no puedo, es olvidarlos.
—Porque usted también es víctima de esta misma locura de Dios.
—¿Y qué me dice del tercer documento, la lista de nombres?
—No veo que tenga ninguna importancia. Es simplemente un ayuda memoria
sacado de un archivo. Todos los políticos del mundo llevan este tipo de registros. ¿Y
que espera usted hacer con él? ¿Ponerse a trotar alrededor del mundo para
encontrarse con toda esta gente? ¿Y qué les dirá? "Mi amigo, Gregorio XVII, el que
acaban de echar del Vaticano, cree que el fin del mundo está próximo. Ha tenido,
acerca de ello, una visión. Y considera que ustedes deben enterarse de esta visión
antes que el resto de la gente" ¡Vamos Carl! Antes de que haya terminado la primera
mitad de la primera entrevista, ya le habrán colocado a usted una camisa de fuerza.
Súbitamente, el vio el aspecto divertido de todo aquello y comenzó a reír, en un
inmenso estallido de alegría que fue poco a poco dando paso a un desalentado
cloqueo. Anneliese Meissner vertió más vino en las copas y levantó la suya en un
gesto de saludo.
—Eso está mejor. Por un momento creí que había perdido a un buen colega.

www.lectulandia.com - Página 41
—Gracias, Frau Beisitzer —dijo Mendelius bebiendo un largo trago de vino y
dejando luego su copa—. Ahora volvamos al asunto. En un par de semanas más me
voy a Roma.
—Al infierno con todo —ella se quedó mirándolo con incredulidad—. ¿Piensa
usted que podrá hacer ahí algo de provecho?
—Sí. Pienso tener unas buenas vacaciones, dar un par de conferencias en la
Academia Alemana y hablar con Jean Marie y con la gente que ha estado más cerca
de él. Grabaré cada entrevista o mis anotaciones referentes a cada una de ellas y se las
enviaré. Después de eso decidiré si vale o no la pena continuar con todo el asunto.
Por lo menos, habré cumplido mi deber de amigo y habré contribuido a la honestidad
de mi asesor.
—Espero que se dé cuenta, amigo mío, de que, aun cuando usted haya hecho todo
lo que planea, y terminado su investigación allá, su evidencia continuará siendo
incompleta.
—No veo que necesariamente tenga que ser así.
—Piénselo, —Anneliese Meissner cogió otro pepinillo que se apresuró a engullir
—. ¿Cómo se las arreglará usted para hablar con Dios? ¿Piensa acaso grabar su
conversación con Él?

Era por naturaleza un hombre meticuloso y ordenado, de manera que preparó su


visita a Roma con especial cuidado. Llamó por teléfono a sus amigos, escribió a sus
conocidos, se proveyó de toda suerte de introducciones para importantes funcionarios
del Vaticano, concertó por adelantado y fijó las fechas de almuerzos, comidas y
entrevistas formales. Y siempre tuvo buen cuidado de insistir en el motivo oficial de
su visita: una investigación sobre fragmentos de la literatura Ebionita en la Biblioteca
Vaticana y en el Instituto Bíblico y una breve serie de conferencias en la Academia
sobre la Tradición Apocalíptica.
Había elegido este tema no solamente porque le proporcionaba un punto de
partida para sus averiguaciones sobre Jean Marie, sino además porque haría posible
para él obtener de su audiencia Evangélica alguna respuesta emocional sobre el
problema del milenio. La idea de Jung sobre el "gran sueño", la persistencia de la
experiencia tribal en el subconsciente y su permanente influencia en el individuo y en
el grupo había constituido una de las experiencias más hondas y conmovedoras de su
juventud. Existía una impresionante similitud entre esta noción y aquélla que los
teólogos llamaban la "Infusión" y la "Morada Interior del Espíritu". Al mismo tiempo
servía para plantear el problema de Anneliese Meissner y su obstinado rechazo de
cualquier tipo de vivencia trascendental. Aún resonaba en él su acerado comentario
sobre la conversación con Dios, y más hondamente aun cuanto que no había
encontrado una adecuada respuesta para él.

www.lectulandia.com - Página 42
La carta que le tomó más tiempo fue la que dirigió al abad de Monte Cassino que
era ahora el superior religioso de Jean Marie. Se trataba de una indispensable
cortesía. Jean Marie se había colocado a sí mismo bajo obediencia y el control de la
autoridad podía hacerse extensivo a sus movimientos físicos y aun a su
correspondencia privada. Mendelius, que una vez había sido súbdito del sistema,
tenía una clara percepción de la importancia del protocolo religioso. Su carta al abad
hablaba de su larga amistad con Jean Marie Barette, de su renuencia a interferir ahora
en su presente retiro. Sin embargo, si el abad no veía obstáculos a ello y si el ex-
pontífice aceptaba recibirlo, el profesor Carl Mendelius estaría encantado de visitar el
convento en la fecha más conveniente para ambos.
Añadió una nota a la carta, rogándole al abad entregarla a Jean Marie Barette. La
nota estaba compuesta con la más estudiada discreción.

"Mi querido amigo:


Le ruego que perdone mi informalidad, pero ignoro el protocolo que debe
usarse con un pontífice retirado que ha elegido transformarse en un humilde hijo
de San Benito.
Siempre he lamentado que no me haya sido posible compartir con usted el
peso de sus últimos días en el Vaticano, pero los profesores alemanes
sobreabundan y su esfera de influencia se extiende raramente más allá del recinto
de sus clases.
No obstante, pronto estaré en Roma, continuando mi investigación sobre los
Ebionitas y ofreciendo algunas conferencias en la Academia Alemana sobre la
doctrina de la Parusía. Me daría un gran placer si pudiera verlo una vez más,
aunque sólo fuera por unos momentos.
He escrito al padre Abad solicitando el permiso para visitarlo, siempre, por
supuesto, que usted se encuentre en ánimo de recibirme. La posibilidad de
conversar, de estar con usted sería para mí una gran fuente de dicha por la que
estaría muy agradecido, pero si usted cree que la ocasión no es oportuna le ruego
que no vacile en hacérmelo saber.
Confío en que se encuentre bien de salud. Creo que ha dado pruebas de gran
sabiduría al retirarse de un mundo tan caótico como éste en que vivimos
actualmente. Lotte le envía su recuerdo más afectuoso y los niños sus respetuosos
saludos. En cuanto a mí, soy siempre
su amigo en el Señor
Carl Mendelius".

Diez días después, llevada personalmente a su casa por un mensajero del cardenal
arzobispo de Munich, le llegó la respuesta: el muy reverendo abad Andrew estaría
encantado de recibirlo en Monte Cassino y, si su salud se lo permitía, el muy

www.lectulandia.com - Página 43
reverendo Jean Marie Barette, O.S.B., estaría feliz de volver a ver a su viejo amigo.
En cuanto llegara a Roma se le rogaba que telefoneara al abad con el fin de arreglar la
cita más conveniente.
Pero de Jean Marie no hubo respuesta alguna.
En la tarde que precedió a su partida a Roma con Lotte, le pidió a su hijo Johann
que subiera a tomar el café con él a su estudio. Hacía ya algún tiempo que las
relaciones entre ambos dejaban que desear. El muchacho, un brillante estudiante de
economía, se sentía incómodo a la sombra de su padre que era al mismo tiempo uno
de los miembros más antiguos de la facultad. El padre, por su parte, en su ansiedad
por ayudar en el adelanto de la carrera de un talento tan obvio, había actuado a veces
con poca delicadeza. Todo ello había resultado en una secreta reserva por un lado, en
resentimiento por el otro, con sólo algunas esporádicas demostraciones del afecto que
ambos continuaban teniéndose. Esta vez Mendelius había resuelto que obraría con
todo el tacto necesario. Pero, al contrario, como de costumbre, sólo consiguió ser
pesado. Preguntó.
—¿Cuándo piensas irte de viaje, hijo?
—En dos días más.
—¿Tienes ya planeado el camino que piensas seguir?
—Más o menos. Pensamos ir por tren hasta Munich y luego comenzar a caminar
a través del Obersazlburg y del Tauern hasta Carinthia.
—Es una región muy bella. Me encantaría poder hacer esa excursión contigo. Y a
propósito —dijo Mendelius metiendo la mano en su bolsillo y extrayendo de él un
sobre cerrado— esto es para ayudarte con los gastos del viaje.
—Pero ya me diste mi dinero para las vacaciones.
—Esto es algo extra. Has trabajado muy duramente este año y tu madre y yo
deseamos demostrarte nuestra satisfacción por ello.
—Bueno… gracias —Johann se veía obviamente confundido—, pero la verdad es
que no era necesario. Has sido siempre tan generoso conmigo.
—Deseo decirte algo, hijo —al decir esto Mendelius percibió la inmediata
contracción del muchacho y vio la antigua y taimada expresión que asumía su rostro
—. Se trata de algo personal sobre lo que te rogaría que guardaras reserva, aun con
respecto a tu madre. Una de las razones de mi viaje a Roma es investigar las causas
que produjeron la abdicación de Gregorio XVII. Como tú sabes, ha sido siempre un
amigo muy querido… —sonrió tímidamente— tu amigo también, supongo, ya que
sin su ayuda tu madre y yo no hubiéramos podido casarnos y tú no estarías aquí…
Sin embargo, la investigación puede tomar mucho tiempo y requerir algunos viajes
que pueden a su vez prolongarse. Además el asunto entraña algunos riesgos. Si algo
llega a sucederme deseo que sepas que mis cosas están en orden y que el doctor
Mahler, nuestro abogado, tiene en su poder la mayor parte de mis documentos

www.lectulandia.com - Página 44
privados. El resto se encuentra en la caja fuerte que ves aquí. Eres un hombre y por
consiguiente te corresponderá hacerte cargo de tu madre y de tu hermana en mi lugar.
—No comprendo. ¿De qué riesgos me hablas? ¿Y por qué es preciso que te
expongas a ellos?
—Es difícil explicarlo.
—Soy tu hijo —dijo Johann con resentimiento—, dame por lo menos una
posibilidad de comprender.
—Por favor. Te ruego que te relajes conmigo. Créeme que te necesito mucho,
verdaderamente mucho.
—Lo siento, es solamente que…
—Lo sé. Nos irritamos mutuamente. Pero yo te quiero, hijo, desearía que supieras
cuánto te quiero en realidad —dijo Mendelius, sintiendo que la emoción, como una
marea, subía adentro de él y deseando poder extender los brazos para estrechar en
ellos al muchacho, pero reteniéndose sin embargo por temor de un rechazo. Se
dominó y continuó suavemente—. Para explicarte de qué se trata, debo mostrarte
algo muy secreto y deberás prometerme, por tu honor, que no hablarás de ello a
nadie.
—Tienes mi palabra, papá.
—Gracias —Mendelius caminó hasta la caja fuerte, sacó de ella los documentos
de Barette y se los alcanzó a su hijo—. Lee esto. Comprenderás todo. Cuando hayas
terminado, conversaremos. Mientras tanto, aprovecharé para escribir algunas notas.
Dicho esto se instaló a trabajar en su escritorio en tanto que Johann acomodado
en un sillón leía atentamente los documentos. La visión de su hijo bajo la suave luz
de la lámpara trajo vividamente a la mente de Mendelius la imagen de uno de
aquellos jóvenes modelos de Rafael, sentados inmóviles y obedientes mientras el
maestro los inmortalizaba en su tela. Sintió un espasmo de dolor por los años que
ambos habían desperdiciado. Todo hubiera debido ser entonces como ahora: el padre
y el hijo, sepultadas y olvidadas todas las infantiles querellas, unidos, contentos y
compañeros.
Mendelius se levantó y volvió a llenar la taza de café de Johann y su vaso de
coñac. Johann agradeció con un gesto de la cabeza y retornó a su lectura. Pasaron casi
cuarenta minutos antes que diera vuelta a la última página. Permaneció en silencio
por un largo rato, luego dobló deliberada y cuidadosamente los documentos, se
levantó y los depositó sobre el escritorio de su padre. Dijo quietamente:
—Comprendo ahora, papá. Creo que todo esto es solo una peligrosa locura y odio
verte envuelto en este asunto. Pero comprendo.
—Gracias, hijo. ¿Te importaría decirme por qué consideras que esto es una
locura?
—No —el tono del muchacho era firme pero respetuoso. Se mantenía muy

www.lectulandia.com - Página 45
erguido frente a su padre, como un subalterno dirigiéndose a su comandante—. Hace
ya mucho tiempo que deseaba decirte algo. Y este momento es tan bueno como otro.
—Tal vez querrías tomar un brandy primero —dijo Mendelius sonriéndole.
—Por supuesto. —Llenó de nuevo su vaso y lo colocó sobre el escritorio—. El
hecho es, padre, que he perdido la fe, he dejado de ser creyente —dijo Johann.
—¿Has perdido la fe en Dios o específicamente en la Iglesia Católica romana?
—En ambos.
—Lamento oír esto, hijo —Mendelius conservaba una estudiada calma—.
Siempre he pensado que, sin una esperanza en el más allá, el mundo debe resultar un
lugar muy inhóspito. Pero estoy contento de que me lo hayas dicho. ¿Lo sabe tu
madre?
—No todavía.
—Se lo diré, si te parece, pero después. Desearía que ella pudiera disfrutar de sus
vacaciones.
—¿Estás enojado conmigo?
—¡Santo Dios, no! —dijo Mendelius alzándose de su silla y palmeando los
hombros del joven—. Escúchame. Toda mi vida no he hecho otra cosa sino enseñar y
escribir que un hombre debe caminar por sus propios pies y únicamente por la senda
que personalmente vea y elija. Si, honestamente, no puede aceptar una fe, entonces
debe rechazarla. Más vale, de todos modos, ser quemado como lo fue Bruno en el
Campo de las Flores. Y en cuanto a tu madre y a mí, carecemos de todo derecho para
dictarte tu conducta a tu conciencia… Pero, no obstante, hijo, recuerda una cosa: es
necesario mantener la mente abierta, de manera que la luz tenga siempre fácil y libre
acceso a ella y mantener el corazón abierto de forma que jamás llegue a cerrarse a la
venida del amor.
—Yo… yo nunca pensé que lo tomarías así. —Por primera vez el perfecto control
que hasta entonces había mantenido pareció abandonar a Johann y estuvo a punto de
estallar en llanto. Mendelius lo atrajo hacia él y lo abrazó.
—Te quiero, muchacho. Y nada puede hacer cambiar eso. Además… ahora
habitas una región nueva para ti y no podrás saber si te agrada hasta que hayas pasado
un invierno allí… No peleemos más, ¿qué te parece?
—De acuerdo. —Johann se liberó del abrazo de su padre y estiró la mano para
tomar su coñac—. Brindaré por esto.
—Prosit —dijo Carl Mendelius— respecto de lo otro, padre…
—¿Sí?
—Me doy perfecta cuenta de los riesgos. Y sé lo que la amistad de Jean Marie
significa para ti. Pero creo que hay que establecer las prioridades. Y mamá viene
primero. Y luego, claro, Katrin y yo también te necesitamos.
—Estoy tratando de dar su adecuado lugar a cada cosa, hijo —Mendelius emitió

www.lectulandia.com - Página 46
una breve risita—. Es posible que tú no creas en la Segunda Venida, pero si ocurre,
¿no crees tú que cambiará algunas prioridades…?

Desde el aire la campiña italiana semejaba un paraíso pastoral, con las orquídeas
en pleno florecimiento, las praderas brillantes de flores silvestres, las granjas
inundadas de nuevo verdor y las antiguas aldeas fortificadas luciendo plácidas como
imágenes de cuento de hadas.
Por contraste, el aeropuerto de Fiumicino parecía el escenario de un ensayo
general para el caos final. Los controles del influjo interno y externo de pasajeros,
trataban de mantener algún orden, los maleteros estaban en huelga y delante de cada
ventanilla de revisión de pasaporte se habían formado largas colas. El aire vibraba en
una babel de voces gritando en una docena de idiomas. La policía con perros
olfateadores, se movía entre los agotados viajeros, buscando traficantes de drogas en
tanto que jóvenes soldados, de mirada vigilante y porte inquieto, armados de
ametralladoras, montaban guardia al lado de cada puerta.
Lotte se hallaba al borde de las lágrimas y Mendelius transpiraba de furia y
frustración. Por fin, después de una hora y media, lograron vencer las complicaciones
de la aduana y emerger al área de recepción donde Herman Frank, gentil y solícito
como siempre, los estaba esperando. Había venido con una limusina, un gran
Mercedes que había pedido prestado a la embajada Alemana. Tenía flores para Lotte,
una efusiva bienvenida para Herr Professor y champagne para brindar durante el
largo viaje hacia la ciudad. El tránsito, como siempre, era infernal, pero él deseaba
ofrecerles un pequeño anticipo de las delicias de la paz paradisíaca que los esperaba
en Roma.
La paz los acogió en efecto en el apartamento que Frank tenía en el último piso de
un antiguo palazzo con los cielos rasos decorados con frescos, pisos de mármol, salas
de baño lo suficientemente grandes como para contener una flota y una impresionante
vista sobre todos los tejados de la vieja Roma. Dos horas más tarde, bañados, con el
vestuario renovado y la salud mental restaurada, ambos esposos se encontraban
bebiendo cócteles en la terraza mientras escuchaban el tañido de las últimas
campanas y observaban el vuelo de los vencejos en torno de las cúpulas y de los
áticos teñido todo de púrpura por el resplandeciente atardecer.
—Allá abajo vive la muerte —dijo Hilde Frank señalando con el dedo a la
confusión de las calles congestionadas de automóviles y peatones— y a veces la
muerte se presenta en forma de verdaderos asesinatos, porque los terroristas se han
vuelto cada vez más osados y porque la ley y el orden son cada vez más débiles frente
a ellos. El secuestro es, en estos momentos, la más floreciente de las industrias
privadas. Ahora, debido al peligro de los ladrones de carteras y las bandas de
motociclistas, prácticamente no salimos de noche. Pero aquí arriba —con un amplio

www.lectulandia.com - Página 47
gesto abarcó, señalándolo, el horizonte de tejados— todo permanece igual a como ha
sido durante centurias: la ropa lavada, tendida, secándose al viento en los cordeles,
los pájaros, la música que va y viene, los llamados de las mujeres a sus vecinas. Y la
verdad es que sin esto no creo que hubiéramos sido capaces de resistir aquí.
Era una mujer pequeña, morena, conversadora, elegante como una modelo, veinte
años menor que su marido de sienes plateadas que seguía cada uno de sus
movimientos con ojos de adoración. Era también afectuosa y regalona como una gata
y Mendelius captó la mirada de celos que le lanzó Lotte cuando Hilde lo cogió de la
mano para conducirlo a un rincón de la terraza a fin de mostrarle, en la lontananza,
las cúpulas de San Pedro y del castillo de Sant'Angelo. Le habló en un fuerte y teatral
susurro:
—No puede imaginar cuan dichoso está Herman de que usted haya aceptado dar
estas conferencias. Se aproxima el momento en que deberá retirarse y se desespera al
pensar en ello. Toda su vida se ha centrado hasta aquí en la Academia, toda nuestra
vida debería decir, ya que no hemos tenido hijos… Lotte luce muy bien. Espero que
le gusten las tiendas. He pensado llevarla a dar una vuelta por la Vía Condotti
mañana, mientras usted y Herman están en la Academia. La gente del seminario no
ha llegado aún, pero él se muere por enseñarle a usted el lugar… y tenemos algunas
cosas realmente muy bellas que mostrarles este año —dijo Herman Frank uniéndose
a ellos con Lotte a su brazo—. Hemos logrado montar la primera exposición
comprensible y completa sobre Van Wittel que jamás haya habido en este país y
Pietro Falcone nos ha prestado su colección de joyas antiguas florentinas. Esto último
ha significado en realidad una aventura muy costosa, porque hemos tenido que
mantener guardias armados noche y día… Ahora me permitiré describirles a nuestros
invitados de esta noche. Para comenzar está Bill Utley, representante británico ante la
Santa Sede y su esposa Sonia. Bill es un viejo palo seco, pero está muy al tanto de
todo lo que ocurre; por otra parte domina el alemán, lo que no deja de ser una ayuda.
Sonia es una chismosa muy alegre y carente de inhibiciones. Me parece, Lotte, que
usted disfrutará con ella. Además viene Georg Rainer, corresponsal del Die Welt en
Roma. Es un hombre reposado y agradable y que habla muy bien. Hilde tuvo la idea
de invitarlo porque se muere de ganas de conocer a una nueva amiga que Rainer tiene
y que nadie ha visto todavía. Parece que es mexicana y, según se dice, muy rica…
Nos sentaremos a la mesa alrededor de las nueve y media… Y a propósito, Carl, tiene
usted una buena cantidad de correspondencia… dije a la criada que la depositara en
su cuarto…
Era una cálida bienvenida, que llevaba la memoria hacia tiempos mejores,
aquellos que precedieron a la guerra del petróleo, antes que el milagro italiano se
avinagrara y que las brillantes esperanzas que se habían alimentado respecto de la
unidad europea enmohecieran sin remedio. Cuando más tarde llegaron los huéspedes

www.lectulandia.com - Página 48
Lotte, relajada y feliz, charlaba animadamente con Hilde sobre proyectos de un viaje
a Florencia y otro a Ischia, en tanto que Carl Mendelius diseñaba, para un entusiasta
Herman, el esquema de sus conferencias para los Evangélicos.
La comida transcurrió agradablemente. La conversación de la mujer de Utley era
escandalosamente entretenida. La amiga de Georg Rainer —Pía Menéndez— resultó
ser un inmediato y absoluto éxito, pues era de una impactante belleza y sabía guardar
perfectamente su lugar e inclinarse graciosamente delante de las mujeres mayores.
Georg Rainer anhelaba oír noticias nuevas: Utley disfrutaba con los recuerdos, de
manera que para Mendelius fue muy sencillo llevar la conversación a los recientes
acontecimientos que habían tenido lugar en el Vaticano. Utley, el inglés, que en su
lengua nativa podía elevar la oscuridad hasta el nivel de la más delicada de las artes,
fue muy preciso hablando en alemán.
—…Aun para los extranjeros que no estábamos en el secreto, era evidente que
Gregorio XVII había logrado producir pánico entre su gente. La organización es
demasiado grande y en consecuencia demasiado frágil para tolerar que un hombre
flexible, mucho menos un innovador, dirija sus destinos. Es lo mismo que les ocurre a
los rusos con sus satélites y sus gobiernos de camaradas en África y en América del
Sur. Les es preciso preservar, a toda costa, la ilusión de la unanimidad, de la
estabilidad. De manera que Gregorio tuvo que irse…
—Me interesaría saber —dijo Carl Mendelius— qué métodos emplearon para
conseguir que él abdicara.
—Nadie está dispuesto a hablar de eso —dijo Utley—. En el curso de toda mi
experiencia, ésta es la primera vez que el Vaticano no deja escapar ninguna verdadera
noticia, que no hay filtraciones. Es obvio que allí hubo algún pacto muy duramente
negociado, y la impresión general que ha quedado es que, después, algunas
conciencias no se han sentido del todo bien.
—Lo sometieron a chantaje —dijo clara y llanamente el hombre de Die Welt.
Poseo la evidencia, pero no puedo publicarla.
—¿Por qué no? —la pregunta vino de Utley.
—Porque esa evidencia proviene de un médico, uno de los que fueron llamados a
consulta para examinarlo. Obviamente no estaba en condiciones ni tenía posibilidad
alguna de hacer declaraciones públicas.
—¿Le dijo a usted lo que había descubierto?
—Me dijo lo que la Curia le había pedido que encontrara: que Gregorio XVII
estaba mentalmente incapacitado.
—¿Esa fue la forma en que la Curia planteó su requerimiento? dijo Mendelius,
entre sorprendido y dudoso.
—No. Y ese fue, precisamente, el problema. La conducta de la Curia, fue muy
sutil. Pidieron a los médicos —que eran siete— que establecieran, fuera de toda duda

www.lectulandia.com - Página 49
razonable, si el pontífice se encontraba mental y físicamente incapacitado para llevar
adelante los deberes de su cargo en estos tiempos tan críticos.
—Una verdadera encerrona —dijo Utley—. ¿Y por qué aceptó Gregorio? —le
preguntó Utley.
—Estaba cogido en una trampa. Si rehusaba, quedaba como sospechoso. Si
aceptaba tenia que someterse al examen médico.
—¿Y en qué consistía el examen médico? —preguntó Mendelius.
—Mi informante no me lo pudo decir. Como verá, ellos supieron hacer muy bien
las cosas. Le pidieron a cada médico que diera su opinión independientemente y por
escrito.
—Lo que dejaba a la Curia las manos libres para elaborar a continuación su
propio juicio sobre el conjunto de la situación —dijo Bill Utley riendo queda y
secamente—. ¡Muy hábil en verdad! ¿Y cuál fue el veredicto de su informante?
—Creo que fue un veredicto honesto, pero no muy conveniente para el enfermo.
Determinó que sufría de un exceso de fatiga, de constante insomnio y de una presión
sanguínea muy elevada, aunque no necesariamente crónica. Había claras indicaciones
de ansiedad y alternancias de estados de ánimo excitados y depresivos. Obviamente,
la persistencia de tales síntomas en un hombre de sesenta y cinco años puede hacer
temer las más graves complicaciones.
—Si los otros informes fueran parecidos a éste…
—O —dijo Mendelius suavemente— si fueran menos honestos y un poco, sólo
un grado más, inclinados…
—Los cardenales le habían dado jaque mate —dijo Georg Rainer—. Habían
escogido con sumo cuidado los párrafos más convenientes para ellos de los informes
médicos y construido un veredicto final que presentaron a Gregorio como un
ultimátum: váyase o lo echamos.
—Santo Dios —Mendelius juró por lo bajo—. ¿Qué elección cabía para él?
—Una obra maestra de dura política —Bill Utley volvió a reír queda y secamente
—. Es imposible destituir a un papa. Ahora bien, fuera de asesinarlo; ¿de qué otro
modo puede usted librarse de él? Tiene usted razón, Georg, aquello fue extorsión al
estado puro. Me pregunto, ¿quién fraguaría todo el asunto?
—Arnaldo, naturalmente. Sé que fue él quien dio las instrucciones a los médicos.
—Y ahora él es el papa —dijo Carl Mendelius.
—Probablemente será un buen papa —dijo Utley con una sonrisa—. Conoce las
reglas del juego.
A pesar suyo Carl Mendelius —que había sido Jesuita— se vio obligado a
convenir con Utley. Pensó también que Georg Rainer era un periodista de talento y
que valdría la pena cultivar esa relación.
Aquella noche hizo el amor con Lotte en la enorme cama barroca que —según

www.lectulandia.com - Página 50
juraba Herman por la salvación de su alma— había pertenecido al elegante cardenal
Bernis. Que le hubiera pertenecido o no, carecía por el momento, de importancia; lo
que en cambio era importante es que su unión de aquella noche había sido una de las
más plenas y gozosas que hubieran tenido en los últimos tiempos. Cuando todo hubo
terminado, Lotte se acurrucó en la curva de su brazo y charló con alegre somnolencia.
—Ha sido una velada encantadora, todo el mundo ha estado tan hospitalario y
además tan brillante. Estoy muy contenta de que me hayas obligado a venir. Tübingen
es una linda ciudad pero había olvidado cuan grande es en realidad el mundo exterior.
—Entonces comencemos a verlo juntos, schatz.
—Lo haremos, te lo prometo. Ahora me siento mucho más tranquila respecto de
los niños. Katrin fue muy dulce y gentil conmigo. Me contó lo que tú le habías dicho
y la forma como Franz había recibido la noticia de tu permiso.
—No he sabido nada de eso.
—Según parece, Franz dijo: "Tu padre es un gran hombre. Me gustaría traerle un
buen cuadro de regalo de París".
—Bien, es una buena noticia agradable de oír.
—Johann también parecía más contento de lo que usualmente está y se le notaba,
aunque nunca habla mucho.
—La verdad es que se descargó de algunos secretos que le pesaba guardar,
incluyendo entre ellos el hecho de que ha dejado de ser creyente…
—¡Oh, Dios mío! ¡Que triste es pensar eso!
—Oh, se trata sólo de una etapa de la vida, schatz, —Mendelius hablaba con una
elaborada despreocupación—. ¡Desea encontrar por sí mismo su propio camino hacia
la verdad!
—Espero que tú le hayas dado a entender que respetabas su decisión.
—Por supuesto. Debes dejar de preocuparte respecto de mis relaciones con
Johann. En el fondo se trata solamente de dos toros, el viejo y el joven, que ejercitan,
el uno con el otro sus aptitudes para el combate.
—El viejo toro no está mal —dijo Lotte sofocando en la oscuridad una risita feliz
—, lo cual me hace recordar que si vuelvo a sorprender a Hilde coqueteando contigo,
le arrancaré los ojos.
—Que bueno es saber que aún puedes estar celosa.
—Te quiero, Carl, te quiero realmente mucho.
—Y yo también te quiero a ti, schatz.
—Esto era todo lo que necesitaba para terminar un día perfecto. Buenas noches
mi hombre querido, tan querido.
Se dio vuelta para el otro lado, alejándose de él, se acurrucó bajo los cobertores y
se hundió rápidamente en un profundo sueño. Carl Mendelius juntó sus manos bajo la
nuca y permaneció por un largo rato contemplando el ciclo raso donde amorosas

www.lectulandia.com - Página 51
ninfas y rapaces semi-dioses se divertían en la oscuridad. A pesar de la dulce paz que
le había traído el amor, seguía obsesionado por lo que había oído durante la cena y
también por el contenido de la última carta que dominaba la pila de correspondencia
que la criada había dejado en su mesa de noche.
La carta estaba escrita en italiano, manuscrita en un grueso y rico papel grabado
con el sello oficial de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.

"Querido profesor Mendelius:


Nuestro mutuo amigo, el rector del Instituto Bíblico Pontificio me ha
informado que usted —con el objeto de llevar a cabo algunas investigaciones
científicas— llegará a Roma en los próximos días y que además ofrecerá algunas
conferencias en la Academia Alemana de Arte.
Entiendo que usted ha planeado también realizar una visita al Monasterio de
Monte Cassino con el propósito de visitar a nuestro recién retirado Pontífice.
He sido siempre un gran admirador de su trabajo académico y por lo tanto me
daría usted un gran placer si aceptara venir a tomar el café conmigo una mañana,
en mis apartamentos privados de la ciudad del Vaticano.
Confío en que tendrá usted la bondad de llamarme a mis oficinas de la
Congregación cualquier tarde entre cuatro y siete, de manera que nos sea posible
ponernos de acuerdo en un día que nos convenga a ambos, de preferencia antes de
su planeada visita a Monte Cassino.
Le envío, con mis saludos, mis mejores deseos para una agradable estada en
Roma.
Suyo en Jesucristo
Antón Drexel
Cardenal Prefecto"

Como de costumbre, todo estaba hecho en forma impecable: un gesto de cortesía


y una mordaz advertencia de que nada, pero nada en absoluto de lo que ocurría en los
círculos sagrados escapaba a la vigilante mirada de los sabuesos del Señor. En los
viejos tiempos del esplendor del poder del Estado Pontificio le hubieran enviado una
notificación y un destacamento de gendarmes destinado a reforzarla. Hoy en día se le
invitaba a tomar un café y bizcochos en el apartamento del cardenal como anticipo de
una dulce y persuasiva conversación.
¡Bien! ¡Bien! Tempora mutantur. Se preguntó qué sería lo que realmente prefería
el Cardenal: obtener información o conseguir discreción. Se preguntó también cuáles
serían las condiciones a las que habría de suscribir antes que le permitieran visitar a
Jean Marie Barette.

www.lectulandia.com - Página 52
Capítulo 3
Herman Frank estaba plenamente justificado en enorgullecerse de su exposición.
La prensa se había mostrado muy generosa en sus alabanzas, cumplidos e
ilustraciones del acontecimiento artístico. Las galerías de la Academia desbordaban
de visitantes —romanos y turistas— entre los que, sorprendentemente, había una
enorme cantidad de gente joven.
Las obras de Gaspar Van Wittel, un holandés de Amersfoort del siglo XVII eran
casi desconocidas por el público italiano. La mayor parte de ellas había sido
celosamente conservada tras los muros de los palacios de los Colonna, los Sacchetti,
los Pallavicini y algunas otras familias nobles. Reunir aquellas obras en una
exposición había tomado dos años de paciente búsqueda y varios meses de delicadas
negociaciones. El lugar de donde provenían continuaba siendo un secreto
cuidadosamente guardado y la prueba de ello estaba en el gran número de obras que
llevaban simplemente la inscripción "raccolta privata". Su conjunto constituía un
extraordinario y vivido testimonio pictórico y arquitectónico del arte del siglo diez y
siete italiano. El entusiasmo de Herman Frank vibraba con una inocencia infantil,
conmovedora.
—¡Contemple eso, se lo ruego! ¡Tan delicado y sin embargo tan preciso! Con una
calidad de color que es casi japonesa. Un dibujante magnífico con un dominio total
de las más intrincadas formas de la perspectiva… Observe estos bosquejos… Vea con
cuánta paciencia construye y da forma a su composición… ¡Y qué extraño parece!
Vivió en una oscura y pequeña villa situada en las afueras de la Via Appia Antica. La
villa aún está ahí. Verla produce claustrofobia. Pero no obstante no debemos olvidar
que en aquellos tiempos la villa estaba rodeada de campiñas, por lo cual él tuvo sin
duda todo el espacio y la luz que su arte requería… —bruscamente se detuvo, lleno
de confusión— lo siento, estoy hablando demasiado, pero la verdad es que amo estas
cosas.
Mendelius apoyó suavemente su mano en el hombro de Frank.
—Amigo mío, oírlo es una verdadera delicia. Mire a estos jóvenes. Usted los ha
hecho salir de sus resentimientos y confusiones y los ha transportado a otro mundo
más simple, mucho más bello, les ha hecho olvidar toda la triste fealdad del presente.
Debe sentirse orgulloso de su obra.
—Lo estoy, Carl. Le confieso honradamente que lo estoy, pero también me
preocupa pensar en el día en que haya que desprender estos cuadros, entregarlos a los
embaladores y devolverlos a sus dueños; siento que estoy envejeciendo y no tengo
ninguna seguridad de volver a tener el tiempo o la energía, la suerte para decir
verdad, de intentar una vez más una empresa como ésta.
—Pero usted siempre continuará esforzándose, y eso es lo importante.

www.lectulandia.com - Página 53
—Me temo que no por mucho tiempo más. Me retiro el año próximo y entonces
no sé realmente qué haré conmigo mismo y con mi vida. No podremos continuar
viviendo aquí, pues careceremos de medios para ello y sin embargo odio la idea de
regresar a Alemania.
—Podrá entonces dedicar la totalidad de su tiempo a escribir. Ya goza de una
buena reputación como historiador de arte y estoy convencido de que puede obtener
de una buena editorial un contrato mejor que el que actualmente tiene… Permítame
hablar con mi agente y ver lo que se puede conseguir para usted.
—¿Querría usted? —Su tono era de una gratitud casi patética—. No soy muy
bueno para los negocios y estoy preocupado por Hilde.
—Lo puedo llamar en cuanto regrese a casa. Lo que me recuerda que debo hacer
algunos llamados telefónicos ahora. ¿Puedo usar su teléfono? Debo hablar con
alguien antes de mediodía.
—Venga a mi oficina. Le enviaré un poco de café… Oh, pero antes que se vaya,
le ruego que eche una última mirada a este panorama del Tiber, del que existen tres
versiones: una que pertenece a la colección de Pallavicini, otra que está en la National
Gallery y ésta que usted está mirando y que fue adquirida por un anciano ingeniero en
el Mercado de Pulgas, por el precio de una canción…
Transcurrieron otros quince minutos antes que Mendelius pudiera liberarse para
hacer su llamado al monasterio de Monte Cassino. Encontrar al abad y traerlo al
teléfono tomó una interminable cantidad de tiempo. Mendelius rebullía impaciente y
colérico hasta que se calmó lo suficiente para recordarse a sí mismo que los
monasterios han sido diseñados y están destinados precisamente para separar a los
hombres del mundo, no para guardarlos en contacto con él. El abad fue cordial, pero
no exactamente efusivo.
—¿Profesor Mendelius? Aquí el abad Andrew. Es muy bondadoso de su parte
llamar tan pronto. ¿Podría arreglar su visita para el próximo miércoles? Es día de
fiesta y eso permitirá que nuestra hospitalidad sea más generosa. Sugiero que llegue
alrededor de las tres y media y por la noche cene con nosotros. El viaje desde Roma
es largo, de manera que si desea alojarse aquí estaremos encantados de acomodarlo lo
mejor posible.
—Es muy considerado de su parte. Viajaré entonces de regreso el jueves por la
mañana. ¿Cómo está mi amigo Jean?
—No se ha sentido muy bien. Pero confío en que la próxima semana, cuando
usted venga, se encuentre recuperado. Está muy contento con la perspectiva de verlo.
—Le ruego que le transmita mis más afectuosos recuerdos y que le diga que mi
esposa le envía asimismo sus mejores deseos.
—Lo haré con mucho gusto. Hasta el miércoles entonces, profesor.
—Gracias, padre abad.

www.lectulandia.com - Página 54
Mendelius colgó el teléfono y permaneció por algunos minutos absorto en sus
pensamientos. Aquí estaba de nuevo el viejo esquema: la respuesta cortés, la velada
cautela. Faltaba todavía una semana para el miércoles, tiempo ampliamente
suficiente, si las circunstancias cambiaban o la autoridad intervenía, para cancelar la
invitación. La enfermedad de Jean Marie, real o diplomática, proveería, llegado el
caso, la excusa adecuada.
—¿Algo no anda bien, Carl? —Herman colocó sobre la mesa la bandeja de café y
comenzó a servirlo.
—La verdad es que no lo sé. Se diría que el Vaticano se interesa por mis
actividades algo más de lo necesario.
—Me parece bastante natural. No olvide que en el pasado usted les dio bastantes
dolores de cabeza; y cada libro nuevo provoca en el palomar un intenso revoloteo…
¿Leche y azúcar?
—Azúcar no. Estoy tratando de reducir mi peso.
—Lo he notado. También noté anoche que usted guió la conversación de manera
de obtener toda la información posible sobre Gregorio XVII.
—¿Fue tan obvio?
—Creo que solamente para mí. ¿Hay algún motivo especial para su ansia
informativa?
—El es amigo mío. Usted lo sabe. Intentaba averiguar que le ha ocurrido
realmente.
—¿Acaso no se lo ha contado él mismo?
—Hace ya meses que no sé de él —Mendelius evadió una respuesta directa—.
Me imagino que no le ha quedado mucho tiempo disponible para mantener una
correspondencia privada.
—¿Pero con ocasión de esta visita usted, sin duda, piensa visitarlo?
—Sí. Ya he arreglado para verlo.
La respuesta había sido una brizna más breve de lo necesario. Herman Frank tenía
demasiado tacto para insistir de manera que reinó un momento de embarazoso
silencio, luego Herman dijo suavemente.
—Hay algo que me tiene perplejo, Carl. Me gustaría tener su opinión al respecto.
—¿Dígame, Herman?
—Hace más o menos un mes recibí un llamado de nuestra Embajada. El
embajador deseaba verme. Me enseñó una carta de Bonn: una circular con
instrucciones para todas las academias e institutos que existen fuera del país. Muchos
de ellos, como usted sabe, guardan un valioso material que les ha sido prestado por la
República: esculturas, cuadros, manuscritos históricos, en fin, ese tipo de cosas… Se
instruía a todos los directores de tomar las medidas necesarias para preparar, en algún
lugar de los países huéspedes, escondites tan secretos como seguros, donde, en el

www.lectulandia.com - Página 55
caso de desórdenes civiles o conflictos internacionales, este material pudiera ser
guardado. Se nos concedió inmediatamente el dinero requerido para comprar o
arrendar los almacenes adecuados.
—Parece una precaución bastante razonable —dijo Mendelius blandamente—
sobre todo cuando sabemos que es imposible asegurar esa clase de obras contra la
guerra civil o la violencia.
—Usted no entiende —dijo Herman Frank enfáticamente—. Lo que me preocupó
fue el tono del documento, porque había en él una nota de real urgencia y la amenaza
de rigurosos castigos en el caso de cualquier negligencia en el cumplimiento de lo
estipulado. Tuve la clara impresión de que nuestra gente estaba realmente inquieta
como si temieran que dentro de muy poco, algo terrible fuera a ocurrir.
— ¿Tiene alguna copia de esa circular?
—No. El embajador se mostró muy firme y dijo que por ningún motivo la circular
debía abandonar el recinto de la embajada. Oh, y hay algo más. Solamente los
funcionarios más antiguos y de más alto rango podían conocer su contenido. Encontré
que todo tenía un aspecto más bien siniestro. Y continúo pensándolo. Por naturaleza
no soy una persona que se inquiete fácilmente pero no puedo dejar de pensar en Hilde
y en lo que pudiera ocurrirle si, por alguna emergencia, nos viéramos obligados a
separarnos. Me gustaría que me diera su sincera opinión al respecto, Carl.
Por unos minutos Mendelius sintió la tentación de tranquilizar a Frank con
cualquier fácil palabra de aliento, pero luego se decidió por lo contrario. Herman
Frank era un buen hombre, demasiado blando tal vez, para un mundo tan duro.
Merecía una respuesta seria y honrada.
—La situación no es buena, Herman. Todavía no hemos llegado al nivel del
pánico, pero no tardaremos en encontrarnos ahí. Todo apunta en esa dirección: los
desórdenes públicos, la quiebra de la confianza política, la enorme recesión y los
locos altamente colocados que piensan que pueden resolver el problema con una
guerra muy bien planeada y limitada. Tiene usted toda la razón en sentirse
preocupado. Ahora, lo que pueda hacer ya es otro asunto. Una vez que se de la orden
de partida a los primeros misiles ningún lugar en el mundo estará a salvo. ¿Ha
hablado con Hilde?
—Sí. No desea, como yo, regresar a Alemania, pero está de acuerdo en que
debemos vivir fuera de Roma. Tenemos esa pequeña casa de campo en las colinas
toscanas. Es algo solitaria, pero está rodeada por una campiña que nosotros mismos
produjéramos… Aunque la sola idea de considerar una eventualidad así parece un
acto de desesperación.
—O un acto de fe —dijo Mendelius gentilmente—. Creo que su Hilde es una
muchacha muy sabia, y usted debe dejar de preocuparse tanto por ella. Las mujeres
tienen mucha mayor resistencia para sobrevivir de la que tenemos nosotros.

www.lectulandia.com - Página 56
—Sí, supongo que es así. Pero la verdad es que nunca las he considerado bajo ese
aspecto… ¿No ha pensado a veces cuan bueno sería encontrar un gran hombre que
tomara el control de la situación y fuera capaz de sacarnos de este pantano?
—Jamás —dijo Carl Mendelius sombríamente—. Los grandes hombres son
peligrosos. Cuando sus sueños fallan los entierran bajo las cenizas de las ciudades
donde los hombres sencillos un día vivieron en paz.

—Deseo ser muy sincero con usted Mendelius. Y deseo que usted sea también
sincero conmigo.
—¿Cuán sincero, Eminencia? ¿Y sobre que tema?
La hora de la cortesía había terminado. Los bizcochos habían sido comidos. El
café estaba frío. Su Eminencia, cardenal Antón Drexel, erecto como un granadero,
con el cabello gris, permanecía de pie, con la espalda vuelta hacia su visitante,
mirando caer la tarde sobre los jardines del Vaticano. Se dio vuelta lentamente y
permaneció por un largo momento silencioso, su silueta sin rostro destacándose muy
nítida contra la luz. Mendelius dijo:
—Por favor, Eminencia. ¿Podría sentarse? Me gustaría ver su rostro mientras
hablamos.
—Perdóneme —Drexel emitió una honda y gruñona risita—, es un viejo truco…
y no es muy cortés… ¿Preferiría que habláramos en alemán?
Drexel, a pesar de su nombre, era italiano, pues había nacido en Bolzano, aquel
territorio disputado por Austria y la república italiana. Mendelius se alzó de hombros
con indiferencia.
—Como vuestra Eminencia prefiera.
—Usaremos el italiano entonces. Hablo el alemán como un tirolés. Usted podría
encontrarlo cómico.
—La lengua nativa es siempre la mejor para ser honrado con ella —dijo
Mendelius secamente—. Si mi italiano me falla, hablaré alemán.
Drexel abandonó la ventana y fue a sentarse frente a Mendelius. Arregló
cuidadosamente sobre sus rodillas los pliegues de su sotana. Su rostro, que a pesar de
las arrugas se conservaba apuesto, parecía tallado en madera. Sólo sus ojos,
nítidamente azules, estaban vivos, mientras evaluaban, divertidos, a su interlocutor.
Dijo:
—Ha sido usted siempre un cliente difícil —usó la frase familiar: un tipo robusto
y Mendelius no pudo evitar una sonrisa ante el disfrazado cumplido—. Ahora,
dígame, ¿qué y cuánto sabe usted de lo que acaba de suceder aquí?
—Antes de contestar su pregunta, Eminencia, desearía que usted respondiera a
una pregunta mía. ¿Tiene usted la intención de impedir que yo tome contacto con
Jean Marie?

www.lectulandia.com - Página 57
—¿Yo? No, en absoluto.
—Y fuera de usted ¿hay alguien más, que usted sepa?
—De acuerdo con lo que sé, nadie, aunque evidentemente hay gente interesada
por lo que pueda ocurrir en este encuentro…
—Gracias, Eminencia. Ahora, la respuesta a su pregunta: Sé que el papa Gregorio
fue forzado a abdicar. Y conozco los medios que se emplearon para obtener de él esa
decisión.
—¿Y esos medios fueron…?
—Una serie de siete informes médicos dados en forma independiente, que fueron
luego compuestos y ordenados por la Curia en un documento final destinado a
proyectar graves dudas sobre la competencia mental de Su Santidad… ¿Es eso
exacto?
Drexel vaciló un momento y luego asintió lentamente.
—Sí, es exacto. Dígame ahora, ¿qué sabe del papel que yo desempeñé en este
asunto?
—Entiendo, Eminencia, que si bien usted estaba en desacuerdo con la decisión
del Sacro Colegio, accedió sin embargo a servir de emisario y llevarla personalmente
al conocimiento del Pontífice.
—¿Sabe por qué mis colegas los cardenales llegaron a esa decisión?
—Sí.
Hubo un relámpago de duda en los ojos de Drexel, pero no obstante continuó sin
vacilar.
—¿Está de acuerdo con ella o no?
—Pienso que los medios que se usaron para llevar adelante esa decisión fueron
bajos: desnudo chantaje. En cuanto a la decisión misma, debo reconocer que yo
mismo me encuentro en un dilema.
—¿Y cómo expresaría ese dilema, amigo mío?
—El papa es elegido Supremo Pastor y Guardián del Depósito de la Fe. ¿Es
compatible ese cargo con el rol de profeta anunciando una revelación privada, aun
cuando esa revelación sea auténtica?
—De manera que usted sabe —dijo suavemente el Cardenal Prefecto—, y,
afortunadamente, comprende.
—Bien. ¿Y dónde nos deja eso, Eminencia?
—Nos enfrenta a un segundo dilema: ¿Cómo podemos probar si la revelación es
verdadera o falsa?
—Sus colegas ya resolvieron eso —dijo Mendelius en forma cortante—. Juzgaron
que estaba loco.
—No yo —dijo firmemente Antón Drexel—. Creía y continúo creyendo, que su
posición como pontífice era insostenible. La oposición que se había levantado contra

www.lectulandia.com - Página 58
él era tan fuerte que no tenía ninguna posibilidad de continuar ejerciendo el cargo.
¿Pero loco? Jamás.
—¿Un profeta mentiroso tal vez?
Por primera vez, la máscara que era el rostro de Drexel, traicionó sus emociones.
—Ha expresado usted un pensamiento terrible.
—Me pidió que lo juzgara, Eminencia. En consecuencia debo tomar en
consideración todos los veredictos posibles.
—Engañado sí, puede estar. Pero no es un mentiroso.
—¿Piensa que está engañado, que todo no es sino una ilusión suya?
—Me gustaría poder creerlo. Porque todo sería entonces más sencillo. Pero no
puedo. Simplemente no puedo.
Bruscamente, tras la máscara, apareció el hombre real y Drexel se vio tal cual era:
un viejo león consciente de que estaba perdiendo sus fuerzas. La angustia inscrita en
aquella faz hizo surgir en Mendelius una ola de simpatía, pero no obstante sabía que
no podía detener ni aminorar el ritmo de su propia investigación. Preguntó
firmemente.
—¿En qué forma lo examinó usted, Eminencia? ¿Con qué criterio?
—Con el único criterio que conozco: sometí a examen su lenguaje, su conducta,
sus escritos, el tono general de su vida espiritual.
Mendelius rió ahogadamente.
—Acaba de hablar el sabueso de Dios.
Drexel sonrió ceñudamente.
—La herida aún sangra, ¿no es así? Admito que fuimos duros con usted. Pero al
menos es evidente que le enseñamos a comprender los métodos. ¿Qué quiere saber
primero?
—Fue condenado, finalmente, por aquello que escribió.
—Tengo una copia de la encíclica. ¿Bajo qué luz la leyó usted, Eminencia?
—Obviamente la leí en forma errada. No me cabía la menor duda de que tenía
que ser suprimida. Pero también estoy de acuerdo en que no contiene nada,
absolutamente nada, que vaya en contra de la tradición doctrinaria de la Iglesia. Hay
interpretaciones que pueden ser consideradas extremistas u osadas, pero ciertamente
no heterodoxas. Aun el problema de un poder ministerial recibido y ejercido en virtud
de una votación popular, en el caso de que la ordenación del ministro competente, el
Obispo, sea claramente imposible, es un problema abierto y discutible por los
católicos, si bien suena delicado para los oídos romanos.
—Lo que nos lleva finalmente al carácter de su vida espiritual —el tono de
Mendelius traicionó una leve sugestión de ironía—. ¿Cómo lo juzga usted,
Eminencia?
Por primera vez una sonrisa dulcificó el duro rostro de Drexel.

www.lectulandia.com - Página 59
—En todo caso ese carácter es muy superior al suyo, mi querido Mendelius. Ha
permanecido fiel a su vocación de sacerdote. Ha sido siempre un hombre carente de
todo egoísmo cuyos pensamientos estuvieron dominados por la pasión de servir a
Dios y a las almas. En cuanto a sus pasiones humanas, supo mantenerlas bajo control.
En su alto cargo no dejó jamás de ser humilde y bondadoso. Su cólera se dirigió
siempre contra la malicia y nunca contra la fragilidad. Aun ahora, al final, no injurió
ni habló mal de sus acusadores, sino que supo despedirse con dignidad y aceptó sin
quejas su nuevo rol de súbdito. El abad de Monte Cassino me informa que su vida
allá es un modelo de sencillez religiosa.
—Es también un modelo de silencio. ¿Cómo podría compatibilizarse ese silencio
con la obligación que él afirma haber recibido de dar a conocer el advenimiento de la
Parusía?
—Antes de contestar a esa pregunta —dijo Drexel— creo conveniente que
aclaremos un hecho. Es obvio que él le escribió y le envió una copia de la rechazada
encíclica. ¿Correcto?
—Correcto.
—¿Eso ocurrió antes o después de su abdicación?
—Escribió la carta antes de su abdicación. Pero la recibí después.
—Bien. Ahora permítame contarle algo que usted ignora. Cuando mis hermanos
los cardenales se sintieron seguros de haber obtenido por fin el consentimiento de
Gregorio para su abdicación, quedaron convencidos de que habían quebrado su
voluntad y de que en consecuencia él estaría dispuesto a hacer lo que ellos dijeran.
Por eso trataron, en primer lugar, de incluir en el instrumento de abdicación una
promesa de silencio perpetuo sobre cualquier cuestión que se relacionara con la vida
pública de la Iglesia. Yo les dije entonces que ellos no tenían ningún derecho, ni
moral ni legal, para exigir semejante promesa y que si persistían en hacerlo, yo estaba
dispuesto a enfrentarlos en una lucha a muerte. Manifesté que renunciaría a mi cargo
y haría una declaración pública contando en detalle la lamentable historia. Entonces
ensayaron una nueva táctica. Su Santidad había aceptado entrar a la orden de San
Benito y vivir como un simple monje. Eso significaba que quedaba sujeto a la regla
de obediencia a su superior religioso. Mis hábiles colegas sostuvieron, en
consecuencia, que debían impartirse instrucciones al abad para que, en virtud de sus
votos, lo redujera al silencio.
—Conozco esa regla —dijo Carl Mendelius con fría cólera—. Obediencia del
espíritu. La peor forma de agonía que se puede imponer a un hombre honesto. Hemos
sido maestros de todas las tiranías del mundo.
—Por eso mismo —dijo suavemente Drexel—, yo estaba resuelto a que no la
impusieran sobre nuestro amigo. Señalé que lo que se intentaba era una intolerable
usurpación del derecho de cada hombre a actuar libremente bajo la guía de su propia

www.lectulandia.com - Página 60
conciencia y que por firme y fuerte que fuera un voto no podía obligarlo a cometer
algo que él considerara errado o dañino ni tampoco acallar esa conciencia en nombre
de lo que otros consideraban bueno… Y una vez más los amenacé con llevar todo el
caso a la luz pública. Negocié mi voto para el próximo Cónclave y di instrucciones al
abad Andrew para que él también, bajo pena de severas sanciones, si fallaba en esa
misión, protegiera la libertad de conciencia de su nuevo súbdito.
—No sabe cuánto me alegra oír esto, Eminencia —dijo Mendelius grave y
respetuosamente—. Es la primera luz que diviso en este oscuro asunto. Pero aun así,
eso no responde a mi pregunta: ¿A qué se debe el silencio de Jean Marie? Tanto en la
carta que me dirigió cuanto en la encíclica habla de la obligación que tiene de
proclamar ante todos la noticia que, insiste en ello, le ha sido revelada.
Drexel no respondió inmediatamente. Lenta, casi dolorosamente, se levantó de su
silla, caminó hacia la ventana y permaneció allí, una vez más, mirando hacia los
jardines del Vaticano. Cuando finalmente se dio vuelta, su rostro, como la vez
anterior, quedó en sombra; pero Mendelius no protestó. La voz del hombre revelaba
plenamente su evidente angustia.
—Pienso que su silencio se debe al hecho de que él está ahora atravesando por
una experiencia que es común a todos los grandes místicos y que se ha llamado "la
noche oscura del alma". Es un período éste de total oscuridad, de aullante confusión,
en que la persona afectada se encuentra muy próxima a la desesperación, cuando el
espíritu, carente de todo apoyo humano o divino pareciera sostenerse en el vacío. Es
como una réplica de ese terrible momento en que el mismo Cristo gritó: "Dios mío,
¿por qué me has abandonado?"… Esto es lo que el abad Andrew me ha hecho saber.
Y es por eso que él y yo hemos deseado hablar con usted antes que se encuentre
con Jean Marie… El hecho es, Mendelius, que yo pienso que no le respondí, le fallé,
porque traté de encontrar un camino intermedio entre las admoniciones del espíritu y
las exigencias del sistema con el que había comprometido toda mi vida… Espero,
ruego para que usted resulte ser un amigo mejor de lo que yo he sido.
—Habla de él como de un místico, Eminencia. Esto pareciera confirmar que cree
en su experiencia —dijo Carl Mendelius—. En cuanto a mí, y por grande que sea el
afecto para con él, no me siento aún preparado para aceptar esto.
—Espero que usted le manifestará primero su afecto y dejará las preguntas para
después… ¿Tal vez querría tener la bondad de llamarme después de su visita?
—Se lo prometo, Eminencia —Mendelius se levantó—. Gracias por invitarme.
Espero que me perdonará por haber sido algo rudo al comenzar esta entrevista.
—No, rudo no, solamente robusto —el cardenal sonrió y le extendió su mano—.
En otros tiempos usted era mucho menos razonable. El matrimonio le ha sentado
bien.

www.lectulandia.com - Página 61
Lotte y Hilde habían salido al Tivoli, de manera que Mendelius se sentó frente a
un solitario almuerzo en la Piazza Navona. Cuando, aquella mañana, había
abandonado el Vaticano, eran cerca de las doce, así es que había decidido regresar a
pie. Bajando por la Vía della Conciliazione se detuvo a mitad de camino y se dio
vuelta para echar una mirada a la gran Basílica de San Pedro con su columnata
circular que simbolizaba la misión universal de la Madre Iglesia.
Para millones de creyentes, éste era el centro del mundo, el lugar de residencia
del Vicario de Cristo, el sitio donde yacía la tumba de Pedro el Pescador. Los
primeros IBM que se lanzaran desde las rampas soviéticas aniquilarían el lugar en
cuestión de segundos. Una vez que este símbolo visible de unidad, autoridad y
permanencia hubiera sido destruido, ¿qué sucedería con estos millones de fieles?
Habían sido condicionados, desde hacía ya tanto tiempo, para considerar a este
gastado edificio como la matriz del mundo y a su jefe como el único y auténtico
representante de Dios ante los hombres que Mendelius se preguntó hacia quién
volverían sus miradas cuando la casa y el hombre hubieran sido reducidos a reflejos
en el pavimento.
No se trataba aquí de preguntas ociosas o vacías, sino de posibilidades
horriblemente inminentes —para Jean Marie Barette, para Antón Drexel, para Carl
Mendelius que conocía de memoria toda la literatura apocalíptica y la veía
diariamente reescrita en cada línea de la prensa mundial. Sintió una oleada de pena
por Drexel, viejo, aún poderoso, pero despojado de todas sus certidumbres. Sintió
pena por todos ellos: cardenales, obispos, clérigos de la Curia, todos ellos
esforzándose por aplicar el Codees Hurís Canonice a un planeta loco que giraba
inconteniblemente hacia su propia destrucción.
Se dio vuelta y continuó su camino, abriéndose paso, como despreocupado
visitante a través de la multitud de peregrinos, bajando luego por el Puente de Víctor
Manuel y en seguida por el Corso. En algún lugar, a lo largo de esta última calle,
encontró un bar con mesas dispuestas en la acera. Se sentó, pidió un Campari y se
dedicó a contemplar el espectáculo de la atareada calle.
Esta era la mejor estación del año en Roma, con la temperatura aún suave, las
flores frescas en los escaparates de las florerías, las muchachas luciendo sus
tintineantes abalorios veraniegos, las tiendas repletas de chucherías para los turistas.
Mientras se encontraba así, observando distraídamente a los paseantes, le llamó la
atención una mujer joven, de pie cerca de un poste a unos pocos pasos a la izquierda
de donde él se encontraba. Llevaba unos estrechos pantalones azules y una blusa de
seda blanca que destacaba sus altos y bien formados pechos. Un pañuelo rojo,
amarrado en torno a su cabeza, retenía hacia atrás sus cabellos negros y despejaba su
rostro, que semejaba el de una sureña, oliváceo y desdeñoso y que no obstante, ahora
que se hallaba en reposo, aparecía singularmente bello como el de una calma

www.lectulandia.com - Página 62
Madonna. En una mano llevaba un diario doblado y en la otra un bolso de cuero azul.
Se diría que esperaba a alguien. Mientras se hallaba así observándola, un pequeño
Alfa rojo retrocedió hacia el espacio que quedaba libre cerca de ella. El conductor
estacionó torpemente con la nariz del auto apuntando hacia el tránsito. Abrió la
puerta y se inclinó hacia adelante para hablar a la muchacha. Por un momento dio la
impresión de estar proponiéndole algo, pero la muchacha le respondió sin protestar, le
entregó su cartera, y, sosteniendo aún el diario, se dio vuelta para enfrentar la acera.
El conductor esperó, con la puerta abierta y el motor andando.
Unos pocos minutos después, un hombre de mediana edad, muy bien vestido y
llevando un portadocumentos de cuero, apareció, bajando ágilmente a lo largo del
Corso. La muchacha dio un paso adelante y le dirigió la palabra sonriendo. El se
detuvo, como sorprendido, luego asintió y dijo algo que Mendelius no alcanzó a oír.
La muchacha le disparó tres veces en la ingle, tiró el diario a una alcantarilla y saltó
dentro del auto que salió disparado a través del Corso. Por un brevísimo momento,
bajo el impacto de la impresión, Mendelius permaneció inmóvil, pero luego,
recobrándose, se lanzó hacia la víctima caída en el suelo y con sus puños cerrados
apretó la ingle del hombre, tratando de contener el chorro de sangre que brotaba de la
arteria femoral. Se encontraba aún allí cuando la policía y la ambulancia se abrieron
paso a través de la multitud para hacerse cargo del herido.
Un policía dispersó a los asombrados mirones y a los fotógrafos. Un barrendero
limpió la sangre del pavimento. Un hombre vestido de civil empujó a Mendelius
adentro del bar y un camarero trajo agua caliente y servilletas para limpiar sus
ensangrentadas ropas. El propietario ofreció un whisky como atención de la casa.
Mendelius lo bebió agradecido, mientras hacía sus primeras declaraciones. El
investigador, un milanés con un rostro tan carente de expresión como el de un
jugador de póquer, la dictó inmediatamente por teléfono a su cuartel general. Luego
regresó a la mesa al lado de Mendelius y se sirvió un whisky.
—…Ha sido una gran ayuda profesor. La descripción de la asaltante, el detalle tan
bien observado de lo que vestía, constituyen elementos muy útiles en esta primera
fase de la investigación… Me temo, sin embargo, que tendré que pedirle que me
acompañe al cuartel general para que revise algunas fotografías y tal vez, incluso,
trabaje con un artista para hacer un identikit.
—Por supuesto. Pero, si fuera posible, preferiría hacerlo esta tarde. Creo haberle
explicado que tengo algunos compromisos.
—Perfecto. En cuanto termine su bebida lo llevaré adonde me indique.
—¿Quién era la víctima? —preguntó Mendelius.
—Se llama Malagordo. Es uno de nuestros más antiguos senadores, socialista y
judío… Un sucio asunto, y cada semana esto se está poniendo peor.
—Parece tan sin sentido. Una barbaridad completamente gratuita.

www.lectulandia.com - Página 63
—Gratuita sí. Pero sin sentido, eso sí que no. Esta gente está dedicada a crear la
anarquía, es decir a provocar la clásica y total quiebra del sistema por la destrucción
de la confianza pública… Y cada día nos acercamos más al punto de ruptura. Tal vez
le cueste creer lo que le voy a decir, profesor, pero es la verdad. Por lo menos veinte
personas presenciaron el asalto de hoy, pero me atrevería a apostar mi sueldo del mes
a que su testimonio será el único que nos dirá algo concreto… y usted es un
extranjero. Los otros tienen que vivir en esta suciedad, pero no levantarán un dedo
para ayudar a limpiarla. De manera que —levantó los hombros con cansada
resignación— en fin de cuentas tienen el país que merecen… Lo que me recuerda, a
propósito, que usted debe prepararse para ver su fotografía y su nombre publicados
en todos los periódicos.
—Es lo último que necesito —dijo Mendelius sombríamente.
—También puede resultar peligroso —dijo el detective— usted será identificado
como el testigo clave.
—Y en consecuencia como el blanco lógico del próximo ataque. ¿Es eso lo que
está tratando de decirme?
—Me temo que sí, profesor. Comprenda que esto es un juego de propaganda,
teatro negro, donde es preciso derribar al líder, porque la muchacha de la boletería
carece de todo valor para la publicidad… Si admite que le dé un consejo, váyase de
Roma y mejor aún, de Italia.
—Debo quedarme aquí por lo menos una semana más.
—Tan pronto como pueda, entonces. Y entretanto, cambie de dirección. Múdese a
uno de esos grandes hoteles donde suelen reunirse los turistas. Use otro nombre.
Podemos arreglar fácilmente el problema de su pasaporte.
—No creo que nada de eso sirviera de mucho. Tengo que dar unas conferencias
en la Academia Alemana. De manera que continuaré estando expuesto.
—Nada puedo decirle, entonces —el detective se encogió de hombros y sonrió—,
excepto que se cuide, que varíe su rutina y que no hable a bellas muchachas que se
acerquen a usted en el Corso.
—¿Hay alguna posibilidad de protección policial, al menos para mi esposa?
—Ninguna. Estamos desesperadamente necesitados de hombres. Puedo darle, sí,
el nombre de una agencia que arrienda guardaespaldas; pero cobran precios
millonarios.
—Al infierno entonces con ellos —dijo Mendelius—. Vamos a ver esas
fotografías.
Mientras se abrían paso en el automóvil policial a través del caos del mediodía
romano, Mendelius continuaba sintiendo en sus narices el olor de la sangre en su
ropa. Esperaba que Lotte hubiera disfrutado de un buen almuerzo en el Tivoli.
Deseaba que ella gozara con estas vacaciones, porque temía que el futuro no les

www.lectulandia.com - Página 64
deparara muchas más.
Tarde aquel día, al tiempo que esperaba el regreso de Lotte y Hilde, se sentó en la
terraza y escribió un memorándum para Anneliese Meissner. Enumeró sucintamente
los hechos nuevos que había sabido por Georg Rainer y por el Cardenal Drexel y
solamente cuando hubo terminado, añadió sus propios comentarios.

"…Rainer es un periodista sobrio y objetivo. La evidencia médica que


proporcionó, a pesar de venir de segunda mano, probó ser efectiva. Evidentemente
Jean Marie Barette ha estado sometido a una gran tensión, tanto física como
mental. Pero también es claro que no había consenso respecto de su incapacidad.
Para usar las propias palabras de Rainer: si hubieran querido conservarlo como
papa, hubiera bastado darle la oportunidad de un descanso decente y reducir su
carga de trabajo.
"… Quedé sorprendido por el punto de vista del cardenal Drexel. Recuerde
que yo estuve, bajo el escrutinio implacable de la inquisición y lo conocía muy
bien como un dialéctico tan formidable cuanto incansable. No obstante, aun en
nuestros peores momentos, jamás dude de su honradez intelectual. Me encantaría
verlos, a usted y a él, trenzados en un debate público. Sería sin duda una
representación fuera de serie. El rechaza, en forma absoluta, toda idea de insania
o de fraude por parte de Jean Marie. Incluso va más allá porque lo eleva a la
categoría de los místicos como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Catalina de
Siena. Por inferencia, entonces, aunque no explícita ni categóricamente, Drexel
aparece prestando fe a la autenticidad de la experiencia visionaria de Jean Marie.
De manera que ahora, el escéptico, o más bien el agnóstico, soy yo…
"…El próximo miércoles, o jueves, espero ver a Jean Marie. Tenga por seguro
que enviaré a mi asesor una detallada y fiel cuenta de la entrevista. Estoy
anticipando, con agrado se lo confieso, mi primera conferencia en la Academia,
que tendrá lugar mañana. Los Evangélicos constituyen una secta muy interesante
cuya forma de vida me parece admirable. Y sé de lo que hablo, ya que Tübingen
ha sido siempre uno de los centros de la tradición Pietista, que tanta influencia ha
tenido en Inglaterra como en los Estados Unidos… Pero olvido que usted carece
de oídos para esta clase de música… No importa. Confío en usted y estoy muy
contento de que sea mi Beisitzer. Desde esta maravillosa, pero actualmente un
tanto siniestra ciudad, le envío mi más afectuoso recuerdo. Auf Widersehen".

Cuando entró en el recinto donde tendría lugar la conferencia, descubrió que el


público ya se encontraba sentado. La audiencia se componía de veinte pastores
evangélicos, la mayor parte de los cuales apenas sobrepasaba los treinta años, de una
docena de esposas, de tres diaconisas y de media docena de miembros de la

www.lectulandia.com - Página 65
comunidad Waldensiana de Roma, invitados especiales de Herman Frank. El
conjunto de oyentes proporcionó a Mendelius una agradable sensación de comodidad.
La facultad de Teología de Tübingen había hecho las veces de invernadero para el
movimiento Pietista en la Iglesia Luterana y Mendelius siempre se había sentido
atraído por el énfasis que ponía el movimiento en la devoción personal y en los
trabajos de caridad pastoral. En cierta ocasión había escrito un largo ensayo sobre la
influencia de Philipp Jakob Spener y el "Colegio de Piedad" que había fundado en
Frankfurt en el siglo diez y siete.
Cuando terminó la presentación de Herman Frank y se acallaron los aplausos,
Mendelius ocupó el atril de profesor, colocó sus papeles frente a él y comenzó a
hablar, tranquila e informalmente.
—Existen dos formas de considerar la doctrina de los últimos días. Cada una de
ellas es radicalmente diferente de la otra. La primera podría llamarse la "visión
consumativa". La historia humana terminará. Cristo vendrá por segunda vez, en
gloria y majestad, a juzgar a los vivos y a los muertos.
La segunda forma es la que yo llamo la "visión modificadora"… La creación
continúa, pero modificada por el hombre, que esta vez trabajaría, de acuerdo con su
Creador, para la realización de una plenitud de perfección que solamente puede ser
expresada por medio de símbolos o de analogías. En esta segunda visión, Cristo está
siempre presente y la Parusía expresa la Revelación final de Su Presencia creadora…
Ahora me interesaría saber cuál es el punto de vista de ustedes. ¿Qué le enseñan a su
gente sobre la doctrina de los últimos días? Al que desee contestar le ruego levantar
la mano y decir su nombre y su lugar de origen… Usted señor, en la segunda fila…
—Alfred Kessler, de Colonia… —El que había pedido la palabra era un
muchacho bajo y robusto, de barba cuadrada—. Creo en la continuidad y no en la
consumación del Cosmos. Para el individuo, la consumación consiste en la muerte y
en la unión con su Creador.
—¿Entonces, pastor, cómo interpreta las Escrituras para sus fieles? Les enseña las
Escrituras como la Palabra de Dios, por lo menos, así presumo que lo hace. ¿Cómo
interpreta sobre este tema, la Palabra para ellos?
—Como un misterio, Herr Professor: como un misterio que, bajo la influencia y
la ayuda de la Gracia Divina va lentamente develando su significado para cada
individuo en particular.
—¿Podría aclarar ese punto, tal vez expresarlo como suele hacerlo con su
comunidad?
—Habitualmente uso el siguiente razonamiento: el lenguaje es un instrumento de
fabricación humana y en consecuencia, imperfecto. Cuando las palabras fallan o
faltan, la música suele ocupar su lugar. A menudo, un simple contacto de la mano
puede decir más que una cantidad de palabras. Uso el ejemplo de la consumación

www.lectulandia.com - Página 66
personal de cada hombre. Instintivamente, tememos a la muerte. Y sin embargo,
como cada uno de nosotros lo sabe a través de su trabajo pastoral, el hombre poco a
poco se familiariza con la muerte, se prepara, inconscientemente, para su venida, va
aprendiendo a comprenderla a través del universo que lo rodea, una flor que cae y al
hacerlo esparce su semilla que el viento lleva, el renacimiento de la primavera… En
este contexto, la doctrina de los últimos días resulta, si no comprensible, por lo menos
más conforme a la experiencia tanto física como psíquica.
—Gracias, pastor. El próximo…
—Petrus Allmann, de Darmstadt —esta vez se trataba de un hombre de más edad
—. Estoy en completo desacuerdo con mi colega. El lenguaje humano es imperfecto,
verdad, pero Cristo Nuestro Señor lo usó. Pienso que es un grave error atribuir una
especie de doble sentido a las palabras que El pronunció. A este respecto la Escritura
es absolutamente clara. —Citó solemnemente—: "Inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las
estrellas caerán del cielo y las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Entonces
aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre…"' ¿Y qué significan esas palabras
sino el anuncio de la consumación del fin de todas las cosas temporales?
Sorpresivamente, una parte de la audiencia prorrumpió en aplausos. Mendelius
esperó unos minutos y luego sonriendo con buen humor levantó la mano pidiendo
silencio.
—De manera que ahora, señoras y señores, ¿hay alguien que esté dispuesto a
dirimir la contienda entre estos dos hombres de buena voluntad?
Esta vez fue una mujer de cabello gris quien levantó la mano.
—Soy Alicia Herschel, diaconisa, de Heidelberg. No creo que tenga mucha
importancia saber quién de mis colegas tiene la razón. En los países musulmanes
donde trabajé como misionera, aprendí a decir Inshallah. La voluntad del Señor,
cualquiera que ella sea, siempre terminará por cumplirse, no obstante las diversas
formas en que los hombres lean Sus intenciones. El Pastor Allmann acaba de citar el
capítulo XXIV de San Mateo; pero en el mismo capítulo hay otro versículo que dice:
"Mas, de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los Ángeles del cielo ni el Hijo, sino
sólo el Padre".
Era una mujer impresionante y sus palabras fueron recibidas con nutridos
aplausos. A continuación habló un joven de Frankfurt. Esta vez fue él quien dirigió
una pregunta a Mendelius:
—¿Cuál es su posición frente a este problema, Herr Professor?
Le habían hecho la pregunta precisa, que por lo demás él había anticipado que le
harían y, en el fondo, agradeció verse así forzado a definirse. Se recogió en silencio
por unos minutos y luego procedió a diseñar su posición.
—Como saben, yo fui ordenado sacerdote en la Iglesia Católica Romana. Sin

www.lectulandia.com - Página 67
embargo, más tarde dejé ese ministerio y concentré mis esfuerzos en un trabajo
académico. Es así como, y por un largo tiempo, me he visto absuelto de la obligación
de llevar adelante una interpretación pastoral de la Escritura. Ahora continúo siendo
un cristiano confeso, pero soy un historiador, dedicado a un estudio puramente
histórico de documentos bíblicos y patrísticos. En otras palabras examino lo que ha
sido escrito en el pasado a la luz de nuestro conocimiento de ese pasado… De manera
que, en tanto que profesional, no estoy en condiciones de afirmar o negar la verdad o
falsedad de los escritos proféticos sino que solamente soy competente para hablar de
su origen y autenticidad.
Reinaba ahora un profundo silencio. Su auditorio había aceptado su renuencia a
tomar partido pero si soslayaba o evitaba dar un testimonio personal sabía que sería a
su vez rechazado por sus oyentes. El conocimiento no les bastaba. Como verdaderos
Evangélicos que eran exigían que ese conocimiento fructificara por la palabra y en la
acción. Mendelius continuó.
—Por temperamento y disciplina académica me he inclinado siempre a interpretar
el futuro en términos de continuidad, modificación, cambio. No logro reconciliarme
con la idea de consumación… Ahora, sin embargo, me siento más inclinado de lo que
nunca he estado antes, a considerar que la consumación es posible. En efecto, la
humanidad, y ese es un hecho experimental, tiene hoy en su poder todos los medios
para crear una catástrofe de tales dimensiones como para que la vida humana, tal
como la conocemos, se extinga en el planeta. Y dado que existen otros hechos
experimentales de la capacidad del hombre para el mal y la destrucción, enfrentamos
en estos momentos la temible perspectiva de la inminencia de la consumación…
Un contenido suspiro, claramente audible, brotó de la audiencia. Mendelius
terminó con un breve comentario:
—…La cuestión de discernir si es sabio u oportuno difundir, en estos momentos,
un mensaje como éste, pertenece ya a otro orden de problemas y confieso que, ahora
mismo, me siento incompetente para resolver el dilema.
Hubo un momento de silencio y luego un pequeño bosque de manos emergió del
auditorio. Antes de continuar con las preguntas Mendelius alcanzó su vaso de agua y
bebió un largo sorbo del líquido. Y bruscamente, la incongruente visión de Anneliese
Meissner pareció erguirse ante él, mirándolo agudamente a través de sus gruesos
lentes, con una sonrisa iluminando su fea cara. Casi podía oírla dando su burlón
veredicto.
—Se lo advertí, Carl, ¿no es así? ¡Locura de Dios! Usted nunca terminará de
recuperarse de ella.
Se había planeado que la sesión finalizara al mediodía, pero la discusión resultó
tan animada que era casi la una cuando Mendelius logró por fin escapar al estudio de
Herman Frank para beber algunos tragos antes del almuerzo. Herman se deshizo en

www.lectulandia.com - Página 68
alabanzas, pero Mendelius, mirando los titulares de los diarios dispersos sobre el
escritorio, se sintió casi desgraciado.
Los comentarios de la prensa abarcaban toda la gama, desde lo extravagante hasta
lo malicioso: "héroe del Corso"; "distinguido académico presencia un asalto"; "ex-
jesuita, testigo clave contra las brigadas terroristas". En cuanto a las fotografías, eran
lóbregas: Mendelius, con las ropas salpicadas de sangre, arrodillado al lado de la
víctima; Malagordo alzado dentro de la ambulancia; Mendelius y el detective
absortos en una conversación entre dos vasos de whisky. Había también un retrato
identikit de la asesina, cuidadosamente rotulado: "Impresión de la asesina por el
profesor Carl Mendelius de la Universidad de Tübingen…" El conjunto había sido
orquestado de acuerdo al estilo teatral de los italianos: grandilocuente horror, alto
heroísmo y pesada ironía… "El hecho de que un senador judío deba la vida a un
historiador alemán no carece de cierta justicia poética…"
—¡Dios Todopoderoso! —Mendelius estaba pálido de ira—. Me han colocado en
la posición exacta de un pato de feria, listo para servir de blanco a los tiradores
domingueros.
Herman Frank asintió tristemente.
—Es un feo asunto, Carl. La Embajada acaba de llamar para advertirle que
existen fuertes lazos y conexiones entre los terroristas italianos y los grupos similares
alemanes.
—Lo sé. Creo que ya no nos será posible continuar viviendo en su casa. Le ruego
que llame de vuelta a la Embajada y que consiga de ellos que usen de su influencia a
fin de obtener para nosotros dos cuartos en alguno de los mejores hoteles, el Hassler,
tal vez, o el Grand… Por ningún motivo deseo exponerlos, a usted y a Hilde a ningún
tipo de peligro por culpa mía.
—¡No, Carl! No estoy dispuesto a inclinarme y ceder ante este tipo de amenaza y
sé que Hilde estará de acuerdo conmigo.
—¡Herman, se lo ruego! No es el momento para actos heroicos.
—No se trata de actos heroicos, Carl —Herman se veía sorprendentemente
resuelto—. Es simple sentido común. Rehúso vivir escondido bajo tierra como un
topo. Eso es precisamente lo que estos bastardos están tratando de obtener. Además,
será sólo por una semana. Las muchachas pueden ir a Florencia, tal como lo han
planeado. Y un par de viejos percherones como nosotros bien pueden ser capaces de
cuidar de sí mismos.
—Pero escúcheme…
—Nada de "peros", Carl. Conversemos del asunto con las muchachas a la hora
del almuerzo y veamos lo que dicen.
—Muy bien. Gracias, Herman.
—Gracias a usted, amigo mío. La conferencia de esta mañana representó un

www.lectulandia.com - Página 69
triunfo muy especial para mí. En todos los años que llevo aquí en la Academia, jamás
me había tocado presenciar un debate tan animado. Sus auditores bullen de
impaciencia esperando el momento de la próxima sesión… ¡Oh, casi se me olvida!
Hubo dos llamados telefónicos para usted. Uno de ellos era del cardenal Drexel.
Estará en su escritorio hasta la una y media. El otro fue de la esposa del senador
Malagordo. Desearía que usted la llamara al hospital Salvator Mundi… Aquí tiene los
números. Haga los llamados ahora y así podrá olvidarse de ellos. Me gustaría que
disfrutara del almuerzo.
Mendelius marcó el número de Drexel sintiéndose un tanto perdido. El problema
de la discreción era esencial para el Vaticano. Bien podía ser que Drexel viera en la
amenaza suspendida sobre la vida privada de Mendelius, una amenaza consiguiente
sobre la vida privada de Jean Marie Barette. Se sorprendió al descubrir que el viejo
guerrero estaba cordial y solícito.
—¿Mendelius…? Presumo que ya ha leído los diarios de esta mañana.
—Así es, Eminencia. Justamente acabo de conversar sobre ellos con mi huésped.
Una molestia, por decir lo menos.
—Tengo una sugestión que hacerle. Espero que la acepte.
—Me sentiría dichoso de considerarla, Eminencia.
—Me gustaría que dispusiera, por el resto de los días que pasará aquí, de mi auto
y de mi chofer. El se llama Francone y fue carabinero. Es un experto en todo lo
referente a la seguridad personal de quien esté bajo su cuidado, es alerta y muy capaz.
—Es mucha bondad de su parte, Eminencia, pero me parece que no puedo
aceptar.
—Yo creo que sí puede. Es más, creo que debe aceptar. He invertido una gran
dosis de interés en que se mantenga a salvo, amigo mío. Y me propongo proteger mi
inversión. ¿Dónde se encuentra ahora?
—En la Academia. Regresaré a casa de Frank para almorzar allá. La dirección
es…
—Tengo la dirección. Francone se presentará a las cuatro y permanecerá a su
disposición por el resto de su esta… Y no discuta conmigo ahora. No podemos
permitirnos perder al héroe del Corso, ¿no es así…?
Fue con un aliviado corazón que Mendelius marcó el siguiente número, el del
Hospital Salvator Mundi y pidió hablar con la esposa del senador Malagordo. Lo
comunicaron primero con una monja alemana de modales bastante bruscos y luego
con un agente de seguridad. Después de un largo silencio, la mujer del senador llegó
por fin al teléfono. Deseaba, dijo, darle las gracias por haber salvado la vida del
senador. Estaba seriamente herido pero su condición se había estabilizado y tan
pronto como estuviera en condiciones de recibir visitantes, le agradaría ver al
profesor con el fin de agradecerle personalmente lo que había hecho por él.

www.lectulandia.com - Página 70
Mendelius prometió llamar a fines de la semana, agradeció la cortesía del llamado y
colgó. En cuanto se enteró de las noticias, Herman Frank retornó a su habitual modo
alegre.
—¡Ve usted, Carl! Ese es el otro lado de la medalla. La gente es buena y
generosa. Y el cardenal es un viejo zorro muy sagaz. Tal vez usted lo ignore, pero el
Vaticano tiene un equipo de agentes de seguridad extremadamente capaces y duros,
carentes por completo de inhibiciones, y siempre dispuestos a romper cabezas en
servicio de Dios. Obviamente, este Francone es uno de ellos. Me siento mejor ahora,
mucho mejor. Vamos a casa a almorzar.
Durante el almuerzo, Lotte, muy quieta, casi no habló, pero en cuanto los Frank
se retiraron para su habitual siesta y ella se encontró sola con Carl, dejó muy en claro
su posición.
—No pienso ir a Florencia, Carl, ni a Ischia, ni a ningún otro lugar fuera de
Roma, a menos que tú me acompañes. Si estás en peligro, quiero compartirlo contigo.
De otro modo sentiría que no soy sino un mueble más en tu vida.
—Por favor, schatz, te ruego que seas razonable. No necesitas probarme nada.
—¿Has pensado alguna vez que acaso deba probármelo mí misma?
—Por el amor de Dios, ¿por qué?
—Porque desde que nos casamos yo he disfrutado solamente del lado cómodo y
agradable de la vida, primero como mujer de un distinguido académico y luego como
Frau Professor en Tübingen. Nunca he tenido que preocuparme ni pensar demasiado
acerca de nada, salvo en cuidar a mis hijos y llevar la casa… y siempre tú has estado
allí, como un fuerte y poderoso muro que me ha protegido de todos los vientos.
Nunca he tenido que medirme a mí misma sin ti. Nunca he tenido una rival. Todo eso
ha sido ciertamente maravilloso, pero ahora, cuando miro a las otras mujeres de mi
edad, me siento inadecuada para estos tiempos.
—No existe ningún motivó por el cual debas sentirte inadecuada. ¿Crees tú que
habría sido posible para mí llevar adelante mí carrera académica sin ti, sin el hogar
que tú me has dado y todo el amor con que lo has llenado?
—Sí, creo que sí, en eso te he ayudado. Tu carrera habría sido de todos modos
brillante, aunque tal vez de manera diferente. No eres un académico encerrado en sus
libros, limitado por ellos, sino que además eres un aventurero. ¡Oh sí! Te he visto
deseoso de emprender aventuras y, atemorizada, te he cerrado la puerta. Pero ahora
deseo conocer a ese aventurero y gozar con él antes que sea demasiado tarde.
Rompió a llorar con unas quietas y tiernas lágrimas.
Mendelius extendió los brazos y reclinándola sobre él, comenzó a acariciarla
tiernamente.
—…No hay ningún motivo para estar triste, schatz. Estamos juntos y yo no
quiero ni intento echarte de mi lado. Lo que sucede es que ayer, súbitamente, vi de

www.lectulandia.com - Página 71
frente la cara desnuda del mal. Aquella muchacha, que no puede tener muchos más
años que Katrin, tenía el rostro de una Madonna de Dolci. Y sin embargo disparó a
sangre fría contra un hombre, no para matarlo, sino para destruir su masculinidad…
Yo no querría verte expuesta a ese tipo de crueldad.
—Pero de hecho lo estoy, Carl. Estoy tan expuesta como tú porque formo parte de
ti. Cuando Katrin partió a París con su Franz, deseé fervorosamente ser joven de
nuevo y estar partiendo contigo, así como lo estaba haciendo ella con su amor. Y
estuve celosa, porque ella tenía ahora algo que yo nunca tuve. Cuando tú y Johann
discutían, una parte de mi ser se alegraba con ello, porque eso significaba que
después él vendría a mí. El era como un joven amante con el cual yo me sentía capaz
de despertar celos en ti… ¡Ya está! Lo dije, y si tú me odias por lo que he dicho, nada
puedo hacer ya.
—No puedo odiarte, schatz. Mis enojos contigo nunca han podido durar, bien lo
sabes.
—Supongo que eso también forma parte del problema. Porque yo lo sabía y
quería que tú pelearas conmigo.
—Pero aun así no pelearé contigo, Lotte —se tornó súbitamente sombrío y lejano
—. ¿Sabes por qué? Porque durante toda la primera época de mi vida estuve atado,
cierto que por mi propia voluntad, pero no obstante atado. Y cuando rompí aquella
servidumbre y me sentí nuevamente libre aprecié de tal manera esa libertad que
nunca, desde entonces, he sido capaz de imponer ningún tipo de poder sobre nadie…
Deseo tener una compañera, no una muñeca.
Yo veía lo que estaba sucediendo, pero mientras no lo vieras tú misma y desearas
cambiarlo, yo nada podía hacer, porque nunca he querido forzarte a nada. No sé si
esto ha sido para bien o para mal, pero es así como yo lo veo y lo siento.
—¿Y ahora, Carl? ¿Qué sientes ahora?
—Estoy asustado —dijo Carl Mendelius—, temeroso de lo que puede estar
aguardándonos allá afuera en las calles; y aún más temeroso de lo que puede suceder
cuando yo me haya reunido con Jean Marie.
—Mi pregunta se refería a nosotros, a ti y a mí.
—Es precisamente de eso de lo que estoy hablando, schatz. Cualquier paso que
demos ahora entraña un riesgo. Y yo deseo que tú estés a mi lado, pero no para
demostrarnos mutuamente nada, porque eso sería como tener relaciones sexuales
únicamente para demostrar que podemos hacerlo… Puede ser magnífico, pero está
muy lejos del amor. En resumen, depende de ti, schatz.
—Hay infinitas formas de decirlo, Carl. Te amo. De ahora en adelante, donde tú
estés, ahí estaré yo.
—Dudo que los monjes te ofrezcan una cama en Monte Cassino; pero fuera de
eso, ¡espléndido! Estaremos siempre juntos.

www.lectulandia.com - Página 72
—Me parece bien —dijo Lotte con una sonrisa—. Y ahora, Herr Professor, venga
a la cama. Es el lugar más seguro de Roma.
En principio la idea parecía excelente, pero antes que les fuera posible llevarla a
la práctica, la criada golpeó a la puerta para anunciar que Georg Rainer llamaba desde
su escritorio del Die Welt. Rainer parecía de buen humor, pero sus palabras fueron
cortantes, precisas y en estricto tono de negocios.
—Usted se ha transformado en un hombre célebre ahora, Carl. Necesito una
entrevista para mi diario.
—¿Cuándo?
—Ahora, inmediatamente, por teléfono. Para que la entrevista alcance a salir en la
próxima edición dispongo de muy poco tiempo.
—Adelante.
—No tan rápido, Carl. Somos amigos de un amigo común, de manera que por
esta vez, una sola vez, le daré las reglas básicas de una entrevista mía. Si no desea
responder, puede negarse a hacerlo. Pero no me diga nada en confidencia. Imprimiré
todo lo que me diga. ¿Queda claro?
—Claro.
—Estoy grabando esta conversación con su consentimiento. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Comenzamos. Profesor Mendelius, la rapidez y eficiencia de su acción de ayer
salvó la vida del senador Malagordo. ¿Cómo se siente en el papel de una celebridad
internacional?
—Muy incómodo.
—Algunos diarios han juzgado en forma bastante provocativa su acto de
misericordia. Uno de ellos lo llama,"héroe del Corso". ¿Cómo se siente respecto a
eso?
—Avergonzado. No hice nada heroico. Simplemente apliqué una forma elemental
de primeros auxilios.
—¿Y qué piensa de este título "Ex jesuita testigo clave contra las brigadas
terroristas"?
—Eso es una exageración. Presencié el crimen y lo describí a la policía. Presumo
que debe haber muchos otros testimonios.
—Usted dio también una descripción completa de la muchacha que disparó.
—Sí.
—¿Fue una descripción precisa y detallada?
—Sí.
—¿Al dar esta evidencia, sintió que estaba aceptando un gran riesgo?
—Si hubiera callado, habría asumido un riesgo mucho mayor.
—¿Por qué?

www.lectulandia.com - Página 73
—Porque la violencia florece cuando los hombres temen hablar y actuar contra
ella.
—¿Teme ahora las represalias posibles, profesor?
—No tengo temor. Pero sí estoy preparado.
—¿Cómo se ha preparado?
—Sin comentarios.
—¿Está armado? ¿Le han dado protección policial, un guardaespaldas?
—Sin comentarios.
—¿Algún comentario sobre el hecho de que usted es alemán y de que el hombre
cuya vida salvó es judío?
—Jesucristo Nuestro Señor era judío. Me siento dichoso de haber podido servir a
alguien de Su mismo pueblo.
—Y sobre otro asunto, profesor. Entiendo que su conferencia de esta mañana en
la Academia Alemana fue bastante dramática.
—Fue muy bien recibida por el auditorio. Yo no la llamaría dramática.
—El informe que tenemos sobre ella dice así: "Un miembro del auditorio
preguntó al profesor Mendelius si creía que el fin del mundo, tal como había sido
anunciado en la Biblia, era una posibilidad real y el profesor Mendelius replicó que
no sólo era una posibilidad sino una inminente probabilidad".
—¿De dónde diablos sacó esa información?
—Tenemos buenas fuentes, profesor. ¿Ese informe es verdadero o falso?
—Es verdadero —dijo Mendelius—. Pero ruego a Dios que usted no publique
eso.
—Le expliqué las reglas básicas, amigo mío; pero si desea ampliar su declaración
tendré el mayor placer en citarlo textualmente.
—No puedo, Georg. Por lo menos no ahora.
—¿Y qué significa eso, profesor? ¿Tan en serio se toma a sí mismo?
—En este caso, sí.
—Mayor razón aún para imprimir el informe.
—¿Qué tal periodista es usted Georg? ¿Bueno?
—Lo estoy haciendo bastante bien, ¿no le parece? —la risa de Rainer resonó en el
teléfono.
—Hagamos un convenio, Georg.
—Nunca hago convenios. Bueno, casi nunca. ¿En qué está pensando?
—No publique esta información sobre el fin del mundo y a cambio yo le daré una
noticia mucho más importante.
—¿Sobre el mismo tema?
—Sin comentarios.
—¿Cuándo?

www.lectulandia.com - Página 74
—Dentro de una semana.
—Eso cae en viernes. ¿Y qué espera darme para entonces? ¿La fecha de la
Segunda Venida?
—Un almuerzo en el restaurante de Ernesto.
—¿Y una historia exclusiva?
—Se lo prometo.
—Bien. Tiene usted su pacto.
—Gracias, Georg.
—Y yo todavía tengo la grabación para recordar lo que hemos convenido. Auf
Wiedersehen, Herr Professor.
—Auf Wiedersehen, Georg.
Cortó la comunicación y permaneció allí, pensativo y perplejo bajo la indiferente
mirada de los cervatillos y pastores que lo contemplaban desde el cielorraso.
Involuntariamente había penetrado en un campo minado. Un solo paso descuidado
más que diera y explotaría bajo sus pies.

www.lectulandia.com - Página 75
Capítulo 4
Domenico Giuliano Francone, chofer y hombre de confianza de Su Eminencia,
era, tanto en su aspecto exterior como en su carácter, un original. Su estatura
sobrepasaba el metro ochenta, con un cuerpo de atleta, una sonriente faz de chivo y
un mechón de cabellos rojos diligentemente teñidos. Proclamaba tener sólo cuarenta
y dos años, pero la verdad era que sobrepasaba ampliamente los cincuenta. Hablaba
un alemán que había aprendido en los Guardias Suizos, un atroz francés de Génova,
inglés con acento americano e italiano con sonsonete sorrentino.
Su historia personal era una letanía de variables. Había participado como
aficionado en competencias de lucha libre, había sido campeón ciclista, sargento en el
cuerpo de Carabinieri, mecánico en el equipo de carreras de Alfa, notable bebedor y
mujeriego hasta que, después de la muerte de su esposa había descubierto la religión
y asumido el cargo de sacristán en la iglesia titular de Su Eminencia.
Su Eminencia, impresionado por su laboriosidad y devoción —y posiblemente
por su buen humor— lo había promovido a un puesto de relativa confianza en su casa
particular. Debido a su entrenamiento policial, a su habilidad como chofer, a su
conocimiento de las armas y a su experiencia en combates cuerpo a cuerpo había
llegado a ser casi por derecho propio, el guardaespaldas de Su Eminencia. En estos
duros e incrédulos tiempos, aun un Príncipe de la Iglesia nunca estaba totalmente a
salvo de las amenazas de los terroristas, y si bien es cierto que un hombre de la
Iglesia no se atrevería a demostrar miedo, el gobierno italiano no hacía ningún
secreto de sus propios temores y pedía, en consecuencia, algunas elementales
medidas de precaución.
Todo esto y mucho más fue elocuentemente desarrollado por Domenico Francone
en la tarde del sábado, mientras conducía el automóvil que llevaba a los Mendelius y
a los Franks en una excursión a las tumbas etruscas de Tarquinia. Una vez que sintió
que su autoridad quedaba así perfectamente establecida, procedió a delinear para sus
pasajeros las indispensables reglas de conducta.
—…Soy responsable ante Su Eminencia por la seguridad de ustedes. De manera
que les ruego que hagan lo que yo les diga y que lo hagan sin discutir. Si les digo que
se agachen, esconden sus cabezas, si manejo como un loco, se afirman lo mejor que
puedan y no hacen preguntas. Cuando entren a un restaurante, seré yo quien elija la
mesa. Si usted, profesor, sale a pie por Roma, espera hasta que yo haya estacionado el
auto y esté en condiciones de seguirlo… En esta forma pueden continuar pensando en
sus asuntos y dejarme a mí la preocupación por su seguridad. Conozco perfectamente
la manera de actuar de estos mascalzoni…
—Tenemos plena confianza en usted —dijo Mendelius amablemente—, pero
¿hay alguien siguiéndonos ahora?

www.lectulandia.com - Página 76
—No, profesor.
—Entonces tal vez querría usted ir un poco más despacio, las señoras disfrutarían
si pudieran ver algo del paisaje.
—Por supuesto. Mil perdones… Esta es una zona muy histórica, llena de tumbas
etruscas. Como saben, hay una prohibición de hacer excavaciones sin los debidos
permisos, pero en una cantidad de sitios apartados y escondidos, los robos continúan.
Cuando yo estaba en los Carabinieri…
El torrente de su elocuencia volvió a cobrar nuevos bríos. Los cuatro amigos se
alzaron de hombros, se sonrieron mutuamente y se adormecieron el resto del camino
hasta llegar a Tarquinia. Fue un alivio poderlo dejar de centinela junto al automóvil,
en tanto que ellos seguían a un guardián de voz dulce que los guió a través de unas
colinas cubiertas de trigo hasta el lugar del pueblo de las tumbas buscadas.
Era un lugar tranquilo que llenaba el canto de la alondra y el bajo susurro del
viento a través del verdeante trigo. La perspectiva, desde allí, tenía algo de mágico:
las verdes tierras derramándose lentamente hacia las morenas aldeas allá abajo, con el
mar azul centelleando atrás, los dispersos yates con las velas henchidas por la brisa
dirigiéndose hacia el oeste, hacia Cerdeña. Lotte se sentía verdaderamente
transportada y Mendelius trató de recrear para ella la vida de aquel pueblo
desaparecido…
—…eran grandes mercaderes y grandes navegantes. Dieron su nombre, el de
Tirrenos, a esta parte del Mediterráneo. Trabajaban el cobre y el hierro y fundían el
bronce, cultivaban los fértiles campos que van de aquí hasta el valle del Po y por el
sur hasta Capua. Disfrutaban y amaban la música y el baile y celebraban grandes
fiestas; y al morir, eran enterrados con comida y vino a su lado, y sus mejores ropas,
y escenas describiendo su vida pintadas en las murallas de sus tumbas…
—Y ahora desaparecieron —dijo Lotte suavemente—. ¿Qué les sucedió?
—Llegaron a ser demasiado ricos y la pereza se apoderó de ellos. Se escudaron
detrás de sus ritos y entregaron su confianza a dioses que ya no tenían razón de ser. El
pueblo y los esclavos se sublevaron. Los ricos huyeron con su riqueza y fueron a
pedir protección a los romanos. Los griegos y los fenicios los reemplazaron en las
rutas de su comercio. Y aun su lengua misma terminó por extinguirse. —Suavemente
citó el epitafio—. "¡Oh antigua Veii! Una vez fuiste un reino y había en tu foro un
trono de oro. Ahora los pastores holgazanean y tocan la flauta adentro de tus muros; y
sobre tus tumbas, siegan la cosecha de tus campos…"
—Eso es muy bello. ¿Quién lo escribió?
—Un poeta latino, Propercio.
—Me pregunto lo que escribirán sobre nuestra civilización.
—Tal vez no quede nadie para escribir ni una sola línea… —dijo Mendelius
caprichosamente— y ciertamente que en nuestras tumbas no se grabarán pastorales.

www.lectulandia.com - Página 77
Estos pueblos al menos, esperaban continuidad. Nosotros en cambio estamos
considerando la posibilidad de un holocausto… Se necesitó un cristiano para escribir
el Dies Irae.
—Rehúso seguir pensando en esas cosas tan tristes —dijo Lotte firmemente—.
Esto es muy lindo y yo deseo disfrutar del día.
—Discúlpame —Mendelius sonrió y la besó—. Apróntate ahora para ocultar tus
sonrojos. Los etruscos gozaban con el sexo y pintaron algunos bellos recuerdos de
agradables momentos que el sexo les proporcionó.
—Bien —dijo Lotte—, muéstrame en primer lugar los más sucios y malos entre
esos recuerdos y asegúrate de que es a mí a quien tienes de la mano y no a Hilde.
—Para ser una mujer virtuosa, schatz, tu mente es más bien sucia.
—Alégrate de que sea así —dijo Lotte riéndose alegremente—, pero por el amor
de Dios no se lo cuentes a los niños.
El guía estaba haciéndoles señas, de manera que ella tomó la mano de su esposo y
caminó ágilmente a su lado ascendiendo la suave colina hasta el lugar donde se
encontraba el guía. Era un muchacho joven, de corteses y agradables modales, que
había recibido hacía poco su grado de Arqueología y que se sentía, en consecuencia,
lleno de entusiasmo por el tema. Atemorizado, sin embargo, por la presencia de dos
distinguidos académicos, dedicó su atención a las mujeres, en tanto que Mendelius y
Herman Frank permanecían atrás, conversando en voz baja. Herman estaba aquél día
en ánimo de confidencias.
—Hablé con Hilde sobre el asunto aquel y resolvimos seguir su consejo. Nos
trasladaremos a vivir al campo. Gradualmente, por supuesto, planificaré algún
programa para dedicarme a escribir. Si pudiera obtener un contrato por una serie de
libros, lograría a la vez continuidad en el trabajo y algún sentido de seguridad
económica.
—Eso es precisamente lo que me recomienda mi agente —dijo Mendelius
animándolo—. Dice que los editores prefieren ese tipo de proyecto porque les da
tiempo para buscar y asentar los lectores adecuados. En cuanto regresemos a Roma lo
llamaré y veremos qué ha podido hacer en estos días. Usualmente pasa sus fines de
semana en su casa.
—Pero hay sin embargo algo que me preocupa, Carl.
—¿Sí? ¿De qué se trata?
—Bueno, es un tanto embarazoso…
—¡Vamos! Somos viejos amigos. ¿Cuál es el problema?
—Se trata de Hilde. Soy mucho mayor que ella. Y no soy tan bueno en la cama
como solía serlo. Ella dice que no tiene importancia, que no la preocupa para nada y
yo le creo, probablemente porque quiero creerle. En Roma llevamos una vida
interesante y movida: cantidades de amigos, visitantes divertidos y variados…

www.lectulandia.com - Página 78
Bueno… parece que lo uno equilibra lo otro. Si nos vamos al campo, yo tendré mi
trabajo, pero ella se verá encerrada en una casa pequeña, rodeada de campos, como la
mujer de un campesino. Y temo que eso no resulte. Sería por supuesto mucho más
fácil si tuviéramos hijos o nietos; pero tal como están las cosas… me moriría si la
perdiera, Carl.
—Pero ¿qué le hace pensar a usted que puede perderla?
—Eso —señaló con el dedo hacia las dos mujeres y el guía en esos momentos
abría una tumba. Hilde bromeaba con el muchacho y el eco de su alegre risa resonaba
como burbuja en la quietud del valle—. Sé que no soy sino un viejo tonto, pero muy
celoso y… tengo miedo.
—Domínese, hombre —Mendelius usó la manera cortante para tranquilizar a su
amigo—. Domínese y mantenga su boca cerrada. Ustedes se avienen, disfrutan de
una buena vida juntos, Hilde lo ama. Goce de lo que tiene, día a día. Nadie está
asegurado contra nada, para siempre, y nadie tiene derecho a estar asegurado.
Además, en la medida en que permita que el miedo se apodere de usted su capacidad
sexual disminuirá. Cualquier médico le diría lo mismo que le estoy diciendo yo.
—Lo sé, Carl. Pero a veces es muy duro…
—Siempre es duro —Mendelius rehusaba ablandarse—. Es duro cuando la esposa
parece prestar más atención a los niños que a usted. Es duro cuando los niños luchan
contra usted para obtener el derecho a vivir como ellos creen y no como usted piensa
que debieran hacerlo. Es duro cuando un hombre como Malagordo sale a almorzar y
una bonita muchacha le planta dos balas en sus partes sexuales. Vamos, Herman,
¿cuánto azúcar necesita en su taza de café?
—Lo siento.
—No lo sienta. Al hablarme se liberó de un peso que tenía en el corazón. Ahora,
olvídelo. —Hojeó el catálogo que llevaba en la mano—. Esta es la tumba de los
Leopardos, con los flautistas y los tocadores de laúd. Vamos a reunimos con las
muchachas.
Más tarde, cuando se encontraban en la antigua cámara, oyendo las explicaciones
del guía sobre los frescos, otro pensamiento, aventurado y fortuito asaltó a
Mendelius: Jean Marie Barette, ex papa, había sido impelido a proclamar la Parusía;
pero ¿tenía realmente el pueblo interés en oír acerca de eso? ¿Estaba la gente
verdaderamente dispuesta a prestar atención a un delgado profeta que anunciaba una
catástrofe desde la cima de una montaña? Desde aquella época, quinientos años antes
de Cristo, cuando los antiguos Etruscos sepultaban a sus muertos al son de flautas y
laúdes y los encerraban en un perpetuo presente con comida y vino y un leopardo
amaestrado para hacerles compañía bajo los pintados cipreses, la naturaleza humana
no había cambiado mucho.

www.lectulandia.com - Página 79
Aquella noche, Mendelius y Lotte cenaron en una trattoria en la antigua Via
Appia, llevados allí por el locuaz Francone que, ante sus protestas por las largas horas
de trabajo de él, los hizo callar con la frase que ahora les era familiar: "Soy
responsable por ustedes ante Su Eminencia".
Les ordenó sentarse con las espaldas apoyadas en la pared de la cocina y luego se
retiró a comer en la misma cocina, desde donde le era posible vigilar el patio donde
se encontraba el coche y asegurarse de que nadie colocaría una bomba bajo el auto
del Cardenal.
En esta ocasión se encontraban allí invitados por Enrico Salamone, que publicaba
en Italia los libros de Mendelius; se trataba de un soltero de mediana edad con una
señalada aficción a las mujeres exóticas y de preferencia, inteligentes. Su compañera
de esta noche era una tal madame Barakat, esposa divorciada de un diplomático
indonesio. Salamone era el sagaz y exitoso jefe de una casa editorial, gran admirador
de la excelencia académica, pero que jamás desdeñaba la oportunidad de discutir un
tema sensacionalista.
—…¡Abdicación, Mendelius! Piense un poco sobre lo que eso significa. Un papa
vigoroso e inteligente, con sólo sesenta y cinco años, en el séptimo año de su
pontificado. Tiene que haber una jugosa y enorme historia detrás de todo eso.
—Sí, probablemente es así —Mendelius habló con elaborada displicencia—, pero
si un autor intentara meterse con ella creo que sólo conseguiría quebrarse el espinazo.
Los mejores periodistas del mundo sólo han obtenido alguna que otra migaja rancia.
—Estaba pensando en usted, Carl.
—Olvídelo, Enrico —Mendelius se rió—. Por lo demás, mi plato está demasiado
lleno.
—He tratado de explicárselo —dijo madame Barakat—. Le he dicho que debe
mirar hacia otros horizontes. Este es un mundo pequeño e incestuoso y los editores
deben esforzarse por abrir ventanas, hacia el Islam, hacia los Budistas, hacia la India.
Todas las nuevas revoluciones tienen un carácter religioso.
Salamone asintió de mala gana.
—Lo sé. Lo estoy viendo. ¿Pero dónde están los escritores capaces de interpretar
al Este para nosotros? El periodismo no basta y en cuanto a la propaganda no es sino
un mercado de prostitutas. Necesitamos poetas y contadores de cuentos a la vieja
usanza.
—Me parece —dijo Lotte tristemente— que cada cual grita lo más alto y lo más a
menudo que puede y que es imposible contar historias en medio de una multitud o
escribir poesía al resplandor de la televisión.
—Bravo, schatz —dijo Mendelius estrechándole la mano.
—Es verdad —ahora estaba lanzada y pronta para el combate—. No soy muy
lista, pero sé que Carl ha escrito sus mejores obras cuando ha podido disfrutar de una

www.lectulandia.com - Página 80
posición tranquila, en alguna retirada ciudad de provincia. ¿No me has comentado tú
mismo Carl, cuánta gente habla y discute sobre sus libros en lugar de escribirlos? Y
usted también, Enrico. En una ocasión recuerdo que usted dijo que le gustaría
encerrar a sus autores en una habitación y luego guardar la llave de la habitación en
una caja fuerte hasta que fueran capaces de producir un manuscrito terminado.
—Lo dije, Lotte, porque lo creo —le sonrió fugazmente mirándola de reojo—,
pero aun su marido aquí presente no es en verdad el eremita que pretende ser. ¿Qué
está haciendo en Roma, Carl?
—Ya se lo dije: investigando, dando un par de conferencias y aprovechando para
tener unas vacaciones, con Lotte.
—Corre un rumor —dijo madame Barakat dulcemente— de que el ex-papa le
había encomendado a usted una especie de misión.
—De ahí nació la sugerencia mía para un libro suyo —dijo Enrico Salamone.
—¿De dónde demonios sacaron ustedes esa tontería? —Mendelius estaba
francamente irritado.
—Es una larga historia —Salamone se veía divertido, pero no había perdido nada
de su cautela— y le aseguro a usted que es auténtica. Usted sabe que soy judío. Es
pues natural que acostumbre a recibir al embajador de Israel y a los visitantes que él
desea presentar en Roma. Es también natural que hablemos de temas que nos
interesan mutuamente. De manera que… El Vaticano siempre ha rehusado otorgar
reconocimiento diplomático al Estado de Israel. Eso, por supuesto, es pura política.
El Vaticano no desea pelear con el mundo árabe. Si fuera posible, lo que la Santa
Sede desearía sería poder asumir un cierto tipo de soberanía sobre los Santos
Lugares. ¡Ecos de las Cruzadas! Había cierta esperanza de que esa situación pudiera
cambiar bajo Gregorio XVII. Se creía que su respuesta personal a una apertura de
relaciones con Israel podía ser favorable. De manera que, a comienzos de esta
primavera se acordó realizar un encuentro privado entre el embajador de Israel y el
pontífice. El papa se mostró muy franco y directo con relación a este problema, tanto
en el plano interno, con su propio Secretariado de Estado, cuanto en el exterior, con
los líderes árabes. Deseaba continuar explorando la situación. Preguntó a mi
embajador si un enviado suyo, personal y no oficial, sería bien recibido en Israel.
Naturalmente, la respuesta de los israelíes fue afirmativa. Y el suyo fue uno de los
nombres sugeridos por el pontífice…
—¡Santo Dios! —exclamó Mendelius auténticamente sorprendido—. Tiene que
creerme, Enrico. No sabía absolutamente nada de eso.
—Es verdad —afirmó Lotte apoyando a su marido—. Yo lo hubiera sabido. Esto
no fue mencionado jamás, nunca, ni siquiera en estos últimos…
—Lotte, por favor.
—Lo siento, Carl.

www.lectulandia.com - Página 81
—De manera que no había ninguna misión —madame Barakat lucía
apaciguadora y dulce como la miel—, pero ¿hubo alguna comunicación?
—Sólo privada, madame —dijo Mendelius en tono cortante—. Es lo natural en
una vieja amistad… Y desearía cambiar de tema.
Salamone se encogió de hombros y extendió las manos en un gesto de rendición.
—Bien. Pero no debe molestarse conmigo porque haya intentado averiguar algo.
Eso es lo que hace de mí un buen editor. Y ahora, dígame, ¿cómo está saliendo el
nuevo libro?
—Lento. Muy lento.
—¿Cuándo podré esperar el manuscrito?
—En seis o siete meses más.
—Esperemos que para entonces todavía sigamos con este negocio.
—¿Y por qué no habrían de seguir con él?
—Si leyera los diarios, mi querido profesor, se enteraría de que las grandes
potencias nos están llevando a una guerra.
—Necesitan doce meses más —dijo madame Barakat—. Se lo he repetido
muchas veces, Enrico. Nada antes de doce meses. Después de eso…
—Nada volverá a ser igual —dijo Salamone—. Sírvame el resto del vino, Carl.
Creo que podríamos pedir otra botella…
La noche había perdido su dulzura, pero fue preciso, de todos modos, continuar y
terminar aquella comida. Al regresar a través de la dormida ciudad, Mendelius y
Lotte se sentaron muy juntos y hablaron en voz baja, temerosos de despertar una vez
más la elocuencia de Francone. Lotte preguntó:
—¿Qué significa todo eso, Carl?
—No lo sé, schatz. Salamone estaba tratando de ser ingenioso.
—Y madame Barakat es una bruja.
—Salamone colecciona mujeres raras, ¿no te parece?
—Los viejos amigos y sus nuevas compañeras de cama no hacen precisamente
una buena combinación.
—Estoy en completo acuerdo contigo. Enrico hubiera debido darse cuenta de eso
y no traernos a esta señora.
—¿Crees tú que decía la verdad, respecto de Jean Marie y los israelíes?
—Probablemente. ¿Pero, quién sabe? Roma ha sido siempre una galería de
chismes y murmuraciones… Lo difícil es poner el nombre correcto sobre cada una de
las voces que se oyen.
—Odio este ambiente de misterio.
—Yo también lo odio, schatz.
Estaba demasiado cansado para darle a conocer su verdadero estado de ánimo,
para decirle que se sentía como un hombre cogido en las redes de una telaraña,

www.lectulandia.com - Página 82
enredado en los largos y arrastrados mechones de una pesadilla de la que le era
imposible escapar, ni tampoco despertar.
—¿Qué haremos mañana? —preguntó Lotte soñolienta.
—Si no te importa, me gustaría que fuéramos a misa en las Catacumbas y luego a
Frascati para almorzar. Solamente nosotros dos.
—¿Crees tú qué sería posible arrendar un auto y salir solos, manejando tú?
Mendelius rió lastimeramente y sacudió la cabeza.
—Me temo que no, schatz. Y esa es otra lección que deberás aprender en Roma.
No hay forma de escapar de los sabuesos de Dios.
Francone bien podría ser parlanchín, pero era sin duda un excelente perro
guardián. Dio dos vueltas completas alrededor de las calles que rodeaban el
apartamento de Herman Frank y luego permaneció de pie, vigilante, hasta que las
puertas del edificio se cerraron tras ellos, dejando afuera los peligros de la noche.

En los jardines de San Calixto las buganvillas estaban en llamas, las rosaledas en
el primer esplendor de su florecer y las palomas alborotaban en su palomar detrás de
la capilla… todo se conservaba tal como él recordaba que había estado durante
aquella primera visita suya, largos años atrás. Los guías mismos no habían cambiado:
ancianos piadosos provenientes de por lo menos una docena de países, que dedicaban
sus servicios de traductores a los grupos de peregrinos que acudían a rendir homenaje
a las tumbas de los primeros mártires.
Una extraordinaria tranquilidad reinaba en la diminuta capilla, los fantasmas se
habían ido y no había horrores barrocos ni tampoco grotescas huellas medievales.
Aun los símbolos eran sencillos y llenos de gracia: el ancla de la fe, la paloma
trayendo los signos del Pan eucarístico. Todas las inscripciones hablaban de
esperanza y paz: Vita in Christo, In Pace Christi. La palabra Vale —adiós— había
sido desterrada. Aun los oscuros laberintos debajo de la capilla habían sido
despojados de toda forma de terror. Los loculi, es decir los nichos en las murallas que
habían servido de tumbas para los muertos, solo mostraban ahora pequeñas canastas y
polvorientos fragmentos de huesos.
Más tarde, en la Capilla de los Papas, asistieron a una misa oficiada por un
sacerdote alemán para un grupo de peregrinos bávaros. La capilla era una nave
grande, abovedada, donde el conde de Rossi había descubierto, en 1854, el lugar de
descanso de cinco de los primeros pontífices. Uno fue deportado como esclavo a las
minas de Cerdeña, y murió en cautiverio. Su cadáver fue traído de vuelta, y enterrado
en este lugar. Otro fue ejecutado en la persecución de Decio, y otro muerto por la
espalda a la entrada del lugar de entierro. Ahora estaba casi olvidada la violencia en
que perecieron. Allí dormían en paz. Su memoria era celebrada en una lengua que
jamás conocieron.

www.lectulandia.com - Página 83
Arrodillado con Lotte en el suelo de toba, respondiendo a la liturgia familiar,
Mendelius recordó su propio sacerdocio y sintió un ramalazo de resentimiento por
haber sido excluido de su ejercicio. No era así en la Antigua Iglesia. Aún ahora a los
clérigos Unigatas se les permitía casarse, en tanto que los romanos se aferraban con
obstinación a su celibato, y lo reforzaban con mitos y leyendas históricas y leyes
canónicas. Él había escrito copiosos argumentos al respecto, y todavía luchaba contra
eso en los debates; pero, casado a su vez, era un testigo inválido, y los redactores de
las leyes no le prestaban atención.
¿Pero y el futuro —el futuro próximo—, en que el abastecimiento de candidatos
célibes se interrumpiría y la grey pediría el ministerio… de hombre o mujer, casados
o solteros, no importaba, siempre que escucharan el Verbo y compartieran el Pan de
la Vida en caridad? En el Vaticano, Sus Eminencias todavía eludían el problema y se
ocultaban detrás de una tradición cuidadosamente expurgada. Hasta Drexel lo eludía,
porque era demasiado viejo para luchar, y un soldado demasiado bien adiestrado para
desafiar al alto mando. Jean Marie había encarado el tema en su Encíclica, había
enfrentado el problema, y éste era otro de los motivos que habían ayudado a
suprimirla. Y ahora los días negros estaban, una vez más, aproximándose. Los
pastores serían derribados y el rebaño dispersado. ¿Quién sería capaz de congregarlos
una vez más y de mantenerlos unidos en el amor mientras el techo del mundo se
derrumbaba alrededor?
Cuando el celebrante levantó la Hostia y el Cáliz después de la Consagración,
Mendelius inclinó la cabeza y de su corazón se alzó una silenciosa y ardiente
plegaria: "Oh Dios, dame la luz suficiente para conocer la verdad y el valor necesario
para llevar a cabo lo que será exigido de mí". Bruscamente, incontrolablemente, se
encontró llorando. Lotte extendió su mano y apretó la suya y él se aferró a ella, mudo
y desesperado, hasta que la misa terminó y salieron a la luz del sol que refulgía sobre
la rosaleda.
Aquel domingo, temprano, mientras Lotte se encontraba aún en el baño,
Mendelius telefoneó al Hospital Salvator Mundi y preguntó por el estado de salud del
senador Malagordo. Como la vez anterior, su llamado fue transferido de la recepción
a la hermana guardiana y luego al hombre de la seguridad. Finalmente se le comunicó
que el senador se encontraba mucho mejor y que desearía verlo en cuanto le fuera
posible. Hizo entonces una cita para las tres de aquella misma tarde.
La inquietud, poco a poco, se había ido apoderando de él pues estaba cada vez
más convencido de que su reunión del miércoles próximo con Jean Marie estaba
destinada a significar una de las encrucijadas más importantes de su vida.
Si él no era capaz de aceptar la revelación de Jean Marie, la relación entre ellos
cambiaría irrevocablemente. Si, al contrario, aceptaba esa revelación, debería al
mismo tiempo aceptar la misión que involucraba, cualquiera que fuera la forma que

www.lectulandia.com - Página 84
esta misión tomara. De todos modos, muy pronto debería irse de aquí y deseaba,
mientras tanto, tener la menor cantidad posible de impedimentos sociales o de
cualquier otro orden.
Había llevado a cabo algunas investigaciones pero estaba demasiado preocupado
para ser capaz de concentrarse en el material que había reunido, el que, por lo demás,
era fragmentario y en consecuencia, poco importante. Para el martes debería enfrentar
nuevamente a los Evangélicos. Se sentía todavía irritado por la filtración hacia la
prensa que se había producido a propósito de su última conferencia, pero necesitaba
poner a prueba la reacción de una audiencia protestante ante algunas de las
proposiciones de Jean Marie. Además debía cumplir la promesa hecha a Georg
Rainer y darle la historia anunciada. Hasta ahora no tenía la menor idea de lo que le
diría.
Lotte continuaba en el baño, de manera que reunió sus notas y salió a la terraza
con la intención de desayunar allí. Herman había partido temprano para la Academia
y Hilde se encontraba sentada sola frente a la mesa. Le sirvió café y anunció
firmemente:
—Ahora ha llegado el momento en que usted y yo tengamos una pequeña
conversación. Usted está preocupado por algo, Caro mío. ¿De qué se trata?
—Nada. Se lo prometo.
—Herman estudia cuadros. Yo estudio gente. Y veo que hay problemas inscritos
en cada línea de su cara. ¿Anda todo bien entre usted y Lotte?
—Por supuesto.
—¿Entonces, qué sucede?
—Es una larga historia, Hilde.
—Sé escuchar muy bien. Cuéntemelo.
Y él le contó, entrecortadamente al comienzo y luego progresivamente en un
chorro de vívidas palabras, la historia de su amistad con Jean Marie y la extraña
encrucijada hacia la cual esta amistad lo había conducido. Ella lo oyó en silencio; y
para él fue un verdadero alivio poder expresar lo que sentía sin sobrellevar al mismo
tiempo la carga de dar razones o polemizar. Cuando hubo terminado, dijo
sencillamente.
—De manera que así es la cosa, querida mía. Y no sabré nada más hasta que vea a
Jean Marie el miércoles.
Hilde Frank colocó una suave mano sobre su mejilla y dijo gentilmente:
—Es un peso enorme para andar por ahí con él a cuestas, aunque sea el gran
Mendelius. Y ayuda a explicar algunas cosas también.
—¿Qué cosas?
—La romántica idea de Herman de vivir de porotos, "broccoli" y queso de cabra
allá arriba en las montañas.

www.lectulandia.com - Página 85
—Herman ignora lo que le acabo de contar a usted sobre Jean Marie.
—¿Entonces, de qué demonios está hablando Herman?
—Está asustado ante la perspectiva de una nueva guerra. Todos estamos
asustados. Y además él está preocupado por usted.
—¡Y si supiera la forma que tiene de preocuparse! ¿Sabe cuál es su última
ocurrencia? ¡Desea que corramos a Suiza para hacerse unos injertos de hormonas con
el objeto de mejorar nuestra vida sexual! Le dije que no se molestara. Estoy
perfectamente bien tal como estamos.
—¿Es usted feliz, Hilde?
—¿Me creerá que sí? Lo soy. Herman es un encanto y yo lo amo. En cuanto a lo
sexual, el hecho es que no soy ni he sido demasiado competente en esa materia. Oh,
me encanta, claro, la intimidad y el calor de las caricias, pero el resto… no es que sea
frígida, pero sexualmente soy lenta y difícil de excitar y lo que finalmente obtengo
apenas vale la molestia. De manera que usted ve que Herman no tiene nada de qué
preocuparse.
—Entonces lo mejor que usted puede hacer es decirle esto tan a menudo como le
sea posible —dijo Mendelius restando importancia a sus palabras— porque en estos
momentos se siente un tanto inseguro de sí mismo.
—Olvide nuestros problemas, Carl. Saldremos adelante con ellos. Siempre, desde
que nos casamos, he sabido cómo tratar a Frank… Volvamos a su historia.
—Me gustaría conocer su reacción ante ella, Hilde.
—Bueno, para comenzar he vivido mucho tiempo en Italia, de manera que me he
vuelto un poco escéptica en todo lo relativo a santos, milagros, vírgenes que lloran y
sacerdotes que se elevan del suelo durante la misa. En segundo lugar soy una mujer
perfectamente satisfecha de su vida, en tal forma que nunca me he sentido tentada de
recurrir a adivinos, o sesiones de espiritismo o grupos terapéuticos de ningún orden.
Prefiero mil veces hacer cosas divertidas. Finalmente, creo que soy una persona bien
centrada. Mientras mi pequeño rincón de universo tenga sentido para mí, me olvido
del resto. Y, de todos modos, ya no hay forma de cambiarme.
—Bien. Miremos entonces al problema desde otro ángulo. Supongamos que yo
regreso el jueves de Monte Cassino y le digo: "Hilde, acabo de ver a Jean Marie.
Creo que la revelación que él ha recibido es verdadera, que el mundo, en
consecuencia, está por terminar y que la Segunda Venida de Cristo es inminente".
¿Qué haría usted?
—Difícil decirlo. Pero de lo que sí estoy segura es de que no partiría corriendo a
refugiarme en ninguna iglesia, ni me apresuraría en acaparar comida ni me subiría a
los Apeninos para esperar al Salvador o contemplar la última salida del sol. ¿Y usted
Carl? ¿Cómo reaccionaría usted?
—No lo sé, Hilde, mi querida. Desde que leí aquella carta de Jean Marie, no ha

www.lectulandia.com - Página 86
pasado ni una noche, ni un día en que no haya pensado en ello. Pero aun así, no sé.
—Bueno, naturalmente, hay una forma de mirar el asunto…
—¿Qué manera?
—Si alguien se apronta para liquidar al mundo, entonces todo lo que existe carece
de sentido. Y en ese caso, en lugar de esperar el último llamado del tambor, ¿por qué
mejor no comprarse una buena botella de whisky y un gran frasco de barbitúricos y
ponerse a dormir? Creo que muchísima gente haría precisamente eso.
—¿Lo haría usted? —dijo Mendelius suavemente—. ¿Podría hacerlo usted?
Ella volvió a llenar las tazas de café y comenzó, calmadamente a untar de
mantequilla un pedazo de pan.
—Por los mil demonios, usted está en lo cierto, Carl, lo haría. Y estoy segura de
que no querría luego despertar para encontrarme con un Dios capaz de incinerar a sus
propios hijos.
Sonreía al hablar como negando lo que decía, pero Carl Mendelius tuvo la certeza
de que cada una de sus palabras sólo había afirmado la verdad.
Aquella tarde, cuando se dirigían hacia el Hospital Salvator Mundi, Domenico
Francone, habitualmente tan parlanchín, se mostraba taciturno y arisco. Cuando
Mendelius le señaló que parecían haber tomado una ruta muy complicada, Francone
le contestó con bastante brusquedad.
—Conozco mi oficio, profesor. Y le prometo que llegará a tiempo.
Mendelius digirió el desaire en silencio. El tampoco se sentía muy feliz. Su
conversación con Hilde Frank había hecho surgir en él nuevas y más profundas dudas
sobre la veracidad de Jean Marie y la prudencia de su encíclica, así como también
había arrojado una luz diferente sobre la actitud de los cardenales que lo habían
obligado a abdicar.
A través de toda la literatura apocalíptica, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, en los documentos Esénicos y Gnósticos, un tema en especial mantenía
su persistencia: la idea de la existencia de elegidos, de seres escogidos, hijos de la
luz, buena simiente, ovejas amadas por el pastor y por eso mismo, y por siempre,
separadas de las cabras. Para ellos, para estos elegidos, era la salvación. Solo ellos
serían capaces de cruzar indemnes los horrores de los últimos tiempos, solo ellos, en
consecuencia, serían juzgados dignos de un juicio misericordioso.
Era una doctrina peligrosa, no solo porque estaba llena de añagazas y de
paradojas, sino también porque los fanáticos, los charlatanes y los más rabiosos
sectarios podían tan fácilmente apropiarse de ella. En la Guayana un millar de
elegidos había llevado a cabo un suicidio ritual. En el Japón, un millón de hijos de la
luz había levantado al Soka Gakkai. Otros tres millones de predestinados habían
escogido la salvación en la Iglesia Unificada del Reverendo Moon… Todos ellos y
millones de otros, en diez mil cultos exóticos, se creían y se llamaban a sí mismos los

www.lectulandia.com - Página 87
elegidos, los separados y llevaban a la práctica un intenso sistema de adoctrinamiento
que creaba entre ellos lazos fieros, fanáticos y exclusivos…
En la eventualidad de un pánico universal, como el que la encíclica de Jean Marie
sería perfectamente capaz de desatar, ¿cuál podría ser la actitud, la conducta de estos
fanáticos? A la luz de la historia de todas las grandes religiones, las perspectivas que
semejante eventualidad planteaba, eran tristemente desalentadoras. No hacía tanto
tiempo que los musulmanes Mandistas habían ocupado la Kaaba en la Meca, tomado
rehenes y derramado sangre en uno de los lugares sagrados del Islam. Existía la
posibilidad —pesadilla inenarrable pero posible— de que la Parusía fuera precedida
por una vasta y sangrienta cruzada de los creyentes contra los incrédulos, de los "de
adentro" contra los "de afuera". Frente a semejante horror, un suicidio rápido y sin
dolor podría llegar a parecer a muchos la alternativa más razonable.
Y éste era el corazón del problema que debería discutir con Jean Marie. Porque
cuando alguien reclama para sí mismo la gracia de ser el depositario de una
revelación privada, implica necesariamente que ha renunciado a la racionalidad. A
esto los racionalistas replicarían sin duda que una vez que alguien ha invocado haber
recibido cualquier tipo de revelación, por muy consagrada y apoyada por la tradición
que ésta se encuentre, se abren las puertas a la total insania.
Francone enderezó el auto hacia la entrada circular del Salvator Mundi y se
detuvo en un lugar inmediato a la entrada. No se movió de su asiento, sino que dijo
simplemente:
—Vaya directamente adentro, profesor. Y muévase rápido.
Por una fracción de segundo, Mendelius vaciló, pero luego obedeció, abrió la
puerta más cercana y caminó directamente hacia la recepción. Desde allí se detuvo y
miró hacia afuera. Vio a Francone colocar el auto en el área de estacionamiento y
luego caminar ágilmente hacia el lugar donde él se encontraba. Mendelius esperó
hasta que el otro llegó a su lado y le preguntó:
—¿Qué sucedía?
Francone se alzó de hombros.
—Simplemente precaución. Estamos en un lugar cerrado. No tenemos dónde huir.
Vaya arriba y vea al senador. Yo tengo que hacer algunos llamados telefónicos.
Una anciana monja con acento suavo lo acompañó hasta el ascensor. En el quinto
piso, un hombre de la seguridad inspeccionó sus credenciales y lo entregó en manos
de la hermana guardiana, una dama de modales bruscos que —su actitud lo
trasuntaba claramente— pensaba que la salud de los pacientes dependía de su
perfecta sujeción a las firmes manos de la autoridad. Le informó que sólo podía estar
quince minutos, y ni uno más, con el enfermo, que en ningún caso debía ser excitado.
Mendelius inclinó la cabeza con mansedumbre. El también había sufrido a manos de
estas doncellas del Señor y sabía muy bien que de nada servía discutir o rebelarse

www.lectulandia.com - Página 88
contra su combativa virtud.
Encontró a Malagordo apoyado sobre almohadones, con una banda de tela
adhesiva sujetando en su brazo izquierdo la aguja del suero que lentamente
alimentaba su cuerpo. Su delgado y bello rostro se iluminó de placer al ver a su
visitante.
—Mi querido profesor. Gracias por venir. Tenía tantos deseos de verlo.
-Parece estar recuperándose muy bien —Mendelius acercó una silla y se sentó
cerca de la cama—. ¿Cómo se siente?
—Cada día mejor, gracias a Dios. Le debo la vida. Y entiendo que usted se
encuentra en peligro por culpa mía. ¿Qué puedo decirle? Los diarios suelen ser tan
irresponsables. ¿Puedo ofrecerle un poco de café?
—No gracias. Almorcé tarde.
—¿Qué piensa de mi triste país, profesor?
—Por muchos años fue también el mío, senador. Por lo menos, creo que lo
comprendo mejor de lo que pueden hacerlo muchos extranjeros.
—Hemos retrocedido cuatrocientos años hacia el tiempo de los bandidos, de los
condottieri. Y no veo esperanzas de que esto mejore. Como todos los habitantes del
Mediterráneo, somos ahora sólo un montón de tribus perdidas, riñendo unas contra
otras en las riberas de este lago pútrido.
Aquel fúnebre lamento resonó en Mendelius como el de un eco familiar. Los
latinos gustaban de llorar un pasado que jamás había existido. Se esforzó por aliviar
el tono de la conversación que estaba manteniendo con el senador.
—Puede que tenga razón, senador; pero también debo decirle que los vinos de
Castelli siguen siendo espléndidos, y que los spaghetti carbonara del restaurante de
Zia Rosa son tan magníficos como siempre. El domingo mi esposa y yo almorzamos
allí. Y fue muy simpático, porque aún me recordaba, y yo no había regresado desde
los días en que era clérigo. Zia Rosa pareció contenta con mi cambio de estado.
El ánimo del senador cambió y dijo, con el rostro alegrado por placenteras
evocaciones.
—Me han contado que fue una gran belleza.
—Pero ya no lo es. Sin embargo continúa siendo una gran cocinera y maneja el
lugar con puño de hierro.
—¿Ha estado en el Pappagallo?
—No.
—Ese es otro lugar espléndido.
Hubo un momento de silencio y luego Malagordo dijo con humor:
—Estamos hablando de banalidades. Me pregunto por qué malgastamos tanto
nuestra vida con ellas.
—Es una precaución —dijo Mendelius sonriendo—. El vino y las mujeres son

www.lectulandia.com - Página 89
temas carentes de peligro. El dinero y la política, en cambio, solo producen
quebraderos de cabeza.
—Me retiraré de la política —dijo Malagordo— y tan pronto como salga de aquí
emigraré con mi mujer a Australia. Nuestros dos hijos ya están allá y les va muy bien
en los negocios. Además, es el último refugio antes de los pingüinos. No quiero estar
en Europa para cuando se produzca el gran colapso.
—¿Cree usted que habrá un colapso? —dijo Mendelius.
—Sí, estoy seguro. Los armamentos están prácticamente listos. Solo un año más y
los últimos prototipos serán operacionales. No hay bastante petróleo para que el
mundo siga funcionando, Y vemos que un número creciente de países está cayendo
en manos de jugadores o de fanáticos. Es siempre la misma y vieja historia: si tiene
problemas internos, lance una cruzada hacia el exterior. El hombre es un animal loco
y la locura es incurable. ¿Sabe dónde me dirigía esa mañana cuando fui baleado? Iba
a solicitar la liberación de una mujer terrorista que está muriendo de cáncer en una
cárcel de Palermo.
—¡Dios Todopoderoso! —Mendelius juró por lo bajo.
—Creo que Él se sentirá dichoso de ver a esta raza de imbéciles eliminarse a sí
misma… —Malagordo torció la boca mientras un súbito dolor se apoderaba de él—.
Lo sé. Dicho por un judío, esto es una blasfemia. Pero ya no creo en el Mesías. Se ha
demorado demasiado. Y por lo demás ¿a quién le interesa este mundo de sangrienta
confusión?
—Tranquilícese —dijo Mendelius—. Si usted se excita, me echarán de aquí. Esa
hermana guardiana es un verdadero dragón.
—Una vocación errada —Malagordo había recuperado su buen humor— debajo
de esa montaña de cortinajes tiene un cuerpo bastante apetecible. Pero antes que
usted se vaya… —hurgó debajo de sus almohadas y extrajo un pequeño paquete
envuelto en brillante papel de colores y amarrado con una cinta dorada— tengo un
regalo para usted.
—Pero no era necesario —dijo Mendelius confundido—. Sin embargo, gracias.
¿Puedo abrirlo?
—Se lo ruego.
El regalo consistía en una cajita dorada uno de cuyos costados era de vidrio.
Adentro había un trozo de cerámica con inscripciones hebreas. Mendelius la tomó y
la examinó cuidadosamente.
—¿Sabe lo que es, profesor?
—Parece que fuera una ostraca.
—Así es. ¿Puede leer las palabras inscriptas? Mendelius recorrió lentamente con
las yemas de los dedos los caracteres grabados y dijo:
—Me parece que dice Aharon ben Ezra.

www.lectulandia.com - Página 90
—¡Justo! Viene de Masada. Me han dicho que se trata probablemente de uno de
los trozos de cerámica que fueron usados para echar suertes cuando la guarnición
judía prefirió darse muerte antes que caer en manos de los romanos.
Mendelius, profundamente conmovido, sacudió la cabeza, rechazando el regalo.
—No puedo aceptarlo. Verdaderamente no puedo.
—Debe hacerlo —dijo Malagordo—. Es lo más cercano que he podido encontrar
para significar mi agradecimiento; todo lo que resta de un héroe judío, por la vida de
un miserable senador, que incluso ha dejado ya de ser un hombre… Váyase ahora,
profesor, antes que comience a portarme como un tonto…
Cuando llegó nuevamente de regreso a la sala de recepción, encontró a Francone
esperándolo. Caminaron hacia la puerta hasta que Francone colocó su mano en el
brazo de Mendelius para advertirlo y retenerlo.
—Esperemos aquí unos minutos, profesor.
—¿Por qué?
Francone señaló con el índice a través de las puertas de cristal. Dos automóviles
de la policía se encontraban estacionados en el camino de entrada en tanto que afuera
cuatro autos más montaban guardia. Dos ordenanzas colocaban una camilla dentro de
una ambulancia bajo los ojos de una multitud de curiosos. Mendelius se quedó sin
habla, reteniendo la respiración. Francone le explicó concisamente.
—Fuimos seguidos hasta aquí, profesor. Por un auto. Luego llegó un segundo
coche y estacionó justo afuera de las rejas de entrada. De esta manera tenían cubiertas
las dos vías de escape. Felizmente en cuanto dejamos la ciudad me di cuenta de que
éramos seguidos. De manera que, en cuanto llegamos aquí, llamé a la Squadra
Mobile, y ellos procedieron a bloquear las dos entradas de la calle y cogieron a cuatro
de esos bastardos. Uno ha muerto,
—¡Por el amor de Dios, Domenico! ¿Por qué no me lo dijo?
—Porque hubiera echado a perder su visita. Y además ¿qué podría haber hecho
usted? Tal como se lo he explicado profesor, yo sé como trabajan estos mascalzoni…
—Gracias —Mendelius extendió hacia el otro su insegura y húmeda mano—
espero que no le contará esto a mi esposa.
—Cuando se trabaja para un cardenal —dijo Francone con grave
condescendencia— una de las primeras cosas que se aprende es a callarse la boca.

—Queridos colegas —Carl Mendelius, al tiempo que se ajustaba los lentes,


observó a su público con sonriente benignidad—. Comienzo hoy con una suave
censura para una persona o personas desconocidas… Sé que los viajes son caros. Y
no ignoro que los ministros del Evangelio ganan muy poco. Y sé también que es
costumbre aumentar las entradas o el dinero concedido para gastos de viaje
proporcionando a la prensa informes de las conferencias. Esta práctica, siempre que

www.lectulandia.com - Página 91
sea hecha en forma abierta y declarada, no merece objeciones, pero creo que dar a la
prensa, en secreto y sin que los colegas se enteren, noticias sobre lo que ocurre y se
discute en conferencias privadas constituye una falta de cortesía académica. Uno de
nuestros miembros ha contado a un prestigioso periodista que yo pensaba que el fin
del mundo era inminente, lo que ha sido para mí causa de mucho embarazo y
bastantes molestias. Verdad es que afirmé eso en esta sala, pero también es cierto que,
fuera del contexto de nuestra asamblea y de los propósitos especiales que persigue
esta reunión, esa declaración se prestaba fácilmente para ser interpretada como
frívola o tendenciosa. No urgí al periodista para que identificara su fuente, no le exigí
nombres. En consecuencia pido que hoy se me conceda la seguridad de que lo que se
diga aquí sólo será repetido afuera con el pleno conocimiento de todos nosotros…
Todos los que estén de acuerdo con esta sugerencia ¿querrían levantar la mano, por
favor…? Gracias. ¿Alguien está en desacuerdo? Nadie. Aparentemente nos hemos
comprendido. De manera que podemos comenzar… Hemos hablado de la doctrina de
los últimos días: consumación o continuidad. Hemos expresado, sobre el tema,
diferentes puntos de vista. Ahora aceptemos la hipótesis de que la consumación es
posible y además inminente, que el mundo terminará muy pronto. ¿Cuál será, según
ustedes la respuesta de los cristianos ante semejante eventualidad…? Usted señor, en
la tercera fila.
—Wilhelm Adler, de Rosenheim. La respuesta es que el cristiano, o para el caso
cualquier otro ser humano, no puede responder ante una hipótesis, sino solamente
ante un hecho. Creo que éste es precisamente el error de los casuistas y de los
académicos. Tratan de prescribir fórmulas morales para cada situación. Y eso es
imposible. El hombre vive en el "aquí" y el "ahora" y no en el "tal vez".
—Bien… ¿Pero, no suele la prudencia humana dictar al hombre la forma como
debe prepararse para enfrentar al "tal vez"?
—¿Puede dar un ejemplo, Herr Professor?
—Ciertamente. Los primeros discípulos del Señor eran judíos. Continuaron
llevando una vida de judíos. Practicaban la circuncisión. Observaban las leyes y
dietas judías. Frecuentaban las sinagogas y leían las Escrituras… Ahora bien, Pablo
—o más bien Saulo, como se llamaba— se embarca para predicar el Evangelio entre
los gentiles, los no-judíos, para quienes la circuncisión era inaceptable y las leyes de
dieta inexplicables. Los gentiles no veían motivo alguno para mutilar su cuerpo y sí
muchas razones para comer lo que podían cuando lo tenían. Los cristianos se
encontraron así bruscamente fuera de la teoría y en plena práctica… Y el problema se
simplificó solo. Porque es indudable que la salvación no depende de un trozo de piel
humana, ni tampoco puede depender del hecho de tener que dejarse morir de
hambre…
Hubo risas y aplausos ante el rabínico humor del conferenciante. Mendelius

www.lectulandia.com - Página 92
continuó.
—Pablo estaba preparado para esta eventualidad. Pedro no lo estaba. Y como
carecía de apoyo en la Escritura, se vio obligado a encontrar para este nuevo enfoque
el justificativo de una visión "Toma y come", ¿recuerdan?
Ellos recordaban y se oyó un murmullo de aprobación.
—De manera que ahora, continuemos con nuestro "tal vez". Los últimos días
están próximos. ¿Nos encontramos preparados para ellos? Y ¿de qué manera?
Pero ellos retrocedieron ante una respuesta, de tal forma que Mendelius les
ofreció otro ejemplo.
—Algunos de ustedes tienen edad suficiente para recordar los últimos días del
Tercer Reich; en un país en ruinas, con la revelación de la monstruosidad de los
crímenes cometidos por el difunto régimen, con una generación destruida, y el ethos
de una nación corrompido, sólo quedaba una meta posible: sobrevivir. Para aquéllos
de nosotros que aún recuerdan; no es acaso eso lo que más puede asemejarse a una
catástrofe como la que estoy presentando como hipótesis…? Pero ustedes están aquí
hoy porque, en alguna parte, de alguna manera, la fe y la caridad han sobrevivido y
han una vez más, fructificado… ¿Me he explicado bien?
—Sí —la respuesta llegó en un suave coro.
—¿Cómo entonces…? —el desafío que les estaba lanzando se hizo más fuerte—
¿cómo podremos asegurarnos de que, cuando lleguen estos últimos días, la fe y la
caridad sobrevivan entre nosotros? Si quieren, olviden los últimos días. Supongamos
que tal como muchos lo vaticinan, dentro de los próximos doce meses, tengamos una
guerra nuclear ¿qué harían ustedes entonces?
—Morir —dijo una voz sepulcral desde el fondo de la sala lo que provocó
instantáneamente un alegre coro de carcajadas.
—Señoras y caballeros —dijo Mendelius intentando inútilmente sofocar su propia
risa—. Ha hablado un verdadero profeta. ¿Querría él subir a esta tarima y hablar en
mi lugar?
Nadie se movió. Y después de unos minutos la risa fue muriendo en el silencio.
Mendelius continuó, más suavemente esta vez.
—Querría leerles un extracto de un documento preparado por un querido amigo
mío. No puedo nombrarlo, pero les ruego que acepten mi palabra de que se trata de
un hombre de gran santidad y singular inteligencia; además, de alguien que entiende
muy bien los usos y alcances del poder en este mundo moderno. Después de la
lectura, espero que me brindarán sus comentarios.
Hizo una pausa para limpiar sus anteojos y comenzó a leer algunos trozos de la
encíclica de Jean Marie.
"… Es evidente que en estos días de calamidad universal, las estructuras
tradicionales de la sociedad no sobrevivirán. Se desatará una lucha fiera en torno a las

www.lectulandia.com - Página 93
necesidades más elementales de la vida: alimento, agua, combustible y abrigo. Los
fuertes y los crueles usurparán la autoridad. Las grandes sociedades urbanas se
disolverán en grupos tribales…"
Sintió como lentamente las palabras hacían presa del auditorio, cómo la tensión
subía de punto. Cuando terminó de leer, el silencio fue como un muro levantado
delante de él. Retrocedió unos pasos del lugar que había ocupado como
conferenciante y preguntó simplemente:
—¿Algún comentario?
Hubo una larga pausa y luego una joven mujer se levantó.
—Soy Henni Borkheim de Berlín. Mi esposo es pastor. Tenemos dos hijos. Y
tengo una pregunta que hacer. ¿Cómo puede usted demostrar su caridad con un
hombre que llega con una pistola para robar lo que usted aún posee y quitar el último
pan de la boca de sus hijos?
—Y yo tengo otra pregunta —el joven sentado junto a ella se levantó a su vez—.
¿Cómo puede usted continuar creyendo en un Dios que inventa o permite una
calamidad universal así y luego se sienta a juzgar a sus víctimas?
—De manera que tal vez —dijo Carl Mendelius gravemente— debemos ahora
hacernos a nosotros mismos una pregunta más fundamental. Sabemos que el mal
existe, que el sufrimiento y la crueldad existen, y que ellos pueden propagarse y
llegar a todas las extremidades, tal como sucede con el cáncer en el cuerpo humano.
¿Podemos entonces creer en Dios?
—¿Cree usted profesor? —Henni Borkheim estaba nuevamente de pie.
—Sí. Yo creo en Él.
—Entonces ¿podría hacer el favor de contestar a mi pregunta?
—Fue contestada hace dos milenios: "Padre, perdónales porque no saben lo que
hacen".
—¿Y cuál sería la respuesta suya, la que usted daría?
—No lo sé, mi querida —Estuvo a punto de decirle que aún no había sido
crucificado, pero lo pensó mejor y se calló. En cambio, bajó del sitial en que se
hallaba y caminó a través del auditorio hasta el lugar en que la muchacha se
encontraba sentada con su marido. Le habló calmadamente, la voz llena de
persuasión.
—…¿Ve usted la situación en que nos colocamos cuando invocamos y exigimos
la aclaración del testimonio personal ante cada problema planteado? No sabemos, es
imposible que sepamos cómo actuaremos cuando llegue el momento de la acción.
Sabemos cómo deberíamos obrar, sí. Pero no hay forma de conocer con anticipación
lo que efectivamente haremos en una coyuntura dada… Recuerdo, cuando era
muchacho, a mi madre en Dresden hablando con mi tía sobre la inminente llegada de
los rusos. Se suponía que yo no oía, pero oí. Mi madre pasó a mi tía un pote de jalea

www.lectulandia.com - Página 94
lubricante y le dijo: "Creo preferible relajarse y tratar de sobrevivir antes que resistir
y ser asesinada… De todos modos seremos violadas y no creo que exista la promesa
de ningún milagro capaz de prevenir hechos semejantes, ni tampoco ninguna
legislación que cubra la violación en tiempo de caos". —Sonrió y extendió su mano
hacia la joven—. No discutamos. Conversemos sobre estas ideas, pero en paz.
Mendelius y la muchacha se dieron la mano mientras un breve murmullo de
aprobación surgía de la audiencia; luego Mendelius continuó con otra pregunta.
—En un mundo plural ¿de quiénes podemos afirmar que son los elegidos?
¿Nosotros romanos, ustedes luteranos, los Sunitas o los Chutas en el Islam, los
Mormones de Salt Lake City, los Animistas de Tailandia?
—Si respetamos verdaderamente al individuo no es a nosotros a quienes
corresponde elegir —un pastor de cabello gris con las manos agarrotadas por la
artritis se puso penosamente de pie. Habló entrecortadamente pero con convicción—.
No hemos sido llamados para juzgar a los demás de acuerdo a nuestros
conocimientos. La única orden que hemos recibido es la de amar la imagen de Dios
en nuestros compañeros peregrinos en esta tierra.
—Pero también se nos ha ordenado que mantengamos intacta la pureza de nuestra
fe y que hagamos conocer al mundo la buena nueva de Cristo —dijo el pastor Petrus
de Darmstadt.
—Cuando usted llega a sentarse a mi mesa —explicó pacientemente el anciano—
le ofrezco la comida que tengo. Si usted es incapaz de digerirla, ¿qué puedo hacer yo?
¿Obligarlo a comerla y atorarse con ella?
—Y por eso, amigos míos —dijo Mendelius volviendo a coger las riendas de la
discusión— cuando la negra noche cae sobre el ancho desierto donde no hay pilares
ni nubes ni chispas de fuego para guiar nuestro camino; cuando la voz de la autoridad
enmudece y no escuchamos ya nada sino la algarabía de las mismas y viejas
discusiones, cuando Dios parece haberse ausentado de su propio universo ¿hacia
dónde podemos volvernos? ¿a quién, razonablemente, podemos creer?
Caminó lentamente de regreso hacia el sitial del conferenciante y allí, quieta,
largamente, esperó que alguien le respondiera.

—Tengo miedo, schatz. Me siento tan mortalmente asustado que lo único que
desearía es salir de aquí y tomar el primer avión de regreso a Alemania.
Eran las doce y media de la mañana y se encontraban sentados frente a un
temprano almuerzo en un tranquilo restaurante cerca del Panteón, antes que
Mendelius partiera hacia Monte Cassino. Dos mesas más allá, Francone engullía
spaghetti sin cesar de vigilar la puerta. Lotte se inclinó hacia Mendelius y limpió una
salpicadura de salsa de un rincón de su boca. Lo regañó firmemente.
—En verdad, Carl, no sé por qué se ha formado todo este alboroto. Eres un

www.lectulandia.com - Página 95
hombre libre. Vas a visitar a un viejo amigo. Y más allá de esta única visita no tienes
por qué emprender ninguna misión, ni estás obligado a aceptar nada.
—Me pidió que lo juzgara.
—No tiene derecho a pedirte eso.
—No lo pidió. Lo rogó, lo suplicó. Escucha, schatz. He dado vueltas y más
vueltas en torno a este asunto; me lo he planteado a mí mismo en todas las formas y
niveles de análisis y sin embargo estoy tan lejos de cualquier respuesta como lo
estaba cuando comencé. Jean Marie está exigiendo de mí que lleve a cabo un acto de
fe tan grande como… el reconocimiento de la Resurrección. Y no puedo hacer ese
acto de fe.
—Bueno, explícale esto a él. Así, tal cual.
—¿Y deberé explicarle también el por qué? "Jean, no estás loco, no eres un
impostor, no estás engañado ni eres sujeto de ninguna ilusión; te amo como a un
hermano, pero no creo que Dios elija jardines para dialogar sobre el fin del mundo;
y aunque vinieras a mí cubierto por todos los estigmas de la Corona de Espinas
continuaría no creyéndolo".
—Si eso es lo que realmente piensas, debes decírselo.
—El problema es, schatz, que además pienso otra cosa. He comenzado a creer
que los cardenales tuvieron razón al obligar a Jean Marie a abdicar.
—¿Qué te hace decir eso?
—Puede que sea el resultado de mis diálogos en la Academia y también de una
conversación que tuve con Hilde Frank. El único fin que cada ser humano es capaz de
enfrentar es su propio fin… La catástrofe total está más allá de la capacidad de
comprensión de una persona y probablemente de su capacidad de actuar frente a ella.
De manera que es nada más que una invitación a la desesperación. Jean Marie en
cambio ve todo esto como una invitación a la caridad evangélica. Y yo creo, me he
convencido, de que sólo llevará a una ruptura completa de toda forma de
comunicación social. ¿Quién fue el que dijo? "¿El velo que cubre la faz del futuro fue
tejido por las manos de la misericordia?"
—Por todo lo que acabas de decirme —dijo Lotte firmemente— creo que tienes
la obligación de ser tan honesto con Jean Marie como en este momento estás tratando
de serlo contigo mismo. Te pidió que lo juzgaras. Ofrécele el juicio que te pide.
—Quiero hacerte una pregunta directa y sencilla, schatz… ¿Crees tú que soy un
hombre honrado?
Ella no le contestó inmediatamente. En cambio apoyó su mentón en ambas manos
y se quedó mirándolo por un largo rato sin hablar. Luego, muy suavemente, le
respondió.
—Recuerdo, Carl, el día en que te conocí. Yo estaba con Frederika Ullman.
Bajábamos por la Piazza Spagna, dos muchachas alemanas haciendo su primera visita

www.lectulandia.com - Página 96
a Roma. Y tú estabas ahí, sentado en las escaleras al lado de un joven que estaba
pintando un cuadro, pésimo por lo demás. Te veo aún. Llevabas pantalones negros y
una camiseta de lana de cuello alzado, negra también. Nos detuvimos para mirar el
cuadro. Tú nos oíste conversar en alemán y nos hablaste. Y entonces nos sentamos a
tu lado, felices de poder charlar con alguien. Tú nos ofreciste té y bizcochos en la
pequeña tienda inglesa. Y luego nos invitaste a pasear en carrozza. Y salimos, al trote
de los caballos, hacia Campo dei Fiori. Cuando llegamos allá nos mostraste esa
maravillosa y pensativa estatua de Giordano Bruno y nos contaste sobre él, sobre el
juicio que le siguieron y de cómo lo quemaron por herejía en aquel mismo sitio. Y
luego dijiste: "Eso es lo que ellos desearían hacer conmigo". Yo pensé que habías
bebido o que eras algo loco, hasta que tú nos explicaste que eras un sacerdote y que
estabas bajo sospecha de herejía… Parecías tan solo, tan abrumado por el destino,
que mi corazón, en ese instante, voló hacia ti. Y luego tú citaste las últimas palabras
de Bruno a sus jueces: "Pienso, señores, que ustedes tienen más miedo de mí que el
que yo tengo de ustedes…" Y ahora creo que estoy mirando al mismo hombre que vi
aquel día. El mismo hombre que dijo: "Bruno fue un farsante, un charlatán, un
pensador confuso y oscuro, pero de él solo sé una cosa: que murió como un hombre
honrado". Entonces te amé, Carl. Te amo ahora. Hagas lo que hagas, sea ello bueno o
malo, verdadero o falso, sé que morirás como un hombre honrado.
—Así lo espero, schatz -dijo gravemente Carl Mendelius— y espero en Dios
poder ser honesto con el hombre que nos casó.

www.lectulandia.com - Página 97
Capítulo 5
A las tres y media en punto de aquella tarde, Francone detuvo el coche frente a los
portales de entrada del gran monasterio de Monte Cassino. Un hermano a cargo de
los huéspedes dio la bienvenida a Mendelius y lo condujo hasta su cuarto, una
sencilla habitación pintada a la cal y amoblada con una cama, un escritorio, una silla,
un armario para la ropa y un reclinatorio sobre el cual colgaba un crucifijo tallado en
madera de olivo. Al abrir las contraventanas, descubrió una espectacular vista sobre
el valle del Rápido y las colinas que ondulaban hacia el Lacio. Sonrió ante la sorpresa
de Mendelius y dijo:
—Como ve ya estamos a mitad de camino hacia el cielo… Espero que disfrute de
su estada entre nosotros.
Esperó hasta que Mendelius terminó de desempacar su liviano equipaje y luego lo
acompañó a través de los desnudos y resonantes corredores hasta el estudio del abad.
El hombre que se levantó para recibirlo era pequeño y delicado, con un rostro
delgado y curtido por el tiempo, el cabello gris y la dichosa sonrisa de un niño.
—¡Profesor Mendelius! Es un placer conocerlo. Le ruego que se siente. ¿Quiere
un café, tal vez un poco de licor?
—No gracias; nos detuvimos a tomar café en la autostrada. Estoy muy agradecido
por su bondad al aceptar recibirme.
—Viene usted muy bien recomendado, profesor —la inocente sonrisa reveló un
dejo de ironía—. No intento hacerlo esperar para su encuentro con su amigo; pero
creo que, primero, debemos hablar.
—Por supuesto. Usted me dijo por teléfono que él había estado enfermo.
—Lo encontrará muy cambiado. —El abad hablaba escogiendo cuidadosamente
sus palabras—. Ha sobrevivido a una experiencia que hubiera aplastado a otro menos
fuerte. Y ahora está sobrellevando otra forma de experiencia, más difícil, más intensa,
porque la lucha, esta vez, es interior. Yo lo aconsejo y ayudo lo mejor que puedo. Y el
resto de los hermanos lo apoyan con sus oraciones y sus permanentes atenciones…
pero es un hombre consumido por un fuego interior. Tal vez quiera franquearse con
usted. Si no lo hace, déjele ver que usted comprende. No lo presione. Sé que le ha
escrito y sé lo que le ha pedido. Soy su confesor pero no estoy en condiciones de
discutir el tema con usted porque él no me ha dado permiso para hacerlo… Por otra
parte, usted no depende en nada de mí y en consecuencia tampoco puedo presumir e
intentar dirigir su conciencia.
—Entonces, tal vez usted y yo podamos abrirnos el uno al otro y aclarar así,
mutuamente, nuestro pensamiento respecto de nuestro amigo.
—Tal vez —la sonrisa del abad Andrew fue enigmática—, pero creo preferible
que antes de eso, usted converse con él.

www.lectulandia.com - Página 98
—Desearía obtener primero respuestas para algunas preguntas. ¿Desea él
realmente verme?
—Oh sí, claro que sí.
—Entonces explíqueme por qué cuando yo escribí a ambos, no me contestó él
como lo hizo usted y cuando llamé por teléfono ¿por qué no lo invitó a él también
para que hablara conmigo? —preguntó Mendelius.
—Le prometo que no hubo en ello ninguna intención descortés.
—¿Qué fue entonces?
Por un largo momento, el abad permaneció en silencio, estudiando el dorso de sus
largas manos. Finalmente dijo, destacando con lentitud cada palabra.
—Hay momentos en que él se ve imposibilitado de comunicarse con nadie.
—Suena bastante siniestro.
—Al contrario, profesor. Tengo la convicción, basada en observaciones
personales, de que nuestro amigo Jean ha alcanzado un grado muy alto de
contemplación, que de hecho ha llegado a ese estado que llamamos "iluminativo" y
que se caracteriza porque durante ciertos períodos el espíritu se absorbe
completamente en su comunicación con el Creador. Es un fenómeno raro y escaso,
pero que suele ser familiar en las vidas de los grandes místicos. Durante estos
períodos de contemplación el sujeto no responde a ningún estímulo externo. Cuando
la experiencia ha terminado, vuelve inmediatamente a la normalidad… Pero en
realidad no le estoy diciendo nada que usted no sepa ya.
—Sé también —dijo Carl Mendelius secamente— que los estados catatónicos y
catalépticos son muy conocidos por la medicina psiquiátrica.
—Estoy perfectamente consciente de ello, profesor. No crea que aquí vivimos
todavía en la Edad de Piedra. Nuestro fundador, San Benito, era un hombre sabio y
tolerante. Tal vez se sorprenda usted al saber que uno de nuestros padres es un
médico muy eminente con grados y títulos de Padua, Zurich y Londres. Ingresó a la
orden hace diez años, a la muerte de su esposa. Ha examinado a nuestro amigo. Bajo
mi dirección, ha consultado el caso con otros especialistas en la materia. Y está tan
convencido como lo estoy yo, de que Jean Marie es un místico y no un psicópata —
dijo el abad mirándolo con expresión seria.
—¿Ha informado de eso a la gente que lo declaró loco?
—He pasado un informe al cardenal Drexel. En cuanto al resto… —sofocó,
divertido, una pequeña risita— ellos parecen ser hombres muy atareados y yo no
deseo ser motivo de perturbación en los importantes asuntos que los ocupan. ¿Alguna
otra pregunta?
—Sólo una —dijo Mendelius gravemente—. Usted cree que Jean Marie es un
místico, un iluminado de Dios. ¿Cree también que Dios le dispensó una revelación de
la Parusía?

www.lectulandia.com - Página 99
El abad frunció las cejas y sacudió la cabeza.
—Después, amigo mío. Hablemos de esto después que usted haya conversado
con él. Entonces le diré lo que yo creo… Venga. Lo está esperando en el jardín. Lo
llevaré hasta donde él está.

Se encontraba de pie en el medio del jardín del claustro, una alta y delgada figura
vestida con el hábito negro de San Benito, dando de comer a las palomas que
revoloteaban a sus pies. Al oír el ruido de los pasos de Mendelius, se volvió y por el
espacio de unos segundos, se quedó mirándolo antes de avanzar vivamente hacia él,
con los brazos extendidos, mientras las palomas, asustadas, se dispersaban sobre su
cabeza. Mendelius avanzó a su vez y se estrecharon en un largo abrazo. Mendelius
impresionado sintió, aun a través de los gruesos hábitos, cuan frágil y delgado se
había vuelto su amigo. Sus primeras palabras no fueron por eso, sino un ahogado
grito:
—¡Jean…! ¡Jean! Amigo mío.
Jean Marie Barette se aferró a él, dando repetidos golpecitos en su espalda y
diciendo una y otra vez:
—Grâce à Dieu! Grâce à Dieu!
Luego se separaron manteniendo el abrazo, pero a una distancia suficiente para
poder mirar los ojos del otro.
—¡Jean! ¡Jean! ¿Qué le han hecho? Está delgado como una serpiente.
—¿Ellos? Nada —extrajo un pañuelo de la manga de su hábito y limpió una
salpicadura del rostro de su amigo—. Todos han sido más que bondadosos. ¿Cómo
está su familia?
—Muy bien, gracias a Dios. Lotte está aquí en Roma y me encargó transmitirle
todo su cariño.
—Estoy muy agradecido de que ella haya consentido en prestármelo a usted… He
orado rogando que viniera pronto, Carl.
—Hubiera deseado venir antes, pero no me fue posible dejar Tübingen antes del
fin del período académico.
—¡Lo sé…! ¡Lo sé! Y ahora me he enterado de que se ha visto envuelto en
problemas con los terroristas en Roma. Eso me preocupa…
—¡Por favor, Jean! Olvidémonos de ello. Cuénteme más bien acerca de usted.
—¿Qué le parece que caminemos un poco? Este lugar es muy agradable, se siente
la brisa que viene de las montañas, fresca y pura, aun en los días de mayor calor.
Cogió el brazo de Mendelius y ambos amigos comenzaron a caminar lentamente
a través de los claustros, conversando sobre temas triviales para dar tiempo a que la
primera emoción del encuentro se calmara y que la paz de su vieja amistad
descendiera una vez más sobre ellos.

www.lectulandia.com - Página 100


—Me siento muy bien aquí —dijo Jean Marie—. El abad Andrew es muy
considerado conmigo. Y me gusta el ritmo de los días: las Horas del Oficio cantadas
en coro, el trabajo tranquilo… uno de los padres es un excelente escultor en madera.
Me siento a su lado en su taller y lo observo mientras trabaja. Me encanta el olor de
las astillas de madera. Hoy es día de fiesta. Y fui yo quien preparó el postre que usted
comerá a la hora de la cena y que está hecho con una vieja receta de mi madre. La
fruta proviene del huerto del monasterio. En la cocina dicen que soy mucho mejor
como cocinero que como papa… ¿Y cómo va su vida, Carl?
—Es una buena vida, Jean. Los niños han comenzado a llevar sus propios rumbos
independientes. Katrin está enamorada de pies a cabeza de su pintor. Johann ha
resultado muy brillante como economista y ha declarado que ha dejado de ser
creyente. Uno siempre continúa esperando que de alguna manera regresará a la fe,
pero de todos modos sigue siendo un espléndido muchacho. En cuanto a Lotte y a mí,
bueno, estamos comenzando a gozar juntos de este mediodía de la vida… El nuevo
libro va caminando. Por lo menos, iba caminando, hasta que usted llegó y lo sacó por
completo de mi cabeza y de mis preocupaciones… No creo que haya pasado una hora
desde entonces en que usted haya estado ausente de mis pensamientos.
—Y usted nunca estuvo muy lejos de los míos, Carl. Es como si fuera la última
tabla a la cual yo podía aún asirme después de mi naufragio. No me atrevía a
perderlo. Cuando miro hacia atrás esos últimos días en el Vaticano; me estremezco de
horror.
—¿Y ahora, Jean…?
—Ahora me siento más calmado, aunque no plenamente en paz todavía, porque
aún no ha terminado mi lucha por liberarme de los últimos vestigios de lo que se
opone a mi plena conformidad con la voluntad de Dios… Parece increíble pensar en
cuan duro puede ser, cuando en realidad debiera ser tan sencillo, abandonarse a la
Voluntad Divina y decir, sintiéndolo con todo el corazón: "Aquí estoy, soy sólo un
instrumento en Tus Manos. Haz de mí lo que Te plazca". La entrega y la confianza
han de ser absolutas; pero siempre uno trata, aun sin saberlo ni darse cuenta, de
proteger la propia apuesta.
—¿Y yo era una parte de la apuesta? —Mendelius habló con una sonrisa y un
leve toque de la mano destinados a suavizar la pregunta.
—Sí, usted era una parte, Carl. Supongo que aún lo es; pero creo que usted forma
también parte del designio divino sobre mí. Si no hubiera escrito, si hubiera rehusado
venir, me habría visto forzado a pensar en otras alternativas y por eso rogué
desesperadamente para que me fueran dadas las fuerzas para enfrentar la posibilidad
de un rechazo suyo.
—Continúa siendo una posibilidad, Jean —dijo Mendelius con grave gentileza—.
Usted me pidió que lo juzgara.

www.lectulandia.com - Página 101


—Y usted, ¿se ha formado ya una opinión sobre cuál será su veredicto?
—No. Necesitaba hablar primero con usted.
—Sentémonos, Carl. Aquí, en este banco de piedra. Aquí estaba yo sentado
cuando ocurrió aquello… Pero antes de hablarle de eso he de contarle otras cosas…
Se sentaron sobre el banco. Jean Marie cogió un puñado de piedrecillas y
comenzó a lanzarlas hacia un blanco imaginario. Habló en un tono casual, cargado de
lejanas reminiscencias.
—…Con toda sinceridad debo decirle Carl, que a pesar de las abundantes y
rituales negativas, de los públicos actos de humildad, la verdad era que yo deseaba
ser papa. Toda mi vida no había sido sino una larga carrera dentro de la Iglesia. Uso
la palabra carrera en el sentido en que la emplean los franceses. Había sido formado
para lo que había hecho. Cuando joven, durante la guerra luché en la Resistencia y así
llegué al seminario como un hombre seguro de su vocación y de sus motivos. Más
aún, desde el primer momento, comprendí la forma de trabajar del sistema. Es muy
similar a la de Saint Cyr, o de Oxford o de Harvard… Si usted conoce las reglas del
juego, todas las condiciones se dan en favor suyo. No estoy intentando desacreditar
nada… lo que digo no tiene nada que ver con eso. Simplemente estoy reconociendo
la existencia de ciertas realidades, del hecho de que, en este campo, como en otros,
hay, debe haber, elementos de cálculo, de ambición… Yo tenía esa ambición. Poseía
también una buena, objetiva y precisamente francesa… De manera que fui un buen
sacerdote, un buen obispo diocesano. Quería serlo. Y trabajé duro para serlo. Repartí
mucho amor, logré reunir e interesar a la gente, aun a la gente joven. Hice algunos
experimentos sociales. Atraía vocaciones cuando en otras diócesis las vocaciones al
contrario, se perdían. Mis feligreses me decían que ellos, a mi lado, experimentaban
un sentido de unidad, de dirección, de propósito religioso. En resumen, era natural
que fuera, tarde o temprano, candidato al capelo rojo del cardenalato. Al final me fue
ofrecido, pero con la condición de que viviera en Roma y trabajara en la Curia.
Naturalmente, acepté. Me nombraron prefecto del Secretariado para la Unidad de los
Cristianos y sub-prefecto del Secretariado de los no-creyentes… Como sabe, son
cargos de segundo orden. El verdadero poder reside en las Congregaciones
Importantes: Doctrina de la Fe, Asuntos Episcopales y Clericales.
"Pero no obstante, me sentía dichoso. Tenía acceso al pontífice. Tenía muchas
posibilidades, la oportunidad de viajar, de hacer contactos de todo orden con gente
muy alejada de la enclave romana… Y así fue como nos conocimos, Carl. Usted
recuerda los entusiasmos que compartimos. Como si hubiéramos tenido un palco en
la Opera… Y había tantas cosas buenas e importantes que parecía posible llegar a
realizar.
"Y fue entonces también cuando comencé a ver cuan poco había yo hecho en
realidad, o cuan poco podía llegar a hacer. Cuando era obispo, si fundaba una escuela

www.lectulandia.com - Página 102


o un hospital, los resultados eran tangibles, tenían sus propias y naturales
consecuencias, estaban ahí. Yo podía, con mis propios ojos ver a las hermanas
confortando a los moribundos… podía ver a los niños recibiendo enseñanza
religiosa… ¿Pero un cardenal en Roma? ¿Qué hacía? Planes y proyectos y
discusiones y una nueva prensa para sacar más rápidamente los documentos, pero
entre el pueblo y yo, entre la gente y yo, una infranqueable muralla parecía haberse
levantado. Había dejado de ser un apóstol. Me había transformado en un diplomático,
un político, un intermediario y la verdad es que el hombre que caminaba sobre mis
zapatos había dejado de gustarme… Y el sistema me gustaba aún menos: engorroso,
arcaico, costoso y lleno de tibios y cómodos rincones acogedores para la pereza de
los hombres que deseaban dormir sus vidas y donde los intrigantes podían florecer
como plantas exóticas en un invernadero.
—Y sin embargo, si yo deseaba cambiar todo aquello, y lo cambié, no le quepa
duda, debía permanecer dentro de la Curia, debía trabajar en los límites y en el marco
de mi propio carácter. Soy por naturaleza un hombre que gusta de persuadir, no de
mandar. Odio toda forma de rudeza. En toda mi vida no he golpeado jamás una
mesa…
—De manera que cuando mi predecesor murió y el cónclave se encontró en un
callejón sin salida, me escogieron a mí, Jean Marie Barette, como sucesor del
Príncipe de los Apóstoles… —Lanzó las últimas piedrecillas sobre el camino y se
levantó penosamente de su asiento en el banco—. ¿Le importaría, Carl, que fuéramos
al taller del padre Edmund? La temperatura es más suave allá, y siempre estaremos
tranquilos y solos. Al llegar la tarde, siento el frío…
En el taller, entre el alegre desorden de los diversos trozos de madera, de las
herramientas del padre Edmund y de un hirsuto Juan Bautista que surgía a medio
terminar de un bloque de roble, los amigos se instalaron sobre un banco, como dos
escolares, mientras Jean Marie continuaba su relato.
—…Y ahí estaba yo, mi querido Carl, elevado repentinamente al más alto sitial
que un hombre puede alcanzar en la ciudad de Dios. Mis títulos daban fe de mi
eminencia y de mi autoridad "Supremo Pontífice de la Iglesia Universal", "Patriarca
de Occidente", "Primado de Italia"… y patatín y patatán. —Rió, auténticamente
divertido—. Se lo digo yo, Carl, cuando se asoma por primera vez a aquel balcón y
mira hacia la plaza de San Pedro y oye el aplauso de la muchedumbre, en ese
momento realmente se cree que es alguien. Es muy fácil olvidarse de que Cristo fue
un profeta errante que dormía en cuevas cavadas en la roca, que Pedro fue pescador
de una aldea galilea y que Juan el Precursor fue asesinado en el fondo de una
cárcel…
—…Y claro, después de aquellos primeros ensayos, usted aprende muy rápido. El
sistema está especialmente diseñado para rodearlo con el aura de la autoridad

www.lectulandia.com - Página 103


absoluta y al mismo tiempo para obstruir en forma resuelta y definitiva su posibilidad
de usarla. Las largas ceremonias litúrgicas y las apariciones públicas son piezas de
teatro en las cuales uno es presentado y lucido como el actor principal. Las audiencias
privadas son acontecimientos diplomáticos. Se hablan banalidades. Se bendicen
medallas. Se fotografía uno con los visitantes para la posteridad de ellos… Entre
tanto el molino de la burocracia sigue moliendo su grano, filtrando todo lo que llega a
su mesa de trabajo, editando y desglosando lo que uno escribe. Usted se ve
constantemente asediado por consejeros cuyo único propósito parece ser el de dilatar
toda decisión. Usted no puede actuar sino a través de intermediarios. Las horas del
día no alcanzan para que usted pueda digerir toda la información que le presentan, y
el lenguaje de la Curia está cuidadosamente estudiado para ser oscuro, tanto como el
lenguaje oficial de los americanos o las declaraciones de doble sentido de los
marxistas…
—Recuerdo haber hablado de esto con el presidente de los Estados Unidos y, más
tarde, con el presidente de la República Popular China. Y cada uno de ellos me
contestó, con expresiones distintas, pero en substancia, lo mismo. El presidente
americano, famoso por sus sabrosas salidas, dijo: "Primero nos castran y luego
esperan que ganemos el Derby de Kentucky". El presidente chino fue más discreto:
"Usted tiene —dijo— quinientos millones de fieles. Los hombres sobre los que yo
gobierno doblan ese número. Es por eso que usted necesita los fuegos del infierno y
yo los campos de concentración, y la muerte nos lleva antes que alcancemos a
realizar siquiera la mitad de la tarea…” Y ese es el otro problema, Carl, la
desesperación que nuestra propia mortalidad provoca en nosotros, y los líderes
desesperados son muy vulnerables. Porque tendemos a rodearnos de aduladores o a
agotar nuestras energías en una lucha sin cuartel contra hombres tan resueltos como
nosotros mismos…
—O tal vez comenzamos a esperar por los milagros —dijo suavemente Carl
Mendelius.
—O nos sentimos tentados de crear esos milagros —Jean Marie lanzó a su amigo
una rápida y sagaz mirada—. Los políticos tienen su andamiaje de propaganda y el
papa sus artesanos de maravillas. Eso es lo que sus palabras han implicado ¿no es así,
Carl?
—Es un punto importante, Jean. Y tiene mucho que ver con el tema que nos
preocupa. Por eso debía decírselo.
—La respuesta es muy sencilla, no obstante. Sí. Es verdad que uno desea que
ocurran milagros. Uno ruega, a Dios para que se deje ver alguna vez, de alguna
forma, en este planeta tan cruel. Pero de ahí a crear uno mismo esos milagros o
buscarse un mago hecho a medida, o adoptar un soi-disant santo de la cosecha anual
que nunca deja de producirse, eso no, Carl. Jamás. Lo qué me sucedió fue real, no fue

www.lectulandia.com - Página 104


deseado, ni pedido. Fue un tormento y no un regalo.
—Pero usted trató de explotarlo.
—¿Cree usted eso, mi viejo amigo?
—Hago la pregunta porque otros lo creen, y porque otros más pueden afirmar eso
en el futuro.
—Y no puedo ofrecerle a usted ninguna prueba para apoyar mis palabras.
—Precisamente, Jean. Para usar los términos de análisis bíblico, usted afirma
haber sido objeto de una revelación privada, pero no puede exigir a otros que apoyen
con un acto de fe un acontecimiento sin pruebas. En consecuencia, es preciso que
surja algún signo que otorgue legitimidad a lo que afirma… Los cardenales temieron
que usted tratara de legitimar su revelación a través del dogma de la infalibilidad. Y
por eso trataron desesperadamente de librarse de usted antes que pudiera usar de ese
recurso…
Jean Marie, con el ceño fruncido, reflexionó por unos minutos y luego asintió.
—Sí. Acepto sus definiciones. Declaro haber sido objeto de una revelación
privada. Y carezco de un signo que legitime mi revelación y me permita
proclamarla…
—Corrección —Mendelius se esforzó por encontrar la frase precisa—: que lo
autorice a usted para proclamarla en tanto que Pontífice de la Iglesia Universal.
—Contemple sin embargo a nuestro Bautista —Jean Marie paseó su mano por la
escultura inconclusa—. Vino del desierto proclamando que el reino de Dios estaba
por llegar, que los hombres debían arrepentirse y ser bautizados. ¿Qué patente de
autoridad tenía? Cito: "Fue dirigida la palabra de Dios a Juan hijo de Zacarías en el
desierto…" —Sonrió y se encogió de hombros—. Por lo menos, Carl, hay
precedentes. Pero permítame continuar… Estábamos hablando acerca del poder y de
sus limitaciones. Uno de los privilegios de que disfruté siendo papa fue el del pleno
acceso a la información, y a la información desde las más altas fuentes. Viajé. Hablé
con los jefes de Estado. Recibí a sus emisarios.
—Y todos ellos, sin excepción, enfrentaban el mismo horrendo dilema. Habían
sido elegidos para servir al interés nacional. Si fallaran en servir ese interés, corrían el
riesgo de ser depuestos. Pero ellos sabían que, llegado un momento, debían encontrar
una forma de compromiso entre el interés de su país y otros intereses, igualmente
imperativos, y que, si este compromiso fracasaba, el mundo podría verse sumido en
una guerra atómica…
—Todos ellos sabían más, Carl, mucho más de lo que jamás osaron, ni osarían
decir en público: que los instrumentos de destrucción son tan amplios, tan mortales,
que no hay contra ellos ningún antídoto posible, que están en condiciones de arrasar
con la humanidad y de transformar al planeta en un lugar inapto para toda forma de
vida humana… Lo que estos hombres me dijeron alimentó las pesadillas que

www.lectulandia.com - Página 105


comenzaron a asediarme, y que ya no me abandonaron ni de día ni de noche. Todo lo
demás me pareció, desde entonces, insignificante, irrelevante: las disputas
dogmáticas, alguno que otro pobre sacerdote acostándose con la sirvienta, la cuestión
de saber si una mujer podía tomar una píldora o llevar consigo una pequeña tarjeta
para calcular sus períodos y evitar así la fabricación de más carne de cañón para el
día del Armageddon… ¿Comprende, amigo mío? ¿Comprende realmente?
—Comprendo, Jean —dijo Mendelius con sombría convicción—. Mejor que
usted mismo, tal vez, porque yo tengo hijos y usted no. Sobre este punto nuestras
situaciones difieren. Pero yo tenía que decírselo, decirle que no se precisa de ninguna
visión para ver la proximidad de la catástrofe final. Lo que sí creo es que esta visión
ha estado ardiendo en su cerebro. Usted mismo acaba de llamarla alimento de sus
pesadillas, y dice que puede tenerlas caminando o durmiendo.
—¿Y el resto, Carl? ¿La liberación final, la última justificación del Plan Redentor
de Dios, la Parusía? ¿La soñé también?
—Podría haberla soñado. —Mendelius elaboró cuidadosa y lentamente su
respuesta—. En tanto que historiador y en tanto que estudioso e investigador de las
creencias religiosas de la humanidad, yo le digo que el tema de los últimos días nunca
ha dejado de estar presente en la memoria popular de todas las razas que han existido
bajo el sol. Se la puede encontrar en todas las literaturas, en todas las manifestaciones
del arte, en todos los ritos conocidos y practicados por el hombre. Las modalidades
en que se ha expresado pueden haber sido diferentes, pero es el mismo sueño el que
persiste, que nos persigue bajo nuestras almohadas en la oscuridad y que, durante el
día, toma sus formas de las nubes de tormenta que se acumulan en el cielo o del rayo
que cae, inesperado y aterrador. Usted y yo compartimos ese mismo sueño pero
cuando usted dice, en su encíclica; "El Espíritu Santo me ha ordenado escribir para
ustedes estas palabras", entonces me veo obligado a preguntarle, como en su
momento lo hicieron sus colegas, si en este caso, está hablando de símbolos o de
hechos. Si me habla de hechos, muéstreme el escrito o el sello, pruébeme que el
mensaje es auténtico.
—Usted sabe que no lo puedo hacer —dijo Jean Marie Barette.
—Así es —dijo Carl Mendelius.
—Pero si admite, Carl, que la catástrofe es posible y aún más, inminente, si
admite que la doctrina de los últimos días forma parte de los sueños más auténticos
de toda la humanidad, y que además está inscrita en la más clara tradición de la
doctrina cristiana, ¿por qué debería yo callar acerca de ella, visión o no visión?
—Porque usted mismo determinó esa catástrofe —Mendelius se mostraba
implacable— usted determinó la circunstancia en que se produciría, el tiempo
aproximado en que ocurriría. Pidió preparativos inmediatos y específicos. Cerró la
puerta a toda esperanza de continuidad y se encerró a sí mismo en una doctrina que

www.lectulandia.com - Página 106


implicaba un margen de elecciones tan estrechas que de hecho estaba destinada a ser
rechazada por la gran mayoría de la humanidad y también por la mitad de su propia
Iglesia. Para los que estuvieran dispuestos a aceptarla, las consecuencias serían
desastrosas: pánico de masas, desórdenes públicos y casi seguramente, una ola de
suicidios…
—Felicitaciones, Carl —Jean Marie le sonrió con irónica aprobación—. El
alegato que acaba de presentar es espléndido, muy superior aun al que presentaron
mis cardenales.
—Ahí se lo dejo —dijo Carl Mendelius.
—¿Y espera que yo le responda?
—En su carta, me pidió que yo fuera, ante el mundo, testigo y apóstol de un
mensaje, que usted ya no se encontraba en condiciones de proclamar. Pero antes, es
preciso que me pruebe a mí que su mensaje es auténtico.
—¿Cómo, Carl? ¿Qué evidencia sería capaz de convencerlo? ¿Una zarza
ardiendo? ¿Un bastón de caña transformado en serpiente? ¿Nuestro Bautista de aquí
emergiendo vivo de su talla de madera?
Pero antes que Mendelius tuviera tiempo para contestar, la campana del convento
comenzó a tañer. Jean Marie se deslizó fuera del banco y sacudió el polvo de su
sotana.
—Es día de fiesta, Carl. Las vísperas se rezan media hora antes de lo
acostumbrado. ¿Nos acompañará a la capilla?
—Si puedo —dijo Mendelius suavemente—. He agotado todas las respuestas
humanas.
—No hay respuestas humanas —dijo Jean Marie Barette y citó lentamente—:
Nisi Dominus aedificaverit domum… "A menos que el Señor construya la casa, los
constructores trabajarán en vano…"
El antiguo orden jerárquico continuaba prevaleciendo en la capilla. El abad,
rodeado por sus consejeros ocupaba el lugar de honor. Jean Marie, ex-papa, estaba
sentado entre los monjes más jóvenes. Carl Mendelius se encontró colocado entre los
novicios, con un breviario prestado en las manos. Le resultó una extraña, punzante
experiencia, como si hubiera retrocedido treinta años, hacia la antigua vida monástica
en la cual había sido entrenado. Cada cadencia del canto gregoriano le era familiar.
Las palabras de los Salmos revivieron en su memoria, como en un caleidoscopio, las
imágenes de sus días de estudiante, clases, discusiones y, en el período que precedió a
su partida, largas y dolorosas disputas con sus superiores. "Ad te, Domine,
clamabo…" entonaba el coro "A Ti clamo, Señor".

No guardes silencio frente a mí


porque si callas

www.lectulandia.com - Página 107


yo seré como los que caen al abismo.
Escucha, Señor, la voz de mi súplica
cuando te ruego,
cuando levanto las manos
a Tu Santo Templo.

La invocación tenía ahora un nuevo sentido para él. Porque el silencio que había
caído entre él y Jean Marie le parecía siniestro. Repentinamente habían dejado de ser
amigos, eran como extranjeros que se hubieran encontrado casualmente en una tierra
de nadie hablando cada uno un lenguaje incomprensible para el otro. El Dios que
había hablado a Jean Marie había permanecido inescrutablemente silencioso para
Carl Mendelius.
"De acuerdo al trabajo de sus manos…" los acordes del canto resonaron bajo las
abovedadas naves "otórgales, Señor, su recompensa". Y la respuesta llegó, sombría y
amenazadora. "Porque ellos no comprendieron los trabajos del Señor… destrúyelos,
Señor, y no les permitas construir".
Pero… pero luchando contra el contrapunto de la melodía, Mendelius despejó los
caminos para construir su argumentación. ¿Cuál era el verdadero sentido de todo
aquello? Si el gran salto de la fe dejara de ser un acto racional, entonces se
transformaría en lo contrario, un acto insano, el acto de un loco que Mendelius de
ninguna manera cometería, aunque ello significara la ruptura del lazo que lo unía a
Jean Marie. Y era en verdad muy triste, a estas alturas de su vida, contemplar
semejante perspectiva, cuando el simple transcurrir del tiempo se encargaba solo de
borrar tantas y tan queridas relaciones.
Se alegró cuando el servicio terminó por fin y la comunidad se reunió para la cena
de fiesta en el refectorio del convento. Descubrió que le era posible reírse de las
pequeñas bromas, aplaudir el postre de Jean Marie, discutir con el padre archivista
sobre los recursos de la biblioteca y con el abad sobre la cualidad del vino de los
Abruzzos. Cuando la cena terminó y los monjes comenzaron a dirigirse hacia la sala
común para el recreo de la velada, Jean Marie se acercó al abad y le dijo:
—¿Podría excusarnos, padre? Tengo aún algunas cosas que discutir con Carl.
Después leeremos juntos las Completas en mi celda.
—Naturalmente… Pero no lo haga velar hasta muy tarde, profesor. Estamos
tratando de obligarlo a que se cuide.
La celda de Jean Marie era tan desnuda como el cuarto donde Mendelius había
sido hospedado. No había otro adorno que un crucifijo, y los únicos libros que se
veían eran la Biblia, una copia de la Regla, un libro de Horas y una edición francesa
de la Imitación de Cristo. Jean Marie se despojó de su hábito, lo besó y lo colgó en el
armario. Luego colocó una camiseta de lana sobre su camisa y se sentó en la cama

www.lectulandia.com - Página 108


frente a Mendelius. Dijo, con un toque de ironía.
—Y así pues, aquí estamos, Carl. Mire atentamente. En esta celda no hay monjes.
Sólo dos hombres tratando de ser honrados el uno con el otro. Permita que yo haga
ahora algunas preguntas… ¿Cree que soy un hombre cuerdo?
—Sí, lo creo, Jean.
—¿Soy un mentiroso?
—No.
—¿Y la visión?
—Creo que tuvo la experiencia que me describió en su carta. Y creo que es
totalmente sincero en la interpretación que le da.
—Pero no desea comprometerse con esa interpretación.
—No puedo. Lo más que puedo es abrir mi mente y mantenerla abierta.
— ¿Y el servicio que le pedí?
—¿Que yo sirva de mensajero para la idea de la próxima catástrofe y de la
Segunda Venida? No puedo hacerlo, Jean. No lo haré. Ya le he explicado algunos de
los motivos que me mueven a no hacerlo. Pero además hay otras razones. Este asunto
provocó su abdicación. Usted llevaba el anillo del Pescador. Usted ostentaba el sello
del Supremo Maestro. Y usted entregó esos signos. Se rindió. Si como papa, no fue
capaz de proclamar aquello en que creía, ¿qué espera de mí? He dejado de ser un
clérigo. Soy nada más que un académico seglar. He sido privado de toda autoridad de
enseñar en la Iglesia. ¿Qué puede esperar que haga yo? ¿Ir por allí formando sectas
de cristianos milenaristas? Eso ya ha sido hecho, en tiempos tan lejanos como los de
Montanus y Tertuliano, y las consecuencias siempre han sido desastrosas…
—No. No es eso lo que pretendo, Carl.
—Eso es lo que sucedería. Le guste o no, lo único que conseguiría sería una
anarquía carismática.
—De todos modos, la anarquía será inevitable.
—Entonces yo rehúso contribuir a ella.
—Le diré algo, Carl. Llegará un día en que aceptará la misión que hoy está
rehusando. Porque algún día verá la luz que hoy no puede ver. Llegará un día en que
sentirá la mano de Dios en su espalda y entonces caminará hacia dondequiera que ella
lo dirija.
—Por el amor de Dios, Jean, ¿qué es usted? ¿Alguna especie de oráculo? No
puede amontonar profecías sobre profecías de lo cual no resultan sino locuras. Ahora,
escúcheme. Soy Carl Mendelius, ¿lo recuerda? Usted me pidió que emitiera un juicio.
Pues bien, lo haré. Juzgo que usted nos ha dicho mucho y muy poco. Usted era el
papa. Dijo que había tenido una visión. En esa visión fue llamado por Dios para
proclamar la inminencia de la Parusía. Ahora, enfrente este hecho: usted no lo hizo.
No lo proclamó. En cambio cedió ante la presión de un grupo de poder. ¿Por qué

www.lectulandia.com - Página 109


permitió que ellos lo silenciaran, Jean? ¿Por qué continúa en silencio ahora? Usted
renunció a la única cátedra desde la cual hubiera podido hablar al mundo. ¿Por qué
espera que un profesor de mediana edad de Suavia rescate lo que usted abandonó? —
La furia y la frustración de Mendelius se desataron en una última y amarga
amonestación— Drexel me ha dicho que usted se ha transformado en un místico. Ser
un místico es algo muy adecuado, muy tradicional y evita un montón de problemas al
establishment, porque aun la misma prensa huye de la locura de Dios. Pero lo que
usted escribió en su encíclica significa la vida o la muerte para millones de seres en
este pequeño planeta. ¿Fue un hecho o una simple ficción? Necesitamos un
testimonio real y pleno. No podemos esperar mientras Jean Marie Barette juega a las
escondidas con Dios en el jardín de un monasterio.
En el momento mismo en que pronunciaba aquellas palabras se avergonzó de su
brutalidad. Jean Marie permaneció por un largo momento silencioso, contemplando
el dorso de sus manos. Cuando finalmente habló, lo hizo con una contenida frialdad.
—Me pregunta por qué abdiqué… El conflicto entre la Curia y yo era mucho más
desesperado de lo que usted pueda imaginar. Si yo hubiera decidido permanecer en
mi cargo, eso hubiera, sin duda alguna, producido un cisma. El Sacro Colegio me
hubiera depuesto y hubiera elegido a un rival. Y durante el medio siglo subsiguiente,
el mundo hubiera resonado con nuestras querellas por la legitimidad del título. Papas
y anti-papas son una vieja historia que en este caso se hubiera repetido. Pero vivir y
morir con eso sobre mi conciencia, no, jamás… Hace un minuto, acaba de usar usted
una metáfora terrible, "Jean Marie jugando a las escondidas con Dios en el jardín de
un monasterio…"
—Lo siento, Jean. Realmente yo no quise decir…
—Al contrario, Carl, quiso decir exactamente lo que dijo; pero sin embargo se
equivocó. No estoy jugando a las escondidas con Dios. Estoy sentado aquí, muy
quieto, esperando que el Señor me hable nuevamente y me diga lo que tengo que
hacer. Sé que necesito un signo que legitime lo que digo, pero sé también que no
estoy en condiciones de dar ese signo por mí mismo. Por eso espero… Hablamos
hace poco de milagros, Carl, de signos y maravillas. Y usted preguntó si yo alguna
vez los había pedido. ¡Oh, sí! Cuando los cardenales venían a argumentar conmigo,
cuando llegaban los médicos, graves y clínicos, yo rogaba pidiendo un milagro:
"Dame Dios, algo para enseñarles, algo que pruebe que no estoy loco, que no soy un
impostor". Antes que usted llegara, supliqué y supliqué: "Por lo menos, haz que Carl
crea en mí". Bien… —Sonrió y se alzó de hombros en un gesto muy galo—. Parece
que deberé esperar más de lo que creía para ser legitimado… ¿Leemos ahora las
Completas?
—Antes de hacerlo, Jean, déjeme decirle una última cosa. Vine como amigo.
Deseo irme como amigo.

www.lectulandia.com - Página 110


—Y así se irá. ¿Por qué rogaremos?
—Roguemos para obtener el último pedido de Goethe: Mehr licht, "más luz".
—Amén.
Jean Marie cogió su breviario. Mendelius se sentó a su lado sobre la angosta cama
y juntos recitaron los salmos de las últimas horas canónicas del día.
A la mañana siguiente la conversación entre ambos amigos resultó mucho más
fácil. Las palabras más duras ya habían sido pronunciadas. No cabían ya temores de
malentendidos pues los puntos en disputa habían sido aclarados. En el jardín de la
visión, Jean Marie Barette, ex-papa, lanzaba migajas de pan a las palomas que se
contoneaban a su alrededor, el jardinero hacía zumbar su azadón, el padre sacristán
cortaba nuevas rosas para los floreros del altar y Carl Mendelius exponía su posición.
—…En lo referente a su revelación privada, Jean, soy un agnóstico. No sé. En
consecuencia, no puedo actuar. Pero en lo referente a nosotros dos, viejos amigos de
corazón, si bien poseo muy poca fe, me sobra el amor. Le ruego que acepte esto.
—Lo acepto.
—No puedo aceptar una misión en la que no creo y sobre la cual usted carece de
la autoridad para enviarme a preciarla. Pero en cambio puedo hacer algo para someter
sus ideas a prueba ante una audiencia internacional.
—¿Y de qué manera se propone hacer eso, Carl?
—En dos formas. En primer lugar puedo llegar a un acuerdo con Georg Rainer,
un periodista de mucho prestigio y autoridad, para publicar una versión precisa y
verdadera de su abdicación. En segundo lugar, yo mismo puedo escribir, para la
prensa internacional, algunos recuerdos personales de mi amigo, el ex Gregorio
XVII. En estas memorias puedo llamar la atención hacia algunas de las ideas que
usted expresa en su encíclica. Finalmente, puedo tomar las medidas necesarias para
asegurarme de que ambos documentos lleguen a poder de las personas incluidas en su
lista diplomática… Le ruego que comprenda lo que le estoy ofreciendo, Jean. No es
un alegato en favor de su visión, no es una cruzada. Se trata simplemente de ofrecer
al público una honrada historia de lo que ocurrió, un retrato simpático, una
exposición clara de sus ideas tal como yo las he entendido… con la posibilidad, para
usted, de negar cualquier aspecto que le moleste o le disguste sobre lo que yo haya
publicado.
—Es un ofrecimiento muy generoso, Carl.
Jean Marie se había conmovido. Mendelius se sintió obligado a hacerle una
advertencia.
—Es mucho menos de lo que me pidió. Por otra parte deja al desnudo los vacíos y
la debilidad de su posición. Por ejemplo, aun para mí, en esta reunión, usted casi no
ha dicho nada respecto de su estado espiritual…
—¿Qué puedo contarle sobre esto, Carl? —El desafío implícito en las palabras de

www.lectulandia.com - Página 111


su amigo parecía haberlo sorprendido—. A veces me siento sumido en una oscuridad
tan honda, tan amenazadora, como si hubiera sido despojado de toda forma humana y
condenado a una eterna soledad. En otros momentos, al contrario, me siento bañado
en una calma luminosa, en una paz total y sin embargo al mismo tiempo
armoniosamente activa, como un instrumento en las manos de un gran artista… No
puedo leer lo que está escrito y no tengo urgencia alguna en interpretarlo, tengo tan
solo la serena confianza de que cada momento que pasa contribuye a realizar en mí el
sueño del maestro. El problema es, mi querido Carl, que tanto el terror como la calma
me cogen igualmente desprevenido. Se van tan súbitamente como aparecen y dejan
mis días tan llenos de vacíos como un queso suizo. A veces me suelo encontrar en el
jardín o en la capilla o en la biblioteca sin tener la menor idea de cómo he llegado
allí. Si eso es el misticismo, Carl, entonces, que Dios me ayude. Preferiría mil veces
caminar por el purgatorio del mundo como todos los hombres… Ahora, cómo se
arreglará usted para explicar esto a sus lectores, ya es asunto suyo.
—Entonces, ¿está de acuerdo con la publicación que he sugerido?
—Precisemos algunos puntos —los ojos de Jean Marie brillaban, traviesos—.
Veamos las cosas a la manera romana y diplomática. Las especulaciones que un
periodista pueda hacer sobre la historia actual no requieren ningún permiso mío. Y si
usted, mi distinguido y docto amigo, desea escribir memorias sobre mí o sobre mis
opiniones, yo no puedo impedírselo… Y dejemos las cosas así, ¿qué le parece?
—¡Encantado! —Mendelius sofocó una risita. En verdad se estaba divirtiendo—.
Ahora, una última pregunta. ¿Podría usted, querría considerar la posibilidad de venir
a Tübingen a pasar unas vacaciones con nosotros? ¡Lotte estaría tan dichosa de
tenerlo en casa! Para mí, sería como si un hermano viniera a vivir conmigo.
—Gracias amigo querido, pero no. Un permiso de esa naturaleza solicitado por
mí podría traerle problemas al abad y además habría dificultades diplomáticas que
requerirían de un manejo muy delicado… Por otra parte nunca estaremos más
próximos el uno al otro de lo que estamos en estos momentos… Ve usted Carl,
cuando yo vivía en el Vaticano, el campo de mi visión estaba constituido por el
panorama total del mundo con sus incontables millones de seres trabajando temerosos
bajo la amenaza de la nube en forma de hongo. Aquí, al contrario, percibo las cosas
en forma reducida, pequeña. Y todo el amor y el anhelo y la capacidad de cuidado
que poseo se concentran en el rostro humano más próximo a mí. En este momento,
ese rostro es el suyo, Carl; usted es todo lo que yo puedo amar y todo es usted. Sé que
no es un sentimiento fácil de expresar, y esa fue precisamente la agonía que
experimenté en el momento de la visión: la pura simplicidad de las cosas, la
esplendorosa, la aterrorizante unidad del Todopoderoso y de sus designios.
Mendelius frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Desearía que me fuera posible compartir su visión, Jean. Pero no puedo. Pienso

www.lectulandia.com - Página 112


que la humanidad tiene ya suficientes terrores sin necesidad de agregarles éste del
Dios del supremo holocausto. Y he conocido gente muy buena que prefiere la
oscuridad eterna a la visión de Siva el Destructor.
—¿Es así como usted percibe a Dios, Carl?
—Allá en Roma —dijo suavemente Mendelius— hay asesinos esperando para
matarme. Pero debo confesarle que temo menos a esos asesinos que a un Dios que
puede cerrar de golpe la tapa de su caja de juguetes y lanzarla al fuego. Y es por eso
que no me siento capaz de predicar su catástrofe del milenio, Jean… No, si ese horror
decretado desde la eternidad es en realidad inevitable.
—Pero el asesino no es Dios, Carl, no es Dios quien apretará el botón rojo.
Por un largo momento Carl Mendelius permaneció en silencio. Luego cogió las
migajas de pan de las manos de Jean Marie y comenzó a alimentar con ellas a los
pájaros. Cuando finalmente habló, fue para decir una banalidad.
—El cardenal Drexel me pidió que lo llamara a mi regreso a Roma. ¿Qué desea
usted que le diga?
—Dígale que estoy contento y bien; que no le deseo mal a nadie; que ruego a
Dios por todos ellos todos los días.
—Ruegue también por mí, Jean. Soy un hombre árido perdido en un oscurecido
desierto.
—La oscuridad pasará. Y después verá amanecer la mañana de la primavera y
contemplará el pozo de agua dulce.
—Así lo espero. —Mendelius se levantó y estiró una mano para ayudar a Jean
Marie a ponerse de pie—. No alarguemos la despedida.
—Escríbame cuando pueda, Carl.
—Le escribiré todas las semanas. Es una promesa.
—Que Dios lo guarde, amigo mío.
Se estrecharon en un largo, fuerte y silencioso abrazo de despedida. Luego Jean
Marie se fue, frágil y oscura silueta despertando con sus pasos los ecos del pavimento
del claustro.

—Usted me hizo una pregunta, profesor —el padre abad caminaba al lado de
Mendelius hacia la puerta del monasterio— y yo le dije que hoy le daría mi respuesta.
—Tengo mucho interés en escucharla, padre abad.
—Creo que nuestro amigo recibió en efecto la visión de la Parusía.
—Entonces, permítame otra pregunta. ¿Siente usted al respecto, la obligación de
hacer algo?
—No, nada en especial —dijo el abad blandamente—. Después de todo, un
monasterio es un lugar donde el hombre aprende a reconciliarse con la idea de los
últimos días. Nos mantenemos en vigilia permanente, en permanente oración;

www.lectulandia.com - Página 113


tratamos de estar siempre prontos, tal como nos lo ordena el Evangelio, y nos
esforzamos por practicar la caridad hacia el viajero y entre nuestra misma comunidad.
—Dicho así, todo parece muy sencillo —dijo Mendelius sin dejarse impresionar.
—Demasiado simple, demasiado blando —el abad le lanzó una rápida mirada de
soslayo—. ¿Eso es lo que usted ha querido decir, no es así? ¿Y qué sugiere que haga
yo, amigo mío? ¿Que envíe a los monjes a anunciar el Apocalipsis en las aldeas de
las montañas? ¿Cuánta gente cree que prestaría oídos a semejante mensaje? Cuando
sonaran las trompetas del juicio final, continuarían viendo a Lacio jugar al fútbol…
¿Qué hará usted mismo ahora?
—Terminar mis vacaciones con mi esposa. Regresar a Tübingen y prepararme
para el próximo año académico… Cuide a Jean por mí.
—Se lo prometo.
—Espero que usted me permita escribirle regularmente.
—Le aseguro que su correspondencia será estrictamente privada.
—Gracias. ¿Puedo dejar algún obsequio con el padre de la recepción?
—Sería muy bienvenido.
—Estoy muy agradecido de la hospitalidad que me han brindado.
—Permítame ofrecerle una palabra de advertencia, amigo mío. No intente lidiar
con Dios. Es un adversario demasiado grande para usted… Tampoco intente manejar
Su Universo, ocúpese más bien de cuidar el pequeño jardín que Él le ha otorgado y
goce de él mientras pueda…

—Comprendo que esta visita ha sido muy dolorosa para usted —Drexel echó los
restos del café en la taza de Mendelius y cogió para sí mismo el último bizcocho.
—Así es, Eminencia.
—¿Y ahora que ha terminado…?
—Ese es precisamente el problema —Mendelius se levantó de su silla y caminó
hacia la ventana—. No ha terminado en absoluto. Para Jean Marie, en cambio sí, todo
ha concluido porque él ha sido capaz de llevar a cabo los actos definitivos de un
creyente: un acto de aceptación de su propia mortalidad, un acto de fe en la continua
y benevolente acción del Espíritu en los asuntos humanos. Yo no he llegado a eso
todavía. Y sólo Dios sabe si algún día podré llegar. Por eso detesto haber tenido que
venir al Vaticano hoy, detesto la pompa y el poder, los históricos oropeles de la
Congregaciones, de los Tribunales, de los Secretariados, todos ellos dedicados ¿a
qué? A la más elusiva de las abstracciones: a las relaciones del hombre con un
incognoscible Creador. Me siento dichoso de que Jean haya abandonado todo eso…
—¿Y usted amigo mío? —El tono del cardenal conservaba toda su dulzura—.
¿Desea usted también abandonar todo eso?
—Oh sí —Mendelius se volvió para enfrentarlo—, pero no me es posible hacerlo,

www.lectulandia.com - Página 114


del mismo modo que no me es posible despojarme de lo que mi madre hizo de mí, o
mi padre, o mis más lejanos antecesores. No puedo abandonar la herencia que ha
hecho de mí lo que soy. No puedo introducirme en la historia de otro hombre o
fabricar para mí un nuevo mito. Aborrezco lo que esta familia a la que pertenezco
hace tan a menudo con sus hijos; pero no puedo abandonarla y tampoco puedo
calumniarla. De manera que sólo me queda sentarme a esperar…
Se encogió de hombros confesándose derrotado y luego permaneció de pie, con la
cabeza baja, silencioso, contemplando a través de la ventana el plácido jardín.
—¿Usted espera? ¿Espera qué, Mendelius? —dijo Drexel presionándolo.
—Sólo Dios sabe. El último día de primavera antes del holocausto. Las agoreras
palabras escritas por el dedo sobre el muro. Espero y eso es todo. ¿Le conté —no,
debo haberlo olvidado— que Jean Marie hizo una profecía con respecto a mí?
—¿Y qué dijo?
—Dijo —Mendelius citó las palabras con una voz sin inflexiones—: "…Algún
día usted aceptará la misión que ahora rehúsa. Algún día verá la luz que ahora no
puede ver. Algún día sentirá sobre su espalda la mano de Dios y caminará hacia
dondequiera ella lo guíe…"
—¿Y usted lo creyó?
—Quise creerlo. Pero no pude.
—Yo le creo —dijo suavemente Drexel.
Estas últimas palabras quebraron el control de Mendelius y se enfrentó a Drexel
con un duro reto.
—¿Y entonces por qué, en nombre de Dios, no ha creído en el resto, en la visión
de Jean Marie y permitió que los demás lo destruyeran?
—Porque no me atreví a arriesgarme —la voz de Drexel temblaba de infinita
pena—. Así como usted y tal vez más que usted, yo necesitaba disponer de la
seguridad de saber quién soy, un hombre con un alto cargo en un antiguo sistema que
ha resistido victoriosamente la prueba del tiempo. La oscuridad me asustaba. Me era
preciso asentarme en la calmada, fría luz de la tradición. No quería tener nada que ver
con misterios, anhelaba sólo un Dios con el cual poder entenderme, una autoridad
ante la cual, en buena fe y limpia conciencia, me fuera posible inclinarme. Cuando
llegó el momento, yo no estaba preparado. No fui capaz ni de renegar del pasado ni
de abdicar a mi función presente… No me juzgue demasiado duramente, Mendelius.
No juzgue a ninguno de nosotros. Usted es más libre y en consecuencia más
afortunado de lo que todos nosotros hemos sido con respecto a esto.
Mendelius se inclinó ante el reproche y dijo, con mansa humildad.
—Fui duro e injusto, Eminencia. Y no tenía derecho a serlo…
—Por favor. Nada de disculpas. —Drexel lo detuvo con un gesto—. Por lo menos
hemos conseguido ser francos el uno con el otro. Y permítame explicarle algo más.

www.lectulandia.com - Página 115


Antiguamente, cuando el mundo estaba lleno de misterios, era mucho más fácil creer
tanto en los espíritus que visitan los bosques como en el Dios que manda a los
truenos. Hoy, en cambio, estamos condicionados por la ilusión visual. Para nosotros
existe sólo lo que podemos ver. Suprima usted los símbolos visibles de una
organización establecida —las catedrales, los templos parroquiales, los obispos y su
mitra— e inmediatamente, para muchos, la Asamblea Cristiana dejará de existir.
Usted puede hablar hasta quedar afónico sobre el Espíritu que nos habita o sobre el
Cuerpo Místico; pero aun dentro del clero, usted le estará hablando a sordos
incapaces de entenderlo. Subconscientemente muchos asocian estas cosas con los
cultistas y los carismáticos. La palabra, segura y tranquilizadora es la de disciplina;
disciplina, autoridad doctrinal y la Misa Cantada del cardenal cada domingo. En este
mundo no hay lugar para santos errantes… Mucha gente prefiere una religión más
sencilla. Una religión que permita ir al templo, presentar su ofrenda y luego salir
llevándose la salvación en un paquete bien amarrado. ¿Cree usted que un clérigo en
sus cabales está dispuesto a ser el anunciador de una iglesia carismática, o una
diáspora cristiana?
—Probablemente no —Mendelius sonrió a pesar de sí mismo—, pero de todos
modos están obligados a aceptar por lo menos un hecho evidente.
—¿Y ese hecho es…?
—Que todos pertenecemos a la misma y amenazada especie: el hombre del
milenio.
Drexel meditó sobre la frase por algunos momentos y luego asintió.
—Es una idea muy sensata, Mendelius. Merece que se reflexione sobre ella.
—Me alegro de que usted piense así, Eminencia. Me propongo incluirla en mi
próximo ensayo sobre Gregorio XVII.
Drexel no demostró ninguna sorpresa. Se limitó a preguntar, como si solo se
tratara de algo de interés académico:
—¿Cree que en estos momentos, un ensayo así sería oportuno?
—Aun si no lo fuera, Eminencia, creo que se trata de un problema de justicia
elemental. Se honra la memoria del más modesto funcionario, aunque solo sea con
cinco líneas en el Diario Oficial del gobierno… Espero que Vuestra Eminencia me
concederá la libertad de consultarlo sobre algunos hechos y tal vez incluso yo lo
engatuse para que me ofrezca su opinión sobre ciertos aspectos de los recientes
acontecimientos.
—En lo que se refiera a hechos —dijo Drexel calmadamente— estaré encantado
de ayudarlo indicándole las fuentes adecuadas. En cuanto a mis opiniones, me temo
que no son aptas para ser publicadas. Por lo demás ello sin duda merecería la
desaprobación de mi actual jefe. De todos modos, gracias por la invitación. Y buena
suerte con su ensayo.

www.lectulandia.com - Página 116


—Me alegro de que le agrade la idea… —Mendelius estaba suave como la miel.
—En ningún momento dije que me gustara —una fugaz sonrisa iluminó el áspero
rostro de Drexel—. Simplemente lo reconozco como un acto de piedad que,
moralmente, me siento obligado a recomendar…
—Gracias Eminencia —dijo Carl Mendelius—. Y gracias también por la
protección que usted nos ha brindado a mi esposa y a mí en este lugar.
—Desearía poder hacerla extensiva a otros lugares también —dijo Drexel
gravemente— pero mi jurisdicción no se extiende hasta donde ustedes van ahora.
Vaya con Dios, profesor.

Eran las cinco de la tarde cuando Francone finalmente lo dejó en el apartamento.


Lotte y Hilde habían ido a la peluquería. Frank no había regresado de la Academia;
de manera que disponía de tiempo para bañarse, descansar y ordenar sus
pensamientos antes de contar a los demás sus experiencias en Monte Cassino. Un
detalle lo colmaba de satisfacción: ya no estaba obligado a guardar el secreto. Podía
discutir libre y abiertamente los problemas involucrados, probar la verdad o fuerza de
sus opciones y opiniones enfrentándolas por igual a las de cínicos devotos, y expresar
sus perplejidades en el lenguaje corriente de todos los días y no en la pesada jerga de
los teólogos.
Estaba muy lejos de sentirse satisfecho con las explicaciones que le había
ofrecido Jean Marie. La descripción de sus estados místicos hecha por su amigo —
que obviamente otros habían presenciado— parecía demasiado suave, demasiado
familiar, demasiado —se esforzó por encontrar la palabra adecuada— claramente
derivada del vasto cuerpo de escritos piadosos. En relación a las posibilidades de un
conflicto de consecuencias catastróficas, Jean Marie era muy preciso; pero aun en
términos visionarios, era muy vago respecto de la naturaleza de la Parusía misma. La
mayoría de los escritos apocalípticos eran, al contrario, muy vívidos y detallados. La
revelación de Jean Marie Barette era demasiado abierta y demasiado general para
prestarse a una total credibilidad.
En términos puramente psicológicos había también una contradicción entre la
imagen que Jean Marie tenía de sí mismo como un hombre de carrera eclesiástica y el
trágico fracaso de su capacidad para ejercer el poder en tiempos de crisis. La buena
voluntad, para no decir la verdadera ansiedad para aceptar una defensa parcial de su
acción en la prensa, resultaba casi penosa, si no levemente siniestra por parte de un
hombre que aseguraba haber dialogado privadamente con la Omnipotencia.
Y sin embargo… sin embargo… cuando Mendelius salió a la terraza bajo el sol
del atardecer se vio forzado a admitir que era mucho más fácil condenar a Jean Marie
ausente que hacerlo estando frente a él. Había que reconocer que no se había
retractado en nada de su pretensión de haber sido objeto de una experiencia

www.lectulandia.com - Página 117


reveladora, ni tampoco había abandonado su tranquila convicción de que, en algún
momento, recibiría el apoyo de un signo legitimador. A su lado Carl Mendelius era
sólo el pequeño hombrecito, el correo que lleva secretos de estado en el cinturón de
su traje, pero que carece de otras convicciones que no sean las del conocimiento del
estado de los hechos y del costo del vino en las posadas del camino…
Estos pensamientos y varios más fueron el tema de la vehemente conversación
que Mendelius sostuvo con Lotte y los Franks a la hora de los aperitivos. Se
sorprendió al descubrir que era sometido a la más rígida de las inquisiciones y que el
más ansioso inquisidor era Herman Frank.
—Usted nos está diciendo, Carl, que cree por lo menos la mitad de la historia. No
tome en cuenta la visión, olvídese de la Segunda Venida, que de todos modos
pertenece al orden de los mitos primitivos; pero la catástrofe de la guerra total es algo
muy próximo.
—Bueno, sí, la cosa es más o menos así, Herman.
—No, no creo que sea así —la sonrisa de Hilde tenía un dejo más que regular de
ironía—. Usted sigue siendo un creyente, Carl. De manera que continúa obsesionado
por la presencia de Dios en cada sentencia que anuncia. Y desde que lo conocemos,
usted siempre ha sido así, medio racionalista, medio poeta. Eso es verdad, ¿no es así?
—Supongo que sí —Mendelius extendió la mano para tomar su bebida— pero el
racionalista dice que aún no tiene en su poder toda la evidencia requerida y el poeta
dice que no hay tiempo para hacer versos cuando los asesinos están llamando a la
puerta.
—Y hay algo más —Lotte se inclinó hacia él y palmeó su muñeca—. Tú quieres a
Jean Marie como un hermano. Y antes que rechazarlo totalmente, a él y a su visión,
estás dispuesto a partirte tú mismo en dos… Le dijiste que escribirías estas memorias
sobre él. ¿Estás seguro, con tu mente dividida como la tienes, de poder hacerlo bien?
—No, no estoy seguro, schatz. Creo que Rainer hará un buen trabajo de la parte
que le corresponda. Para él se trata de una primicia que cualquier periodista
agradecería, una noticia exclusiva que dará la vuelta al mundo. En cuanto a lo que me
corresponderá, el retrato personal, la interpretación de los pensamientos de Jean, no,
no estoy en absoluto seguro de poder hacerlo adecuadamente.
—¿Dónde piensa trabajar en eso? —preguntó Hilde—. Ustedes son bienvenidos
aquí y pueden quedarse cuanto tiempo deseen.
—Debemos regresar a Tübingen —Lotte se mostró una pizca demasiado ansiosa
—. Los niños estarán de vuelta la próxima semana. Pero naturalmente Carl puede
quedarse un tiempo más aquí, el que necesite…
—No es preciso —dijo Mendelius firmemente—. Gracias de todos modos por el
ofrecimiento, Hilde, pero creo que trabajaré mejor en casa. Hablaré el viernes con
Georg Rainer, y el domingo saldremos para Tübingen. Este lugar es demasiado

www.lectulandia.com - Página 118


seductor. Necesito ahora de una buena dosis de sólido sentido común protestante.
—Y expresado con acento suavo —dijo Herman con una sonrisa—. Tan pronto
como pase el verano, Hilde y yo partiremos a preparar nuestra futura habitación en
Toscana.
—Tómalo con calma, Herman —Hilde parecía irritada—. No creo que nada grave
pueda ocurrir tan pronto. ¿No es así, Carl?
Mendelius sonrió pero rehusó ser arrastrado a la discusión entre los esposos.
—Yo también estoy casado, muchacha. Y nosotros los varones tenemos que
apoyarnos mutuamente. Sin embargo yo más bien me inclinaría a tener el lugar
preparado tan pronto como les sea posible. Si hubiera anuncios de crisis, los recursos
materiales y la mano de obra doblarán de precio en cuestión de días. Además, si
quieren tener una cosecha el próximo verano, es preciso que planten este invierno.
—¿Y usted qué hará, Carl? —preguntó agudamente Hilde—. Su amigo Jean
Marie está a salvo en su monasterio. Si algo sucede, Alemania será el primer campo
de batalla. ¿Qué piensa hacer con respecto a Lotte y a los niños?
—La verdad es que no he planeado nada al respecto.
—Tübingen está sólo a ciento ochenta kilómetros de la frontera suiza —dijo
Herman—. Sería tal vez conveniente que usted depositara allí algunos de los
derechos que recibe por sus libros.
—Rehúso seguir hablando de esto —Lotte, bruscamente, parecía al borde de una
crisis de rabia—. Estos son nuestros últimos días en Roma. Y deseo pasarlo bien.
—Tiene toda la razón —dijo Herman instantáneamente arrepentido-. Esta noche
comemos aquí. Después iremos a oír música folklórica en el Arciliuto. Es un lugar
curioso y dicen que Rafael tuvo allí una querida. ¿Quién sabe? En todo caso es una
prueba de la capacidad de los romanos para sobrevivir.
Hubo más detalles que finiquitar antes que Lotte y él pudieran finalmente hacer
sus maletas y abandonar Roma. Mendelius pasó toda la mañana del viernes dictando
a la grabadora su informe para Anneliese Meissner: un relato de su visita a Monte
Cassino, una franca y abierta admisión de sus propias perplejidades y un último y
directo mensaje:

''…Usted tiene ahora en sus manos todas las informaciones que obran en mi
poder dictadas aquí tan honestamente como me ha sido posible. Deseo que las
someta a un cuidadoso estudio antes que yo llegue a Tübingen… Hay mucho más
que decir, pero lo hablaremos después. La veré pronto… Esta ciudad febril y sin
clase me tiene enfermo. Carl.”

Envolvió cuidadosamente las cintas grabadas y le dio instrucciones de Francone


para que las entregara a un servicio de correo que conectaba diariamente a Roma con
varias ciudades alemanas. Luego Francone lo llevó al almuerzo que había convenido

www.lectulandia.com - Página 119


con Georg Rainer. A la una de la tarde, instalado en un compartimiento privado de
"Ernesto's" comenzó la esgrima verbal ritual en estos casos. Georg Rainer demostró
ser un maestro en el arte.
—Parece haber estado muy ocupado, Mendelius. Ha sido imposible seguirle los
pasos. Ese asunto en el Salvator Mundi cuando la policía mató a un hombre y arrestó
a otros tres… ¿Estaba usted en el hospital?
—Sí. Estaba visitando al senador Malagordo.
-Así lo supuse. Pero no publiqué nada al respecto porque me pareció que no era
prudente continuar exponiéndolo a usted.
—Muy generoso de su parte. Créame que se lo agradezco.
—Bueno, tampoco quería echar a perder mi prometida historia de hoy… ¿Porque
tiene una historia para mí, no es así?
—Tengo una, en efecto, Georg. Pero antes de entregársela quiero ver si nos
ponemos de acuerdo en algunas reglas básicas.
Rainer sacudió la cabeza.
—Las reglas ya están operando, amigo mío. Lo que usted me dé ahora será
verificado primero y luego entregado al télex. Le garantizo una relación cabal y
precisa de los hechos y de las citas que me entregue y me reservo el derecho de hacer
los comentarios que estime adecuados para ilustrar y guiar a mis editores… No le
puedo garantizar inmunidad respecto del énfasis editorial que otros quieran colocar a
su historia o respecto de títulos dramáticos o tergiversados, o de versiones
distorsionadas por otras manos. Una vez que esta entrevista haya comenzado, usted
será solamente un testigo en el banquillo y todo lo que diga queda grabado en los
registros de la corte…
—En ese caso —dijo Mendelius deliberadamente— me gustaría saber si podemos
ponernos de acuerdo sobre la forma en que esta historia será presentada.
—No —dijo llanamente Georg Rainer-, porque no puedo hacer promesas ni
realizar acuerdos sobre lo que ocurrirá a mi copia una vez que salga de mi escritorio.
Tendré mucho gusto en mostrarle lo que yo escriba y cambiar lo que a usted le
parezca que no refleja la realidad… Pero si está pensando que existe alguna forma de
controlar las consecuencias de una noticia, olvídelo. Este negocio se parece a la caja
de Pandora: una vez que uno la ha abierto, no hay modo de detener el vuelo de todos
los diablillos que contiene… Y a propósito, ¿por qué motivo me está dando esta
historia a mí?
—En primer lugar, porque usted cumplió su palabra conmigo. Por eso estoy
tratando a mi vez de cumplir con usted. En segundo lugar porque deseo dejar
claramente establecida la verdad sobre un amigo antes que los fabricantes de mitos
pongan manos a la obra. Y en tercer lugar, porque deseo acompañar su historia con
otra publicación que tomaría la forma de unas memorias personales. Y no puedo

www.lectulandia.com - Página 120


hacer esto último si la historia que usted cuente se sale de ciertos límites y descarrila.
De manera que permítame volver a plantear mi pregunta de otra manera. ¿Cómo
podemos arreglarnos para encontrar una fórmula que satisfaga a la vez sus
necesidades y las mías?
—Dígame primero el nombre de la historia.
—La abdicación de Gregorio XVII.
Georg Rainer abrió la boca con indisimulado asombro.
—¿La verdadera historia?
—Sí.
—¿Posee documentos que apoyen sus palabras?
—Siempre que nos sea posible ponernos de acuerdo sobre un adecuado uso o no
uso de los documentos, sí… y para evitarle a usted mayores problemas y preguntas,
Georg, le diré que acabo de pasar veinticuatro horas con Gregorio XVII en el
monasterio de Monte Cassino.
—¿Y él está de acuerdo en estas publicaciones?
—No se opone a ellas y, en lo referente a la elección de un periodista para la
historia exclusiva, confía en mi discreción. Hemos sido, desde hace mucho, amigos, y
amigos muy íntimos. De manera, Georg, que usted puede ver por qué necesito estar
muy seguro de conocer muy bien las reglas del juego antes que podamos comenzar.
Un camarero se acercó presuroso con su cuaderno de apuntes y un lápiz. Georg
Rainer dijo.
—Ordenemos primero nuestro almuerzo, ¿qué le parece? Detesto que los
camareros revoloteen alrededor de mí cuando estoy realizando una entrevista.
Se decidieron por unas pastas, saltimboca y una jarra de Bardolini. Luego Georg
Rainer colocó sobre la mesa su grabadora en miniatura y la empujó hacia Mendelius,
y dijo:
—Usted controlará el aparato. Y guardará la cinta grabada hasta que nos hayamos
puesto de acuerdo en un texto definitivo. Trabajaremos juntos en la redacción de este
texto. Y todo lo que no se incluya en el texto será destruido inmediatamente. ¿Le
parece satisfactorio?
—Espléndido —dijo Mendelius—. Comencemos entonces por los dos
documentos manuscritos de Gregorio XVII y que me fueron entregados por un
mensajero personal suyo. El primero es una carta en que describe los acontecimientos
que condujeron a su abdicación. El otro es una encíclica que no fue publicada porque
la Curia la suprimió.
—¿Puedo verlos?
—A su debido tiempo, sí. Obviamente no los llevo encima.
—¿Cuál es el mensaje central, clave de esos documentos?
—Gregorio XVII fue forzado a abdicar porque declaró haber tenido una visión

www.lectulandia.com - Página 121


que le anunciaba el fin del mundo bajo la forma de un holocausto y de una Segunda
Venida de Cristo. Consideró que esta visión implicaba para él un llamado a ser el
precursor del acontecimiento. —Torció la boca en una sonrisa y agregó: —Ahora
comprenderá usted por qué le pedí discreción sobre la historia del fin del mundo.
Necesitaba ponerla a prueba ante una audiencia adecuada, en este caso ante una
audiencia de clérigos evangélicos, antes de ir a Monte Cassino…
Georg Rainer saboreó lentamente su vino y se echó a la boca un trozo de pan.
Finalmente se alzó de hombros, como un jugador de póquer que hubiera perdido su
apuesta y dijo:
—Ahora, por supuesto, todo se aclara. La Curia no tenía otra alternativa sino la de
librarse de él. El hombre es un lunático.
—Ese es precisamente el problema, Georg —Mendelius sirvió más vino e hizo
señas al camarero para que retirara los platos de pasta—. Ese hombre es y está tan
cuerdo como usted o yo.
—¿Quién afirma eso? —Rainer apuntó con el dedo al pecho de Mendelius—.
¿Usted, su amigo?
—Yo, sí. Y el cardenal Drexel y el abad Andrew que es su director espiritual en
Monte Cassino. Ellos dos lo consideran un místico al estilo de San Juan de la Cruz. Y
más aún. Drexel está atravesando una verdadera crisis de conciencia porque en su
momento no fue capaz de defenderlo en contra de la Curia o del Sacro Colegio.
—¿Ha hablado usted con Drexel?
—Dos veces. Y dos veces también con el abad de Monte Cassino. Lo raro de todo
el asunto es que ellos son los que creen y yo soy el escéptico.
—Lo que tal vez es precisamente lo que ellos quieren —dijo Rainer mordazmente
—. Se han librado de un papa molesto y ahora pueden permitirse alabar sus virtudes
de obediencia y humildad… ¿Sabe usted Mendelius, que para ser un eminente
académico, es bastante ingenuo? Incluso ha aceptado salir a todas partes en el
automóvil del cardenal manejado por el chofer del cardenal, de tal manera que Drexel
sabe todo lo que ha hecho y hace en Roma, incluyendo este almuerzo conmigo.
—La verdad es, Georg, que me da lo mismo lo que el cardenal sepa o no sepa de
mis actividades.
—¿Sabe que usted tiene esos documentos?
—Sí, por cierto. Yo mismo se lo conté.
—¿Y?
—Nada.
—¿No cree que él podría insinuar que desearía recobrarlos o entregarlos a la
custodia de manos más ortodoxas que las suyas?
—Francamente no puedo imaginar a Drexel en el papel de jefe de espías o de
guardián de manuscritos robados.

www.lectulandia.com - Página 122


—Eso significa entonces que usted es mucho más confiado que yo —Rainer se
alzó de hombros—. Yo también leo historia y sé perfectamente que los modos y usos
del poder se han mantenido intactos a través del tiempo, no han cambiado ni en la
Iglesia ni en ninguna otra parte. No obstante… hablemos de su Gregorio XVII.
¿Cómo juzga usted que es él?
—Creo que es un hombre cuerdo y sincero. Cree profundamente en sus propias
convicciones.
—No hay nadie más peligroso que un visionario sincero.
—Jean Marie reconoce eso. Y abdicó para evitar una división de la Iglesia. Y su
silencio se debe a que carece de un signo que legitimice su visión y pruebe que es
auténtica.
—¿Signo que legitimice? No comprendo ni sitúo esa expresión.
—Es un término que es bastante usado en el análisis bíblico moderno.
Básicamente significa que el profeta o reformador que dice hablar en nombre de Dios
necesita mostrar alguna prueba tangible de que tiene derecho a hacerlo.
—Ni usted ni yo estamos en condiciones de darle esa prueba.
—No, pero en cambio podemos garantizarle una honrada publicación de los
hechos y una iluminadora interpretación de su mensaje. Podemos relatar los hechos
que condujeron a su abdicación. Los documentos mostrarán el por qué de lo que
sucedió. Y podemos también relatar lo que Jean Marie Barette me contó acerca de la
visión que dice haber tenido.
—Hasta aquí eso está muy bien. Pero esa visión se refiere a temas muy
majestuosos: el fin del mundo, la Segunda Venida, el Juicio Final. ¿Cómo nos
arreglaremos para contarles a nuestros lectores semejantes cosas?
—Yo puedo hablar de lo que la gente del pasado creyó y escribió acerca de estos
problemas. Puedo enfocar la atención de nuestros lectores sobre la existencia de las
sectas milenarias en el mundo de hoy…
—¿Y nada más?
—Después, Georg, le tocará a usted. Usted es quien está acostumbrado, porque es
su oficio escribir informes diarios sobre el estado de las naciones. ¿Cuan cerca cree
que puede estar el Armageddon? El mundo está lleno de profetas. ¿Es posible que
alguno de ellos sea El que debe venir? Si considera cuan loco y absurdo es todo lo
que está ocurriendo actualmente en el mundo, la predicción de Jean Marie está muy
lejos de ser irracional.
—Sí, estoy de acuerdo —Rainer se veía pensativo—. Pero hacer de esta historia
algo coherente y digerible va a significar un gran esfuerzo y mucho trabajo. ¿Puede
usted quedarse en Roma?
—Me temo que no. Debo preparar la iniciación del semestre universitario. ¿Hay
alguna posibilidad de que usted pueda venir a pasar unos pocos días a Tübingen?

www.lectulandia.com - Página 123


Sería bienvenido en mi casa. Y creo que podríamos trabajar muy bien allí.
Tendríamos a mano todos mis textos y mis sistemas de fichas.
—Tengo por costumbre trabajar muy rápidamente. Estoy entrenado para coger la
idea, probar su lógica, escribirla y enviarla al télex todo en el mismo día…
—Yo soy sin ninguna duda mucho más lento —dijo Mendelius—, pero en este
caso tengo la ventaja de conocer el tema y estar algo preparado a su respecto… De
todos modos, nos iremos el domingo y comenzaré a trabajar al día siguiente.
—Yo podría llegar a Tübingen el miércoles. Necesito encontrar alguna cobertura
para explicar mi presencia allá. Porque no deseo hablar de esta historia con mi editor
hasta que esté escrita y cada una de sus frases haya sido suficientemente probada…
De manera que deberé encontrar alguna excusa para ausentarme por unos días.
—Hay algo que también deberemos aclarar —dijo Mendelius—. Usted y yo
tendremos que trabajar juntos. En consecuencia sería conveniente que hiciéramos
entre nosotros alguna especie de convenio. Y me gustaría que mi agente de Nueva
York se ocupara de nuestros contratos con los editores de nuestra historia.
—Me parece muy bien.
—Entonces lo llamaré esta noche y le pediré que venga a Tübingen.
—¿Puedo darle un consejo, Mendelius? Por el amor de Dios, tenga cuidado con
esos documentos. Deposítelos en el banco. Sé que hay gente que estaría dispuesta a
matarlo para apoderarse de ellos.
—Jean Marie me hizo también, en su carta, la misma advertencia. Me temo que
no le presté suficiente atención.
—Entonces sería preferible que ahora tomara el asunto más en serio. Porque esta
historia lo hará a usted más famoso y mucho más notorio aún de lo que ya es por su
intervención en el Corso. Cuando se encuentre de regreso en Tübingen y se crea a
salvo, cuide sin embargo cada paso que dé. No olvide que continúa siendo el testigo
clave en contra de esa muchacha y que por culpa suya, los terroristas han perdido a
cuatro de sus hombres… Esta gente tiene el brazo largo y una implacable memoria.
—Sí. Comprendo lo de los terroristas —Mendelius estaba genuinamente
sorprendido—, Pero en lo que se refiere a los documentos, una carta privada dirigida
a mí, una encíclica no publicada, puedo ver su valor como noticia, pero no me parece
que puedan representar el precio de la vida de un hombre.
—¿No? Pues bien, mírelo entonces desde este otro punto de vista. La encíclica
tuvo como consecuencia una abdicación papal. Podría igualmente haber producido un
cisma o Gregorio XVII, por culpa suya, podría haber sido declarado loco.
—Cierto, pero…
—Hasta aquí —dijo Georg Rainer cortándole bruscamente la palabra— usted ha
considerado todo este asunto únicamente desde su punto de vista personal, su
reacción a él, su preocupación por su amigo. Pero ¿qué me dice de los centenares o

www.lectulandia.com - Página 124


miles de personas con las cuales Gregorio XVII tuvo que ver durante su pontificado?
¿Cómo han reaccionado? ¿Cómo reaccionarían si se enteraran de los hechos tal cual
ocurrieron? Algunos de ellos pueden haber tenido muy buenas o estrechas relaciones
con él…
—Sí, así es. El me envió una lista de esa gente…
—¿Qué clase de lista? —dijo Rainer instantáneamente alerta.
—Una lista de gente que ocupa cargos importantes en diversos lugares de todo el
mundo y que, según Gregorio, podrían estar dispuestos a recibir su mensaje.
—¿Puede darme algunos de los nombres de esa lista? Mendelius pensó unos
minutos y luego enumeró una media docena de nombres que Rainer apuntó
cuidadosamente en su libreta. Luego preguntó.
—¿Alguna de estas personas ha tratado de comunicarse con él en Monte Cassino?
—No lo sé. No lo pregunté. De todos modos, antes de poder llegar a ver a Jean
Marie serían cuidadosamente investigados, como lo fui yo. De hecho, nunca me fue
posible hablar por teléfono con Jean Marie. Y después hubo momentos en que creí
que trataban de alejarme de él, de impedir que lo viera. Pero Drexel fue muy claro al
respecto. No había impedimentos para mi visita. Sólo una buena dosis de interés
oficial.
—Interés que difícilmente se disipará sobre todo cuando esta entrevista entre
nosotros sea conocida.
—Seamos honrados, Georg. Drexel no intentó averiguar lo que yo me proponía
hacer. Tampoco volvió a referirse a los documentos, no obstante que yo me mostré
bastante duro con él.
—¿Y qué prueba eso? Nada. Salvo que Drexel es un hombre muy paciente. Y no
olvide que fue la persona que los cardenales eligieron como mensajero. Piense en eso.
Ahora, en cuanto a los otros amigos o conocidos de Gregorio XVII, le confieso que,
antes de viajar a Tübingen, tengo la intención de realizar con respecto a ellos la
investigación más completa que pueda… No. No. Yo pagaré este almuerzo.
Considerando la enorme cantidad de dinero que esta reunión significará para mí, la
cosa resulta casi obscena.
—No será tan sencillo, amigo mío. Usted deberá trabajar duro —Mendelius reía
al hablar—. Los jesuitas me enseñaron dos reglas esenciales: la regla de la evidencia
y el respeto por un buen estilo literario. Quiero que éste sea el mejor reportaje que
usted jamás haya escrito.
En cuanto se encontró de regreso en el apartamento, Mendelius hizo un llamado
privado a Lars Larsen, su agente en Nueva York; Larsen reaccionó inmediatamente,
primero con un silbido de excitación y luego con un gemido de angustia… La idea
era maravillosa. Valía muchísimo dinero, pero ¿por qué demonios tenía Mendelius
que compartirla con un periodista? La contribución de Rainer al equipo se limitaba a

www.lectulandia.com - Página 125


su conexión con un gran imperio periodístico alemán. Esta historia podía, debía ser
lanzada desde América…
Y así, por los diez minutos siguientes continuó la apasionada defensa de su punto
de vista por parte de un ansioso Larsen; Mendelius esperó que el torrente se calmara
y luego procedió, con paciencia, a explicar que el propósito central de la historia era
presentar un relato objetivo y sobrio de los recientes acontecimientos y orientar
seriamente la atención hacia lo esencial del último mensaje de Jean Marie. Por
consiguiente, ¿querría Lars hacer el favor de venir a Tübingen para discutir sobre el
asunto con toda la seriedad que correspondía a un caso tan importante?
Lotte que oía a su lado la mitad de la conversación musitaba con desconsuelo:
—…Te lo advertí, Carl. Esta gente sólo piensa en sus intereses personales que
con toda seguridad entrarán en conflicto con los tuyos. Este Larsen percibe el olor del
dinero, de mucho dinero. Georg Rainer sabe que con esto su reputación de buen
periodista se irá a las nubes. Estás abordando un tema que a través de toda la historia
humana, no ha dejado jamás de obsesionar al hombre. Y no puedes permitir que,
debido a esto, te transformen en una especie de estrella de cine… Las cartas de
triunfo están en tu poder: los documentos. No los entregues ni los muestres hasta que
hayas llegado a un arreglo que implique tu propia protección y la de Jean Marie.
Más tarde, acunada en los brazos de él en la inmensa cama barroca, murmuró
soñolienta.
—…En fin de cuentas hay una profunda ironía en todo esto. A pesar de tu
escepticismo le estás ofreciendo a Jean Marie exactamente lo que él comenzó por
pedirte. La presentación que harás de su persona estará cargada con toda la simpatía
que sientes por él, precisamente porque es amigo tuyo. Y porque gozas de una
reputación internacional de académico serio y respetable, tus comentarios no podrán
ser pasto de los bufones. Si Anneliese Meissner está dispuesta a colaborar contigo en
esta publicación, será, como es ella, cínicamente honrada… En resumen, amor mío,
estás pagando en forma principesca tu deuda con Jean Marie… Y a propósito, hoy
compré un regalo para Herman y Hilde. Resultó un tanto caro, pero pensé que no te
importaría. Ellos han sido tan generosos con nosotros.
—¿Y qué compraste, schatz?
—Una pieza de antiguo Capodimonte. Cupido y Psyche. El anticuario dijo que se
trataba de un ejemplar muy difícil de encontrar. Mañana te lo mostraré. Espero que
les gustará, ¿qué te parece? —preguntó Lotte.
—Oh, estoy seguro de que les encantará. —Se sentía agradecido por el tono
liviano e intrascendente de la conversación.
—Oh, olvidaba contarte que hemos recibido una postal de Katrin desde París. No
dice mucho excepto "El amor es maravilloso. Gracias para ustedes dos de parte de
nosotros dos". Hemos recibido también una larga carta y algunos impresos de colores

www.lectulandia.com - Página 126


de Johann.
—Eso sí que es una sorpresa. Siempre pensé que una postal entraba más dentro de
su estilo.
—Lo sé. Bueno, ¿no te parece divertido? Para describir sus vacaciones emplea un
tono verdaderamente lírico. No llegaron muy lejos, ni siquiera alcanzaron Austria. El
y sus amigos descubrieron un pequeño valle en la parte más alta de los Alpes
bávaros. Hay un lago y algunas cabañas más bien ruinosas… y ni un alma en muchas
millas a la redonda. Han estado acampando allí sin moverse, salvo para bajar al
pueblo a buscar provisiones…
—Suena maravilloso. No me vendría nada mal cambiar de lugar con Johann. No
tengo ningún deseo de volver a Roma antes de mucho, mucho tiempo. En cuanto
lleguemos a Tübingen le escribiré a Jean… Y a propósito, deberíamos hacer algo por
Francone. Creo que un regalo en dinero sería lo más adecuado. Me parece que su
sueldo no debe de ser muy alto. Recuérdamelo ¿quieres, schatz?
—Lo haré, no te preocupes. Cierra los ojos ahora y trata de dormir.
—Creo que en unos pocos minutos más me quedaré dormido. Oh. Y algo más que
olvidaba. Debo enviarle una nota de agradecimiento al cardenal Drexel por Francone
y por el auto.
—Te lo recordaré… Ahora, duerme. Esta noche tienes todo el aspecto de un
hombre absolutamente agotado. Y la verdad es que no quiero que desaparezcas de
esta tierra tan pronto —le dijo cariñosamente Lotte.
—Estoy muy bien, schatz. No debes preocuparte por mí.
—Me preocupo. Y no puedo remediarlo. Carl, si Jean Marie tuviera razón, si
hubiera una última y gran guerra ¿qué haríamos? ¿Qué sucedería con los niños? No
creas que me estoy poniendo tonta. Simplemente quiero saber lo que piensas.
¿Cómo podía él responderle? Carecía de una respuesta y lo sabía. Se enderezó
sobre un codo y se inclinó sobre ella, mirándola, dichoso de las sombras protectoras
que escondían el dolor que inundaba sus ojos.
—Esta vez, amor mío, no habrá estandartes ni trompetas. La guerra será corta y
terrible. Y después que haya terminado a nadie le importará el lugar donde estuvieron
las fronteras. Si logramos sobrevivir, deberemos unirnos más que nunca, como la
familia que somos; pero debes recordar que no podemos imponer a nuestros hijos la
conducta que deben seguir. Si nos encontráramos separados de ellos, podríamos
entonces reunir algunas buenas almas y tratar, juntos, de defendernos contra los
asesinos que dominarán las calles. Eso es todo lo que puedo decirte.
—Qué extraño es —Lotte se enderezó a su vez para tocar la mejilla de él—.
Cuando por primera vez hablamos de esto, antes de venir a Roma, yo vivía en un
estado de permanente temor. Por momentos lo único que deseaba era sentarme en un
rincón y llorar, llorar porque sí, sin motivo ni objeto alguno. Luego, mientras tú te

www.lectulandia.com - Página 127


encontrabas en Monte Cassino, vi aquel pequeño trozo de cerámica que te regaló el
senador Malagordo, lo cogí y lo sostuve en las manos. Leí, con los dedos, el hombre
escrito en él. Recordé lo que había sucedido en Masada, cómo aquellos trozos habían
sido grabados y echados a la suerte para ver quién moría y quién ejecutaba el acto de
matar. Y bruscamente sentí que una gran paz se apoderaba de mí, sentí que era
afortunada. Comprendí que en la medida en que uno se aferra demasiado a algo,
aunque sea a la vida, se transforma uno en un cautivo. De manera que, como ves, no
necesitas preocuparte por mí… Bésame, deséame las buenas noches y quedémonos
dormidos.
Aquella noche, mientras permanecía despierto, insomne y vigilante oyendo sonar
las horas, él se interrogó sobre el cambio que ella había experimentado: vio el nuevo
sentido de confianza, la extraña calma con la cual ella parecía aceptar la indecible
perspectiva de la catástrofe nuclear. ¿Es que acaso el coraje de Aharon Ben Ezra se
había transmitido, en alguna forma mágica, a través de aquel trozo de cerámica que
llevaba su nombre? ¿O sería más bien aquello fruto de un pequeño viento de gracia
venido del desierto donde Jean Marie Barette había conversado con su Creador?

www.lectulandia.com - Página 128


Capítulo 6
Qué bueno era estar de regreso en el hogar. En el campo, las cosechas habían sido
debidamente guardadas y los mirlos picoteaban, satisfechos, los rastrojos marrones.
El Neckar corría, plateado y tranquilo, bajo el sol del verano. El tránsito de la ciudad
era aún liviano pues los veraneantes no habían regresado de las playas y campos. Los
claustros y galerías de la universidad se veían vacíos. Los pasos de los raros
cuidadores o colegas que allí se encontraban, resonaban en el silencio. Era posible
creer —asumiendo que no se leyera la prensa ni se oyera la televisión o la radio—
que nada, nunca, sería capaz de perturbar esta paz y que los viejos duques de
Württemburg podrían dormir para siempre tranquilos bajo el piso de piedra de la
Stifskirche.
Pero aquella paz era solo una ilusión, no era más real que la cubierta pintada de
una pastoral. Desde Plisen a Rostock, los ejércitos del Pacto de Varsovia acumulaban
la densidad de sus hombres y materiales de guerra: tropas de choque y fuertes
formaciones de tanques y, detrás de todo ello, las rampas de lanzamiento de cohetes
de cabeza atómica. Enfrente de ellas se encontraban las delgadas líneas de las fuerzas
de la NATO, preparadas para retirarse ante la primera embestida, confiando, aunque
no demasiado, en que sus propios cohetes tácticos serían capaces de detener el avance
del enemigo el tiempo suficiente para permitir la llegada de los grandes bombarderos
provenientes de las Islas Británicas y de los I.B.M. que serían lanzados desde sus
lejanos silos de los Estados Unidos.
Sin embargo la movilización propiamente dicha no había comenzado todavía; no
se habían llamado las reservas, porque la crisis no había madurado de manera que los
gobiernos demócratas pudieran esperar que sus deprimidas e inquietas poblaciones
estuvieran dispuestas a responder a un llamado a las armas o a la retórica de la
propaganda. La industria alemana continuaba dependiendo de los trabajadores
extranjeros, los cuales, privados aquí de toda participación o ciudadanía difícilmente
podrían sentirse dispuestos a prestar servicios de vasallo en una causa perdida. En el
otro extremo del mundo se había formado un nuevo eje: el Japón industrial estaba
exportando a China técnicos y equipos industriales a cambio del petróleo de las
regiones norteñas y de los nuevos pozos de los Spratleys. Desde Marruecos hasta los
altos desfiladeros del Afganistán, todo el Islam se hallaba en fermento. África del Sur
era una ciudadela armada hasta los dientes, asediada por las repúblicas negras, sus
vecinas… No existía jefe, junta o parlamento alguno que fuera capaz de conducir o
de controlar los problemas geopolíticos de un mundo obsesionado por la disminución
de sus reservas y por otra parte, por el envilecimiento o la adulteración de todos los
signos monetarios internacionales que hasta ahora habían servido de base para el
intercambio. La montaña elevada por las contradicciones parecía una barrera contra

www.lectulandia.com - Página 129


la cual toda razón no podía sino estrellarse. Las corporaciones mismas parecían
petrificadas como en un síncope de impotencia.
Después de la primera y sana reacción de dicha por encontrarse de regreso a casa,
Carl Mendelius se sintió tentado de dejarse abatir por la desesperación. ¿Quién
prestaría oídos a una minúscula voz que resonaría apenas sobre la babel de millones
de gritos? ¿Qué sentido tenía propagar ideas que serían barridas tan pronto
aparecieran como granos de arena en medio de una tempestad? ¿De qué podría
aprovechar a nadie revolver un pasado que pronto sería tan irrelevante como los
animales mágicos de los hombres de las cavernas?
Comprendió claramente que éste era el síndrome capaz de producir espías,
desertores, fanáticos y destructores profesionales. "La sociedad no es sino una
decrépita población a punto de hundirse, de manera que hagámosla estallar". “El
parlamento es un nido de badulaques y de hipócritas. Destruyamos la inmunda
simiente"'. '"Dios ha muerto, arreglemos pues las estatuas de Baal y Ashtaroth,
llamemos de vuelta al Brujo de Endor y así tendremos los hechizos que necesitamos
para gobernar a los hombres".
El mejor remedio para tales pensamientos era la imagen de Lotte, atareada y feliz,
sacando el polvo, charlando con amigas por teléfono o comenzando a tejer una tricota
de invierno para Katrin. Sintió que no tenía derecho a perturbarla con aquellos negros
sueños suyos. De manera que se retiró a su estudio y se concentró decididamente en
el trabajo que se había acumulado durante su ausencia.
Para comenzar estaba la alta pila de libros que se le rogaba leyera y luego
recomendara. A continuación seguían los informes de los estudiantes que era preciso
asesorar, las revisiones que debía hacer a sus libros de texto, y las inevitables cuentas
que pagar.
Había una nota del presidente de la universidad invitándolo, para el martes a
mediodía, a una reunión informal con los miembros más antiguos de la facultad. Las
reuniones informales del presidente eran muy conocidas. Se sabía que tenían por
objeto revisar todos los problemas que pudieran presentarse antes que fueran llevados
a la asamblea plenaria de las facultades que tenía lugar a mediados de agosto. Tenían
también por objeto persuadir a los crédulos de que ellos eran miembros privilegiados
de un grupo muy seleccionado… A Mendelius no le gustaba, aunque no podía dejar
de admirar, la destreza del presidente para la intriga académica.
La carta siguiente era una comunicación del Bundeskriminalant, la Oficina
Federal de Investigaciones Criminales, en Bonn.
"…Nuestros colegas italianos nos han informado que, a consecuencia de algunos
incidentes que acaban de ocurrir en Roma, usted puede ser víctima de ataques, ya sea
por parte de agentes terroristas extranjeros como por parte de grupos locales afiliados
a ellos.

www.lectulandia.com - Página 130


"Por consiguiente nos permitimos advertirle que se sirva tomar las precauciones
señaladas en el folleto que le adjuntamos y que son de uso normal entre funcionarios
de gobierno y ejecutivos antiguos o importantes de las grandes empresas. Además le
aconsejamos ejercer una vigilancia especial en el recinto de la Universidad ya que,
debido a la alta concentración de estudiantes del lugar, es posible y muy fácil para los
activistas políticos disimular su presencia.
"Si llegara a notar cualquier tipo de actividad que le pareciera sospechosa, ya sea
en su vecindad o en la Universidad, le rogamos comunicarse inmediatamente con la
Landeskriminalant de Tübingen. Ellos están al corriente de su situación…"
Mendelius leyó cuidadosamente el folleto que no agregó nada a lo que ya sabía; pero
el párrafo final constituía una helada advertencia del hecho de que la violencia era tan
contagiosa como la peste negra.
"…Las citadas precauciones deben ser estrictamente observadas no sólo por el
sujeto, sino por todos los miembros de su familia, ya que ellos también están
amenazados por cuanto el sujeto es vulnerable a través de ellos. Una vigilancia
concertada y común contribuirá a disminuir los riesgos". Había una brutal ironía en el
hecho de que un acto de misericordia llevado a cabo en una calle de Roma pudiera
significar para una familia entera quedar a merced de la violencia en una ciudad
provincial de Alemania. Y todo ello traía a la memoria la posibilidad de un corolario
aún más sombrío: que unos tiros disparados en el río Amur de China pudieran sumir
al planeta en una guerra total.
Entretanto tenía, para distraerse, otros pensamientos más agradables. Los
Evangélicos le habían escrito una carta firmada por todos ellos en la que le
expresaban sus agradecimientos por su apertura y receptividad en la discusión y su
enfática afirmación de la caridad cristiana como elemento central de unión en la
diversidad de nuestras vidas. Había también otra carta de Johann dirigida
personalmente a él. "…Antes de salir para estas vacaciones me sentía profundamente
deprimido. Tu comprensión respecto de mi problema religioso representó una gran
ayuda para mí, pero aun así continuaba deprimido sin podérmelo explicar. Estaba
inquieto con relación a mi carrera. No encontraba ningún sentido a lo que estaba
haciendo. No tenía interés en entrar a formar parte de una gran compañía y comenzar
a planificar la economía de un mundo que en cualquier momento podía estallar en
nuestra propia cara. Temía ser llamado para hacer el servicio militar y participar en
una guerra que no produciría nada sino un desastre universal… Mi amigo Fritz
compartía plenamente estos sentimientos. Nos sentíamos resentidos y descontentos
con la generación de ustedes porque ustedes tenían siquiera un pasado que recordar, y
en cambio a nosotros sólo nos habían dejado como futuro una vacía interrogación…
Y luego, encontramos este lugar, —Fritz y yo y dos muchachas americanas que
conocimos en una bierkeller de Munich.

www.lectulandia.com - Página 131


"Es un valle pequeño al que sólo es posible llegar por un sendero para peatones.
Está rodeado de altos picos montañosos, cubiertos de pinos hasta la línea de las
nieves eternas. Hay un viejo pabellón de caza y unas pocas cabañas agrupadas
alrededor de un lago rodeado por frescas praderas. En los bosques vecinos hay
ciervos y en el lago muchos peces. Hay también una vieja mina con un túnel que se
adentra en la montaña.
"Fritz, que es aficionado a la arqueología dice que la mina fue trabajada en la
Edad Media para extraer de ella hematites. Hemos encontrado allí herramientas
quebradas, una chaqueta de ante sin mangas y algunas vasijas de peltre así como un
herrumbroso cuchillo de monte…
"En nuestra última bajada al pueblo hicimos averiguaciones sobre el lugar y
descubrimos que es propiedad privada y que pertenece a una anciana señora, Graftin
von Eckstein… Su marido solía usar el valle como coto de caza. Seguimos la pista de
la señora hasta Tegernsee y fuimos a verla… Es una viejecita muy ágil y lista, que,
después que se hubo recobrado de la sorpresa que le causó esta invasión de cuatro
jóvenes a quienes jamás había visto, nos ofreció té y bizcochos y nos dijo que se
sentía dichosa de que estuviéramos disfrutando del lugar.
"Entonces, en una inspiración del momento, le pregunté si acaso ella consideraría
la idea de vender el valle. Preguntó para qué lo queríamos y le contesté que
pensábamos que resultaría perfecto como sitio de veraneo para estudiantes como
nosotros… Al comienzo, pareció que se trataba de una charla como otra cualquiera,
pero luego ella comenzó a tomarnos en serio. Y pensó sobre nuestra propuesta.
"De todos modos, el resultado final fue que ella mencionó una cifra: un cuarto de
millón de Deutschmarks. Le dije que no teníamos ninguna posibilidad de juntar una
suma como aquélla… Entonces ella dijo que si nosotros hablábamos en serio, ella
consideraría la posibilidad de arrendarnos el lugar. Le dije entonces que lo
pensaríamos y que volveríamos a darle una respuesta.
"Me encantaría que esto pudiera resultar. El sitio es tan tranquilo, está tan lejos
del mundo de hoy, y podría perfectamente auto-financiarse… A menudo, en clase,
hemos estudiado una posibilidad como ésta que ahora se nos presenta: un sistema
económico pequeño y auto-sostenido que proteja y mantenga una cierta calidad de
vida. A mi regreso, me gustaría hablar contigo acerca de esto y ver lo que piensas.
Por las noches, a la luz de mi lámpara, me he esforzado en elaborar un plan. Me
parece un ejercicio infinitamente más satisfactorio que estudiar los problemas
monetarios de la Comunidad Europea o las relaciones entre los productores de
petróleo y las economías industrializadas y las naciones agrícolas… De alguna
manera, como dice Fritz, tendremos que volver a reducir las cosas a su escala
humana, porque de otro modo terminaremos enloqueciendo o transformándonos en
indiferentes muñecos mecánicos en un sistema que siempre seremos incapaces de

www.lectulandia.com - Página 132


controlar… Sé que me he extendido demasiado, pero esta es la primera vez que me
he sentido libre para conversar franca y abiertamente con un padre al que realmente
quiero. Es una sensación tan nueva como placentera…"
Más tarde, cuando se sentaron a comer, Mendelius leyó esta última carta para
Lotte que la escuchó sonriendo y cabeceando con aprobación.
—Bien. Espléndido. Finalmente ha logrado salir de su selva negra. Y es claro que
en estos tiempos no es fácil ser joven. Me gusta la idea, Carl, y creo que hay que
alentarla, aunque al final no resulte. No tenemos ninguna posibilidad de disponer de
tanto dinero; y sin embargo…
—Podríamos —dijo Mendelius pensativamente—. Sí, podríamos. En septiembre
debo recibir las entradas de algunos libros y creo que serán grandes, y cuando salga
este nuevo libro… Y además Johann no es el único que alimenta un sueño privado.
Lotte le lanzó una rápida mirada de reproche.
—¿Te importaría compartir ese sueño con tu esposa?
—Vamos, schatz —dijo Mendelius riendo—, tú sabes que detesto hablar de las
cosas hasta que no las tengo muy claras en mi mente. Hace ya algún tiempo que he
estado incubando esta idea. ¿Qué sucede con los profesores que se retiran y dejan su
cátedra? Sé que puedo continuar escribiendo, pero también me gustaría continuar
enseñando, dando clases a pequeños grupos de alumnos graduados. He considerado
la idea de fundar una academia privada ofreciendo cursos anuales para alumnos de
post-grado… Los músicos suelen hacer eso, los violinistas, compositores, directores
de orquesta… Un lugar como el que describe Johann sería ideal para ese propósito.
—Sí, podría ser —Lotte parecía dudosa—. No me comprendas mal. Me gusta tu
idea, Carl, pero creo que sería un error mezclar tus proyectos con los de Johann.
Muéstrate interesado por los planes de él, pero no te entrometas. Déjalo que siga su
propia estrella.
—Tienes razón, naturalmente —Mendelius se inclinó sobre la mesa y besó la
mejilla de su esposa—. No te preocupes. No pondré mis grandes manos en la torta de
mi hijo. Además, tenemos otro problema…
Le contó de la carta que había recibido de la policía de Bonn. Lotte frunció el
ceño y suspiró lastimeramente.
—¿Y cuánto durará esto? ¿Por cuánto tiempo habremos de vivir así, mirando
siempre por sobre nuestros hombros para ver quién nos sigue?
—Sólo Dios sabe, schatz. Pero no podemos dejarnos ganar por el pánico.
Tenemos que tratar, al contrario, de transformar esto en una rutina, como observar las
luces del tránsito o cerrar la casa por la noche o manejar dentro de las velocidades
permitidas. Después de un tiempo será solo un automatismo más en nuestras vidas.
—Cambió bruscamente de tema. —Llamó Georg Rainer para avisar que llegará el
miércoles por la tarde. Lars Larsen llega esa misma mañana desde Frankfurt, lo que

www.lectulandia.com - Página 133


nos da la posibilidad de poner en claro algunos puntos antes de la llegada de Rainer.
—Espléndido —Lotte manifestó su aprobación entusiasta y vigorosamente—.
Antes de dar un paso más con Rainer debes asegurarte de que los términos del
contrato sean convenientes.
—Te prometo que lo haré. ¿Necesitas alguna ayuda extra para la casa durante
estos días?
—Ya la tengo. Gudrun Schild vendrá todos los días. —Bueno… Me pregunto lo
que nuestro presidente nos tiene reservado para la reunión del martes.
—Ese me preocupa —Lotte estaba tensa—. Es un brujo. Siempre me hace pensar
que va a sacar de su manga una copa de vino. Y lo que uno realmente obtiene al final
es…
—Sé qué es lo que finalmente obtiene, schatz —dijo Mendelius con una sonrisa
—. El truco consiste en no beber nunca lo que él te da…
Las nociones del presidente sobre lo que él consideraba una reunión informal
databan de los tiempos del Imperio. Cada colega era acreedor a un firme apretón de
manos, a una solícita pregunta sobre la esposa y su familia, a una taza de café y un
trozo de pastel de manzanas confeccionado por la esposa del presidente y servido por
una criada en delantal almidonado.
La ceremonia estaba cuidadosamente planeada. Con una taza de café en una mano
y el plato con pastel de manzanas en la otra, los profesores tomaban asiento. Las
sillas, cada una de las cuales tenía a su lado una pequeña mesita, estaban dispuestas
en un semicírculo que enfrentaba el escritorio del presidente. El presidente no se
sentaba. Se limitaba a apoyarse en el borde del escritorio en una actitud que intentaba
sugerir informalidad, intimidad y franqueza entre colegas. El hecho de que hablara a
los profesores desde tres pies por encima de sus cabezas y de que dispusiera
libremente de sus dos manos para gesticular y puntuar sus frases, era sólo una gentil
forma de recordarles el título que ostentaba. Sus discursos eran generalmente tan
untuosos como banales.
—…Necesito del consejo de ustedes en su calidad de expertos en la materia.
Las… ah… responsabilidades de mi cargo me impiden mantener el diario contacto
que considero tan conveniente con los estudiantes y con los jóvenes profesores de
esta Universidad. Recurro entonces a ustedes para que sirvan de intérpretes entre
estos jóvenes y yo…
Brand, de Latín, se inclinó hacia Mendelius y susurró.
—Él es el fons et origo y nosotros sólo somos los ensangrentados acarreadores de
agua.
Mendelius sofocó una sonrisa detrás de su servilleta. El presidente continuó.
—…La semana pasada fui invitado, junto con los presidentes de otras
Universidades a una reunión privada con el ministro de Educación y el ministro del

www.lectulandia.com - Página 134


Interior, en Bonn. La reunión tenía por objeto conversar sobre las implicaciones
académicas de la presente crisis internacional…
Hizo una pausa para que ellos tuvieran tiempo de considerar la solemnidad de la
reunión que había tenido lugar en Bonn y también en cuales podrían ser las… ah…
implicaciones. Estas eran suficientemente impactantes como para borrar de la
audiencia todo vestigio de tedio.
—En septiembre del año en curso el Bundestag autorizará la plena movilización
tanto de mujeres como de hombres que deberán cumplir con su servicio militar. Se
nos pidió que preparáramos los certificados para aquellas categorías de alumnos que
serían eximidos de este servicio y que confeccionáramos listas de los alumnos
especializados en física, química, ingeniería, medicina y todas las disciplinas anexas
a ésta… Se nos pidió además que consideráramos los tipos de cursos sobre estos
temas que podrían ser acelerados de manera de cumplir con las exigencias planteadas
por la industria y las fuerzas armadas. También es preciso que encaremos el vacío de
estudiantes y de profesores jóvenes que va a producirse como resultado de este
llamado a las armas… —La audiencia se estremeció en ondas de sorpresa que el
presidente barrió con un gesto. —Por favor, señoras y señores, permítanme terminar.
Después tendremos tiempo para discutir. Este es un asunto respecto del cual no
tenemos otra alternativa sino la de hacer lo que hace todo el mundo, esto es cumplir
con los reglamentos. Pero hay, sin embargo, otro problema anexo y delicado… —
Hizo otra pausa. Esta vez era evidente que se sentía embarazado y que se esforzaba
por buscar las palabras adecuadas. —…Fue presentado por el Ministro del Interior,
presionado a su vez, me imagino, por nuestros aliados de la NATO. Se trata de la
seguridad interna, de la protección contra el espionaje, la subversión y… ah… las
actividades de los elementos descontentos y marginados del cuerpo estudiantil… —
Estas últimas palabras fueron acogidas por un silencio hostil. El presidente hizo una
profunda aspiración y prosiguió. —En resumen se nos pide que cooperemos con los
servicios de seguridad poniendo a su disposición los datos que poseemos sobre los
estudiantes y otras informaciones que posiblemente, en resguardo de la seguridad
publica se nos puedan solicitar más adelante.
—¡No! —la violenta negación brotó, unánime, del grupo reunido. Alguien volcó
una taza de café que se desparramó sobre el parquet.
—Por favor, por favor —el presidente abandonó su pose sobre el escritorio y
levantó las manos en un gesto de imploración—. He transmitido la petición del
ministro. La discusión queda abierta.
Dahlmeyer de Física Experimental, grandote, hirsuto, con una barbilla
sobresaliente, fue el primero en levantarse. Se enfrentó duramente al presidente.
—Creo, señor, que tenemos derecho a saber qué respuesta ofreció usted a la
petición del ministro.

www.lectulandia.com - Página 135


Se oyó un coro de aprobaciones. El presidente, incómodo, trató de evadir la
respuesta.
—Le dije al ministro que si bien todos estábamos conscientes de la necesidad
de… ah… un sistema de seguridad adecuado a la gravedad de la situación, también…
ah… estábamos igualmente preocupados de hacer lo necesario para preservar los…
ah… principios de la libertad académica.
—¡Oh, Cristo! —explotó Dahlmeyer.
Se escuchó nítidamente el gruñido de Brandt. Mendelius se puso de pie. Estaba
blanco de ira pero habló con pausada formalidad.
—Deseo hacer una declaración personal, señor. He sido contratado para enseñar
en esta Universidad. No he sido contratado, ni aceptaré ninguna comisión ni nada que
involucre cualquier tipo de investigación sobre la vida privada de mis estudiantes. Si
se me exige hacerlo, prefiero renunciar.
—Deseo aclarar, profesor —el presidente habló fríamente —que sólo me he
limitado a transmitir a ustedes una petición del ministro, no una orden suya que, en
las presentes circunstancias al menos, sería ilegal. Sin embargo, ustedes
comprenderán fácilmente que, en un caso de emergencia nacional, la situación sería
radicalmente diferente.
—En otras palabras —Hellman, de Química Orgánica se había puesto también de
pie— tenemos una amenaza para respaldar una petición.
—Estamos amenazados, profesor Hellman. Pesa sobre nosotros la amenaza de un
conflicto armado y en ese caso las libertades civiles deben necesariamente ceder el
paso al interés nacional.
—Existe otra amenaza que usted debe igualmente considerar —dijo Anneliese
Meissner— y es la de la sublevación estudiantil como expresión de una total pérdida
de fe en la integridad de la facultad académica. Me permito recordarles lo que ocurrió
en nuestras universidades en los años treinta y cuarenta, cuando los nazis gobernaban
a este país… ¿Desean ustedes que eso se repita ahora?
—¿Cree que no veremos precisamente eso cuando vengan los rusos?
—Ah. De manera que usted ya eligió lo que haría, ¿no es así, señor?
—No. No he elegido —ahora el presidente estaba furioso—; le dije al ministro
que transmitiría su proposición a mi facultad y que le informaría sobre la reacción
que ella provocara.
—Lo que naturalmente nos coloca a todos en las fichas de la computadora de
nuestros servicios de seguridad. Bueno. Que así sea. Yo estoy con Mendelius. Si esos
señores desean espiar a nuestros alumnos, pues me voy.
—Con el debido respeto para nuestro presidente y para mis estimados colegas —
un pequeño y ratonil Kollwitz de Medicina Forense se puso de pie— sugiero que hay
un medio muy sencillo de evitar esta situación. El presidente puede informar al

www.lectulandia.com - Página 136


ministro que los decanos de su facultad están unánimemente en contra de la medida
propuesta. No necesita dar nombres.
—Me parece una idea muy buena —dijo Brandt—. Si el presidente se une
firmemente a nosotros, nuestra posición será muy fuerte y tal vez otras Universidades
podrían animarse a seguirnos.
—Gracias, señoras y caballeros —el presidente se veía claramente aliviado—.
Como siempre me han ayudado mucho. Pensaré en… ah… alguna respuesta
apropiada para el ministro.
Después de eso ya no quedó mucho más por decir y el presidente se manifestó
ansioso por librarse de ellos. Abandonando las tazas con los restos del café y los
últimos vestigios del pastel de manzanas, los profesores se apresuraron hacia la salida
y hacia el sol. Anneliese Meissner ajustó su paso al de Mendelius. Resoplaba,
enfurecida.
—¡Dios Todopoderoso! Qué viejo embustero… ¡Una respuesta apropiada para el
ministro…! ¡Pelotas!
—Pero ahora se encuentra con que sus pelotas están en un cascanueces —dijo
Mendelius con una agria sonrisa—; le faltan sólo dos años para retirarse. En
consecuencia es difícil reprocharle que trate de buscar un compromiso… De todos
modos tiene a una facultad férreamente unida y que lo respaldará si actúa de acuerdo
con ella. Eso le dará, espero, algún coraje.
—¿Unida? —Anneliese lanzó, otro bufido—. ¡Mi Dios, Mendelius! ¿Cómo
puede usted ser tan ingenuo? Eso fue nada más que práctica de coro, todas nuestras
nobles almas cantando al unísono "Nuestro Dios es nuestra Fortaleza". ¿Cuántos cree
usted que serán capaces de mantenerse firmes cuando comience la presión real de los
muchachos de la seguridad? ¿No es verdad profesor Brandt que usted ha estado
jugando con la pequeña Mary Toller…? ¿Y usted Dahlmeyer? ¿Sabe su esposa lo que
hace los sábados en el Hotel del Amor en Frankfurt…? Y en cuanto a usted Heinzl, o
Willi o Traudl, si se niegan a cooperar nos vemos obligados a advertirles que estamos
muy al día en algunas especialidades no muy limpias como la de científicos sanitarios
o ayudantes en la casa de torturas… No se equivoque, amigo mío. Si en la cuenta
final, de diez quedamos tres, habremos tenido una suerte de los mil demonios.
—Pero olvida a los estudiantes. En el momento en que se enteren de esto, se
levantarán como un solo hombre.
—Algunos sí. ¿Pero cuántos quedarán de pie después de la primera carga a
bastonazos, y de los gases lacrimógenos y el cañón de agua? No serán muchos, Carl.
Y serán menos aún cuando la policía comience a usar municiones verdaderas.
—Jamás harán eso.
—¿Por qué no? No tienen nada que perder. Cuando la maquinaria de la
propaganda comience a funcionar, ¿cree que alguien oirá los disparos de la calle?

www.lectulandia.com - Página 137


Además, no olvide que bastará una maldita bomba atómica en Tübingen y toda la
región quedará limpiecita… ¿Quiere almorzar conmigo? Si almuerzo sola lo más
probable es que termine emborrachándome.
—¿No podemos permitir eso, no es así? —Mendelius la rodeó con su brazo y
acercó el grueso cuerpo de ella al suyo—. Pero hay sin embargo un consuelo,
muchacha: todas las Universidades del mundo deben estar, en estos momentos,
enfrentando este mismo problema.
—Lo sé. Filisteos del mundo, uníos. Las vacas sagradas serán por fin derribadas.
Mi Dios, Carl. Su Jean Marie no estaba, después de todo, tan equivocado.
—¿Ha escuchado las cintas que le envié?
—Sí, y muchas veces. He estado leyendo mucho también.
—¿Y…?
—No diré una palabra más hasta que tenga adentro del cuerpo una sustancial
cantidad de alcohol. Soy una bruja. Carl, cínica y vieja y demasiado fea para creer en
un Dios que fabrica monstruos como yo… Pero ahora estoy tan malditamente
asustada que podría llorar.
—¿Dónde quiere almorzar?
—En cualquier parte. En el primer bierkeller que encontremos. Salchichas y
sauerkraut, cerveza y ginebra doble. Unámonos al dichoso proletariado.
Mendelius no recordaba haberla visto nunca tan alterada. Comió con voracidad y
bebió con desesperada determinación; pero aun después de dos enormes dosis de
ginebra continuaba fríamente sobria. Llamó a la camarera para que limpiara la mesa y
trajera otra ronda de licores y luego anunció que estaba lista para cualquier discusión
racional.
—Comencemos por usted, Carl.
—¿Qué sucede conmigo?
—Lo comprendo mejor ahora. Y me gusta usted más.
—Gracias —Mendelius le sonrió—. Yo también la quiero.
—No se ría de mí. No estoy en ánimo de bromas. Esas grabaciones me
impresionaron muchísimo. Parecía usted tan malditamente desesperado en su
esfuerzo por adecuarse a lo imposible…
—¿Y qué me dice de Jean Marie?
—Bueno, eso constituyó otra sorpresa para mí. El retrato que usted hace de él es
demasiado vívido para ser falso. De manera que no tuve otro remedio que aceptarlo
como auténtico… Lo vi, lo sentí.
—¿Y qué piensa de él?
—Es un hombre muy afortunado…
—¿Afortunado?
—Sí… He pasado la mitad de mi vida lidiando con mentes enfermas. Si no

www.lectulandia.com - Página 138


tomamos en cuenta los defectos orgánicos, la mayor parte de los casos implica y
termina en una fragmentación de la personalidad, en una pérdida de identidad. La
vida, interior y exterior, es un rompecabezas sin armar con todas las piezas dispersas
sobre la mesa… El clínico dedica su tiempo a crear las condiciones para el auto-
reconocimiento, es decir un estado en el cual aun la confusión misma tenga algún
sentido. El paciente debe llegar a darse cuenta de que el rompecabezas tiene por
objeto ser reconocido como tal y en consecuencia incitar al trabajo de armarlo…
Fuera lo que fuera lo que ocurrió a su Jean Marie, el hecho es que tuvo el mismo
efecto salvador. Dio un sentido a todo lo que había ocurrido, conflicto, fracaso, su
propio rechazo, aun la oscuridad en que actualmente se encuentra… ¡Dios! Si yo
pudiera hacer eso con mis pacientes sería la más grande curandera del mundo. Y si
pudiera hacerlo conmigo misma sería mucho más feliz de lo que soy en estos
momentos…
—Yo diría que usted es una persona perfectamente integrada.
—¿Lo diría, Carl? Míreme ahora, medio borracha con licor barato porque me
asusta el mañana y porque odio esta gruesa rana que mi madre trajo al mundo… He
aprendido a vivir conmigo misma, pero no he aprendido a gustar de mí. No, y
tampoco aprenderé.
—Me siento muy orgulloso de conocerla, Anneliese —dijo Carl Mendelius
gentilmente—. Usted es una amiga muy querida y una gran mujer.
—Gracias —con esta palabra ella clausuró instantáneamente el tema—. Le he
dicho que he estado leyendo mucho: religión comparada, las bases de las experiencias
místicas en varios cultos. Estas continúan siendo para mí algo extraño a mi
experiencia, pero al menos la idea de la salvación comienza a tomar sentido. Todos
sufrimos del dolor, de la injusticia, nos sentimos confusos, morimos. Y luchamos, nos
esforzamos por permanecer intactos y enteros a través de todas esas experiencias. Y
aun si fallamos hacemos lo posible por rescatar nuestro yo del naufragio. Pero no
podemos hacer eso solos. Requerimos ayuda. Más aún, necesitamos un modelo o
ejemplar que nos muestre cómo es, debe ser, un ser humano realizado y auténtico…
De allí entonces la figura del profeta, del Mesías, de Cristo. Esto se aplica igualmente
a la comunidad de los creyentes. La Iglesia, cualquier Iglesia, dice: "Aquí está la
verdad; ésta es la luz; nosotros somos los elegidos, únete a nosotros…" ¿Sí o no,
profesor?
—Sí —dijo Mendelius—, pero la pregunta importante es: ¿cuál modelo elige
usted y por qué?
—Aún no lo sé —dijo Anneliese Meissner—. Lo que sí sé, es que la aceptación
final es muy sencilla, tal como lo fue para su Jean Marie. El hecho es que para llegar
a la sumisión es preciso estar absolutamente desesperado. El paciente que está más
capacitado para recibir mi ayuda es aquél que, por estar completamente desesperado,

www.lectulandia.com - Página 139


sabe que está enfermo… El mejor candidato para cualquier culto es el que se halla al
extremo de su cuerda.
—Lo que nos lleva directamente al problema siguiente. —Mendelius se inclinó
hacia ella y le tocó la mano. —¿Qué vamos a hacer, usted y yo, con respecto a la
situación que se ha planteado en la Universidad? Si el presidente, como es probable
que lo haga, nos vende a los políticos, y si la mitad de nuestros colegas se rinde a los
cazadores de brujas, ¿qué haremos?
—Nos vamos a la clandestinidad —sobre este punto Anneliese Meissner no tenía
dudas—. Podemos comenzar a organizamos ahora mismo.
—¿Ve usted? —Mendelius soltó una risita y levantó su vaso en signo de saludo
—. Aun usted, Frau Professor, está dispuesta a esconder los pergaminos sagrados y
huir a la montaña.
—No cuente mucho con eso, Carl. Es nada más que charla de borracha.
—In vino veritas —dijo Mendelius con una sonrisa.
—¡Oh, Cristo! —Anneliese Meissner lo amenazó con el dedo—. Hemos tenido
más que suficientes "clichés" para un solo día. Salgamos y caminemos. Se ahoga uno
aquí.
Aquella tarde, caminando de regreso a su casa a través de las plácidas calles de la
vieja ciudad, Mendelius se encontró confrontado con su nuevo dilema. En el caso de
un conflicto sin sentido como el que se preparaba, de una guerra en que se lucharía
hasta la extinción de ambos bandos, ¿en qué lado se situaban, dónde se hallaban las
lealtades de un hombre? ¿Lealtad a una arruinada y estéril tierra que alguna vez había
sido un hogar? ¿Lealtad a los hombres que conducían el carro del apocalipsis con
total indiferencia por los que a su paso atropellaba? ¿Lealtad a la nación-estado que
muy pronto carecería de sentido tanto para los vivos como para los muertos? ¿Lealtad
a la raza, a la sangre, a la tribu, a la tradición Gott und Vaterland? ¿Y si no hubiera
lealtad para ninguno de estos valores, entonces para quién? ¿Y cuándo llegaría el
momento propicio para comenzar a salirse de un sistema que por tanto tiempo lo
había hospedado y beneficiado?
Antes que el año terminara, Katrin y Johann serían llamados a prestar servicio
militar. ¿En qué forma podría él aconsejarles que respondieran a este llamado? ¿Que
respondieran sí al imperativo loco? ¿O no, no serviremos porque esto sólo nos
conducirá a una catástrofe? Una vez más los recuerdos de su infancia regresaron
obsesionantes: los cuerpos de los soldados-niños colgados de los faroles de Dresden
porque, en estos últimos días del déspota demente, habían abandonado una causa
perdida.
Ahora se encontró nuevamente cogido en el circuito cerrado del cosmos
predeterminado de Jean Marie. Mientras fuera posible poner una moneda en la ranura
de la suerte y saber así que por lo menos la mitad de las posibilidades estaban a favor

www.lectulandia.com - Página 140


de uno, era posible conservar algunas esperanzas. Pero una vez que se descubría que
la moneda tenía dos caras, que el Creador no estaba ofreciendo ninguna opción, que
el juego estaba lleno de trampas y que cuanto antes se retirara uno, mejor… La
pregunta siguiente era: ¿Qué prefiere usted, profesor? ¿La continuidad o el caos? Y si
elegía salirse del caos, ¿en qué lejano planeta y con qué criaturas sobrevivientes del
desastre podría construir su nueva utopía?
El razonamiento se daba vuelta sobre sí mismo como rueda de molino y muy
pronto se cansó de él. Pensó que necesitaba distraerse, de manera que dobló hacia una
estrecha calle, empujó una vieja y gastada puerta y trepó los tres escalones que
conducían al estudio de Alvin Dolman, ex-sargento mayor del ejército de ocupación
norteamericano en el Rhin, ex-marido de la hija del alcalde, ahora felizmente
divorciado y que dedicaba su tiempo a ilustrar libros y revistas para un editor local.
Era un hombre grandote, risueño, con enormes puños y una pierna estropeada como
resultado de un accidente en la carretera. Tenía también un ojo especial para
descubrir dibujos antiguos, y Mendelius era uno de sus clientes favoritos a quien
gustaba servir vino del Rhin, galletitas crujientes y consejos gratuitos sobre mujeres,
política y el mercado de arte.
—Llega usted en muy buen momento, profesor. El negocio anda tan mal que
estoy pensando en dedicarme a la pornografía… Mire estos ejemplares. Los encontré
en una tienda en Mannheim: tres dibujos a pluma de Julius Schnorr de Carolsfeld…
Vea. Llevan la firma y la fecha, 1821. Es un gran dibujante, ¿no le parece? Y los
modelos también son muy bellos… ¿Qué le parece quinientos marcos por el lote?
—¿Y qué diría usted de doscientos, Alvin? —Mendelius dichoso, hundió los
dientes en su galletita.
—Cuatrocientos, y negocio hecho.
—Trescientos cincuenta, y de todos modos están un tanto manchados.
—Está usted quitándome el pan de la boca, profesor.
—Los limpiaré con pan de centeno.
—Bien. Trato hecho. ¿Los quiere con marco?
—¿Al precio de siempre?
—¿Le robaría yo a un amigo?
—Le robaría su mujer, tal vez —dijo Mendelius sonriendo— pero no su reloj. ¿Y
cómo le va, Alvin?
—No tan mal, profesor, no tan mal —vertió vino en su vaso—. ¿Y cómo está la
familia?
—Bien. Bien.
—Ese muchacho, el novio de su hija, tiene pasta de gran artista. He estado
dándole lecciones de grabado a punzón. Aprende muy rápido… Es una lástima, de
todos modos, pensar en lo que va a ocurrir con estos niños.

www.lectulandia.com - Página 141


—¿Y qué va a ocurrir, Alvin?
—Yo sólo sé lo que oigo, profesor. Mantengo siempre el contacto con nuestros
muchachos, soldados en Frankfurt, y, ocasionalmente, cuando están lo
suficientemente bebidos para comprarlos, les vendo alguno que otro grabado. Hablan
mucho sobre la guerra. Están trayendo tropas frescas y equipos nuevos. Allá en
Detroit la industria se está reconvirtiendo a vehículos militares… Estoy pensando en
reunir mis pocas pertenencias y regresar a casa. Es muy lindo ser un artista en
residencia en una ciudad universitaria, pero demonios, nadie quiere ver volar la
propia cabeza para salvar a algunas frauleins. En cuanto suceda algo, Tübingen se
transformará, antes que transcurra una semana, en un campo de batalla. Bueno, pero
me imagino que lo mismo ocurrirá con Detroit… Sírvase un poco de vino. Quiero
enseñarle algo.
Abrió una alacena, la registró y extrajo de ella un pequeño paquete cuadrado
cuidadosamente envuelto en un género protector. Lo desenvolvió con infinitas
precauciones y reveló a la luz del día los retratos emparejados de un noble y su
esposa, del siglo dieciséis. Los colocó sobre el bastidor y ajustó la luz.
—Bien, profesor, ¿qué me dice de esto?
—Yo diría que son de Cranach.
—Así es. Lo son. Lucas Cranach el Viejo. Pintó esto en Wittenburg en 1508 —
afirmó complacido.
—¿Y dónde demonios consiguió esto? Dolman sonrió y llevó su índice a su nariz.
—Lo olí, profesor, en el dormitorio de una mujer, si quiere detalles. Estaba tan
dichosa y agradecida por mi compañía, que me lo regaló. Naturalmente lo acepté al
momento, lo limpié y listo; tengo una póliza de seguro de vida. Pero naturalmente, no
pienso vender esto en Alemania. Vendrá a casa conmigo…
—¿Y qué me dice de la dama? ¿Va a compartir con ella sus ganancias?
—¡Diablos, no! Es muy bella, pero sorda, y su marido tiene más dinero del que
ambos necesitan. Además fue un negocio limpio. La hice muy feliz.
—Es usted un bribón, Alvin —dijo Mendelius riéndose.
—Así parece… Pero con esta inflación que tenemos, una pensión del ejército
apenas alcanza para comprar buñuelos.
—Si las cosas se ponen malas, tal vez lo llamen al ejército de nuevo.
—De ninguna manera, profesor —Dolman comenzó a envolver nuevamente su
tesoro—. Estoy fuera y fuera me quedaré. La próxima vez no habrá una guerra, sino
un solo y gran disparo y ¡bingo! estaremos todos de regreso en las cavernas, pintando
búfalos en las murallas.

"…Por todos lados, Jean, lo único que percibo es el temor…"

Mendelius, sentado frente a su escritorio, escribía, mientras Lotte acomodada en

www.lectulandia.com - Página 142


un rincón, lo acompañaba en silencio, tejiendo y oyendo un concierto de Brahms
transmitido por la radio de Berlín.

"… El miedo, a la manera de esos vahos oscuros que emergen de los pantanos,
se ha derramado aquí a través de las calles, ha penetrado en todas las casas
imprimiendo su sello hasta en las conversaciones más triviales y llegando a
formar parte de los más sencillos cálculos domésticos.
"Se ha solicitado a los miembros de nuestra facultad que informen a los
servicios de seguridad sobre las afiliaciones políticas de los estudiantes. De esta
forma, la relación humana más primaria y elemental está amenazada de
corrupción y puede llegar a ser totalmente destruida. Ya he comunicado que
renunciaré si esa solicitud se transforma en una orden. Pero usted sabe mejor que
yo cómo trabajan las fuerzas de la corrupción: si yo tengo que recurrir a la
policía para mi protección personal, ¿cómo puedo, a mi vez, rehusarle mi
cooperación en un caso de emergencia nacional? La respuesta, para mí, es muy
clara. Pero una vez que los que manejan la propaganda hayan levantado lo que
Churchill llamó los guardaespaldas de la mentira, sólo seguirá siendo clara para
unos pocos, muy pocos más.
"Pero si el miedo es una infección, la desesperación es una peste. La visión
suya del fin de todas las cosas temporales se ha transformado, para todos
nosotros, en una obsesión; pero el resto de su visión —el acto final de la
redención, la demostración definitiva de la justicia divina y de la misericordia—
¿en qué forma es posible expresarla, de tal modo que ayuden a conservar viva la
esperanza humana? Privados de la posibilidad de esa esperanza, mi querido
amigo, su cosmos alienado será un lugar terrible para vivir en él…".

Sonó el teléfono. Lotte dejó su tejido y fue a contestarlo. Era Georg Rainer.
Cuando Mendelius tomó el tubo Rainer se lanzó inmediatamente en un apretado
monólogo.
—… Estoy en Zurich. Volé hasta aquí nada más que para hacer este llamado ya
que no me es posible confiar en los circuitos italianos. Ahora, escuche atentamente y
no haga comentarios. ¿Recuerda que en nuestra última reunión hablamos sobre una
lista?
—Sí.
—¿La tiene consigo?
—Arriba en mi estudio. No cuelgue.
Mendelius corrió a su estudio, abrió su vieja caja fuerte y buscó la lista de Jean
Marie. Regresó al teléfono.
—Listo. La tengo frente a mí.
—¿Está ordenada por países?

www.lectulandia.com - Página 143


—Sí.
—Voy a mencionar cuatro nombres para cuatro países. Quiero saber cuáles son
los nombres que están en su lista, ¿Entendido?
—Adelante.
—U.R.S.S.… ¿Petrov?
—Sí.
—U.K.… ¿Pearson?
—Sí.
—U.S.A… ¿Morrow?
—Sí.
—Francia… ¿Duhamel?
—Sí.
—Bien. Eso significa que mi informante es alguien confiable.
—Está hablando muy misteriosamente, Georg.
—Le estoy enviando una carta desde el correo central de Zurich. Le explicará los
misterios.
—Pero usted llegará el miércoles.
—Así es. Pero soy un hombre pesimista. Vivo esperando lo mejor y
preparándome para lo peor. Desde el sábado me tienen sometido a vigilancia. Pía
pensó, incluso, que había alguien espiándonos en el aeropuerto, de manera que es
muy posible que aun en Zurich esta vigilancia continúe.
Trataremos de burlar a nuestros perseguidores usando el auto para llegar a
Tübingen en lugar del avión. ¿Puede usted recibirnos a los dos? No querría por
ningún motivo, dejar a Pía sola en Roma.
—Por supuesto. Todo esto parece muy siniestro, Georg.
—Yo le advertí que podría resultar así. Permanezca alerta y prenda una vela por
nosotros. Auf Wiedersehen.
Mendelius dejó descansar el tubo en la horquilla y comenzó a hojear
distraídamente las páginas mecanografiadas de la lista de Jean Marie. Desde el primer
momento había aceptado con respecto a ella la despreciativa descripción de
Anneliese Meissner que la había calificado de ayuda memoria sacada de un archivo.
En ningún momento se había detenido a considerar el alcance y la fuerza que
representaba esta amistad entre hombres tan altamente colocados. Pero Rainer había
comprendido inmediatamente esta importancia que a él se le había escapado; Rainer,
en consecuencia, se había lanzado en un nuevo campo de investigaciones y ahora, por
eso, estaba en peligro… Lotte asomó su cabeza por la puerta y preguntó.
—¿Qué quería Rainer?
—Fue bastante críptico. Deseaba confirmar la existencia de cuatro nombres en la
lista de Jean Marie. También deseaba decirme que llegaría a Tübingen en auto y que

www.lectulandia.com - Página 144


traería consigo a Pía.
Tuvo en la punta de la lengua decir que Rainer estaba sometido a vigilancia, pero
lo pensó mejor y se calló.
—Oh Dios —Lotte se transformó instantáneamente en dueña de casa—, eso
complica las cosas. Voy a tener que cambiar los cuartos. ¿Crees que podremos
acomodar a Lars Larsen aquí arriba en tu estudio?
—Lo que a ti te parezca, schatz… ¿Hay alguna posibilidad de más café?
—Chocolate —dijo Lotte con firmeza—. No tengo ningún deseo de verte dando
vueltas toda la noche. —Dejó su tejido y lo besó al salir.
Mendelius regresó a su carta. Se sintió tentado de referirse al llamado de Rainer y
de pedir mayores explicaciones sobre la importancia de la lista, pero después de
pensarlo, resolvió no hacerlo. El correo italiano nunca había sido seguro y no deseaba
tampoco ser demasiado específico.

"De manera que, repetidas veces y con insistencia volví a examinar tanto su
carta como los anexos de modo de familiarizarme con el problema para encontrar
así la mejor forma de presentar sus ideas al público. Me gustaría saber algo más
sobre lo que usted mismo desearía al respecto, como por ejemplo en lo que se
refiere a las personas incluidas en su lista…
"¿En qué términos es posible discutir la Parusía con una amplia audiencia de
creyentes y no creyentes? Me pregunto, mi querido Jean Marie, si no habremos
acaso corrompido de tal modo el sentido de este misterio que ya no sea posible
reconocerlo, es decir que se haya perdido para siempre. Hablamos de triunfo, de
juicio, del Hijo del Hombre "que vendrá sobre las nubes del cielo, en plena Gloria
y Majestad".
"Me pregunto en qué forma el poder y la majestad y la gloria y si acaso esa
forma no será completamente distinta de todo lo que hayamos imaginado.
Recuerdo la frase de su carta "un momento de exquisita agonía" y cómo usted me
explicaba eso como una súbita y luminosa percepción de la total unidad de las
cosas… como el moribundo Goethe, yo clamo por más luz. Soy un hombre sensual,
sobrecargado con un exceso de conocimientos y una muy escasa comprensión de
lo real. Sé que al fin de un largo día me siento ampliamente satisfecho con el
chocolate caliente que me sirve Lotte y con sus brazos en torno de mi cuello en la
oscuridad de nuestro cuarto… "

Lars Larsen, brusco, vivaz y voluble, llegó una hora antes de mediodía, después
de un vuelo nocturno desde Nueva York y una loca carrera en auto desde Frankfurt.
Dentro de los quince minutos siguientes se había encerrado con Mendelius para
ofrecerle una evidente y necesaria lección sobre los hechos de la vida en el campo de
la edición literaria.

www.lectulandia.com - Página 145


—…Sí, estoy dispuesto a ser el representante de ustedes dos, Rainer y usted, pero
no sin que antes hayan firmado entre ustedes un contrato satisfactorio para ambos, lo
cual significa que la proporción deberá ser de sesenta-cuarenta en favor suyo. Pero
aún antes de llegar a eso Rainer deberá revelar la naturaleza y el alcance de sus
compromisos con Die Welt. Si él pertenece al equipo dirigente de la empresa, el
grupo Springer puede reclamar para sí la plena posesión y uso de todo lo que él haga
con relación a este proyecto… De manera que, para comenzar, yo hablaré solo con
Rainer, y usted quedará fuera de la discusión hasta que hayamos arreglado eso… No,
no me dé argumentos, Carl. Cincuenta y cincuenta no me parece justo ni aceptable.
Usted debe controlar este asunto y no puede hacerlo a menos que posea la mayoría de
los votos… Además, usted es la persona que interesa a los clientes. He obtenido tres
licitaciones por un millón y medio en total para los derechos mundiales de la
publicación en fascículos y en libro, y el negocio se ha basado en su nombre y su
asociación con Gregorio XVII, no en Rainer. Ahora, cuando vea lo que usted tiene
aquí, podremos alzar el precio hasta dos millones… más una cantidad de agradables
agregados. Así pues, es preciso que todo quede muy claro, Carl. Usted está
transformando a Rainer en un hombre muy rico. No tiene por qué pedirle disculpas
por los términos en que se arregle este contrato…
—No estaba pensando en Rainer —Mendelius, bruscamente, se había
ensombrecido—; estaba pensando en mí. Creo que cuando se publique esta historia
habrá mucha gente que intentará desacreditarme así como han desacreditado a Jean
Marie. Dos millones de dólares podrán hacerme aparecer como un Judas bastante
caro.
—Si usted hiciera esto gratis —dijo Lars Larsen— todo mundo pensaría que es
un estúpido, que todo el asunto es obra de locos de manera que nadie le prestaría fe.
El dinero, en cambio, siempre huele bien, es limpio. De todos modos, si eso lo
molesta consulte con su abogado y tal vez él pueda aconsejarle que funde una
institución en favor de las mujeres pecadoras. Bueno, pero ése es problema suyo, no
mío. El dinero que yo he conseguido para usted le garantiza que sus editores se
esforzarán por alcanzar al mayor público posible… y eso, en fin de cuentas, es
precisamente lo que usted quiere obtener, ¿no es así? Ahora, ¿podríamos ver esos
documentos, por favor?
Mendelius abrió su vieja caja fuerte y extrajo de ella el sobre que contenía la carta
de Jean Marie y la encíclica. Larsen echó una mirada a los documentos y preguntó
abruptamente.
—¿Son auténticos?
—Sí.
—¿Puede dar fe de la autenticidad de esta letra?
—Por supuesto y además he verificado cada sentencia personalmente con el

www.lectulandia.com - Página 146


autor.
—Espléndido. Deseo que haga con respecto a esto una declaración ante notario.
También deseo fotografiar algunos pasajes significativos… pero no necesariamente
los más importantes. Cuando está en juego un volumen tan grande de dinero, los
clientes exigen ser plenamente protegidos. Y lo último que desearíamos es entrar en
conflicto con el Vaticano a propósito de declaraciones o escritos que no sean exactos
y que ellos puedan sostener que son falsos.
—Nunca lo había visto tomar tantas precauciones, Larsen.
—Sólo estamos comenzando, Carl —Larsen no parecía divertido—. Una vez que
esta historia salga a la luz pública, su pasado y su presente serán examinados al
microscopio. Lo mismo le ocurrirá a Rainer, y profesionalmente al menos, sería
preferible que su historial estuviese inmaculado… Ahora le agradecería que me
consiguiera otra taza de café y que me dejara solo para estudiar este asunto…
—Bien. Ya que se va a dedicar a eso —dijo Mendelius con una sonrisa—
aproveché para escribir algunas notas que puedan servirle de evidencia interna: la
letra manuscrita, el pulido estilo francés, la calidad del razonamiento y la forma de
transmitir las emociones personales.
—Sé lo que es la evidencia interna —dijo Larsen secamente—. Uno de mis
primeros clientes fue un maestro en el arte de plagiar… Le siguieron un juicio por un
millón y lo perdió. Y tuve que volver a trabajar en comisiones… Bueno, y ahora ¿qué
hay de mi café?

Cuando bajó a almorzar, a la una y media, Larsen parecía otro hombre,


conmovido y a la vez sometido. Comió distraídamente y habló en forma inconexa.
—…Habitualmente suelo guardar mis distancias con relación a lo que leo. Eso es
para mí una necesidad… Si no, sería imposible sobreponerme al impacto de esas
personalidades tan estudiadas y clamando, a través de las páginas, hacia usted… Pero
esa carta, Lotte… Me hizo llorar. Jamás voy a una iglesia, excepto para los
matrimonios y los funerales. Mi abuelo, el padre de mi madre, era un luterano sueco a
la antigua usanza. Cuando yo era pequeño solía sentarme en sus rodillas y leerme la
Biblia… Allá arriba me pareció estar oyéndolo de nuevo…
—Comprendo muy bien lo que está tratando de expresar —Lotte parecía ansiosa
por participar en la discusión—. Es por eso que he estado insistiendo con Carl sobre
la necesidad de guardar una total fidelidad al texto de Jean Marie y creo que eso sólo
puede hacerse con mucho amor… No debe permitirse que nadie pueda hacer de esta
historia algo barato o vulgar.
—¿Qué piensa entonces de Georg Rainer?
—No lo conozco sino superficialmente. Es encantador y muy ingenioso. Creo que
sabe mucho sobre Italia y el Vaticano. Sin embargo creo que el control del proyecto

www.lectulandia.com - Página 147


debe quedar completamente en manos de Carl.
—Aclaremos bien este punto —Mendelius súbitamente se molestó y habló con
acrimonia e irritación—. Georg Rainer llega esta tarde y será nuestro huésped. Es
importante que él y yo podamos trabajar juntos armónica y eficientemente. No quiero
que esta relación se eche a perder por discusiones monetarias. Y tampoco deseo
ofrecerle una bienvenida a medias.
—Jawohl, Herr Professor! —Lotte lo miró burlonamente, riéndose de su
solemnidad.
—Confíe en mí, Carl —dijo a su vez Lars Larsen, sonriéndole—. Soy un
espléndido cirujano. Opero en forma limpia y precisa y todos mis pacientes se
reponen espléndidamente… Ahora necesito que me preste su teléfono por un par de
horas. En Nueva York, ésta es hora de trabajo y de negocios. Y después de lo que
acabo de leer, ¡oh mi Dios! ¡Qué negocios vamos a hacer!
Más tarde, en la cocina, Lotte, comentando el almuerzo con Mendelius, no podía
evitar reírse.
—Lars es tan divertido. En cuanto comienza a hablar de dinero, da la impresión
de que se ha conectado a una corriente eléctrica. Le brillan los ojos y uno espera a
cada momento que se le ericen los cabellos… Estoy segura de que él se asombraría si
tú le contaras la impresión que produce, pero la verdad es que me recuerda a esos
hombres gordos que están en las puertas de los circos y gritan a voz en cuello
vendiendo sus entradas para el día del juicio final.

La campaña de ventas de Larsen continuó durante toda la tarde. A las cinco y


media, en posesión de ofertas que llegaban hasta dos millones y un cuarto, cerró el
negocio. Le explicó a Mendelius que ahora se sentía bien pues tenía una hermosa
garantía en dinero contante y sonante lo que le permitiría iniciar en un muy buen pie
sus negociaciones con Georg Rainer. Pero Georg Rainer estaba atrasado. A las siete
de la tarde llamó por teléfono de un lugar en el camino veinte millas al sur de
Tübingen. Explicó que había sido seguido desde Zurich, que poco antes de llegar a la
frontera había logrado burlar a sus perseguidores y que desde entonces había dado
vueltas por la mitad de los caminos de Suavia para estar seguro de que había logrado
despistar a quienquiera que fuera que iba detrás de él. A las ocho y media,
acompañado de Pía, llegó, agotado y completamente despeinado por el viento. Una
hora más tarde, repuesto y relajado por la abundante cena de Lotte, procedió a
explicar el melodrama que acababa de vivir.
—…Lo más extraordinario respecto de esta abdicación, fue el total secreto en el
que se llevó a efecto. Nadie, pero absolutamente nadie, parecía dispuesto a hablar
sobre el tema… Lo que naturalmente nos llevó, a los chicos de la prensa, a creer que
Gregorio XVII no sólo debía de haber tenido enemigos muy poderosos sino también

www.lectulandia.com - Página 148


que por alguna razón u otra, debía de haberse distanciado de sus amigos tanto adentro
como afuera del Vaticano. Lo conocíamos, usted bien lo sabe Carl, como un hombre
de extraordinario encanto. Nos preguntamos entonces dónde estaban sus amigos…
Fue en ese momento cuando usted me habló de esta lista y por eso me pareció que
ella podría tener una singular importancia… usted me había dicho que estaba
mecanografiada. Eso significaba que había salido de algún archivo. Me pregunté a mí
mismo quién podría estar al tanto de los archivos privados de Gregorio XVII y así
llegué a su secretario privado… Yo sabía que se llamaba monseñor Bernard Logue y
que, a pesar de su nombre irlandés, es en realidad un francés, descendiente de uno de
aquellos patos salvajes que volaron a Francia para luchar contra los ingleses… De
manera que hice averiguaciones sobre lo que había ocurrido con este hombre después
de la abdicación…
—Muy inteligente de parte suya, Georg. Logue fue el hombre que denunció la
encíclica a la Curia e inició así todo este proceso. Nunca se me ocurrió preguntar
cómo había sido premiado.
—Aparentemente no le han premiado bien. Fue retirado de la Casa Pontificia y
nombrado en el Secretariado de Comunicaciones Públicas. Me habían dicho que a
raíz de eso estaba amargado y dispuesto en consecuencia a ventilar sus quejas… Pero
resultó todo lo contrario. Me encontré frente al perfecto ejemplar de funcionario
clerical, preciso, condescendiente y absolutamente convencido de que el último
escriba de ciudad del Vaticano obra guiado por la mano de Dios… Era por
consiguiente evidente que no iba a revelarme ningún secreto. De manera que fui yo
quien le conté que estaba trabajando en un relato de los últimos días de Gregorio
XVII en los cuales él, monseñor Logue, había jugado un papel tan importante…
Logré impactarlo. Me pidió que definiera el rol que se suponía que él había jugado en
esos acontecimientos. Le dije que él había informado a la Curia sobre el contenido de
la última encíclica no publicada de Gregorio XVII… Y eso sí que realmente lo
asustó. Negó toda participación en un acto semejante. Declaró que no sabía nada
acerca de ninguna encíclica. Entonces mencioné la lista y cité algunos nombres que
usted había confirmado. Quiso saber dónde había visto yo ese documento. Le
contesté que debía proteger a mis fuentes; pero dejé entender que estaría dispuesto a
negociar con él a cambio de algunas informaciones. Me dijo que conocía la lista de
nombres, pero que nunca la había visto. Continuó explicando que Gregorio XVII
había confiado mucho en la diplomacia a nivel personal. En consecuencia eso había
hecho de él una persona muy vulnerable a cualquier actitud amistosa. El secretario de
Estado consideraba también muy peligrosa la posición de Gregorio XVII respecto de
Les Amis du Silence…
—¿Los qué? —Mendelius prácticamente había gritado su pregunta.
Rainer echó la cabeza atrás y rió.

www.lectulandia.com - Página 149


—¡Ah! Yo había apostado a que eso sí lograría impresionarlo, Carl. Porque
ciertamente me impresionó a mí. ¿Quiénes eran estos "Amigos del Silencio"?
pregunté. Pero nuestro pequeño monseñor se dio cuenta de que acababa de caer en un
gran desliz y me rogó que olvidara haber oído semejante expresión… Traté de
tranquilizarlo. Pero rehusó ser calmado. Con esto se dio por terminada la entrevista.
Y yo quedé en posesión de cuatro nombres: Petrov y los otros y algo llamado Les
Amis du Silence… Esa noche, era sábado, llevé a Pía a cenar a la Piccola Roma y
más tarde a una discoteca. Salimos de allí alrededor de las dos de la mañana. Las
calles estaban casi vacías. Y fue entonces cuando me di cuenta de que alguien nos
seguía… Y desde ese momento nunca hemos dejado de ser seguidos.
—¿Pero no han recibido ningún daño? —preguntó Larsen—. ¿No han sido objeto
de ninguna violencia?
—Todavía no —contestó Rainer dudoso—, pero una vez que sepan dónde se
encuentra la lista…
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Lotte.
—No tengo la menor idea. —El gesto de Rainer denotaba una cansada
perplejidad. —A diferencia de Carl, a mí no me sorprende nada de lo que el Vaticano
pueda hacer. Pero en este caso nuestro adversario es un simple clérigo, un fanático,
un conocido informador que estuvo dispuesto incluso a derribar a su propio jefe.
Puede que esté sirviendo a otros intereses aparte de los del Vaticano. Pía tiene al
respecto su propia opinión.
—Por favor —Mendelius se dirigió a ella rogándole que participara en la
discusión—, necesitamos algunos enfoques inéditos.
Pía Menéndez vaciló unos momentos y luego explicó suavemente.
—Mi padre era diplomático y solía decir que la diplomacia sólo podía funcionar
bien entre instituciones establecidas, ya fueran ellas buenas o malas. Cuando la
situación se torna revolucionaria, la diplomacia no puede actuar y sólo queda el
juego, la apuesta… Ahora, según lo que me ha contado Georg, Gregorio XVII creía
que una catástrofe atómica sería seguida por una situación revolucionaria de alcance
mundial y que en esa circunstancia él u otros deberían aprender a confiar, sin razones,
en hombres de buena voluntad, tanto de adentro como de afuera de la Iglesia. Estos
hombres pueden ser actualmente unos simples desconocidos pero capaces, no
obstante, de sobrevivir en posiciones de poder.
—Hombres actualmente desconocidos —Larsen se aferró a la frase—, o tal vez
sumidos en una especie de destierro político o aun hombres considerados peligrosos
por los regímenes existentes. Y ahí tenemos otro motivo, para haber sacado del trono
a Gregorio XVII.
—Bueno, pero todo eso no nos dice quién me ha estado siguiendo —dijo Georg
Rainer.

www.lectulandia.com - Página 150


—A ver, razonemos un poco. —Mendelius se reintegró a la conversación: —
Monseñor Logue afirma no haber visto jamás esa lista. Eso es muy posible. En el
mismo momento en que Jean Marie descubrió que era un delator, trató, sin duda
alguna, de proteger sus documentos. Pero Logue sabía de la existencia de esa lista…
Y así, cuando se enteró de que usted Georg, conocía la lista, ¿a quién cree que se
apresuraría a informar? ¿A sus presentes amos en el Vaticano o a otros interesados no
especificados? La idea de una vigilancia de veinticuatro horas sobre veinticuatro
parece no calzar muy bien con los métodos del Vaticano. Como lo ha dicho Pía, en el
Vaticano prefieren hacer las cosas a nivel institucional. De manera que yo apostaría
por los interesados externos. ¿Qué piensa usted Georg?
—Yo no quiero pensar nada hasta que no haya leído todos los documentos. Me
gustaría llevarlos conmigo esta noche a la cama.
—Pero antes que vaya a la cama —dijo rápidamente Lars Larsen— desearía que
tuviéramos una pequeña conversación sobre los contratos.
—Le ahorraré problemas —dijo Georg Rainer con una sonrisa—. Entre nosotros
Mendelius es el jesuita. De manera que si su contrato satisface el sentido de la justicia
de Mendelius, lo firmaré con mucho gusto.
—Iré a buscar lo que Jean Marie me envió —dijo Mendelius— pero le advierto
que lo dejará a usted insomne.
—Por una vez —dijo Pía, la hija del diplomático—, me siento dichosa de dormir
sola.
Esa noche a lo largo de aquellas cortas y siniestras horas que siguen a la
medianoche, Mendelius permaneció despierto, pensativo, esforzándose, como se
suponía debía hacerlo cualquier buen historiador, por imaginarse a sí mismo de vuelta
en las antiguas batallas de la cristiandad: la batalla para establecer un código de
creencias, una constitución para la asamblea de los fieles y para mantener el rebaño
unido y seguro contra los asaltos de los vendedores de ilusiones y de los embusteros.
Esas batallas habían sido siempre amargas y algunas veces violentas. Hombres de
buena voluntad habían sido sacrificados sin misericordia en tanto que picaros
complacientes florecían bajo el amparo de la ortodoxia. Entre la Iglesia y el Estado se
celebraban matrimonios de conveniencia mientras que naciones y comunidades se
divorciaban ásperamente de la Unión de los elegidos.
La batalla continuaba. Jean Marie Barette, ex-papa, acababa de ser una de sus
víctimas. Había invocado al Espíritu: los cardenales habían invocado a la Asamblea
y, como siempre, la Asamblea había ganado por el peso de su número y la fuerza de
su organización. Esta era la lección que los romanos le habían enseñado a los
marxistas: conserven la pureza del código y la exclusividad de la jerarquía. Con lo
primero descubren a los herejes y con la segunda los destruyen.
Y aquí, por un brusco vuelco del pensamiento, Mendelius se encontró de regreso

www.lectulandia.com - Página 151


en la pregunta ¿quiénes eran los '"Amigos del Silencio"? Se sintió tentado de adoptar
la teoría de Pía Menéndez sobre hombres esperando en las sombras para hacerse
cargo de la situación en un caso de revolución o de catástrofe. Por otra parte le vino a
la memoria una carta escrita por Jean Marie, hacía ya mucho tiempo, cuando aún era
cardenal y en la que se derramaba en invectivas contra los movimientos elitistas en la
Iglesia.
"…Desconfío de ellos. Carl. Si yo fuera papa, haría todo lo que estuviera en mi
mano para impedir la formación de cualquier movimiento que pudiera tener algún
aspecto de sociedad secreta, asociación hermética o de cuadro privilegiado dentro de
la Iglesia. La Asamblea del Pueblo de Dios debe ser, entre todas las sociedades, la
más abierta, la más fraterna. Hay suficientes misterios en el universo para que los
hombres contribuyamos a aumentarlos… Pero los romanos disfrutan con sus
murmuraciones y su chismografía de corredores y sus archivos secretos…"
Era difícil creer que el hombre que había escrito estas palabras pudiera después
haber formado su propia sociedad secreta y luego haberle dado este nombre tan
obvio. ¿No era acaso más probable que Les Amis du Silence fueran un grupo exterior
a la Iglesia cuyo nombre francés estuviera destinado precisamente a crear la
impresión de que había sido aprobado por un papa francés? Años atrás los españoles
habían dado el ejemplo cuando habían montado su propia y autoritaria élite y la
habían bautizado con el nombre de Opus Dei, los Trabajos de Dios.
Inquieto e insomne, Mendelius comenzó a escarbar en su memoria en busca de
cualquier indicio que pudiera asociar con los "Amigos del Silencio". La palabra
amigos evocaba algunos curiosos correlativos: desde la sociedad de los Amigos,
hasta los amicus curiae y los "Amigos del Hombre" del marqués de Mirabeau. La
palabra silencio originaba una variedad aún mayor de asociaciones. En la cárcel
Mamertina de Roma ardía una polvorienta lámpara en recuerdo de la Iglesia del
Silencio: la Iglesia de aquellos fieles a quienes se negaba la libertad de practicar su
credo o que eran perseguidos por su adhesión a la antigua fe. Estaba también el
"Silencio de los Amiclae" que prohibía a los ciudadanos de Amiclae hablar de la
amenaza espartana, de tal forma que, cuando viniera la invasión, la ciudad cayera
fácilmente. Estaba el siniestro proverbio italiano: la noble venganza es hija del
profundo silencio…
Finalmente cuando comenzó a sentirse vencido por el sueño, Mendelius decidió
que ésta podría ser la ocasión para ver si Drexel cumplía su promesa de
proporcionarle las referencias que le solicitara respecto de algunos hechos. Lotte se
movió y, en la oscuridad, tendió las manos hacia él en busca de seguridad. El se
entregó entonces al calor de ella y no tardó en sumirse en un profundo sueño.
Debido al contrato de Georg Rainer con Die Welt surgieron problemas
inesperados, de manera que inmediatamente después del desayuno Lars Larsen partió

www.lectulandia.com - Página 152


hacia Bonn y Berlín con el fin de hablar con los ejecutivos del grupo Springer. Estaba
tan airoso y confiado como siempre.
—Tendrán que ceder. Si no hay arreglo, no habrá noticias para ellos. Y Georg
renunciará. Déjenme esto. Ustedes dos siéntense a trabajar y a escribir una buena
historia. Deseo llevármela personalmente a Nueva York.
Mendelius y Rainer se encerraron en el estudio para ordenar su material: las
fichas de Rainer sobre el pontificado de Gregorio XVII, la correspondencia privada
de Mendelius con él, antes y durante su reinado, lecturas y notas sobre tradición
milenarista y, como piedras de base del edificio, los tres últimos documentos: la carta,
la encíclica y la lista de nombres. Sobre estos últimos Georg Rainer, emitió una
opinión definitiva y tajante.
—…En el caso de que usted no sea creyente, y a mí sólo me quedan unos leves
vestigios de luteranismo, la carta y la encíclica son pura poesía y como tal, van más
allá de toda discusión racional. Uno las siente o no las siente. Yo sentí la agonía del
hombre. Sin embargo, para mí, este hombre andaba en la luna, fuera de todo alcance
humano… En cuanto a la lista de nombres, ésa entra en otro orden de problemas.
Muchos de esos nombres me son familiares y sé lo suficiente acerca de ellos como
para reconocer algunos factores comunes, que estoy seguro una computadora
aclararía aún más. Deseo trabajar en esta lista esta mañana antes que lleguemos a
ninguna conclusión…
—¿Cree que ellos pueden ser los "Amigos del Silencio"?
—Me parece que no hay manera de saberlo. Son en general personas muy
conocidas y públicas cuyas carreras por lo tanto han sido investigadas pero
ignoramos lo que ha ocurrido después.
—Trataré de ver qué consigo con Drexel.
Mendelius alcanzó el teléfono, marcó el número de Ciudad del Vaticano y pidió
ser comunicado con el cardenal Drexel. Su eminencia pareció sorprendido y un tanto
cauteloso.
—¿Mendelius? Comienza muy temprano sus actividades. ¿Qué puedo hacer por
usted?
—Estoy trabajando en mis memorias. Y usted fue tan bondadoso como para
ofrecerme ayuda en lo relacionado con hechos.
—¿Sí?
—¿Quiénes son Les Amis du Silence?
—Lo siento —Drexel se había vuelto súbitamente muy brusco—. No puedo darle
ninguna información al respecto.
—¿Puede entonces indicarme otra fuente de informaciones, tal como me lo
prometió?
—Me parece que no sería oportuno.

www.lectulandia.com - Página 153


—Otros me han dicho que el tema podría ser peligroso.
—Con relación a eso me abstengo de opinar.
—Gracias, Eminencia, al menos por aceptar mi llamado.
—Ha sido un agrado, Mendelius. Buenos días.
Rainer no se había sorprendido.
—¿No tuvo suerte?
Mendelius dio un bufido de disgusto.
—El tema es inoportuno.
—Me encanta esa palabra. La usan para enterrar toda clase de cadáveres… ¿Por
qué no llama a Monte Cassino y pide hablar con su amigo para que le aclare el punto?
—Porque no deseo que tenga ninguna responsabilidad en lo que estamos
escribiendo. Usted es el periodista. ¿Qué más se le ocurre que podríamos ensayar?
—Sugiero que por el momento olvidemos el asunto y descartemos al problema de
nuestros planes. Creo que debiéramos comenzar por la abdicación misma, un acto
muy importante y lleno de consecuencias, cuyos motivos reales permanecen aún en el
misterio. Poseemos ahora evidencia suficiente para poder afirmar esta situación.
Demostraremos cómo lo hicieron. Y finalmente llegaremos a los motivos, los por qué
de todo ello, esta última parte depende de su testimonio, de los tres documentos
finales y de sus entrevistas con Drexel en Roma y con el propio ex Gregorio XVII en
Monte Cassino. Yo relataré todo y citaré la evidencia. Los cínicos dirán que el
hombre estaba loco y que los cardenales tuvieron toda la razón en librarse de él. Los
fieles devotos se quedarán tranquilos y firmes en la línea oficial que dice que, ocurra
lo que ocurra, el Espíritu Santo rescatará todo y las cosas al final saldrán bien. Los
críticos y los curiosos desearán saber más. Y es aquí donde entra usted con su retrato
del hombre y su examen de lo que ha dicho y escrito. Sé que usted es habitualmente
un escritor muy lúcido, pero esta vez tendrá que llamar a cada cosa por su nombre en
el lenguaje más sencillo posible, un lenguaje al alcance de todos, aun de nuestros sub-
editores
Bien, ¿qué le parece esta forma de presentar el asunto?
—A primera vista, sí, me parece bien. Veamos ahora cómo resulta
escribiéndolo… Póngase cómodo. En cuanto a mí, caminaré un poco antes de
instalarme a trabajar.
Cuando cruzaba el zaguán de entrada, sonó el teléfono. El hombre al otro lado de
la línea se identificó como Dieter Lorenz, investigador mayor del LandesKriminalant.
Acababa de ocurrir algo importante y deseaba discutirlo con el profesor.
Llegó diez minutos después, un hombre fuerte y desarrapado, vestido de
pantalones de mezclilla y de una chaqueta de cuero. Mientras Lotte preparaba el café,
el hombre desplegó delante de Mendelius una desaliñada hoja de papel
mimeografiado que mostraba un retrato de Mendelius trazado en pocas líneas pero

www.lectulandia.com - Página 154


fácilmente reconocible, su nombre, dirección y número de teléfono. El papel tenía
numerosos pliegues, como si lo hubieran llevado dentro de una billetera. Lorenz
explicó su origen.
—Hay una cervecería frecuentada por mujeres turcas que trabajan en la fábrica de
papel. Es uno de los centros del tráfico de drogas tanto para la ciudad como para los
estudiantes. La noche pasada hubo una refriega entre algunos turcos y un grupo de
jóvenes alemanes. Un hombre resultó acuchillado, y murió antes de llegar al hospital.
Fue identificado como Albrecht Metzger, que había trabajado un tiempo en las
oficinas de la fábrica de papel y había sido despedido bajo sospecha de hurto. En su
cartera encontramos este papel.
—¿Y qué significa eso?
—En síntesis, profesor, significa que usted está sometido a vigilancia terrorista.
Este retrato está mimeografiado, lo que significa que ha circulado y debe estar en
poder de varias personas. El papel es alemán. El retrato fue probablemente hecho en
Roma. Está realizado en base a una de las fotografías suyas que aparecieron en la
prensa italiana… El resto de la historia no está claro. Sabemos que algunos de estos
grupos subversivos se financian con el tráfico de drogas que se origina en Turquía.
En esta Universidad hay veinte mil estudiantes, lo que representa un mercado
considerable para los traficantes. El muerto no estaba en nuestras listas de personas
buscadas por la justicia. Sin embargo, sabemos que es frecuente que los terroristas
recurran a operadores marginales, pagados en efectivo, lo que reduce sus riesgos y
protege a su organización central. El estado actual de la situación general, con altos
índices de desocupación e inquietud social, facilita la tarea de encontrar gente
dispuesta a realizar tareas de este tipo…
Lotte trajo el café y mientras lo servía, Mendelius explicó la situación. Ella
pareció tomar las cosas con calma, pero la palidez de su rostro y el temblor de sus
manos al manejar la cafetera, desmentían esta forzada tranquilidad. Lorenz continuó
su exposición.
—…Es preciso que comprenda la forma como trabajan estos terroristas. Usando a
gente como nuestro fallecido Metzger, les damos el nombre de observadores,
construyen un retrato de los hábitos y movimientos de la presunta víctima. En una
ciudad grande la tarea resulta más difícil, pero en un lugar pequeño como Tübingen y
con un profesional como usted es comparativamente muy fácil. Usted trabaja siempre
en el mismo lugar, compra en las mismas tiendas… Y no puede introducir muchas
variaciones en este ritmo de vida. De manera que se va poniendo cada vez más
despreocupado, prestando menos atención a ciertos detalles. Luego, un día, los
terroristas acuden en un grupo de choque, tres, cuatro personas con un par de
vehículos y, ¡puf!, la cosa está hecha.
—¿No es un cuadro muy lleno de esperanza, no es así? —la voz de Lotte

www.lectulandia.com - Página 155


temblaba.
—No querida señora, no lo es. —Lorenz no ofreció ningún consuelo. —Podemos
darle a su marido un permiso de porte de armas; pero a menos que esté dispuesto a
entrenarse debidamente en su uso, no le servirá de mucho. Puede contratar
guardaespaldas, pero son ruinosamente caros, a menos, naturalmente, que sus
estudiantes estén dispuestos a ayudar, y asumir ellos mismos la tarea.
—No —la negativa de Mendelius fue cortante y definitiva.
—La única respuesta posible a semejante situación es entonces una permanente
vigilancia y el constante contacto con nosotros. Debe hacer llegar a nuestro
conocimiento aun el más trivial de los incidentes que le parezca fuera de lo corriente.
Le dejaré mi tarjeta… Llame a ese número a la hora que quiera de día o de noche.
Siempre hay allí un hombre de guardia.
—Hay algo que no entiendo —dijo Lotte—. ¿Por qué persiguen así a Carl? Hizo
en Roma las declaraciones pertinentes. La información ya está registrada. Vivo o
muerto, nada cambiará eso.
—Hay algo que se le escapa, mi querida señora —explicó Lorenz pacientemente
—. Todo el objetivo del terror es crear una situación de miedo e incertidumbre. Si el
terrorista no consigue su objetivo, pierde su influencia… Es la vieja idea de la
vendetta, que nunca se detiene hasta que uno de los dos lados queda borrado del
mapa. En una sociedad organizada y segura nuestra labor de policías era mucho más
fácil. En cambio ahora, cada día se pone más difícil… y más sucia.
—Hay algo que me molesta —dijo Mendelius pensativamente—. ¿Usted sabe,
supongo, que es posible que se solicite a los profesores de la Universidad que
proporcionen información sobre los estudiantes a su cargo?
Lorenz le lanzó una rápida y velada mirada y aprobó con la cabeza.
—Lo sé… y me imagino que a usted no le agrada la idea.
—La detesto.
—Es un problema de prioridades, ¿no es así? ¿Qué precio está usted dispuesto a
pagar para garantizar la seguridad de las calles?
—Nunca ese precio —dijo Carl Mendelius—. Gracias por su ayuda. Nos
mantendremos en contacto.
Le devolvió el retrato mimeografiado. Lorenz lo dobló cuidadosamente y lo
colocó en su billetera. Dio su tarjeta a Mendelius y repitió:
—Recuerde. A cualquier hora, del día o de la noche… Gracias por su café,
"ma'am",
—Lo acompañaré hasta el auto —dijo Mendelius—. Regresaré pronto, schatz.
Quiero caminar un poco antes de comenzar a trabajar con Georg.
—¿Quién es Georg? —el policía se había vuelto súbitamente cauteloso.
—Georg Rainer. Corresponsal en Roma del Die Welt. Estamos escribiendo juntos

www.lectulandia.com - Página 156


una historia sobre el Vaticano.
—Entonces por favor no le permita publicar su historia. Ya hay un exceso de
atención centrado en usted.
Mientras subían la Kirchgasse hacia el Viejo Mercado, Dieter Lorenz agregó una
posdata a la conversación que habían tenido.
—No quise referirme a esto delante de su esposa. Usted tiene dos hijos. Desde el
punto de vista de los terroristas el rapto de uno de ellos es un negocio superior aún a
su asesinato. Les da mucha publicidad y además dinero. Cuando sus hijos regresen de
vacaciones, sería conveniente que les enseñara algunas reglas básicas de conducta.
—¿Estamos realmente de vuelta en la jungla, no es así?
—Estamos viviendo en el corazón mismo de la selva —dijo Dieter Lorenz
secamente—. Esta fue alguna vez una encantadora y tranquila ciudad, pero si usted
viera algunos de los asuntos que llegan hasta mi escritorio, se le erizaría el cabello.
—¿Cuál es la respuesta a todo eso?
—Sólo Dios sabe. A lo mejor lo que necesitamos es simplemente una buena
guerra para sacarnos de encima a estos bastardos y recomenzar todo de nuevo
limpiamente.
Era una idea extraña y triste expresada por un hombre agotado. Y por cierto que
no ayudó a Mendelius a aliviar el miedo que lo aguijoneaba al acercarse al puesto de
diarios, y que lo hizo saltar cuando una mujer lo empujó al pasar y más tarde cuando
un motociclista pasó a su lado con el escape abierto. Aquí no había ningún Francone
para protegerlo. Por delante, por detrás, por los costados, se sentía desnudo y
expuesto a los silenciosos cazadores que llevaban su imagen en el bolsillo como un
talismán, dondequiera que fueran.

www.lectulandia.com - Página 157


Capítulo 7
Rainer, entrenado para entregar relatos claros y fieles en los plazos inmediatos y
diarios exigidos por la prensa, trabajaba a gran velocidad. Mendelius, en cambio,
estaba acostumbrado al lento paso de los autores académicos. Le gustaba pulir su
estilo, discutir sobre los matices y refinamientos de una definición, insistía en escribir
a mano y sus correcciones requerían por lo menos de dos a tres borradores.
A pesar de esta aparente incompatibilidad, sus esfuerzos combinados habían
logrado, al cabo de cuatro días, sacar a luz la parte primera y más importante del
proyecto: una versión de veinte mil palabras destinadas a ser publicadas al momento
en diarios y revistas. Antes de entregarla a los traductores —ya que el contrato
imponía una versión inglesa— la dieron a leer, por turnos, a Lotte, Pía Menéndez y
Anneliese Meissner. Los comentarios de las lectoras resultaron tan francos como
inesperados.
Lotte se esforzó por ser gentil y considerada, pero lo único que consiguió fue
arrasar con lo que ambos hombres habían escrito.
—…Hay algo que está mal. No puedo decir exactamente qué es… O tal vez sí
puedo. Conozco a Jean Marie. Es un hombre cálido y complejo, siempre interesante
para cualquier mujer. Pero aquí no lo siento, no lo veo en nada de lo que han escrito.
La presentación que hacen de él es, demasiado objetiva, demasiado… No sé. La
verdad es que el personaje que aparece aquí carece de todo interés para mí, y que lo
que pueda ocurrirle me deja de hielo.
Pía Menéndez estuvo de acuerdo con Lotte pero sus argumentos fueron más
elaborados.
—…Creo que sé lo que ocurrió. Y lo sé porque conozco la forma en que trabaja
la mente de Georg… Siempre me has dicho, querido, que tus reportajes de Roma
están destinados por igual a creyentes e incrédulos. Y naturalmente, nunca puedes
darle la razón a ninguno de ellos por temor a enemistarte con el otro. De manera que
siempre tratas de adoptar la manera cínica. Y pienso que el profesor Mendelius ha
caído en la misma trampa. Se ha esforzado tanto por ser objetivo con respecto a su
querido amigo, que más parece un censor moralista. Y por otra parte se ha esforzado
también tanto en presentar todo lo relacionado con la Doctrina de los Últimos Días en
forma científica y académica que se diría que está tratando un problema de altas
matemáticas. No desearía ser ruda, pero…
—No se disculpe —Anneliese Meissner intervino con su acostumbrada
brusquedad—, estoy completamente de acuerdo con usted y con Lotte. Hemos
perdido al hombre que, después de todo, es el centro, el pivote en torno al cual gira
este histórico episodio. En su análisis de un profeta, Carl ha abandonado la poesía
para dedicarse a la pedantería… Pero otra queja adicional, Carl. Y creo que ésta es

www.lectulandia.com - Página 158


realmente importante. Al discutir los Últimos Días, usted deja de lado dos puntos que
me parecen esenciales: la naturaleza del mal, la presencia del mal en un cataclismo
armado por el hombre y la naturaleza misma de la Parusía. ¿Qué es lo que veremos
en la Parusía? O, para ser más precisa, ¿qué nos prometen los profetas apocalípticos
—Jean Marie entre ellos— que veremos? ¿Qué distinguirá a Cristo del Anticristo…?
Ahora, si bien continúo siendo una incrédula, soy lectora de ustedes. Y ya que han
abierto su caja de sorpresas, me intereso, como lectora, por saber lo que hay
adentro…
Mendelius y Rainer se miraron, desolados. Rainer sonrió e hizo un gesto de
rendición.
—Si no gustamos a los lectores, Carl, Estamos perdidos. Y si no somos capaces,
con un tema como este, de despertar sus emociones de terror y compasión,
merecemos estar muertos.
—De vuelta al trabajo, entonces —Mendelius comenzó a reunir el manuscrito.
—Pero en ningún caso esta noche —Lotte se mostraba muy firme—. He
reservado una mesa para nosotros cinco en el Hölderlinhaus. La comida es excelente
y la atmósfera le hará mucho bien a Carl. Es el único lugar en el que lo he visto
animarse hasta el punto de recitar “Empédocles en el Etna” a la hora del guiso de
carne y cantar romanzas de Schubert al postre… Debo agregar que hizo ambas cosas
muy bien.
—Es posible que esta noche me emborrache de nuevo —advirtió Mendelius—.
Me siento profundamente desalentado. Lo único que me consuela es que Lars Larsen
no haya leído esta versión.
—Permítame un consejo entonces —dijo Anneleise Meissner—. Borre todo lo
que ha escrito. Comience de nuevo por el principio. Y deje hablar a su corazón tal
como lo hizo con las cintas grabadas que me envió desde Roma.
—Bravo —dijo Lotte—. Y si un poco de bebida ayuda a hablar al corazón, estoy
por completo a favor de la bebida.
—¿Y cuál es su receta para mí? —dijo Georg Rainer.
—Con respecto a usted la solución es mucho más sencilla —dijo Anneleise
Meisner resueltamente—: creo que lo mejor que puede hacer es ceñirse
estrechamente a la historia que cuenta, dejar toda la interpretación a cargo de Carl y
luego, al final, volver a tomar las riendas del relato con una pregunta directa y clara
que convierta a los lectores en jueces.
Georg Rainer lo pensó por unos momentos y luego inclinó la cabeza aprobando.
—Puede que tenga razón. Trataré de hacerlo así… Pero dígame una cosa, Frau
Doctor Meissner. Usted es una mujer sin fe que trabaja con los enfermos y los ilusos.
¿Por qué motivo este episodio de historia religiosa le interesa tanto?
—Porque estoy asustada —dijo Anneliese Meissner en forma cortante. —Cada

www.lectulandia.com - Página 159


día, al leer los diarios, leo la sentencia escrita en ellos. Escucho el sonido de los
distantes tambores y de las trompetas locas… Creo que tendremos nuestro
Armageddon. Sueño con él todas las noches y desearía tener una fe que pudiera, en la
oscuridad, reconfortarme.

El verano parecía prolongarse en la suavidad de la temperatura que impelía a los


amantes a continuar deslizándose perezosamente en sus barquichuelos y botes a remo
por la superficie de un Neckar que transcurría tranquilo bajo los sauces y más allá
bajo las ventanas de la Bursa y del Old May, donde en un tiempo Melanethon había
enseñado, y el gran Johannes Stoffler había dado clases en astronomía y matemáticas
y diseñado el reloj de la Alcaldía.
La Hölderlinhaus era una pequeña y antigua villa adornada con una torre redonda
que miraba a través del río hacia los jardines botánicos. Friedrich Holderlin había
muerto allí en 1843, triste y loco genio ensombrecido por el aspecto ulano de su
persona y en quien, tal como Goethe lo había profetizado, el político se había tragado
al poeta.
Las calles estaban tranquilas pues la Universidad seguía en receso; pero el
restaurante se veía agitado y lleno de gente por las dos grandes cenas que aquella
noche se estaban realizando allí, una del Instituto de los Evangélicos y otra de un
grupo de actores de la ciudad que ensayaban una obra para el teatro universitario.
Mendelius presentó a Georg Rainer y a Pía a sus colegas y, a medida que transcurrían
las horas y corría el vino, aumentaba el intercambio de conversaciones entre las tres
mesas.
Georg Rainer, conocido corresponsal de un famoso diario, se había transformado,
naturalmente, en centro de atención y Mendelius notó con admiración la destreza con
que Rainer se ingenió para hacer hablar a los universitarios, manteniéndolos alertas e
interesados con retazos de noticias sobre lo que ocurría en el escenario romano.
Finalmente, preguntó con cuidadosa despreocupación.
—¿Alguno de ustedes ha oído alguna vez hablar de una organización llamada Les
Amis du Silence? —No usó la frase en el original francés sino en su traducción
alemana: Die Freunde des Schweigens.
Estaba hablando a los académicos, pero sorpresivamente, la respuesta vino de la
mesa de los actores sentados al otro lado. Un joven alto y cadavérico se levantó y
ceremoniosamente, se presentó a sí mismo y a su grupo.
—Nosotros —dijo a su audiencia— somos los amigos del silencio. Y para
comprendernos es preciso que ustedes aprendan y comprendan al silencio. Y así,
mientras todos observamos un profundo silencio, les contaré una historia de amor,
miedo y compasión…
Y allí en el viejo cuarto donde el pobre Holderlin se había esforzado por recoger

www.lectulandia.com - Página 160


los últimos jirones de sus sueños, la pequeña troupe representó una versión en
mímica del hombre que había perdido su sombra y de la mujer que se la había
devuelto.
Resultó así uno de esos extraños, espontáneos encuentros que transforman una
apacible y vulgar noche en un acontecimiento mágico y que continuó con vino y
cantos y cuentos hasta que el reloj de Maese Stoffler desde la torre de la Alcaldía, dio
las dos de la mañana. Cuando estaban despidiéndose un anciano colega del Instituto
sacudió la manga de Mendelius y ofreció sus sugerencias.
—…Su amigo Rainer no obtuvo finalmente la respuesta a su pregunta. Estos
jóvenes tan talentosos nos llevaron muy lejos del tema. Usted recibe la Revista de
Estudios Patrísticos, ¿no es así…? En el número de abril hay un artículo sobre la
"Disciplina del Secreto"; contiene un par de referencias que podrían ayudar a la
investigación que está realizando su amigo…
—Muchas gracias. Veré el artículo mañana.
—Oh, y hay algo más Mendelius…
—¿Sí? —Estaba ansioso por irse. Lotte y los otros ya se habían retirado.
—Presencié lo que usted dijo sobre el problema de la vigilancia a los alumnos.
Estoy de acuerdo con usted, pero creo conveniente advertirle que el presidente está
bastante molesto y ha declarado que se siente afrentado. Creo que lo que sucede es
que está asustado por la posibilidad de una sublevación de la facultad, que sería lo
último que él desearía tener cuando le falta tan poco tiempo para retirarse. Bien…
buenas noches, querido colega. Ande con cuidado. Es muy fácil quebrarse las rodillas
en estas malditas piedras.
Dieron las tres y luego las cuatro de la madrugada sin que Mendelius,
revolviéndose entre el sueño y la vigilia, lograra dormirse. A las cinco, finalmente, se
levantó, se preparó café y se sentó frente a su escritorio con el número de abril de la
Revista de Estudios Patrísticos delante de él. El número había sido publicado antes de
la abdicación y se veía claramente que había estado en preparación durante muchos
meses previos a su aparición pública.
El artículo sobre la "Disciplina del Secreto" estaba fechado en París y firmado por
alguien llamado Jacques Mandel. Se refería a una costumbre practicada por algunas
comunidades cristianas primitivas y llamada disciplina arcani. La frase misma no
había sido elaborada sino a partir del siglo XVII; pero la disciplina era de uso
corriente en las comunidades cristianas de los primeros tiempos y consistía en la
obligatoriedad para los fieles de ocultar algunos de los ritos y doctrinas más
misteriosos de la Iglesia. Estos misterios no debían jamás ser revelados a ningún
incrédulo, ni siquiera a los aspirantes sometidos a instrucción. Cualquier referencia
necesaria debía ser hecha en términos crípticos, enigmáticos o que de alguna manera
indujeran a error a los no iniciados. El más famoso ejemplo de semejante lenguaje

www.lectulandia.com - Página 161


había sido descubierto en Autun en 1839: "Toma el alimento dulce como la miel del
Salvador de los Santos; come y bebe sosteniendo en tus manos al pez". La palabra
pez era un anagrama que significaba Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. El alimento
dulce como la miel era la Eucaristía.
La primera parte del artículo de Mandel consistía en una evaluación científica de
la evidencia disponible con respecto a aquella costumbre y la consiguiente falta de
conocimientos precisos sobre materias doctrinarias y sacramentales en los tiempos
patrísticos. Sin embargo el artículo no decía nada nuevo, aparte de dos curiosos
alcances relacionados con el Sínodo de Antioquía, donde los ortodoxos habían
condenado a los arrianos por haber admitido catecúmenos y aun paganos al culto de
los misterios. Mendelius descubrió que estaba preguntándose qué habría podido
inducir al autor del artículo a escribir una repetición tan conocida de material tan
viejo. Y luego, súbitamente, el tono de las reflexiones cambiaba. Quienquiera que
fuera Jacques Mandel, estaba usando la disciplina del secreto como un texto base en
el cual asentar un argumento extremadamente moderno.
Declaraba que, dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica Romana existía un
grupo muy poderoso que deseaba sofocar todo debate sobre materias doctrinales e
imponer una versión siglo veinte de la "Disciplina del Secreto". Como ejemplo, se
refería a la acción represiva ejercida en contra de algunos teólogos católicos en el
curso de los años setenta y ochenta y las actitudes más que rigoristas de algunos
obispos contemporáneos tanto en Francia como en otros lugares del mundo. Escribía:

"…Hemos sabido que existiría una fraternidad clandestina de estos obispos,


los que tendrían poderosos aliados en la Curia y estarían así en condiciones de
ejercer tremendas presiones aun en el mismo Sumo Pontífice… Hasta ahora
Gregorio XVII, siendo él mismo francés, ha sabido navegar muy bien entre los
rigoristas y los innovadores, pero no hace ningún secreto del hecho de que
desaprueba lo que llama una franc-masonería de clérigos decanos, amigos del
silencio y de la oscuridad. El autor ha visto una carta del Pontífice a un anciano
arzobispo en la cual usa los términos de censura mencionados más arriba…"

Para tratarse de una revista tan especializada y sobria, éstas eran palabras más
bien torpes, pero Mendelius comprendió su significado. Jacques Mandel estaba
lanzando al aire una paloma mensajera para ver quién le disparaba o quién al
contrario, aplaudía su perfecto vuelo. Pero era evidente que poseía información
suficiente para explicar muchos de los aspectos que subyacían tras el problema de la
abdicación.
Mucho antes que su abdicación llegara a plantearse en forma clara, Jean había
estado sometido a tremendas presiones. La posibilidad del cisma que él había
mencionado era pues, real. Los obispos, ya fuera que pertenecieran a órdenes

www.lectulandia.com - Página 162


religiosas o que militaran en la Iglesia secular, siempre habían ejercido mucho poder.
En el primer caso eran jefes de poderosas congregaciones, en el segundo constituían
una fuerza discreta y potente, que controlaba el voto confesional en temas y
problemas controvertidos. Y en fin de cuentas porque los cardenales no habrían
hecho lo que hicieron sin el apoyo de una mayoría de obispos, habían demostrado que
poseían la fuerza suficiente para destronar a un papa… A la luz de estas nuevas
informaciones la historia de Georg Rainer sobre la persecución y vigilancia de que
había sido objeto adquiría un tinte siniestro. No todos los clérigos estaban divorciados
de la política contingente; no todos eran ajenos a la práctica de la violencia en el
juego político. Los viles contubernios realizados por motivos y fines santos llenaban
las páginas de la historia. Y Jean Marie, desde aquel sitial tan alto que había sido el
suyo, sabía todo el daño que podía esconderse y ser perdonado bajo el amparo de la
"Disciplina del Secreto" o dentro de una confraternidad del silencio.
Mendelius marcó los pasajes relevantes del artículo y anotó algunos puntos para
Georg Rainer.

"…Esto no constituye evidencia; pero sí agrega algo a la indiscreción de


monseñor Logue y representa para nosotros un claro indicador de la naturaleza de
los "Amigos del Silencio". Mi instinto me dice que es conveniente incorporar una
referencia a esto en nuestra historia, tal como lo ha hecho Mandel, y esperar para
ver qué clase de reacción despierta el relato. Haré también un borrador para una
pequeña sección que podría presentar otro aspecto del fenómeno: el hecho de que
en tiempos de crisis, el público tiende siempre a inclinarse hacia los dictadores y
las juntas, así como el hombre enfermo tiende a llamar al médico que lo
tranquiliza por muy incompetente que éste sea… Si no estoy aquí cuando usted
comience a trabajar, encontrará sobre mi escritorio todo lo que he preparado".

Colocó la nota sobre el borrador de Rainer y luego cogió su propio ejemplar del
manuscrito y, bajo el título de "Los tiempos de Gregorio XVII", comenzó a escribir.

"En la historia del hombre, las epidemias psíquicas no representan un


fenómeno nuevo. Los gérmenes que la producen subyacen reprimidos pero vivos
como los bacilos del ántrax, esperando que maduren las condiciones de su
renacer. Estas condiciones están constituidas por el miedo, la incertidumbre, la
ruptura de los sistemas demasiado frágiles para resistir las presiones que la vida
moderna hace pesar sobre ellos. Los síntomas son tan variados como las ilusiones
de la humanidad: las auto-mutilaciones de los que se flagelan y de los castrados
sacerdotes, la furia asesina de los sicarii, las perversiones sexuales de los
cazadores de brujas, la locura metódica de inquisidores que bregan por encerrar

www.lectulandia.com - Página 163


la verdad en una frase y quemar a todos los rebeldes que se atreven a disentir de
su definición. Pero los efectos de la enfermedad son siempre los mismos. El
paciente se va tornando cada vez más temeroso e irracional, es víctima de terrores
nocturnos y de pesadillas; se entrega, como contrapartida, a ilusiones tan
placenteras como falsas. De esta manera se transforman en presa fácil de los
vendedores de medicinas secretas, de encantamientos mágicos y de toda la locura
colectiva de otros afligidos como él. Descubrir el origen y el curso de la
enfermedad, es una cosa. Sanarla es ya otra muy distinta. El remedio drástico es
sin duda la exterminación, El único problema es que uno nunca puede estar
seguro de quién emergerá vivo del matadero: si los lunáticos o los cuerdos. La
propaganda es otra poderosa medicina. Consiste en inundar a los pacientes, del
alba hasta la noche y aun a lo largo de las horas de sueño, con pensamientos muy
claramente determinados y dirigidos. Una y otra vez uno le repite a los pacientes
que todo lo que está haciendo es para bien de todos y de cada uno en el más
bondadoso de los mundos. Y ellos creerán todo lo que uno les dice, contentos y
agradecidos, hasta el día en que sientan en el aire las primeras emanaciones del
fuego y vean la sangre en la piedra del altar. Entonces se volverán contra uno y lo
despedazarán, miembro por miembro, en una maniática y ciega furia de
resentimiento.
"Fue por este motivo que el Sacro Colegio decidió silenciar a Jean Marie
Barette y suprimir el relato de su visión. Sabían que el contragolpe de una
proclamación relativa al milenio podía llegar a ser enorme. Y sin embargo, fue
por exactamente ese mismo motivo que Jean Marie había propuesto en su
encíclica una preparación del espíritu como el mejor medio para enfrentar el
inevitable período de locura social. Deseaba que hubiera médicos y se
establecieran asilos antes que comenzara la epidemia. Y, en principio al menos,
pienso que tuvo razón.
"Desde muy antiguo, la palabra asilo ha estado impregnada de sentido
místico. Llevaba en sí una connotación de lugar sagrado, de templo, de basílica,
de denso bosque donde los criminales o los esclavos fugitivos podían encontrar un
santuario en el cual les fuera posible escapar de sus perseguidores y dormir a
salvo bajo el amparo del dios residente, pero el refugio en sí mismo no era lo
único importante. Lo importante era también su significado exterior: todo el
poder, la esperanza, el instinto de conservación que, a lo largo de las últimas
millas sostenían al acorralado fugitivo cuando ya el ladrido de los perros
resonaba cada vez más cerca de sus talones…"

Al llegar aquí Mendelius fue asaltado por un pensamiento inesperado que lo


impulsó a dejar su pluma para detenerse a considerarlo. Todo lo que acababa de
escribir sobre las causas y síntomas de la epidemia psíquica era igualmente aplicable

www.lectulandia.com - Página 164


a Jean Marie. Había abdicado de toda razón en favor de la más primitiva de las
revelaciones. Había abdicado del lugar, del único lugar desde el cual le era posible
ejercer poder. No ofrecía esperanzas sino sólo un cataclismo y un juicio final para los
sobrevivientes. Sus adversarios, o como quiera que se llamaran los que lo habían
depuesto, tenían de su parte al más pragmático de los sentidos comunes. Las
organizaciones tradicionales habían resistido la prueba de los años y sobrevivido a las
largas presiones de los siglos. Las interpretaciones tradicionales eran merecedoras de
respeto, aunque sólo fuera por su antigüedad y su duración. Cuando el techo
amenazaba derrumbarse sobre la cabeza de la humanidad, lo que se necesitaba eran
tejas para poder cubrirse y no un profeta.
Y aquí precisamente radicaba la debilidad que Lotte, Anneliese y Pía habían
detectado en su retrato de Jean Marie. Era un retrato que carecía de toda convicción
porque su autor no tenía ninguna. No despertaba pasiones porque venía envuelto en la
chata luz de la pura razón… O tal vez ocurriera lo que Anneliese Meissner le había
advertido hacía ya tanto tiempo, que él en el fondo continuaba demasiado atado a su
formación y creencias de jesuita para soñar siquiera en producir problemas en la
Familia de su Fe revelando a la luz del día algunas verdades impopulares. Basta,
entonces. Cogió un lápiz rojo y comenzó, salvaje y metódicamente a destrozar su
copia del manuscrito. Luego colocó delante de sí un grueso atado de hojas limpias e
inició su trabajo con un sencillo y cabal testimonio.
"Escribo sobre un hombre al que quiero. En consecuencia, soy un testigo
sospechoso. Por este motivo, si ya no por otro, ofrezco aquí solamente los
testimonios que pueden ser aceptados de acuerdo a las más estrictas reglas de la
evidencia. Cuando presente una opinión, la llamaré por su nombre. Y expresaré mis
dudas tan clara y sencillamente como mis certezas. Pero repito que estoy escribiendo
sobre un hombre que amo, de quien soy deudor por algunas de las mejores cosas de
mi vida, que me es más próximo de lo que pudiera serlo un hermano, y cuyas
angustias presentes no he sido capaz de compartir…"
Súbitamente, fue como si hubiera recibido el don de la elocuencia. Supo
exactamente lo que tenía que decir sobre Jean Marie y de qué manera tenía que
decirlo para llegar a los corazones de la gente sencilla. Cuando llegó el momento de
explicar la Doctrina de los Últimos Días y cuan importante había sido ésta para Jean
Marie, fue lúcido y persuasivo. Se había silenciado a Jean Marie sin darle ninguna
oportunidad de defender su posición. Ahora, dijo Mendelius —abogado a pesar suyo
— se le debía la justicia de un juicio público.
Pero cuando llegó el momento de contestar la pregunta que le había hecho
Anneliese sobre la naturaleza del mal y la forma que adquiriría la Segunda Venida, se
vio forzado a una conmovedora confesión.

www.lectulandia.com - Página 165


"…Sé que el mal existe. Me he transformado en una víctima de su poder
destructivo. Y ruego diariamente para que se me libere de él. No sé por qué el
dolor y el mal existen en un mundo creado por un benevolente creador. La visión
de Gregorio XVII describe solamente los efectos de ese mal, pero no ofrece
ninguna explicación sobre el misterio de su existencia. Y lo mismo ocurre con la
Segunda Venida. No nos dice nada del cómo, del cuándo, del dónde de este
acontecimiento, que, para los cristianos, está implícita e irrevocablemente
garantizado por la doctrina de la Resurrección… De manera que es perfectamente
justo decir que la visión de Gregorio XVII no nos dice nada que no sepamos ya.
Pero no desacredita ni a la visión ni al visionario, del mismo modo que un pintor
no se desacredita porque nos muestra la luz y el paisaje en una perspectiva nunca
vista por nosotros antes. Desearía ser capaz de interpretar el sentido y el alcance
del éxtasis de mi amigo, Pero no puedo. Lo único y lo mejor que puedo hacer es
mostrar los motivos, buenos o malos, por los cuales se impidió a Jean Marie
Barette, papa Gregorio XVII, presentar al mundo su propia interpretación de la
verdad… ¿Somos ahora, por eso, más ricos o más pobres? Sólo el tiempo podrá
decírnoslo".

Tres días después, con la ayuda de cuatro mecanógrafos y dos traductores, la cosa
quedó terminada. Las versiones alemana e inglesa fueron empaquetadas y enviadas al
Correo. Las garantías y las copias fotográficas de los documentos fueron
debidamente autenticadas. Lars Larsen hizo su último brindis antes de dirigirse a
Fankfurt para coger allí el vuelo a Nueva York.
—…Cada vez que he tenido que vender una noticia de este volumen, me he
asustado. Siento como si mi mente hubiera dejado de funcionar. Si mi juicio ha sido
errado, es decir si me he equivocado, me quedo sin trabajo. Si el autor sólo me da un
fracaso ¿qué explicación puedo yo darle a los editores? … Pero esta vez sé que estoy
en condiciones de dejar caer mi paquete en el escritorio del editor y de jurar, por la
memoria de mi madre, que lo que le estoy entregando vale hasta el último centavo
que ha pagado por él… Hemos obtenido un acuerdo a nivel mundial para las
publicaciones simultáneas que comenzarán a aparecer el próximo domingo. Después
de esto, siéntense a esperar los golpes que no dejarán de venir. Pero ustedes son
muchachos muy aguerridos y estoy seguro de que podrán sobrellevarlo bien. Cuando
la cosa se ponga caliente recuerden que cada entrevista en la televisión representa
dólares, marcos y yens en la cuenta bancaria… Georg, Carl, me saco el sombrero
frente a los dos. Lotte; amor mío, gracias por su hospitalidad. Pía, espero que su
hombre la lleve a Nueva York. Y en cuanto a usted Professor Meissner, ha sido un
placer conocerla. Cuando al final me derrumbe bajo las presiones, espero que se haga
cargo de mi tratamiento.
—Usted nunca se derrumbara, —Anneliese Meissner le ofreció su más zorruna

www.lectulandia.com - Página 166


sonrisa— por lo menos no hasta que supriman el dinero y vuelvan al sistema del
trueque.
—Alégrense de que sea así —dijo Lars Larsen alegremente—. Me gusta el juego,
de manera que por eso lo juego bien. Espero que ustedes, muchachos, disfruten tanto
gastando ese dinero como yo he disfrutado consiguiéndolo para ustedes. Salud…
La salida final había estado espléndida y Mendelius así lo reconoció. La propia
Anneliese ofreció sus disculpas y preguntó si Larsen aceptaría ser su representante
para las ediciones americanas de sus libros. Georg Rainer admitió que sentirse rico
era sin duda una nueva y muy agradable experiencia. Se resistió a estar de acuerdo
con Pía respecto a que habían desaparecido los inconvenientes para que él pudiera
casarse, de preferencia con ella. El se limitó a cambiar rápidamente de tema.
—…Hay dos o tres cosas que aún me perturban. Carl. Hemos mencionado a los
"Amigos del Silencio'". Hemos introducido la lista de los amigos políticos de
Gregorio XVII, pero no hemos ofrecido ninguna conclusión con respecto a ninguno
de estos dos puntos. Tarde o temprano seremos pues interrogados con relación a ellos.
De manera que continuaré llevando adelante mis investigaciones en Roma y en
cuanto se presente algo nuevo, lo llamaré.
—Por el momento yo estaría más interesado en saber si, a su regreso a Roma,
usted continúa bajo vigilancia.
--Lo mismo me ocurre a mí. El más estúpido de los espías ha tenido tiempo de
sobra para seguir mi huella hasta aquí. Pero ahora que la historia ya está escrita y hay
tantas copias de ella circulando por ahí, no veo lo que nadie pueda hacer al respecto.
Llevaré a Pía a Bonn para entregar allí un ejemplar intacto. Pero aun si lograran
robarnos eso, la noticia sería conocida. La verdad es que no estoy preocupado… sólo
curioso. Detesto los cabos sueltos.
Después de eso sólo quedó el apresuramiento de las despedidas y el inevitable
anti-clímax. Anneliese se fue pues tenía que cumplir algunas citas en su clínica. Lotte
estaba impaciente de poder comenzar a ordenar su casa, de manera que estuviera lista
y reluciente para la inminente llegada de sus hijos. Mendelius echó una sola mirada a
su maltratado estudio y optó por un paseo por los jardines botánicos donde le sería
posible dar de comer a los patos y a los cisnes.
Al día siguiente llegaron los niños. Katrin, esponjada de felicidad, llegó por la
mañana. Traía de regalo para su madre un bello y caro pañuelo de seda y para
Mendelius la promesa de un cuadro de Franz, una imagen trabajada y lo más exacta
posible, de la Place du Tertre. Luego respiró hondo y procedió a contar a sus padres
la gran noticia. Ella y Franz habían resuelto poner casa en París. Serían
independientes y gozarían de una próspera modestia. Franz había sido tomado a su
cargo por un conocido comerciante en arte. En cuanto a ella, tomaría un empleo en
una casa alemana de importaciones y exportaciones en París. Sí, ella y Franz habían

www.lectulandia.com - Página 167


discutido el problema del matrimonio. Ambos estaban de acuerdo en la prudencia de
esperar un poco de tiempo más, y por favor, por favor ¿podrían Mutti y Papa tratar de
comprender?
Lotte, profundamente impactada, logró sin embargo guardar su compostura. Fue
Mendelius quien trató de razonar con Katrin sobre los problemas que indudablemente
no dejarían de presentarse a una pareja no casada afincada en un país extraño en un
período de probables y tal vez inminentes trastornos sociales. Sin embargo, por algún
motivo, los argumentos de Mendelius carecían de convicción y esto se debía al hecho
de que en el fondo de su corazón él se sentía aliviado de verla a ella a salvo de la
amenaza que pesaba sobre todos mientras permanecieran en Tübingen. El deseaba
que ella pudiera gozar de toda la dicha que la vida pudiera ofrecerle antes de la
llegada de los tiempos oscuros y del derrumbe del mundo.
Finalmente se acordó que Lotte iría con ella a París para ayudarla a encontrar un
apartamento y verla instalada y que Mendelius tomaría las medidas para que ella
dispusiera de un capital personal que la ayudara a subsistir en el caso de que su
aventura de amor terminara mal. Los tres interlocutores estaban conscientes —
aunque ninguno se atrevía a decirlo— de que en el fondo lo que estaban discutiendo
era un problema de supervivencia fríamente mirado y evaluado, y que se habían
puesto de acuerdo sobre las mejores condiciones posibles para permitir que la familia
continuara unida y solidaria, y para que el fermento de los viejos cariños y tradiciones
continuara trabajando en medio de esta insatisfactoria situación.
Más tarde, mientras Katrin empacaba y se preparaba a partir, Lotte se dejó llevar
por su pena y lloró quietamente en tanto que Mendelius se esforzaba por encontrar
palabras de consuelo para ella.
—Comprendo cuan frustrada te sientes, schatz, pero al menos, de esta manera la
familia continuará unida y si algo anda mal para Katrin ella recurrirá a nosotros… Sé
cuánto te hubiera gustado una boda de blanco y un nieto al año siguiente. Me temo
que al contrario eso no me hubiera gustado. Y puedo decir que estoy contento de
verla aún libre y también satisfecho de tener el dinero suficiente para hacerla
independiente…
—Pero es tan joven, Carl, y París parece estar tan lejos.
—En estos momentos mientras más lejos, mejor —dijo Mendelius con amargura
—; nosotros dos podemos cuidar el uno del otro, pero lo último que yo desearía es
que nuestros hijos se transformaran en rehenes. Seca esas lágrimas ahora y sube a
hablar con ella. Te necesita tanto como tú la necesitas a ella…
Y así cuando llegó Johann la tranquilidad había vuelto al hogar y todos se
hallaban prontos para escuchar e interesarse en los pormenores de sus aventuras en el
retiro alpino que había descubierto. El mostró fotografías y habló entusiasmado de las
posibilidades que ofrecía el lugar.

www.lectulandia.com - Página 168


—…La entrada al valle está escondida al final de un sendero de leñador. Es un
largo y angosto desfiladero que se abre luego en este, extraño valle que tiene la forma
de un hacha cortada en medio de la cumbre de la montaña… el lago está rodeado de
pastizales que tienen por lo menos un metro de altura y están asentados en excelente
tierra… los bosques están llenos de ciervos, que sería conveniente seleccionar. La
caída de agua está allí… y a la izquierda se encuentra la entrada de los boquetes
hechos en la vieja mina cuyas galerías tienen casi media milla de largo, con
abundantes pasajes naturales que no quisimos explorar, porque carecíamos de
entrenamiento y de material apropiado.
Mendelius lo dejó hablar y luego le hizo la ruda, necesaria pregunta.
—¿Continúas interesado en adquirir el lugar y desarrollarlo?
—Interesado, indudablemente. Pero desarrollar eso costaría un montón de dinero.
Para comenzar se necesita mano de obra tanto para la tierra como para la
construcción; se necesita asesoramiento de expertos en construcción, alcantarillado y
aun en cultivo alpino. He estudiado algunas cifras. Aunque sólo nos limitáramos a
arrendar el lugar, costaría alrededor de trescientos mil marcos transformarlo en algo
habitable. Y sé naturalmente que no tenemos ninguna posibilidad de reunir ese
dinero.
—Supongamos que podemos. ¿Qué sucede entonces?
Johann meditó sobre la pregunta de su padre y a su vez le hizo otra.
—¿Me he perdido algo mientras estuve afuera?
—Te has perdido muchísimo —le dijo Katrin tristemente—. Estos padres
nuestros han estado enredados en algunos asuntos de carácter explosivo. Más vale
que le cuentes todo desde el comienzo, papá.
Mendelius se lo contó. Johann escuchó con intensa atención, hizo pocas
preguntas, en suma escondió sus sentimientos, como siempre lo había hecho.
Finalmente Mendelius llegó al agregado último de su historia.
—Como resultado de lo que he escrito sobre la abdicación de Gregorio XVII, he
ganado una gran cantidad de dinero. En consecuencia ahora tenemos libertad para
pensar más abiertamente en nuestro inmediato futuro. Naturalmente hay hechos que
escapan a nuestro control. Es posible que antes de doce meses estemos en guerra…
De todos modos Katrin y tú serán llamados probablemente al servicio militar en
septiembre próximo.
—Si nos llaman —dijo Johann sombríamente— no habrá mucho futuro que
discutir.
—Podría haber —dijo Mendelius con helado humor —si ustedes están
interesados en transformarse en campesinos de los Alpes. Porque los trabajadores
agrícolas y los propietarios por regla general son eximidos del servicio militar… Si
tienes un verdadero interés en adquirir esa propiedad en Bavaria, hazlo ahora y

www.lectulandia.com - Página 169


comienza inmediatamente con tus planes de desarrollo. Podría ser un refugio tanto
como una propiedad productiva.
—Es un precio endiabladamente alto de pagar por un refugio contra las bombas
—Johann se había quedado pensativo— para no mencionar los costos del desarrollo.
Pero sí, creo que la cosa vale la pena pensarse. Mamá puede venir a vivir allí y Katrin
y Franz. De todos modos necesitamos gente que trabaje.
—…Cuéntale lo otro Carl, —dijo Lotte interviniendo en la conversación. —Esto
puede esperar.
—¿De qué se trata, padre?
—Hay algunas personas que desean matarme, hijo. De manera que mientras
permanezcamos aquí en Tübingen, estaremos todos en peligro. Y es por eso que
pienso que deberíamos dispersarnos y ustedes partir de aquí. Tu madre irá a París a
ayudar a Katrin en su instalación allá. Si tú, a tu vez, aceptas mi oferta respecto de
esta propiedad, esto también te saca de aquí.
—¿Y tú, padre? ¿Quién cuidará de ti?
—Yo lo cuidaré —dijo Lotte— y he cambiado de idea respecto del viaje a París.
Si Katrin tiene edad suficiente para tomar un amante en vez de un marido, también
tiene edad suficiente para encontrar algún lugar donde habitar y buscar sus propios
muebles. Tú y yo nos quedaremos aquí. Carl… Johann puede resolver lo que mejor le
parezca.
—La verdad, hijo, es que preferiría, con mucho, verte fuera de la Universidad. —
Mendelius, bruscamente, estaba ansioso de convencer a su hijo. —La situación aquí
no puede sino empeorar. Las autoridades desean tener informes secretos sobre todos
los estudiantes y se ha pedido a los miembros de la facultad que contribuyan a
proporcionar esta información. Naturalmente me he negado y esto significa que tarde
o temprano, si logro sobrevivir a los asesinos, me encontraré bajo el fuego cruzado de
los chicos de la seguridad.
—Me parece —dijo Johann con deliberación— que todo esto se está montando
sobre la creencia en la idea de que la guerra total es inevitable.
—Muy cierto. Así es.
—¿Y tú realmente crees que la humanidad cometerá tamaña monstruosidad?
—La humanidad tendrá muy poco que decir al respecto… —dijo Mendelius. —
De acuerdo con la visión de Jean Marie, la guerra ya está claramente inscrita en el
libro de nuestro futuro. Y es por eso que en Roma no pude ponerme de acuerdo con
él. Por otra parte, todo lo que veo y escucho me dice que las naciones están siendo
arrastradas por una pendiente infernal a una inevitable confrontación sobre el petróleo
y las fuentes de recursos naturales y que el riesgo de conflicto crece con cada día que
pasa. ¿Qué puedo decir entonces, a mis hijos adultos? Vuestra madre y yo tenemos
detrás de nosotros la mayor parte de nuestra vida. Por eso quisiéramos facilitar la

www.lectulandia.com - Página 170


plena libertad de ustedes respecto de la elección de su futuro,
—Ustedes son parte de nuestra vida. No podemos partir y vivir lo nuestro como si
no existieran… Agradezco mucho tu ayuda, padre, pero deseo reflexionar más con
relación a ella. Querría también hablar contigo, hermanita. Hay algo que desearía
arreglar con tu Franz.
—Franz es asunto mío —Katrin se había puesto inmediatamente a la defensiva—.
No quiero peleas entre ustedes dos.
—No habrá peleas —dijo Johann calmadamente— pero quiero estar seguro de
que Franz sabe en lo que se está embarcando y que, por solidaridad familiar, tendrá
que compartir… Y a propósito, sería muy conveniente que pudiéramos contratar entre
los mismos estudiantes alguna especie de guardaespaldas para papá y mamá.
—De ninguna manera —Mendelius se mostró enfático en su negociación. —Eso
significaría un triunfo para los terroristas. Implicaría que han destrozado nuestras
vidas, que nos han obligado a tomar precauciones públicas. En consecuencia ellos
son importantes, poderosos y temibles. No. No. No. Vuestra madre y yo, y ustedes
mientras estén aquí, nos protegeremos mutuamente. El folleto que nos dio la policía
es muy bueno. Deseo que lo lean y…
Sonó el timbre de la puerta. Mendelius fue a abrir y Johann lo siguió. Mendelius
recitó las sencillas instrucciones.
—…Usa siempre la mirilla de la puerta. En el caso de que no te sea posible
identificar al visitante, deja la cadena puesta al abrir la puerta. Si recibes un paquete
que no esperas, o una carta de tamaño desusado llama al Kriminalant y solicita que
sea examinada por un experto en bombas. Si resulta que el paquete o la carta son,
inofensivos, probablemente pasarás por tonto, pero más vale pasar por tonto que caer
en una trampa estúpida que saltará en tu cara destrozándola…
Esta vez tanto el visitante como el paquete eran perfectamente inocentes. Alvin
Dolman había venido a traer los grabados que había hecho enmarcar. Mientras
Mendelius le servía una bebida, los exhibió orgullosamente delante de Lotte y la
familia.
—…Se ven bien ¿eh? Ayer estuvo alguien en mi oficina y ofreció por ellos tres
veces el precio que usted pagó, Pero ve usted, profesor, usted recibe el trato de la
nación más favorecida.
—Con esta familia es justamente lo que necesito, Alvin.
—Alégrese de tener esta familia, profesor. Desearía tener una parecida. Me estoy
poniendo demasiado viejo para continuar cazando en la selva. Lo que me hace
recordar que anoche estuve en una reunión en honor del conjunto de mimos. Se habló
de usted. Y el director del grupo dijo que habían ofrecido una pequeña representación
en honor suyo y de un amigo periodista con quien usted se encontraba cenando en el
Hölderlinhaus.

www.lectulandia.com - Página 171


—Así es. Resultó aquélla una noche muy larga.
—De todos modos, mencioné el hecho de que lo conocía, a usted y a su familia.
Parece que todo el mundo está al corriente de su aventura en Roma. Y luego esta
muchacha se acercó a mí y comenzó a hacerme preguntas.
—¿Qué muchacha? —preguntó Mendelius frunciendo el ceño—. ¿Y qué clase de
preguntas?
—Se llama Alicia Benedictus. Trabaja para Schwabisches Tagblatt. Dijo que
estaba escribiendo un esbozo sobre usted para el diario.
—¿Se identificó?
—¿Por qué habría de identificarse? Ambos éramos huéspedes de la misma casa.
Creí lo que me dijo y créame que lo decía una cara muy bonita.
A pesar de su preocupación, Mendelius no pudo evitar reírse. La llama de
sensualidad que había iluminado los ojos de Dolman a la mención de la muchacha
resplandecía como un faro. Mendelius insistió en saber.
—¿Qué clase de preguntas hizo ?
—¡Oh! Solamente lo usual: qué tipo de hombre era usted, cómo se le consideraba
en la ciudad, quiénes eran sus amigos más importantes… ese tipo de cosas.
—Que raro. Si trabaja para el Tagblatt, no habría tenido sino que consultar al
archivo completo que ellos tienen con todos esos datos… Creo que haré verificar su
identidad.
—¿Por qué, por el amor de Dios? —Dolman parecía completamente perdido—.
Fue solamente una conversación en una reunión social. Yo pensé que usted podría
sentirse interesado al saber que alguien estaba escribiendo sobre usted.
—Estoy muy interesado, Alvin. Llamemos ahora al diario.
Hojeó la guía de teléfonos e hizo el llamado, bajo las silenciosas miradas de
Dolman y de su familia. La conversación fue breve y la información negativa. En el
diario no conocían a Alicia Benedictus y nadie había sido asignado para hacer una
semblanza de Carl Mendelius. Mendelius colgó y comunicó la noticia. Dolman lo
miró con la boca abierta.
—Bien. ¿Y qué le parece?
—No me parece en absoluto, Alvin. Llamaré inmediatamente al inspector Dieter
Lorenz en el Kriminalant. Seguramente nos pedirá que vayamos a verlo. Los dos.
—¿La policía? Diablos, profesor. Vivo aquí muy apaciblemente y desearía que
esto continuara, por lo menos hasta que regrese a casa. ¿Para qué necesita a la
policía?
—Porque alguien se propone matarme. Alvin. Soy el testigo clave de un crimen
que tuvo lugar en Roma. Y sabemos que los terroristas tienen observadores que
cubren todas las actividades mías y de mi familia aquí en Tübingen. Esta muchacha
podría ser uno de ellos.

www.lectulandia.com - Página 172


Alvin Dolman sacudió la cabeza como si se esforzara por disipar las telarañas que
la cubrían. Juró por lo bajo.
—Cristo. ¿Quién lo hubiera creído? Así es que ahora la han tomado con los
profesores, y en Tübingen para peor. De acuerdo, profesor. Llamemos a la policía y
liquidemos esto.
Quince minutos después se encontraban en la oficina de Dieter Lorenz en el
Landes Kriminalant. Lorenz sometió a Dolman a una exhaustiva interrogación y
luego lo instaló en una habitación con una taza de café, un cuaderno de dibujos e
instrucciones para que diseñara una semblanza lo más parecida posible de la
muchacha que se llamaba a sí misma Alicia Benedictus. Luego, de regreso en su
propia oficina, preguntó a Mendelius.
—¿Es usted muy amigo de este Dolman?
—No muy amigo, en realidad, pero hace años que lo conozco. A menudo nos
hemos encontrado para tomar algo juntos, pero rara vez lo he invitado a cenar a mi
casa. Le compro dibujos y de vez en cuando me dejo caer en su estudio para
conversar tomando una copa de vino. Lo encuentro burlón y agradable. ¿Por qué me
lo pregunta? ¿Tiene algo especial contra él?
—No, nada —Lorenz se mostraba muy franco—, pero la verdad es que es una de
esas personas que siempre intrigan y molestan a los policías de una ciudad
provinciana como ésta. Con un criminal declarado es muy sencillo entenderse. Y
cuando un huésped extranjero provoca problemas, pues bien, se le manda de regreso
a casa. Pero este tipo es distinto. No existe razón alguna para que permanezca aquí.
Es americano. Se ha divorciado de una muchacha de aquí. Tiene un buen trabajo,
pero de ninguna manera nada que pueda producirle fama o fortuna. Es el tipo mismo
del jugador. Cuando se aburre, se puede estar seguro de encontrarlo en los bares que
son punto de cita de borrachos y en los peores centros nocturnos estudiantiles. Las
reuniones que da en su casa son tan bulliciosas que provocan los reclamos de los
vecinos. De manera que, debido a su popularidad, al hecho de que es un pelafustán y
además un derrochador, nos preguntamos aquí en la policía si no tendría negocios
laterales como heroína o sus derivados o si no se dedicaría a revender objetos
robados. Pero no, hasta ahora, y respecto a esto por lo menos, está limpio de polvo y
paja… Pero aun así continúo preguntándome si no tendrá algo que ver con esos
misteriosos personajes que, según usted me contó, seguían la pista del señor Rainer…
—Me parece un tanto rebuscado como esquema —dijo Mendelius.
—Puede que lo sea —dijo Lorenz pacientemente— pero a veces en este negocio
mío suele haber sorpresas bastante sucias. Dolman es un artista. Hemos encontrado
un retrato suyo en el bolsillo de un hombre muerto. ¿No sería acaso muy raro si ese
retrato hubiera sido hecho por Alvin Dolman?
—Imposible. Hace años que conozco a este hombre.

www.lectulandia.com - Página 173


Lorenz barrió la objeción.
—Lo imposible está ocurriendo a cada momento. De todos modos, ahora está
haciendo un nuevo retrato. Será muy instructivo compararlos.
Bruscamente Mendelius se irritó.
—Me ha colocado en una posición intolerable, inspector. No puedo continuar mi
amistad con Dolman sin decirle lo que usted me acaba de contar.
—No me importa que le diga lo que le plazca —Lorenz no parecía sorprendido
por el estallido de Mendelius—, incluso puede ayudarme. Si es inocente hará lo
posible por cooperar y es indiscutible que tiene, en esta ciudad, contactos excelentes.
Si, al contrario, es culpable, comenzará a sentirse intranquilo y a cometer errores.
—¿Nunca se cansa de este juego, inspector?
—Me gusta el juego, profesor, lo que me disgusta es la gente con la cual tengo
que jugarlo… Discúlpeme ahora, debo ir a ver lo que Dolman ha podido hacer con
ese retrato…
Cuando más tarde abandonaron la central de policía, en el camino a casa, Dolman
parecía haber tomado las cosas con filosofía. Barrió las disculpas de Mendelius con
cansado humor.
—…No se intranquilice por eso, profesor. Comprendo perfectamente la
psicología de Lorenz y su gente. Yo soy un operador marginal, siempre lo he sido,
aun en el ejército. Lo único que es capaz de sorprenderme es un acto de bondad,
cuando alguien deja caer una moneda en el sombrero extendido del ciego en lugar de
golpearlo en la mandíbula… De todos modos, entre usted y yo, puedo decirle que no
tengo ningún interés en sacarlo a usted de la circulación y que no tengo vinculación
con ningún tipo de grupo. Soy, en el sentido más estricto de la palabra, un solitario y
creo que Lorenz es lo suficientemente inteligente para haberse dado cuenta de ello. Él
se imagina que, debido a mi manera de vivir y al hecho de que veo a mucha gente
marginal, puedo obtener de repente alguna información útil… Y la verdad es que, por
tratarse de usted, estoy dispuesto a cooperar. Y también porque no me gusta que me
usen para mamar informaciones, que es lo que la señorita Benedictus trató de hacer
conmigo… En resumen, profesor, éste ha sido un día más bien miserable. Y ésta era,
sin embargo, una ciudad pequeña, encantadora y familiar, tan dulce que era posible
envolverse en ella como en un brazo de reina. ¿Ahora…? La verdad es que ha dejado
de gustarme. Creo que comenzaré pronto mis preparativos para regresar a los Estados
Unidos… Váyase a casa, profesor. Por mi parte, conozco a una muchacha que
siempre guarda una botella de coñac preparada y abierta para Alvin Dolman.
Dio media vuelta y se fue cruzando el puente, su alta y agresiva figura abriéndose
paso descuidadamente entre la muchedumbre de peatones compradores y haraganes.
Mendelius a su vez tomó el camino que conducía a los jardines. No deseaba llegar a
casa todavía. Necesitaba tiempo y quietud para poner sus ideas en orden. Y la familia

www.lectulandia.com - Página 174


debía disponer de mucha tranquilidad y sobre todo, soledad, para discutir los planes
tan radicales que él les había propuesto.
Era un tibio y claro día y los habitantes de Tübingen estaban aprovechándolo para
asolearse sobre los prados. Allá abajo, al borde del lago, una pequeña multitud se
había reunido para presenciar la representación que un conjunto de actores de teatro
estaba haciendo ante un grupo de niños. La escena era encantadora: los pequeñuelos
de ojos abiertos, asombrados y completamente absortos en la historia de un triste
payaso que soplaba preciosos globos de jabón pero que nunca lograba tomarlos en la
palma de su mano. El payaso era el cadavérico joven que los había entretenido, a
Mendelius y sus amigos, aquella noche en el Hölderlinhaus. El resto del conjunto de
actores hacía el papel de los globos de jabón que se burlaban de sus esfuerzos por
alcanzarlos…
Mendelius se sentó en la hierba y se dedicó a contemplar la pequeña, inocente
ópera, fascinado al ver cómo los niños, tímidos al comienzo iban poco a poco siendo
impelidos a participar en la mímica. Después de los sombríos y grandiosos debates en
los cuales se había hallado envuelto, esta simple experiencia estaba siendo para él
fuente de una extraña alegría. Inconscientemente descubrió que él también estaba
imitando las airosas reverencias y alados gestos.
El payaso notó la atención de Mendelius y pocos momentos después había
comenzado a representar una nueva historia. Reunió en torno de él a los otros actores
así como a los niños y en una muda pantomima creó la impresión de que una extraña
e inesperada criatura había llegado súbitamente y se encontraba en medio de ellos.
¿Sería ésta un perro? No. ¿Un conejo? No. ¿Un tigre, un elefante, un chancho? No.
Entonces era preciso cerciorarse, por medio de una inspección personal, de la
naturaleza del extraño visitante, pero había que hacerlo con gran cuidado. Con los
dedos en los labios, caminando en puntas de pies, el payaso guió a los niños, en fila
india, a examinar a este animal extraordinario…
El grupo estalló en carcajadas cuando descubrió que el objeto de la broma era un
hombre de mediana edad que comenzaba a engordar. Mendelius, después de unos
segundos de incertidumbre, decidió unirse a la comedia. Cuando se vio cercado por
los actores y los niños jugó con ellos así como cuando sus propios hijos eran
pequeños, había representado charadas para ellos. Finalmente, se reveló a sí mismo
como una enorme cigüeña, sostenida en una pata y mirando hacia abajo de su largo
cuello. La audiencia estalló en aplausos y los niños rieron, excitadamente por el
triunfo que había obtenido. El payaso y su grupo, con una pantomima propia, dieron
las gracias.
Una diminuta niña cogió la mano a Mendelius y le dijo.
—Yo supe antes que nadie. Yo me di cuenta de que tú eras una cigüeña.
—Estoy seguro de que así fue, liebehen.

www.lectulandia.com - Página 175


Al inclinarse para hablar con la pequeñuela. Mendelius fue asaltado por la súbita
y aterradora imagen de aquella niña transformada ¿en qué? después del primer
impacto de la radiación o de una infección letal de ántrax.
La cena familiar de aquella noche fue dominada por la conversación de Katrin y
Johann, que inesperadamente, dieron una lección a sus padres. El argumento de
Katrin era muy sencillo.
—…Mamá misma lo dijo. Tengo edad suficiente para irme con un hombre, edad
suficiente para manejar mis propios asuntos. Antes de pensar en casarnos, Franz y yo
queremos madurar nuestra relación. Porque a pesar de sus éxitos como pintor, él se
siente aún muy inseguro… y en cuanto a mí, también he de encontrar varias piezas de
mi persona que están faltando por ahí. Gracias a papá estoy financieramente
asegurada, de manera que a ese respecto soy muy afortunada… En cuanto al resto,
creo que podré hacerlo mucho mejor si nadie sostiene mi mano…
—Pero Franz quiere casarse contigo —objetó Lotte—. Me dijo que te lo había
pedido varias veces.
—Sí, quiere casarse conmigo. Pero lo que él desea es una Hausfrau, alguien que
lo haga sentirse bien y a salvo, que lo alimente y le asegure que es un genio. Yo
rehúso desempeñar ese papel y tampoco quiero llegar a ser dependiente de él. El tiene
que aprender que somos socios a partes iguales tanto como amantes.
—¿Y qué sucederá —preguntó Johann con una sonrisa— si él no aprende tan
rápido como tú lo deseas y te gustaría, hermanita?
—Entonces, gran hermano, encontraré a otra persona.
Lotte y Mendelius intercambiaron las lastimosas miradas de los que se sienten
completamente sobrepasados por la conversación. Mendelius preguntó.
—¿Y tú, Johann? ¿Has pensado en lo que te he propuesto?
—He pensado muchísimo en ello, padre, y me temo que la idea no resultará, en lo
que a mí respecta.
—¿Por algún motivo especial?
—Uno y solamente uno. Me estás ofreciendo comprarme una situación que yo
creo que debo trabajar por mí mismo. Odio la idea de una guerra. La veo como una
enorme y horrible futilidad. No desearía ser llamado para cargar armas, pero, por otra
parte creo que no soy nada especial ni excepcional como para no compartir el mismo
destino común de mis pares. Deseo en consecuencia, permanecer en medio de lo que
me corresponde, al menos el tiempo suficiente para ver si pertenezco a lo establecido
o a la oposición… Creo que no me estoy explicando muy bien. Agradezco tu
preocupación por mí, pero en este caso va mucho más allá de lo que deseo o necesito.
—Me alegro de que seas tan honrado con nosotros, hijo —Mendelius se
esforzaba por ocultar su emoción—. No queremos, nunca hemos pretendido, manejar
tu vida. Creo que el mejor regalo que podamos darte es una plena libertad y la

www.lectulandia.com - Página 176


conciencia necesaria para usarla bien… De manera que ruego a mi familia que me
permita hacerle una pregunta. ¿Tiene alguien alguna objeción que oponer a mi
intención de comprar el valle?
—Vuestro padre tiene también su sueño propio —Lotte extendió su mano para
coger la de Mendelius—. Cuando se retire desea fundar una academia para
estudiantes graduados, un lugar donde los académicos ya decanos puedan reunirse y
compartir las experiencias y conocimientos de toda una vida. Y si desea probar eso,
bien, yo lo apoyo.
—Me parece que es una idea estupenda —Katrin estaba llena de entusiasmo—;
siempre le estoy diciendo a Franz que es preciso continuar a lo largo de toda la vida
arriesgándose a cosas nuevas. Si uno se queda en la seguridad y la rutina pues se pone
añejo y mohoso.
—Tienes mi voto, padre —Johann miró a Mendelius con un renovado respeto. Y
si puedo ayudar para levantar el lugar en los primeros tiempos, cuenta conmigo… Y
si las cosas se ponen demasiado duras en la Universidad, siempre te queda la opción
de un temprano retiro.
—Bien. Lo primero que haré por la mañana será llamar a los abogados para que
comiencen a negociar con la Grafin. La próxima semana pienso darme una vuelta
para conocer la propiedad. Me gustaría que me acompañaras, Johann.
—Por supuesto.
—¿Y qué hay de ti, Lotte? ¿Te gustaría venir?
—Más tarde, Carl. Esta vez es preferible que vayas solo con Johann. Katrin y yo
tenemos bastante quehacer con nuestros propios asuntos.
—Me siento realmente excitado —Mendelius comenzó a exponer sus proyectos.
—Me gustaría hablar con un buen arquitecto, alguien bien especial que se interese
particularmente por el ambiente de la vida…
—Estamos hablando con mucha calma y mucha lógica —dijo Lotte abruptamente
— pero tengo el terrible presentimiento de que la vida no resultará exactamente tal
como la estamos planeando.
—Probablemente no, schatz; pero debemos esperar y actuar como si fuera a ser lo
que creemos. A pesar de las profecías de Jean Marie, yo sigo creyendo que podemos
influenciar el curso del acontecer humano.
—¿A tiempo, por ejemplo, como para prevenir una guerra?
En la voz de Lotte había sonado una nota de subyacente desesperación. Se
hubiera dicho que estaba esperando que sus hijos le fueran súbitamente arrancados de
aquella misma mesa. Mendelius le lanzó una rápida y preocupada mirada y dijo, con
mucha más confianza de la que en realidad sentía.
—Sí, a tiempo. Tengo aún la esperanza de que la publicación de nuestro reportaje
el domingo logre atraer la atención sobre la urgencia de lanzar nuevas iniciativas de

www.lectulandia.com - Página 177


paz.
—Pero —insistió Johann— la mitad del mundo nunca verá lo que has escrito,
padre.
—Todos los jefes y personalidades del mundo lo verán —insistió Mendelius con
el secreto anhelo de arrancar a Lotte de su sombrío estado de ánimo—, todos los
servicios de inteligencia leerán el material y lo evaluarán… No subestimes nunca la
capacidad de difusión de una noticia, aun de la más pequeña… Bien, ahora por qué
no limpiamos la mesa y lavamos la loza. La televisión está transmitiendo la Flauta
Mágica y vuestra madre y yo desearíamos verla…
Cuando la obra iba por la mitad, sonó el teléfono. Era Georg Rainer, hablando
desde Berlín.
—…¿Carl? Creo que he descubierto la identidad de nuestros espías aficionados.
Me parece claro, ahora, que monseñor Logue dio la voz de que nosotros pensábamos
trabajar en esta historia y pienso que la vigilancia tuvo por objeto establecer
fehacientemente que así era. Ahora el Vaticano ha resuelto publicar su propia versión
de la abdicación. Habrá una declaración oficial de tres mil palabras que saldrá a la luz
en la edición del martes del Osservatore Romano. Eso significa que nosotros
saldremos antes y que alguien se pondrá furioso por el error en el tiempo de la
publicación… Entiendo que el texto de la declaración del Vaticano será entregado a la
prensa el lunes por la tarde. Si hay en ella algo que afecte nuestra posición, lo llamaré
de nuevo…
—¿Qué dicen sus editores de nuestra historia, Georg?
—Están muy excitados. Lo que es interesante es que en estos momentos hay en
nuestra oficina un mercado de apuestas sobre el tipo de reacción que la historia
producirá en el público.
—¿Y qué dicen las apuestas?
—¿Quién será el héroe de la historia? ¿El Vaticano o el ex-papa? Al escuchar las
conversaciones, no sé ya que pensar… Estaré de regreso en Roma el lunes por la
mañana. Lo llamaré desde allá. Cariños a Lotte.
—Y a Pía.
—Oh, casi me olvidaba decirle. Hemos resuelto comprometernos. O por lo menos
Pía lo resolvió y yo di mi consentimiento un tanto renuente.
—Felicitaciones.
—Preferiría ser pobre y libre.
—Al diablo con eso, Gracias por llamar, Georg.
—¿Quiere que coloque una apuesta en su nombre en nuestro mercado papal?
—Diez puntos en favor de Gregorio XVII. Tenemos que sostener a nuestro propio
candidato.
Una semana más tarde llegó el veredicto. El informe Rainer-Mendelius de la

www.lectulandia.com - Página 178


abdicación había sido recibido con enorme interés por el público, y por los sabios con
calificado respeto. Había consenso —un tanto renuente, pero consenso al fin— en
que "clarificaba muchos puntos que el relato del Vaticano diluía en una vaga
diplomacia". También se planteaba la idea de que tal vez los autores "habían inflado
una crisis de la burocracia religiosa hasta la dimensión de una tragedia global".
El London Times, en un artículo escrito por su Editor Católico Romano, ofreció
el compendio más equilibrado del asunto.

"…Los autores, cada uno dentro de los márgenes de su campo propio, han
escrito un honrado relato, Su historia está cuidadosamente documentada y sus
especulaciones se basan en una lógica razonable. Han llevado la luz del día a
algunos de los más oscuros corredores de la política vaticana. Y si han tendido a
exagerar la importancia de una abdicación papal en la historia del siglo veinte, se
puede decir, en defensa de lo que han hecho, que la ruinosa majestad de Roma
puede jugarle malas pasadas a la más juiciosa imaginación.
"Donde no exageran, sin embargo, es en su creencia en el perenne poder que
tiene una idea religiosa para despertar las pasiones humanas e incitar a los
hombres a las acciones más revolucionarias. La prontitud y unidad con que los
hombres que dirigen la Iglesia Católica Romana estuvo preparada para actuar en
contra de lo que ellos percibieron como la renovación de una antigua herejía
gnóstica, constituye la mejor prueba de su sabiduría colectiva. Constituye
asimismo la mejor prueba de la profunda espiritualidad del papa Gregorio XVII
que estuvo dispuesto a retirarse antes que permitir que la asamblea de fieles
corriera el riesgo de dividirse.
"El profesor Carl Mendelius es un académico muy sobrio y de reputación
mundial. El homenaje que rinde a su viejo amigo, héroe de la historia, nos lo
muestra como un hombre ardiente y leal y con un toque de poeta. Es lo
suficientemente ponderado para reconocer que las políticas humanas no pueden
ser dirigidas por las visiones de los místicos. Y es lo suficientemente humilde para
saber que las visiones pueden contener verdades que, a riesgo propio, preferimos
ignorar.
"En cuanto a Gregorio XVII, su desgracia ha consistido en haber intentado
escribir prematuramente el epitafio de la humanidad. Así como su suerte ha
estado en que la memoria de su reino haya sido escrita con elocuencia y con
amor…"

Mendelius era demasiado inteligente para no percibir la ironía de la situación.


Con la ayuda de Georg Rainer había levantado un monumento en honor de un viejo
amigo, pero el monumento había resultado ser una tumba, bajo la cual yacían
enterrados para siempre los últimos vestigios de la influencia y del poder que Jean

www.lectulandia.com - Página 179


Marie podría haber conservado. Nadie podría haber prestado un mejor servicio al
nuevo pontífice y a su política que el que le había prestado Carl Mendelius. En
consecuencia era natural que los esfuerzos que había llevado a cabo con este fin,
hubieran hecho de él un millonario y le hubieran otorgado una reputación mundial
que sobrepasaba con mucho sus méritos académicos. Pero la más amarga nota de
ironía provino, para Mendelius, de la carta de agradecimiento que Jean Marie le
escribió desde Monte Cassino.

"… Le agradezco, desde el fondo de mi corazón lo que ha tratado de hacer.


Ningún hombre podría haber tenido mejores abogados ni amigos más intrépidos.
La verdad ha sido relatada con comprensión y misericordia. Ahora se puede
cerrar este capítulo para que la Iglesia pueda reanudar, tranquila, sus labores.
"De manera que usted no debe hablar como si todo estuviera perdido. La
levadura está trabajando en la masa y las semillas, esparcidas por el viento,
germinarán cuando llegue el momento… Y en cuanto al dinero no lo mire usted
con mala voluntad y espero al contrario que gaste una parte de él en Lotte y los
niños.”
"Tenga paz, querido amigo y espere por la palabra y por el signo.
Suyo siempre en Cristo Jesús. Jean Marie".

Lotte, que leía la carta por sobre su hombro, le revolvió el cabello y dijo
suavemente.
-Déjalo así, amor mío. No te preocupes más. Hiciste lo mejor que pudiste y Jean
lo sabe. Nosotros, los de esta casa, también te necesitamos.
—Yo también te necesito, schatz —le cogió las manos y la dio vuelta para que lo
enfrentara. -Me he mezclado más de lo conveniente con el ancho mundo. Soy un
académico y no un periodista… me alegro de que las clases comiencen mañana,
schatz —dijo Mendelius.
—¿Tienes ya todas tus papeles preparados?
—Casi todos —levantó un atado de hojas mecanografiadas y rió—: este es el
primer tema para este semestre. Mira el título: "La naturaleza de la profecía".
—Hablando de profecía —dijo Lotte— te ofreceré una. El viaje de Katrin a París
con su Franz dará mucho que hablar aquí y correrán los chismes. ¿Qué piensas hacer
al respecto?
—Diles a las chismosas que se lancen al Neckar —dijo Mendelius con una
sonrisa—. La mayoría de ellas entregó su virginidad en un barquichuelo varado bajo
un sauce.

Carl Mendelius tenía la costumbre, cada día, durante el curso del semestre

www.lectulandia.com - Página 180


académico, de salir de su casa a las ocho y media, bajar luego por la Kirchgasse hasta
el mercado donde procedía a comprar, a la más vieja vendedora de la plaza, —una
abuela mal hablada de Bebcnhausen— una flor para su ojal. Desde allí sólo había dos
cortas cuadras hasta el ilustre colegio al cual siempre entraba por la puerta sudeste
que se abría bajo las armas del duque Christoph y su lema Nach Gottes Willen "De
acuerdo con la voluntad de Dios'". Una vez adentro, iba derecho a su estudio y allí
permanecía media hora estudiando sus notas y controlando los memorándums que le
llegaban de la administración de la Universidad, que hacía llegar regularmente a sus
profesores. A las nueve y media en punto se encontraba en su cátedra en el aula con
sus notas claramente expuestas frente a él en su atril de profesor.
Aquella mañana, primer lunes del semestre, antes que abandonara la casa, Lotte le
recordó la advertencia de la policía respecto de la necesidad de variar su ruta y sus
procedimientos habituales. Mendelius se alzó de hombros con impaciencia. Las
elecciones posibles se limitaban a tres calles. Y sus clases siempre comenzaban a las
nueve y media. Los cambios que podían hacerse no eran, pues, muchos. De todos
modos, y siquiera por aquella primera vez, quería llevar una flor en su ojal. Lotte lo
besó y lo miró alejarse de la casa.
El rito de la llegada se realizó sin incidentes. Durante diez minutos se detuvo en
el cuadrángulo para conversar con el rector del colegio y luego se dirigió a su estudio
que, gracias al cuidado de la encargada, estaba inmaculadamente limpio y ordenado y
olía a cera y lustramuebles. Su traje académico colgaba detrás de la puerta. Su
correspondencia estaba sobre el escritorio. El horario del semestre se hallaba
claramente prendido a la caja de despachos. Sintió un súbito alivio, casi como una
liberación. Este era su hogar. Aun con los ojos vendados podía reconocerlo todo y
guiarse, no obstante, con paso seguro.
Abrió su portafolios, revisó el texto de su clase del día y luego se dedicó a su
correspondencia. La mayoría consistía sólo en comunicados rutinarios, pero le llamó
la atención un envoltorio bastante voluminoso que llevaba el sello del presidente. La
inscripción era un tanto siniestra:

"Privado y Confidencial — Urgente — Entregado por mensajero".

Desde la reunión de la facultad, el presidente había estado estudiadamente


silencioso respecto a todas las materias referentes al debate que había tenido lugar
aquel día, y no era del todo imposible que deseara montar un escenario de batalla con
cada cosa claramente expuesta por escrito. Mendelius vaciló sin embargo antes de
abrir la misiva. Lo último que deseaba era que algo lo distrajera de su principal
objetivo que era en aquel momento la primera clase del año académico. Finalmente,
avergonzado de su propia timidez, deslizó un cortapapeles debajo del sello que

www.lectulandia.com - Página 181


cenaba el paquete.

Cuando sus estudiantes llegaron corriendo después de la explosión, lo


encontraron yaciendo en el suelo con la mano volada y la cara transformada en una
masa sanguinolenta.

www.lectulandia.com - Página 182


Libro Segundo
"Una voz clama: En el desierto
abrid camino a Yavhé.
Trazad en la estepa una calzada recta
a nuestro Dios".
Isaías
Cap. XL, vers. 3

www.lectulandia.com - Página 183


Capítulo 8
Su santidad el papa León XIV acomodó en la silla su voluminoso cuerpo, apoyó
en el banquillo bajo el escritorio su gotoso pie y, a la manera de un águila vieja,
cansada y malhumorada examinó a su visitante al tiempo que le decía con su rudo
acento natal:
—Francamente, amigo mío, usted representa una gran molestia para mí.
Jean Marie Barette aprobó estas palabras con una helada sonrisa.
—Desgraciadamente, Su Santidad, parece que es mas fácil librarse de reyes
sobrantes que de papas supernumerarios.
—No me gusta nada la idea de esta visita suya a Tübingen. Y me gusta menos
aún pensar que usted pueda andar dando vueltas por el mundo a la manera de un
intelectual jesuita. Recuerdo que, cuando usted abdicó, hicimos un pacto.
—Corrijo eso —dijo Jean Marie en forma cortante—; no hubo pacto alguno.
Firmé aquel instrumento bajo coacción. Me coloqué voluntariamente bajo la regla de
obediencia al abad Andrew y él mismo me ha dicho que el deber de caridad me
obliga a visitar a Carl Mendelius y a su familia. El estado de Mendelius es muy
crítico. Puede morir en cualquier momento.
—Sí, claro… —Su Santidad llevaba la burocracia en la sangre de manera que,
casi instintivamente rehuía toda forma de confrontación—. No intento interferir con
la decisión de su abad, pero debo decirle que usted no está investido de ninguna
misión canónica. Le está expresamente prohibido predicar o enseñar públicamente y
su facultad de ordenar sacerdotes está asimismo suspendida aunque por supuesto,
puede continuar celebrando la santa misa y administrando los sacramentos.
—¿Por qué tiene tanto miedo de mí, Santidad?
—¿Miedo? Qué tontería.
—¿Entonces, por qué nunca me ha ofrecido devolverme a mis funciones de
obispo y sacerdote?
—Porque no me ha parecido conveniente para el bien de la Iglesia.
—Se da cuenta, supongo, de que en lo que concierne a mi vocación apostólica,
estoy reducido a la impotencia. Creo que tengo el derecho de saber cuándo y en qué
circunstancias esas facultades mías podrán ser restauradas y cuándo se me dará
nuevamente una misión canónica.
—No puedo decírselo. No hemos tomado ninguna decisión a ese respecto.
—¿Y cuál es el motivo de esa tardanza?
—Tenemos otras preocupaciones más absorbentes e inmediatas.
—Con gran respeto. Santidad, me permito hacerle notar, que, cualesquiera que
sean sus otras preocupaciones, ellas no lo dispensan de ejercer la más elemental
justicia.

www.lectulandia.com - Página 184


—¿Se atreve a llamarme la atención? ¿Aquí, en mi propia casa?
—Yo también viví aquí una vez. Y nunca me sentí propietario, sino solo un
arrendatario, lo que según probaron los acontecimientos era lo que en realidad fui.
—Volvamos al asunto que motivó su visita. ¿Qué desea de mí?
—Una dispensa para vivir en estado laical, viajar libremente y poder ejercer mis
funciones sacerdotales en privado.
—Es imposible.
—¿Cuál es la alternativa, Santidad? Seguramente es mucho más embarazoso para
usted guardarme como prisionero bajo palabra, en Monte Cassino.
—La situación en realidad es muy conflictiva. —Su Santidad arrugó la nariz
mientras movía su gotoso pie sobre el banquillo.
—Le ofrecí una forma de resolver este problema, recuérdelo. Mire: Rainer y
Mendelius publicaron un honrado informe sobre la abdicación. Al hacerlo, pensaron
que me defendían. Pero, ¿cuál fue en realidad el resultado de esos esfuerzos? La
Iglesia trató todo el asunto a su manera acostumbrada y usted presidió aquello,
sentado fuera de todo alcance humano, en la silla de Pedro. Si yo intentara cambiar
esta situación —lo que créame, no pretendo ni he pretendido en ningún momento
hacer— lo único que conseguiría es aparecer ante los ojos de todos como un perfecto
idiota. ¡Por favor! ¿No se da cuenta de que, lejos de ser un problema o una amenaza
puede, al contrario, representar una ayuda para usted?
—Si se dedica a propagar esas ideas locas y lunáticas sobre los Últimos Días y la
Segunda Venida, difícilmente podrá ayudarme.
—Ahora que está sentado aquí, ¿le parecen realmente tan lunáticas esas ideas?
Su Santidad se movió inquieto en su silla. Luego se aclaró ruidosamente la
garganta y se limpió la cara con un pañuelo de seda.
—Bueno… admito que nos estamos acercando a una situación que sin duda es
altamente crítica; pero aun así eso no me produce pesadillas. Continúo haciendo, lo
mejor que puedo, mi labor de todos los días y… —Al llegar aquí, confundido por el
helado escrutinio a que lo estaba sometiendo el hombre que había echado, se
interrumpió. Jean Marie no dijo nada. Finalmente, Su Santidad logró recuperar el
control de su voz. —Ahora veamos. ¿Dónde estábamos? Ah, sí, esta petición suya…
Si no está contento en Monte Cassino, si desea retornar a la vida privada, hagamos en
el ínterin, in petto, un acuerdo entre nosotros, así sencillamente sin documentos ni
formalismos. Si no resulta, entonces ambos podremos buscar otro tipo de convenio.
¿Le parece bien?
—Me parece muy bien, Santidad. —Jean Marie se mostraba estudiadamente
agradecido.
—Tomaré las medidas necesarias para que no tenga que arrepentirse de lo que
está haciendo. Presumo que este acuerdo comienza en este minuto.

www.lectulandia.com - Página 185


—Por supuesto.
—Entonces viajaré a Tübingen mañana por la mañana. He obtenido un pasaporte
francés de tal manera que he podido devolver mi documento Vaticano a la Secretaría
de Estado.
—Pero eso no era necesario. —Su Santidad estaba tan aliviado que se permitía
ser magnánimo.
—Pero era deseable y preferible —dijo blandamente Jean Marie Barette—. Soy
un hombre sin misión canónica alguna, de manera que no debo producir la impresión
de que tengo una.
—¿Qué se propone hacer?
—No estoy todavía muy seguro, Santidad —la sonrisa que acompañó estas
palabras fue límpida como la de un niño—, probablemente terminaré por enseñar el
Evangelio a los chicos, por los caminos. Pero, antes que nada, debo visitar a mi
amigo Carl.
—¿Cree usted…? —Curiosamente, Su Santidad parecía avergonzado. —¿Cree
usted que a Mendelius y su familia les agradaría recibir una bendición papal?
—Mendelius está gravemente enfermo, pero estoy seguro de que su esposa
apreciaría el gesto.
—Entonces firmaré la bendición y haré que mi secretario la envíe a primera hora
mañana por la mañana.
—Gracias. ¿Puedo retirarme ahora?
—Tiene nuestro permiso.
Inconscientemente el papa había reasumido la antigua fórmula del "nosotros".
Pero en seguida, como deseando pedir disculpas por esta innecesaria formalidad, se
levantó penosamente sobre sus gotosos pies y extendió su mano. Jean Marie se
inclinó sobre el anillo que una vez había llevado él mismo por derecho propio. Y por
primera vez en el curso de la entrevista, León XIV pareció estar genuinamente
apesadumbrado. Dijo torpemente:
—Tal vez… tal vez si nos hubiéramos conocido mejor, nada de esto que ha
ocurrido hubiera sido necesario.
—Si esto no hubiera ocurrido, Santidad, si yo no hubiera clamado hacia él en
busca de auxilio y ayuda en mi soledad, Carl Mendelius estaría ahora sano y salvo en
su propio hogar.
Más tarde, aquella misma noche, comió con el cardenal Drexel, pero la naturaleza
de su conversación fue por completo diferente. Jean Marie, esta vez, se apresuró en
explicar, gustosa y abiertamente lo que con tanto empeño había escondido en su
entrevista con el pontífice.
—… Cuando me enteré de lo que le había ocurrido a Carl, supe, más allá de toda
duda, que éste era el signo que había estado esperando. Es un pensamiento terrible,

www.lectulandia.com - Página 186


Antón, pero el signo es siempre un signo de contradicción: un hombre agónico
clamando que lo liberen. ¡Pobre Carl!¡Pobre Lotte! Fue el hijo quien me envió el
telegrama diciéndome que sentía que su padre deseaba verme y que su madre me
rogaba que acudiera. Y yo estaba aterrado de que nuestro pontífice me negara el
permiso. Habiendo llegado tan lejos en la aceptación de la voluntad de Dios, no
deseaba librar una batalla en esta ocasión.
Ha sido muy afortunado —dijo Drexel secamente— porque él no ha visto todavía
esto que Georg Rainer me envió, esta tarde, por un mensajero especial.
Extendió la mano detrás de él, hacia el bufete y cogió un gran sobre color manila
lleno de fotos y comentarios de prensa provenientes de Tübingen. Mostraban una
ciudad que parecía sumida en una atmósfera de fervor medieval, con grandes arrestos
de valor y que no obstante por otra parte sólo era puro y vulgar tumulto.
Se presentaba a Mendelius en el hospital, vendado como una momia egipcia,
enseñando sólo la boca y los orificios de la nariz, con una enfermera vigilando al lado
de la cama y un policía armado montando guardia al lado de la puerta. En la
Stiftskirche y en la Jacobskirche, se podía ver a hombres, mujeres y niños
arrodillados orando. Los estudiantes desfilaban por los campus llevando enseñas
crudamente redactadas "Fuera los asesinos extranjeros" "Trabajadores extranjeros"
"Asesinos extranjeros" "¿Quién silenció a Mendelius?" "¿Por qué la policía guarda
también silencio?"
En los sectores industriales de los suburbios, jóvenes de la localidad aparecían
luchando con trabajadores turcos. En la plaza del mercado un político dirigía la
palabra a una muchedumbre que a aquella hora salía de oficinas y fábricas a almorzar.
Detrás de él, un enorme panel en colores proclamaba: "Si quiere seguridad en las
calles, vote por Muller…" Jean Marie Barette estudió aquellas fotos, pero no dijo
nada. Drexel habló entonces:
Es increíble, ¿no le parece? Da la impresión de que todos ellos hubieran estado
esperando la llegada de un mártir. Y en varias otras ciudades alemanas han tenido
lugar las mismas demostraciones.
Jean Marie Barette se estremeció, como si lo hubiera tocado un reptil.
¡Imaginar a Carl Mendelius en el papel de Horst Wessel! ¡Qué pensamiento tan
horrible! Me pregunto lo que la familia pensará de todo esto.
—Le pregunté a Georg Rainer. Me dijo que la mujer de Mendelius está
profundamente impactada y que desde entonces ha permanecido casi invisible. La
hija cuida de la casa. El hijo dio una entrevista de prensa en la que manifestó que su
padre se sentiría horrorizado si supiera lo que se está haciendo en su nombre. Declaró
también que la tragedia estaba siendo manejada para crear un clima de venganza
social.
—¿Manejada por quién?

www.lectulandia.com - Página 187


—Por extremistas tanto de la derecha como de la izquierda.
—Nada de específica la declaración, ¿no le parece?
—Pero éstas —Drexel palmeó las fotografías dispersas sobre la mesa, éstas son
terribles, peligrosamente específicas. Esto forma parte de la misma vieja, conocida
magia negra de los manipuladores y de los demagogos.
—Creo que hay algo más que eso. —Jean Marie Barette se había vuelto
súbitamente sombrío. —Es como si el demonio, que nunca deja de acechar al
hombre, hubiera encontrado un foco privilegiado para su acción en esta pequeña
ciudad de provincia. Mendelius es un hombre bueno. Y sin embargo, en esta hora de
prueba de su vida, lo han transformado en héroe de esta fiesta de brujas. Todo esto
forma parte de un humor macabro, Antón, y me atemoriza. Drexel le lanzó una aguda
mirada de soslayo y comenzó a colocar nuevamente las fotografías en el sobre. Luego
preguntó, con cuidada indiferencia.
—Y ahora que usted ha sido liberado y puede vivir anónimamente, ¿tiene algún
plan en especial?
—Sí, planeo visitar a algunos viejos amigos, oír lo que tengan que contarme sobre
este triste mundo, pero esperando siempre el momento en que me sea dado sentir el
contacto de una mano, o escuchar la voz que me dirá adonde debo ir y lo que debo
hacer. Comprendo que lo que le digo pueda parecer extraño, pero para mí es
perfectamente natural. Soy el junco pensante de Pascal esperando por el viento que
me doblegará al pasar.
—Pero enfrentado a este demonio —Drexel levantó y sacudió el sobre con las
fotografías que yacían sobre el escritorio—, enfrentado a los otros demonios que sin
duda seguirán a éste, ¿qué hará? No puede inclinarse ante todos los vientos, ni
tampoco dejar sin respuesta todos los gritos llamándolo.
—Si Dios desea servirse de mi vagabunda voz, encontrará las palabras que deberé
usar.
—Habla como un Iluminista —Drexel sonrió para quitar a sus palabras toda
intención hiriente— y me siento feliz de que mis colegas de la Congregación no
puedan oírlo.
—Al contrario, no deberá ocultar nada a sus colegas, y contarles esto. —En la
respuesta de Jean Marie subyacía una acerada e implacable determinación—. Porque
muy pronto ellos oirán el grito de batalla del Arcángel San Miguel: Quis sicut Deus?
"¿Hay alguien semejante a Dios?" Y por muchos que sean los silogismos que sus
colegas son capaces de manejar, me pregunto cuántos de ellos podrán enfrentar el
desafío y encararse con el Anti-Cristo. ¿Alguno de los Hermanos del Silencio ha
denunciado por casualidad los excesos que están ocurriendo en Tübingen y en otros
lugares?
—Si lo han hecho —Drexel se alzó de hombros—, aquí no hemos sabido nada.

www.lectulandia.com - Página 188


Pero no debemos olvidar que ellos son hombres prudentes que siempre antes de
hablar prefieren dejar que las pasiones se enfríen… De todos modos, usted y yo
somos ya demasiado viejos para lamentarnos por las locuras de nuestras ovejas, y
demasiado gastados también para intentar sanarlas. Y ahora, Jean, le ruego que me
diga algo. La pregunta podrá parecerle impertinente, pero es importante para mí.
—Pregunte entonces.
—Usted tiene sesenta y seis años y ha llegado hasta el sitial más alto que un
hombre puede llegar. Ahora se encuentra de regreso en un punto cero. No hay
llamado alguno, ni futuro para usted. ¿Qué es lo que realmente desea?
—Lo único que deseo es que Dios me conceda la luz suficiente para percibir el
sentido divino de este mundo loco y fe suficiente para seguir esa luz. Porque es ahí
donde reside la raíz misma de todo el problema, ¿no es así? Fe para mover las
montañas, para decirle al lisiado "Levántate y anda".
—Pero también necesitamos de algún amor para hacer tolerable esta oscuridad.
—Amén para eso —dijo suavemente Jean Marie—. Debo irme, Antón. Lo he
hecho velar demasiado.
—Antes que se vaya… dígame como anda de dinero.
—Bastante bien, gracias. Tengo un patrimonio que actualmente administra mi
hermano, banquero en París.
—¿Dónde piensa quedarse esta noche?
—En Santa Cecilia hay un hostal para peregrinos. La primera vez que vine a
Roma me alojé ahí.
—¿Por qué no se queda aquí conmigo? Tengo un cuarto desocupado.
—Gracias, Antón, pero no. He dejado de pertenecer a este lugar y debo
aclimatarme al ambiente del mundo. Deseo sentarme hasta tarde en un banco de la
piazza y hablar con los trasnochadores solitarios que se encuentren allí —agregó con
un curioso y triste humor—. Tal vez es posible que en la última y helada hora que
precede al día, El quiera hablarme… Le ruego que me Comprenda y que ruegue por
mí.
—Desearía poder ir con usted, Jean.
—Usted merece y está hecho para una compañía mejor que la mía, viejo amigo.
Mi estrella es una estrella caída. Me parece, por otra parte, como si estuviera
regresando al hogar. —Hizo un gesto hacia las luces que señalaban los apartamentos
papales. —No abandone a nuestro amigo allá arriba. Lleva el nombre de un león,
pero no es sino un gatito doméstico muy bien entrenado. Cuando lleguen los tiempos
malos necesitará a su lado a un hombre fuerte…
Un apretón de manos, una breve despedida, y se había ido, esmirriada y frágil
figura tragada velozmente por las sombras de la escalera. Antón Drexel se sirvió un
último trago de vino y consideró con humor el aforismo de otro Iluminista. Louis

www.lectulandia.com - Página 189


Claude de Saint Martin: "Todos los místicos hablan el mismo lenguaje porque habitan
el mismo país".
El viaje a Tübingen sirvió para demostrar su total inadecuación al mundo. Por
primera vez en cuarenta años vistió ropas laicas y le tomó media hora anudar su
corbata sobre su camisa de verano. En el monasterio se había introducido e instalado
cómodamente dentro de una rutina familiar. Mientras vivió en el Vaticano, cada uno
de sus gestos había sido prevenido y atendido. Ahora, en cambio, carecía de todo
privilegio. Tuvo que gritar para conseguir un taxi que lo condujera al aeropuerto y
discutir con el agitado romano que clamaba precedencia en el llamado. Carecía de
moneda suelta para pagar y el chofer lo despidió con desprecio. No había nadie para
indicarle dónde se encontraba el mostrador que expendía los boletos para Stuttgart.
Llevaba solamente billetes grandes, la muchacha que atendía no tenía cambio y jamás
en toda su vida de clérigo, había llevado ni poseído ninguna tarjeta de crédito.
En el Vaticano, las funciones del cuerpo del papa siempre se habían llevado a
cabo en una sagrada intimidad. Aquí, en el retrete del aeropuerto debió hacer cola,
mientras el borracho que lo precedía mojaba sus zapatos y sus pantalones. En el bar
fue empujado y su manga salpicada con café, e, indignidad final, el avión estaba lleno
y tuvo que discutir para conseguir un asiento.
Una vez a bordo se vio enfrentado al problema de su identidad. Su vecina resultó
ser una anciana mujer de la región del Rhin, nerviosa y voluble, que, una vez que
hubo constatado que él hablaba alemán, lo inundó en el torrente de su charla.
Finalmente le preguntó en qué trabajaba y fue solamente después de diez segundos de
vacilación que él logró coordinar la obvia respuesta.
—Soy jubilado, mi querida señora.
—Mi marido también está jubilado y desde entonces se ha vuelto imposible. ¿Qué
dice su mujer al verlo dando vueltas por la casa todo el día?
—Soy soltero.
—Qué raro que un hombre tan bien parecido cómo usted no se haya casado.
—Bueno, me temo que he estado casado con mi profesión.
-¿Y que era? ¿Doctor? ¿Abogado?
—Ambas cosas —le aseguró solemnemente Jean Marie mientras tranquilizaba su
conciencia con lógica casuística. Porque él había sido en verdad un doctor de almas y
en el Vaticano había leyes en cantidad suficiente como para emular a Justiniano.
Al llegar a Stuttgart lo esperaba Johann Mendelius ansioso por darle la
bienvenida pero mostrando en toda su persona visibles huellas del cansancio y de las
tensiones experimentadas, como si fuera un joven oficial que regresara de su primera
batalla. Se dirigió a Jean Marie llamándolo señor y evitando cuidadosamente los
títulos eclesiásticos. Manejó con gran prudencia por los ondulantes caminos de las
colinas eligiendo la ruta más larga hacia Tübingen, porque, según explicó, había

www.lectulandia.com - Página 190


muchas cosas que aclarar antes que llegaran a destino.
—…El estado de mi padre sigue siendo de extrema gravedad. El explosivo
contenido en la carta-bomba estaba colocado entre placas de aluminio e impregnado
con diminutas cápsulas de balas. Algunas de éstas se introdujeron en la cuenca de un
ojo, peligrosamente próximas al cerebro. Sabemos que ha perdido la vista de ese ojo
y que tal vez pierda la del otro. No hemos visto aún su cara, pero es evidente que está
muy mutilado y, por supuesto, ha perdido su mano izquierda. Hay que hacerle aún
varias operaciones, pero hay que aguardar que se reponga un poco y se fortalezca. En
estos momentos tiene peligrosamente infectados tanto el ojo como la mano izquierda,
pero su tolerancia a los antibióticos es muy limitada… De manera que sólo nos queda
esperar. Mamá, Katrin y yo nos turnamos para visitarlo… Mamá está resistiéndolo
muy bien… Tiene coraje por todos nosotros; pero no se sorprenda si se emociona al
verlo. No hemos hablado a nadie de esta visita suya, excepto a la Professor Meissner
que es la mejor amiga que papá tiene en la facultad… Tal como están las cosas ahora
en Tübingen, los chismes están a la orden del día y cada cual tiene el suyo propio.
Tan pronto como mi padre se recupere —si es que logra recuperarse— nos iremos de
aquí.
La ira y la amargura subyacentes en el tono de la voz de Johann no pasaron
inadvertidas para Jean Marie. Dijo:
—Me he enterado de las demostraciones que se han hecho. Georg Rainer envió
fotografías acerca de ellas al Vaticano. Parece que la conmoción provocada por esto
ha sido enorme.
—Demasiado grande. —La respuesta fue abrupta. —Mi padre era conocido, tenía
prestigio y era respetado. Pero nunca fue un hombre público. Por eso creo que estos
desfiles y manifestaciones no son espontáneos: han sido sutil y cuidadosamente
organizados.
—¿En tan corto tiempo? —Jean Marie parecía dudoso—, ¿Por quién? ¿Y por qué
motivos?
—Como un efecto de propaganda para esconder a los verdaderos autores de este
atentado contra la vida de mi padre.
—Si quisiera tener la bondad de detenerse en el próximo lugar adecuado que
encontremos —dijo Jean Marie Barette firmemente—, podremos hablar antes que
lleguemos a Tübingen. A diferencia de su padre, yo he sido un hombre
extremadamente público y no deseo encontrarme con ninguna sorpresa.
Media milla más lejos encontraron un sitio entre un pinar y una pradera y Johann
Mendelius procedió a relatar la historia del intento de asesinato.
—…Comenzaremos en Roma. Por una simple casualidad mi padre es testigo de
un atentado terrorista. Grandes titulares en los periódicos, muchas advertencias:
podrían producirse intentos de silenciarlo o de ejercer represalias en él o en su

www.lectulandia.com - Página 191


familia. Hasta aquí todo es claro, simple y lógico… Padre y madre regresan a
Tübingen. La policía —sección del crimen— toma contacto con él y renueva las
advertencias. Un dibujo con el rostro de mi padre es encontrado en el bolsillo de un
hombre que resulta muerto en una riña de bar. Más avisos sobre precauciones a
tomar… Entretanto el presidente de la Universidad reúne a sus profesores más
antiguos y les advierte que deben esperar un llamado a las armas para los estudiantes
y profesores en edad militar, y que deben aprontarse para proveer a las fuerzas
armadas con los especialistas científicos requeridos y además se les pide cooperar
con los servicios de seguridad para la vigilancia de los estudiantes. Mi padre se opone
fuertemente a la idea de vigilancia por parte de los profesores y amenaza con
renunciar si esa sugerencia se transforma en exigencia… Para coronar esto, escribe la
historia de su abdicación y como consecuencia se da a conocer a través de todo el
mundo. El asunto adquiere un tinte político que no pasa inadvertido para nuestros
ministros alemanes. Mi padre deja de ser un simple académico: se ha transformado en
una figura internacional. Y en los momentos en que los hombres que ejercen el poder
se esmeran por vender la idea de una guerra a un renuente y desprevenido público, mi
padre es, a todas luces, un hombre muy peligroso.
—Y como precisamente se encuentra amenazado por un grupo terrorista, la
cobertura para su asesinato oficialmente sancionado, está lista.
—Exactamente dijo Johann Mendelius. Y cuando se realiza el atentado, se
manipula a la ciudad y se la lanza hacia la protesta. Con una ganancia extra. Porque
las manifestaciones en contra de los trabajadores foráneos apresuran la llegada del día
en que podrán ser repatriados a su país o llevados a trabajos forzados con el pretexto
de un estado de guerra.
—Me ha planteado sus hipótesis —dijo calmadamente Jean Marie—: ahora
muéstreme sus pruebas.
—Carezco de pruebas. Sólo dispongo de bases para profundas sospechas.
—¿Por ejemplo?
—Usted me ha dicho que ha visto las fotografías de las manifestaciones
estudiantiles. Yo le puedo decir que he visto a los manifestantes y que estoy seguro de
que muchos de ellos jamás han pisado el interior de una sala de clases. Los diarios
publicaron el diagrama de la carta-bomba, aparentemente de acuerdo a informaciones
del departamento forense de la policía. Pero la bomba real es algo completamente
distinto: un aparato extremadamente sofisticado y fabricado con una precisión de
laboratorio.
—¿Dónde obtuvo esta información?
—Me la dio Dieter Lorenz, que era el policía a cargo de mi padre en el
Kriminalant. Dos días después del atentado fue promovido y trasladado a Stuttgart, es
decir, sacado del caso.

www.lectulandia.com - Página 192


—¿Algo más?
—Cantidades de detalles que sólo adquieren su pleno sentido en el contexto de
esta pequeña ciudad nuestra. Y no soy el único que piensa así. La Professor Meissner
está de acuerdo conmigo y le puedo asegurar que ella es una mujer extremadamente
inteligente y aguda. Esta tarde, en casa, tendrá ocasión de conocerla.
—Una última pregunta. ¿Ha hablado de esto con su madre?
—No. Tiene ya bastantes preocupaciones sin agregarle ésta y la simpatía de la
gente de la ciudad la ayuda mucho.
—Su padre, por supuesto, ¿No sabe nada?
—No tenemos la menor idea de lo que realmente sabe.
El muchacho hizo un gesto de cansancio. -Puede emitir algunos sonidos de
reconocimiento, apretar nuestra mano para demostrar que ha entendido lo que
decimos, pero eso es todo. A veces pienso que la muerte sería una merced para él.
—Pero sobrevivirá. Porque su verdadera tarea aún no ha comenzado.
—Desearía poder creer eso, señor.
—¿Cree en Dios?
—No.
—Eso hace que la vida sea mucho más difícil.
—Al contrario, yo encuentro que simplifica las cosas. Por muy brutales que sean
los hechos de la realidad, no se los complica con ficciones religiosas.
—Usted me acaba de relatar una historia que, de ser cierta, sería lo más próximo a
la maldad pura que fuera posible encontrar. Su padre está mutilado, es posible que
muera a causa de un intento de asesinato llevado a cabo por agentes de su propio país.
¿Qué remedio propone contra los que consideran el asesinato como un expediente
político natural y corriente?
—Si realmente desea que le conteste a eso señor, creo que mañana estaré en
condiciones de mostrarle algo… ¿Podemos irnos ahora?
—Sí, pero antes de hacerlo, desearía pedirle un favor, Johann.
—Le ruego que lo haga.
—Usted es hijo de un amigo muy querido. Le pido que no me llame señor. Mi
nombre es Jean Marie.
Por primera vez, el muchacho se relajó y sus tensas facciones se contrajeron en
una sonrisa. Sacudió la cabeza.
—Me temo que eso no resultaría. Si me atreviera a llamarlo por su nombre, mi
padre y mi madre me matarían.
—¿Y qué me dice de tío Jean? Economizaría una cantidad de explicaciones,
especialmente cuando tenga que presentarme a sus amigos.
—Tío Jean… —Probó el término una y otra vez, hasta que finalmente sonrió e
inclinó la cabeza en señal de asentimiento. —De manera, tío Jean, que ahora déjeme

www.lectulandia.com - Página 193


llevarlo a casa. Almorzaremos temprano porque mamá desea ir con usted al hospital
esta tarde, a las tres.
Johann condujo el auto de nuevo hacia la carretera y se deslizó hábilmente
adelante de un gran camión cargado de troncos de pinos.
—¿Cuánto tiempo piensa quedarse con nosotros?
—Sólo uno o dos días, pero aun así con tiempo suficiente, espero, para servir de
algo a su padre y a su madre, y tal vez también, para trabar conocimiento con el
demonio de mediodía que ha llegado a posesionarse de esta ciudad.
—¡El demonio de mediodía! —Johann Mendelius lo miró de soslayo con una
tolerante sonrisa. —Desde los tiempos de mis clases de Biblia no había vuelto a oír
esta expresión.
—¿Así, entonces, no tiene miedo de él?
—Sí, tengo miedo. —La respuesta había sido breve y sencilla—. Pero no tengo
miedo de demonios y de adversarios del espíritu. Tengo miedo de nosotros mismos,
mujeres y hombres, y de la terrible locura destructora que parece haberse posesionado
de todos nosotros… Si yo llegara a saber con seguridad el nombre de la persona que
hizo esto a mi padre, la mataría al momento y sin pensarlo dos veces.
—¿Con qué objeto?
—Justicia, con el objeto de equilibrar de nuevo la balanza y desanimar al futuro,
eventual adversario.
—La víctima, en este caso, es su padre. ¿Sabe si él aprobaría su acción?
—Está equivocado, tío Jean. Mi padre no es la única víctima. ¿Qué me dice de mi
madre, de Katrin, de mí, de todos los habitantes de esta ciudad que han sido
infectados con toda clase de virus por este único acto? Para todos nosotros, nada,
nunca, volverá a ser igual.
—Me parece —dijo Jean Marie con estudiada deliberación— que usted tiene una
idea bastante clara de la naturaleza del mal y del mal como adversario. ¿Pero, qué me
dice del bien? ¿Cómo percibe el bien?
—Muy sencillamente —dijo Johann con la voz súbitamente tensa y dura—: mi
madre es buena. Es valiente y no es nada fácil para ella serlo. Siempre piensa en mi
padre y en nosotros antes que en sí misma… Para mí, eso es bondad. Mi padre
también es bueno. Cuando se lo mira al rostro, se ve en él el "mensch", y nunca deja
de haber en él amor suficiente para acompañarlo a uno durante los tiempos malos…
Y sin embargo, vea lo que le ha ocurrido a esta gente buena… Y estoy muy contento
de que usted haya venido a vernos como "tío Jean", porque no creo que hubiera
deseado conocerlo como papa…
—Ese es el peor raciocinio lógico que jamás haya oído —dijo Jean Marie con una
irónica sonrisa—. Usted se habría sentido muy halagado de haberme conocido y por
lo demás yo era entonces una persona mucho más agradable de lo que soy ahora.

www.lectulandia.com - Página 194


Cuando fui elegido, un periodista se refirió a mí como el "príncipe moderno con
mayor personalidad". Recuerde que el que hace el mal no es siempre el príncipe,
porque generalmente no es lo suficientemente inteligente para desempeñar el papel de
Satán. El verdadero adversario es el que vierte en el oído del amo la idea maliciosa y
ofrece hacer el trabajo sucio para que él, el príncipe, pueda permanecer inmune a sus
consecuencias…
—Pero quienquiera que sea el que hace el mal, la verdad es que sólo sufrimos del
mal que merecemos. —Johann manejaba con deliberada prudencia como si temiera
que la discusión pudiera impelerlo a hacer alguna maniobra peligrosa. Nuestro deseo
es ser inocentes y guardarnos fuera del alcance de la malicia. Mi padre tomó las
precauciones que le habían señalado, pero ninguna otra, porque pensó que un exceso
de cuidado iría en detrimento de su dignidad. Veía las medidas defensivas como un
triunfo para el terror. Yo en cambio no las considero así, ando con cuidado, con la
atención vigilante, presto oídos a todo lo que se dice y nunca dejo de llevar un arma
que no tengo miedo de usar. ¿Le impresiona esto, tío Jean?
—No me impresiona. Solamente me hace preguntarme cómo se sentirá usted
cuando haya matado a su primera víctima humana.
—Espero no tener que hacerlo nunca.
—Y sin embargo, está constantemente preparándose para este único acto. El
hombre que trató de matar a su padre lo hizo a distancia, mecánicamente, como quien
hace detonar una bomba en la piedra. Pero con una pistola, usted matará frente a
frente, oirá el grito de la víctima en su agonía, mirará la muerte en sus ojos, sentirá en
sus narices el olor de la sangre… ¿está preparado para eso?
—Tal como ya se lo expliqué —dijo Johann Mendelius con helada simplicidad—,
espero que el momento no llegue jamás, pero si llega, sí, creo que estoy preparado
para afrontarlo.
Jean Marie Barette no le contestó. El problema estaba más allá de todo
razonamiento. Pero él esperaba que no estuviera más allá del alcance de la gracia.
Recordó el muerto, helado paisaje de su visión, el planeta que la misma humanidad
había devastado de tal manera que nada ni nadie había podido sobrevivir para
entregar ninguna forma de amor.
Los primeros minutos de su encuentro con Lotte fueron extraños porque ella
acusó el impacto de verlo vestido con ropas laicas y trató de ocultar un sentimiento
casi de desilusión que la llenó de embarazo y la llevó a retraerse aun del simple gesto
de tocarle la mano. Fue él quien hubo de tomarla por los brazos y acercarla a sí. Por
una breve fracción de segundo pareció como si ella fuera a rechazar el abrazo, pero
luego su control estalló y ella se colgó de él, llorando como si fuera una niña.
En aquel momento llegó Katrin y Johann la presentó al tío Jean. Siguieron unos
momentos de agitada e inquieta charla hasta que lograron calmarse lo suficiente para

www.lectulandia.com - Página 195


conversar con tranquilidad. Katrin traía el informe de la mañana sobre el estado de su
padre,
—… Vi al doctor Pelzer. La verdad es que no está muy contento. La fiebre ha
vuelto a subir. Papá no responde a las palabras tan bien como lo hacía ayer. ¿Usted
sabe cómo aprieta la mano cuando entiende algo? Bueno, esta mañana sólo obtuve
una que otra respuesta ocasional. El resto del tiempo parecía perfectamente
inconsciente… El doctor Pelzer dijo que podía venirme. Si se produce cualquier
cambio súbito, nos llamarán.
Lotte asintió y se retiró para ocuparse de los preparativos del almuerzo. Katrin la
siguió a la cocina. Johann dijo bruscamente:
—Y esto es así todos los días. Vivimos en una montaña rusa: en un minuto
estamos en la cima, en el siguiente en el abismo. Y es por esto que no quiero hacer
nada que pueda darnos, dar a madre o a Katrin, falsas esperanzas. No deseo verlas
suspender sus vidas de engañosas telarañas.
—¿Usted teme que sea yo quien les dé falsas esperanzas?
—Usted me aseguró que mi padre viviría.
—Estoy seguro de que vivirá.
—Yo no estoy tan seguro, de manera que creo preferible que mamá y Katrin
aprendan a vivir en la incertidumbre. Ya sea que papá viva o muera, el dolor que nos
espera será, de todos modos, muy grande.
—Soy su huésped. Y por supuesto, respetaré sus deseos.
En ese momento llegó Lotte trayendo un mantel y servilletas que entregó a
Johann rogándole que tendiera la mesa. Ella misma cogió el brazo de Jean Marie y lo
condujo a una habitación próxima.
—…Katrin está haciendo el almuerzo. De manera que disponemos de unos
minutos de tranquilidad… Es divertido, pero no me puedo acostumbrar a verlo así.
En Roma siempre se veía tan majestuoso. Y me parece tan raro oír a los niños
llamarlo tío Jean.
—Me temo que Johann no aprueba ni mi conducta ni mi persona.
—Lo que sucede es que está poniendo tanto empeño en ser el hombre de la casa,
que a veces se confunde un poco. Y no puede sacarse de la cabeza la idea de que, de
alguna manera, usted es responsable de lo que le ha ocurrido a su padre.
—Tiene razón. Soy responsable.
—Por otra parte sabe cuánto lo quiere y lo respeta Carl, pero no puede hollar ese
terreno sagrado hasta que usted o Carl mismo lo inviten… Y eso no es nada fácil. Yo
comprendo a Johann, porque al comienzo fue muy difícil para mí también… Y si a
esto agregamos el miedo de la guerra, el resentimiento que Johann, como miles de
otros como él, siente por tener que ser llamado a luchar por una causa perdida de
antemano… Tenga paciencia, con él, Jean. Sea paciente con todos nosotros. Nuestro

www.lectulandia.com - Página 196


pequeño mundo se está derrumbando a nuestro alrededor y estamos buscando
desesperadamente, algo sólido a lo cual agarrarnos.
—Míreme, Lotte.
—Lo estoy mirando.
—Ahora cierre firmemente los ojos y no los abra hasta que yo se lo diga.
El buscó en el bolsillo superior de su chaqueta y sacó de él un pequeño joyero de
cuero rojo. Lo abrió y lo depositó en la mesa al lado del codo de Lotte. Contenía tres
objetos, trabajados en oro en el estilo florentino del siglo XVI. Había una pequeña
caja redonda, una jarra diminuta, y una copa no más grande que un dedal.
—Abra los ojos.
—¿Que se supone que debo ver?
El señaló el estuche.
—Qué bellos son Jean. ¿Qué son?
—El papa goza del privilegio de poder llevar siempre consigo la Eucaristía. Y
ésta es la forma de hacerlo. La caja contiene la Hostia consagrada. El frasco y la copa
son para el vino. Hay además un minúsculo pañuelo escondido ahí para limpiar los
sagrados objetos… Los feligreses de mi primera parroquia, me lo enviaron como
regalo personal en el día de mi elección al papado… Cuando me iba de Roma para
venir aquí sentí vergüenza de no tener nada para traerle de regalo, cuando yo sabía
todo lo que ustedes estaban sufriendo por culpa mía. Partí entonces temprano a
Fiumicino, ofrecí la Santa Misa en la capilla del aeropuerto y traje conmigo la
Eucaristía para usted y para Carl. Hoy, en el hospital, les daré la comunión a ambos.
Lotte estaba profundamente conmovida. Cerró el joyero y lo devolvió a Jean
Marie.
—Esto lo dice todo, Jean. ¡Gracias! Sólo espero que Carl tenga conciencia
suficiente como para entender.
—Ya sea que duerma o que camine. Dios lo está sosteniendo en la palma de su
mano.
—La comida está servida —dijo Katrin desde el comedor.
Mientras se sentaban, Lotte explicó a sus hijos el conmovedor regalo que Jean
Marie les había traído, Johann comentó, aparentemente sorprendido.
—Pensé que mi padre había recibido la Extrema Unción.
—Claro que la recibió dijo Lotte, pero la Eucaristía es un alimento diario, una
participación del pan. Una participación de vida. Es así. ¿No es verdad, Jean Marie?
—Así es dijo Jean Marie. Compartir la vida con la fuente de la vida.
—Gracias. —Johann recibió la información sin comentarios y preguntó con
estudiada cortesía:
—¿Querría bendecir la mesa, tío Jean?

www.lectulandia.com - Página 197


En el hospital, Lotte lo presentó al doctor Pelzer, al que rogó explicar a su viejo
amigo la situación médica de su marido. Y así fue como Jean Marie Barette vio
primero a Carl Mendelius a través de una serie de radiografías. La cabeza que había
contenido la historia de veinte siglos estaba reducida allí a un cráneo de mandíbulas
quebradas, a una división cerebral hecha añicos y a opacos fragmentos de bala
dispersos e incrustados en la estructura ósea y en las películas circundantes de carne y
tejido mucoso. El doctor Pelzer, un tipo alto y poderoso, de cabello gris acero y astuto
ojo clínico, comentó:
—Como puede ver, esto es el caos. Muy semejante a las heridas producidas por
estallidos de granadas durante la guerra. Pero en este caso, y hasta que el estado de
nuestro enfermo no se haya estabilizado, la experiencia de aquellos pobres cuerpos no
podrá servirnos de guía. Y hay muchos más desechos en la caja torácica y en el
abdomen… De manera que una oración no vendría nada mal… pero por favor no
permita que la familia alimente muchas esperanzas. Porque aun en el caso de que
logremos salvarlo, necesitará una buena dosis de terapia de apoyo…
La próxima visión de Jean Marie fue la del hombre mismo, vivo bajo su
andamiaje de bolsa de suero, máscara de oxígeno y controlador del corazón. La
cabeza estaba completamente envuelta en vendas y los dañados ojos se conservaban
misericordiosamente ocultos. Las cavidades oral y nasales estaban abiertas y carentes
de todo movimiento, el resto de la cortada mano yacía, como un paquete de telas,
sobre el cobertor. La mano que se había salvado se movía débilmente sobre los
pliegues de las sábanas.
Lotte la levantó y se la besó.
—Carl, mi adorado, ésta es Lotte.
La mano se cerró sobre la de ella. Un indistinto murmullo se levantó por entre la
masa de vendas.
—Jean Marie está aquí conmigo. Yo saldré ahora un momento para entregar
nuestro pequeño regalo de agradecimiento a la hermana guardiana y mientras tanto él
hablará contigo. Volveré en seguida.
Se oyeron sus pasos en el piso y luego el ruido de la puerta al cerrarse
suavemente tras ella. Jean Marie tomó la mano de Mendelius cuyo contacto era tan
suave como la seda y tan débil que parecía como si al menor apretón fuera a
romperse.
—Carl, soy Jean. ¿Puede oírme?
Recibió como respuesta una presión de la mano contra su propia palma mientras
el mismo desvalido, inarticulado sonido emergía de la garganta de Mendelius.
—Le ruego que no trate de hablar. Usted y yo no necesitamos de palabras.
Quédese quieto y sostenga mi mano… Rogaré por nosotros dos.
No dijo nada más. No hizo ningún gesto ritual. Simplemente, se sentó al lado del

www.lectulandia.com - Página 198


lecho, apretando suavemente entre las suyas la mano de Mendelius, de tal forma que
parecían no formar sino un solo órgano: el hombre que estaba entero y el que había
sido mutilado, el que estaba ciego y el que veía. Cerró los ojos y abrió su mente,
como un barco pronto para recibir entre sus velas el viento del espíritu, como un
canal por el cual le fuera posible a este espíritu penetrar y posesionarse de la
conciencia, en estos momentos compartida con él, de Carl Mendelius.
Era el único medio que conocía para expresar la relación entre la criatura y su
creador. No podía pedir nada. Porque todas las peticiones estaban comprendidas,
resumidas en el fiat esencial: "que se haga Tu Voluntad". No tenía nada para negociar
—vida por vida, servicio por servicio—, porque no quedaba en él vestigio alguno de
nada propio a lo que pudiera atribuir importancia. Lo único importante era ahora el
cuerpo y el agonizante espíritu de Carl Mendelius para quien él era, en estos
momentos, el cordón umbilical de la vida…
Cuando finalmente llegó el espíritu, todo fue tan sencillo y extraordinariamente
suave, como la huella de un perfume en el verano de un jardín. El mensaje contenía
luz y la aguda conciencia de una armonía, como si la música no hubiera sido tocada
sino que se hallara escrita en la textura del cerebro. Y la paz que siguió a esta
vivencia fue tan poderosa que pudo sentir el afiebrado pulso del enfermo calmarse
gradualmente como se calman las olas después de una tempestad. Cuando abrió
nuevamente los ojos, Lotte estaba en el cuarto, contemplándolo asustada y a la vez,
maravillada. Ella habló torpemente.
—No deseo interrumpir, pero son casi las cinco.
—¿Tan tarde? ¿Querría recibir la comunión ahora?
—Sí, por favor; pero no creo que Carl pueda tragar la hostia.
—Sí, lo sé, pero creo que puede tomar unas gotas del cáliz. ¿Está listo, Carl?
Una presión en la palma de la mano le dijo que Mendelius había oído y
comprendido. Mientras Lotte se sentaba al lado de la cama, Jean Marie dispuso los
pequeños receptáculos de oro y colocó una estola alrededor de su cuello. Después de
una breve oración alcanzó a Lotte la hostia consagrada y levantó el diminuto cáliz
hasta la boca de Mendelius. Al pronunciar las palabras rituales: Corpus Domini. Lotte
dijo "Amén" y Mendelius alzó la mano en un débil saludo.
Jean Marie Barette limpió entonces el copón y el cáliz con el pañuelo de
damasco, dobló la estola, puso el pequeño joyero y su estola dentro de su bolsillo y
abandonó la habitación.
Cuando pasaba frente a los guardias armados apostados en el corredor, fue
detenido por una fea mujer de edad indeterminada, que abruptamente se presentó a sí
misma como la Professor Meissner.
—…Esta noche cenaremos juntos en casa de Mendelius, pero le dije a Lotte que
necesitaba conversar una hora a solas con usted. ¿Quiere venir a tomar un trago a mi

www.lectulandia.com - Página 199


casa?
—Me encantaría.
—Espléndido. Tenemos mucho que hablar.
Lo cogió del brazo y lo empujó dentro del ascensor, bajaron los tres pisos en
silencio y luego, ella guiándolo, caminaron a toda prisa bajo el sol del atardecer. Y
fue solamente cuando hubieron abandonado el recinto de la clínica que ella aminoró
su paso; mientras bajaban hacia la ciudad vieja comenzó a relajarse, pero su
conversación seguía siendo directa y áspera.
—¿Sabía usted que Carl había solicitado mi opinión y consejo clínicos sobre su
carta y su encíclica?
—Bueno, él no lo expresó así, pero sí, yo sabía que usted tenía que ver con esto.
¿Y leyó las anotaciones que hice en el artículo que él escribió?
—Sí.
—Hubo sin embargo una anotación que no fue usada. Y es la que le daré ahora.
Creo que usted es un hombre muy peligroso que siempre provocará disturbios
dondequiera que vaya… Y comprendo perfectamente por qué sus colegas de la
Iglesia se vieron obligados a desembarazarse de usted.
La cruda brutalidad de este ataque lo privó, por unos momentos del uso de la
palabra. Cuando recuperó la voz, lo único que pudo decir fue:
—Bueno… ¿y qué puedo yo contestarle a esto?
—Puede decirme que soy una bruja, y lo soy. Pero eso no cambia en absoluto ni
una coma de lo que acabo de declararle: usted es un hombre muy peligroso.
—No es la primera vez que me hacen ese cargo —dijo suavemente Jean Marie—.
Mis hermanos en el Vaticano me acusaron de ser una bomba de tiempo en dos pies.
Pero me gustaría saber en qué forma se representa usted el peligro que dice que yo
soy.
—He meditado mucho sobre ello. —Anneliese Meissner se había dulcificado—.
He leído mucho, he estado escuchando numerosas cintas grabadas por colegas que
tienen experiencia clínica en casos de manía religiosa e influencias ejercidas por
cultos extraños. Finalmente he llegado a la conclusión de que usted es un hombre
dotado de una percepción especial de lo que Jung llama el "'inconsciente colectivo".
En consecuencia produce sobre la gente un efecto mágico. Es como si tuviera acceso
a los pensamientos, deseos, miedos más íntimos de cada persona, lo que en realidad
le ocurre a propósito de este asunto de los Últimos Días. Porque este problema hunde
sus raíces en el más remoto subsuelo de la memoria humana. De manera que cuando
habla o escribe sobre ello, la gente siente como si usted penetrara en su interior, como
si ejerciera una función dentro de sus propios egos… El resultado de esto es que todo
lo que usted hace o dice tiene profundas, y a veces, terribles consecuencias. Usted es
el gigante que duerme debajo del volcán. Y cuando en su sueño se mueve o se da

www.lectulandia.com - Página 200


vuelta, la tierra tiembla.
—¿Y qué cree que debo hacer con este poder que poseo?
—Usted no puede hacer nada —dijo atrevidamente Anneliese Meissner— y es
ahí donde sus cardenales se equivocaron. Si le hubieran permitido permanecer en el
poder, el peso mismo del cargo y de los métodos tradicionales habrían
necesariamente temperado las manifestaciones mágicas que usted posee y está en
condiciones de producir. Lo habrían mantenido a prudente distancia de la gente
corriente. Pero ahora no hay nada que pueda temperar o atenuar lo que haga. No hay
distancia que lo separe de nadie. El impacto que usted produce es instantáneo y puede
ser catastrófico.
—¿Y no ve nada positivo en este poder que yo tengo o en mí mismo?
—¿Positivo? ¿Bueno? Oh sí, pero es lo bueno que llega después del desastre,
como el heroísmo en el campo de batalla o la abnegación de las enfermeras en medio
de los enfermos contagiosos.
—Usted dijo que esto era magia. ¿Es el único nombre que ha encontrado para
esto? ¿No tiene acaso otro?
—Déle el apelativo que desee —dijo Anneliese Meissner—, no importa el
nombre que usted lleve: sacerdote, vendedor de ilusiones o lo que sea, así como
tampoco importa el nombre de aquél a quien usted dice servir: "espíritu del más allá",
"Dios-Hombre" o "Eterno-Uno", de todos modos el hecho es que usted estará siempre
en el epicentro mismo de todo terremoto… Aquí vivo yo.
Habían llegado a la parte más alta del Burgsteige y se encontraban frente a una
vieja casa del siglo XVI, enteramente construida con vigas de roble y ladrillos hechos
a mano. Anneliese Meissner abrió la puerta y lo hizo subir a través de dos largos
tramos de escalera hasta su apartamento, cuyas estrechas ventanas miraban hacia las
torrecillas del Hohentübingen y hacia los apretados pinares de las tierras altas de
Suavia. Retiró una pila de libros que se encontraban sobre una silla e indicó con un
gesto a Jean Marie que se sentara en ella.
—¿Qué desea tomar? ¿Vino, cerveza o whisky?
—Vino por favor.
Mientras ella limpiaba un par de polvorientos vasos, destapaba una botella de
vino del Mosela y abría un tarro de nueces, él la contemplaba conmovido por el
espectáculo de aquella poderosa inteligencia y de aquella enorme y oculta ternura
encerradas en un cuerpo tan feo. Ella le alcanzó el vino e hizo un brindis.
—¡Por la recuperación de Carl!
—Prosit!
Ella bebió la mitad del vino de un solo trago y dejó el vaso. Luego hizo un
escueto anuncio, en apariencia irrelevante: —La clínica posee un aparato que
controla, desde un puesto central, a todos los pacientes de cuidado intensivo.

www.lectulandia.com - Página 201


—¿Verdaderamente? —Jean Marie se mostró cortésmente interesado.
—Sí. Todos los signos vitales del paciente se transmiten constantemente hacia
este control central, donde hay siempre una enfermera de turno elegida por su
experiencia a la vez que competencia… Mientras usted estaba con Carl, yo me
hallaba en el cuarto de control junto con el doctor.
Jean Marie Barette esperó. No estaba seguro de si ella deseaba continuar con su
relato o se sentía embarazada para hacerlo. Finalmente se vio obligado a solicitarle:
—Por favor. Estaba en el cuarto de control. ¿Y entonces…?
—Cuando usted llegó la temperatura del Carl era de 38,8º; con un pulso de 120 y
una pronunciada arritmia cardiaca. Usted permaneció a su lado cerca de dos horas.
Durante todo este tiempo, excepto por las palabras que pronunció al llegar, no dijo
nada hasta que Lotte llegó. Para entonces, la temperatura de Carl había bajado, su
pulso era casi normal y el ritmo del corazón se había regularizado. ¿Qué hizo usted?
—Bueno, en cierta forma, oré.
—¿En qué forma?
—Supongo que usted llamará a eso meditación… Pero si está tratando de atribuir
algún tipo de milagro a esta visita, por favor, no.
—No creo en milagros. Sin embargo me interesan profundamente los fenómenos
que las leyes naturales no pueden explicar… Además… —Lo miró de soslayo, con
una curiosa mirada, como si, súbitamente temiera comprometerse, luego,
bruscamente, se decidió y se lanzó de lleno en su confesión—. Es preferible que lo
sepa. Todo lo que toca a Carl, me toca a mí. Hace diez años que estoy enamorada de
él. El no lo sabe y nunca lo sabrá. Pero ahora mismo necesito llorar sobre el hombro
de alguien y lo he elegido a usted porque es el culpable de todo lo que le ha
ocurrido… Carl siempre dijo que usted poseía una gracia especial para la
comprensión. Por eso tal vez, creo que comprenderá que, por lo que a mí se refiere, el
cuento de hadas se ha realizado al revés. Yo no he sido la bella princesa y él el
príncipe feo. Yo he sido, al contrario, la princesa fea esperando que el hermoso
príncipe con su beso, le otorgue la belleza que le falta. Sé que eso es un sueño
imposible y he aprendido a no sufrir demasiado. Sé que no soy una amenaza para
nadie, y ciertamente no para Lotte. Pero ahora que he visto al pobre Carl rodeado de
ese andamiaje de sistemas para mantenerlo vivo, conociendo como conozco todo lo
que le están inyectando con el objeto de disminuir sus dolores y para que sus órganos
continúen funcionando, créame que desearía poder confiar en milagros.
—Yo creo en ellos —dijo gentilmente Jean Marie; y todos comienzan siempre por
un acto de amor.
—Pero el amor es terrible, del mismo modo que usted es terrible. Si uno lo
comprime demasiado tiempo puede estallar y hacerlo volar por los aires… Demonios,
no lo he traído aquí para jorobarlo o contarle mi vida amorosa —se sirvió más vino y

www.lectulandia.com - Página 202


cambió de tema—. ¿Sabe que Johann Mendelius puede estar en graves aprietos?
—¿Qué clase de aprietos?
—Está dedicado a organizar, en forma clandestina, a un grupo de estudiantes,
para que, llegado el momento, resistan el llamado a las armas, obstruyan la vigilancia
de los servicios de seguridad y provean rutas de escape para los desertores.
—¿Cómo se ha enterado de esto?
—Porque él me lo dijo. Su padre había mencionado que yo estaría dispuesta a
apoyar a movimientos de resistencia clandestina entre los miembros de la facultad…
¡Pero estos muchachos son tan ingenuos! No se dan cuenta de cuán estrechamente
vigilados están, no sospechan cuan fácil es para las autoridades penetrar estas
organizaciones juveniles con espías y provocadores. En estos momentos están
comprando y almacenando armas, lo que ya en sí constituye un acto criminal… Sólo
es cuestión de tiempo antes que la policía comience a sospechar lo que está
ocurriendo. Tal vez ya lo sabe pero no quieren actuar hasta que el alboroto formado
alrededor del atentado de Carl disminuya y se extinga.
—Johann me prometió que me pondría al corriente de la forma que tomaría su
protesta. Tal vez esté planeando llevarme a una reunión de su grupo.
—Es muy posible. Debido al hecho de que usted es francés, han bautizado a su
grupo con el nombre de La Jacquerie, en recuerdo de la revuelta de los campesinos
franceses después de la guerra de Cien Años… Pero si quiere oír mi consejo,
manténgase alejado de estos muchachos.
—Desearía más bien mantener la mente abierta con respecto a esto. Puede que me
sea posible hacer entrar en razón a Johann y a sus amigos.
—No olvide lo que le dije al comenzar. Usted es un hombre muy especial. Sin
saber cómo ni por qué, pero el hecho es que de usted emana una magia muy potente;
y la juventud es muy sensible a toda forma de brujería… Ahora desearía que
escuchara una grabación.
—¿Qué hay en ella?
—Es parte de una grabación clínica de uno de mis pacientes. Se la estoy
comunicando bajo secreto profesional, tal como Carl me comunicó a mí el material
suyo. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—La mujer tiene veintiocho años, es divorciada y sin niños, hija mayor de una
familia muy conocida de aquí. Su matrimonio duró tres años. Hace ya un año que está
divorciada. Da muestras de agudos síntomas depresivos e incluso ha habido algunos
episodios de índole alucinatoria, probablemente secuelas de experiencias con LSD,
en las que admite haber participado durante su matrimonio… Esta grabación fue
hecha ayer, forma parte de una sesión que duró una hora y media.
—¿Y que podrá decirme a mí?

www.lectulandia.com - Página 203


—Eso es precisamente lo que quiero descubrir. A mí me dice una cosa. Tal vez a
usted le diga otra.
—Mi querida profesora —se rió con auténtico buen humor—, si lo que realmente
desea tener es un perfil de mi personalidad, ¿por qué no comienza con algo más
sencillo, por ejemplo con el test de Rorschach?
—Porque ya tengo su perfil —la respuesta fue brusca, mostrando la irritación que
esto le producía—. Hace ya semanas que lo tengo archivado entre mis casos. Y puedo
decirle que es un fenómeno aterrador: un hombre definitivamente sencillo. Dice lo
que cree. Y cree lo que dice. Vive en un universo empapado, penetrado por un Dios
inmanente con el que mantiene una relación directa y personal. Yo no tengo nada que
ver con semejante universo, y sin embargo, aquí estamos los dos en este cuarto con
una grabación. Deseo conocer su reacción a ella. ¿Me permite, pues, comenzar?
—Como quiera. Estoy a su disposición.
—El lugar en que se efectuó la grabación es mi consultorio. La hora: cuatro de la
tarde. El trozo que oirá comienza cuarenta minutos después de un discursivo a la vez
que defensivo relato hecho por la paciente…
Puso en marcha el aparato. Una voz de mujer, de tonos bajos y con pronunciado
acento suavo, pareció coger lo que era, obviamente, un nuevo tema en su narración:

"… Lo encontré una mañana en la plaza del mercado. Yo estaba comprando


uva. El tomó una de las que estaban sobre el mostrador y la empujó dentro de mi
boca y aunque yo sé cuan malo puede ser él, sin embargo me hizo reír. Me
preguntó si me gustaría tomar una taza de té. Dije que sí y entonces él me llevó a
aquel salón de té cerca del convento… Usted sabe… Aquel lugar en que ofrecen té
de todas partes del mundo, incluso el mate argentino… El se mostraba muy
agradable y no me sentí en absoluto amenazada. La tienda estaba llena de gente
que no hacía sino entrar y salir. Yo accedí a tomar algo que no había probado
nunca: una infusión especial de Ceilán… Me pareció que era buena, pero nada
para entusiasmarse. Hablamos de una cosa y de otra: mi trabajo, mis padres, y de
cómo él, por el momento, se mantenía alejado de las mujeres… Me pregunté si no
habría cogido alguna infección de la última que yo le había conocido, que era una
pequeña prostituta de Frankfurt. No dije nada, pero supe que él había leído mis
pensamientos… Me lanzó a la cara la taza de té que salpicó completamente mi
blusa y entonces mientras la gente en la tienda miraba y se reía, me arrancó la
blusa. Y luego todos los que estábamos allí nos tomamos de la mano y bailamos
alrededor de la tienda cantando Boom-Boom-Boom en tanto que los grandes
tarros de té comenzaban a explotar por todos lados. Pero no era el té lo que
explotaba, eran los fuegos artificiales, azules y verdes y rojos, montones, montones
de rojos… Luego nos encontramos en la calle. Yo estaba desnuda y él me

www.lectulandia.com - Página 204


arrastraba tras de sí y le iba contando a la gente… "¡Miren lo que los turcos
hicieron con mi mujer! ¡Monstruos! ¡Violadores sanguinarios…!" Pero cuando
llegamos al hospital los policías que estaban en la puerta no me permitieron
entrar, porque dijeron que yo tenía gonorrea y los servicios secretos no emplean
jamás a personas que tengan enfermedades venéreas. Dijeron que él podía
matarme si lo quería; pero él dijo que yo carecía de importancia y entonces
comencé a llorar…
"Después de eso me llevó a su casa y me dijo que me limpiara. Me di un largo
baño caliente, me empolvé y me perfumé y me tendí desnuda en la cama, a esperar
por él. Sólo que no era mi cama. Era otra cama, circular, suave y confortable y
oliente a perfume de lavanda. Y luego después de un rato, él vino. Entró al cuarto
de baño y cuando salió estaba desnudo y limpio como yo. Besó mis senos y con sus
manos me excitó y luego me penetró y tuvimos un gran orgasmo que fue igual a la
explosión de los tarros de té en aquella tienda. Cuando tengo un orgasmo yo
siempre cierro los ojos. Esta vez, cuando los abrí, él estaba tendido a mi lado
cubierto de sangre. Su mano descansaba sobre mi pecho, pero era solamente una
mano, sin brazo ni cuerpo. Traté de aullar pero no pude. Luego le vi la cara: ya
estaba tan vacía como una gran salsera roja. Y la cama ya no era una cama, sino
una gran caja negra con nosotros adentro de ella…"

Anneliese Meissner cortó la grabación y dijo:


—Bueno. Así es la cosa.
Jean Marie Barette permaneció por un largo rato en silencio, y luego preguntó.
—¿Quién es el hombre del sueño?
—Su ex-marido. El vive también aquí en la ciudad.
—¿Lo conoce usted?
—No muy bien. Pero sí, lo conozco.
Jean Marie no dijo nada. Cogió su vaso que ella volvió a llenar. Luego ella
preguntó, tentativamente.
—¿Algún comentario sobre lo que acaba de oír?
—No soy experto en descifrar sueños; pero la grabación me dijo sin embargo
algo. Esa mujer se siente culpable. Posee un secreto que teme comunicar a nadie. De
manera que lo sueña, o construye un sueño sobre ello y así se lo cuenta a usted. Sea
lo que fuere lo que sabe, está conectado de alguna manera al atentado contra
Mendelius… ¿Cómo voy hasta aquí, Frau Professor?
—Hasta aquí, muy bien. Continúe, por favor.
—Pienso —dijo Jean Marie con deliberada intención—, que usted tiene el mismo
problema que su paciente. Hay algo que usted no está dispuesta o no está en
condiciones de comunicar.
—No estoy dispuesta porque no estoy del todo segura de las conclusiones de mis

www.lectulandia.com - Página 205


conocimientos. Y no estoy en condiciones de hacerlo porque en ello está involucrada
mi integridad profesional. Es un problema muy similar al que usted tiene con el
secreto de la confesión.
—Ambas razones constituyen un excelente motivo para su reticencia —dijo
secamente Jean Marie.
—Hay otros motivos además. —Ahora ella estaba irritable y combativa.
—¡Por favor! ¡Un momento! —Jean Marie levantó la mano en signo de
advertencia—. No se altere. Usted me invitó aquí. Yo le he dado plenas garantías
respecto de todo secreto que tratáramos. Si quiere contarme lo que en estos
momentos la está perturbando, estoy dispuesto a escucharla con toda mi atención. Si
no desea hacerlo, permítame entonces disfrutar del vino.
—Lo siento. —Era visiblemente muy duro para ella expresar cualquier forma de
disculpa—. Estoy tan acostumbradla a hacer el papel de Dios en mi consultorio que
suelo olvidar la mínima cortesía… Tiene razón. Estoy profundamente preocupada. Y
no se qué puedo hacer respecto de lo que me atormenta sin poner al descubierto un
nido de víboras. De todos modos, he aquí el primer punto. La mujer de la grabación
es a la vez vulnerable y posesiva. En su calidad de joven divorciada en una ciudad
universitaria ha tenido más aventuras amorosas de las que es capaz de manejar. Uno
de sus romances más serios fue el que mantuvo con Johann Mendelius que sólo
terminó este verano, poco antes que él se fuera de vacaciones. Felizmente ni Cari ni
Lotte llegaron a enterarse de nada. Pero yo lo supe, porque ella era mi paciente y así
tuve que escuchar el relato de todo el gran drama. El punto dos es precisamente aquél
que me inquieta. Su ex-marido es un hombre —¿cómo podría explicárselo?— un
hombre tan improbable que tiene que ser auténtico. Poseo una serie de grabaciones
sobre la relación entre ellos. El es la persona que en estos momentos está vendiendo
armas a Johann y su grupo; y si esta grabación significa lo que dice, es decir lo que
yo he descifrado y pienso, él es también el que envió la bomba a Carl… Me doy
cuenta de que todo esto parece absurdo, pero…
—El mal es el último absurdo —dijo Jean Marie Barette—, es la última y más
triste de las bufonadas: el hombre sentado sobre las ruinas de su propio mundo,
envuelto en su propio excremento…

Cuando abandonó el apartamento de Anneliese eran ya cerca de las seis y media.


Al cerrar la puerta tras de sí, le llamó la atención una placa colocada sobre el muro
del edificio de enfrente, una vigorosa hostería construida en la primera mitad del
siglo XVI, cuando los burgueses de Tübingen solían llegar allí para comer y beber.
La placa anunciaba, en caracteres góticos: "Cervecería del Viejo Castillo. Aquí vivió
el profesor Michael Maestling de Goppingen, maestro del Astrónomo Johannes
Kepler".

www.lectulandia.com - Página 206


La inscripción, que mencionaba el nombre del desconocido maestro antes que el
del célebre pupilo, le agradó. Le recordó también el temor que tanto había
preocupado a su antecesor: que Tübingen pudiera transformarse en el centro de una
segunda revuelta anti-romana. En cuanto a él mismo, jamás había alimentado
semejantes temores. Siempre le había parecido, al contrario, que aplicar la censura
eclesiástica a una herejía académica no constituía sino un ejercicio tan estéril como
exhibir las sábanas manchadas de sangre después de la noche de bodas. Por otra
parte, en aquel momento pensó que a él debía corresponderle proveer el vino para la
cena de aquella noche. De manera que empujó la pesada puerta y entró.
La mitad de la sala estaba llena de estudiantes dedicados a beber y una docena de
voluminosos ciudadanos se acodaba al bar. Jean Marie Barette siempre se había dado
a entender perfectamente en alemán, pero ahora se sintió totalmente confundido ante
la poco familiar nomenclatura de los vinos que el "barman" le recitaba en el dialecto
local. Se decidió finalmente por un agradable y seco blanco de Ammertal, compró
dos botellas y buscó la salida. Pero un llamado desde una mesa de un rincón lo paró
en seco.
—¡Tío Jean! ¡Aquí! ¡Mire aquí! Venga y siéntese con nosotros. —Johann cogió
las botellas y empujó a sus compañeros a lo largo del banco para hacer sitio para Jean
Marie. Alegre y rápidamente hizo las necesarias presentaciones: —Franz, Alexis,
Norbert, Alvin Dolman. Este es mi tío Jean. Franz es el novio de mi hermana. Alvin
es americano y un buen amigo de papá.
—Encantado de conocerlos, caballeros, —Jean Marie era la personificación de la
cordialidad—. ¿Me permiten que les pague un trago?
Llamó a la muchacha que atendía las mesas y ordenó una ronda de bebidas para
todos y un vaso de agua mineral para sí mismo. Johann preguntó:
—¿Y qué andaba haciendo en este rincón de la ciudad, tío Jean?
—Había venido a ver a la Professor Meissner. Nos habíamos encontrado en el
hospital. Y la acompañé a casa.
—¿Cómo estaba mi padre hoy?
—El doctor dice que está mejor. Ha bajado su temperatura y su pulso se ha
regularizado.
—¡Qué magnífica noticia! Magnífica. —Alvin Dolman parecía haber bebido más
de la cuenta—. Te ruego que me avises en cuanto sea posible verlo, Johann. Me
parece que he encontrado algo que le gustaría. Es una talla de San Cristóbal, gótico
temprano. Y en cuanto esté en condiciones de levantarse y tomar algún alimento, la
tendrá gratis.
Instantáneamente, Jean Marie se sintió intrigado.
—¿Es coleccionista, señor Dolman?
—No, señor, comerciante. Pero tengo buen ojo para el negocio. Y en este campo,

www.lectulandia.com - Página 207


el ojo es muy importante.
—En verdad, parece que así es. ¿Vive aquí?
—Vivo aquí y trabajo aquí… Incluso estuve casado aquí. Fui yerno del alcalde,
sí. Pero no resultó. Los viejos perros como yo no deben casarse. Como se suele decir,
somos como loza desechada… Y a propósito, su profesora Meissner es una gran
amiga de mi mujer. Después del divorcio, fue ella quien la ayudó a recuperarse.
—Me alegro de oírlo —dijo Jean Marie—. ¿Y en qué consiste su trabajo, señor
Dolman?
—Soy artista. Para decirlo en forma más sencilla, hago dibujos técnicos. Trabajo
para casas editoriales que se dedican a la educación, a todo lo largo del Rhin. Por otra
parte, y como trabajo agregado, me dedico al arte antiguo… En pequeña escala, por
supuesto. No tengo dinero para la cosa grande.
—Pensé que la compañía le proveía de fondos.
—¿Cómo?
La reacción había sido infinitesimal, mínima, apenas un imperceptible pestañeo,
pero Jean Marie había conocido y había tenido que enfrentarse a lo largo de su vida,
con demasiados clérigos y con toda clase de sutiles adversarios, de manera que la
reacción no le pasó inadvertida. Alvin Dolman sonrió y movió la cabeza.
—¿La compañía? Temo que no me ha comprendido. Trabajo estrictamente solo.
Acepto encargos y porcentajes como lo haría un retratista. No, señor. La única
compañía por la que yo haya trabajado alguna vez es el tío Sam.
—Perdóneme —Jean Marie sonrió al pedir disculpas—. Cuando se habla un
lenguaje extranjero se cometen errores aun sobre las cosas más sencillas… Johann,
¿cuál es la hora de comida en la casa de tu madre?
—Nunca más tarde de las ocho. Terminemos nuestras bebidas y regresaré con
usted. Estamos sólo a cinco minutos de casa.
—Debo irme también —dijo Alvin Dolman—. Tengo una cita en Stuttgart.
Mientras esté aquí veré lo que puedo hacer por ustedes, muchachos. Pero recuerden.
El pago será siempre al contado. Wiedersehen para todos.
Se puso penosamente de pie y Jean Marie hubo de levantarse para dejarlo pasar y
salir de la mesa. Cuando se dirigía hacia la puerta, Jean Marie lo siguió y al
encontrarse fuera, en la desierta calle, dijo en inglés:
—Quiero hablar una palabra con usted señor Dolman.
Dolman se dio vuelta para enfrentarlo. Ya no sonreía y sus ojos lo miraban con
desembozada hostilidad.
—¿Sí?
—Sé quién es usted —dijo Jean Marie Barette—. Sé quién es y conozco también
la compañía para la cual trabaja, así como conozco el espíritu del mal que lo habita.
Si le contara a estos muchachos lo que sé de usted lo matarían con las mismas armas

www.lectulandia.com - Página 208


que usted les ha vendido. De manera que cuide su vida y váyase de aquí. Vaya ahora.
Por un momento, Dolman se lo quedó mirando y luego rió.
—¿Y quién se cree usted que es? ¿Dios Todopoderoso?
—Usted sabe quién soy, Alvin Dolman. Sabe todo lo que se ha dicho y escrito
sobre mí… Y sabe que todo ello es verdad. Ahora, en nombre de Dios, váyase.
Dolman le escupió la cara y luego giró sobre sus talones y comenzó a descender
cojeando, por la empedrada senda. Jean Marie limpió su mejilla y regresó al interior
de la "Cervecería del Castillo".

—Desháganse de esas armas. Cada una de ellas está marcada especialmente para
inculparlos. Dispersen a La Jacquerie. De todos modos ya están al descubierto.
Dolman los ha hecho caer en la trampa clásica de los servicios de inteligencia:
concentrar a todos los disidentes en un solo grupo que sea posible golpear y deshacer
de una sola vez. Entretanto los ha estado usando para cubrir sus propios rastros de
asesino…
Era la una de la mañana y se encontraban solos en el gran estudio de Mendelius
en el ático de la casa. Fuera, los primeros vientos helados de un temprano otoño se
enroscaban en torno del campanil de la Stiftskirche. En el piso de abajo Katrin y
Lotte dormían pacíficamente, ignorantes por completo del misterioso juego que se
había estado tramando a su alrededor, Johann, aunque cansado y avergonzado, no se
resolvía sin embargo a abandonar la discusión.
—…Pero no logro comprender. Lo que dice parece no tener sentido. Dolman es
un revendedor muy astuto que negocia con cualquier cosa. Es un payaso que ríe
cuando una anciana señora se cae del autobús y muestra sus calzones. Pero un
asesino, no.
—Dolman es el perfecto agente —dijo Jean Marie amonestándolo con paciencia
—. Como dice la Professor Meissner, es tan improbable que tiene que ser auténtico…
Más aún. Como agente de una potencia amiga que se siente especialmente
preocupada y concernida por la frontera Este de Alemania, es el instrumento perfecto
para las tareas más sucias así como en el caso de la bomba destinada a su padre…
Pero eso no es todo. He conocido hombres con larga práctica de la violencia y que sin
embargo no eran tan malos como sus acciones. Simplemente estaban condicionados,
inclinados como esos arbustos que ya no es posible enderezar. En suma, en esos
casos, se trataba de personas que, habiendo perdido un componente clave de su
personalidad jamás podrían volver a ser de otra manera que como ya eran. Pero
Dolman es diferente. Dolman sabe quién es y lo que es, y desea que las cosas
continúen tal como están. En otras palabras es verdaderamente, según el viejo dicho,
el habitáculo mismo del mal.
—¿Cómo puede saberlo? Usted sólo lo ha visto una vez. Puedo comprender que

www.lectulandia.com - Página 209


la Professor Meissner tenga una opinión formada sobre él porque ella ha oído todas
esas historias que le ha contado su mujer. Yo las oí también, muchas veces, mientras
estaba en cama con ella; pero nunca las creí, porque Dolman sabía que yo me estaba
acostando con ella y él mismo me alentaba a disfrutarlo y me preparaba para terminar
con el asunto en la forma mejor posible, cuando ya me hubiera cansado. ¿Pero usted?
¿Un solo encuentro? Lo siento, tío Jean. Lo que ha dicho carece de sentido, a menos
que sepa algo más de lo que me ha querido contar.
—Sobre Alvin Dolman mismo sé mucho menos que usted. Pero en cambio sé
mucho, mucho más sobre el demonio de mediodía. —Juntó las manos detrás de la
cabeza y se reclinó profundamente en el sillón de Mendelius—. En los importantes
lugares en que solía vivir era un visitante muy asiduo y su compañía era siempre
perturbadora.
—Eso es demasiado sencillo y fácil, tío Jean. No puedo aceptarlo.
—Muy bien. Déjeme entonces decirlo de otro modo. Cuando usted jugaba al
amor con la mujer de Alvin Dolman ¿habría invitado a un niño a presenciar lo que
hacía?
—Por supuesto que no.
—¿Por qué no?
—Bueno, porque…
—Porque reconoce la existencia de algo llamado inocencia, aun cuando no pueda
definirla. De la misma manera, puede reconocer al mal; pero cierra los ojos ante él.
¿Por qué?
—Yo… supongo que debe ser porque no quiero aceptar la realidad del mal que yo
mismo llevo adentro.
—Por fin hemos llegado al meollo del problema. Ahora, ¿querrá aceptar un
consejo de su tío Jean?
—Trataré.
—Tan pronto como su padre pueda viajar, lléveselo de aquí. Si le es posible
finiquitar la compra de la propiedad alpina y hacerla habitable, vaya allí. Trate de
mantener unida a la familia: su padre y su madre, Katrin y su joven también, si es que
quiere acompañarlos… Dolman se ha ido. Y no regresará, su compañía no volverá a
usarlo en esta región; pero la compañía sigue en el negocio, y siempre asociada con el
demonio de mediodía.
—¿Y adonde irá usted, tío Jean?
—Mañana a París a ver a mi familia y arreglar mis asuntos financieros. Después
de eso… ¿quién sabe? Estoy esperando el llamado.
Johann continuaba inquieto e irritable. Objetó.
—¿De manera que estamos de vuelta en la revelación privada y en la profecía y
en todas esas cosas?

www.lectulandia.com - Página 210


—¿Bien?
—No creo en nada de ello. Eso es todo.
—Pero cree en un hombre que trató de matar a su padre. Y no cree la verdad que
la esposa de ese hombre le contó mientras estaba en cama con ella. No sabe cómo
distinguir el bien del mal. Y todo eso ¿no le dice nada acerca de sí mismo, Johann?
—Verdaderamente usted sabe cómo atacar directamente a la garganta, ¿no es así?
—Despiértese, muchacho, y madure —Jean Marie se mantenía implacable—,
estamos hablando de la vida, de la muerte y de lo que viene después. Nadie puede
escaparse de la realidad.
Aquella noche, Jean Marie tuvo un sueño. Estaba caminando en la plaza del
mercado de Tübingen. Se detuvo en un escaparate de frutas que vendía bellas uvas
negras. Probó una: era dulce y satisfactoria. Pidió a la mujer que las vendía que le
diera un kilo. Ella lo miró horrorizada, levantó las manos frente a su rostro y huyó de
él. La gente, que colmaba la plaza del mercado no tardó en imitar a la vendedora,
hasta que él se encontró, con un racimo de uvas en la mano, aislado de todos, en
medio de un círculo de personas hostiles. Trató de hablar tranquila y pacíficamente,
preguntando cuál era el motivo de lo que ocurría. Pero nadie le contestó. Caminó
entonces, acercándose a la persona más próxima. Pero fue interceptado por un
hombre muy grande armado con un cuchillo de carnicero. Se detuvo entonces y gritó:
—¿Qué ocurre? ¿Por qué tienen miedo de mí? El hombre grande le contestó:
—Porque tú eres un pesttrager, portador de la peste. Vete de aquí antes que te
mate.
La multitud comenzó entonces a cercarlo, forzándolo inexorablemente hacia la
entrada de la calle y él sabía que cuando llegara a ella debería volverse y correr por su
vida…
Por la mañana, con los ojos enrojecidos por la falta de sueño, desayunó temprano
en compañía de Lotte y luego la acompañó al hospital para despedirse de Carl
Mendelius. Y ahí, en un último momento de íntima quietud, dijo a ambos:
—…Volveremos a encontrarnos. De eso estoy seguro. Pero sólo Dios sabe
cuándo y dónde será. Lotte, querida mía, no se amarre ni aferre a nada de aquí.
Cuando Carl se encuentre pronto, empaque y váyase. Prométame que lo hará.
—Se lo prometo, Jean. Y créame que no será difícil irse de aquí.
—Espléndido. Cuando el llamado llegue, Carl, usted estará listo para escucharlo.
Por el momento, resígnese a una larga convalecencia. Ayude a Lotte para que ella
pueda ayudarlo a usted. Y dígale que lo hará.
Carl Mendelius levantó su mano sana y palmeó la mejilla de ella. Ella llevó la
mano de él a sus labios y la besó. Jean Marie permaneció de pie. Con el pulgar trazó
el signo de la cruz sobre la frente de Mendelius y luego hizo lo mismo con Lotte. Al
hablar le temblaba la voz.

www.lectulandia.com - Página 211


—Odio las despedidas. Los amo a los dos. Rueguen por mí.
Mendelius se prendió a su muñeca para detenerlo. Se esforzó por hablar. Esta vez,
penosa, pero claramente, logró articular unas pocas palabras.
—La higuera, Jean. Ahora sé. La higuera.
Lotte intentó rogarle.
—Por favor, mi adorado, no trates de hablar.
Jean Marie dijo, esforzándose también por calmarlo:
—Querido Carl, recuerde lo que acordamos. Nada de palabras, nada de discursos.
Dejemos que los árboles crezcan en el tiempo escogido por Dios.
Lotte le sostuvo la mano y lentamente Mendelius comenzó a relajarse, Jean Marie
besó a Lotte y sin agregar nada más, abandonó la habitación.
Se encontraba en la mitad de su camino hacia París, con el avión abriéndose paso
a través de tempestuosos nubarrones, cuando, bruscamente, las palabras de Mendelius
cobraron todo su sentido para él. Eran el eco del texto del Evangelio de Mateo que él
había encontrado abierto sobre su falda el día de la visión.

"… De la higuera, aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas
y brotan las hojas, caéis en cuenta de que el verano está cerca. Así también
vosotros, cuando veáis todo esto, caed en cuenta de que Él está cerca, a las
puertas…"

Sintió que lo invadía un extraño alivio, casi un júbilo, como una exaltación. Si
Carl Mendelius creía, al fin, en la visión, entonces Jean Marie Barette había dejado de
estar totalmente solo.

www.lectulandia.com - Página 212


Capítulo 9
En París aquel sueño en que él era portador de un contagio mortal, se transformó
en realidad. Su hermano Alain Hubert Barette, cabellos y lengua de plata, pilar de la
sede bancaria del Boulevard Haussmann, que quería mucho a Jean Marie, se sintió,
no obstante, impactado de pies a cabeza, incluidas las suelas de sus zapatos hechos a
medida, por la solicitud que éste le presentó. Estaba dispuesto, claro está, a tomar las
medidas financieras adecuadas, pero abrir un conglomerado bancario que ya tenía
cuarenta años de exitosa vida, desmantelar los complicados convenios internacionales
que sostenían esta vida, ni pensarlo: pas possible. Jean había llegado en el momento
más inoportuno. Sería muy difícil alojarlo en casa de la familia. La estaban
redecorando. Y Odette vivía en un estado permanente muy cercano a la histeria. Y en
cuanto a los sirvientes, ¡oh Dios! Sin embargo, el banco estaría más que dispuesto y
dichoso de que él usara el apartamento del Lancaster hasta que le fuera posible hacer
otros arreglos.
Fuera de la histeria, ¿cómo estaba Odette? Bien, bastante bien, pero
impresionada, verdaderamente devastada por la abdicación. Y, naturalmente, cuando
el cardenal Sancerre, arzobispo de París había regresado del consistorio y habían
comenzado a circular aquellas historias tan raras, bueno, todo ello había sido fuente
de profunda zozobra para toda la familia.
¿Contactos políticos? ¿Encuentros diplomáticos? En tiempos normales Alain
Hubert Barette se habría sentido dichoso de propiciarlos y ofrecer su casa para tales
reuniones, pero en estos precisos momentos… eh… él aconsejaba más bien una gran
discreción. No era conveniente arriesgarse a recibir un desaire y esto era lo que
podría ocurrir si se intentaba un contacto demasiado directo con estos caballeros del
Ministerio de Relaciones Exteriores y, con mayor razón aún, con el Presidente. ¿Por
qué, mejor, no venir a cenar mañana con Odette y las niñas para discutir juntos el
problema? Entretanto, veamos el asunto económico. Hasta que fuera posible
reconstituir los convenios actualmente vigentes, el banco estaba dispuesto a abrirle a
Jean Marie un crédito substancial, crédito naturalmente garantizado por el mismo
trust.
—…Ahora, ocupémonos de firmar estos documentos, de manera que puedas
entrar inmediatamente en posesión de tus fondos. Sugiero —estrictamente entre
hermanos que se quieren— que el primer requisito para una vida decente es un buen
sastre y un camisero experto. Después de todo tú sigues siendo un Monseñor y aun
tus ropas de seglar deben insinuar esta oculta dignidad tuya.
Esta última pequeña idiotez colmó la medida, provocando en Jean Marie una
gálica, helada furia.
—¡Alain, eres un tonto! Eres además un snob absolutamente carente de buen

www.lectulandia.com - Página 213


gusto, un minúsculo, afanoso y mezquino comerciante en dinero. No iré a tu casa. No
aceptaré el apartamento en el Lancaster. Me darás inmediatamente el dinero que
necesito. Citarás a los fideicomisarios a una reunión a las diez, mañana por la mañana
y allí discutiremos en detalle su pasada administración y sus futuras actividades.
Tengo poco tiempo y mucho que hacer por delante. Y no permitiré que las tonterías
burocráticas de tu banco me inhiban y perturben. ¿Me he expresado claramente
—Jean, ha habido un malentendido. Yo nunca quise…
—Tranquilo, Alain. Mientras menos digas, mejor. ¿Cuáles son los documentos
que tengo que firmar para entrar inmediatamente en posesión del dinero que
necesito?
Quince minutos después, todo había quedado arreglado. Un Alain completamente
dominado había hecho el último llamado para citar al último fideicomisario a la
reunión del día siguiente. Limpió sus manos con un pañuelo de seda y se entregó de
lleno a un cuidadosamente elaborado discurso de excusas.
—¡Por favor! Somos hermanos. No debemos pelear. Tú debes tratar de
comprender: actualmente vivimos sometidos a una enorme tensión. Los mercados del
dinero parecen haber enloquecido. Tenemos que defendernos como si estuviéramos
luchando en el campo raso contra bandidos. Sabemos que habrá guerra. De manera
que el problema es: ¿cómo proteger los haberes del banco y los nuestros propios?
¿Qué medidas tomar respecto de nuestras vidas? Hace tanto tiempo ya que tú estás
lejos de todo esto, tu vida ha sido tan protegida…
A pesar de su ira, Jean Marie no pudo evitar reírse, una saboreada risa de
auténtica diversión.
—¡Eh, eh, eh, hermanito! Mi corazón sangra por ti. Un cuanto a mí, no sabría qué
hacer con todas esas cajas inertes y bóvedas de seguridad llenas de papel y moneditas
y oro en barras. Pero a pesar de todo tienes razón. Es muy tarde ya para pelear y
también es muy tarde para ese estúpido afán de moda. ¿Por qué no tratas de ponerte
en contacto con Vauvenargues por teléfono…? Querría hablar con él.
—¿Vauvenargues? ¿El ministro de Relaciones Exteriores?
—El mismo.
—¡Como quieras! —Alain se encogió resignadamente de hombros y consultó el
libro de direcciones que tenía sobre el escritorio. Conectó el teléfono a su línea
privada y marcó el número. Jean Marie escuchó, fríamente divertido esta mitad de
diálogo.
—¡Aló! Habla Alain Hubert Barette, Director de Halévy Frères et Barette,
banqueros. Comuníqueme con el ministro, por favor… Se trata de un amigo mío, un
viejo amigo, que acaba de llegar a París y que desea hablar con él… El amigo es
monseñor Jean Marie Barette, que fue Su Santidad el Papa Gregorio XVII… ¡Oh, sí!
¡Ya veo! Entonces, tal vez, tendría la bondad de darle el mensaje al ministro para que

www.lectulandia.com - Página 214


él pueda llamar de vuelta a este número… Gracias.
Colgó el teléfono e hizo una mueca de disgusto.
—El ministro está en conferencia. Le darán el mensaje… Tú has vivido esto,
Jean. Conoces la rutina en estos casos. Cuando te ves obligado a explicar los motivos
de tus llamados y tu presente identidad, la verdad es que estás, diplomáticamente al
menos, muerto. Oh, estoy seguro de que el ministro te llamará, pero ¿que pretendes
hacer con un insípido apretón de manos y un comentario sobre el tiempo…?
—Haré yo mismo el próximo llamado. —Jean Marie consultó su libreta de
bolsillo y marcó el número del más importante consejero presidencial, un hombre con
el cual, durante su pontificado, había mantenido la más constante y amistosa de las
relaciones. Le respondieron al momento.
—Aquí, Duhamel.
—Pierre, habla Jean Marie Barette. Estoy en París por unos pocos días por
asuntos personales. Me gustaría verlo a usted y a su patrón.
—Y a mí me gustaría verlo a usted. Pero tendrá que ser en privado. En cuanto a
mi patrón, lamento decírselo, pero no será posible. La consigna oficial es: "fuera".
Usted se ha transformado en un indeseable.
—¿De dónde viene esa consigna?
—De su jefe a mi jefe. Y los Amigos del Silencio han estado muy ocupados
trabajando en los niveles secundarios. Dónde se aloja?
—Todavía no lo he decidido.
—Es preferible que lo haga fuera de la ciudad. Tome un taxi y hágase conducir a
la Hostellerie des Chevaliers. Queda más o menos a tres kilómetros por este lado de
Versalles. Telefonearé inmediatamente para que le tengan preparado el alojamiento…
Firme como el señor Grégoire. No le pedirán ningún documento. Y en camino a casa,
alrededor de las ocho pasaré a verlo. Ahora debo irme. Hasta pronto.
Jean Marie colgó. Había llegado su turno de pedir disculpas.
—Tenías razón, hermanito. Diplomáticamente estoy muerto y enterrado. Bueno,
ya es tiempo de que me vaya. Transmite mi cariño a Odette y las chicas. Trataré de
arreglarme para que podamos cenar juntos mañana, antes de mi partida.
—¿No has cambiado de opinión respecto del Lancaster?
—Gracias, pero no. Si soy portador de una peste, prefiero no contagiar a mi
familia. Mañana a las diez, ¿eh?

La Hostellerie des Chevaliers, conjunto de viejas casas de campo transformadas


en un agradable y discreto hotel, resultó una grata sorpresa. Los edificios estaban
rodeados de prados meticulosamente mantenidos, de rosedales y, más allá, de una
cortina de sauces entre los que se deslizaba un arroyo de molino.
La patrona era una guapa mujer de poco más de cincuenta años, que le dispensó

www.lectulandia.com - Página 215


de todos los formalismos del registro en el hotel y lo condujo inmediatamente a un
confortable apartamento cuyas ventanas abrían sobre un prado privado y un estanque
de nenúfares. Le explicó que podría hacer cuantos llamados telefónicos quisiera con
plena seguridad, que el refrigerador estaba provisto de licores y bebidas, y que, como
amigo del señor Duhamel, sólo tendría que levantar un dedo para que la Hostellerie
completa se pusiera a su servicio.
Al deshacer su maleta, se divirtió, y al mismo tiempo se sorprendió de constatar
cuan liviano era su equipaje: un traje, un impermeable, una chaqueta deportiva y un
par de pantalones, una camiseta de lana, dos pares de pijamas y media docena de
camisas, ropa interior y calcetines, constituían todo su ajuar. El resto de su
impedimenta consistía en artículos de tocador, el estuche conteniendo los objetos
necesarios para celebrar la misa, un breviario, un misal y un libro de bolsillo…
Dinero suelto, un libreto de cheques de viajero y una carta circular de crédito de
Halévy Frères et Barette formaban su base económica. Por la carta de crédito y hasta
que los fideicomisarios liberaran algunos de los fondos que correspondían a su
patrimonio, era, momentáneamente, deudor del banco. Por lo menos, pensó, era libre
de moverse donde y como quisiera, lo que le permitía estar preparado para responder
rápidamente al llamado así como siglos antes lo había estado Juan, hijo de Zacarías,
en el desierto.
Lo que ahora había comenzado a inquietarlo era la creciente conciencia de su
aislamiento y de su precaria dependencia de la buena voluntad de sus amigos. Sin
embargo, a pesar de todo, en el centro de sí mismo existía un gran remanso de paz, un
lugar, un área por decirlo así, donde todos los contrarios se habían reconciliado; y por
otra parte, seguía siendo un hombre sometido a las variaciones químicas de la carne y
a las inestabilidades físicas de la mente.
El arma de la separación, del rechazo hacia las tinieblas exteriores, había sido
usada contra él en los oscuros y amargos días de su abdicación. Ahora se estaba
usando una vez más con el objeto de reducirlo a la impotencia en la arena política.
Pierre Duhamel, antiguo y avezado consejero del presidente de la república, no era un
hombre dado a la exageración. Si él afirmaba que uno se estaba muriendo, eso quería
decir que ya era tiempo de llamar al sacerdote, y si decía que uno estaba muerto, eso
significaba que los talladores de piedra ya estaban labrando el epitafio.
El hecho mismo de que Pierre Duhamel hubiera fijado una cita para tan pronto,
era en sí indicativo de crisis. En todos los años que Jean Marie lo conocía y era su
amigo, siempre había visto a Duhamel ceñirse al mismo y espartano código: "Tengo
una esposa: la mujer con quien me casé. Tengo una querida, la república. Nunca me
cuente nada que yo no pueda, a mi vez informar. No trate nunca de comprarme. No
patrocino ni apoyo a nadie y sólo aconsejo a aquéllos que me pagan para que los
aconseje. Respeto todas las formas de fe. Pido que se respete mi propia y privada

www.lectulandia.com - Página 216


forma de fe. Si confía en mí, nunca le mentiré. Si me miente, comprenderé, pero
nunca más volveré a confiar en usted".
En los días de su pontificado, Jean Marie había tenido numerosos contactos con
este hombre tan extrañamente atractivo, de apostura de campeón, de capacidad para
razonar tan elocuentemente como Montaigne y que cada tarde llegaba a su hogar para
adorar a una mujer que una vez había sido la reina de París y que ahora se había
transformado en la víctima de una esclerosis múltiple.
Tenían un hijo en Saint Cyr y una hija, algo mayor, que había ganado una buena
reputación como productora de programas de televisión. Respecto del resto, Jean
Marie no sabía nada y tampoco había investigado. Pierre Duhamel era lo que su
presidente proclamaba que era: "un buen compañero de viaje: un hombre bueno".
Jean Marie cogió su breviario y salió al jardín para leer las vísperas del día. Era
éste uno de sus hábitos más queridos; la oración de un hombre que, al término de la
jornada, camina por el jardín de la mano con Dios. Los salmos del día comenzaban
con uno de sus cánticos preferidos: Quam Dilecta: "Qué amables tus moradas, oh
Yahveh Sebaot — Anhela mi alma y languidece — tras los atrios de Yahveh, mi
corazón y mi carne gritan de alegría — hacia el Dios vivo — Hasta el pajarillo ha
encontrado una casa, — y para sí la golondrina un nido — donde poner sus
polluelos…"
Era la perfecta oración para una tarde de verano como ésta, con las sombras que
se alargaban y el aire todavía lánguido con el perfume de las rosas. Al doblar por un
sendero empedrado buscando el verdor de otro prado, oyó voces de niños y
momentos después vio a un grupo de pequeñuelas uniformadas en delantales de tela
de cuadros jugando con un par de maestras. En un banco cercano una mujer de más
edad dividía su atención entre el juego y un bordado que tenía en la mano.
Al pasar Jean Marie por el pedregoso sendero una de las niñas se salió del grupo
y corrió hacia él. Pero al hacerlo resbaló por el borde del camino y vino a caer casi a
sus pies. La niña rompió a llorar y entonces él la levantó y la llevó en brazos hasta el
banco donde se encontraba la mujer de más edad que la acarició, limpió suavemente
su sucia rodilla y le ofreció un dulce para consolarla. Y fue solamente en aquel
momento que Jean Marie se dio cuenta de que la niña era mongólica, como por lo
demás lo eran todas las otras niñas del grupo. Al constatar la impresión que el
descubrimiento le había producido, la mujer le alcanzó la niña y le dijo, con una
sonrisa:
—Somos del Instituto que está allí, al otro lado de la calle. Esta pequeña nos
acaba de llegar. Echa mucho de menos a su familia y piensa que todo hombre que ve
es su papá.
—¿Y dónde está su papá? —Había en la voz de él, un dejo de censura.
La mujer sacudió la cabeza.

www.lectulandia.com - Página 217


—¡Oh no!, no es lo que cree. El acaba de enviudar y considera, con razón, que la
chica está mucho mejor aquí, con nosotros. En el Instituto tenemos alrededor de cien
niños. La patrona del hotel nos permite que los traigamos aquí a jugar. Ella tuvo una
sola hija, mongólica y que murió muy joven.
Jean Marie extendió los brazos. La niña se refugió en ellos y lo besó. Luego se
sentó en su falda y comenzó a jugar, feliz, con los botones de su camisa. El dijo:
—Parece muy afectuosa.
—La mayoría lo son —le contestó la mujer—. La gente que puede guardar a estos
niños en la familia no tarda en darse cuenta que tenerlos es como tener
constantemente un bebé en casa… Pero, claro, la tragedia comienza cuando el niño
llega a la adolescencia y a la madurez y los padres envejecen. Los varones suelen
tornarse duros y violentos. Las niñas son víctimas fáciles de la invasión sexual. Y así
el futuro es siempre muy negro tanto para los padres como para los hijos… Es triste.
¡Yo los quiero tanto!
—¿Cómo mantienen el Instituto?
—El gobierno provee los fondos. Y a los padres que pueden hacerlo, se les pide
una contribución. También solicitamos la caridad privada. Felizmente tenemos
algunos benefactores generosos como el señor Duhamel que vive cerca de aquí.
Llama a las niñas les petites bouffonnes du Bon Dieu…, "los pequeños bufones de
Dios…"
—Es un pensamiento muy dulce.
—¿Conoce a monsieur Duhamel tal vez? Es un hombre muy importante; dicen
que es la mano derecha del Presidente.
—De reputación —dijo cuidadosamente Jean Marie. La niña se deslizó de sus
rodillas y comenzó a tironear de su mano para invitarlo a caminar con ella. El
preguntó.
—¿Puedo llevarla al estanque a ver los peces?
—Por supuesto. Yo también iré.
Al levantarse Jean Marie, el breviario que llevaba en el bolsillo cayó sobre el
banco. La mujer lo recogió, echó una mirada al título y, dejando de lado su bordado,
libro en mano, siguió tras él.
—Dejó su breviario, padre.
—¡Oh! Gracias.
El aceptó el libro y lo guardó nuevamente en su bolsillo. La mujer tomó la mano
de la niña y acordó su paso al de Jean Marie. Dijo.
—Tengo la curiosa impresión de haberlo visto en alguna parte.
—Pero yo estoy seguro de que no hemos podido encontrarnos. He estado mucho
tiempo ausente de Francia.
—¿Es misionero, tal vez?

www.lectulandia.com - Página 218


—En cierto sentido, sí.
—¿Dónde sirvió usted?
—Oh, en varios países, pero sobre todo en Roma. Ahora estoy retirado. Y he
venido a casa a pasar las vacaciones.
—Yo creía que los sacerdotes jamás se retiraban.
—Digamos que mi retiro es sólo temporal… Ven, pequeña. Vamos a ver a los
peces dorados.
Levantó a la niña, colocándola sobre sus hombros y, al tiempo que se dirigía al
estanque con ella, comenzó a cantar una canción venida de su propia infancia. La
mujer se detuvo y desde allí, a la distancia, permaneció observándolos. El parecía ser
un hombre muy agradable, que obviamente amaba a los niños, pero, pensó para que
un sacerdote tan vigoroso como éste se hubiera retirado tan temprano en la vida, tenía
que haber algún motivo muy poderoso.
A las ocho, muy puntualmente, Pierre Duhamel golpeó a la puerta del
apartamento. Tenía que irse antes de las nueve, pues nunca dejaba de cenar con su
esposa. Entretanto aprovecharía para tomar un Campari-soda con Jean Marie, a quien
parecía considerar —no sin un leve dejo de diversión— como un memorable
sobreviviente, algo así como un mamífero de tiempos prehistóricos.
—¡Dios mío…! ¡La verdad es que lo echaron fuera sin miramientos y luego le
lanzaron encima una aplanadora! Francamente debo decirle que estoy asombrado de
verlo tan saludable… ¿Qué ha hecho para que se hayan encarnizado de tal forma
sobre usted? Claro está que esa gran historia en la prensa no ha ayudado a hacerlo
popular con la jerarquía de la Iglesia francesa. Los Amigos del Silencio son muy
poderosos en estos lugares… Y luego me enteré de que su amigo, Mendelius, había
sido víctima de una bomba terrorista…
—Sí, en efecto, de un ataque por medio de una bomba. Pero no de un ataque
terrorista. La cosa fue planeada y ejecutada por un agente de la C.I.A., Alvin Dolman.
—¿Por qué la C.I.A.?
—¿Por qué no? Dolman era su agente en Tübingen. Pienso que todo ello fue parte
de un limpio trabajo hecho por los americanos para sus amigos de la Bundesrepublik.
Su objetivo era desembarazarse de un académico muy influyente que podía causar
problemas cuando llegara el momento del llamado a las armas.
—¿Alguna prueba?
—Para mí, suficientes. Sin embargo, no suficientes para una declaración pública.
—Muy pronto —Pierre Duhamel batió el licor con su dedo— muy pronto uno
podrá hervir a su madre sobre el Pont Royal sin que nadie pestañee siquiera. Lo que
se ha hecho con usted es sólo una pálida sombra de lo que se tiene planeado para la
represión de las personas y la supresión de todo debate. Los jefes de la nueva
maquinaria de propaganda harán que Goebbels parezca un colegial aficionado… Su

www.lectulandia.com - Página 219


retorno al mundo es demasiado reciente de manera que usted no conoce aún el
impacto de los métodos de esta gente pero, por Dios que son efectivos.
—¿Lo que implica que usted está de acuerdo con ellos?
—Por penoso que me resulte confesarlo, sí, estoy de acuerdo. Ve usted, amigo
mío, sobre la premisa de que una guerra atómica es inevitable —y ése es nuestro
pronóstico militar y su propia profecía, recuérdelo— las grandes masas solo pueden
ser protegidas a través de un intenso programa de condicionamiento psicológico y
físico. No poseemos ningún medio capaz de defender al pueblo de París de los
estallidos de las bombas, de las radiaciones o de los gases que afectan al sistema
nervioso o de los virus letales. Si nos limitáramos a anunciar el puerco hecho, tout
court, se produciría un inmediato pánico. De manera que, a cualquier costo, y
mientras nos sea posible, debemos mantener a la gente trabajando. Si eso implica
barrer las calles con los tanques dos veces al día, pues lo haremos. Si eso implica
redadas al amanecer sobre los disidentes o los idealistas parlanchines, pues los
sacaremos de sus camas en pijamas y ropas de noche, fusilaremos a unos pocos y eso
servirá de advertencia para los demás. Y si luego necesitamos de algunas diversiones
—pan, circo y orgías en las escaleras del Sacré Coeur— también recurriremos a
ellas… Y nadie discutirá lo que hagamos. Porque para entonces todos nos habremos
transformado en Amigos del Silencio; y que Dios se apiade del que se atreva a abrir
su boca en el momento inapropiado… Este, amigo mío, es el escenario. Y créame que
no me gusta más de lo que le gusta a usted, pero, de todos modos, es el que
recomendé a mi Presidente.
—¡Entonces, por piedad! —dijo Jean Marie en un esfuerzo de persuasión—. ¿No
cree que debería considerar también el escenario que yo sugiero? Cualquier cosa
seguramente será mejor que la brutalidad primitiva y las bacanales que usted está
preparando para ofrecer.
—Estamos llevando a cabo esta tarea a conciencia —le contestó Duhamel con
helado humor—. Las mejores autoridades en psiquiatría nos han asegurado que la
táctica de oscilación entre la violencia y la indulgencia báquica producirá en el
pueblo una mezcla de desconcierto y de docilidad a las directivas del gobierno, con
tanta mayor razón cuanto que los hechos serán conocidos sólo por informaciones de
persona a persona, ya que nada pertinente será publicado en la prensa o en la
televisión…
—¡Eso es monstruoso! —dijo Jean Marie Barette que se había puesto furioso.
—Por supuesto que es monstruoso. —Pierre Duhamel se alzó expresivamente, de
hombros—. Pero considere la alternativa. Aquí la tengo conmigo.
Sacó de su billetera y extrajo de ella un recorte de diario cuidadosamente
doblado, que extendió ante Jean Marie. Continuó:
—Estas son sus propias palabras, creo, como Gregorio XVII, citadas por

www.lectulandia.com - Página 220


Mendelius en su artículo sobre usted. Debo presumir que la cita es auténtica. Esto es
lo que dice:

"…Es evidente que en estos días de calamidad universal las estructuras


tradicionales de la sociedad no serán capaces de sobrevivir. Se desatará una lucha
a muerte en torno de las necesidades más elementales de la vida como comida,
agua, combustible y abrigo. La autoridad será usurpada por los más fuertes y los
más crueles. Las grandes sociedades urbanas se fragmentarán en grupos tribales,
cada uno hostil al otro. Las áreas rurales serán objeto de pillaje. Y las personas
serán consideradas como bestias de presa, así como los animales que hoy
llevamos al matadero para que nos alimenten. La razón se oscurecerá de tal modo
que el hombre buscará fortaleza y consuelo en las más primitivas y violentas
formas de la magia. Aun para aquellos que más fuertemente fundan su vida en la
Promesa del Señor, será muy difícil mantener su fe y continuar dando hasta el fin,
el indispensable testimonio… ¿Cómo deberán, entonces, comportarse los
cristianos, en estos tiempos de prueba y terror?
"…Desde el momento en que ya no será posible para ellos mantenerse unidos
en grandes grupos, deberán dividirse en pequeñas comunidades, cada una de las
cuales deberá ser capaz de sostenerse a sí misma por el ejercicio de la fe común y
de una verdadera y mutua caridad…"

—Ahora veamos lo que usted nos enseña aquí. Desórdenes y caos a escala
mundial en todos los niveles de las relaciones sociales. Y contra eso, ¿qué
alternativa? ¿Cuál es su receta? Pequeñas comunidades de elegidos llevando a cabo
experimentos seminales en el ejercicio de la caridad y de otras virtudes cristianas.
¿He resumido bien?
—Tal como usted lo presenta, sí.
—Cualquiera que sea el gobierno o el tipo de jefatura que exista aún en ese
momento, deberá tener en cuenta en primer término a los bárbaros. Y ¿de que otra
manera podrá llevar a cabo la tarea sino a través de las medidas violentas que hemos
contemplado? Después de todo sus elegidos —y no hablemos de los elegidos de otros
cultos— cuidarán de sí mismos, o Dios Todopoderoso cuidará de ellos… Miremos las
cosas de frente, amigo mío y comprenda que la razón por la que su propia gente se
desembarazó de usted, es porque sabe que es imposible argumentar contra el
principio que usted sustenta. Es un hermoso principio: el pueblo de Dios cultivando
su jardín de gracias, tal como los monjes y las religiosas lo hicieron en la edad oscura
de Europa. Pero en el fondo sus obispos son hombres fríamente pragmáticos. Saben
que si de verdad usted quiere que prevalezcan la ley y el orden, debe comenzar por
demostrar cuan terrible puede ser el caos. Si desea que reine la moralidad, entonces
deberá primero permitir que Satán se desate por las calles, amplio y poderoso como la

www.lectulandia.com - Página 221


vida, de tal forma que le sea posible dispararle y matarlo allí mismo enfrente de un
aterrorizado populacho… Y en todos los países del mundo, esta misma historia se
repite; porque ninguna nación puede ir a la guerra si su pueblo no está conforme con
ella. Por lo demás, esta mentalidad de ciudadela sitiada ha sido adoptada incluso por
su propia Iglesia: nada de debates, regresemos a una moralidad de cocina y dejemos
que todos vayan a Misa el domingo de manera de poder ofrecer un testimonio público
en contra de los infieles… lo último que la Iglesia desea es un profeta errante
anunciando desastres entre las tumbas…
—¿Aun si sabe que el desastre viene?
—Justamente porque sabe que viene. Precisamente porque sabe que viene. No es
capaz —así como tampoco somos capaces nosotros— de enfrentar lo inenarrable
antes que suceda. Y ésa es la única razón de la existencia de los Amigos del Silencio
y de sus equivalentes en el gobierno secular. —Repentinamente se echó a reír—.
Amigo mío, no se impresione tanto. ¿Qué esperaba de Pierre Duhamel? ¿Un
tranquilizante y una cucharada de jarabe adormecedor? Los católicos romanos no son
los únicos que poseen bienes y tiene fieles aquí en la república, han dado al gobierno
garantías de lealtad en caso de emergencia nacional… Y el motivo por el cual se
están aferrando ahora a los viejos modelos de la experiencia y de la cultura es porque
saben que carecen de tiempo para forjar nuevos moldes o acostumbrar a su gente a
vivir con ellos.
Jean Marie permaneció, por un largo momento, en silencio. Luego habló
suavemente.
—Acepto lo que me dice, Pierre. Ahora, le ruego que me conteste a una pregunta.
¿Qué preparativos ha hecho personalmente para el día en que se lancen los primeros
cohetes?
Duhamel había dejado de sonreír. Se tornó su tiempo para coordinar su respuesta.
—Ese es el día que nuestro escenario ha bautizado con el nombre de Día R, por
Rubicón. Si cualquiera de las grandes potencias toma ese día cualquiera de una media
docena de acciones posibles, entonces la química de los acontecimientos será
irreversible. La guerra será declarada. Y seguirá un conflicto a escala mundial. En el
Día R me iré a casa. Bañaré a mi mujer. Le cocinaré su comida favorita, abriré una
botella del mejor vino de mi bodega y me tomaré el tiempo necesario para beberlo
con calma. Luego llevaré a mi esposa a la cama, me tenderé a su lado y administraré
para ambos el veneno preparado. Ambos estamos de acuerdo. Nuestros hijos lo
saben. No les gusta la idea. Por otros motivos, tienen otros planes, pero respetan
nuestra decisión… Mi mujer ha sufrido ya bastante. No quiero que tenga que sufrir
ahora los horrores de lo que seguirá. Y enfrentar esos horrores sin ella, sería para mí
un masoquismo sin sentido.
Había sido desafiado y lo sabía. Era el mismo desafío que Carl Mendelius le

www.lectulandia.com - Página 222


había lanzado en los jardines de Monte Cassino: "He conocido gente que prefiere la
eterna nada a la visión de Siva el Destructor". Pierre Duhamel era un inquisidor aún
más formidable, porque carecía de las inhibiciones de Mendelius. Ahora esperaba su
respuesta. Jean Marie Barette dijo, calmadamente:
—Creo en el libre albedrío, Pierre. Creo que todo hombre es juzgado de acuerdo
con las luces que ha recibido. Si elige terminar con una situación intolerable por un
medio estoico, puedo condenar el acto, pero no juzgo al actor. Más bien lo
encomendaré como me encomiendo a mí mismo, a la misericordia de Dios… Sin
embargo, tengo aún una pregunta.
—Hágala —dijo Pierre Duhamel.
—Para usted y para su esposa, todo termina en el Día del Rubicón. Pero ¿qué
ocurrirá con los desamparados, con sus pequeñas payasos de Dios por ejemplo? ¡Oh,
sí! Las vi esta tarde en el jardín. Hablé con su gouvernante que me contó que usted
era uno de sus más importantes benefactores. De manera que, cuando lleguen los
tiempos malos, ¿qué hará usted? ¿Dejarlos que mueran como pollos en el tostador o
entregarlos como juguetes a los bárbaros? Pierre Duhamel terminó su bebida y dejó el
vaso sobre la mesa. Sacó un pañuelo y se limpió los labios. Luego habló, con triste
formalidad.
—Es usted un hombre muy inteligente, monseñor, pero no ha previsto todo el
futuro. Me he ocupado de mis pequeños payasos. Una serie de directivas políticas
secretas ha dispuesto que todas las personas que por razones de insania, enfermedad
incurable u otro tipo de impedimento físico, puedan significar en un caso de guerra,
un peso para el estado, serán, desde el primer momento de las hostilidades,
discretamente eliminadas. Hitler nos ha provisto de todos los modelos para el caso. Y
hemos mejorado el prototipo al incluir en nuestros proyectos medios compasivos y no
brutales, de exterminación… ¿Esto lo impresiona, no es así?
—Lo que me impresiona es el hecho de que usted pueda continuar viviendo con
semejante secreto.
—¿Qué puedo hacer? Si tratara de hacer público lo que sé, me considerarían loco,
así como le ocurrió a usted con su visión de Armageddon y de la Segunda Venida.
Así es que, como usted ve ambos estamos embarcados en la misma y triste galera.
—Entonces, amigo mío, veamos la forma de salimos de ella.
—Para comenzar —dijo Duhamel— consideremos su problema. Tal como ya se
lo dije, usted es un indeseable. Cada día le será más difícil circular. Algunos países
incluso vacilarán antes de otorgarle una visa de entrada. Donde llegue, será
molestado y perseguido. Se examinará su equipaje y tendrá que sostener largas y
agotadoras sesiones con los custodios de las fronteras… Se sorprenderá al descubrir
cuan incómoda puede ser la vida. De manera que, considerando todo eso, creo
preferible que lleve un pasaporte con otro nombre.

www.lectulandia.com - Página 223


—¿Puede hacer eso?
—Lo hago constantemente para la gente que envío en misiones especiales. Usted
no está en misión especial, pero constituye, a todas luces, un caso muy especial…
¿Tiene alguna fotografía reciente suya?
—Tengo una docena de copias de la de mi último pasaporte… Me dijeron que
algunos países las exigían para otorgar la visa.
—Déme tres de ellas. Tendré listo su pasaporte nuevo mañana por la mañana.
—Es un buen amigo, Pierre. Gracias.
—¡Por favor! —Pierre Duhamel lo miró con una súbita y pícara sonrisa. Mi
patrón, el Presidente, quiere que usted abandone cuanto antes este país y he recibido
instrucciones de hacer todo lo posible para facilitarle el camino de salida.
—¿Por qué se preocupa tanto por mí?
—Porque comprende el teatro —dijo secamente Pierre Duhamel—. Ver a un
hombre caminando sobre el agua es un milagro, pero que dos lo hagan resulta
completamente ridículo.
La imagen los divirtió. Rieron y la risa compartida alivió la tensión. Pierre
Duhamel abandonó su rol de defensiva ironía y habló más libremente.
—…Cuando uno ve los planes de batalla, parece estar frente a una visión del
infierno. El esquema no escatima horrores. Todos están presentes. Hay bombas de
neutrones, gases venenosos, rociadores de enfermedades mortales. Teóricamente, por
supuesto, todo ello está basado en la idea de una acción limitada, de tal forma que los
grandes horrores se guardan en reserva como amenazas. Pero en el hecho, una vez
que se hayan llevado a cabo los primeros disparos, no habrá límites para la escalada.
Cundo se ha cometido el primer asesinato, todo el resto resulta muy fácil, porque se
tiene una sola vida para pagar al verdugo.
—¡Basta! —Jean Marie Barette detuvo bruscamente la conversación. —Usted
con su cuadro de horrores, ha llevado a su esposa y se ha llevado a sí mismo a un
pacto suicida. Pero yo rehúso rendirme y entregar este planeta a la libre acción del
mal. Si logramos conservar aunque solo sea un rincón para la esperanza y el amor,
entonces habremos ganado… Pierre, usted odia lo que se está perpetrando. Detesta su
propia impotencia ante la invasión de la sinrazón… ¿Por qué no hacer un último acto
de fe y colocarse conmigo en la línea de fuego?
—¿Para hacer qué? —preguntó Pierre Duhamel.
—Impresionemos al mundo obligándolo a que nos escuche. Para comenzar,
hablemos de los pequeños payasos de Dios y de lo que les ocurrirá cuando llegue el
Día del Rubicón. Usted se hace cargo de tener listo el documento probatorio. Yo
hablaré con Georg Rainer para que arregle la conferencia de prensa y enfrentaremos
la cosa juntos.
—¿Y entonces?

www.lectulandia.com - Página 224


—¡Dios santo! ¡Despertaremos la conciencia del mundo! Los pueblos siempre
están dispuestos a levantarse en contra del daño que se hace a los niños.
—¿Lo están realmente? Estamos casi al final del siglo y aún quedan zonas de
Europa donde sigue existiendo el trabajo infantil, para no mencionar lo que ocurre en
el resto del mundo. No hay aún legislación efectiva contra el abuso que los padres y
custodios cometen con los niños a su cargo, y las mujeres continúan peleando entre
ellas y contra sus legisladores sobre la matanza de los fetos… No, no mi querido
Jean. Confíe en Dios, si quiere, pero nunca confíe en el hombre. Si yo hiciera lo que
sugiere, la prensa silenciaría lo que dijéramos y la policía nos tendría, antes que
transcurriera media hora, encerrados en las más profundas y secretas celdas, cachots
del país… Lo siento. Soy un servidor de lo que existe. Cuando lo que existe se torne
intolerable, prepararé todo para salirme del escenario. La comedie est finie… Déme
esas fotografías. Mañana por la mañana tendrá su nuevo pasaporte y su nueva
identidad.
Jean Marie tomó las fotografías y se las pasó. Al hacerlo cogió firmemente la
mano de Duhamel.
—No lo dejaré irse así. Lo que está haciendo es terrible. Está cerrando sus oídos y
su corazón a un llamado muy evidente. Y tal vez sea, para usted, el último llamado.
Duhamel se deshizo de la mano que lo tenía cogido.
—Se equivoca, monseñor —había en su voz, una subyacente, lejana tristeza—.
Hace ya mucho tiempo que respondí a mi llamado. Cuando mi mujer cayó enferma y
el doctor dio su diagnóstico y la prognosis de la enfermedad, caminé hasta Notre
Dame y me senté solo frente al santuario. No oré, sino que presenté un ultimátum al
Todopoderoso. Le dije: "Eh bien. Si ella tiene que sobrellevar esto, quiere decir que
lo sobrellevaré yo también. Por todo lo que dure su vida, la haré tan feliz como sea
posible. Pero comprende que con esto basta. Si nos empujas aunque no sea sino un
poco más, si nos exiges más, te devolveré las llaves de la casa de la vida y nos iremos
de ella los dos…" Bueno, Él esta haciendo precisamente eso, ¿no es así? Aun cuando
habló con usted no le dijo: "Dígale al mundo que se reforme o en caso contrarío, verá
lo que sucede". Usted recibió en síntesis el mismo mensaje que yo recibo todos los
días en los despachos que llegan a la oficina del Presidente: "El día del Juicio nos está
esperando a la vuelta de la esquina". No hay esperanzas. No hay escape posible. De
manera que, en lo que a mí respecta, los dados están echados. Lo siento por mis
pequeños payasos, pero yo no los traje al mundo, ni tampoco andaba por allí en el día
de la creación. Nada tengo que ver con este desorden explosivo y sangriento que es
nuestro actual universo, ¿comprende, monseñor?
—Comprendo todo —dijo Jean Marie Barette—, excepto una cosa. ¿Por qué se
toma tanta molestia por mí?
—Sólo Dios sabe. Probablemente porque admiro el coraje de un hombre que

www.lectulandia.com - Página 225


puede tomar la vida y todo lo que ella contiene y aceptarla sin condiciones. Mis
pequeños payasos son así. Pero solamente porque carecen de la inteligencia que les
permitiría saber lo que está en juego. Por lo menos, morirán felices. —Escribió un
número en la libreta del teléfono—. Este es el número de mi casa. Si me necesita,
llámeme. Si no estoy disponible, pregunte por Charlot. Es mi mayordomo y un
hombre excelente para improvisar operaciones tácticas. De todos modos, aquí estará a
salvo por uno o dos días por lo menos. Después de eso, tenga cuidado. La gente aún
no lo ha visto, pero los asesinos ya están en la calle.
Después de la partida de Duhamel, se sintió singularmente solo, campo propicio
para todos los temores invernales: la aguda tristeza del viajero solitario que oye, a lo
lejos, desde la línea del tren, el aullido del lobo. No se halló capaz de comer en la
soledad de su habitación de manera que bajó al restaurante, donde la patrona se
esmeró en colocarlo en una mesa situada en un apacible rincón, desde donde le fuera
posible ver al resto de la gente. Ordenó un pedazo de melón, un pequeño entrecotte,
media botella de vino de la casa y se instaló a disfrutar de su cena.
Por lo menos allí, por el momento, no se cernía amenaza alguna. La iluminación
del aposento era suave y había flores frescas en cada una de las mesas, los manteles
eran inmaculados y el servicio discreto. A primera vista los clientes conformaban un
representativo catálogo de acaudalados hombres de negocios y burócratas
acompañados por sus respectivas esposas e hijos. Cuando se encontraba haciendo
este juicio interno se vio repentinamente reflejado en un espejo y comprendió que él,
que una vez había llevado la púrpura cardenalicia y el manto blanco de papa, no era
ahora sino un hombre más, de cabellos grises, que vestía el uniforme de la burguesía.
La absoluta vulgaridad de su propia imagen le recordó una de las primeras clases
de Mendelius —a la que él había asistido— en la Universidad Gregoriana. Carl
estaba explicando la naturaleza de las parábolas del Evangelio. Muchas de ellas, dijo,
eran recuentos de las diarias que Jesús mantenía con sus discípulos durante las
comidas. Las metáforas de amos y servidores nacían espontánea y naturalmente de la
cotidiana sencillez del ambiente circundante. Luego Mendelius había agregado una
acotación a la sentencia… "Sin embargo, estas historias tan familiares no eran sino un
campo minado lleno de trampas. Todas ellas contenían contradicciones, elementos
alienantes que obligaban al oyente a revisar todos sus conceptos y abrían nuevas
perspectivas en el acontecimiento más banal, implicaban una infinidad de nuevas
posibilidades, ya sea para bien o para mal…"
En su propio encuentro con Pierre Duhamel, él había sido cogido por sorpresa por
la finalidad de la desesperación de aquel hombre, que resultaba tanto más terrible por
cuanto carecía totalmente de pasión y podía servir de marco, sin temor, a las más
monstruosas perversidades, pero que no tenía cabida para la menor esperanza o para
la más sencilla de las alegrías. Era una locura de tal manera racional que era

www.lectulandia.com - Página 226


imposible sanarla ni tampoco argumentar contra ella. Y sin embargo, sin embargo…
¡había más de una trampa en aquel campo minado! Pierre Duhamel bien podía
desesperar de sí mismo, pero Jean Marie Barette jamás desesperaría de Pierre
Duhamel. Mantenía su firme creencia en que, mientras siguiera con vida, Pierre
Duhamel estaría siempre al alcance de la infinita misericordia. Jean Marie podía
continuar orando por la salvación de esa alma, podía aún extender sus manos para
deshelar aquel empecinado corazón.
La carne estaba tierna y el vino a la temperatura debida pero aun cuando disfrutó
saboreándolos, Jean Marie continuó preocupado por el nuevo desafío con que se
enfrentaba. Lo que estaba en juego ahora no era su credibilidad como visionario sino
su simple capacidad de ser portador de la buena nueva de Dios para el hombre. Había
acusado a Duhamel de rechazar la buena nueva. Pero ¿no era acaso más bien Jean
Marie Barette que una vez fuera papa y servidor de los servidores de Dios el que
había fallado en presentar esa buena nueva con todo el amor y toda la fe necesarios?
Una vez más sintió la imperativa urgencia de abrirse a una nueva ola de fuerza y
autoridad. Su ensoñación fue interrumpida por la patrona que se detuvo frente a su
mesa para preguntar si estaba disfrutando con su comida. Él, con una sonrisa, la
felicitó.
—Me han atendido como a un rey, madame.
—En Gascogne diríamos más bien "alimentado como a la mula del Papa".
—Había en los ojos de ella un resplandor de diversión, pero él no se sentía en
ánimo de seguirle la broma. Preguntó:
—¿Puede decirme si la casa del señor Duhamel se encuentra lejos de aquí?
—En auto, más o menos diez minutos. Si quiere ir allá mañana, puedo hacer que
alguien de aquí lo conduzca. Pero debería telefonear primero, porque el lugar está
guardado como una fortaleza, por los hombres de la seguridad y por perros
especialmente entrenados.
—Estoy seguro de que el señor Duhamel me recibirá. Y desearía ir allá
inmediatamente después de la comida.
—En ese caso, llamaré a un taxi. El chofer podrá llevarlo y esperar para traerlo de
regreso.
—Gracias, madame.
—Por favor. Es un placer. —Limpió con grandes aspavientos, unas migas de la
mesa y dijo suavemente:
—Por supuesto, prefiero con mucho alimentar al papa que a su mula.
—Estoy seguro de que él estará encantado de visitarla, madame, sobre todo
cuando yo le haya dado plenas seguridades sobre su absoluta discreción.
—Respecto de eso —dijo madame dulcemente— todos nuestros clientes tienen
plena confianza en nosotros. El señor Duhamel nos ha enseñado que el silencio es

www.lectulandia.com - Página 227


oro… Como postre, le recomiendo las frambuesas. Vienen de nuestro propio jardín…
Terminó de comer sin prisa. Pensó que era semejante a un atleta que estuviera
compitiendo provisto de una ayuda secreta que, en el momento dado, le haría triunfar
en la carrera. Su consciente atención se desvió ahora de Duhamel para concentrarse
en su inválida mujer. Sintió como si ella estuviera extendiendo su mano en un intento
por alcanzarlo. Bebió el último sorbo de su café, caminó hacia la cabina del teléfono
y marcó el número privado que Duhamel le había dado. Contestó una voz de hombre.
—¿Quién habla, por favor?
—Aquí monsieur Grégoire. Me gustaría hablar con monsieur Duhamel.
—Me temo que no es posible.
—Entonces le ruego que le diga que estaré en su casa dentro de quince minutos.
—Creo que no sería conveniente. Madame está muy enferma. El doctor está aquí
con ella ahora y monsieur Duhamel está en conferencia con un visitante extranjero,
—¿Por favor, puede decirme su nombre?
—Charlot.
—Charlot, hace dos horas el señor Duhamel lo mencionó como un hombre de
confianza a quien yo podría recurrir en un momento de emergencia. Ahora se trata de
una emergencia, de manera que hará exactamente lo que le dije y dejará que el señor
Duhamel decida por sí mismo si mi visita es conveniente o no. Estaré allí en quince
minutos.
El taxi llegó en la mitad de una tormenta. El conductor era un hombre lacónico
que anunció sus condiciones para este tipo de servicio y luego se refugió en un
decidido silencio. Jean Marie Barette cerró los ojos y se concentró en disponer su
ánimo para lo que le sería pedido en el inminente encuentro.
La casa de Pierre Duhamel era una amplia mansión edificada en el estilo del
segundo Imperio, e inserta en un pequeño parque escondido detrás de una alta verja
de hierro forjado. La entrada principal estaba cerrada y un automóvil de la policía con
dos hombres de guardia se encontraba estacionado allí. Inmediato dilema. En el
teléfono se había identificado como el señor Grégoire. Si la policía solicitaba ver sus
papeles, se revelaría que era en realidad Jean Marie Barette, un visitante muy
comprometedor. Decidió recurrir a una pequeña estratagema. Bajó la ventanilla del
auto y habló al policía más próximo.
—Soy el señor Grégoire. Tengo una cita con el señor Duhamel.
—Espere un minuto —el policía cogió una radio de bolsillo y llamó a la casa.
—Un cierto señor Grégoire está aquí. Dice que tiene una cita.
Jean Marie no logró oír la respuesta, pero aparentemente satisfizo al policía, que
asintió y dijo.
—Lo esperan. Su identificación, por favor.
—He recibido instrucciones de no llevarla conmigo en esta ocasión. Podrá

www.lectulandia.com - Página 228


comprobarlo con el señor Duhamel.
El policía llamó de nuevo. Esta vez, antes que la voz de pase fuera por fin
enviada, el intervalo fue más largo. Luego los portales se abrieron automáticamente,
el policía le indicó que pasara y la entrada volvió a cerrarse tras él. El taxi no había
alcanzado a llegar al pórtico de la casa cuando la puerta de enfrente fue abierta por el
propio Pierre Duhamel que se estremecía de contenida ira.
—¡Por el amor de Dios, hombre! ¿Qué es esto? Paulette ha tenido un colapso.
Hay un hombre de Moscú en mi salón. ¿Qué demonios quiere?
—¿Dónde está su esposa?
—Arriba. El doctor está con ella…
—Lléveme donde ella.
—Vea. Ella está muy enferma.
—Lléveme donde ella.
Pierre Duhamel se quedó mirándolo como si fuera un extraño, y luego hizo un
leve, cansado gesto de rendición.
—Muy bien. Sígame, por favor.
Lo condujo escaleras arriba y empujó la puerta del dormitorio. Paulette Duhamel,
pálida y contraída, apoyada por todos lados por almohadones, yacía en el enorme
lecho de columnas. El médico a su lado verificaba su pulso. Duhamel preguntó.
—¿Algún cambio?
El galeno sacudió la cabeza.
—La paraplejia se ha extendido. Los reflejos son más débiles. Hay fluido en
ambos pulmones porque los músculos del sistema respiratorio están comenzando a
fallar. Podríamos tal vez ayudarla algo más en el hospital, pero no mucho… ¿Quién
es este caballero?
—Un viejo amigo. Un sacerdote.
—¡Ah! —El doctor pareció obviamente sorprendido, pero se mostró lleno de
tacto. —Entonces lo dejaré con ella. Ella oscila entre la conciencia y la inconsciencia.
Si hay cualquier cambio notorio, le ruego que me llame al instante. Estaré en la
habitación de al lado.
Con estas palabras, abandonó el cuarto. Pierre Duhamel dijo, con helada ira:
—No quiero ritos, nada de mumbo-jumbo. Si ella pudiera hablar, también los
rehusaría.
—No habrá ritos —dijo gentilmente Jean Marie Barette—. Me sentaré a su lado y
tomaré su mano. Si quiere, puede esperar, a menos que su visitante se impaciente.
—Será paciente —dijo rudamente Pierre Duhamel—. Me necesita. Este invierno,
se encuentra amenazado por el hambre.
Jean Marie no dijo nada. Acercó una silla a la cama, se sentó en ella, cogió la
delgada y caída mano de la mujer y la sostuvo entre las suyas. Pierre Duhamel, de pie

www.lectulandia.com - Página 229


junto al lecho presenció entonces una curiosa transformación. El cuerpo de Jean
Marie se puso rígido, los músculos de su rostro se tensaron de tal forma que, en la
media luz de la habitación parecían tallados en madera. Y algo comenzó a suceder,
que resultaba imposible traducir en palabras. Fue como si toda la vida del hombre
sentado al lado de la cama se hubiera retirado de las periferias de su cuerpo para
refugiarse en algún lugar secreto situado en el centro de sí mismo. Y durante todo
este tiempo Paulette yacía ahí, triste y encogida muñeca de cera, con los ojos
cerrados, la respiración superficial y llena de estertores, de tal manera que Duhamel
llegó a desear con todo su corazón que el suplicio cesara por fin y que aquella mujer
—esa mujer esencial y especial que durante toda su vida él nunca había dejado de
amar— pudiera por fin liberarse y escapar, como un pájaro de su jaula, de aquella
prisión.
Este deseo fue tan intenso que pareció detener el tiempo. Duhamel nunca supo,
después, si se había quedado allí durante segundos, minutos u horas. Miró una vez
más a Barette. Y vio que, una vez más su aspecto estaba cambiando; los músculos se
habían suavizado, las marcadas facciones se relajaron en una momentánea sonrisa.
Luego abrió los ojos y se dio vuelta hacia la mujer en la cama. Dijo con sencillez:
—Ahora puede abrir los ojos, madame.
Paulette Duhamel abrió los ojos e instantáneamente los enfocó en su marido al pie
de su lecho. Habló claramente, con voz débil pero firme.
—Hola, querido. Parece que nuevamente he estado haciendo tonterías.
Levantó los brazos para abrazarlo y lo primero que Duhamel notó fue que el
constante temblor que había sido característico de las últimas fases de la enfermedad,
había cesado. Se inclinó para besarla. Cuando se desprendió de ella, Jean Marie
Barette estaba en la puerta, conversando tranquilamente con el médico; éste avanzó
hacia el lecho, tomó el pulso de Paulette y auscultó una vez más su pecho. Cuando se
enderezó, sonreía con incertidumbre.
—¡Bien! ¡Bien! Creo que ahora podremos descansar un poco, especialmente
usted, madame. Parece que, por el momento, lo peor ha pasado. De todos modos es
conveniente que no se mueva. Por la mañana veremos el medio de arreglar este
problema respiratorio. Pero por ahora, Grâce à Dieu, la crisis ha sido superada. —Al
retirarse, caminando por el vestíbulo acompañado por Duhamel y Jean Marie, el
galeno se tornó más expansivo y voluble—. Con estas enfermedades, nunca se sabe.
Los colapsos súbitos no son demasiado comunes, pero suelen ocurrir, como ha
sucedido esta noche. Luego, con igual brusquedad, cesan. El paciente regresa a un
estado de euforia y la degeneración provocada por la enfermedad disminuye su
ritmo… He comprobado que a menudo una intervención religiosa, como la suya esta
noche, padre, o la administración de los últimos sacramentos, es susceptible de
producir en el paciente una gran paz, lo cual constituye en sí mismo una terapia… Tal

www.lectulandia.com - Página 230


vez recordarán que en la antigua isla de Cos…
Pierre Duhamel lo llevó diplomáticamente hasta la puerta y luego regresó donde
Jean Marie. Daba la impresión de un sonámbulo caminando en un país extraño. Al
mismo tiempo se mostraba curiosamente humilde.
—Ignoro lo que hizo o cómo lo hizo, pero creo que le debo una vida —dijo
Duhamel.
—No me debe nada. —Jean Marie habló con espartana autoridad—. Usted está
en deuda con Dios; pero desde el momento en que está en desacuerdo con Él, ¿por
qué no le paga a través de sus pequeños payasos?
—¿Qué le impelió a venir esta noche?
—A veces, así como les ocurre a los locos, oigo voces.
—No se ría de mí, monseñor. Estoy cansado, y mi noche está muy lejos de haber
terminado.
—Ahora me voy.
—Espere. Me gustaría que se encontrara con mi visitante.
—¿Está seguro de que él desea verme?
—Preguntémosle a él —dijo Pierre Duhamel, conduciéndolo hacia la biblioteca
para encontrar en ella a Sergei Andreivich Petrov, ministro de Agricultura de la
U.R.S.S.
Era un hombre bajo, voluminoso como un tonel, medio circasiano, medio
georgiano, que, habiendo nacido dentro de la autosubsistente economía del Cáucaso
comprendía no obstante, casi como por un instinto animal, los problemas de
alimentar a un continente que se extendía desde Europa hasta las fronteras chinas.
Saludó a Jean Marie con un apretón de manos propio a quebrar huesos y una tosca
broma.
—De manera que Su Santidad se ha quedado sin trabajo. ¿Qué está haciendo
ahora? ¿Asumiendo el papel de eminencia gris para nuestro amigo Duhamel?
La sonrisa que acompañó estas palabras intentaba borrar la intención que
comportaban, pero Duhamel se encaró bruscamente con él.
—Eso está fuera de lugar, Sergei.
—Sí, es una mala broma. Lo siento. Pero necesito obtener algunas respuestas para
Moscú. ¿Comeremos este invierno o deberemos contentarnos con raciones de
hambre? Nuestra discusión fue interrumpida, de manera que no estoy de muy buen
humor.
—Es culpa mía —dijo Jean Marie—. Llegué sin ser invitado.
—Y me regaló un milagro privado —dijo Pierre Duhamel—. La crisis de mi
mujer ha sido superada.
—Tal vez querrá hacer otro milagro para mí. Dios sabe cuánto lo necesito. —
Petrov giró en redondo para enfrentar a Jean Marie Barette. —Para Rusia, dos malas

www.lectulandia.com - Página 231


cosechas seguidas significan una catástrofe. Donde falta el cereal hay que matar al
ganado. Donde no hay reservas de granos nos vemos obligados a racionar a los
civiles con el objeto de poder alimentar al ejército. Ahora los canadienses y los
americanos han suspendido sus envíos de trigo, porque el trigo se ha transformado en
material de guerra clasificado. Los australianos están vendiendo todos sus excedentes
a China, de manera que aquí me tienen dando la vuelta al mundo para trocar barras de
oro por trigo… ¿Y me creerá que a pesar de eso me ha sido casi imposible encontrar
siquiera una fanega?
—Y si nosotros le vendemos trigo —añadió Duhamel coronando con un doloroso
comentario las palabras del otro—, nos transformamos inmediatamente para nuestros
vecinos y amigos, en los pérfidos franceses que rompen la solidaridad de Europa
Occidental y al mismo tiempo nos exponemos a las sanciones económicas de los
americanos.
—Si no consigo en alguna parte el alimento que busco, nuestro ejército tendrá la
excusa final que necesita para precipitar una guerra. —Se rió sin humor y dejó caer
los brazos en un gesto de desesperación—. De manera que he aquí un desafío para el
hacedor de milagros.
—Hubo un tiempo —dijo Jean Marie— en que mi intervención significó algo y
pudo ayudar al entendimiento entre las naciones. Pero ese tiempo pasó. Porque si
tratara ahora de inmiscuirme en asuntos de Estado, se apresurarían en eliminarme,
por loco.
—No estoy tan seguro de eso —dijo Sergei Petrov—. En estos momentos, el
mundo entero es una verdadera casa de locos. Y usted es lo suficientemente original
para representar la posibilidad de una oportunidad diferente… ¿Por qué no me llama
mañana a la Embajada? Me gustaría conversar con usted antes de regresar a Moscú.
—En ese caso —dijo Pierre Duhamel—, ¿por qué no lo llama usted mejor a la
Hostellerie des Chevaliers? A la central telefónica de su Embajada yo no le confiaría
ni siquiera mi lista del lavado, y estoy tratando por todos los medios a mi alcance de
proteger a mi amigo… Y ahora, Jean, le ruego que nos excuse… tenemos por delante
una larga noche.
Agitó el cordón de una campanilla que estaba cerca de la chimenea y unos
minutos más tarde Charlot estaba en la puerta, listo para acompañar al huésped hasta
el taxi. Jean Marie estrechó las manos de ambos hombres. Petrov dijo, con una
sonrisa:
—Si usted fuera capaz de multiplicar los panes, mañana mismo le daría mi cargo.
—Mi querido camarada Petrov —dijo Jean Marie Barette—, no puede esperar
que, habiendo borrado a Dios de su Manifiesto Comunista, Él se haga presente cada
vez que ustedes tienen una mala cosecha.
—Usted se la buscó, Sergei —Pierre Duhamel rió y luego se dirigió a Jean Marie

www.lectulandia.com - Página 232


—. Pasaré mañana a verlo llevando los documentos… Y tal vez para entonces haya
encontrado las palabras para darle las gracias.
—Mañana por la mañana tengo una reunión en el banco de mi hermano. Espero
estar de regreso temprano después del almuerzo. Buenas noches, caballeros.
El impasible Charlot lo acompañó hasta la puerta. El taxista dormitaba. El coche
de la policía continuaba estacionado en el portal de entrada del parque. A lo lejos,
más allá del jardín, oyó el ahogado ladrido de los mastines y los hombres de la
seguridad, que revisaban el perímetro, espantaron a un zorro fuera de su guarida.

Cuando finalmente terminó sus oraciones y sus preparativos para acostarse, era ya
más de la una de la madrugada. Se sentía desesperadamente cansado pero no obstante
permaneció largo rato tendido, despierto, tratando de comprender la extraña
transcendente lógica de los acontecimientos de la tarde. Dos veces —la primera con
Carl Mendelius y ahora con Paulette Duhamel— había experimentado esta infusión
del espíritu, esta capacidad de ofrecerse a sí mismo como elemento conductor de este
espíritu, de manera de procurar a otros este regalo de la seguridad y de la paz.
La sensación era completamente diferente de aquélla que se asociaba con el
éxtasis y las revelaciones de la visión. En aquel caso él había sido, por decirlo así,
prácticamente arrebatado fuera de sí mismo, sujeto a una iluminación, dotado de un
conocimiento que no había ni deseado ni solicitado. El efecto de todo ello había sido
instantáneo y permanente y lo había marcado para siempre.
La infusión del espíritu era al contrario un fenómeno transitorio Se originaba en
un impulso de piedad o de amor o aun en la simple comprensión de la profunda
necesidad de alguien. Se producía entonces una empatía, más aún, un cierto modo de
identidad entre él y la persona necesitada. Era él quien imploraba, en virtud de los
méritos del Hijo Encarnado, la merced del Padre invisible, y era él mismo quien se
ofrecía como el vehículo a través del cual pudieran pasar los dones del Espíritu. No
había en todo ello nada de milagroso, nada de magia o de taumaturgia. Era solo un
acto de amor, instintivo e irrazonado que hacía posible la renovación del don.
Pero a pesar de que el acto implicaba una libre entrega de sí mismo, el impulso
que lo originaba venía de otra parte. No podía explicar por qué, por ejemplo, se había
ofrecido como mediador por Paulette Duhamel y no por Sergei Petrov, que,
objetivamente considerado era más importante, ya que de él dependían vastas
consecuencias: hambre, pestilencia y guerra. Petrov hacía bromas sobre los milagros,
pero la verdad era que necesitaba desesperadamente el milagro mismo del que se reía.
Si se le ofreciera tan sólo la mitad del equivalente de la ración de invierno estaría
dichosamente dispuesto a cantar la Doxología con el Patriarca de Moscú.
De manera que ¿de dónde venía la diferencia? ¿Por qué la irresistible, inmediata
atracción hacia la persona frágil, y la fácil, espontánea negativa a la otra? La acción

www.lectulandia.com - Página 233


no correspondía a ningún juicio previo, a un acto consciente, sino por el contrario, se
trataba de una respuesta irrazonada: la varilla inclinándose al viento, el ganso
migratorio respondiendo al extraño llamado ancestral que lo hacía partir hacia
mejores cielos antes de la llegada del invierno.
En una ocasión, hacía ya mucho tiempo, cuando no era aún sino uno de los
miembros más jóvenes del Sacro Colegio, había caminado con Carl Mendelius en el
jardín de una villa que miraba hacia el lago Nemi. Era uno de aquellos días mágicos,
en que el aire vibraba con el zumbido de las cigarras, las vides se inclinaban
colmadas de futuro vino, el cielo resplandecía sin nubes, y los pinos levantaban sus
apretados batallones a lo largo de las lomas. Mendelius lo había impactado con una
extraña proposición:

"… Todas las idolatrías surgen de una búsqueda, de un deseo por el orden.
Queremos ser limpios como los animales. Marcamos nuestro territorio con
almizcle y excrementos. Organizamos una jerarquía, como las abejas, y una ética,
como los antes. Y elegimos dioses que coloquen sobre nuestras creaciones el sello
de su aprobación… Lo único que no podemos dominar es el desorden del
universo, el aspecto lunático de un cosmos cuyo término no se divisa, cuyo origen
es desconocido y que, a pesar de su estridente dinámica parece carecer de
sentido… La monstruosa indiferencia que manifiesta ante nuestros temores y
nuestras agonías nos resulta intolerable… Los profetas nos ofrecen esperanzas,
pero sólo el hombre-dios es capaz de reconciliar la paradoja haciéndola tolerable
y es por eso que la venida de Jesús constituye un acontecimiento salvador y
curativo. Porque nos sobrepasa. Librados a nuestros propios medios, habríamos
sido incapaces de crearlo.
"Y, precisamente porque es signo de contradicción, es verdaderamente signo
de paz. Su carrera no es sino un breve y trágico fracaso. Muere deshonrado, pero
entonces, extrañamente, vive. Él no es sólo ayer, es también hoy y mañana. Está
disponible para el humilde y para el poderoso… Pero contemple lo que los
hombres hemos hecho con Él. Hemos inflado su sencilla enseñanza con las
burbujas de jabón de la filosofía, hemos transformado su familia de creyentes en
una burocracia imperial, justificada solamente porque existe y porque
desmantelarla provocaría un cataclismo. El hombre que se proclama a sí mismo
guardián de su Verdad vive en un palacio rodeado por varones célibes —como
usted y yo, Jean— que jamás han ganado un céntimo con el trabajo de sus manos,
que nunca han secado las lágrimas de una mujer o se han sentado junto al lecho
de un niño enfermo esperando toda la noche por la llegada del alba… Si alguna
vez, Jean, lo hacen a usted papa, guarde una parte de sí mismo, aunque sea
pequeña, para un amor privado. Si no lo hace, lo convertirán en un faraón,

www.lectulandia.com - Página 234


momificado y embalsamado en vida…"

El paisaje de verano de los montes Albanos se disolvió en los contornos de la


región soñada. El sonido de la voz de Mendelius se fue desvaneciendo detrás del
canto de los ruiseñores en el jardín de la Hostellerie. Jean Marie Barette, dispensador
de misterios que lo sobrepasaban, cayó en un profundo sueño.

www.lectulandia.com - Página 235


Capítulo 10
Despertó sintiéndose renovado e inmediatamente lamentó haber contraído ese
compromiso con esos agentes del dinero. Extendió la mano hacia el teléfono para
llamar a Alain y cancelar la cita con los fideicomisarios pero luego lo pensó mejor y
resolvió mantenerla. Recién llegado al mundo y ya puesto en cuarentena como
portador de contagio, no podía darse el lujo de perder ninguna línea de comunicación.
En esta última década del siglo los banqueros eran, de todos los grupos humanos,
el mejor equipado para llevar la bitácora de los progresos de la enfermedad mortal de
la humanidad. Al final de cada día sus computadoras contaban la historia y no había
caudal de retórica capaz de influir en el sombrío y helado texto: el oro que subía, el
dólar que bajaba, los metales raros cuyo valor se inflaba, las previsiones futuras sobre
los precios del petróleo, de los cereales y de la cebada subiendo hasta perforar los
techos de los niveles conocidos y aceptados, las acciones bailando sin control y la
lenta erosión semanal de la confianza pública caminando inexorablemente hacia el
instante del pánico.
Jean Marie Barette recordó sus largas sesiones con los financistas del Vaticano y
el desolado cuadro que emergía de sus cabalísticos cálculos. Compraban oro y
vendían acciones de minas, porque, decían, era lo que aconsejaba el mercado. La
verdad era que las guerrillas negras de África del Sur eran fuertes, bien entrenadas y
bien armadas. Y si eran capaces de hacer volar refinerías de petróleo, con mayor
razón aún podían hacer estallar las galerías de los profundos túneles de las minas. De
manera que uno compraba el metal y se libraba de los valores amenazados. Uno de
los más poderosos argumentos que se había opuesto a la publicación de su encíclica
era aquél que afirmaba que ella provocaría pánico en los mercados de capitales del
mundo y expondría así al mismo Vaticano a una enorme pérdida financiera.
Jean Marie había emergido de cada una de aquellas reuniones con la conciencia
desgarrada, porque sus expertos financieros —todos ellos clérigos— así como todos
los que operaban en aquel mismo campo, se veían forzados a especular sin hacer
distinciones entre lo moral y lo inmoral. Este era uno de los pocos aspectos de la vida
de la Iglesia en que él había aprobado el secreto, aunque sólo fuera porque no había
forma de justificar, a veces ni siquiera de explicar, las manchas de sangre que
conllevaba cada balance, ya sea que éstas provinieran de la explotación de los
trabajadores, de despiadadas negociaciones en el mercado o del dinero de un villano
reformado que compraba su pasaje al cielo.
El complejo financiero que su padre había levantado para preservar la fortuna que
había acumulado para su familia, era bastante considerable. La parte de acciones que
correspondía a Jean Marie se administraba en una forma especial. El capital inicial no
podía ser tocado, pero los dividendos e incrementos estaban a su disposición. Durante

www.lectulandia.com - Página 236


el tiempo en que él se había desempeñado como párroco y más tarde como obispo,
aquellas rentas se habían destinado íntegramente a las obras relacionadas con el
bienestar de su feligresía. Al transformarse en papa había usado este dinero para
ayudar a hacer donaciones a gente que se encontraba en situación de crisis personal.
El siempre había creído y continuaba creyendo, que si bien las reformas sociales sólo
podían ser llevadas a cabo por organizaciones efectivas y sólidamente financiadas, no
existía ninguna clase de sustituto para el acto de compasión, para la secreta
afirmación de hermandad con los afligidos. Ahora había llegado el momento en que
él mismo debía reclamar lo que necesitaba para mantenerse. Tenía sesenta y cinco
años, carecía de empleo, estadísticamente no era empleable y necesitaba de un
mínimo de libertad para dar a conocer la palabra que le había sido confiada.
Los fideicomisarios con los que tendría que enfrentarse eran cuatro. Cada uno de
ellos formaba parte del más antiguo y selecto grupo de un importante banco. Alain
los presentó con la ceremonia apropiada al caso: Sansom, del Barclays, Winter del
Chase; Lambert del Crédit Lyonnais, madame Saracini del Banco Ambrogiano
All'Estero.
Todos mostraron mucho respeto y algo de cautela. Estas casas en que habitaba el
dinero eran en verdad muy extrañas, así como era curiosa la forma en que el poder
era controlado a veces por las manos más inesperadas. Además sentían que habían
sido llamados para dar cuenta de su administración de fondos y se estaban
preguntando cuan grande —o pequeña— sería la capacidad de este ex-papa para leer
un balance y discernir a través de sus líneas las pérdidas o las ganancias.
Madame Saracini habló en nombre de todos: era una mujer alta, cercana a los
cuarenta, de piel cetrina, vestida de lino azul con encajes en el cuello y en las mangas.
Su única joya consistía en un anillo de boda y un broche de oro con aguamarinas
prendido en la pechera. Hablaba francés con un dejo de acento italiano. Poseía
también un agudo sentido del humor y parecía preparada para ejercitarlo. Preguntó
inocentemente:
—Le ruego que me perdone, pero ¿cómo debo dirigirme a usted? No puedo darle
el título de Santidad. ¿Será entonces eminencia o monseñor? Porque tampoco puede
ser padre Jean.
Jean Marie rió.
—Dudo que pueda existir al respecto ningún tipo de protocolo. Celestino V fue
forzado a abdicar y más tarde, después de muerto, fue canonizado. Aún no he muerto,
de manera que eso no se aplica ahora a mí. Y ciertamente soy menos que una
eminencia. Por otra parte siempre he pensado que el título de monseñor es una
innecesaria reliquia de la monarquía. De manera que, puesto que estoy viviendo
como una persona privada, sin ningún tipo de misión canónica, ¿por qué no llamarme
simplemente monsieur?

www.lectulandia.com - Página 237


—No estoy de acuerdo, Jean. —Alain estaba claramente impactado por la
sugerencia de su hermano. —Después de todo…
—Después de todo, querido hermano, tengo que vivir en mi propia piel y deseo
vivir cómodamente… Ahora, madame, usted tendrá la bondad de explicarnos los
misterios del dinero.
—Estoy segura —dijo madame Saracini sonriendo— de que sabe muy bien que
en esto no hay misterio alguno, sino sólo los problemas relativos a mantener intacto
el capital de base y una renta que se adelante a la inflación… Esto implica una
administración a la vez vigilante y activa. Felizmente para usted, tiene ambas cosas,
ya que su hermano es un excelente banquero… El capital existente al final del último
año financiero oscila alrededor de los ocho millones de francos suizos. Como puede
ver, el capital está dividido en porciones eminentemente estables: el treinta por ciento
está invertido en propiedades, urbanas o rurales, veinte por ciento en acciones, veinte
por ciento en bonos de primera clase, diez por ciento en obras de arte y antigüedades,
y el restante veinte por ciento líquido en oro y dinero a interés a corto plazo… Como
puede ver es una distribución bastante razonable y que además es susceptible de ser
alterada con relativa facilidad. Si tiene algún comentario, le ruego que lo haga.
—Tengo una pregunta —dijo brevemente Jean Marie—. Estamos amenazados
por una guerra. ¿Cómo intentamos proteger nuestros haberes?
—En lo que se refiere a los títulos comerciales —dijo el hombre del Chase—,
tenemos el sistema más moderno de almacenaje y recuperación, triplicado y a veces
cuadruplicado en áreas estratégicamente protegidas. Hemos erigido un código común
—como parte de una práctica interbancaria— que nos permite proteger a nuestros
clientes contra la pérdida de documentos. El oro, por supuesto está siempre destinado
a ser almacenado en bóvedas. La tierra rural constituye un valor perenne. Los
desarrollos urbanos serán arrasados, pero, aquí, una vez más, los seguros de guerra
tienden a favorecer a las grandes compañías. Las obras de arte y las antigüedades, así
como el oro, son un problema de adecuado almacenamiento. Tal vez le interesará
saber que, durante estos últimos años, hemos estado comprando minas abandonadas y
transformándolas en bóvedas de seguridad…
—Me siento muy confortado con esta noticia —dijo Jean Marie Barette con seca
ironía—. Me pregunto por qué no ha sido igualmente posible invertir la misma
cantidad de imaginación y de dinero para la protección de los ciudadanos contra las
bombas y los gases venenosos. Me pregunto por qué nos sentimos tan preocupados
con la recuperación de los títulos comerciales y tan poco en cambio con los
proyectados asesinatos en masa de los inválidos y de los incompetentes.
En la sala reinó un momento de espantado silencio, hasta que, con helada furia,
Alain Barette contestó a su hermano.
—Te diré por qué, hermano Jean. Es porque nosotros, al revés de lo que hacen

www.lectulandia.com - Página 238


tantos otros, guardamos fidelidad a nuestros clientes y mantenemos vivo el pacto que
hicimos con ellos; y no olvides que tú eres uno de nuestros clientes. Otros podrán
hacer las cosas mal, monstruosamente mal, pero no nos culpes por hacerlas bien.
Creo que nos debes, a mis colegas y a mí, una excusa por lo que has dicho.
—Tienes razón, Alain —dijo Jean, contestando gravemente al reproche de su
hermano—. Te ruego que me perdones y ustedes también, madame, caballeros…
Confío en que me permitirán que les ofrezca una explicación. Ayer recibí un impacto
muy fuerte, que me impresionó hasta los mismos huesos. Me enteré de que aquí, en
mi patria, se están haciendo planes para eliminar, en cuanto estalle la guerra, a todos
los impedidos… ¿Alguno de ustedes sabe algo sobre esto?
El hombre del Crédit Lyonnais apretó los labios como si un ácido le estuviera
quemando la lengua.
—Hay una gran cantidad de rumores circulando. Algunos están basados en
hechos, pero los hechos no siempre pueden ser claramente comprendidos. Si se
calcula que una simple bomba atómica matará a un millón de personas y contaminará
al mismo tiempo una periferia mucho mayor que el lugar destruido por la bomba
misma, entonces es preciso pensar en alguna forma de muerte misericordiosa para los
sobrevivientes sin esperanza… En el caos general ¿quién trazará las líneas divisorias
entre el bien y el mal? Será preciso dejar la decisión en manos de aquél que esté a
cargo del área, quienquiera que sea.
El hombre del Barclay fue algo más sutil y también más cortés:
—Mi querido señor, el escenario del caos que describe tan bien en sus propios
escritos, guarda una notable semejanza con aquél que han preparado nuestros
gobiernos. La diferencia está en que nuestros gobernantes han sido elegidos y en
consecuencia están llamados a proveer los remedios prácticos para el caso, de manera
que no pueden darse el lujo de moralizar con respecto a este caos. Usted mismo, si se
encontrara en la primera línea de recepción de heridos en un hospital de guerra, no
estaría en condiciones de moralizar sobre las prioridades en la atención que se les
puede conceder. El cirujano que camina a lo largo de la fila de heridos, es, en este
caso, el único dueño de la vida y de la muerte. Operen a este porque sobrevivirá; este
otro, segundo de la lista, puede sobrevivir, y a este tercero, que se le dé un cigarrillo y
una inyección de morfina, porque morirá. Y ahora, a menos que usted se encuentre
aún bajo la tremenda tensión de semejante adjudicación, considero que no tiene nada
que decir ni que hacer en este caso inmediato…
Antes que Jean Marie alcanzara a rebatir este último argumento, madame Saracini
acudió en su ayuda. Dijo, con suave humor:
—Mi querido monsieur Barette, como puede ver, hasta este momento usted ha
llevado una vida muy protegida. Pero debe comprender que hace ya algunos millones
de años que Dios dejó de fabricar nuevas tierras. De manera que si tiene alguna

www.lectulandia.com - Página 239


propiedad que defender, defiéndala. El petróleo, así como todos los combustibles
fósiles, se está acabando. Rembrandt ha muerto y también Gauguin. No hay más
cuadros de ellos que los que pintaron. Pero nosotros, los seres humanos, la verdad es
que ¡puf! ¡Somos demasiados! Estamos preparados y casi implorando por un
genocidio, y si la matanza es un tanto exagerada, pues bien, muy pronto
comenzaremos a reverdecer de nuevo, con la ayuda de algunas espermas bancadas
que para eso mismo están guardadas en las bóvedas de nuestros bancos.
Había logrado transformar la discusión en esta comedia negra con tanto acierto,
que no tuvieron otra alternativa sino la de reírse; luego, cuando la tensión se hubo
relajado, ella se sumió en la explicación del informe que dejaba muy en claro que
Jean Marie podía vivir como un rey con las rentas de que disponía. El agradeció su
cortesía, pidió disculpas por su falta de modales y les comunicó que sólo sacaría el
dinero necesario para sus necesidades personales y dejaría que el resto se multiplicara
a sí mismo hasta el día del juicio final.
Los hombres del Barclay y del Chase se despidieron. Madame Saracini se quedó.
Alain la había invitado para que formara el cuarto en el almuerzo con Odette, Jean
Marie y él mismo. Mientras esperaban a Odette, Alain sirvió cherry y los dejó solos
para hacer un llamado a Londres. Madame Saracini levantó su vaso en un silencioso
brindis y luego le administró un frío reproche:
—Se mostró realmente muy desagradable con nosotros. ¿Por qué?
—No lo sé. Repentinamente fue como si estuviera viendo, en una pantalla
dividida, dos imágenes al mismo tiempo: todas esas computadoras muy protegidas en
sus cavernas subterráneas y, arriba, los cuerpos de los niños quemados frente a una
heladería.
—Mis colegas no le perdonarán. Usted los hizo sentirse culpables.
—¿Me perdonará usted?
—Sucede que yo estoy de acuerdo con usted —dijo Madame Saracini— pero yo
no puedo hacer ataques frontales. Soy la muchacha que primero los hago reír y sólo
en seguida les muestro la verdad. Así, su virilidad no se siente amenazada.
—La información que les comuniqué ¿es verdadera o falsa?
—¿Acerca de la eutanasia para los incompetentes? Verdadera, por supuesto, pero
jamás estará en condiciones de probarlo, porque, en alguna forma extraña y
subconsciente, toda Europa está participando de esta conspiración. Cuando las cosas
se pongan demasiado horribles queremos tener alguna puerta de salida, alguna forma
de escape para nosotros y para los que amamos.
—¿Tiene hijos, madame ?
—No.
—¿Y su marido?
—Murió un año después de nuestro matrimonio.

www.lectulandia.com - Página 240


—Perdóneme. Nunca fue mi intención entrometerme en lo suyo.
—No se preocupe. Me alegro al contrario de que se haya interesado lo suficiente
como para preguntar por mi vida. Y a propósito, creo que conoció a mi padre.
—¿Lo conocí?
—Se llamaba Vittorio Malavolti. Está en la cárcel, cumpliendo una sentencia de
fraude bancario. Según mis recuerdos, gestó una serie de transacciones para el
Vaticano y les costó a ustedes una buena cantidad de dinero también…
—Sí, recuerdo. Espero que usted haya podido olvidar.
—Por favor. No sea formal conmigo. No quiero olvidar. Amo a mi padre. Era un
genio financiero y fue manipulado por unos cuantos hombres a los que aún continúa
protegiendo. Yo trabajé con él. Y él me enseñó todo lo que sé sobre negocios
bancarios. El me dio la limpia base de donde partir, con dinero limpio. Compré el
Banco Ambrogiano All'Estero en el momento en que no era, en Chiasso, sino un
barco que hacía agua por todos lados. Lo refloté, lo puse en orden, hice algunas
alianzas importantes y cada año pago un cinco por ciento de las deudas personales de
mi padre, de manera que cuando salga de prisión, si es que llega a salir, pueda
caminar por la calle como un hombre…
“Y esto me recuerda que debo decirle que no se atreva a sentirse superior a su
hermano. El me ayudó a partir, él me colocó en este cargo de confianza de su
complejo financiero. Si a veces se comporta como un tonto es porque está casado con
la mujer inadecuada. Pero papa o no papa, esta mañana él lo puso a usted en su lugar.
Eso merece el respeto de cualquiera.
La vehemencia de ella lo impresionó. Le temblaba la mano y un hilillo de licor se
derramaba por el borde de su vaso. El le ofreció su pañuelo para limpiar el vaso y
preguntó blandamente:
—¿Por qué está tan enojada conmigo?
—Porque no tiene idea de lo importante que usted es, especialmente ahora que ha
dejado su cargo. Esos artículos que se publicaron sobre usted en los diarios, le han
granjeado el cariño de la gente. Aun los que no están de acuerdo lo respetan y lo
escuchan. Sansom, el hombre del Barclay, le citó esta mañana sus propias palabras, y
créame que él escasamente lee algo que no sean las páginas financieras de los diarios
adecuados… De manera que cuando usted dice algo desagradable, hace que mucha
gente se sienta desilusionada.
—Trataré de recordarlo —dijo Jean Marie. Y agregó con una sonrisa—. Hace ya
mucho tiempo que nadie me pegaba en los nudillos.
Ella enrojeció como una colegiala y se disculpó.
—Tengo una lengua demasiado viva y además una especie de interés de
propietario.
—¿Lo tiene, realmente?

www.lectulandia.com - Página 241


—Por allá por el siglo XIV la familia de mi marido y la mía eran amigos y
corresponsales de los Benincasa y de la misma Santa Catalina. Ellos la ayudaron en
los esfuerzos que ella hizo para obtener que su homónimo Gregorio XI regresara de
Avignon… ¡Ocurrió hace tantos años! Pero nosotros, los de Siena, hemos sido
siempre muy celosos de nuestra historia, y a veces, incluso algo místicos en lo que a
ella se refiere —dejó el vaso sobre la mesa, buscó en su cartera y extrajo de ella una
libreta de notas—. Déme su teléfono y su dirección. Quiero hablar de nuevo con
usted.
—¿Sobre algo en particular?
—¿Sería mi alma inmortal un tema suficientemente importante?
—Con toda seguridad. —Con una sonrisa él reconoció la derrota y le dio la
información pedida.
Y, por el momento al menos, ese fue el fin de su conversación. Alain llegó
acompañado de Odette, elegante, cara, dejando caer nombres como gotas de lluvia de
verano. Alain dio una mirada cómplice a Jean Marie y luego lo dejó a cargo de
soportar el monólogo de Odette hasta que llegaron al restaurante. El almuerzo
transcurrió en un ambiente desasosegado e incómodo. La charla fue completamente
dominada por Odette, con esporádicas y débiles intervenciones de Alain para impedir
o atenuar algunas de las más evidentes manifestaciones de la vanidad de su esposa.
Madame Saracini se fue antes del café. Odette dio un respingo y emitió un desdeñoso
comentario.
—Extraordinaria mujer. Bastante atractiva. A la manera italiana, por supuesto. Me
pregunto cómo habrá arreglado su vida doméstica y privada desde la muerte de su
marido.
—Lo que ella haga con su vida no te concierne en absoluto —dijo Alain—.
Concentrémonos más bien en ser una familia reunida. ¿Qué planes tienes, Jean, de
aquí en adelante? En el caso de que te dispongas a quedarte en Francia, necesitarás
algún sitio de residencia permanente, un apartamento, una dueña de casa…
—Cualquier arreglo de ese tipo sería ahora prematuro. Todavía soy una figura
pública y obviamente, comprometedora para mis antiguos amigos. Al menos por un
tiempo creo preferible continuar viajando.
—Creo que también es preferible que, por el momento, guardes silencio —dijo
Alain caprichosamente—. Estabas acostumbrado a las grandes declaraciones hechas
desde la cima de la montaña, pero ya no te es posible continuar haciéndolas. Lo que
dijiste en nuestra reunión de esta mañana será esta noche el comentario de la ciudad.
Y es por eso que te ataqué como lo hice. No puedo correr el riesgo de verme asociado
a ningún tipo de charla subversiva… Es mucho más peligroso de lo que tú crees.
Odette intervino, positiva y omnisciente como siempre.
—Alain tiene toda la razón. Justamente la noche pasada estaba conversando con

www.lectulandia.com - Página 242


el ministro de Defensa, que es un hombre muy atrayente, aunque su mujer sea
imposible. Dijo que lo que necesitábamos ahora no era controversia sino mucho
trabajo razonable y sensato, del orden, de mucha diplomacia y negociaciones
tranquilas, mientras las fuerzas armadas se preparan.
—Entendámonos —dijo firmemente Jean Marie Barette—: yo me hice sacerdote
con el objeto de predicar y dar a conocer la palabra de Dios, la buena nueva de la
salvación. Y eso no es algo que pueda ser manejado de manera prudente o segura o
aun bondadosa. Y debo darles a ustedes el mismo mensaje que intento predicar al
resto del mundo. La batalla entre el bien y el mal ya ha comenzado, pero el hombre
bueno es mirado como un tonto, en tanto que el mal se esconde tras el rostro de un
hombre prudente y sabio y justifica el asesinato con estadísticas impecables.
—No es eso precisamente lo que dice nuestro cardenal. —Odette, como siempre,
estaba lista para la controversia—. El domingo último dio por televisión un sermón
sobre el dinero que había que pagar al César. Explicó que era un problema de
prioridades. Obedecemos a la ley como una forma de servir a Dios, y si al hacerlo,
cometemos errores, pero en toda buena fe, Dios comprende.
—Estoy seguro de que Dios comprende, querida mía —dijo Jean Marie— y estoy
asimismo seguro de que el cardenal tiene sus propios y poderosos motivos para ser
tan blando, pero eso no basta. No es ni siquiera la mitad de lo que se necesita.
—Debemos irnos —dijo Alain diplomáticamente—. A las dos y media tengo una
reunión con el ministro de Finanzas. Desea nuestras recomendaciones e ideas sobre la
mejor forma de lanzar una emisión de Bonos de la Defensa.

Se había prometido a sí mismo que se ofrecería una tarde de agrados sencillos y


privados, una hora registrando libros a lo largo de los muelles, una pequeña caminata
entre los artistas de la Place du Tertre. Hacía mucho tiempo que estaba ausente y este
era su hogar. Y el hecho de que su propia familia se mostrara difícil no era motivo
suficiente para impedirle disfrutar de lo que pudiera ofrecerle su propia patria.
Su exploración de los libreros del Sena resultó todo un éxito. Encontró una
primera edición de las Fêtes Galantes de Verlaine, con un cuarteto autografiado en el
interior de la cubierta. Siempre se había sentido atraído por Verlaine cuya imagen,
evocada, despertaba en él dormidos fantasmas: el triste y perdido borracho que
escribía cantos dignos de un ángel y vivía con Rimbaud en el infierno y quien, si en
el mundo existiera alguna justicia, debería más bien encontrarse sentado en un escaño
a los pies del Altísimo cantando himnos de gozo.
La Place du Tertre comenzó por ser una desilusión. Los pintores necesitaban
comer y los turistas tenían que llevar a casa algún recuerdo de París. La consecuencia
se reflejaba en las pinturas, que eran cínicamente vulgares. Pero en el último y menos
favorecido rincón de la plaza dio con una novedad: una muchacha de unos veinte

www.lectulandia.com - Página 243


años, enana y contrahecha, vestida de pantalones y camisa, dibujaba sobre un plato
con una punta de diamante. En una mesa, a su lado, reposaban algunos ejemplares de
su trabajo: un copón, un espejo, una fuente redonda. Jean Marie cogió el copón y lo
examinó. La muchacha le advirtió ásperamente.
—Si se le cae y lo quiebra, deberá pagármelo.
—Tendré mucho cuidado. Es muy hermoso. ¿Qué representa el dibujo? —
preguntó Jean Marie.
Ella vaciló un momento, como temerosa de una burla, y luego explicó.
—Lo llamo la copa del cosmos. La copa misma tiene forma de círculo, símbolo
de la perfección. La parte de abajo representa el mar, olas y peces; la de arriba
significa la tierra, trigo y vino. Es así una representación del cosmos…
—¿Y dónde están los hombres en este cosmos?
—Los hombres beben de la copa.
La imaginación demostrada por la muchacha le gustó. Se preguntó hasta qué
punto sería ella capaz de embellecer su propio cuento. Volvió a interrogarla.
—¿Figura también Dios en este dibujo?
Ella le lanzó una rápida, suspicaz mirada.
—¿Es importante?
—Por lo menos, es interesante.
—¿Es usted cristiano? —Jean Marie rió.
—Sí, lo soy, aunque no lo parezca.
—Entonces debe saber que el pez, el vino y el pan son símbolos de Cristo y de la
Eucaristía.
—¿Cuánto vale esta copa?
—Seiscientos francos. —Luego agregó defensivamente: —Ese dibujo representa
mucho trabajo.
—Sí, me doy cuenta. Bueno, lo llevaré. ¿Podría envolverlo para que no se
quiebre?
—Sí. No será muy elegante, pero sí bastante seguro.
Dejó el trabajo que estaba haciendo y comenzó a empacar la copa en una sucia
caja de cartón llena de desechos plásticos. Jean Marie, mirándola trabajar, observó
cuan delgada se veía, y cómo al menor esfuerzo, el sudor perlaba sobre sus sienes;
notó que sus manos temblaban al manejar el frágil objeto. En el momento de pagarle,
él dijo:
—Soy un coleccionista muy sentimental. Siempre me ha gustado celebrar mi
compra con el artista. ¿Querría acompañarme a beber algo y a comer un emparedado?
Ella le lanzó de nuevo aquella cautelosa mirada de soslayo y dijo, cortante:
—Gracias, pero ya ha pagado un buen precio. No tiene por qué hacerme ningún
favor.

www.lectulandia.com - Página 244


—Al contrario, yo le estaba rogando a usted que me hiciera el favor a mí —dijo
Jean Marie Barette—. He tenido una mañana muy dura y un almuerzo bastante
incómodo. Estoy muy contento de tener a alguien con quien hablar. Además, el café
está sólo a tres pasos de aquí.
—¡Oh! Muy bien.
Depositó el paquete en las manos de él, llamó a un pintor vecino para que vigilara
su mesa durante su ausencia y caminó al lado de Jean Marie hasta el café de la
esquina de la Place. Tenía una curiosa manera de andar a saltos por lo que, a cada
paso que daba, prácticamente giraba sobre sí misma. La curva de su espina dorsal era
muy pronunciada y su cabeza, bella como la de un elfo, no calzaba con el resto de su
cuerpo, como si fuera obra de un escultor borracho que la hubiera dejado inconclusa.
Ordenó café, un cognac, jamón y un huevo duro. Comió con voracidad en tanto
que Jean Marie jugaba con un vaso lleno de agua de Vichy y se esforzaba por
mantener la conversación.
—Esta tarde tuve un golpe de suerte. Encontré una primera edición de las Fêtes
Galantes de Verlaine.
—¿Colecciona libros también?
—Me gustan las cosas bellas; pero éstos son regalos para otras personas. Su copa
está destinada a una señora que vive en Versalles y que sufre de esclerosis múltiple.
Le escribiré y le explicaré el simbolismo del diseño…
—Puedo ahorrarle el esfuerzo. He escrito yo misma algo explicando mi diseño.
Se lo daré antes que se vaya…
Extraño que me preguntara cuál era, en mi diseño, el lugar de Dios.
—¿Por qué extraño?
—Porque mucha gente encuentra que el tema es embarazoso.
—¿Y usted qué piensa?
—Oh, yo hace mucho tiempo que dejé de avergonzarme. Acepto el hecho de que
soy una extravagancia de la naturaleza. Dar por sentado que soy una rareza facilita las
cosas tanto para mí como para la gente. Pero a veces, no deja de ser duro. Porque a la
Place llegan, naturalmente, toda suerte de personas extrañas. Y no falta quien desea
acostarse con una mujer contrahecha. Es por eso que comencé siendo algo cortante
con usted. Algunos de los tipos raros tienen aún más edad que usted.
Jean Marie echó la cabeza atrás y rió hasta que las lágrimas corrieron por sus
mejillas. Finalmente se controló lo suficiente para balbucear.
—¡Dios santo! ¡Y pensar que tuve que regresar a Francia para oír esto!
—¡Por favor! ¡No se ría de mí! Las cosas pueden ser muy duras, aquí, créamelo.
—Le creo. —Jean Marie se reponía poco a poco de su ataque de risa—. Ahora,
¿le importaría decirme su nombre? —Está firmado en la pieza que le vendí: Judith.
—¿Judith qué?

www.lectulandia.com - Página 245


—Judith solamente. En la comunidad sólo usamos nombres de pila.
—¿La comunidad? ¿Es usted entonces una monja?
—No exactamente. Somos una docena de mujeres que vivimos juntas. Todas
tenemos algún defecto que, de alguna manera, hace de nosotras impedidas, aunque no
se trate en todos los casos de impedimentos físicos. Compartimos lo que ganamos.
Nos ayudamos mutuamente. Constituimos también una especie de refugio para
muchachas jóvenes del sector que se encuentran en apuros. Todo parece muy
primitivo y lo es. Pero resulta muy satisfactorio y nos acerca —por lo menos así lo
sentimos— a la idea de una comunidad cristiana primitiva. —Por primera vez una
sonrisa iluminó la cara de la muchacha. —Por el precio que usted ha pagado hoy,
merece ser recordado a la hora de la oración de la cena. ¿Cómo se llama usted? Me
gusta llevar una lista de las personas que han comprado mis obras.
—Jean Marie Barette.
—¿Es usted alguien importante?
—Sólo le pido que me recuerde a la hora de la oración de la cena —dijo Jean
Marie Barette—. Pero dígame algo más: ¿cómo comenzó esta comunidad de ustedes?
—Fue en realidad algo muy curioso. ¿Recuerda que hace algunos meses el papa
abdicó y se nombró a otro en su lugar? Normalmente eso no habría importado mucho.
Nunca hemos conocido a nadie más arriba del párroco vecino. Para mí, sin embargo,
aquél había sido un período muy malo. Nada me salía bien. Parecía como si hubiera
alguna conexión entre ese acontecimiento y mi vida. ¿Comprende lo que quiero
decir?
—Lo comprendo muy bien —dijo emocionado Jean Marie Barette.
—Poco después de eso, estaba yo un día trabajando en mi estudio en una pequeña
mansarda no muy lejos de aquí. Una muchacha que conozco, que hace de modelo
para varios pintores, entró tambaleándose. Estaba completamente borracha, había
sido violada, la habían herido y su conserje la había echado. La calmé, la llevé a la
clínica para que la curaran y luego la traje de vuelta a mi cuarto. Aquella noche ella
se volvió muy extraña: lejana y hostil y ¿cómo explicarlo? desconectada de todo. Yo
me asusté y no me atreví ni a estar cerca de ella ni a dejarla. De manera que, nada
más que para tratar de interesarla en algo, comencé a tallar una muñeca en un pedazo
de madera de un colgador de ropa. Hice así tres muñecas; nos sentamos e hicimos
vestidos para ellas como si fuéramos las madres y ellas nuestras hijas… Aquella
noche ella durmió en mi cama, muy tranquila, con su mano en la mía. Al día
siguiente, conseguí que dos amigas vinieran a acompañarla durante el día y así
continuó hasta que ella recuperó su normalidad. Para entonces ya habíamos formado
un pequeño grupo y nos dio pena deshacerlo. Nos dimos cuenta de que podíamos
ahorrar dinero y vivir en forma más confortable si nos uníamos para habitar juntas,
como si fuéramos una familia… ¿En cuanto a lo religioso? Bueno, eso resultó solo,

www.lectulandia.com - Página 246


muy naturalmente. Una de las muchachas había estado en la India y había aprendido
técnicas de meditación. Yo había sido educada en un convento y me gustó la idea de
reunimos para una oración en común. Un día otra de las muchachas trajo a casa un
sacerdote obrero que había encontrado en una cervecería. Nos habló, nos prestó
libros. Además, cuando, por la noche, nos sentíamos aburridas, lo llamábamos por
teléfono y él llegaba con un par de amigos de la fábrica. Y créame que eso sí que era
una ayuda. Bueno, después de un tiempo, nos arreglamos para organizar un modelo
de vida que nos conviniera a todas. Casi ninguna de nosotras era virgen. Ninguna
tampoco se siente madura para mantener una larga relación con un hombre. Es
posible que alguna llegue a casarse. Pero todas somos creyentes y nos esforzamos por
vivir según el Libro… Y aquí estamos. Estoy segura de que nada de esto significa
mucho para usted, pero, para nosotras, es fuente de mucha paz…
—Estoy muy contento de haberla conocido —dijo Jean Marie Barette—, y muy
orgulloso de tener su copa-cosmos. ¿Querría aceptar que le hiciera un regalo?
—¿Qué clase de regalo? —dijo ella con la vieja mirada suspicaz.
El se apresuró en disipar sus temores.
—El Verlaine que encontré hoy. Hay aquí una línea que el poeta podría muy bien
haber escrito especialmente sobre usted. Está trazada por su propia mano. —Sacó de
su bolsillo el pequeño volumen y leyó el cuarteto inscrito dentro de la tapa—: "Votre
ame est un paysage choisi… " —Preguntó humildemente—: ¿Querría por favor,
aceptarlo?
—Siempre que me lo dedique.
—¿Qué clase de dedicatoria?
—Oh, la usual. Solamente unas palabras y su autógrafo.
El pensó un momento y luego escribió.

"Para Judith, que me mostró el universo en una copa de vino.


Jean Marie Barette, ex papa Gregorio XVII".

La muchacha permaneció mirando, incrédulamente, la clásica caligrafía. Levantó


la vista, esperando ver la burla en la sonriente faz de él. Dijo, temblorosamente.
—No comprendo… yo…
—Yo tampoco lo comprendo —dijo Jean Marie Barette— pero creo que usted
acaba de darme una lección de fe.
—No sé lo que quiere decir —dijo la pequeña jorobada.
—Significa que ha llevado a cabo, en una mansarda de París, lo que yo he estado
tratando de explicar al mundo desde la colina del Vaticano. Permítame tratar de
explicarle…
Y cuando terminó de contarle la extensa, completa historia, ella extendió hacia él
una larga, extenuada mano que los utensilios de su trabajo habían tornado muy áspera

www.lectulandia.com - Página 247


y la colocó suavemente sobre la mano de él. Dijo, con una traviesa sonrisa:
—Espero que podré contar esto a las muchachas en la misma forma en que usted
me lo ha contado a mí. Si fuera capaz de hacerlo sería una gran ayuda para todas
nosotras. De vez en cuando nuestra pequeña familia nos da la impresión de carecer de
sentido, nos encontramos desorganizadas y nos cansamos. Pero yo siempre sostengo
que es muy bueno, haber llegado al fondo del abismo porque el único lugar hacia el
cual se puede ir desde allí es hacia arriba. —Su sonrisa se desvaneció y agregó
gravemente: —Usted ahora está abajo, de manera que sabe de qué se trata. ¿Querría
venir a comer con nosotras?
—Gracias, pero no me es posible. —Trató cuidadosamente de no desilusionarla.
—Ve usted, Judith querida, lo que ocurre es que no me necesita. Su propio corazón le
ha enseñado mucho más de lo que yo nunca podría enseñarle. Y ustedes ya tienen a
Cristo viviendo en medio de ustedes.
El tránsito de aquella tarde era bárbaro, asesino. Pero él cruzó a través de París y
regresó a la Hostellerie envuelto en una blanca nube de serenidad. Hoy, tal vez más
que en ninguna otra ocasión de su vida, había sido testigo de la forma en que el
Espíritu —más allá y no obstante los planes de los poderosos de la tierra— lleva a
cabo sus propios planes. Este diminuto grupo de mujeres, solteras y amenazadas, se
había organizado para formar una familia. No habían pedido credenciales, no habían
pensado en las devoluciones. Tenían amor para compartir y lo habían compartido.
Necesitaban pensar y pensaban. Habían sentido la necesidad de orar y oraban. Habían
descubierto un maestro en un bar de obreros y las jóvenes en apuros acudían a ellas
porque presentían el calor de este corazón de fuego.
Era posible que el grupo no fuera muy estable. No existían garantías de
continuidad para él. Carecía de constitución o de sanciones que le otorgaran identidad
legal. Pero ¿qué importaba? Era como el fuego del campamento en el desierto, que se
prendía al llegar la noche y se apagaba al amanecer; pero mientras duraba constituía
un testimonio de habitación humana para el Dios que visitaba al hombre en sus
sueños. Una vez más, la voz de Carl Mendelius se introdujo en las reminiscencias de
Jean Marie.
"… El reino de Dios es un lugar para que lo habite el hombre. Y no significa otra
cosa que la condición para que la existencia humana no sólo sea tolerable sino llena
de gozo, porque está abierta para recibir al infinito…" ¿Y qué mejor forma de
expresar este fenómeno que una pequeña, contrahecha muchacha que grababa el
cosmos en una copa de vino y constituía una familia para mujeres heridas en una
mansarda de París?
En cuanto llegó a la Hostellerie su primer acto fue telefonear a Tübingen. Lotte
estaba en el hospital, pero Johann se encontraba en casa. Tenía buenas noticias.
—El estado de papá se ha estabilizado. La infección está controlada… Aún no

www.lectulandia.com - Página 248


sabemos nada sobre su vista, pero al menos sabemos que sobrevivirá. ¡Oh! Y otra
noticia más. Acerca de ese valle nuestro. Hoy se firma el contrato de compra. Iré allá
la próxima semana para hablar con los contratistas, arquitectos e ingenieros. Y debido
a la compasión que inspira el caso de papá, me han eximido del servicio militar. ¿Y
cómo van sus cosas, tío Jean?
—Bien, muy bien. ¿Puede transmitirle un mensaje a su padre? Pórtese bien y
escríbalo por favor.
—Adelante.
—Dígale de parte mía: "Hoy he recibido otro signo. Y vino de una mujer que me
mostró el cosmos en una copa de vino". Repita eso, por favor.
—Hoy recibió una vez más un signo. Provino de una mujer que le mostró el
cosmos en una copa de vino.
—Si alguna vez recibe algún mensaje que diga venir de mí, deberá llevar esa
identificación.
—Comprendido. ¿Y cuáles son sus próximos movimientos, tío Jean?
—No lo sé, pero posiblemente tendrán que ser apresurados. Recuerde lo que le he
dicho. En cuanto pueda saque a su familia de Tübingen. Mi cariño para todos ustedes.
—Y el nuestro para usted. ¿Cómo está el tiempo en París?
—Amenazante.
—Lo mismo que aquí. Hicimos lo que nos indicó y dispersamos el club.
—Y se libraron del equipo que habían reunido.
—Sí.
—Espléndido. Cada vez que pueda, me mantendré en contacto. Mis mejores
recuerdos para la profesora Meissner. Auf Wiedersehen.
Acababa de colgar el teléfono cuando llegó Pierre Duhamel con el nuevo
pasaporte, la tarjeta de identidad, inscrita como J. M. Grégoire, pasteur en retraite.
Explicó a Jean Marie los usos y limitaciones de ambos documentos.
—… Todo es auténtico, ya que usted realmente llevó el nombre de Gregorio. Es
ministro de una religión, está retirado. Los números de los documentos pertenecen a
una serie que se usa para categorías especiales de agentes del gobierno de manera que
ningún oficial de inmigración francés le hará ninguna pregunta. En cuanto a los
consulados extranjeros no tendrán problema en otorgar una visa a un pastor retirado
que viaja por motivos de salud… De todos modos, trate de no perder estos
documentos, trate de no verse mezclado en nada que lleve a nadie a cuestionarlos.
Eso podría resultar muy embarazoso para mí. Y a propósito de eso, monseñor, usted
habló más de la cuenta en la reunión de esta mañana con los banqueros. De manera
que cuando esta gente llegó a sus oficinas las líneas telefónicas comenzaron a
zumbar… Una vez más, está siendo considerado como un peligroso aguijón volante.
—¿Y usted, mi querido Pierre, piensa también lo mismo de mí?

www.lectulandia.com - Página 249


Duhamel ignoró la pregunta. Dijo sencillamente:
—Mi mujer le manda dar las gracias. Su mal se ha calmado y se siente mejor
ahora de lo que se ha sentido desde hace mucho. Lo curioso del caso es que, aunque
cuando usted vino ella estaba en apariencia inconsciente, recuerda perfectamente su
visita y describe muy vividamente lo que hizo como amor por la existencia. En
cualquier otra circunstancia yo podría haberme sentido muy celoso.
Jean Marie hizo caso omiso del diminuto dardo.
—Compré un pequeño regalo para ustedes dos.
—No era necesario —Duhamel se conmovió—, somos nosotros quienes estamos
en deuda.
Jean Marie le alcanzó la caja de cartón y se disculpó.
—No fue posible envolverlo adecuadamente, Puede abrirlo, si lo desea.
Duhamel cortó la amarra del envoltorio, abrió la caja y sacó la copa, que procedió
a examinar con el cuidado de un experto.
—Es en verdad muy bella, ¿Dónde la consiguió?
Jean Marie le contó entonces su encuentro con Judith la jorobada, en la Place du
Tertre. Le dio asimismo el papel de la curiosa pequeña comunidad de mujeres. Pierre
Duhamel le escuchó en silencio y al final hizo un solo y escueto comentario.
—Veo que está esforzándose cuanto puede por convertirme.
—Por el contrario —dijo Jean Marie firmemente—, he sido llamado para ser
testigo, para ofrecer los dones de la fe, de la esperanza y del amor. Lo que usted haga
con esos dones es un asunto totalmente privado y suyo… —Su tono cambió y se hizo
implorante, como quien intenta desesperadamente persuadir a otro de una verdad
evidente. —Pierre, amigo mío, usted me ha ayudado. Y yo, a mi vez, quiero ayudarlo.
Lo que su esposa llamó amor por la existencia es algo muy real. Lo sentí hoy cuando
esta muchacha, que no parece sino una caricatura de la feminidad, puso su mano en la
mía y me invitó a penetrar con ella en el mundo especial que ella se ha construido…
Este gran coraje suyo me parece, tan desolado, tan desesperadamente triste.
—El negocio que me ocupa es desesperadamente triste —dijo Pierre Duhamel
con ácido humor—. Soy el jefe de una empresa funeraria que prepara el entierro de la
civilización. Y eso debe ser llevado a cabo en gran forma… lo que a propósito me
recuerda… Mañana se me pedirá que firme un documento requiriendo vigilancia
grado A sobre un cierto Jean Marie Barette.
—¿Clasificado como qué?
—Como agitador anti-gubernamental.
—¿Y lo firmará?
—Por supuesto. Pero lo detendré en mis manos por algunas horas, de manera de
darle tiempo para que haga lo arreglos que estime convenientes.
—Me iré de aquí mañana por la mañana.

www.lectulandia.com - Página 250


—Antes de irse —Duhamel le entregó una hoja de papel— llame a este número.
Petrov desea hablar con usted.
—¿Respecto de qué?
—Pan, política, y unas pocas fantasías particulares suyas.
—Cuando lo conocí en Roma, hace un tiempo, el hombre me gustó. ¿Cree que
puedo confiar en él?
—No tanto como confía en mí. Pero lo encontrará, sin duda, mucho más
agradable que yo.
Por primera vez, durante esta entrevista, Pierre Duhamel se relajó. Tomó en sus
manos la copa-cosmos y le dio vueltas y más vueltas, estudiando cada detalle del
grabado. Finalmente dijo—: Paulette y yo beberemos en ella y al hacerlo pensaremos
en usted y en la pequeña jorobada de la Place du Tertre. ¿Y quién sabe? El teatro es lo
suficientemente bueno como para suspender nuestra incredulidad… Pero,
compréndalo, estos son tiempos malos que aseguran la primacía de los negros
batallones. Si cae en sus manos, yo no podré hacer nada por ayudarlo.
—¿Qué piensa su presidente acerca de todo esto?
—¿Nuestro presidente? ¡Por el amor de Dios! Él es igual a cualquier otro
presidente, primer ministro, jefe de partido, duce o caudillo. Lleva la bandera tatuada
en su espalda y el manifiesto del partido inscrito en su pecho. Si uno le pregunta por
qué hemos de ir a la guerra, él contestara que la guerra es un fenómeno cíclico, o que
es imposible hacer una tortilla sin quebrar huevos, o —¡Dios lo maldiga!— que la
guerra no es otra cosa sino el orgasmo arquetípico: agonía, éxtasis y luego un largo,
largo después… Muy a menudo me he preguntado si acaso, antes de matarme a mí
mismo, no tendría primero, que matarlo a él…
—¿Y entonces, por qué permanece donde está?
—Porque, si yo no estuviera allí, ¿quién habría obtenido el pasaporte que le he
dado y quién podría contarme cómo van las cosas en este manicomio? Ahora debo
irme. Arréglese para dejar Francia antes de mañana al mediodía.
Jean Marie Barette se adelantó y colocó dos firmes manos en las amplias espaldas
de Duhamel.
—Al menos, amigo mío, déme tiempo para agradecerle.
—No me agradezca nada —dijo Pierre Duhamel—, solo ruegue por mí. Creo que
he llegado al límite de mi capacidad de resistencia.
En cuanto Duhamel hubo partido, Jean Marie marcó el número de Sergei Petrov.
Contestó, en francés, una voz de mujer y segundos después Petrov estaba en el
teléfono.
—¿Quién es?
—Duhamel me dijo que lo llamara.
—¡Oh sí! Gracias por llamar tan rápido. Querría que nos encontráramos y

www.lectulandia.com - Página 251


conversáramos. Tenemos intereses en común.
—Sí, creo que los tenemos. ¿Dónde sugiere que nos encontremos? Creo que estoy
bajo vigilancia. ¿Le molesta eso?
—No demasiado —la noticia no pareció sorprenderle—. A ver, déjeme pensar.
Mañana a las once ¿le parece bien?
—Sí.
—Entonces encontrémonos en el hotel Meurice, cuarto 580, Llegue directamente.
Estaré esperándolo.
—Muy bien. Así lo haré. Hasta mañana, entonces.
Pero después de aquella hora de mañana y por el resto de los días que seguirían,
el interrogante quedaba planteado. Antes que comenzara la vigilancia debía encontrar
un rincón donde refugiarse, un lugar en el cual le fuera posible dormir en seguridad, y
además comunicarse y moverse libremente. Alain podría haberlo ayudado pero la
relación con su hermano no había sido fácil y Odette no era precisamente un modelo
de discreción. Se encontraba así, rumiando su problema, cuando sonó el teléfono.
Madame Saracini estaba al otro lado de la línea, llena de entusiasmo y brusca en sus
modales.
—Le dije que quería hablar otra vez con usted. ¿Dónde y cuándo podremos
encontrarnos?
Jean Marie vaciló unos minutos y luego se decidió. Le dijo:
—He sido informado, de fuente segura, de que a partir de mañana, estaré
sometido a vigilancia grado A en mi calidad de agitador anti-gubernamental.
—Pero eso es una demencia.
—De todos modos, es un hecho. De manera que necesito algún lugar seguro
donde poder residir por un tiempo. ¿Puede ayudarme?
—Por supuesto, ¿En cuánto tiempo puede estar listo?
—En diez minutos.
—Bien. A mí me tomará cuarenta y cinco minutos llegar adonde está usted. Haga
su maleta. Pague su cuenta. Y espéreme a la entrada de su hotel.
Antes que hubiera tenido tiempo de agradecerle, ella había colgado. El empacó
sus escasas pertenencias, explicó a la patrona que un súbito cambio de su situación
personal lo obligó a dejar el hotel antes de lo previsto, pagó su cuenta, y se sentó a
leer su breviario hasta la llegada de madame Saracini. Se sentía lleno de paz y de
confianza. Paso a paso estaba siendo llevado hacia el lugar de su prueba. Por una
curiosa cadena de asociaciones —Saracini, Malavolti, Benincasa, nosotros los de
Siena— se le estaba haciendo presente la frase que aquella muchacha de veinticinco
años, Catalina, había escrito a Gregorio XI, en Avignon: "Ha pasado el tiempo de
dormir, porque el tiempo nunca duerme, sino que pasa, como el viento… Para poder
reconstruirlo todo, es necesario primero, destruir lo viejo, destruirlo hasta sus

www.lectulandia.com - Página 252


fundamentos mismos…"
La mujer que pasó a recogerlo a la entrada de la Hostellerie parecía diez años
menor que madame Saracini, presidenta del Banco Ambrogiano All'Estero. Llevaba
pantalones, una blusa de seda, un pañuelo en la cabeza y conducía un convertible
hecho a mano por el más famoso de los diseñadores italianos. Antes que ningún
huésped del hotel, o algún ocasional curioso alcanzara siquiera a darse cuenta de la
existencia del auto o de su dueña, ella había colocado la maleta de él dentro del baúl
y había partido con un chirrido de ruedas. Pero una vez que se encontraron en
camino, condujo con gran cuidado y un agudo sentido de las posibles trampas de la
policía, mientras procedía a contarle los planes que había hecho para él.
—…El lugar más seguro de París, en estos momentos, es mi casa, precisamente
porque es una casa. No hay otros arrendatarios, ni conserje y puedo garantizarle la
absoluta lealtad de mi servidumbre. Yo recibo mucho, por lo que siempre hay muchas
idas y venidas de tal manera que nadie notará si alguien viene a verlo. Usted tendrá su
propio apartamento: dormitorio, estudio y sala de baño. Tendrá también un teléfono
directo y una escalera privada para bajar al jardín. Mis servidores no tienen nada que
hacer. De tal forma que les será muy fácil cuidar de usted.
—Madame, su proposición es muy generosa, pero…
—Nada de "peros". Si el arreglo no le agrada, se va. Tan sencillo como eso. Y le
ruego que me llame por mi nombre, Roberta.
Jean Marie sonrió en la oscuridad y dijo.
—Entonces, Roberta, déjeme explicarle que, al recibirme corre unos cuantos
riesgos.
—Me siento feliz de correrlos. Ve usted, yo sé que tiene una tarea por delante. Y
quiero ser parte de esa tarea. Créame que puedo ayudarlo mucho más de lo que ahora
se da cuenta o siquiera sospecha.
—¿Por qué quiere ayudarme?
—Ésa es una pregunta que no estoy preparada para contestar mientras estoy
manejando, pero se la responderé en cuanto lleguemos a casa.
—Ensayemos entonces esta otra pregunta. ¿Cree que es conveniente para su
reputación albergar a un hombre en su casa?
—He tenido otros huéspedes, mucho más escandalosos —le contestó ella
crudamente—. Hace ya veinte años que murió mi marido. Y créame que durante todo
este tiempo no he vivido como una monja… Pero han sucedido cosas que me han
hecho cambiar. Mi padre fue a la cárcel. Y pasé un muy mal momento con alguien a
quien quería mucho y que una noche se volvió loco en mis brazos y prácticamente
trató de matarme. Luego estuvo usted. Cuando era papa yo sentí hacia usted lo mismo
que había sentido mi padre hacia el buen Papa Juan. Usted tenía estilo, tenía
compasión. No se paseaba por allí hablando de disciplina y de condenación. Aun en

www.lectulandia.com - Página 253


aquel tiempo, cuando yo estaba viviendo de manera loca y desordenada, siempre
sentí —como me ocurría con mi padre cuando era niña— que había un camino de
regreso al bien, una posibilidad de enmienda. Luego usted abdicó y yo, a través de su
hermano Alain, me enteré de algunos detalles de la historia real y me puse furiosa.
Pensé que lo habían destrozado, hasta que su amigo ¿cómo se llama? escribió ese
artículo maravilloso.
—¿Mendelius?
—Eso mismo… Y luego alguien le envió esa carta-bomba. Fue entonces cuando
me di cuenta de cómo las cosas encajaban unas con otras, cómo en alguna forma, se
encadenaban. Comencé a ir nuevamente a la Iglesia a leer la Biblia, volví a ver a los
amigos que había dejado de lado durante mis días locos, porque me parecían entonces
formales o sofocantes en su manera de ser… Pero nos hemos salido del tema.
Primero permítame instalarlo en su apartamento, luego le daré de comer. Después de
eso podremos hablar del futuro y de lo que necesita hacer.
El estuvo tentado de embromarla, de decirle, que, si bien era cierto que necesitaba
ayuda, no quería ser manejado. Pero lo pensó mejor y cambió de tema.
—Me han provisto de un nuevo pasaporte y de un carnet de identidad con el
nombre de Jean Marie Grégoire. Tal vez sea preferible, que use ese nombre para su
servidumbre.
—Me parece bien. Mi servicio se compone de tres personas: un hombre y su
esposa y una chica para el diario. Hace ya muchos años que están conmigo… Bueno,
casi hemos llegado. Mi casa está justo detrás del Quai d'Orsay.
Tres minutos después se detuvo frente a un gran portón provisto de una puerta de
acero, que se abrió a una señal de radio. El garaje se encontraba a la izquierda de la
entrada y una escalera interior conducía a los pisos superiores. Su apartamento
consistía en un par de habitaciones con un baño entre medio. Los cuartos daban a un
balcón desde el cual se disfrutaba de la vista del patio central, que había sido
convertido en un jardín rocoso con una fuente en el medio.
—Esto no es como el Vaticano —dijo Roberta Saracini—, pero confío en que se
sentirá cómodo. La comida será servida en treinta minutos más. Enviaré a alguien a
buscarlo.
Vino ella en persona, vestida con una elegante bata de casa, hecha de algún
riquísimo brocato tieso como capa de bendición. Lo condujo hasta el comedor que
resultó ser una habitación pequeña pero de hermosas proporciones con un cielorraso
artesonado y muebles de caoba española. La comida era sencilla pero exquisitamente
elaborada, un paté de campagne, filetes de lenguado y flan de frambuesas. Él le
comentó que el vino era excesivamente bueno para derrocharlo en monsieur
Grégoire, pastor retirado, pasteur en retraite, a lo cual ella replicó que el pastor había
abandonado su retiro y que había llegado el momento de hablar de lo que él deseaba

www.lectulandia.com - Página 254


hacer.
—…Sé lo que tengo que hacer: difundir la palabra y el conocimiento de que los
Últimos Días están próximos y que todos los hombres de buena voluntad deben
prepararse para este acontecimiento. Sé también lo que no debo hacer: crear
confusión o provocar disensiones entre los creyentes honestos o minar el principio de
legítima autoridad en la comunidad cristiana… De manera que he aquí mi primera
pregunta: ¿Cómo resuelvo este problema?
—Me parece que ya ha encontrado una solución y una nueva identidad. Después
de todo lo importante en esto es el mensaje mismo y no el hombre que lo proclama.
—Bueno, no completamente. Porque, ¿cómo puede el mensajero autentificar,
establecer su autoridad?
—No debe tratar de hacerlo —dijo Roberta Saracini—. Debe simplemente dar a
conocer la palabra, tal como lo hicieron los primeros discípulos y confiar en que Dios
hará germinar la semilla.
Las palabras de ella revelaban algo más que un simple sentido religioso.
Revelaban una confianza total, como si ella misma fuera una viviente prueba de esa
proposición. El le dijo:
—Estoy de acuerdo con el principio, pero, ¿de qué manera podría yo, rechazado
en mi propio país, privado de toda misión canónica, predicar la palabra sin que ello
implicara una ruptura de la obediencia que debo a mi iglesia?
Roberta Saracini vertió café en la taza de él y se la alcanzó a través de la mesa. Le
ofreció coñac. El lo rechazó. Ella explicó cuidadosamente:
—Como sabe, soy banquera. Y como tal tengo acciones en una multitud de
empresas muy diversas: minas, fábricas, agencias de viaje, empresas de publicidad,
de diversiones, de comunicaciones. De tal forma que una vez que se sienta seguro de
lo que tiene que decir…
—Siempre he estado seguro de lo que tengo que decir.
—Entonces podemos encontrar cien maneras diferentes, mil veces distintas para
dar a conocer la noticia.
—Pero eso le costará una fortuna.
—¿Y si es así qué más da? ¿Quién se preocupa por lo que ocurrirá a las cuentas
corrientes después del Día R?
—¿Y qué sabe usted del Día R?
—Tengo mis fuentes. ¿O cree que yo me muevo a ciegas en el mercado?
—No, supongo que no.
Pero él, a pesar de que la explicación le pareció sensata, continuaba, no obstante
inquieto. Personalmente, él jamás nombraría sus fuentes, ni aun ante un amigo muy
querido y próximo.
—Hay muchos fondos disponibles para cualquier cosa que intente hacer. Desearía

www.lectulandia.com - Página 255


presentarlo a algunas personas que trabajan conmigo en asuntos de publicidad,
televisión y anuncios. Considérelos como altoparlantes para su voz. Dígales lo que
desea decir. Y se sorprenderá de las ideas que verá emerger… Pero parece dudar.
¿Por qué? ¿Dónde estaría el papado moderno sin la televisión? O, para el caso,
¿dónde estaría la presidencia americana? ¿No es acaso un deber moral usar todos los
medios que se ponen a nuestra disposición?
Una vez más, y con mayor fuerza en esta ocasión le vino a la mente el recuerdo
de aquella muchacha de Siena que, en el siglo XIV le había escrito a Pietro Roger de
Beaufort-Turenne, Gregorio XI… Siatemi uomo, virile e non timoroso… " Sea para
mí un hombre, viril y no cobarde".
Por unos minutos, permaneció silencioso, considerando la decisión a tomar.
—¿Cuándo podría ver a sus expertos?
—Mañana por la mañana.
—¿Hasta qué punto puedo confiar en ellos?
—En los que yo siente a esta mesa podrá confiar como confía en mí.
—Entonces le ruego que conteste a la pregunta que le hice cuando veníamos
hacia acá: ¿por qué motivo desea ayudar a un hombre que está anunciando el fin del
mundo?
Ella no jugó con su respuesta, ni la adornó sino que se la entregó directa y
sencilla.
—Porque es un hombre y nada más que por eso. Toda mi vida he estado
esperando por alguien que sea capaz de enfrentar la tormenta y de gritar contra el
viento. Esta mañana, en el banco, lo observé. Estaba tan enojado que pensé que iba a
estallar allí mismo, pero en cambio tuvo la gracia de pedir disculpas por sus malos
modales. Y para mí, esa es una razón suficiente.
—No para mí —dijo Jean Marie Barette—. Nadie puede ser tan fuerte sin vacilar.
Nadie dura tanto tiempo… No construya nada sobre mí, Roberta. Construya sobre sí
misma. Usted no es una devota cualquiera en la mitad de su menopausia. Y yo no soy
un inquieto e inestable sacerdote que se pregunta por qué ha derrochado su vida en la
soledad de la soltería.
—Dígame entonces quién es usted —dijo Roberta Saracini con súbita ira—.
Dejemos de ser buenos jesuitas y definamos los términos.
—He recibido un llamado para proclamar que los últimos días están próximos y
en consecuencia la Segunda Venida del Señor. He respondido a ese llamado. Y ahora
busco los medios para hacer esa proclamación. Usted me ha ofrecido un asilo y los
medios y los expertos capaces de ayudarme. Lo he aceptado con gratitud, pero no
tengo nada para darle a cambio de lo que me ha ofrecido.
—¿Es que acaso le he pedido yo algo?
—No, pero debo advertirle —y créame que hacerlo es un acto de amor— que

www.lectulandia.com - Página 256


nunca debe esperar poseer nada mío, ninguna parte de mí ni tampoco manejarme de
ninguna manera.
—¡Por el amor de Dios! ¿Y por qué cree necesario advertirme eso?
—Porque la primera vez que conversamos, afirmó que se sentía muy mística
acerca de su propio pasado, acerca de la conexión de su familia con Santa Catalina de
Siena. Me pareció que era aquel un preludio muy significativo. Me estaba ofreciendo
la misma clase de ayuda que ella le había ofrecido a Gregorio XI para traerlo de
regreso de Avignon a Roma. Pero la historia no puede repetirse, así como tampoco
pueden duplicarse las relaciones personales. Gregorio era un hombre superficial,
vacilante y cobarde. Yo tengo muchos defectos, pero no soy un hombre de ese tipo. Y
he sido llamado a caminar en el desierto. —Ella quiso protestar, pero él la detuvo con
un gesto. —Hay mucho más, de manera que permítame decirlo. Conozco la vida y los
trabajos de su pequeña Santa. Mi tesis para el doctorado versó precisamente sobre las
grandes mujeres místicas. He leído el Diálogo y el Epistolario. Catalina escribió
mucho, y muy bellamente, sobre el amor humano y divino. Sin embargo, hay
momentos de su vida que ninguno de sus biógrafos ha explicado plenamente. Para mi
gusto, ella es demasiado exótica, tal vez porque soy francés y a ella nunca le gustaron
los franceses. Pero creo que en una o dos ocasiones, ella llevó demasiado lejos a los
muchachos de su cenacolo. Ella soñaba con el amor divino cuando ellos luchaban
todavía para dar un sentido a las variedades del amor humano, y es por eso que
ocurren las tragedias. De manera que… —sonrió y se encogió de hombros— nos
hemos portado como buenos jesuitas: hemos definido los términos y delimitado las
reglas del juego. ¿Estoy perdonado?
—Sí. Pero no crea que tan fácilmente. —Levantó su copa en un silencioso brindis
y bebió el resto del vino. —Es tarde. Debo levantarme mañana temprano para
trabajar.
—Yo también tengo que salir. Tengo una reunión con el ministro de Agricultura
de Rusia.
—¿Petrov? He tenido que tratar con él algunos asuntos bancarios. Es duro pero
decente. De todos modos, ahora se encuentra en una situación desesperada. Si no
logra reunir el alimento necesario para el invierno, es un hombre perdido.
—Y en ese caso nuestro mundo se encontrará una hora más cerca de la
medianoche.
Se levantó y retiró la silla de ella. Cuando ella a su vez se puso de pie, se dio
vuelta, cogió la mano de él y se la besó a la antigua usanza.
—Buenas noches, monsieur Grégoire.
Él aceptó el gesto sin comentarios.
—Buenas noches, madame, y gracias por el techo que me ha ofrecido en su casa.

www.lectulandia.com - Página 257


Capítulo 11
En la habitación 508 del hotel Meurice, Jean Marie Barette, ex-papa, conversaba
con Sergei Andreivich Petrov, ministro de Agricultura de la U.R.S.S. Petrov se veía
cansado y sobre todo desastrado, como si la noche anterior hubiera dejado caer sus
ropas en el suelo y a la mañana siguiente se hubiera limitado a echárselas encima
recogiéndolas allí donde se encontraban. Tenía los ojos enrojecidos y húmedos, la
voz ronca y áspera y su piel exhalaba un leve vaho de licor. Aun su sentido del humor
parecía estar en decadencia.
—…¿Piensa que parezco un despojo humano? Pues lo soy. Durante semanas y
por doce, quince horas al día he estado viajando, hablando, rogando, gritando como
un papagayo hambriento para tratar de obtener algún alimento para mi país. Pero
nadie quiere venderme nada. De manera que ahora desciendo un nivel y comienzo la
fase dos de mi operación. ¿Qué pido ahora? Intervención, mediación, lo que en los
negocios se suele llamar buenos oficios. Y se me ha ocurrido que en este plano tal
vez esté dispuesto a ayudarme.
—Dispuesto, claro que estoy —contestó Jean Marie sin vacilar—. La utilidad de
mi intervención es ya otro asunto muy distinto. En las democracias la voz del jefe de
la oposición es siempre muy fuerte y muy grande su capacidad de negociación. Pero
conmigo la cosa es diferente. Soy nada más que un pasteur en retraite. Digámoslo de
otra manera. ¿Cómo reaccionaría usted si yo llegara a Moscú solicitándole favores?
—Mejor de lo que usted cree. Es usted una persona generalmente muy respetada.
¿Querría tratar de ayudar? La posición nuestra es desesperada. El hambre es un
horror que nadie comprende hasta que sucede. Mire lo que ha ocurrido en África. Y
sin embargo las señales de advertencia estaban allí desde hacía mucho tiempo, pero
nadie les prestó atención… Desde el Sahara hasta el Sachel y hasta el Horn,
bruscamente miles de hombres, mujeres y niños comenzaron a morir. Es el mismo
tipo de amenaza que ahora está suspendida sobre nosotros con la diferencia de que
para nosotros ocurrirá en invierno. Sobreviviremos como podamos, pero en cuanto
lleguen los deshielos, yo le prometo que los cohetes partirán de sus rampas de
lanzamiento, que nuestros ejércitos avanzarán hacia el sur, hacia los campos
petroleros del golfo, hacia el oeste a través de las llanuras húngaras, y por el mar
hacia la India, las Filipinas y Australia. Es como un axioma matemático. La única
forma de disciplinar los desórdenes que amenazan en el interior es marchar hacia el
enemigo en el exterior… Las potencias occidentales y China se han dedicado a ese
peligroso juego que los ingleses llaman brinkmanship y que es un juego de equilibrio
y de destreza que no se puede jugar con un estómago vacío. De manera que, una vez
más se lo pido: ¿querría ayudarme?
—Sí, por supuesto, trataré de hacerlo, pero no puedo trabajar sin alguna base de

www.lectulandia.com - Página 258


donde partir. Necesito que me informen. Necesito una lista de lo que su gente está
dispuesta a conceder a cambio de los alimentos más urgentes. Ustedes también gustan
de jugar sobre el borde del precipicio y pueden llegar a ser tan estúpidos como los
occidentales. De manera que necesito un informe escrito, aunque sea elemental, que
me otorgue la autoridad suficiente para actuar como corredor en el mercado.
—Eso podría ser difícil.
—Sin eso, no obstante, el resto es imposible. Vamos, camarada Petrov. Puedo
hacer declaraciones a la prensa, sermones, llamados de auxilio. Lo hice cada domingo
en la Plaza de San Pedro. En cada una de mis giras nunca dejé de hacer discursos
diplomáticos. Pero eso sería lo mismo que los discursos que ustedes pronuncian en el
Primero de Mayo sobre la ideología marxista leninista y la solidaridad de las
Repúblicas Socialistas Soviéticas. No agrega nada a nada. En cambio, si yo tuviera en
mi poder un documento que me otorgara a la vez información y representación, un
documento que usted podría repudiar si la cosa no resultara, bien, por lo menos me
permitiría ser recibido con respeto en mi calidad de emisario.
—¿Estaría preparado a ir a Moscú?
—Sí, siempre que fuera invitado al más alto nivel y en forma amistosa de manera
de no sufrir la agotadora vigilancia de los hombres del K.G.B.
—Le prometo que eso no sucederá.
—¿Cuándo desea que vaya?
—Tan pronto como sea posible, pero mientras tanto debo mantener mis pies en el
agua para tener la certeza de que no hay cangrejos dispuestos a morderme. ¿Cómo
podré ponerme en contacto con usted?
—A través de mi hermano Alain, en el Banco Halévy Frères et Barette. —
Garabateó la dirección en un papel y se la pasó a Petrov. —Alain no sabrá dónde me
encuentro, pero me mantendré en contacto con él.
Petrov dobló el papel y lo colocó en su cartera. Dijo:
—¿Quiere beber algo conmigo?
—Gracias, pero es un poco temprano para mí.
—Yo necesito un trago. En las últimas semanas he recibido golpes muy duros y
¿qué puede hacer un hombre al final de otro piojoso día gastado dando vueltas por ahí
con la canasta de las limosnas en la mano? En este negocio no hay medallas ni
recompensas, lo único que se consigue son ojos enrojecidos y algunas palabras, "tut-
tut camarada, después de todo debe ser posible hacer algo constructivo". Yo sé que
nada se puede hacer y ellos también lo saben; pero ellos están a salvo en el Kremlin
dando vueltas a sus papeles mientras que yo gasto mis zapatos y mi paciencia.
—Pensé que había alguna esperanza para ustedes, con Pierre Duhamel.
—Hasta aquí eso es todo lo que hemos obtenido: esperanzas. El está tratando de
ayudarnos con un esquema muy complicado en el cual nosotros compramos algunos

www.lectulandia.com - Página 259


barcos ya cargados en tránsito en alta mar y los desviamos hacia los puertos bálticos.
Lo que dificulta las cosas es el tamaño de la operación; a menos, claro, que Duhamel
esté jugando sucio… ¿Qué opinión tiene de él?
—Creo que está tratando de jugar limpio en un juego sucio.
—Podría ser. ¿Y qué me dice de ese trago?
—Una sugerencia —dijo Jean Marie Barette.
—Veamos de qué se trata.
—Olvide el trago. Ordene café para dos. Déme sus medidas y bajaré a comprarle
una camisa nueva y ropa interior. Luego envíe su traje a planchar y mientras espera
que se lo tengan listo, toma un largo, largo baño caliente.
Petrov se quedó mirándolo incrédulo y estupefacto.
—¿Me está diciendo que estoy sucio?
—Le estoy diciendo, querido camarada, que si yo me encontrara con el revólver
al pecho como está usted me cambiaría de ropa dos veces al día, no bebería nunca
nada hasta el atardecer y haría saber que quienquiera se considerara capaz de hacer
mi trabajo mejor que yo sería bienvenido por mí y le daría plenas facilidades para que
intentara hacerlo.
—Esa receta tiene, no obstante, un grave inconveniente.
—¿Cuál es?
—Quienquiera que asuma mi cargo deseará también mi cabeza y la verdad es que
prefiero, por el momento, conservarla, sobre, mis hombros. En cuanto al resto, tiene
razón. Mi talla es el 40. Vaya a comprar la ropa. Yo ordenaré el café. De todos modos
el servicio siempre se demora.
—Pensé que estaría alojado en la embajada —dijo Jean Marie Barette.
—Estoy alojado allí —dijo Sergei Petrov—, pero guardo esta habitación para mis
contactos privados.
—¿Y está seguro de que son privados?
—Tan seguro como se puede estar seguro de algo. Por lo menos sé que este
cuarto no tiene micrófonos escondidos… Por otra parte, el hecho de no ser vigilado
me asusta terriblemente.
—¿Por qué?
—Porque significa que a nadie le importa nada de lo que yo hago. Lo mismo
podría yo ser un pato sentado esperando que alguien le corte la cabeza… No es que,
por otra parte, eso tenga mucha importancia. Porque la verdad es que la raza humana
tiene un futuro muy limitado.
—¿Cuan largo es ese futuro, tal como usted lo ve?
—Veamos. Estamos ahora en septiembre. Si no logro conseguir alimentos antes
del invierno, el ejército se pondrá en marcha inmediatamente después de los deshielos
de primavera. Si obtengo los cereales y el trigo, eso significará una pequeña tregua,

www.lectulandia.com - Página 260


que de ninguna manera será demasiado larga porque el problema del combustible y
de la energía continuará vivo y candente y cada gran nación ha trazado sus planes que
contemplan ataques preventivos para el caso en que los campos petrolíferos se
encuentren amenazados… La estimación más pesimista nos da de seis a ocho meses y
la más optimista, dieciocho. No es un pensamiento agradable.
—Iré a comprar la ropa —dijo Jean Marie—. ¿Alguna preferencia especial con
respecto a colores?
Sergei Andreivich Petrov rompió a reír.
—Desearía que los camaradas pudieran verme ahora. Desde que comenzó nuestra
Revolución, el Vaticano no ha dejado de ser una molestia, por decir lo menos, para
nosotros. Y ahora tengo a un papa comprando mi ropa interior.
—¿Y qué tiene eso de raro? —preguntó Jean Marie con suave inocencia—. El
primero de mi serie vendía pescados en Israel.
Mientras se ocupaba en la sencilla tarea de comprar calcetines y ropa interior, se
sintió impactado, no solamente por la situación de comedia en que se hallaba, sino
por la macabra indiferencia que implicaba. El había nacido en la mitad de los años
veinte, y en consecuencia, cuando llegó la guerra era demasiado joven para alistarse
en el ejército francés; más tarde se había visto obligado —para burlar el llamado a los
trabajos forzados en Alemania— a huir a las montañas y a unirse al maquis; en
cuanto su ingreso al seminario, había tenido lugar un año después del término de las
hostilidades. Pero uno de los recuerdos que más vividamente permanecían en su
memoria era el de aquella época de pesadilla cuando los alemanes comenzaron su
evacuación y todo el edificio de la ocupación comenzó a derrumbarse. Aquello había
sido como una inmensa feria de borrachera, crueldad, heroísmo y muchas
complicadas formas de locura.
Lo que ahora estaba presenciando era como la repetición de todo aquello: la
misma clase de desórdenes en Tübingen, el asesinato por decreto, Pierre Duhamel fiel
servidor de la república aceptando y contribuyendo a la perpetración de horrores
secretos en la vana esperanza de prevenir así el advenimiento de otros mayores y
finalmente Sergei Petrov esforzándose por romper el bloqueo del mercado de granos
y mientras tanto ahogando en vodka su impotencia y su desesperación. Esta forma de
locura en pequeña escala era tal vez la manifestación más siniestra de la demencia.
¿Hambre en el Horn de África? ¿Y, qué era eso? La eliminación natural de la
población sobrante de una tierra marginal, sí, era eso hasta que uno cogía en brazos a
un niño con el vientre inflado como un balón, brazos como palillos de fósforos y el
ritmo de la respiración escasamente suficiente para echar un poco de aire en sus
pulmones. Entonces uno se ponía a maldecir a Dios y a maldecir al hombre y echaba
mano de las bombas para mandar todo al diablo. Entretanto, con total incoherencia
con sus pensamientos, decidió que su hermano Alain tenía razón. Necesitaba ropa

www.lectulandia.com - Página 261


nueva. Y ya que estaba comprando para Petrov, ¿por qué no preocuparse al mismo
tiempo de sí mismo? No había motivo alguno que le impidiera a uno llegar bien
vestido al propio funeral.
Aquella noche Roberta Saracini tenía tres invitados para la cena. Llegaron en
ropas de trabajo y trajeron consigo portadocumentos, grandes folios de artistas y una
máquina grabadora de video. Llevaban además consigo el aire resuelto de los
profesionales que conocen muy bien su tarea y no necesitan para nada del consejo de
los advenedizos sin entrenamiento. El de más edad de los tres era un hombre
grandote, de tez rubicunda, amplia sonrisa y mirada sagaz. Roberta lo presentó como
Adrian Hennessy.
—…Ninguna relación con el coñac del mismo nombre. Es americano, habla siete
lenguas y se expresa muy bien en cada una de ellas. Llegó de Nueva York esta
mañana. Si llegan a un acuerdo, él dirigirá nuestra operación.
El segundo huésped era una muchacha de aspecto masculino, cuyas facciones le
parecieron a Jean Marie vagamente familiares. Y en verdad resultó ser la sorpresa del
momento.
—…Natalie Duhamel, nuestra experta en películas y en televisión. Creo que
conoce a su padre.
—Sí, lo conozco.
El encuentro no resultó grato para Jean Marie. La joven le otorgó una fría sonrisa
y una definición muy bien ensayada.
—Mi padre y yo mantenemos una excelente relación. El no produce los actos que
yo presento en televisión o cine y yo no escribo los informes que él envía al
Presidente. En asuntos privados, él no pregunta, yo no cuento y viceversa.
—Es un arreglo muy preciso y claro —dijo Jean Marie Barette.
—Y éste —Roberta Saracini presentó a su tercer huésped, un cimbreante joven
que podría muy bien haber servido de modelo para el carretero délfico— es Florent
de Basil. Dibuja, pinta, escribe bellas canciones.
—En resumen, un genio. —Tenía la sonrisa inocente y pronta de un niño. Tomó
la mano de Jean Marie y la besó. —No puedo decirle cuánto he estado deseando que
llegara el momento de conocerlo. Espero que me dará un poco de tiempo para hacerle
un retrato.
—Lo primero es lo primero, amor —dijo Roberta Saracini—. Falta media hora
para la comida. Mientras tomamos los combinados podríamos comenzar a trabajar.
Adrian Hennessy abrió su portadocumentos y sacó una cinta grabadora. Florent
de Basil puso ante sí un cuaderno de dibujos. Natalie Duhamel permaneció sentada
plácidamente, observando. Hennessy bebió un sorbo de su licor y declaró en forma
categórica:
—Comenzaremos por la grabación. Si no logramos ponernos de acuerdo en los

www.lectulandia.com - Página 262


términos de referencia, entonces consideraremos que el día ha terminado y nos
dedicaremos a gozar de la comida. Si, en cambio, llegamos a un acuerdo,
comenzamos inmediatamente a trabajar. Primer punto: ¿Cómo llamaremos al sujeto?
Ese es usted señor. Recuerde que algunos objetos como las notas y las cintas grabadas
deben ser transportadas de un lugar a otro y en consecuencia pueden perderse. De
manera que preferimos no usar nombres reales.
—Mi nombre es Jean Marie…
—Cambiémoslo entonces por un nombre americano: John Doe. En segundo lugar,
nombre del proyecto. Tal como nos lo ha explicado Roberta, usted posee un mensaje
que tiene que transmitir al mundo. Pero no obstante, desea que no haya confusiones y
que la difusión de este mensaje no pueda ser atribuida a usted en tanto que maestro
oficial de la Iglesia Católica.
—Es un resumen muy preciso. Así es, en efecto.
—Pero está aún incompleto. Ignora el corazón mismo de problema. El hecho es
que en su calidad de ex-papa, usted continúa llevando el aura de su oficio. No existe
ninguna forma en que le sea posible hacer una declaración pública sin que ello
implique entrar en conflicto con el actual poseedor del título que fue suyo, quien,
entre paréntesis, es el menos inspirado de los oradores que me haya tocado escuchar.
Así pues, la pregunta es: ¿hasta qué punto está dispuesto a llegar arriesgándose a un
conflicto?
—No estoy dispuesto a dar ni siquiera un solo paso en ese sentido —dijo Jean
Marie Barette.
—Me agrada un hombre que sabe lo que quiere —dijo Hennessy con una sonrisa
—. Pero alguien tiene que encargarse de dar a conocer el mensaje, y ese alguien tiene
que poseer cierta autoridad. Después de todo, las cartas que puede escribir "John
Doe" no se leen en las iglesias… Lo que se lee es a San Pablo, San Pedro y
Santiago…
—No estoy de acuerdo —dijo Jean Marie—. Lo siento, pero he discutido sobre
eso hasta la náusea y casi he terminado creyéndolo. Pero no ahora. Nunca más.
Escuchen… —Repentinamente pareció encenderse por dentro de tal forma que sus
oyentes quedaron prendidos de cada palabra, de cada gesto suyo. Hennessy se inclinó
y abrió la grabadora… —Si cada uno de nosotros se encontrara encerrado en un
cuarto silencioso, privado de toda referencia sensorial, no tardaríamos en sentirnos
desorientados y finalmente nos volveríamos locos. La persona que sería capaz de
resistir más tiempo sería aquella para quien la meditación y el aislamiento hubieran
constituido un ejercicio diario y cuya vida hubiera transcurrido en referencia a Dios.
Durante mi pontificado tuve ocasión de conocer a algunas personas —tres hombres y
una mujer— que habían sido encarcelados como agitadores religiosos y luego
torturados con privación sensorial… El hecho es que para vivir necesitamos

www.lectulandia.com - Página 263


mantenernos en comunión, no sólo con nuestro presente sino también, con nuestro
pasado y nuestro futuro. En nosotros habita y canta toda una poesía de la vida, el
arrullo de algunos recuerdos medio olvidados; el evocador silbido de los trenes por la
noche y el olor de la lavanda en el verano de un jardín. Pero también nos habitan y
rondan el dolor y el miedo y las imágenes de nuestros terrores infantiles y las
macabras disoluciones que trae la edad… Estoy seguro de que es precisamente en
este espacio en que diariamente soñamos despiertos, donde el Espíritu Santo
establece con nosotros su propia comunión. Y es así como se nos da ese don que
llamamos la gracia: la súbita iluminación, el agudo pesar que conduce a la penitencia
o al perdón, la apertura del corazón a los riesgos del amor… En este campo la
autoridad carece de toda relevancia. La autoridad no es aquí sino como un tuerto en el
reino de los ciegos. Yo puedo mandar a hacer cualquier cosa, excepto amar y
comprender… ¿Qué estoy entonces tratando de decirles? —Les sonrió con humildad.
—Pedro ha muerto y Pablo ha muerto y Santiago también, el hermano del Señor. El
polvo de sus huesos ha sido barrido por el viento de los siglos. ¿Fueron hombres de
elevada estatura, pequeños, rubios o morenos? ¿Quién lo sabe? ¿Y a quién le
importa? Pero el testimonio del espíritu que pasó a través de ellos, aún perdura. —
Citó quedamente—: "Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si
no tengo caridad soy como el bronce que suena o címbalo que retiñe…"
La habitación se había quedado silenciosa y así permaneció por un largo
momento. Jean Marie miró a cada uno de los presentes, buscando una respuesta. Pero
los rostros estaban vacíos y los ojos bajos. Finalmente habló Hennessy. Cerró la
grabadora. Y se dirigió, no a Jean Marie, sino a sus colegas.
—…No necesito ver al hombre que dijo eso. Puedo leerlo, oír lo que dijo y
construir a partir de ello, una imagen propia. ¿Natalie?
—Completamente de acuerdo. Con juegos de luces y un adecuado montaje
mecánico se puede sugerir lo que se quiera. Y con todo el respeto debido, monseñor,
parecerá ahí como una prostituta haciendo de virgen. ¿Qué piensa usted Florent?
El muchacho parecía curiosamente subyugado. Dijo:
—Ciertamente que imágenes no. Me veo a mí mismo oyendo música, algo muy
sencillo, como una vieja balada de aquéllas que relatan hazañas de caballeros
andantes y hablan de amor… Dije que no veía imágenes, pero tal vez haya que
modificar eso. La imagen podría ser no del que habla sino de su audiencia.
¿Podríamos dejar que esta idea se decante y pensar en ella más tarde?
—Soy banquera —dijo Roberta Saracini—, pero usted me dio una idea, Adrian.
Usted dijo: "no se leen en las iglesias las cartas de John Doe. ¿Pero, leería usted una
carta de este John Doe? ¿Escucharía usted si él le enviara un mensaje grabado?
—Por todos los diablos, que sí la escucharía. —Garabateó unas notas en su
libreta. En seguida se dio vuelta hacia Jean Marie, le manifestó su pesar y le pidió

www.lectulandia.com - Página 264


disculpas.
—Sé que todo esto debe parecerle muy impertinente, porque lo estamos tratando
como una especie de muñeco que puede ser manipulado.
—Estoy acostumbrado a eso —dijo Jean Marie con ecuanimidad—. Nuestra
gente del Vaticano es experta en teatro de alto nivel y algunos de nuestros maestros
de ceremonia son verdaderos tiranos. No se preocupe. Cuando me canse se lo haré
saber…
—Cartas —dijo Natalie Duhamel—. Siempre han sido una de las formas de la
literatura que nunca pasan de moda.
—Y siguen estando de moda —dijo Hennessy —: cartas de Junius, Lettres de
mon Moulin, cartas al Times. El problema estriba en encontrar al editor con agallas
suficientes para desafiar la actual censura y publicarlas. Por otra parte creo que los
editores de libros se interesarán en publicar el material que les entreguemos en forma
de serial… ¿Podría usted escribirlas, monseñor?
—Durante toda mi vida de clérigo no he hecho otra cosa sino escribir —dijo Jean
Marie—. Cartas pastorales, encíclicas, cartas a los clérigos y a las monjas de los
conventos. Acepto agradecido un cambio de estilo.
—¿Podría también grabar algo?
—Por supuesto.
—Tengo miedo —dijo Natalie Duhamel—. ¿Quién escuchará esos sermones?
—¿Fue eso un sermón? —el joven señaló dramáticamente a la grabadora.
—No… ¿pero le sería posible mantener ese estilo…?¿Puede hacerlo, monseñor?
—No sé nada sobre estilos —Jean Marie habló con viveza y en forma definitiva
como queriendo dar por terminado aquel asunto—. Tengo cosas que decir sobre la
vida y sobre la muerte. Y deben ser dichas de corazón a corazón.
—Si escribe cartas —dijo Hennessy llanamente—, ¿a quién piensa dirigirlas? Y
es aquí donde volvemos al problema de la autoridad. El editor pregunta: ¿Quién es
este personaje? El público pregunta: ¿Y qué diablos sabe él de lo que está hablando?
—Y tal vez sus clientes no sean en último término los editores —dijo Natalie
Duhamel—. Tal vez tenga que recurrir a los samizdat y a la prensa clandestina o aun
incluso a los carteles en las murallas de China. Pero Adrian tiene razón. Una carta
comienza: Querido X… ¿En este caso, quién será el X?
—Pero si lo que está escribiendo se refiere al término de todas las cosas —dijo
Florent de Basil—, una carta resultaría un ejercicio sin sentido y a la vez
contradictorio. ¿Quién puede hacer nada con respecto al acontecimiento final?
—Tiene toda la razón —concedió Jean Marie con aparente buen humor—. Desde
el punto de vista humano la cosa carece totalmente de sentido.
—¿Y a quién le escribiría entonces? ¿A Dios?
—¿Por qué no? —Por un momento, Jean Marie saboreó la idea—. ¿Y adonde

www.lectulandia.com - Página 265


más podemos volvernos cuando el mundo está por terminar? Es lo que haría un niño:
escribir cartas a Dios y colocarlas en el hueco de un árbol. Podrían llamarse: "Ultimas
cartas desde un pequeño planeta".
—Deténganse aquí. —La orden de Hennessy estalló como un latigazo. Miró a la
pequeña asamblea. —Nadie hablará ahora hasta que yo se lo indique. El título es muy
bello y me gusta. —Se dio vuelta hacia Jean Marie y preguntó—: ¿Puede escribir
esas cartas?
—Por supuesto. No es difícil. —Se permitió una pequeña broma. —Después de
todo, hablo con Dios todos los días. No tendré necesidad de aprender un nuevo
idioma.
—¿Cuándo puede comenzar a escribir?
—Esta misma noche, mañana, en cualquier momento.
—Entonces, por favor. Hasta nuevo aviso, una carta al día, mil a mil doscientas
palabras. Y déjenos a nosotros la tarea de encontrar el hueco en el árbol y una
distribución internacional.
—Una pregunta elemental —Natalie Duhamel planteaba ahora este nuevo punto
—: ¿Quién será el autor de estas cartas? ¿Qué personaje y bajo qué nombre? Eso es
absolutamente básico para la posibilidad de nuestra promoción.
Jean Marie ofreció una sugestión, medio en broma, medio en serio.
—No puedo volver a ser un niño; pero muy a menudo me he sentido muy
pequeño. ¿Por que no firmar con mi nombre en diminutivo, Jeannot… Juanito…?
—Tiene un aspecto de bufonería que no me gusta —dijo Roberta Saracini.
—Entonces completemos la cosa. Admitamos que existe algo así como la locura
divina. Y firmaré: Jeannot le Bouffon. Juanito, el payaso.
—¿Por qué se desprecia a sí mismo? —Roberta continuaba sintiéndose infeliz. —
¿Por qué disimular de tal manera su personalidad que nadie sabrá quién es usted?
—Porque así nadie podrá acusarme de ser ambicioso o rebelde… y por otra parte
¿quién, sino un niño o un payaso se atrevería a escribirle cartas al Todopoderoso?
—Estoy de acuerdo con él —dijo Hennessy—. Y si no somos capaces de hacer de
"Juanito el payaso" un nombre que resuene en todos los hogares del mundo, me
volaré los sesos por incapaz. ¿Qué dice usted, Natalie?
—Me parece que podría visualizar todo el asunto siempre que Florent sea capaz
de producir un modelo.
—Un modelo y también la música, amor mío, e incluso un tema en contrapunto:
"Juanito el payaso es tan sencillo. ¿Por qué somos nosotros tan complicados…?"
—Bueno, no hablemos en el aire —dijo Hennessy— y no distraigamos al autor.
Porque de él tiene que venir toda la inspiración. Nosotros somos solamente los
técnicos… ¿Cuánto falta para la comida, Roberta?

www.lectulandia.com - Página 266


Casi no podía creer que fuera tan fácil escribir aquellas cartas. Cuando era
pontífice se había visto obligado a pesar cada palabra, pues no se podía correr el
riesgo de desviarse, aunque sólo fuera por el espesor de un cabello, de las
definiciones de los antiguos concilios: Calcedonia, Nicea, Trento. No podía tampoco
desacreditar, por mucho que disintiera de ellos, los decretos de sus antecesores. No
podía especular, sólo podía confiar en su capacidad de iluminar las formas
tradicionales de la fe. Él era la fuente misma de la autoridad, el arbitro final de la
ortodoxia, el que podía atar y desatar, siendo él el que más atado estaba de todos,
esclavo hasta la tumba del Depósito de la Fe.
Y ahora, repentinamente, descubría que era libre. Había dejado de ser Doctor et
Magister para transformarse simplemente en Juanito el payaso, con los ojos abiertos,
inocentes y asombrados ante los misterios del mundo. Ahora podía sentarse y gozar
del olor de las flores, observar las fuentes y, bufón de Dios, a salvo en sus ropajes de
payaso, discutir con su Creador.

"Querido Dios,
"Me gusta este mundo tan divertido, pero acabo de enterarme de que parece
que estás dispuesto a destruirlo; o, peor aún, que lo que piensas hacer es sentarte
allá en el cielo y contemplar como nosotros, imitando en esto a los cómicos que
destrozan un gran piano en el cual alguna vez tocó Beethoven, destruimos nuestro
propio mundo.
"No puedo discutir Tus voluntades ni lo que Tú haces. Este es Tu universo. Tú
regulas las estrellas y te las arreglas para mantenerlas circulando por el espacio.
Pero, antes que llegue la última y enorme bomba, ¿podrías explicarme, por favor,
algunas cosas? Sé que esta tierra nuestra es nada más que un diminuto planeta,
pero es el planeta en que vivo y antes de dejarlo, me gustaría comprenderlo un
poquito mejor. Me gustaría poder comprenderte a Ti también, tanto como Tú me lo
permitas, pero, por tratarse de Juanito el payaso tu explicación tendrá que ser
muy sencilla.
"…En mi propia mente nunca he comprendido muy bien cuál es tu papel aquí
abajo. Créeme que no intento faltarte el respeto. Pero, ves Tú, en los circos donde
yo trabajo siempre hay, por un lado un auditorio, y por el otro, nosotros, los
actores, los que hacemos los malabarismos y juegos de manos y también
naturalmente están los animales. En este recuento no los podemos dejar de lado,
porque nosotros dependemos de ellos y ellos cuentan con nosotros.
"Ahora bien, el público es maravilloso. La mayor parte de las veces todos los
espectadores están tan felices y son tan inocentes que el gozo que emana de ellos
parece algo palpable; pero a veces también es posible oler la crueldad, como si
desearan que el tigre atacara a su domador o que los trapecistas cayeran desde

www.lectulandia.com - Página 267


las alturas. De manera que realmente no puedo creer que Tú te encuentres
presente entre ellos. Luego estamos nosotros, los actores. Debo reconocer que
constituimos un grupo bastante mezclado, compuesto de payasos como yo, de
acróbatas, de hermosas muchachas amazonas, de la gente que se equilibra en la
cuerda floja, de las mujeres con los perros amaestrados y los elefantes y los leones
y ¡ah! todo el conjunto. En general, somos bastante grotescos: bien intencionados,
sí, pero a veces lo suficientemente locos como para matarnos unos a otros. Si
supieras las historias que te podría contar… Bueno, pero Tú las conoces, ¿no es
así? Tú nos conoces así como el alfarero conoce las vasijas a las que ha dado
forma con su propia rueda.
"Hay gente que sostiene que Tú eres el dueño del circo y que echaste a andar
el espectáculo para recrearte privadamente con él. Puedo aceptar eso. Me gusta
ser payaso. Porque la verdad es que gozo con el goce que doy. Pero lo que no
puedo entender es por qué el dueño quiere cortar las sogas que sostienen el techo
y sepultarnos a todos bajo los escombros. Una persona loca, un villano vengativo
podría ciertamente hacer algo semejante. Y no puedo creer que Tú estés loco y
seas sin embargo capaz de hacer una rosa, o que seas vengativo y crees un
delfín… De manera que, como ves, hay mucho que explicar…"

A medida que escribía, aumentaban sus deseos de continuar escribiendo y de


escribir más. No se trataba de un ejercicio literario. No le estaba enseñando nada a
nadie. Simplemente se encontraba entregado de lleno al más primitivo de los
pasatiempos, la contemplación de la paradoja, el razonamiento de un hombre sencillo
enfrentado al Misterio Final. Se estaba expresando con el vocabulario de un
campesino, completamente diferente del de los teólogos o de los filósofos. No tenía
necesidad de inventar nuevos símbolos o nuevas cosmogonías, como la de los
Marcianos o de los Valentinianos. Era un hombre enamorado de las cosas más
antiguas y a la vez más sencillas: el grano cosechado escurriéndose a través de las
manos, las manzanas recién cogidas de los árboles, el primer y dulce paladeo del
amor primaveral. Y éstas eran las cosas más preciosas y preciadas, porque estaban
destinadas a desaparecer muy pronto en el caos general que se avecinaba. En cuanto
papa, había escrito a las mujeres, les había entregado mandatos, consejos, recetas.
Pero nunca antes en toda su carrera de clérigo, había escrito sobre ellas con tanta
ternura…

"… Precisamente porque soy un payaso, con enormes botas y pantalones


flotantes, ellas no temen contarme sus secretos y también porque saben que
siempre estoy asustado de algo, conmigo ellas no tienen vergüenza en admitir que
también están asustadas. Y aunque hayan hecho mil locuras y todo el ridículo del
mundo por un hombre, no se sienten ridículas al contármelo. Con mi enorme boca

www.lectulandia.com - Página 268


y mis inmensos ojos llorones de bebé parezco mucho más tonto de lo que ellas
nunca podrán ser. Lo único que ellas desean es amar y ser amadas y hacer su
nido, como los pájaros y dar a luz a hermosos niños… Pero escuchan en la noche
la cabalgata de los jinetes fantasmas —la guerra, las enfermedades, el hambre— y
se preguntan por qué habrían de criar niños destinados a morir ante senos
estériles o a ser quemados por el resplandor do las bombas. No pueden caminar
tranquilas por las calles; de manera que han aprendido a luchar como los
hombres y a llevar consigo armas para defenderse de las violaciones. Las danzas
guerreras de los hombres les han enseñado a despreciarlos. Y cuando los hombres
se enojan, los desprecian aún más, y lo que es amante se torna ácido o, más aún,
extraño.
"Ellas quieren saber cuál es la causa que ha echado a perder este mundo
Tuyo… y por qué ya no te ven en las esquinas de las calles donde, hace algunos
siglos, se paseó Tu Hijo, hablando con los que pasaban, y contando, a través de
historias, la verdad. ¿Qué puedo decirles? Soy nada más que Juanito el payaso.
Lo más que puedo hacer por ellas es hacerlas reír cayendo de bruces o tropezando
sin darme cuenta, con una torta…
"¿Podrías hacerme el favor de pensar sobre esto que te he dicho y tratar de
darme alguna respuesta? Sé que hemos hablado muy a menudo. A veces he
comprendido lo que me dices. A veces no he comprendido nada. Pero ahora mismo
estoy tan asustado que estoy sacándome las botas para correr más rápidamente a
esconderme en algún lugar más seguro.
"Colocaré esta carta en la encina hueca que está al final de la pradera, justo
al lado del lugar donde guardamos los caballos del circo.
"Continuaré escribiéndote porque tengo aún muchas preguntas que hacerte.
Estas tal vez sean las últimas cartas que Tú recibirás desde este pequeño planeta;
de manera que te ruego que por favor no destruyas al mundo antes que yo alcance
a comprender algo de lo que ocurre, de manera que las cosas adquieran sentido
para mí.
"Tu confundido amigo "Juanito el payaso".

Cuando llegó la tarde había escrito cinco cartas, veinte páginas en total y fue sólo
la pura fatiga física lo que lo obligó a detenerse. Era aún temprano. Pensó que sería
agradable salir a caminar por los muelles. Pero entonces, con un pequeño temblor de
miedo, recordó que ahora estaba sometido a vigilancia grado A y que los perros de
presa andarían dando vueltas por ahí buscando su olor. No podía arriesgarse por el
simple deseo de darse gusto, a comprometer a Roberta Saracini. Así es que, en vez de
salir, llamó a Adrian Hennessy.
—Si tuviera tiempo esta tarde, me gustaría que viera lo que he escrito.
—¿Cuánto ha escrito?

www.lectulandia.com - Página 269


—Cinco cartas. Algo más de seis mil palabras. …
—¡Mi Dios! ¡Qué trabajador es usted! Estaré allí en veinte minutos.
—¿Querría hacerme un favor? Al venir hacia acá, compre en alguna parte un gran
ramo de flores y una tarjeta para acompañarlas. Me habría gustado hacer eso yo
mismo, pero se supone que no debo salir de casa.
—Mejor aún. Hagámoslas enviar por el mismo florista. ¿Qué desea decir en la
tarjeta?
—Solamente: "Quiero decirle gracias: Jeannot le Bouffon" —le dijo Jean Marie
Barette.
—Arreglado. Voy hacia allá.
Diez y ocho minutos más tarde, jovial, rudo y luciendo cien por ciento como el
técnico que era y se creía, Hennessy había llegado. Pero antes de comenzar a leer una
sola línea del manuscrito, dejó en claro algunas reglas de juego adicionales:
—Esto va en serio y puede ser importante. De manera que nada de cumplidos y
ninguna concesión. Si es bueno, lo digo. Si es malo, lo quemamos. ¿Si es más o
menos? Bien, en ese caso, lo pensaremos.
—Muy adecuado —dijo plácidamente Jean Marie—. Excepto que usted no puede
quemar algo que no le pertenece.
Hennessy hojeó rápidamente el manuscrito.
—Bien. Para comenzar, es legible. ¿Por qué no enseñarán caligrafía como antes?
Ahora deseo media hora de soledad. Eso le dará tiempo para leer las vísperas en el
jardín. Cuando llegue al Domini Exaudi, acuérdese de mí.
—Con mucho gusto lo haré.
No había alcanzado a llegar a la puerta cuando ya Hennessy se había sumido en
su lectura. Jean Marie rió quedamente para sí mismo. Le pareció que era semejante a
aquellos hombres que en el teatro japonés se vestían de negro —como él— con el
objeto de pasar inadvertidos en su rol de tramoyistas de muñecos. Sin embargo,
cuando llegó al Domini Exaudi, no olvidó rogar por Hennessy. Dijo: "Por favor,
permíteme ser capaz de confiar en él… Ya no creo en el valor de mis propios juicios".
El juicio de Hennessy sobre el manuscrito fue tan breve como definido.
—Esto es lo que usted prometió. Tengo el corazón enchapado en acero y sin
embargo logró conmoverme.
—¿Y qué sucede ahora?
—Me llevo estos originales, los hago copiar y le envío un par de las copias que
obtenga. Yo guardo los originales para el caso en que sea necesario autentificarlos.
Natalie y Florent los leerán a continuación y darán ideas para el tratamiento
audiovisual. Entretanto yo me ocuparé del área de las publicaciones, ya sea en
revistas, diarios o libros, en todos los idiomas. Usted continuará escribiendo, y quiera
Dios seguir guiando su pluma. En cuanto tenga alguna proposición concreta, se la

www.lectulandia.com - Página 270


presentaré para su aprobación… Sus flores ya han sido ordenadas. ¿Hay algo más que
pueda hacer por usted?
—Estoy bajo vigilancia grado A como agitador político o por lo menos lo estaré
en cuanto se sepa dónde estoy. Me gustaría sin embargo poder salir, estirar las
piernas, comer en algún restaurante. ¿Tiene alguna sugerencia al respecto?
—Es la cosa más simple del mundo —Hennessy consultó su libreta e hizo un
llamado telefónico—. ¿Rolf? Adrian Hennessy. Tengo un trabajo para usted…
Inmediatamente. El mejor precio. Déjeme ver… Se lo describiré. Edad: sesenta y
cinco, cabello gris, razonablemente abundante; tez clara, facciones delgadas de
huesos finos, ojos azules, muy esbelto. El problema es que está recluido en una casa y
que muy pronto comenzará a mascar la alfombra… Sí, es muy conocido, de manera
que se trata de una transformación completa… pero por el amor de Dios, no el
Jorobado de Notre Dame. El desea poder sentarse y comer en un lugar público…
¿Tiene un lápiz? Le leeré la dirección… ¿Cuánto demorará en llegar…? Bien,
esperaré… Eso es. Es de los míos, y muy cercano además. —Colocó el teléfono en la
horquilla y se volvió hacia Jean Marie. —Rolf Levandow, judío ruso, el mejor
maquillador del mundo. Estará aquí en media hora más con su caja de sorpresas.
Cuando haya terminado ni su propia madre —salvo con una impresión de su voz—
será capaz de reconocerlo.
—Usted me deja atónito, Adrian Hennessy.
—Soy lo que usted ve. Doy aquello por lo que me pagan: servicio total. Y ahí va
la línea divisoria claramente señalada. Y que nadie se atreva a cruzarla a menos que
yo se lo indique, ni aun usted, Jeannot le Bouffon.
—¡Por favor! —Jean Marie levantó las manos en señal de protesta—. No estaba
pidiendo oír su confesión.
—De todos modos ya lo oyó —dijo Adrian Hennessy con una voz súbitamente
extraña y lejana—. Conozco los secretos que me permiten hacer cualquier cosa que
pueda pedirme, desde la promoción de un lápiz de labios hasta una liquidación. Sé
que a menudo bailo sobre una cuerda floja, pero jamás traiciono a mis clientes y
nunca me he entregado a nadie de tal manera que en cualquier momento puedo
devolver el contrato y marchar libremente hacia la salida… Pero hablemos más bien
de usted. Hace sólo un par de meses era uno de los hombres más importantes del
mundo, jefe espiritual de medio billón de personas, monarca absoluto del rincón más
pequeño y sin embargo más importante del planeta. Eso representa una enorme base
de poder. Agreguemos a eso una organización a nivel mundial de clérigos, monjes,
religiosas y comunidades parroquiales. Y sin embargo, entregó todo eso. Y ahora,
mírese. No puede ni siquiera salir a dar unos pasos por la calle sin tomar antes la
precaución de disfrazarse. Es el huésped de una señora reputada por ser cazadora de
leones. Y depende de ella para comprar el espacio impreso que necesita y el tiempo

www.lectulandia.com - Página 271


de las comunicaciones del que antes dispuso en forma gratuita. Por eso me pregunto a
mí mismo si todo esto tiene sentido.
Jean Marie consideró por unos momentos la pregunta y luego movió la cabeza.
—No juguemos a la dialéctica, señor Hennessy. Un águila puede hablarle a un
canario y la conversación tener sentido para ambos, pero jamás un canario podría
hablar de nada que tenga sentido para un pez dorado. Porque en este último caso
viven de diversos modos en diversos elementos. Yo he sufrido una experiencia que
me ha cambiado por completo; si ha sido para mejor o para peor es ya otro problema.
Lo que ha ocurrido simplemente es que ahora soy diferente.
—¿Cómo? ¿Y en qué aspectos? —Hennessy, fríamente presionó a su interlocutor.
—Necesito conocer al hombre a quien estoy sirviendo.
—Sólo me es posible responderle por medio de un ejemplo —dijo quietamente
Jean Marie—. ¿Recuerda aquel relato del Evangelio, cuando Jesús levanta de la
tumba a su amigo Lázaro?
—Sí, lo recuerdo.
—Piense acerca de los detalles de ese relato: las hermanas llorosas y apenadas,
temerosas de lo que la tumba, al ser abierta, podría revelar. Iam foetet, decían. ¡Ya
huele! Luego la tumba fue abierta. Jesús llamó, Lázaro apareció, envuelto aún en el
sudario con que lo habían enterrado. ¿Ha pensado alguna vez cómo debe haberse
sentido, de pie allí, parpadeando enceguecido por la luz del sol, mirando de nuevo a
un mundo que había abandonado por completo…? Después de lo qué me sucedió en
el jardín de Monte Cassino, yo me siento como Lázaro. Y nada nunca más podrá ser
para mí como fue.
—Creo que puedo comprender —dijo Hennessy dubitativamente—. Pero aun si
usted ha cambiado, el mundo continúa igual. Nunca lo olvide.
—¿Por qué llamó a Roberta Saracini cazadora de leones?
—Porque estoy tratando de ser educado —Hennessy se había vuelto súbitamente
mordaz—. En mi país, las mujeres que se dedican a perseguir a hombres célebres son
llamadas por un nombre mucho más sucio que ese. Pero no equivoque el sentido de
mis palabras. Ella es una buena clienta para mí, y usted la necesita. Pero soy, sin
embargo, un irlandés chapado a la antigua y detesto ver a un sacerdote uncido a los
tirantes del delantal de una mujer.
—Sus modales son decididamente malos y su boca es muy sucia. —Jean Marie se
había enojado y su voz se endureció. —¿Presumo que dijo todo esto a madame
Saracini antes de comenzar a aceptar su dinero?
—Así lo hice —dijo Hennessy sin conmoverse—. Porque detectar y señalar los
campos minados antes de poner el pie en ellos forma parte de mi trabajo. Desde que
su padre está preso, Roberta se metió con la religión. Trabaja en ello así como trabaja
en todo lo que hace. Eso la ayuda y me alegro por ello. Pero antes que la religión

www.lectulandia.com - Página 272


comenzara —y créame que lo sé— los combinados por la tarde en casa de Roberta
incluían igualmente el desayuno en la cama… De manera que es muy fácil,
monseñor, que usted sea atrapado en la corriente del pasado de nuestra anfitriona. La
vigilancia grado A que se ejerce sobre usted significa que el gobierno está buscando
los clavos con los que sellará su ataúd. Y si piensa que mi boca es sucia, espere a ver
y oír los ejemplares de pornografía que es capaz de manejar el gobierno… Simple
ejemplo. Usted ordenó flores para Roberta. Gesto natural de caballero hacia su
anfitriona; nada de malo en ello. Pero, ¿qué pensaría si alguien publicara el siguiente
chisme: "un dignatario católico le ha enviado flores a dama de la alta Banca cuyo
padre en una ocasión estafó al Vaticano por quince millones…" Y ése es solamente
uno de los riesgos que usted está corriendo.
—Le agradezco mucho su preocupación —dijo Jean Marie con suave ironía—,
pero sugiero que, contra la malicia y las murmuraciones del diablo no hay defensa
posible.
—No me haga sermones —contestó Hennessy que súbitamente se había dejado
también invadir por la ira—. Sucede que sí, me importa y me preocupa usted. Creo lo
que me ha dicho. Creo importante que la gente lo escuche. Pero no quiero que mi
Iglesia sea vilipendiada en la plaza pública.
—Perdóneme —Jean Marie se disculpó humildemente—. Se lo advertí. Mi
cambio no ha sido para mejor.
—Por lo menos tiene agallas de hombre —dijo Hennessy con una acida sonrisa
—. La próxima vez elegiré mis palabras con gran cuidado.
El hombre del maquillaje llegó por fin. Alto, moreno, barbudo, parecía un profeta
del Antiguo Testamento y tenía, como ellos, la misma perentoria elocuencia. Explicó
largamente que un disfraz era nada más que un juego de ilusiones. El maquillaje
complicado estaba destinado únicamente para el escenario del teatro o la pantalla de
cine. Muy pocas mujeres sabían aplicárselo debidamente, aun cuando lo usaban todos
los días. Rolf Levandow estaba seguro de que un anciano caballero de sesenta y cinco
años era por completo incapaz de maquillarse exitosamente… De manera que…
vamos viendo. Mueva la cabeza para acá, muévala para allá. Una lástima tener que
cambiar ese cabello. Sería una especie de mutilación. Presumía que Jean Marie no
intentaba competir en un concurso de elegancia. Por otra parte, con esas angostas
espaldas, achatado abdomen y suaves manos era imposible hacerlo pasar por un
trabajador. ¡Bien entonces! Un profesor retirado, un crítico literario, algo relacionado
al mundo del arte… La idea general era la de crear una identidad local, de tal manera
que el hombre detrás del bar, la muchacha en el puesto de diarios y el camarero de la
cervecería pudieran jurar que lo conocían y que se trataba de alguien inofensivo y
tranquilo. Finalmente Jean Marie se encontró mirando en el espejo a un académico
que no había renunciado aún a todas las pretensiones y llevaba una boina vasca,

www.lectulandia.com - Página 273


anteojos de pinza de marco dorado y cinta de damasco y un par de engomadas patillas
que le daban un aspecto de conejo. El hombre del maquillaje explicó que una revista
literaria bajo el brazo ayudaría a completar el cuadro, un bastón barato podría ser
opcional; también se recomendaba un cierto aire parsimonioso, algo así como contar
cuidadosamente las monedas que se llevaban en una pequeña bolsa de cuero. La
práctica podía ir sugiriendo algunos perfeccionamientos adicionales.
—Debía tratar de disfrutar con ello como si se tratara de un juego. Si, por algún
motivo, deseaba cambiar, eso podía arreglarse. Frecuentemente sucedía que el sujeto
de un disfraz se aburriera de mantener siempre la misma identidad. Le dejaría su
tarjeta.
—Termínala, Rolf —dijo Hennessy—. Mi amigo y yo tenemos mucho trabajo por
delante. Te acompañaré hasta la estación de taxis.
Cuando regresó, Jean Marie estaba aún contemplándose en el espejo. Hennessy se
rió.
—Resulta. ¿No le parece? Le aseguré que era lo mejor en su género. Además, y
por motivos que nada tienen que ver con el maquillaje, a usted le convendría
mantenerse en contacto con él.
—¿Oh?
—Es un agente israelí, un miembro del Shin Beth. Este trabajo suyo representa
una cobertura muy conveniente. Viaja mucho con gente de cine y trabaja
regularmente para la televisión francesa. Lo reconoció inmediatamente. Dice que los
israelíes están muy bien dispuestos hacia usted. Comprenden muy bien a los profetas
en exilio y, ¿quién sabe? puede que él le resulte útil. Bueno, ya es hora de que me
vaya.
—¿Cuándo tendré noticias suyas?
—Tan pronto como haya algo para informar. Mientras tanto, continúe trabajando
en sus cartas.
—Así lo haré. ¿Puedo pedirle un pequeño servicio?
—Ciertamente.
—Déjeme caminar con usted hasta el Quai. Tengo que acostumbrarme a este
nuevo personaje de anteojos de pinza y boina.

Caminar a lo largo del río era el más sencillo de los placeres, así como observar a
los esperanzados pescadores y a los enamorados cogidos de la mano y a los turistas
en los bateaux-mouches; así como también deleitarse en los esplendores del atardecer
derramándose por las piedras grises de Notre Dame. El disfraz resultaba tan divertido
como un juego de niños. Por unos pocos francos compró un desastrado ejemplar de
Los Trofeos y un bastón con una empuñadura tallada en cabeza de perro. Y así
protegido como por un manto de invisibilidad vagabundeó dichoso como cualquier

www.lectulandia.com - Página 274


caballero de la literatura, que, si bien podía estar un tanto resentido por los efectos de
la inflación, aún estaba en condiciones de sacar mucho partido de sus años otoñales.
Durante el resto de la tarde se dejó llevar por esta agradable fantasía hasta que al
final, realizó la última ceremonia, que consistió en sentarse bajo los laureles de un bar
instalado en la acera, ordenar un café y pasteles y dividir su atención entre los
paseantes y los lapidarios versos de José María de Heredia. Descubrió que el antiguo
hombre del Parnaso había sabido envejecer y que aun él mismo podía todavía
conmoverse por el último y punzante momento vivido por Antonio y Cleopatra en la
víspera de la batalla de Actium.
"E inclinado sobre ella, el ardiente emperador
"Veía en sus ojos claros estrellados de puntas de oro
"Todo un mar inmenso donde fulguraban las galeras".
La grave y predestinada belleza de la imagen se acordaba muy bien a su propio y
elegíaco estado de ánimo. En momentos como éste, pensar en la ruina de París, esta
ciudad tan humana, contemplar la extinción de toda esta serena belleza, parecía una
verdadera blasfemia… Y sin embargo, cuando llegara el día del Rubicón, esta
sentencia sería irrevocable y todo hombre que hubiera vivido en Roma sabía cuan
frágil es el tejido que sostiene a los imperios y cuan quietos se quedan los muertos en
sus urnas y catacumbas.
Y entonces oyó aquella voz. Estaba muy próxima a él, a su izquierda, una
saludable voz de barítono americana explicando el arte del bouquinage.
—…No se llega allí como si se estuviera tratando de poner patas arriba el desván
de la abuelita. Se decide primero cuál es, en realidad, el grupo de grabados que se
desea llevar. Y si se trata de algo tan escaso como dientes de gallina, eso no debe
importar. Pero eso es nada más que el punto de partida. De esta manera se le está
diciendo al hombre que uno es persona seria, que tiene dinero para gastarlo y que si
se toma el trabajo de mostrar lo que tiene escondido debajo del mostrador, recibirá su
recompensa. Esta es la forma en que yo trabajé la cosa en Alemania y…
Jean Marie dejó que el monólogo continuara, buscó el dinero en su cartera y,
lentamente, dio vuelta la cabeza como si estuviera buscando al camarero. Recordó la
sentencia de Rolf Levandow. El disfraz era un juego de ilusiones. Aun si alguien
creía reconocerlo, se desconcertaría, a primera vista, por el aspecto no familiar. Era
preciso capitalizar eso, obligar al otro a bajar la mirada, y si llegaba a saludar, mirarlo
con desprecio.
En la mesa al lado de la suya estaba sentado Alvin Dolman, completamente
absorto en una conversación con una mujer joven vestida de un alegre algodón
veraniego. Cuando Jean Marie alzó su mano pidiendo la cuenta, Dolman levantó la
cabeza. Sus ojos se encontraron. Jean Marie recordó que llevaba gafas y que, muy
probablemente, Dolman no podía ver sus ojos. Se volvió pausadamente, luego, como

www.lectulandia.com - Página 275


si se encontrara impaciente por irse pronto, deslizó un billete de diez francos bajo la
salsera, reunió su libro, y su bastón y se abrió camino hacia la calle pasando junto a la
mesa de Dolman. Gracias a Dios, Dolman no había detenido su monólogo.
—… Ahora es conveniente que recuerde la clase de cosa que generalmente es la
que primero aparece en las librerías. Hoy precisamente encontré a un tipo —el que
estaba sentado en la mesa próxima a la nuestra— que se especializa en diseños de
ballet. Esto no cae dentro de mi campo, pero…
…Pero el demonio de mediodía estaba en París y Jean Marie Barette se permitió
algunas perturbadoras suposiciones sobre sus presentes actividades. Diez pasos más
allá del café, dejó que su libro cayera sobre el pavimento y al agacharse para
recogerlo, miró hacia atrás. Alvin Dolman continuaba intensamente concentrado en
su conversación con la muchacha. Parecía haber hecho algunos progresos con ella.
Porque ahora le sostenía la mano. Jean Marie Barette confió en que ella le
respondería lo suficiente como para mantenerlo interesado, por lo menos hasta que él
estuviera a salvo en su propio escondite.
En casa lo esperaba un mensaje. Madame llegaría tarde. El podía ordenar lo que
más le gustara para la cena. Se decidió por un emparedado de pollo y una taza de café
servidos en su cuarto. Luego se bañó, se puso el pijama y la bata y comenzó a trabajar
en otra carta. Ahora estaba lidiando con el más litigioso de los temas: las divisiones
que, en materias de fe, se producían entre hombres y mujeres de buena voluntad.

"Querido Dios:
"Si es verdad que Tú eres el principio y el fin de todo ¿por qué no nos das a
todos las mismas posibilidades? En el circo, como bien lo sabes, nuestra vida
depende de eso. Si el que maneja las sogas comete un error, el trapecista muere. Si
el hombre de los fuegos artificiales no los usa bien, yo pierdo mis ojos.
"Parece que Tú no miras las cosas de la misma manera. Un circo viaja mucho
y así nos acostumbramos a ver cómo viven los demás y yo he aprendido a entender
a la gente buena, la que se ama mutuamente y ama a sus hijos y merece Tu
aprobación.
"Ahora, he aquí lo que no alcanzo a comprender. Tú lo sabes todo. Tú lo
hiciste todo. Pero cada hombre Te ve de manera diferente. Y sin embargo Tú has
permitido que Tus hijos se maten unos a otros solamente porque cada uno de ellos
tiene de Ti en la ventana de su alma, una imagen distinta… Por qué cada uno de
nosotros usa formas tan diversas para significar que somos Tus hijos? Porque soy
cristiano fui rociado con agua; a Louis, el domador de leones, le cortaron un
pequeño trozo de su pene, porque es judío; Leila, la muchacha negra que maneja
a las serpientes lleva un collar de amonitas alrededor de su cuello porque la
amonita es la piedra mágica de las serpientes… Y sin embargo cuando la

www.lectulandia.com - Página 276


representación ha terminado y nos sentamos a la mesa para cenar, cansados y
hambrientos, ¿notas Tú alguna diferencia entre nosotros? ¿Te importan esas
diferencias? ¿Y Te sientes realmente muy impresionado cuando Louis, que es viejo
y tiene miedo se desliza en el lecho de Leila en busca de compañía y tibieza y
Leila, que en verdad es bastante fea, se siente dichosa por tenerlo ahí?
"Me parece recordar que Tu hijo disfrutó comiendo, bebiendo y conversando,
con gente como nosotros. Amaba a los niños. Parecía comprender a las mujeres.
Es una lástima que nadie se haya preocupado por anotar sus conversaciones con
ellas; lo único que nos queda son unas pocas palabras que dijo a su madre,
porque el resto se dirigió principalmente a unas jóvenes que ocasionalmente se
cruzaban con él a su paso por los pueblos.
"Lo que estoy intentando decirte es que Tú estás liquidando al mundo sin
habernos dado una verdadera oportunidad de sobreponernos al peso y a las
pruebas que Tú mismo colocaste sobre nuestras espaldas… Tenía que decirte esto.
Porque no sería honrado de mi parte dejar de decir lo que me parece que debo
decir. En alguna parte, allá arriba, en el Polo Norte hay una anciana sentada
afuera, sobre un hielo flotante. Ella no sufre. Lentamente, se va de la vida. Su
familia la colocó allí para que se fuera. Ella está satisfecha porque ésta es la
forma en que la muerte siempre ha llegado para los viejos de su pueblo. Tú sabes
que ella está allí. Y estoy seguro de que la estás ayudando para que el paso hacia
la muerte sea fácil para ella, más fácil en todo caso, que para muchos otros viejos
que están muriendo en costosas clínicas. Pero nunca nos has indicado, de ninguna
manera, cuál de las situaciones prefieres verdaderamente. Quiero creer que es
aquélla donde hay más amor.
"Deseo contarte también —no puedo dejar de contártelo— que hoy me senté
en un café. Cerca de mí había un hombre del cual puedo decir que está
plenamente habitado por el espíritu del mal. Es traicionero. Es destructor. Es un
asesino. ¿Cuál será Tu juicio sobre él? ¿Y cómo podremos nosotros conocer ese
juicio? Porque creo que tenemos derecho a saberlo. No tengo hijos, pero si los
tuviera y ellos no fueran simples juguetes sino personas, ¿no tendrían ellos
también derecho a saber? Por sí misma la vida confiere derechos, por lo menos
así es de acuerdo a las pequeñas y limitadas normas por las que nos guiamos.
Detestaría pensar que Tus normas de vida son inferiores a las nuestras.
"Por favor, entonces —sé que te estoy presionando, pero estoy cansado y tengo
miedo de ese demonio de hombre de sonrisa alegre y voz suave—, Te ruego pues
que me digas cuándo y dónde Te vas a decidir a escuchar el caso del Creador
versus la criatura. ¿O tal vez debería ser al revés? ¿O preferiblemente terminarás
con todo eso y transformarás el juicio en una gran fiesta de amor?
"Qué raro es que nunca hasta ahora se me haya ocurrido preguntarlo.

www.lectulandia.com - Página 277


¿Puedes Tú, Dios, cambiar de pensamiento? Si no puedes, ¿Por qué no lo puedes?
Y si puedes, ¿por qué no lo has hecho antes de permitirnos caer en esta terrible
confusión? Si he sido rudo, créeme que lo lamento. Y créeme que en ningún
momento he intentado serlo…"

…Y una vez más, sin aviso previo, se encontró solo en aquella cima, entre las
montañas negras de un planeta muerto. Una vez más se encontró vaciado de todo,
solo, penetrado de una pena insostenible, de una vergüenza infinita, como si él y
solamente él fuera el autor de aquella vasta desolación que lo rodeaba. No existía allí
suspensión alguna de juicio, ni llamado, ni perdón. No habría tampoco éxtasis, ni
fieros vientos, ni exquisita agonía en unión con el Otro. El mismo era el centro
muerto de un cosmos extinguido. No podía llorar. No podía sentir ira. Sólo tenía
conciencia de que esto era todo lo que le era dado conocer: él mismo anclado a una
desnuda roca en el desierto de la eternidad.
Súbitamente sintió que alguien lo tocaba, tocaba su carne, tiraba de sus lacios
dedos. Miró hacia abajo. Era la niña del Instituto, el pequeño bufón de Dios, con su
sonrisa vacía y confiada. Su corazón voló hacia ella. La agarró y la estrechó contra sí.
Ella era su chispa de vida, su última protección contra el vacío de un helado planeta.
Pero no podían quedarse aquí en esta cima. En alguna parte debería haber
cavernas donde les fuera, posible refugiarse. Comenzó a caminar, tropezando al bajar
por la negra, pedregosa pendiente. Sentía muy próxima a la suya, la mejilla de la niña
y su tibio aliento, como una suave brisa, enroscaba su cabello. Al caminar sintió que
una primavera de emociones comenzaba nuevamente a surgir de él. Y de nuevo se
llenó de una conciencia de compasión y de temor y de ternura y al mismo tiempo de
una ira fiera contra el Otro que se había atrevido a abandonar a esta diminuta e
indefensa criatura en un lugar que carecía de existencia.
Finalmente llegó a la boca de una caverna en la cual, extrañamente, divisó una
pequeña luz, como una estrella que se reflejara en las negras aguas de una laguna de
montañas. Aferró firmemente a la niña acercándola a él, como para protegerla con el
escudo de su propia piel y caminó resueltamente hacia la luz. Esta fue creciendo y
tornándose cada vez más brillante y fuerte hasta que finalmente lo deslumbró y se vio
forzado a cerrar los ojos y a permanecer inmóvil como un ciego que llegara a un
lugar desconocido. Luego escuchó la voz, fuerte, calmada y gentil.
—Abre los ojos.
Así lo hizo y vio, sentado en una saliente de la roca, cerca de un pequeño fuego a
un joven extraordinariamente apuesto. Salvo un taparrabos y unas sandalias, iba
desnudo. Su abundante y dorado cabello estaba recogido detrás de la nuca por una
cinta de lino. Detrás de él, sobre la roca, había un plato de pan y una copa de agua. El
joven extendió los brazos y dijo:
—Yo tomaré a la niña.

www.lectulandia.com - Página 278


—No. —Jean Marie sintió un súbito espasmo de terror y retrocedió contra la
muralla rocosa. Buscó un sitio donde sentarse y allí se acomodó, meciendo en sus
brazos a la pequeñuela. El joven se puso de pie y ofreció el pan y la copa de agua.
Cuando vio que Jean Marie rehusaba, comenzó a dar a la niña pequeños pedazos del
pan y diminutas gotas del líquido. De vez en cuando le acariciaba la mejilla y
despejaba sus ojos del cabello que los cubría. Pidió una vez más:
—Te ruego que me dejes tomarla. No sufrirá daño alguno.
Cogió a la niña y bailó con ella hasta que ella rió, acercó su rostro al de él con
ternura y lo besó. Y bruscamente dejó de ser una mongoloide para transformarse en
una perfecta y preciosa niña, tan bella como la muñeca de una princesa.
El joven la levantó para que todos la admiraran. Sonrió a Jean Marie y le dijo:
—Como puedes ver, doy nueva vida a todas las cosas.
—¿Y dónde está el resto de la creación? ¿Las flores, los animales, la gente?
Levantó a la niña sobre su cabeza. Ella abrió los brazos. Entonces las murallas de
la caverna se disolvieron en una perspectiva de praderas, huertos y riachuelos que
brillaban al sol. El joven dijo, en tono de reproche.
—Es preciso que comprendas. El principio y el fin son una sola y misma cosa.
Los vivos y los muertos forman una sola unidad porque la vida está permanentemente
renovada por la muerte.
—¿Por qué entonces, la muerte es tan terrible?
—Es el hombre el que comete sus propios errores, pero esos errores no son míos.
—¿Quién es usted?
—Yo soy el que soy.
—Yo nunca fui capaz de comprender eso.
—Tampoco debes tratar de comprenderlo. ¿La flor, se enfrenta acaso al sol? ¿O el
pez se encara con el mar? Es por eso que tú eres un bufón que rompe cosas que luego
yo debo tratar de componer.
—Lo siento. Sé que solo he servido para confundir las cosas. Ahora me iré.
—¿No quieres, antes de irte, besar a tu hija?
—Por favor. ¿Puedo hacerlo? …Pero cuando extendió las manos para coger a la
hermosa niña, ella no estaba allí. El hombre, la niña y la cueva mágica habían
desaparecido. Estaba de regreso en su propia habitación. Roberta Saracini estaba al
lado del escritorio con una bandeja en la mano.
—Vi luz debajo de su puerta y pensé que podría gustarle tomar algún chocolate
caliente antes de acostarse. Cuando entré vi que se había quedado dormido frente a su
escritorio.
—He tenido un día excelente desde todo punto de vista. ¿Qué hora es?
—Acaban de dar las diez.
—Gracias por el chocolate. ¿Cómo estuvo su tarde?

www.lectulandia.com - Página 279


—Muy interesante. Hemos sido invitados a participar en el financiamiento de un
nuevo gran complejo industrial en Shangai. La delegación financiera china nos
agasajó en la embajada. El nuestro es un grupo bastante heterogéneo: británicos,
suizos, americanos y, naturalmente, un consorcio de banqueros de la Comunidad
Económica Europea. Los chinos son muy sagaces. Quieren que la inversión sea lo
más amplia posible. Creen también que la guerra es inevitable y tienen programas
especiales para las empresas que puedan dedicarse a los materiales militares…
Cuando hablábamos de la guerra, su nombre fue mencionado.
—¿Cómo?
—Déjeme ver si puedo recordar exactamente lo que se dijo. Oh sí… Los
americanos estaban hablando de los períodos peligrosos y de los incidentes
inesperados que podían desencadenar la guerra —en suma el día Rubicón— y no
pretendían ocultar el hecho de que consideran a los chinos como sus aliados
naturales. Estoy casi segura de que uno o dos miembros de la delegación pertenecían
a los servicios de inteligencia. De todos modos, un hombre llamado Morrow, que fue
secretario de Estado y que ahora trabaja con la Morgan Guaranty, mencionó sus
profecías y los artículos sobre su abdicación. Preguntó a los chinos qué grado de
exactitud atribuían ellos a esas profecías. Uno de ellos —el director del Banco de
China— rió y dijo: "Si es amigo de los jesuitas, entonces lo que ha dicho es muy
exacto".
Nos recordó que fue el jesuita Mateo Ricci el primero que introdujo en China el
uso del reloj de sol, el astrolabio y el método para calcular raíces cuadradas y cúbicas
a partir de números enteros y de fracciones… Cuando le dije que yo lo conocía, se
mostró muy interesado especialmente cuando le revelé que yo era fideicomisario en
el banco en el cual usted tenía sus bienes.
Jean Marie se lamentó interiormente por aquella indiscreción. Quiso decir algo,
pero la leche ya había sido derramada. Roberta Saracini continuó.
—Morrow manifestó mucho interés en verlo. Parece que cuando usted estaba en
el Vaticano ustedes dos trataron algunos asuntos de interés común. Le conté que yo
me mantenía, de cuando en cuando, en contacto con usted, y que le haría llegar el
mensaje.
—Mi querida Roberta —tenía que hablar ahora y le era imposible disminuir la
dureza de las palabras que tenía que decir—, estoy profundamente agradecido por la
ayuda que me ha prestado; pero acaba de cometer una monumental tontería. Los
franceses desean tenerme bajo vigilancia. Esta tarde estuve sentado a unos pocos
pasos del hombre de la C.I.A. que trató de matar a Mendelius. Todavía no estoy
demasiado seguro de que no me haya reconocido. Y ahora usted en una reunión
diplomática, anuncia que forma parte del directorio de mi banco y que —citó sus
propias palabras— "se mantiene de cuando en cuando en contacto conmigo". Desde

www.lectulandia.com - Página 280


mañana esta casa será vigilada y su teléfono intervenido… Tengo que irme de aquí.
Esta misma noche. ¿Cuánto tiempo me tomará llegar al aeropuerto?
—A esta hora, cuarenta minutos. ¿Pero adonde…?
—No lo sé y es preferible que usted también lo ignore. Mañana por la mañana lo
primero que hará será llamar a Hennessy y a mi hermano Alain. Dígales que, tan
pronto como me sea posible, me pondré en contacto con ellos. Ahora tengo que
empacar.
—Pero las cartas, todo el proyecto…
—…Confíe en mí. Lo que necesito ahora es un lugar donde pueda estar a salvo y
disponer de la seguridad de mis comunicaciones. ¿Querría llevarme al aeropuerto? Es
muy fácil seguir la pista de los taxis.
—Al menos déjeme decirle cuánto lo siento.
Ella estaba a punto de llorar. El le tomó el rostro entre las manos y la besó
levemente en la mejilla.
—Sé que no tuvo ninguna mala intención. Yo la he envuelto en un juego muy
peligroso y no podía esperar que conociera todas las reglas. Cuando esté instalado
encontraré la manera de comunicarme con usted. Continúo necesitando su ayuda.
—Sacaré el coche. Apresúrese con su maleta. Los últimos aviones salen a
medianoche.

A primera vista, este viaje de medianoche a Londres parecía una pura tontería
emanada de la desesperación, pero si conseguía llegar sin que lo detectaran, podría
sentirse a salvo por un tiempo, por lo menos mientras escribía sus cartas y hacía una
encuesta entre viejos amigos susceptibles de creer en su misión y, en consecuencia,
dispuestos para ayudarlo y cooperar con ella.
Aunque nunca había logrado comprenderlos por completo siempre había
admirado a los británicos. Las sutilezas de su humor se le escapaban. Y su afectación
de superioridad lo irritaba. Los hábitos dilatorios tan usuales en sus relaciones
comerciales, jamás dejaban de sorprenderlo. Y sin embargo, por otra parte, eran
tenaces tanto en sus amistades como en sus lealtades. Poseían un profundo sentido de
la historia y mucha tolerancia hacia los tontos y los excéntricos. Podían ser
ambiciosos de tierra, tacaños con su dinero y capaces de una extraordinaria crueldad,
pero al mismo tiempo dispuestos a mantener a sus expensas grandes obras de caridad;
con los fugitivos, sabían ser humanos, y para ellos el derecho de cada uno a su propia
vida privada era eso, un derecho, y no un privilegio. Si se les entregaba una causa que
pudieran comprender, si veían en peligro las libertades que tanto valoraban, llenarían
las calles con el estruendo de su protesta o caminarían, solos y dignos hasta la casa
del jefe.
Por otra parte —y tenía que admitirlo con renuente humor— mientras había sido

www.lectulandia.com - Página 281


Gregorio XVII jamás había llegado a tener éxito en Gran Bretaña. A través de los
siglos los ingleses habían desarrollado relaciones comerciales y de trabajo con los
italianos, cuyo arte compraban, cuyas modas imitaban y cuyo talento para la alta
retórica y el tranquilo compromiso era muy parecido al suyo propio. Y nunca habían
dejado de considerar a los franceses sino como un pueblo peleador, engreído,
envarado, políticamente inmoral que por lo demás vivían demasiado cerca para
resultar agradable y estaba poseído de un molesto apego a la grandeza y una cínica
destreza para perseguirla constantemente.
De manera que, muy a su pesar y, no obstante la irritación que ocasionalmente
ello le causaba, Jean Marie había ejercido muy poca influencia en las Islas Británicas,
pero en cambio se había hecho allí de algunos buenos amigos. A la postre se había
sentido más que satisfecho de entregar la conducción de la iglesia local al cardenal
Hewlett que, tal como lo había sintetizado tan claramente uno de sus colegas de la
curia, es probablemente el hombre que menos riesgos presenta para este cargo.
Cumple su tarea con todo el celo necesario, pero sin ardores inútiles; tiene
inteligencia, pero no talento; nunca, si puede evitarlo, entra en una discusión y carece
de vicios que deban ser redimidos. Hewlett nunca había querido formar parte de los
Amigos del Silencio; pero en aquel aciago consistorio había votado por la abdicación
y había justificado su gesto con un comentario muy característico de él: "Si nuestro
pontífice está loco, mejor librémonos de él. Si es un santo, de ninguna manera lo
perderemos. No veo en esto problema alguno. Y mientras más pronto salga, mejor…"
Tomando en cuenta todos estos factores, el cardenal Mattheu Hewlett no era
precisamente un hombre que se pudiera llamar a las dos de la mañana para solicitarle
abrigo y alimento. De manera que, con la ayuda de un taxista, Jean Marie Barette
encontró alojamiento en un hotel razonable de Knightsbridge y durmió sin soñar
hasta el mediodía.

www.lectulandia.com - Página 282


Libro Tercero
"… No os fiéis de cualquier espíritu,
sino examinad si los espíritus vienen de Dios,
pues muchos falsos profetas han salido al mundo".
Primera Epístola de San Juan Cáp., IV, v. 3

www.lectulandia.com - Página 283


Capítulo 12
Los pavos reales paseaban por el prado, los cisnes nadaban en el lago y el oro de
un temprano otoño iluminaba los bosques acompañando, por los jardines de aquel
castillo, el paso de Jean Marie Barette y del hombre en quien tanto había confiado
durante su papado, que ahora sería su primer editor para la lengua inglesa: Waldo
Pearson, viejo católico, por un tiempo ministro de Relaciones Exteriores del gobierno
conservador y ahora presidente de la Greenwood Press.
Adrian Hennessy se encontraba también allí, con su carpeta de ilustraciones,
copias de las cartas tanto en inglés como en francés y un conjunto perfectamente
orquestado de cintas grabadas sobre el tema de "Juanito el payaso", compuesto por
Florent de Basil. Había traído también consigo un documento certificado del Banco
Ambrogiano All'Estero, garantizando una suma inicial de medio millón de libras
esterlinas destinadas a gastarse en la promoción y explotación de las "Últimas cartas
desde un pequeño planeta". Jean Marie aventuró el mordaz comentario de que tal vez
el dinero era, en este caso, más elocuente que el autor. Waldo Pearson lo desmintió
con un helado rechazo.
—…Nos acercamos rápidamente al momento en que el dinero dejará de tener
sentido alguno. En el caso de un conflicto nuclear, lo probable es que perezcan los
dos tercios de la población de estas islas. Ningún gobierno estará en condiciones de
enfrentar semejante catástrofe, ni tampoco, como usted mismo ha podido constatarlo,
la Iglesia. De manera que han preferido ignorar el problema. Usted, con sus cartas, ha
descubierto una forma de hablar del terror con qué nos veremos enfrentados, pero sin
crear pánico ni abrir debate. Usted será juzgado como profeta y no como banquero.
—Y yo me siento muy feliz de oír lo que acaba de decir, Waldo —terció
Hennessy en su jerga más meliflua—, porque yo soy quien represento a los
banqueros y juro que ustedes no verán ni un maldito dólar hasta que hayan probado la
calidad de su promoción y de sus publicaciones.!
—Ya se lo he dicho. —Pearson estaba resuelto a dejar estampadas todas sus
reservas al respecto—. Confiamos en que la distribución será excepcional y eso está
perfectamente reflejado en las sumas que hemos adelantado. Las seriales que
aparecerán en los diarios también ayudarán y naturalmente el dinero para propaganda
que ustedes están proveyendo. Pero ustedes continúan insistiendo en que yo dé esta
pelea con una mano atada detrás de la espalda. Nada de televisión, ni de entrevistas
de prensa, ni tampoco ninguna revelación de la identidad del autor. Creo que todo
esto carece de sentido.
Antes que Hennessy alcanzara a contestar, Jean Marie se había sumado a la
discusión con su propio argumento.
—Por favor, se lo ruego. Detrás de esta decisión hay excelentes motivos. La

www.lectulandia.com - Página 284


revelación de mi identidad podría colocarme en situación de conflicto con el actual
pontífice, lo que por ningún motivo deseo que ocurra. Pero hay más aún. Estoy
escribiendo en respuesta a lo que considero una orden divina. Debo contentarme con
este acto de fe y dejar que el árbol se reconozca por sus frutos. Y finalmente, el único
aspecto de todo esto que yo puedo controlar totalmente es la integridad del texto. No
quiero entregarlo a merced de los entrevistadores que pueden muy fácilmente
distorsionar el mensaje con reportajes falsos, incompetentes o incompletos.
—En suma, Waldo —Hennessy rió feliz—, no hay nada que hacer.
Waldo Pearson se encogió de hombros.
—Bueno, valía la pena ensayar. ¿Cuándo podemos esperar tener el manuscrito
terminado?
—Dentro de dos semanas.
—Espléndido. ¿Está satisfecho el autor con la traducción inglesa?
—Sí, muy satisfecho. Es fluida y exacta… ¿Podemos cambiar de tema ahora por
unos minutos? Hay algo más sobre lo que desearía tener la opinión de ustedes.
—Por favor.
—Hay aquí en Inglaterra varias personas a las que tuve ocasión de recibir en el
Vaticano. ¿Podría organizar algunas entrevistas con ellas y sería posible que estas
reuniones tuvieran lugar aquí en su casa? —Antes que Pearson alcanzara a
contestarle, continuó explicando. —Vivo en un hotel muy modesto bajo un nombre
que no es el mío. Resulta difícil invitar a algunos personajes a semejante lugar, pero
sigo creyendo que, ante la crisis que se aproxima, puedo ser útil. Por ejemplo, Sergei
Petrov me pidió que lo ayudara en este problema del embargo de granos contra su
país. Sin embargo no tengo manera alguna de saber si mi mediación sería aceptable
para las otras partes interesadas. Usted señor Pearson, que fue ministro, ¿cómo
reaccionaría ante una intervención mía ahora?
—Difícil decirlo. —Pearson, el político, era un animal mucho más agudo que
Pearson el editor. Comenzó a razonar en voz alta. —Consideremos las columnas
deudoras y acreedoras. Usted es un líder derrotado, un clérigo católico romano,
francés por añadidura, profeta autoproclamado, todo lo cual representa una suma de
hechos negativos para un negociador político que intente tener éxito en el mercado de
hoy.
Jean Marie rió, pero no hizo ningún comentario. Pearson continuó con su
enumeración.
—Si consideramos ahora el aspecto positivo, ¿qué tenemos? Usted es un
diplomático con mucha práctica, carece de ambiciones personales; su buena conducta
después de la abdicación es un excelente punto a su favor. Es un agente
completamente libre. La historia que Rainer y Mendelius escribieron sobre usted ha
contribuido a despejar un poco el aura de misticismo que lo envolvía. —Rió de su

www.lectulandia.com - Página 285


propia broma de escolar—. Resumamos lo dicho: si yo fuera ministro de Relaciones
Exteriores, con toda seguridad lo recibiría. Si me dijera que los rusos le han pedido
que haga de mediador con mi gobierno, me mostraría bastante escéptico. Y mi
razonamiento sería el siguiente: a primera vista, usted aparece como un intermediario
honesto. En consecuencia y precisamente por ese motivo, o tal vez por el motivo
opuesto, me preguntaría qué ha movido a los rusos a usarlo como su emisario y por
que motivos no han buscado a alguien con más músculos para negociar. El resultado
de mis consideraciones sería, naturalmente, que la situación de ellos tiene que ser
muy desesperada puesto que han salido de su campo corriente de transacciones para
buscar a una persona ajena a todo ello. Y en ese caso sería posible negociar con
ventajas para Inglaterra. De manera que, en conjunto, creo que lo recibiría con mucho
interés y que luego, lo dejaría de lado tan pronto como pudiera.
—Su razonamiento me parece muy sensato —dijo Jean Marie—. Ahora volvamos
a mi primera pregunta. ¿Estaría dispuesto a arreglar algunas entrevistas aquí, para
mí?
—Por supuesto. Dígame solamente a quién quiere ver y lo invitaré
inmediatamente. Y recuerde también que usted es siempre bienvenido aquí.
—Hay algo más que no debemos olvidar —Hennessy parecía inquieto— Si no
desea revelar su existencia como autor de las "Ultimas cartas", ¿cómo se las arreglará
para explicar su presencia en la casa de un prominente editor inglés?
—No explicaremos nada —cortó vivamente Pearson—. Dejaré simplemente caer
la información de que estamos discutiendo algún posible libro… Y ciertamente que
aprovecharía la oportunidad para plantear el tema de la autobiografía.
—Me temo —dijo Jean Marie— qué ese es un proyecto para el que no me siento
ni con la disposición ni con el tiempo suficiente.
—Pero hay otros proyectos que tal vez puedan interesarle. Hace ya años que
estoy tratando de encontrar a alguien que sea capaz de escribir un libro claro y nada
retórico sobre la naturaleza de la experiencia religiosa. Aquí en Inglaterra estamos
actualmente presenciando un fenómeno que merece más atención de la que se le está
prestando. Mientras las iglesias tradicionales pierden clérigos y fieles a un ritmo
impresionante, los cultos más diversos están en pleno florecimiento… Permítame
enseñarle algo. —Los condujo por la esquina de la casa hacia un lugar donde los
bosques se abrían para dar paso a una vista de verdes colinas, al final de las cuales,
sobre un pequeño montículo, se levantaba una mansión construida en estilo
neoclásico. El comentario de Pearson fue inspirado pero su voz estaba llena de
melancolía.
—…Por ejemplo, ese lugar. Perteneció a un buen amigo mío. Ahora se ha
transformado en el cuartel general de un grupo que se denomina a sí mismo la
"Familia de los Únicos Santos". Mantienen un culto, al estilo de los Moonies, de los

www.lectulandia.com - Página 286


Soka Gakkai, del Hare Krishna. Realizan un activo proselitismo. Se someten a un
régimen extremadamente duro, basado en un exceso de trabajo y en una constante
vigilancia del neófito. Atraen a mucha gente joven. Son muy ricos… Y ahora, a
semejanza de muchos otros grupos, están dedicados a almacenar grandes cantidades
de comida, medicina y armas en espera del día del Armageddon. Si llegan a
sobrevivir, ellos y otros como ellos pueden fácilmente transformarse en los barones
de los tiempos post nucleares… Y ése es el motivo por el cual la jerarquía católica se
asustó cuando usted quiso publicar su encíclica. Matt Hewlett trajo una copia de
Roma y vino especialmente a verme para mostrármela y conversar sobre ella. Se
detuvo ahí mismo donde ahora está y dijo: "Y allá es —lo entienda él plenamente o
no— adonde Gregorio XVII intenta llevarnos. Cristianismo de los tiempos de
Cromwell, con calzadas reales, mosquetes y todo".
—¿Y le creyó usted? —preguntó suavemente Jean Marie.
—En ese momento, sí.
—¿Y qué ha sucedido desde entonces para que cambiara de idea?
—Varias cosas. Habiendo vivido por tanto tiempo en la arena política y
constatado lo difícil que resulta hacer funcionar a una democracia, me he sentido a
menudo tentado por alguna forma de dictadura. Como editor he visto asimismo cuan
fácil es condicionar al pueblo a adoptar ciertos hábitos y ciertos puntos de vista. Muy
a mi pesar fui, en varias ocasiones, seducido por la posibilidad de la manipulación y
participé en ejercicios de esa naturaleza tanto en la política como en el comercio… Y
luego, un día Hennessy me trajo sus primeras cartas. Hay, en la cuarta, un trozo
completo que he aprendido de memoria… "Cuando un hombre se transforma en
payaso hace al auditorio el don de sí mismo. Con el fin de poder regalar a los demás
la salvadora gracia de la risa, acepta ser objeto de burlas, ser empapado, clavado,
traicionado en el amor. Tu Hijo, cuando aceptó ser coronado como un rey de
escarnio, aceptó que las tropas le escupieran y le lanzaran vino al rostro, llevó a cabo
el mismo tipo de total sumisión… Alimento la esperanza de que, cuando Él regrese,
conservará la humanidad suficiente para enjugar las dulces lágrimas derramadas por
los payasos sobre los juguetes destrozados que fueron un día mujeres y niños…"
Pearson se detuvo, como avergonzado y permaneció por un largo rato mirando a
través de las colinas y los verdes prados hacia la mansión de los "Únicos Santos".
Finalmente, con una curiosa emoción, admitió: —Supongo que eso podría llamarse el
momento de mi conversión. Siempre he sido un cristiano participante, pero tal vez he
podido serlo porque, en forma sistemática, he mantenido mi mente cerrada ante
algunas de las aterradoras consecuencias de la fe: amar a un universo donde los
animales, para sobrevivir, se devoran unos a otros, los torturadores forman parte de la
administración pública y lo mejor que se puede ofrecer a una agonizante humanidad
es la invitación: "Toma tu Cruz…" Pero en alguna forma, sus palabras consiguieron

www.lectulandia.com - Página 287


liberarme de esa desesperación y cambiaron mi visión de este trastornado mundo al
que he aprendido a interrogar con ojos diferentes.
Adrian Hennessy no dijo nada. Alcanzó su pañuelo y comenzó a limpiar
vigorosamente sus anteojos. Jean Marie Barette dijo entonces, con grave gentileza.
—Sé lo que siente, pero es una alegría muy frágil. No se apoye demasiado en ella,
porque si lo hace, puede ceder bajo su peso.
Pearson lo miró agudamente, con una escudriñadora mirada.
—Me sorprende usted. Más bien hubiera pensado que usted estaría pronto a
compartir cualquier gozo, por frágil que éste fuera.
Jean Marie alzó una mano en un gesto de humildad.
—Le ruego que no me interprete mal. Cuando alguien recibe esa iluminación
interior que le da un nuevo sentido a su vida y a su fe, me siento colmado de dicha.
Simplemente me permití advertirle, basado en mi propia experiencia, que el consuelo
y la fuerza que ha recibido pueden no durar. La fe no depende de la lógica y el
momento de la intuición puede no repetirse. Es preciso esperar y estar preparado para
largos períodos de oscuridad y a menudo, para una destructora confusión.
Waldo Pearson permaneció en silencio por un momento, y de pronto, con
sorprendente rudeza, dijo a Hennessy.
—Adrian, querría hablar privadamente con nuestro amigo. ¿Podría dejarnos solos
por un rato?
—Ningún problema —dijo Hennessy sin perturbarse—. Tomaré el coche y
manejaré hasta Nag's Head para tomar un trago con la gente del lugar. Hablen de lo
que quieran, excepto de contratos. Este punto me pertenece exclusivamente.
Waldo Pearson caminó con Jean Marie hasta el borde del lago, donde un par de
cisnes blancos flotaba serenamente, deslizándose entre los cañaverales. Luego, con
cierta torpeza, se confesó.
—Se está iniciando ahora entre nosotros una… ¡bien…! una relación cuya
naturaleza se define por la intimidad que crea. Un autor y su editor no pueden vivir
satisfactoriamente si se encuentran distanciados, por lo menos no un autor como
usted y un editor como yo. Y ahora mismo siento —no sé si con razón o sin ella—
que algo muy importante no ha sido aún dicho entre nosotros… Me parece, por
ejemplo, muy raro que usted haya sentido la necesidad de lanzarme una advertencia
sobre mi… mi salud espiritual.
—Estoy igualmente preocupado por mi propia salud espiritual —dijo Jean Marie
—. En estos momentos no costaría nada convencerme de que me encuentro sufriendo
los efectos de una monstruosa ilusión.
—Me parece difícil creer eso. Sus convicciones parecen tan inconmovibles. Ha
dado tanto y escribe con una emoción tan profunda.
—Y sin embargo es cierto. —Jean Marie cogió una caña de las que crecían en el

www.lectulandia.com - Página 288


borde del lago y comenzó nerviosamente a desmenuzarla a medida que hablaba—.
Llevo ya tres semanas en Inglaterra. He vivido en un hotel muy cómodo situado
enfrente de una antigua plaza con un jardín al medio, donde los niños juegan y las
jóvenes madres traen a sus bebés. Dedico las mañanas a trabajar, y por las tardes
salgo a caminar. En las noches leo y rezo y me acuesto temprano. Me siento libre,
relajado. Me he hecho, incluso, de algunos amigos. Así ha sucedido por ejemplo con
un anciano caballero judío que trae su nieto a jugar a la pelota en el jardín. De
acuerdo a la tradición rabínica, es un excelente académico. Cuando descubrió que
conocía el hebreo, estuvo a punto de bailar de alegría. El viernes pasado asistí a la
cena sabática en su casa. Luego está el conserje, que es italiano y muy hablador,
siempre listo para cualquier chisme… De manera que usted puede ver que mi vida es
muy agradable y que casi he llegado a ser convertido por esta extraordinaria
ecuanimidad de los británicos… algunos de los cuales realmente están convencidos
de que Dios es un caballero inglés de gusto impecable que jamás permitiría que las
cosas fueran más allá de un punto conveniente… Y bruscamente me he dado cuenta
de que ésa es, precisamente, la más insidiosa de las tentaciones. Puedo ser silenciado,
no por mis enemigos, no por la autoridad, sino por mi propia y cómoda indiferencia.
Puedo pensar que, precisamente porque acabo de escribir unas pocas páginas que
serán ampliamente difundidas, he dado mi testimonio público y me he ganado el
derecho a soñar tranquilo en mi rincón hasta el día del Juicio Final. Ese es un lado de
la medalla. El otro, aunque diferente, es igualmente siniestro. Al escribir las "Últimas
cartas desde un pequeño planeta" he expresado mis sentimientos más personales, mis
relaciones con Dios y con la familia humana. No he intentado enseñar ninguna
doctrina ni he planteado argumentos teológicos. No soy un pastor interesado en el
bienestar espiritual de su rebaño. Carezco de todo cargo, soy en verdad un semilaico.
He llegado a celebrar la Eucaristía para mí solo, lo que realmente tiende a restarle
sentido a este acto sacramental… Y ahora, sin aviso previo, un abismo parece abrirse
bajo mis pies. Porque en el momento mismo en que me encontraba escribiendo las
líneas que tanto lo han conmovido, pensaba, "¿Es esto verdad? ¿Es esto lo que yo
realmente creo…? Puedo ver el fin de la civilización como algo muy próximo y
posible. Pero ¿qué sucede con la Parusía, con la Segunda Venida que renovará todas
las cosas? No sé de qué manera arreglármelas con este concepto del Dios-hombre,
levantado y glorificado, presidiendo desde una eterna calma la agónica disolución de
nuestra habitación terrestre. Y me ocurre que ahora, cualquiera que sea la forma en
que trato de razonar sobre ello, lo único que huelo es la sangre y lo único que veo son
los rostros del demonio, tal como los muestran los antiguos templos. A veces, créame,
desearía olvidarme de todo y poder conversar tranquilo con mi rabino mientras
miramos jugar a los niños…
—Y sin embargo —dijo Waldo Pearson suavemente— eso no es lo que escribió.

www.lectulandia.com - Página 289


Lo que aparece en esas páginas suyas es la conversación de un confiado niño con su
amante padre.
—Entonces, ¿quién soy yo? —preguntó Jean Marie con un raro, semihumorístico
pesar—. ¿El equilibrado inglés, el incrédulo Tomás, el ilusionado profeta o el payaso
que, en su corazón, sigue siendo un niño? O tal vez no soy ninguno de esos, sino
alguien completamente diferente.
—¿Quién, por ejemplo?
Jean Marie terminó de destruir los últimos pedazos de la caña que aún conservaba
en las manos, lanzó los restos dentro del agua y los miró mientras flotaban arrastrados
en la estela del lento ondular de los cisnes. Y por un largo momento, permaneció
inmóvil y silencioso, antes de responder a la pregunta que le había sido hecha.
—Me dispuse a mí mismo a no ser sino la caña pensante, pronta para plegarse
ante el viento del Espíritu; pero una caña es también un tubo hueco dentro del cual
otros hombres pueden tocar una música ajena a mí.
Waldo Pearson tomó su brazo y lo condujo lejos del lago hacia un invernadero
que se apoyaba sobre la muralla del jardín patinada por el tiempo.
—Nuestra uva está madura y estoy muy orgulloso de ella. Me gustaría que la
probara.
—¿Hace su propio vino?
—No. La nuestra es uva de mesa. —Y tan casualmente como se había salido del
tema, Pearson volvió á él—. Me parece que lo que ha estado tratando de explicarme
corresponde a los síntomas de una crisis de identidad. Comprendo eso, porque yo he
sufrido la misma experiencia. Después de doce años en el Parlamento, cinco de ellos
formando parte del Ministerio, me sentí perdido, desorientado, vacío, y entonces,
supongo, abierto y ofrecido para todas las manipulaciones. Es bastante aterrador; pero
no me pareció, como le parece a usted, que esa situación tuviera nada que ver con el
demonio.
—¿Dije eso? —Jean Marie se dio vuelta para enfrentarlo. Se veía confundido y
preocupado. Pero Pearson no se conmovió ni se retractó en nada de lo que acababa de
afirmar.
—No lo dijo en esas mismas palabras, pero de hecho, lo implicó. Dijo "una
música ajena a mí".
—Tiene razón, eso fue lo que dije. Y ahí reside, precisamente, la raíz del
problema. Toda la literatura apocalíptica hace referencia a los falsos profetas que
engañan al elegido. ¿Puede comprender el horror de semejante idea…?
¿Y si, después de todo, yo fuera uno de ellos?
—Rechazo totalmente semejante pensamiento —dijo firmemente Waldo Pearson
— porque si así fuera, no publicaría su libro.
—Yo tampoco creo ser un falso profeta —dijo Jean Marie—, pero lo que sí sé es

www.lectulandia.com - Página 290


que en estos momentos se libra en mí una batalla cuyos resultados no están claros.
Me siento atraído hacia una salvadora indiferencia. Me siento tentado de perder toda
fe en una Deidad amante. Y temo ver a mi frágil y recién adquirida identidad explotar
y disolverse en diminutos fragmentos.
—Me pregunto —dijo Waldo Pearson al tiempo que abría la puerta de cristales
del invernadero- si la rigidez de su obediencia no constituye un error; el debate es
saludable y necesario aun en la Iglesia, mientras que el silencio auto-impuesto puede
ser muy desmoralizador. Por lo menos eso fue lo que descubrí cuando estuve en el
Ministerio. A veces es preciso hablar, si no se quiere morir.
—Pero hay una diferencia —Jean Marie se había relajado y había recuperado su
habitual buen humor—. En el Ministerio uno no tiene que enfrentarse con Dios.
—Está más equivocado que el demonio —dijo Waldo Pearson—. Dios está
sentado ahí mismo, en el lugar del diputado.
Ambos rieron. Pearson cortó un racimo de grandes uvas negras, lo dividió y
ofreció un puñado de ellas a Jean Marie, que las paladeó e indicó, con un movimiento
de cabeza, su aprobación.
—Tengo una proposición que hacerle. —Decididamente, Pearson era aficionado a
los súbitos cambios de tema—. Usted necesita de un foro donde hacerse oír y al
mismo tiempo de un acceso fácil a los hombres que toman las decisiones en este país.
Yo necesito de alguien que hable en lugar mío en la comida del Carlton Club. Había
conseguido al Primer Ministro, que desgraciadamente tiene en ese mismo momento,
una reunión cumbre en Washington. Necesito alguien que sea a la vez importante e
interesante. Faltan tres semanas. Para entonces, probablemente habrá terminado con
las cartas. Se trata de una reunión privada y todo lo que se dice allí es privado
también. Hasta ahora, nunca se ha quebrado esa regla… Los miembros del Club
pertenecen a lo que en Francia llaman Le Pouvoir, aunque el ejercicio que se hace de
ese poder es menos drástico de lo que la gente imagina. Me haría un favor y además
le serviría para propagar su mensaje.
—¿Y de qué debería hablar?
—De su abdicación. Los motivos que la produjeron y lo que ocurrió después.
Quiero ver la cara de mis colegas cuando les cuente que conversó con Dios. No estoy
bromeando. Todos ellos lo invocan. Pero usted es el único hombre que conozco que
proclama haber recibido una revelación privada y que ha puesto su cabeza en el
patíbulo para dar testimonio de lo que afirma. Ellos estarán preparados a oír a un
santurrón de ojos saltones y enloquecidos. Dígame que aceptará.
—Muy bien. Pero si debo hablar en inglés tendré que escribir el texto. ¿Querría
revisarlo?
—Por supuesto. No puedo decirle lo dichoso que me siento… ¿Y estamos de
acuerdo en que el motivo de su presencia aquí es la discusión y preparación de los

www.lectulandia.com - Página 291


planes para un libro, posiblemente varios libros?
—De acuerdo.
—Espléndido. Ahora dígame lo que piensa de esta uva. El parronal proviene de
cepas originales del "Great Vine" de Hampton Court…
Todo ello era tan británico y sub-entendido que el significado de semejante
invitación pasó completamente inadvertido para Jean Marie. Y por otra parte, estaba
tan interesado en las particularidades y la originalidad de la propiedad de Pearson,
que olvidó contarle a Adrian Hennessy lo del Carlton Club y sólo vino a recordarlo
cuando se hallaban a mitad de camino de regreso a Londres. Hennessy quedó tan
impactado que estuvo a punto de estrellar el auto.
—¡Mi Dios! La inocencia de este hombre. ¿Comprende lo que le ha sucedido?
—He sido invitado a hablar en una cena en un Club de caballeros —dijo
amablemente Jean Marie—. Le aseguro que puedo estar a la altura de la ocasión. De
ninguna manera creo que sea nada tan formidable como dirigirse a una audiencia en
la plaza de San Pedro o hacer una visita papal a Washington.
—Pero puede tener una importancia del demonio para usted —dijo Hennessy con
irritación—. Pearson es un viejo zorro muy sagaz. Lo invita al Carlton Club, que es la
fortaleza de la política conservadora. Lo presenta como el orador sustituto del Primer
Ministro en una de las tres comidas políticas más importantes del año. Eso es casi
como ser canonizado por los ingleses. Si hace un buen discurso —y si entretanto no
cae bebido bajo la mesa, o le lanza huesos de pollo al presidente del Club— su
reputación está hecha. Desde ese momento puede levantar el teléfono y hablar con
quien desee y cuando lo desee en Whitehall o en Westminster y será naturalmente la
mitad de vulnerable de lo que es ahora. Por todas las cancillerías del mundo correrá la
voz de que usted forma parte de los privilegiados de Inglaterra. Eso tendrá en Francia
un efecto inmediato, porque todo lo que ocurre en el Carlton Club es estudiado y muy
cuidadosamente, al otro lado del canal. Petrov también se enterará de ello y los
americanos. Los miembros del Carlton gustan de educar a los huéspedes que invitan.
—Hennessy, amigo mío, si alguna vez me reeligen papa, lo nombraré mi cardenal
camarlengo.
—¡No! A menos que cambie usted las leyes del celibato. En el Renacimiento no
lo hubiera hecho mal, pero no en estos tiempos… Lo que me hace recordar. ¿Qué
piensa ponerse para la cena en el Carlton?
La pregunta cogió por sorpresa a Jean Marie.
—¿Me está preguntando por la ropa que voy a llevar esa noche?
—Precisamente. Todos los otros caballeros irán vestidos de etiqueta. ¿Cómo,
pues, se presentará usted? ¿Como clérigo de su rango? ¿Una cruz pectoral, un
corbatín rojo? Si va como laico espero que no se atreverá a ir con un traje arrendado.
Veo que se ríe, monseñor, pero le aseguro que el asunto es importante. El protocolo

www.lectulandia.com - Página 292


francés es muy claro y preciso: "tic-tac" y usted sabe inmediatamente cuál es el orden
de precedencia. Pero los ingleses —Dios bendiga sus calcetines de algodón— hacen
las cosas de manera muy diferente. Usted puede ser aquí elegante y despreciado,
andrajoso y admirado, excéntrico y respetado. Si es un genio, puede incluso ostentar
en su solapa los restos de su sopa del año pasado. Pero en todo momento ellos estarán
observándolo para ver cómo se comporta dentro de sus hábitos de escena. —Dio un
brusco viraje para adelantarse a un camión de bebidas—. La suerte de las naciones
bien pudiera depender del corte de su smoking.
—Bien, entonces démosle toda la atención que merece —dijo alegremente Jean
Marie Barette—. ¿Puede encontrar para mí un buen sastre italiano? Necesito a
alguien que posea en un muy alto grado el sentido del teatro.
—El mejor —dijo Hennessy—. Angelo Vittucci. Es capaz de hacer que un gordo
Baco se asemeje a Mercurio en calzoncillos. Lo llevaré mañana a verlo. Sabe,
monseñor… —enderezó el auto hacia la entrada de la autopista y empujó el
acelerador a fondo— estoy comenzando a quererlo. Para un hombre de Dios tiene
usted un sentido muy mundano del humor.
—Usted sabe lo que dijo Pascal: "Diseur de bons mots mauvais caractère".
—¿Por qué? —preguntó Adrian Hennessy con impresionante seriedad— ¿Por qué
la compañía de la gente de mal carácter es una agradable compañía?
—Somos la mostaza que sazona la carne —dijo Jean Marie con una sonrisa—, si
no hubiera nada que componer y si nadie necesitara salvarse, este mundo sería muy
aburrido. Usted y yo estaríamos cesantes.
—Si me disculpa la expresión —Hennessy con la ruta despejada frente al
automóvil se preparó para disfrutar de la conversación—, el que está cesante es usted.
Yo al contrario me estoy esforzando por encontrarle un trabajo de tiempo completo…
Ahora siéntese bien y escuche de nuevo este canto. Creo realmente que puede ser un
gran éxito. —Deslizó una cinta grabada dentro de la grabadora y momentos después
estaban oyendo la canción que sobre el tema de Juanito el payaso había compuesto
Florent de Basil. La cinta había sido dispuesta para demostrar las diversas formas en
que el canto podía ser expresado y bajo todas ellas había mantenido su plenitud. Las
palabras eran muy sencillas y el ritmo contagioso, pero sobre todo la melodía tenía
una rara, nostálgica cualidad que resonaba directamente en el corazón.

"Grandes botas, lacias ropas,


Rostro pintado, nariz de botón,
Este es Juanito el payaso.
Juanito, Juanito, golpeado y humillado,
Juanito, Juanito, zurrado y desplomado,
Juanito pateado y Juanito remendado,

www.lectulandia.com - Página 293


Juanito cazado y Juanito derrotado,
Por tanta risa ¿quién da las gracias?
¿Quién da abrazos y besos después?
¿Está solo Juanito también?
Sonrisa cómica, ojo saltón
¿Quién sabe si es risueño o llorón?
Sólo Juanito, Juanito el payaso".

Al apagarse las últimas notas de la canción, Hennessy cerró el contacto de la


grabadora y preguntó:
—Bien. ¿Qué le ha parecido?
—Siempre encantador —dijo Jean Marie—. Evocador, también. ¿Cómo piensa
utilizarlo?
—En estos momentos estamos discutiendo los términos de un contrato con una de
las más grandes compañías de grabación y distribución de canciones. Ellos se
encargarán de hacer grabar la canción por uno de sus cantantes de mayor cartel y la
lanzarán al mercado justo antes de la publicación del libro. Entonces, si mis
previsiones son justas, otros cantantes comenzarán a su vez a cantarla hasta que se
transforme en un éxito sin precedentes. Y eso proveerá inmediatamente una relación
audiovisual con la publicidad del libro.
—Nuestro amigo Florent tiene mucho talento y es muy atrayente; tal vez, sería
preferible que fuera él en lugar mío al Carlton Club y cantara allí.
—La primera lección que hay que aprender en este negocio —le advirtió
Hennessy— es que jamás hay que ceder a otro una buena invitación como ésta que ha
recibido. Puede que nunca se la vuelvan a hacer.
Dos días después, alertado por teléfono sobre el cambio producido en la situación
de Jean Marie, el hermano Alain llegó a Londres. Como siempre, estaba lleno de
solicitud y de preocupaciones casi todas ellas irrelevantes. ¿No sería acaso el hotel de
Jean Marie un poquito demasiado modesto? ¿No sería conveniente que agasajara a
algunos nobles de antigua raigambre católica como los Duques de Arundel y
Norfolk? Si el embajador de Francia pudiera ser invitado al Carlton Club, el clima de
París cambiaría inmediatamente.
Jean Marie escuchó pacientemente y estuvo de acuerdo en darle la debida
consideración a todos los problemas planteados por su hermano. Lamentaba saber
que Odette había caído víctima de la gripe, y estaba encantado de enterarse de que
una de sus sobrinas no tardaría en comprometerse en matrimonio y que la otra estaba
comenzando a salir con un joven de excelentes perspectivas que trabajaba en el
Ministerio de Defensa. Fue solamente cuando había transcurrido más de la mitad de
la comida —los hermanos estaban cenando en "Sophie's", un pequeño lugar en un
rincón de Sloane Street— que Alain comenzó a hablar con mayor soltura de sus

www.lectulandia.com - Página 294


inquietudes personales.
—…No puedo negarte, Jean, que el mercado monetario parece haber
enloquecido. En las bóvedas suizas hay una gran cantidad de oro atesorado y el
precio mismo del oro se ha ido a las nubes. Estamos respaldando acuerdos
comerciales sobre toda clase de materias primas en todo el mundo: metales básicos,
metales raros, aceites minerales, aceites vegetales, azúcar de caña, azúcar de
betarraga, madera y carbón coke… No hay barcos en cantidad suficiente para
transportar esta enorme masa de productos de manera que estamos arrendando barcos
de desecho que hubieran debido ser retirados de la circulación hace ya muchos años y
las compañías aseguradoras están cobrando sumas astronómicas para asegurar los
barcos y sus cargamentos. Y aun así, ¿cómo es posible pagar nada con monedas que
sufren, una inflación del diez por ciento al día…? Dios no debería oír lo que voy a
decir, Jean, pero la verdad es que necesitamos una guerra, aunque solo para poner fin,
de una vez por todas, a esta locura.
—No temas, hermanito —le contestó un desolado Jean Marie—. Tendremos una.
Y París será un blanco prioritario. ¿Has pensado en lo que harás con Odette y las
niñas?
La pregunta lo impactó a Alain.
—¡Nada! Seguiremos viviendo como siempre.
—¡Bravo! —dijo Jean Marie—. Estoy seguro de que ustedes morirán con el
corazón puro y la mente en blanco, convencidos de que el calor que bruscamente los
ha envuelto era solo aire caliente proveniente de un secador de cabello. Por piedad,
vete fuera de París, aunque eso signifique arrendar una cabaña en la Alta Saboya.
Alain personificaba la imagen misma de la dignidad ultrajada.
—No me parece necesario que todos nos unamos al pánico de los puercos
endemoniados gadarenos.
Una vez más Jean Marie se reprochó por la parte que le cabía en la vieja
rivalidad.
—¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero te quiero, hermanito, y me preocupa tu seguridad y la de tu
familia.
—Entonces debes tratar de comprender cuáles son nuestras verdaderas
preocupaciones. Odette y yo atravesamos, hace algún tiempo, por una época muy
mala. Llegó un momento, incluso, en que estuvimos pensando seriamente en
separarnos.
—No lo sabía.
—Porque yo tomé las precauciones necesarias para que lo ignoraras. Bueno, pero
de alguna manera, Odette y yo nos arreglamos. Ahora estamos sólidamente unidos.
Las niñas han madurado y se han comprometido con un par de muchachos decentes.
Eso, aunque no represente ningún triunfo, de todos modos es una satisfacción. En lo

www.lectulandia.com - Página 295


que a Odette y a mí se refiere, no tenemos mayor interés en llevar una vida de
refugiados en las montañas. Preferimos disfrutar de lo que tenemos y correr la suerte
de París compartiendo lo que quede de la ciudad.
Jean Marie se encogió de hombros asintiendo.
—Sí, parece sensato. De todos modos no trataré de inmiscuirme en las vidas de
los demás.
—Creo que debes interesarte por la vida de Roberta.
Dijo esto de manera tan precisa y perentoria que Jean Marie se sobresaltó.
—¿A que tipo de interés te refieres?
—Para comenzar, compasión. Su padre acaba de morir, hace tres días, en su
prisión.
—No lo sabía. ¿Por qué nadie me lo ha dicho?
—Yo mismo me enteré de ello sólo dos horas antes de salir de París. Y no quise
decírtelo así, bruscamente, en el momento en que llegué. Lo terrible del asunto es que
fue asesinado, acuchillado por un compañero de prisión. Se presume que el asesinato
fue organizado desde afuera, probablemente por cómplices en el fraude bancario.
—¡Dios santo…! ¿Y cómo lo ha tomado ella?
—De acuerdo con lo que dice su asistente, muy mal. Porque ella había construido
toda su vida sobre el hecho de que estaba pagando las deudas de su padre y
ofreciéndole así una oportunidad de poder llevar, al salir de la cárcel, una vida
honrosa y respetada. Creo que tú debes llamarla y si puedes, convencerla de que
venga a Londres por unos días.
—Me parece que sería bastante inapropiado.
—¡Al infierno con lo apropiado! —Alain estaba lleno de ira—. ¡Tienes una deuda
con ella! Te recibió en su casa. Está financiando este proyecto tuyo con su propio
dinero. ¡Adora el suelo que pisas…! Si no eres capaz de levantarla del abismo en que
se encuentra, de secar sus lágrimas y de hacer, por unos días, el papel de Santa Claus
para ella, entonces, francamente, hermano Jean, eso querrá decir que eres un fraude.
En cien ocasiones te he oído afirmar que la caridad no es colectiva. ¡La caridad es el
tú y yo… uno para uno! ¡Y si temes que se produzca algún escándalo sexual con los
sesenta y cinco años que llevas encima, entonces la verdad es que podría decirse que
eres mucho más afortunado que yo!
La respiración de Jean Marie se detuvo mientras contemplaba a su hermano en un
estado de total incredulidad.
Luego, sin decir una palabra, se levantó y caminó hacia la ventanilla del cajero.
Allí depositó un billete de diez libras y preguntó si podía hacer un llamado telefónico
a París. La joven le alcanzó el teléfono. Marcó el número de Roberta. Un momento
después contestaba la voz de un criado. Lamentaba profundamente, pero madame se
sentía indispuesta, y no podía venir al teléfono.

www.lectulandia.com - Página 296


—¡Por favor! —rogó Jean Marie—. Habla monsieur Grégoire. Estoy llamando
desde Londres. Ruéguele, por favor, que venga a hablar conmigo.
Hubo un largo, ominoso silencio y finalmente la voz de Roberta Saracini, débil y
distante, se oyó por el teléfono. El le dijo:
—Alain está aquí a mi lado. Acaba de darme la noticia de lo que ha ocurrido a su
padre… Imagino que su teléfono está intervenido. Me da lo mismo. Sé lo que debe
estar sintiendo. Deseo que se venga a Londres… Inmediatamente. Esta misma noche,
si puede. Le reservaré una habitación en mi hotel… Sí, la misma dirección que le dio
Hennessy… No, no estoy de acuerdo. Este no es el momento de estar sola y conmigo
por lo menos, no necesitará hablar… Bien. Estaré esperándola… A tout à l'heure!
Colocó el teléfono en su horquilla y luego llamó a su propio hotel para reservar
un cuarto. La cajera le entregó su vuelto. Caminó hacia la mesa y respondió a la
muda pregunta de Alain.
—Llega esta noche. Le he reservado una habitación en mi hotel.
—Bien —dijo Alain con brusquedad—. Y no gastes mucho tiempo en recuerdos
funerarios. Muéstrale la ciudad. Le encantan los cuadros. Y también parece que aquí
hay un teatro excelente…
—¿Por qué no me dejas planificar lo que deseo hacer, hermanito?
Alain Barette parecía haberse transformado súbitamente en un sabio lleno de
ingenio. Levantó su copa en un irónico saludo.
—Bueno, no estás muy acostumbrado a andar por ahí sin un chaperón, ¿no es así?
Jean Marie rompió a reír.
—Tú y yo tenemos mucho que aprender el uno del otro.
—Y no nos queda ya mucho tiempo para hacerlo —dijo Alain, nuevamente
pensativo—. Hay algo que debo decirte. Petrov vino a verme. Quería hablar contigo.
Le informé que no estabas en París y que cualquier reunión tendría que llevarse a
cabo fuera de las fronteras de Francia. Me ofrecí de mensajero, y esto es lo que me
comunicó. Los jerarcas de la U.R.S.S. están examinando, al más alto nivel de
deliberaciones, el proyecto de tu viaje a Rusia. Hasta ahora las reacciones parecen ser
favorables. Cuando se haya llegado a una decisión, él tomará contacto conmigo y yo
te transmitiré el mensaje.
—¿Cómo está Petrov?
—¡Andrajoso! Ha estado sometido a tensiones tremendas.
—Me pregunto cuánto tiempo más podrá resistir —dijo pensativamente Jean
Marie—. Cuando regreses, trata de arreglar una entrevista personal con él. Cuéntale
de mi proyectado discurso en el Carlton Club. Explícale que me dará una oportunidad
para explorar la situación del embargo de granos con la gente más influyente de Gran
Bretaña. Por lo menos podrán decirme cuáles son las posibilidades de reabrir un
diálogo… ¿Cómo le ha ido a Petrov con Duhamel?

www.lectulandia.com - Página 297


—Cree que Duhamel tal vez consiga hacer desviar de su ruta a un carguero
canadiense que transporta un millón de fanegas de trigo originalmente destinadas a
Francia. Eso no es sino una gota en el mar y por otra parte el barco se encuentra en
este momento en la mitad del Atlántico. Así es que es imposible saber si esto
constituye o no una táctica dilatoria. Duhamel es un verdadero campeón en estas
materias.
—¿Has hablado con Duhamel?
—Brevemente, pero le he hecho saber que venía a verte. Me hizo llegar
inmediatamente una nota que me pidió te entregara en manos propias.
Le pasó un sobre a través de la mesa. Jean Marie lo abrió y encontró una nota
garabateada por la impaciente mano de Duhamel.

"Amigo mío:
"Cada día que pasa nos aproxima más al Rubicón. Y si bien el estado de
Paulette se mantiene estacionario y bueno y podemos disfrutar de muchas cosas
juntos, nuestros planes para ese día no han cambiado. Lo que no obsta para que
no encontremos palabras suficientes para agradecer el privilegio de que ahora
estamos gozando. Sin embargo, no podemos aceptar este privilegio como una
forma de pago por un acto de sumisión que no nos encontramos aún preparados
para hacer.
"Usted continúa en la lista de vigilancia grado A en Francia. Los americanos
también han comenzado a interesarse y nuestra gente ha recibido peticiones de
informes por parte de un miembro de la C.I.A. llamado Alvin Dolman. Salió la
semana pasada con destino a Inglaterra. Lleva como cobertura el cargo de
asistente personal del ex-secretario de Estado, Morrow, que ahora trabaja para la
Morgan Guaranty. "He pedido a un amigo mío de la Inteligencia Británica que
haga una investigación sobre Dolman, porque pensamos que puede ser un agente
doble. Sabemos que no lo es, pero en este caso, revolver un poco las aguas podría
ayudar.
"Paulette le envía su cariño. Cuídese.
"Pierre".

Jean Marie dobló la nota y la guardó en el bolsillo delantero de su chaqueta


mientras Alain lo observaba con ojos sombríos y pensativos. Le preguntó:
—¿Malas noticias?
—Me temo que sí. El hombre que trató de matar a Mendelius está en Londres. Se
trata de un agente de la C.I.A. llamado Dolman. Ahora lo han colocado al lado de
Morrow, de la Morgan Guaranty.
—Llamaré a la gente de Morrow Guaranty y les contaré lo que ocurre. —Anunció
esto con un tono tan pomposo que casi parecía un actor representando una mala

www.lectulandia.com - Página 298


comedia. Jean Marie notó, con cierta sorpresa, que Alain parecía estar beodo. Dijo,
riéndose:
—Hermanito, en verdad no te recomiendo que lo hagas. —Alain se sintió herido.
—No quiero correr el riesgo, en la próxima conferencia bancada, de encontrarme
sentado al lado de un asesino.
—Me pregunto cuántas veces te habrá ocurrido eso sin que te des cuenta.
—Touché! —Alain reconoció, con un saludo, este punto a favor de su hermano y
luego hizo señas al camarero para que trajera más vino. Preguntó: - ¿Y qué has
pensado hacer con respecto a este Dolman, Jean?
—Contaré el caso a Hennessy y a Waldo Pearson, y en seguida olvidar el asunto.
—En la esperanza de que uno u otro te darán la protección necesaria o sacarán de
la escena a Dolman.
—Bueno, de alguna manera, sí.
—Entonces, pues, cuando se lo encuentre muerto en su apartamento o atropellado
por un automóvil, ¿cuál será tu parte de culpa? ¿O te limitarás a darte vuelta para otro
lado, como Pilatos, y a lavarte las manos?
—Estás muy duro esta noche.
—Estoy tratando de descubrir cómo eres. Porque después de todo, en estos
últimos treinta años no hemos pasado mucho tiempo juntos. —Estas palabras fueron
una sorpresa para Jean Marie, ya que hasta ahora sabía que Alain tenía, como se dice,
"el vino triste"—. De nosotros dos, tú has sido siempre el importante: cura párroco,
obispo, cardenal, papa. Aun ahora, en recuerdo y consideración de lo que has sido, la
gente tiende a inclinarse ante ti. Por lo demás, siempre he observado que eso es
moneda corriente en el mundo de hoy. El príncipe Cul de Lapin que no ha trabajado
un solo día en toda su vida recibe un trato muy superior al que obtiene un exitoso
comerciante cuya cuenta corriente bancada arroja un saldo favorable de medio millón
de francos. —Alain se estaba expresando con una dificultad creciente—. Lo que
quiero decir es que esto se parece al culto de los antepasados. El bisabuelo es un
hombre sabio, porque está muerto. Tú no estás muerto, pero, ¡por Dios!, dices
palabras y un montón de cosas que en realidad ni tú mismo comprendes.
—En este momento diré algunas palabras sobre ti, hermano mío. Tu es soûl
comme une grive. Estás bebido como un tordo. Te llevaré de vuelta al hotel.
Mientras Jean Marie pagaba la cuenta y se apresuraba en sacarlo de allí, Alain
oscilaba al borde del completo derrumbe. Caminaron dos cuadras antes que Alain
consiguiera que sus pasos se adecuaran a algún ritmo coherente. De regreso en el
hotel, Jean Marie lo acompañó hasta su habitación, lo desvistió dejándolo en paños
menores, lo hizo rodar sobre la cama y procedió a cubrirlo con la colcha. Alain se
sometió a todo el proceso sin pronunciar una sola palabra, pero en el momento en que
Jean Marie se disponía a irse, abrió los ojos y anunció, a propósito de nada:

www.lectulandia.com - Página 299


—Estoy borracho, en consecuencia lo estoy. Las únicas veces en que puedo
probar que estoy borracho es cuando me encuentro lejos de Odette. ¿No te parece que
eso es muy curioso, Jean?
—Demasiado curioso para discutirlo a medianoche. Duérmete ahora. Hablaremos
por la mañana.
—Solamente una cosa más…
—¿Qué cosa?
—Tienes que comprender el problema de Roberta.
—Lo comprendo.
—No. No lo comprendes. Ella necesita creer que su padre era una especie de
santo, pagando las culpas de otros. El hecho real es que era un perfecto bastardo que
nunca pensó en nadie sino en sí mismo. Arruinó a un montón de gente, Jean. No
permitas que, desde el otro lado de su tumba la arruine también a ella.
—No lo permitiré. Buenas noches, hermanito. Mañana amanecerás con el cuerpo
débil y un tremendo dolor de cabeza.
Salió en puntas de pies y bajó a la recepción del hotel para esperar a Roberta
Saracini.
Al verla llegar quedó impresionado por el aspecto que ella presentaba. Tenía la
piel seca y opaca, los ojos enrojecidos y la tensión de los rasgos de la cara delataba la
estructura ósea dándole un aspecto cadavérico. Se movía espasmódicamente y
hablaba con volubilidad como si el silencio fuera una trampa que había que evitar a
cualquier costo.
El había reservado para ella un conjunto de dos habitaciones en el mismo piso
suyo. Ordenó café para dos y esperó en el salón mientras ella pasaba al tocador para
refrescarse de los efectos del viaje. Ella no tardó en regresar, envuelta en una nueva
marea de incesante charla.
—… Tenía toda la razón, por supuesto. Es una locura encerrarse en una casa tan
grande como la mía. Es increíble la cantidad de gente que usa estos vuelos nocturnos.
¿Dónde está Alain? ¿Cuánto tiempo más se quedará aquí? Ha estado muy preocupado
por estas fluctuaciones en el mercado monetario. Supongo que le ha contado que…
—Sí me contó —dijo gravemente Jean Marie— que su pena era muy profunda y
veo que es así. Quiero ayudarla. ¿Me hará el favor de permitírmelo?
—Mi padre ha muerto. Asesinado. No puede cambiar ese hecho. Nadie puede.
Tengo que acostumbrarme a la idea, eso es todo.
Habló en forma desafiante, no fuera él a atreverse a tener compasión de ella.
Estaba tensa como cuerda de violín, pronta para saltar al menor roce. Jean Marie
sirvió el café y le pasó la taza. Habló suavemente, calmándola, haciéndola abandonar
poco a poco aquel estado cercano a la histeria.
—Le agradecí tanto que aceptara venir, porque ahora sí creo que está dispuesta a

www.lectulandia.com - Página 300


confiar en mí. Y también porque me da la oportunidad de darle las gracias por todo lo
que está haciendo por mí y al mismo tiempo me permite compartir algunas cosas muy
interesantes y excitantes: los últimos preparativos para "Cartas", el discurso que
tengo que pronunciar en el Carlton Club y los nuevos amigos que he hecho en
Londres… Deseo llevarla a la Tate Gallery, a la Royal Academy of Arts y a la Torre
de Londres; me gustaría que visitáramos el palacio del cardenal Wolsey en Hampton
Court y tantos, tantos otros lugares. Podríamos hacer todo esto juntos…
Ella lo miró con cansada extrañeza.
—Me habla como si yo fuera una niñita. No lo soy. Soy una mujer crecida y
madura, cuyo padre ha sido acuchillado en el corredor de una prisión. Eso hace de mí
una mala compañía para cualquier hombre.
—Está herida y además sola —dijo firmemente Jean Marie—. En cuanto a mí
carezco por completo de toda práctica en el trato con mujeres, de manera que es muy
probable que haga todo al revés. No tengo la menor intención de darle golpecitos
protectores en la cabeza como si fuera un obispo o de ofrecerle mi bendición papal, lo
que por lo demás ya no tengo ningún derecho a hacer. Lo único que le estoy
ofreciendo es un brazo para que se apoye al cruzar las calles y un hombro para que
llore cuando tenga deseos o necesidad de llorar.
—Desde que supe la noticia no he derramado una sola lágrima —dijo Roberta
Saracini—. ¿No cree que eso es propio de una mala hija?
—No, creo que no es así.
—Pero me alegro de que haya muerto. Espero que se esté quemando en el
infierno.
—Dice eso porque lo ha juzgado —dijo Jean Marie con tajante autoridad— y no
tiene ningún derecho para hacerlo. En cuanto a lo de quemarse en el infierno, eso es
algo que siempre me ha molestado, como una piedra en el zapato. En los periódicos
suelen aparecer relatos sobre padres que maltratan a sus pequeños hijos, que les
quiebran los huesos o los meten adentro del horno y todo esto por faltas
insignificantes reales o ilusorias. Nunca he podido imaginar a Dios nuestro Padre, o a
su Hijo que asumió nuestra humanidad, condenando a sus hijos al fuego eterno. Si su
padre fuera ahora sometido a juicio y su suerte dependiera de usted, ¿qué decidiría
con respecto a él, desde hoy y para siempre?
Roberta Saracini no dijo nada. Permaneció sentada, con los labios apretados y los
ojos bajos, estrujando sus manos una contra otra a fin de evitar que temblaran. Jean
Marie insistió:
—Piense en los peores crímenes que alguna vez se hayan llevado a cabo, las
masacres del Holocausto, el genocidio de Kampuchea… ¿Cree que es posible
expiarlos, aun sometiendo a los que los cometieron a una infinidad de terrores
similares? No, no pueden serlo. Las cárceles de este mundo y del otro no alcanzarían

www.lectulandia.com - Página 301


para contener a todos los malhechores. Creo —y eso que sólo se me ha permitido
echar una brevísima ojeada sobre lo que vendrá— que la Ultima Venida y el Juicio
Final mismo serán actos de amor.
Si no lo fueran significaría que somos los habitantes de un mundo caótico creado
por un espíritu demente, y en ese caso, mientras más pronto nos liberemos de él y
regresemos a la nada, mejor.
Pero ella continuaba muda, negándose a responder. Entonces él vino a sentarse a
su lado en el suelo. Tomó su mano y la sostuvo firmemente entre las suyas
diciéndole:
—No ha estado durmiendo muy bien ¿no es así?
—No, no he dormido bien.
—Ahora debe ir a acostarse. Nos encontraremos para el desayuno y
comenzaremos inmediatamente después nuestro plan de vacaciones…
—No estoy muy segura de querer quedarme.
—¿Querría decir conmigo una pequeña oración?
—Trataré. —La respuesta vino en voz baja y trémula.
Jean Marie se recogió un momento y luego, con la mano de ella firmemente
apretada entre las suyas, recitó la oración por los muertos.

"Dios, Padre Nuestro,


Creemos que Tu Hijo murió y resucitó a la vida.
Rogamos por nuestro hermano Vittorio Malavolti,
Que ha muerto en Cristo.
Resucítalo en el último día
Para que participe en la gloria de Cristo Resucitado.
El descanso eterno dale Señor
Y que la luz perpetua luzca sobre él".

—Amén —dijo Roberta Saracini y comenzó a llorar con silenciosas, salvadoras


lágrimas.
En el curso de los cinco días que siguieron a esta primera noche, jugaron a ser
turistas gozando en su plenitud de los sencillos placeres de Londres. Caminaron a lo
largo del Serpentine, presenciaron el cambio de guardia en el palacio de Buckingham,
pasaron toda una mañana paseando por las salas de la Tate Gallery, una tarde en el
British Museum, una noche oyendo un concierto de Beethoven en el Albert Hall.
Hicieron una excursión por el río hasta Greenwich y otra hasta Hampton Court.
Caminaron mirando vitrinas por Bond Street y pasaron otra mañana completa con
Angelo Vittucci que prometió hacer para Jean Marie un traje tan discreto como para
no escandalizar ni siquiera a un querubín y sin embargo tan hermoso como para
sugerir que le había nacido una nueva piel.

www.lectulandia.com - Página 302


Al comienzo el humor de Roberta Saracini oscilaba continuamente de una infantil
alegría en un momento hasta la más honda depresión en el instante siguiente. El no
tardó en darse cuenta de que las conversaciones lógicas y razonadas no influían para
nada sobre ella y que las distracciones y alguna que otra broma ocasional constituían
el mejor remedio para levantar su estado de ánimo. Descubrió también algunas cosas
sobre sí mismo: cuánto había madurado desde que se alejara del Vaticano y qué
inmensidad de pequeños goces habían pasado a su lado sin que él se diera cuenta,
cuando era el perplejo pastor de un rebaño sin rostro. Las "Cartas", en las cuales
continuaba trabajando por las noches, se volvieron así cada vez más emotivas en la
misma medida en que el transcurrir de esos días de la Arcadia hacían del tiempo, de
la ternura y de las lágrimas las cosas preciosas que siempre habían sido.
Roberta había decidido que se quedaría toda la semana, y que dejaría Londres el
domingo por la noche para así poder estar de vuelta en el trabajo el lunes por la
mañana. La oficina meteorológica prometía la continuación del buen tiempo —una
breve extensión del lndian Summer— antes que llegaran las primeras heladas.
Roberta sugirió hacer un pic-nic. Arrendaría un auto y colocaría todo su equipaje en
el baúl. Esto les permitiría disfrutar así de un día entero en el campo. Al regresar a
Londres, Jean Marie podría, de paso, depositarla en el aeropuerto. Y así fue acordado.
El domingo por la mañana, temprano, Jean Marie ofreció la Misa en una capilla
lateral de la Oratory Church, donde el sacristán había llegado a conocerlo
simplemente como el padre Grégoire, un anciano sacerdote francés, que llevaba boina
y tenía todo el aspecto de un benevolente conejo. Más tarde, con Roberta al volante y
un canasto de pic-nic preparado por el hotel, salieron rumbo a Oxford, Woodstock y
más allá hacia la región de los Cotswold.
Era temprano aún y el tránsito del día domingo no había comenzado a tomar su
pleno ritmo; de manera que les fue posible salirse de la supercarretera y vagabundear
por las pequeñas aldeas que comenzaban apenas a despertar, cruzando campos
dorados por los rastrojos de la siega u oscurecidos por el paso del arado. Su placer
nacía de la contemplación de las pequeñas maravillas de la naturaleza: la estela de
niebla matinal que aún corría a lo largo de la colina, la torre gris de una aldea
normanda destacándose por entre los techos de un diminuto villorrio, un manzano
que se inclinaba al borde del camino ofreciendo sus frutos al caminante, una niña
trepada sobre un viejo muro de piedra, meciendo a una muñeca.
De alguna manera, parecía como si fuera más fácil conversar mientras uno de
ellos manejaba. No necesitaban mirarse. Y siempre había a mano alguna distracción
para colmar los traidores silencios que solían producirse. Roberta Saracini le tocó el
brazo y le dijo:
—Me siento mucho mejor que el día en que llegué. Las cosas están comenzando
nuevamente a adquirir sentido para mí. Puedo manejarlas mejor. Y es a usted a quien

www.lectulandia.com - Página 303


debo agradecer esto.
—Usted ha sido muy buena conmigo también y me ha ayudado mucho.
—No sé cómo; pero de todos modos me alegro de que lo diga.
—¿Cómo se siente ahora con respecto a su padre?
—No estoy muy segura aún. Todo forma parte de una confusión muy triste. Pero
sé que no lo odio.
—¿Qué la detiene? —dijo él presionándola—. Usted lo ama. No importa ya lo
que haya sido o lo que haya hecho, pagó su precio, cualquiera que fuere y le dio lo
necesario para que pudiera comenzar de nuevo. Dígalo. Diga que lo ama.
—Lo amo. —Se resignó a enunciar aquella proposición con una sonrisa y un
gesto que bien pudiera haber sido de alivio o de lástima. Luego agregó su propia
acotación—. También lo amo a usted monsieur Grégoire…
—Y yo la amo a usted —dijo gentilmente Jean Marie—. Eso es muy bueno. Es lo
único importante. "Hijos míos, amaos los unos a los otros".
—Espero —dijo Roberta Saracini— que no ame porque se lo hayan ordenado.
—Por el contrario… —dijo Jean Marie y dejó la frase sin terminar.
—¿Cómo se siente con relación a las mujeres? No hablo necesariamente de mí en
particular, sino en general. Quiero decir que ha sido célibe durante todos estos años
y…
—Tengo una práctica en esto —dijo Jean Marie con mucha dulzura pero también
con mucha firmeza— y una parte de la práctica consiste en no coquetear, en no
participar en juegos peligrosos y sobre todo, y esto es lo más importante, en no
mentirse a sí mismo. Con respecto a usted siento lo que todo hombre sentiría frente a
una mujer atrayente. Me he sentido feliz en su compañía y muy halagado de pasear
llevándola del brazo. Nuestros caminos están separados y llevan rumbos diferentes.
Nos hemos encontrado, y muy agradablemente, en un cruce. Y cuando nos
separemos, cada uno de nosotros se sentirá más rico.
—Eso es todo un sermón, monseñor —dijo Roberta Saracini—. Querría poder
creer la mitad de lo que ha dicho.
El le echó una mirada de soslayo. Ella iba manejando muy envarada con los ojos
fijos en el camino, pero las lágrimas corrían por sus mejillas. Se dio vuelta hacia él y
preguntó ásperamente.
—¿Qué fue lo que al comienzo lo decidió a hacerse sacerdote?
—Esa es una larga historia.
—Tenemos todo el día por delante.
—¡Bien…! —Inmediatamente él pareció recogerse y se mostró renuente a
continuar. —La única persona a quien le he contado esto es mi confesor. Es un tema
que sigue siendo muy doloroso para mí.
—Fue una falta de tacto el hacer esa pregunta. Lo siento.

www.lectulandia.com - Página 304


Durante la siguiente media milla avanzaron en silencio, y de repente, sin previo
aviso, Jean Marie comenzó a hablar lentamente como en un murmullo, parecía como
si estuviera tratando de reconstituir para sí mismo un rompecabezas disperso.
—… Cuando por primera vez ingresé al maquis, era muy joven: recién había
alcanzado la edad militar. No era lo que se pudiera llamar un hombre religioso. Había
sido bautizado, había hecho la primera comunión y después había sido confirmado en
la Iglesia, pero mi vida religiosa se había detenido allí. Luego vino la guerra. La vida
era un continuo jugar al pillarse. Cuando me uní al maquis, de la noche a la mañana
me encontré transformado en hombre. Cargaba rifle, pistola y un cuchillo muy
mortífero. A diferencia de los compañeros de más edad que solían de vez en cuando
bajar a la ciudad, yo me vi forzado a permanecer en las colinas y en el campo, porque
si llegaban a cogerme en alguna redada urbana, de las que constantemente hacían, me
embarcarían al momento para los campos de trabajos forzados en Alemania. Por las
noches naturalmente hacía de correo, ya que mi juventud me permitía moverme con
rapidez y escapar así de las patrullas nocturnas… Antes de llegar al maquis había
tenido algunas experiencias sexuales, justo lo necesario para encender en mí el deseo
de conocer más al respecto. Ahora me encontraba aquí sin mujer y mis compañeros
se burlaban de mí, como suelen hacerlo los hombres de más edad con los muchachos
jóvenes, y me llamaban virgencita o niño de coro… Todo ello formaba parte de un
juego muy antiguo, algo sucio, pero sin mala intención, que no obstante hacía las
cosas muy difíciles para un joven que recién se iniciaba en la vida y que sabía que tal
vez no alcanzaría a vivir para disfrutar de los goces de la edad viril…
"Bueno, un día, una de mis rutas regulares como correo me llevó hasta una casa
de campo que estaba situada cerca del camino principal. Todos los movimientos de
tropas que se realizaban en el sector tenían que utilizar aquel camino, de manera que
la mujer del campesino tenía siempre una lista que cada tres días pasábamos a
recoger y que luego hacíamos llegar a los servicios de Inteligencia de los Aliados.
Nunca entré en aquella casa. Media milla más allá, en una saliente de la colina, había
una cabaña de pastor y al lado un refugio para ovejas. Me tendí allí y amarré un trapo
como señal en el más joven de los retoños cercanos. Después de anochecer llegaría la
mujer con los mensajes y la comida para mí y para los compañeros de allá arriba. Se
llamaba Adéle, andaba cerca de los treinta años y no tenía hijos, su marido había
desaparecido desde los primeros días de la blitzkrieg… Ella manejaba la propiedad
con la ayuda de dos ancianos y de un par de robustas muchachas vecinas…
Aquel día llegué tarde. Estaba asustado y muy impresionado. Había una cantidad
desusada de patrullas alemanas en el área y en dos ocasiones había estado a punto de
que me cogieran. Para empeorar las cosas, me había herido la pierna en unos
alambres de púas y temía a la siempre posible infección de tétanos. Una hora después
de la puesta del sol, llegó Adéle. Nunca en mi vida había estado tan contento de ver a

www.lectulandia.com - Página 305


alguien. Ella también había tenido un día malo, con tres incursiones de tropas dejando
sus huellas por todas partes y dando vueltas y más vueltas por el lugar. Lavó mi
pierna con vino y la vendó con tiras que hizo con su enagua. Luego bebimos el resto
del vino, cenamos juntos y después hicimos el amor sobre el lecho de paja.
"Recuerdo aquellas horas como las de la más maravillosa experiencia de mi vida:
la unión de una apasionada y madura mujer con un aterrado muchacho en una única y
extática hora, en medio de un mundo lleno de monstruos. Desde entonces, cada vez
que he tenido que hablar sobre la caridad, sobre el amor de Dios por el hombre y del
hombre por Dios y de la mujer por el hombre, lo he hecho a la luz de lo que conocí en
aquella única hora. Desde que me ordenaron sacerdote hasta que me eligieron papa,
no he dejado nunca, en cada misa matinal que he celebrado a lo largo de todos estos
años, de recordar a Adéle. Y cada vez que me siento en un confesionario y oigo a la
gente hablar de los pecados de amor de sus vidas, la recuerdo y trato de ofrecer a mis
penitentes el don de ese conocimiento que ella me regaló.
Jean Marie calló. Roberta Saracini hizo girar el automóvil y lo guió hacia una
pequeña explanada a un costado del camino, desde donde era posible observar, a lo
lejos, las tierras de labranza, los dispersos matorrales y algunas murallas de toscas
piedras pulidas por el tiempo. Bajó la ventanilla y permaneció mirando el tranquilo
paisaje. No se atrevió a mirar a Jean Marie, sino que se limitó a preguntar, con
singular humildad:
—¿Desea contarme el resto? ¿Dónde está Adéle ahora?
—Muerta. Se fue antes de medianoche. Cuando llegó a su casa descubrió que
estaba llena de alemanes, que una vez más, habían vuelto. Se habían emborrachado
con su vino. La violaron, la desnudaron y la clavaron en la mesa con un cuchillo de
cocina… Y es así como la encontré cuando, ansioso por renovar nuestra noche de
amor, rompí todas las reglas y, a las seis de la mañana, bajé de la colina para verla.
Fue entonces, fue ese mismo día, cuando sentí que había contraído una deuda y que
tenía que pagarla. Pero fue más tarde, mucho más tarde, cuando decidí que el
ejercicio del sacerdocio era la mejor forma de hacerlo. La pasión de Cristo se
transformó para mí en algo muy real, como un drama de brutalidad, de amor, de
muerte y de nueva vida. Y nunca he lamentado la elección que hice, así como
tampoco, a pesar del horror de lo que siguió, he podido lamentar la maravilla que
Adéle y yo llegamos a compartir. En esto mi confesor, que era un hombre lleno de
sabiduría y de dulzura, me ayudó muchísimo. Me dijo: "El único verdadero pecado es
ser tacaño con el amor. Dar demasiado es una falta que puede ser fácilmente
perdonada. Lo que usted llegó a conocer en aquellos momentos, su Adéle también lo
conoció: la certeza de haber compartido una hora de rara gracia. Estoy seguro de que
ella, al final, también lo recordó…" Míreme, Roberta.
Ella sacudió la cabeza. Estaba sentada, con el mentón en las manos, los ojos

www.lectulandia.com - Página 306


desviados, mirando fijamente el abigarrado y soleado paisaje. El extendió la mano e
hizo que ella volviera hacia él su rostro inundado de lágrimas. Los ojos de él estaban
llenos de ternura y su voz de compasión mientras, suavemente la amonestaba.
—Tengo edad suficiente para ser su padre, de manera que me puede adoptar
como el Tío holandés, si así quiere. En cuanto al resto, recuerde lo que le dije cuando
recién nos conocimos. "On ne badine pas avec l'amour". No se puede jugar con el
amor. Es demasiado maravilloso y terrible…
Le alcanzó su pañuelo para que secara sus lágrimas y ella lo aceptó, pero al
hacerlo lo enfrentó con una última y ruda pregunta:
—Después de todo eso ¿cómo es posible que Carl Mendelius, su mejor amigo,
sea alemán?
—¿Cómo es posible —preguntó Jean Marie— que, debido a que su padre estafó
al Vaticano en diez y siete millones y fue muerto a consecuencia de ello en el
corredor de una prisión, usted y yo estemos sentados aquí…? El más grande error que
a través del tiempo nunca hemos dejado de cometer es tratar de explicar a los
hombres los caminos de Dios. Nunca debiéramos hacerlo. Debiéramos limitarnos a
anunciarlo a Él. El siempre termina explicándose muy bien.

En la víspera de la cena en el Carlton Club, acompañado de Adrian Hennessy, fue


a hacer entrega de los manuscritos de las "Últimas cartas desde un pequeño planeta".
Los depositó sobre el escritorio de Waldo Pearson y dijo:
—Y aquí están. Está hecho. Buenas o malas, son un grito venido del corazón.
Espero que alguien lo escuche.
Waldo Pearson sopesó en sus manos el paquete de cartas y dijo que estaba seguro,
sí, muy seguro, de que alguien oiría aquel grito del corazón. En seguida puso en
manos de Jean Marie la versión inglesa de su discurso del Carlton Club. Jean Marie
le preguntó:
—¿Qué le parece? ¿Cree que tiene sentido, que significa algo?
—Creo que tiene un sentido aterrador. Y creo que tiene un maravilloso
significado. Pero no puedo predecir lo que el auditorio pensará de él.
—Lo he leído —dijo Adrian Hennessy— y me gusta. También me asusta.
Todavía hay tiempo de hacer algunos cambios, siempre que usted esté de acuerdo,
claro.
Echó una mirada a Jean Marie, que inclinó la cabeza asintiendo.
—Sé que estoy hablando a gente nueva para mí en un idioma nuevo para ella. Les
ruego que sean honrados conmigo. Soy su huésped en el Club. Si me he sobrepasado,
en la forma que sea a lo que la ocasión precisa debo saberlo ahora.
—No hay nada en ese texto que vaya contra la paz o contra la decencia —dijo
Waldo Pearson—. Aténgase al texto.

www.lectulandia.com - Página 307


—¿Después que termine, habrá preguntas?
—Puede haberlas. Generalmente las autorizamos.
—Le ruego que se asegure de que las he comprendido bien, antes de permitirme
contestarlas. Hablo corrientemente el inglés, pero a veces, en momentos de tensión,
pienso en francés o en italiano.
—No tema. Estaré a su lado para ayudarlo. Será muy interesante.
—¿Tiene una lista de los asistentes? —Era Hennessy quien hacía la pregunta.
—Me temo que no. Cuando se espera una gran concurrencia, como en esta
ocasión, los miembros se someten a elección para obtener asientos para sus
huéspedes. Sin embargo, he invitado al embajador soviético y a Sergei Petrov para el
caso en que se encuentre en Londres. Si aparece, eso significará que aún es
políticamente viable. También he invitado a Morrow, porque fue colega mío —
ministro de relaciones como yo y al mismo tiempo que yo— en Washington. Sugerí
que si lo deseaba podía traer consigo algún colaborador, lo que deja abierta para él la
posibilidad de venir con Dolman. En cuanto al resto, la lista es impresionante:
miembros del gobierno, diplomáticos, jefes de industria, barones de la prensa. De
manera que tendrá delante de usted un verdadero espectro de religiones,
nacionalidades y también de moralidades.
Hennessy añadió una irónica postdata:
—Quiera el Espíritu Santo otorgarle el don de las lenguas.
—Solíamos hablar de eso con Mendelius —Jean Marie cogió al vuelo la broma y
la embelleció— y a él le gustaba afirmar que ése era probablemente el menos útil de
todos los dones del Espíritu. Porque si un hombre es un mentecato en una lengua,
nunca se conseguirá que sea cuerdo en veinte… Esto provocó la hilaridad general.
Waldo Pearson sacó champagne y todos bebieron a la salud de las "Últimas cartas
desde un pequeño planeta" y a la de un ex-papa que estaba a punto de ser lanzado a
los leones del Carlton Club.

Jean Marie Barette asió los bordes de su pupitre de orador y observó a su


auditorio reunido en el comedor principal del Carlton Club. Sólo había alcanzado a
conocer a unos pocos entre ellos, los privilegiados a quienes Waldo Pearson había
invitado a una copa de cherry en el salón del comité. Descubrió que Waldo gobernaba
esta fortaleza conservadora con mano de hierro, y no estaba dispuesto a permitir que
su huésped más exótico fuera maltratado o recibiera ningún tipo de imposición
durante los ociosos preámbulos de las bebidas que preceden a las cenas. Se había
declarado encantado con la elección del traje hecha por Jean Marie: chaqueta negra
abotonada hasta el cuello con un levísimo ribete blanco en torno a éste —su
alzacuello romano— y una sencilla cruz pectoral de plata. La vestimenta calzaba
perfectamente con las palabras que iniciaron su charla.

www.lectulandia.com - Página 308


"…Me encuentro aquí delante de ustedes en calidad de persona privada. Soy un
clérigo ordenado para ser ministro de la palabra en la Iglesia Católica Romana.
Carezco de misión canónica, de manera que lo que diga en esta reunión representa
solamente mi opinión personal y no puede ser atribuido a ningún tipo de enseñanza
oficial de la Iglesia ni tampoco a ninguna declaración del Vaticano".

Una sonrisa y un simpático gesto galo acompañaron estas palabras, como


restándoles importancia.

"No creo necesario insistir sobre este punto. Todos ustedes son hombres políticos,
y, ¿cómo lo dicen en inglés?, un movimiento de ojos y un movimiento de cabeza dicen
lo mismo a una mula ciega".
Las pequeñas risas que acogieron estas palabras llegaron hasta él en cálidas
ondas tentadoras. Si él fuera lo suficientemente tonto como para confiar en este
auditorio, mañana todo el mundo habría dejado de prestarle atención. Por eso sus
siguientes frases destruyeron toda forma de complacencia en que el público pudiera
haberse sumido. "Porque soy hombre he tenido la experiencia del miedo, del amor y
de la muerte. Porque he sido, como ustedes un hombre político, comprendo los usos
del poder y también sus limitaciones. Porque soy un ministro de la Palabra, sé que lo
que estoy lanzando a la plaza del mercado es sólo una locura y que por ello corro el
riesgo de ser lapidado… Y ustedes también, amigos, están lanzando locuras —
monstruosas insanias en realidad— capaces de acarrear la destrucción de todos
nosotros".

Un silencio de muerte reinaba en la habitación. En este preciso minuto había


conseguido hipnotizarlos. Porque ellos eran duchos en las artes del foro y ahora
sabían que este hombre era un maestro en esas artes; pero si su pensamiento no estaba
a la altura de su talento de orador, entonces ellos estarían dispuestos a destruirlo
como a un ladronzuelo. Jean Marie prosiguió enlazando su argumento.

"La locura o la tontería de ustedes ha consistido en prometer el advenimiento de


una posible perfección en los asuntos humanos: una distribución equitativa de los
recursos, un acceso equivalente a todas las rutas marítimas, aéreas y terrestres
estratégicas, en suma un mundo en el cual todos los problemas son susceptibles de
ser resueltos ya sea por un mercader honesto, por un jefe inspirado, por el poder de
un partido. Esas promesas han constituido para ustedes un elemento indispensable
en su camino de acceso al poder. Han preferido ignorar que estaban jugando con
dinamita.
"Porque con eso, han dado pie a vanas esperanzas y han provocado
expectaciones que son incapaces de colmar. Entonces, cuando ven que el frustrado

www.lectulandia.com - Página 309


pueblo se vuelve contra ustedes, en seguida echan mano de la nueva solución: ¡una
guerra de limpieza! Y ahora, súbitamente, han dejado de ser dispensadores de dones
y se han transformado en jenízaros cuya única tarea es la de imponer los edictos del
sultán. Si el pueblo se muestra reacio a obedecer las órdenes, entonces ustedes
tomarán las medidas para que esas órdenes sean obedecidas. Y comenzarán a podar
al pueblo, miembro por miembro, como Procusto, hasta hacerlo calzar debidamente,
mediante las violencias de la tortura, en el lecho destinado para él. Pero el pueblo
nunca llegará a adaptarse a las exigencias de ustedes. La edad de oro prometida por
ustedes no llegará jamás.
"Ustedes lo saben. Y en un acto de terrible desesperación se han resignado a ello,
incluso han calculado el costo: tantos millones en Nueva York, en Moscú, en Tokio,
en China, en Europa. Y han preferido cerrar los ojos a la perspectiva del desierto
que vendrá a continuación, a esto que llevará el nombre de paz, porque, ¿quién
quedará vivo para preocuparse por ello? Dejemos que los bandidos tranquilicen al
populacho, dejemos que los heridos mueran. Sobrevendrá una nueva Edad Oscura,
una nueva Muerte Negra. En algún distante futuro habrá, tal vez, un Renacimiento;
pero ¿a quién le importa? Sabemos que esas maravillas están más allá de nuestra
posibilidad de contemplarlas algún día.
"¿Creen que exagero? Saben que no. Si no se levanta el embargo de granos, la
Unión Soviética en este invierno que se aproxima llegará al borde de la hambruna
general y, en el primer deshielo, sus ejércitos se levantarán y marcharán contra todos
sus adversarios del exterior. Y aun si no lo hacen, cualquier movimiento de cualquier
potencia hacia los campos petrolíferos del Oriente Medio o del Lejano Oriente
precipitará Igualmente un conflicto global. Algunos conocen el orden, las
prioridades de la batalla, que yo ignoro… Esto que digo no es un ruego. Porque si su
propio sentido común, el clamor de sus propios corazones cuando miran a sus hijos o
a sus nietos no los impulsa a moverse en el recto sentido para evitar el holocausto,
entonces sólo resta decir "Amén". Dejemos que las cosas sean. Ruat coelum, dejemos
que el cielo se derrumbe.
"Hasta ahora he tratado solamente de definir la locura de ustedes que consiste en
creer que el hombre es capaz, por sí mismo, de construir un perfecto habitat y que
cada vez que falla puede destruir lo que ha hecho como se destruye un castillo de
arena, y comenzar de nuevo… Pero ocurre que en fin de cuentas, el impulso
constructivo es arrollado por el destructor. Y mientras tanto, sin cesar, la marea
continúa avanzando insensiblemente, ganando terreno, erosionando el pequeño
saliente de playa en el cual estamos jugando…"

Hasta aquí no alcanzaba a darse cuenta de la reacción de su auditorio, ignoraba si


aprobaban o desaprobaban. Todo lo que sabía era que reinaba el mismo profundo
silencio y que sus oídos —si no sus corazones— permanecían abiertos a él. Continuó,

www.lectulandia.com - Página 310


más tranquila y persuasivamente.

"Ahora permítanme contarles sobre mi propia locura, que es el reverso de la de


ustedes, pero que de alguna manera forma parte de ella. Cuando fui elegido papa me
sentí a la vez penetrado de humildad y pleno de gozo. Creí que me había
transformado en depositario de un gran poder, el poder de cambiar las vidas de los
fieles, de reformar a la Iglesia, incluso tal vez de servir de mediador en las
diferencias entre las naciones, de manera de ayudar a preservar la precaria paz de
que disfrutamos. Todos ustedes conocen esa sensación porque la han experimentado
cuando fueron elegidos por primera vez para algún cargo público, cuando recibieron
su primera Embajada, su primer nombramiento de ministro, o cuando compraron su
primer diario o su primera cadena de televisión. Es un momento que se le sube a uno
a la cabeza, ¿no es así? Y los dolores de cabeza están todos escondidos en el futuro".

Hubo una pequeña risa de asentimiento. Estaban contentos y agradecidos por este
pequeño entreacto. El hombre era algo más que un retórico. Poseía la salvadora
gracia del humor.

"Naturalmente en todo esto hay un error, una trampa en la cual todos caemos.
Porque lo que tenemos no es precisamente el poder, sino la autoridad, lo que viene
siendo harina de otro costal. El poder implica que tenemos la capacidad y la
posibilidad de realizar lo que planeamos. La autoridad en cambio significa que
podemos mandar que se haga lo que hemos planeado. Damos nuestro ¡fiat! ¡que la
cosa sea hecha! Pero el tiempo que la orden toma para filtrarse hasta el campesino
en el arrozal, el minero en la galería subterránea del carbón, el sacerdote obrero que
trabaja en la favela le permite ir perdiendo por el camino gran parte de su fuerza y
también de su sentido. Hemos definido nuestros dogmas y nuestras reglas morales y
les hemos levantado templos que constituyen el cimiento mismo de nuestra ortodoxia,
y ya se trate de papas, ayatollahs o ideólogos de partido, nadie se atreve a tocarlas;
pero la relevancia que esta ortodoxia suele tener para el hombre que se halla en el
extremo del dolor o de la angustia, es mínima. ¿Qué teología puedo enseñarle a una
niña que está muriendo por la septicemia provocada por un aborto? Lo único que
puedo darle es compasión, consuelo y absolución. ¿Qué puedo decirle al muchacho
revolucionario de El Salvador cuya familia ha sido fusilada por los soldados en la
plaza de la aldea? No puedo ofrecerle otra cosa que amor, misericordia y la no
probada definición de la existencia de un Creador capaz de darle sentido a esta
locura y capaz de transformar este dolor en alegría eterna… De manera que, como
ven, mi locura consistió en creer que era posible para mí ejercer a la vez la
autoridad que había aceptado y la misericordia que mi corazón me exigía. Lo que,
por supuesto, era clara y definitivamente imposible, tan imposible como sería, para

www.lectulandia.com - Página 311


un ministro de relaciones exteriores denunciar las obscenidades de un dictador que
provee a su país de las materias primas que necesita.
"Es en este contexto donde deseo explicar mi abdicación, que, por dolorosa que
en el momento fuera para mí, ha dejado de ser motivo de lamentación o de duelo. En
el curso de una experiencia que vino a mí inesperada y espontáneamente, recibí una
revelación de los Últimos Días. Y con ella la orden de anunciar que el fin del mundo
era inminente. Personalmente estuve y estoy absolutamente convencido de la
autenticidad de esta experiencia pero no he tenido ni tengo los medios para probarlo.
De manera que mis hermanos los obispos resolvieron que yo no podía continuar
legítimamente, desempeñando el cargo de pontífice y al mismo tiempo asumiendo el
rol de profeta y proclamando una no autentificada revelación privada. Nada digo
sobre los medios de que se valieron para obtener mi abdicación, porque éstos, sólo
constituirán a lo más, notas marginales en una historia que tal vez nunca llegue a
escribirse.
"Sin embargo, ahora deseo dejar constancia de esto: que me siento dichoso de
carecer de autoridad, dichoso de no tener que defender fórmulas o definiciones,
porque la autoridad es tan limitada y las fórmulas tan estrechas que sin duda se
revelarán incapaces de contener y de sostener ayudándola, la agonía de la
humanidad en los Últimos Días o la magnitud de la Parusía, la prometida Segunda
Venida.
"Es posible que entre ustedes exista alguien que, como yo, haya llegado a tener
plena conciencia de las limitaciones del poder y de la locura de los asesinatos en
masa. Es para los que así piensan y sienten que yo…"

Súbitamente se dio cuenta de que las palabras que estaba diciendo habían dejado
de ser palabras y se habían transformado en simples sonidos infantiles, repetidos una
y otra vez: "ma… ma… ma… ma". Sintió que algo tiraba de su pantalón y al mirar
hacia abajo vio que su mano izquierda golpeaba, sin poderlo evitar, contra su muslo.
Su visión se nubló y dejó de ver a su audiencia. Luego toda la habitación pareció
darse vuelta y cayó de bruces sobre la mesa. Después todo se confundió para él,
perdió toda noción de tiempo y espacio hasta que oyó el sonido de dos voces muy
próximas. Una de ellas era la de Waldo Pearson.
—Fue bastante aterrador. Parece ser dislalia. Y ayer solamente habíamos estado
hablando del don de las lenguas.
—Creo que son síntomas típicos de A.C.V.
—¿Y qué es A.C.V.?
—Accidente cerebro-vascular. ¡Qué ataque ha tenido este pobre tipo…! Y esta
ambulancia que no llega nunca.
—Se debe al tránsito del mediodía —dijo Waldo Pearson—. ¿Cómo evalúa sus
posibilidades de recuperación?

www.lectulandia.com - Página 312


—Pregúntemelo en tres días más.
Las palabras trajeron a la mente de Jean Marie la idea de la resurrección. Pero en
vez de resucitar se sumió en la oscuridad.

www.lectulandia.com - Página 313


Capítulo 13
Ahora era un hombre diferente y habitaba un extraño país. El país era muy
pequeño. Consistía en cuatro paredes blancas, dos puertas y dos ventanas. Había
también una cama, sobre la cual yacía él, una pequeña mesa contigua a la cabecera de
la cama, una silla, una cómoda sobre la cual había un espejo que reflejaba la imagen
del hombre en la cama. Este presentaba un curioso aspecto de algo desmochado, de
algo que sugería el "antes" y el "después" de un anuncio para sales hepáticas. Uno de
los costados de su rostro estaba inmóvil y levantado, en tanto que el otro se deslizaba
levemente hacia abajo en una expresión que no se sabía si era de dolor o de disgusto.
Una de las manos yacía, carente de todo movimiento, sobre la blanca colcha. La otra
se movía incansable, explorando contornos, texturas y distancias.
Este nuevo país contenía por lo menos a otro habitante: una mujer joven y
bastante desabrida vestida de enfermera que aparecía a menudo a tomar su pulso, su
presión sanguínea y a escuchar los latidos de su corazón. Hacía siempre las mismas y
sencillas preguntas: "¿Cómo se siente? ¿Cómo se llama? ¿Quiere beber algo?". Lo
curioso era que si bien él comprendía perfectamente lo que ella decía, ella no parecía
comprender en absoluto ni una sola palabra suya; aunque no por eso dejaba de darle
de beber, sosteniéndolo para que pudiera enderezarse y tragar el líquido a través de
un tubo plástico. También acercaba una botella a su pene para que él pudiera evacuar
su líquido. Cuando lo hacía, ella sonreía y decía:
"Bien, muy bien" como si él fuera un bebé aprendiendo el arte de hacer pipí. Al
salir de la habitación nunca dejaba de decir lo mismo: "Pronto vendrá el doctor a
verlo". Trató de recordar quién era el doctor y a qué se parecía; pero el esfuerzo le
resultó excesivo, así es que cerró los ojos e intentó descansar.
Estaba demasiado perturbado para poder dormir; no perturbado por nada concreto
ni particular, sino simplemente ansioso, como si hubiera perdido algo muy preciado y
estuviera buscándolo en medio de la niebla. De vez en cuando sentía que estaba a
punto de encontrarlo y también a punto de saber lo que era. Pero el momento de la
revelación y del encuentro nunca llegaba. Por ratos se sentía como un hombre
encerrado en una bodega con la puerta de trampa aherrojada sobre su cabeza.
Finalmente llegó el doctor, un delgado personaje de cabellos grises, que desplegó
todo un arte para mostrarse sólo levemente preocupado por su estado.
—Soy el doctor Raven. ¿Puede repetirlo para mí? Raven.
Jean Marie se esforzó, se esforzó con ahínco pero sólo logró articular: "Ra… ra…
ra…". El doctor dijo:
—No se preocupe. Muy pronto estará mejor. Limítese a mover la cabeza para
mostrar que ha comprendido lo que digo. Estoy hablando inglés. ¿Sabe lo que estoy
diciendo?

www.lectulandia.com - Página 314


Jean Marie asintió.
—¿Puede verme?
Un movimiento afirmativo de la cabeza.
—Sonríame. Déjeme ver su sonrisa.
Jean Marie trató de hacerlo. Pero se alegró de no poder ver el resultado. El doctor
examinó sus ojos con un oftalmoscopio, verificó sus reflejos con un pequeño martillo
de goma, tomó su presión sanguínea y auscultó su pecho. Terminadas estas tareas se
sentó en el borde de la cama y echó su pequeño discurso de advertencias y
recomendaciones, que hizo recordar a Jean Marie el discurso con que el rector del
Seminario solía dar la bienvenida a los grupos que recién ingresaban.
—…Es usted un hombre muy afortunado. Está vivo. Conserva su razón y ha
guardado intactas algunas de sus facultades. Es todavía demasiado temprano para
saber cuál es la real extensión del daño que ha sufrido su cerebro. Tendremos que
esperar tres o cuatros días antes de saber si este ha sido un episodio aislado o si será
seguido por otros de la misma naturaleza. Tiene que confiar en nosotros y aceptar el
hecho de que, por el momento al menos, es un inválido. Este es el Hospital de
Charing Cross. Sus amigos y parientes saben que se encuentra aquí pero saben
igualmente que no puede recibir visitas y no debe ser perturbado por nada ni por
nadie hasta que su actual condición no se haya recuperado y estabilizado. ¿Ha
comprendido?
—Cas… ca… cas. Casi —dijo Jean Marie y se sintió absurdamente complacido
consigo mismo.
El doctor le sonrió y le dio unas palmaditas de aprobación.
—Bueno. Eso es muy promisorio. Regresaré a verlo mañana por la mañana. Y le
daré algo para que pueda dormir bien esta noche.
Jean Marie trató de dar las gracias, pero descubrió que había olvidado las palabras
inglesas del "gracias". En cuanto al francés, no logró llegar más allá del "mer…".
Luchó contra su impotencia hasta que terminó llorando de frustración y llegó una
enfermera a inyectarle opio en las venas.
Al cabo de cuatro días pareció que sus progresos eran lo suficientemente
importantes como para ser iniciado en las reglas del juego del nuevo país. Para
comenzar, sin embargo, fue preciso encontrar un ayudante que hablara francés y
pudiera así introducirlo en las nuevas pautas de conducta. Tenía ya bastantes
problemas con su revoltillo de fonemas y su bloqueo de palabras para agregar a esto
la confusión que implicaría una mezcla de idiomas.
El asistente, un apuesto joven que escasamente sobrepasaba los treinta años, era
delgado como un atleta, con la piel olivácea de los ribereños del Mediterráneo y una
incongruente cabellera dorada, que parecía heredada de algún lejano antepasado
nórdico que hubiera descendido al sur en tiempos de las cruzadas. Provenía de lo que

www.lectulandia.com - Página 315


describió vagamente como el Oriente Medio. Confesó que hablaba corrientemente
inglés, francés, árabe, hebreo y griego. Había logrado hacer una modesta carrera en
los círculos médicos de Londres actuando de intérprete, de enfermero y fisioterapista
entre los grupos políglotos que poblaban la metrópoli. El neurólogo lo presentó como
el señor Atha. Inmediatamente se entregaron juntos a una serie de juegos destinados a
trazar el mapa de los daños que había sufrido el sistema sensorial, y a delimitar la
parte del cerebro que percibía sensaciones. Para un hombre que había sido, por
definición dogmática, el intérprete infalible de los mensajes que Dios enviaba al
hombre, resultaba muy impactante comprobar cuan falible podía ser y sobre todo, en
materias tan elementales.
Cuando se le pidió que cerrara los ojos y levantara los dos brazos horizontalmente
frente a sí, se asombró al darse cuenta de que sólo uno de sus brazos obedecía la
orden en tanto que el otro se detenía, como un reloj que se hubiera quedado parado
faltando veinticinco minutos para la hora. Cuando se le pidió que identificara los
lugares donde había sido pinchado con las dos puntas de un compás, descubrió que
algunas de sus identificaciones estaban completamente erradas. Peor aún, fue incapaz
de tocar con su mano izquierda la punta de su nariz.
Pero no obstante hubo algunos signos alentadores. Las cosquillas en la planta de
los pies provocaban movimientos en sus talones. Esto, explicó el señor Atha,
mostraba que los reflejos de Babinski estaban funcionando. Cuando la cosquilla se
llevó a efecto en el interior de su muslo, su bolsa escrotal se contrajo. Esto, le
explicaron, era también muy bueno porque su reflejo cremáster respondía
debidamente.
A continuación llegó el momento más desgraciado en aquella secuela de
experimentos. El señor Atha le pidió que repitiera para el neurólogo las palabras de la
antigua canción infantil.

"Sur le pont, sur le pont Sur le pont d'Avignon."

Entonces, con profundo horror, vio que su boca estaba llena de melaza y que lo
que lograba emitir era sólo un borbotón de fonemas inconexos.
Una vez más comenzó a llorar en vista de lo cual fue severamente amonestado
por el neurólogo. Estaba vivo y eso era algo muy afortunado. Era doblemente
afortunado por haber sufrido tan pocos daños profundos. La prognosis era muy
positiva, siempre que él estuviera dispuesto a ser paciente, cooperador y valeroso,
virtudes que por el momento estaban mucho más allá de sus posibilidades.
El señor Atha tradujo todo esto en un tranquilizador francés y ofreció quedarse
con él hasta que se hubiera calmado. El neurólogo aprobó la idea, palmeó la mano
sana de Jean Marie y salió para atender a sus otros quehaceres, los cuales, explicó el

www.lectulandia.com - Página 316


señor Atha, incluían algunos pacientes cuyo estado era mucho peor que el de Jean
Marie.
—…Yo los atiendo también, así es que sé de lo que estoy hablando. Usted puede
tragar. No tiene doble visión. Controla sus intestinos y su orina… Eh, piense en lo
que todo esto significa. Su lenguaje mejorará porque usted y yo comenzaremos a
practicar juntos. Lo que ocurre es que, frente al doctor, usted trata de probar que está
bien y determina hacerlo con un súbito arranque oratorio. Cuando no lo consigue, se
desespera. Ahora vamos a partir del hecho de que usted es un inválido. Vamos a
esforzarnos, juntos los dos, por reparar el trauma…
No sólo era persuasivo, sino que poseía además una enorme capacidad de
transmitir paz. Jean Marie sintió que lentamente, su cabeza comenzaba a aliviarse del
peso que la oprimía y que la niebla que invadía su cerebro iba, poco a poco,
disipándose. El señor Atha habló muy suavemente.
—Me dijeron que usted había sido papa. Entonces recordará las palabras de la
Escritura: "El que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él". Bueno,
ahora usted ha vuelto a ser un niño. Debe comenzar desde el principio, aprendiendo
las cosas más sencillas. Porque tiene que admitir que, por un largo tiempo todavía, no
es ni será capaz de manejar nada complicado. Pero al final crecerá, tal como crece un
niño. Ahora está en el jardín infantil y a medida que pasen las semanas irá subiendo
de grado. Aprenderá a vestirse, hará que su brazo malo se mueva y sobre todo,
volverá a hablar. Ahora mismo puede hablar si lo hace lentamente, sin
apresuramientos. Comencemos por algo muy elemental: " mi nombre es Jean Marie".
Bien. Una sola palabra a la vez…
De alguna manera, en el transcurso de aquellas largas noches, durante las cuales
los únicos sonidos que percibía eran los pasos de la enfermera y la única luz el
resplandor de su linterna enfocada hacia su rostro, aprendió otra lección. Descubrió
que cuando trataba de recordar algo, lo que buscaba le eludía. Si, en cambio,
permanecía quieto, sin hacer ningún esfuerzo, las cosas venían a él, se le subían
encima y se sentaban a su alrededor como los animales de madera de un libro infantil.
Los recuerdos no venían siempre en el orden adecuado. Drexel, por ejemplo, se
encontraba al lado de la pequeña mongoloide. Mendelius se confundía con alguna
conferencia de obispos en México: Roberta Saracini bebía en la copa del cosmos, y la
joven contrahecha vendía grabados a Alvin Dolman. Pero al menos, todos estaban
allí. No los había perdido como si fuera amnésico: eran partes de un diseño dentro de
un caleidoscopio. Y algún día cada uno de ellos encontraría su lugar dentro de un
orden familiar.
Pero había algo más. En forma similar a lo que le había ocurrido en el jardín del
monasterio él estaba consciente de eso y de una manera tal que desafiaba toda
posibilidad de expresión verbal. En algún lugar arraigado en el centro más profundo

www.lectulandia.com - Página 317


de su ser —esa triste fortaleza tan acosada, bombardeada y arruinada— existía un
hogar de luz habitado por el Otro, donde, cuando le era posible retirarse allí, podía
sumirse en una comunión de amor tan bendita cuanto breve. Era como si —¿a qué se
parecía eso en realidad?— él fuera el sordo Beethoven con su cabeza llena de
melodías o como Einstein privado de los conocimientos matemáticos que le
permitieran expresar las verdades que había comprendido y dominado como nadie
antes que él. Pero este hecho maravilloso no era el único que le ocurría. Había otros.
Era incapaz de ordenar a su débil mano o a su entorpecida pierna o incluso a veces a
su vacilante lengua que obedecieran a su voluntad, pero en este reducido lugar de luz
y de paz, era dueño de sí mismo, disponía libremente de sí mismo como amante del
amado. Y era aquí, donde, precisamente, se había llevado a cabo el pacto: "Acepto
todo lo que quieras hacer conmigo. Sin preguntas. Sin condiciones. Pero Te ruego
que cuando llegue el día del Rubicón otorgues a mi amigo Duhamel y a su mujer la
luz suficiente para que pueda amar la alegría. Es un buen hombre y ha sido mezquino
solamente consigo mismo".
El neurólogo le dijo que el primero y más grave de los peligros que lo acechaban
había sido sobrepasado, que "cru-za-ra-los-dedos-y-ro-gara-un-poquito" para que ésta
resultara finalmente una enfermedad de un solo episodio y la recuperación sería
buena. Por supuesto, siempre quedarían secuelas y alguno que otro tipo de problemas
e inhibiciones, pero en general las perspectivas se mostraban excelentes y podría
volver a la vida normal. ¡Pero no todavía! ¡No todavía! Debía entrenarse y hacerlo
más dura y tenazmente de lo que lo haría cualquier atleta. El señor Atha estaría a su
lado, no sólo para explicarle sino para conducirlo a través de todos los ejercicios,
hora por hora, día tras día. ¿Visitantes? Bueno, ¿no sería tal vez preferible esperar un
poco, para que le fuera posible enseñar sus adelantos? Solía suceder que los visitantes
se emocionaban mucho más que los pacientes.
—… Y además —el señor Atha agregó sus propios y excelentes motivos—, usted
es un hombre importante y yo desearía sentirme orgulloso de usted desde el momento
mismo en que se presente ante la gente. Deseo que lo vean bien vestido, hablando
bien, moviéndose con soltura… con panache ¿no le parece?
—Panache! —dijo Jean Marie y la palabra salió de sus labios tan clara como una
campanada.
—¡Bravo! —dijo el señor Atha—. Ahora llamemos a la enfermera. Lo primero
que tenemos que hacer es enseñarle a sentarse en el borde de la cama y en seguida a
ponerse de pie por sus propios medios.
Parecía tan sencillo que le costó creer el esfuerzo y la humillación que aquel acto
representó para él. Una y otra vez lo único que obtuvo fue derrumbarse como una
muñeca de trapo en los brazos del señor Atha y de la enfermera. Pero cada vez, ellos
lo levantaban y lentamente, fueron disminuyendo el apoyo que le prestaban hasta que

www.lectulandia.com - Página 318


él logró mantenerse de pie, erecto, por unos pocos minutos. Cuando se encontró
demasiado cansado para continuar, lo sentaron en el borde de la cama y le enseñaron
a rodar sobre sí mismo para recostarse y a adoptar solo, las posiciones susceptibles de
evitar las heridas que la larga permanencia en cama no dejaba de provocar.
Cuando esta obertura estuvo completamente dominada, comenzaron a enseñarle
la ópera misma: la manera de andar con diminutos y arrastrados pasos, la manera de
ejercitar su mano izquierda con una pelota de goma y luego una serie de operaciones
con elementos mecánicos en un amplio gimnasio. Fue en este último lugar donde
llegó a comprender plenamente lo que el señor Atha le había dicho al comentar cuan
afortunado era. Y allí también tomó conciencia de la infinita paciencia del señor Atha
con este abigarrado grupo y cuán rápidamente todos respondían a su sonrisa y a sus
palabras de aliento.
Atha lo hizo participar en la pequeña y desmembrada vida comunitaria del
gimnasio, incitándolo a lanzar una pelota a uno, a detenerse para una conversación
con otro, demostrando a un tercero algún movimiento que él mismo hubiera
aprendido a dominar. Pero, por breves que fueran, estos interludios lo dejaban
exhausto, no obstante lo cual Atha se mantuvo inconmovible.
—…Usted renovará sus recursos solamente en la medida en que sea capaz de
compartirlos. No puede esperar que todo el tiempo de su curación transcurra en un
mundo hermético del cual emergería transformado en un animal social. Si hablar lo
cansa, limítese a tocar a la gente, a sonreír, a compartir su conciencia de las cosas que
lo rodean, por ejemplo el espectáculo de un par de palomas arrullándose en el alféizar
de una ventana. Es posible que no se sienta particularmente preocupado con su actual
estado, pero la mayoría de las personas que está aquí sufre del terror de pensar que ha
dejado de ser atrayente para aquellos que lo aman, o que tal vez se ha vuelto
sexualmente impotente e incluso, al final, que terminará siendo una carga para su
familia.
—Lo siento —Jean Marie consiguió formar la frase completa—, trataré de
hacerlo mejor.
—Bien —dijo el señor Atha con una sonrisa—. Ahora puede descansar. Ha
llegado la hora de su masaje.
Había un cierto tipo de juegos que le causaba un real placer. El neurólogo los
llamaba pruebas de la sensibilidad del conocimiento. Consistían en el
reconocimiento, por simple tacto, de texturas y pesos, de formas chatas y sólidas. El
placer de este juego residía para él en la conciencia de que su sensibilidad se
agudizaba a medida que pasaba el tiempo y que cada vez reconocía con mayor
exactitud los objetos que producían la sensación.
Su capacidad de atención comenzó asimismo a aumentar y extenderse de manera
que pudo gozar con la masa de cartas y tarjetas que se habían acumulado, sin que él

www.lectulandia.com - Página 319


hubiera podido leerlas, en el primer cajón de su cómoda. Cuando su caudal de
concentración se agotaba, el señor Atha le leía las cartas y lo ayudaba a ordenar
alguna sencilla respuesta. Pero no la escribía él. Jean Marie tenía que hacerlo él
mismo. El señor Atha se limitaba a proveerle las palabras o frases que se ausentaban
momentáneamente de su vocabulario o se montaban unas sobre otras en una especie
de cortocircuito.
Había comenzado a recibir diarios —en inglés y en francés— y disfrutaba
hojeándolos, aunque, lamentablemente retenía muy poco de lo que había leído. En
estos casos, el señor Atha, con sus suaves y tranquilos modales, lo calmaba.
—… ¿Qué le interesa recordar? ¿Las malas noticias de que el hombre está
dedicado a desmantelar, piedra por piedra, la civilización que ha construido? Las
buenas noticias están aquí, debajo de su nariz. Los ciegos ven, los inválidos andan. E
incluso a veces, los muertos regresan a la vida… y si escuchara con suficiente
atención, oiría ecos de la Buena Nueva…
—Usted… usted es… un hombre distinto —dijo Jean Marie tartamudeando.
—Usted quiere decir extraño.
—Eso dije.
—Dígamelo ahora.
—Extraño —dijo Jean Marie cuidadosamente—. Usted es un hombre muy
extraño.
—También traigo buenas noticias —dijo el señor Atha—. La próxima semana
podrá comenzar a recibir visitantes. Si me dice a quién desea ver, haré una lista y me
pondré en contacto con ellos para avisarles que puede recibirlos.

Alain recibió la primera invitación porque Jean Marie consideró que los lazos
familiares merecían la prioridad y que ahora ya no había motivos para ningún tipo de
celos. Debido al brazo paralizado de Jean Marie, ambos se abrazaron torpemente.
Después del primer intercambio verbal. Jean Marie dejó claramente establecido que
prefería escuchar y no hablar; de manera que Alain se lanzó velozmente a dar noticias
de la familia, hasta que al fin se sintió liberado para hablar de lo que realmente
interesaba a su corazón: la Bolsa con todas sus transacciones y rumores.
—Ahora estamos embarcados de lleno en el negocio de trueque. Petróleo por
granos, frijoles por carbón, tanques por barras de hierro, carne por polvo amarillo de
uranio, oro por cualquier cosa. Si eres poseedor de cualquier tipo de materia prima, te
puedo encontrar comprador al momento… ¿Pero, por qué te estoy contando todo
esto? ¿Cuánto tiempo más te quedarás en este lugar?
—Ellos no me lo han dicho. —Jean Marie había descubierto que se expresaba
mejor por medio de cortas y sencillas sentencias, cuidadosamente fabricadas de
antemano—. No pregunto, espero.

www.lectulandia.com - Página 320


—Cuando salgas de aquí, serás bienvenido en casa.
—Gracias, Alain. No. Hay lugares de… de… —se esforzó por asir las palabras y
casi lo consiguió—, rehab… re-hab…
—¿Rehabilitación?
—Sí. El señor Atha me encontrará uno.
—¿Quién es el señor Atha?
—Trabaja aquí con las víctimas de los ataques.
—¡Oh! —No es que fuera insensible o indiferente. Era simplemente un extraño
en un extraño país. —Roberta te envía su cariño. En unos pocos días más vendrá a
verte.
—Bueno. Estaré contento de verla.
Su capacidad de conversar terminó aquí. Alain también se sintió contento de que
la visita no se prolongara. Después de unas pocas palabras más y de algunos largos
silencios, los hermanos se abrazaron y se separaron, cada uno de ellos preguntándose
a qué podía deberse el hecho de que tuvieran tan poco que decirse.
Al día siguiente llegó Waldo Pearson. Venía acompañado por un sirviente con los
brazos cargados de inesperados tesoros: los seis ejemplares de "Ultimas cartas desde
un pequeño planeta", propiedad de su autor, uno de ellos encuadernado en cuero y
destinado al autor mismo, una cinta grabada y las dos versiones más exitosas de
"Juanito el payaso", una realizada por un cantante varón y la otra por una mujer
acompañada de un coro. Traía también una botella de champagne "Veuve Cliquot",
un balde de hielo, un juego de copas de champagne, una jarra de caviar fresco y el
texto completo del discurso de Jean Marie en el Carlton Club, también encuadernado
en cuero. Waldo estaba en su mejor esto-es-lo-que-pasa-y-qué-contento-estoy estado
de ánimo.
—Mi padre sufrió dos ataques, en aquellos días no se les llamaba accidentes-
cerebro-vasculares, de manera que sé de lo que se trata. Hable cuando quiera y si
siente la necesidad de permanecer en silencio, pues hágalo. ¿Le agrada el libro…?
¡Qué bello es! ¿No le parece? Las suscripciones caminan estupendamente. Esto es lo
más sensacional que hayamos tenido en los últimos veinte años. Nos hemos
asegurado las revistas de segundo orden y las grandes también. Lo único que lamento
es que usted no pueda estar presente en nuestro almuerzo de inauguración. Hennessy
me llamó para decirme que la reacción de las Américas y en el continente es la
misma que en Inglaterra. Dice que telefoneará y se dejará caer por aquí en su viaje de
regreso a Nueva York. Realmente parece que usted ha sabido tocar un punto muy
sensible… Y todo el mundo está cantando la canción. Yo la canto hasta en el baño…
¿Champagne? ¿Puede también comer el caviar…? Espléndido. Realmente se las
arregla muy bien. Yo estaba resuelto a que bebiera champagne y comiera caviar
aunque hubiera tenido que dárselo yo mismo con cuenta gotas…

www.lectulandia.com - Página 321


—Me siento muy conmovido ¡Gracias! —Jean Marie se sorprendió de su propia
fluidez. —Lamento la escena que hice en el Club.
—Sucedió allí algo muy curioso —dijo Pearson con instantánea gravedad—. En
el auditorio, algunos eran hostiles, y otros, muchos, en cambio, se conmovieron
profundamente. Pero nadie pudo permanecer neutral. Envié el texto completo de su
discurso a todos los miembros y a sus huéspedes. Las respuestas que hemos recibido,
ya sean en favor como en contra, han resultado muy iluminadoras. Algunas expresan
miedo, otras hablan de un impacto religioso, otras destacan el contraste entre la
fuerza de su mensaje y la modestia de su conducta. Y a propósito ¿ha tenido noticias
de Matt Hewlett? Dijo que le escribiría. Pensó que una visita suya podría significar
para usted más un embarazo que un agrado.
—Me escribió. Dijo que había ofrecido nueve días de misa por mí. También el
pontífice envió un cable y asimismo algunos miembros de la Curia. Drexel escribió
un largo… largo… largo… Discúlpeme. A veces olvido las palabras más sencillas.
—Relájese —dijo Waldo Pearson—. Le tocaré la canción. Por mi parte prefiero la
versión de la mujer. Veamos lo que le parece a usted.
—¿Podría conseguirme una copia para el señor Atha? —Por supuesto. ¿Pero,
quién es él?
—Es un ter… terapista. No puedo darle una idea de todo lo que hace por cada uno
de nosotros. Es un hombre enviado por Dios. Quiero regalarle un libro con una
dedicatoria. ¿Tiene ahora alguna importancia que se sepa que soy el autor?
—Creo que eso ya dejó de tener importancia —dijo Waldo Pearson—. La gente
buena encontrará a Dios en el libro, los hipócritas mojigatos creerán que usted ha sido
castigado por sus pecados. De manera que todos quedarán contentos.
—¿Petrov… obtuvo sus cereales?
—Algo así, pero no lo suficiente.
—He perdido la cuenta del tiempo. No puedo recordar muchas cosas que han
ocurrido…
—Alégrese de ello. El tiempo perdió sentido. Y los acontecimientos se han
escapado de las manos. Ya no podemos controlarlos.
Jean Marie extendió su mano para coger la de su amigo. Necesitaba sentir el
aliento que da un contacto humano. Y finalmente la idea que durante semanas había
estado tratando de asir se volvió súbitamente muy clara para él. Con un desesperado
cuidado trató de formularla para su amigo.
—El me permitió ver los Últimos Días. Me ordenó que anunciara la Parusía. Yo
lo di todo para cumplir lo que me pidió. Y me esforcé por hacerlo. De veras me
esforcé. Pero antes que pudiera decir lo que me había ordenado, Él me golpeó
imponiéndome silencio… Y ahora no sé lo que Él espera de mí. Me siento muy
confuso.

www.lectulandia.com - Página 322


Waldo Pearson tomó entre las suyas la frágil mano de Jean Marie. Dijo
suavemente.
—Yo también me sentía confundido. E iracundo. Me descubrí a mí mismo
levantando el puño contra Su Rostro y exigiendo saber por qué, ¿por qué? Luego leí
las "Últimas cartas desde un pequeño planeta" y me di cuenta de que ellas eran su
testimonio. Todo lo que usted tenía que decir estaba allí, en blanco y negro. Lo que
alcanzó a decir o no pudo decir en el Carlton Club era solamente una post-data y
podía ser suprimido sin pérdida alguna… También recordé otra cosa. El primer
Precursor, Juan, llamado el Bautista, murió de una manera muy extraña. Mientras que
el Mesías a quien él había anunciado, caminaba libremente por Judea, él fue
asesinado en una mazmorra de Herodes y su cabeza fue presentada en un plato como
obsequio a una bailarina. Todo lo que recibió de su Mesías fue un elogio que se
transformó en su epitafio: "Entre los hombres nacidos de mujer, ninguno hay más
grande que Juan el Bautista…"
—Había olvidado eso —dijo Jean Marie Barette—, pero ahora olvido tantas
cosas.
—Tome un poco más de champagne —dijo Waldo Pearson— y escuchemos la
música.
Al día siguiente se vio enfrentado a nuevas calamidades. Estaba sentado en su
silla de ruedas, revisando las noticias de los periódicos matinales, cuando entró el
señor Atha y anunció que se veía obligado a ausentarse por un tiempo con el fin de
atender a los asuntos de su padre en el exterior. En consecuencia venía a despedirse.
Las sesiones de terapia de Jean Marie quedarían a cargo de una asistente femenina.
—…Y cuando regrese —dijo el señor Atha— quiero ver a un hombre vigoroso
expresándose perfectamente.
Jean Marie se sintió presa de un súbito pánico.
—¿Dónde… dónde va usted?
—Oh, a varias capitales. Los intereses de mi padre son muy variados y
extensos… Llevaré su libro para leerlo en el avión. Vamos. No se aflija tanto.
—Tengo miedo.
Dejó escapar la palabra sin poder evitarlo. Pero el señor Atha permaneció
inconmovible ante el llamado.
—En ese caso, enfréntese con el miedo. El trabajo que hemos hecho en común
tiene un solo objeto: obtener que usted sea capaz de andar, hablar, pensar y trabajar
por sus propios medios. No se amilane pues ahora.
Pero en el mismo momento en que el señor Atha desapareció detrás de la puerta,
todo el valor que había logrado acumular desapareció también. Y la depresión, negra
como la medianoche, se enseñoreó en él. Aun su secreto rincón de luz parecía haber
sido borrado de la existencia. Le fue imposible encontrar un camino para llegar hasta

www.lectulandia.com - Página 323


él. A medida que transcurría el día se fue hundiendo más y más en una condición
cercana a la desesperación. Nunca mejoraría. Nunca podría abandonar este hospital.
Y aun cuando pudiera hacerlo, ¿adonde iría? ¿Qué podría hacer? ¿Cuál era el sentido
de todos sus esfuerzos, si el resultado final a que ellos podrían conducirlo era el de
colocarse correctamente la chaqueta, hablar vacuidades elementales, arrastrar los pies
sin salirse de la línea recta en un pavimento de concreto?
Por primera vez comenzó a considerar a la muerte no únicamente como un alivio
de la miseria humana, sino como un acto personal determinado a poner fin a una
situación intolerable. Este pensamiento le produjo una extraordinaria sensación de
tranquilidad y al mismo tiempo aclaró su mente dejándola transparente y luminosa,
como la fría luz de las latitudes nórdicas. Pasar en seguida de la contemplación del
acto a la especulación sobre los medios para llevarlo a cabo resultó una simple
cuestión de lógica. Y fue solamente cuando más tarde entró la enfermera que tomó
conciencia con repentino y profundo sentido de culpa, de cuan lejos había sido
arrastrado por su mórbida ensoñación.
La experiencia lo impactó lo suficiente como para mencionarla al doctor cuando
éste llegó a hacerle su acostumbrada visita de todas las tardes. El médico se trepó
sobre el borde de la cama y se extendió sobre el tema.
—Había comenzado a creer que usted había sido lo bastante afortunado para
escapar de esta particular crisis. Todos aquí teníamos conciencia de que su trasfondo
religioso le ha otorgado una cantidad de recursos de los que carece la gente normal…
Pero la verdad es que las depresiones nerviosas son tan imprevisibles que nunca se
puede estar seguro de cómo ni cuándo harán su aparición.
—¿Me está diciendo que tengo ahora otra enfermedad?
—Quiero decir —explicó pacientemente el neurólogo— que acaba de describirme
los síntomas clásicos de una depresión aguda. Si dejamos pasar estos síntomas sin
tratarlos, la depresión corre el riesgo de llegar a ser crónica, agravada en su caso por
su presente invalidez. La partida del señor Atha fue nada más que el detonante que
desencadenó el proceso… De manera que intervendremos antes que el fenómeno se
amplifique. Lo trataremos primero con dosis moderadas de una droga que produce
euforia. Si resulta, magnífico. Si no resulta, pues usaremos otros medios. De todos
modos, si puede derrotar a sus demonios sin tener que recurrir a un exceso de
medicamentos, mucho mejor, pero no intente ser demasiado valiente o arriesgado. Si
se siente con ganas de llorar, incapaz de seguir adelante, dígaselo inmediatamente a la
enfermera, dígamelo a mí. Prométame que lo hará.
—Lo prometo —dijo Jean Marie firme y claramente—. Pero créame que sentirme
tan dependiente resulta muy duro para mí.
—Ese es también uno de los problemas mayores a que me veo enfrentado como
médico. El paciente no se encuentra bien consigo mismo. —Vaciló y ofreció a

www.lectulandia.com - Página 324


continuación una curiosa pregunta—. ¿Cree que el hombre tiene un cuerpo y un alma
que se separan en el momento de la muerte?
Antes de contestar Jean Marie reflexionó un momento sobre la pregunta pues
temía que una nueva niebla pudiera oscurecer su cerebro y dañar la respuesta que tan
esforzadamente estaba tratando de elaborar, pero, gracias a Dios, su cerebro se
mantuvo lúcido. Dijo, con sorprendente fluidez:
—Esa fue la forma en que los griegos definieron al hombre espíritu y materia,
dual y divisible. Como módulo, resultó por un largo tiempo bastante útil. Pero
después de esta experiencia, realmente no sé que pensar… No tengo conciencia de mí
mismo como de dos elementos separados: como un músico que tocara un piano al
que faltaran algunas notas —o al revés— como un violín Stradivarius tocado por un
niño. Yo soy yo, uno e indiviso. Una parte de mí está medio muerta; una parte de mí
está totalmente muerta y nunca más podrá volver a funcionar. Soy un hombre…
def… def…
—Defectuoso —dijo el neurólogo.
—Sí —dijo Jean Marie—, defectuoso.
El doctor alcanzó la pequeña pizarra colgada a los pies de la cama y escribió en
ella la receta de un remedio contra los demonios negros. En un relámpago de su
antiguo buen humor, Jean Marie dijo:
—¿No ofrece también algunos pases mágicos para acompañar a la medicina?

Contra lo que le ocurrió a continuación, de nada valieron ni las artes mágicas ni


las medicinas. Dos días después de la partida del señor Atha, una hora antes de
mediodía, Waldo Pearson y Adrian Hennessy llegaron a verlo. Se informaron solícita,
pero brevemente, acerca de sus progresos. Waldo Pearson se disculpó.
—Había confiado en salvarlo a usted de esto, pero ha sido imposible. Tenemos
que intentar una acción judicial en Gran Bretaña, en el Continente, en Estados Unidos
y en todas partes donde nos sea posible hacerlo. Necesitamos su firma para las
presentaciones correspondientes.
Jean Marie, profundamente sorprendido, miró alternativamente a sus dos amigos.
Preguntó:
—¿Y sobre qué versan las solicitudes que estoy presentando?
Adrian Hennessy abrió su portafolios.
—Vea usted mismo, monseñor.
Depositó sobre la cama un álbum de recortes y un libro encuadernado en papel. El
libro llevaba como título El Fraude. El autor era un tal Luigi Marco. La cubierta
llevaba estampadas las palabras: "Copia de prueba sin corrección". La casa editora
era Veritas S.A. Panamá. Hennessy levantó el libro y lo sostuvo entre las manos.
—Este bocadito ha sido distribuido a todas las agencias de prensa internacionales.

www.lectulandia.com - Página 325


Su publicación está programada a escala mundial, en veinte idiomas, para aparecer,
en cada país, el mismo día en que las "Ultimas cartas" salgan a luz. Necesitamos una
prohibición judicial para detener estas publicaciones. Sin embargo —y esto es lo
malo— una parte de la prensa amarilla ya ha comprado los derechos de las series y ha
comenzado a publicar las secciones más jugosas de la historia. Los diarios más serios
así como los canales de televisión, no pueden ignorar el hecho de estas publicaciones.
Y están en su derecho al comentar este material. Para evitar la propagación del
escándalo no tendremos más remedio que querellarnos por calumnia, para lograr el
cese de toda esta publicación.
—¿Pero cuál es el escándalo?
Waldo Pearson tomó sobre sí el peso de la explicación.
—Este libro, muy apropiadamente titulado “El Fraude”, afirma ser la verdadera
historia de su carrera, desde su juventud hasta ahora. Es una mezcla muy cuidadosa y
muy hábil de hechos, ficciones y viles insinuaciones. El nombre del autor es, por
supuesto, un seudónimo. El asunto en su totalidad lleva la marca de una tarea hecha
por profesionales avezados, y pertenece al mismo tipo de esos mal llamados
documentales que se escriben sobre espías, defectores o escándalos políticos que las
agencias rivales sacan a luz con el objeto de desacreditarse mutuamente. La casa
editora es una corporación fantasma registrada en Panamá. La impresión fue hecha en
Taiwan por una de las imprentas que hacen este tipo de cosas en virtud de cualquier
contrato. Ejemplares del libro, iguales a éste, han sido distribuidos por avión a los
países más importantes… Alguien ha tenido que gastar una incalculable cantidad de
dinero en investigación, en pagar al autor, en traducción y en la manufactura del libro
mismo… Algunas de las fotografías han sido tomadas con teleobjetivos, lo que indica
que desde hace ya mucho tiempo usted ha estado sometido a vigilancia.
—¿Qué clase de fotografías? —Jean Marie explotó con las palabras correctas
ignorando su bloqueo de fonemas.
—Muéstreselas —dijo Waldo Pearson.
Hennessy, con obvia renuencia, buscó entre los recortes de prensa del álbum y
comenzó por mostrar una foto de Jean Marie con la muchacha contrahecha de la
Place du Tertre. El ángulo desde el cual había sido tomada la fotografía mostraba el
rostro de Jean Marie muy próximo al de la muchacha, de tal manera que era muy fácil
inferir que eran amantes ensimismados en un tierno tête à tête. Había también varias
instantáneas de Roberta Saracini y de él mismo, tomados del brazo, en Hyde Park, en
el barquito del río, y caminando por los jardines de Hampton Court. Había asimismo
una foto de él y de Alain emergiendo de su cena en Sophie's con un evidente aspecto
de viejos borrachos. La vista de todo esto provocó en él una negra furia que lo hizo
trastabillar en la pregunta.
—¿Qué… qué dice el texto?

www.lectulandia.com - Página 326


Waldo Pearson se alzó de hombros con desamparada resignación.
—Lo que cabe esperar. Han llevado a cabo una exhaustiva investigación y luego,
muy hábilmente han desparramado su porquería para mostrarlo a usted no solamente
como un tipo esencialmente malo sino también como algo loco… Sobre este último
punto lograron apoderarse de los informes de dos de los médicos que lo examinaron
antes de su abdicación. Hay también varios otros detalles exóticos.
—Por ejemplo —dijo Hennessy hojeando el libro—, encontraron a alguien que
sirvió con usted en el maquis. Hubo una historia sobre usted y la mujer de un
campesino que más tarde fue encontrada violada y muerta. Por supuesto, la gente de
la localidad le echó la culpa de lo ocurrido a los alemanes, pero… Esta gente es
excelente para manejar los "peros". Su mejor amigo es Carl Mendelius de Tübingen,
pero aquí se sugiere que usted ayudó a obtener que él fuera desligado de algunos de
sus votos sacerdotales porque entre usted y él había una asociación homosexual. Y el
hecho de que usted asumiera su defensa contra el cargo de herejía que se levantó
contra él y que más tarde lo casara, sólo ha servido para reforzar la insinuación… Y
eso es lo horrible en este tipo de asuntos. El que provoca el escándalo no tiene que
probar nada, le basta con sembrar la sucia idea. Si uno besa a su madre en la estación
antes de su partida tiene que ser incesto.
—¿Qué dicen sobre Roberta? Hennessy arrugó el ceño con disgusto.
—Su padre estafó el Vaticano por diez y siete millones y nunca se encontró rastro
alguno de ese dinero. Se sabe que su patrimonio es muy importante y también que
Roberta Saracini es fideicomisario del conglomerado donde está depositado su
dinero. En Francia la tarea de los fideicomisarios es de dominio público. Cuando
usted estuvo en París se alojó en casa de Roberta. Después de eso fue fotografiado
caminando con ella del brazo por el parque y además está viviendo aquí bajo un
nombre supuesto… ¿Desea que le dé más detalles?
—No… ¿Quién hizo esto? ¿De quién fue la idea? ¿Cómo obtuvieron toda esta
información? ¿Por qué?
—Trataremos de razonar calmadamente —dijo Waldo Pearson esforzándose por
apaciguarlo—. Adrian y yo hemos estado conversando con mucha gente muy bien
informada y creemos que hemos logrado encontrar una explicación que calza
perfectamente con toda la evidencia acumulada. ¿Está seguro de que podrá resistir
que continuemos con esto?
—Sí. —Jean Marie estaba claramente sufriendo los efectos de una enorme
tensión, pero se esforzó por hablar con firmeza. —No se preocupen por mí.
Simplemente, hablen.
Waldo Pearson habló en el monótono tono de un hombre que trae malas noticias.
—Desde el momento mismo en que usted proclamó que había recibido una
revelación privada sobre los Últimos Días y se movió para comunicar el hecho en una

www.lectulandia.com - Página 327


carta a sus fieles, se transformó en un hombre peligroso. Sabe lo que ocurrió en la
Iglesia y conoce el resentimiento que desde entonces sienten por usted los Amigos
del Silencio. Pero fuera de la Iglesia, donde las naciones se encontraban ocupadas en
preparar su guerra nuclear, la cosa fue muchísimo peor. Usted con sus visiones de
horror y de juicio, se transformó, para los manipuladores de mitos, en una tremenda
amenaza.
"Porque ellos estaban preparando al público para participar en una competencia
de destrucción nuclear, en un juego diabólico, en el curso del cual cada bando lleva a
cabo la misma clase de masacre con la misma ausencia de motivos.
"Su visión, que lo llevó a ser considerado como un loco, era, de hecho, la única
cosa sensata en medio de esta locura. Usted vio el horror con sus propios ojos. Dijo lo
que había visto y por eso antes que el público alcanzara a darse cuenta de lo que decía
y asimilarlo, era imprescindible silenciarlo. "Pero no era fácil. Usted era un hombre
activo y batallador. En Alemania descubrió e hizo añicos la cobertura del operativo
de la C.I.A., uno de sus más importantes agentes. En Francia, su patria, cayó
inmediatamente en la Lista Negra y fue sometido a vigilancia grado A. Aquí en
Inglaterra también fue seguido, pero yo representaba una protección bastante
respetable y me ofrecí de garantía por usted ante nuestro gobierno.
"Durante todo este tiempo, sin embargo, usted no había dejado de ser un tropiezo,
por decir lo menos, en los planes de los poderosos, porque en el momento preciso en
que comenzaba el redoble de los tambores de guerra, podía ponerse a gritar que el rey
estaba desnudo y que después de la primera bomba, se quedaría, además, sin
súbditos.
"Adrian y yo nos hemos enterado, por fuentes muy diversas, de que en un
momento dado, se habló de liquidarlo y que la recomendación para hacerlo fue casi
unánime. Pero cuando se supo que su libro estaba en preparación, la decisión de
liquidarlo se rescindió y se trazaron nuevos planes para desembarazarse de usted:
estos consistían en obtener su total, absoluto descrédito. Acaba de ver cómo lo han
hecho.
—¿Pero cómo les ha sido posible reunir este material tan completo en un tiempo
tan breve?
—Dinero —dijo Adrian Hennessy con brusquedad—. Coloque un número
suficiente de personas a trabajar sobre el mismo asunto al mismo tiempo; largue todo
el dinero necesario y tendrá los secretos de quien sea en menos de un mes. Si a eso
añade la hostilidad de muchos elementos de la Iglesia hacia usted, y la cooperación
tan gustosamente dispensada desde los niveles más altos de muchos gobiernos, la
tarea resulta tan fácil como hervir un huevo.
—¿Pero quién organizó todo esto?
—Dolman fue el chico que montó el aparato y tenía sus importantes motivos

www.lectulandia.com - Página 328


privados para que la cosa funcionara. Usted sabía que él había sido el autor del
atentado contra Carl Mendelius.
—Todo eso parece bastante coherente.
—Pero también plantea un problema.
—Por favor —dijo Jean Marie con voz muy clara—, por favor no me oculten
nada.
—Aun en el caso de que obtengamos las prohibiciones judiciales, aunque sea en
forma restringida, el alivio que esto significará será solo temporal. Tendremos que
llevar adelante una serie de juicios en los tribunales de todas las grandes potencias.
Eso costará un montón de dinero. Usted tendrá que pagar la mayor parte de ellos de
su propio bolsillo… Y como estamos de regreso en la Edad de Piedra y muy pronto
nos encontraremos viviendo bajo leyes de emergencia, no tenemos ninguna garantía,
ni aun en Inglaterra, de obtener un juicio limpio tanto de parte de los jueces como de
los jurados.
Jean Marie pensó unos momentos y luego dijo, lentamente:
—Tengo el dinero. Y aunque gaste en ello hasta mi último centavo, creo que
tenemos que dar la pelea contra esta obscenidad en cada lugar en que sea posible
darla. No soy tan inocente como para esperar que podamos ganar, pero es preciso que
se sepa que luchamos. Y lucharemos con mi dinero y con el de nadie más. Waldo, lo
único que espero es que esto no dañe a su publicación de las "Últimas cartas".
—No —dijo Waldo Pearson—. Al contrario, si para algo ha servido esto, es para
darnos mayores espacios en la prensa para generar mayores y más ardientes
controversias. Al final todo terminará en el juicio privado que cada cuál hará dentro
de su propio corazón: ¿es posible que el autor de estas Cartas y el bribón pintado en
este pedazo de basura, sean una sola y misma persona?
—Entretanto creo conveniente que firme los documentos —dijo Hennessy
extrayéndolos de su portafolios—. A menos que quiera leer esta montaña de
documentos legales, tendrá que confiar en nuestra palabra y aceptar que estos papeles
han sido escritos por los mayores talentos que, en materia de Derecho, existen en
estos momentos en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos.
—Confío en la palabra de ustedes —dijo Jean Marie que ya había comenzado a
firmar las primeras páginas—, pero mire: la información contenida en este libelo ha
tenido que ser proporcionada por gente que me conoce muy bien.
—Obviamente así ha sido —dijo Waldo Pearson—, pero el hecho de que
ofrecieran información a quienes los entrevistaron no hace necesariamente de los
informantes enemigos suyos. Usted ignora qué ficciones o engaños se utilizaron para
hacer hablar a la gente. Incluso puede haber quien haya pensado que le estaba
haciendo un favor. Hay muchas cosas que entran en el dominio de la chismografía. El
Vaticano está lleno de rumores. Hennessy y yo somos sus aliados. Pero hablamos de

www.lectulandia.com - Página 329


usted. Estoy seguro de que en más de una ocasión he dejado caer opiniones y frases
que han debido encontrar su camino hacia toda ésta falsedad… Me temo que no tiene
otra alternativa que la de aceptar lo que ha sucedido, dar la mejor pelea posible y
decirles a los bastardos que se vayan al infierno. No puede darse el lujo de volverse
paranoico.
—Soy un hombre defectuoso —dijo Jean Marie—, no soy un paranoico. A la
escala de la Última Catástrofe soy una cantidad mínima. Lo que me ha ocurrido es un
no-acontecimiento. No obstante me preocupa la situación de algunas personas, como
Roberta que sufrirá las consecuencias de haber visto su nombre ligado al mío en este
libelo. Cuando era papa, todo aquel a quien yo tocaba, se sentía bendito. Ahora me he
transformado en verdad en un portador de peste, capaz de contagiar aun a mis amigos
más próximos…

Esa noche, por primera vez, pidió una droga que le permitiera dormir. Despertó a
la mañana siguiente más tarde que de costumbre, pero fresco y con las ideas claras. A
la hora de la sesión de terapia, descubrió que estaba caminando con mucha mayor
confianza, que su brazo inválido estaba respondiendo bastante bien a los mensajes del
centro motor. Su lenguaje había comenzado a conservar una consistente claridad y
rara vez encontraba ahora tropiezos en su elección de las palabras. El terapista lo
alentó.
—…Esto suele suceder así en los casos en que la prognosis es buena. La mejoría
sobreviene rápidamente; luego, las cosas parecen arrastrarse por un tiempo, pero en
seguida hay un nuevo repunte de mejoría que generalmente continúa esta vez sin
interrupciones hasta la plena recuperación. Entonces… Bien, no apresuremos el
proceso. Ahora todo el arte consiste en gozar de lo adquirido, pero sin intentar
esforzarse demasiado por adelantar el proceso. Todavía no está en condiciones de
jugar fútbol, pero a propósito de eso puede comenzar a nadar…
Jean Marie regresó a su habitación sin ayuda. Al llegar allí se sentía cansado, pero
triunfante. Cualesquiera que fueran los terrores que lo esperaban, por lo menos podría
afrontarlos afirmado sobre sus propios pies. Deseó que el señor Atha estuviera allí
para saborear juntos ésta su primera, su real victoria. Se tendió en la cama e hizo una
serie de llamados telefónicos para participar a todos de las buenas noticias. Pero
todos los llamados terminaron en nada. El teléfono de Carl Mendelius estaba
desconectado; Roberta Saracini estaba en Milán; Hennessy había regresado a Nueva
York, Waldo Pearson había ido a pasar unos días al campo. El único con el que logró
comunicarse fue su hermano Alain, que llegó hasta el teléfono pero estaba sumido en
preocupaciones. Se alegraba —dijo— de saber que Jean Marie estaba progresando.
La familia también se sentiría dichosa con las noticias. Por favor, por favor, no
perdamos el contacto…

www.lectulandia.com - Página 330


Todo esto tuvo como consecuencia volcar el pensamiento de Jean Marie hacia la
consideración de los problemas que debería enfrentar en su futuro personal. Por
mucho que mejorara, por muy pequeñas que fueran las secuelas que le dejara su
enfermedad, él seguía siendo un hombre de sesenta y cinco años, víctima de un
accidente del cerebro, lo que implicaba que, en cualquier momento, estaba expuesto a
otro accidente similar.
Por otra parte, y fuera cual fuera el resultado de los juicios en que se iba a ver
envuelto, emergería de ellos desacreditado, más aún que si fuera realmente culpable
de la mala conducta y los malos hechos que se le atribuían. El mundo amaba a los
bribones, pero carecía de paciencia para los incompetentes. El resultado de esto sería
que Jean Marie Barette sería exactamente lo que decía su pasaporte: pasteur en
retraite, sacerdote retirado, cuya mayor esperanza podría residir en obtener el cargo
de capellán de un hospital o una pequeña casita en el campo donde podría
entretenerse con sus libros y su jardín. Cuando llegó la noche, los demonios negros
habían vuelto a apoderarse de él y el doctor tuvo que leerle un trozo completo sobre
las oscilaciones de ánimo de los maníaco-depresivos y la forma de manejarlas. La
lectura terminó con una sorpresa.
—…He ordenado un encefalograma para pasado mañana. Si revela lo que creo
que debe revelar, entonces podremos pensar en darlo de alta dentro de los próximos
días. Aquí no hay mucho más que podamos hacer. Continuará necesitando controles
cada quince días, deberá mantener sus ejercicios en forma regular y, por lo menos al
comienzo, alguna ayuda doméstica. Le ruego que piense sobre esto. Mañana
volveremos a hablar. ¿Qué le parece?
Cuando el doctor lo dejó, comprobó la fecha en el calendario de su libreta de
apuntes. Era el quince de diciembre. En diez días más sería Navidad. Se preguntó
dónde la pasaría y cuántas Navidades más vería el mundo, porque Petrov no había
conseguido todo el alimento que necesitaba y los ejércitos soviéticos comenzarían a
avanzar en cuanto llegaran los primeros deshielos.
Se hizo reproches a sí mismo. No hacía cinco minutos que el doctor le había
dicho que no debía sentarse ahí, solo, rumiando pensamientos tristes. Había llegado la
hora de las visitas. Se arregló con mucho cuidado, se cambió de pijama, aunque no
fuera sino para probarse que sus nuevas destrezas no eran ilusiones, se colocó la bata
y las zapatillas, y cogiendo su bastón comenzó una ostentosa aunque precavida
marcha por el corredor saludando al pasar a sus compañeras de las sesiones de
terapia.
¿Qué era lo que el señor Atha había dicho? Que debía tener panache. Los ingleses
siempre traducían aquella palabra por "estilo", pero la palabra francesa tenía algo más
que simple estilo, algo como "alarde". Alarde. ¡Qué bien! Ahora estaba coordinando
su pensamiento en dos idiomas. Debía tratar de recuperar su alemán también, para así

www.lectulandia.com - Página 331


estar en las mejores condiciones para su reencuentro con Carl Mendelius: La última
carta de Lotte, ¿qué fecha llevaba? ¿Qué decía con respecto a sus próximos planes?
Este último pensamiento lo hizo volverse por el corredor hacia su habitación,
recibiendo al pasar las felicitaciones de la enfermera nocturna: "¡Caramba! ¡Es usted
un hombre listo!" y el saludo del asistente jamaicano: un brinco, un paso, un
deslizamiento del pie y una invitación: "Venga a bailar, hombre".
Revolvió los papeles de su escritorio hasta encontrar la carta de Lotte —lo que
implicó una serie de pequeños movimientos que llevó a cabo sin problema alguno—
después de lo cual se sentó en su silla de ruedas para leerla. Estaba fechada el uno de
diciembre.

"…Nuestro querido Carl se fortalece día a día. Ha desarrollado una gran


habilidad en el manejo del aparato que reemplaza su mano izquierda y son muy
pocas las cosas que no es capaz de hacer por sí mismo. Desgraciadamente ha
perdido la vista de un ojo y lleva, en ese lugar, un parche negro. Esto, sumado al
daño que sufrió ese lado de su cara, le da todo el aspecto de un siniestro pirata, lo
que ha dado base para una pequeña broma familiar. Cuando necesitemos dinero
podremos presentar a papá en una serie de televisión del tipo de la Isla del Tesoro
o del Violento Español.
"Johann, Katrin y un pequeño grupo de amigos están en el valle desde hace ya
un mes. Están trabajando en los edificios principales para hacerlos habitables y
abastecerlos de todo lo necesario antes de la llegada del invierno. Carl y yo
pensamos ir a reunirnos con ellos la semana entrante. Hemos vendido la casa de
aquí, con todo lo que contiene y sólo hemos conservado, para llevar con nosotros,
los libros de Carl y algunos objetos personales que aún significan algo para
nuestra vida. Siempre había pensado que dejar Tübingen después de tantos años
pasados aquí sería una especie de desgarramiento, pero no lo ha sido. El lugar
donde vayamos a vivir ahora —Bavaria o Los Mares del Sur— carece de real
importancia.
"¿Y cómo está usted, amigo querido? Hemos recibido todas sus tarjetas y
vamos siguiendo sus progresos a través de su letra, y por supuesto, a través de los
mensajes de su buen amigo en Inglaterra, Waldo Pearson. Nos estamos
consumiendo de impaciencia por poseer un ejemplar de su libro y Carl perece de
ganas de conversar con usted sobre él, pero comprendemos muy bien que por el
momento prefiera no usar el teléfono. A mí me ocurre lo mismo, especialmente
cuando se trata de comunicaciones con el exterior. Balbuceo, tartamudeo y
termino gritando para que venga Carl.
"¿Cuándo lo dejarán salir del hospital? Carl insiste —y yo también— para
que venga directamente a nuestro hogar en Bavaria. No olvide que somos su

www.lectulandia.com - Página 332


familia. Además Anneliese Meissner afirma que es indispensable que cuando salga
del hospital pueda refugiarse en algún lugar seguro. Ella pasará con nosotros, en
Bavaria, sus vacaciones de invierno. Está muy unida a Carl y su amistad es
mutuamente beneficiosa, de manera que he aprendido a no tener celos de ella así
como antes aprendí a no tener celos de usted. Tan pronto como sepa la fecha en
que lo darán de alta en el hospital, envíe un telegrama a la dirección que le estoy
incluyendo aquí. Vuele directamente a Munich y nosotros pasaremos a recogerlo
al aeropuerto y lo llevaremos al valle.
"Carl suele inquietarse con respecto a su llegada. Teme que puedan cerrar las
fronteras antes que usted esté listo para viajar. La tensión crece en todas partes.
Tropas y más tropas americanas e inglesas han comenzado a situarse en toda la
región del Rhin. Se ven muchos convoyes militares, el tono de la prensa es
francamente chauvinista y la atmósfera de la Universidad se ha vuelto muy
extraña, Se están contratando muchos especialistas y por supuesto, se está
montando todo el aparato de vigilancia que Carl y Anneliese tanto temieron. Lo
más increíble de esto es que muy pocos estudiantes han manifestado su
disconformidad con lo que se está haciendo. Ellos también parecen haber sido
afectados por la fiebre guerrera y de una manera que jamás hubiéramos esperado.
Es verdaderamente chocante oír de nuevo todos los viejos clichés y gritos de
combate. Agradezco a Dios que Johann y Katrin estén lejos de todo esto… Porque
la locura nos infesta a todos por igual, hasta el punto que a menudo Carl y yo nos
encontramos usando expresiones que hemos oído en la radio o en la televisión. Da
la impresión de que todas las antiguas deidades teutónicas hubieran abandonado
sus cavernas… pero supongo que cada nación tiene su propia galería subterránea
de dioses guerreros…"

Una cruda voz transatlántica interrumpió su lectura.


—Buenas tardes, Santidad.
Levantó la vista y vio a Alvin Dolman apoyado contra la puerta sonriéndole.
Dolman, como él, llevaba pijama, una bata y sostenía en las manos un paquete
envuelto en papel marrón.
La sardónica insolencia del hombre, dejó por un momento atónito a Jean Marie,
pero en seguida este sentimiento dejó lugar a otro de inextinguible furia. Luchó
contra esta furia en una breve y desesperada oración implorando que su lengua no le
fallara y lo dejara avergonzado e inerme frente al enemigo. Dolman entró al cuarto y
trepó ostentosamente sobre el borde de la cama. Jean Marie no dijo nada. Había
recuperado el control de sí mismo. Esperaría que Dolman declarara sus intenciones.
—Luce muy bien —dijo Dolman amablemente—. La enfermera me informó que
muy pronto lo darán de alta. Jean Marie continuó en silencio.
—Vine a traerle una copia de El Fraude —dijo Dolman—, adentro encontrará una

www.lectulandia.com - Página 333


lista de la gente que estuvo realmente feliz de ayudar a su descrédito. Me pareció
necesario que conociera esos nombres. Claro que no le servirá de mucha ayuda en los
Tribunales, pero en realidad, en un caso como éste, nada sirve de ayuda. Cualquiera
que sea el veredicto de los jueces, la mugre siempre habrá salpicado. —Depositó el
paquete en la mesa de noche, pero en seguida lo cogió de nuevo y lo abrió
parcialmente—. Nada más que para probarle que no contiene ninguna trampa como el
que envié a Mendelius. Por lo demás, en su caso ya no es necesario ¿no es así? Usted
ha quedado definitivamente fuera del juego.
—¿Por que ha venido? —la voz de Jean Marie era tan helada como la escarcha
blanca.
—Para compartir una broma con usted —dijo Alvin Dolman—. Pensé que podría
apreciarla. El hecho es, que mañana seré operado. Y éste era el único hospital de
Londres que podía recibirme y atenderme así, de improviso, inmediatamente. Tengo
un cáncer en el intestino mayor, de manera que cortarán una parte de él y me darán
una pequeña bolsa que deberé llevar conmigo por el resto de mi vida. En estos
momentos estoy considerando si realmente la cosa vale la pena. Por eso he tomado la
precaución de proveerme de los medios para un fin rápido e indoloro. ¿No le parece
que es muy divertido?
—Me pregunto qué lo ha hecho vacilar —dijo Jean Marie—. ¿Qué hay en su vida
o en usted mismo que pueda encontrar tan valioso como para haber vacilado?
—No mucho —dijo Dolman con una sonrisa—, pero hemos estado preparando
todo para este infernal gran drama, el gran estallido que borrará todo nuestro pasado y
tal vez todo nuestro futuro también. Y he pensado que tal vez valdría la pena esperar
un poco para tener un asiento en primera fila. Me quedaría siempre la posibilidad de
irme después. Usted es el hombre que profetizó lo que ocurrirá. ¿Qué piensa de todo
esto?
—Por poco que importe mi opinión —dijo Jean Marie— esto es lo que pienso:
usted está aterrado, tan aterrado que se ha sentido obligado a representar este pequeño
acto de tonta burla. Desea que yo me asuste también con usted, de usted. Pero no, no
tengo miedo… Más bien estoy triste, porque sé lo que está sintiendo en estos
momentos, cómo todas las cosas carecen de sentido y cuan inútil respecto de sí
mismo y del mundo puede verse un hombre. Esta es solamente la segunda vez que
nos encontramos. Ignoro todo del resto de su vida y lo que pueda haber hecho a otros
hombres Pero, ¿cómo se siente por lo que hizo con Mendelius y ahora conmigo?
—Indiferente —la respuesta había sido rápida y muy clara—. Eso pertenece al
orden de las tareas diarias. Es aquello para lo que me entrenaron y es en consecuencia
lo que hago. No cuestiono las órdenes que recibo y sean ellas cuerdas o locas, malas
o buenas, no hago sobre ellas juicio alguno. Si alguna vez lo hubiera hecho, hace ya
tiempo que estaría encerrado en una jaula para bobos. La humanidad es solo una tribu

www.lectulandia.com - Página 334


demente. No hay esperanzas para ella. Yo encontré una profesión en la cual me fue
posible aprovechar esta demencia colectiva. Trabajé para lo que hay, con lo que hay.
Cumplí con todos mis contratos. Lo único con lo que nunca he tenido que ver es con
el amor y también la resurrección. Pero en fin de cuentas, me encuentro tan bien
como está usted. Hace dos mil años que usted ha estado negociando con la salvación
a través del Señor Jesús y mire adonde eso lo ha llevado.
—Usted también está aquí —dijo blandamente Jean Marie— y vino por propia
voluntad. Eso indica que hay en usted algo más que indiferencia.
—Curiosidad —dijo Alvin Dolman—. Quería ver cómo estaba usted. Y debo
decir que parece haberlo sobrellevado muy bien.
—Pero aún no me satisface.
—Bien. Aquí va. —Dolman inclinó la cabeza a un lado, así como un ave de presa
acechando a su próxima víctima—. Cuando todo esto comenzó, yo fui el que
recomendó matarlo. Para ello presenté una docena de planes muy sencillos. Pero
nadie se atrevió, excepto los franceses. Esta gente siempre ha creído en la eficacia de
las soluciones rápidas e indoloras. Sin embargo, no se pudo hacer porque Duhamel
intervino. Le dio un pasaporte especial e hizo saber que destruiría a quien se atreviera
a destruirlo a usted. Cuando llegó a Inglaterra, la liquidación dejó de ser una solución
provechosa y cuando sufrió este ataque resultó claramente innecesaria. En ese
momento pareció evidente que lo adecuado era desacreditarlo y no transformarlo en
un mártir.
"Yo nunca estuve de acuerdo con esto último. Cuando ayer me enteré de que
debía ser operado y que por el resto de mi vida me vería obligado a acarrear siempre,
conmigo mis propios excrementos, pensé ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro,
usted primero y yo después?
"Recuerdo aquella noche en Tübingen cuando me dijo que me conocía y que
conocía el espíritu que me habitaba. No creo haber odiado nunca a nadie como lo
odié a usted en aquel momento. —Registró el bolsillo de su bata y extrajo de él una
estilográfica de oro que enseñó a Jean Marie—. Esto contiene la muerte en uno de sus
más elegantes ropajes: una cápsula de gas letal capaz de matarnos a los dos, a menos
que yo cubra mi nariz mientras le lanzo el gas a usted. Cubrió su nariz con un
pañuelo y enfocó la punta de la estilográfica hacia el rostro de Jean Marie. Jean Marie
continuó sentado, muy quieto, mirándolo. Dijo suavemente—. Hace ya mucho
tiempo que me reconcilié con la muerte. Usted me está haciendo un gran favor, Alvin
Dolman.
—Lo sé. —Dolman colocó nuevamente en su bolsillo el pañuelo y la estilográfica
e hizo un cómico gesto de resignación—. Supongo que lo que yo necesitaba era
probarme a mí mismo. —Estiró la mano y cogió el paquete semiabierto que estaba
sobre la cama. Dijo, con un encogimiento de hombros—: De todos modos, la broma

www.lectulandia.com - Página 335


era mala. Ahora regresaré a mi cuarto.
—Aguarde —dijo Jean Marie levantándose de su silla—, lo acompañaré hasta el
ascensor.
—No se moleste, puedo encontrar mi camino solo.
—Hace ya mucho tiempo que perdió su camino —dijo Jean Marie sombríamente
— y por sí mismo nunca será capaz de encontrarlo.
El rostro de Dolman se transformó súbitamente en una pálida máscara de furia.
—Dije que encontraría mi propio camino.
—¿Por qué se molesta tanto por una simple cortesía?
—Usted debería saberlo. —Dolman sonreía ahora, con un rictus de silenciosa
alegría que resultaba mucho más terrible que su risa—. Usted me dijo en Tübingen
que sabía el nombre del espíritu que me habita.
—Sí, lo conozco. —Jean Marie habló con tranquila autoridad y con un raro,
caprichoso humor—. Su nombre es Legión. Pero no sobrevaluemos este drama, señor
Dolman. Usted no está poseído por el demonio. Es usted simplemente una casa donde
moran los demonios, demasiados demonios en realidad para que un hombre que
comienza a envejecer pueda sobrellevarlos a todos.
La altiva, sonriente máscara se quebró y en su lugar apareció el cansado rostro de
un hombre de mediana edad, el rostro de un clochard que había jugado todas sus
cartas y que ya no tenía lugar alguno en el mundo donde refugiarse.
—Siéntese, señor Dolman —dijo gentilmente Jean Marie—. Tratemos de
entendernos como seres humanos.
—Usted no comprende —dijo cansadamente Alvin Dolman—, pedimos auxilio a
nuestros propios demonios porque no podemos vivir con nosotros mismos.
—Pero usted está vivo y por lo tanto abierto al cambio y a la merced divina.
—Usted no me está escuchando. —La altiva, torcida sonrisa había vuelto al rostro
de Dolman—. Puedo parecerme al resto de la gente, pero de hecho soy diferente.
Pertenezco a otra raza… Somos perros de presa y si tratan de cambiarnos, de
domesticarnos, nos volvemos locos y destruimos a los que intentan hacerlo. Ha sido
mucha suerte para usted que yo no lo haya matado esta noche.

Abandonó el cuarto sin una sola palabra de despedida. Jean Marie llegó hasta la
puerta y lo observó mientras se alejaba por el corredor, cojeando, con el paquete de
papel marrón debajo del brazo. El aspecto de Dolman trajo a su memoria el recuerdo
del antiguo cuento sobre el diablo cojuelo que recorría la ciudad por las noches,
levantando los techos de las casas para descubrir y revelar al diablo que moraba en
ellas. Nunca, que él recordara por lo menos, el diablo cojuelo había encontrado nada
bueno en ninguna parte. Jean Marie se preguntó tristemente si aquel diablo había sido
cegatón o si era su vista demasiado aguda la que le impedía ser feliz. A menos que

www.lectulandia.com - Página 336


uno creyera en la existencia de un benevolente Creador y en alguna forma de gracia
salvadora, el mundo era un lugar en el cual era preferible no estar, especialmente si
uno era un asesino de mediana edad con un cáncer al intestino.
Aquella noche ofreció el oficio de Completas por Alvin Dolman. Al mediodía
siguiente llamó por teléfono a la enfermera a cargo de Dolman quien le informó que,
debido a un inexplicable paro cardíaco, el señor Dolman había muerto durante la
noche y que se llevaría a cabo una autopsia para determinar las causas de aquel
extraño deceso. Sus papeles y efectos personales ya habían sido retirados por un
miembro de la Embajada norteamericana.
Pero Jean Marie Barette, a diferencia del hospital, no pudo desembarazarse tan
sencilla y rápidamente de un hombre, que, por muy mala que hubiera sido su vida,
formaba parte de la economía de la salvación. Algunas vidas habían sido dañadas,
otras interrumpidas en su curso normal, otras tal vez y aunque sólo fuera
momentáneamente, habían sido enriquecidas por la presencia de Alvin Dolman en el
mundo. Pero eso no bastaba para rendir sobre Alvin Dolman el juicio sin amor de los
puritanos: "el perdón le fue ofrecido, pero él rechazó el perdón y sus pasos lo
llevaron, inevitablemente, hacia el árbol de Judas".
Jean Marie Barette —que había sido papa— poseía una experiencia demasiado
vasta y demasiado profunda de la realidad de las paradojas para creer que la justicia
del Todopoderoso se dispensaba de acuerdo a leyes rígidas y someras capaces de
separar con exactitud lo bueno de lo malo. Porque no obstante lo que afirmaba la
Escritura, no era posible dividir el mundo en dos partes, blanca la una, negra la otra.
El mismo había sufrido las experiencias contrastantes de haber sido objeto de una
revelación divina y de haber contemplado fríamente la eventualidad de un suicidio.
Había recibido la misión de proclamar el advenimiento de los Últimos Días y en el
momento mismo en que se disponía a anunciar lo que le habían ordenado, lo habían
reducido al silencio… De manera que, considerando todo esto, tal vez no era del todo
extraño ver en el suicidio de Dolman un acto de arrepentimiento y en su visita, una
victoria sobre el asesino que llevaba adentro. No otra cosa era lo que contaban las
historias del viejo abuelo Barette sobre aquellos hombres que habían sido mordidos
por perros rabiosos. Sabían que la muerte, para ellos, era inevitable. Y así, en vez de
contagiar a sus familias, se destapaban los sesos con una escopeta de caza o se
encerraban en alguna inaccesible cabaña de las montañas para que la muerte llegara y
los cogiera.
Jean Marie se encontró así, una vez más, confrontado al oscuro y aterrador
misterio del dolor y del mal y de quién se salvaba y de quién se condenaba y de quién
era, en fin de cuentas, responsable por todo aquello. ¿Quién engendraba al hombre
que entrenaba a los perros de presa? ¿Y qué cósmico emperador contemplaba desde
la altura, con eterna indiferencia, al bebé que los perros destrozaban?

www.lectulandia.com - Página 337


Sólo era el mediodía, pero sintió que la oscuridad de una negra medianoche lo
envolvía por todos lados. Deseó que el señor Atha estuviera allí, para acompañarlo al
gimnasio y llevarlo, con sus palabras, desde estas tinieblas hasta el centro de la luz.

www.lectulandia.com - Página 338


Capítulo 14
El señor Atha regresó a su vida en la misma forma casual en que había salido de
ella. Aquella tarde, cuando Jean Marie se encontraba cenando, entró a la habitación,
examinó a Jean Marie de arriba abajo, como si éste fuera una flor en una exposición,
sonrió con aprobación y depositó sobre la bandeja un pequeño paquete.
—Veo que sus progresos son espléndidos. Esta es su recompensa.
—¡Lo eché de menos! —dijo Jean Marie extendiendo las manos para darle la
bienvenida—. Vea, las dos funcionan. ¿Tuvo un buen viaje?
—Fue un viaje muy ocupado. —El señor Atha, como siempre, se mostraba muy
evasivo en todo lo que se relacionara con él—. Viajar ahora es muy difícil. En casi
todos los aeropuertos se producen inesperadas demoras y se ve mucha intervención
de la policía y de los militares. La gente está desconfiada y temerosa… Vea su regalo.
Jean Marie desenvolvió el paquete y descubrió una bolsita de suave cuero en el
interior de la cual había una pequeña caja de plata con la superficie cubierta de un
intrincado grabado. El señor Atha explicó:
—El dibujo representa una invocación a Allah. Hay en Aleppo un anciano que
solía hacer estos grabados. Ahora está ciego. Esta caja fue grabada por su hijo.
Ábrala.
Jean Marie abrió la cajita. Adentro, sobre un forro de seda blanca, descansaba un
anillo antiguo. Era de oro, con una pálida esmeralda labrada en forma de cabeza de
hombre a la manera de un camafeo. La piedra se veía gastada y rasguñada como si
hubiera sufrido por la acción del mar. El señor Atha le contó la historia de la joya:
—Me la regaló un amigo que tengo en Estambul. Me aseguró que es del siglo
primero y que probablemente proviene de Macedonia. El revés de la piedra lleva una
inscripción semiborrada, en griego. Se necesita tener muy buenos ojos o una lente de
aumento para leer lo que dice, pero es así: "Timoteo a Silvano. Paz". Mi amigo cree
que puede tener alguna conexión con el Apóstol Pablo y sus dos compañeros Silvano
y Timoteo… ¿Quién sabe? Y he pensado, caprichosamente, que puesto que usted
devolvió su anillo de Pescador, tal vez le gustaría tener éste en cambio.
El regalo y las palabras conmovieron hondamente a Jean Marie. Detrás del
capricho del señor Atha había todo un mundo de afecto y de gentil preocupación por
él. Jean Marie deslizó el anillo en su dedo. Calzaba perfectamente. Se lo sacó y lo
volvió a colocar en la cajita de plata. Dijo:
—¡Gracias, amigo mío! Si mis bendiciones cuentan para algo, las tiene usted
todas. —Luego, tras una incierta y breve risita continuó—: Supongo que lo que uno
necesita es una cierta cantidad de fe, pero ¿no sería realmente maravilloso que este
anillo fuera en verdad un regalo de Timoteo a Silvano? Estuvieron juntos en
Macedonia. Eso se desprende muy claramente de la carta de Pablo y los

www.lectulandia.com - Página 339


Tesalonicenses. Déjeme ver si puedo recordarla… "Pablo, Silvano y Timoteo a la
Iglesia de los Tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo". —Frunció el
ceño, esforzándose por encontrar las palabras siguientes—. Lo siento, para el resto,
estoy completamente bloqueado.
—"… A vosotros gracia y paz". —El señor Atha completó la cita. —"Damos
gracias a Dios por todos vosotros". Jean Marie se quedó mirándolo, sorprendido.
Dijo:
—Yo sabía que usted era creyente. Tenía que serlo. Usó la palabra francesa
croyant. Pero el señor Atha sacudió la cabeza.
—No, no soy creyente. Sucede que fui educado en la tradición judía. Pero el acto
de fe es algo que personalmente me es imposible hacer. En cuanto al trozo de los
Tesalonicenses lo conozco porque, cuando mi amigo me contó el origen del anillo, lo
busqué expresamente. Me pareció tan apropiado. "… Gracias para ti y paz…" Ahora
hablemos de usted. Ha pasado todas las pruebas y los resultandos son buenos.
—Sí, gracias a Dios. Los médicos dicen que me pueden dar de alta
inmediatamente, pero sin embargo, prefieren que permanezca aquí uno o dos días
más. Me está permitido salir durante el día, pero debo regresar aquí por la tarde. De
esta manera pueden controlar mis primeras reacciones a las tensiones tanto físicas
como psicológicas…
—Y se sorprenderá al constatar todo lo que es capaz de absorber —dijo el señor
Atha.
—¿Quiere quedarse conmigo? ¿Acompañarme en las salidas que tenga que hacer
en Londres y tal vez, incluso volar conmigo a Munich y entregarme en manos de mis
amigos? Deseo pasar la Navidad con ellos. Y estoy seguro de que estarán dichosos de
recibirlo. No quisiera, por cierto, separarlo de otras personas que pudieran
necesitarlo, pero la verdad es que carezco de práctica para realizar las tareas más
sencillas.
—Con eso basta —dijo el señor Atha—. Disponga de mí. Por lo demás, siempre
tuve la intención de quedarme con usted hasta que se hubiera recuperado por
completo. Es un cliente muy especial a pesar de su mala reputación.
—Eso significa…
—Sí, significa que he leído también el otro libro —dijo el señor Atha—. Entiendo
que, debido a ciertos mandatos expresos, ha sido suprimido en algunos países; pero
donde yo estuve se podía obtener sin ningún problema y se estaba vendiendo bien.
—¿Le gustó mi libro?
—Sí. Me gustó muchísimo, sobre todo porque conozco tan bien el autor. El otro
es una deshonrosa caricatura.
—Pero aun así, hará daño a mucha gente —dijo tristemente Jean Marie—,
especialmente a Roberta.

www.lectulandia.com - Página 340


—No demasiado —dijo el señor Atha—. Antes que el año termine, todo eso
habrá sido olvidado.
—Desearía compartir su confianza.
—No se trata aquí de confianza, sino simplemente de hechos. Antes del Año
Nuevo estaremos en guerra.
Jean Marie espantado se quedó mirándolo con la boca abierta.
—¿Cómo puede decir eso? Todas las estimaciones que he oído hasta ahora hablan
de la próxima primavera, tal vez incluso del próximo verano.
—Porque —explicó pacientemente el señor Atha— todas las estimaciones están
basadas en evaluaciones lógicas, textuales: primero una guerra convencional por
tierra, mar y aire que iría escalando hasta un uso limitado de armas nucleares tácticas
mientras las armas importantes se guardarían en reserva para negociar. La lógica de la
historia dice que una guerra así no debe ni puede comenzar en el invierno,
ciertamente no entre Rusia y Europa o entre Rusia y China. Pero me temo, amigo
mío, que la lógica de la historia ha sido echada por la ventana. Esta vez las potencias
iniciarán la guerra con los grandes voladores de luces, sobre la premisa de que el
primero que ataque tiene todas las posibilidades de ganar y que se tardará más de una
semana en conocer los resultados… ¡Qué poco saben en realidad!
—¿Y cuánto sabe usted? —En la cortante pregunta de Jean Marie subyacía una
súbita sagacidad—. ¿Y que pruebas puede ofrecer de lo que está afirmando?
—Ninguna —dijo calmadamente el señor Atha—. Pero, ¿qué pruebas puede
ofrecer usted sobre su visión o por lo que escribió en las "Últimas cartas desde un
pequeño planeta"? Crea en lo que le digo. Sucederá y sin aviso ni advertencia alguna.
Lo que ahora estamos presenciando, movimientos de tropas, ejercicios de defensa
civil, reuniones de ministros, todo eso pertenece a la gran ópera que se está
representando. Es la tradición. El pueblo espera que las cosas ocurran así, de manera
que los gobiernos están ofreciendo al pueblo lo que éste pide. Pero la realidad es muy
distinta: hombres escondidos en cavernas de concreto hundidas en las profundidades
de la tierra, hombres encerrados en cápsulas suspendidas muy por encima de la tierra,
esperando todos el momento de la última orden… ¿Escuchó las noticias de la tarde?
—No, las perdí.
—El presidente francés llega aquí mañana, para una reunión de emergencia en
Downing Street. Su amigo, Duhamel viene con él.
Jean Marie dejó caer estruendosamente su tenedor.
—¿Cómo sabe que Duhamel es amigo mío?
—Se menciona el hecho en El Fraude.
—¡Oh! —dijo Jean Marie, confuso—, nunca he leído el libro… Me pregunto si
Duhamel estaría de acuerdo con su interpretación de los acontecimientos.
—No creo que eso tenga ninguna importancia.

www.lectulandia.com - Página 341


—Tiene importancia para mí —dijo Jean Marie con testarudez. Pero
instantáneamente se disculpó—. Perdone, fue grosero decir eso. Entre Duhamel y yo
media una larga historia con la que no desearía aburrirlo.
—Nunca me aburro —dijo el señor Atha—. Amo demasiado a este pequeño
mundo. Cuénteme lo de Duhamel.
Le tomó mucho tiempo contarle todo, desde el momento de su primer llamado
desde la oficina del hermano Alain hasta la resolución de Duhamel de terminar con
su vida y la de su esposa en el día del Rubicón y la copa-cosmos que era el símbolo
del lazo que los unía. Cuando la historia hubo terminado, el señor Atha añadió esta
postdata.
—…De manera que lo que usted desearía es que todo fuera ordenado y atado con
una cinta rosada: Duhamel y su esposa a salvo en las manos de la Eterna
Misericordia. ¿No es así?
—Sí —dijo llanamente Jean Marie—. Sería muy bueno saber que algo está muy
ordenado en la economía de la salvación.
—Me temo que nada es muy ordenado allí —dijo el señor Atha—. Las
matemáticas son demasiado complicadas para ser manejadas por los hombres… Debo
dejarlo ahora. Mañana vendré a buscarlo a las diez y media y espero encontrarlo
vestido y con la mente clara.
Era extraordinario constatar cómo, bajo la suspendida amenaza evocada por la
predicción del señor Atha, los placeres más sencillos se transformaban en algo
infinitamente precioso: los niños jugando en el parque, los rostros de las mujeres
mirando escaparates, el tintineo y el resplandor de las decoraciones de Navidad, aun
el mismo helado viento gris que los obligó a buscar refugio en la comodidad de un
pub inglés.
Entre el señor Atha y él se había producido el mismo tipo de fácil camaradería
que había caracterizado los primeros años de su amistad con Carl Mendelius. Sin
embargo, había una diferencia. Con Mendelius subyacía siempre la posibilidad de
una explosión, ya fuera de ira ante una injusticia, de excitación ante una nueva idea
que pugnaba por nacer, de emoción ante el resplandor de alguna belleza escondida. El
señor Atha, por el contrario, conservaba siempre la misma inexorable calma, como
una gran roca en un mar turbulento. No comunicaba la emoción, pero la comprendía
plenamente, absorbiéndola por decir así. Lo que daba en cambio era una sensación
casi física de paz y de reposo. Si Jean Marie se sorprendía de algo, Atha, de alguna
manera ensanchaba esta sorpresa hasta transformarla en algo maravilloso y luego en
serena iluminación. Si Jean Marie se entristecía —como por momentos le ocurría—
ante la vista de un inválido, de un niño dando pruebas de mal trato o de negligencia,
el señor Atha transmutaba esa tristeza en una esperanza que, aun bajo la amenaza de
Armageddon, no parecía sin embargo, incongruente.

www.lectulandia.com - Página 342


—… En países más pobres y más sencillos que éste respetamos a los mendigos y
honramos a los dementes. Los mendigos nos recuerdan nuestra buena suerte y los
dementes son hombres honrados por Dios con visiones negadas a otros. Un
cataclismo es para nosotros signo de continuidad más que de término de algo… Lo
extraño es que el hombre que ha revelado los secretos del átomo y de la hélice usará
ahora estos secretos para destruirse a sí mismo…
—¿Qué hay en nosotros que nos lleva inevitablemente hacia el precipicio?
—Cuando usted era niño le enseñaron eso. El hombre fue creado a imagen de su
Creador… Eso significa que es una criatura de recursos casi increíbles o de
aterradoras potencialidades.
—Las que siempre usamos mal.
—Porque el hombre no quiere adaptarse y aceptar su propia mortalidad. Siempre
está creyendo que puede burlar a la muerte.
—Pensé que me había dicho que no era creyente.
—No lo soy —dijo el señor Atha—. La fe es imposible para mí.
—¿Relativa o absolutamente? —La pregunta teológica de Jean Marie hubiera
podido ser molesta.
—Absolutamente —dijo el señor Atha—. Ahora tomemos un taxi. Waldo Pearson
quiere que usted esté en el Carlton Club a las doce cuarenta y cinco en punto.
—Usted también está invitado.
—Lo sé y me siento debidamente halagado; pero estoy seguro de que Pearson y
Duhamel desearán disfrutar de su compañía tranquilos y solos.
—¿Duhamel? No sabía que estaría también allí.
—Yo sugerí la idea —dijo el señor Atha amablemente—. Después de todo se trata
de un almuerzo de despedida… Pasaré a buscarlo a las dos treinta.

Era muy extraño estar de regreso en la sala donde había sufrido el ataque, y un
tanto embarazoso intercambiar saludos o comentarios de bienvenida con los hombres
que habían presenciado su colapso. Este almuerzo era un nuevo testimonio, un
respaldo ofrecido a la manera inglesa, como restándole importancia y sin embargo
constituía, para quienquiera estuviera familiarizado con los rituales del reino, la más
clara y resonante de las declaraciones. Waldo Pearson estaba diciendo ante todos: este
hombre sigue siendo mi amigo; lo que ustedes han leído sobre él son sólo mentiras; si
alguno de ustedes piensa de otra forma, que levante la voz y me lo diga.
La presencia de Pierre Duhamel era también otro poderoso testimonio rendido a
su honorabilidad. El presidente de la República estaba almorzando en Downing
Street. Su consejero de mayor confianza estaba ahí, muy visible, en el Carlton Club,
desmintiendo el libelo lanzado contra Jean Marie Barette. Pero Duhamel, cuando
comenzaban recién a almorzar y tomaban la sopa, descartó el asunto con desprecio.

www.lectulandia.com - Página 343


—…¡Pouf…! ¡Nada! Una obscenidad escrita en unas ruinas donde no quedará
nadie para leerla. ¿No piensa lo mismo, Waldo?
—Desgraciadamente sí —dijo Waldo Pearson—. Nos esperan unas Navidades
tristes y un Año Nuevo muy dudoso. Podría usted haber sido tan villano como los
Borgias, Jean, y créame que a nadie le importará nada.
—Me han dicho —dijo Jean Marie cuidadosamente— que tal vez no veamos el
Año Nuevo.
Pearson y Duhamel intercambiaron ansiosas miradas. Duhamel preguntó, con
seca ironía.
—¿Otra visión?
—No —dijo Jean Marie encogiéndose de hombros con humildad—, esta vez ha
sido el señor Atha, mi terapista.
—En ese caso —dijo Waldo Pearson con evidente alivio— podemos disfrutar del
almuerzo. Recomiendo la pierna de cordero y una botella del borgoña del club. Es lo
que yo escogí y no creo que en la mesa del Presidente tengan nada mejor.
Pero Jean Marie no estaba dispuesto a permitir que su pregunta fuera descartada
con tanta facilidad, aun por el mismo Waldo Pearson. Dirigiéndose a Pierre Duhamel,
le planteó la espinosa interrogante:
—¿Cuánto falta para el día del Rubicón?
—No falta mucho —contestó Duhamel sin vacilar—. En Europa las tropas del
Pacto de Varsovia ya han comenzado a movilizarse y a lo largo de las fronteras de
China, Irán, Irak y Turquía los ejércitos soviéticos también se están desplegando en
profundidad. Las disposiciones y las fuerzas corresponden a lo que sabemos sobre su
orden de batalla para el nivel dos de la disponibilidad de combate.
—¿Y qué significa lo del nivel dos?
—Básicamente implica que ellos están preparados para rechazar cualquier ataque
durante el invierno y que pueden ser rápida y fácilmente reforzados para una ofensiva
mayor en cuanto llegue la primavera. Lo que, por lo demás, es lo que todos estamos
esperando.
—Están actuando de acuerdo a los manuales —dijo Waldo Pearson—, siguiendo
a los manuales al pie de la letra.
—Pero supongan que hay otro manual que no conocemos —dijo suavemente Jean
Marie—. Supongamos que el orden de la batalla se invierte y que las bombas grandes
se lanzan primero.
—La forma en que los rusos se están preparando indica claramente que no harán
eso—. Waldo Pearson habló con la convicción de un sólido John Bull.
—Bien. ¿Y qué pasa si, al contrario, somos nosotros los que nos ceñimos a un
texto diferente?
—Sin comentarios —dijo Pierre Duhamel.

www.lectulandia.com - Página 344


El camarero trajo el vino, Waldo Pearson lo olió, lo probó, anunció que
continuaba mereciendo su reputación y ordenó que lo sirvieran. Levantó su copa en
un brindis a Jean Marie:
—Que se conserve tan bien como está ahora y que el libro continúe su carrera de
éxitos.
—Gracias.
—Lo leí. —Pierre Duhamel estaba ansioso de ofrecer sus felicitaciones—.
Paulette también. Las reflexiones de su pequeño payaso la hicieron llorar y reír. ¿En
cuanto a mí? Comencé por admirar la astucia de su invención y la elegancia de su
estilo. Después de eso descubrí que me había engarzado en una discusión con Juanito,
a veces a favor de él, a veces en contra. En fin de cuentas, bueno —¿cómo decirlo?
—, el libro no soluciona los problemas de este miserable siglo veinte, pero deja un
buen sabor en la lengua… Como su vino, Waldo.
—Gracias a ambos por todo. —Jean Marie levantó su propia copa—. He sido
bendecido en mis amigos.
—El cordero —dijo Waldo Pearson—. Obtuvimos el primer corte, Es por eso que
me gusta llegar aquí temprano. Jean Marie estaba completamente desconcertado. La
forma en que Pearson había insistido en hablar de las trivialidades de la comida le
parecía fuera de carácter en un hombre tan enérgico e inteligente. Pero más tarde,
cuando Pearson se levantó para hacer un llamado telefónico, Duhamel explicó, en
una confidencia muy parisiense, la actitud de su amigo:
—¡Tan británico! Sabe que esto es una despedida y no encuentra la forma de
decirlo. De manera que habla sobre los cortes del cordero. ¡Dios del cielo! ¡Qué
gente!
—Soy un idiota —dijo Jean Marie y para ocultar su embarazo se apresuró en
preguntar—: ¿Qué ha oído de Roberta?
—Nada. Sigue fuera de Francia.
—Si la ve, le ruego que le transmita todo mi afecto.
—Lo haré.
—Lo mismo que a Paulette.
—Jean, amigo mío, permítame ofrecerle un último consejo.
—Adelante.
—Piense un poco más en sí mismo. No se preocupe tanto por mí, Roberta,
Paulette o quien sea. Todos nosotros tenemos nuestras líneas privadas para
comunicarnos con Dios, no importa de qué Dios se trate. Y si Él está realmente aquí,
en un momento dado nos hablará. Si no nos habla, todo el juego no es sino una
blague. ¡Ya! Ahora tomemos otro poco de vino…
—…¿Fue un buen almuerzo? —preguntó el señor Atha.
—Fue una despedida —dijo Jean Marie Barette—. Salimos del recinto del club,

www.lectulandia.com - Página 345


nos dimos la mano. Yo dije: "Gracias por un almuerzo muy agradable". Waldo dijo:
"Encantado de haber podido estar con usted mi querido amigo". Duhamel dijo: "Qué
horribles líneas finales", con lo cual los tres nos reímos y nos fuimos cada uno por su
lado.
—Sin embargo parece muy apropiado —dijo el señor Atha—. Pasé a recoger
nuestros pasajes y contraté un auto para que nos lleve al aeropuerto. El vuelo sale a
las once. Si calculamos la acostumbrada hora de retraso, estaremos en Munich a las
dos de la tarde. Cuando regresemos esta tarde al hospital tendrá que firmar los
cheques para pagar la atención médica y otros de regalo para las personas que lo
atendieron. De esta manera no habrá prisas de última hora.
—Y luego todo esto habrá terminado. Se cerrará otro capítulo de mi vida. Así, tan
simplemente.
El señor Atha se encogió de hombros.
—Partir es siempre morir un poco y morir es algo muy sencillo. La gente del
desierto suele decir: "Nunca digas adiós a una caravana, porque muy pronto la
seguirás…" Ahora tenemos que comprar alguna ropa de invierno, porque de otro
modo, se helará en ese valle Alpino.
Cuando desembarcaron en Munich nevaba copiosamente y el de ellos era el
último avión que aterrizaba antes que cerraran el aeropuerto. Una larga cola se había
formado frente al control de los pasaportes y todos los extranjeros estaban siendo
cuidadosamente revisados por la policía fronteriza. Jean Marie se preguntó si su
nombre se hallaría en la lista negra de los indeseables, pero finalmente pudo cruzar
sin problemas la barrera y se encontró en la sala de la aduana junto a grandes grupos
de agotados pasajeros. El señor Atha lo acompañó hasta la salida y luego regresó a
esperar el equipaje. Momentos después se sintió cogido en un fuerte abrazo por
Johann Mendelius.
—¡Tío Jean! ¡De manera que lo logró! ¡Luce maravillosamente bien! Papá y
mamá hubieran querido venir, pero los caminos están muy malos, de manera que tuve
que traer el jeep y cadenas para pasar a través de la montaña. Jean Marie lo cogió por
los hombros y lo alejó de él para contemplarlo mejor. El niño había desaparecido.
Ahora estaba frente a un hombre, todo músculo y fortaleza, de rostro curtido por el
aire y de manos duras y callosas. Jean Marie aprobó con satisfacción.
—Sí, ha conseguido lo que se propuso: parece un verdadero campesino.
—Oh, lo soy. Campesino hasta las suelas de mis zapatos. Para que la casa
estuviera lista para el invierno, tuvimos que trabajar duro, pero lo conseguimos. No
espere, sin embargo, encontrar nada muy grandioso. Lo único que podemos
garantizarle es comida y abrigo contra el frío.
—Ya descubrirán que soy muy fácil de contentar —dijo Jean Marie.
—Toda su gente llegó y está muy bien.

www.lectulandia.com - Página 346


—¿Mi gente?
—Usted sabe, los que usted envió con su contraseña "el cosmos es una copa de
vino". Vinieron en tres grupos, nueve personas en total. Están instalados y muy
contentos.
Un instinto elemental retuvo a Jean Marie de continuar preguntando. En cuanto
llegara al valle el misterio se aclararía solo. Se limitó pues a asentir diciendo.
—Me alegro de que no significaran ningún problema.
—Por el contrario.
—¿Cómo se encuentran su madre, su padre y Katrin?
—Oh, están espléndidos. Madre ha encanecido, pero le sienta bien. Padre se
pasea de arriba abajo como un capitán sobre su alcázar, inspeccionando todo con su
único ojo bueno y aprendiendo a manejar herramientas con el aparato mecánico que
le hace las veces de mano. Katrin está embarazada de dos meses y decidieron con
Franz que lo aguardarían a usted para que los casara.
El señor Atha salió en ese momento, abriéndose paso a través de los grupos con
un carro cargado de equipaje. Johann se quedó mirándolo con la boca abierta y luego
estalló en una carcajada.
—¡Lo conozco! Es el que… Tío Jean, esto es realmente extraordinario. Este
hombre…
—No se lo diga ahora —dijo el señor Atha—. Espere un poco aún. Las sorpresas
son muy convenientes para él.
—De acuerdo —dijo Johann riendo de nuevo mientras cogía el brazo de Jean
Marie—. Realmente creo que vale la pena esperar.
Los dos jóvenes abrieron camino a Jean Marie entre la multitud hasta que
llegaron a la zona de embarque. Mientras Johann corría a buscar el jeep, Jean Marie
miró al señor Atha con velado reproche.
—Creo, amigo mío, que me debe algunas explicaciones.
—Lo sé —dijo el señor Atha con su encanto acostumbrado—. Pero estoy seguro
de que encontraremos un lugar y un momento más apropiado para hacerlo que ahora
y aquí… Es un esplendido muchacho.
—¿Johann? Sí, en efecto. Ha madurado mucho desde la última vez que lo vi. —
Un súbito pensamiento lo asaltó. Gimió en voz alta—. Es la víspera de Navidad. Y yo
he estado tan concentrado en mí mismo que me olvidé por completo de comprar
regalos para la familia, o para usted. Me siento muy avergonzado.
—Yo no necesito regalos y usted me paga precisamente para que recuerde. De
manera que, antes que partiéramos, compré algunas cosas. Ahí las tengo, muy bien
empaquetadas. Lo único que tiene que hacer es escribir las tarjetas. —Sonrió y
agregó—: Espero haber elegido bien.
—Estoy seguro de que sí, pero esta vez preferiría no tener sorpresas. ¿Qué

www.lectulandia.com - Página 347


compró?
—Para Frau Mendelius, pañuelos de cabeza y pañuelos de bolsillo, para el joven,
una camiseta de lana para hacer esquí; para la joven, un perfume y para el profesor,
unos prismáticos de aumento que le faciliten la lectura. ¿Está bien?
—¡Magnífico! Soy su eterno agradecido… Pero eso no lo dispensa de las
explicaciones que me debe:
—Le prometo que las tendrá y espero que comprenderá —dijo el señor Atha—.
Aquí está Johann.
Ayudaron a Jean Marie a subir al jeep, lo envolvieron en una manta y una
chaqueta de piel de oveja y partieron rumbo a la autopista que conducía a Garmisch,
con Johann charlando animadamente sobre la pequeña comunidad del valle.
—…Nuestras intenciones, al comienzo, fueron más bien vagas. Papá tenía su idea
respecto de la fundación de una academia para postgraduados; en cuanto a mí, lo veía
más bien como un lugar donde mis amigos y yo pudiéramos escondernos en caso de
conflicto con las autoridades. Eso fue, como recordará, en aquellos días cuando nos
encontrábamos organizando un grupo clandestino en la Universidad y comprándole
armas a Dolman… Luego, naturalmente, todo cambió. Era preciso ayudar a papá a
rehacer su vida y este lugar parecía ideal para eso.
"Ocho de nosotros vinimos pues aquí y comenzamos a trabajar en la habilitación
de los edificios. Acampamos en el pabellón y trabajamos de sol a sol. Como podrá
ver, el lugar queda bastante alejado de las grandes vías de comunicación, de manera
que no esperábamos recibir muchas visitas. Sin embargo la gente comenzó a llegar
poco a poco, casi toda gente joven, pero también algunas personas de más edad.
Atribuimos esto al hecho de que en el otoño Bavaria se llena de turistas. Está el
Festival de la Cerveza, la Opera y las grandes colecciones de la moda. Debido a eso
llegó toda clase de gente: italianos, griegos, yugoeslavos, vietnamitas, polacos,
americanos, japoneses. Muchos dijeron que querían quedarse y ayudar. Fue
estupendo porque nos hacía falta mano de obra. Así es que implantamos una ley muy
sencilla: trabaje y participe. Es sorprendente lo que se ha obtenido. Hasta aquí y a
pesar de que somos una comunidad muy heterogénea, nos hemos mantenido unidos,
como no tardará en constatarlo.
—¿Dio esa gente alguna razón especial para unirse a ustedes?
—No hacemos preguntas —dijo Johann—. Simplemente si alguien quiere hablar,
lo escuchamos. Supongo que podría decirse sin faltar a la verdad que muchos de ellos
llevan heridas ocultas.
—Y les gustaría nacer de nuevo sin ellas —dijo el señor Atha.
—Sí, es una buena forma de expresarlo —dijo Johann pensativamente.
Cuando alcanzaron los primeros contrafuertes de los Alpes, Johann dobló al sur y
comenzó una larga ascensión por un retorcido camino rural, densamente hundido en

www.lectulandia.com - Página 348


la nieve. En el preciso lugar en que el camino terminaba para transformarse en un
sendero de leñador que cruzaba a través de los pinos, había un pequeño templo,
erigido a la vera del camino que consistía en el acostumbrado crucifijo tallado en
madera y protegido por un pequeño techo. Johann disminuyó la velocidad del jeep.
—Este fue el lugar donde encontramos por primera vez al señor Atha cuando mis
amigos y yo caminábamos por aquí rumbo a Austria. Le preguntamos si conocía
algún buen lugar para acampar y nos señaló el sendero que ahora estamos tomando…
Afírmese tío Jean, de aquí en adelante la cosa se pone fea.
De hecho fueron quince minutos de bamboleo, sacudidas y brincos tan violentos
que parecían amenazar con arrancar las dentaduras, hasta que cuando finalmente
emergieron del bosque, vieron delante de ellos un negro muro de roca con las
hendiduras blancas de nieve. A través de este muro, claro y nítido, como cortado por
el hacha de un gigante, se abría un desfiladero de más o menos cien metros de largo
cuya extremidad más lejana se hallaba cerrada por una empalizada formada por
troncos cortados a lo largo y armados en grandes ejes de hierro forjado a mano.
Johann saltó del jeep, abrió la empalizada y condujo hacia una larga depresión en
forma de plato cuyos bordes de negros peñascos se abrían, de trecho en trecho para
dar paso a los pinares y las plantas silvestres que crecían en las tierras bajas que
rodeaban al lago. Johann detuvo el jeep. El señor Atha se bajó a cerrar la empalizada.
Johann señaló hacia los remolinos de nieve que se divisaban allá abajo.
—A través de esta oscuridad no es mucho lo que podrá ver. El lago es bastante
más grande de lo que parece visto desde aquí. Las luces que se divisan a través de los
árboles vienen de la habitación principal y de las cabinas situadas a cada uno de sus
costados. La caída de agua se encuentra en aquel lugar más alejado y la entrada de la
vieja mina cincuenta yardas hacia la izquierda… ¡Hay tanto que mostrarle! Pero
primero lleguemos a casa. Padre y madre deben estar mordiéndose las uñas de
impaciencia…
El señor Atha se trepó al jeep y volvieron a sacudirse a través del sendero para
ciervos en dirección a las dispersas luces amarillas que los aguardaban en la
lontananza.
—Hasta la hora de la cena usted nos pertenece enteramente —le dijo una radiante
Lotte—. Carl instauró unas leyes tan severas como las de los Medos y los Persas.
Nada de comité de recepción. Nada de visitantes. Ninguna interrupción hasta que
hubiéramos podido disfrutar de nuestro propio tiempo con nuestro propio Jean Marie.
Johann prometió hacerse cargo de su señor Atha. Los demás están muy ocupados
decorando el árbol de Navidad y cocinando la comida de esta noche… Todos hemos
tenido que acostumbrarnos a disponer de menos espacio y también de una menor vida
privada; pero en esta época de Navidad es bastante agradable pertenecer a una tribu.
Se hallaban sentados alrededor de una antigua estufa de porcelana en lo que un

www.lectulandia.com - Página 349


día había sido la sala de los sirvientes del lugar. El moblaje consistía en una pequeña
mesa de pino cubierta por pilas de libros, un piso de madera y tres desvencijados
sillones. Tomaban café al que se había agregado un poco de coñac y mordisqueaban
unos bizcochos recién salidos del horno.
En aquellos cortos meses Lotte había envejecido visiblemente. Los últimos
rastros de juventud habían desaparecido y ahora ella no era sino una señora de
cabellos plateados, de rasgos suaves y maternales y la pronta sonrisa de una mujer en
paz consigo misma y con el mundo. Mendelius se veía también disminuido por la
edad y la enfermedad, pero continuaba siendo un hombre sólido y vigoroso. Uno de
los lados de su cara había sido destruido, herido y manchado por los diminutos
fragmentos que habían provocado la ruptura de su sistema capilar, pero el parche
negro que llevaba sobre el ojo le daba un cierto aspecto de truhán y su desmochada
sonrisa conservaba todo su humor. Demostró no hallarse del todo insatisfecho con
Jean Marie Barette.
—…La cojera no tiene ninguna importancia. Al contrario es justo lo suficiente
para darle el aspecto de un distinguido veterano de guerra. ¿El rostro? Bien, la verdad
es que yo no me habría dado cuenta de que había sufrido de una hemiplejia. ¿Lo
habrías notado tú, Lotte? De todos modos, al lado mío parece el David de
Donatello… De manera que, a pesar de todo, mi viejo querido, ¡seguimos siendo dos
hombres muy vitales! ¿Qué le parece este lugar? Por supuesto, ahora, con esta
tempestad de nieve es imposible ver nada, pero es muy estimulante. En este momento
somos cuarenta aquí, incluidos cuatro niños. Ya los conocerá, antes de la cena. Y le
aseguro que será una buena cena. Johann y sus amigos lograron almacenar, durante el
pasado mes, alrededor de cincuenta toneladas de pertrechos diversos. Los bosques
están llenos de ciervos. Tenemos cuatro vacas en el granero. Ya tendrá esta noche
ocasión de olerlas porque su habitación está precisamente encima de los establos…
Naturalmente usted celebrará la misa de medianoche para nosotros, aunque no todos
los que están aquí sean cristianos. Solucionamos ese punto estableciendo lo que
llamamos la "comunión de amigos" y cuyo centro es la comida de la noche. El que no
se sienta bien y no quiera participar tiene el recurso de llegar tarde a cenar. El resto de
nosotros se sienta y se toma de las manos en silencio. Si alguien desea decir una
oración, la dice, si alguien quiere ofrecer un testimonio o preguntar por algún detalle
o por un relato de nuestro día común, este es el momento para hacerlo. Terminamos
con la recitación del Padre Nuestro. La mayoría de la gente se une a la oración.
Luego cenamos… Parece que la cosa está dando resultados. Pero hay algo más que
debe saber. —Mendelius se enderezó en su silla y su tono se hizo más formal—. Las
acciones del valle están a nombre mío y al de Lotte, con los niños como herederos
naturales. Sin embargo hemos comprendido que, puesto que la mayoría de la gente
que hay aquí es joven, ya no resultaba apropiado que yo fuera el jefe, de tal suerte

www.lectulandia.com - Página 350


que, por común acuerdo, Johann es ahora el guía de la comunidad.
—Ha resultado muy bien —dijo alegremente Lotte—. Ya cesó toda rivalidad
entre Carl y Johann. Se respetan mutuamente. Johann recurre constantemente al
consejo de Carl y al mío también. Escucha con mucha atención, pero en fin de
cuentas, él toma la decisión. Nos gustaría no obstante, que usted ocupara el lugar de
honor, presidiera la mesa, en fin, cosas así.
—No, mi querida Lotte —dijo Jean Marie extendiendo la mano para tocarle la
mejilla—. Están equivocados. Yo soy el servidor de los servidores de Dios. Ocuparé
mi lugar entre Carl y usted, como viejos amigos, y tendré la prudencia suficiente para
dejar que los jóvenes hagan solos sus propias experiencias.
Bruscamente, como si hubiera estallado un cohete, la afectuosa charla pareció
haberse agotado. Mendelius extendió su mano sana y agarró la muñeca de Jean
Marie. Dijo sombríamente:
—Este cuadro que hemos pintado es demasiado dulce, Jean. Y ambos lo sabemos.
Es el mismo tipo de charla que escuchamos aquí todos los días entre nuestra gente.
Todo no es sino dulzura y luz. ¡Dios nos ayude! Usted podría pensar que somos
jóvenes enamorados construyendo la casa que hemos soñado.
—Carl, eso no es justo —dijo Lotte indignada—. Hablamos de temas sencillos
para olvidarnos de los temas terribles sobre los que no tenemos control alguno. ¿Y
por qué no disfrutamos de lo que estamos haciendo aquí? Hay mucho sudor en este
lugar, pero también mucho amor. Sólo que a veces tú eres demasiado caprichoso para
verlo en su justa luz.
—Lo siento, schatz. No era mi intención demostrar mal humor. Pero Jean
entiende lo que estoy tratando de decir.
—Los comprendo a ambos —dijo Jean Marie—. La respuesta más directa
consiste en decir que todas las noticias son malas. La mayor esperanza es que las
hostilidades no comiencen hasta la primavera. La peor predicción hecha por mi
amigo el señor Atha e implícitamente confirmada por el "sin comentarios" de Pierre
Duhamel es que los americanos planean llevar a cabo algunos ataques preventivos
con bombas grandes antes de Año Nuevo.
Hubo un largo momento de silencio. Lotte extendió su mano para tocar a su
esposo. Carl Mendelius dijo:
—Si eso sucede, Jean, entonces la caldera de las brujas hervirá con todos los
horrores del arsenal bélico: gases paralizantes, gérmenes, rayos láser…
—Cierto —dijo Jean Marie—, pero aun en ese caso ustedes estarán a salvo aquí
por mucho tiempo más.
—Pero no se trata de eso, ¿no es así, Jean? La idea de este valle no comenzó así,
como un simple plan para sobrevivir. Porque si así fuera, ni Lotte ni yo nos
hubiéramos tomado el trabajo de venir. Ni tampoco creo que se lo hubiera tomado

www.lectulandia.com - Página 351


usted. La Hermana Muerte es alguien muy familiar para nosotros y no es ni la mitad
de lo terrible que la pintan. Todo esto comenzó con su visión y el mensaje que no le
permitieron proclamar: centros de esperanza, centros de caridad para lo que vendrá
después. Bien, y ahora que usted está aquí ¿qué haremos?
—Carl, acaba de llegar —visiblemente las frustraciones de Carl Mendelius no
eran nada nuevo para su esposa—. Pero podemos en cambio contarle lo que hemos
estado haciendo. Tú mismo lo has dicho mil veces: no puedes ofrecer agua si tu
cántaro está vacío. De manera que cada uno de nosotros se está preparando para
ofrecer el servicio en el área en que es más capaz por insignificante que ésta sea.
Anneliese Meissner está entrenando a un grupo de jóvenes y muchachas en algunas
técnicas de medicina práctica, aun en remedios homeopáticos que aquí pueden
obtenerse de algunas plantas locales. Los ha encendido de entusiasmo con sus relatos
sobre los médicos de pies descalzos que trabajan en algunas áreas rurales de China.
Uno de los amigos que vino con Johann es un joven ingeniero que está estudiando un
esquema para usar la caída de agua para generar energía… En cuanto a mí, he
comenzado a dar clases a los niños y Carl está examinando la manera de ir
conservando un archivo de todo lo que hacemos aquí y los problemas con que nos
encontramos… Sé que todo esto es pequeño y muy elemental, pero es… es posible
compartirlo. Aun si el mundo se derrumba, tarde o temprano tendremos que tratar de
ponernos en contacto con los que hayan sobrevivido.
Y cuando lo hagamos, tendremos algo para ofrecer; de otro modo la esperanza
muere y la caridad se vacía de sentido. Era el discurso más largo que Jean Marie
jamás le hubiera oído y la mejor afirmación de lo que ella había madurado y asumido
como mujer.
—¡Bravo, Lotte! Debiera sentirse orgullosa de esta muchacha, Carl.
—Lo estoy —dijo Carl Mendelius con su buen humor restaurado—. Sólo que me
pongo muy celoso, porque ella es mucho más útil que yo. Y lo digo de veras. Soy un
tipo con muchos conocimientos intelectuales. Pero, ¿de qué sirven comparados con
los de una mujer que puede fabricar remedios con hierbas o un hombre que puede
transformar en electricidad una caída de agua?
—Oh, estoy segura de que debe haber algo para lo que puedas servir. —Lotte se
levantó y besó la frente de Mendelius. —Iré a ver los progresos que están haciendo
en la cocina.
Cuando quedaron solos, Jean Marie hizo a su amigo una pregunta:
—¿De dónde diría que proviene el nombre de Atha?
—¿Atha? —Mendelius repitió el nombre unas cuantas veces y luego sacudió la
cabeza. —La verdad es que no tengo la menor idea. ¿Se trata del amigo que vino con
usted?
—Sí. Siempre ha sido muy vago en todo lo que se relaciona consigo mismo y

www.lectulandia.com - Página 352


sobre muchas otras cosas también. Dice que proviene del Medio Oriente. Fue
educado en la tradición judía y no es creyente… Pero Carl, es un hombre único…
Como ve, es joven. No puede tener más de treinta y tantos años. Y sin embargo hay
en él una tan profunda madurez, una innata tolerancia. Cuando yo me encontraba en
el punto más depresivo de mi enfermedad, me aferré a él como se aferraría un
ahogado a una tabla de salvación. Sentía como si él me estuviera llevando sobre sus
hombros hacia un lugar seguro. Todo ha sido muy extraño. Entró en mi vida tan
fácilmente que me parece haberlo conocido siempre. Tratándolo se tiene la impresión
de estar frente a alguien dotado de conocimientos infinitos y de una vastísima gama
de experiencias. Y sin embargo jamás demuestra nada de lo que sabe. Me interesaría
muchísimo saber cuál será su reacción frente a él.
—Atha… Atha… —Carl Mendelius continuaba jugueteando con el nombre. —
Ciertamente no es hebreo. Pero me recuerda levemente algo… No sé qué, pero la
verdad es que desde que estuve enfermo mi memoria ya no es ni la mitad de lo que
era.
—La mía tampoco está muy buena —dijo Jean Marie—. El único consuelo es que
en realidad hay una cantidad de cosas que es preferible olvidar.
Carl Mendelius se levantó de su silla y estiró la mano para ayudar a Jean Marie a
levantarse también.
—Demos una vuelta y veamos quién anda por ahí. Y así, a la hora de la comida,
no tendrá que enfrentar a una larga fila de puros desconocidos.
En la chimenea de lo que una vez había sido el comedor del pabellón, ardía un
gran fuego de troncos y los cirios de adviento en sus verdes palmatorias se alineaban
a lo largo del alféizar de las ventanas. El tradicional Nacimiento se desplegaba en una
de las esquinas de la habitación: figuras de madera de la Virgen, José y el Cristo-niño
con los pastores y los animales observando alrededor. En el rincón opuesto había un
enorme pino navideño adornado con lentejuelas y chucherías. El resto del cuarto
estaba lleno de bancos y mesas colocadas sobre caballetes sobre los cuales un
bullicioso grupo de muchachas y de jóvenes se afanaba en disponer los cubiertos.
Mendelius, luchando por recordar nombres, se decidió por una presentación general.
—Amigos, éste es el padre Jean Marie Barette… Más tarde estará disponible para
confesión, consejo, o simplemente agradable compañía. Tendrán todo el tiempo que
quieran para llegar a conocerlo mejor… —Llevándose a un lado a Jean Marie le
susurró—: Sé que, esto, para usted es un "venir a menos", pero somos una comunidad
demasiado pequeña para darnos el lujo de tener con nosotros a un papa o aun siquiera
a un obispo. Y no queremos espantar a los clientes.
Jean Marie terminó por él la antigua broma en uso entre los clérigos:
—Por lo menos no mientras no recojamos los regalos de Navidad.
La cocina resplandecía con su antiquísimo horno de madera y de su media docena

www.lectulandia.com - Página 353


de ansiosas cocineras preparando aves, vegetales y pastelería. Una de ellas era Katrin,
hundida hasta los codos en harina. Levantó el rostro para recibir un beso e hizo una
broma sobre su estado:
—¡Parece increíble! ¡Que algo así me haya caído a mí! Al comienzo estaba
aterrada pero ahora me siento realmente dichosa. También Franz está feliz. Ya lo
verá. Está cortando leña en el granero. ¿Nos casará, tío Jean?
—¿Quién más hay aquí?
—Bueno, si usted no hubiera venido, habríamos cambiado nuestra promesa en
una especie de ceremonia pública.
—De todos modos es lo mismo —dijo Jean Marie—. Excepto que yo aporto la
presencia de un clérigo.
En el rincón más alejado de la habitación, Anneliese Meissner preparaba un
revoltijo de licores en una gran fuente de cobre. Jean Marie la saludó y hundió en la
fuente un dedo para probar.
—Ponche —le dijo ella—, según mi propia receta. No apto para menores de
dieciocho ni para personas carentes de seguro de vida. —Le alcanzó el cucharón para
que él probara—. Bien. ¿Qué le parece?
—Letal —dijo Jean Marie.
—Tendrá derecho sólo a un pequeño vaso y nada más. Espero que esté haciendo
todo lo que le han prescripto.
—Lo examinó con su sagaz ojo profesional. —Luce muy bien… sólo le queda un
leve rastro de la parálisis facial. Déme su mano izquierda. Apriete fuerte… ¡Y lo
hace! Mañana lo examinaré más a fondo, una vez que me haya recobrado de la
borrachera que voy a coger esta noche. Estoy muy contenta de verlo.

Continuaba nevando pero Carl Mendelius estaba ansioso por continuar su paseo.
Proveyó a Jean Marie con un abrigo de piel de cordero y un par de botas de nieve y
salió con él para una rápida visita a los alrededores del minúsculo establecimiento: el
lago helado y cubierto de nieve, con los botes volcados en la orilla, la caída de agua
con el agua siempre derramándose pero salpicada de pequeños trozos de hielo, la
entrada de la antigua mina.
—Es un túnel muy largo que se adentra profundamente en la montaña —explicó
Mendelius—. Aún pueden verse muchos ejemplares de hematites. Actualmente la
usamos para almacenar nuestros pertrechos: conservas, semillas, herramientas. La
mina provee la mejor protección posible contra los efectos de la explosión o de la
radiación directa… La caída de las partículas radioactivas depende, por supuesto, del
viento. Imagino que Munich es el blanco próximo más importante… ¿Le gustaría ver
a los niños? Están aquí, en esta cabina al cuidado de algunas mujeres. No queremos
echar a perder para ellos la sorpresa del árbol de Navidad.

www.lectulandia.com - Página 354


Pero cuando Mendelius empujó la puerta y se hizo a un lado para dejarlo entrar,
Jean Marie se encontró con su propia enorme sorpresa. El señor Atha estaba sentado
en una silla con la espalda hacia la puerta sosteniendo sobre sus rodillas a una
pequeñuela. Los otros tres niños estaban sentados en el suelo frente a él y detrás de
ellos se encontraban cuatro mujeres, todos absortos en la historia que el señor Atha
estaba contando. Uno de ellos hizo con la mano un ademán pidiendo silencio.
Mendelius y Jean Marie entraron en puntas de pies cerrando suavemente la puerta
tras de ellos. El señor Atha continuó su relación.
—…Ustedes no han estado allá, pero yo he estado. El lugar en que los pastores
guardaban sus rebaños es una colina, muy desnuda y fría. No tiene árboles, como los
que tienen aquí, sino solamente piedras y una hierba muy gruesa y áspera, que apenas
alcanza para alimentar a las ovejas. Los pastores son gente muy solitaria. Yo he
vivido algún tiempo en el desierto y puedo decirles que por las noches suele dar
mucho miedo. Para combatir el miedo, un pastor canta algo y el otro, allá a lo lejos
coge el tono de la canción y canta a su vez y luego el otro y el otro hasta que todos se
encuentran cantando juntos como los coros de los ángeles. Y fue en un momento
como aquél cuando vieron la estrella. Era grande, tan grande como un melón y estaba
tan abajo en el cielo que daba la impresión de que era posible ir a cogerla y sacarla
del cielo. Era brillante también, pero suavemente brillante, de manera a no herir los
ojos de nadie. Y colgaba justo encima de la caverna donde acababa de nacer el niño.
Y entonces los pastores siempre cantando caminaron hacia el lugar donde estaba la
estrella y fueron así los primeros visitantes que la pequeña familia de Jesús, María y
José tuvieron en Belén de Judá…
Por unos breves momentos, los niños quedaron en silencio y luego al ver que la
historia había terminado, prorrumpieron en un largo "¡Ah!" Entonces el señor Atha se
volvió para saludar a los recién llegados. La pequeña que sostenía en los brazos era la
niña mongólica del Instituto de Versalles. Una de las mujeres era la dueña de la
Hostellerie des Chevalliers; otra era Judith, la muchacha jorobada que había hecho la
copa-cosmos.
El impacto de la sorpresa había hecho enmudecer a Jean Marie. Tartamudeó y
balbuceó tal como lo había hecho cuando recién se recuperaba de los efectos de su
ataque.
—¿Cómo… cómo han llegado aquí?
—Usted nos mandó buscar —dijo Judith—. El señor Atha trajo el mensaje.
Jean Marie se dio vuelta hacia el señor Atha.
—¿Cómo sabía la contraseña? La única persona que la conocía era Johann.
—Coja, a la niña —dijo el señor Atha—. Ella lo necesita.
Entregó la niña en brazos de Jean Marie e inmediatamente ella comenzó a
acariciarlo gorjeando de placer. El reencontró su voz canturreando para ella.

www.lectulandia.com - Página 355


—¡Eh!, mi pequeño payaso.
Sólo entonces pudo saludar a los demás y abrazarlos como un padre que los
azares de la vida y un largo tiempo han separado de su familia. A la patrona le dijo:
—Ahora, madame, sí que de veras tendrá a la tonta mula y no al papa.
La voz del señor Atha lo ayudó a controlar el despliegue de su emoción.
—Estas personas son mi regalo de Navidad para usted. También invité a otros, en
la misma forma. Más tarde los verá pero no los conocerá. Son clientes míos, todos
necesitados de ayuda. Espero que mi pequeña estratagema no lo haya molestado,
profesor Mendelius.
—Es Navidad —dijo Mendelius riendo del dichoso desconcierto de Jean Marie
—. Este lugar está siempre abierto para todos.
—Gracias, profesor.
—Su nombre me interesa, señor Atha. No es hebreo. ¿Cuál es su origen?
—Sirio —dijo el señor Atha.
—¡Oh! —dijo Carl Mendelius y era demasiado cortés para forzar otra respuesta
de un huésped tan lacónico.
La cena comenzó con la ceremonia de los niños. Jean Marie, llevando en brazos a
su pequeña payaso le mostró el árbol de Navidad, el establo del Nacimiento y el
chisporroteo de los grandes leños de la chimenea. Ella no aceptó que la separaran de
él, de manera que antes que comenzara la cena su alta silla infantil hubo de ser
colocada contigua a la de Jean Marie.
Johann presidía la mesa, con su madre a su derecha y Anneliese Meissner a su
izquierda. Carl Mendelius ocupó el lugar al lado de su esposa y Jean Marie se sentó
entre Anneliese y la niña mongólica. Al frente suyo, al otro lado de la mesa, estaba el
señor Atha, con Judith a un lado y Katrin Mendelius al otro. Johann inició la cena con
un pedido muy formal.
—¿Querría bendecir la mesa, tío Jean?
Jean Marie se santiguó y recitó la acción de gracias, notando al hacerlo que el
señor Atha a diferencia de varios otros no hacía el signo de la cruz, pero que sin
embargo se unió al "Amén" con que finalizó la oración.
En seguida comenzó la fiesta, amplia, animada, bullanguera con participación de
todos en el ponche de Anneliese y en el vino del Rhin. Se había arreglado todo —
según le había comunicado Johann a Jean Marie— para que el café fuera servido a las
diez y media, de manera que los niños pudieran acostarse y que los adultos
dispusieran de un lapso de tiempo para recuperarse de los efectos de la comida antes
de la misa de medianoche. A esta hora la reunión había comenzado a ponerse
sentimental. Johann Mendelius se levantó y golpeó su vaso para llamar la atención.
Aun después de los efectos del vino, resplandecía de confianza y autoridad. Dijo:
—Amigos míos, familia mía. Estas palabras serán breves. Para comenzar les

www.lectulandia.com - Página 356


deseo a todos lo mejor en estas Navidades y lo mejor también después, para nuestra
vida en el valle. Agradezco los esfuerzos y el trabajo de cada uno que ha permitido
que nos encontremos preparados para el invierno. En seguida quiero dar la
bienvenida a tío Jean y decirle cuan dichosos estamos de tenerlo entre nosotros. La
última vez que estuve con él, hace unos meses tenía fuertes reservas sobre las cosas
que el consideraba esenciales. Ahora desearía que él supiera que tengo mucho menos
reservas y convicciones mucho más firmes sobre lo que constituye a un hombre
cabal. Finalmente desearía dar las gracias al señor Atha que fue el primero que me
enseñó el sendero que conducía al valle y que ahora nos ha traído no solo a nuestro
más distinguido, sino a nuestro más amado ciudadano—. Hizo un gesto indicando a
Jean Marie y a la niña sentada a su lado. El gesto fue seguido de un breve estallido de
aplausos. El continuó—: Por una observación que hizo al pasar, he sacado la
conclusión de que el señor Atha es una de aquellas infortunadas personas cuyo
cumpleaños coincide con Navidad. Normalmente eso significa que en lugar de dos
regalos al año, recibe solamente uno. Bien, por esta vez nos aseguraremos de que
tenga dos regalos. —Levantó una botella de vino blanco y otra de vino tinto y se las
pasó a través de la mesa con un saludo—: Feliz cumpleaños, señor Atha.
Sus palabras fueron saludadas con vivas y aplausos y gritos urgiendo una
respuesta. El señor Atha se levantó. A la luz de las velas y del danzante fuego
semejaba una de esas figuras de los antiguos mosaicos, que bruscamente revelan su
esplendor de bronce y oro. Abruptamente, se produjo un silencio. El habló en tonos
muy bajos, pero su voz llenó la habitación. Aun la pequeñuela estaba inmóvil, como
si comprendiera cada palabra.
—Debo comenzar por dar las gracias. Mañana en realidad es mi cumpleaños y me
siento agradecido y dichoso de poder celebrarlo aquí con ustedes. He prometido a mi
amigo Jean Marie explicarle algunos hechos que considera misteriosos y me parece
propio que ustedes escuchen también estas explicaciones, porque son participantes
del mismo misterio… Primero, deben saber que no están aquí porque lo hayan
resuelto así. Fueron traídos aquí, paso a paso, a través de rutas diferentes, y de varios
accidentes aparentes, pero siempre, en cada caso, fueron llamados por la mano de
Dios.
"Ustedes no constituyen la única comunidad que ha sido reunida así. Hay muchas
otras a lo largo y a lo ancho de toda la tierra: en las selvas de Rusia, en las junglas del
Brasil, en lugares que jamás han soñado. Todas estas comunidades son diferentes,
porque las necesidades de los hombres y sus hábitos difieren. Y sin embargo, son
todos muy semejantes porque todas han obedecido al mismo llamado de Dios y están
unidas en el mismo amor. No han hecho esto en virtud de sus propias fuerzas, ni por
propio impulso porque no les hubiera sido posible, de la misma manera que ustedes
tampoco habrían podido, sin una ayuda especial de la gracia.

www.lectulandia.com - Página 357


"Esta incitación de la gracia que han recibido se debe a un motivo. Ahora mismo
mientras hablo, el Adversario ha comenzado a pasearse orgullosamente sobre la
tierra, vanagloriándose de poder destruirla. De manera que, en los tiempos de
predominio del mal que se avecinan, ustedes han sido escogidos para mantener viva
la llama del amor, para nutrir las semillas del bien en este pequeño lugar hasta el día
en que llegue el Espíritu y los envíe a otros lugares a encender otras luces en las
tinieblas del mundo y a plantar nuevas simientes en un planeta devastado.
"Estoy con ustedes ahora, pero mañana habré partido. Quedarán solos y
probablemente tendrán miedo. Pero dejo con ustedes mi paz y mi amor. Y se amarán
unos a otros así como yo los he amado.
"¡Por favor, se lo ruego! —Los urgió a levantar los ánimos—. ¡No deben
entristecerse! Porque el don del Espíritu Santo es la alegría del corazón. —Sonrió y
toda la habitación pareció resplandecer. Bromeó con ellos—. El profesor Mendelius y
mi amigo Jean Marie están muy intrigados con mi nombre. ¡Así son los académicos,
mi querido profesor! ¡Y qué rápidamente los papas olvidan su Libro Santo! Ustedes
buscaban un nombre. Pero son dos. Y lo sabrán cuando yo se los recuerde. Maran
Atha… El Señor viene.
Jean Marie se había puesto de pie. Su voz era desafiante.
—Usted me mintió. Me dijo que no era creyente.
—No le mentí. Usted ha olvidado. Me preguntó si era creyente. Le dije que no lo
era. Y en otra ocasión afirmé que el acto de fe era imposible para mí. ¿Verdad?
—Verdad.
—¿Y aun así, no comprende?
—No.
—¡Basta! —Carl Mendelius airadamente acudió en defensa de Jean Marie—.
Este hombre esta cansado. Ha estado enfermo. No está en condiciones de resolver
adivinanzas. —Se volvió hacia Jean Marie—. Lo que está diciendo, Jean, es que no
puede creer, porque conoce. Es lo que enseñan en primer año de teología. Dios no
puede creer en sí mismo. Se conoce a Sí Mismo así como conoce toda la obra de Sus
Manos.
—Gracias, profesor —dijo el señor Atha.
Jean Marie quedó en silencio mientras poco a poco iba asumiendo el pleno
sentido de aquellas palabras. Por segunda vez desafió al hombre sentado al otro lado
de la mesa.
—Usted se ha dado el nombre de señor Atha. ¿Cuál es su verdadero nombre?
—Es usted quien debe decírmelo.
Nuevamente la habitación se llenó de aquel raro, abrupto silencio del cual surgió
la voz de Jean Marie.
—¿Es usted el Esperado?

www.lectulandia.com - Página 358


—Sí, lo soy.
—¿Cómo podremos saberlo?
—Siéntese, por favor.
El señor Atha se sentó primero. Sin decir una sola palabra acercó a él un plato de
pan y vertió vino en una copa. Rompió un trozo de pan y lo levantó con ambas manos
sobre la copa de vino. Dijo:
—Padre, bendice este pan, fruto de tu tierra, el alimento por el cual vivimos. —
Hizo una pausa y comenzó de nuevo—. Este es mi cuerpo…
Jean Marie se levantó. Se había calmado y se mostraba muy respetuoso, pero
permanecía, no obstante inconmovible.
—Señor, usted sabe que estas son palabras familiares, sagradas para todos
nosotros. Y conoce lo suficientemente la Escritura como para saber que los primeros
discípulos reconocían a Jesús cuando éste partía el pan. Usted puede estar usando lo
que sabe para engañarnos.
—¿Por qué habría de hacerlo? ¿Y por qué es tan desconfiado?
—Porque fue Nuestro Señor Jesús mismo quien nos advirtió: "Se levantarán
falsos Cristos y falsos profetas que mostrarán grandes signos para engañar aun a los
elegidos…" Soy un sacerdote. La gente me pide que les enseñe a Cristo. Si usted es
Él, entonces debe darme lo que dio a sus primeros discípulos, un signo legitimador.
—¿No basta con esto? —El gesto abarcó la habitación y el valle—. ¿No me
legitima acaso esto?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque hay comunidades que se llaman a sí mismas comunidades de Dios, pero
que explotan al pueblo y siembran el odio. No hemos sido probados aún. No sabemos
si el don que hemos recibido es verdadero o al contrario, destinado a traicionarnos.
Hubo un largo silencio. Luego el hombre que se llamaba a sí mismo Jesús
extendió las manos.
—Déme a la niña.
—No. —En el momento mismo en que retrocedía, asustado, Jean Marie se dio
cuenta de que todo ello había sido anunciado en su sueño.
—Le ruego que me permita tenerla. No sufrirá daño alguno.
Jean Marie miró alrededor de el los rostros de los comensales. Pero no halló en
ellos ninguna respuesta. Levantó a la niña de su alta silla y se la pasó al señor Atha a
través de la mesa. El señor Atha la besó y la sentó sobre sus rodillas. Remojó un trozo
de pan en el vino y, bocado por bocado, fue dando de comer a la niña, mientras
hablaba, suave y persuasivamente.
—Sé lo que está pensando. Necesita un signo. ¿Qué mejor signo puedo yo darle
que hacer de esta niña una persona nueva y sana? Podría hacerlo, pero no lo haré.

www.lectulandia.com - Página 359


Porque soy el Señor y no un mago. A esta niña le he regalado algo que ninguno de
ustedes posee: la eterna inocencia. Para ustedes puede ser imperfecta, pero para mí
está sana y entera, como el capullo que muere sin haberse abierto o el pajarillo que
cae del nido y es devorado por los insectos. Ella nunca me ofenderá, como lo hacen
ustedes. Nunca pervertirá o destruirá la obra de mi Padre. Ustedes la necesitan,
porque ella siempre evocará la bondad que los ayudará a ser cada día más humanos.
Y su invalidez provocará en ustedes un sentimiento de gratitud por su propia buena
suerte.
"…Más aún. Ella servirá para recordarles diariamente que soy el que soy, que mis
caminos no son los de ustedes y que ni la más insignificante partícula de polvo que
gira en las tinieblas del espacio cae fuera de mi mano… Yo soy el que los ha elegido
a ustedes. No son ustedes los que me han elegido a mí. Les dejo, como signo, a esta
niña. Cuídenla como a un tesoro.
Levantó a la niña de su falda y la devolvió a Jean Marie a través de la mesa. Dijo
suavemente:
—Ha llegado el momento en que debe dar testimonio, amigo mío. Dígame:
¿Quién soy yo?
—Aún no estoy seguro.
—¿Por que no?
—Soy un tonto —dijo Jean Marie Barette—. Soy un payaso herido en la
cabeza… De verdad. Miró a su alrededor a la pequeña reunión y golpeó sus sienes.
—Una pequeña parte de mí, aquí arriba, ha dejado de funcionar. Cojeo, así como
Jacob después de su lucha con el Ángel. Mis manos dejan caer los objetos que toman.
A veces abro la boca pero ningún sonido inteligible sale de ella. Cazo palabras así
como los niños cazan ma… ma… —finalmente acertó con la palabra— mariposas.
De manera que tiene que decirme las cosas con mucha sencillez. Dígame. ¿Puede
cambiar de pensamiento?
—¿Por qué pregunta eso?
—Abraham negoció con Dios por Sodoma y Gomorra. Dijo a Dios: "¿Si en la
ciudad hubiera cien, o veinte o diez justos, perdonaría a la ciudad?" Y Dios, así por lo
menos lo asegura la Escritura, se portó en forma muy razonable. Nuestro Jesús, que
es de la misma raza de Abraham, dijo que nos daría lo que le pidiéramos. Sólo
tenemos que golpear a la puerta y gritar para que nos oiga. Pero nada se saca con
llamar cuando no hay nadie adentro o si el que está adentro es solo un espíritu loco
girando sin rumbo por las galaxias.
—Pida entonces —dijo el señor Atha—. ¿Qué quiere?
—Tiempo —dijo Jean Marie Barette acercando la niña a sí e implorando como
nunca había implorado nada en su vida—. Tiempo suficiente para esperar, orar,
trabajar, para razonar unos con otros. ¡Por favor! Si usted en verdad es el Señor,

www.lectulandia.com - Página 360


¿quiere caminar por su mundo a la manera de los antiguos bárbaros, sobre una
alfombra de cadáveres? ¿Vale la pena semejante triunfo…? Esta niña es un gran
regalo, pero necesitamos a todos los niños y necesitamos tiempo para merecerlos.
¡Por favor!
—¿Y qué me ofrece a cambio de lo que pide?
—Muy poco —dijo Jean Marie con descarnada simplicidad—. Ahora estoy muy
disminuido. Sólo puedo pensar en cosas pequeñas, pero tal como soy, soy suyo.
—Acepto —dijo el señor Atha.
—¿Cuánto tiempo más nos dará?
—No mucho, pero suficiente.
—¡Gracias! ¡Gracias por todos nosotros!
—¿Está ahora pronto a dar testimonio?
—Sí, estoy pronto.
—¡Aguarde! —Esta vez fue Carl Mendelius quien lanzó el último desafío. A
pesar de la devastación de su cuerpo y de sus heridas, seguía siendo el esforzado y
viejo escéptico de Roma y Tübingen—. No ha prometido nada, Jean. Se ha limitado a
pronunciar palabras que por siglos nos han sido familiares. Puedo darle las listas de
las fuentes donde ha ido a buscarlas. Habla como si dispusiera del tiempo a su antojo.
Usted abdicó porque carecía de alguna forma en que legitimar su profecía. ¿Por qué
acepta de este hombre lo que otros no aceptaron de usted?
De la pequeña asamblea se levantó un murmullo de aprobación. Todos miraron
primero al señor Atha sentado en su sitio, siempre tranquilo y seguro, luego a Jean
Marie balanceándose en su silla con la niña siempre fuertemente apretada contra sí.
Lotte Mendelius se levantó para retirar a la niña de los brazos de Jean Marie. Dijo,
tan suavemente que sólo él pudo oírla:
—No importa lo que decida. Nosotros lo amamos.
Jean Marie la palmeó afectuosamente y le entregó a la niña. Miró a Carl
Mendelius con aquella vieja sonrisa de costado que reconocía y recordaba todo lo que
ambos habían compartido en los tiempos malos en Roma. Dijo:
—Carl, amigo querido, la evidencia no es nunca suficiente. Usted lo sabe. Ha
pasado su vida buscándola. Tenemos que aceptar lo que tenemos. De este hombre yo
sólo he recibido bondad. ¿Qué más puedo pedir?
—La respuesta, por favor. —El señor Atha lo urgió, con firmeza, a responder—.
¿Quién soy yo?
—Creo —dijo Jean Marie Barette y oró para que su lengua se afirmara— que
usted es el Ungido, el Hijo de Dios Vivo… Pero… —Tropezó y comenzó lentamente
a recuperarse—. …Carezco de misión, carezco de autoridad. No puedo hablar por
mis amigos. Tendrá que enseñarles como me ha enseñado a mí.
—No —dijo el señor Atha—. Mañana me habré ausentado pues tengo que

www.lectulandia.com - Página 361


atender a los otros asuntos de mi Padre. Será usted quien deberá enseñarles, Jean.
—¿Cómo… cómo podré hacerlo con este impedimento de mi voz?
—Usted es un hombre fuerte y anclado como una roca —dijo el señor Atha— y
sólo usted es capaz de construir un pequeño lugar habitable para mi pueblo.

www.lectulandia.com - Página 362


Epílogo
Pierre Duhamel estaba de pie frente a la ventana del estudio del Presidente
mirando la nieve caer sobre París. Sus dedos hurgaron el bolsillo de su chaqueta y se
cerraron sobre la minúscula bombonera que contenía dos cápsulas de gelatina: el
pasaporte al vacío y al olvido para Paulette y él. El contacto de su talismán le otorgó
una suerte de gastado consuelo. Por lo menos Paulette dejaría de sufrir y él mismo se
salvaría de tener que presenciar el espectáculo de París después de aquello. En este
momento su único anhelo era poder terminar con esta larga, desesperanzada vigilia de
muerte e irse a la cama a dormir.
El hombre a quien había servido durante los últimos veinte años estaba sentado
detrás de él frente al gran escritorio, con la barbilla apoyada en las manos mirando sin
ver los documentos que tenía adelante. Preguntó:
—¿Qué hora tiene?
—Faltan cinco minutos para la medianoche —dijo Pierre Duhamel—. Y ésta es
una endemoniada forma de celebrar Nochebuena.
—El presidente prometió llamarme desde la Casa Blanca en el momento mismo
en que tomara la decisión.
—Pienso que ya tomó la decisión —dijo Pierre Duhamel— y sólo nos llamarán
cuando haya apretado el botón.
—Pero nada podemos hacer —dijo el presidente.
—Nada —dijo Pierre Duhamel.
En el silencio que siguió se oyó el agudo chillido de la campanilla del teléfono,
que el hombre del escritorio se apresuró en agarrar. Duhamel se volvió nuevamente
hacia la ventana. No deseaba oír la sentencia de muerte. Escuchó el sonido del fono
colocado en su horquilla y el largo suspiro de alivio de su patrón.
—Han resuelto suspenderlo. Creen que hay una posibilidad de arreglo con
Moscú.
—¿Y para cuándo se ha fijado el próximo ultimátum?
—Aún no lo han decidido.
—¡Gracias a Cristo! —dijo Pierre Duhamel—. ¡Gracias a Cristo!
Y de alguna manera, aquello sonó como una oración.

FIN

www.lectulandia.com - Página 363

También podría gustarte