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Tesis Doctoral: Patricia Puente Guerrero

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TESIS DOCTORAL

2021

INVISIBLES E INVISIBILIZADAS. LA ESPECIAL VULNERABILIDAD


DE LAS PERSONAS EN SITUACIÓN DE SINHOGARISMO FRENTE A
LA VIOLENCIA

PATRICIA PUENTE GUERRERO

PROGRAMA DE DOCTORADO EN DERECHO Y


CIENCIAS SOCIALES
ALFONSO SERRANO MAÍLLO1
MODESTO ESCOBAR MERCADO2

1
Dr. Dr. Dr. h. c. mult. Alfonso Serrano Maíllo. Profesor Titular de Derecho penal y Criminología, UNED.
2
Dr. D. Modesto Escobar Mercado. Catedrático de Sociología, Universidad de Salamanca.
TESIS DOCTORAL

2021

INVISIBLES E INVISIBILIZADAS. LA ESPECIAL VULNERABILIDAD


DE LAS PERSONAS EN SITUACIÓN DE SINHOGARISMO FRENTE A
LA VIOLENCIA

Autora:
PATRICIA PUENTE GUERRERO

Licenciada en Criminología (Universidad de Salamanca y


Universidad de Alicante)
Graduada en Psicología (UNED)
Máster en Criminología y Ejecución Penal (Universitat Pompeu
Fabra)

PROGRAMA DE DOCTORADO EN DERECHO Y CIENCIAS


SOCIALES. DEPARTAMENTO DE DERECHO PENAL Y
CRIMINOLOGÍA.
FACULTAD DE DERECHO

Directores:
ALFONSO SERRANO MAÍLLO
MODESTO ESCOBAR MERCADO

1
Paulo Patrício (2017)

2
Paulo Patrício (2017)3

3
Paulo Patrício (2017). As casas dos meus vizinhos não têm janelas [Ilustración]. En Pereira, A.C. (Coord.)
(2017). As Vozes do silêncio. Um grupo de sem-abrigo à conquista de cidadania (pp. 37-38). APURO-
Associação Cultural e Filantrópica. Reproducido con permiso del autor y la editorial.

3
AGRADECIMIENTOS

A mis mentoras y mentores, fuentes de sabiduría e inspiración constantes y perpetuas.


Y de manera especial:
A Alfonso Serrano Maíllo, por su confianza y su infinita paciencia, por haber
compartido sus dilatados conocimientos y experiencia sin reservas y por guiar, con tan
buen juicio, mi camino.
A Modesto Escobar Mercado, por haber ampliado mis horizontes y haber apoyado y
encauzado con sus certeros consejos una travesía de aprendizaje que apenas acaba de
comenzar.
A Lina Mariola Díaz Cortés, profesional comprometida y maravillosa persona, por
impulsarme siempre a crecer, en todos los sentidos.
A quienes, tan gentilmente, han puesto sus conocimientos sobre el sinhogarismo y las
personas que lo protagonizan a mi disposición. En particular, a Jesús Ruiz Farrona,
cuyo pionero trabajo sentó las bases del mío, y a Albert Sales i Campos, que con su
docencia sembró una semilla que brotó años más tarde dando lugar a esta obra.
Con franca admiración por el trabajo que hacéis y, sobre todo, cómo lo lleváis a cabo,
espero tener algún día la oportunidad de retornar siquiera una parte de todo lo bueno
que, de un modo tan generoso, me habéis aportado, y seguiré vuestro ejemplo
brindándoselo a otras personas.

A mi familia, la de origen y la que he ido encontrando por el camino, por sus


inestimables apoyo y acompañamiento a lo largo de mi vida y, singularmente, en el
transcurso de esta aventura. Gracias a ellos he llegado hasta aquí.
En especial, a mi abuelo, por ser un modelo de fortaleza y buen hacer que ha dejado,
tras su amarga partida, un preciado legado. Procuraré llevar, siempre, el paso corto y
la vista larga.

A Blanca, por su sincera amistad y su ejemplar resiliencia. Quien tiene un/a amigo/a,
tiene un tesoro, y yo tengo la fortuna de contar con uno realmente valioso.

A mi compañero de vida, sueños y desvelos. Hasta que el mundo deje de girar.

4
ÍNDICE

Prefacio............................................................................................................................. 7
Summary .......................................................................................................................... 9
Resumen ......................................................................................................................... 33
Introducción general. Justificación de la unidad temática de la tesis ......................... 60
Objetivos ........................................................................................................................ 62
Marco teórico y herramientas metodológicas ............................................................. 63
Bloque I. La violencia en las trayectorias vitales de las personas afectadas por
sinhogarismo .................................................................................................................. 65
Sinhogarismo y derechos humanos. Las personas en situación de sin hogar como
colectivo vulnerable ................................................................................................... 66
El triángulo de la violencia de Johan Galtung: una mirada criminológica a la
victimización de grupos vulnerables ......................................................................... 80
Experiencias de victimización de las personas en situación de sin hogar. Una
aproximación al perfil de las víctimas utilizando análisis de segmentación y
regresión logística ...................................................................................................... 99
Bloque II. Una aproximación a las experiencias de victimización de las personas en
situación de sin hogar desde la teoría de los estilos de vida ..................................... 144
Experiencias de victimización entre las personas sin hogar en función del lugar de
pernocta. Un análisis desde la teoría de los estilos de vida de Hindelang,
Gottfredson y Garofalo ............................................................................................ 145
Lifestyle Exposure Theory of Victimization as a Framework to Analyze Victimization
of Homeless People .................................................................................................. 177
Bloque III. Las experiencias de violencia de las personas afectadas por sinhogarismo
desde una perspectiva interseccional ......................................................................... 200
La intersección entre la estancia en prisión y el sinhogarismo. Análisis comparativo
de las características demográficas, antecedentes y condiciones de vida de las
personas en situación de sin hogar en función de si han estado o no en prisión . 201
El sinhogarismo desde una perspectiva de género. Especial referencia a las
experiencias de violencia a lo largo de la vida ........................................................ 233
Experiencias de violencia y victimización a lo largo de la vida de las mujeres sin
hogar mayores de 64 años ....................................................................................... 257

5
Bloque IV. Más allá de la violencia directa: la violencia cultural y estructural ......... 275
Criminalización del sinhogarismo y violencia cultural: las ordenanzas municipales
como instrumentos de exclusión de las personas sin techo. Un estudio de caso en
las capitales de provincia de Castilla y León ........................................................... 276
El derecho a un hogar. Sinhogarismo y pandemia.................................................. 315
Bloque V. Generando sinergias hacia el logro de un objetivo común ....................... 331
La importancia del estudio de las experiencias de victimización de las personas
afectadas por sinhogarismo en Portugal. Una fundamentación criminológica .... 332
General conclusions ..................................................................................................... 352
Conclusiones generales ............................................................................................... 357

6
Prefacio

Vou ficar rouco de tanto gritar


talvez fique afónico
mas os teus ouvidos
ficarão para sempre a ouvir o meu eco.
Como podes sentir o bombardear
se nunca o foste nem nunca te perguntaste?

Tiago Gomes4

Tal y como rezaba la cartelería de la Campaña Nadie Sin Hogar 2018 de Cáritas5,
las personas afectadas por sinhogarismo están tan cerca que, con demasiada
frecuencia, no las vemos. Necesitamos aprender a mirarlas para tornarlas visibles,
pues lo que no se ve, no existe. Pero hay también quien las ignora de forma
deliberada, y quien las rechaza, las excluye, o dirige su odio y violencia contra ellas. Así
lo expresa Miguel Fuster con la autoridad que le confiere el hecho de haber pasado 15
años de su vida en la calle, ese lugar “donde morir de muerte inacabable en la fosa
común del olvido”6: “Desterrados, cautivos de la miseria y del alcohol, asistimos
indefensos y dolientes frente al horrible espectáculo que nos ofrece la crueldad y el
odio, y una desgarradora indiferencia y desprecio”7. Proclama el saber popular que no
hay peor ciego que aquel que no quiere ver, o el que, aun habiendo descubierto la
realidad, decide volver a cerrar sus ojos.
Quisiera dedicar esta obra a todas las personas que, como diría Pedro José
Cabrera, son huéspedes del aire, con el deseo y la esperanza de que en un futuro
próximo estudios como este lleguen a ser considerados históricos, y logremos que
primen la justicia y el respeto, la empatía y la compasión hacia todos/as aquellos/as
con los/as que compartimos nuestra existencia. También, con profunda admiración y
en reconocimiento de su extraordinaria y trascendental labor, a las/os profesionales
que se implican en su trabajo y dedican sus energías a tratar de mejorar la vida y el
horizonte de otros.
No olvidemos que, como refiere Toni Boix, “Quien más quien menos, todos
arrastramos heridas y cadenas (…) que reverberan y configuran estructuras colectivas
también enfermas y encadenadas. A veces la magnitud de nuestras esclavitudes es tal

4
“Voy a quedarme ronco de tanto gritar. Tal vez me quede afónico, pero tus oídos siempre estarán
escuchando mi eco. ¿Cómo puedes sentir el bombardeo si nunca lo fuiste ni te preguntaste?”. Gomes, T.
(2010). Rouquidão. En Auto-ajuda. Mariposa Azual. Citado por Pereira, A.C. (Coord.) (2017). As Vozes do
silêncio. Um grupo de sem-abrigo à conquista de cidadania (p. 63). APURO-Associação Cultural e
Filantrópica.
5
Cáritas (2018). Campañas de sensibilización. Nadie sin hogar. Recuperado de
https://www.caritas.es/cadiz/qhacemos_campanas_info.aspx?Id=882.
6
Fuster, M. (2016). 15 años en la calle. Obra completa. Barcelona: La Chula Productions, S.L. p. 137.
7
Ibid., p. 75.

7
que uno pierde el paso, tropezando en los propios errores o en las zancadillas de la
injusticia social hasta acabar por los suelos. Luego, lo deseable sería levantarse de
nuevo…pero para poder hacerlo hay que tener asideros afectivos, significantes y
materiales a los que acogerse. Cuando no sucede así, se sigue cayendo, por debajo de
losas y pavimento, sumergiéndose en un espacio líquido y difuso donde nada es firme.
Un espacio marginal y lesivo que, para muchos, constituye un descenso interminable a
los infiernos”8.
En la aproximación al tema objeto de análisis se ha procurado en todo momento
conjugar el rigor que requiere la investigación científica con la sensibilidad y el respeto
debidos a las personas que protagonizan estas vivencias que tan poderoso impacto
tienen sobre sus historias vitales. Espero sinceramente haberlo logrado y, si en algún
aspecto no fuese así, ofrezco mis disculpas.
Asimismo, a lo largo de la presente obra se utilizan diferentes expresiones para
aludir a una misma realidad y sus diversas manifestaciones: situación de sinhogarismo,
condición de sinhogarismo o de persona sin hogar, personas en situación de sin hogar,
en situación de sinhogarismo, afectadas por sinhogarismo o sin hogar, personas sin
techo, en situación de sin techo, en situación de calle o que desarrollan su vida en las
calles. Todas ellas han de interpretarse referidas al sinhogarismo como una coyuntura
en las trayectorias vitales de las personas que lo atraviesan y no como algo
consustancial a la persona o que defina su identidad.
Finalmente, y a pesar de que se emplee profusamente la palabra víctima y sus
derivados, las personas afectadas por sinhogarismo son, por encima de todo,
supervivientes.

8
Ibid., p. 80.

8
Summary

1. Introduction

The central focus of the present work is the violence suffered by people
experiencing homelessness. They pertain to a particularly vulnerable group that faces
diverse and complex forms of violence which, in addition, are closely intertwined. Of
especial relevance are the experiences of direct violence, often occurring in different
moments over the courses of their lives and, regardless, emerging remarkably over
their trajectory of homelessness.
This work was conceived with the vocation of expanding knowledge of
discrimination, violence, and victimisation as experienced by the homeless. It was also
intended to examine the role that attitudes and, particularly, prejudices and
stereotypes held by the general population regarding this social group play with
respect to the aforementioned behaviours. Thirdly, it aimed to broaden knowledge on
living conditions, needs and available resources for this group, exploring the
relationship between these aspects and the previously cited issues. Finally, the most
relevant and ambitious goal: that knowledge deriving from this research might be
useful in the development of effective measures against such violence, by contributing
to enhancing visibility and in designing strategies to improve the quality of life and
promote security of people rendered homeless.
Johan Galtung’s proposal of the triangle of violence has been taken as a
reference for the definition of the forms of violence homeless people suffer. This work
has primarily addressed direct violence, fundamentally, but not only, on the basis of
the theoretical framework suggested by Hindelang, Gottfredson and Garofalo’s
lifestyle exposure theory of victimisation, and building on the national-level sample of
2012 National Institute of Statistics’ Survey of Homeless People. Different bivariate and
multivariate data analysis techniques have been applied. In any event, the majority of
contributions are essentially exploratory since previous approaches to this issue in
Spain are scarce.
Likewise, one of the most original contributions of this work is the approach to
some forms of violence that often go unnoticed as a result of their common
normalization or justification. In this respect, a case study within the framework of
criminalization of homelessness is conducted, examining the content of local
ordinances on citizen coexistence and civic behaviour of provincial capitals in Castilla y
León and their implications for people who are homeless. Additionally, on the basis of
a bibliographic review and the professional experience of the co-authors, the way in
which the COVID-19 pandemic has affected homeless people in our country from its
outset to the beginning of the de-escalation process is explored, thus evincing the
disadvantaged position this group has with respect to the exercise and protection of
their rights.
To conclude, a review of available literature has shown that victimisation of
people experiencing homelessness has received scant attention in Portugal. Then, the
relevance and importance of ascertaining the reason underlying this reality are argued,

9
as well as the need for studying the nature and scope of this problem in our
neighbouring country, since such knowledge is crucial to preventing and combatting
these experiences and their repercussions for the life and future of victims, in both the
Portuguese and other contexts.

2. Contextualization. Homelessness: definition and scope

Even though there is no consensus on the definition of “homeless person”, one


of the most widespread and broadly accepted is that proposed by Dr. Dragana
Avramov in 1995, when she worked as the research coordinator at the European
Observatory on Homelessness: “those who cannot access or keep adequate
accommodation, adapted to their personal situation, permanent and that provides
them with a stable framework of coexistence, either for economic reasons or other
social barriers, or because they have personal difficulties in leading an autonomous
life” (Avramov, 1995, p. 71).
The European Commission (2010, December 16) conceives homelessness and
housing exclusion as one of the most extreme forms of poverty and deprivation. This
phenomenon has been on the rise over the last decade in most European countries. It
has recently been estimated that 700,000 people are currently sleeping rough or living
in emergency or temporary accommodation across the European Union, representing
a 70% increase in the span of ten years (Serme-Morin & Lamas, 2020). Regarding
Spain, it is estimated that around 40.000 people are homeless in our country9 (Cáritas
Española, 2019). Between 8,000 and 10,000 of them live and sleep on the streets every
day (Hogar Sí, n.d.; Cabrera & Rubio, 2009).
However, it should be noted that these figures reflect a restricted understanding
of homelessness that limits its scope to those living on the streets or staying at
facilities intended for people who are homeless, such as emergency shelters, thus
excluding a whole series of situations of housing precariousness or vulnerability that
transcend the purely physical or technical dimension to reach political and cultural
issues (Cabrera & Rubio, 2008).
On the basis of a wider outlook, the European Federation of National
Organisations Working with the Homeless (FEANTSA, French initials) has developed a
broader definition of this problem which is reflected on the European Typology of
Homelessness and Housing Exclusion (better known as ETHOS). It represents a
dimensional classification of different living conditions that comprise forms of
homelessness and housing exclusion with varying degrees of severity10.

9
As a result of the integration of several data sources, the Integral National Strategy for Homeless
People 2015-2020 included a more modest estimation: between 30,250 and 36,300, with an average of
33,275 (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2015).
10
The application of this adjective is limited to the dimension of housing exclusion. It is not intended at
all to qualify the seriousness of the impact of each situation on the wellbeing and quality of life of those
who suffer it.

10
The typology is anchored on a conceptual model of home which is based on
three domains: 1) physical domain: having an adequate dwelling or space over which a
person and his/her family can exercise exclusive possession; 2) social domain: being
able to maintain privacy and enjoy social relations; and 3) legal domain: having legal
title to occupation (FEANTSA, 2005). The serious limitation or absence of one or more
of them can be taken to delineate four main conceptual categories, whose subdivisions
configure a total of thirteen operative categories describing different residential
situations: 1) roofless: people living on the streets or in public spaces, without a shelter
that can be defined as living quarters, or those with no usual place of residence who
make use of emergency accommodation (overnight shelter, low threshold shelter); 2)
houseless: people in accommodation for the homeless where the period of stay is
intended to be short term (less than one year), women accommodated due to
experience of domestic violence, people in accommodation for immigrants, those due
to be released from institutions (penal, medical or children’s institutions, etc.) who
have no housing available prior to their release, and those receiving longer-term
support (more than one year) due to homelessness (long stay accommodation with
care for formerly homeless people); 3) insecure housing: people temporarily living
with family or friends, those who live in a dwelling with no legal (sub)tenancy or have
occupied land with no legal rights or people living under threat of eviction or under
threat of domestic violence; and 4) inadequate housing: people living in temporary or
non-conventional structures, such as mobile homes or shacks, living in dwellings unfit
for habitation as defined by national legislation or building regulations or those living
in extreme overcrowding (FEANTSA, 2017).
The first two categories —roofless and houseless—, in what refers to facilities
aimed at people who are homeless, are those which are generally included on
empirical research on homelessness, and the aforementioned figures correspond to
them. However, when we adopt a broader definition of homelessness and housing
exclusion, the problem goes well beyond this data. This is illustrated, for example, by
the results of the latest Survey on Integration and Social Needs of FOESSA Foundation,
in which it was estimated that in 2018 2.1 million people in Spain lived in insecure
housing, 4.6 million lived in inadequate housing and half a million suffered both
situations simultaneously (Fernández Maíllo, 2019; Fundación FOESSA, 2019, August
2).
Unfortunately, there are reasons to believe that these figures, which correspond
to the period immediately preceding the emergence of the health crisis caused by
COVID-19, will go on the rise as a result of the pandemic’s impact, particularly if we
take into account that in the latest report of the Spanish representative of the
European Anti-Poverty Network (EAPN-ES) it is stated that 25.3% of the Spanish
population, that is, almost 12 million people, were already at risk of poverty and/or
social exclusion in 201911 (Llano, 2020).

11
This figure represents the AROPE (At Risk Of Poverty and/or Exclusion) indicator, which corresponds
to the sum of people who are either at risk of poverty, or severely materially deprived or living in a
household with a very low work intensity. The indicator defines those who meet one or more of the
three criteria.

11
All in all, homelessness is a diverse and complex phenomenon which adopts both
visible and other commonly veiled forms, but all of them involve serious consequences
for the lives and futures of their protagonists.

3. Violence over the course of homeless people’s lives

3.1. The particular vulnerability to violence among people who are homeless

According to Nifosi-Sutton (2017), the term vulnerable groups refers to “groups


of persons who, because of certain factors, are particularly exposed or more likely to
be exposed to harm, both physical and emotional” (p. 15). Similarly, Carmona Tinoco
(2001) defines a situation of vulnerability as “an unfavourable particular state or
circumstance, of disadvantage or deprivation in which people pertaining to an
identifiable group, or a specific social category, are to be found with respect to the
degree of satisfaction of their specific needs, the enjoyment and full exercise of their
fundamental rights (…)” (p. 193). From this perspective, it is indisputable that people
who are homeless, by virtue of the pathways that have led them to this situation and
the living conditions they confront, with the implications —mainly barriers— such
entails in all areas of their lives, constitute one of these groups. The experiences of
these people with violence represent the most extreme manifestation of their
vulnerable situation.
Lack of housing in appropriate conditions represents the most common thread of
the vast universe of situations which configure homelessness, but its connotations
transcend the purely physical sphere. As the United Nations’ Committee on Economic,
Social and Cultural Rights asserts, the right to housing must be interpreted in a broad
sense as “the right to live securely, in peace and dignity somewhere” (Oficina del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, 1991, art. 11). Given
that human rights are interdependent and interrelated, the extent to which the right
to housing is guaranteed will define the exercise of other rights, while at the same time
the enjoyment of the former is mediated by the potential to exercise the latter, which
are also interlinked: right to life, physical and moral integrity, freedom and personal
security, dignity, equality and non-discrimination, privacy, work, education, protection
of health, social participation or an adequate living standard are some examples.
Within this tangle of connections, experiences with violence are transversally inserted.
In sum, homelessness represents a situation of extreme vulnerability whose
correlates —among which different forms of violence can be included— involve, direct
or indirectly, significant restrictions in the exercise of homeless people’s rights. As a
result, their quality of life and their potential for development are undermined. On the
basis of the close interrelationship and intimate interdependence that exists between
all human rights, guaranteeing access to adequate housing could be one of the keys to
transforming this reality, and preventive approaches are the main tool to achieve it.

12
3.2. Johan Galtung’s triangle of violence

Norwegian sociologist and mathematician Johan Galtung conceives violence to


be “avoidable affronts to basic human needs (…) that reduce the actual level of needs
satisfaction under what is potentially possible” (2003, p. 9). In this sense, he defines
violence as the cause of the difference between the potential and the actual, what
increases this distance or impedes its decrease (Galtung, 1969). In the words of the
author, “when the potential is higher than the actual is by definition avoidable and
when it is avoidable, then violence is present” (1969, p. 169).
Galtung proposes three types of violence that can be graphically represented on
each of the vertexes of a triangle. First, direct violence, visible in the form of conducts
and involving a clearly identifiable aggressor and victim. In the second place, structural
violence or social injustice, a kind of indirect, silent violence, on which a clear subject-
object relationship does not exist. It is embodied in social structure and materialises in
the form of inequality of power and, as a result, unequal opportunities. Finally, cultural
or symbolic violence, which he conceives as those aspects of culture that can be used
to justify or legitimate direct or structural violence and, thus, make them acceptable to
society. It materialises in religion, ideology, art, language, science, law, media, and
education.
Throughout this document we will explore the way each of these forms of
violence are connected to homelessness and the relationships between them.

3.3. Criminal victimisation experiences of homeless people

Focusing on direct violence, it is unfortunately very present throughout the lives


of homeless people, and particularly in their trajectories of homelessness. This has
been proven by numerous national and international-level studies, which
systematically show how victimisation rates of homeless people are considerably high
and far greater than those in the general population. With this in mind, a first
exploratory approach to homeless people’s experiences of victimisation was carried
out, trying to identify which variables were most related to such events.
The sample drawn from 2012 National Institute of Statistics’ Survey of Homeless
People was used to examine the relationship between criminal victimisation
experiences of participants while homeless and three major groups of variables:
sociodemographic characteristics, living conditions and family history and personal
background, were examined. Segmentation analysis (CHAID algorithm) and logistic
regression were applied. Results showed the connection between victimisation and a
variety of family history and personal background variables and, especially,
unfavourable living conditions. Amongst the most important of these were police
arrest, particularly when it had happened more than once, having served a sentence
different from prison, experiences with domestic violence, having lived in an institution
as the main place of residency or problems with alcohol within the family or of the
participants themselves, in the three cases during childhood and/or adolescence, as
well as involvement in risky behaviours like greater alcohol and/or drug consumption

13
or sleeping rough, and vulnerability factors such as worse health statuses, living with
disabilities, longer periods of homelessness and, to a lesser extent, lack of social
support. As compared to these findings, sociodemographic characteristics lost their
value as immediate predictors of criminal victimisation events, but their importance in
the configuration of the two other groups of variables should not be understated.
Segmentation analysis and logistic regression yielded essentially convergent
results, with the advantage that the first allowed interactions among variables to be
automatically detected. That helped to deepen the nature and specificities of the
relationships that were found, as well as to identify profiles with lowest and highest
risk. For example, almost 9 out of 10 people that had been arrested by the police more
than once, had had problems with alcohol themselves or within their families before
the age of 18 and referred to having taken drugs in the previous month reported
having been victims of a crime while homeless.

4. An approach to victimisation experiences of people who are homeless from


lifestyle exposure theory of victimisation

Lifestyle exposure theory of victimisation was articulated by Hindelang,


Gottfredson and Garofalo in 1978 on the basis of the analysis of empirical data yielded
by the first victimisation surveys, conducted in the United States in the 1970s. The
model revolves around the concept of lifestyle, referred to routine daily activities, and
the authors postulate its antecedents and the mechanisms that connect it to
victimisation. They thereby propose that variations in lifestyles can be attributed to the
way people with different constellations of demographic characteristics adapt, both
individually and as a group, to the role expectations and the structural constraints
which stem from them. Inasmuch as daily routines are predictors of when, where, with
whom and under which circumstances people spend their time, and since victimisation
is not randomly distributed across time and space, but there are high-risk times, places
and people, they pose that different lifestyles are associated with various levels of
exposure to situations that put people at high risk of victimisation. Criminal
victimisation experiences follow probabilistically from exposure to such situations.
This model seems a particularly appropriate theoretical framework for
addressing criminal victimisation experiences of homeless people. Few groups are
more exposed to high-risk situations than those who go are going through this
circumstance. Accordingly, Gaetz (2004) sustains that the social exclusion that
homelessness entails places those who suffer it in circumstances that limit their ability
to secure their protection and safety so that their risk of suffering victimisation
increases.

14
4.1. The connection between sleeping places and experiences of
victimization

A first study on the basis of Hindelang et al.’s model addressed the relationship
between the place where homeless people usually spent the night and their criminal
victimisation experiences. To do so, the sample drawn from the Survey of Homeless
People was, once again, used, and logistic regression analysis was applied to test the
hypothesis that those who referred to always sleeping in public spaces or other places
not intended for accommodation (the hall of a building, a cave, a car, a garage, etc. —
INE, 2012a—), as compared to people who slept in care centres or other places or
resources intended for that purpose, would have suffered victimisation episodes to a
greater extent, based on the consideration that the former involve a greater level of
exposure to high-risk situations. A series of sociodemographic characteristics and other
indicators of lifestyle were included in the model as control variables.
The results supported the hypothesis: the odds of having been victim of a crime
while homeless were more than 1.5 times higher for those who said they usually slept
in public places or other places not intended for accommodation, as compared to
those who declared sleeping in collective accommodation, flats, houses, guest houses
or hostels. Likewise, the longer the time spent homeless, the worse the health
conditions, alcohol consumption, and drug use during the previous month and regular
participation in games of chance were also positively related to victimisation.
These findings, and particularly the first, have important implications in relation
to the predominant staircase model of attention to homeless people, thus pointing to
the potential for greater preventive effectiveness for victimisation of alternative
models, such as Housing First. In any case, regardless of the adopted model, it seems
advisable to flexibilise, as far as possible, the conditions for access to the different
resources in order to favour the minimisation or elimination of the risk factor that
sleeping rough involves.

4.2. The probabilistic relationship between exposure to high-risk situations


and victimisation

On the basis of the same theoretical framework and using the same sample, a
second contribution was made with the aim of testing the probabilistic relationship
between exposure to high-risk situations and victimisation. The hypothesis were
proposed that homeless people who referred to having got involved in risky
behaviours would have suffered victimisation experiences to a greater extent as
compared to those who had not done so, and especially when their participation in
such behaviours had been more frequent and/or had entailed a greater diversity of
them.
In order to test these hypothesis, logistic regression and segmentation analysis
(CHAID algorithm) were applied, establishing if the person had or had not suffered any
victimisation event while homeless as the dependent variable. A series of indicators of
lifestyle that prior research had associated to a greater risk of victimisation, both at the

15
general level —a person’s contact with the justice system, alcohol consumption and
drug use— and with regard to homeless people —sleeping rough—, were introduced
as independent variables. A set of sociodemographic variables similar to those
suggested by Hindelang, Gottfredson and Garofalo in their model, as well as time
spent homeless were included as control variables.
The results supported the hypothesis. Thus, logistic regression analysis yielded
that having been reported to the police or been arrested —particularly if it had
happened more than once—, having served a sentence different from prison, a greater
alcohol consumption and drug use during the previous month, as well as regularly
sleeping rough as compared to spending the night in collective accommodation and,
especially, flats or guesthouses, were all positively related to victimisation while
homeless. For its part, segmentation analysis revealed that the highest risk profile
corresponded to those who had been arrested more than once and, in addition, had
recently used drugs or, otherwise, had served a sentence different from prison. They
were followed by those who had been arrested once and had used drugs during the
previous month or, otherwise, regularly slept rough. Participants who had neither
been reported to the police, nor arrested nor used drugs represented the lowest risk
profile. However, the findings pointed to a greater importance of the presence of
these variables as risk factors than the influence their absence represented as
protective factors.
In any case, findings need to be interpreted considering a distinctive feature of
homeless people: their involvement in risky behaviours frequently stems, to a greater
or lesser extent, from the situation in which they find themselves. Thus, resource
shortage, together with their limitations, means a lot of people will have to live their
lives on the streets. In addition, homeless people’s contact with the justice system is
often related to their living conditions and the survival strategies they employ, all
without forgetting the possible intervention of factors related to the criminalisation of
poverty in general and of homelessness in particular. Finally, alcohol consumption and
drug use can represent a coping strategy to deal with the harsh living conditions this
situation entails. As a result, we can conclude that the implementation of adequate
preventive and intervention measures to combat homelessness and its associated
problems would have an indirect impact on victimisation, since the factors that
increase exposure to high-risk situations and usually constitute correlates of living
without a home would be reduced or completely removed.
Notwithstanding the above, we do not claim that greater exposure to high-risk
situations is the only possible explanation for the increased probability of victimisation
of homeless people, nor acting on it the only recommended response. Hate crimes of
aporophobia evince that not just opportunity is important. In this sense, following
Adela Cortina (2017), education, construction of institutions which promote respect to
the equal dignity of all people and strengthening a personal moral conscience that is
able to discern and act by itself and not just subject to the pressure of the environment
are the best ways to fight aporophobia.

16
5. The experiences of violence of those people affected by homelessnes from an
intersectional perspective

Homeless people’s experiences with violence throughout life were addressed in


the previous works from a global perspective. When we bring into the equation other
factors of vulnerability like having served a prison sentence, gender and/or age,
implications of homelessness with regard to experiences with violence undergo some
changes which have to be taken into account in order to adapt any prevention or
intervention strategy intended to be effective. On the basis, again, of the sample
drawn from the Survey of Homeless People, efforts have been made to delimit these
nuances.

5.1. Homelessness and imprisonment

Beginning with the intersection between homelessness and imprisonment,


characteristics and background of homeless people who had served a prison sentence
were first compared to those who had not. Then, the potential impact of
imprisonment on these people’s living conditions were analysed. In line with the
findings of prior research conducted in other countries, it was expected that homeless
people who had been previously imprisoned would count on a more unfavourable
family history and personal background and worse living conditions as compared to
those who had not been in prison.
In order to test this hypothesis, bivariate analysis was applied using Chi-square
test for qualitative variables and Student’s t-test for the quantitative ones, also
calculating different measures of association as well as adjusted standardised residuals
for contingency tables. The research variable was prison stay, and relationships were
explored between it and a total of 29 other variables that were classified into three
major groups: sociodemographic characteristics, family history and personal
background, and living conditions. Findings supported the initial hypothesis since
significant differences were found with regard to these variables between homeless
people who had and had not been in prison. Thus, in what refers to sociodemographic
characteristics, those who had been imprisoned were mainly men, Spanish nationals,
had ended their education at a younger age and were primarily separated or divorced.
Average age was also higher for this group, and there was a greater proportion of
retired or disabled people within it. Possibly connected to the latter, the average total
income during the previous month was significantly higher for this group. However,
among those who said they were looking for a job, individuals who had served a prison
sentence stated they had been doing it for a longer period, thus pointing to prison stay
as an additional barrier to employability among these people.
When it comes to background variables, former prisoners revealed a history of
problems with alcohol themselves or within their family units, prison stay of one or
both parents or problems with violence within the family, in all cases before the age of
18, to a greater extent. Likewise, among those who had been in prison there was also a
higher proportion of people who had been in a juvenile detention centre, had been
reported to the police or had been arrested, especially when it had happened more

17
than once. Paradoxically, more former prisoners asserted they had been employed for
more than six months in the course of their life.
Finally, the analysis of living conditions did not yield differences with regard to
social support indicators between the two groups, maybe because the sample
consisted of homeless people, for whom the rupture of social bonds is unfortunately
common. However, those who had been in prison had been homeless for a longer
time, had worse perceived health statuses, suffered serious or chronic illnesses or
disabilities to a greater degree, a higher proportion of them had used drugs recently or
regularly gambled and admitted more frequent alcohol consumption. In what refers to
where they spent the night, former prisoners chose flats, houses, guesthouses, or
hostels to a larger extent, while those who had not been imprisoned opted for
collective accommodation, without differences regarding rough sleeping. To conclude,
relationship between prison stay and level of perceived discrimination was positive
and statistically significant, thus pointing to a double stigmatisation of homeless
people who had also served a prison sentence. Likewise, this group said they had
suffered criminal victimisation experiences to a much greater extent as compared to
those who had not been in prison (more than 65% versus less than 46%).
Results highlight the need for and importance to devote more resources both to
homelessness and former prisoners, as well as optimising those that already exist,
which are clearly not sufficient to achieve appropriate social inclusion and
employability of these groups. In this context, preventive strategies are of particular
relevance. They should address the roots of both conditions instead of acting on their
consequences or manifestations. An approach like this would contribute to reducing
the considerable economic and, more importantly, personal and social costs
associated with ex post facto interventions.

5.2. Homelessness and gender

A second contribution was devoted to addressing homelessness from a gender


perspective, focusing on experiences with violence throughout life. Homelessness has
traditionally been conceived as an eminently male phenomenon, which can be partially
attributed to the undercover character women’s experiences of homelessness adopt.
The latter deploy strategies or resort to alternatives which are heavily conditioned by
gender roles in order to avoid ending up on the street or accessing certain resources,
since they perceive these spaces as particularly hostiles due to the greater risk of
exposure to violence and abuse they involve. In virtue of the above and of the greater
stigma being homeless implies for women, when they are on the street, they strive to
go unnoticed. Likewise, general resources for homeless people have traditionally been
designed to attend to male users, so they often fail to respond to the differential needs
of women, and services that specialise in attending to problems highly linked to female
homelessness, such as domestic violence or cases of single mothers in vulnerable
situations, are not generally classified as resources for homeless people. All of this
favours the underestimation of the number of homeless women and contributes to
making them less visible.

18
Previous research had found a variety of differential features between homeless
men and women. Among the most noteworthy are experiences of violence. Even
though they are not exclusively female experiences, they constitute the vertebral axis
of a lot of homeless women’s life paths. In this sense, domestic violence, and
particularly that perpetrated by the male partner, represents a primary precipitating
factor for female homelessness, and lack of alternatives for accommodation is the
reason why lots of women, to whom Nunan (1995, p. 38) has referred as “housed
homeless”, remain in violent homes or return to their aggressors after having left their
dwellings. Similarly, the emotional and psychological support a partner provides, as
well as the fact that he can restrain other men from proposing a sentimental or sexual
relationship or protect them from the risks which characterise living on the streets,
make many homeless women stay with their partners even in the context of violent
relationships.
Moreover, a substantial proportion of homeless women inform of experiences
with violence and abuse during childhood and adolescence, and prevalence of sexual
violence throughout life is far greater for them than for homeless men and women
from the general population.
With this in mind, research was conducted to explore if there were differential
features among homeless men and women from the reference sample regarding three
major groups of variables: family history and personal background, living conditions
and experiences with discrimination and victimisation while homeless. To do so,
bivariate relationships between sex and a total of 26 variables were analysed using Chi-
square test for nominal variables and Mann-Whitney U test for the ordinal ones. Effect
size statistics and adjusted standardised residuals for contingency tables were also
estimated.
Results pointed to worse perceived health conditions among women, who also
referred to suffering serious or chronic illnesses and disabilities to a greater extent,
thus evincing increased vulnerability to victimisation. As for men, they claimed they
had been homeless for longer periods and referred sleeping rough to a higher degree,
while a larger proportion of women chose collective accommodation. Men also
reported a heavier alcohol consumption and a greater proportion of them had used
drugs during the previous month as compared to women, although it is important to
take into account that homeless women who demonstrate these behaviours are
doubly stigmatised: “for engaging in deviant behaviours which are not appropriate for
their gender and for not conforming to cultural patterns that are ascribed to women in
our societies” (Matulič et al., 2019, p. 127).
In relation to perceived discrimination due to homelessness, differences were
only found for the category “sometimes”, with a greater proportion of men. This may
be explained, in part, by homeless women’s endeavours to go unnoticed.
Finally, as expected, violence was highly present on female’s life paths, since
they had more antecedents of problems with violence within the family during
childhood and adolescence and were overrepresented among those who reported
violence against them or their children as the reason why they had become homeless.
Likewise, although no differences according to gender were found with regard to
victimisation while homeless, disaggregated analysis by crime types revealed that men

19
had suffered robberies to a greater extent, while the proportion of women who had
suffered sexual assaults was much higher than that of men. Thus, it seems that, except
for these cases, homelessness plays a more prominent role as a risk factor for
victimisation, at least in what refers to people undergoing the most extreme situations
of housing exclusion. To conclude, even though more women claimed having reported
these experiences to the police, those who had not done so said the reason had been
fear of retaliation in a significantly greater proportion than that of men, which points
to increased female vulnerability. Men overtook women in the category “it doesn’t
make a difference”, which was in any case chosen by the largest portion of the sample.
This could mean homeless people are in a state of “learned helplessness” regarding
the reporting of these kind of experiences, maybe derived from previous experiences
with law enforcement agencies or the criminal justice system, or even from the
assumption that these episodes are, somehow, inherent to homelessness.
All in all, as Bretherton (2020) states, women do not necessarily experience
homelessness in the same way as men, so we need to improve our knowledge on the
underlying reasons for this reality and its implications. This is equally valid for the
particular constellations of risk and protective factors for victimisation affecting each
group, thus evincing he need to integrate the gender perspective into studies and into
the design of preventive and action strategies.

5.3. Experiencing homeless as a woman over the age of 64

The third contribution within this section added age to the gender dimension,
with the goal of characterising homeless women aged 65 or over and identifying if
there were differences with regard to experiences of violence before and during
homelessness among this group and both younger homeless women and homeless
men of the same age.
Homeless people undergo premature ageing, their mortality is 3 to 4 times
higher than that of the general population and their life expectancy is approximately
30 years shorter, so homeless people aged 65 or over necessarily represent a minority.
With this in mind, previous works have found that elderly homeless people have more
physical and mental health-related problems and increased social isolation as
compared to their younger homeless or same-aged domiciled counterparts. This
undoubtedly raises their vulnerability to violence. In this vein, it has been found that
they tend to suffer more criminal victimisation episodes, as well as being more likely to
be ignored by law enforcement agencies. However, some studies have shown that
victimisation does not increase regularly with age for homeless people, thus suggesting
homelessness is the key issue, since it counteracts the protective effect of age which
has been found for the general population, including the one that stems from gender.
Using again the sample drawn from the Survey of Homeless People,
characteristics of homeless women aged 65 or over were first explored. Then, bivariate
relationships between gender, on the one hand, for the group of homeless people over
the age of 64, and age, on the other hand, with regard to the group of women, and
nine variables related to experiences with violence at different times throughout their
lifetimes were analysed. Chi-square test and Fisher’s exact test were applied, and

20
effect size statistic Cramer’s V and adjusted standardised residuals for contingency
tables were calculated as well.
A general snapshot of characteristics and living conditions of homeless women
aged 65 or over that participated in the survey (n=38), which represented only 5% of
the total number of women in the sample (n=750), yielded that these women faced
multiple barriers: they had a low educational level and reduced income; although they
had surpassed the statutory retirement age for 2012, a lot of them referred to being
unemployed, and only half of them said they were retired; most of them counted with
long homeless pathways; more than half said they suffered from a serious or chronic
illness, and approximately one in four reported having an officially recognised
disability; finally, their social support was globally low, since a large proportion of
women did not have any contact with their family nor, especially, considered they had
friends they could count on in the event they needed it. A lot of this characteristics and
living conditions represent vulnerability factors to violence.
In what refers to experiences with violence and victimisation throughout the life
course, differences for women from each age group were only found with regard to
the suffering of violence against the person or their children as a precipitant factor for
homelessness and, to a lesser extent, to the experience of problems with violence
within the family before the age of 18, in both cases more common for younger
women. The first may indicate that younger generations take the plunge of leaving
violent homes even when they do not have alternative housing, a hypothesis that
further research could address.
Differences were more apparent between elderly homeless men (n=103) and
women. The latter had suffered problems with violence within the family before the
age of 18 to a greater extent, and they outnumbered men with regard to experiences
with violence themselves or their children as precipitants of homelessness. In what
refers to episodes of victimisation while homeless, differences were only significant
regarding sexual assault, which were reported by two women and no men.
Thus, it seems, and in line with findings of previous research, that homelessness
could be a more relevant risk factor for victimisation than age or gender, and sexual
violence is a distinctive feature for women.

6. Some shared limitations by works cited so far

The works gathered above have helped to delve into knowledge about
experiences of homeless people with direct violence throughout their lives. However,
they share some constraints that need to be taken into account when interpreting the
results. Thus, in the first place, the reference sample was restricted to users of
resources for homeless people, so findings are not necessarily representative of those
who are outside the homeless services network. Secondly, the data date back to 2012,
and even though results are in many respects in line with those of subsequent studies,
it is important to count on updated data, especially considering the significant changes
we have recently undergone. The fact that it is a cross-sectional study which did not
collect information on the chronology of the experiences reported by participants
impedes the determination of the directionality of most relationships found between

21
variables. Finally, the survey adopted a restricted operative definition of homelessness,
which particularly hinders the incorporation of the gender perspective to research.

7. Beyond direct violence: cultural and structural violence

7.1. Criminalisation of homelessness through local ordinances on citizen


coexistence and civic behaviour

The criminalisation of homelessness, defined as “the use of laws and practices to


restrict the activities and movements of people who are homeless” (O’Grady, Gaetz &
Buccieri, 2001, p. 7), is a growing phenomenon in Europe. Among the criminalising
mechanisms are the rules that penalise these people for carrying out their life-
sustaining activities in public places. In Spain, these regulations are included in local
ordinances, mainly those on citizen coexistence and civic behaviour, within the
framework of an administrative law that has been characterised to this regard as
“administrative law of the enemy” (Melero, 2016).
Despite their legitimate pretence on paper, in practice these rules involve the
criminalisation of situations of extreme exclusion, since homeless people often do not
count on private spaces for carrying out certain behaviours which are sanctioned when
they are done in public spaces. In this sense, as Waldron (1991-1992, p. 311) states:
If sleeping is prohibited in public places, then sleeping is comprehensively
prohibited to the homeless. If urinating is prohibited in public places (and if there
are no public lavatories) then the homeless are simply unfree to urinate.
Accordingly, it is argued that, by labelling people who are homeless as “uncivil”
for carrying out behaviours upon which their survival depends to a greater or lesser
extent, thus ignoring the fact that homelessness considerably restricts their options,
provisions of local ordinances that sanction these activities constitute cultural violence
as it is conceived by Galtung (1996; 2003). Cultural violence reflected on these norms is
part of a larger system within which this and other manifestations of cultural violence
against people who are homeless —as those materialised in language, media or
ideology— are closely related, interact and are reinforced, both by each other and with
other forms of violence.
In order to delve into this issue from a criminological standpoint, provisions
included in local ordinances of provincial capitals in Castilla y León, mainly on citizen
coexistence, which could affect homeless and, particularly, roofless people to a greater
extent were analysed. Thus, the following nine life-sustaining activities were chosen as
categories of analysis: 1) satisfying physiological needs and/or spit in public roads and
spaces; 2) lighting or keeping fires in public roads and spaces; 3) camping in public
roads and spaces; 4) using public goods for purposes other than intended; 5)
manipulating bins or containers —or their contents— placed in public roads and
spaces; 6) washing or bathing, 7) washing clothes or other objects, 8) bathing animals
and 9) watering animals, in all cases in public ponds or fountains. In addition, it was
examined whether these norms included alternatives to fines, if specific provisions for
people in a situation of social exclusion were laid down and which circumstances that

22
could differentially affect homeless people had to be considered for adjusting the
penalty.
The pursued objectives were delimiting regulated areas, determining the nature
and scope of infractions and sanctions, exploring whether provisions for adapting the
precepts to cases in which the offender is in a situation of social exclusion were
contemplated and identifying commonalities and differences among municipalities.
A major finding of the study was the considerable diversity in what refers to
regulated behaviours and nature and scope of sanctions. Even though in most cases
infringements are considered minor, they entail fines which can reach up to 750 euros.
Moreover, for the adjustment of the sanction, relapse or recidivism is contemplated as
an aggravating circumstance more often than not. Since these behaviours are life-
sustaining activities, this is likely to happen. By contrast, in very few cases are the
offender’s circumstances or economic situation taken into account in establishing the
level and scope of the sanctions. Regardless, infringements may also be considered
serious or very serious, and fines can then reach up to 3000 euros.
Furthermore, most ordinances do not include specific provisions for adapting
their contents to cases in which the offender is in a situation of social exclusion, and
some even use the derogatory term “indigent”. Likewise, the general provision of the
possibility of substituting fines for community service or similar measures implies, in
practice, an additional factor of discrimination for people experiencing homelessness,
and the same applies to the reduction of the amount of the fines due to immediate or
quick payment. It has also been proven that precepts wording varies in a gradient that
goes from very general formulations with different possible interpretations to others
more specific, thus leaving a broad margin of discretion for authorities in charge of
enforcing them and for the sanctioning bodies.
Pending further research to address how these provisions are applied in practice
when the offender is experiencing homelessness, it has been highlighted that, under
the pretence of citizen coexistence and civic behaviour as their raison d’être,
ordinances that regulate these issues overlook, or even try to justify, the fact that
many of their provisions affect the most vulnerable people almost exclusively and in an
extremely negative way, thus hardening their living conditions, which were already
notably adverse, and hampering their pathways to social integration. In this sense,
these norms represent instruments of exclusion and discrimination, particularly of
people who are roofless, that favour stigmatization of this group, fuel social rejection
and perpetuate prejudices and stereotypes against them, contributing to making the
fact that poverty and homelessness are not lifestyle choices, but problems associated
with social exclusion invisible.
Inasmuch as, as Galtung states (2016; 2003), the different types of violence are
interconnected, and he maintains the causal flow generally departs from cultural
violence, passes through structural violence and culminates in direct violence, it is not
difficult to guess the relevance of these findings.

23
7.2. Homelessness in the context of the health crisis caused by COVID-19

If structural violence is understood as an unequal exchange in which some obtain


from the interaction in the structure more than others in terms of needs satisfaction
(Galtung, 2003), and it reflects “the existence of a conflict among two or more groups
in society (…) in which distribution, access or opportunities for use of resources is
systematically solved in favour of certain parties and to the detriment of the rest, due
to the mechanisms of social stratification” (La Parra & Tortosa, 2003, p. 57), we can
claim that homelessness itself and its implications in the lives and opportunities of
those who suffer it are a clear manifestation of this kind of violence. Notwithstanding
the foregoing, the coronavirus crisis has notoriously raised the visibility of structural
violence homeless people endure daily, thus evincing and exacerbating their
disadvantaged position with respect to those who are not at this juncture.
COVID-19 emerged in a context in which the network of resources for people
experiencing homelessness was mainly in private ownership with public funding, based
mostly on collective accommodation (emergency shelters, residences, or care centres)
and fundamentally staffed by volunteers. The care system already had a significant gap
in this area, since the maximum number of beds available during 2018, 20,643 (INE,
2018), was much lower than the estimated number of homeless people in our country,
an average of 33,275 according to the Integral National Strategy for Homeless People
2015-2020 although, as we have seen, there are less conservative calculations. The
result of this comparison yields that almost 4 in 10 homeless people were already
outside the care system prior to the beginning of the pandemic. Additionally, there
was a lack of effective coordination and governance mechanisms among the multiple
intervening actors and agencies, both public and private. All these characteristics have
significantly conditioned the response of the care system to the COVID-19 crisis.
Prior to the enactment of the State of Alarm on March 14 th, 2020, in the absence
of leadership and clear guidelines most sectors in our society could not implement
preventive strategies to better handle the upcoming crisis. Agents involved in
attention to homeless people were not an exception. Once the State of Alarm and the
order of confinement were declared, the Government asked administrators of social
services for homeless people to reinforce and reorganise autonomic and local social
services so that they could offer more efficient services (Secretaría de Estado de
Derechos Sociales, 2020). Law enforcement agencies were also urged to minimise the
use of coercive practices with people experiencing homelessness that could not
comply with the lockdown requirements.
However, responses to these mandates that were offered by different autonomic
and local administrations were highly unequal, both regarding the speed of the
response and the extent of its coverage, although some common trends can be
identified. Thus, at first, the number of people accommodated in existing resources
was increased, something which was reported to the Ombudsman (2020, April 3) since
it entailed overexposing a population at risk to contagion because it was resulting in
situations of overcrowding. Hence, the need to ensure social distancing was added to
the initial shortage of spots, leading to the reduction of the number of available beds
in parallel to the early closure of a lot of assistance resources and shops and facilities

24
which provided homeless people with a variety of goods and services on a daily basis.
All of this placed this group in circumstances of extreme vulnerability.
In this way, the confinement order turned the invisible into visible. Homeless
people were already present and, unfortunately, they already counted with long
trajectories of social alienation. However, when the streets emptied, homelessness
became more evident than ever: how is a homeless person supposed to stay at home?
(Hogar sí, 2020). In this regard, despite the recommendations, in some cases sanctions
with a strong discriminatory component were imposed on homeless people who
continued sleeping in the streets (Basanta, 2020 March 19; Ochando, 2020, May 1).
Even Amnesty International declared its concern “for the disproportionate effects that
the implementation of confinement measures has had on homeless people” (Amnistía
Internacional, 2020, p. 34).
In a second phase, collective centres (pavilions, sports centres, fairgrounds,
hostels, hotels, and other facilities out of service due to the pandemic) were opened to
provide temporary accommodation for people experiencing homelessness. However,
despite the efforts made, a large number of cases persisted of people who, for a
variety of reasons (added mental health conditions, addictions, personal reasons —
among which we can include fear of contagion—, lack of enough places or even fear of
stigmatisation due to the use of care services), failed to enter the spaces for
confinement, left them or were expelled from them. Furthermore, a lot of people who
were already going through a situation of housing vulnerability were not able to
preserve their accommodation, thus ending up on the streets.
Hogar Sí monitored, on the basis of press reports, the creation of, at least, 7,341
emergency accommodation places during the crisis, 91% of which were offered in
collective accommodation, almost 8% in hotels and guesthouses and less than 1% in
normalised dwellings (Hogar Sí, 2020). Comparing this figure with the average number
of places previously available within the care system (INE, 2018), they found that
number of places needed to be increased by more than 37% in order to properly
provide a temporary response to homelessness.
De-escalation also took place unevenly in different municipalities, and a lot of
the emergency resources enabled during the State of Alarm were closed. This,
combined with the loss of capacity of existing facilities in order to comply with
measures for preventing contagion, involved a return to the situation of early March
2020. A notable exception to this was offered by Barcelona, which extended the
opening time of emergency accommodation and adopted measures aimed at trying to
find stable residential solutions for people leaving these facilities. For its part,
Government-led initiatives to protect people in the most difficult situations, as the
implementation of Minimum Vital Income, suffer from a number of limitations which
could precisely exclude those who need it the most, namely people experiencing
homeless.
As a conclusion, the crisis triggered by COVID-19 has brought to light a reality
which was already well known and had been repeatedly underlined by entities and
professionals working in the field of homelessness and housing exclusion:
accommodation does not remedy homelessness. Temporary accommodation facilities
ought to guarantee subsequent accommodation, a process of recovery and economic

25
stabilisation that enable users to restore their ability to make decisions about their
own lives. Otherwise, we will return to the starting point over and over again and will
resort, with every new crisis, to “patch” solutions on the grounds of urgency, thus
perpetuating a cycle of proceedings which are not only ineffective, but also inefficient.
This situation must be addressed from a structural outlook, with tax, economic,
employment, housing, health, and social policies able to meet the real needs of people
and families and which promote their autonomy. Reduction of homelessness requires
preventive policies in order to stop the flow of people falling into this situation, as well
as actions that facilitate access to housing those already homeless. Otherwise,
circumstances like the one we have recently gone through will continue striking the
most vulnerable more severely, thus worsening their already notably adverse living
conditions.

8. Generating synergies towards the achievement of a common goal: the


study of victimisation experiences of homeless people in Portugal

Albeit no exact data are available on the scope of homelessness in Portugal, the
latest estimates indicate that at least 7,107 people were experiencing homelessness in
Portugal at the end of 2019 (Grupo de Trabalho para a Monitorização e Avaliação da
ENIPSSA, 2020, September 30), and this on the basis of a restricted definition of the
phenomenon and prior to the COVID-19 outbreak.
In recent years, Portugal has proved its strong commitment to combatting
homelessness and housing exclusion. Significant progress has been made in this realm.
However, a literature review evinces that almost no research has been conducted on
the experiences of homeless people with violence and victimisation while homeless.
This is a striking finding, indeed, taking into consideration the repercussions
homelessness has for all areas of life, the results of studies carried out in other
countries and the limited data available concerning the Portuguese context.
The relevance and importance of researching on the nature and scope of this
problem in Portugal are therefore concluded. This is in line with the visión and
principles that govern the Portuguese National Strategy for the Integration of People
Experiencing Homelessness 2017-2023. Strengths and good practices in this regard
could serve as a reference for other settings, and the identification of areas for
potential improvement would enable proper action to be taken. Following the recent
launching of the European Platform on Combatting Homelessness (EAPN, 2021, June
23), the time is propitious for the exchange of information and experiences among
countries, thus creating synergies in the pursuit of the common goal of eradicating
homelessness and its correlates.

26
9. Major conclusions

Homelessness places people who experience it in circumstances of special


vulnerability to different forms of violence, intensifying at the same time the impact of
the latter on their quality of life and their short, medium and long-term horizons. In
spite of this, only recently has this issue garnered attention in our country.
On the basis of the scarce but highly relevant prior initiatives, this work was
aimed at broadening knowledge on this topic from academia, but without overlooking
the importance of incorporating the vision of professionals working in the field of
intervention. All of this with the ultimate goal of making the generated knowledge
useful for the development of really effective preventive and interventional measures
against this problem, contributing to raising visibility and the design of strategies that
improve the quality of life and safety of homeless people. Reaching this milestone
requires, now, that those in charge of making decisions in the area of homelessness
are made aware and consider the findings both drawn from this and the rest of
research which is currently being conducted in this field.
The contributions compiled in this document are mainly based on the use of data
from the Survey of Homeless People conducted by the National Institute of Statistics in
2012. This has helped to increase knowledge on the topic and make the different
forms of violence homeless people endure more visible, but it entails some constraints
that make it advisable for future studies to address this issue more directly, explicitly
and in depth, using both quantitative and qualitative methods and with cross-sectional
and longitudinal designs. The final output will be a comprehensive vision of the
problem which will enable a more accurate approach.
Among the major and most outstanding conclusions of this research study is the
realisation that different forms of violence precede, accompany, or result somehow
from homelessness. Among such forms, it has been proven that homelessness involves
a greater level of exposure to high victimisation risk situations, particularly when more
risk or vulnerability factors are present along the course of homeless people’s lives. In
this context, results indicate a significant negative influence of homelessness itself that
the presence of these factors tends to exacerbate, but their absence do not mitigate to
the same degree.
Low rates of reporting for these episodes, even for the most serious ones,
repeatedly arguing that reporting will not make a difference, point to possible negative
prior experiences with law enforcement agencies or the criminal justice system and/or
to the consideration that these events are inherent to the dynamic of homelessness
itself. Here, forms of cultural and structural violence gain importance. They are
intertwined and mutually reinforced, and the same applies to direct violence. Variables
that facilitate the occurrence of the former also contribute to the latter.
It follows from the above that eradication of violence against people who are
homeless lies, at least partly, in combatting homelessness, thus removing factors
which are connected to this situation and increase the level of exposure of these
people to high-risk situations.

27
Thirdly, attention has been drawn to the importance of considering the great
diversity that exists within the group of people experiencing homelessness, whose
differing characteristics, biographies, and circumstances configure varying
constellations of risk and protective factors for violence. It is advisable, therefore, that
analytic, preventive and intervention strategies be adjusted accordingly. The
contributions compiled in this document have revealed some of these differences,
among which those based on gender should be highlighted.
In any event, experiences with violence among homeless people frequently
constitute just a symptom of a much deeper pathology that sinks its roots to the very
core of society and its structure. Thus, homeless people routinely face forms of cultural
and structural violence which tend to go unnoticed or even become normalised,
contributing to the legitimisation of other kinds of violence. One of the most important
contributions of this research is the study of some of them. In this regard, it has been
argued that some provisions included in local ordinances uphold the principles of civic
behaviour and citizen coexistence to penalise people experiencing homelessness for
carrying out, in public spaces, life sustaining activities which they often cannot do any
other place. This represents a prime example of cultural violence, which is closely
related to other manifestations of this type of violence and can materialise in
situations of structural violence or even be used as a rationale for acts of direct
violence. Circumstances that homeless people have endured since the beginning of the
COVID-19 pandemic and, particularly, during the period when confinement was
mandatory, also illustrate the concept of structural violence, which regardless
accompany these people from the moment they fall into homelessness, and certainly
before, too. They additionally show that cultural violence has sometimes been used to
justify the disadvantaged position of homeless people at this juncture we are
experiencing.
In light of the above, the results yielded by the present study evince the need to
opt for preventive strategies at the expense of reactive ones. This would require the
implementation of deep structural changes within institutions and public policies, as
well as substantial social change towards the recognition of all people, whatever their
characteristics and situation are, as equally worthy of their rights being guaranteed,
protected, and fully exercised. In the pursuit of the common goal of eliminating all
forms of violence against those in situations of extreme social exclusion, collaboration
among professionals, institutions, and even countries, as well as the cooperation of the
society at large, are of paramount importance.

28
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32
Resumen

1. Introducción

El hilo conductor de la presente obra es la violencia que sufren las personas en


situación de sinhogarismo. Estas configuran un grupo especialmente vulnerable que
enfrenta formas diversas y complejas de violencia que, además, se encuentran en gran
medida entrelazadas. Particularmente relevantes resultan las experiencias de violencia
directa, que a menudo se hacen presentes en diversos momentos de sus trayectorias
vitales y, en todo caso, emergen de forma especialmente destacable a lo largo de su
historia de sinhogarismo.
El presente trabajo nació con la vocación de ampliar el conocimiento sobre las
experiencias de discriminación, violencia y los delitos de los que son víctimas las
personas en situación de sin hogar. Asimismo, se deseaba examinar el papel que las
actitudes y, particularmente, los prejuicios y estereotipos mantenidos por la población
hacia este grupo social ejercen sobre los comportamientos citados. En tercer lugar, se
buscaba ampliar el conocimiento sobre las condiciones de vida de este colectivo, sus
necesidades y los recursos que conoce y/o a los que tiene acceso, explorando la
relación entre estos aspectos y las dos cuestiones anteriores. Finalmente, el objetivo
más relevante y ambicioso: se pretendía que el conocimiento generado por la
investigación resultase de utilidad para el desarrollo de medidas eficaces contra la
violencia, para contribuir a su visibilización y al diseño de estrategias que mejoren la
calidad de vida y promuevan la seguridad de las personas afectadas por sinhogarismo.
Para la definición de las formas de violencia que sufren las personas sin hogar se
ha tomado como referencia la propuesta de triángulo de la violencia de Johan Galtung.
En esta obra se ha abordado principalmente la violencia directa, utilizando para ello,
fundamentalmente aunque no de un modo exclusivo, el marco teórico sugerido por
Hindelang, Gottfredson y Garofalo en su teoría de los estilos de vida, y partiendo de la
muestra a nivel nacional de la última Encuesta a las Personas sin Hogar, realizada por
el Instituto Nacional de Estadística en 2012, sobre la que se han aplicado diferentes
técnicas de análisis de datos bivariado y multivariado. En todo caso, la mayoría de las
contribuciones han nacido con una vocación esencialmente exploratoria, motivada por
la escasez de trabajos previos que abordasen esta cuestión en nuestro país.
Asimismo, una de las aportaciones más originales del presente trabajo es la
aproximación a algunas formas de violencia que acostumbran a pasar desapercibidas
en virtud de su usual normalización o justificación. En este sentido, en el marco de la
criminalización del sinhogarismo, se realiza un estudio de caso examinando los
contenidos de las ordenanzas locales en materia de convivencia ciudadana y civismo
vigentes en las capitales de provincia de Castilla y León y sus implicaciones para las
personas sin hogar. Por otra parte, con base en una revisión bibliográfica y en la
experiencia profesional de las personas coautoras de la publicación, se explora cómo la
pandemia de COVID-19 ha afectado a las personas en situación de sinhogarismo en
nuestro país desde su inicio hasta el comienzo de la desescalada, evidenciando la

33
posición de desventaja de este grupo social con respecto al ejercicio y protección de
sus derechos.
Para terminar, a través de una revisión de la literatura disponible se constata
cómo la victimización de las personas afectadas por sinhogarismo es un asunto que
apenas ha recibido atención en Portugal. Se argumentan entonces la pertinencia e
importancia de investigar a qué obedece esta realidad y de estudiar la naturaleza y
alcance de esta problemática en el país vecino, pues tales conocimientos son cruciales
para prevenir y actuar frente a estas experiencias y sus repercusiones para la vida y el
futuro de quienes las sufren, tanto en el contexto portugués como en otros.

2. Contextualización. El sinhogarismo: definición y alcance

Aunque no existe una definición consensuada de persona sin hogar, una de las
más ampliamente extendidas y aceptadas es la que la Dra. Dragana Avramov propuso
en 1995, cuando trabajaba como Coordinadora de Investigación del Observatorio
Europeo del Sinhogarismo: “aquella que no puede acceder a o conservar un
alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal, permanente y que le
proporcione un marco estable de convivencia, ya sea por razones económicas u otras
barreras sociales, o bien porque presenta dificultades personales para llevar una vida
autónoma” (Avramov, 1995, p. 71).
La Comisión Europea (16 de diciembre de 2010) concibe el sinhogarismo y la
exclusión residencial como una de las formas más extremas de pobreza y privación. Se
trata de un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años en la mayor parte de
los países europeos. Una reciente estimación cifra en 700.000 el número de personas
que duermen a la intemperie o viven en alojamientos temporales o de emergencia
actualmente en la Unión Europea, suponiendo un 70% más que hace diez años (Serme-
Morin y Lamas, 2020). Con relación a España, se calcula que en nuestro país unas
40.000 personas se encuentran en situación de sin hogar12 (Cáritas Española, 2019).
Entre 8.000 y 10.000 de ellas viven y duermen cada día en la calle (Hogar Sí, s.f.;
Cabrera y Rubio, 2009).
Es preciso, no obstante, destacar que estas estimaciones reflejan una concepción
restringida o estricta del sinhogarismo, que limita su alcance a quienes desarrollan su
vida en las calles o viven en los recursos dirigidos a las personas en situación de sin
hogar, como los albergues, dejando al margen toda otra serie de situaciones de
precariedad o vulnerabilidad en el alojamiento que trascienden la dimensión
puramente físico-técnica para abarcar cuestiones políticas y culturales (Cabrera y
Rubio, 2008).
Partiendo de una visión más amplia, la Federación Europea de Asociaciones
Nacionales que Trabajan con Personas sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés)
ha desarrollado una definición extensa de esta problemática que se materializa en la

12
Integrando fuentes diversas de datos, la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-
2020 recogía una estimación más modesta, situando el número de personas sin hogar entre 30.250 y
36.300, con una media de 33.275 (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2015).

34
Tipología Europea del Sinhogarismo y la Exclusión Residencial (más conocida como
ETHOS). Se trata de una clasificación dimensional de diferentes condiciones de vida
que constituyen formas de sinhogarismo y exclusión residencial de más a menos
extremas13.
La tipología hunde sus raíces en un modelo conceptual de hogar basado en tres
dominios: 1) físico: disponer de una vivienda o un espacio adecuados sobre los que una
persona y su familia puedan ejercer su posesión en exclusiva; 2) social: poder
mantener la privacidad y disfrutar de relaciones sociales; y 3) legal: disponer de un
título legal de ocupación (FEANTSA, 2005). La grave limitación o ausencia de uno o
varios de ellos delimita cuatro categorías conceptuales principales, que se subdividen
para conformar un total de trece categorías operativas que describen diferentes
situaciones residenciales: 1) sin techo: personas que viven en la calle o en espacios
públicos, sin un refugio que pueda ser definido como residencia, o bien aquellas que
pernoctan en recursos de emergencia (centros de pernocta, albergues de baja
exigencia) sin que tengan un lugar de residencia habitual; 2) sin vivienda: personas
alojadas a corto plazo (estancia durante menos de un año) en recursos para personas
sin hogar, en centros de acogida para mujeres víctimas de violencia doméstica, en
recursos de alojamiento para inmigrantes, quienes se encuentran en instituciones
(centros penitenciarios, instituciones médicas, centros para menores, etc.) y no
disponen de alojamiento en el momento de abandonarlas, así como las personas en
alojamientos con apoyo sostenido (estancia superior a un año) debido a su condición
de personas sin hogar; 3) vivienda insegura: personas que viven temporalmente con
familiares o amigos, quienes residen en una vivienda sin título legal de ocupación, así
como quienes se encuentran bajo la amenaza de desahucio o de violencia por parte de
su familia o su pareja; y 4) vivienda inadecuada: personas que viven en estructuras
temporales o no convencionales, como chabolas o caravanas, en viviendas no aptas
para su habitabilidad según la normativa o en las que existe una situación de
hacinamiento extremo (FEANTSA, 2017).
Las dos primeras categorías —sin techo y sin vivienda—, en lo que concierne a
los recursos dirigidos a personas en situación de sin hogar, son las que generalmente
se ven reflejadas en los estudios empíricos sobre sinhogarismo, y a ellas corresponden
las cifras indicadas al inicio del presente documento. Sin embargo, cuando partimos de
una definición extensa del sinhogarismo y la exclusión residencial, el alcance de esta
problemática resulta notablemente más amplio de lo que comunican tales datos. Así lo
demuestran, por ejemplo, los resultados de la Encuesta sobre Integración y
Necesidades Sociales de la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de
Sociología Aplicada) más reciente, en la que se estimó que 2,1 millones de personas en
España residían en una vivienda insegura, 4,6 millones lo hacían en una vivienda
inadecuada y medio millón de personas sufrían ambas situaciones de forma
simultánea en 2018 (Fernández Maíllo, 2019; Fundación FOESSA, 2 de agosto de 2019).

13
La aplicación de este adjetivo se limita a la dimensión de exclusión residencial, sin que se pretenda en
modo alguno calificar la gravedad del impacto de cada situación sobre el bienestar y la calidad de vida
de las personas que la sufren.

35
Desafortunadamente, resulta previsible que estas cifras, que corresponden al
escenario inmediatamente anterior a la emergencia de la crisis sanitaria provocada por
la COVID-19, vayan en aumento como consecuencia de su impacto, máxime si
tomamos en cuenta que en el último informe de la Red Europea de Lucha contra la
Pobreza y la Exclusión social en el Estado Español (EAPN-ES) se recoge que el 25,3% de
la población española, esto es, casi 12 millones de personas, ya se encontraban en
riesgo de pobreza y/o exclusión social en 201914 (Llano, 2020).
En definitiva, el sinhogarismo es un fenómeno diverso y complejo que adopta
tanto formas visibles como otras que comúnmente permanecen encubiertas, pero
todas ellas comportan graves consecuencias para las vidas y horizontes de sus
protagonistas.

3. La violencia en las trayectorias vitales de las personas en situación de sin hogar

3.1. La especial vulnerabilidad de las personas afectadas por sinhogarismo


frente a la violencia

De acuerdo con Nifosi-Sutton (2017), el término grupos vulnerables resulta


aplicable a los “grupos de personas que, a causa de determinados factores, se
encuentran particularmente expuestos o presentan mayores probabilidades de verse
expuestos a sufrir daño, tanto físico como emocional” (p. 15). De modo similar,
Carmona Tinoco (2001) define la situación de vulnerabilidad como “un determinado
estado o circunstancia desfavorable, de desventaja o de carencia en que se encuentran
personas pertenecientes a un grupo identificable, o una categoría social determinada,
respecto al grado de la satisfacción de sus necesidades específicas, el goce y ejercicio
pleno de sus derechos fundamentales (…)” (p. 193). Desde esta perspectiva, resulta
indiscutible que las personas afectadas por sinhogarismo, en virtud de los itinerarios
que las han llevado a esta situación y las condiciones de vida que enfrentan, con las
implicaciones, y particularmente barreras, que ello comporta en todos los ámbitos de
sus vidas, constituyen uno de estos grupos. Las experiencias de violencia que sufren
estas personas se erigen como la manifestación más extrema de su situación de
vulnerabilidad.
La carencia de una vivienda en las condiciones adecuadas representa el principal
denominador común del amplio universo de situaciones que conforman el constructo
de sinhogarismo, pero sus connotaciones trascienden la esfera puramente física. Como
sostiene el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas,
el derecho a la vivienda ha de ser interpretado en un sentido amplio como “el derecho
a vivir en seguridad, paz y dignidad en alguna parte” (Oficina del Alto Comisionado de
las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, 1991, art. 11). Dada la
interdependencia e interrelación que existen entre los derechos humanos, el grado en

14
Esta cifra corresponde al indicador AROPE (At Risk Of Poverty and/or Exclusion), compuesto por la
suma de tres subindicadores que representan a tres conjuntos de población: personas en riesgo de
pobreza, personas con privación material severa y personas en hogares con baja intensidad de empleo.
El indicador define a aquellos individuos que cumplen uno o más de los tres criterios.

36
el que se garantice el derecho a la vivienda arbitrará el ejercicio de otros derechos, al
tiempo que el disfrute de aquel se verá modulado por el potencial para ejercitar estos
últimos, que también se encuentran entrelazados: el derecho a la vida, a la integridad
física y moral, a la libertad y la seguridad personal, a la dignidad, a la igualdad y la no
discriminación, a la intimidad, al trabajo, a la educación, a la protección de la salud, a la
participación social o a un nivel de vida adecuado constituyen algunos ejemplos. En
esta maraña de conexiones, las experiencias de violencia se insertan de un modo
transversal.
En definitiva, el sinhogarismo representa una situación de suma vulnerabilidad
cuyos correlatos, entre los que se incluyen diferentes formas de violencia, implican, ya
sea de forma directa o indirecta, importantes restricciones en el ejercicio de los
derechos de las personas que la sufren, quienes ven mermados, en consecuencia, su
calidad de vida y su potencial de desarrollo. Partiendo de la estrecha interrelación e
íntima interdependencia entre los derechos humanos, la garantía del acceso a una
vivienda adecuada podría alzarse como una de las claves para transformar esta
realidad, y las aproximaciones preventivas como la principal herramienta para lograrlo.

3.2. El triángulo de la violencia de Johan Galtung

El sociólogo y matemático noruego Johan Galtung concibe la violencia como


aquellas “afrentas evitables a las necesidades humanas básicas (…) que rebajan el nivel
real de la satisfacción de las necesidades por debajo de lo que es potencialmente
posible (2003, p. 9). De este modo, define la violencia como la causa de la diferencia
entre lo potencial y lo real, lo que incrementa esta distancia o lo que impide que
disminuya (Galtung, 1969). En palabras del autor, “cuando lo potencial es mayor que lo
real es por definición evitable y cuando es evitable, entonces la violencia está
presente” (1969, p. 169).
Galtung (1969; 1996; 1998; 2003) propone la existencia de tres tipos de
violencia que pueden representarse gráficamente en cada uno de los vértices de un
triángulo. En primer lugar, la violencia directa, visible en forma de conductas y con
un/a agresor/a y una víctima claramente identificables. En segundo lugar, la violencia
estructural o injusticia social, un tipo de violencia indirecta, silenciosa, en la que no
existe una clara relación sujeto-objeto. Se encuentra integrada en la estructura social y
se materializa en forma de desigualdad de poder y, en consecuencia, de oportunidades
vitales desiguales. Deriva en un intercambio desigual en el que algunos obtienen de la
interacción en la estructura mucho más que otros en términos de satisfacción de
necesidades. Finalmente, la violencia cultural o simbólica, que concibe como aquellos
aspectos de la cultura que pueden ser utilizados para justificar o legitimar la violencia
directa o la estructural y que, de ese modo, resulten aceptables para la sociedad. Se
materializa en la religión, la ideología, el arte, el lenguaje, la ciencia, el derecho, los
medios de comunicación y la educación.
A lo largo del presente documento exploraremos el modo en el que cada una de
estas formas de violencia y sus relaciones se conectan con el fenómeno del
sinhogarismo.

37
3.3. Experiencias de victimización de las personas sin hogar

Centrando el enfoque en la violencia directa, esta se encuentra muy presente en


las trayectorias vitales de las personas sin hogar, y particularmente a lo largo de su
historia de sinhogarismo. Así lo han constatado numerosos estudios realizados tanto a
nivel nacional como internacional, que muestran sistemáticamente cómo las tasas de
victimización que sufre este grupo social son notablemente elevadas y muy superiores
a las de la población general. Partiendo de esta base, se realizó una primera
aproximación exploratoria a las experiencias de victimización sufridas por las personas
sin hogar desde que se encontraban en esta situación, tratando de identificar qué
variables guardaban una mayor relación con dichas experiencias.
Se utilizó para ello la muestra de la Encuesta sobre las Personas sin Hogar,
realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2012, y aplicando análisis de
segmentación (algoritmo CHAID) y regresión logística se examinó la relación entre las
experiencias de victimización sufridas por las personas participantes a lo largo de su
historia de sinhogarismo y tres grandes grupos de variables: características
sociodemográficas, condiciones de vida y antecedentes personales y familiares. Los
resultados pusieron de relieve la conexión entre la victimización y diversos
antecedentes personales y familiares adversos y, especialmente, condiciones de vida
desfavorables que enfrentan estas personas. Entre las variables más relevantes se
encontraban la detención de la persona en dependencias policiales, particularmente
cuando ello había ocurrido en más de una ocasión, el cumplimiento de alguna condena
diferente a la prisión, las experiencias de violencia en el ámbito familiar, la residencia
en una institución o los problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona,
en los tres casos durante su infancia y/o adolescencia, así como la involucración en
conductas de riesgo como un mayor consumo de alcohol, el consumo de drogas o la
pernocta en espacios públicos, amén de factores de vulnerabilidad como peores
estados de salud, situaciones de discapacidad, periodos de sinhogarismo más
prolongados y, en menor medida, la falta de apoyo social. Frente a estos hallazgos, las
características sociodemográficas perdían valor como predictoras inmediatas de las
experiencias de victimización, si bien no puede obviarse su importancia en la
configuración de los otros dos grupos de variables.
El análisis de segmentación y la regresión logística arrojaron resultados
esencialmente convergentes, con la ventaja de que el primero permitió detectar de
forma automática las interacciones entre las variables. Ello ayudó a profundizar en la
naturaleza y particularidades de las relaciones encontradas y a identificar los perfiles
de mayor y menor riesgo. Así, por ejemplo, casi 9 de cada 10 personas que contaban
con varios antecedentes de detenciones policiales, habían tenido problemas de
alcoholismo en la familia o de la propia persona antes de los 18 años y, además,
indicaban haber consumido drogas en el mes previo habían sufrido algún delito o
agresión a lo largo de su historia de sinhogarismo.

38
4. Una aproximación a las experiencias de victimización de las personas en situación
de sinhogarismo desde la teoría de los estilos de vida

La teoría de los estilos de vida fue formulada por Hindelang, Gottfredson y


Garofalo en 1978 a partir del análisis de los datos empíricos arrojados por las primeras
encuestas de victimización, realizadas en Estados Unidos en la década de los 70. El
modelo gira en torno al concepto de estilo de vida, referido a las actividades rutinarias
diarias, y los autores postulan sus antecedentes y los mecanismos que lo conectan con
la victimización. De esta forma, proponen que las variaciones en los estilos de vida son
atribuibles al modo en que las personas con diferentes constelaciones de
características demográficas se adaptan, tanto a nivel individual como grupal, a las
expectativas de rol y los condicionantes estructurales que se derivan de aquellas. En la
medida en que las rutinas diarias predicen cuándo, dónde, con quién y bajo qué
circunstancias las personas pasan su tiempo, y dado que la victimización no se
distribuye de forma aleatoria en el tiempo y el espacio, sino que existen momentos,
lugares y personas de alto riesgo, postulan que diferentes estilos de vida se relacionan
con grados diversos de exposición de las personas a situaciones en las que el riesgo de
victimización es elevado. Las experiencias de victimización siguen, de forma
probabilística, a la exposición a tales situaciones.
Este modelo parece un marco teórico particularmente pertinente para abordar
las experiencias de victimización de las personas sin hogar. Y es que pocos colectivos
se encuentran tan expuestos a situaciones de riesgo como quienes atraviesan esta
circunstancia. En este sentido, Gaetz (2004) defiende que la exclusión social que
comporta la situación de sinhogarismo sitúa a quienes la sufren en lugares y
circunstancias que limitan su capacidad para asegurar su protección y seguridad, de
modo que su riesgo de sufrir experiencias de victimización se incrementa.

4.1. La conexión entre el lugar de pernocta y las experiencias de


victimización

Un primer estudio partiendo del modelo de Hindelang et al. analizó la relación


entre el lugar de pernocta y las experiencias de victimización de las personas afectadas
por sinhogarismo. Para ello, se utilizó nuevamente la muestra de la Encuesta sobre las
Personas sin Hogar y se aplicó un análisis de regresión logística para contrastar la
hipótesis de que quienes indicasen pernoctar siempre en espacios públicos o
alojamientos de fortuna15, en comparación con quienes lo hiciesen en centros
asistenciales u otros lugares o recursos destinados al alojamiento, habrían sufrido
experiencias de victimización en mayor medida, bajo la consideración de que los
primeros implican un mayor grado de exposición a situaciones de riesgo. Se incluyeron
como variables de control en el modelo una serie de variables sociodemográficas y
otros indicadores del estilo de vida.

15
Espacios de un inmueble no previstos para su uso como dormitorio —hall, pasillo, escalera, etc.—,
cueva, coche abandonado, garaje, etc. (INE, 2012a).

39
Los resultados apoyaron la hipótesis: quienes refirieron pernoctar en espacios
públicos o alojamientos de fortuna presentaban más de 1,5 veces más probabilidades
de haber sido víctimas de algún delito o agresión a lo largo de su historia de
sinhogarismo en comparación con quienes afirmaron dormir en alojamientos
colectivos, pisos, casas, pensiones u hostales. Asimismo, se encontró que la
victimización se relacionaba positivamente con la situación de discapacidad, un mayor
tiempo sin hogar, peores estados de salud, consumo de bebidas alcohólicas, consumo
de drogas en el mes anterior y la participación habitual en juegos de azar.
Estos hallazgos, y particularmente el primero, presentan importantes
implicaciones con relación al modelo de atención en escalera predominante en
nuestro país con respecto a las personas afectadas por sinhogarismo, apuntando a la
potencial mayor eficacia preventiva de las experiencias de victimización de modelos
alternativos, como el modelo Housing First. En cualquier caso, al margen del modelo
adoptado, parece aconsejable flexibilizar, en la medida de lo posible, las condiciones
de acceso a y permanencia en los diferentes recursos a fin de favorecer la
minimización o eliminación del factor de riesgo que implica la pernocta en espacios
públicos.

4.2. La relación probabilística entre el grado de exposición a situaciones de


riesgo y las experiencias de victimización

Partiendo del mismo marco teórico y utilizando la misma muestra, se realizó una
segunda contribución cuyo objetivo era testar la relación probabilística entre la
exposición a situaciones de alto riesgo y las experiencias de victimización, proponiendo
como hipótesis que aquellas personas sin hogar que indicasen haberse involucrado en
conductas de riesgo habrían sufrido experiencias de victimización en mayor medida
que quienes no se hubiesen implicado en tales conductas, y especialmente cuando la
participación en conductas de riesgo fuese más frecuente y/o diversa.
A fin de contrastar las hipótesis planteadas, se aplicó análisis de regresión
logística y análisis de segmentación (algoritmo CHAID), considerando una vez más
como variable dependiente si la persona había sufrido o no alguna experiencia de
victimización desde que se encontraba sin hogar y como variables independientes una
serie de indicadores del estilo de vida que la literatura previa ha relacionado con un
mayor riesgo de victimización, tanto a nivel general —contacto con el sistema de
justicia y consumo de alcohol u otras drogas—como con relación a las personas sin
hogar —pernocta en espacios públicos—. Se incluyeron como variables de control un
conjunto de variables sociodemográficas coincidentes con las sugeridas por Hindelang,
Gottfredson y Garofalo en su modelo, así como el tiempo que la persona refería llevar
en situación de sinhogarismo.
Los hallazgos apoyaron las hipótesis de base. Así, el análisis de regresión arrojó
que el hecho de que la persona hubiese sido denunciada o detenida en dependencias
policiales, particularmente si había ocurrido en más de una ocasión, el cumplimiento
de alguna condena diferente a la prisión, un mayor consumo de alcohol y el consumo
de drogas en el mes previo, así como la pernocta habitual en espacios públicos o

40
alojamientos de fortuna frente a los alojamientos colectivos y, especialmente, los pisos
o pensiones, se relacionaban positivamente con las experiencias de victimización a lo
largo de la historia de sinhogarismo. El análisis de segmentación, por su parte, reveló
que el perfil de mayor riesgo correspondía a quienes habían sido detenidos en
dependencias policiales en más de una ocasión y, además, indicaron haber consumido
drogas recientemente o, en su defecto, habían cumplido algún tipo de condena
diferente a la prisión. En segundo lugar se situaron quienes habían sido detenidos una
vez y refirieron haber consumido drogas en el mes previo, así como las personas no
consumidoras de drogas que pernoctaban habitualmente en espacios públicos o
alojamientos de fortuna. Quienes no habían sido denunciados, detenidos ni habían
consumido drogas representaron el perfil de menor riesgo. No obstante, los resultados
apuntaron a un mayor peso de la presencia de estas variables como factor de riesgo
del que representaba su ausencia como factor protector.
Los resultados, en todo caso, han de ser interpretados sin perder de vista una
cuestión distintiva de la población sin hogar, y es que con frecuencia su participación
en conductas de riesgo se deriva, en mayor o menor medida, de la situación que
atraviesan. De este modo, la insuficiencia de recursos, junto a las limitaciones que
estos presentan, determinan que muchas personas sin hogar deban desarrollar su vida
en las calles. Asimismo, el contacto con el sistema de justicia a menudo se relaciona
con sus condiciones de vida y las estrategias que emplean para su supervivencia,
siendo importante considerar, además, la posible intervención de factores
relacionados con la criminalización de la pobreza en general y del sinhogarismo en
particular. Finalmente, el consumo de alcohol u otras drogas puede representar una
estrategia de afrontamiento de las duras condiciones de vida que comporta esta
situación. Así, es posible concluir que la implementación de medidas preventivas y de
intervención adecuadas frente al sinhogarismo y sus problemáticas asociadas incidiría
también, de un modo indirecto, en las experiencias de victimización que sufren estas
personas, al reducir o eliminar factores que incrementan su exposición a situaciones
de riesgo y muy a menudo constituyen correlatos de la vida sin hogar.
No obstante lo anterior, no se pretende defender que la mayor exposición a
situaciones de riesgo de estas personas constituya la explicación única de su
probabilidad incrementada de sufrir episodios de victimización, ni que la actuación
sobre aquella sea la única respuesta aconsejable. Los delitos de odio por aporofobia
evidencian que no sólo el factor oportunidad es importante. En este sentido, siguiendo
a Adela Cortina (2017), la educación, la construcción de instituciones capaces de
fomentar el respeto a la igual dignidad de todas las personas y el fortalecimiento de
una conciencia moral personal capaz de discernir y obrar por sí misma y no solo por la
presión del entorno se alzan como los caminos más adecuados para luchar contra la
aporofobia.

41
5. Las experiencias de violencia de las personas afectadas por sinhogarismo desde
una perspectiva interseccional

En los trabajos anteriores se abordaron las experiencias de violencia a lo largo de


la vida de las personas afectadas por sinhogarismo desde una óptica global. Cuando
incorporamos a la ecuación otros factores de vulnerabilidad como la estancia en
prisión, el género y/o la edad, las implicaciones de la situación de sinhogarismo con
relación a las experiencias de violencia experimentan algunos cambios que es
importante tomar en cuenta a fin de adaptar cualquier estrategia de prevención e
intervención que se pretenda que sea eficaz. Partiendo, nuevamente, de la muestra de
la Encuesta a las Personas sin Hogar, se ha tratado de acotar estos matices.

5.1. Sinhogarismo y estancia en prisión

Comenzando por la intersección entre la estancia en prisión y el sinhogarismo, se


compararon, en primer lugar, las características y antecedentes de las personas en
situación de sin hogar que habían estado en prisión con los de aquellas que no habían
vivido esta circunstancia. En segundo lugar, se analizó el potencial impacto de la
privación de libertad en las condiciones de vida de estas personas. En la línea de los
hallazgos de estudios previos realizados en otros países, se esperaba que las personas
en situación de sin hogar que además hubiesen estado en prisión presentasen
antecedentes personales y familiares más desfavorables, así como condiciones de vida
más negativas, que quienes no hubiesen sido privados de libertad.
Para testar estas hipótesis se recurrió al análisis bivariado, empleando el test Chi-
cuadrado para las variables cualitativas y la prueba t de Student para las cuantitativas,
y calculando asimismo diversas medidas de asociación y los residuos estandarizados
corregidos para las tablas de contingencia. La variable de estudio fue la estancia en
prisión, y se exploraron las relaciones entre esta y un total de 29 variables clasificadas
en tres grandes grupos: características sociodemográficas, antecedentes personales y
familiares y condiciones de vida. Los resultados apoyaron las hipótesis de partida,
arrojando importantes diferencias con relación a estas variables entre las personas sin
hogar que indicaron haber estado en prisión y quienes refirieron no haber sido
privadas de libertad. De este modo, en lo que se refiere a las características
sociodemográficas, entre las personas que habían estado en prisión primaron los
hombres, las personas de nacionalidad española, quienes finalizaron sus estudios a
una edad más temprana y las personas separadas o divorciadas, con una
infrarrepresentación de personas casadas o en pareja. Asimismo, la edad media fue
mayor para este grupo, que también contaba con una proporción superior de personas
jubiladas, retiradas o en situación de invalidez y, posiblemente conectado con ello,
unos ingresos medios totales durante el mes previo significativamente más altos. No
obstante lo anterior, entre aquellas personas sin hogar que indicaron estar buscando
trabajo, quienes habían estado en prisión refirieron llevar haciéndolo desde hacía más
tiempo, apuntando así a que la privación de libertad constituye una barrera adicional
para el logro de la inserción laboral en este colectivo.

42
Con relación a los antecedentes, las personas ex presas revelaron en mayor
medida una historia de problemas de alcoholismo en la familia o de ellas mismas, de
estancia en prisión de alguno de sus progenitores y de violencia en el ámbito familiar,
en todos los casos antes de los 18 años. Asimismo, entre quienes habían estado en
prisión también había una mayor proporción de personas que indicaron haber estado
en un centro de menores, haber sido denunciadas o detenidas en dependencias
policiales, especialmente cuando había ocurrido en más de una ocasión.
Paradójicamente, las personas ex presas afirmaron en mayor grado haber tenido un
trabajo de duración superior a seis meses a lo largo de su vida.
Finalmente, el análisis de las condiciones de vida no arrojó diferencias entre
ambos grupos con relación a los indicadores de apoyo social, algo que quizá pueda
atribuirse a que se partía de una muestra de personas afectadas por sinhogarismo,
para quienes la ruptura de los vínculos sociales resulta, lamentablemente, común. Sin
embargo, quienes habían estado en prisión llevaban más tiempo en situación de sin
hogar, tenían peores estados de salud percibida, sufrían en mayor grado
enfermedades graves o crónicas o algún tipo de discapacidad, indicaron haber
consumido drogas en el mes anterior y jugar a juegos de azar en mayor proporción y
declararon consumir alcohol más frecuentemente. En cuanto al lugar de pernocta, las
personas ex presas refirieron en mayor medida dormir en pisos, casas, pensiones u
hostales, mientras que aquellas que no habían sido privadas de libertad optaron por
los alojamientos colectivos, sin que se hallasen diferencias con relación a la pernocta
en espacios públicos o alojamientos de fortuna. Para terminar, la relación entre la
estancia en prisión y el nivel de discriminación percibida resultó positiva y
estadísticamente significativa, apuntando a una doble estigmatización de las personas
sin hogar que además han pasado por prisión. Asimismo, este grupo refirió haber
sufrido experiencias de victimización desde que se encontraba sin hogar en mucha
mayor medida que quienes no habían sido privados de libertad (más del 65% frente a
menos del 46%).
Los resultados apuntan a la necesidad e importancia de dedicar más recursos
tanto al grupo de personas en situación de sinhogarismo como a las personas ex
presas, así como de optimizar los ya existentes, que se muestran insuficientes para el
logro de una adecuada inserción social y laboral de estos individuos. En este contexto,
cobran especial relevancia las estrategias preventivas, que deberían incidir sobre las
raíces de ambas condiciones en lugar de sobre sus consecuencias o manifestaciones
últimas. Un enfoque de estas características contribuiría a reducir los considerables
costes económicos y, lo que es más importante, personales y sociales, que comporta el
recurso a intervenciones a posteriori.

5.2. Sinhogarismo y género

Una segunda contribución se dedicó al abordaje del sinhogarismo desde una


perspectiva de género, centrando el enfoque en las experiencias de violencia a lo largo
de la vida. El sinhogarismo ha sido tradicionalmente concebido como un fenómeno
eminentemente masculino, algo que puede atribuirse en parte al carácter encubierto
que adopta entre las mujeres. De este modo, ellas despliegan estrategias o recurren a

43
alternativas fuertemente condicionadas por los roles de género a fin de evitar terminar
en la calle o acudir a determinados recursos, pues son espacios que perciben como
particularmente hostiles debido al mayor riesgo de exposición a la violencia y el abuso.
En virtud de lo anterior y del mayor estigma que implica encontrarse sin hogar para las
mujeres, cuando se encuentran en situación de calle se esfuerzan por pasar
desapercibidas. Asimismo, los recursos generalistas para las personas sin hogar han
sido tradicionalmente diseñados para atender a usuarios masculinos, por lo que a
menudo no responden a las necesidades diferenciales de las mujeres, y los servicios
especializados en la atención de problemáticas estrechamente vinculadas a esta
situación entre las mujeres, como la violencia doméstica o los casos de madres solteras
en situación de vulnerabilidad, no suelen ser clasificados como recursos para personas
sin hogar. Todo ello favorece la infraestimación del número de mujeres en situación de
sinhogarismo y contribuye a hacerlas menos visibles.
Los trabajos previos habían encontrado diversas características diferenciales
entre los hombres y las mujeres que se encuentran sin hogar. Entre las más
destacables se sitúan las experiencias de violencia, que aun no siendo vivencias
exclusivamente femeninas aparecen como un eje vertebrador en las trayectorias
vitales de muchas mujeres sin hogar. En este sentido, la violencia doméstica, y
particularmente la ejercida por la pareja masculina, constituye un factor precipitante
de primer orden del sinhogarismo femenino, y la ausencia de alternativas de
alojamiento motiva que muchas mujeres, a quienes Nunan (1995, p. 38) se ha referido
como “housed homeless”, permanezcan en hogares violentos o regresen con sus
agresores una vez han abandonado el domicilio. Del mismo modo, el apoyo emocional
y psicológico que aporta la pareja, así como el hecho de que pueda disuadir a otros
hombres de proponerles algún tipo de relación sexual o sentimental y protegerlas de
los riesgos que caracterizan la vida en la calle, hace que muchas mujeres sin hogar
permanezcan con sus parejas incluso en el contexto de relaciones violentas.
Por otra parte, una considerable proporción de mujeres sin hogar informan de
experiencias de violencia y abuso durante su infancia y adolescencia, al tiempo que la
prevalencia de los episodios de violencia sexual a lo largo de la vida es muy superior
para ellas en comparación con los hombres sin hogar y con las mujeres de la población
general.
Partiendo de esta base, se pretendía explorar si existían rasgos diferenciales
entre las mujeres y los hombres sin hogar de la muestra de referencia con relación a
tres grandes grupos de variables: antecedentes personales y familiares adversos,
condiciones de vida y experiencias de discriminación y victimización a lo largo de su
historia de sinhogarismo. Para ello, se analizaron las relaciones bivariadas entre el sexo
y un total de 26 variables, utilizando la prueba Chi-cuadrado para las variables
nominales y la prueba U de Mann-Whitney para las ordinales, y calculando asimismo
estadísticos de tamaño del efecto y los residuos estandarizados corregidos para las
tablas de contingencia.
Los resultados apuntaron a estados de salud percibidos más negativos para las
mujeres, quienes también refirieron en mayor medida sufrir situaciones de
discapacidad y enfermedades graves o crónicas, evidenciando una mayor
vulnerabilidad potencial frente a la victimización. Los hombres, por su parte, afirmaron

44
llevar más tiempo que las mujeres en situación de sinhogarismo y refirieron en mayor
medida pasar la noche en espacios públicos o alojamientos de fortuna, mientras que
una mayor proporción de mujeres optó por los alojamientos colectivos. Aquellos
también consumían alcohol y habían consumido drogas en el mes previo en mayor
grado, aunque es importante tomar en cuenta que las mujeres sin hogar que realizan
estos comportamientos son doblemente estigmatizadas: “por mantener conductas
desviadas no apropiadas a su género y por no cumplir con los patrones culturales
asignados a la mujer en nuestras sociedades” (Matulič et al., 2019, p. 127).
Con relación a la discriminación percibida por la situación de sinhogarismo, tan
solo se encontraron diferencias para la categoría “algunas veces”, con una mayor
proporción de hombres. Quizá ello pueda explicarse, en parte, por el esfuerzo de las
mujeres sin hogar por pasar desapercibidas.
Finalmente, tal y como se esperaba, la violencia se encontraba muy presente en
las trayectorias vitales femeninas, pues contaban con más antecedentes de problemas
de violencia en la familia durante la infancia y adolescencia y se encontraban
sobrerrepresentadas entre quienes indicaron que el sufrimiento de violencia por la
propia persona o sus hijos/as se situaba en el origen de la situación de sinhogarismo.
Asimismo, si bien no hubo diferencias por sexo con relación a los episodios de
victimización a lo largo de su trayectoria de sinhogarismo globalmente considerados,
un análisis desagregado por tipologías delictivas reveló que los hombres habían sufrido
robos en mayor medida, mientras que la proporción de mujeres que había sido víctima
de agresiones sexuales resultaba muy superior a la de los hombres. Parece, por tanto,
que salvo para estos casos, la situación de sinhogarismo tiene un mayor peso que el
género como factor de riesgo de victimización, al menos en lo que se refiere a las
personas que se encuentran en las situaciones de exclusión residencial más extremas.
Para terminar, aun cuando más mujeres afirmaron haber denunciado estos hechos16,
quienes no lo habían hecho indicaron como motivo el miedo a las represalias en una
proporción significativamente superior a la de los hombres, lo que apunta a
situaciones de mayor vulnerabilidad femenina. Los hombres superaron a las mujeres
en la elección de la categoría “no sirve para nada”, que en todo caso fue seleccionada
por la mayor parte de la muestra, lo que podría indicar un estado psicológico de
“indefensión aprendida” entre las personas sin hogar con relación a la denuncia de
este tipo de vivencias, quizá derivado de experiencias previas con las fuerzas y cuerpos
de seguridad o el sistema de justicia, o incluso de la asunción de que estos episodios
son, de algún modo, consustanciales a su situación de sinhogarismo.
En definitiva, como indica Bretherton (2020), las mujeres no necesariamente
experimentan el sinhogarismo del mismo modo que los hombres, siendo preciso
ampliar nuestro conocimiento acerca de los motivos que subyacen a esta realidad,
cómo de significativas son las diferencias y cuáles pueden ser sus implicaciones. Lo
anterior puede hacerse extensivo a las particulares constelaciones de factores de
riesgo y protección frente a las experiencias de victimización que afectan a cada grupo,

16
Es importante destacar que se desconoce qué delito o delitos fueron denunciados de entre los
informados.

45
evidenciando la necesidad de incorporar la perspectiva de género a los estudios y al
diseño de estrategias preventivas y de intervención.

5.3. En situación de sinhogarismo, mujer y mayor de 64 años

La tercera contribución de este bloque temático agregó la edad a la dimensión


de género, con los objetivos de caracterizar al grupo de mujeres afectadas por
sinhogarismo de 65 años o más y de identificar si existían diferencias en las
experiencias de violencia sufridas por estas mujeres antes y durante la situación de
sinhogarismo, tanto con respecto a las mujeres sin hogar más jóvenes como con
respecto a los hombres sin hogar del mismo grupo etario.
Las personas sin hogar sufren envejecimiento prematuro, su mortalidad es entre
3 y 4 veces superior a la de la población general y su esperanza de vida es
aproximadamente 30 años inferior, por lo que la población sin hogar de 65 años o más
es necesariamente minoritaria. Partiendo de esta base, trabajos previos han
encontrado que las personas sin hogar mayores presentan más problemas de salud
física y mental y un mayor aislamiento social en comparación con las más jóvenes y
con quienes no se encuentran en esta situación, lo que sin duda incrementa su
vulnerabilidad frente a la violencia. En esta línea, se ha encontrado que tienden a sufrir
más experiencias de victimización, al tiempo que son más susceptibles de ser
ignoradas por las fuerzas y cuerpos de seguridad. No obstante, algunas investigaciones
han hallado que la victimización entre las personas sin hogar no se incrementa de
forma regular con la edad, planteando que lo realmente importante es la situación de
sinhogarismo, que contrarresta el efecto protector de la edad con relación a la
victimización que se ha encontrado para la población general, incluido el que emana
del género.
Utilizando una vez más la muestra de la Encuesta sobre las Personas sin Hogar,
se exploraron, en primer lugar, las características de las mujeres sin hogar de 65 años o
más que participaron en la encuesta. A continuación, se analizaron las relaciones
bivariadas entre el género, por un lado, para el grupo de personas sin hogar de 65 años
o más, y la edad, por otro, con relación al grupo de mujeres, y nueve variables que
hacían referencia a experiencias de violencia en diferentes momentos de la vida. Se
emplearon para ello el test Chi-cuadrado y la prueba exacta de Fisher, calculando
asimismo el estadístico de tamaño del efecto V de Cramer y los residuos
estandarizados corregidos para las tablas de contingencia.
La radiografía general de las características y condiciones de vida de las mujeres
sin hogar de 65 años o más que participaron en el estudio (n=38), que representaban
tan solo el 5% del total de las mujeres de la muestra (n=750), arrojó que estas mujeres
enfrentaban numerosas barreras: contaban con un bajo nivel educativo de base y unos
reducidos ingresos; a pesar de haber superado la edad legal de jubilación para el año
2012, muchas refirieron estar en situación de desempleo, y tan solo la mitad indicaron
estar jubiladas o retiradas; la mayoría contaba con largas trayectorias de sinhogarismo;
más de la mitad refirió sufrir una enfermedad grave o crónica, y aproximadamente una
de cada cuatro afirmó tener algún tipo de discapacidad reconocida; finalmente, su
apoyo social resultó globalmente bajo, pues una gran proporción de las mujeres no

46
tenía contacto con su familia ni, especialmente, consideraba tener amistades con las
que pudiese contar en caso de necesidad. Muchas de estas características y
condiciones de vida representan factores de vulnerabilidad frente a la violencia.
En lo que se refiere a las experiencias de violencia y victimización a lo largo de la
vida, las mujeres de cada grupo de edad tan solo mostraron diferencias con relación al
sufrimiento de violencia por la propia persona o sus hijos/as como precipitante de la
situación de sinhogarismo y, en menor medida, en cuanto a la vivencia de problemas
de violencia en la familia antes de los 18 años, en ambos casos más comunes entre las
mujeres más jóvenes. Lo primero podrían indicar que las generaciones más próximas
dan el paso de abandonar los hogares violentos en mayor medida que las previas aun
cuando no cuenten con alternativas de alojamiento, hipótesis que futuros estudios
podrían abordar.
Las diferencias fueron más marcadas entre los hombres (n=103) y las mujeres sin
hogar mayores, hallando que las últimas habían sufrido en mayor medida problemas
de violencia en la familia antes de los 18 años y superaban a los hombres en cuanto a
la indicación de que las experiencias de violencia propias o de los hijos o hijas habían
precipitado la situación de sinhogarismo. En cuanto a los episodios de victimización
desde que la persona se encontraba sin hogar, las diferencias solo fueron significativas
con relación a las agresiones sexuales, referidas por dos de las mujeres y ninguno de
los hombres.
Parece, por tanto, y en línea con los hallazgos de los trabajos previos, que la
situación de sinhogarismo podría constituir un factor de riesgo de mayor peso que la
edad o el género en cuanto a las experiencias de victimización, y que la violencia
sexual resulta distintiva de las mujeres.

6. Algunas limitaciones comunes a las contribuciones citadas hasta el momento

Las contribuciones reseñadas han permitido profundizar en el conocimiento


acerca de las experiencias de violencia directa que las personas afectadas por
sinhogarismo enfrentan a lo largo de sus trayectorias vitales. Sin embargo, comparten
algunas limitaciones que han de tomarse en cuenta a la hora de interpretar los
resultados. Así, en primer lugar, la muestra de referencia se restringió a personas
usuarias de recursos dirigidos a personas sin hogar, por lo que los hallazgos no
necesariamente resultan representativos de quienes se encuentran margen de la red
asistencial. En segundo lugar, los datos se remontan a 2012, y a pesar de que los
hallazgos coinciden en muchos aspectos con los de trabajos posteriores, se hace
preciso contar con datos actualizados, máxime considerando los importantes cambios
que hemos atravesado en el pasado reciente. El hecho de que se trate de un estudio
transversal que no recogió información acerca de la cronología de las vivencias
manifestadas por las personas participantes impide, asimismo, determinar la
direccionalidad de la mayoría de las relaciones entre variables encontradas.
Finalmente, la encuesta original adoptó una definición operativa restringida o estricta
del sinhogarismo, extremo que condiciona de forma particularmente relevante la
incorporación de la perspectiva de género en los estudios.

47
7. Más allá de la violencia directa: la violencia cultural y estructural

7.1. La criminalización del sinhogarismo a través de las ordenanzas


municipales en materia de convivencia ciudadana y civismo

La criminalización del sinhogarismo, entendida como “el empleo de leyes y


prácticas para restringir las actividades y movimientos de las personas en situación de
sin hogar” (O’Grady, Gaetz y Buccieri, 2001, p. 7) es un fenómeno creciente en Europa.
Entre los mecanismos criminalizadores podemos citar las normas que penalizan a estas
personas por la realización, en los espacios públicos, de sus actividades diarias de
subsistencia. En nuestro país, estas disposiciones se plasman principalmente en las
ordenanzas locales, fundamentalmente aquellas en materia de convivencia ciudadana
y civismo, en el marco de un derecho administrativo que ha sido caracterizado en este
punto como “derecho administrativo del enemigo” (Melero, 2016).
A pesar de su legítima pretensión sobre el papel y su aparente neutralidad, estas
normas comportan, en la práctica, la criminalización de situaciones extremas de
exclusión, pues las personas sin hogar a menudo no cuentan con espacios privados en
los que realizar ciertas conductas que son objeto de sanción cuando se llevan a cabo
en lugares públicos. En este sentido, como apunta Waldron (1991-1992, p. 311):
Si dormir está prohibido en los lugares públicos, entonces dormir está
totalmente prohibido para los sin hogar. Si orinar está prohibido en los lugares
públicos (y no hay baños públicos) entonces los sin hogar simplemente no son
libres para orinar.
De este modo, se defiende que, al etiquetar a las personas sin techo como
“incívicas” por realizar conductas de las que depende, en mayor o menor medida, su
supervivencia, obviando el hecho de que su situación de sinhogarismo restringe
notablemente sus opciones, los preceptos de las ordenanzas municipales que
penalizan estas actividades constituyen violencia cultural tal y como es concebida por
Galtung (1996; 2003). La violencia cultural que se refleja en dichas normas forma parte
de un sistema más amplio en el que esta y otras manifestaciones de la violencia
cultural dirigida contra las personas afectadas por sinhogarismo —como las que se
reflejan en el lenguaje, los medios de comunicación o la ideología— se encuentran
íntimamente conectadas, interactúan y se retroalimentan, tanto entre sí como con
otras formas de violencia.
A fin de profundizar en esta materia desde una perspectiva criminológica, se
analizaron los preceptos recogidos en las ordenanzas municipales de las capitales de
provincia de Castilla y León, fundamentalmente en materia de convivencia ciudadana,
que podían afectar en mayor medida a las personas en situación de sin hogar y,
especialmente, a aquellas cuya situación se enmarca en la categoría conceptual “sin
techo” de la tipología ETHOS. Así, se seleccionaron como categorías de análisis las
nueve conductas de subsistencia siguientes: 1) satisfacer necesidades fisiológicas y/o
escupir en las vías y espacios públicos; 2) encender y/o mantener fuego en las vías y
espacios públicos; 3) acampar en las vías y espacios públicos; 4) usar los bienes
públicos para finalidades distintas a las que están destinados; 5) manipular papeleras o
contenedores —o sus contenidos— situados en las vías y espacios públicos; 6) lavarse

48
o bañarse, 7) lavar ropa u otros objetos, 8) bañar animales y 9) abrevar animales, en
todos los casos en estanques o fuentes públicos. Asimismo, se examinó si estas normas
preveían sanciones alternativas a las multas, si existían disposiciones específicas para
personas en situación de exclusión social y qué circunstancias que pudiesen afectar de
forma diferencial a las personas sin hogar se habían de considerar a la hora de graduar
las sanciones.
Los objetivos que se perseguían eran delimitar los ámbitos objeto de regulación,
determinar la naturaleza y alcance de las infracciones y sanciones previstas, explorar si
se contemplaban disposiciones que permitiesen adaptar los preceptos a los casos en
los que las personas infractoras se encontrasen en situación de exclusión social e
identificar los puntos en común y las diferencias existentes entre los municipios.
Entre los principales hallazgos del estudio, se pudo constatar la notable
diversidad en las conductas objeto de regulación, así como en la naturaleza y alcance
de las sanciones previstas frente a las infracciones. Aun cuando en la mayor parte de
los casos las infracciones son consideradas leves, comportan sanciones pecuniarias que
pueden alcanzar los 750 euros y para cuya graduación, en la mayoría de las ocasiones,
se plantea como criterio agravante la reincidencia o reiteración de la conducta, algo
que resulta previsible habida cuenta de que se trata de actividades necesarias para la
subsistencia. Por el contrario, en muy pocos casos se prevé tomar en cuenta las
circunstancias de la persona infractora y/o su situación económica a la hora de
establecer la cuantía y alcance de las sanciones. De cualquier modo, las infracciones
pueden llegar a considerarse graves o muy graves, cuyas sanciones pecuniarias pueden
alcanzar los 3000 euros.
Por otra parte, la mayoría de las ordenanzas no contempla disposiciones
específicas que permitan adaptar sus contenidos a los casos en los que las infracciones
sean cometidas por personas en situación de exclusión social, e incluso algunas utilizan
el término con connotaciones despectivas “indigente” en su redacción. Asimismo, la
previsión general de la posibilidad de sustituir las sanciones pecuniarias por la
realización de labores para la comunidad o medidas similares supone, en la práctica,
un factor de discriminación añadido para las personas afectadas por sinhogarismo, y lo
mismo con relación a la reducción de las cuantías de las multas por pago inmediato o
anticipado.
Se ha podido comprobar, asimismo, que la redacción de los preceptos varía en
un gradiente que va desde formulaciones muy generales con diversas interpretaciones
posibles hasta otras más específicas, dejando así algunas disposiciones un amplio
margen a la discrecionalidad de las y los agentes de la autoridad a cargo de hacerlas
cumplir y/o de los órganos sancionadores.
A la espera de que futuros trabajos permitan conocer cómo se aplican en la
práctica las prohibiciones previstas en las ordenanzas cuando la persona infractora se
encuentra en situación de sinhogarismo, se ha puesto de relieve que, al enarbolar los
estandartes de la convivencia ciudadana y el civismo como su razón de ser, las
ordenanzas que regulan cuestiones relacionadas con estas materias logran que pase
desapercibido o, incluso, tratan de justificar el hecho de que muchos de sus preceptos
afecten casi exclusivamente y de forma extremadamente negativa a las personas más
vulnerables, endureciendo unas condiciones de vida que ya eran notablemente

49
adversas y obstaculizando sus trayectorias hacia la integración social. En este sentido,
estas disposiciones representan instrumentos de exclusión y discriminación,
particularmente de las personas sin techo, que favorecen la estigmatización de este
grupo, alimentan el rechazo social y perpetúan los prejuicios y estereotipos que se
dirigen contra sus integrantes, contribuyendo a invisibilizar el hecho de que la pobreza
y el sinhogarismo no son opciones de estilo de vida, sino problemas asociados a la
exclusión social (Fernández Evangelista y Jones, 2013).
En la medida en la que, como apunta Galtung (2016; 2003), los diferentes tipos
de violencia se encuentran interconectados, y sostiene que el flujo causal
generalmente parte de la violencia cultural, pasa por la estructural y desemboca en la
violencia directa, no resulta difícil intuir la trascendencia de estos hallazgos.

7.2. El sinhogarismo en el marco de la crisis sanitaria provocada por la


COVID-19

Si la violencia estructural se concibe como un intercambio desigual en el que


algunos obtienen de la interacción en la estructura mucho más que otros en términos
de satisfacción de necesidades (Galtung, 2003), y “remite a la existencia de un
conflicto entre dos o más grupos de la sociedad (…) en el que el reparto, acceso o
posibilidad de uso de los recursos es resuelto sistemáticamente a favor de alguna de
las partes y en perjuicio de las demás, debido a los mecanismos de estratificación
social” (La Parra y Tortosa, 2003, p. 57), encontramos en el propio fenómeno del
sinhogarismo y sus implicaciones para la vida y las posibilidades al alcance de quienes
lo sufren una clara manifestación de este tipo de violencia. Sin perjuicio de lo anterior,
la crisis del coronavirus ha otorgado una notoria visibilidad a la violencia estructural
que enfrentan cotidianamente las personas en situación de sin hogar, evidenciando e
intensificando su situación de desventaja con respecto a quienes no transitan por esta
coyuntura.
La COVID-19 emergió en un contexto en el que la red de recursos dirigidos a
personas afectadas por sinhogarismo era fundamentalmente de titularidad privada
con financiación pública, organizada en su mayoría en alojamientos colectivos
(albergues, residencias o centros de acogida) y atendidos principalmente por personas
voluntarias. En este ámbito, el sistema de atención adolecía ya de una brecha
significativa que queda patente al comparar el número máximo de plazas de
alojamiento disponibles durante 2018, 20.643 (INE, 2018), con el número estimado de
personas afectadas por sinhogarismo en nuestro país, que en la Estrategia Nacional
Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020 se cifró en una media de 33.275, aunque
como hemos visto existen estimaciones menos conservadoras. El resultado de esta
comparación arroja que casi 4 de cada 10 personas sin hogar ya quedaban al margen
del sistema de atención en el escenario previo al inicio de la pandemia. A lo anterior se
ha de añadir la ausencia de mecanismos de coordinación y gobernanza eficaces entre
los múltiples actores y organismos, tanto públicos como privados, intervinientes en
esta materia. Todas estas características han condicionado de forma importante la
manera en la que se ha respondido a la crisis de la COVID-19 por parte del sistema de
atención.

50
Con carácter previo al decreto del Estado de Alarma el 14 de marzo de 2020, la
falta de liderazgo y de unas directrices claras motivaron que la mayoría de los sectores
de nuestra sociedad no pudiesen afrontar, desde la prevención, la crisis sanitaria que
se avecinaba, y los agentes implicados en la atención a las personas sin hogar no
fueron una excepción. Una vez decretado el Estado de Alarma y la orden de
confinamiento, el Gobierno solicitó a los gestores de los servicios sociales de atención
a personas sin Hogar que reforzasen y reorganizasen los servicios sociales autonómicos
y municipales para dar un servicio más eficaz (Secretaría de Estado de Derechos
Sociales, 2020). Se instó asimismo a los servicios policiales a reducir al máximo el uso
de métodos coercitivos con aquellas personas en situación de sinhogarismo que no
pudieran cumplir la instrucción de confinamiento.
Sin embargo, la respuesta de las diferentes administraciones autonómicas y
locales a estos mandatos fue muy desigual, tanto en la velocidad de respuesta como
en la amplitud de su cobertura, aunque es posible identificar algunas pautas comunes.
Así, en un primer momento se optó por incrementar el número de personas acogidas
en los diferentes dispositivos, extremo que fue denunciado ante el Defensor del
Pueblo (3 de abril de 2020) por sobreexponer al contagio a una población de riesgo en
virtud de la generación de situaciones de hacinamiento. De este modo, a la falta de
plazas suficientes de base se sumó a la necesidad de garantizar el distanciamiento
social, reduciendo el número de plazas disponibles en paralelo al incremento de la
demanda derivada del mandato de confinamiento y el cierre inicial de buen número de
recursos asistenciales, amén de numerosos comercios y establecimientos que
proporcionaban cotidianamente bienes y servicios diversos a las personas sin hogar.
Todo ello situó a este colectivo en circunstancias de extrema vulnerabilidad.
De esta forma, la prescripción del confinamiento convirtió lo invisible en visible.
Las personas en situación de sin hogar ya estaban presentes y, lamentablemente, ya
contaban con amplias trayectorias de distanciamiento social. Sin embargo, cuando las
calles se quedaron vacías, el sinhogarismo resultó más evidente que nunca: ¿cómo
cumplir con el mandato de quedarse en casa cuando no se tiene una? (Hogar Sí, 2020).
En este sentido, y a pesar de las recomendaciones, en algunos casos se impusieron
sanciones, con un fuerte componente discriminatorio, a personas sin hogar que
continuaban pernoctando en la vía pública (Basanta, 19 de marzo de 2020; Ochando, 1
de mayo de 2020). Incluso Amnistía Internacional expresó su preocupación "por los
efectos desproporcionados que la aplicación de las medidas de confinamiento ha
tenido en las personas sin hogar” (Amnistía Internacional, 2020, p. 34).
En una segunda fase se procedió a la apertura de centros colectivos (pabellones,
polideportivos, recintos feriales, hostales, hoteles y otras infraestructuras en desuso a
causa de la pandemia) para alojar de forma provisional a las personas en situación de
sinhogarismo. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos realizados, persistieron
numerosos casos de personas que, por diferentes circunstancias (problemáticas
añadidas de salud mental, adicciones, motivos personales —entre los que podemos
citar el temor al contagio—, la falta de plazas disponibles o, incluso, el temor a la
estigmatización derivada del uso de los servicios asistenciales) no llegaron a acceder a
los espacios de confinamiento, o bien los abandonaron o fueron expulsadas de los
mismos. A lo anterior es preciso añadir que muchas personas que ya sufrían

51
situaciones de vulnerabilidad residencial previas no pudieron mantener el alojamiento,
viéndose abocadas a terminar en la calle.
Hogar Sí monitorizó, mediante noticias en prensa, la creación de, al menos, 7.341
plazas de emergencia durante la crisis, de las cuales el 91% fueron habilitadas en
alojamientos colectivos, casi un 8% en hoteles y pensiones y menos de un 1% en
viviendas normalizadas (Hogar Sí, 2020). Comparando esta cifra con el número medio
de plazas ordinarias con las que contaba previamente el sistema de atención (INE,
2018), encontraron que se tuvo que incrementar en más de un 37% el número de
plazas para dar una respuesta temporal al sinhogarismo.
La desescalada se desarrolló también de forma dispar en los diferentes
municipios, y muchos de los recursos de emergencia habilitados durante el Estado de
Alarma se cerraron, algo que, unido a la pérdida de capacidad de los ya existentes a fin
de poder cumplir las medidas de prevención de contagios, supuso una vuelta a la
situación de principios de marzo de 2020. Una notable excepción a lo anterior la
ofreció Barcelona, que prolongó en el tiempo la apertura de los equipamientos de
emergencia y puso en marcha medidas para tratar de buscar soluciones residenciales
estables para el momento de abandonar estos dispositivos. Por su parte, las iniciativas
impulsadas por el Gobierno para proteger a las personas en situaciones más precarias,
como la implementación del Ingreso Mínimo Vital, adolecen de numerosas
limitaciones que podrían excluir precisamente a las personas para las que resultan más
necesarias, y entre ellas las personas afectadas por sinhogarismo.
A modo de conclusión, la crisis generada por la COVID-19 ha puesto de relieve
una realidad que ya resultaba de sobra conocida y había sido reiteradamente
manifestada por las entidades y profesionales que desarrollan su labor en el ámbito
del sinhogarismo y la exclusión residencial: el alojamiento no soluciona el
sinhogarismo. Los centros de alojamiento temporal deben garantizar una salida
habitacional, un proceso de recuperación y una estabilización económica que permitan
a las personas atendidas recuperar la capacidad de decidir sobre sus vidas. De lo
contrario, nos veremos abocados a regresar una y otra vez al punto de partida y a
recurrir, con cada nueva crisis, a soluciones “parche” con marcada perentoriedad,
perpetuando así un ciclo de actuaciones que no sólo son ineficaces, sino también
ineficientes.
Se hace preciso abordar esta situación desde una perspectiva estructural, con
políticas fiscales, económicas, laborales, de vivienda, sanidad y sociales que respondan
a las necesidades reales de las personas y las familias y favorezcan su autonomía. La
reducción del sinhogarismo requiere políticas de prevención para parar el flujo de
personas que llegan a esta situación, y precisa de actuaciones que faciliten el acceso a
la vivienda de quienes ya se han quedado sin ella. De lo contrario, situaciones como la
vivida en el pasado reciente continuarán cebándose con los más vulnerables,
empeorando unas condiciones de vida que ya resultaban notablemente adversas.

52
8. Generación de sinergias en la persecución de un objetivo común: el estudio de las
experiencias de victimización de las personas sin hogar en Portugal

Aunque no se dispone de datos precisos acerca del alcance del sinhogarismo en


Portugal, las estimaciones más recientes indican que al menos 7.107 personas
atravesaban esta situación en el país luso a finales del año 2019 (Grupo de Trabalho
para a Monitorização e Avaliação da ENIPSSA, 30 de septiembre de 2020), y ello
partiendo de una definición restringida de este fenómeno y antes de la pandemia del
coronavirus.
En los últimos años, Portugal ha demostrado su firme compromiso con la lucha
frente al sinhogarismo y la exclusión residencial, ámbito en el que se han producido
significativos avances. Sin embargo, una revisión bibliográfica pone de relieve la
práctica ausencia de trabajos que aborden las experiencias de las personas sin hogar
con la violencia y la victimización a lo largo de su historia de sinhogarismo, algo que
resulta llamativo si tomamos en cuenta las repercusiones del sinhogarismo para todas
las áreas de la vida de quienes lo sufren, los hallazgos de los estudios llevados a cabo
en otros países y los escasos datos disponibles para el contexto portugués.
Se constatan, por tanto, la pertinencia e importancia de investigar la naturaleza y
el alcance de esta problemática en Portugal, en línea con la visión y los principios que
rigen la Estrategia Nacional para la Integración de las Personas en Situación de Sin
Hogar 2017-2023. De este modo, las fortalezas y buenas prácticas en esta materia
podrían tomarse como referencia para su implementación en otros entornos, y la
identificación de áreas de mejora permitiría emprender las acciones necesarias para
contrarrestarlas, pudiendo para ello partir de otras experiencias exitosas. Tras la
reciente puesta en marcha de la Plataforma Europea para Combatir el Sinhogarismo
(EAPN, 23 de junio de 2021) parece el momento propicio para el intercambio de
información y experiencias entre países, creando sinergias en la persecución del
objetivo común de erradicar el sinhogarismo y sus correlatos.

9. Principales conclusiones

La situación de sinhogarismo sitúa a las personas que la atraviesan en


circunstancias de especial vulnerabilidad frente a diversas formas de violencia, al
tiempo que intensifica el impacto de las mismas sobre su calidad de vida y horizonte a
corto, medio y largo plazo. A pesar de ello, tan solo recientemente se ha comenzado a
prestar atención a este tema en nuestro país.
Partiendo de las escasas pero muy relevantes iniciativas previas, el presente
trabajo se proyectó con la vocación de ampliar el conocimiento sobre esta realidad
desde el ámbito académico, aunque sin perder de vista la importancia de incorporar la
visión de las y los profesionales de la intervención. Todo ello con el objetivo último de
que el conocimiento generado resultase de utilidad para desarrollar medidas
preventivas y de intervención realmente eficaces contra esta problemática, contribuir
a su visibilización y al diseño de estrategias que mejoren la calidad de vida y la
seguridad de las personas afectadas por sinhogarismo. El alcance de esta meta
requiere, ahora, que las personas a cargo de tomar las decisiones en materia de

53
sinhogarismo conozcan y tomen en cuenta los hallazgos tanto de esta como del resto
de las contribuciones que se están desarrollando en la actualidad en este ámbito.
Las aportaciones recogidas en la presente obra se han basado, principalmente,
en la explotación de los datos de la Encuesta a las Personas sin Hogar realizada por el
Instituto Nacional de Estadística en 2012. Ello ha permitido ampliar el conocimiento y
visibilizar las diferentes formas de violencia que sufren las personas en situación de
sinhogarismo, si bien implica algunas limitaciones que aconsejan que futuros estudios
aborden esta cuestión de un modo más directo, explícito y en mayor profundidad,
empleando tanto métodos cuantitativos como cualitativos y con aproximaciones tanto
transversales como longitudinales. El producto final será una visión integral del
problema que permitirá orientar su abordaje de forma más certera.
Entre las conclusiones más importantes de este trabajo destaca la constatación
de que formas diversas de violencia preceden, acompañan o se derivan de algún modo
de la situación de sinhogarismo. Entre ellas, se ha podido comprobar cómo esta
circunstancia implica un mayor grado de exposición a situaciones de alto riesgo de
victimización, particularmente cuantos más factores de riesgo o vulnerabilidad se
encuentran presentes en las trayectorias vitales de las personas sin hogar. En este
contexto, los hallazgos indican una importante influencia negativa de base de la propia
situación de sinhogarismo que la presencia de estos factores tiende a agravar, sin que
su ausencia la mitigue en la misma medida.
La escasa tasa de denuncia de estas vivencias, incluso de las más graves,
alegando en muchas ocasiones que denunciar no serviría de nada, apunta a posibles
experiencias negativas previas con las fuerzas y cuerpos de seguridad o el sistema de
justicia y/o a que las personas sin hogar podrían considerar que estas vivencias son
inherentes a la propia dinámica de la situación de sinhogarismo. En este punto cobran
protagonismo las formas de violencia cultural y estructural, que se entrelazan y
retroalimentan entre sí y con la violencia directa, coadyuvadas por las mismas
variables que propician esta última.
De lo anterior se desprende que la erradicación de la violencia contra las
personas sin hogar pasa, al menos en parte, por actuar frente al sinhogarismo,
eliminando de este modo los factores asociados a esta situación que incrementan el
grado de exposición a situaciones de riesgo de quienes la atraviesan.
En tercer lugar, se ha puesto de relieve la importancia de tomar en cuenta la
amplia diversidad que existe dentro del grupo de personas afectadas por
sinhogarismo, cuyas características, biografías y circunstancias configuran
constelaciones de factores de riesgo y protección frente a la violencia muy dispares.
Ello aconseja adaptar en consecuencia las estrategias analíticas, preventivas y de
intervención. Las contribuciones recogidas en este documento han revelado algunas
de estas divergencias, entre las que destacan las diferencias de género.
En cualquier caso, las experiencias de violencia que sufren las personas sin hogar
constituyen, a menudo, tan solo un síntoma de una patología mucho más profunda
que hunde sus raíces en el núcleo mismo de la sociedad y en su estructura. Así, las
personas sin hogar se enfrentan cotidianamente a formas de violencia cultural y
estructural que acostumbran a pasar inadvertidas e incluso llegan a normalizarse o

54
justificarse, actuando como instancias legitimadoras de otros tipos de violencia. Una
de las aportaciones más importantes de esta investigación es el estudio de algunas de
ellas. De este modo, hemos comprobado cómo algunos preceptos de las ordenanzas
municipales enarbolan los estandartes del civismo y la convivencia ciudadana para
penalizar a las personas afectadas por sinhogarismo por la realización, en espacios
públicos, de actividades que son necesarias para su subsistencia y para las que, a
menudo, no cuentan con alternativas, representando un claro ejemplo de violencia
cultural que se relaciona estrechamente con otras manifestaciones de este tipo de
violencia y puede materializarse en situaciones de violencia estructural e, incluso,
emplearse como justificación de actos de violencia directa. Las circunstancias que han
atravesado en nuestro país las personas sin hogar desde el inicio de la pandemia de
COVID-19 y, especialmente, en la etapa en la que el confinamiento resultaba
preceptivo, ilustran asimismo el constructo de violencia estructural, que en todo caso
acompaña a estas personas desde el momento en el que se inicia su situación de
sinhogarismo. Muestran, adicionalmente, que la violencia cultural se ha empleado en
ocasiones para justificar la situación de desventaja de las personas sin hogar en esta
coyuntura que nos ha tocado vivir.
En virtud de lo anterior, los resultados de la presente investigación evidencian la
necesidad de apostar por las estrategias preventivas en detrimento de las reactivas,
algo que requeriría la implementación de profundos cambios estructurales en las
instituciones y las políticas públicas, así como cambios sociales sustanciales en la
dirección del reconocimiento de todas las personas, sean cuales sean sus
características y situación, como igualmente dignas de la garantía y protección, así
como acreedoras del pleno ejercicio, de sus derechos. En la persecución del objetivo
común de eliminar todas las formas de violencia contra quienes se encuentran en
estas situaciones de extrema exclusión social, la colaboración entre profesionales,
instituciones e incluso países, así como la cooperación de la sociedad en general,
resultan fundamentales.

55
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59
Introducción general. Justificación de la unidad temática de la
tesis
El hilo conductor de la presente obra es la violencia que sufren las personas en
situación de sinhogarismo. En torno a este eje se han construido cuatro bloques
temáticos diferenciados que discurren desde lo general a lo particular y, sin agotar
todas las posibilidades, ilustran en buena medida el alcance y relevancia de nuestro
objeto de estudio, al tiempo que evidencian el largo camino que todavía se ha de
recorrer para su adecuado conocimiento y abordaje.
Se parte, en primer lugar, de la constatación de que quienes se encuentran sin
hogar configuran un grupo especialmente vulnerable que enfrenta formas diversas y
complejas de violencia que se encuentran en gran medida entrelazadas.
Particularmente relevantes resultan las experiencias de violencia directa de estas
personas, que a menudo se hacen presentes en diversos momentos de sus trayectorias
vitales y, en todo caso, emergen de forma especialmente destacable a lo largo de su
historia de sinhogarismo. Las tres cuestiones citadas completan el primer bloque de
contenidos.
Las experiencias de victimización de las personas afectadas por sinhogarismo
pueden explicarse, en parte, por el mayor grado de exposición a situaciones de riesgo
que enfrenta este grupo y que, en buena medida, se ve configurado por los correlatos
y las condiciones de vida que caracterizan la vida sin hogar. El segundo bloque
temático se dedica al análisis de esta realidad desde el marco teórico que ofrecen
Michael J. Hindelang, Michael R. Gottfredson y James Garofalo en su teoría de los
estilos de vida. No obstante, se hace hincapié en la importancia de no caer en el
reduccionismo, pues esta mayor exposición no constituye la única explicación posible
de las experiencias de violencia directa que sufren estas personas, ni su reducción o
eliminación debe ser el único objetivo hacia el que guiar las actuaciones que se
emprendan. Los delitos e incidentes de odio por aporofobia evidencian que se trata de
un problema mucho más complejo que hunde sus raíces en las concepciones sociales
acerca del valor que se otorga y la dignidad y respeto que merecen determinados
grupos de personas.
Un tercer bloque aborda la violencia a lo largo de las trayectorias vitales de las
personas afectadas por sinhogarismo, amén de otros factores que pueden potenciar su
vulnerabilidad frente a la misma, desde una perspectiva interseccional, analizando
cómo cuando agregamos a la ecuación variables como la estancia en prisión, el género
y/o la edad surgen algunas divergencias y matices con respecto a análisis más
generales que han de tomarse en cuenta a la hora de diseñar estrategias preventivas y
de intervención.
Finalmente, el cuarto bloque explora, en primer lugar, una cuestión que ha sido
escasamente desarrollada en nuestro país, aunque en los últimos años está suscitando
un interés creciente: la criminalización del sinhogarismo. Más específicamente, se
examina esta realidad a partir de las ordenanzas municipales en materia de
convivencia ciudadana y civismo, y se discute cómo se conecta con diferentes formas
de violencia. En segundo lugar, se aborda cómo la crisis sanitaria provocada por la

60
COVID-19 ha situado a las personas sin hogar en circunstancias de especial
vulnerabilidad y desventaja. Ambas contribuciones ponen de relieve algunas de las
formas de violencia cultural y estructural que enfrenta cotidianamente este grupo
social y, sin embargo, acostumbran a pasar inadvertidas.

61
Objetivos
El presente trabajo nació con la vocación de alcanzar los siguientes objetivos:
1. Ampliar el conocimiento sobre las experiencias de discriminación, la violencia y
los delitos de los que son víctimas las personas en situación de sin hogar.
2. Identificar las actitudes y, particularmente, los prejuicios y estereotipos
mantenidos por la población hacia este grupo social, así como analizar su
posible papel en la génesis, desarrollo y mantenimiento de los
comportamientos dirigidos contra las personas sin hogar recogidos en el
apartado anterior.
3. Ampliar el conocimiento sobre las condiciones de vida de este colectivo, sus
necesidades y los recursos que conoce y/o a los que tiene acceso, examinando
la relación entre estos aspectos y los dos puntos anteriores.
4. Que el conocimiento generado por la investigación resulte de utilidad para el
desarrollo de medidas preventivas y de intervención eficaces contra esta
problemática, para contribuir a la visibilización de la misma y al diseño de
estrategias que mejoren la calidad de vida y promuevan la seguridad de las
personas afectadas por sinhogarismo.
El primero de ellos se aborda de forma transversal en todas las publicaciones
derivadas de la tesis. El segundo se materializa, fundamentalmente, en la segunda
publicación del bloque I y la primera del bloque IV. El tercer objetivo ha orientado la
totalidad de los trabajos, aunque se ve especialmente reflejado en las contribuciones
recogidas en el bloque II. Finalmente, la persecución del cuarto objetivo impregna
todas las aportaciones y es el que se juzga como más relevante.

62
Marco teórico y herramientas metodológicas
Para la definición de las formas de violencia que sufren las personas afectadas
por sinhogarismo se ha partido de la propuesta de triángulo de la violencia de Johan
Galtung, quien postula la existencia de tres tipos de violencia que se hallan
interconectados: la violencia directa, la violencia estructural y la violencia cultural. Este
planteamiento se recoge ampliamente en la segunda publicación del bloque I y en el
bloque IV.
A lo largo del presente trabajo se ha abordado principalmente la primera de
dichas formas, utilizando para ello, fundamentalmente aunque no de un modo
exclusivo, el marco teórico propuesto por Hindelang, Gottfredson y Garofalo en su
teoría de los estilos de vida, en virtud del cual el grado de exposición de las personas a
situaciones de riesgo, que se deriva de las actividades rutinarias diarias que configuran
su estilo de vida, se relaciona de forma probabilística con sus experiencias de
victimización. A ello se dedica el bloque II.
El resto de las contribuciones han nacido con una vocación esencialmente
exploratoria, motivada por la escasez de trabajos previos que abordasen esta cuestión
en nuestro país y partiendo para ello de la literatura disponible. En este sentido, se ha
tratado de ampliar el conocimiento acerca de las experiencias de violencia directa que
sufren las personas afectadas por sinhogarismo a lo largo de la vida y, especialmente,
de su trayectoria de sinhogarismo, tanto desde una óptica general (tercera publicación
del bloque I) como adoptando una perspectiva interseccional, al incluir en la ecuación
factores como la estancia en prisión, el género y/o la edad (bloque III).
Para todo ello se ha utilizado la muestra a nivel nacional de la última Encuesta a
las Personas sin Hogar, realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2012,
aplicando diferentes técnicas de análisis de datos a nivel bivariado y multivariado. Con
relación a este último, fundamentalmente regresión logística y análisis de
segmentación. Para el análisis bivariado se ha recurrido a tablas de contingencia y al
cálculo de los residuos estandarizados corregidos, así como a la aplicación, en función
de las variables a considerar, de las pruebas Chi-cuadrado, t de Student, exacta de
Fisher o U de Mann-Whitney, con sus correspondientes estadísticos de tamaño del
efecto.
Asimismo, en el cuarto bloque se lleva a cabo, por un lado, un estudio de caso,
analizando los contenidos de las ordenanzas locales en materia de convivencia
ciudadana y civismo vigentes en las capitales de provincia de Castilla y León y sus
implicaciones para las personas sin hogar, todo ello en el marco de la criminalización
del sinhogarismo. Por otro, con base en una revisión bibliográfica y en la experiencia
profesional de las personas coautoras de la publicación, se explora cómo la pandemia
de COVID-19 ha afectado a las personas en situación de sinhogarismo en nuestro país
desde su inicio hasta el comienzo de la desescalada, evidenciando la posición de
desventaja de este grupo social con respecto al ejercicio y protección de sus derechos.
Finalmente, en el bloque V se realiza una revisión de la literatura disponible para
constatar cómo las experiencias de victimización de las personas sin hogar a lo largo de
su historia de sinhogarismo han recibido escasa atención en Portugal, evidenciando la

63
oportunidad y relevancia de investigar la naturaleza y el alcance de esta problemática
en el país luso.

64
Bloque I. La violencia en las trayectorias
vitales de las personas afectadas por
sinhogarismo

Part I. Violence over the life paths of people


experiencing homelessness

65
Sinhogarismo y derechos humanos. Las personas en situación
de sin hogar como colectivo vulnerable
Homelessness and human rights. People experiencing homelessness as a
vulnerable group
Puente, P. (2020). Sinhogarismo y derechos humanos. Las personas en situación de sin
hogar como colectivo vulnerable. En Marcos del Cano, A.M. (Ed.). En tiempos de
vulnerabilidad: Reflexión desde los derechos humanos (pp. 163-177). Madrid: Dykinson.

SUMARIO. 1. El sinhogarismo en España y Europa. 2. Sinhogarismo y derechos


humanos. 2.1. Las personas en situación de sin hogar como grupo vulnerable. 2.2. El
derecho a la vivienda y su conexión con otros derechos. 3. La violencia contra las
personas sin hogar desde un enfoque de derechos humanos. 4. Conclusiones.

RESUMEN. El sinhogarismo representa una situación de extrema vulnerabilidad, que se


deriva de y confluye en un heterogéneo abanico de circunstancias que implican
importantes limitaciones en el ejercicio de los derechos de las personas que la sufren,
viendo mermada su calidad de vida y su potencial de desarrollo. En este sentido, la
violencia ejercida contra este colectivo emerge como una de las manifestaciones más
graves de su especial vulnerabilidad. Los correlatos y consecuencias de esta condición
se cimentan, en diversos grados, sobre la privación en materia de vivienda, a menudo
precedida y/o acompañada de otros factores adversos, por lo que parece que la
garantía del acceso a una vivienda adecuada, desde enfoques de prevención primaria,
secundaria y/o terciaria, podría alzarse como una de las claves para transformar el
panorama esbozado, sobre la base de la estrecha interrelación e íntima
interdependencia entre los diferentes derechos humanos.

PALABRAS CLAVE: derechos humanos, grupos vulnerables, sinhogarismo, personas sin


hogar, violencia.

ABSTRACT. Homelessness represents a situation of extreme vulnerability that stems


from and results in a varied array of circumstances which involve important
restrictions in the exercise of homeless people rights, who have their quality of life and
their potential for development undermined. In this sense, violence against this social
group emerges as one of the most serious manifestations of its special vulnerability.
Correlates and implications of this situation are rooted, to varying degrees, on housing
deprivation, often preceded and/or accompanied by other adverse factors. Thus, it
seems that ensuring access to adequate housing, from primary, secondary and/or
tertiary prevention approaches, could represent one of the keys to transforming this
landscape, on the basis of the close interrelationship and intimate interdependence
which exist among all human rights.

KEYWORDS: human rights, vulnerable groups, homelessness, homeless people,


violence.

66
1. El sinhogarismo en España y Europa
La Dra. Dragana Avramov propuso en 1995, cuando trabajaba como
Coordinadora de Investigación del Observatorio Europeo del Sinhogarismo 17, la que se
convertiría en una de las definiciones más ampliamente extendidas y aceptadas de
persona sin hogar: “aquella que no puede acceder a o conservar un alojamiento
adecuado, adaptado a su situación personal, permanente y que le proporcione un
marco estable de convivencia, ya sea por razones económicas u otras barreras sociales,
o bien porque presenta dificultades personales para llevar una vida autónoma”18.
Más recientemente, FEANTSA ha desarrollado una Tipología Europea del
Sinhogarismo y la Exclusión Residencial (más conocida como ETHOS). Se trata de una
clasificación de diferentes condiciones de vida que constituyen formas de
sinhogarismo y exclusión residencial, construida sobre la base de cuatro categorías
principales (sin techo, sin vivienda, vivienda insegura y vivienda inadecuada) y sus
respectivas subdivisiones, resultando en un total de trece categorías operativas19. La
tipología hunde sus raíces en un modelo conceptual de hogar basado en tres dominios
o esferas cuya ausencia, ya sea de forma individual o conjunta, puede utilizarse para
delimitar las situaciones de sinhogarismo: 1) Esfera física: disponer de una vivienda o
un espacio adecuados sobre los que una persona y su familia puedan ejercer su
posesión en exclusiva; 2) Esfera social: poder mantener la privacidad y disfrutar de
relaciones sociales; y 3) Esfera legal: disponer de un título legal de ocupación20.
A pesar de la falta de datos fiables y comparables21, FEANTSA estima que, en una
noche cualquiera, el número de personas sin hogar podría alcanzar los 410.000
individuos en el marco de la Unión Europea, calculando que alrededor de 4,1 millones
de personas en Europa se encuentran expuestas al sinhogarismo cada año por un
periodo de tiempo más o menos prolongado22. Más aún, y desde una óptica más
general, en el Tercer Informe sobre Exclusión Residencial en Europa, realizado por
FEANTSA y la Fundación Abbé Pierre, se recoge que casi 11 millones de hogares

17
Organismo creado en 1992 por la Federación Europea de Asociaciones Nacionales que Trabajan con
Personas Sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés).
18
Avramov, D.; Homelessness in the European Union: Social and Legal Context of Housing Exclusion in
the 1990s. Fourth Research Report of the European Observatory on Homelessness, Bruselas, FEANTSA,
1995, traducción propia, p. 71.
19
FEANTSA; What is ethos? (en línea), FEANTSA, 2017. Recuperado de
https://www.feantsa.org/download/ethos2484215748748239888.pdf.
20
FEANTSA; ETHOS, Frequently Asked Questions (en línea), FEANTSA, 2005. Recuperado de
http://www.feantsa.org/download/ethos_faq-18107446974200637605.pdf.
21
Como se recoge en el reciente informe publicado por el Centro de Acogida Assís, “no existen
mecanismos de registro normalizados, en forma, procedimiento y periodicidad” (CENTRE D’ACOLLIDA
ASSÍS; Informe de violencia directa, estructural y cultural contra personas sin hogar. 2006-2016, Centre
d’Acollida Assís, 2017, p. 10), sin olvidar que, más allá de los datos obtenidos a través de los recursos
públicos y privados de atención a este colectivo, resulta muy complicado cuantificar el alcance de esta
problemática. Baste considerar, por ejemplo, las dificultades en el cómputo de aquellas personas que
pernoctan en espacios públicos.
22
FEANTSA; About Us, FAQ (en línea), FEANTSA, s.f. Recuperado de http://www.feantsa.org/en/about-
us/faq.

67
europeos enfrentan privación severa en materia de vivienda23.
En lo que se refiere a España, la más reciente Encuesta a las personas sin hogar,
realizada por el Instituto Nacional de Estadística (en adelante, INE) en 2012, encontró
que un total de 22.938 personas habían sido atendidas a lo largo de dicho año en
centros asistenciales de alojamiento y restauración24. Sin embargo, esta cifra no toma
en consideración a aquellas personas sin hogar al margen de la red asistencial. Con el
propósito de intentar cubrir esta laguna, e integrando las diversas fuentes de datos y
estimaciones disponibles, en la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar
2015-202025 se calculó una media de 33.275 personas en esta situación, número que,
de acuerdo con Cáritas Española26, llega a alcanzar los 40.000 individuos. Sin embargo,
la última Encuesta sobre Integración y Necesidades Sociales de la Fundación FOESSA
(Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada) ofrece una visión más amplia
de esta problemática al encontrar que 2,1 millones de personas en nuestro país
residen en una vivienda insegura, y 4,6 millones lo hacen en una vivienda inadecuada,
conforme a la tipología ETHOS27. Finalmente, con relación a la que podría considerarse
la manifestación más extrema del sinhogarismo, RAIS Fundación sitúa en 8.000 el
número de personas que viven y duermen cada día en la calle en nuestro país28, cifra
que Cabrera y Rubio29 elevan a 10.000.
La relevancia del tema objeto de estudio resulta, si cabe, más evidente si
consideramos que, como recoge en su último informe la Red Europea de Lucha Contra
la Pobreza y la Exclusión Social (European Anti Poverty Network -EAPN-), un más que
significativo 26,1% de la población en España (más de 12 millones de personas) se
encuentra en riesgo de pobreza y/o exclusión social30.

23
SERME-MORIN, C. Y COUPECHOUX, S. (coords.); Third Overview of Housing Exclusion in Europe 2018,
Abbé Pierre Foundation y FEANTSA, 2018.
24
INE; Encuesta a las personas sin hogar. Avance de Resultados. Año 2012. Nota de prensa 21 de
diciembre de 2012.
25
MINISTERIO DE SANIDAD, SERVICIOS SOCIALES E IGUALDAD GOBIERNO DE ESPAÑA; Estrategia
Nacional Integral para Personas sin Hogar 2015-2020, aprobada por acuerdo del Consejo de Ministros
de 6 de noviembre de 2015.
26
CÁRITAS ESPAÑOLA; Campaña Nadie sin hogar (en línea), Cáritas Española, 2018. Recuperado de
https://www.caritas.es/campanas/nadie-sin-hogar/.
27
FERNÁNDEZ MAÍLLO, G. (Coord.); VIII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España, Madrid,
Fundación FOESSA, Cáritas, 2019.
28
RAIS FUNDACIÓN; Derecho a la vivienda (en línea), s.f. Recuperado de
https://raisfundacion.org/derecho-vivienda/.
29
CABRERA, P. Y RUBIO, M. J.; “Personas “sin hogar” en España: evolución y diseño de políticas
públicas”, en Revista Temas para el Debate, 174, 2009, pp. 27-30.
30
Esta cifra corresponde al indicador AROPE (At Risk Of Poverty and/or Exclusion) para el año 2018,
compuesto por la suma de tres subindicadores que representan a tres conjuntos de población: personas
en riesgo de pobreza, personas con privación material severa y personas en hogares con baja intensidad
de empleo. El indicador define a las personas que cumplen uno o más de los tres criterios, y es calculado
por el Instituto Nacional de Estadística a partir de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) (INE; Riesgo
de pobreza y/o exclusión social (estrategia Europa 2020). Indicador AROPE (en línea), INE, 2019.
Recuperado de
http://www.ine.es/ss/Satellite?L=es_ES&c=INESeccion_C&cid=1259941637944&p=1254735110672&pa

68
2. Sinhogarismo y derechos humanos

2.1. Las personas en situación de sin hogar como grupo vulnerable

Como indica Nifosi-Sutton, el término “grupos vulnerables” caracteriza a “grupos


de personas que, a causa de determinados factores, se encuentran particularmente
expuestos o presentan mayores probabilidades de verse expuestos a sufrir daño, tanto
físico como emocional” 31. En la misma línea, Carmona Tinoco define la situación de
vulnerabilidad como “un determinado estado o circunstancia desfavorable, de
desventaja o de carencia en que se encuentran personas pertenecientes a un grupo
identificable, o una categoría social determinada, respecto al grado de la satisfacción
de sus necesidades específicas, el goce y ejercicio pleno de sus derechos
fundamentales (…)”32.
Partiendo de lo anterior, resulta indiscutible que las personas en situación de sin
hogar, debido a sus específicas características y condiciones de vida, con las
implicaciones y, sobre todo, barreras que ello comporta en todos los ámbitos de sus
vidas, conforman un grupo especialmente vulnerable. A lo largo de las siguientes líneas
analizaremos los datos y argumentos que apoyan esta premisa.

2.2. El derecho a la vivienda y su conexión con otros derechos

Como hemos visto en el apartado 1, el principal denominador común del amplio


universo de situaciones que conforman el constructo de sinhogarismo es la carencia de
una vivienda en las condiciones adecuadas. Y ello a pesar de que el derecho a la
vivienda es reconocido por diversos tratados internacionales como un derecho
humano esencial. Así se recoge, entre otros, en el artículo 25.1 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos33 y en el artículo 11.1 del Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales -PIDESC-34, firmado por España el 28 de
septiembre de 1976 y ratificado el 27 de abril de 1977.
El Estado español aún no ha ratificado la Carta Social Europea revisada35. En su
artículo 30 se recoge el derecho a la protección contra la pobreza y la exclusión

gename=ProductosYServicios/PYSLayout; LLANO ORTIZ, J.C.; El estado de la pobreza. Seguimiento del


indicador de pobreza y exclusion social en España 2008-2018, Resumen ejecutivo 9º informe EAPN.
Madrid, EAPN-ES, 2019).
31
NIFOSI-SUTTON, I.; The Protection of Vulnerable Groups under International Human Rights Law,
Abingdon, Oxon (UK); New York, Routletge, 2017, traducción propia, p. 15.
32
CARMONA TINOCO, J.U.; “Panorama y propuestas sobre la aplicabilidad de los derechos
fundamentales de los grupos en situación vulnerable”, en VALADÉS, D. Y GUTIÉRREZ RIVAS, R. (Coords.),
Derechos humanos. Memoria del IV Congreso Nacional de Derecho Constitucional. Tomo III, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2001, p. 193.
33
ASAMBLEA GENERAL NACIONES UNIDAS; Declaración Universal de Derechos Humanos. Resol. 217 A
(III), de 10 de diciembre de 1948.
34
ASAMBLEA GENERAL NACIONES UNIDAS; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales. Resol. 2200 A (XXI), de 16 de diciembre de 1966.
35
Vid. Boletín Oficial de las Cortes Generales, Congreso de los Diputados, Serie D: General, 27 de marzo
de 2019, núm. 519.

69
residencial, con el compromiso de implementar medidas dirigidas a promover el
acceso efectivo de las personas que se encuentren en riesgo o situación de exclusión
social o pobreza, así como de sus familias, a la vivienda. De igual modo, el artículo 31
reconoce el derecho a la vivienda, comprometiéndose las partes a adoptar medidas
encaminadas a promover el acceso a viviendas de calidad adecuada, prevenir y reducir
el sinhogarismo con el objetivo de su eliminación gradual y conseguir que el precio de
la vivienda resulte asequible para aquellos que no dispongan de los recursos
adecuados36. La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, por su
parte, contiene en su artículo 34.3, el “derecho a una ayuda social y a una ayuda de
vivienda para garantizar una existencia digna a todos aquellos que no dispongan de
recursos suficientes (…)”37.
La materialización de las anteriores disposiciones se ve reflejada a nivel nacional
en el artículo 47 de la Constitución Española (en adelante, CE), que reza: “todos los
españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes
públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes
para hacer efectivo este derecho (…)”38. No obstante lo anterior, y conforme al
artículo 53.3 de nuestra Carta Magna, el derecho a la vivienda en España, al igual que
ocurre en la mayoría de los países europeos39, no tiene plena exigibilidad judicial40. En
todo caso, y como plantea Villalibre41, este precepto se encuentra íntimamente
conectado con el principio de igualdad real y efectiva, recogido en el artículo 9.2 CE,
que otorga a los poderes públicos la responsabilidad de asegurar su materialización,
eliminando los obstáculos que la amenacen y facilitando así la participación de todos
los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social. En este sentido, resulta
incuestionable que las personas en situación de sin hogar representan uno de los

36
CONSEJO DE EUROPA; Carta Social Europea (revisada). Estrasburgo, 3 de mayo de 1996.
37
PARLAMENTO EUROPEO, CONSEJO DE LA UNIÓN EUROPEA Y COMISIÓN EUROPEA (2007). Carta de los
Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Diario Oficial de la Unión Europea C 303/1, 14 de
diciembre de 2007.
38
Constitución Española. Boletín Oficial del Estado núm. 311, 29 de diciembre de 1978, pp. 29313-
29424.
39
FEANTSA; Informe europeo El papel de la vivienda en el sinhogarismo. Alojamiento y exclusión
residencial tema anual 2008. FEANTSA, 2008b.
40
Si bien un análisis más profundo de esta cuestión y sus matices excede las pretensiones del presente
trabajo, el/la lector/a interesado/a puede encontrar un tratamiento más detallado de aquella en
OBSERVATORIO DESC Y CICAC; Guia per a l’exigibilitat dels Drets Econòmics, Socials, Culturals i
Ambientals, Observatorio DESC y Consell de l’Advocacia Catalana, 2018; MENA ESTRELLA, M.C.; “Crítica
jurídica al artículo 47 de la Constitución Española: el derecho a una vivienda digna como referente de la
calidad democrática”, en Revista de Estudios Jurídicos, 17 (Segunda Época), 2017, pp. 1-15; PEIRÓ
COMPAINS, I.; “La falta de eficacia del derecho a la vivienda en España: raíces históricas y contexto
jurídico”, en Ruta Comunicación, 7, 2016, pp. 138-163, o VILLALIBRE, op. cit. Para un análisis a nivel
europeo e internacional, vid. KENNA, P.; “El derecho a la vivienda: obligaciones positivas y derechos
exigibles (especial referencia a los estándares internacionales)”, en Revista Europea de Derechos
Fundamentales, 12(2), 2008, pp. 167-177; KENNA, P.; “El derecho a la vivienda en Europa: deberes
positivos y derechos exigibles (según la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos)”, en
Revista de Derecho Político, 74, 2009, pp. 479-501.
41
VILLALIBRE FERNÁNDEZ, V.; El derecho a una vivienda adecuada. Un derecho del siglo XXI. Fundación
Alternativas, 2011.

70
colectivos “diana” para la puesta en práctica de este mandato constitucional.
Es necesario tener presente que disponer de una vivienda entraña implicaciones
que trascienden la esfera puramente física. Como sostiene el Comité de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales, organismo supervisor de la aplicación del PIDESC, en
su observación general número 4, epígrafe 7, el derecho a la vivienda debe ser
interpretado en un sentido amplio como el “derecho a vivir en seguridad, paz y
dignidad en alguna parte”42. De acuerdo con ello, resulta evidente que el sinhogarismo
expande sus tentáculos mucho más allá de la carencia de una vivienda, ejerciendo una
influencia nociva sobre todos los ámbitos de la vida de las personas que lo sufren.
Como afirma Sánchez Morales, “iniciarse en la exclusión social extrema conlleva la
vivencia de un proceso progresivo de pérdida del nicho afectivo, social y personal en el
que desarrollarse y proyectarse como seres humanos”43.
De este modo, la vulneración del derecho a la vivienda arbitra el ejercicio de
otros derechos, al tiempo que el grado de disfrute de aquel es modulado por el
potencial para ejercitar estos últimos. No en vano la Oficina del Alto Comisionado para
los Derechos Humanos de las Naciones Unidas reconoce que los derechos humanos
son interdependientes, indivisibles y se encuentran interrelacionados44. Como señala
este organismo, piénsese, por ejemplo, en el caso de las personas sin hogar que no
pueden aportar prueba de domicilio y, a resultas de ello, no pueden votar, disfrutar de
prestaciones sociales o recibir asistencia sanitaria. O, desde la perspectiva opuesta, la
privación del derecho a la educación, al trabajo o a la seguridad social amenazan el
acceso a la vivienda, del mismo modo que las posibilidades de reivindicación de
mejores condiciones de vida por parte de los individuos y las comunidades se ven
coartadas cuando los derechos a la libertad de expresión, reunión o asociación no son
respetados. Abundando en esta idea, Gómez y Thiele defienden que, sin una vivienda
adecuada:
Resulta difícil asegurar y mantener el empleo, la salud resulta amenazada,
la educación obstaculizada, la violencia es más fácilmente perpetrada, la
privacidad se ve mermada y las relaciones sociales son frecuentemente
debilitadas. La falta de una vivienda asequible sitúa especialmente a las personas
pobres en la posición imposible de tener que elegir entre las necesidades
humanas más básicas: vivienda o alimento, vivienda o asistencia sanitaria,
vivienda o ropa, y así sucesivamente45.

42
ACNUDH; El derecho a una vivienda adecuada (Art. 11, párr. 1). Observación general nº 4 CESCR, 13
de diciembre de 1991.
43
SÁNCHEZ MORALES, R.; “Las personas sin hogar en España”, en RES, 14, 2010, pp. 21-42. ISSN: 1578-
2824, p. 29.
44
OFFICE OF THE UNITED NATIONS HIGH COMMISSIONER FOR HUMAN RIGHTS; The Right to Adequate
Housing, Geneva, United Nations, 2009, p. 9. Sobre este particular, véase VÁZQUEZ, L.D. y SERRANO, S.;
“Los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. Apuntes para su
aplicación práctica”, en CARBONELL, M. Y SALAZAR, P. (coords.), La reforma constitucional de Derechos
humanos: un nuevo paradigma, México, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM, 2011, pp. 135-
165, o PEIRÓ COMPAINS, op. cit.
45
GOMEZ, M. Y THIELE, B.; “Housing rights are human rights”, en American Bar Association Human
Rights Magazine, 32 (2), 2005, traducción propia.

71
En este sentido y de forma análoga, Alguacil et al. abogan por superar la división
entre derechos económicos, sociales y culturales y derechos civiles y políticos, que
consideran artificial, argumentando que el acceso a una vivienda digna y adecuada es
una condición imprescindible para el ejercicio de otros muchos derechos humanos46.
En apoyo de la interdependencia e interrelación entre los diferentes derechos
humanos, los estudios que abordan los antecedentes, características y condiciones de
vida de las personas en situación de sin hogar acostumbran a encontrar que entre
aquellos se concentran múltiples factores de vulnerabilidad. Algunos de los hallazgos
de la Encuesta a las personas sin hogar47 permiten ilustrar esta idea: más del 22% de
los encuestados refirieron contar solamente con estudios primarios, y en el 5,7% de los
casos se declararon sin estudios; casi el 80% de los participantes manifestaron no tener
empleo sin estar jubilados ni incapacitados para trabajar; el 44,5% de la muestra indicó
llevar más de tres años en situación de sin hogar; el 30,7% afirmó tener alguna
enfermedad crónica, y el 15,2% tenía algún tipo de discapacidad reconocida; más del
37% de las personas sin hogar encuestadas admitieron haber consumido drogas en el
mes previo, y un significativamente menor 4,1% caracterizó su consumo de alcohol
como alto o excesivo -el 9,5% lo calificó de moderado-, en ambos casos con una mayor
representación de consumidores entre los hombres; el 26,2% de las mujeres y el 5,7%
de los hombres encuestados indicaron como motivo para abandonar el alojamiento
que tenían antes de verse sin hogar el hecho de haber sufrido violencia ellos mismos o
sus hijos/as, siendo la segunda causa más citada entre las mujeres48; el 17,3% de la
muestra declaró haber sufrido problemas de violencia en la familia antes de los 18
años, y casi el 21% había experimentado problemas de alcoholismo en la familia o de la
propia persona durante el mismo periodo.
Estos y otros factores, combinados y entrelazados a diversos niveles y a lo largo
del tiempo, configuran una compleja red de asociaciones recíprocas e interacciones
cuya contribución conjunta deriva en la conformación final de una historia de vida
singular para cada individuo. Sin embargo, todas ellas comparten una cualidad:

46
ALGUACIL DENCHE, A., ALGUACIL GÓMEZ, J., ARASANZ DÍAZ, J., FERNÁNDEZ EVANGELISTA, G.,
PANIAGUA CAPARRÓS, J.L., OLEA FERRERAS, S. Y RENES AYALA, V.; La vivienda en España en el siglo XXI.
Diagnóstico del modelo residencial y propuestas para otra política de vivienda, Cáritas y Fundación
FOESSA, 2013. En la misma línea, vid. SÁNCHEZ MORALES, op. cit.
47
INE, op. cit., 2012.
48
La conexión entre la violencia doméstica o de género y el sinhogarismo es evidenciada asimismo por
otros estudios, entre ellos, GERRARD, M., SHELTON, E., PITTMAN, B. Y OWEN, G.; Initial findings:
Characteristics and trends. People experiencing homelessness in Minnesota. 2012 Minnesota Homeless
Study, Fact Sheet. Wilder Research, 2013; SHELTON, E., BOSCH, W. Y OWEN, G.; Long-term
homelessness. 2012 Minnesota Homeless Study. Fact Sheet. Wilder Research, 2013; OLSEN, L., ROLLINS,
C. Y BILLHARDT, K.; The Intersection of Domestic Violence and Homelessness. Seattle, Washington,
Washington State Coalition Against Domestic Violence; Portland, OR: Volunteers of America Home Free
Program, 2013; PAVAO, J., ALVAREZ, J., BAUMRIND, N., INDUNI, M. Y KIMERLING, R.; “Intimate Partner
Violence and Housing Instability”, en American Journal of Preventive Medicine, 32 (2), 2007, pp. 143-
146; JASINSKI, J.L., WESELY, J.K., MUSTAINE, E. Y WRIGHT, J.D. (2005). The Experience of Violence in the
Lives of Homeless Women: A Research Report, NCJRS, 2005; o HERRERO FERNÁNDEZ, I.; “Mujeres sin
hogar y violencia de género. La triple invisibilidad”, en Cuadernos de Trabajo Social, 16, 2003, pp. 265-
268.

72
resultan de y confluyen en importantes restricciones en el ejercicio de los derechos
que ostentan sus protagonistas, aun cuando la magnitud de tales limitaciones difiera
para cada persona.

3. La violencia contra las personas sin hogar desde un enfoque de derechos


humanos

La violencia sufrida por las personas sin hogar constituye, sin duda, la
manifestación más extrema de su situación de vulnerabilidad. Como apunta RAIS
Fundación, “cerrar la puerta de nuestro hogar supone entrar, en la mayoría de los
casos, en un espacio de seguridad y protección. Las personas sin hogar, por definición,
no tienen una puerta que cerrar y su exposición al riesgo de ser víctima de un delito,
por tanto, es infinitamente mayor”49. En la misma línea, la Oficina del Alto
Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas50 advierte que, por el
mero hecho de no disponer de un lugar seguro para vivir, ni privacidad de ningún tipo,
estas personas son mucho más vulnerables a la violencia, las amenazas y el acoso.
Johan Galtung51 concibe la violencia como aquellas “afrentas evitables a las
necesidades humanas básicas52, y más globalmente contra la vida, que rebajan el nivel
real de la satisfacción de las necesidades por debajo de lo que es potencialmente
posible”53. Propone que tales necesidades primarias son cuatro: supervivencia,
bienestar, identidad o reconocimiento y libertad. Siguiendo el planteamiento del
triángulo de la violencia formulado por este autor, centraremos el enfoque en la
violencia directa (física, verbal o psicológica), visible y manifiesta, sufrida por las
personas sin hogar, dejando al margen, por cuestiones de espacio, los constructos de
violencia estructural y cultural54.
Huelga mencionar que estos comportamientos afectan, ya sea directa o
indirectamente, al disfrute de numerosos derechos. De un modo más evidente,
atentan contra el derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de las personas sin
hogar, pero también contra el derecho a la libertad y la seguridad, a la dignidad, a la
igualdad y la no discriminación. El grado de disfrute de estos derechos influye también
sobre el riesgo de victimización, de modo que, por ejemplo, si la libertad para elegir

49
RAIS FUNDACIÓN; Muchas preguntas. Algunas respuestas, Madrid, RAIS
Fundación, 2015a, p. 36.
50
Op. cit.
51
GALTUNG, J.; “Violence, peace and peace research”, en Journal of Peace Research, 6 (3), 1969, pp.
167-191; GALTUNG, J.; Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los
efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia, Bilbao, Gernika Gogoratuz, 1998; GALTUNG, J.;
Violencia cultural, Bizkaia, Gernika Gogoratuz, 2003; GALTUNG, J; “La violencia cultural, estructural y
directa”, en Cuadernos de estrategia, 183, 2016, pp. 147-168. ISSN: 1697-6924.
52
Incluidas las amenazas de violencia.
53
Op. cit., 2003, p. 9.
54
La relevancia de estos últimos para el tema que nos ocupa es, no obstante, indiscutible, existiendo
profusas interrelaciones entre los tres tipos de violencia, por lo que el análisis propuesto en el presente
documento tan sólo puede considerarse parcial y debiera ser completado a tenor de dichas
consideraciones.

73
dónde desarrollar la propia vida diaria (comer, dormir, asearse, etc.), cómo desplazarse
de unos lugares a otros y en qué momentos, con quién relacionarse, etc. se encuentra
coartada, el nivel de exposición a los riesgos variará en consecuencia. A su vez, estas
vivencias se ven influidas por y atañen a, entre otros, las posibilidades de ejercicio del
derecho al trabajo, a la protección de la salud, a la participación social o, de un modo
más general, a disfrutar de un nivel de vida adecuado y medios de subsistencia. En
todo ello, la privación en materia de vivienda ejerce su influjo de un modo transversal.
Es importante recalcar, una vez más, la interrelación e interdependencia entre
los distintos derechos. A modo de ejemplo, no resulta difícil imaginar cómo la común
estigmatización y discriminación que afronta este colectivo, que en gran medida hunde
sus raíces en los prejuicios hacia el mismo asentados en el imaginario social55, conculca
su derecho a la igualdad, y facilita que sus integrantes sean percibidos como individuos
no dignos de la protección de sus derechos, extremo que a su vez alimenta la
discriminación dirigida contra ellos. Lo anterior puede también repercutir de forma
negativa sobre su acceso al mercado laboral o su participación social, entre otros, al
tiempo que puede acarrear que la violencia ejercida contra estas personas sea
percibida como de menor gravedad, irrelevante o, incluso, justificada. La carencia de o
dificultad de acceso a medios de subsistencia legítimos podría asimismo “empujar” a
estas personas a la involucración en comportamientos delictivos (p.e., venta de
drogas), o a implicarse en otras conductas de riesgo, como el ejercicio de la
mendicidad o la prostitución, como forma alternativa de obtener dichos recursos,
reflejando la limitación de su libertad en lo que se refiere a las opciones a su alcance. El
consumo de alcohol u otras sustancias, que podría emplearse como recurso de evasión
en el afrontamiento de la situación de sinhogarismo, a su vez incrementa la exposición
al riesgo de victimización y comporta un mayor grado de estigmatización.
Numerosos datos, de entre los cuales, por razones de espacio, sólo citaremos
algunos, ilustran la gravedad y alcance de esta problemática. Para empezar, y aunque
en España son escasos los estudios que abordan esta materia, manejando además
definiciones operativas diversas de la situación de sinhogarismo, a nivel global sus
resultados arrojan que alrededor de entre una de cada tres y una de cada dos personas
sin hogar56 refiere haber sufrido, al menos, una experiencia de victimización a lo largo
de su historia de sinhogarismo57. Los trabajos citados, no obstante, se aproximan a la
violencia contra este colectivo de forma tangencial, en el marco de un análisis general

55
Vid. ARRELS FUNDACIÓ; “Reportatge mites i prejudicis envers les persones sense llar”, en Arrela’t, 12,
2017a, pp. 3-5.
56
Si bien los porcentajes varían entre los diferentes estudios, comúnmente se concentran en torno al
50%.
57
Entre los más recientes, ARRELS FUNDACIÓ; La vulnerabilitat de les persones que viuen al carrer a
Barcelona, Arrels Fundació, 2016; ARRELS FUNDACIÓ; Cens de persones que viuen al carrer a Barcelona
2017, Arrels Fundació, 2017b; ARRELS FUNDACIÓ; Cens de persones que viuen al carrer a Barcelona
2018, Arrels Fundació, 2018; CABRERA CABRERA, P.J.; IV Estudio personas sin techo, Zaragoza, Cruz Roja
Zaragoza, 2016; CENTRO DE DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIOS SIIS; III Estudio sobre la situación de las
personas en situación de exclusión residencial grave en la CAPV. San Sebastián, Centro de
Documentación y Estudios SIIS, 2017; MUÑOZ, M., CABRERA, P.J. Y SÁNCHEZ MORALES, M. R. H.; VIII
Recuento de Personas sin hogar en Madrid (15 diciembre 2016). Informe final, 2017; INE, op. cit., 2012.

74
de las características y condiciones de vida de estas personas58; algunos esfuerzos más
específicos han intentado cubrir esta laguna. Así, la Fundación Mambré59 y,
posteriormente, el Centro de Acogida Assís60 han publicado sendos informes en
materia de violencia contra las personas en situación de sin hogar. El último se basa en
el examen de 1032 noticias publicadas durante el periodo 2006-201661. Entre sus
resultados destacan especialmente dos datos: por un lado, que en casi el 20% (126) del
total de muertes registradas (633), la causa de la muerte había sido una agresión; por
otro, que aproximadamente una de cada tres agresiones (126 del total de 380 noticias
de violencia directa) había derivado en la muerte de la víctima.
Por otra parte, en el ámbito concreto de los delitos de odio, en nuestro país
contamos desde 2015 con un Observatorio de Delitos de Odio Contra Personas Sin
Hogar, bautizado como Hatento, cuyos informes apuntan a una especial incidencia de
este tipo de delitos sobre el colectivo de personas en situación de sin hogar62,
manifestación de lo que Adela Cortina ha bautizado como aporofobia63. Este
organismo realizó una investigación en la que encontró que el 47,1% de los
participantes referían haber sufrido, al menos, un incidente o delito relacionado con la
aporofobia durante su historia de sinhogarismo. El 81,3% de las víctimas había vivido
esta experiencia en más de una ocasión64.

58
Los datos proceden principalmente de recuentos nocturnos a nivel provincial o regional, a menudo
realizados con cadencia anual. El procedimiento más habitual es el despliegue, en una zona geográfica
determinada, de un equipo de personas voluntarias que se encargan de realizar una encuesta a las
personas sin hogar (o anotan la información que perciben en un cuestionario destinado a tal efecto en
caso de que la persona, por ejemplo, se encuentre durmiendo) que se encuentran pernoctando durante
esa noche en recursos de alojamiento y/o en espacios públicos. En estos recuentos se recoge
información diversa sobre las características y condiciones de vida de las personas sin hogar
encuestadas, incluyendo habitualmente una o varias preguntas relacionadas con experiencias de
victimización.
59
RUIZ FARRONA, J.; Violencia directa, estructural y cultural contra las personas en situación de
sin hogar en España 2006, Barcelona, Fundación Mambré, 2007.
60
Op. cit.
61
El Centro de Acogida ASSÍS ha desarrollado recientemente una base de datos de acceso abierto en la
que se recogen todas las noticias recopiladas desde el año 2006. El/la lector/a interesado/a puede
consultar dicho recurso en https://aporofobia.info/descubre-los-tipos-de-violencia/base-de-datos/.
62
En la misma línea, vid., p.e., NATIONAL COALITION FOR THE HOMELESS; Vulnerable to Hate: A Survey
of Bias-Motivated Violence against People Experiencing Homelessness, National Coalition for the
Homeless, 2018.
63
CORTINA, A. Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia. Madrid, Paidós, 2017.
Sobre este particular, vid. también ANDRADE, M.; “¿Qué es la “aporofobia”? Un análisis conceptual
sobre prejuicios, estereotipos y discriminación hacia los pobres”, en Agenda Social, 2 (3), 2008, pp. 117-
139, o SUÁREZ, M., ARRANZ, M.A., RÁMILA, N.J. Y DELGADO, Y.; Aporofobia. La falacia tras el concepto,
Asociación Acción Humanitatis, 2017.
64
RAIS FUNDACIÓN; Los delitos de odio contra las personas sin hogar. Informe de investigación, Madrid,
RAIS Fundación, 2015b. Es importante aclarar que el Observatorio Hatento sólo tuvo en cuenta para su
estudio aquellos comportamientos cuyos autores fueron personas que no formaban parte del colectivo
de personas en situación de sin hogar, a fin de asegurar la desigualdad estructural entre perpetradores y
víctimas que caracteriza a este tipo de delitos.

75
En conjunto, los estudios que abordan desde una óptica general la violencia
(directa) sufrida por estas personas revelan un predominio de insultos o amenazas y
robos, en primer y segundo lugar, respectivamente, con una distribución similar entre
hombres y mujeres, aunque los porcentajes son ligeramente superiores para estas
últimas. En tercer y cuarto lugar se sitúan las agresiones físicas y los timos, si bien su
orden y distribución por sexo varía en función del estudio65. Las agresiones sexuales,
aun representando una categoría minoritaria, afectan notablemente más a las
mujeres66. Más aún, los hallazgos del Centro de Documentación y Estudios SIIS67
revelaron que el 22% de los hombres y el 34% de las mujeres habían sido víctimas de
tres o más tipologías delictivas.
Muchos trabajos apuntan también a una especial incidencia de las experiencias
de victimización sobre las personas sin hogar más vulnerables. En este sentido, Arrels
Fundació68 obtuvo que el 77% de las personas que formaban parte del grupo definido
como de vulnerabilidad alta69 habían sufrido agresiones, frente al 37% global.
Asimismo, el Observatorio Hatento70 halló que el tiempo medio que la persona refería
llevar en situación de sin hogar era significativamente mayor para aquellas personas
que indicaron haber sido víctimas de algún delito o agresión. Como sostienen los
autores del estudio, este resultado podría ser interpretado desde dos perspectivas, no
mutuamente excluyentes y que probablemente interaccionan entre sí. Por un lado,
que el incremento en la probabilidad de sufrir algún tipo de incidente o delito de odio
sea producto del mero paso del tiempo en situación de sin hogar; por otro, que a

65
Los resultados fueron sensiblemente diferentes para el caso de los delitos de odio (RAIS Fundación,
2015b), probablemente fruto, en gran medida, de la combinación de dos circunstancias: por un lado, en
consonancia con el tema objeto de estudio, se incluyó un mayor número de categorías, y las etiquetas
de algunas coincidentes con otros trabajos fueron levemente distintas, por lo que no resultan
directamente comparables; por otro, el estudio se ciñó a los incidentes o delitos de odio cuyos
responsables no formaban parte del colectivo de personas en situación de sin hogar, lo que introduce
un importante sesgo en los resultados que impide su comparación con los estudios generales.
66
Con un 20% de mujeres víctimas frente al 2% de los hombres (Centro de Documentación y Estudios
SIIS, op.cit.), o un 24,2% frente al 1,5% de los hombres (INE, op. cit., 2012). Resultados similares obtuvo
el Observatorio Hatento (RAIS Fundación, 2015b) respecto a los delitos de odio. Estudios realizados en
otros países apuntan en la misma dirección, encontrando tasas de victimización por agresión sexual muy
superiores entre las mujeres en situación de sin hogar, junto a otras características diferenciales (como
agresiones más violentas y en las que los agresores recurrían en mayor medida a la violencia física como
forma de coerción, entre otras diferencias), en comparación con las mujeres de la población general
(MEINBRESSE, M., BRINKLEY-RUBINSTEIN, L., GRASSETTE, A., BENSON, J., HALL, C., HAMILTON, R.,
MALOTT, M. Y JENKINS, D. (2014). Exploring the Experiences of Violence Among Individuals Who Are
Homeless Using a Consumer-Led Approach. En Violence and Victims, 02/2014, Vol. 29, núm. 1, pp. 122-
136; JASINSKI et al., op.cit.; GOODMAN, L., FELS, K. Y GLENN, C.; No Safe Place: Sexual Assault in the
Lives of Homeless Women. National Online Resource Center on Violence Against Women, 2006; o
STERMAC, L. Y PARADIS, E.K.; “Homeless women and victimization: abuse and mental health history
among homeless rape survivors”, en Resources for Feminist Research, 28 (3/4), 2001, pp. 65-80)
67
Op. cit.
68
Op. cit., 2016.
69
El grado de vulnerabilidad fue obtenido mediante la herramienta Vulnerability Index – Service
Prioritization Decision Assistance Tool (VI-SPDAT), impulsada por la organización norteamericana
Community Solutions.
70
Op. cit., 2015b.

76
mayor tiempo en esta situación de extrema exclusión social, mayor grado de deterioro
y, consecuentemente, mayor vulnerabilidad de la persona, cuya condición de
sinhogarismo puede ser más fácilmente identificada por potenciales agresores, al
tiempo que puede presentar una menor capacidad de prevención y protección frente a
estas experiencias. Asimismo, y de forma más marcada que en los estudios generales,
este organismo encontró cifras de victimización proporcionalmente superiores entre
las mujeres para casi todas las categorías delictivas, siendo los porcentajes globales de
victimización del 60,4%, en comparación con el 44,1% de los hombres, lo que podría
evidenciar una mayor vulnerabilidad de las mujeres sin hogar con respecto a los delitos
de odio. Algunos estudios más específicos han encontrado, además, riesgos
diferenciales asociados al lugar de pernocta de la persona, con mayores probabilidades
de victimización entre quienes pasan la noche en espacios públicos, resultado de su
mayor exposición a los riesgos, en comparación con quienes lo hacen en lugares
destinados al alojamiento71.
Con relación al perfil de los agresores, Muñoz, Sánchez y Cabrera72 encontraron
que en el 68,8% de los casos se trató de otra persona en situación de sin hogar,
mientras que en el 31,2% restante se trató de personas al margen de esta situación. El
Observatorio Hatento, por su parte, obtuvo que los agresores habían sido
principalmente hombres jóvenes o de mediana edad, destacando la categoría de
“chicos jóvenes de fiesta” (24,8% de los casos), seguida de los vecinos del barrio en el
que la víctima pernoctaba o habitaba (12,8%). Más aún, los entrevistados afirmaron
que en algo más del 10% de los casos los responsables habían sido los servicios
policiales73.
Otro resultado destacable de este último estudio fue que dos de cada tres
experiencias analizadas habían sido presenciadas por otras personas, que en más del
68% de los casos no hicieron nada. Los investigadores interpretan este dato como un
reflejo de la indiferencia de la sociedad frente a la vulneración de los derechos de las
personas sin hogar. Los testigos fueron mayoritariamente personas que pasaban por
allí en el momento del incidente (36%) u otras personas sin hogar (casi el 29%). En
ambos casos, sólo un 2,7% de ellos llamó a la policía.
Finalmente, el conjunto de los trabajos citados revela una baja tasa de denuncia,
incluso en los casos de agresiones físicas. Como plantea el Observatorio Hatento, el
desempoderamiento que resulta de los procesos de exclusión social podría explicar

71
Con relación a España, PUENTE GUERRERO, P.; “Experiencias de victimización entre las personas sin
hogar en función del lugar de pernocta. Un análisis desde la Teoría de los Estilos de Vida de Hindelang,
Gottfredson y Garofalo”, en Cuadernos de Política Criminal, 126 (III), Época II, 2019, pp. 227-262. En
otros países, vid. NYAMATHI, A.M., LEAKE, B. Y GELBERG, L.; “Sheltered Versus Nonsheltered Homeless
Women: Diferences in Health, Behavior, Victimization and Utilization of Care”, en Journal of General
Internal Medicine, 15 (8), 2000, pp. 565-572, o WENZEL, S.L., KOEGEL, P. Y GELBERG, L.; “Antecedents of
Physical and Sexual Victimization Among Homeless Women: A Comparison to Homeless Men”, en
American Journal of Community Psychology, 28 (3), 2000, pp. 367-390.
72
Op. cit.
73
Op. cit., 2015b. Recordemos que en este estudio sólo se tuvieron en cuenta los episodios en los que
los agresores no se encontraban en situación de sin hogar.

77
este dato, pues estas personas acaban aceptando la vulneración de sus derechos como
parte de la dinámica del sinhogarismo, a través del mecanismo de la indefensión
aprendida. Y ello porque el sinhogarismo implica, además de la carencia de recursos
materiales, menores niveles de participación social, económica, política y cultural, lo
que en opinión de los autores “termina despojando a las personas de su identidad
como ciudadanos o ciudadanas dignos de la protección de sus derechos”74.
La especial vulnerabilidad de las personas sin hogar es evidenciada asimismo por
los resultados de investigaciones realizadas en otros países, notablemente más
numerosos, que reflejan también tasas de victimización significativamente más
elevadas y muy superiores a las de la población general75. A modo de ilustración,
Newburn y Rock76 encontraron, entre otros hallazgos, que los integrantes de este
colectivo presentaban 13 veces más probabilidades de haber sufrido violencia que la
población general (52% vs 4%), refiriendo el 64% de las personas encuestadas haber
sido insultadas en público mientras dormían a la intemperie, y llegando el 10% a
afirmar que alguien había orinado sobre ellas en alguna ocasión.

4. Conclusiones

«Los derechos de cada individuo disminuyen cuando los derechos de uno solo se ven
amenazados».
John F. Kennedy (1917-1963)

A lo largo del presente documento hemos podido constatar cómo la condición de


sinhogarismo y sus correlatos, especialmente la mayor exposición a la violencia que
acompaña a esta situación, colisionan de múltiples formas con el ejercicio de un
heterogéneo abanico de derechos humanos, derivando en consecuencias que, a la
postre, suponen una merma de la calidad de vida y las oportunidades al alcance de
estas personas que se suma a la ya de por sí adversa situación de sinhogarismo,
agravándola y cronificándola, a la vez que es habitual que esta última se haya visto
precedida por y/o acompañada de otras circunstancias desfavorables que representan
igualmente factores de vulnerabilidad.
Si bien las consideraciones apuntadas distan de ser exhaustivas, pues pretender
sintetizar en unas breves líneas las complejas historias de vida de estos individuos, así
como las intrincadas redes de relaciones entre las numerosas variables involucradas,
sería una empresa abocada al fracaso, parece que la garantía del acceso a una vivienda

74
Op. cit., 2015a, p. 36.
75
Véanse, por ejemplo, NATIONAL COALITION FOR THE HOMELESS; No Safe Street: A Survey of Hate
Crimes and Violence Committed Against Homeless People in 2014&2015. A Report by the National
Coalition for the Homeless, National Coalition for the Homeless, 2016; NEWBURN, T. Y ROCK, P.; Living in
Fear: Violence and Victimisation in the Lives of Single Homeless People. Crisis, Mannheim Centre for
Criminology London School of Economics, 2005; GAETZ, S.; “Safe Streets for Whom? Homeless Youth,
Social Exclusion, and Criminal Victimization”, en Canadian Journal of Criminology and Criminal Justice, 46
(4), 2004, pp. 423-455; o MEINBRESSE et al., op. cit.
76
Ibid.

78
adecuada podría representar una de las claves para transformar el panorama
esbozado77, ya sea desde un enfoque de prevención primaria del sinhogarismo, que
incida sobre las raíces de esta problemática para obstaculizar o impedir su aparición, o
bien minimizar su gravedad y alcance en caso de que esta situación llegase a
sobrevenir; secundaria, dirigida a garantizar el acceso a la vivienda por parte de los
grupos más vulnerables y en riesgo de exclusión; y/o terciaria, mitigando las
manifestaciones últimas del sinhogarismo y mejorando, de este modo, las condiciones
de vida y el horizonte a corto, medio y largo plazo de las personas afectadas por esta
condición.
La estrecha interrelación e íntima interdependencia entre los diferentes
derechos humanos, que en el caso del sinhogarismo se configuran, como hemos visto,
en torno al eje primario de la privación en materia de vivienda, apoyan esta
conclusión, cuya materialización requiere de la intervención y colaboración activas,
coordinadas y efectivas de todos los poderes públicos.

77
Con relación al papel de la vivienda en el fenómeno del sinhogarismo, vid. FEANTSA; Informe anual
2008 Estado Español. Soluciones residenciales para personas sin-hogar. FEANTSA, 2008a; o FEANTSA, op.
cit., 2008b.

79
El triángulo de la violencia de Johan Galtung: una mirada
criminológica a la victimización de grupos vulnerables
Johan’s Galtung triangle of violence: a criminological look at
victimisation of vulnerable groups
Puente, P. (2021). El triángulo de la violencia de Johan Galtung: una mirada
criminológica a la victimización de grupos vulnerables. En Serrano Maíllo, A. y Guzmán
Dalbora, J.L. (Eds.). El resurgimiento de la criminología científica en América Latina.
Estudios en homenaje al profesor Ayar Chaparro Guerra con motivo de su 75º
cumpleaños (11.4.2020) (pp. 113-129). Madrid: Dykinson.

SUMARIO. 1. Introducción: el sinhogarismo en Europa y España. 2. El triángulo de la


violencia de Johan Galtung. 2.1. Sinhogarismo y violencia cultural. 2.2. Sinhogarismo y
violencia estructural. 2.3. Sinhogarismo y violencia directa. 3. Conclusión: la violencia
como constante en las vidas de las personas afectadas por sinhogarismo. Bibliografía.

RESUMEN. Johan Galtung propone la existencia de tres tipos de violencia


interconectados que pueden representarse gráficamente en cada uno de los vértices
de un triángulo: la violencia directa, la violencia estructural y la violencia cultural o
simbólica. El presente trabajo aborda algunas de las formas en las que cada uno de
ellos se concreta con relación al colectivo de personas afectadas por sinhogarismo,
permitiendo constatar cómo la violencia, en sus múltiples manifestaciones, acompaña
las trayectorias vitales de las personas en situación de sin hogar desempeñando, según
el caso, el rol de factor de riesgo, precipitante y/o concomitante de esta coyuntura. Se
concluye la necesidad de reconocer y actuar sobre las tres formas de violencia y sus
diversas manifestaciones, comenzando por la exposición de aquellas que resultan
menos visibles. En este sentido, la violencia cultural, en cuanto legitimadora de otras
formas de violencia que impregna todos los ámbitos de la vida social, representa una
clara prioridad.

PALABRAS CLAVE: grupos vulnerables, personas sin hogar, victimización, violencia


cultural, violencia estructural, violencia directa.

ABSTRACT. Johan Galtung proposes the existence of three interlinked types of violence
that can be graphically represented on each of the vertexes of a triangle: direct
violence, structural violence and cultural or symbolic violence. This paper addresses
some of the ways in which each of them materialise with regard to people who are
homeless, thus establishing how violence, in its various forms, accompany homeless
people’s life courses playing, as the case may be, the role of risk, precipitating or
concomitant factor for this situation. The need to recognise and act on the three forms
of violence and their different manifestations, starting by exposing those which are
less visible, is concluded. In this sense, cultural violence, as legitimizer of other forms
of violence that permeates all domains of social life, represents a clear priority.

80
KEYWORDS: vulnerable groups, homeless people, victimisation, cultural violence,
structural violence, direct violence.

1. Introducción: el sinhogarismo en Europa y España

La Comisión Europea (16 de diciembre de 2010) concibe el sinhogarismo y la


exclusión residencial como una de las formas más extremas de pobreza y privación. Se
trata de un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años en la mayor parte de
los países europeos. Una reciente estimación cifra en 700.000 el número de personas
que duermen a la intemperie o viven en alojamientos temporales o de emergencia
actualmente en la Unión Europea, suponiendo un 70% más que hace diez años (Serme-
Morin y Lamas, 2020). Con relación a España, se calcula que en nuestro país existen
unas 40.000 personas en situación de sin hogar (Cáritas Española, 2019). Entre 8.000 y
10.000 de ellas viven y duermen cada día en la calle (RAIS Fundación, s.f.; Cabrera y
Rubio, 2009).
Es preciso, no obstante, destacar que estas estimaciones corresponden al
escenario inmediatamente anterior a la emergencia de la crisis sanitaria provocada por
la COVID-19, cuyas consecuencias últimas sobre el sinhogarismo y la exclusión
residencial aún se desconocen en gran medida. En cualquier caso, reflejan una
concepción restringida o estricta del sinhogarismo, que limita su alcance a quienes
desarrollan su vida en las calles o viven en los recursos dirigidos a las personas en
situación de sin hogar, como los albergues, dejando al margen toda otra serie de
situaciones de precariedad o vulnerabilidad en el alojamiento que trascienden la
dimensión puramente físico-técnica para abarcar cuestiones políticas y culturales
(Cabrera y Rubio, 2008).
Partiendo de una visión más amplia, la Federación Europea de Asociaciones
Nacionales que Trabajan con Personas sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés)
ha desarrollado una definición extensa de esta problemática que configura la Tipología
Europea del Sinhogarismo y la Exclusión Residencial (más conocida como ETHOS). Se
trata de una clasificación dimensional de diferentes condiciones de vida que
constituyen formas de sinhogarismo y exclusión residencial de menos a más
extremas78.
La tipología hunde sus raíces en un modelo conceptual de hogar basado en tres
dominios: 1) físico: disponer de una vivienda o un espacio adecuados sobre los que una
persona y su familia puedan ejercer su posesión en exclusiva; 2) social: poder
mantener la privacidad y disfrutar de relaciones sociales; y 3) legal: disponer de un
título legal de ocupación (FEANTSA, s.f.). La grave limitación o ausencia de uno o varios
de ellos delimita cuatro categorías conceptuales principales que se subdividen para
conformar un total de trece categorías operativas que describen diferentes situaciones
residenciales: 1) sin techo: personas que viven en la calle o en espacios públicos, sin un

78
La aplicación de este adjetivo se limita a la dimensión de exclusión residencial, sin que se pretenda en
modo alguno calificar la gravedad del impacto de cada situación sobre el bienestar y la calidad de vida
de las personas que la sufren.

81
refugio que pueda ser definido como residencia, o bien aquellas que pernoctan en
recursos de emergencia (centros de pernocta, albergues de baja exigencia) sin que
tengan un lugar de residencia habitual; 2) sin vivienda: personas alojadas a corto plazo
(estancia durante menos de un año) en recursos para personas sin hogar, en centros
de acogida para mujeres víctimas de violencia doméstica, en recursos de alojamiento
para inmigrantes, quienes se encuentran en instituciones (centros penitenciarios,
instituciones médicas, centros para menores, etc.) y no disponen de alojamiento en el
momento de abandonarlas, así como las personas en alojamientos con apoyo
sostenido (estancia superior a un año) debido a su condición de personas sin hogar; 3)
vivienda insegura: personas que viven temporalmente con familiares o amigos,
quienes residen en una vivienda sin título legal de ocupación, así como quienes se
encuentran bajo la amenaza de desahucio o de violencia por parte de su familia o su
pareja; y 4) vivienda inadecuada: personas que viven en estructuras temporales o no
convencionales, como chabolas o caravanas, en viviendas no aptas para su
habitabilidad según la normativa o en las que existe una situación de hacinamiento
extremo (FEANTSA, 2017).
Las dos primeras categorías –sin techo y sin vivienda–, en lo que concierne a los
recursos dirigidos a personas en situación de sin hogar, son las que generalmente se
ven reflejadas en los estudios empíricos sobre sinhogarismo, y a ellas corresponden las
cifras indicadas al inicio del presente documento. Sin embargo, cuando partimos de
una definición extensa del sinhogarismo y la exclusión residencial, el alcance de esta
problemática resulta notablemente más amplio de lo que comunican tales datos. De
este modo, por ejemplo, y a pesar de las dificultades que comporta cuantificar muchas
de estas situaciones, los resultados de la más reciente Encuesta sobre Integración y
Necesidades Sociales de la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de
Sociología Aplicada), relativa al año 2018, nos permiten aproximarnos a las categorías
tercera y cuarta de la tipología ETHOS. En ella se estimó que 2,1 millones de personas
en España residían en una vivienda insegura, 4,6 millones lo hacían en una vivienda
inadecuada y medio millón de personas sufrían ambas situaciones de forma
simultánea (Fernández Maíllo, 2019; Fundación FOESSA, 2 de agosto de 2019). Más
aún, en el último informe de la Red Europea de la Lucha Contra la Pobreza y la
Exclusión Residencial (European Anti Poverty Network –EAPN–) se recoge que el 26,1%
de la población en nuestro país, esto es, más de 12 millones de personas, se
encontraba en riesgo de pobreza y/o exclusión social en 201879 (Llano, 2019).
Desafortunadamente, resulta previsible que estas cifras se incrementen como
consecuencia del impacto de la crisis sanitaria que estamos atravesando.
En definitiva, el sinhogarismo es un fenómeno diverso y complejo que adopta
tanto formas visibles como otras que comúnmente permanecen encubiertas, pero
todas ellas comportan graves consecuencias para las vidas y horizontes de sus
protagonistas.

79
Esta cifra corresponde al indicador AROPE (At Risk Of Poverty and/or Exclusion), compuesto por la
suma de tres subindicadores que representan a tres conjuntos de población: personas en riesgo de
pobreza, personas con privación material severa y personas en hogares con baja intensidad de empleo.
El indicador define a aquellos individuos que cumplen uno o más de los tres criterios.

82
2. El triángulo de la violencia de Johan Galtung

El sociólogo y matemático noruego Johan Galtung concibe la violencia como


aquellas “afrentas evitables a las necesidades humanas básicas80 (…), que rebajan el
nivel real de la satisfacción de las necesidades por debajo de lo que es potencialmente
posible” (2003, p. 9). De este modo, define la violencia como la causa de la diferencia
entre lo potencial y lo real, lo que incrementa esta distancia o lo que impide disminuya
(Galtung, 1969). En palabras de Galtung: “cuando lo potencial es mayor que lo real es
por definición evitable y cuando es evitable, entonces la violencia está presente”
(1969, p. 169).
Partiendo de esta base, el autor propone que existen tres tipos de violencia que
pueden representarse gráficamente en cada uno de los vértices de un triángulo:
1. Violencia directa, visible en forma de conductas, con un agresor y una víctima
claramente identificables y en la cual el primero inflige un daño a la segunda de
forma directa (relación sujeto-conducta-objeto) (Galtung, 1998; 1969).
2. Violencia estructural o injusticia social. Es un tipo de violencia indirecta,
silenciosa, en la que no existe una clara relación sujeto-objeto (Galtung, 1969).
Se encuentra integrada en la estructura social y se materializa en forma de
desigualdad de poder y, en consecuencia, de oportunidades vitales desiguales.
De este modo, el autor considera que la pieza central de la estructura violenta
típica es la explotación, entendida como intercambio desigual en el que algunos
obtienen de la interacción en la estructura mucho más que otros en términos de
satisfacción de necesidades (Galtung, 2003). Como expresan La Parra y Tortosa,
en el marco de este término “la deprivación se define como el resultado de un
conflicto entre dos o más partes en el que el reparto, acceso a o posibilidad de
uso de los recursos es resuelto sistemáticamente a favor de alguna de las partes
y en perjuicio de las demás” (2003, p. 63).
3. Violencia cultural o simbólica. Se trata de aquellos aspectos de la cultura que
pueden ser utilizados para justificar o legitimar la violencia directa o la
estructural y que, de ese modo, resulten aceptables para la sociedad. Se
materializa en la religión, la ideología, el arte, el lenguaje, la ciencia, el derecho,
los medios de comunicación y la educación (Galtung, 1996; 2003).
Galtung (2016; 2003) indica que una diferencia importante en la relación
temporal de los tres tipos de violencia es que la violencia directa es un suceso, la
estructural un proceso, con sus altibajos, y la cultural es una constante: se mantiene
básicamente inalterada durante largos periodos, dada la lentitud con la que se
producen las transformaciones culturales. De este modo, propone una imagen de
estratos de violencia en cuya base se sitúa un flujo constante a lo largo del tiempo de
violencia cultural, del que se nutren la violencia estructural y directa.
A lo largo de las siguientes líneas abordaremos algunas de las formas en las que
cada uno de estos tipos de violencia se manifiesta con relación al colectivo de personas

80
Galtung plantea que existen cuatro clases de necesidades básicas: supervivencia, bienestar, identidad
o reconocimiento y libertad (2003, p. 9).

83
afectadas por sinhogarismo. Partiendo de la propuesta de estratos de violencia de
Galtung, nos desplazaremos desde el estrato inferior, la violencia cultural, hasta el más
superficial, la violencia directa.

2.1. Sinhogarismo y violencia cultural

La violencia cultural que enfrenta el colectivo de personas afectadas por


sinhogarismo se refleja en múltiples ámbitos. Examinaremos, sin pretensión de
exhaustividad, algunos de los más relevantes.
En primer lugar, esta clase de violencia se encuentra presente, sin duda, en el
lenguaje. Un ejemplo de ello es la utilización de términos con connotaciones negativas
en referencia a estas personas, como “vagabundo/a” o “indigente”. También permea
los medios de comunicación, en los que muy a menudo se presenta una imagen
estereotipada de este grupo. Estos dos primeros ámbitos se encuentran, además,
íntimamente relacionados entre sí (Centre d’Acollida ASSÍS, 2017; García Juan, 2013;
Serrano y Zurdo, 2013).
Asimismo, la violencia cultural contra las personas sin hogar se manifiesta en la
ideología. Es incuestionable que la condición de sinhogarismo comporta un fuerte
estigma social (Phelan et al., 1997; Sales, Uribe y Marco, 2015), pues lleva aparejada
una identidad social devaluada, asociándose con evaluaciones y estereotipos negativos
ampliamente compartidos y conocidos por los miembros de la sociedad, incluidas las
propias personas sin hogar (Goffman, 2006; Major y O’Brien, 2005; Crocker, Major y
Steele, 1998). Estas concepciones encierran aspectos descriptivos y prescriptivos que
contribuyen a configurar y perpetuar la visión negativa de este colectivo, al tiempo que
definen el comportamiento esperable y aceptable tanto por parte de quienes lo
integran como de quienes no se encuentran en dicha situación, así como de cada
grupo hacia el otro (Fiske, 1993; 1998; Biernat y Dovidio, 2000).
Los prejuicios y estereotipos negativos acerca de las personas sin hogar que
habitan en el imaginario social tienen como principal denominador común la
consideración de que la persona es, de algún modo, responsable de encontrarse en
dicha situación y de las consecuencias que ello implique (Andrade, 2008; Parsell y
Parsell, 2012; Deforge, 2012; Arrels Fundació, 2017). La atribución de responsabilidad
denota que el estigma es percibido como controlable, esto es, se juzga que los
individuos estigmatizados tienen control sobre la aparición del estigma o su
eliminación (Schmitt et al., 2014). Ello comporta actitudes más negativas y un mayor
rechazo hacia quienes lo poseen (Crocker, Major y Steele, 1998; Rodin et al., 1989;
Weiner, Perry y Magnusson, 1988). En este sentido, como plantean Jonhstone et al.
(2015), puesto que se concibe que la situación en materia de vivienda se encuentra, en
cierto modo, bajo el control del individuo, las personas sin hogar son, con frecuencia,
consideradas responsables de su carencia de una vivienda adecuada, presentando de
este modo una mayor probabilidad de enfrentar formas de discriminación altamente
legitimadas (en la misma línea, Sánchez Morales, 2010).
Johnstone et al. (2015) defienden, además, que las personas en situación de sin
hogar no son percibidas como plenamente humanas (en este sentido, véase Harris y
Fiske, 2006). Apoyan su argumentación en el modelo del contenido de los

84
estereotipos, en el marco del cual el colectivo de personas en situación de sin hogar
constituye un exogrupo extremo caracterizado por la combinación de una baja
percepción de competencia y una baja percepción de cordialidad, elicitando así el peor
tipo de prejuicio: el prejuicio despectivo, que suscita reacciones emocionales de
desprecio, aversión, ira y resentimiento (Fiske et al., 2002; Fiske, Cuddy y Glick, 2007).
Ello acentúa la legitimación otorgada al trato negativo dirigido contra ellas.
Como resultado del sistema de creencias esbozado, las personas en situación de
sin hogar pueden llegar a ser juzgadas como seres humanos residuales, excedentes o
superfluos (Bauman, 2013) y, como tales, susceptibles de exclusión moral, es decir,
consideradas “fuera de los límites en los que se aplican valores morales, reglas y
consideraciones de justicia” (Opotow, 1990, p. 1). En tanto que individuos
“insignificantes, prescindibles o no merecedores” (p. 1), las situaciones de desventaja y
privación, así como las conductas de explotación o, incluso, el odio y la violencia
dirigidos contra ellos pueden llegar a parecer normales, aceptables y justos (Opotow,
1990; 2001). En la misma línea, Crandall (2000) refiere que en la base del rechazo a los
grupos estigmatizados se encuentran determinadas ideologías justificadoras, como la
creencia en un mundo justo en el que cada cual obtiene lo que se merece, la
culpabilización de la víctima, las atribuciones al control y la responsabilidad o la ética
protestante del trabajo, que otorgan legitimidad al prejuicio, la discriminación, el
rechazo y la evitación de sus integrantes. De esta forma, “uno puede continuar
tratando a las personas como ciudadanos de segunda clase, aplicar un estándar moral
de menor nivel y practicar la exclusión con la conciencia tranquila” (p. 126).
De modo similar, Galtung (2003) alude a la dicotomía entre el Yo y el Otro, en el
marco de la cual se exalta el valor del Yo y se degrada el del Otro, y afirma que en ese
punto puede comenzar a actuar la violencia estructural, con una tendencia a
convertirse en una profecía autocumplida en virtud de la cual las personas se degradan
por la explotación81 y son explotadas porque se las percibe como degradadas,
deshumanizadas. Pero quizá lo más destacable aquí es cómo el autor enlaza estos
procesos con la violencia directa, describiendo cómo abonan el terreno para su
surgimiento. En palabras de Galtung:
Cuando el Otro no sólo está deshumanizado sino que se ha logrado
convertirle en un Ello, privado de humanidad, está dispuesto el escenario para
cualquier tipo de violencia directa, cuya responsabilidad seguidamente se carga
sobre la víctima. Luego se refuerza por la categoría del peligroso ello; los escoria o
bacterias (como describía Hitler a los judíos); el enemigo de clase (como describía
Stalin a los kulaks); el perro rabioso (como describía Reagan a Gadaffi); los maniacos
criminales (como describen los expertos de Washington a los terroristas). El
exterminio se convierte en una obligación psicológicamente posible. Los agentes de
las SS se convierten en héroes que deben ser aclamados por su entrega al deber (p.
17).

81
Recordemos que este autor concibe la explotación como un intercambio desigual en el que algunos
obtienen de la interacción en la estructura mucho más que otros en términos de satisfacción de
necesidades (Galtung, 2003).

85
Los anteriores planteamientos conectan, en el ámbito de nuestro estudio, con el
constructo de aporofobia, acuñado por la filósofa Adela Cortina, quien lo define como
el “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al
menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio” (2017, p. 6).
Finalizaremos este breve análisis examinando el modo en que la violencia
cultural contra las personas en situación de sin hogar se refleja en un cuarto ámbito: el
derecho. A este respecto, abordaremos la criminalización del sinhogarismo, entendida
como “el empleo de leyes y prácticas para restringir las actividades y movimientos de
las personas en situación de sin hogar” (O’Grady, Gaetz y Buccieri, 2011, p. 7),
centrando nuestro enfoque en la criminalización de las actividades diarias de
subsistencia de estas personas por medio de normas administrativas a nivel local y,
especialmente, aquellas que regulan cuestiones relacionadas con el civismo y la
convivencia ciudadana.
Desde que en enero de 2006 entrara en vigor la Ordenanza municipal de
medidas para fomentar y garantizar la convivencia ciudadana en el espacio público de
Barcelona, tan pionera como polémica (Bessa y Di Masso, 2009), han ido proliferando
en los municipios españoles textos similares. Tanto la citada norma como la Ordenanza
tipo de seguridad y convivencia ciudadana, elaborada por la Federación Española de
Municipios y Provincias (FEMP) en 2013 han sido tomadas como modelo por muchos
municipios en el diseño de la regulación local en esta materia (Melero, 2016), si bien
ello no se ha producido de un modo uniforme, de forma que gran parte de los
contenidos difiere en su naturaleza y amplitud de unos municipios a otros, al tiempo
que lo hacen las sanciones previstas para las infracciones a sus preceptos.
Partiendo de la finalidad y objeto recogidos en el artículo 1 de la ordenanza tipo
de la FEMP, que bien pueden hacerse extensivos a cualquiera de las ordenanzas
locales en materia de convivencia ciudadana, este tipo de normas se establecen con la
vocación de “preservar el espacio público como lugar de convivencia y civismo, en el
que todas las personas puedan desarrollar en libertad sus actividades de libre
circulación, ocio, encuentro y recreo, con pleno respeto a la dignidad y a los derechos
de los demás y a la pluralidad de expresiones culturales, políticas, lingüísticas y
religiosas y de formas de vida diversas”. También se alude en dicho precepto a la
prevención de las actuaciones perturbadoras de la convivencia ciudadana, a la
protección de los bienes públicos e instalaciones y elementos que forman parte del
patrimonio urbanístico y arquitectónico municipales frente a agresiones, alteraciones
y/o usos indebidos y a la sanción de las conductas incívicas y la reparación de los daños
generados. Finalmente, se plantea como finalidad el establecimiento de “normas que
favorezcan el normal desarrollo de la convivencia ciudadana, el buen uso y disfrute de
los bienes de uso público, así como su conservación y protección, en el ámbito de las
competencias municipales”.
¿Por qué se defiende entonces que este tipo de normas esconden violencia
cultural contra las personas afectadas por sinhogarismo? Pues bien, a pesar de su
legítima pretensión sobre el papel y su aparente neutralidad, estas ordenanzas
comportan la criminalización de situaciones extremas de exclusión, como las que viven

86
aquellos individuos que desarrollan, en mayor o menor medida, sus vidas en las calles
–categoría sin techo de la tipología ETHOS–. Estas personas, por motivos diversos82,
muy a menudo no cuentan con espacios privados en los que realizar ciertas conductas
que son objeto de sanción cuando se llevan a cabo en lugares públicos. Conductas que
son necesarias para la subsistencia de cualquier persona. Sin embargo, la clave reside
en que, a diferencia de quienes no se encuentran en esta situación, las personas sin
techo no tienen alternativa. Como apunta Waldron, “si dormir está prohibido en los
lugares públicos, entonces dormir está totalmente prohibido para los sin hogar. Si
orinar está prohibido en los lugares públicos (y no hay baños públicos) entonces los sin
hogar simplemente no son libres para orinar” (1991-1992, p. 311; citado por Melero,
2016, p. 19). De este modo, indica Melero (2016), actividades que no están prohibidas
con carácter general sí lo están para las personas en situación de sin hogar.
Como refiere Galtung, “la violencia cultural hace que la violencia directa y la
estructural aparezcan, e incluso se perciban, como cargadas de razón -o al menos, que
se sienta que no están equivocadas-” (2016, p. 149). Una de las formas en que, de
acuerdo con el autor, actúa la violencia cultural es cambiando “el color moral de un
acto, pasando del rojo/incorrecto al verde/correcto o, por lo menos, al
amarillo/aceptable” (2003, p. 8). Otro modo es “hacer opaca la realidad, de modo que
no vemos el hecho o acto violento o, al menos, no lo vemos como violento” (2003, p.
8). Las referidas ordenanzas cumplen ambas funciones al etiquetar a las personas sin
techo como “incívicas” por realizar conductas de las que depende, en mayor o menor
medida, su supervivencia, obviando el hecho de que su condición de personas en
situación de sin hogar restringe notablemente sus opciones. A este respecto, el
lenguaje del civismo/incivismo exime del uso de etiquetas estigmáticas cuya expresión
es políticamente incorrecta, sustituyéndolas por una expresión más sutil de formas de
prejuicio y discriminación (Bessa y Di Masso, 2009). En palabras de estos autores, “el
cambio de discurso y de etiquetado, lejos de borrar el fenómeno subyacente de
rechazo social y de violencia (…), ofrece nuevos canales para garantizar su cómoda
expresión bajo el legítimo disfraz de la defensa del ‘civismo’”83 (p. 155).

2.2. Sinhogarismo y violencia estructural

Como se recoge más arriba, Galtung (1969) concibe la violencia estructural como
un tipo de violencia silenciosa que se materializa en forma de oportunidades vitales
desiguales. El autor defiende que, al igual que la violencia directa, es relacional y no
solo relativa, reflejando no solo desigualdad, sino falta de equidad. En palabras de
Galtung: “no es «Y tiene un bajo nivel de bienestar y derechos humanos» y «X lo tiene

82
Entre ellos, la insuficiencia de recursos. Así, como hemos indicado, se calcula que en España
aproximadamente 40.000 personas se encuentran afectadas por sinhogarismo. Sin embargo, y a modo
de ilustración, la última Encuesta sobre centros y servicios de atención a personas sin hogar reveló que
durante 2018 la media de plazas de alojamiento disponibles fue de 20.219 (INE, 26 de septiembre de
2019).
83
Traducción libre del original.

87
elevado en ambos», sino «X lo tiene elevado en ambos porque Y lo tiene bajo» (1998,
p. 23).
El tipo de relación predominante en este caso, como apuntan La Parra y Tortosa,
es “el uso de distintos mecanismos para que se produzca un reparto, acceso o
posibilidad de uso de los recursos desfavorable al grupo en una posición de debilidad”
(2003, p. 64). Tales mecanismos son diversos y complejos:
La injusticia social, la pobreza o la desigualdad, no son fruto únicamente de
dinámicas producidas por las relaciones de tipo económico, sino que también
pueden ser explicadas a partir de la opresión política utilizando mecanismos tan
dispares como la discriminación institucional, legislación excluyente de ciertos
colectivos o la política fiscal y de gasto público regresiva (…) (p. 62).
Partiendo de esta base, el propio fenómeno del sinhogarismo y sus implicaciones
para todos los ámbitos de la vida de las personas que lo sufren suponen violencia
estructural (Centre d’Acollida ASSÍS, 2017).
El modo en que las personas afectadas por sinhogarismo ven obstaculizado el
ejercicio de sus derechos de ciudadanía –civiles, políticos, sociales, económicos y de
participación social–, siendo especialmente visible la vulneración de sus derechos a la
vivienda, al trabajo, al honor y a la propia imagen y a la protección de la salud, ilustra
esta realidad (Sánchez Morales, 2010). Así, por ejemplo, en la Estrategia Nacional
Integral para Personas sin Hogar 2015-2020 se recoge que la esperanza de vida de las
personas sin hogar es aproximadamente 30 años inferior a la de la población general
(Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2015).
Otro ámbito en el que puede identificarse este tipo de violencia es con relación a
la citada criminalización del sinhogarismo. Como recogen O’Grady, Gaetz y Buccieri
(2011), los mecanismos criminalizadores son diversos. Entre los que pueden
considerarse manifestaciones de violencia estructural podemos citar: la aplicación
desproporcionada y discriminatoria de leyes y ordenanzas, como podrían reflejar la
práctica de un “perfil social” por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad o las
consecuencias más gravosas para las personas en situación de sin hogar derivadas de
la aplicación de las referidas ordenanzas municipales en materia de convivencia
ciudadana84; la instalación de mobiliario urbano o la arquitectura hostiles/defensivos85
(véase, por ejemplo, de Fine, 2017 o Petty, 2016); la sobrerrepresentación de las
personas sin hogar en la población penitenciaria, consecuencia de la aplicación
desproporcionada y discriminatoria de la ley, la incapacidad para cumplir con las
condiciones de la libertad bajo fianza y las mayores dificultades de este colectivo para
acceder a asesoramiento y defensa jurídicos apropiados; o la mayor probabilidad de
que las personas que abandonan un centro penitenciario enfrenten situaciones de
sinhogarismo ante la ausencia de apoyo de transición.

84
Un análisis más detallado de esta cuestión puede consultarse en Puente (2020).
85
A este respecto, un banco en la Plaza de Tirso de Molina de Madrid tiene el dudoso honor de haber
sido finalista en la categoría internacional de la segunda edición de los premios “Pics d’Or”, ceremonia
satírica impulsada por la Fundación Abbé Pierre para denunciar los casos de mobiliario urbano o
medidas administrativas que, de forma intencionada o no, impiden que las personas sin hogar se
sienten o se tumben en la calle (Fondation Abbé Pierre, 2020).

88
La crisis sanitaria que estamos atravesando ha puesto también de relieve
numerosas manifestaciones de la violencia estructural que enfrentan las personas en
situación de sin hogar. De este modo, la prescripción del confinamiento convirtió lo
invisible en visible: cuando las calles se quedaron vacías el sinhogarismo resultó más
evidente que nunca, y las personas en situación de sin techo se vieron mucho más
expuestas a los juicios y la estigmatización por parte del resto de los/as ciudadanos/as,
así como a la vigilancia policial, a causa de su permanencia en las calles, llegando en
algunos casos a ser sancionadas por ello (Amnistía Internacional, 2020). Sin embargo,
¿cómo se puede cumplir con el mandato de quedarse en casa cuando no se tiene una?
(Hogar Sí, 2020).
Por otra parte, las condiciones de vida que comporta la situación de
sinhogarismo dificultan la adopción de medidas preventivas tan elementales como el
cuidado de la salud o el mantenimiento de una higiene adecuada, al tiempo que
muchas personas sin hogar padecen problemas de salud de base, constituyendo así un
grupo de especial riesgo tanto con relación al contagio del coronavirus como en cuanto
a la posible evolución de la enfermedad una vez haya sido contraída. Si a ello le
sumamos una red de recursos de partida basada principalmente en alojamientos
colectivos; el cierre inicial de muchos servicios asistenciales de alimentación e higiene
ante la imposibilidad de garantizar el cumplimiento de las medidas higiénico-sanitarias
necesarias, así como de comercios y establecimientos de los que las personas sin hogar
obtenían diferentes bienes y servicios de forma habitual; la reducción, a fin de
asegurar el distanciamiento social, de un número de plazas que ya resultaba
insuficiente antes de la emergencia de la pandemia y la respuesta desigual ofrecida por
los diferentes municipios con relación a la creación de plazas de alojamiento de
emergencia (Puente et al., en prensa), no es difícil imaginar el impacto diferencial que
ha tenido la crisis sanitaria generada por la COVID-19 sobre el colectivo de personas
afectadas por sinhogarismo.
Además, como refieren estos últimos autores, “resulta previsible que las crisis
económica y social subsecuentes a la crisis sanitaria supongan un incremento en el
número y una diversificación en los perfiles de las personas en situación o riesgo de
pobreza y/o exclusión social, así como que deriven en un flujo de personas desde
situaciones de exclusión residencial menos (…) a más extremas”. Lo anterior, que
comenzó a manifestarse durante el confinamiento, se vio agravado con la desescalada
y parece probable que vaya a intensificarse con la segunda ola del coronavirus que
estamos atravesando, evidencia nuevamente que las consecuencias de la pandemia no
se distribuyen equitativamente entre los diferentes sectores sociales, sino que inciden
de forma especialmente negativa sobre los colectivos más vulnerables. Frente a esta
realidad, algunos de los requisitos establecidos para solicitar y acceder a las medidas
implementadas para paliar esta situación, como el Ingreso Mínimo Vital, pueden llegar
a excluir como beneficiarias de las ayudas precisamente a las personas que más lo
necesitan (Hogar Sí, 2 de junio de 2020).

89
2.3. Sinhogarismo y violencia directa

La violencia directa que sufren las personas afectadas por sinhogarismo es la


forma de violencia más visible y, por tanto, la que ha recibido una mayor atención, en
los últimos años creciente. En todo caso, se observa una escasez general de trabajos en
este sentido, particularmente en lo que se refiere a España.
Uno de los primeros esfuerzos por abordar esta materia de forma sistemática en
nuestro país derivó en la publicación del informe “Violencia directa, estructural y
cultural contra las personas en situación de sin hogar en España”, impulsado por la
Fundación Mambré (Ruiz, 2007). El documento se aproxima a las tres formas de
violencia citadas a partir de un análisis de las noticias publicadas durante el año 2006
por diversos medios de comunicación. El Centre d’Acollida ASSÍS ha continuado con la
labor de recopilación de las noticias, generando una base de datos de acceso abierto
que puede consultarse en línea86. Esta entidad ha publicado recientemente un
segundo informe que analiza las noticias publicadas entre 2006 y 2016 (Centre
d’Acollida ASSÍS, 2017).
Por otra parte, muchos de los trabajos realizados para caracterizar a las personas
afectadas por sinhogarismo incluyen entre sus preguntas una o varias cuestiones
relacionadas con las experiencias de violencia directa de estas personas. La única
iniciativa de alcance nacional en este sentido es la Encuesta a las Personas sin Hogar,
realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), y de la que hasta la fecha se han
realizado dos oleadas, en 2005 y 2012 (INE, s.f.). Es importante destacar que el estudio
se limita a las personas usuarias de los diferentes recursos de alojamiento y/o
restauración para este colectivo ubicados en municipios de más de 20.000 habitantes.
Otros esfuerzos se limitan a determinadas ciudades o regiones (por citar algunos de los
más recientes, Arrels Fundació, 2020; Muñoz, Sánchez y Cabrera, 2018; Centro de
Documentación y Estudios SIIS, 2018; Cabrera, 2016; Ayuntamiento de Valencia, 2015).
Tomados conjuntamente, los resultados de estas investigaciones muestran que
las experiencias de violencia directa resultan, lamentablemente, comunes entre
quienes integran este grupo social: aproximadamente una de cada dos personas en
situación de sin hogar afirma haber sido víctima de algún delito o agresión a lo largo de
su historia de sinhogarismo.
Las tasas de victimización que enfrenta este colectivo resultan muy superiores a
las de la población general (Meinbresse et al., 2014; Newburn y Rock, 2005; Lee y
Schreck, 2005), y se incrementan entre quienes pernoctan en espacios públicos
(Nyamathi, Leake y Gelberg, 2000; Wenzel, Koegel y Gelberg, 2000; Puente, 2019).
Con relación a la categoría específica de los delitos de odio motivados por la
aporofobia, en España contamos, desde 2015, con el Observatorio de Delitos de Odio
contra Personas Sin Hogar, bautizado como Hatento. Uno de sus estudios arrojó que
más del 47% de las personas sin hogar entrevistadas refirieron haber sufrido, al menos,
un incidente o delito relacionado con la aporofobia durante su historia de

86
Tanto la citada base de datos como otros recursos en materia de aporofobia y violencia contra las
personas en situación de sin hogar pueden consultarse en https://aporofobia.info.

90
sinhogarismo, y en más del 81% de los casos ello había ocurrido en más de una ocasión
(RAIS Fundación, 2015). Frente a esta realidad, en el último Informe de la Evolución de
los Delitos de Odio en España (Cereceda et al., 2020) se recoge que durante el año
2019 las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tan solo registraron un total de 12 delitos e
incidentes de odio relacionados con la aporofobia, una cifra muy similar a la informada
en los años precedentes (vid., por ejemplo, Cereceda et al., 2019; Ministerio del
Interior, 2018; Ministerio del Interior, 2017). Lo anterior pone de manifiesto la elevada
cifra negra que existe con relación a este tipo de delitos, y recuerda la importancia de
articular diferentes perspectivas a la hora de aproximarse a la realidad social (García
Ferrando, Ibáñez y Alvira, 2015).
Entre las mujeres sin hogar destacan las experiencias de violencia sexual (vid.,
por ejemplo, Goodman, Fels y Glenn, 2006), cuya prevalencia a lo largo de la vida es
muy superior en comparación con los hombres en esta situación y con las mujeres de
la población general (Jasinski, et al., 2005; Stermac y Paradis, 2001). Asimismo, la
violencia doméstica constituye un factor precipitante de primer orden del
sinhogarismo femenino (FEANTSA, 2019). Muchas mujeres permanecen en hogares
violentos o bien regresan con sus agresores una vez han abandonado el domicilio para
evitar quedarse sin hogar ante la ausencia de alternativas de alojamiento o la
incapacidad para soportar las condiciones de vida que comporta la situación de
sinhogarismo (Marpsat, 2000; Gerrard et al., 2012; Mayock, Sheridan y Parker, 2015).
De hecho, Nunan (1995, p. 38) se ha referido a las mujeres que viven situaciones de
violencia en sus hogares como “housed homeless”.
Finalmente, se ha encontrado que las experiencias de violencia a lo largo de la
infancia y la adolescencia constituyen factores de riesgo para el sinhogarismo en la
vida adulta (por ejemplo, Mar et al., 2014; Herman et al., 1997).
Sin duda, lo recogido hasta el momento no agota todas las formas posibles de
violencia directa que afectan a este colectivo. Sin embargo, puede ilustrar cómo estas
experiencias se encuentran, desafortunadamente, muy presentes en las vidas de las
personas afectadas por sinhogarismo.

91
3. Conclusión: la violencia como constante en las vidas de las personas afectadas
por sinhogarismo

“(…) la violence, sous quelque forme qu’elle se manifeste, est un échec”87


Jean Paul Sartre (1905-1980)

A lo largo del presente trabajo hemos podido constatar que la violencia, en sus
múltiples manifestaciones, acompaña las trayectorias vitales de las personas en
situación de sin hogar desempeñando, según el caso, el rol de factor de riesgo,
precipitante y/o concomitante del sinhogarismo. De este modo, el sinhogarismo y la
violencia se entrelazan de formas diversas. Algunas son más visibles, como aquellas
experiencias de violencia directa que se derivan de la mayor exposición a los riesgos
que se asocia a esta condición. Otras, por el contrario, son más sutiles y a menudo
pasan desapercibidas. No obstante, su importancia e impacto sobre las vidas y el
horizonte de quienes las sufren son indiscutibles. Precisamente la común
normalización o la falta de reconocimiento de las formas de violencia que presentan
un carácter más encubierto contribuyen a prolongar su existencia, al tiempo que
pueden acentuar sus consecuencias negativas para aquellos que las padecen.
Galtung (2016; 2003) defiende que la violencia cultural, estructural y directa se
encuentran interconectadas, de modo que la violencia puede comenzar en cualquier
ángulo del triángulo y se transmite fácilmente a los otros, generándose así un círculo
vicioso. El autor indica, en todo caso, que generalmente el flujo causal parte de la
violencia cultural, pasa por la estructural y desemboca en la violencia directa. Así, por
ejemplo, no resulta difícil identificar las raíces culturales y estructurales de los delitos
de odio por aporofobia.
El ciclo se perpetuará en la medida en que no logremos fracturarlo. Para ello, es
preciso reconocer y actuar sobre las tres formas de violencia y sus manifestaciones,
comenzando por exponer aquellas que resultan menos visibles y de las que se nutre,
en buena medida, el resto. Sin perjuicio de lo anterior, la violencia cultural, en cuanto
legitimadora de las formas de violencia estructural y/o directa que impregna todos los
ámbitos de la vida social, representa una clara prioridad de intervención para lograr,
en el futuro, prevenir y erradicar todas las formas de violencia que enfrentan las
personas en situación de sin hogar.

87
“(…) la violencia, sea cual sea la forma en la que se manifieste, es un fracaso” (traducción libre del
original). En Sartre, J.P. (1948), Qu’est-ce que la littérature? París: Éditions Gallimard. P. 286.

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98
Experiencias de victimización de las personas en situación de
sin hogar. Una aproximación al perfil de las víctimas utilizando
análisis de segmentación y regresión logística
Criminal victimisation events of people who are homeless. An approach
to victim’s profile by means of segmentation analysis and logistic
regression
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SUMARIO: 1. Introducción. 1.1. El sinhogarismo y la exclusión residencial. 1.2. Las


experiencias de victimización de las personas sin hogar. 2. Objetivos. 3. Metodología.
3.1. Muestra. 3.2. Procedimiento. 3.3. Variables. 3.3.1. Variables independientes. 3.3.2.
Variable dependiente. 3.4. Estrategia analítica. El análisis de segmentación. 4.
Resultados. 4.1. Características sociodemográficas. 4.2. Condiciones de vida. 4.3.
Antecedentes personales y familiares. 4.4. Perfil global de las personas victimizadas vs.
no victimizadas. 5. Discusión y conclusiones. 6. Bibliografía. Apéndice I. Variables
independientes objeto de estudio. Apéndice II. Experiencias de victimización en
función de las características sociodemográficas de las personas encuestadas.
Apéndice III. Experiencias de victimización en función de las condiciones de vida de las
personas encuestadas. Apéndice IV. Experiencias de victimización en función los
antecedentes personales y familiares de las personas encuestadas. Apéndice V. Árbol
de clasificación en formato de tabla con todas las variables objeto de estudio.

RESUMEN. En el presente estudio se analizaron las relaciones entre tres conjuntos de


variables: características sociodemográficas, condiciones de vida y antecedentes
personales y familiares, y las experiencias de victimización en una muestra de personas
en situación de sin hogar. El objetivo fue determinar qué variables se encontraban en
mayor medida relacionadas con dichas experiencias para este colectivo. Aplicando
análisis de segmentación y, posteriormente, análisis de regresión logística, se obtuvo
que las experiencias de victimización se encontraban conectadas con una combinación
de condiciones de vida desfavorables y antecedentes adversos, con resultados
esencialmente convergentes entre ambas estrategias analíticas. Sin embargo, el
análisis de segmentación permitió además identificar de forma automática algunas
interacciones relevantes entre las variables. Por ejemplo, para aquellos que habían
sido detenidos en dependencias policiales en más de una ocasión, el mejor
pronosticador de las experiencias de victimización fue contar con antecedentes de
problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona durante la infancia o
adolescencia, mientras que para quienes sólo habían sido detenidos una vez la variable
más relevante fue el tiempo que llevaban en situación de sin hogar. Entre los

99
participantes que no habían sido detenidos, el factor más relacionado con la
victimización fue el estado de salud percibido.

PALABRAS CLAVE: Personas sin hogar, victimización, condiciones de vida,


antecedentes personales, antecedentes familiares, análisis CHAID, regresión logística.

ABSTRACT. In this paper, relationships among three sets of variables:


sociodemographic characteristics, living conditions and family history and personal
background, and criminal victimisation events in a sample of homeless people were
analysed. The aim of the study was to identify which variables were related to those
experiences to a greater extent. By applying segmentation analysis and, afterwards,
logistic regression, it was found that criminal victimisation experiences were
connected to a combination of different unfavourable living conditions and an adverse
background, with essentially converging findings between both analytic strategies.
However, segmentation analysis also automatically provided evidence of some
relevant interactions among variables. For instance, the best predictor of victimisation
events among those who had been arrested more than once were personal or family
problems with alcohol during childhood or adolescence, while for participants who had
been arrested just once the most relevant factor was time spent homeless. For
individuals that had never been arrested, the most important variable was perceived
health condition.

KEYWORDS: Homeless people, victimisation, living conditions, family history, personal


background, CHAID analysis, logistic regression.

100
1. Introducción

1.1. El sinhogarismo y la exclusión residencial

La Comisión Europea (16 de diciembre de 2010) concibe el sinhogarismo y la


exclusión residencial como una de las formas más extremas de pobreza y privación. Se
trata de un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años en la mayor parte de
los países europeos. Una reciente estimación cifra en 700.000 el número de personas
que duermen a la intemperie o viven en alojamientos temporales o de emergencia
actualmente en la Unión Europea, suponiendo un 70% más que hace diez años
(SERME-MORIN Y LAMAS, 2020). Con relación a España, se calcula que en nuestro país
existen unas 40.000 personas en situación de sin hogar (CÁRITAS ESPAÑOLA, 2019).
Entre 8.000 y 10.000 de ellas viven y duermen cada día en la calle (RAIS FUNDACIÓN,
s.f.; CABRERA Y RUBIO, 2009).
Sin embargo, los datos citados reflejan una concepción restringida o estricta que
equipara el sinhogarismo con la carencia de un domicilio, ya sea porque la persona
vive en la calle o porque lo hace en los recursos dirigidos a personas sin hogar, como
los albergues, dejando al margen toda otra serie de situaciones de precariedad o
vulnerabilidad en el alojamiento que trascienden la dimensión puramente físico-
técnica (CABRERA Y RUBIO, 2008). En este sentido, como indica BACHILLER, “La figura
del ‘sin techo’ –quien literalmente duerme en la vía pública– es sólo la punta de un
iceberg que se alimenta de situaciones menos extremas” (2010, p. 65).
Partiendo de un enfoque más amplio, la Federación Europea de Asociaciones
Nacionales que Trabajan con Personas sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés)
ha desarrollado la Tipología Europea del Sinhogarismo y la Exclusión Residencial
(ETHOS), cuya pretensión es la de proporcionar un lenguaje común que sirva como
marco de referencia transnacional88 (FEANTSA, 2005a). Se trata de una clasificación de
diferentes condiciones de vida que constituyen formas de sinhogarismo y exclusión
residencial, construida sobre la base de cuatro categorías conceptuales y sus
respectivas subdivisiones: 1) sin techo: personas que viven en la calle o en espacios
públicos, sin un refugio que pueda ser definido como residencia, o bien aquellas que
pernoctan en recursos de emergencia —centros de pernocta, albergues de baja
exigencia— sin que tengan un lugar de residencia habitual; 2) sin vivienda: personas
alojadas a corto plazo —estancia inferior a un año— en recursos para personas sin
hogar, en casas de acogida para víctimas de violencia doméstica, en recursos de
alojamiento para inmigrantes o quienes se encuentran en instituciones —centros
penitenciarios, centros de desintoxicación, hospitales psiquiátricos, etc.— y no
disponen de alojamiento en el momento de abandonarlas, así como las personas en
alojamientos con apoyo sostenido —estancia superior a un año— debido a su
condición de personas sin hogar; 3) vivienda insegura: personas que viven

88
FEANTSA ha desarrollado también lo que ha bautizado como ETHOS Light, herramienta pragmática
que pretende proporcionar una definición armonizada del sinhogarismo con fines estadísticos
(FEANTSA, 2017; s.f.).

101
temporalmente con familiares o amigos, aquellas que residen en una vivienda sin
título legal de ocupación, así como quienes se encuentran bajo la amenaza de
desahucio o de violencia doméstica; y 4) vivienda inadecuada: personas que viven en
estructuras temporales o no convencionales, como refugios improvisados o chabolas,
en viviendas no aptas para su habitabilidad según la normativa o en las que existe
situación de hacinamiento. En total, recoge 13 categorías operativas (FEANTSA, 2017).
La tipología hunde sus raíces en un modelo conceptual de hogar basado en tres
dominios o esferas cuya ausencia, ya sea de forma individual o conjunta, puede
utilizarse para delimitar las situaciones de sinhogarismo: 1) esfera física: disponer de
una vivienda o un espacio adecuados sobre los que una persona y su familia puedan
ejercer su posesión en exclusiva; 2) esfera social: poder mantener la privacidad y
disfrutar de relaciones sociales; y 3) esfera legal: disponer de un título legal de
ocupación (FEANTSA, 2005b).
Las dos primeras categorías —sin techo y sin vivienda—, en lo que concierne a
los recursos específicamente dirigidos a personas en situación de sin hogar, son las que
generalmente se ven reflejadas en los estudios empíricos sobre sinhogarismo, y a ellas
corresponden las cifras indicadas al inicio del presente documento. Sin embargo,
cuando partimos de una definición extensa del sinhogarismo y la exclusión residencial,
el alcance de esta problemática resulta notablemente más amplio de lo que
comunican tales datos. De este modo, por ejemplo, los resultados de la más reciente
Encuesta sobre Integración y Necesidades Sociales de la Fundación FOESSA (Fomento
de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada), relativa al año 2018, nos permiten
aproximarnos a las categorías tercera y cuarta de la tipología ETHOS. En ella se estimó
que 2,1 millones de personas en España residían en una vivienda insegura, 4,6 millones
lo hacían en una vivienda inadecuada y medio millón de personas sufrían ambas
situaciones de forma simultánea (FERNÁNDEZ MAÍLLO, 2019; FUNDACIÓN FOESSA, 2
de agosto de 2019). De hecho, el 4% de los hogares europeos —el 9,6% entre los
hogares pobres— enfrentaban privación severa en materia de vivienda89 en 2018, una
situación que afectaba al 1,5% de los hogares en España —4,9% entre los hogares
pobres— (SERME-MORIN Y LAMAS, 2020).
Para concluir, la relevancia de nuestro objeto de estudio resulta, si cabe, más
evidente si consideramos que en el último informe de la Red Europea de Lucha Contra
la Pobreza y la Exclusión Social (European Anti Poverty Network —EAPN—) se recoge
que el 26,1% de la población en España, esto es, más de 12 millones de personas, se
encontraba en riesgo de pobreza y/o exclusión social90 en 2018 (LLANO, 2019).
Lamentablemente, es muy probable que este escenario haya empeorado —y continúe
haciéndolo— como consecuencia de la crisis sanitaria que estamos atravesando.

89
Esta tasa mide la proporción de personas que residen en viviendas consideradas sobreocupadas que,
además, presentan al menos una de las siguientes medidas de privación: presencia de goteras, falta de
baño o aseo y/o falta de luz (EUROSTAT, 6 de febrero de 2014).
90
Esta cifra corresponde al indicador AROPE (At Risk Of Poverty and/or Exclusion), compuesto por la
suma de tres subindicadores que representan a tres conjuntos de población: personas en riesgo de
pobreza, personas con privación material severa y personas en hogares con baja intensidad de empleo.
El indicador define a las personas que cumplen uno o más de los tres criterios.

102
1.2. Las experiencias de victimización de las personas sin hogar

Aunque en España son escasos los estudios que abordan esta problemática,
manejando además definiciones operativas diversas de la situación de sinhogarismo, a
nivel global sus resultados arrojan que aproximadamente una de cada dos personas sin
hogar refiere haber sido víctima de, al menos, un delito o agresión a lo largo de su
historia de sinhogarismo (entre los más recientes, ARRELS FUNDACIÓ, 2020; MUÑOZ,
SÁNCHEZ y CABRERA, 2018; CENTRO DE DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIOS SIIS, 2018;
CABRERA, 2016; AYUNTAMIENTO DE VALENCIA, 2015).
Los anteriores trabajos, no obstante, se aproximan a la violencia que sufre este
colectivo de forma tangencial, en el marco de un análisis global de las características y
condiciones de vida de estas personas91. Algunos esfuerzos más específicos han
intentado cubrir esta laguna. En este sentido, en el ámbito concreto de los delitos de
odio, en nuestro país contamos desde 2015 con un Observatorio de Delitos de Odio
contra Personas Sin Hogar, bautizado como Hatento92, cuyos informes apuntan a una
especial incidencia de este tipo de delitos sobre este colectivo (RAIS FUNDACIÓN,
2015a; 2015b)93.
Desde una óptica más general, la Fundación Mambré en 2007 (RUIZ FARRONA,
2007) y, posteriormente, el CENTRE D’ACOLLIDA ASSÍS (2017) han publicado sendos
informes en materia de violencia contra las personas afectadas por sinhogarismo. Con
relación al último, se basa en el examen de 1.032 noticias publicadas durante el
periodo 2006-201694. En él se recoge que aproximadamente el 20% de las muertes de
personas sin hogar publicadas en los medios de comunicación durante el periodo de
referencia fueron el resultado de agresiones —126 de un total de 633 muertes—, si
bien esta cifra podría ser mayor si tomamos en cuenta que en más del 25% de los
casos se desconocía la causa del fallecimiento de la persona. Estas muertes supusieron
alrededor del 33% de los episodios de violencia directa registrados —126 de 380
noticias—, lo que implica que una de cada tres agresiones derivó en la muerte de la
víctima. Más aún, las noticias relacionadas con violencia directa —380— representaron
casi el 37% del total de noticias. Estos sucesos tuvieron como víctimas principalmente
a hombres —más del 85% del total—, personas de mediana edad —en casi el 38% de

91
Los datos proceden principalmente de recuentos nocturnos a nivel provincial o regional, a menudo
realizados con cadencia anual. El procedimiento más habitual es el despliegue, en una zona geográfica
determinada, de un equipo de personas voluntarias que se encargan de realizar una encuesta a las
personas sin hogar (o anotan la información que perciben en un cuestionario destinado a tal efecto en
caso de que la persona, por ejemplo, se encuentre durmiendo) que se encuentran pernoctando durante
esa noche en recursos de alojamiento y/o en espacios públicos. En estos recuentos se recoge
información diversa sobre las características y condiciones de vida de las personas sin hogar
encuestadas, incluyendo habitualmente una o varias preguntas relacionadas con experiencias de
victimización.
92
El/la lector/a interesado/a puede consultar su página web para más información: www.hatento.org.
93
Sobre este particular, véase ANDRADE (2008) o SUÁREZ, ARRANZ, RÁMILA Y DELGADO (2017).
94
El Centre d’Acollida ASSÍS ha desarrollado recientemente una base de datos de acceso abierto en la
que se recogen todas las noticias recopiladas desde el año 2006. El/la lector/a interesado/a puede
consultar dicho recurso en www.aporofobia.info.

103
los casos en los que se conocía la edad de la persona esta se situaba en el intervalo de
36 a 45 años, y en casi un 30% de las ocasiones tenía entre 46 y 55 años—, y que
pernoctaban mayoritariamente en espacios públicos —54% de los episodios en los que
se conocía el lugar de pernocta de la persona—. De hecho, en más del 72% de los casos
los hechos ocurrieron en estos espacios. La mayor exposición a los riesgos de las
personas que desarrollan su vida en las calles, especialmente por las noches, podría
explicar estos datos (HINDELANG, GOTTFREDSON Y GAROFALO, 1978). En esta línea,
algunos trabajos han encontrado riesgos diferenciales asociados al lugar de pernocta,
con mayores probabilidades de victimización entre quienes pasan la noche en espacios
públicos (PUENTE, 2019; NYAMATHI, LEAKE Y GELBERG, 2000; WENZEL, KOEGEL Y
GELBERG, 2000).
En cuanto a las posibles explicaciones de esta realidad, sin pretensión de
exhaustividad y como ya se ha indicado, una aproximación teórica que resulta
particularmente relevante es la citada Teoría de los estilos de vida (HINDELANG,
GOTTFREDSON Y GAROFALO, 1978). De acuerdo con esta propuesta, los estilos de vida
—actividades rutinarias de la vida diaria— se relacionan diferencialmente con las
probabilidades de que una persona se encuentre en determinados lugares y
momentos y entre en contacto con personas que poseen características concretas. En
última instancia, tales circunstancias definen el grado de exposición de los individuos a
situaciones que entrañan un alto riesgo de victimización, y a mayor exposición a estas
situaciones, mayor será la probabilidad de sufrir tales experiencias.
Los autores plantean como antecedentes de los estilos de vida el modo en que
las personas con diferentes constelaciones de características demográficas se adaptan,
tanto a nivel individual como grupal, a las expectativas de rol —que definen como
“normas culturales relacionadas con los estatus alcanzados por y atribuidos a los
individuos y que delimitan sus comportamientos preferibles y anticipados”, p. 242— y
a los condicionantes estructurales —que conciben como las “limitaciones en las
opciones de comportamiento que resultan de las disposiciones particulares existentes
dentro de los diversos órdenes institucionales, como los órdenes económico, familiar,
educativo y legal”, p. 242— derivados de aquellas.
En el presente estudio se analizan las variables sociodemográficas, antecedentes
personales y familiares y condiciones de vida de los individuos sin hogar encuestados,
cuestiones que desde esta perspectiva pueden considerarse como indicadores o
condicionantes de sus estilos de vida que influyen en su grado de exposición a
situaciones de riesgo. Asimismo, otra de las propuestas del modelo hace referencia a la
asociación de los diferentes estilos de vida con diferencias en la conveniencia,
deseabilidad y vencibilidad de las potenciales víctimas, tal y como son percibidas por
los delincuentes. Si bien los autores no llegaron a desarrollar esta idea con detalle
(SERRANO, 2009; 2017), en el marco de nuestro estudio muchas de las variables
consideradas, especialmente aquellas relativas a las condiciones de vida, guardan
relación con las tres características que acabamos de apuntar. De hecho, la propia
condición de sinhogarismo puede hacer que estas personas sean percibidas como
víctimas convenientes, deseables y vencibles, siendo relativamente más “accesibles”
para potenciales delincuentes, pudiendo considerar los victimarios que su acción será
reprobada socialmente con menor intensidad o que, incluso, no lo será en absoluto,

104
que será menos probable que las personas sin hogar interpongan una denuncia frente
al delito sufrido, o que éste no será perseguido en la misma medida que cuando
involucra a víctimas que no se encuentran en dicha situación.
A este respecto, GAETZ (2004) defiende que es la exclusión social que comporta
la situación de sinhogarismo la que sitúa a quienes la sufren en lugares y circunstancias
que limitan su capacidad para asegurar de forma adecuada su protección y seguridad
y, de este modo, su riesgo de sufrir experiencias de victimización se incrementa. Así, la
condición de sinhogarismo, entre otras cuestiones, implica dificultades para acceder a
y mantener un alojamiento seguro, un empleo o para el cuidado de la salud; supone
contar con un débil capital social; restringe la libertad de movimientos en los espacios
públicos y semi-públicos y, por tanto, el control que la persona puede ejercer sobre su
ambiente, relegando a las personas sin hogar a espacios y exponiéndolas a la
interacción con individuos potencialmente peligrosos; en muchas ocasiones las fuerza
a involucrarse en actividades de riesgo como forma de obtener ingresos —ejercicio de
la mendicidad o la prostitución, comisión de hurtos, tráfico de drogas, etc.—; y limita
su capacidad y disposición para recurrir a la policía como fuente de protección.
Otros autores, por su parte, defienden que existen algunas características y
atributos personales que incrementan la vulnerabilidad a la victimización con
independencia del estilo de vida, pues “son congruentes con las necesidades, motivos
o reactividades de los delincuentes”95 [énfasis en el original] (FINKELHOR Y ASDIGIAN,
1996, p. 6). De acuerdo con estos autores, dado que determinados delincuentes se
sienten atraídos o reaccionan ante ciertos tipos de víctimas o sus características, tales
víctimas resultan más vulnerables, en un proceso que han denominado “congruencia
con el objetivo” (target congruence). Plantean tres formas específicas en las que este
proceso incrementa el riesgo de victimización: la vulnerabilidad del objetivo (target
vulnerability), la gratificación que ofrece el objetivo (target gratifiability) y el
antagonismo del objetivo (target antagonism). La primera hace referencia al modo en
que determinadas características de la potencial víctima, como la debilidad física o los
problemas psicológicos, comprometen su capacidad para impedir u oponerse a la
victimización. En este sentido, aquellas personas afectadas por sinhogarismo que
sufran problemas de salud física o mental o situaciones de discapacidad podrían ser
percibidas por un potencial delincuente como objetivos fáciles. La segunda comprende
aquellas cualidades, posesiones, habilidades o atributos de la víctima que el
delincuente desea conseguir, utilizar o manipular. Los autores citan como factor de
riesgo prototípico en este sentido el género femenino para los delitos de agresión
sexual. Con relación a esta cuestión, la prevalencia de experiencias de violencia sexual
a lo largo de la vida entre las mujeres afectadas por sinhogarismo es muy superior a las
de los hombres en esta situación y las mujeres de la población general (HEERDE,
SCHOLES-BALOG Y HEMPHILL 2015; GOODMAN, FELS Y GLENN 2006; JASINSKI, ET AL.
2005; STERMAC Y PARADIS 2001). Finalmente, con antagonismo del objetivo designan
aquellas cualidades, posesiones, habilidades o atributos de la víctima que despiertan la
ira, los celos o los impulsos destructivos del delincuente, como las características

95
Traducción libre del original.

105
étnicas en el caso de los delitos de odio. La situación de sinhogarismo podría
representar una de estas características con relación a los delitos motivados por la
aporofobia.

2. Objetivos

El principal propósito del presente trabajo es la identificación de las variables que


guardan mayor relación con las experiencias de victimización de las personas que se
encuentran en situación de sin hogar. Se trata de delimitar un perfil básico de las
personas sin hogar que han sido víctimas de algún delito, en contraposición con el de
aquellas que no lo han sido, bajo la consideración de que existirán rasgos diferenciales
entre ambos grupos con relación a tres grandes categorías de variables estudiadas:
características sociodemográficas, condiciones de vida y antecedentes personales y
familiares.

3. Metodología

3.1. Muestra

Se ha utilizado la muestra de la Encuesta a las Personas sin Hogar más reciente,


realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2012, integrada por un total de
3.433 personas de 18 años o más que en la semana anterior a la de la entrevista
habían sido usuarias de algún centro asistencial de alojamiento y/o restauración y
habían dormido al menos una vez en alguno de los tipos de alojamiento siguientes,
ubicados en municipios de más de 20.000 habitantes a nivel nacional: albergue,
residencia, centro de acogida, centros de acogida a mujeres maltratadas, centros de
ayuda al refugiado, centros para demandantes de asilo, piso facilitado por una
administración pública, una ONG u organismo, piso ocupado, pensión pagada por una
administración pública, una ONG u organismo, espacio público —estación de
ferrocarril, autobuses metro, aparcamiento, jardín público, descampado, etc.96— o
alojamiento de fortuna —espacio de un inmueble no previsto para su uso como
dormitorio (hall, pasillo, escalera), un garaje, una cueva, un coche, etc.—97. Para la
realización del presente trabajo, la muestra se ha restringido a quienes refirieron
encontrarse sin hogar desde hacía al menos un mes, quedando así integrada por un
total de 3304 personas.

96
CABRERA Y RUBIO (2008) incluyen en esta categoría los cajeros de los bancos.
97
El/la lector/a interesado/a podrá encontrar toda la información sobre el estudio original en INE,
2012b.

106
3.2. Procedimiento

Los datos han sido analizados a través del paquete estadístico IBM® SPSS
Statistics®, versión 27. Los dos grupos establecidos en función de si la persona refirió o
no haber sufrido alguna experiencia de victimización a lo largo de su historia de
sinhogarismo han sido comparados en cuanto a diferentes variables —véase apartado
siguiente— utilizando el algoritmo CHAID del análisis de segmentación, basado en el
estadístico Chi-cuadrado. Como límites al proceso de segmentación, se han fijado un
filtro de significación en el nivel 0,05, filtros de tamaño de 100 individuos en el nodo
parental y 50 en el filial y una profundidad máxima de 3 niveles. Los niveles de
significación han sido calculados aplicando el ajuste de Bonferroni (véase ESCOBAR,
1998; 2007).
Asimismo, y a fin de contrastar y ampliar los resultados de la segmentación, se
ha realizado un análisis de regresión logística, considerando tres modelos que incluyen,
respectivamente, una, dos o las tres categorías de variables analizadas.
Para todas las variables estudiadas, se han tratado como valores perdidos
aquellos casos en los que la respuesta fue “no sabe/no recuerda”. Estos casos han sido
excluidos en el análisis de regresión98.

3.3. Variables

3.3.1. Variables independientes99

Se ha incluido en el análisis un total de veinticinco variables que han sido


agrupadas en tres grandes categorías. Por un lado, aquellas relacionadas con las
características sociodemográficas de los participantes: su sexo, edad, nacionalidad,
edad a la que terminaron sus estudios, estado civil, situación laboral e ingresos totales
en el mes anterior. Un segundo conjunto de variables hace referencia a sus
condiciones de vida, incluyendo su estado de salud percibido, si sufrían alguna
enfermedad grave o crónica o presentaban algún tipo de discapacidad, cuánto tiempo
llevaban en situación de sin hogar, en qué grado consumían bebidas alcohólicas, si
habían consumido drogas en el mes anterior o si solían jugar a juegos de azar, así como
su lugar de pernocta habitual, si tenían amigos con los que considerasen poder contar
en caso de necesidad y si habían mantenido contacto con familiares con los que no
conviviesen a lo largo del mes anterior. Finalmente, se ha incorporado un tercer grupo
de variables relativas a los antecedentes personales y familiares de las personas
encuestadas: cuál había sido su lugar principal de residencia, si alguno de sus

98 El análisis CHAID incluye los valores perdidos en el proceso de crecimiento de árbol como una
categoría flotante que se puede fusionar con otras categorías en los nodos del árbol.
99
Es importante aclarar que, si bien estas variables se han definido como independientes a efectos del
análisis estadístico, la ausencia de un marco temporal de referencia impide determinar con exactitud la
direccionalidad de las relaciones que eventualmente se identifiquen entre ellas y la variable
dependiente.

107
progenitores había estado en prisión, si habían vivido problemas de alcoholismo en la
familia o de ellos mismos o si habían sufrido experiencias de violencia en el ámbito
familiar, en todos los casos antes de cumplir 18 años, así como si habían sido detenidos
en dependencias policiales en alguna ocasión, si habían sido internados en un centro
de menores, si habían estado en prisión o si habían cumplido algún tipo de condena
diferente a la prisión. El apéndice I recoge un resumen de las variables objeto de
estudio.

3.3.2. Variable dependiente

Se ha considerado como variable dependiente si la persona había sufrido alguna


experiencia de victimización a lo largo de su historia de sinhogarismo, utilizando para
ello la respuesta a la pregunta 127: “Desde que se encuentra usted viviendo sin hogar,
¿ha sido víctima de algún delito o agresión?” (INE, 2012c). La pregunta incluía seis
ítems correspondientes a diferentes tipologías delictivas no mutuamente excluyentes
—agresiones, robo de dinero, pertenencias o documentación, agresiones sexuales,
timos, insultos o amenazas u otros—, cuyas opciones de respuesta eran “sí” o “no”. A
efectos del análisis, se ha transformado esta variable en dicotómica a partir de la
consideración de aquellas personas que respondieron “sí” en al menos una de las
subcategorías (1), frente a aquellas que indicaron “no” en todas (0, categoría de
referencia).

3.4. Estrategia analítica. El análisis de segmentación

Como recoge ESCOBAR (1998), “el análisis de segmentación es una técnica de


análisis de datos basada en la dependencia entre variables, cuya finalidad es la de
formar grupos, configurados con los valores de las variables independientes, que sean
muy distintos entre sí en la variable dependiente” (p. 47). Permite, además de la
segmentación propiamente dicha —esto es, la división de la muestra en conjuntos
homogéneos a nivel interno y externamente heterogéneos en función de la variable
dependiente—, la detección automática de la interacción entre las variables
independientes o predictoras, siendo capaz de revelar, de este modo, cierta estructura
de relación entre dichas variables. Asimismo, posibilita clasificar a los sujetos en
función de cada categoría de la variable dependiente —en el marco de nuestro
estudio, personas víctimas de algún delito o agresión vs. no víctimas—, así como el
reconocimiento de pautas, entendidas como un “conjunto de características que se
diferencia de otro conjunto” (ESCOBAR, 2007, p. 11), correspondiéndose tales
conjuntos con los diferentes valores de la variable cuya distribución se pretende
explicar.
En palabras del mismo autor, la técnica “fragmenta las muestras utilizando un
proceso secuencial descendente, que forma grupos homogéneos, exhaustivos y
mutuamente excluyentes según los criterios de la (…) variable dependiente, respuesta
o criterio, mediante combinaciones jerárquicas de variables independientes
explicativas o clasificadoras, también llamadas pronosticadores” (2007, p. 13). De este
modo, busca las mejores asociaciones de las variables independientes con la

108
dependiente, seleccionando automáticamente las categorías que mejor pronostican
los valores de esta última (ESCOBAR, 1998).
De forma muy sintética, el procedimiento comienza con la preparación de las
variables, que implica la selección de la variable dependiente de interés y el conjunto
de posibles pronosticadores relevantes. A continuación, las diferentes categorías de las
variables independientes son agrupadas en caso de que presenten un perfil similar en
la variable dependiente. En tercer lugar, se procede a la primera segmentación, cuyo
resultado es la selección de la variable que mejor prediga la variable dependiente, esto
es, que produzca la división más heterogénea. Las segmentaciones sucesivas
seleccionan de nuevo, para cada segmento previo, aquellas variables con mayor poder
pronosticador. Lo más habitual es que el/la investigador/a establezca determinados
límites al proceso de segmentación —los filtros de significación, tamaño y/o nivel—,
cuyo alcance pone fin al mismo (ESCOBAR, 1998; 2007).
Esta técnica tiene en común con la regresión logística la predicción del
comportamiento de una variable dependiente en función de una serie de variables
independientes. No obstante, la regresión utiliza funciones lineales, mientras que el
análisis de segmentación emplea procedimientos lógicos basados en relaciones de
igualdad/desigualdad, conectores y operadores lógicos. Asimismo, mientras que las
variables independientes de los modelos lineales se encuentran en el mismo nivel, en
los modelos de segmentación son introducidas jerárquicamente, permitiendo dar
cuenta de la interacción entre las variables independientes sin que para ello sea
precisa la construcción de una nueva variable a partir de las originales. Finalmente,
mientras que los algoritmos de segmentación trabajan con la variable dependiente en
su estado original, los procedimientos lineales la tratan en términos de logaritmos de
razones (ESCOBAR, 2007).
A pesar de su potencial utilidad en este campo, son escasos los trabajos que
aplican el análisis de segmentación en Criminología100. A modo de ilustración,
podríamos citar las investigaciones de STALANS et al. (2004), BALEMBA Y
BEAUREGARD (2012; 2013), OZGUL et al. (2012) o BREWER, MECKLEY-BREWER y
STINSON (2017). Con relación a nuestro país, el número de estudios parece aún más
limitado. Por ejemplo, utilizaron esta técnica GROSSI et al. (2000) o RODRÍGUEZ DÍAZ,
PAÍNO y DE LA VILLA (2007).

100
Algunos estudios han comparado la precisión de esta herramienta estadística con la de otras
técnicas, entre ellas la regresión logística, obteniendo, en general, resultados equivalentes o, incluso,
superiores para la primera, si bien cada técnica presenta un conjunto específico de fortalezas y áreas de
mejora (véanse, por ejemplo, STALANS et al., 2004; ROSENFELD y LEWIS, 2005; YANG, LIU Y COID, 2010;
LIU et al., 2011; TONKIN et al., 2012; NGO, GOVINDU y AGARWAL, 2015; TONKIN et al., 2017).

109
4. Resultados

La tabla 1 recoge los principales estadísticos descriptivos de la muestra para


todas las variables estudiadas. Como puede observarse, la muestra se compuso
mayoritariamente de hombres —más del 78%—, personas de mediana edad, que
finalizaron sus estudios a una edad relativamente temprana y principalmente solteras
—en más del 55% de los casos—, en situación de desempleo —casi un 75% del total—
y con un bajo nivel de ingresos, con una proporción similar de personas extranjeras y
de nacionalidad española. Este último dato resulta especialmente llamativo si
tomamos en cuenta que, según se recoge en la Estadística del Padrón Continuo (INE,
2019), a 1 de enero de 2018 había un total de 4.734.691 personas extranjeras inscritas
en el padrón, que suponen poco más del 10% de la población total en nuestro país. Si
bien esta cifra con toda probabilidad no refleja el cómputo real, puede servir como
aproximación al mismo, puesto que la inscripción en el padrón puede llevarse a efecto
con independencia de la situación administrativa de la persona, evidenciando que la
proporción de personas extranjeras entre las personas sin hogar es casi cinco veces
superior a la presente en la población general.
Otro dato destacable es el tiempo que indicaron llevar en situación de sin hogar,
pues se trataba principalmente de periodos prolongados —el 26% entre uno y tres
años y más del 44% refirieron más de tres años—, lo que evidencia la dificultad de salir
de esta situación una vez que la persona se ve inmersa en ella. Asimismo, y en contra
del estereotipo, el consumo de alcohol, drogas o la conducta de juego fueron
globalmente bajos.
En cuanto a los antecedentes personales y familiares de las personas
entrevistadas, las cifras resultaron notablemente elevadas en cuanto a los problemas
de alcoholismo en la familia o de la propia persona antes de los 18 años —casi el 21%
de los casos— o las experiencias de violencia en la familia durante la infancia o
adolescencia —alrededor del 18%—. Asimismo, el 16% de la muestra refirió haber
estado en prisión, y un muy superior 37% de los encuestados indicaron haber sido
detenidos/as en dependencias policiales en alguna ocasión, si bien no se dispone de
información sobre cuándo ocurrió, en cuántas ocasiones y por qué motivo/s.
Para terminar, uno de los datos lamentablemente más reseñables es que, a nivel
global, el 48,9% de la muestra indicó haber sufrido, al menos, una experiencia de
victimización a lo largo de su historia de sinhogarismo. En otras palabras,
prácticamente una de cada dos personas sin hogar encuestadas afirmó haber sido
víctima de algún delito o agresión desde que se encontraba en esta situación.
Una vez examinadas las características generales de la muestra, pasaremos a
analizar en el siguiente punto las diferencias entre los dos grupos formados con base
en la variable dependiente, esto es, la experiencia de victimización desde que la
persona se encontraba en situación de sin hogar.

110
Tabla 1. Principales estadísticos descriptivos de la muestra

N Desv.
Válido Perdidos Media Moda típica Mín. Máx.
Sexo 3304 0 0,78 Hombre 0,41 0 1
Edad 3304 0 41,36 44 13,90 18 93
Nacionalidad 3257 47 0,50 Extranjera 0,50 0 1
Edad finalización 3118 186 16,03 14 4,31 6 31
estudios
Estado civil 3304 0 55,4a Soltero/a
a
Situación laboral 3304 0 74,8 Parado/a
Ingresos totales mes 3252 52 200,87 0 218,007 0 950
anterior
Estado de salud 3304 0 43,0a Bueno
percibido (Buenob)
Enfermedad grave o 3304 0 0,30 No 0,459 0 1
crónica
Situación de 3304 0 0,15 No 0,36 0 1
discapacidad
Tiempo en situación de 3304 0 44,2a Más de tres
sin hogar (entre 1 y años
3 añosb)
Consumo bebidas 3304 0 58,4a (sin Sin consumo
alcohólicas consumob)
Consumo de drogas 3304 0 0,13 No 0,333 0 1
mes anterior
Conducta de juego 3304 0 0,20 No 0,397 0 1
frecuente
Lugar de pernocta todas 3067 237 60,4a Alojamientos
las noches colectivos
Amigos/as con quien 3304 0 0,41 No 0,492 0 1
poder contar en caso de
necesidad
Contacto con familiares 3304 0 0,68 Sí 0,468 0 1
en el mes anterior
Residencia principal 3304 0 92,6a Con familiares
antes de los 18 años
Problemas de 3304 0 0,21 No 0,407 0 1
alcoholismo en la
familia o de la propia
persona antes de los 18
años
Prisión progenitores 3304 0 0,05 No 0,213 0 1
antes de los 18 años
Experiencia de violencia 3304 0 0,18 No 0,384 0 1
en la familia antes de
los 18 años
Detención en 3304 0 63,3a No
dependencias policiales (Nob)

111
N Desv.
Válido Perdidos Media Moda típica Mín. Máx.
Estancia en centro de 3304 0 97,0a (Nob) No
internamiento de
menores
Estancia en prisión 3304 0 0,16 No 0,366 0 1
Cumplimiento 3304 0 0,05 No 0,210 0 1
condena diferente a la
prisión
Desde que se 3304 0 0,49 No 0,500 0 1
encuentra usted
viviendo sin hogar,
¿ha sido víctima de
algún delito o
agresión?
a
Porcentaje válido de la categoría modal
b
Categoría de la mediana, por tratarse de una variable ordinal

4.1. Características sociodemográficas

El gráfico 1 muestra el árbol de clasificación resultante de incluir en el análisis las


variables sociodemográficas101. Como puede observarse, la variable que mejor predijo
las experiencias de victimización fue la nacionalidad de las personas encuestadas
(p<0,001), habiendo sufrido esta experiencia en mayor medida aquellas de
nacionalidad española —54,4 vs. 43,3% de los extranjeros—. Dentro de este subgrupo,
resultó especialmente relevante la edad, encontrándose una proporción
significativamente mayor de víctimas entre los individuos jóvenes y de mediana edad:
el 57% de las personas de hasta 53 años se declararon víctimas, frente al 48,4% de las
mayores de dicha edad. Sin embargo, entre estas últimas, las más victimizadas habían
sido aquellas con un menor nivel de ingresos en el mes anterior —el 54,5% de quienes
tenían ingresos mensuales de hasta 422 euros—, por lo que la concurrencia de mayor
edad y bajos ingresos, quizá debido a las limitaciones que conjuntamente comportan,
parece incrementar la vulnerabilidad de las personas sin hogar españolas a la
victimización, acercándola a la de los individuos más jóvenes.
Con relación a las personas extranjeras, la variable más relevante fue el estado
civil: más del 46% de quienes no estaban casados o en pareja habían sido víctimas de
algún delito o agresión, frente a aproximadamente el 31% de quienes sí lo estaban. No
obstante, entre estos últimos, la victimización se relacionó principalmente con el sexo
de la persona, predominando entre los hombres —40,5% de víctimas frente a tan sólo
el 15% de las mujeres—.

101
A fin de facilitar la lectura de los datos, en los apéndices II a V se recogen los respectivos árboles de
clasificación en formato de tabla.

112
Gráfico 1. Experiencias de victimización en función de las características
sociodemográficas de la muestra

Estimación riesgo102=0,432; Desv. Error=0,009


% Clasificación correcta=56,8. % Sensibilidad=51,2; % Especificidad=62,2.
RRR103=0,117

102
También denominada tasa global de clasificación errónea, permite determinar la capacidad
pronosticadora de la segmentación en su conjunto. Su cálculo se basa en la probabilidad de cometer
errores en la predicción de la variable dependiente con la información proporcionada por las variables
independientes introducidas en la segmentación (ESCOBAR, 2007, p. 69).
103
Reducción relativa del riesgo. Se trata de una medida relativa de la reducción del error que supone
realizar la segmentación. Con relación a su cálculo, véase ESCOBAR, 2007, p. 70.

113
4.2. Condiciones de vida

En el gráfico 2 se recoge la relación entre las experiencias de victimización y las


condiciones de vida de las personas encuestadas. La variable más relacionada con la
victimización fue el consumo de drogas en el mes anterior —conducta referida por una
pequeña proporción de la muestra, menos del 13%—, pues casi el 73% de quienes
respondieron afirmativamente, frente a algo más del 45% de quienes afirmaron no
haber consumido drogas, había sufrido experiencias de victimización. Dentro del
subgrupo de consumidores, estas experiencias fueron más comunes entre quienes
llevaban más tiempo sin hogar: el 79% de aquellos que afirmaron llevar más de tres
años en esta situación habían sido victimizados —el 85% si además sufrían alguna
enfermedad grave o crónica—, frente al 65% de las personas que refirieron llevar
menos tiempo. Entre estos últimos, las experiencias de victimización fueron superiores
para quienes indicaron pernoctar habitualmente en alojamientos colectivos y espacios
públicos o alojamientos de fortuna, frente a quienes lo hacían en pisos, casas o
pensiones.
Con relación al grupo mucho más numeroso de personas que afirmaron no haber
consumido drogas, aquellas que valoraron su estado de salud de regular a muy malo
también habían sufrido en mayor medida experiencias de victimización, y dentro de
este subgrupo destacaban las personas con discapacidad: casi un 65% de ellas
indicaron haber sufrido algún delito o agresión a lo largo de su historia de
sinhogarismo, frente al 53% de las no discapacitadas. Para los individuos no
consumidores de drogas con estados de salud percibidos como buenos o muy buenos,
la proporción de personas victimizadas aumentaba conforme el tiempo en situación de
sin hogar se incrementaba.
Parece, por tanto, que las experiencias de victimización se relacionan con la
involucración en conductas de riesgo como el consumo de drogas o la pernocta en
espacios públicos, con peores estados de salud percibida, o con factores de
vulnerabilidad como la presencia de discapacidad, enfermedad o las situaciones de
sinhogarismo más prolongadas. Tales circunstancias logran, además, contrarrestar la
influencia positiva de la ausencia de consumo de drogas, mejores estados de salud
percibida o un menor tiempo en situación de sin hogar.

114
Gráfico 2. Experiencias de victimización en función de las condiciones de vida de las
personas encuestadas

Estimación riesgo=0,392; Desv. Error=0,008


% Clasificación correcta=60,8. % Sensibilidad=54,2; % Especificidad=67,1
RRR=0,198

4.3. Antecedentes personales y familiares

En cuanto a los antecedentes personales y familiares de los participantes en el


estudio, las personas que habían sido detenidas en dependencias policiales,
especialmente cuando ello había ocurrido en más de una ocasión, también
presentaban los mayores porcentajes de victimización. Dentro de este subgrupo, que
representaba casi el 37% de la muestra, entre quienes sólo habían sido detenidos una
vez la victimización fue notablemente más común cuando además contaban con
antecedentes de violencia en el ámbito familiar antes de los 18 años —71,6% de
víctimas frente a casi el 51% de quienes respondieron negativamente—. Las personas
que no habían vivido esta experiencia habían sido victimizadas posteriormente en
mayor medida cuando concurrían problemas de alcoholismo en la familia o de la
propia persona antes de la mayoría de edad —62% frente a 48,6%—. Cuando los
encuestados declararon haber sido detenidos en más de una ocasión, las experiencias
de victimización, notablemente más comunes —afectando al 70% de los integrantes
de este subgrupo—, se relacionaron de forma especialmente significativa con esta
última variable —80,5% de personas victimizadas frente al 63,8% de quienes no tenían
este antecedente—. Tanto si habían vivido estos problemas como si no, pero
especialmente cuando concurrían, las experiencias de victimización destacaron para
quienes además habían cumplido algún tipo de condena diferente a la prisión, con una

115
proporción máxima de víctimas que alcanzaba a 9 de cada 10 personas si se daban las
tres circunstancias.
Entre aquellos que indicaron no haber sido detenidos, el grupo más numeroso,
de nuevo lo más relevante fueron las experiencias de violencia en la familia antes de
los 18 años —54% de víctimas frente al 38,5% de quienes no habían vivido dicha
experiencia durante su infancia o adolescencia—. No obstante, una vez más, aquellas
personas que no habían experimentado esta circunstancia declararon haber sufrido
experiencias de victimización a lo largo de su historia de sinhogarismo en mayor
medida cuando antes de los 18 años habían vivido problemas de alcoholismo en la
familia o de ellas mismas —51,3% frente al 37,3% de quienes respondieron
negativamente—.
El grupo de personas con menor proporción de víctimas fue, por tanto, el
integrado por individuos que no habían sido detenidos por la policía, no habían
experimentado problemas de violencia en su familia ni contaban con antecedentes
personales o familiares de alcoholismo durante su infancia o adolescencia. La
proporción de víctimas se incrementaba cuando alguno/s de estos antecedentes
adversos concurrían, y particularmente para la combinación de varias detenciones
policiales, antecedentes de alcoholismo antes de la mayoría de edad y cumplimiento
de una condena distinta a la prisión.

Gráfico 3. Experiencias de victimización en función de los antecedentes personales y


familiares de las personas encuestadas

Estimación riesgo=0,383; Desv. Error=0,008


% Clasificación correcta=61,7. % Sensibilidad=50,9; % Especificidad=72,1
RRR=0,217

116
4.4. Perfil global de las personas victimizadas vs. no victimizadas

El gráfico 4 muestra el árbol de clasificación resultante de incluir en el análisis las


25 variables estudiadas. Como puede observarse, la variable que guarda mayor
relación con la experiencia de victimización es, de nuevo, la detención de la persona en
dependencias policiales, especialmente cuando ello había ocurrido en más de una
ocasión. De este modo, casi el 55% de quienes habían sido detenidos una vez, y más
del 70% de los individuos que habían vivido esta experiencia en más de una ocasión se
declararon víctimas de, al menos, un delito o agresión a lo largo de su historia de
sinhogarismo, frente a menos del 41% de quienes indicaron no haber sido detenidos.
Los resultados del análisis fueron diferentes para cada uno de estos tres
subgrupos. En primer lugar, aquellas personas que habían sido detenidas en más de
una ocasión —que suponían más del 19% de la muestra— de nuevo presentaban
mayores tasas de victimización en los casos en que contaban con antecedentes de
problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona antes de los 18 años —
80,5% de víctimas frente a menos del 64% de quienes respondieron negativamente—.
Con independencia de la respuesta a este ítem, el consumo de drogas durante el mes
anterior fue la variable más relacionada con la victimización, si bien los porcentajes de
víctimas fueron notablemente superiores entre quienes respondieron afirmativamente
a aquel —87,8% de víctimas consumidoras de drogas con antecedentes de problemas
de alcoholismo frente al 76,4% de quienes no habían vivido esta última experiencia—.
En segundo lugar, entre quienes indicaron haber sido detenidos en
dependencias policiales en sólo una ocasión —17,4% de la muestra—, las cifras de
victimización dependieron del tiempo que refirieron llevar en situación de sin hogar: el
porcentaje de personas victimizadas fue del 38,2% entre quienes manifestaron llevar
sin hogar hasta un año, mientras que ascendió al 61% para periodos superiores —
indicados por casi tres cuartas partes de este conjunto—, sin que se identificasen
diferencias entre subperiodos. Dentro del primer grupo —hasta 12 meses sin hogar—,
las víctimas se encontraban especialmente representadas entre quienes afirmaron no
disponer de ningún amigo o amiga con quien considerasen poder contar en caso de
necesidad, mientras que para situaciones de sinhogarismo más cronificadas lo más
relevante fue, de nuevo, la experiencia de violencia en la familia antes de los 18 años
—más del 78% de quienes integraban este subgrupo había sufrido alguna experiencia
de victimización—.
Finalmente, la variable más relacionada con la victimización entre las personas
que no habían sido detenidas —grupo más numeroso, suponiendo más del 63% de la
muestra, y en el que se concentraba la proporción más baja de personas víctimas— fue
su estado de salud percibido, con un 53,1% de personas victimizadas entre quienes
respondieron que consideraban su estado de salud como de regular a muy malo,
frente al 34,5% de quienes seleccionaron las categorías bueno o muy bueno. Para
estos últimos, las experiencias de victimización se relacionaron especialmente con la
falta de contacto con familiares en el mes anterior. Sin embargo, entre quienes
valoraron su estado de salud de un modo más negativo —de regular a muy malo—,
una vez más las experiencias de victimización se concentraban en el subgrupo de
personas con antecedentes de violencia en la familia antes de los 18 años.

117
Vemos, por tanto, cómo entre las variables más relacionadas con las experiencias
de victimización entre las personas sin hogar participantes en el estudio se situaron
algunas relacionadas con sus antecedentes personales y familiares —especialmente la
detención policial de la persona, pero también la historia de problemas de alcoholismo
en la familia o de la propia persona, o las experiencias de violencia en la familia, en
ambos casos antes de los 18 años—. Cobraron también importancia algunas variables
relativas a sus condiciones de vida, como el tiempo que la persona refería llevar en
situación de sin hogar —a mayor tiempo, mayor proporción de personas
victimizadas—, el estado de salud percibido —con una destacable mayor proporción
de víctimas entre quienes lo valoraban de forma negativa—, el consumo de drogas o la
falta de apoyo social en forma de ausencia de contacto con sus familiares o no
disponibilidad de amigos/as con quienes considerasen poder contar si así lo
necesitaban.
De este modo, los resultados del análisis de segmentación restan protagonismo a
las variables sociodemográficas en lo que se refiere a su influencia inmediata sobre las
experiencias de victimización a lo largo de la historia de sinhogarismo de las personas
encuestadas, en favor de una combinación de aspectos relacionados con los
antecedentes de la persona y sus condiciones de vida. Cada factor negativo adicional
presente incrementa, aunque de modo diferencial, la proporción de víctimas, a la vez
que contrarresta en cierta medida la influencia protectora de circunstancias
favorables.

118
Gráfico 4. Árbol de clasificación con todas las variables objeto de estudio

Estimación riesgo=0,370; Desv. Error=0,008


% Clasificación correcta=63,0; % Sensibilidad=67,1; % Especificidad=59,0
RRR=0,244

119
A fin de contrastar y ampliar estos resultados, se ha realizado un análisis de
regresión logística en el que se examinan tres modelos. En el primero se incluyen las
variables relacionadas con las características sociodemográficas de la persona. En el
segundo, se añaden aquellas relativas a sus condiciones de vida. El tercer modelo
incorpora, además, la categoría de variables referentes a los antecedentes personales
y familiares de los individuos encuestados.
La tabla 2 muestra la comparativa de los resultados de los tres modelos. Como
puede comprobarse con relación al primero, y al igual que revelaba el análisis de
segmentación, el hecho de que la persona fuese de nacionalidad española se relacionó
de forma significativa con la victimización. Por otra parte, estar casado o en pareja se
alzaba como un factor protector frente a esta experiencia. No se hallaron relaciones
significativas con relación al resto de variables sociodemográficas analizadas.
Sin embargo, cuando se introdujeron las variables relativas a las condiciones de
vida de la persona —modelo 2—, las variables sociodemográficas dejaron de ser
relevantes. Tan solo la edad de la persona se relacionó de forma negativa con las
experiencias de victimización, aunque el valor del Exp(B) —Odds Ratio— se encuentra
cercano a la unidad y, como veremos posteriormente, este resultado desaparece en el
tercer modelo. Pero lo realmente destacable es que casi todas las variables incluidas
en este segundo grupo se relacionaron significativamente con las experiencias de
victimización a lo largo de la historia de sinhogarismo del individuo: cuando el resto de
las variables se mantenían constantes, las personas con peores estados de salud
percibidos, aquellas que presentaban algún tipo de discapacidad, quienes llevaban más
tiempo en situación de sin hogar, consumían alcohol en mayor grado, habían
consumido drogas en el mes previo —siendo esta variable especialmente
significativa— o solían jugar a juegos de azar, así como quienes pernoctaban
habitualmente en espacios públicos o alojamientos de fortuna y aquellos que no
consideraban tener amigos/as con quienes pudiesen contar en caso de necesidad o no
habían mantenido contacto con sus familiares en el mes anterior presentaban mayores
probabilidades de haber sido víctimas de algún delito o agresión.
Finalmente, cuando se incluyeron todas las variables objeto de estudio —tercer
modelo—, y al igual que ocurría con el análisis de segmentación, ninguna de las
variables sociodemográficas resultó relevante, y la conducta de juego frecuente dejó
de resultar significativa. Para el resto de las variables, los resultados fueron similares a
los obtenidos en el modelo 2.
En lo que se refiere al papel específico de los antecedentes personales y
familiares, y de forma consistente con el análisis de segmentación, la detención en
dependencias policiales, especialmente cuando ello había ocurrido en más de una
ocasión, así como, en menor medida, los problemas de alcoholismo en la familia o de
la propia persona durante la infancia o adolescencia o la experiencia de violencia en la
familia en la misma etapa vital, se relacionaron de forma significativa y positiva con las
experiencias de victimización desde que la persona se encontraba en situación de sin
hogar. La residencia principal en una institución de acogida, frente a la residencia con
familiares, antes de los 18 años, resultó asimismo relevante. Ni la estancia en un
centro de internamiento de menores ni la estancia previa en prisión se relacionaron

120
con las experiencias de victimización. En cambio, sí lo hizo el hecho de haber cumplido
algún tipo de condena diferente a la prisión (Odds Ratio=1,886).

Tabla 2. Regresión logística: experiencia de victimización

MODELO 1 MODELO 2 MODELO 3

Variables Coef. (E.T.a) Exp(B) Coef. (E.T.) Exp(B) Coef. (E.T) Exp(B)
0,098 n.s. -0,063 n.s. -0,140 n.s. 0,869
Hombre 1,103
(0,093) (0,101) 0,939 (0,106)
Edad -0,004 n.s. 0,996 -0,011** 0,990 -0,004 n.s. 0,996
(0,003) (0,004) (0,004)
Nacionalidad española (cat. ref. 0,497*** 1,643 0,091 n.s. 1,095 -0,149 n.s. 0,861
nac. extranjera) (0,090) (0,104) (0,109)
Edad de finalización de los -0,002 n.s. 0,998 0,006 n.s. 1,006 0,0076 n.s. 1,008
estudios (0,009) (0,010) (0,010)
Casado/a o en pareja (cat. ref. -0,333** 0,717 -0,195 n.s. 0,823 -0,193 n.s. 0,825
soltero/a) (0,112) (0,123) (0,126)
Separado/a o divorciado/a (cat. 0,011 n.s. 1,011 0,032 n.s. 1,032 -0,004 n.s. 0,996
ref. soltero/a) (0,093) (0,102) (0,105)
Viudo/a (cat. ref. soltero/a) -0,061 n.s. 0,941 -0,092 n.s. 0,912 -0,070 n.s. 0,933
(0,213) (0,237) (0,244)
Con trabajo (cat. ref. parado/a) -0,051 n.s. 0,951 0,136 n.s. 1,145 0,226 n.s. 1,253
(0,200) (0,212) (0,217)
Jubilado/a, retirado/a o en -0,104 n.s. 0,901 -0,283 n.s. 0,754 -0,190 n.s. 0,827
situación de invalidez (cat. ref. (0,131) (0,152) (0,157)
parado/a)
Otros/as (cat. Ref. parado/a) -0,136 n.s. 0,873 -0,083 n.s. 0,920 -0,114 n.s. 0,893
(0,130) (0,138) (0,143)
Ingresos totales en el mes -0,000 n.s. 1,000 -0,0003 n.s. 1,000 -0,0004 1,000
anterior (0,000) (0,000) n.s.
(0,000)
Constante -0,033 n.s. 0,967
(0,201)
Estado de salud percibido -0,264*** 0,768 -0,249*** 0,780
(0,048) (0,050)
Enfermedad grave o crónica (cat. 0,197 n.s. 1,218 0,108 n.s. 1,114
ref. no) (0,106) (0,110)
Situación de discapacidad (cat. 0,447*** 1,563 0,335* 1,397
ref. no) (0,132) (0,137)
De 6 a 12 meses en sit. de sin 0,268 n.s. 1,308 0,325* 1,384
hogar (cat. ref. 1-6 meses) (0,149) (0,152)
Entre 1 y 3 años en sit. de sin 0,258* 1,295 0,299* 1,348
hogar (cat. ref. 1- 6 meses) (0,131) (0,134)
Más de 3 años en sit. de sin 0,667*** 1,948 0,631*** 1,879
hogar (cat. ref. 1-6 meses) (0,126) (0,129)

121
MODELO 1 MODELO 2 MODELO 3

Variables Coef. (E.T.a) Exp(B) Coef. (E.T.) Exp(B) Coef. (E.T) Exp(B)
Consumo bebidas alcohólicas 0,199*** 1,221 0,167** 1,182
(0,057) (0,059)
Consumo de drogas en el mes 0,903*** 2,468 0,603*** 1,828
anterior (cat. ref. no) (0,133) (0,141)
Conducta de juego frecuente 0,242* 1,274 0,201 n.s. 1,223
(cat. ref. no) (0,106) (0,109)
Pernocta en espacios públicos o 0,524*** 1,688 0,581*** 1,788
alojamientos de fortuna (cat. ref. (0,148) (0,151)
pisos, casas o pensiones)
Pernocta en alojamientos 0,128 n.s. 1,137 0,158 n.s. 1,171
colectivos (cat. ref. pisos, casas o (0,100) (0,103)
pensiones)
Amigos/as con quien poder -0,175* 0,839 -0,211* 0,810
contar en caso de necesidad (0,084) (0,086)
(cat. ref. no)
Contacto con familiares en el -0,246** 0,782 -0,249** 0,780
mes anterior (cat. ref. no) (0,091) (0,093)
Constante 0,692* 1,997
(0,320)
Residencia principal antes de los -0,073 n.s. 0,930
18 años con otras personas no (0,249)
familiares (cat. ref. con
familiares)
Residencia principal antes de los 0,666** 1,946
18 años en institución de (0,207)
acogida (cat. ref. con familiares)
Problemas de alcoholismo 0,456*** 1,577
familia/persona antes de los 18 (0,118)
años (cat. ref. no)
Prisión progenitores antes de los 0,309 n.s. 1,362
18 años (cat. ref. no) (0,211)
Problemas de violencia en la 0,366** 1,442
familia antes de los 18 años (cat. (0,124)
ref. no)
Detención en dependencias 0,450*** 1,568
policiales una vez (cat. ref. no) (0,119)
Detención en dependencias 0,765*** 2,150
policiales varias veces (cat. ref. (0,146)
no)
Estancia en centro de -0,482 n.s. 0,617
internamiento de menores una (0,335)
sola vez (cat. ref. no)
Estancia en centro de 0,202 n.s. 1,224
internamiento de menores más (0,464)
de una vez (cat. ref. no)

122
MODELO 1 MODELO 2 MODELO 3

Variables Coef. (E.T.a) Exp(B) Coef. (E.T.) Exp(B) Coef. (E.T) Exp(B)
Estancia en prisión (cat. ref. no) -0,112 n.s. 0,894
(0,150)
Cumplimiento condena 0,634* 1,886
diferente a prisión (cat. ref. no) (0,254)
Constante 0,208 n.s. 1,231
(0,335)
a
Error típico; *p<0,05; **p<0,01; ***p<0,001; n.s.: no significativo

Modelo 1: N=3028104 Modelo 2: N=2806 Modelo 3: N=2806


Chi-cuadrado=51,942***; gl=11 Chi-cuadrado=286,360***; Chi-cuadrado=416,428***;
p para Hosmer y gl=24 gl=35
Lemeshow=0,557 p para Hosmer y p para Hosmer y
pR2 de Cox y Snell=0,017 Lemeshow=0,939 Lemeshow=0,721
pR2 de Nagelkerke=0,023 pR2 de Cox y Snell=0,097 pR2 de Cox y Snell=0,138
% Clasif. correcta=55,3 (v.c.=0,5) pR2 de Nagelkerke=0,129 pR2 de Nagelkerke=0,184
% Especificidad=60,8 % Clasif. correcta=63,3 % Clasif. correcta=65,2
% Sensibilidad=49,6. (v.c.=0,5) (v.c.=0,5)
0,0009 ≤ D ≤ 0,029 % Especificidad=70,8 % Especificidad=73,5
-1,252 ≤ RE ≤ 1,490 % Sensibilidad=55,4 % Sensibilidad=56,5
-0,025 ≤ DfBetas ≤ 0,025 0,0002 ≤ D ≤ 0,067 0,00005 ≤ D ≤ 0,256
AIC=4169,597; BIC=4241,785 -3,211 ≤ RE ≤ 2,086 -3,357 ≤ RE ≤ 2,405
0,659 ≤ Ts ≤ 0,969 -0,0376 ≤ DfBetas ≤ 0,0356 -0,182≤ DfBetas ≤ 0,101
1,032 ≤ VIFs ≤ 1,518 AIC=3651,735; BIC=3800,222 AIC=3543,666; BIC=3757,489
0,592 ≤ Ts ≤ 0,949 0,538 ≤ Ts ≤ 0,958
1,054 ≤ VIFs ≤ 1,689 1,044 ≤ VIFs ≤ 1,858

104
Al repetir el análisis de regresión logística utilizando para el primer modelo la misma muestra que
para el segundo y el tercero (N=2806), los resultados fueron esencialmente convergentes: tan solo
resultaron significativas las variables nacionalidad (Bnac. española=0,458, p<0,001, Exp[B]=1,581) y estado
civil (Bcasado/a o en pareja=-0,334, p<0,01; Exp[B]=0,716) [Chi-cuadrado=43,090***; gl=11; p para Hosmer y
Lemeshow=0,347; pR2 de Cox y Snell=0,015; pR2 de Nagelkerke=0,020; AIC=3869,005; BIC=3940,279].

123
Como puede observarse, se han investigado el equivalente a los estadísticos de
influencia de Cook (D), las diferencias en las Betas (DfBetas) y los residuos
estandarizados de Pearson (RE), sin que se hayan detectado violaciones evidentes de
las asunciones del modelo de regresión logística105. Finalmente, ni los factores de
inflación de la varianza (VIFs) ni las tolerancias (Ts) sugieren problemas de
multicolinealidad106.

5. Discusión y conclusiones

Conforme a los objetivos del estudio, se han podido identificar algunas variables
relevantes con relación a las experiencias de victimización de las personas sin hogar.
En primer lugar, los resultados ponen de relieve la conexión entre tales experiencias y
los antecedentes personales y familiares adversos y, especialmente, las condiciones de
vida desfavorables que enfrenta este colectivo. A la luz de los hallazgos tanto del
análisis de segmentación como de la regresión logística, las segundas no pierden su
importancia cuando entran en juego los primeros, sino que más bien las experiencias
de victimización parecen conectadas con una combinación de ambos grupos de
variables. Entre las más relevantes se encuentran la detención de la persona en
dependencias policiales, particularmente si ello había ocurrido en más de una ocasión.
También el hecho de que la persona hubiese cumplido alguna condena diferente a la
prisión. Estas variables podrían considerarse indicadores de la involucración de la
persona en conductas ilícitas, coincidiendo con los resultados de estudios previos que
relacionan el comportamiento delictivo y las experiencias de victimización (JENNINGS,
PIQUERO Y REINGLE, 2012). Sin embargo, no es posible confirmar tal extremo con la
escasa información recogida en la encuesta de referencia, pudiendo intervenir también
otros factores relacionados con la criminalización de la pobreza en general y del
sinhogarismo en particular (TERRADILLOS, 2020a; 2020b; BUSTOS, 2020; GARCÍA
DOMÍNGUEZ, 2020; PUENTE, 2020; FERNÁNDEZ EVANGELISTA Y JONES, 2013;
O’GRADY, GAETZ Y BUCCIERI, 2011). Más aún, ni la estancia en un centro de

105
A tal efecto, se han considerado como observaciones problemáticas aquellas con residuos de Pearson
estandarizados superiores a |1,96| (Andersen, 2008, p. 328), |DfBetas| ≥ 2/√n (BELSLEY, KUH Y
WELSCH, 2004, p. 205) —siendo los puntos de corte |0,0363| para el primer modelo y |0,0378| para el
segundo y el tercero— y D ≥ 0,5 (COOK Y WEISBERG, p. 358). Con relación al primer modelo, en ningún
caso se alcanzaron los límites indicados. En el segundo, 28 observaciones superaron el punto de corte en
cuanto a los residuos. En lo que se refiere al tercer modelo, 48 casos se situaron por encima del punto
de corte para los residuos y 72 para las DfBetas. Al repetir los análisis excluyendo para cada estadístico,
a efectos puramente analíticos, las observaciones problemáticas, los resultados coincidieron en lo
esencial con los originales en el modelo 2, a excepción de que el hecho de sufrir una enfermedad grave
o crónica pasó a relacionarse de forma significativa con las experiencias de victimización (B=0,230,
p<0,05, Exp[B]=1,259). En cuanto al modelo 3, la repetición de la regresión omitiendo los casos que
superaban el criterio para las DfBetas (n=2734) dio como resultado que la estancia en prisión de los
progenitores antes de los 18 años (B=0,603, p<0,01 y Exp[B]=1,828) fuese significativa. Para el caso de
los residuos (n=2758), resultó significativa la conducta de juego habitual (B=0,256, p<0,05 y
Exp[B]=1,291).
106
Siguiendo el criterio propuesto por ALLISON (1999, págs. 141-142), VIFs por encima de 2,5 y Ts por
debajo de 0,40 apuntarían a problemas de multicolinealidad.

124
internamiento de menores ni la estancia en prisión de la persona se relacionaron con
la victimización. Futuros trabajos podrían explorar en mayor profundidad las
conexiones entre estas variables con relación al colectivo de personas afectadas por
sinhogarismo.
Por otra parte, la involucración en conductas de riesgo como el mayor consumo
de alcohol, el consumo de drogas o la pernocta en espacios públicos, así como factores
de vulnerabilidad como peores estados de salud, situaciones de discapacidad, el
sinhogarismo más prolongado y, en menor medida, la falta de apoyo social real o
percibido también se relacionaron con las experiencias de victimización. Se desconoce,
sin embargo, la direccionalidad de la relación existente entre las citadas variables y los
episodios de victimización, por lo que no puede aventurarse si precedieron,
acompañaron y/o se derivaron de estas últimas, extremo que puede hacerse extensivo
a lo indicado en el párrafo anterior. Asimismo, resultó relevante la concurrencia de
antecedentes personales y familiares adversos, como las experiencias de violencia en
el ámbito familiar, que una institución hubiese sido la residencia principal de la
persona o los problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona, en los
tres casos durante su infancia o adolescencia.
El incremento en la probabilidad de haber sido víctima de algún delito o agresión
conforme aumentaba el tiempo que la persona refería llevar en situación de sin hogar,
por su parte, coincide con lo encontrado por RAIS FUNDACIÓN (2015b) con relación a
los delitos de odio dirigidos contra este colectivo. Los autores del informe plantean
que este hallazgo puede interpretarse desde dos perspectivas no mutuamente
excluyentes y que probablemente interaccionen entre sí. Por un lado, las
probabilidades de victimización pueden verse incrementadas por el mero paso del
tiempo. Por otro, el grado de deterioro de la persona y, consecuentemente, su nivel de
vulnerabilidad, se incrementan cuanto más tiempo pasa en esta situación de extrema
exclusión social, de modo que potenciales agresores podrán identificarla como
persona sin hogar con mayor facilidad, al tiempo que puede presentar una menor
capacidad de prevención y protección frente a posibles agresiones.
En contraste con las variables anteriores, las características sociodemográficas
pierden valor como predictoras inmediatas de las experiencias de victimización, si bien
no puede obviarse su importancia en la configuración de los otros dos grupos de
variables. De este modo, por ejemplo, el nivel de ingresos de la persona puede influir
en dónde pasa la noche, el grado en que consume o no alcohol u otras sustancias o los
recursos a su alcance para afrontar una situación de discapacidad o enfermedad física
o mental. En todo caso, consideradas de forma aislada, parece que estar casado/a o en
pareja supone un factor protector frente a experiencias de victimización en este
colectivo, mientras que las personas sin hogar de nacionalidad española, y
especialmente las más jóvenes, resultaron victimizadas en mayor medida.
El análisis de segmentación y la regresión logística arrojaron resultados
esencialmente convergentes, con la ventaja de que el primero permite detectar de
forma automática las interacciones entre las variables, profundizando en la naturaleza
y particularidades de las relaciones encontradas. En este sentido, por ejemplo, y en lo
que se refiere a las condiciones de vida de las personas encuestadas, la variable más
relacionada con las experiencias de victimización fue el consumo de drogas en el mes

125
previo. Sin embargo, el escenario resultó diferente en función de si la respuesta había
sido afirmativa o negativa. Entre quienes indicaron haber consumido drogas, el mejor
predictor de los episodios de victimización fue el tiempo que llevaban sin hogar, siendo
más comunes entre quienes habían estado en esta situación por periodos más
prolongados, especialmente si además sufrían alguna enfermedad grave o crónica. Sin
embargo, para quienes refirieron no haber consumido estas sustancias lo más
relevante fue su estado de salud percibido, con una mayor proporción de víctimas
cuando este era de regular a muy malo, especialmente si además presentaban algún
tipo de discapacidad.
Del mismo modo, la inclusión de todas las variables en el análisis de
segmentación permitió identificar grupos de riesgo en los que se concentraba una gran
proporción de las víctimas. Principalmente, las personas que contaban con varios
antecedentes de detenciones policiales, particularmente cuando además concurrían
problemas de alcoholismo en la familia o la propia persona durante la infancia o
adolescencia, y en mayor medida si además indicaban haber consumido drogas en el
mes previo. Casi 9 de cada 10 personas que reunían estas tres condiciones habían
sufrido algún delito o agresión a lo largo de su historia de sinhogarismo. La proporción
de víctimas resultó también notablemente alta —más de 3 de cada 4 personas—
cuando no concurrían problemas de alcoholismo antes de los 18 años, pero las
personas se declararon consumidoras de drogas.
En segundo lugar se situó el subgrupo de individuos que habían sido detenidos
en sólo una ocasión, en situaciones de sinhogarismo más cronificadas y que además
contaban con antecedentes de violencia en la familia antes de la mayoría de edad, con
una proporción de víctimas muy similar a la anterior —78,2%—. Finalmente, para
aquellas personas que nunca habían sido detenidas en dependencias policiales, la
mayor proporción de víctimas se situó entre quienes percibían su estado de salud de
un modo más negativo, especialmente si además concurrían problemas de violencia en
la familia durante la infancia o adolescencia.
Por el contrario, quienes, aun habiendo sido detenidos en una ocasión, llevaban
menos tiempo en situación de sin hogar y percibían que tenían amigos/as con quienes
podían contar en caso necesario concentraban la menor proporción de víctimas,
seguidos de aquellas personas que nunca habían sido detenidas, con mejores estados
de salud percibida y que mantenían el contacto con sus familiares.
Entre estos extremos se situaba cada particular combinación de circunstancias
positivas y negativas, si bien el peso de los factores adversos parece, en general,
mayor, contrarrestando en buena medida las influencias positivas. Por ejemplo, y
como ya se ha indicado, el análisis de segmentación global reveló que la proporción de
víctimas entre quienes habían sido detenidos en más de una ocasión pero no contaban
con antecedentes de problemas de alcoholismo antes de los 18 años —63,8%—
resultaba menor que la general para los primeros —70,1%—. Sin embargo, cuando
estas personas se declaraban consumidoras de drogas la proporción de víctimas —
76,4%— no sólo se incrementaba, sino que superaba a la general para quienes
contaban con varios antecedentes de detenciones policiales.
Por otra parte, y en la línea de estudios previos, debemos destacar que la
prevalencia de experiencias de victimización es notablemente elevada entre las

126
personas en situación de sin hogar: como ya se ha indicado, casi el 49% de la muestra
afirmó haber sido víctima de, al menos, un delito o agresión a lo largo de su historia de
sinhogarismo. La Encuesta Social General Española (Centro de Investigaciones
Sociológicas —CIS—, 2015) nos brinda la oportunidad de comparar dicha cifra con la
aproximadamente equivalente107 para la población general. Tomando en cuenta las
categorías delictivas contempladas por el INE, se ha calculado la proporción de
personas encuestadas (N=5290) que indicaron haber sido víctimas de, al menos, un
delito de entre los siguientes: atraco —robo con violencia o amenaza—; robo de bolso,
cartera, móvil, etc.; tirón; estafa, timo; amenaza, intimidación; agresión personal —no
sexual—; violación; y agresión sexual108. La prevalencia vital obtenida para dichos
delitos se situó en el 32,4% de las personas encuestadas, cifra significativamente
inferior a la obtenida para el colectivo de personas en situación de sin hogar. Estudios
realizados en otros países han obtenido conclusiones similares (NEWBURN Y ROCK,
2005; JASINSKI et al., 2005; 2010).
Para concluir, es preciso considerar algunas limitaciones del presente estudio
que podrían ser abordadas en futuros trabajos. En primer lugar, la muestra estuvo
integrada por personas usuarias de los diferentes recursos disponibles para este
colectivo, por lo que los hallazgos no son necesariamente representativos de aquellos
que se obtendrían con personas al margen de la red asistencial. Asimismo, los datos se
remontan a 2012, de modo que los resultados podrían ser diferentes en la actualidad.
Se hace preciso contar con datos actualizados acerca de esta realidad. En tercer lugar,
y como ya se ha indicado, futuras investigaciones podrían profundizar en las relaciones
halladas entre las variables, así como en su direccionalidad. Por ejemplo, se podría
analizar si existen diferencias en función de distintas categorías delictivas, o si el
consumo de drogas es previo o posterior a las experiencias de victimización. En el
primer caso, podría suponer un factor de riesgo para estas últimas, y en el segundo
quizá se trate de un mecanismo de afrontamiento de dicha experiencia y/o sus
consecuencias. Puede que, incluso, ambos planteamientos sean, en parte, acertados.
Algo similar podría decirse con relación a los estados de salud percibida más negativos,
pues con la información disponible no es posible aventurar si incrementaron la
vulnerabilidad de la víctima a sufrir un delito y/o se derivaron de la experiencia de
victimización.

107
Debe tomarse en cuenta que los datos no son estrictamente comparables, puesto que, entre otras
razones, las etiquetas de las categorías difieren entre ambas encuestas, estas se realizaron con tres años
de diferencia y, mientras que el CIS tomó en cuenta la prevalencia vital, el INE utilizó como marco de
referencia el tiempo que la persona llevaba en situación de sin hogar. Sin embargo, las cifras pueden
darnos una idea aproximada de las diferencias entre ambos colectivos.
108
Nótese que el INE contemplaba una categoría residual de “otros”. Sin embargo, se ha optado por no
tener esta categoría en cuenta con relación al CIS, ya que este último recogía un total de 19 categorías
delictivas de diversa índole, muchas de las cuales (por ejemplo, robo en vivienda o local o sustracción de
objetos en el vehículo) no parecen relevantes para el colectivo de personas en situación de sin hogar y,
además, fueron seleccionadas por una gran proporción de las personas encuestadas, lo que limitaría la
comparabilidad de los datos con los de la muestra de personas sin hogar, en la que solo 42 personas en
total optaron por la respuesta “otros”.

127
Finalmente, apuntaremos dos limitaciones adicionales. Por un lado, es preciso
entender el sinhogarismo y la exclusión residencial desde una perspectiva dinámica y
no estática (CABRERA Y RUBIO, 2008). En este sentido, aun cuando la encuesta incluyó
una pregunta relativa al tiempo que la persona llevaba en situación de sin hogar, el
número de episodios de sinhogarismo vividos constituye una variable igualmente
relevante que no se tomó en cuenta. Factores como el padecimiento de enfermedades
graves o crónicas, situaciones de discapacidad, los problemas por consumo de alcohol
u otras sustancias, la experimentación de sucesos vitales estresantes o la estancia en
prisión, así como sus interacciones, se han asociado a la denominada “puerta giratoria”
a la situación de sinhogarismo (ROCA et al., 2019; REMSTER, 2013; KHAN, 2010). A este
respecto, y aunque no existe una definición consensuada de sinhogarismo crónico a
nivel europeo (CALVO Y SHAIMI, 2020), el Departamento de Vivienda y Desarrollo
Urbano de Estados Unidos contempla ambos aspectos al definir como tal el que
experimenta una persona sin hogar que presenta alguna condición discapacitante y se
mantiene en esta situación de forma continuada durante al menos doce meses, o bien
en un mínimo de cuatro ocasiones distintas a lo largo de los tres años previos, de
modo que en conjunto supongan un periodo de sinhogarismo de al menos doce meses
(DEPARTAMENT OF HOUSING AND URBAN DEVELOPMENT, 4 de diciembre de 2015).
En segundo lugar, el contexto económico, político, social y cultural de cada momento
ha marcado la evolución de los itinerarios y factores de exclusión a lo largo del tiempo,
y los perfiles de las personas afectadas por sinhogarismo han experimentado
transformaciones en consecuencia109 (véanse, por ejemplo, MATULIČ, 2013; 2010;
SÁNCHEZ MORALES, 2010; SARASA y SALES, 2009; CABRERA, 2008). Así, en la
interpretación de los resultados del presente estudio no se debe obviar el hecho de
que las variables analizadas, así como la propia situación de sinhogarismo, sus
antecedentes y correlatos, pueden haber afectado de forma diferencial a cada persona
en función del momento en el que se hicieron presentes.

109
De hecho, FEANTSA dedicó la 12ª Conferencia Europea de Investigación sobre Sinhogarismo,
celebrada en Barcelona en 2017, al análisis de estos cambios (FEANTSA, 22 de septiembre de 2017).

128
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Behavioural Case Linkage”, Journal of Investigative Psychology and Offender Profiling,
vol. 9, págs. 235 y sigs.
Suzanne L. WENZEL, Paul KOEGEL y Lillian GELBERG (2000), “Antecedents of physical
and sexual victimization among homeless women: A comparison to homeless men”,
American Journal of Community Psychology, vol. 28, núm. 3, págs. 367 y sigs.
Min YANG, Yuanyuan LIU y Jeremy COID (2010), Applying Neural Networks and other
statistical models to the classification of serious offenders and the prediction of
recidivism, Ministry of Justice Research Series 6/10 (www.justice.gov.uk).

134
Apéndice I. Variables independientes objeto de estudio

Variable Operacionalización
Características sociodemográficas
Sexo Variable nominal dicotómica: mujer (0, categoría de referencia en el
Pregunta 3 análisis de regresión) u hombre (1)
Edad A partir de la fecha indicada se determinó la edad de la persona,
Pregunta 4: “Fecha de nacimiento” registrada como variable de razón. A efectos del análisis de
segmentación, los datos fueron agrupados en intervalos tomando
como referencia los quintiles de la distribución.
Nacionalidad Variable nominal dicotómica: extranjera (0, categoría de referencia) o
Pregunta 5: “¿Qué nacionalidad tiene?” española (1). Se excluyó, a efectos del análisis, la categoría “ambas”,
opción seleccionada por tan sólo un 1,4% del total de la muestra (47
casos).
Edad fin de estudios Variable de razón. Para la realización del análisis de segmentación, los
Pregunta 86: “¿A qué edad terminó sus datos fueron agrupados en intervalos con base en los quintiles de la
estudios o abandonó la escuela?” distribución. A fin de controlar la posible influencia de los valores
extremos en la regresión, se optó por excluir del análisis los casos en
que la edad indicada resultaba superior a 31 años 110, que suponían
tan solo el 1,2% del total de la muestra (41 casos).

Estado civil Variable nominal politómica, cuyas opciones de respuesta fueron


Pregunta 108: “¿Cuál es su situación actual?” agrupadas en cuatro categorías: soltero/a (1, categoría de referencia),
casado/a o en pareja (2), separado/a o divorciado/a (3) y viudo/a (4).
Situación laboral Variable nominal politómica, cuyas opciones de respuesta fueron
Pregunta 63: “En relación con el trabajo, ¿cuál agrupadas en cuatro categorías: “parado/a” (1, categoría de
era su situación en la última semana?). referencia), “con trabajo” (2), “jubilado/a, retirado/a o en situación de
invalidez” (3) y “otras” (4), que incluye las categorías originales de
“refugiado/a” y “otras (especificar)”.
Ingresos totales mes anterior Variable de razón, considerada como un indicador del nivel
Pregunta 79: “En el último mes, si se suman económico de la persona. A efectos del análisis de segmentación, los
todos sus ingresos, ¿cuánto ha percibido en datos fueron agrupados en intervalos a partir de los quintiles de la
total, más o menos?” distribución. De nuevo, se excluyeron del análisis los casos extremos,
considerando como tales aquellos en los que la respuesta fue superior
a 950 euros111, que suponían el 1,1% del total de la muestra (37
casos).

Condiciones de vida
Estado de salud percibido Variable ordinal: muy malo (1), malo (2), regular (3), bueno (4) o muy
Pregunta 89: “Actualmente, ¿cómo es su bueno (5).
estado de salud?”
Enfermedad grave o crónica Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
Pregunta 93: “¿Le ha dicho un médico que
tiene usted alguna enfermedad grave o
crónica?”
Situación de discapacidad Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
Pregunta 98: “¿Tiene usted reconocida alguna
discapacidad?”

110
Con puntuaciones típicas mayores de |3,0|.
111
Casos cuyas puntuaciones típicas superaban el valor |3,0|.

135
Variable Operacionalización
Tiempo en situación de sin hogar Variable ordinal: entre 1 y 6 meses (1, categoría de referencia), de 6 a
Pregunta 57: “¿Cuánto tiempo lleva usted 12 meses (2), entre 1 y 3 años (3) y más de 3 años (4).
viviendo sin un alojamiento que pueda
considerar propio?”
Consumo de bebidas alcohólicas Variable ordinal: sin consumo (1); consumo ligero —de 1 a 175 c.c. de
Preguntas 102 (“En relación al consumo de alcohol puro/semana— (2); consumo moderado —de 176 a 525 c.c.
bebidas que contengan alcohol, ¿podría de alcohol puro/semana— (3); consumo alto —de 526 a 700 c.c. de
decirme con qué frecuencia y qué tipo de alcohol puro/semana— (4) o consumo excesivo —más de 700 c.c. de
bebidas alcohólicas consume usted alcohol puro/semana— (5) (INE 2012a).
habitualmente?”) y 103 (“Con la frecuencia
que nos acaba de indicar, ¿cuántos vasos o
copas toma?”)
Consumo de drogas en el mes anterior Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
Pregunta 106: “En el último mes, ¿ha
consumido alguna de las siguientes drogas?”112
Conducta de juego Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
Pregunta 107: “Algunas personas tienen
costumbre de jugar a la lotería, quinielas,
cupón de la ONCE o máquinas tragaperras,
¿suele usted gastar algo de dinero en este tipo
de juegos?”
Lugar de pernocta habitual113 Variable nominal politómica, cuyas opciones de respuesta fueron
Pregunta 6: “¿Dónde tiene usted previsto agrupadas en tres categorías: espacios públicos o alojamientos de
dormir esta noche?” fortuna (1); alojamientos colectivos (2), incluyendo albergues,
residencias o centros de acogida, centros de acogida a mujeres
maltratadas, centros de ayuda al refugiado y para demandantes de
asilo; y pisos, casas o pensiones (3, categoría de referencia), ya se
tratase de inmuebles ocupados, facilitados o pagados por una
administración pública, ONG u organismo o el domicilio de un/a
amigo/a o familiar.
Amigos/as con quien poder contar en caso de Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
necesidad
Pregunta 113: “En este momento, ¿tiene usted
algún amigo/a con el que está seguro de poder
contar en caso de apuro o necesidad?”
Contacto con familiares en el mes anterior114 Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
Pregunta 114: “En su situación, ¿ha tenido
contacto, incluso por teléfono o por carta, con
algún miembro de su familia que no viva con
usted?”.

112
La pregunta original recogía cuatro tipos de drogas (porros de marihuana o hachís, cocaína, heroína y
otras), para cada una de las cuales la persona debía responder “sí” o “no”. A efectos del análisis, se ha
considerado como “sí” (1) cuando la persona respondió “sí” en al menos una de las categorías, y “no” (0)
cuando la persona respondió “no” en todas.
113
A efectos del análisis, únicamente se han tenido en cuenta aquellos casos en los que la persona
manifestó pernoctar en el lugar indicado todas las noches (pregunta 7, opción de respuesta 1), a fin de
asegurar que la respuesta fuese representativa del lugar donde la persona pasaba la noche de forma
habitual.
114
Originalmente, la pregunta recogía 6 opciones de respuesta no mutuamente excluyentes (cónyuge o
pareja, padre, madre, hijos, hermanos y otros familiares) que la persona encuestada podía seleccionar
para una de tres categorías: en el último mes, en el último año o sin contacto. A efectos del análisis, la
variable ha sido dicotomizada, considerando como respuesta afirmativa los casos en los que la persona
seleccionó al menos una de las 6 opciones de respuesta para las categorías “en el último mes”, y como

136
Variable Operacionalización

Antecedentes personales y familiares


Lugar principal de residencia antes de los 18 Variable nominal politómica, cuyas opciones de respuesta fueron
años agrupadas en 3 categorías: “con familiares” (1, categoría de referencia,
Pregunta 115: “Hasta que cumplió 18 años, incluyendo las categorías originales “con su familia (padres,
vivió la mayor parte del tiempo…”. hermanos)”, “con su madre”, “con su padre”, “con sus abuelos” y “con
otros familiares”), “con otras personas no familiares” (2) y “en una
institución de acogida” (3).
Estancia en prisión de alguno de los Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
progenitores antes de los 18 años
Pregunta 116.9: “Antes de los 18 años, ¿se dio
alguna de las situaciones siguientes en su
familia?”. Ítem 9: “Alguno de sus padres estuvo
en prisión”.
Problemas de alcoholismo en la familia o de la Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia)
propia persona antes de los 18 años
Pregunta 116.8: “Antes de los 18 años, ¿se dio
alguna de las situaciones siguientes en su
familia?”. Ítem 8: “Problemas de alcoholismo
en la familia o de usted mismo”.
Problemas de violencia en la familia antes de Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia)
los 18 años115
Pregunta 116.7: “Antes de los 18 años, ¿se dio
alguna de las situaciones siguientes en su
familia?”. Ítem 7: “Problemas de violencia en la
familia”.
Detención en dependencias policiales Variable ordinal con tres opciones de respuesta: no (0, categoría de
Pregunta 131: “¿Ha sido usted detenido/a en referencia), sí, una vez (1) o sí, varias veces (2).
dependencias policiales?”
Estancia en centro de internamiento de Variable ordinal con tres opciones de respuesta: no (0, categoría de
menores116 referencia), sí, una sola vez (1) o sí, más de una vez (2).
Pregunta 134: “¿Ha estado en un centro de
internamiento de menores?”
Estancia en prisión Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia).
Pregunta 135: “¿Ha estado en prisión?”
Cumplimiento condena diferente a la prisión Variable dicotómica: sí (1) o no (0, categoría de referencia)
Pregunta 136: “¿Ha cumplido usted algún otro
tipo de condena diferente a la prisión?”

respuesta negativa los casos en los que la persona indicó “sin contacto” o “en el último año” en todas
las opciones de respuesta.
115
Con relación a esta variable, es preciso tener en cuenta que el ítem no plantea una distinción entre si
la persona había vivido esta experiencia como víctima y/o como testigo.
116
Las preguntas 132 a 138 de la encuesta fueron formuladas sólo a aquellas personas que refirieron
haber sido denunciadas (pregunta 130) o detenidas en dependencias policiales en alguna ocasión
(pregunta 131). Asimismo, la pregunta genérica relativa a si la persona había sido condenada en alguna
ocasión (pregunta 133) se utilizó como un segundo filtro para las cuestiones específicas relacionadas con
el tipo de condena cumplida (134 y 135), de modo que sólo se formularon cuando la respuesta a dicha
pregunta fue afirmativa. Para la realización de los análisis, y a fin de tomar en consideración el total de
la muestra, las variables “internamiento previo en centro de menores”, “estancia previa en prisión” y
“cumplimiento de condena diferente a la prisión” se han recodificado para incluir entre las respuestas
negativas aquellos casos en los que la persona respondió “no” a estas preguntas filtro. De este modo,
cada variable es tratada de forma independiente.

137
Apéndice II. Experiencias de victimización en función de las características
sociodemográficas de las personas encuestadas

Tabla de árbol
No Sí Total Variable independiente primaria
Categoría Nodo Chi- Valores de
Nodo N Porcentaje N Porcentaje N Porcentaje pronosticada padre Variable Sig.a cuadrado gl división
0 1687 51,1% 1617 48,9% 3304 100,0% No
1 924 56,7% 707 43,3% 1631 49,4% No 0 Nacionalidad ,000 40,323 1 Extranjera
2 763 45,6% 910 54,4% 1673 50,6% Sí 0 Nacionalidad ,000 40,323 1 Española,
<missing>
3 712 53,8% 611 46,2% 1323 40,0% No 1 Estado civil ,000 22,934 1 Separado/a
o
divorciado/a;
Soltero/a;
Viudo/a
4 212 68,8% 96 31,2% 308 9,3% No 1 Estado civil ,000 22,934 1 Casado/a o
en pareja
5 500 43,0% 663 57,0% 1163 35,2% Sí 2 Edad ,005 10,512 1 <= 53,0
6 263 51,6% 247 48,4% 510 15,4% No 2 Edad ,005 10,512 1 > 53,0
7 577 51,9% 535 48,1% 1112 33,7% No 3 Situación ,009 10,434 1 Parado/a;
laboral Jubilado/a,
retirado/a o
en situación
de invalidez;
Con trabajo
8 135 64,0% 76 36,0% 211 6,4% No 3 Situación ,009 10,434 1 Otras
laboral
9 116 59,5% 79 40,5% 195 5,9% No 4 Sexo ,000 21,630 1 Hombre
10 96 85,0% 17 15,0% 113 3,4% No 4 Sexo ,000 21,630 1 Mujer
11 137 45,4% 165 54,6% 302 9,1% Sí 6 Ingresos ,007 11,413 1 <= 420,0
totales en el
mes anterior
12 126 60,6% 82 39,4% 208 6,3% No 6 Ingresos ,007 11,413 1 > 420,0,
totales en el <missing>
mes anterior
Método de crecimiento: CHAID
Variable dependiente: Desde que se encuentra usted viviendo sin hogar, ¿ha sido víctima de algún delito o agresión?
a. Bonferroni ajustado

138
Apéndice III. Experiencias de victimización en función de las condiciones de vida de
las personas encuestadas

Tabla de árbol
No Sí Total Variable independiente primaria
Categoría Nodo Chi- Valores de
Nodo N Porcentaje N Porcentaje N Porcentaje pronosticada padre Variable Sig.a cuadrado gl división
0 1687 51,1% 1617 48,9% 3304 100,0% No
1 1573 54,6% 1310 45,4% 2883 87,3% No 0 Consumo de ,000 111,036 1 No
drogas en el
mes anterior
2 114 27,1% 307 72,9% 421 12,7% Sí 0 Consumo de ,000 111,036 1 Sí
drogas en el
mes anterior
3 468 44,0% 595 56,0% 1063 32,2% Sí 1 Estado de ,000 75,380 1 <= Regular
salud
percibido
4 1105 60,7% 715 39,3% 1820 55,1% No 1 Estado de ,000 75,380 1 > Regular
salud
percibido
5 64 35,0% 119 65,0% 183 5,5% Sí 2 Tiempo en ,004 10,217 1 <= Entre 1 y
situación de 3 años
sin hogar
6 50 21,0% 188 79,0% 238 7,2% Sí 2 Tiempo en ,004 10,217 1 > Entre 1 y 3
situación de años
sin hogar
7 374 46,9% 423 53,1% 797 24,1% Sí 3 Situación de ,001 10,867 1 No
discapacidad
8 94 35,3% 172 64,7% 266 8,1% Sí 3 Situación de ,001 10,867 1 Sí
discapacidad
9 222 69,4% 98 30,6% 320 9,7% No 4 Tiempo en ,000 20,566 2 <= Entre 1 y
situación de 6 meses
sin hogar
10 507 62,2% 308 37,8% 815 24,7% No 4 Tiempo en ,000 20,566 2 (Entre 1 y 6
situación de meses, Entre
sin hogar 1 y 3 años]
11 376 54,9% 309 45,1% 685 20,7% No 4 Tiempo en ,000 20,566 2 > Entre 1 y 3
situación de años
sin hogar
12 37 28,2% 94 71,8% 131 4,0% Sí 5 Lugar de ,017 9,177 1 Alojamientos
pernocta colectivos;
todas las Espacios
noches públicos o
alojamientos
de fortuna
13 27 51,9% 25 48,1% 52 1,6% No 5 Lugar de ,017 9,177 1 Pisos, casas
pernocta o pensiones,
todas las <missing>
noches
14 32 27,1% 86 72,9% 118 3,6% Sí 6 Enfermedad ,022 5,265 1 No
grave o
crónica
15 18 15,0% 102 85,0% 120 3,6% Sí 6 Enfermedad ,022 5,265 1 Sí
grave o
crónica
Método de crecimiento: CHAID
Variable dependiente: Desde que se encuentra usted viviendo sin hogar, ¿ha sido víctima de algún delito o agresión?
a. Bonferroni ajustado

139
Apéndice IV. Experiencias de victimización en función de los antecedentes
personales y familiares de las personas encuestadas

Tabla de árbol
No Sí Total Variable independiente primaria
Valores
Categoría Nodo Chi- de
Nodo N Porcentaje N Porcentaje N Porcentaje pronosticada padre Variable Sig.a cuadrado gl división
0 1687 51,1% 1617 48,9% 3304 100,0% No
1 1236 59,1% 854 40,9% 2090 63,3% No 0 ¿Ha sido ,000 177,040 2 <= No
detenido/a
en
dependencias
policiales?
2 260 45,2% 315 54,8% 575 17,4% Sí 0 ¿Ha sido ,000 177,040 2 (No, Sí,
detenido/a una
en vez]
dependencias
policiales?
3 191 29,9% 448 70,1% 639 19,3% Sí 0 ¿Ha sido ,000 177,040 2 > Sí,
detenido/a una vez
en
dependencias
policiales?
4 1092 61,5% 685 38,5% 1777 53,8% No 1 Problemas de ,000 26,273 1 No
violencia en
la familia
antes de los
18 años
5 144 46,0% 169 54,0% 313 9,5% Sí 1 Problemas de ,000 26,273 1 Sí
violencia en
la familia
antes de los
18 años
6 229 49,1% 237 50,9% 466 14,1% Sí 2 Problemas de ,000 15,282 1 No
violencia en
la familia
antes de los
18 años
7 31 28,4% 78 71,6% 109 3,3% Sí 2 Problemas de ,000 15,282 1 Sí
violencia en
la familia
antes de los
18 años
8 47 19,5% 194 80,5% 241 7,3% Sí 3 Problemas de ,000 19,926 1 Sí
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años
9 144 36,2% 254 63,8% 398 12,0% Sí 3 Problemas de ,000 19,926 1 No
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años

140
Tabla de árbol
No Sí Total Variable independiente primaria
Valores
Categoría Nodo Chi- de
Nodo N Porcentaje N Porcentaje N Porcentaje pronosticada padre Variable Sig.a cuadrado gl división
10 75 48,7% 79 51,3% 154 4,7% Sí 4 Problemas de ,001 11,572 1 Sí
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años
11 1017 62,7% 606 37,3% 1623 49,1% No 4 Problemas de ,001 11,572 1 No
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años
12 30 38,0% 49 62,0% 79 2,4% Sí 6 Problemas de ,029 4,746 1 Sí
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años
13 199 51,4% 188 48,6% 387 11,7% No 6 Problemas de ,029 4,746 1 No
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años
14 42 22,3% 146 77,7% 188 5,7% Sí 8 ¿Ha cumplido ,036 4,387 1 No
algún tipo de
condena
diferente a la
prisión?
15 5 9,4% 48 90,6% 53 1,6% Sí 8 ¿Ha cumplido ,036 4,387 1 Sí
algún tipo de
condena
diferente a la
prisión?
16 127 38,4% 204 61,6% 331 10,0% Sí 9 ¿Ha cumplido ,044 4,075 1 No
algún tipo de
condena
diferente a la
prisión?
17 17 25,4% 50 74,6% 67 2,0% Sí 9 ¿Ha cumplido ,044 4,075 1 Sí
algún tipo de
condena
diferente a la
prisión?
Método de crecimiento: CHAID
Variable dependiente: Desde que se encuentra usted viviendo sin hogar, ¿ha sido víctima de algún delito o agresión?
a. Bonferroni ajustado

141
Apéndice V. Árbol de clasificación en formato de tabla con todas las variables objeto
de estudio

Tabla de árbol
No Sí Total Variable independiente primaria
Valores
Categoría Nodo Chi- de
Nodo N Porcentaje N Porcentaje N Porcentaje pronosticada padre Variable Sig.a cuadrado gl división
0 1687 51,1% 1617 48,9% 3304 100,0% No
1 1236 59,1% 854 40,9% 2090 63,3% No 0 ¿Ha sido ,000 177,040 2 <= No
detenido/a
en
dependencias
policiales?
2 260 45,2% 315 54,8% 575 17,4% Sí 0 ¿Ha sido ,000 177,040 2 (No, Sí,
detenido/a una
en vez]
dependencias
policiales?
3 191 29,9% 448 70,1% 639 19,3% Sí 0 ¿Ha sido ,000 177,040 2 > Sí,
detenido/a una vez
en
dependencias
policiales?
4 338 46,9% 382 53,1% 720 21,8% Sí 1 Estado de ,000 67,591 1 <=
salud Regular
percibido
5 898 65,5% 472 34,5% 1370 41,5% No 1 Estado de ,000 67,591 1 >
salud Regular
percibido
6 97 61,8% 60 38,2% 157 4,8% No 2 Tiempo en ,000 23,927 1 <= De 6
situación de a 12
sin hogar meses
7 163 39,0% 255 61,0% 418 12,7% Sí 2 Tiempo en ,000 23,927 1 > De 6
situación de a 12
sin hogar meses
8 47 19,5% 194 80,5% 241 7,3% Sí 3 Problemas de ,000 19,926 1 Sí
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años
9 144 36,2% 254 63,8% 398 12,0% Sí 3 Problemas de ,000 19,926 1 No
alcoholismo
en la familia
o de la propia
persona
antes de los
18 años
10 287 49,4% 294 50,6% 581 17,6% Sí 4 Problemas de ,007 7,272 1 No
violencia en
la familia
antes de los
18 años

142
Tabla de árbol
No Sí Total Variable independiente primaria
Valores
Categoría Nodo Chi- de
Nodo N Porcentaje N Porcentaje N Porcentaje pronosticada padre Variable Sig.a cuadrado gl división
11 51 36,7% 88 63,3% 139 4,2% Sí 4 Problemas de ,007 7,272 1 Sí
violencia en
la familia
antes de los
18 años
12 661 69,4% 291 30,6% 952 28,8% No 5 Contacto con ,000 20,857 1 Sí
familiares en
el mes
anterior
13 237 56,7% 181 43,3% 418 12,7% No 5 Contacto con ,000 20,857 1 No
familiares en
el mes
anterior
14 54 72,0% 21 28,0% 75 2,3% No 6 Amigos/as ,012 6,348 1 Sí
con quien
poder contar
en caso de
necesidad
15 43 52,4% 39 47,6% 82 2,5% No 6 Amigos/as ,012 6,348 1 No
con quien
poder contar
en caso de
necesidad
16 146 42,9% 194 57,1% 340 10,3% Sí 7 Problemas de ,001 11,926 1 No
violencia en
la familia
antes de los
18 años
17 17 21,8% 61 78,2% 78 2,4% Sí 7 Problemas de ,001 11,926 1 Sí
violencia en
la familia
antes de los
18 años
18 36 23,8% 115 76,2% 151 4,6% Sí 8 Consumo de ,028 4,849 1 No
drogas en el
mes anterior
19 11 12,2% 79 87,8% 90 2,7% Sí 8 Consumo de ,028 4,849 1 Sí
drogas en el
mes anterior
20 114 42,1% 157 57,9% 271 8,2% Sí 9 Consumo de ,000 12,741 1 No
drogas en el
mes anterior
21 30 23,6% 97 76,4% 127 3,8% Sí 9 Consumo de ,000 12,741 1 Sí
drogas en el
mes anterior
Método de crecimiento: CHAID
Variable dependiente: Desde que se encuentra usted viviendo sin hogar, ¿ha sido víctima de algún delito o agresión?
a. Bonferroni ajustado

143
Bloque II. Una aproximación a las
experiencias de victimización de las
personas en situación de sin hogar desde
la teoría de los estilos de vida

Part II. An approach to victimisation experiences of


homeless people from Lifestyle exposure theory

144
Experiencias de victimización entre las personas sin hogar en
función del lugar de pernocta. Un análisis desde la teoría de los
estilos de vida de Hindelang, Gottfredson y Garofalo
Criminal victimisation experiences among homeless people as a function
of the place where they spend the night. Analysis from Hindelang,
Gottfredson and Garofalo’s Lifestyle/Exposure Model of Personal
Victimisation
Puente, P. (2018). Experiencias de victimización entre las personas sin hogar en
función del lugar de pernocta. Un análisis desde la teoría de los estilos de vida de
Hindelang, Gottfredson y Garofalo. Cuadernos de Política Criminal, 126 (III), Época II,
227-262.

SUMARIO. I. Introducción. 1. El sinhogarismo. Definición y alcance. 2. Sinhogarismo y


victimización. II.. La teoría de los estilos de vida de Hindelang, Gottfredson y Garofalo.
1. Fundamentos teóricos. 2. Predicciones del modelo. Aplicación a la victimización de
personas en situación de sin hogar. III. Objetivos e hipótesis. IV. Metodología. 1.
Muestra. 2. Procedimiento. 3. Variables. 3.1. Variable independiente. 3.2. Variable
dependiente. 3.3. Variables de control. V. Resultados. VI. Discusión. VII. Limitaciones.

RESUMEN. La Teoría de los Estilos de Vida, propuesta por Hindelang, Gottfredson y


Garofalo, plantea que los estilos de vida se encuentran relacionados con la
probabilidad de encontrarse en lugares (calles, parques y otros sitios públicos) y
momentos (particularmente durante la noche) en los que el riesgo de victimización es
elevado. Esta tesis ha sido aplicada a la victimización de las personas en situación de
sin hogar, concibiendo el lugar de pernocta de la persona como un indicador de su
estilo de vida que guarda relación con su grado de exposición al riesgo de ser
victimizada y, consecuentemente, con los episodios de victimización efectivamente
sufridos. Utilizando los datos de la más reciente Encuesta a las Personas sin Hogar,
realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2012, se testa la hipótesis de que
aquellas personas que indicasen pernoctar de forma habitual en espacios públicos o de
uso público, frente a quienes refiriesen hacerlo en centros asistenciales u otros lugares
destinados a tal efecto, habrían sufrido en mayor medida experiencias de
victimización. Los resultados apoyan la hipótesis, encontrándose que el primer grupo
de personas presentaba, una vez controladas una serie de variables sociodemográficas
y otras relacionadas con el estilo de vida, una probabilidad 1,5 veces mayor que el
segundo de haber sufrido al menos un episodio de victimización a lo largo de su
historia de sinhogarismo. Finalmente, las implicaciones de los hallazgos son analizadas
a la luz del modelo actual de atención al colectivo de personas en situación de sin
hogar y sus condiciones de vida, planteando las ventajas que podría aportar en este
sentido el modelo Housing First.

PALABRAS CLAVE: personas sin hogar, victimización, oportunidad, estilo de vida,


exposición.

145
ABSTRACT. Lifestyle/Exposure Model of Personal Victimisation, proposed by
Hindelang, Gottfredson and Garofalo, suggests that lifestyles are related to the
probability of being in places (streets, parks and other public places) at times
(particularly during the night) when risk of victimisation is high. This proposition has
been applied to victimisation of homeless people, considering the place where the
individual spends the night as an indicator of their lifestyle which is related to their
level of exposition to risk of victimisation, and hence to the victimisation experiences
they actually suffer. On the basis of data from the latest Survey to Homeless People,
conducted by the National Institute of Statistics in 2012, the hypothesis was tested
that homeless people who reported usually spending the night in public places, as
compared to those who slept in care facilities and other places that are intended for
that purpose, would have suffered victimisation events to a larger extent. The findings
support the hypothesis: once adjusted for the influence of several sociodemographic
and other lifestyle-related characteristics, it was found that the odds of having been
victim of a crime were more than 1,5 times higher among those who pertained to the
first group. Finally, the implications of these results are analysed in the light of the
currently dominant care model for homeless people, discussing the potential
advantages an approach based on a Housing First model could yield.

KEYWORDS: homeless people, victimisation, opportunity, lifestyle, exposure.

146
I. INTRODUCCIÓN

1. El sinhogarismo. Definición y alcance

Aunque no existe una definición consensuada de persona sin hogar, una de las más
ampliamente extendidas y aceptadas es la propuesta por la Dra. Dragana Avramov en 1995,
cuando trabajaba como Coordinadora de Investigación del Observatorio Europeo del
Sinhogarismo117. La autora concibió como persona sin hogar “aquella que no puede acceder
a o conservar un alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal, permanente y
que proporcione un marco estable de convivencia, ya sea por razones económicas u otras
barreras sociales, o bien porque presenta dificultades personales para llevar una vida
autónoma”118.
FEANTSA ha desarrollado más recientemente una Tipología Europea del Sinhogarismo
y la Exclusión Residencial (más conocida como ETHOS), cuya pretensión es la de
proporcionar un lenguaje común que sirva como marco de referencia transnacional para los
intercambios en esta materia119. Se trata de una clasificación de diferentes condiciones de
vida que constituyen formas de sinhogarismo y exclusión residencial, construida sobre la
base de cuatro categorías principales y sus respectivas subdivisiones: sin techo (personas
que viven en la calle o en espacios públicos, sin un refugio que pueda ser definido como
residencia, o bien aquellas que pernoctan en recursos de emergencia -centros de pernocta,
albergues de baja exigencia- sin que tengan un lugar de residencia habitual), sin vivienda
(personas alojadas a corto plazo -estancia durante menos de un año- en recursos para
personas sin hogar, en casas de acogida para víctimas de violencia doméstica, en recursos de
alojamiento para inmigrantes o quienes se encuentran en instituciones -centros
penitenciarios, centros de desintoxicación, hospitales psiquiátricos, etc.- y no disponen de
alojamiento en el momento de abandonarlas), vivienda insegura (personas alojadas en
centros de atención residencial a largo plazo -estancia superior a un año- para personas sin
hogar, aquellas que residen en una vivienda sin título legal de ocupación, quienes viven
temporalmente con familiares o amigos, así como quienes se encuentran bajo la amenaza de
desahucio o de violencia doméstica) y vivienda inadecuada (personas que viven en
estructuras temporales o no convencionales, como refugios improvisados o chabolas, en
viviendas no aptas para su habitabilidad según la normativa o en las que existe situación de
hacinamiento). En total, recoge 13 categorías operativas120.

117
Organismo creado en 1992 por la Federación Europea de Asociaciones Nacionales que Trabajan con
Personas Sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés).
118
Avramov, D. (1995), Homelessness in the European Union: Social and Legal Context of Housing Exclusion in
the 1990s. Fourth Research Report of the European Observatory on Homelessness. Bruselas: FEANTSA, p. 71.
119
FEANTSA (2005a). ETHOS – European Typology on Homelessness and Housing Exclusion. Recuperado el 14
de julio de 2018 de http://www.feantsa.org/en/toolkit/2005/04/01/ethos-typology-on-homelessness-and-
housing-exclusion?bcParent=27.
120
FEANTSA (2017). What is ETHOS? Recuperado el 14 de julio de 2018 de
http://www.feantsa.org/download/ethos2484215748748239888.pdf.
FEANTSA ha desarrollado también lo que ha bautizado como ETHOS Light, herramienta pragmática que
pretende proporcionar una definición armonizada del sinhogarismo con fines estadísticos (FEANTSA (s.f.a).
ETHOS Light, A Harmonised Definition of Homelessness for Statistical Purposes. Recuperado el 15 de julio de
2018 de http://www.feantsa.org/download/fea-002-18-update-ethos-light-0032417441788687419154.pdf)

147
La tipología hunde sus raíces en un modelo conceptual de hogar basado en tres
dominios o esferas cuya ausencia, ya sea de forma individual o conjunta, puede utilizarse
para delimitar las situaciones de sinhogarismo: 1) Esfera física: disponer de una vivienda o
un espacio adecuados sobre los que una persona y su familia puedan ejercer su posesión en
exclusiva; 2) Esfera social: poder mantener la privacidad y disfrutar de relaciones sociales; y
3) Esfera legal: disponer de un título legal de ocupación121.
A pesar de la falta de datos fiables y comparables122, FEANTSA estima que, en una
noche cualquiera, el número de personas sin hogar podría alcanzar los 410.000 individuos en
el marco de la Unión Europea, calculando que alrededor de 4,1 millones de personas en
Europa se encuentran expuestas al sinhogarismo cada año por un periodo de tiempo más o
menos prolongado123. Con relación a España, diversas entidades sociales de atención a este
colectivo estiman que aproximadamente 40.000 personas se encuentran en esta
situación124. RAIS Fundación, por su parte, sitúa en 8.000 la cifra de personas que viven y
duermen cada día en la calle en nuestro país125.
Frente a esta realidad, la Encuesta sobre centros y servicios de atención a personas sin
hogar, realizada por el Instituto Nacional de Estadística (en adelante, INE), reveló una
capacidad media de la red de alojamiento de 16.684 plazas diarias durante 2014, con una
ocupación media del 81,8%126. Esta cifra se incrementó de forma significativa durante el año
2016, llegando a una capacidad media de 19.124 plazas diarias, y alcanzando la ocupación
media el 85,9% de las mismas127. En cualquier caso, más allá del hecho de que tales datos
apuntan a que una importante proporción de las plazas ofertadas queda finalmente
vacante128, una primera conclusión que puede extraerse de estas cifras es que existe una

121
FEANTSA (2005b). ETHOS, Frequently Asked Questions. Recuperado el 15 de julio de 2018 de
http://www.feantsa.org/download/ethos_faq-18107446974200637605.pdf.
122
Como se recoge en un reciente informe, “no existen mecanismos de registro normalizados, en forma,
procedimiento y periodicidad” (Centre d’Acollida ASSÍS (2017). Informe de violencia directa, estructural y
cultural contra personas sin hogar. 2006-2016, p. 10. Recuperado el 9 de abril de 2018 de
https://aporofobia.info/wp-content/uploads/2017/08/informe_violencia_2016.pdf), sin olvidar que, más allá
de los datos obtenidos a través de los recursos públicos y privados de atención a este colectivo, resulta muy
complicado cuantificar el alcance de esta problemática. Baste considerar, por ejemplo, las dificultades en el
cómputo de aquellas personas que pernoctan en espacios públicos.
123
FEANTSA (s.f.b). About Us, FAQ. Recuperado el 18 de julio de 2018 de http://www.feantsa.org/en/about-
us/faq.
124
Marcos, L. (23 de noviembre de 2017). Los 40.000 “sin techo” invisibles de España. Cadena SER. Recuperado
el 15 de mayo de 2018 de http://cadenaser.com/ser/2017/11/23/sociedad/1511450737_367101.html; Centre
d’Acollida ASSÍS, 2017.
125
RAIS Fundación (s.f.a). Derecho a la vivienda. Recuperado el 11 de junio de 2018 de
https://raisfundacion.org/derecho-vivienda/.
126
INE (2018). Estadística de centros y servicios de atención a personas sin hogar 2014. Recuperado el 10 de
junio de 2018 de http://www.ine.es/dynt3/inebase/es/index.htm?padre=2328.
127
INE (2018). Estadística de centros y servicios de atención a personas sin hogar. Resultados año 2016.
Recuperado el 10 de junio de 2018 de
http://www.ine.es/dyngs/INEbase/es/operacion.htm?c=Estadistica_C&cid=1254736176925&menu=resultados
&idp=1254735976608.
128
Y ello a pesar de la insuficiencia de recursos, como se recoge a continuación en el texto. Este hecho podría
obedecer a diferentes razones cuyo análisis, sin duda de interés para futuros estudios, supera no obstante las
pretensiones del presente documento. A modo de ilustración, entre dichas razones podrían citarse el grado de
conocimiento de los servicios asistenciales disponibles por parte de las personas que se encuentran en
situación de sin hogar, el nivel de accesibilidad de los mismos (si se hallan o no bien comunicados por

148
clara desproporción entre el número estimado de personas sin hogar presentes en nuestro
país y los servicios asistenciales de alojamiento disponibles, llegando el primero a duplicar
los segundos si tomamos como referencia los datos más actuales, y obligando de este modo
a aquellos individuos que, por diversos motivos, no tienen acceso a estos servicios a buscar
opciones alternativas para la pernocta.
Tal extremo, como veremos, enlaza de forma directa con el planteamiento que
vertebra el presente trabajo. Sirva como ejemplo un reciente estudio realizado en
Barcelona129 en el que se recoge que, del total de 3.267 personas sin hogar que se estimaron
presentes en esta ciudad130, casi el 29% (941 personas) dormía en la calle131, casi un 13%
(419) pernoctaba en asentamientos irregulares (solares y fábricas en desuso) y tan sólo el
58% (1.907) de ellas lo hacía en albergues y recursos públicos y privados. El mismo informe
añade que el número de personas sin hogar que pernoctan en la calle ha aumentado en un
37% en esta ciudad entre 2008 y 2016.

2. Sinhogarismo y victimización

Aunque en España son escasos los estudios que abordan esta problemática132,
manejando además definiciones operativas diversas de la situación de sinhogarismo133, a

transporte público, su cercanía o lejanía con respecto a otros servicios -p.e., los servicios de restauración-, etc.),
los requisitos y condiciones de acceso y uso (p.e., si admiten o no la entrada de animales de compañía), los
periodos y horarios de apertura, etc.
129
Arrels Fundació (2016). La vulnerabilitat de les persones que viuen al carrer a Barcelona. Recuperado el 15
de diciembre de 2017 de https://www.arrelsfundacio.org/wp-
content/pdf/AltresDocuments/InformeCensSenseLlar2016.pdf.
130
Como recoge el documento, esta cifra incluye a aquellas personas que duermen en la calle, en recursos
residenciales y en asentamientos irregulares, dejando al margen otras situaciones como la residencia en un
centro para mujeres víctimas de violencia o centros de menores, pisos ocupados o viviendas masificadas, entre
otras.
131
Esta cifra fue obtenida en el recuento anual de personas sin hogar realizado por la Xarxa d’Atenció a
Persones Sense Llar (XAPSLL) el 18 de mayo de 2016. Un dato similar, aunque mayor, se obtuvo en mayo de
2017, con un total de 1.026 personas durmiendo en la calle (a la intemperie, a cubierto, en un coche o cajero),
representando el 30,3% del total (3.383) (Guijarro, L., Sales, A., Tello, J. y de Inés, A. (2017). Diagnosi 2017. La
situación del sensellarisme a Barcelona. Evolució i accés a l’habitatge. Barcelona: Xarxa d’Atenció a Persones
Sense Llar (XAPSLL). Recuperado el 10 de junio de 2018 de
http://www.bcn.cat/barcelonainclusiva/ca/2017/12/Diagnosi2017.pdf).
132
Los datos proceden principalmente de recuentos nocturnos a nivel provincial o regional, a menudo
realizados con cadencia anual. El procedimiento más habitual es el despliegue, en una zona geográfica
determinada, de un equipo de personas voluntarias que se encargan de realizar una encuesta a las personas sin
hogar (o anotan la información que perciben en un cuestionario destinado a tal efecto en caso de que la
persona, por ejemplo, se encuentre durmiendo) que se encuentran pernoctando durante esa noche en
recursos de alojamiento y/o en espacios públicos. En estos recuentos se recoge información diversa sobre las
características sociodemográficas y condiciones de vida de las personas sin hogar encuestadas, incluyendo
habitualmente una o varias preguntas relacionadas con experiencias de victimización.
133
Muchos utilizan la tipología ETHOS descrita más arriba, si bien no de forma unánime en cuanto al número de
categorías operativas a incluir en el estudio. En general, los diferentes trabajos, ya se basen o no de forma
explícita en dicha tipología, adoptan concepciones diversas del sinhogarismo, de forma que estas pueden ser
ubicadas a lo largo de un continuo de amplitud, desde definiciones más restrictivas a otras que incluyen un
mayor abanico de situaciones vitales. En la misma línea, véase Cabrera Cabrera, P.J. y Rubio Martín, M.J.
(2008). Las personas sin hogar, hoy. Revista del Ministerio de Trabajo e Inmigración, 75, 51-74.

149
nivel global sus resultados arrojan que alrededor de entre una de cada tres y una de cada
dos personas sin hogar134 refiere haber sufrido al menos una experiencia de victimización a
lo largo de su historia de sinhogarismo135. La especial vulnerabilidad de este colectivo136 es
evidenciada asimismo por los resultados de estudios realizados en otros países, que reflejan
tasas de victimización muy superiores a las de la población general. Ilustrativo de lo anterior
es el trabajo de Newburn y Rock, en el que se encontró que las personas sin hogar
presentaban 13 veces más probabilidades de haber sufrido violencia que las personas que
forman parte de la población general137. Otros trabajos apuntan en la misma dirección138.
Asimismo, parece existir una especial incidencia sobre este colectivo de los delitos de
odio139.
Reconociendo la importancia de este último dato, en el presente trabajo analizaremos,
desde una perspectiva amplia, los episodios de victimización sufridos por personas sin hogar,
ya se encuentren o no motivados por los prejuicios y la intolerancia hacia este grupo social,
tomando como marco de referencia la Teoría de los Estilos de Vida formulada por Hindelang,
Gottfredson y Garofalo140. Como veremos a lo largo de este recorrido, el planteamiento de
estos autores parece especialmente pertinente para la exégesis de este grave problema
social.

134
Si bien los porcentajes varían entre los diferentes estudios, comúnmente se concentran en torno al 50%.
135
Entre los más recientes: Centre d’Acollida ASSÍS, Op. cit.; Muñoz, M., Cabrera, P.J. y Sánchez, M. R. (2017).
VIII Recuento de Personas sin hogar en la ciudad de Madrid, 15 diciembre 2016. Avance de resultados.
Recuperado el 10 de abril de 2018 de http://faciam.org/wp-content/uploads/2017/02/VIII-Recuento-2016-
avance-Presentado-1.pdf; Centro de Documentación y Estudios SIIS (2017). III Estudio sobre la situación de las
personas en situación de exclusión residencial grave en la CAPV. San Sebastián: Centro de Documentación y
Estudios SIIS. Recuperado 3 de marzo de 2018 de:
http://www.euskadi.eus/contenidos/documentacion/doc_sosa_025_estudioexcresiden/es_def/adjuntos/c25_I
II_Resultado_Estudio%20Exclusion%20Residencial_2017_es.pdf; Arrels Fundació, op. cit.; Cabrera Cabrera, P.J.
(2016). IV Estudio personas sin techo. Zaragoza: Cruz Roja Zaragoza. Recuperado el 3 de marzo de 2018 de
https://repositorio.comillas.edu/xmlui/bitstream/handle/11531/25498/IV%20Estudio%20CruzRoja%20Zaragoz
a%202016.pdf?sequence=-1&isAllowed=y; INE (2012a). Encuesta a las personas sin hogar. Avance de
Resultados. Año 2012. Nota de prensa 21 de diciembre de 2012. Recuperado el 1 de abril de 2018 de
http://www.ine.es/prensa/np761.pdf.
136
Como veremos a lo largo del presente documento, esta especial vulnerabilidad se deriva de la concurrencia
en estas personas, en diversos grados, de un heterogéneo conjunto de factores victimógenos, tanto endógenos
como exógenos. En este sentido, véase Morillas Fernández, D.L., Patró Hernández, R.M. y Aguilar, M.M. (2014).
Victimología: un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización, 2.ª edición. Madrid: Dykinson.
137
Newburn, T. y Rock, P. (2005). Living in Fear: Violence and Victimisation in the Lives of Single Homeless
People. Crisis, Mannheim Centre for Criminology London School of Economics.
138
Entre ellos, Jasinski, J.L., Wesely, J.K., Mustaine, E. y Wright, J.D. (2005). The Experience of Violence in the
Lives of Homeless Women: A Research Report. Recuperado el 4 de febrero de 2017 de
https://www.ncjrs.gov/pdffiles1/nij/grants/211977.pdf, o National Coalition for the Homeless (2016). No Safe
Street: A Survey of Hate Crimes and Violence Committed Against Homeless People in 2014&2015. A Report by
the National Coalition for the Homeless. Recuperado el 4 de febrero de 2017 de
http://nationalhomeless.org/wpcontent/uploads/2016/07/HCR-2014-151.pdf.
139
En nuestro país contamos desde 2015 con un Observatorio de Delitos de Odio Contra Personas Sin Hogar,
bautizado como Hatento. El lector interesado puede consultar su página web para más información:
http://www.hatento.org.
140
Hindelang, M.J., Gottfredson, M.R. y Garofalo, J. (1978). Victims of Personal Crime: An Empirical Foundation
for a Theory of Personal Victimization. Cambridge, Mass.: Ballinger Publishing Company.

150
II. LA TEORÍA DE LOS ESTILOS DE VIDA DE HINDELANG, GOTTFREDSON Y GAROFALO

1. Fundamentos teóricos

Como refiere Serrano Maíllo, la Teoría de los Estilos de Vida se enmarca en los
denominados enfoques de la oportunidad. En palabras de este autor, la teoría “tiene como
hipótesis fundamental que la tendencia a sufrir un delito depende de hasta qué punto un
individuo puede constituir él mismo un objeto de victimización, o sea ofrecer una
oportunidad a un potencial agresor”, añadiendo que “las personas ofrecen oportunidades en
este sentido de modo diferencial”141.
Para la construcción de su teoría, Hindelang, Gottfredson y Garofalo analizaron los datos
obtenidos con la implementación de las primeras encuestas de victimización sistemáticas
realizadas en Estados Unidos en los años 70 del pasado siglo142. A partir de dicho análisis,
identificaron una serie de patrones y relaciones en los hallazgos, con base en los cuales
construyeron un modelo teórico que bautizaron como Modelo de Victimización Personal con
base en el Estilo de Vida/Exposición (Lifestyle/Exposure Model of Personal Victimization)143.
La representación esquemática del modelo se recoge en la Figura 1144.

Figura 1
Modelo de Victimización Personal con base en el Estilo de Vida/Exposición.

Adaptado de Hindelang et al., 1978, p. 243. Traducción propia.

141
Serrano Maíllo, A. (2009). Oportunidad y delito. Estudios de Criminología y Política Criminal. Madrid:
Dykinson, pp. 75 y 76.
142
Serrano Maíllo, A. (2017). Teoría criminológica. La explicación del delito en la sociedad contemporánea.
Estudios de Criminología y Política Criminal. Madrid: Dykinson; Hindelang et al., op. cit.; Serrano Maíllo,
oportunidad y delito, op.cit.
143
Los autores aclaran que el modelo propuesto ha sido específicamente diseñado para su aplicación a
determinados tipos de victimización personal: violación, agresión, robo y hurto personal, si bien no descartan
su potencial aplicación a otras formas de victimización.
144
La línea punteada con relación a las características demográficas implica, según indican los autores, que
dichas características no forman parte de la secuencia causal del modelo, sino que funcionan como indicadores
de los condicionantes estructurales y las expectativas de rol que determinan el estilo de vida (Hindelang et al.,
1978; Garofalo, J. (1986). Lifestyles and Victimization: an Update. En Fattah, E.A. (Ed.), From Crime Policy to
Victim Policy: Reorienting the Justice System (pp. 135-155). London: MacMillan Press Ltd.).

151
El planteamiento de estos autores tiene como eje principal el concepto de estilo de
vida, concebido como las regularidades en los patrones de conducta de los individuos,
incluyendo actividades rutinarias vocacionales, como trabajar fuera de casa, ir al colegio u
ocuparse de las tareas del hogar, y de ocio. Hindelang et al. asimilan su concepción del estilo
de vida a la propuesta por Havighurst, quien definió este constructo como:
Una forma característica de distribuir el propio tiempo, los propios intereses y el
propio talento entre los roles sociales comunes de la vida adulta -aquellos de
trabajador/a, progenitor/a, cónyuge, trabajador/a doméstico/a, ciudadano/a, amigo/a,
miembro de un club o asociación y usuario/a del tiempo de ocio145.
Sin embargo, aclaran que su visión difiere de la de este autor en que no se limita a
personas adultas, así como en el énfasis otorgado a las actividades rutinarias.
Los autores proponen que las variaciones en los estilos de vida son atribuibles a la
forma en que las personas con diferentes constelaciones de características demográficas se
adaptan, tanto a nivel individual como grupal, a las expectativas de rol (que definen como
“normas culturales relacionadas con los estatus alcanzados por y atribuidos a los individuos y
que delimitan sus comportamientos preferibles y anticipados”146) y a los condicionantes
estructurales (que conciben como las “limitaciones en las opciones de comportamiento que
resultan de las disposiciones particulares existentes dentro de los diversos órdenes
institucionales, como los órdenes económico, familiar, educativo y legal” 147) derivados de
aquellas. A su vez, estas diferencias en el estilo de vida se relacionan diferencialmente con
las probabilidades de encontrarse en determinados lugares en ciertos momentos y entrar en
contacto con personas que poseen características concretas. Dado que la victimización no se
encuentra distribuida de forma aleatoria a través del tiempo y el espacio, esto es, existen
momentos, lugares y personas de alto riesgo, los autores concluyen que ello implica que las
diferencias en el estilo de vida se encuentran asociadas a diferencias en la exposición de las
personas a estas situaciones que entrañan un alto riesgo de victimización. Es precisamente
en este punto donde la aplicación del modelo a la victimización de personas en situación de
sin hogar cobra especial sentido, al encontrarse éstas más expuestas a los riesgos como
consecuencia de sus específicas condiciones de vida, como analizaremos más adelante.
El principal vínculo propuesto entre el estilo de vida y la exposición a situaciones de
alto riesgo de victimización es, tal y como se ha indicado, directo. Sin embargo, en opinión
de los autores, existe un segundo vínculo indirecto mediatizado por las asociaciones,
concebidas como “relaciones personales más o menos sostenidas entre individuos, que
evolucionan como resultado de estilos de vida similares y, por tanto, intereses compartidos
por estos individuos”148. Hindelang et al. argumentan que, dado que los delincuentes poseen
determinadas características de forma desproporcionada, la asociación con personas que
presenten tales características incrementará la exposición a situaciones de riesgo de
victimización personal.

145
Havighurst, 1961. Citado por Hindelang et al., 1978, pp. 244-245. Traducción propia.
146
Hindelang et al., 1978, p. 242. Traducción propia.
147
Ibid., p. 242. Traducción propia.
148
Ibid., p. 245. Traducción propia.

152
En la línea de lo apuntado en la descripción de su modelo, los autores describen cómo
diversas características demográficas como la edad, el sexo, el estado civil, los ingresos
familiares o la raza de un individuo constituyen indicadores de su estilo de vida. Quizá de
forma más relevante para el caso que nos ocupa, nos centraremos en el nivel de ingresos. En
opinión de Hindelang et al., esta variable se encuentra estrechamente relacionada con las
oportunidades y experiencias vitales, dado que refleja la posición de los individuos en la
estructura económica, que representa una de las principales fuentes de limitaciones en las
opciones de conducta. En palabras de los autores, “a medida que los ingresos familiares
aumentan, también lo hace la flexibilidad para ajustar el propio estilo de vida a los propios
deseos”149: capacidad para elegir el área en la que vivir, el modo de transporte a utilizar en
las actividades diarias, la proporción de tiempo pasado en ambientes privados versus lugares
públicos y la naturaleza de las actividades de ocio. Los autores destacan, además, que las
opciones al alcance de aquellas personas con suficientes ingresos a menudo derivan en una
segregación, con base en esta variable, en materia de vivienda, transporte, privacidad y
muchas actividades de ocio. Por tanto, indican, los patrones de asociación también se
encuentran vinculados a los ingresos, de forma que aquellos con ingresos similares tienden a
agruparse en determinados ambientes sociales residenciales, recreativos y de otro tipo.
Resulta evidente que, en el caso de las personas sin hogar, la falta o insuficiencia de recursos
económicos tiene un peso específico en el origen y/o mantenimiento de esta situación,
como diversos estudios muestran150, aun cuando otros factores puedan también estar
presentes (adicciones, situaciones de violencia doméstica o de género151, psicopatologías,

149
Ibid., p. 249. Traducción propia.
150
Entre otros: INE (2012b). Encuesta sobre las personas sin hogar 2012. Resultados. Recuperado el 10 de junio
de 2018 de
https://www.ine.es/dyngs/INEbase/es/operacion.htm?c=Estadistica_C&cid=1254736176817&menu=resultado
s&secc=1254736194832&idp=1254735976608; Ayuntamiento de Valencia (2015). Estudio sobre las personas
sin hogar de la ciudad de Valencia. Características, necesidades y propuestas de intervención. Recuperado el 15
de octubre de 2017 de
https://www.valencia.es/ayuntamiento/bienestarsocial.nsf/0/9E82BA895CA28CA2C1257F40004B3106/$FILE/E
studio%20sobre%20Personas%20sin%20hogar%20ciudad%20Valencia%202015.pdf?OpenElement&lang=1;
Cabrera, op. cit.; Muñoz et al., op. cit.; Centro de Documentación y Estudios SIIS, op. cit.; Guijarro et al., op. cit.
151
A este respecto, diversos trabajos revelan que la violencia en el ámbito familiar desempeña un importante
papel entre las causas de la situación de sinhogarismo. En este sentido, Arrels Fundació (op. cit.) encontró que
el 11% de personas sin hogar encuestadas afirmaban haber sufrido una situación traumática o de abusos que
las llevó a vivir en la calle. De modo similar, el 9,7% de las personas encuestadas por el INE (Encuesta sobre las
personas sin hogar 2012, op. cit.), indicaron como motivo para abandonar el alojamiento que tenían antes de
verse sin hogar haber sufrido violencia ellas mismas y/o sus hijos/as, representando el 26,2% de las mujeres y
el 5,7% de los hombres. Otros estudios arrojan resultados similares (The United States Conference of Mayors
(2012). Hunger and Homelessness Survey. A Status Report on Hunger and Homelessness in America’s Cities. A
25-City Survey. Recuperado el 15 de mayo de 2017 de http://usmayors.org/pressreleases/uploads/2012/1219-
report-HH.pdf; Shelton, E., Bosch, W. y Owen, G. (2013). Long-term homelessness. 2012 Minnesota Homeless
Study. Fact Sheet. Wilder Research. Recuperado el 14 de mayo de 2017 de
http://www.wilder.org/WilderResearch/Publications/Studies/Homelessness%20in%20Minnesota,%202009%20
Study/Long-term%20Homelessness,%20Fact%20Sheet.pdf; Gerrard, M., Shelton, E., Pittman, B. y Owen, G.
(2013). Initial findings: Characteristics and trends People experiencing homelessness in Minnesota. 2012
Minnesota Homeless Study. Fact Sheet. Wilder Research. Recuperado el 14 de mayo de 2017 de
http://www.wilder.org/WilderResearch/Publications/Studies/Homelessness%20in%20Minnesota%202012%20
Study/Initial%20FindingsCharacteristics%20and%20Trends,%20People%20Experiencing%20Homelessness%20i
n%20Minnesota.pdf; The United States Conference of Mayors (2014). Hunger and Homelessness Survey. A

153
problemas familiares, etc.). Esta variable representa sin duda una de las principales fuentes
de limitaciones en las opciones de comportamiento al alcance de las personas que integran
este colectivo, entre ellas, como veremos, la elección del lugar para la pernocta.

2. Predicciones del modelo. Aplicación a la victimización de personas en situación de sin


hogar

Una vez descritos los fundamentos teóricos del modelo, los autores derivan del mismo
una serie de proposiciones que sugieren diferentes formas en las que el estilo de vida, que,
recordemos, constituye el componente central de su planteamiento, presenta implicaciones
para la exposición al riesgo de victimización personal. Los autores aclaran que se trata de
propuestas interdependientes, para cada una de las cuales está implícita la fórmula “en
igualdad de condiciones”. La relación completa de proposiciones se recoge en la tabla 1. En
el presente trabajo centraremos el enfoque en el análisis de la aplicabilidad de las dos
primeras a la victimización de personas en situación de sin hogar. Como resultado de la
unificación de ambas, los autores postulan que los estilos de vida se encuentran
relacionados con la probabilidad de estar en lugares (calles, parques y otros sitios públicos) y
momentos (particularmente por la noche) en los que el riesgo de victimización es elevado.
En el marco de nuestro estudio, plantearemos el lugar de pernocta de las personas sin hogar
como un indicador de su estilo de vida, que comporta una exposición diferencial al riesgo de
victimización, de modo que éste será mayor para aquellas personas que pasen la noche en
espacios públicos (en la calle, en parques, en habitáculos de cajeros automáticos, etc.),
frente a quienes lo hagan en otros lugares o recursos destinados al alojamiento.

Status Report on Hunger and Homelessness in America’s Cities. A 25-City Survey. Recuperado el 15 de mayo de
2017 de https://www.usmayors.org/pressreleases/uploads/2014/1211-report-hh.pdf; Jasinski et al., op. cit.).

154
Tabla 1

Relación de proposiciones derivadas del modelo.


Proposición 1. La probabilidad de sufrir una victimización personal se encuentra directamente relacionada con
la cantidad de tiempo que una persona pasa en lugares públicos (p. e. en la calle, en parques, etc.),
particularmente durante la noche.
Proposición 2. La probabilidad de encontrarse en lugares públicos, particularmente durante la noche, varía en
función del estilo de vida.
Proposición 3. Los contactos e interacciones sociales se dan de forma desproporcionada entre individuos que
comparten estilos de vida similares.
Proposición 4. Las posibilidades individuales de victimización personal dependen de en qué medida el
individuo comparta características demográficas con delincuentes.
Proposición 5. La proporción de tiempo que un individuo pasa entre personas que no son miembros de su
familia varía en función del estilo de vida.
Proposición 6. La probabilidad de victimización personal, particularmente por robo, aumenta en función de la
proporción de tiempo que un individuo pasa entre personas que no son miembros de su familia.
Proposición 7. Las variaciones en el estilo de vida se encuentran asociadas con diferencias en la capacidad de
los individuos para aislarse de personas con características delictivas.
Proposición 8. Las variaciones en el estilo de vida se encuentran asociadas con diferencias en la conveniencia,
deseabilidad y vencibilidad de la persona como objetivo de victimizaciones personales.

Adaptado de Hindelang et al., 1978, pp. 251-266. Traducción propia.

En esta línea, el Observatorio Hatento de delitos de odio contra personas sin hogar
recoge en su primer informe una serie de motivos por los que sus autores consideran que las
personas sin hogar son especialmente vulnerables frente a los delitos de odio152. Tales
argumentos, en mi opinión, resultan de plena aplicación a la victimización de este colectivo
por cualquier otra tipología delictiva. Entre ellos, y de especial relevancia para esta primera
proposición, refieren que la situación de sinhogarismo implica la ausencia del espacio de
intimidad y protección que proporciona, precisamente, el hecho de disponer de una vivienda
en condiciones dignas. En palabras de los autores:

Cerrar la puerta de nuestro hogar supone entrar, en la mayoría de los casos, en un


espacio de seguridad y protección. Las personas sin hogar, por definición, no tienen
una puerta que cerrar y su exposición al riesgo de ser víctima de un delito, por tanto,
es infinitamente mayor. Además, un hecho tan cotidiano y necesario como dormir, se
convierte en un acto que deja a las personas sin hogar en una situación de altísima
vulnerabilidad frente a comportamientos delictivos153.

Ya hemos comprobado cómo los recursos asistenciales son claramente insuficientes,


obligando a un gran número de personas en esta situación a buscar opciones alternativas

152
RAIS Fundación (2015a). Muchas preguntas. Algunas respuestas. Madrid: RAIS Fundación. Recuperado el 10
de septiembre de 2016 de http://hatento.org/wp-content/uploads/2014/10/informe-diagnostico.pdf.
153
Ibid., pp. 35-36.

155
para la pernocta, que en muchas ocasiones implican espacios públicos, como parques o
plazas, o de uso público, como habitáculos de cajeros automáticos. A modo de ilustración, el
Centro de Documentación y Estudios SIIS encontró que casi 7 de cada 10 personas sin hogar
encuestadas, independientemente del lugar en el que se encontraban en el momento de
realización de la encuesta, declararon haber dormido alguna vez en la calle 154. En cuanto a
los lugares más habituales para la pernocta, entre las personas localizadas en la calle
durante el recuento nocturno realizado por Cruz Roja Zaragoza en 2016, más de un 34% se
encontraban en cajeros automáticos, casi un 32% en la calle o en plazas, quedando en tercer
lugar los parques (9,2%), seguidos de estructuras como túneles, estaciones o puentes
(6,7%)155. Los resultados varían entre diferentes estudios en lo que se refiere al orden que
ocupan estas localizaciones, pero en todos los casos se sitúan en los primeros puestos y en
conjunto representan una amplia mayoría entre las opciones posibles para la pernocta en
espacios públicos156.
Con base en todo lo anterior, y como anticipábamos más arriba, resulta esperable que
las personas sin hogar que pasen la noche de forma habitual en espacios públicos (o de uso
público) presenten mayores tasas de victimización en comparación con aquellas que no lo
hagan, derivado de su mayor exposición a situaciones de riesgo. Los hallazgos de diversos
estudios realizados en nuestro país apoyan los fundamentos de esta predicción, si bien hasta
el momento esta hipótesis no había sido testada de forma específica. A modo de ilustración,
en el informe 2006-2016 del Centro de Acogida ASSÍS se recoge que en el 72,11% de las
noticias sobre casos de violencia directa contra personas sin hogar analizadas, el suceso tuvo
lugar en un espacio público, frente al escaso 1% de episodios que ocurrieron en albergues.
Aquellos que sucedieron, conforme a la tipología ETHOS, en una vivienda inadecuada,
ascendieron a más del 24%. Asimismo, entre aquellos episodios de violencia directa que
tuvieron lugar durante la noche, y una vez eliminados los casos en los que se desconocía el
lugar de pernocta de la persona (que alcanzan casi la mitad de la muestra, un 45,53%), más
del 54% ocurrieron mientras la víctima se encontraba en un espacio público, frente a menos
del 5% de situaciones de pernocta en un albergue. Una mayor proporción de los casos
sucedieron cuando la persona pasaba la noche en una vivienda inadecuada, concretamente
el 41%157. El Centro de Documentación y Estudios SIIS, por su parte, encontró que, entre las
personas que declararon haber dormido alguna vez en la calle158, el 64% de los hombres y el
67% de las mujeres indicó haber sido víctima de al menos una de las categorías delictivas
consideradas (insultos o amenazas, robo de dinero o pertenencias, timos, agresiones físicas
y/o agresiones sexuales), llegando el 22% de los hombres y el 34% de las mujeres a referir
episodios de victimización que incluían tres o más de entre estas tipologías159.

154
Centro de Documentación y Estudios SIIS, op. cit.
155
Cabrera, op. cit.
156
Véase Muñoz et al., op. cit.; Arrels Fundació, op. cit.; Ayuntamiento de Valencia, op. cit.
157
Centre d’Acollida ASSÍS, op. cit.
158
Entendiendo como tal, con base en la categoría “sin techo” de la tipología ETHOS, la pernocta “a la
intemperie, en un espacio de uso público a cubierto o en cualquier otro lugar inadecuado que pueda ser
observado desde la calle” (Centro de Documentación y Estudios SIIS, op. cit., p. 10).
159
Ibid.

156
Estudios realizados en otros países apuntan en la misma dirección, encontrando
riesgos diferenciales en función del lugar de pernocta160. Finalmente, y para el caso concreto
de los delitos de odio, el Observatorio Hatento encontró que el 63% de los incidentes y
delitos de odio analizados habían tenido lugar durante la noche o de madrugada, “cuando el
nivel de protección y vulnerabilidad de las personas sin hogar es mayor. Durante estas horas,
la afluencia de gente en las calles es menor y un acto tan cotidiano como es dormir, se
convierte entre las personas sin hogar en un comportamiento de riesgo”161.

III. OBJETIVOS E HIPÓTESIS

Tomando como referencia el marco teórico anteriormente descrito, el presente


trabajo pretende testar empíricamente la aplicabilidad de las proposiciones 1 y 2 de la
Teoría de los Estilos de Vida de Hindelang, Gottfredson y Garofalo a la victimización de las
personas en situación de sin hogar, con base en los datos recogidos a través de la más
reciente Encuesta a las Personas sin Hogar, realizada por el Instituto Nacional de Estadística
en 2012.
Conforme a este planteamiento, se predice que aquellas personas en situación de sin
hogar que indiquen pernoctar de forma habitual en espacios públicos o de uso público, en
comparación con quienes refieran pasar la noche en centros asistenciales u otros lugares o
recursos destinados a tal efecto, habrán sufrido en mayor medida experiencias de
victimización. El lugar de pernocta, por tanto, se concibe como un indicador del estilo de
vida de la persona, que guarda relación con su grado de exposición al riesgo de ser
victimizada (mayor en el caso de espacios públicos) y, consecuentemente, con los episodios
de victimización efectivamente sufridos.

IV. METODOLOGÍA

1. Muestra

La muestra sobre la que se basó el estudio original integró a un total de 3.433 personas
de 18 años o más que en la semana anterior a la de la entrevista habían sido usuarias de
algún centro asistencial de alojamiento y/o restauración y habían dormido al menos una vez
en alguno de los siguientes alojamientos ubicados en municipios de más de 20.000
habitantes a nivel nacional: albergue, residencia, centro de acogida, centros de acogida a
mujeres maltratadas, centros de ayuda al refugiado, centros para demandantes de asilo,
piso facilitado por una administración pública, una ONG u organismo, piso ocupado, pensión
pagada por una administración pública, una ONG u organismo, espacio público (estación de
ferrocarril, autobuses metro, aparcamiento, jardín público, descampado, etc.) o alojamiento
de fortuna (espacio de un inmueble no previsto para su uso como dormitorio, como el hall
160
Véase Nyamathi, A.M., Leake, B. y Gelberg, L. (2000). Sheltered vs. Nonsheltered Homeless Women.
Differences in Health, Behavior, Victimization, and Utilization of Care. Journal of General Internal Medicine, 15
(8), 565-572, o Wenzel, S., Koegel, P. y Gelberg, L. (2000). Antecedents of physical and sexual victimization
among homeless women: A comparison to homeless men. American Journal of Community Psychology, 28 (3),
367-390.
161
RAIS Fundación (2015b). Los delitos de odio contra las personas sin hogar. Informe de investigación. Madrid:
RAIS Fundación. p. 54. Recuperado el 10 de septiembre de 2016 de http://hatento.org/wp-
content/uploads/2015/06/informe-resultados-digital_DEF.pdf.

157
de un inmueble, una cueva o un coche). Las encuestas fueron realizadas entre el 13 de
febrero y el 25 de marzo de 2012162.
Para la realización del presente trabajo, la muestra se limitó a aquellas personas que
refirieron encontrarse sin hogar desde hacía al menos un mes y, además, afirmaron
pernoctar en el lugar indicado todas las noches, a fin de asegurar que las conclusiones
obtenidas se basan en aquellos casos en que el lugar de pernocta referido resulta
representativo de la forma de pernocta habitual de la persona, y procurando también de
este modo maximizar las diferencias entre ambos grupos. Una vez aplicados estos criterios,
la muestra quedó integrada por un total de 3.067 personas.

2. Procedimiento

Los datos recopilados por medio de la encuesta han sido sometidos a análisis
estadístico a través del paquete estadístico IBM® SPSS Statistics®, versión 24. Aplicando el
análisis de regresión logística binaria multivariante, se ha examinado el posible impacto
diferencial del lugar de pernocta sobre la experiencia de victimización de las personas sin
hogar que formaron parte de la muestra, controlando el efecto de una serie de variables
sociodemográficas y otros indicadores del estilo de vida. Para todas las variables estudiadas,
se han excluido del análisis aquellos casos en los que la respuesta fue “no sabe/no
recuerda”, motivo por el que tamaño total de la muestra se reduce sensiblemente para
determinadas variables.

3. Variables

3.1. Variable independiente

Lugar de pernocta, operacionalizado como la respuesta de las personas encuestadas a


la pregunta “¿Dónde tiene usted previsto dormir esta noche?” (pregunta 6) 163. Las posibles
respuestas recogidas en la encuesta han sido agrupadas en 2 niveles:
1) Pernocta en espacios públicos (estación de ferrocarril, estación de autobuses,
metro, aparcamiento, jardín público, descampado, etc.164) o alojamientos de fortuna
(como hemos visto, se definen como aquellos espacios de un inmueble no previstos para
su uso como dormitorio, como el hall de un inmueble, una cueva o un coche), todos ellos
lugares no previstos para el alojamiento. Se trata de las tipologías codificadas como 41 y
42, respectivamente, en la encuesta original, y que a efectos del presente estudio han
sido codificadas como 1.
2) Pernocta en alojamientos colectivos (albergues, residencias o centros de
acogida, centros de acogida a mujeres maltratadas, centros de ayuda al refugiado y para
demandantes de asilo), pisos, casas, pensiones u hostales (ya se trate de inmuebles

162
INE, Encuesta a las personas sin hogar. Avance de resultados. Año 2012, op. cit. El lector interesado podrá
encontrar toda la información sobre el estudio original en INE (2012c). Proyecto de Encuesta sobre las personas
sin hogar. Recuperado el 1 de diciembre de 2016 de http://www.ine.es/daco/daco42/epsh/epshper_12.pdf.
163
INE (2012d). Encuesta sobre las Personas sin Hogar. Cuestionario. Recuperado el 1de diciembre de 2016 de
http://www.ine.es/daco/daco42/epsh/cuesti_epshper.pdf.
164
Cabrera y Rubio (op. cit.) incluyen también en esta categoría los cajeros de los bancos.

158
ocupados, facilitados o pagados por una administración pública, ONG u organismo,
costeados por la propia persona o el domicilio de un/a amigo/a o familiar. Se
corresponden con las tipologías 11, 12, 13, 21, 23, 25, 31 y 32, a las que se ha asignado el
código 0 -categoría de referencia en el análisis de regresión logística-).
Asimismo, como ya se ha indicado, se ha tomado en cuenta únicamente a aquellas
personas que refirieron pernoctar en el lugar indicado todas las noches (pregunta 7, código
1).

3.2. Variable dependiente

Experiencia de victimización, utilizando para ello la respuesta a la pregunta 127:


“Desde que se encuentra usted viviendo sin hogar, ¿ha sido víctima de algún delito o
agresión?”. Se trata de una pregunta de respuesta múltiple, que originalmente incluía seis
ítems correspondientes a diferentes tipologías delictivas no mutuamente excluyentes
(agresiones, robo de dinero, pertenencias o documentación, agresiones sexuales, timos,
insultos o amenazas u otros), cuyas opciones de respuesta eran “sí” o “no” 165. A efectos del
análisis, se ha transformado esta variable en dicotómica (experiencia de victimización/no
experiencia de victimización) a partir de la consideración de aquellas personas que refirieron
“sí” en al menos una de las subcategorías (codificado como 1), frente a aquellas que
indicaron “no” en todas (0, categoría de referencia).

3.3. Variables de control

Se ha controlado el efecto de una serie de variables sociodemográficas y otras


relacionadas con el estilo de vida, recogidas de forma resumida en la tabla 2. Con relación a
las variables sociodemográficas, se han incluido en el análisis las siguientes:

1. Sexo (pregunta 3): variable nominal dicotómica. A efectos del análisis, ha sido
recodificada como “hombre” (1) o “mujer” (0, categoría de referencia).
2. Edad (pregunta 4): a partir de la fecha de nacimiento indicada se determinó la edad
de las personas encuestadas, que fue registrada como variable de razón.
3. Nacionalidad (pregunta 5): en la encuesta se recogía como una variable nominal con
tres opciones de respuesta: española, extranjera o ambas. A efectos del análisis
estadístico, esta variable ha sido dicotomizada como “española” (1) o “extranjera”
(0, categoría de referencia), excluyendo la categoría “ambas”, opción seleccionada
por tan sólo un 1,5% del total de la muestra.
4. Edad fin de estudios (pregunta 86): variable de razón, que a efectos del presente
estudio ha sido considerada como un indicador del nivel educativo de la persona.
5. Ingresos totales en el último mes (pregunta 79): variable de razón, considerada
como un indicador del nivel económico de la persona.

165
Es preciso tener en cuenta que las respuestas a esta pregunta no reflejan el número de experiencias de
victimización que ha sufrido la persona, esto es, el número de veces que ha sido víctima de la tipología o
tipologías delictivas consideradas.

159
6. Estado civil (pregunta 7): variable nominal politómica. Las diferentes opciones de
respuesta (en orden ascendente: soltero/a, casado/a, pareja de hecho, viudo/a,
separado/a legalmente, separado/a de hecho y divorciado/a) han sido agrupadas en
cuatro categorías: soltero/a (1), casado/a o pareja de hecho (2, categoría de
referencia), separado/a o divorciado/a (3) y viudo/a (4).
7. Situación de discapacidad (pregunta 98): variable nominal dicotómica. A efectos del
análisis, ha sido recodificada como “sí” (1) o “no” (0, categoría de referencia).
8. Tiempo sin hogar (pregunta 57): en la encuesta se recogía como una variable ordinal
con cinco categorías de respuesta, de entre las cuales sólo se han considerado las
cuatro últimas: entre 1 y 6 meses (2), de 6 a 12 meses (3), entre 1 y 3 años (4) y más
de 3 años (5), excluyendo de este modo, como ya se ha indicado, la categoría
“menos de 1 mes” (1).
9. Estado de salud percibido (pregunta 89): variable ordinal con cinco opciones de
respuesta en una escala tipo Likert: muy bueno (1), bueno (2), regular (3), malo (4) o
muy malo (5).

En cuanto a las variables relacionadas con el estilo de vida de la persona, se han


considerado las tres siguientes:

1. Consumo de bebidas alcohólicas (pregunta 102): variable ordinal. La pregunta


original distinguía entre bebidas de baja y alta graduación (subapartados 1 y 2,
respectivamente), considerando para ambos casos la frecuencia de consumo
dividida en 8 categorías desde “menos de una vez al año” hasta “diariamente”. A
efectos del análisis, se han agrupado ambos tipos de bebidas en una variable general
de consumo de bebidas alcohólicas (ya sean de baja graduación, alta graduación o
ambas), con dos niveles en función de la frecuencia de consumo indicada por la
persona: “cuatro o más días a la semana” (1) (agrupando las categorías originales
“de 4 a 6 días a la semana” y “diariamente” y “con menor frecuencia” (0, categoría
de referencia) (resultado de la agrupación de las categorías “de 2 a 3 días a la
semana”, “1 día a la semana”, “1 día cada dos semanas”, “1 día al mes”, “menos de 1
día al mes” y “menos de una vez al año”).
2. Consumo de drogas en el último mes (pregunta 106): variable nominal dicotómica.
La pregunta original recogía cuatro tipos de drogas (porros de marihuana o hachís,
cocaína, heroína y otras), para cada una de las cuales la persona debía responder
“sí” o “no”. A efectos del análisis, se ha considerado como “sí” (1) cuando la persona
respondió “sí” en al menos una de las categorías, y “no” (0, categoría de referencia)
cuando la persona respondió “no” en todas.
3. Conducta de juego (pregunta 107): variable nominal dicotómica. Se preguntaba a la
persona si solía gastar dinero en juegos como la lotería, quinielas, cupón de la ONCE
o máquinas tragaperras. Las respuestas han sido recodificadas como “sí” (1) o “no”
(0, categoría de referencia).

160
Tabla 2

Variables sociodemográficas e indicadores del estilo de vida objeto de estudio


Variable Operacionalización
Sexo Variable nominal dicotómica: hombre (1) o mujer (0).
Pregunta 3 Categoría de referencia: mujer.
Edad Variable de razón. A partir de la fecha indicada se
Pregunta 4: “Fecha de nacimiento” determinó la edad de la persona.
Nacionalidad Variable nominal dicotómica: española (1) o
Pregunta 5: “Qué nacionalidad tiene?” extranjera (0). Categoría de referencia: extranjera.
Edad fin de estudios Variable de razón.
Pregunta 86: “A qué edad terminó sus estudios o
abandonó la escuela?”
Ingresos totales último mes Variable de razón.
Pregunta 79: “En el último mes, si se suman todos
sus ingresos, ¿cuánto ha percibido en total, más o
menos?”
Estado civil Variable nominal politómica: soltero/a (1), casado/a o
Pregunta 108: “¿Cuál es su situación actual?” pareja de hecho (2), separado/a o divorciado/a (3) y
viudo/a (4). Categoría de referencia: casado/a.
Situación de discapacidad Variable nominal dicotómica: sí (1) o no (0).
Pregunta 98: “¿Tiene usted reconocida alguna Categoría de referencia: no.
discapacidad?”
Tiempo sin hogar Variable ordinal: entre 1 y 6 meses (2), de 6 a 12
Pregunta 57: “¿Cuánto tiempo lleva usted viviendo meses (3), entre 1 y 3 años (4) y más de 3 años (5).
sin un alojamiento que pueda considerar propio?”
Estado de salud percibido Variable ordinal: muy bueno (1), bueno (2), regular
Pregunta 89: “Actualmente, ¿cómo es su estado de (3), malo (4) o muy malo (5).
salud?”
Consumo de bebidas alcohólicas Variable ordinal: “cuatro o más días a la semana” (1) o
Pregunta 102: “En relación al consumo de bebidas “con menor frecuencia” (0).
que contengan alcohol, ¿podría decirme con qué Categoría de referencia: con menor frecuencia.
frecuencia y qué tipo de bebidas alcohólicas
consume usted habitualmente?”
Consumo de drogas en el último mes Variable nominal dicotómica: “sí” (1) o “no” (0).
Pregunta 106: “En el último mes, ¿ha consumido Categoría de referencia: no.
alguna de las siguientes drogas?”
Conducta de juego Variable nominal dicotómica: “sí” (1) o “no” (0).
Pregunta 107: “Algunas personas tienen costumbre Categoría de referencia: no.
de jugar a la lotería, quinielas, cupón de la ONCE o
máquinas tragaperras, ¿suele usted gastar algo de
dinero en este tipo de juegos?”

161
4. RESULTADOS

La tabla 3 recoge los principales estadísticos descriptivos para las diferentes variables
consideradas en el presente estudio. Como ya se ha indicado, debido a la eliminación de las
opciones de respuesta “no sabe/no contesta”, así como a la no consideración de la categoría
“ambas” en el caso de la variable nacionalidad, el tamaño de la muestra se reduce
sensiblemente para algunas variables.
Como puede observarse, entre las personas sin hogar que formaron parte de la
muestra predominaron los hombres, los individuos de mediana edad, aquellos con un nivel
de ingresos bajo y que refirieron llevar en situación de sin hogar un tiempo prolongado, lo
que apunta a la dificultad de salir de esta situación una vez que la persona se encuentra
inmersa en ella. En contra del estereotipo, la mayor parte de las personas sin hogar
encuestadas refirió no consumir con frecuencia bebidas alcohólicas o drogas, ni jugar a
juegos de azar.

Tabla 3

Principales estadísticos descriptivos de la muestra


Desviación
N Mínimo Máximo Media estándar
Sexo 3067 0 1 ,77 ,418
Edad 3067 18 92 41,15 14,056
Nacionalidad 3022 0 1 ,49 ,500
Edad fin de estudios 2925 6 55 16,29 5,000
Ingresos totales último mes 3055 0 3000 213,60 249,214
Estado civil 3067 1 4 1 (moda)
Situación de discapacidad 3067 0 1 ,15 ,360
Tiempo en situación de sin hogar 3067 2 5 3,99 1,093
Estado de salud percibido 3067 1 5 2,34 ,978
Consumo de bebidas alcohólicas 3067 0 1 ,11 ,309
Consumo de drogas en el último mes 3067 0 1 ,12 ,324
Conducta de juego 3067 0 1 ,19 ,389
Lugar de pernocta 3067 0 1 ,12 ,328
Experiencia de victimización 3067 0 1 ,48 ,500

La tabla 4, por su parte, muestra los principales estadísticos descriptivos para cada
nivel de la variable independiente, esto es, el lugar de pernocta de la persona. Entre quienes
refirieron pasar la noche en espacios públicos o alojamientos de fortuna hubo una mayor
proporción de hombres, la edad media fue mayor, y lo contrario se halló con relación a la
edad media de finalización de sus estudios y el nivel de ingresos. Asimismo, las personas que
formaron parte de este primer grupo indicaron consumir en mayor medida bebidas
alcohólicas, drogas y jugar a juegos de azar, si bien como ya se ha indicado la proporción de
personas que refirieron llevar a cabo estas conductas fue globalmente baja.

162
Tabla 4

Principales estadísticos descriptivos lugares de pernocta

Alojamientos colectivos, pisos, casas, pensiones u


Espacios públicos o alojamientos de fortuna
hostales
Desviación Desviación
N Mínimo Máximo Media estándar N Mínimo Máximo Media estándar
Sexo 375 0 1 ,90 ,306 2692 0 1 ,76 ,428
Edad 375 18 92 42,41 11,630 2692 18 92 40,97 14,355
Nacionalidad 371 0 1 ,53 ,500 2651 0 1 ,48 ,500
Edad fin de 364 6 41 15,58 4,746 2561 6 55 16,39 5,028
estudios
Ingresos 373 0 1000 126,99 167,403 2682 0 3000 225,64 256,264
totales último
mes
Estado civil 375 1 4 1 (moda) 2692 1 4 1 (moda)
Situación de 375 0 1 ,09 ,288 2692 0 1 ,16 ,368
discapacidad
Tiempo en 375 2 5 3,95 1,061 2692 2 5 4,00 1,097
situación de
sin hogar
Estado de 375 1 5 2,46 ,966 2692 1 5 2,32 ,978
salud
percibido
Consumo de 375 0 1 ,28 ,450 2692 0 1 ,08 ,276
bebidas
alcohólicas
Consumo de 375 0 1 ,21 ,408 2692 0 1 ,11 ,308
drogas en el
último mes
Conducta de 375 0 1 ,25 ,436 2692 0 1 ,18 ,381
juego
Experiencia de 375 0 1 ,61 ,488 2692 0 1 ,46 ,499
victimización

En cuanto a las experiencias de victimización, a nivel global el 48,1% de la muestra


(1.474 personas) manifestó haber sufrido al menos un episodio de victimización a lo largo de
su historia de sinhogarismo, esto es, casi una de cada dos personas sin hogar. Como recoge
la tabla 5, la proporción fue mayor entre quienes refirieron pernoctar en lugares no
destinados al alojamiento (61,3% vs. 46,1%). Un primer análisis bivariado de la relación
planteada en la hipótesis objeto de estudio entre el lugar de pernocta y la experiencia de
victimización reveló que las diferencias resultaban significativas al nivel p<,001.

163
Tabla 5

Experiencia de victimización en función del lugar de pernocta

Alojamientos
Espacios públicos o colectivos, pisos, casas,
alojamientos de fortuna pensiones u hostales Total
Desde que se encuentra No n 145 1448 1593
usted viviendo sin hogar, % 38,7% 53,8% 51,9%
¿ha sido víctima de algún Sí n 230 1244 1474
delito o agresión? % 61,3% 46,2% 48,1%
Total N 375 2692 3067
% 100,0% 100,0% 100,0%
Χ2 [1]=30,154, p=,000

A fin de analizar el impacto diferencial del lugar de pernocta sobre la experiencia de


victimización, la tabla 6 recoge el análisis de regresión logística binaria aplicado a la
experiencia de victimización para la pernocta en espacios públicos o alojamientos de fortuna
frente a los alojamientos colectivos, pisos, casas, pensiones u hostales. Como puede
observarse, la pernocta habitual en espacios públicos o alojamientos de fortuna continúa
encontrándose significativamente relacionada (p<,001) con la experiencia de victimización
una vez ajustado el efecto de las variables sociodemográficas y relacionadas con el estilo de
vida consideradas, presentando dicho grupo de personas sin hogar más de 1,5 veces más
probabilidades de haber sido victimizado frente a quienes indicaron pasar la noche en
lugares destinados al alojamiento.
Asimismo, se encontraron relaciones significativas entre algunas de las variables de
control analizadas y la experiencia de victimización. Más específicamente, los datos
revelaron una mayor probabilidad de victimización entre las personas de menor edad, así
como entre las solteras y separadas o divorciadas frente a las casadas, y para las personas
con discapacidad en comparación con las no discapacitadas. Asimismo, se halló que la
probabilidad de haber sufrido estas experiencias se veía incrementada a medida que
aumentaba el tiempo que la persona refería llevar sin hogar, y también se relacionaron con
peores estados de salud percibida. Finalmente, el consumo frecuente de bebidas alcohólicas,
la conducta de juego y, especialmente, el consumo de drogas en el último mes, se
relacionaron de forma positiva y significativa con las experiencias de victimización. De
hecho, entre este último subgrupo, las probabilidades de haber sufrido victimización fueron
más de 2,5 veces superiores a las de quienes se declararon no consumidores de drogas.

164
Tabla 6

Regresión logística. Experiencia de victimización vs. no experiencia de victimización


I.C. al 95% para EXP(B)
Coeficiente (E.T.) Wald Exp(B) Inferior Superior
Pernocta en espacios públicos o ,423*** (,126) 11,363 1,527 1,194 1,954
alojamientos de fortuna
Hombre -,027 n.s. (,099) ,075 ,973 ,802 1,182

Edad -,010** (,004) 8,170 ,990 ,983 ,997

Nacionalidad española ,110 n.s. (,100) 1,220 1,116 ,918 1,357

Edad fin de estudios ,005 n.s. (,008) ,329 1,005 ,989 1,021

Ingresos totales en el último mes ,000* (,000) 3,994 1,000 ,999 1,000

Soltero/a (cat. ref. casado/a) ,268* (,118) 5,210 1,308 1,039 1,646

Separado/a o divorciado/a (cat. ref. ,334* (,132) 6,427 1,397 1,079 1,808
casado/a)
Viudo/a (cat. ref. casado/a) ,057 n.s. (,243) ,054 1,058 ,657 1,706

Discapacidad ,375** (,122) 9,460 1,455 1,146 1,847

Tiempo sin hogar ,205*** (,038) 28,858 1,227 1,139 1,322

Salud percibida ,311*** (,044) 50,221 1,365 1,253 1,488

Consumo de bebidas alcohólicas 4 o más ,426** (,135) 9,927 1,531 1,175 1,995
días a la semana
Consumo de drogas en el último mes ,920*** (,131) 49,315 2,508 1,941 3,242

Conducta de juego ,215* (,104) 4,321 1,240 1,012 1,519

Constante -1,752*** (,260) 45,394 ,173

N=2871166
*p<,05; **p<,01; ***p<,001; n.s.: no significativo
X2 = 260,056***; gl = 15
Sig. Para Hosmer y Lemeshow = ,986
R2 de Cox y Snell = ,087
R2 de Nagelkerke = ,115
% Clasificado correctamente = 62,2 (vc=,5). % Sensibilidad = 52,4; % Especificidad = 71,5
,00019 ≤ D ≤ ,114
-2,932 ≤ Residuos de Pearson estandarizados ≤ 2,141
-,031 ≤ DfBetas ≤ ,035

166
El tamaño total de la muestra se ve sensiblemente reducido de 3067 a 2871 individuos debido a la aplicación
conjunta de los filtros mencionados a lo largo del texto para las diferentes variables objeto de análisis.

165
Se han investigado estadísticos como el equivalente a los estadísticos de influencia de
Cook (D), las diferencias en las Betas (DfBetas) y los residuos estandarizados, sin que se
hayan detectado violaciones evidentes de las asunciones del modelo de regresión logística.
Al repetir los análisis excluyendo, a efectos puramente analíticos, las observaciones
problemáticas, los hallazgos coincidían en lo esencial con los originales. De este modo, al
eliminar las observaciones con residuos de Pearson estandarizados superiores a |1,96|167,
los resultados se replicaron: coeficiente=,508, E.T.=,129, p<,001, Exp(B)=1,662 y n=2849. Por
otra parte, siguiendo el criterio de revisar los casos para los que |DfBetas| > 2/√n168, siendo
el punto de corte para nuestro estudio |,037|, como puede observarse en la tabla 6 ningún
caso llegó a alcanzar dicho valor. En tercer lugar, con relación al equivalente a la distancia de
Cook, aplicando el criterio |D| ≥ 2/√n169, sólo 7 casos superaron el punto de corte. Su
eliminación no implicó diferencias dignas de mención: coeficiente=,428, E.T.=,126, p<,001,
Exp(B)=1,533 y n=2864.
Finalmente, ni los factores de inflación de la varianza (1,040 < FIVs < 2,205) ni las
tolerancias (,454 < Ts < ,962) sugieren problemas de multicolinealidad170.

5. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

“If the misery of the poor be caused not by the laws


of nature, but by our institutions, great is our sin”.

Charles Darwin (1809-1882)

Conforme a lo planteado en nuestra hipótesis de partida, se ha encontrado que existe


relación entre el lugar de pernocta de la persona y las experiencias de victimización
relatadas. De este modo, una vez controlado el efecto de las variables sociodemográficas y
relacionadas con el estilo de vida consideradas, se obtuvo que las personas sin hogar que
refirieron pasar la noche a diario en espacios públicos o alojamientos de fortuna
presentaban más de 1,5 veces más probabilidades de haber sido victimizadas, en
comparación con aquellas que indicaron dormir en lugares destinados al alojamiento.
Por otra parte, los hallazgos revelaron relaciones significativas entre la experiencia de
victimización y algunas de las variables analizadas, encontrándose, como ya se ha indicado,
una mayor probabilidad de victimización entre las personas de menor edad, entre las
solteras y separadas o divorciadas frente a las casadas, entre las personas con discapacidad

167
Andersen, R. (2008). Modern methods for robust regression. Los Ángeles, Ca.: SAGE, pp. 39-41; Serrano
Maíllo, A. (2013). El problema de las contingencias en la teoría del autocontrol. Un test de la teoría general del
delito. Madrid: Dykinson, p. 328.
168
Belsley, D.A., Kuh, E. y Welsch, R.E. (2004). Regression diagnostics. Identifying data and sources of
collinearity. Hoboken, NJ: John Wiley & Sons, p. 205.
169
Andersen, op. cit., p. 41.
170
Siguiendo el criterio sugerido por Allison (Allison, P. D. (1999). Multiple Regression. A primer. Thousand
Oaks, Ca.: SAGE, pp. 141-142), FIVs por encima de 2,5 y Ts por debajo de 0,40 apuntarían a problemas de
multicolinealidad.

166
en comparación con las no discapacitadas, entre quienes refirieron llevar más tiempo en
situación de sin hogar, manifestaron peores estados de salud percibida y entre quienes
indicaron consumir bebidas alcohólicas con mayor frecuencia, jugar a menudo a juegos de
azar y haber consumido drogas en el último mes. El carácter transversal de los datos, sin
embargo, impide determinar la direccionalidad de estas relaciones, de modo que no es
posible precisar si, por ejemplo, el consumo más frecuente de bebidas alcohólicas o el peor
estado de salud percibida precedieron a o, por el contrario, se derivaron de la experiencia de
victimización.
En todo caso, estos resultados presentan importantes implicaciones para el modelo
predominante de atención a este colectivo en nuestro país, basado en un modelo de
atención en escalera en el que las personas deben ir superando gradualmente una serie de
pasos, desde vivir en la calle hasta acceder a una vivienda permanente, pasando por su
estancia en albergues y alojamientos temporales171. La inestabilidad se convierte así en la
principal protagonista en la vida de estas personas. El acceso a los recursos de apoyo y el
paso de una etapa a otra requiere de la superación de toda una serie de potenciales
obstáculos y el cumplimiento de diferentes condiciones que entrañan diversos grados de
dificultad para cada persona, como la abstinencia del consumo de drogas o alcohol o la
adherencia a los tratamientos, de modo que muchas de ellas se “estancan” en alguna de las
etapas o no logran completarlas, sufriendo avances y retrocesos a lo largo del tiempo y, en
consecuencia, viendo perpetuada su situación de extrema exclusión. Habiéndose
evidenciado además la clara insuficiencia de los recursos asistenciales disponibles, así como
el hecho de que, por diferentes motivos, las personas sin hogar no siempre recurren a ellos
incluso aunque se encuentren a su alcance, queda patente que una gran proporción de estas
personas se ven compelidas, por unos u otros motivos, a pasar gran parte de su tiempo en
espacios públicos, con el incremento que ello conlleva en el riesgo de sufrir experiencias de
victimización, especialmente durante la noche, mientras se encuentran durmiendo,
momento de mayor vulnerabilidad.
Unido a lo anterior, factores como los prejuicios y estereotipos que la población
general mantiene contra este colectivo, los problemas añadidos a la situación de
sinhogarismo (experiencias de violencia doméstica o de género, limitados o inexistentes
recursos económicos, situación de discapacidad, alcoholismo u otras adicciones, etc.),
algunos de los cuales hemos podido identificar como comunes entre quienes indican
pernoctar en espacios públicos, las disposiciones legales y otras medidas que limitan las
opciones de comportamiento de estas personas (por ejemplo, ordenanzas municipales que
sancionan las conductas de orinar en la vía pública172, bancos públicos con separadores que
delimitan asientos individuales impidiendo que una persona se recueste en ellos -los
tristemente bautizados como bancos “antimendigos”-, contenedores cuyo sistema de
apertura dificulta que una persona busque comida entre la basura, etc.), entre otros,
motivan que aquellos que desarrollan su vida en las calles en muchas ocasiones deban
hacerlo en lugares en los que su presencia no resulte “incómoda” y/o simplemente visible a

171
RAIS Fundación (s.f.b). Housing First es una eficaz solución contra el sinhogarismo. Recuperado el 20 de julio
de 2018 de https://raisfundacion.org/housing-FIRST.
172
Véase, p.e., Melero Alonso, E. (2016). Las ordenanzas locales como instrumento de exclusión social: la
regulación que afecta a las personas sin hogar es derecho administrativo del enemigo. Reala. Nueva Época, 6,
pp. 7-25.

167
la población general173: lugares aislados, apartados de la posible injerencia policial, en los
que potencialmente se concentran también otras problemáticas sociales y, por tanto, en los
cuales aumenta aún más, si cabe, su exposición a los riesgos. En definitiva, y sin olvidar que
existen notables diferencias individuales que dictan qué recursos y servicios pueden resultar
más adecuados para cada individuo174, desde una óptica general, el modelo actualmente
preponderante parece más bien contribuir a mantener la situación de exclusión de muchas
de estas personas y al agravamiento de los problemas y dificultades asociados a la misma.
Como alternativa al panorama descrito, cada vez está adquiriendo un mayor
protagonismo el modelo Housing First, que ya ha sido implementado y ha demostrado su
eficacia y eficiencia en diversos países, incluido el nuestro. Este modelo fue desarrollado por
el Dr. Sam Tsemberis en Nueva York, y se dirige principalmente a personas que requieren
considerables niveles de apoyo para lograr salir de la situación de sinhogarismo, como es el
caso de personas con problemas graves de salud mental o física, de consumo de alcohol y
otras drogas, personas discapacitadas o aquellas que presentan largas trayectorias de
sinhogarismo o no disponen de apoyos sociales, entre otras necesidades175. En este sentido,
los diferentes estudios realizados en nuestro país y citados a lo largo del presente
documento, así como los propios resultados de nuestro análisis, ponen de manifiesto cómo
la situación de sinhogarismo en muchas ocasiones coexiste con otros problemas como los
que se acaban de mencionar, y especialmente entre quienes pasan la noche en espacios
públicos, así como que una vez que la persona se ve inmersa en dicha situación, ésta tiende
a perpetuarse. Ilustrativo de lo anterior es el hecho de que en la encuesta que ha servido
como base de este documento se encontró que el 44,5% de las personas que formaron parte
de la muestra refirieron llevar más de tres años sin disponer de un alojamiento propio176.
A diferencia del modelo preeminente en nuestro país en la actualidad, el modelo
Housing First se basa en proporcionar un alojamiento a la persona con carácter previo a
facilitar cualquier otro tipo de apoyo o intervención, permitiendo así que se mantenga
integrada en la comunidad y promoviendo, al mismo tiempo, la salud, el bienestar y las
redes de apoyo social de los individuos177. Este mismo autor enumera los ocho principios
básicos del modelo: 1) consideración de la vivienda como un derecho humano; 2) las
personas usuarias pueden elegir y tienen un alto grado de control sobre su situación; 3)

173
Ilustrativo de lo anterior es el testimonio de una persona sin hogar: “A las cinco y pico pasa la guardia
urbana y te dicen: levanta, que das mala imagen. O sea, pero así te lo dicen. Que estés durmiendo en un banco
es mala imagen” (Sales i Campos, A., Uribe Vilarrodona, J., y Marco Lafuente, I. (2015). Diagnosis 2015. La
situación del sinhogarismo en Barcelona. Evolución y políticas de Intervención. Barcelona: Xarxa d’Atenció a
Persones Sense Llar (XAPSLL). Recuperado el 5 de febrero de 2017 de
http://www.bcn.cat/barcelonainclusiva/ca/2016/2/sense_sostre2015_es.pdf)
174
Agradezco enormemente a Antonio Villalón, coordinador del Centro de Acogida Padre Damián de
Salamanca, la sugerencia de tal puntualización con base en su vasta experiencia en el trabajo con este
colectivo.
175
Pleace, N. (2016). Guía Housing First Europa. Recuperado el 20 de julio de 2018 de
http://housingfirsteurope.eu/assets/files/2016/11/Gui%CC%81a-Housing-First-Europa.pdf.
176
INE, Encuesta a las personas sin hogar. Avance de Resultados. Año 2012, op. cit.
177
Pleace, op. cit. En este sentido, los datos obtenidos a través de la Encuesta a las Personas sin Hogar que ha
servido como base para la realización del presente estudio, revelaron que más del 46% de las personas que
integraron la muestra declararon haberse sentido discriminadas en alguna ocasión con motivo de su situación
de sinhogarismo, esto es, casi una de cada dos personas sin hogar. Entre ellas, el 56% refirieron haber sufrido
esta experiencia algunas veces, el 29% muchas veces y el 15% constantemente.

168
vivienda y tratamiento se consideran cuestiones independientes; 4) orientación a la
recuperación; 5) reducción del daño; 6) logro de un compromiso activo sin coerción; 7)
planificación centrada en la persona; y 8) apoyo flexible durante el tiempo necesario. Este
tipo de modelos, además de favorecer la integración social de las personas usuarias de estos
servicios y promover la mejora de su calidad de vida a un menor coste, entre otras ventajas,
inciden sobre lo que hemos podido identificar como un importante factor de riesgo para
sufrir experiencias de victimización entre las personas en situación de calle: la pernocta en
espacios públicos, proporcionando un espacio estable de seguridad y protección como es
una vivienda con carácter previo a la intervención sobre cualquier otro problema.
En nuestro país, el primer servicio basado en el modelo Housing First, bautizado como
Hábitat, fue puesto en marcha por RAIS Fundación en 2014. Inicialmente implementado en
Málaga, Barcelona y Madrid, se ha ido extendiendo a otras provincias con resultados muy
positivos hasta el momento178. Los hallazgos iniciales de la evaluación de la implementación
del Proyecto Hábitat179 apuntan en la dirección de la conclusión expuesta en el párrafo
anterior. Entre otros resultados positivos, la tabla 7 recoge los datos relativos a las
experiencias de discriminación y victimización referidas por las personas que formaron parte
del grupo experimental (participantes en el proyecto) y del grupo de control (personas
usuarias de los servicios tradicionales), en dos momentos: al inicio del proyecto (mes 0) y
transcurridos 12 meses tras su implementación (mes 12). Si bien el tamaño de la muestra es
reducido y el informe recoge que las diferencias entre los dos momentos considerados
resultaron significativas sólo en el caso de insultos o amenazas y para el grupo experimental,
puede observarse que los cambios son más notables para los participantes en el proyecto,
con porcentajes de victimización a los 12 meses en todos los casos inferiores a los del grupo
de control, y destacando los resultados relativos a experiencias de discriminación, que se
redujeron notablemente para el grupo experimental mientras que para el grupo de control
llegaron incluso a aumentar.

178
Pleace, op. cit.; RAIS Fundación (2018). HÁBITAT. ¿Y si empezamos por la vivienda?. Recuperado el 20 de
julio de 2018 de https://raisfundacion.org/habitat/.
179
Bernad, R., Cenjor, V. y Yuncal, R. (2016). El modelo Housing First en España: resultados a los 12 meses del
programa Hábitat. Barcelona Societat, Revista de investigación y análisis social, 20, 1-14.

169
Tabla 7

Cambios en experiencias de discriminación y victimización referidas por las personas


participantes
Participantes Hábitat Grupo de control
(n=28) (n=34)
Mes 0 Mes 12 Mes 0 Mes 12
¿Se ha sentido discriminado en los últimos 6 meses?
Respuesta "Nunca" 42,9% 75,0% 43,1% 34,5%
¿Ha sido agredido/a en los últimos 6 meses? 14,3% 7,1% 16,1% 6,7%
¿Le han robado dinero, pertenencias y/o
documentación en los últimos 6 meses? 28,6% 10,7% 32,1% 20,0%
¿Ha sufrido algún tipo de agresión sexual en los últimos
6 meses? 3,6% 0,0% 1,8% 0,0%
¿Le han timado en los últimos 6 meses? 7,1% 0,0% 12,5% 3,3%
¿Le han insultado o amenazado en los últimos 6 meses? 35,7% 10,7% 33,9% 13,3%
Adaptado de Bernad, Cenjor y Yuncal, 2016, p. 10.

En cualquier caso, y con independencia del modelo adoptado, dados los hallazgos de
los diversos trabajos reseñados y de nuestro propio estudio, lo que parece más aconsejable
es flexibilizar, en la medida de lo posible, la atención a este colectivo en general y,
particularmente, las condiciones de acceso a y permanencia en los diferentes recursos, de
modo que se facilite la minimización o eliminación del factor de riesgo que implica la
pernocta en espacios públicos. En este sentido, considero preciso que el trabajo con estas
personas se desarrolle asumiendo y aceptando, con base en sus heterogéneas características
e historias de vida, que la evolución no siempre será lineal y en la dirección que resultaría
deseable, sino que podrán existir ralentizaciones, pausas o, incluso, retrocesos a lo largo del
camino que, siempre y cuando sean manejables y no sobrepasen ciertas “líneas rojas”, no
deberían derivar de un modo irreflexivo, inapelable e irreversible en el cese definitivo del
disfrute del servicio o recurso que corresponda en cada caso. Del mismo modo, quizá
algunas de las condiciones de acceso y uso de los servicios puedan ser adaptadas, en mayor
medida, a las características y necesidades concretas de este colectivo, en aras de favorecer
su adecuado aprovechamiento. Es el caso, por ejemplo, de la admisión de la entrada de
animales de compañía en los diferentes recursos ofertados.

6. LIMITACIONES

El presente estudio adolece de algunas limitaciones que es preciso tener en cuenta.


Entre las más importantes, es necesario considerar que el estudio tomado como referencia
se circunscribió a personas usuarias de recursos asistenciales de alojamiento y/o
restauración, excluyendo por tanto a aquellas personas al margen de la red asistencial y para
las que es posible que las conclusiones sean distintas. En este sentido, no debemos olvidar
que la Encuesta a las Personas sin Hogar encontró que la población sin hogar atendida en
centros asistenciales de alojamiento y restauración de ámbito nacional durante 2012 fue de
casi 23.000 personas, mientras que, como hemos indicado al inicio del presente trabajo,

170
diversas entidades de atención a este colectivo estiman que en nuestro país
aproximadamente 40.000 personas se encuentran en esta situación.
Asimismo, es importante mencionar que las categorías de lugares de pernocta
consideradas engloban una amplia variedad de espacios no necesariamente equivalentes en
cuanto a los posibles riesgos que entrañan. A modo de ejemplo, dentro de la categoría de
espacio público se incluyen desde un jardín público hasta una estación de ferrocarril,
autobuses o metro, pasando por descampados o aparcamientos. Es evidente que, por
ejemplo, un descampado no se encuentra igualmente vigilado o transitado que una estación
de ferrocarril, del mismo modo que el habitáculo en el que se sitúan los cajeros automáticos
a menudo dispone de un cerrojo o pasador que permite asegurar su cierre y, de este modo,
impedir el acceso a potenciales agresores, aunque esto no siempre es posible, ya que es
preciso facilitar a las personas que así lo deseen el uso del cajero. A su vez, otros factores,
como la ubicación geográfica de los lugares de pernocta o el nivel de exigencia en cuanto a
las normas de acceso y uso de los diferentes servicios, podrían resultar también relevantes.
El desglose de las categorías generales en subcategorías con base en estos y otros criterios
aportaría una valiosa información adicional, idea ya apuntada por Hindelang et al. al exponer
su modelo180. En esta misma línea, la propia decisión de agrupar, a efectos del presente
análisis, las diferentes categorías en dos niveles, supone cierta pérdida de información.
En tercer lugar, y relacionado con lo anterior, para la realización del presente estudio
se ha partido de la premisa general de que una persona se encuentra más expuesta al riesgo
de sufrir una experiencia de victimización cuando pernocta en lugares públicos u otros no
destinados al alojamiento. Sin embargo, los riesgos a los que se exponen quienes pasan la
noche en el segundo grupo de lugares considerados (por ejemplo, alojamientos colectivos)
podrían ser cuantitativa y/o cualitativamente diferentes a aquellos asociados a la primera
categoría (en lo que se refiere a la gravedad o número de experiencias de victimización,
tipologías delictivas asociadas específicamente a unos u otros lugares, perfil de los
victimarios, etc.).
Del mismo modo, las conclusiones esbozadas se basan en las experiencias de
victimización relatadas por las personas que formaron parte de la muestra, cuyas
manifestaciones podrían no corresponderse, en mayor o menor medida, con la realidad. Y
ello, entre otros múltiples motivos, porque no debemos olvidar que se trata de vivencias
muy personales, que la persona puede ser reacia a revelar a alguien desconocido para ella,
como es la persona que realiza la encuesta. Resulta asimismo posible que la persona no se
perciba a sí misma como víctima, o incluso que entren en juego determinados sesgos de
memoria181.
Por otra parte, Hindelang, Gottfredson y Garofalo182 coligen también en su obra, a
partir de los datos empíricos, que aquellos que presentan los mayores niveles de miedo al
delito tienen las menores tasas de victimización personal, lo que concuerda con su premisa
de que el estilo de vida y, por ende, la exposición a situaciones en las que el riesgo de
victimización es elevado, se encuentran influidos por las actitudes y creencias personales. En

180
Op. cit., pp. 270-271.
181
Con relación a estas cuestiones, véase, p.e., Crowther-Dowey, C. y Fussey, P. (2013). Researching Crime.
Approaches, Methods and Application. London: Palgrave Macmillan, o Doerner, W.G. y Lab, S.P. (2012).
Victimology. 6ª edición. Burlington, MA: Elsevier, pp. 21-42.
182
Op. cit.

171
este sentido, refieren que lo esperable es que el miedo al delito motive a la persona a evitar
la situación temida en la medida en que le resulte posible. Cuando dichas situaciones
temidas representen las condiciones bajo las cuales la victimización es más probable,
aquellos que las teman y que, por tanto, presumiblemente intenten evitarlas, presentarán
una reducción en la exposición a experiencias de victimización personal. Aplicando esta
lógica a la victimización de personas en situación de sin hogar, resulta posible que estos
factores estén incidiendo sobre las tasas de victimización de este colectivo y, por tanto,
sobre los datos y las conclusiones que se pueden extraer a partir de los mismos. A modo de
ejemplo, es posible que una baja tasa de victimización se derive de la evitación de
situaciones consideradas de riesgo o la toma de medidas por parte de la persona para
reducirlo, ya sea de forma objetiva o subjetiva (pernocta en grupo, en lugares ocultos a la
vista de potenciales agresores o, por el contrario, en lugares transitados en los que pueda
haber testigos de una posible agresión, dormir con animales de compañía que puedan
alertar de potenciales peligros, disuadir a posibles agresores y/o defender a la persona en
caso necesario, etc.).
Para finalizar, es importante insistir en que las conexiones identificadas entre las
diferentes variables estudiadas no implican relaciones de causalidad, ni en muchos casos
permiten identificar con certeza la direccionalidad de la relación, algo que sólo sería posible
utilizando datos longitudinales. Tampoco se han analizado los posibles efectos de interacción
entre variables.
La consideración de estas y otras cuestiones podría aportar importantes matices, así
como valiosa información adicional, a los resultados obtenidos.

172
REFERENCIAS

Allison, P. D. (1999). Multiple Regression. A primer. Thousand Oaks, Ca.: SAGE.


Andersen, R. (2008). Modern methods for robust regression. Los Ángeles, Ca.: SAGE.
Arrels Fundació (2016). La vulnerabilitat de les persones que viuen al carrer a Barcelona.
Recuperado el 15 de diciembre de 2017 de https://www.arrelsfundacio.org/wp-
content/pdf/AltresDocuments/InformeCensSenseLlar2016.pdf.
Avramov, D. (1995), Homelessness in the European Union: Social and Legal Context of
Housing Exclusion in the 1990s. Fourth Research Report of the European Observatory on
Homelessness. Bruselas: FEANTSA.
Ayuntamiento de Valencia (2015). Estudio sobre las personas sin hogar de la ciudad de
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Lifestyle Exposure Theory of Victimization as a Framework to
Analyze Victimization of Homeless People
La Teoría de los Estilos de Vida como marco para el análisis de la victimización
de las personas afectadas por sinhogarismo.
Puente, P. (2021). Lifestyle Exposure Theory of Victimization as a Framework to Analyze
Victimization of Homeless People. Manuscrito enviado para su publicación a la revista
Violence and Victims.

CONTENTS. 1. Introduction. 1.1. Lifestyle Exposure Theory of Victimization. 1.2. Applicability


of the model to the victimization experiences of homeless people. 2. Objectives and
hypotheses. 3. Method. 3.1. Sample. 3.2. Procedure. 3.3. Variables. 4. Results. 4.1. The
relationship between risky behaviors and victimization experiences. 4.2. The cumulative
effect of risky behaviors on victimisation experiences. 5. Discussion and conclusions.
References.

ABSTRACT. On the basis of the sample drawn from the 2012 Survey of Homeless People,
segmentation analysis and logistic regression were used to test the probabilistic connection
between exposure to high-risk situations and victimization events, as posited by Lifestyle
Exposure Theory of victimization. The results support the hypotheses put forward: homeless
people who had engaged in risky behaviors, and particularly those who had done so more
frequently or had engaged in a wider range of such behaviors, suffered victimization events
to a greater extent. Inasmuch as homeless people’s engagement in risky behaviors —as well
as, in general, their greater degree of exposure to situations in which risk of victimization is
high— often stems from the situation they are going through, it is possible to conclude that
eradication of direct violence against homeless people should involve, at least in part,
combating homelessness.

KEYWORDS: homelessness, violence, risk, hate, aporophobia.

RESUMEN. Partiendo de la muestra de la Encuesta a las Personas sin Hogar de 2012 y


utilizando análisis de segmentación y regresión logística, se ha testado el planteamiento de
la teoría de los estilos de vida que conecta de forma probabilística la exposición a situaciones
de riesgo con las experiencias de victimización. Los hallazgos apoyan las hipótesis
propuestas: aquellas personas afectadas por sinhogarismo que se habían involucrado en
conductas de riesgo habían sufrido experiencias de victimización en mayor medida, y
especialmente cuando habían participado con mayor frecuencia y/o en una mayor
diversidad de estas conductas. En la medida en que la implicación de estas personas en
conductas de riesgo —así como, en general, su mayor grado de exposición a situaciones en
las que el riesgo de victimización es elevado— a menudo se deriva de la situación que
atraviesan, es posible colegir que la erradicación de la violencia directa contra las personas
sin hogar pasa, al menos en parte, por combatir el sinhogarismo.

PALABRAS CLAVE: sinhogarismo, violencia, riesgo, odio, aporofobia.

177
1. Introduction

1.1. Lifestyle Exposure Theory of victimization

The Lifestyle/Exposure Model of Personal Victimization, better known as Lifestyle


Exposure Theory, was developed by Hindelang, Gottfredson and Garofalo based on the
analysis of empirical data obtained from the first victimization surveys conducted in the
United States in the 1970s (Serrano, 2017). It falls into the category of opportunity theories,
opportunity being considered an essential factor for explaining victimization (Serrano, 2009).
The core of the model is the concept of lifestyle, which refers to routine daily activities
(Hindelang et al., 1978). The authors postulate its antecedents and the mechanisms that link
it with victimization. Regarding the former, they consider two reciprocally related sources of
constraints to which people must adapt in order to avoid problems in society: role
expectations and social structure. The role expectations and structural constraints that affect
an individual depend on their demographic characteristics —sex, age, education, income,
etc.—, which are also interconnected.
Hindelang et al. maintain that members of society adapt to these constraints, both on
the individual and group levels, by learning skills and attitudes that allow them to operate
with a certain degree of individuality within the limitations imposed by such constraints.
Adaptations result in regularities in behavioral patterns, including the daily routines that
constitute lifestyle. These daily routines predict when, where, with whom and under what
circumstances people spend their time. Given that criminal victimization is not randomly
distributed across time and space, there being high-risk places, times, and people, different
lifestyles are related to varying degrees of exposure to situations that entail a high risk of
victimization. Victimization events follow, probabilistically, from exposure to such situations.
Although the authors suggest that the main link between lifestyle and exposure to high
victimization risk situations is direct, they also point to an indirect connection through
associations, that is, personal relationships among individuals that evolve as a result of
similar lifestyles. In this respect, they argue that association with offenders increases
exposure to victimization.
Hindelang et al. also posit that certain conditions must be met for a victimization event
to occur, and the probability of this happening is related to the life circumstances of
members of society. First, the victim and the offender must coincide in time and space, and
the former must be perceived by the latter as an appropriate target. In addition, the
offender must be willing and able to use or threaten to use force or stealth in order to
achieve the desired end, as well as deem the circumstances favorable for doing so.
Conceiving of victimization in terms of the convergence in time and space of a motivated
offender and an appropriate target/victim in the absence of capable guardians is a
proposition this model shares with the routine activity approach (Cohen & Felson, 1979).
Accordingly, Hindelang et al. maintain that different lifestyles are associated with
variations in the convenience, desirability, and vincibility of a potential victim as perceived
by the offender. Thus, it is convenient for the offender to commit the crime in public places,
such as streets and parks, where victims have virtually no effective defensible space.
Furthermore, insofar as the victimization can be committed at times when these spaces are
178
less busy, the chances of someone else witnessing the event or intervening to help the
victim will be minimized. The authors add that those who live or frequent areas where
offenders reside also face an increased risk of victimization, since the literature suggests that
offenders tend to commit their crimes within short distances of their place of residence.
Secondly, not all people are equally desirable targets from the offender’s perspective.
For example, the offender might weigh up to what extent they believe the potential victim
would be likely to report the crime to the police. Finally, a person’s perceived vincibility is
greater when they are seen as being less able or willing to resist the offender successfully.
This is the case of people who are alone or under the influence of alcohol or drugs, who, in
addition, may find it more difficult to provide the police with a description of the offender.
Perceived vincibility of the victim can also increase when several offenders are involved.
As mentioned above, Lifestyle Exposure Theory conceives of both risk and
victimization in probabilistic terms, as variables that exist along a continuum. Thus, for
example, although engagement in risky behaviors does not guarantee victimization, it does
increase the odds of it happening (Pratt & Turanovic, 2016). Criminological literature has
identified some of these risky behaviors; among them, consumption of alcohol or other
drugs (e.g., Ëngstrom, 2018; Nofziger, 2009; Panyella-Carbó & Martín-Fumadó, 2019; Tilley,
2015; Temple & Freeman, 2011) and, particularly, involvement in criminal activities
(Jennings, Piquero & Reingle, 2012).
Substance use can undermine a person’s physical and mental ability to prevent or
confront dangerous situations, thus increasing their vulnerability to victimization. Likewise,
intoxicated people are more likely to engage in criminal or violent behavior, which in turn
can result in their own victimization (Bjarnason, Sigurdardottir & Thorlindsson, 1999).
Engaging in these behaviors can also foster contact with offenders, for example, for the
purpose of obtaining drugs.
Dobrin (2001) sets forth the main reasons why those who commit crimes present a
greater risk of victimization: they frequently come into contact with other offenders, they
cannot resort to legal authorities for protection —which contributes to them being
perceived as more suitable targets because they are unlikely to be willing to mobilize the
legal system— and/or they might be the target of retaliation because of their criminal
behavior.
Finally, deviant behavior usually occurs in the absence of capable guardians, leading
those who engage in it into situations where nobody can prevent them from becoming
victims of violence (Jensen & Brownfield, 1986).

1.2. Applicability of the model to the victimization experiences of homeless people

Lifestyle Exposure Theory seems a particularly appropriate theoretical framework for


addressing the victimization experiences of homeless people. Few groups are more exposed
to high-risk situations than those who experience homelessness. Their life circumstances
undoubtedly interfere with their ability to isolate themselves from potential offenders
(Hindelang et al., 1978).
This is illustrated by the high rates of victimization affecting this social group, which
have been found to be considerably higher than those of the domiciled population (e.g.,
179
Leomporra & Hustings, 2018; Meinbresse et al., 2014; National Coalition for the Homeless,
2016; Newburn & Rock, 2005; Puente, 2021). People who live on the streets are particularly
vulnerable and sleeping rough puts them in an especially defenseless situation (Muñoz,
Sánchez & Cabrera, 2018; Nyamathi, Leake & Gelberg, 2000; Puente, 2019; Wenzel, Koegel
& Gelberg, 2000). In fact, Hindelang et al. (1978) posit that the probability of suffering
victimization is directly related to the amount of time a person spends in public spaces,
particularly at night.
According to Gaetz (2004), the social exclusion that homelessness entails is what
impairs homeless people’s ability to ensure their own protection and safety, thus increasing
their risk of suffering victimization. Among the manifestations of social exclusion, this author
mentions the barriers these people face in terms of access to shelter and housing,
employment, a healthy lifestyle —in terms of diet, sleep and health care— and certain public
or semi-public urban spaces, as well as the money-making activities they engage in —legal,
illegal or quasi-legal—: temporary employment, dead-end jobs or unregulated work; sex
trade; panhandling; cleaning car windshields; criminal offenses such as theft or drug dealing,
etc. All of the above affects the level of risk to which homeless people are exposed.
In this vein, numerous studies show that homeless people’s contact with the justice
system is common and repeated, albeit generally related to their life circumstances and the
survival strategies they resort to —shoplifting, panhandling or prostitution, resisting or
assaulting authority, etc.— (Ballintyne, 1999; García Domínguez, 2020; Hagan & McCarthy,
1997; Harding & Irving, 2014; Newburn & Rock, 2006; Reingle et al., 2018). This contact can
also be enhanced by a range of factors related to the criminalization of poverty in general
and of homelessness in particular (Amster, 2008; Fernández Evangelista & Jones, 2013;
Sales, 2014; Terradillos, 2020): disproportionate and discriminatory enforcement of laws and
ordinances; increased police and private security surveillance and control of public and semi-
public spaces; overrepresentation of homeless people in the prison population, arising from
the abovementioned factors and from the difficulties they face in meeting bail conditions,
accessing appropriate legal counsel and defense, etc. Furthermore, lack of transitional
support for people leaving prison increases the odds of them becoming homeless (O’Grady,
Gaetz & Buccieri, 2011). In this regard, even the State’s legitimacy when punishing an
individual “whose crime is to some extent connected to an excluding context unjustly
created, perpetuated or tolerated by the State itself” (Cigüela Sola, 2019, p. 270) has been
called into question.
Alcohol or drug use represents both a precipitating factor and a consequence of
homelessness (Zerger, 2002). A person may resort to substance use as a way of coping with
the harsh living conditions this situation entails (Cabrera & Rubio, 2002; Dietz, 2007). As
Castro (2001) states, “Drinking can be a cheap way of “warming up” when no heating is
available. Similarly, it can be used as a unique and indispensable disinhibitor for engaging in
certain antisocial conducts, for example, begging, etc.” (p. 79). Besides, the treatment of
substance abuse is very difficult under these circumstances (Dietz, 2007). In turn, drug
addicts and alcoholics may engage in unlawful or other risk behaviors in order to obtain the
substances.
Focusing on the antecedents of lifestyle, homelessness itself represents a primary
structural constraint which, as we have seen, considerably limits the choices available to
those who experience this situation. It also entails a range of additional structural
180
constraints. For instance, local ordinances banning or penalizing many of the life-sustaining
activities that homeless people carry out in public places constitute a structural constraint
deriving from the legal order (Puente, 2020). By virtue of these provisions, it is not difficult
to imagine that homeless people would try to go unnoticed and, accordingly, live their lives
in places free from police interference, but also devoid of potential sources of protection or
witnesses to any assault.
Another noteworthy structural constraint is the network of resources and care services
for homeless people, namely their number, type, and degree of suitability. These factors also
interact with variables such as gender, administrative situation, state of health, or personal
problems such as addictions, among others (RAIS Fundación-Hogar Sí, 2018; Sales, Uribe &
Marco, 2015).
In addition, there is a strong social stigma around homelessness (Phelan et al., 1997;
Deforge, 2012). Role expectations arising from this situation take the form of prejudices and
stereotypes (Andrade, 2008; Arrels Fundació, 2017; Parsell & Parsell, 2012). These notions
include descriptive and prescriptive aspects which define the expected and acceptable
behavior both of those who are homeless and of those who are not, as well as of one group
towards the other (Biernat & Dovidio, 2000; Fiske, 1998), thus restricting the choices
available to homeless people. At the same time, the foregoing can lead to their
disadvantaged and deprived situation, or even violence directed against them, being
perceived as legitimate (Johnstone et al., 2015).
In short, correlates of homelessness increase, either directly or indirectly, the exposure
of homeless people to high-risk situations. Therefore, homeless people’s life circumstances
act as victimogenic factors (Morillas, Patró & Aguilar, 2014) by configuring risky lifestyles,
enhancing the perception of them as convenient, desirable and vincible victims, limiting the
availability of, and restricting their ability and willingness to resort to, potential sources of
protection. In a recent groundbreaking literature review, Ellsworth (2019) reaches similar
conclusions.

2. Objectives and hypotheses

On the basis of a sample of homeless people, the aim is to test one of the fundamental
postulates of Lifestyle Exposure Theory: the probabilistic relationship between exposure to
high-risk situations and victimization. Accordingly, two hypotheses are put forward:
1. Individuals who report having engaged in risky behaviors will have suffered
victimization to a greater extent than those who have not engaged in such behaviors.
2. Victimization experiences will be more common among those who have engaged
more frequently in risky behaviors or who have engaged in a wider range of such
behaviors.

181
3. Method

3.1. Sample

The sample comes from the latest Survey of Homeless People, conducted nationwide
by the Spanish National Institute of Statistics (INE) in 2012. It comprised 3,433 homeless
adults who had used care facilities for homeless people during the week prior to the survey,
and who had also slept at least once in any number of types of accommodation located in
municipalities with more than 20,000 inhabitants183. The sample was restricted to those who
reported having been homeless for at least one month (N=3,304).

3.2. Procedure

Data were analyzed using IBM® SPSS Statistics® 27 and Stata® 16. A logistic regression
analysis184 was carried out to test the first hypothesis. Segmentation analysis (CHAID
algorithm)185 was used for the second hypothesis. Segmentation process limits included a
significance filter set at 0.05, size filters of 100 individuals for the parent node and 50 for the
child node, and a maximum depth of 3 levels. Significance values were adjusted using the
Bonferroni correction (Escobar, 2007).
For all the examined variables, “I don’t know/I don’t remember” responses were
treated as missing values and excluded from the regression analysis186.

183
Interested readers will find all the information about the original study in INE (2012a).
184
An extension of linear regression models which enables the relationship between a dichotomous dependent
variable and one or more independent variables to be studied.
185
This technique “splits the samples by using a descending sequential process, which forms homogenous,
exhaustive and mutually exclusive groups based on the criteria of the (…) dependent, response or criterion
variable, by means of hierarchical combinations of independent explanatory variables, also referred to as
predictors” (Escobar, 2007, p. 13). Thus, it seeks the best associations between the independent variables and
the dependent one, automatically selecting the categories which best predict the values of the latter (Escobar,
1998). It shares with logistic regression the prediction of the behavior of a dependent variable as a function of a
set of independent variables. However, regression analysis employs linear functions, whereas segmentation
analysis uses logical procedures based on relationships of equality/inequality and logical connectors and
operators. In addition, in segmentation models the independent variables are hierarchically introduced, thus
allowing for the identification of interactions between the independent variables without needing to create a
new variable from the original ones. Finally, whereas segmentation algorithms operate with the dependent
variable in its original state, linear procedures treat it in terms of ratio logarithms (Escobar, 2007). CHAID (Chi-
squared Automatic Interaction Detector) segmentation is based on the Chi-square statistic and is the algorithm
of choice for nominal variables.
186
CHAID analysis, on the contrary, includes missing values in the tree growth process as a floating category
that can merge with other categories in the tree nodes (Escobar, 2007).

182
3.3. Variables

Dependent variable

Whether the person had or had not (reference category for the regression analysis)
suffered victimization while homeless was considered as the dependent variable. This
dichotomous variable was constructed with responses to question 127 of the survey187. This
question included six items corresponding to different types of crimes and offenses which
are not mutually exclusive —assaults, theft of money, belongings or documentation, sexual
assaults, scams, insults or threats, or others—. The response options for each were “yes” or
“no”. Respondents who answered “yes” in at least one of the items were included in the
“yes” category of the new variable. Those who answered “no” in all of the items were
included in the “no” category.

Independent variables

In line with Lifestyle Exposure Theory of victimization, a number of lifestyle indicators


that previous literature had linked with a higher risk of victimization were considered as
independent variables: contact with the justice system —whether the person had been
reported to the police, arrested, been in prison, or served a sentence different from prison—
and engagement in other risky behaviors —alcohol or drug use and, specifically with regard
to homeless people, sleeping in public spaces—. Thus, the following variables were studied:
• Have you ever been reported to the police? (question 130). Ordinal variable with
three response options: 1) no (reference category); 2) yes, once; or 3) yes, more than
once.
• Have you ever been arrested? (q. 131). Ordinal variable with three response options:
1) no (reference category); 2) yes, once; or 3) yes, more than once.
• Have you ever been in prison? (q. 135). Dichotomized variable: yes or no (reference
category).
• Have you ever served a sentence different from prison? (q. 136). Dichotomous
variable: yes or no (reference category).
• Usual degree of alcohol consumption (q. 102 and 103). Ordinal variable with five
levels: 1) no consumption; 2) light consumption (from 1 to 175 c.c. of pure alcohol
per week); 3) moderate consumption (from 176 to 525 c.c. of pure alcohol per week);
4) heavy consumption (from 526 to 700 c.c. of pure alcohol per week); or 5) excessive
consumption (more than 700 c.c. of pure alcohol per week) (INE, 2012a).
• Drug use during the previous month (q. 106). Dichotomized variable: yes or no
(reference category).
• Usual sleeping place (q. 6 and 7). Polytomous nominal variable, whose response
options were divided into three categories: 1) public spaces or makeshift

187
The survey questionnaire can be found at INE (2012b).

183
accommodation188 (reference category); 2) collective accommodation (shelters,
residences or care centers); 3) apartments or boarding houses, be they illegally
occupied dwellings or accommodation provided by a public authority, an NGO or
another organization.

Control variables

A number of sociodemographic variables matching those suggested by Hindelang,


Gottfredson and Garofalo in their model were included189, as well as amount of time spent
homeless. Previous research has found that this latter variable is positively related to
homeless people’s victimization experiences (e.g., Arrels Fundació, 2020; Meinbresse et al.,
2014; Puente, 2019; RAIS Fundación, 2015b). This finding could be interpreted from two
perspectives that are not necessarily mutually exclusive. On the one hand, the likelihood of a
person being the victim of a crime could increase with the mere passage of time. On the
other hand, an individual’s degree of impairment may rise over time while they are in this
situation of extreme social exclusion (see Panadero-Herrero and Muñoz-López, 2014), thus
enhancing their vulnerability (RAIS Fundación, 2015b).
Analyzed variables:
• Sex190 (q. 3). Dichotomous variable: female (reference category) or male.
• Age (q. 4). Ratio-scale variable.
• Nationality (q. 5). Dichotomous variable: foreign (reference category) or Spanish191.
• Age when the individual finished their education (q. 86). Ratio-scale variable. In order
to control for the possible influence of outliers in the regression analysis, responses
equal to or above 32 years old were excluded192 (41 observations —1.3% of the
sample—).
• Marital status (q. 108). Polytomous nominal variable, whose response options were
divided into four categories: 1) single (reference category); 2) married or having a
partner; 3) separated or divorced; or 4) widowed.
• Employment situation (q. 63). Dichotomized variable. The response options were
divided into two categories: 1) without a job (reference category), covering the
original options “unemployed”, “retired” and “in a situation of incapacity”; and 2)
employed, be it part-time or full-time. Following Hindelang et al. (1978), this variable

188
Parts of a building not intended to be used as a bedroom —hall, corridor, staircase, etc.—, garage, cave,
abandoned car, etc. (INE, 2012a)
189
According to the authors, any relationships between demographic variables and victimization can be
attributed to variations in lifestyles, since the former are associated with role expectations and structural
constraints which, mediated through individual and subcultural adaptations, channel lifestyles. Therefore, they
state that demographic characteristics should not be found to be substantially related to victimization once
direct measures of exposure have been controlled for.
190
A biological conception of this variable is adopted in the survey.
191
The category “both”, which was chosen by only 1.4% of the sample (47 cases) was excluded from the
analysis.
192
Cases with Z-scores greater than |3.0|.

184
has been conceived of as a general indicator of the extent to which an individual
spends time in relatively structured and protected environments, which presumably
result in a lower degree of exposure to high-risk situations193. The question referred
to the week leading up to the survey.
• Total income during the previous month (q. 79). Ratio-scale variable. Again, extreme
values were excluded: those whose response was equal to or higher than 990
euros194 (37 observations —1.1% of the sample—).
• Time spent homeless (q. 57). Ordinal variable with four response options: 1) 1-6
months; 2) 6-12 months; 3) 1-3 years; or 4) more than 3 years.

4. Results

Table 1 presents the main descriptive statistics for the variables under study. As can be
observed, the sample was primarily composed of single men who had finished education at
an early age, were without a job195, and had a low level of income. The proportion of foreign
and Spanish nationals was quite similar, and the participants’ mean age was 41.36 years.

193
The authors point out that this cannot be applied to all professions.
194
Cases with Z-scores over |3,0|.
195
It should be remembered that this category is not limited to the unemployed, although this was the
predominant response (almost 75% of the sample).

185
Table 1
Descriptive statistics for the variables under study
N
Mean Mode SD Min. Max.
Valid Missing

Sex 3304 0 0.78 Man 0.41 0 1

Age 3304 0 41.36 44 13.90 18 93

Nationality 3257 47 0.50 Foreign 0.50 0 1

Marital status 3304 0 55.4b Single


Age on finishing
3118 186 16.03 14 4.31 6 31
education
Total income (previous
3252 52 200.87 0.00 218.01 0 950
month)
Employment situation 3304 0 96.3b Without a job

Time spent homeless 3304 0 44.2b (1-3 yearsc) More than three years
Have you ever been
3304 0 70.9b (Noc) No
reported to the police?
Have you ever been
3304 0 63.3b (Noc) No
arrested?
Have you ever been in
3304 0 0.16 No 0.366 0 1
prison?
Have you ever served a
sentence different from 3304 0 0.05 No 0.210 0 1
prison?
Usual degree of alcohol 58.4b (No
3304 0 No consumption
consumption consumptionc)
Drug use (previous
3304 0 0.13 No 0.333 0 1
month)
Collective
Usual sleeping place 3067 237 60.4b
accommodation
Victimization while
3304 0 0.49 No 0.500 0 1
homeless
a
Standard deviation.
b
Valid percentage of the modal category.
c
Category of the median, being an ordinal variable.

4.1. The relationship between risky behaviors and victimization experiences

The results of the logistic regression analysis used to test the first hypothesis are
presented in table 2. Ordinal variables also provide evidence with regard to the second
hypothesis196. As can be seen, all the independent variables were positively and significantly

196
Although the movements from one category to another for the ordinal variables “time spent homeless” and
“usual degree of alcohol consumption” cannot be considered as equivalent, these variables were introduced in

186
related to victimization, with the exception of having been in prison. Having been arrested
more than once, having served a sentence different from prison, and drug use during the
previous month stand out. The odds of suffering victimization while homeless were also
greater as the usual degree of alcohol consumption reported by the individual increased.
Sleeping rough, as compared with spending the night in collective accommodation
and, especially, apartments or boarding houses, considerably increased the likelihood of
having been the victim of a crime. Likewise, victimization experiences were more common
among those who had been homeless for longer periods.
Sociodemographic variables were not related to victimization with the exception of sex
—the odds were greater for women197— and, to a lesser extent, marital status —the
probability of victimization was lower for those who reported being married or having a
partner, in comparison with being single.
After exploring the equivalent to Cook’s distance (D), differences in beta coefficients
(DFBETAs) and standardized Pearson residuals (SR), there were no apparent violations of
logistic regression assumptions198. Likewise, neither variance inflation factors (VIFs) —which
in no case exceeded 2.5— nor tolerances (Ts) —in all cases over 0.4— suggest problems of
multicollinearity (Allison, 1999, pp. 141-142).

the logistic regression model as quantitative rather than categorical variables. As proposed by Agresti (2010, p.
75), a comparative analysis was conducted among the values of Aikake and Bayesian information criteria —AIC
and BIC, respectively—for a set of four complete models including one or both variables as categorical and
both as quantitative. Following the criteria suggested by Hilbe (2011, pp. 70 and 73), the best-fit model was the
latter. In addition, the models in which these variables were introduced as categorical using the lowest value of
the scale as the reference category showed gradual increases in the coefficients and odds ratios (OR) for each
successive category.
197
At the bivariate level, sex was not related to victimization [B Man=0.151, p=0.076; OR=1.16]. A significant
relationship between sex and victimization was only found when the variables “have you ever been reported to
the police?” and “have you ever been arrested?” were introduced in the regression model. Both of them were
significantly related to sex: male participants had been reported to the police [once: BMan=0.829, p<0.001,
OR=2.29; more than once: BMan =1.174, p<0.001, OR=3.23], as well as arrested [once: BMan =0.944, p<0.001,
OR=2.57; more than once: BMan=1.262, p<0.001, OR=3.53] to a greater degree. These variables were also
related to victimization [reported to the police once: B =0.635, p<0.001, OR=1.89; reported to the police more
than once: B=1.224, p<0.001, OR=3.40; arrested once: B =0.562, p<0.001, OR=1.75; arrested more than once:
B=1.222, p<0.001, OR=3.39]. Therefore, it seems we have found a suppression effect: the abovementioned
variables are suppressors with respect to the relationship between sex and victimization experiences (Ato &
Vallejo, 2011; Cohen, Cohen, West & Aiken, 2003).
198
To this effect, observations with standardized Pearson residuals higher than |2| (Hosmer, Lemeshow &
Sturdivant, 2013, pp. 360 and 370), |DfBetas| > 2/√n (Belsley, Kuh & Welsch, 2004, p. 28) —cut-off point:
|0,038|—, and D > 0.5 (Cook & Weisberg, 1999, p. 358) have been deemed problematic. As can be seen, in no
case was the threshold for D exceeded, 20 cases were above the cut-off point for residuals and 15 for
differences in betas. When the analyses were repeated after excluding, for purely analytical purposes, the
problematic observations, results were essentially convergent with the original findings.

187
Table 2
Logistic regression: victimization experiences while homeless
Variable B SE Odds Ratio

Male (ref. cat. female) -0.276** 0.102 0.759


Age -0.001 n.s. 0.004 0.999
Spanish nationality (ref. cat. foreign nat.) 0.056 n.s. 0.102 1.058

Marital status (ref. cat. single)


Married or having a partner -0.273* 0.120 0.761

Separated or divorced 0.003 n.s. 0.101 0.997


Widowed -0.091 n.s. 0.234 0.913
Age on finishing education 0.002 n.s. 0.009 1.002
Employment situation: employed (ref. cat. without a job) 0.106 n.s. 0.209 1.112
Total income previous month -0.0003 n.s. 0.0002 1.000
Time spent homeless 0.215*** 0.039 1.240
Have you ever been reported to the police? (ref. cat. no)
Yes, once 0.361** 0.131 1.435
Yes, more than once 0.445** 0.161 1.561
Have you ever been arrested? (ref. cat. no)

Yes, once 0.369** 0.125 1.446


Yes, more than once 0.702*** 0.157 2.017

Have you ever been in prison? (ref. cat. no) -0.132 n.s. 0.144 0.876
Have you ever served a sentence different from prison? (ref. cat. no) 0.632* 0.246 1.881
Usual degree of alcohol consumption 0.171** 0.057 1.186
Drug use during the previous month (ref. cat. no) 0.623*** 0.137 1.864
Usual sleeping place (ref. cat. public spaces or makeshift
accommodation)
Collective accommodation -0.456*** 0.128 0.634
Apartments or boarding houses -0.603*** 0.147 0.547

Constant -0.421 n.s. 0.258 0.656


*p<.05; **p<.01; ***p<.001; n.s.: not significant
N=2806
Chi-square=287.242***; df=20
Hosmer and Lemeshow’s p=0.669
Cox & Snell’s pR2=0.097; Nagelkerke’s pR2=0.130
% Correctly classified=63.5; % Specificity=74.3; % Sensitivity=52.2
0.0002≤D≤0.082; -3.60≤SR≤1.96; -0.048≤DfBetas≤0.037
0.438≤Ts≤0.970; 1.031≤FIVs≤2.283

188
4.2. The cumulative effect of risky behaviors on victimization experiences

Chart 1 presents the result of applying CHAID analysis to the independent variables
under study, that is, indicators of risky lifestyles. It was used to test the second hypothesis.
As shown in the chart, the variable most closely associated with victimization was whether
the person had ever been arrested. Over 70% of those who had been arrested on more than
one occasion—19.3% of the sample— had suffered victimization at least once while
homeless. The figure reached 81.1% for individuals who also reported having used drugs
during the month leading up to the survey. Otherwise, when having served a sentence
different from prison was added to a history of several arrests, the proportion of victims was
close to 78%.
Among respondents who had been arrested only once —17.4% of the sample—,
almost 55% had suffered at least one episode of victimization. Again, this proportion
increased when they also reported having used drugs during the previous month, albeit to a
lesser extent in comparison with the case of several previous arrests —70.2% as opposed to
81.1%—. However, for individuals within this subgroup who had not recently consumed
drugs, the proportion of victims was also notably higher when public spaces or makeshift
accommodation were the usual sleeping place —7 out of 10 people—.
Finally, the lowest proportion of victims corresponded to the subgroup of participants
who had never been arrested —63.3% of the sample, 40.9% of whom had suffered
victimization—. However, the percentage was greater for those who had been reported to
the police at least once —58.3%—. Respondents who had neither been arrested nor
reported to the police but had used drugs during the month preceding the survey had been
victimized to a similar extent —60.8%—.
The prediction error for the dependent variable fell by 22% after conducting
segmentation analysis.

189
Chart 1
CHAID analysis: victimization experiences while homeless

RE199=0.380, SE200=0.008; RRR201=0.22


% Correctly classified=62.0; % Specificity=79.8; % Sensitivity=43.5

199
Risk estimate. Also known as overall rate of incorrect classification, it determines the predictive capacity of
the segmentation. Its calculation is based on the probability of making mistakes when predicting the
dependent variable with the information provided by the independent variables (Escobar, 2007, p. 69).
200
Standard error.
201
Relative risk reduction. This is a relative measure of the reduction in error that results from the
segmentation analysis. With regard to its calculation, see Escobar (2007, p. 70).

190
5. Discussion and conclusions

The findings of the present study supported the hypotheses put forward: as expected,
people experiencing homelessness who had engaged in behaviors that can be regarded as
risky had suffered victimization to a greater extent (hypothesis 1), especially when they had
done so more frequently or had engaged in a wider range of such behaviors (hypothesis 2).
An exception was having been in prison, which might be due to the fact that the model
included other indicators of contact with the justice system that bear a relation to the
former202. Future research could explore this issue with more comprehensive information,
allowing all possible explanations to be considered and assessed.
Therefore, the results replicate those of previous studies, providing support for the
Lifestyle Exposure Theory proposition that probabilistically connects exposure to high-risk
situations with victimization experiences. However, a specific contribution made by this
research is having applied the model to a context for which, as has been argued, it is
particularly suitable, building upon a previous study that used the same theoretical
framework to assess how sleeping places affect victimization experiences of homeless
people in Spain (Puente, 2019).
In addition, by using segmentation analysis it was possible to determine which risky
behaviors were most closely associated with the participant’s victimization experiences: the
combination of a history of several arrests and drug use in the month leading up to the
survey yielded the highest proportion of victims —8 out of 10—. Similarly, the subgroup of
respondents who reported not having recently used substances but having served a
sentence different from prison accounted for almost 78% of victims.
Having been arrested once was also associated with a high proportion of victims, again
especially when drug use during the previous month was also reported —7 out of 10
people—. Among those who claimed that they had not taken drugs, the most important
variable was the usual sleeping place: 7 out of 10 participants who regularly slept in public
spaces or makeshift accommodation had suffered at least one episode of victimization while
homeless.
The lowest risk profile corresponded to those who had neither been arrested nor
reported to the police, nor had recently used drugs, the percentage of victims being around
40% in all cases. Both for these and for the rest of variables under study, each negative
response only marginally reduced the proportion of victims. However, each affirmative
response considerably increased it, which indicates that the presence of these variables as
risk factors is more significant than their absence as protective factors.
This high proportion of victims that persists among participants who had not engaged
in the risky behaviors under analysis is consistent with findings of previous studies which
conclude that homelessness itself and its correlates configure a set of living conditions that
entail an increased level of exposure to situations in which the risk of victimization is high. At

202
The variables “have you ever been reported to the police?” and “have you ever been arrested?”, particularly
the latter, are both related to having been in prison. Thus, as regards the former: Chi-square(2)=830.657,
p<0.001; Cramer’s V=0.492, symmetric Lambda=0.131. With regard to the second one: Chi-
square(2)=1243.988, p<0.001; Cramer’s V=0.602, symmetric Lambda=0.241.

191
the same time, it is advisable for future studies to address additional aspects that could
affect this relationship, so that the propositions of the model can be more accurately tested.
When Hindelang et al. formulated their theory, they stressed the need for more
specific information about lifestyles and the circumstances surrounding episodes of
victimization. They highlighted the importance of having more detailed information about
the factors immediately preceding victimization, and they advocated for further research to
determine how adaptations, such as fear of crime, are incorporated into lifestyles and,
consequently, how they affect the likelihood and nature of victimization. The authors also
drew attention to the importance of testing the model with longitudinal data. The present
study has certain limitations regarding such issues, particularly the use of cross-sectional
data and the lack of precise information about episodes of victimization, the lifestyle
indicators analyzed, and the way these episodes and indicators relate to each other.
In this regard, special mention should be made of the variables used as indicators of
the participants’ contact with the justice system. As has been argued throughout this paper,
they cannot strictly be regarded as indicators of an individual’s engagement in unlawful
behaviors. Consequently, results need to be interpreted with caution. Moreover, and in
relation to the foregoing, it is not possible to determine the directionality of the
relationships that have been found between the variables under study.
Additionally, the dependent variable brings together types of offenses which are very
different from one another and, accordingly, the influence of the examined independent
variables on each of them could differ. Finally, it should be noted that the data correspond
to users of care services and facilities intended for people affected by homelessness.
Therefore, results are not necessarily representative of the experiences of individuals
outside the resource network.
In any event, it is important not to disregard a distinctive feature of the homeless
population: as previously argued, homeless people’s engagement in high-risk behaviors
often stems, to a greater or lesser extent, from the situation they are going through.
Highlighting this reality constitutes another significant contribution of the present study.
Thus, as outlined in the introduction, insufficient care resources, together with the
limitations they present, directly or indirectly force many people to live their lives on the
streets. Likewise, the contact these people have with the justice system is often related to
their life circumstances and the survival strategies they employ, not forgetting the possible
intervention of factors associated with the criminalization of poverty and homelessness. It
has also been stated that they may resort to alcohol or drug consumption as a way of coping
with the harsh living conditions homelessness entails. In turn, this constitutes an additional
vulnerability factor for victimization, and it can also be related to engagement in unlawful or
other risky behaviors; for instance, when municipal regulations prohibit the consumption of
alcoholic beverages on public thoroughfares.
In light of all the above, it can be concluded that the implementation of adequate
preventive and intervention measures to address homelessness would also have an indirect
positive impact on homeless people’s experiences of victimization, inasmuch as they would
reduce or eliminate factors that, like those analyzed throughout this study, increase their
level of exposure to high-risk situations and very often represent correlates of homelessness.
Thus, eradication of violence against homeless people should involve, at least in part,
combating homelessness itself.
192
However, aporophobic hate crimes (RAIS Fundación, 2015a; 2015b) demonstrate that
it is not only opportunity that is important when it comes to explaining homeless people’s
increased odds of suffering victimization. Therefore, even though taking measures to
address the former could be useful in the short term, it should not be the only response.
Following Cortina (2017), a strong commitment to education, building institutions that
promote recognition of and respect for the equal dignity of all people, as well as
strengthening a personal moral conscience that can discern and act on its own and not just
because of the environmental influences, are the keys to transforming this reality on a
lasting basis.

193
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Bloque III. Las experiencias de violencia de
las personas afectadas por sinhogarismo
desde una perspectiva interseccional

Part III. Homeless people’s experiences with violence


from an intersectional perspective

200
La intersección entre la estancia en prisión y el sinhogarismo.
Análisis comparativo de las características demográficas,
antecedentes y condiciones de vida de las personas en situación de
sin hogar en función de si han estado o no en prisión
The intersection between prison stay and homelessness. Comparative analysis
of demographic characteristics, background and living conditions of homeless
people according to whether they have or have not been imprisoned
Puente, P. (2019). La intersección entre la estancia en prisión y el sinhogarismo. Análisis
comparativo de las características demográficas, antecedentes y condiciones de vida de las
personas en situación de sin hogar en función de si han estado o no en prisión. Revista de
Derecho Penal y Criminología, 3ª época, 21 (enero de 2019), 301-341.

SUMARIO. I. Introducción. II. Objetivos e hipótesis. III. Metodología. 1. Muestra. 2.


Procedimiento. 3. Variables. 3.1. Variable de estudio: estancia en prisión (pregunta 135: “¿Ha
estado en prisión?”). 3.2. Variables sociodemográficas. 3.3. Antecedentes personales y
familiares. 3.4. Condiciones de vida. IV. Resultados. 1. Variables sociodemográficas. 2.
Antecedentes personales y familiares. 3. Condiciones de vida. V. Discusión y conclusiones.
Referencias.

RESUMEN. Numerosos estudios han abordado las características y antecedentes de las


personas que se encuentran o han estado en prisión, así como las importantes
consecuencias que esta condición ha implicado en el devenir de sus vidas. Sin embargo,
muchos menos trabajos han sido dedicados a analizar específicamente la conexión entre
aquella y la situación de sinhogarismo, sin que apenas se haya prestado atención a dicha
cuestión en nuestro país. Las investigaciones en esta materia apuntan a que ambas
circunstancias se encuentran estrechamente relacionadas e interactúan de forma compleja a
lo largo del tiempo, en conexión con otros factores, tanto relativos al pasado como al
presente, en la conformación final de la historia de vida de cada individuo. Con base en los
datos recopilados por el Instituto Nacional de Estadística en la más reciente Encuesta a las
personas sin hogar, realizada en el año 2012, se analizan diversos aspectos relacionados con
las características, antecedentes personales y familiares y condiciones de vida de las
personas en situación de sin hogar en función de si habían estado o no en prisión en algún
momento de su vida. A nivel global, y en la línea de la literatura previa, los hallazgos sugieren
que esta experiencia aporta un valor negativo añadido a la ya de por sí desafortunada
situación de sinhogarismo, comportando unas peores condiciones de vida, a la vez que
caracteriza a las personas sin hogar con antecedentes más desfavorables a lo largo de su
infancia y adolescencia. Tales resultados evidencian la necesidad de diseñar e implementar
estrategias de intervención que resulten eficaces para el logro efectivo de la inserción social
y laboral de estos colectivos y, particularmente, de apostar por estrategias preventivas que
incidan sobre las raíces de ambas condiciones.

PALABRAS CLAVE: personas sin hogar, prisión, condiciones de vida, antecedentes, inserción.
201
ABSTRACT. A lot of research has been conducted on the characteristics and backgrounds of
people who are or have ever been imprisoned, as well as on the impact this condition has
entailed on their lives. However, much less work has been specifically aimed at analysing the
connection between imprisonment and homelessness, and hardly any attention has been
paid to this topic in Spain. Previous research in this area has shown that both circumstances
are closely related and interact in complex ways over time, in connection to other factors,
both referring to the past and present time, in the final shaping of the individual’s life story.
On the basis of the data collected by the National Institute of Statistics from its latest Survey
to Homeless People, conducted in 2012, characteristics, backgrounds and life conditions of
homeless people who had and had not been in prison are compared. In support of previous
research, overall findings suggest that the fact of being an ex-prisoner adds negative value to
the already adverse situation of homelessness, since life conditions were less favourable
among individuals from the second group, who also reported coming from disadvantaged
backgrounds to a greater extent. Such results evince a need for designing and implementing
intervention strategies that are truly effective for achieving social inclusion and
employability among these groups and, particularly, the relevance of developing preventive
strategies to address the roots of both conditions.

KEYWORDS: homeless people, prison, life conditions, backgrounds, inclusion.

202
I. INTRODUCCIÓN

Aunque no existe una definición consensuada de persona sin hogar, una de las más
ampliamente extendidas y aceptadas es la propuesta por la Dra. Dragana Avramov en 1995,
cuando trabajaba como Coordinadora de Investigación del Observatorio Europeo del
Sinhogarismo203. La autora concibió como persona sin hogar “aquella que no puede acceder
a o conservar un alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal, permanente y
que le proporcione un marco estable de convivencia, ya sea por razones económicas u otras
barreras sociales, o bien porque presenta dificultades personales para llevar una vida
autónoma” (p. 71).
FEANTSA ha desarrollado más recientemente una Tipología Europea del Sinhogarismo
y la Exclusión Residencial (más conocida como ETHOS), cuya pretensión es la de
proporcionar un lenguaje común que sirva como marco de referencia transnacional para los
intercambios en esta materia (FEANTSA, 2005a). Se trata de una clasificación de diferentes
condiciones de vida que constituyen formas de sinhogarismo y exclusión residencial,
construida sobre la base de cuatro categorías principales (sin techo, sin vivienda, vivienda
insegura y vivienda inadecuada) y sus respectivas subdivisiones. En total, recoge 13
categorías operativas (FEANTSA, 2017)204. La tipología hunde sus raíces en un modelo
conceptual de hogar basado en tres dominios o esferas cuya ausencia, ya sea de forma
individual o conjunta, puede utilizarse para delimitar las situaciones de sinhogarismo: 1)
Esfera física: disponer de una vivienda o un espacio adecuados sobre los que una persona y
su familia puedan ejercer su posesión en exclusiva; 2) Esfera social: poder mantener la
privacidad y disfrutar de relaciones sociales; y 3) Esfera legal: disponer de un título legal de
ocupación (FEANTSA, 2005b).
En lo que se refiere al alcance de esta problemática, y a pesar de la falta de datos
fiables y comparables205, FEANTSA estima que, en una noche cualquiera, el número de
personas sin hogar podría alcanzar los 410.000 individuos en el marco de la Unión Europea,
calculando que alrededor de 4,1 millones de personas en Europa se encuentran expuestas al
sinhogarismo cada año por un periodo de tiempo más o menos prolongado (FEANTSA, s.f.b).
Con relación a España, diversas entidades sociales de atención a este colectivo estiman que
aproximadamente 40.000 personas se encuentran en esta situación (Marcos, 2017; Centre
d’Acollida ASSÍS, 2017). RAIS Fundación, por su parte, sitúa en 8.000 la cifra de personas que
viven y duermen cada día en la calle en nuestro país (RAIS Fundación, s.f.).
Numerosos trabajos han sido dedicados al análisis de los antecedentes y
consecuencias de la estancia en prisión en la vida de las personas presas o ex presas, en
materias tan diversas como el consumo de sustancias (entre otros, Hazel, Yoon y Hayes,

203
Organismo creado en 1992 por la Federación Europea de Asociaciones Nacionales que Trabajan con
Personas Sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés).
204
FEANTSA ha desarrollado también lo que ha bautizado como ETHOS Light, herramienta pragmática que
pretende proporcionar una definición armonizada del sinhogarismo con fines estadísticos (FEANTSA, s.f.a).
205
Como se recoge en un reciente informe, “no existen mecanismos de registro normalizados, en forma,
procedimiento y periodicidad” (Centre d’Acollida ASSÍS, 2017), sin olvidar que, más allá de los datos obtenidos
a través de los recursos públicos y privados de atención a este colectivo, resulta muy complicado cuantificar el
alcance de esta problemática. Baste considerar, por ejemplo, las dificultades en el cómputo de aquellas
personas que pernoctan en espacios públicos.

203
2017; Tangney et al., 2016; Merrall et al., 2010; Farrell y Marsden, 2007), la salud física y/o
mental (p.e., Thomas, Spittal, Heffernan, Taxman, Alatis y Kinner, 2016; Cutcher,
Degenhardt, Alati y Kinner, 2014; Kinner y Wang, 2014; Schnittker y Andrea, 2007), la
reinserción social y laboral (p.e., Rovira i Sopeña, 2016; Jacobs Valentine y Redcross, 2015;
Owens, 2009) o la reincidencia y el reingreso en prisión (p.e., Thomas, Spittal, Taxman y
Kinner, 2015), por citar algunas. Se trata de cuestiones que a menudo se entrelazan, con
frecuentes relaciones de interdependencia. Las conclusiones son, en general, poco
alentadoras para las personas que han pasado por prisión, quienes enfrentan múltiples
barreras derivadas de dicha experiencia que a menudo se suman a las que ya se
encontraban presentes en sus historias de vida.
En contraste con lo anterior, no existen demasiados estudios que aborden de forma
específica la conexión entre la estancia en prisión y el sinhogarismo, y entre ellos no se ha
hallado ninguno que haga referencia a España. Con relación a esta cuestión, se ha
encontrado que la privación de libertad a menudo se sitúa en el origen de la situación de
sinhogarismo una vez que la persona ha abandonado la prisión, especialmente en los casos
en los que concurren otras problemáticas, como patologías psiquiátricas o abuso de
sustancias (Baldry, McDonell, Maplestone y Peeters, 2006; Baldry, McDonell, Maplestone y
Peeters, 2003). Particularmente, la estancia en prisión se relaciona con el sinhogarismo
crónico, derivado entre otros factores de la reducción de oportunidades que implica el
estigma de ser un exdelincuente (Gowan, 2002; Khan, 2010; Remster, 2013). Puede ocurrir
que la persona no se vea inmersa en esta situación inmediatamente después de su puesta
en libertad, gracias, por ejemplo, a la ayuda prestada por amigos y familiares, pero sí
posteriormente, a causa de las dificultades que comporta que dicha ayuda se mantenga en
el tiempo, cuestión relacionada además con lo indicado más arriba (Remster, 2013). Se ha
identificado asimismo que una historia de sinhogarismo previa a la privación de libertad
constituye un predictor del sinhogarismo tras la liberación (Remster, 2013). Más aún, no
disponer de una vivienda puede dificultar el acceso de los internos a los beneficios
penitenciarios, como los permisos de salida (Pain y Francis, 2004), extremo que en ocasiones
se intenta paliar por medio de la colaboración entre los centros penitenciarios y los servicios
asistenciales, que a tal efecto cumplirían la función de domicilio de la persona.
Otros estudios han hallado una relación positiva entre la vivienda precaria o la
situación de sinhogarismo una vez que la persona se encuentra en libertad y la reincidencia
y/o el reingreso en prisión (de nuevo, con la frecuente concurrencia de otras circunstancias
adversas como la situación de desempleo, la carencia de apoyo social o el abuso de
sustancias), en ocasiones como forma de obtener recursos para la subsistencia ante la falta
de otras opciones206 (Khan, 2010, Baldry et al., 2006; Baldry et al., 2003). En este sentido,
algunas personas en esta situación encuentran en la institucionalización una salida del ciclo
de sinhogarismo en que se ven inmersas, llegando a evaluar la entrada en prisión como un

206
En este sentido, Khan (2010) recoge cómo un hombre sin hogar describía esta situación aludiendo a la
expresión “trampa 22”, originaria de la novela homónima de Joseph Heller, y afirma que “(…) a fin de conseguir
una vivienda adecuada, las personas están dispuestas a cometer más delitos por el beneficio de tener comida,
ropa y refugio. Para ganar dinero, uno debe tener un trabajo, pero para conseguir un trabajo uno necesita una
dirección permanente; ¿cómo puede un individuo conseguir una dirección permanente sin un trabajo o ayuda
de un servicio externo?” (traducción propia. p. 45).

204
cambio positivo en sus condiciones de vida. En palabras de Khan (2010): “En cierto modo, las
instituciones son utilizadas como refugios en lugar de como lugares de castigo o
rehabilitación” (traducción propia, p. 42).
De modo similar, algunas investigaciones se han centrado en analizar si la situación de
sin hogar podría representar un factor criminógeno, examinando la comisión de
comportamientos antisociales y delictivos entre las personas que forman parte de este
colectivo (véase, p.e., Hagan y McCarthy, 1997; Ballintyne, 1999; Pain y Francis, 2004; Willis,
2004; Anooshian, 2005; Newburn y Rock, 2006; Frederick, McCarthy y Hagan, 2013; Harding
e Irving, 2014 o Reingle et al., 2018), extremo que puede derivar en su contacto con el
sistema de justicia y su eventual ingreso en prisión. A nivel global, concluyen que la
involucración de las personas en situación de sin hogar en dichos comportamientos es
común y reiterativa, si bien en muchos casos tales conductas se encuentran relacionadas con
las condiciones de vida de estos individuos y las estrategias que emplean para su
supervivencia (p.e., hurtos en comercios o ejercicio de la mendicidad o la prostitución, etc.).
Relacionado con lo anterior, se ha encontrado asimismo una importante focalización de la
actuación policial sobre este grupo social207, en ocasiones impulsada por las demandas, por
parte de la población general, de una mayor vigilancia sobre el mismo, fundamentadas en la
percepción de sus integrantes como delincuentes reales o potenciales o, de un modo más
general y difuso, como individuos peligrosos208.
La mayoría de los trabajos reseñados hallan, además, una mayor prevalencia de
antecedentes sociales, familiares y personales desfavorables entre las personas sin hogar en
las que concurre además la involucración en comportamientos antisociales y delictivos,
como experiencias de violencia doméstica, ya sea como víctimas o testigos, abuso sexual,
abuso de sustancias por parte de la propia persona o de miembros de su familia, problemas
en la escuela o residencia en instituciones de acogida durante su infancia o adolescencia. A
su vez, muchos de ellos abordan también las experiencias de victimización de estos
individuos y su conexión con la comisión de delitos, encontrando, en consonancia con la
literatura previa (véase, p.e. la revisión de Jennings, Piquero y Reingle, 2012), relaciones
positivas entre ambas, así como, de modo general, tasas de victimización notablemente
elevadas y muy superiores a las de la población general entre quienes integran el colectivo
de personas sin hogar. Tal extremo ha sido corroborado por numerosos estudios realizados

207
Si bien excede los objetivos del presente trabajo, es importante tomar en cuenta que esta cuestión guarda
relación con lo que se ha denominado criminalización de las personas en situación de sin hogar, cuyo contacto
con la policía y el sistema de justicia puede derivarse de la infracción de los preceptos recogidos en diversas
leyes y regulaciones, como es el caso de las ordenanzas locales de convivencia, que colisionan con las
restricciones impuestas por sus específicas condiciones de vida (p.e. prohibición de ejercer la mendicidad, de
dormir, satisfacer las propias necesidades fisiológicas o consumir alcohol en lugares públicos, de buscar comida
en la basura, etc.). En ocasiones, las sanciones previstas para estas conductas alcanzan el nivel penal. En este
sentido, véanse, p.e., Melero, 2016; National Coalition for the Homeless, 2014; National Law Center on
Homelessness & Poverty, 2014; Zakim, 2014; Fernández Evangelista y Jones, 2013; National Coalition for the
Homeless y National Law Center on Homelessness & Poverty, 2010, 2006; Newburn y Rock, 2005.
208
Snow y Anderson (1993) recogen las manifestaciones de un agente de policía a este respecto: “El problema
con las personas sin hogar…no es necesariamente hasta qué punto son delincuentes, sino hasta qué punto los
ciudadanos los perciben como delincuentes. Lo que es realmente cierto y lo que los ciudadanos sienten o
temen pueden ser dos cosas diferentes” (traducción propia, p. 99).

205
tanto en nuestro país como en otros países (véanse, entre otros, Assís Centre d’Acollida,
2017; Muñoz, Cabrera y Sánchez, 2017; Centro SIIS de Documentación y Estudios, 2016;
Arrels Fundació, 2016; Cabrera, 2016; National Coalition for the Homeless, 2016; RAIS
Fundación, 2015; Newburn y Rock, 2005; Jasinski, Wesely, Mustaine y Wright, 2005; Puente
Guerrero (en prensa)). Asimismo, otros autores han encontrado que el hecho de haber
estado en prisión se relaciona con condiciones de vida más adversas entre las personas sin
hogar, en comparación con aquellas que no habían vivido esta experiencia, en lo referente a
cuestiones como el consumo de alcohol u otras sustancias o el estado de salud física y
mental, entre otras (Kushel, Hahn, Evans, Bangsberg y Moss 2005).
Finalmente, desde una perspectiva complementaria, algunos trabajos han planteado
que las características de la población penitenciaria y del colectivo de personas en situación
de sin hogar se solapan en gran medida, con similares características demográficas, elevadas
tasas de desempleo, bajo nivel educativo, bajo nivel socioeconómico y procedencia de
entornos desfavorecidos, con frecuente consumo de sustancias y presencia de patologías
psiquiátricas (Remster, 2013; Willis, 2004).
En suma, parece que la estancia en prisión y el sinhogarismo se entrelazan en diversos
grados entre sí y con otros factores como la situación de desempleo, el abuso de sustancias,
los problemas de salud física y/o mental, la falta de apoyo social, de recursos asistenciales
adecuados o la presencia de antecedentes personales y/o familiares desfavorables,
configurando de este modo una compleja red de asociaciones recíprocas e interacciones
cuya contribución conjunta deriva en la conformación final de la trayectoria vital de cada
individuo. En el marco de esta intrincada trama, para algunos individuos la situación de
sinhogarismo precede e influye en la involucración en comportamientos delictivos que en
última instancia derivan en la entrada en prisión, pudiendo reanudarse aquella una vez se
encuentran en libertad; para otros, es la vivencia de la privación de libertad y sus
implicaciones la que deriva en el sinhogarismo tras la liberación, condición que a su vez
puede precipitar la reincidencia y nuevas entradas en prisión. En cualquier caso, parece que
lo más común es encontrar complejas historias de vida en las que tales circunstancias se
suceden y combinan de forma singular a lo largo del tiempo, a la vez que conviven con otros
diversos condicionantes y experiencias propios de cada individuo, en una suerte de espiral
en la que la contribución específica de cada factor al desenlace final termina por difuminarse
(en este sentido, véase, p.e., Snow y Anderson, 1993 o Dyb, 2009).
A pesar de su trascendencia, la literatura científica ha prestado escasa atención a esta
cuestión en nuestro país. El presente trabajo pretende sentar las bases para comenzar a
cubrir esta laguna.

206
II. OBJETIVOS E HIPÓTESIS

Partiendo de la premisa apuntada más arriba acerca de la notable complejidad del


tema objeto de estudio, los objetivos del presente trabajo se dirigen a examinar dos
cuestiones diferentes, aunque relacionadas. En primer lugar, se pretende comparar las
características y antecedentes de las personas en situación de sin hogar que han estado en
prisión con los de aquellas que no lo han estado, tratando así de analizar si aquellos casos en
los que la persona cuenta con antecedentes personales y familiares desfavorables derivan en
historias de vida también más desfavorables, juzgando como tales la concurrencia de la
situación de sinhogarismo y la estancia en prisión. Un segundo objetivo se concreta en el
análisis del potencial impacto de la privación de libertad en las condiciones de vida de estas
personas en el momento de responder a la encuesta, bajo la consideración de que dicha
experiencia puede suponer un factor negativo añadido a las ya de por sí adversas
circunstancias de vida de las personas sin hogar. Se trata de cuestiones que, como ya se ha
indicado, no han sido abordadas hasta el momento por las investigaciones realizadas en
nuestro país.
De este modo, en la línea de los hallazgos de estudios previos desarrollados en otros
países, se predice, en primer lugar, que aquellas personas en situación de sin hogar que
además refieran haber estado en prisión presentarán antecedentes personales y familiares
más desfavorables, en comparación con quienes indiquen no haber sido privados de
libertad. En segundo lugar, se espera encontrar asimismo unas condiciones de vida más
negativas entre las personas que integran el primer grupo.

III. METODOLOGÍA

1. Muestra

La muestra sobre la que se basó el estudio original integró a un total de 3.433 personas
de 18 años o más que en la semana anterior a la de la entrevista habían sido usuarias de
algún centro asistencial de alojamiento y/o restauración y habían dormido al menos una vez
en alguno de los siguientes alojamientos ubicados en municipios de más de 20.000
habitantes a nivel nacional: albergue, residencia, centro de acogida, centros de acogida a
mujeres maltratadas, centros de ayuda al refugiado, centros para demandantes de asilo,
piso facilitado por una administración pública, una ONG u organismo, piso ocupado, pensión
pagada por una administración pública, una ONG u organismo, espacio público (estación de
ferrocarril, autobuses metro, aparcamiento, jardín público, descampado, etc.) o alojamiento
de fortuna (espacio de un inmueble no previsto para su uso como dormitorio, como el hall
de un inmueble, una cueva o un coche). Las encuestas fueron realizadas entre el 13 de
febrero y el 25 de marzo de 2012209.
Para la realización del presente trabajo, la muestra se ha restringido a aquellas
personas que refirieron encontrarse sin hogar desde hacía al menos un mes. Una vez
aplicado este criterio, la muestra quedó integrada por un total de 3.304 personas.

209
El lector interesado podrá encontrar toda la información metodológica sobre el estudio original en INE,
2012a, así como acceder al cuestionario en INE, 2012b.

207
2. Procedimiento

Los datos recopilados por medio de la encuesta han sido sometidos a análisis
estadístico a través del paquete estadístico IBM® SPSS Statistics®, versión 24. Aplicando la
prueba chi-cuadrado (X2) de Pearson para el caso de variables cualitativas y la prueba t de
Student para variables cuantitativas, se ha examinado el posible impacto diferencial de la
estancia en prisión sobre las condiciones de vida de la persona en el momento de responder
a la encuesta, así como las características demográficas y los antecedentes personales y
familiares de ambos grupos. Se han calculado asimismo diversas medidas de asociación: para
las variables cualitativas, el coeficiente V de Cramer y las medidas Lambda (λ) y Tau (τ) de
Goodman y Kruskal210; para las variables cuantitativas, el estadístico Eta (η)211.
Para todas las variables estudiadas, se han excluido del análisis aquellos casos en los
que la respuesta fue “no sabe/no recuerda”, motivo por el cual el tamaño total de la
muestra se reduce sensiblemente para determinadas variables.

3. Variables

3.1. Variable de estudio: estancia en prisión (pregunta 135: “¿Ha estado en


prisión?”).

Originalmente, se trataba de una variable nominal politómica con tres opciones de


respuesta: “no”, “sí, cumpliendo condena” o “sí, esperando a ser juzgado/a”, que a efectos
del análisis se ha transformado en dicotómica agrupando en la misma categoría (“sí” -código
1-) las dos últimas opciones de respuesta, quedando las respuestas negativas codificadas
como 0. El presente estudio se dirige a analizar las diferencias entre aquellas personas que
refirieron haber estado en prisión y quienes respondieron negativamente a esta pregunta.
Se considera como variable dependiente en cuanto a su relación con algunas de las variables
estudiadas, como es el caso de la mayor parte de las relativas a los antecedentes de la
persona (p.e., estancia en prisión de los progenitores antes de los 18 años o internamiento
en un centro de menores), y podría concebirse como independiente con relación a otras,
como algunas de las condiciones de vida del individuo en el momento de responder a la
encuesta. Sin embargo, es importante aclarar que no es posible determinar en todos los
casos y de forma inequívoca la direccionalidad de la relación entre las variables, al no
disponer de un encuadre temporal preciso ni información lo suficientemente detallada212.

210
Esta última es una medida de asociación asimétrica, motivo por el que no ha sido calculada en todos los
casos, pues con la información disponible no es posible establecer de un modo inequívoco la dirección de la
relación entre la estancia o no en prisión de la persona y algunas de las variables examinadas.
211
A excepción de la variable “porcentaje de discapacidad”, ya que en este caso tampoco es posible establecer
de forma objetiva la dirección de la relación entre dicha variable y la estancia o no en prisión, siendo Eta un
estadístico asimétrico.
212
En este sentido, y a efectos del análisis de los datos, se ha utilizado la medida Lambda asimétrica (λ a) en
aquellos casos en los que se puede considerar la variable de estudio (la estancia o no en prisión de la persona)
como variable dependiente (esto es, con relación a las variables sexo, nacionalidad, lugar de residencia
principal antes de los 18 años, problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona antes de los 18
años, estancia en prisión de alguno de los progenitores antes de los 18 años, experiencia de violencia familiar
antes de los 18 años e internamiento en un centro de menores) o, con los matices oportunos, como variable

208
De este modo, las conclusiones extraídas del análisis sólo pueden ser tentativas, requiriendo
de un examen más minucioso que tome en cuenta, entre otros aspectos, la dimensión
temporal.

3.2. Variables sociodemográficas

1. Sexo (pregunta 3): variable nominal dicotómica: hombre (1) o mujer (0).
2. Edad (pregunta 4: “Fecha de nacimiento”). A partir de la respuesta se determinó la edad
de las personas encuestadas, que fue registrada como variable de razón.
3. Nacionalidad (pregunta 5: “¿Qué nacionalidad tiene?”). En la encuesta se recogía como
una variable nominal con tres opciones de respuesta: española, extranjera o ambas. A
efectos del análisis estadístico, esta variable ha sido dicotomizada como española (1) o
extranjera (0), excluyendo la categoría “ambas”, opción seleccionada por tan sólo el 1,5%
del total de la muestra.
4. Edad fin de estudios (pregunta 86: “¿A qué edad terminó sus estudios o abandonó la
escuela?”). Variable de razón, que a efectos del presente estudio ha sido considerada
como un indicador del nivel educativo de la persona.
5. Estado civil (pregunta 7: “¿Cuál es su situación actual?”): variable nominal politómica.
Las diferentes opciones de respuesta (soltero/a, casado/a, pareja de hecho, viudo/a,
separado/a legalmente, separado/a de hecho y divorciado/a) han sido agrupadas en
cuatro categorías: soltero/a (1), casado/a o pareja de hecho (2), separado/a o
divorciado/a (3) y viudo/a (4).
6. Situación laboral (pregunta 63: “En relación con el trabajo, ¿cuál era su situación en la
última semana?). Variable nominal politómica, cuyas opciones de respuesta han sido
agrupadas en cuatro categorías: “con trabajo” (1), “parado/a” (2), “jubilado/a, retirado/a
o en situación de invalidez” (3) y “otras” (4), que incluye las categorías originales de
“refugiado/a” y “otras (especificar)”.
7. Tiempo buscando trabajo (pregunta 73: “¿Desde cuándo está usted buscando
trabajo?”). Esta pregunta sólo fue formulada a aquellas personas que respondieron
afirmativamente a la pregunta 71: “¿Ha realizado alguna gestión para buscar trabajo
durante la última semana?”. Se trata de una variable nominal politómica con cuatro
opciones de respuesta: “menos de 6 meses” (1), “entre 6 y 12 meses” (2), “entre 1 y 3
años” (3) y “más de 3 años” (4).

independiente (en lo que se refiere a la situación laboral de la persona durante la semana anterior a la
participación en el estudio, si consideraba que tenía algún/a amigo/a con quien podía contar en caso de
necesidad o apuro, si había estado en contacto con sus familiares a lo largo del mes anterior, su estado de
salud percibido, la frecuencia de consumo de alcohol y la conducta de juego en el momento de responder a la
encuesta, el consumo de drogas durante el mes previo y el lugar de pernocta durante la semana anterior). Para
estas variables se ha calculado también la medida Tau de Goodman y Kruskal asimétrica (τ). En lo que se refiere
al resto de variables, puesto que no es posible determinar con objetividad la direccionalidad de la relación
planteada, se ha optado por utilizar la medida Lambda simétrica (λ s), promedio ponderado de las dos versiones
asimétricas posibles (García Ferrando y Escobar Mercado, 2017; Weisburd y Britt, 2014; Argyrous, 2005;
Aguilera del Pino, 2001).

209
8. Ingresos totales en el último mes (pregunta 79: “En el último mes, si se suman todos sus
ingresos, ¿cuánto ha percibido en total, más o menos?”). Variable de razón, considerada
como un indicador del nivel económico de la persona.

3.3. Antecedentes personales y familiares

1. Lugar principal de residencia antes de los 18 años (pregunta 115: “Hasta que cumplió 18
años, vivió la mayor parte del tiempo…”). Variable nominal politómica cuyas opciones de
respuesta han sido agrupadas en 3 categorías: “con familiares” (1, incluyendo las
categorías originales “con su familia (padres, hermanos)”, “con su madre”, “con su
padre”, “con sus abuelos” y “con otros familiares”), “con otras personas no familiares”
(2) y “en una institución de acogida” (3).
2. Problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona antes de los 18 años
(pregunta 116.8: “Antes de los 18 años, ¿se dio alguna de las situaciones siguientes en su
familia?”. Ítem 8: “Problemas de alcoholismo en la familia o de usted mismo”). Variable
nominal dicotómica: sí (1) o no (0).
3. Estancia en prisión de alguno de los progenitores antes de los 18 años (pregunta 116.9:
“Antes de los 18 años, ¿se dio alguna de las situaciones siguientes en su familia?”. Ítem
9: “Alguno de sus padres estuvo en prisión”. Variable nominal dicotómica: sí (1) o no (0).
4. Experiencia de violencia familiar antes de los 18 años (pregunta 116.7: “Antes de los 18
años, ¿se dio alguna de las situaciones siguientes en su familia?”. Ítem 7: “Problemas de
violencia en la familia”). Variable nominal dicotómica: sí (1) o no (0).
5. Internamiento previo en un centro de menores (pregunta 134: “¿Ha estado en un
centro de internamiento de menores?”). Variable ordinal con tres opciones de respuesta:
“no” (0), “sí, una sola vez” (1) o “sí, más de una vez” (2).
6. Denuncia previa (pregunta 130: “¿Ha sido usted denunciado/a?”). Variable ordinal con
tres opciones de respuesta: “no” (0), “sí, una sola vez” (1) o “sí, varias veces” (2).
7. Detención en dependencias policiales (pregunta 131: “¿Ha sido usted detenido/a en
dependencias policiales?”). Variable ordinal con tres opciones de respuesta: “no” (0), “sí,
una vez” (1) o “sí, varias veces” (2).
8. Trabajo de más de 6 meses a lo largo de la vida (pregunta 62: “A lo largo de su vida, ¿ha
tenido en alguna ocasión un trabajo de más de 6 meses?”). Variable nominal dicotómica:
sí (1) o no (0).

3.4. Condiciones de vida

1. Amigos/as con quien poder contar en caso de necesidad (pregunta 113: “En este
momento, ¿tiene usted algún amigo/a con el que está seguro de poder contar en caso de
apuro o necesidad?”). Variable nominal dicotómica: sí (1) o no (0).
2. Contacto con familiares en el último año (pregunta 114: “En su situación, ¿ha tenido
contacto, incluso por teléfono o por carta, con algún miembro de su familia que no viva
con usted?). Originalmente, la pregunta recogía 6 opciones de respuesta no mutuamente
excluyentes (cónyuge o pareja, padre, madre, hijos, hermanos y otros familiares) que la
210
persona encuestada podía seleccionar para una de tres categorías: en el último mes, en
el último año o sin contacto. A efectos del análisis, la variable ha sido dicotomizada,
considerando como respuesta afirmativa los casos en los que la persona ha seleccionado
al menos una de las 6 opciones de respuesta para las categorías “en el último mes” o “en
el último año”, y como respuesta negativa los casos en los que la persona ha indicado
“sin contacto” en todas las opciones de respuesta.
3. Contacto con familiares en el último mes (pregunta 114). Siguiendo un procedimiento
similar al indicado con respecto a la variable anterior, la variable ha sido dicotomizada,
siendo las opciones de respuesta sí (1, correspondiente a los casos en los que la persona
ha seleccionado al menos una de las 6 posibilidades indicadas para la categoría “en el
último mes”) o no (0, en aquellos casos en que la respuesta fue “en el último año” o “sin
contacto” para todas las alternativas).
4. Tiempo en situación de sin hogar (pregunta 57: “¿Cuánto tiempo lleva usted viviendo sin
un alojamiento que pueda considerar propio?”). En la encuesta se recogía como una
variable ordinal con cinco categorías de respuesta, de entre las cuales sólo se han
considerado las cuatro últimas: entre 1 y 6 meses (2), de 6 a 12 meses (3), entre 1 y 3
años (4) y más de 3 años (5), excluyendo de este modo, como ya se ha indicado, la
categoría “menos de 1 mes” (1).
5. Estado de salud percibido (pregunta 89: “Actualmente, ¿cómo es su estado de salud?”).
Variable ordinal con cinco opciones de respuesta en una escala tipo Likert: muy bueno
(1), bueno (2), regular (3), malo (4) o muy malo (5).
6. Enfermedad grave o crónica (pregunta 93: “¿Le ha dicho un médico que tiene usted
alguna enfermedad grave o crónica?”). Variable nominal dicotómica: sí (1) o no (0).
7. Situación de discapacidad (pregunta 98: “¿Tiene usted reconocida alguna
discapacidad?”). Variable nominal dicotómica: sí (1) o no (0).
8. Porcentaje de discapacidad (pregunta 99: “¿en qué porcentaje?”; pregunta sólo
formulada a quienes respondieron afirmativamente a la pregunta 98). Variable nominal
dicotómica: sí (1) o no (0).
9. Consumo de bebidas alcohólicas (pregunta 102: “En relación al consumo de bebidas que
contengan alcohol, ¿podría decirme con qué frecuencia y
qué tipo de bebidas alcohólicas consume usted habitualmente?”). La pregunta original
distinguía entre bebidas de baja y alta graduación (subapartados 1 y 2, respectivamente),
considerando para ambos casos la frecuencia de consumo dividida en 8 categorías desde
“menos de una vez al año” hasta “diariamente”. A efectos del análisis, se han agrupado
ambos tipos de bebidas en una variable ordinal general de consumo de bebidas
alcohólicas (ya sean de baja graduación, alta graduación o ambas), con dos niveles en
función de la frecuencia de consumo indicada por la persona: “cuatro o más días a la
semana” (1, agrupando las categorías originales “de 4 a 6 días a la semana” y
“diariamente”) y “con menor frecuencia” (0, resultado de la agrupación de las categorías
“de 2 a 3 días a la semana”, “1 día a la semana”, “1 día cada dos semanas”, “1 día al
mes”, “menos de 1 día al mes” y “menos de una vez al año”).

211
10. Consumo de drogas en el último mes (pregunta 106: “En el último mes, ¿ha consumido
alguna de las siguientes drogas?”). Variable nominal dicotómica. La pregunta original
recogía cuatro tipos de drogas (porros de marihuana o hachís, cocaína, heroína y otras),
para cada una de las cuales la persona debía responder “sí” o “no”. A efectos del análisis,
se ha considerado como “sí” (1) cuando la persona respondió “sí” en al menos una de las
categorías, y “no” (0) cuando la persona respondió “no” en todas.
11. Conducta de juego (pregunta 107: “Algunas personas tienen costumbre de jugar a la
lotería, quinielas, cupón de la ONCE o máquinas tragaperras, ¿suele usted gastar algo de
dinero en este tipo de juegos?”). Variable nominal dicotómica. Se preguntaba a la
persona si solía gastar dinero en juegos como la lotería, quinielas, cupón de la ONCE o
máquinas tragaperras. Las respuestas han sido recodificadas como “sí” (1) o “no” (0).
12. Lugar de pernocta (pregunta 6: “¿Dónde tiene usted previsto dormir esta noche?”).
variable nominal politómica. Las opciones de respuesta recogidas en la encuesta original
han sido agrupadas en 3 niveles:
a. Pernocta en espacios públicos (estación de ferrocarril, estación de autobuses,
metro, aparcamiento, jardín público, descampado, etc.213) o alojamientos de
fortuna (espacios de un inmueble no previstos para su uso como dormitorio, como
el hall de un inmueble, una cueva o un coche), todos ellos lugares no previstos para
el alojamiento. Se corresponden con las tipologías codificadas originalmente como
41 y 42, respectivamente, que a efectos del presente estudio han sido codificadas
como 1.
b. Pernocta en alojamientos colectivos (albergues, residencias o centros de acogida,
centros de acogida a mujeres maltratadas, centros de ayuda al refugiado y para
demandantes de asilo). Se trata de las tipologías 11, 12 y 13 de la encuesta, a las que
se ha asignado el código 2.
c. Pisos, casas, pensiones u hostales, ya se trate de inmuebles ocupados, facilitados o
pagados por una administración pública, ONG u organismo, costeados por la propia
persona o bien el domicilio de un/a amigo/a o familiar. Pertenecen a las tipologías
21, 23, 25, 31 y 32 de la encuesta original, y han sido codificados como 3.
A efectos del análisis de esta variable, únicamente se han tenido en cuenta aquellos
casos en los que la persona manifestó pernoctar en el lugar indicado todas las noches
(pregunta 7, opción de respuesta 1), a fin de asegurar que la respuesta fuese representativa
del lugar donde la persona pasaba la noche de forma habitual.

13. Discriminación percibida (pregunta 126: “Desde que se encuentra usted viviendo sin
hogar, ¿se ha sentido usted discriminado/a por este motivo? (No se le ha permitido
hacer algo, se le ha molestado o se le ha hecho sentir inferior)”). Variable ordinal.
Opciones de respuesta: nunca (1), algunas veces (2), muchas veces (3) y constantemente
(4).

213
Cabrera y Rubio (2008) incluyen también en esta categoría los cajeros de los bancos.

212
14. Experiencia de victimización a lo largo de su historia de sinhogarismo (pregunta 127:
“Desde que se encuentra usted viviendo sin hogar, ¿ha sido víctima de algún delito o
agresión?). Se trata de una pregunta de respuesta múltiple que incluía seis ítems
correspondientes a diferentes tipologías delictivas no mutuamente excluyentes
(agresiones, robo de dinero, pertenencias o documentación, agresiones sexuales, timos,
insultos o amenazas u otros), cuyas opciones de respuesta eran “sí” o “no”. A efectos del
análisis, se ha transformado esta variable en dicotómica (experiencia de victimización/no
experiencia de victimización) a partir de la consideración de aquellas personas que
refirieron “sí” en al menos una de las subcategorías (codificado como 1), frente a
aquellas que indicaron “no” en todas (0).

IV. RESULTADOS

Como puede observarse en la tabla 1, a nivel global, entre las personas que formaron
parte de la muestra la mayoría eran hombres, personas de mediana edad (𝑋̅=41,4 años), que
finalizaron sus estudios a una edad relativamente temprana (media en torno a los 16 años),
y con una proporción similar de personas españolas y extranjeras. Se trataba de individuos
mayoritariamente solteros, principalmente en situación de desempleo, con un nivel medio
de ingresos en el último mes notablemente bajo. Entre quienes refirieron encontrarse
buscando trabajo, lo más común fue que ello ocurriese desde hacía largo tiempo, e incluso
más del 22% de la muestra indicó no haber tenido nunca un trabajo de más de seis meses.
Por otra parte, la mayoría de estas personas indicaron llevar mucho tiempo en situación de
sin hogar: más del 44% afirmó encontrarse en esta situación desde hacía más de 3 años.
Una importante proporción de quienes conformaron la muestra contaba con
antecedentes personales y familiares desfavorables: casi el 21% de las personas encuestadas
refirieron haber vivido problemas de alcoholismo en la familia o de ellas mismas antes de
cumplir los 18 años, el 18% relataron experiencias de violencia familiar durante el mismo
periodo, y en casi el 5% de los casos su lugar principal de residencia antes de alcanzar la
mayoría de edad había sido una institución de acogida, con un porcentaje similar de
personas cuyos progenitores habían estado en prisión durante su infancia o adolescencia.
Asimismo, casi el 37% de los participantes en el estudio indicaron haber sido detenidos en
dependencias policiales en al menos una ocasión, si bien no se dispone de información
detallada acerca del momento o momentos en que ello tuvo lugar o qué circunstancias lo
motivaron. De igual modo, más del 29% de las personas que integraron la muestra indicaron
haber sido denunciadas en al menos una ocasión, y entre ellas, más de la mitad (casi un 15%
del total) refirieron que ello había ocurrido más de una vez. Sin embargo, una vez más, se
desconocen los detalles y, por ende, si se trató de denuncias a nivel penal, contencioso-
administrativo, civil o social, o si ello tuvo lugar con carácter previo o una vez la persona se
encontraba en situación de sin hogar.
En tercer lugar, el apoyo social era en general escaso entre estas personas. Casi un
60% de la muestra afirmó no tener ningún amigo/a con quien estuviesen seguros de poder
contar en caso de necesidad o apuro, y un 20% manifestó no haber tenido contacto con
familiares con los que no conviviese, en su caso, durante el año anterior, dato que ascendió
al 32% con relación al mes previo. En lo que se refiere a su estado de salud, una gran
proporción de los individuos lo percibía como negativo, y más del 30% afirmó sufrir una

213
enfermedad grave o crónica. De igual modo, en torno al 15% de las personas encuestadas
indicó tener reconocida alguna discapacidad, siendo el porcentaje medio de discapacidad de
aproximadamente el 58%.
Por otra parte, si bien el consumo de bebidas alcohólicas, drogas y la conducta de
juego fueron globalmente bajos, casi el 9% de la muestra indicó consumir alcohol 4 o más
días a la semana, alrededor del 13% afirmó haber consumido drogas durante el mes anterior
y cerca del 20% admitió jugar con frecuencia a juegos de azar. De nuevo, no es posible
conocer si estas conductas comenzaron antes o con posterioridad al inicio de la situación de
sinhogarismo, pudiendo tratarse de circunstancias que se sitúen en el origen de dicha
situación y/o estrategias de la persona para sobrellevarla, siendo también posible que
guarden relación con la concurrencia de otras problemáticas y/o que hayan sufrido
transformaciones a lo largo del tiempo. Con respecto al lugar de pernocta, aunque la mayor
parte de las personas encuestadas afirmó dormir habitualmente en lugares destinados al
alojamiento, principalmente alojamientos colectivos, resulta destacable que más del 12%
refirieron pasar la noche en espacios públicos u otros lugares no previstos para ser utilizados
como dormitorio.
Es importante señalar que casi la mitad de las personas entrevistadas afirmaron haber
sufrido al menos una experiencia de victimización a lo largo de su historia de sinhogarismo, y
más del 47% indicaron haberse sentido discriminadas en alguna ocasión con motivo de su
situación, algo que en casi el 7% de los casos ocurría de forma constante. Finalmente,
alrededor del 16% (527) del total de personas sin hogar que participaron en el estudio
refirieron haber estado en prisión en alguna ocasión, frente al 84% (2.777) que respondieron
negativamente.

214
Tabla 1. Principales estadísticos descriptivos de la muestra

Desviación
N Media Moda Típica Mínimo Máximo
Estancia previa en prisión 3304 0,16 0 0,366 0 1
Sexo 3304 0,78 1 0,411 0 1
Edad 3304 41,36 44 13,903 18 93
Nacionalidad 3257 0,50 0 0,500 0 1
Edad de finalización de los estudios 3159 16,32 14 4,997 6 55
Estado civil 3304 1 1 4
Situación laboral 3304 2 1 4
Tiempo buscando trabajo 1232 2,52 3 1,016 1 4
Ingresos totales en el último mes 3289 212,88 0 247,552 0 3000
Lugar de residencia principal antes de los 18 3304 1 1 3
años
Problemas de alcoholismo en la familia o de la 3304 0,21 0 0,407 0 1
propia persona antes de los 18 años
Prisión de alguno de los progenitores antes de 3304 0,05 0 0,213 0 1
los 18 años
Experiencia de violencia familiar antes de los 18 3304 0,18 0 0,384 0 1
años
Denuncia previa 3304 0,44 0 0,736 0 2
Internamiento previo en centro de menores 3304 0,04 0 0,259 0 2
Detención en dependencias policiales 3304 0,56 0 0,796 0 2
Trabajo de más de 6 meses a lo largo de la vida 3304 0,78 1 0,415 0 1
Existencia de amigo/a con quien considera 3304 0,41 0 0,492 0 1
poder contar en caso de necesidad o apuro
Contacto con familiares en el último año 3304 0,80 1 0,397 0 1
Contacto con familiares en el último mes 3304 0,68 1 0,468 0 1
Tiempo en situación de sin hogar 3304 3,99 5 1,102 2 5
Estado de salud percibido 3304 2,35 2 0,982 1 5
Enfermedad grave o crónica 3304 0,30 0 0,459 0 1
Situación de discapacidad 3304 0,15 0 0,360 0 1
Porcentaje de discapacidad 505 58,18 65 18,075 1 100
Consumo de bebidas alcohólicas 3304 0,12 0 0,320 0 1
Consumo de drogas en el último mes 3304 0,13 0 0,333 0 1
¿Suele gastar dinero en jugar a la lotería,
quinielas, cupón de la ONCE o máquinas
tragaperras? 3304 0,20 0 0,397 0 1
Lugar de pernocta 3284 2 1 3
Discriminación percibida 3304 1,75 1 0,939 1 4
Experiencia de victimización a lo largo de su
historia de sinhogarismo 3304 0,49 0 0,500 0 1

215
Una vez descritas las características generales de la muestra, pasaremos a analizar las
diferencias entre los dos grupos establecidos con base en la variable “estancia en prisión” en
relación con el resto de las variables examinadas, que a efectos expositivos y tomando como
referencia los objetivos planteados han sido agrupadas en tres secciones: variables
sociodemográficas, antecedentes personales y familiares y condiciones de vida.

1. Variables sociodemográficas

La tabla 2 recoge la relación entre las variables sociodemográficas consideradas y la


variable de estudio. Como puede observarse, entre quienes refirieron haber estado en
prisión existió una mayor proporción de hombres, personas de mayor edad (edad media en
torno a 45 años frente a aproximadamente 41), de nacionalidad española e individuos que
finalizaron sus estudios a una edad más temprana. Las personas casadas o con pareja de
hecho se encontraron sobrerrepresentadas entre quienes no habían estado en prisión,
siendo más común que aquellos individuos que habían estado privados de libertad
estuviesen separados o divorciados, sin que se hallasen disparidades en el resto de las
categorías con base en el análisis de los residuos estandarizados corregidos (REC)214. Las
diferencias entre los dos grupos estudiados fueron estadísticamente significativas en todos
los casos, si bien las asociaciones halladas resultaron más bien débiles, destacando en
magnitud la variable nacionalidad215.

214
Como recoge Sánchez Carrión (1999, p. 344), los residuos estandarizados corregidos se interpretan como
cualquier valor de una variable estandarizada en una distribución normal, de modo que valores superiores a
±1.96 evidencian relaciones estadísticamente significativas al diferir de 0 con una probabilidad superior a 0,95.
A mayor valor absoluto del residuo, mayor será la relación entre cada pareja de categorías. De igual modo, el
signo del residuo se corresponde con la dirección de la relación, positiva o negativa.
215
Para la interpretación del estadístico V de Cramer, cuyo valor oscila entre 0 -en el caso de que no exista
asociación entre las variables- y 1 -si se da una asociación perfecta entre ambas- (García Ferrando y Escobar
Mercado, 2017; Aguilera del Pino, 2001) se ha seguido el criterio de Cohen (1988, pp. 223-227; sugerido
también por Weisburd y Britt (2014), pp. 356-358, y Ellis (2010), p. 41), según el cual un valor igual o superior a
0,10 e inferior a 0,30 se considera indicativo de una relación débil, un valor igual o mayor que 0,30 y menor que
0,50 apunta a una relación moderada, y un valor igual o superior a 0,50 indicaría la existencia de una relación
fuerte entre las variables consideradas. En todo caso, ante las dificultades en la interpretación directa de este
coeficiente y frente a sus limitaciones (Aguilera del Pino, 2001; Reynolds, 1984; Sánchez Carrión, 1999) se ha
optado por incluir también en el análisis la medida Lambda de Goodman y Kruskal (λ), que calcula la reducción
proporcional en el error de predicción cuando se tiene en cuenta la información que proporcionan las variables
analizadas, estableciendo como base de comparación el caso en que dicho conocimiento no se toma en
consideración. Su valor oscila entre 0 -cuando no existe asociación entre las dos variables- y 1 -si existe una
asociación perfecta entre las variables- (García Ferrando y Escobar Mercado, 2017; Aguilera del Pino, 2001;
Reynolds, 1984). No obstante, es preciso mencionar una importante limitación de esta medida: al calcularse
tomando como referencia la moda, si la categoría modal de una variable es la misma para todas las categorías
de la otra, esto es, si las frecuencias mayores se encuentran en una misma fila o columna, Lambda tendrá
siempre un valor de 0, sin que ello implique necesariamente que no exista asociación entre las variables
(Weisburd y Britt, 2014; Aguilera del Pino, 2001; Sánchez Carrión, 1999). En estos casos, no se tendrá en cuenta
esta medida, recurriendo a la interpretación del resto de coeficientes calculados, de los residuos
estandarizados corregidos y al análisis de las tablas de contingencia correspondientes (Argyrous, 2005). En este
sentido, y como complemento de la medida Lambda, en los casos en los que ello ha resultado posible se ha
incluido también la medida Tau de Goodman y Kruskal (τ), cuya interpretación es equivalente a la de Lambda
(Weisburd y Britt, 2014; Aguilera del Pino, 2001).

216
Se hallaron asimismo diferencias significativas en cuanto a la situación laboral de
ambos grupos, existiendo una mayor representación de personas jubiladas, retiradas o en
situación de invalidez entre los ex presos. El análisis de los REC no reveló, sin embargo,
diferencias entre las categorías “con trabajo” y “parado/a”. También existían diferencias con
relación al tiempo que la persona refirió llevar buscando trabajo, si bien únicamente para el
caso de la categoría “hace más de tres años”, seleccionada en mayor medida por las
personas que habían estado en prisión. Resulta destacable que los ingresos medios totales
durante el mes anterior fueron significativamente mayores entre los ex presos, extremo que
podría estar relacionado con las diferencias en cuanto a la situación laboral descritas, si bien
una vez más la magnitud de la asociación fue baja216.

Tabla 2. Características sociodemográficas en función de la estancia o no en prisión


No estancia previa Estancia previa en
en prisión prisión Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
2120 (81,8%) 473 (18,2%) X2[1b]=47,178; p=,000
Hombre
[-6,9] [6,9] V de Cramer=,119; p=,000
Sexo
657 (92,4%) 54 (7,6%) λa=,000, E.Tc.=,000
Mujer
[6,9] [-6,9] τ=,014, E.T.=,003; p=,000
45,03 (10,253) t[966,993]=-8,357; p=,000
Edad media (DTd) 40,66 (14,388)
η=,256e
1225 (75,3%) 401 (24,7%) X2[1]=178,329; p=,000
Española
[-13,4] [13,4] V de Cramer=,234; p=,000
Nacionalidad
1509 (92,5%) 122 (7,5%) λa=,000, E.T.=,000
Extranjera
[13,4] [-13,4] τe=,055, E.T.=,007; p=,000
15,6 (4,517) t[775,266]=3,831; p=,000
Edad media fin de estudios (DT) 16,46 (5,073)
η=,183e
1555 (85,0%) 274 (15,0%)
Soltero/a
[1,7] [-1,7]
445 (89,0%) 55 (11,0%)
Casado/a o en pareja X2[3]=24,261; p=,000
[3,3] [-3,3]
Estado civil V de Cramer=,086; p=,000
Separado/a o 686 (79,8%) 174 (20,2%)
λs=,000, E.T.=,000
divorciado/a [-4,0] [4,0]
91 (79,1%) 24 (20,9%)
Viudo/a
[-1,5] [1,5]
Con trabajo 104 (85,2%) [0,4] 18 (14,8%) [-0,4]
Parado/a 2077 (84,0%) [-0,1] 395 (16,0%) [0,1] X2[3]=44,185; p=,000
Situación Jubilado/a, retirado/a V de Cramer=,116; p=,000
laboral o en situación de 285 (75,4%) [-4,9] 93 (24,6%) [4,9] λaf=,000, E.T.=,000
invalidez τf=,003, E.T.=,001; p=,000
21 (6,3%)
Otras 311 (93,7%) [5,1]
[-5,1]

216
El coeficiente asimétrico Eta calcula la correlación entre una variable categórica y una variable de de
intervalo o de razón. Su valor oscila entre 0 y 1. Seguiremos aquí el criterio orientativo propuesto por Cohen
(1988, pp. 285-288; sugerido asimismo por Weisburd y Britt (2014), p. 331), que plantea que un valor de este
coeficiente inferior a 0,243 apuntaría a un tamaño del efecto bajo, un valor igual o superior a 0,243 e inferior a
0,371 sería indicativo de un tamaño del efecto moderado, y un valor igual o superior a esta última cifra
reflejaría un tamaño del efecto grande.

217
No estancia previa Estancia previa en
en prisión prisión Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
Hace menos de 6
227 (84,7%) [0,2] 41 (15,3%) [-0,2]
Tiempo meses X2[3]=8,089; p=,044 V de
buscando Entre 6 y 12 meses 235 (87,7%) [1,7] 33 (12,3%) [-1,7] Cramer=,081; p=,044
trabajo Entre 1 y 3 años 410 (84,9%) [0,4] 73 (15,1%) [-0,4] λs=,000, E.T.=,000
Hace más de 3 años 167 (78,4%) [-2,6] 46 (21,6%) [2,6]
Ingresos medios totales en el último t[3287]= -7,55; p=,000
198,80 (244,889) 287,03 (248,512)
mes (DT) η=,131f
Nota: los porcentajes han sido calculados tomando como referencia las filas.
a
Residuos estandarizados corregidos; b Grados de libertad; c Error típico; d Desviación típica
e
Estancia en prisión como variable dependiente; f Estancia en prisión como variable independiente

2. Antecedentes personales y familiares

Con relación a los antecedentes de la persona, no se encontraron diferencias


significativas entre los dos grupos en cuanto al lugar de residencia antes de los 18 años. Por
el contrario, quienes refirieron haber estado en prisión tenían en mayor medida una historia
de problemas de alcoholismo en la familia o de ellos mismos, de estancia en prisión de
alguno de sus progenitores y de violencia familiar antes de los 18 años, si bien las
asociaciones fueron débiles en los tres casos.
Por otra parte, como resultaba esperable, el internamiento previo en un centro de
menores se configuró como importante predictor de la estancia en prisión posterior, siendo
la asociación entre ambas variables moderada. Tampoco resulta sorprendente que se hallase
una fuerte y significativa relación entre la detención en dependencias policiales y la estancia
en prisión, especialmente cuando la detención se había producido en más de una ocasión. Lo
mismo ocurrió en cuanto a si la persona había sido previamente denunciada,
fundamentalmente en los casos en que ello ocurrió más de una vez, si bien como ya se ha
indicado se desconocen los detalles, pudiendo ocurrir que estas denuncias estuviesen
relacionadas, además de con la posterior condena a prisión, con la comisión de otro tipo de
infracciones, ya fuesen o no de carácter penal (p.e., infracciones de los preceptos recogidos
en las ordenanzas locales de convivencia o impago de deudas, entre otras posibilidades).
Finalmente, y aunque la asociación encontrada fue débil, parece que las personas que
habían estado en prisión también refirieron en mayor medida haber tenido al menos un
trabajo de duración superior a seis meses a lo largo de su vida, si bien se desconoce si esto
ocurrió antes, durante y/o con posterioridad a su estancia en prisión o a la situación de
sinhogarismo.

218
Tabla 3. Antecedentes personales y familiares en función de la estancia o no en prisión

No estancia Estancia
previa en previa en Estadísticos
prisión prisión
n (%) [RECa] n (%) [REC]
2580 (84,3%) 479 (15,7%)
Con familiares [1,6] [-1,6] X2[2b]=3,124; p=,210
Con otras personas 72 (78,3%) 20 (21,7%) V de Cramer=,031; p=,210
Lugar de residencia principal no familiares [-1,5] [1,5] λac=,000, E.T.d=,000
antes de los 18 años En una institución de 125 (81,7%) 28 (18,3%) τc=,001, E.T.=,001; p=,210
acogida [-0,8] [0,8]
2269 (86,8%) 345 (13,2%) X2[1]=70,721; p=,000
Problemas de alcoholismo en la No
[8,4] [-8,4] V de Cramer=,146; p=,000
familia o de la propia persona
508 (73,6%) 182 (26,4%) λac =,000, E.T.=,000
antes de los 18 años Sí
[-8,4] [8,4] τc=,021, E.T.=,006; p=,000
2671 (84,9%) 475 (15,1%) X2[1]=35,607; p=,000
Estancia en prisión de alguno No
[6,0] [-6,0] V de Cramer=,104; p=,000
de los progenitores antes de los
106 (67,1%) 52 (32,9%) λac=,000, E.T.=,000
18 años Sí
[-6,0] [6,0] τc=,011, E.T.=,005; p=,000
2315 (85,4%) 396 (14,6%) X2[1]=20,328; p=,000
No
[4,5] [-4,5] V de Cramer=0,078; p=,000
Experiencia de violencia
131 (22,1%) λac=,000, E.T.=,000
familiar antes de los 18 años 462 (77,9%)
Sí [4,5] τc=,006, E.T.=,003; p=,000
[-4,5]
2753 (85,9%) 453 (14,1%)
No
[16,3] [-16,3] X2[2]=267,309; p=,000
Internamiento previo en centro 13 (23,6%) 42 (76,4%) V de Cramer=,284; p=,000
Sí, una sola vez
de menores [-12,3] [12,3] λac=,095, E.T.=,018; p=,000
11 (25,6%) 32 (74,4%) τc=,081, E.T.=,012; p=,000
Sí, más de una vez
[-10,5] [10,5]
2213 (94,4%) 131 (5,6%)
No
[25,4] [-25,4]
X2[2]=798,879; p=,000
348 (73,6%) 125 (26,4%)
Denuncia previa Sí, una vez V de Cramer=,492; p=,000
[-6,7] [6,7]
λs=,131, E.T.=,024; p=,000
216 (44,4%) 271 (55,6%)
Sí, varias veces
[-25,9] [25,9]
2082 (99,6%) 8 (0,4%)
No
[32,1] [-32,1]
X2[2]=1201,417; p=,000
Detención en dependencias 413 (71,8%) 162 (28,2%)
Sí, una vez V de Cramer=,603; p=,000
policiales [-8,8] [8,8]
λs=,244, E.T.=,021; p=,000
282 (44,1%) 357 (55,9%)
Sí, varias veces
[-30,7] [30,7]
656 (89,7%) 75 (10,3%)
No X2[1]=22,673; p=,000
Trabajo de más de 6 meses a [4,8] [-4,8]
V de Cramer=,083; p=,000
lo largo de la vida 2121 (82,4%) 452 (17,6%)
Sí λs=,000, E.T.=,000
[-4,8] [4,8]
Nota: los porcentajes han sido calculados tomando como referencia las filas.
a
Residuos estandarizados corregidos
b
Grados de libertad
c
Estancia en prisión como variable dependiente
d
Error típico
219
3. Condiciones de vida

Con relación a las condiciones de vida de las personas sin hogar en un periodo más
próximo al momento de participación en el estudio, y contrariamente a lo que cabría
esperar, no se hallaron diferencias significativas entre los grupos en cuanto a si tenían algún
amigo o amiga con quien consideraban poder contar en caso de necesidad o apuro, o con
respecto al contacto con sus familiares a lo largo del año o del mes previos. Es posible que el
hecho de que se trate de una muestra de personas en situación de sin hogar motive este
hallazgo, pues dicha condición ya supone en muchos casos una ruptura de los vínculos
sociales. Asimismo, es preciso considerar que para el caso del contacto con familiares
durante el año anterior se toma como referencia un amplio marco temporal, dentro del cual
podría o no incluirse la estancia o estancias en prisión de la persona, a la vez que estas
podrían situarse en cualquier punto del continuo temporal delimitado por dicho periodo, lo
que presumiblemente derivaría en consecuencias dispares en lo que se refiere a la relación
entre ambas variables.
Por otra parte, como puede observarse, las personas que indicaron haber estado en
prisión refirieron también llevar más tiempo en situación de sin hogar, optando en mayor
medida dicho grupo por la respuesta “más de tres años”, mientras que entre quienes no
habían estado en prisión fueron más comunes las categorías relativas a periodos inferiores.
Algo similar ocurrió con relación al estado de salud percibido, encontrándose los ex presos
más representados en las categorías de regular a muy malo, siendo el patrón contrario
aplicable a las personas que no habían sido privadas de libertad. En todo caso, se trató de
asociaciones de carácter débil.
También fueron halladas relaciones significativas y positivas entre la estancia en
prisión y tener una enfermedad grave o crónica, tener reconocido algún tipo de discapacidad
(no así con relación al porcentaje de discapacidad) haber consumido drogas en el último
mes, un consumo más frecuente de bebidas alcohólicas y jugar a juegos de azar con
asiduidad, siendo las asociaciones más débiles para estas dos últimas variables. Lo anterior
podría guardar alguna conexión con el superior nivel de ingresos encontrado entre las
personas que refirieron haber estado en prisión (quienes a su vez se encontraban más
representadas entre aquellos que refirieron que su situación laboral era “jubilado/a,
retirado/a o en situación de invalidez”), que podría derivarse de la concurrencia en mayor
medida de situaciones de discapacidad reconocida en este grupo, y podría influir en una
mayor disponibilidad de dinero para la compra de bebidas alcohólicas, drogas o el juego. Sin
embargo, de nuevo, no es posible afirmar que esta conexión se encuentre efectivamente
presente con los datos disponibles.
Con relación al lugar de pernocta referido por la persona, no se hallaron diferencias
entre ambos grupos en cuanto a la pernocta en espacios públicos o alojamientos de fortuna,
pero sí se encontró que los ex presos refirieron pernoctar en pisos, casas, pensiones u
hostales en mayor medida, mientras que el grupo que no había estado en prisión optó
especialmente por la categoría de alojamientos colectivos. Este resultado podría también
estar relacionado con el mayor nivel de ingresos y la situación laboral encontrados para el
primer grupo.

220
Finalmente, como resultaba esperable, el nivel de discriminación percibida fue mayor
para el grupo de ex presos, encontrándose una relación positiva y estadísticamente
significativa, aunque de magnitud débil, entre ambas variables. Resultados similares se
obtuvieron para las experiencias de victimización, con una proporción notablemente
superior de respuestas positivas entre las personas que indicaron haber estado en prisión.

Tabla 4. Condiciones de vida en función de la estancia o no en prisión

No estancia Estancia
previa en previa en
Estadísticos
prisión prisión
n (%) [RECa] n (%) [REC]
1655 (84,6%) 301 (15,4%) [- X2[1b]=1,129; p=,288
Amigos/a con quien poder No
[1,1] 1,1] V de Cramer=,018; p=,288
contar en caso de
1122 (83,2%) 226 (16,8%) λac=,000, E.T.=,000
necesidad Sí
[-1,1] [1,1] τc=,000, E.T.=,001; p=,288
532 (82,0%) 117 (18,0%)
No X2[1]=2,600; p=,107
Contacto con familiares [-1,6] [1,6]
V de Cramer=,028; p=,107
en el último año 2245 (84,6%) 410 (15,4%) [-
Sí λs=,000, E.T.=,000
[1,6] 1,6]
884 (82,9%) 182 (17,1%) X2[1]=1,480; p=,224
No
Contacto con familiares [-1,2] [1,2] V de Cramer=,022; p=,224
en el último mes 1893 (84,6%) 345 (15,4%) λac=,000, E.T.=,000

[1,2] [-1,2] τc=,000, E.T.=,001; p=,224
468 (89,7%) 54 (10,3%)
Entre 1 y 6 meses
[3,8] [-3,8]
431 (93,1%) 32 (6,9%)
De 6 a 12 meses X2[3]=120,834; p=,000
Tiempo en situación de [5,7] [-5,7]
V de Cramer=,191; p=,000
sin hogar 763 (88,9%) 95 (11,1%)
Entre 1 y 3 años λs=,000, E.T.=,000
[4,5] [-4,5]
1115 (76,3%) 346 (23,7%)
Más de 3 años
[-10,8] [10,8]
553 (90,1%) 61 (9,9%)
Muy bueno
[4,5] [-4,5]
1245 (87,6%) 176 (12,4%) [-
Bueno
[4,9] 4,9] X2[4]=114,747; p=,000
696 (80,3%) 171 (19,7%) V de Cramer=,186; p=,000
Estado de salud percibido Regular
[-3,5] [3,5] λac=,000, E.T.=,000
226 (75,1%) 75 (24,9%) τc=,006, E.T.=,002; p=,000
Malo
[-4,5] [4,5]
57 (56,4%) 44 (43,6%)
Muy malo
[-7,7] [7,7]
2044 (88,6%) 264 (11,4%) [-
No X2[1]=116,259; p=,000
[10,8] 10,8]
Enfermedad grave o V de Cramer=,188; p=,000
733 (73,6%) 263 (26,4%)
crónica Sí λs=,000, E.T.=,000
[-10,8] [10,8]
2439 (87,2%) 359 (12,8%) [-
No X2[1]=132,640; p=,000
[11,5] 11,5]
Situación de discapacidad V de Cramer=,200; p=,000
338 (66,8%) 168 (33,2%)
Sí λs=,000, E.T.=,000
[-11,5] [11,5]
60,18
Porcentaje medio de discapacidad (DTd) 57,19 (18,600) t[364,684]= -1,815; p=,070
(16,848)
221
No estancia Estancia
previa en previa en
Estadísticos
prisión prisión
n (%) [RECa] n (%) [REC]
4 o más días a la 284 (74,3%) 98 (25,7%) X2[1]=30,341; p=,000
Consumo de bebidas semana [-5,5] [5,5] V de Cramer=,096; p=,000
alcohólicas Con menor 2493 (85,3%) 429 (14,7%) [- λac =,000, E.T.=,000
frecuencia [5,5] 5,5] τc=,009, E.T.=,004; p=,000
2514 (87,2%) 369 (12,8%) [- X2[1]=167,590; p=,000
No
Consumo de drogas en el [12,9] 12,9] V de Cramer=,225; p=,000
último mes 263 (62,5%) 158 (37,5%) λac=,000, E.T.=,000

[-12,9] [12,9] τc=,051, E.T.=,010; p=,000
2277 (85,8%) 378 (14,2%) [- X2[1]=29,587; p=,000
No
[5,4] 5,4] V de Cramer=,095; p=,000
Conducta de juego
500 (77,0%) 149 (23,0%) λac =,000, E.T.=,000

[-5,4] [5,4] τc=,009, E.T.=,004; p=,000
Espacios públicos o
309 (82,4%) 66 (17,6%)
alojamientos de
[-1,3] [1,3] X2[2]=22,337; p=,000
fortuna
Lugar de pernocta Alojamientos 1614 (87,1%) 238 (12,9%) [- V de Cramer=,085; p=,000
colectivos [4,6] 4,6] λac=,000, E.T.=,000
τc=,005, E.T.=,002; p=,000
Pisos, casas, 675 (80,4%) 165 (19,6%)
pensiones u hostales [-4,1] [4,1]
1551 (88,8%) 196 (11,2%) [-
Nunca
[7,9] 7,9]
703 (80,5%) 170 (19,5%)
Algunas veces X2[3]=72,389; p=,000
[-3,3] [3,3]
Discriminación percibida V de Cramer=,148; p=,000
358 (78,9%) 96 (21,1%) λs=,000, E.T.=,000
Muchas veces
[-3,3] [3,3]
165 (71,7%) 65 (28,3%)
Constantemente
[-5,3] [5,3]

Víctima de algún delito o No 1504 (89,2%) 183 (10,8%) [-


[8,2] 8,2] X2[1]=66,948; p=,000
agresión desde que se
V de Cramer=,142; p=,000
encuentra en situación de 1273 (78,7%) [- 344 (21,3%) λs=,075, E.T.=,010; p=,000
sin hogar Sí
8,2] [8,2]
Nota: los porcentajes han sido calculados tomando como referencia las filas.
a
Residuos estandarizados corregidos
b
Grados de libertad
c
Estancia en prisión como variable independiente.
d
Desviación típica

222
V. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

Con base en los hallazgos del presente estudio, y en apoyo global de las hipótesis
planteadas, es posible concluir que existen importantes diferencias entre las características,
antecedentes y condiciones de vida de las personas en situación de sin hogar que afirmaron
haber estado en prisión en comparación con aquellas que indicaron no haber sido privadas
de libertad, aunque la mayor parte de las asociaciones obtenidas fueron de magnitud débil.
De esta forma, en primer lugar, si bien los hombres se encontraban, en general,
sobrerrepresentados entre las personas sin hogar que formaron parte de la muestra, dicha
desproporción resultó aún mayor para el caso de quienes habían pasado por prisión. En este
último grupo también se identificó una mayor proporción de personas de nacionalidad
española, individuos que finalizaron sus estudios a una edad más temprana y con una mayor
edad media. Asimismo, se halló que entre los ex presos predominaban las situaciones de
separación o divorcio, con infrarrepresentación de personas casadas o con pareja de hecho,
en comparación con quienes indicaron no haber sido privados de libertad.
Con relación a la situación laboral de ambos grupos, no se obtuvieron diferencias
estadísticamente significativas entre las categorías “con trabajo” y “parado/a”, si bien sí
fueron encontradas con relación a la categoría de personas jubiladas, retiradas o en
situación de invalidez, con una mayor proporción de personas ex presas entre quienes
seleccionaron esta opción de respuesta. Posiblemente conectado con lo anterior, los
ingresos medios totales durante el mes previo fueron significativamente mayores en este
último grupo. Tales datos sugieren que es posible que la asignación de recursos o el acceso a
diferentes prestaciones se vean favorecidos en lo que respecta al colectivo de individuos ex
presos, extremo en el que futuros estudios podrían profundizar. Sin embargo, entre aquellas
personas que refirieron encontrarse buscando trabajo, el grupo que había estado en prisión
refirió, en mayor medida que quienes no habían sido privados de libertad, llevar haciéndolo
desde hacía más de tres años, sin que se encontrasen diferencias en relación con periodos
de tiempo menores. Ello apunta a que el hecho de haber estado en prisión se materializa en
una barrera adicional para el logro de la inserción laboral de las personas en situación de sin
hogar.
En lo que se refiere a los antecedentes de estas personas, si bien no se hallaron
diferencias significativas entre ambos grupos con relación al lugar de residencia antes de los
18 años, sí se obtuvo que otras circunstancias desfavorables se encontraban especialmente
presentes en las biografías de quienes habían estado en prisión, pues refirieron tener en
mayor medida una historia de problemas de alcoholismo en la familia o de ellos mismos, de
estancia en prisión de alguno de sus progenitores o de violencia en el ámbito familiar, a lo
largo de dicho periodo evolutivo. Conforme a nuestra hipótesis de partida, parece que tales
circunstancias derivan en historias de vida más adversas, que en este caso se concretan en la
concurrencia de la situación de sinhogarismo y la experiencia de privación de libertad.
Asimismo, y como podía esperarse, el internamiento previo en un centro de menores y la
detención en dependencias policiales, especialmente cuando ello había ocurrido en más de
una ocasión, se relacionaron significativa y fuertemente con la estancia en prisión. Un patrón
similar fue encontrado con relación a la denuncia previa de la persona, si bien debe insistirse
en que no se dispone de información suficiente para valorar este hallazgo de forma precisa.

223
En contra de los resultados de estudios previos que apuntan a la existencia de una
relación entre situaciones laborales más precarias y el paso por la cárcel, las personas que
habían estado en prisión también indicaron en mayor medida haber tenido al menos un
trabajo de duración superior a seis meses a lo largo de su vida. No obstante, como ya se ha
apuntado, sería necesario conocer más detalles a fin de determinar si esto ocurrió antes,
durante y/o después de la estancia en prisión o del comienzo de la situación de
sinhogarismo, así como las circunstancias concurrentes en cada caso. Tomando como
referencia los datos disponibles no es prudente aventurar conclusiones más concretas.
En cuanto a las condiciones de vida de ambos grupos, no se identificaron diferencias
con relación a los tres indicadores del apoyo social analizados, esto es, si la persona tenía
algún amigo o amiga con quien consideraba que podía contar en caso de necesidad, o si
había tenido contacto con familiares con los que no convivía, en su caso, a lo largo del año o
del mes anteriores. Como ya se ha apuntado, quizá el hecho de que se haya partido de una
muestra de personas en situación de sin hogar, para quienes la ruptura de las relaciones
sociales resulta común, podría tener influencia sobre este hallazgo. En apoyo de esta
hipótesis, se obtuvo que casi un 60% de la muestra globalmente considerada refirió no tener
ningún amigo/a con quien estuviesen seguros de poder contar en caso de necesidad o
apuro. Un inferior, aunque relevante, 20% indicó no haber tenido contacto con familiares
con los que no conviviese, en su caso, durante el año anterior, cifra que ascendió al 32% con
relación al mes previo. Más aún, la agrupación de las diferentes alternativas en una
categoría general de familiares junto a la operacionalización de la existencia de contacto
como la respuesta afirmativa a, al menos, una de las opciones de respuesta, excluye del
análisis la frecuente concurrencia de casos en los que la persona refirió haber tenido
contacto con alguno o algunos de sus familiares, pero, por el contrario, afirmó no haberlo
tenido con otros. En otras palabras, las respuestas afirmativas a estas dos últimas variables
dicotomizadas comprenden también casos de ruptura de lazos familiares que, al coincidir
con el mantenimiento de otros vínculos, quedan enmascarados. Un análisis más exhaustivo
de esta cuestión excede las pretensiones del presente estudio, pero podría abordarse en
otros cuyos resultados quizá maticen los aquí descritos217.
Por otra parte, las personas que indicaron haber estado en prisión refirieron también
llevar más tiempo en situación de sin hogar, seleccionando en mayor medida la respuesta
“más de tres años”, mientras que quienes no habían sido privados de libertad se
encontraron sobrerrepresentados en las categorías relativas a periodos inferiores. De modo
similar, los ex presos optaron en mayor medida por las categorías de regular a muy malo
cuando se les preguntó por su estado de salud, encontrándose el patrón contrario en el
segundo grupo. Relacionado con lo anterior, se encontraron también conexiones
significativas y positivas entre la estancia en prisión y el hecho de sufrir una enfermedad

217
Por otra parte, es preciso tomar en consideración que existen notables diferencias individuales en el número
y clase de familiares con los que cuenta cada persona, siendo posible que, por ejemplo, algunos de ellos (o
incluso todos) ya hayan fallecido, o que el individuo no tenga hermanos/as, hijos/as, pareja, etc. En este
sentido, 18 de las personas encuestadas dejaron en blanco todas las opciones de respuesta, al no contar con
ningún familiar. Puesto que dichos casos suponen tan sólo el 0,54% del total de la muestra, se han incluido en
el análisis dentro de la categoría de no contacto. A la postre, además, no dejan de implicar situaciones de falta
de apoyo social, en este caso familiar.

224
grave o crónica, tener algún tipo de discapacidad reconocida, así como con el consumo de
drogas en el último mes, un consumo más frecuente de bebidas alcohólicas y con la
conducta de juego frecuente, siendo posible que estas últimas conductas tengan que ver con
el mayor nivel de ingresos y/o la situación laboral característica de jubilado/a, retirado/a o
en situación de invalidez hallados entre las personas ex presas. No se hallaron, sin embargo,
diferencias significativas entre los dos grupos considerados con relación a la pernocta en
espacios públicos o alojamientos de fortuna, si bien quienes habían estado en prisión
indicaron pernoctar en mayor medida en pisos, casas, pensiones u hostales, optando en
mayor medida el segundo grupo por la categoría de alojamientos colectivos. De nuevo, tal
extremo podría guardar relación con lo referido más arriba con relación a los ingresos y la
situación laboral.
Mención aparte merece, finalmente, la relación entre la estancia en prisión y el nivel
de discriminación percibida, que resultó positiva y estadísticamente significativa, aunque de
intensidad débil. Asimismo, y en consonancia con los hallazgos de estudios previos, las
personas ex presas refirieron haber sufrido en mayor medida experiencias de victimización.
Si bien esta circunstancia fue común entre quienes formaron parte de la muestra
globalmente considerada, ya que aproximadamente la mitad de las personas sin hogar
encuestadas respondió afirmativamente a esta pregunta, más del 65% de los individuos que
refirieron haber estado en prisión, en comparación con menos del 46% de los que
respondieron negativamente, afirmaron haber sido víctimas de, al menos, un delito o
agresión a lo largo de su historia de sinhogarismo.
A modo de conclusión, los hallazgos del presente trabajo aportan evidencia a favor de
las hipótesis planteadas y replican los resultados de estudios previos al encontrar, a nivel
general, condiciones de vida y antecedentes personales y familiares más desfavorables entre
las personas en situación de sin hogar que además referían haber pasado por prisión, en
comparación con aquellas que indicaron no haberlo hecho. Una excepción a la tendencia
descrita se encuentra con relación al nivel de ingresos, significativamente superior para las
primeras, quienes a su vez refirieron en mayor medida ser personas jubiladas, retiradas o en
situación de invalidez, así como haber tenido un trabajo de duración superior a seis meses a
lo largo de su vida. Se desconoce si tales circunstancias se iniciaron con carácter previo,
durante o con posterioridad a la estancia en prisión o al comienzo de la situación de
sinhogarismo, así como la evolución seguida a lo largo de la trayectoria vital del individuo. En
este sentido, como ya se ha apuntado, es posible que las personas sin hogar ex presas
cuenten con una ventaja con respecto a quienes no han pasado por prisión con relación a,
por ejemplo, el acceso a determinadas prestaciones, si bien se trata tan solo de una
hipótesis que debiera ser contrastada empíricamente en futuras investigaciones. Por otra
parte, es plausible que, en aquellos casos en los que las relaciones halladas no han resultado
significativas, ello sea debido a que la estancia en prisión no aporte un valor negativo
añadido a la ya de por sí adversa situación de sinhogarismo. Incluso, como ya hemos visto,
en ocasiones las personas sin hogar valoran la estancia en prisión, en cierto modo, como una
tregua con respecto a esta dura situación.
En cualquier caso, los resultados apuntan a la necesidad e importancia de dedicar más
recursos no sólo al colectivo de personas en situación de sin hogar, sino también a las
personas ex presas, así como de optimizar aquellos ya existentes, que se muestran
insuficientes para el logro de una adecuada inserción social y laboral de estos individuos.
225
Más aún, las actuaciones en esta área deberían focalizarse particularmente en el diseño de
estrategias preventivas eficaces y eficientes, que incidan sobre las raíces de ambas
condiciones, en lugar de sobre sus consecuencias o manifestaciones. En este sentido, la
literatura científica disponible parece indicar que las condiciones de persona sin hogar y de
ex preso/a se combinan e interactúan de forma compleja a lo largo del tiempo, en una
suerte de proceso de retroalimentación positiva, en el que también intervienen otras
circunstancias y antecedentes adversos que, conjuntamente, derivan en la conformación
última de la historia de vida de cada persona. Mejorar la atención a estos grupos sociales no
sólo redundaría en beneficio de su calidad de vida y su seguridad, sino que sin duda
resultaría asimismo provechoso para la sociedad en su conjunto, mejorando también la
calidad de vida y la seguridad de los ciudadanos y ciudadanas a nivel global. No olvidemos
que, desafortunadamente, nadie se encuentra exento de poder verse inmerso en alguna de
estas situaciones en algún momento de su vida, y que ello resulta especialmente cierto para
el caso de las personas en las que concurren más factores de vulnerabilidad. Finalmente, un
enfoque de estas características contribuiría igualmente a reducir los considerables costes
económicos y, lo que es más importante, personales y sociales, que comporta el recurso a
intervenciones a posteriori, en favor de los más bajos costes asociados a la priorización de
medidas preventivas.
Con relación a las limitaciones del estudio, además de las ya apuntadas, debe tomarse
en cuenta en primer lugar que la muestra analizada se compone de personas en situación de
sin hogar usuarias de los diferentes recursos y servicios de atención previstos para este
colectivo, sin que sea prudente hacer extensibles las conclusiones, de forma irreflexiva, a
aquellas que se encuentran al margen de la red asistencial, ya sea de forma voluntaria o
involuntaria. Asimismo, es preciso considerar que es más que probable que el impacto de la
estancia en prisión sea diferente en función de diversos parámetros, como el tipo de delito
cometido, la duración de la condena, la valoración que la propia persona hace de esta
experiencia y el número de veces que la ha vivido, o la concurrencia de otros problemas,
previos, concomitantes o posteriores, como el abuso de alcohol o drogas, la presencia de
patologías físicas o psicológicas, etc. El mismo razonamiento general resulta aplicable a la
contribución del resto de variables examinadas. Estos aspectos no han podido ser analizados
con la información disponible; sin embargo, podrían aportar importantes matices a las
conclusiones obtenidas.
Finalmente, y relacionado con lo anterior, como ya se ha anticipado, en muchos casos
no es posible determinar con exactitud la direccionalidad de las relaciones encontradas
entre las variables, y ello, entre otros motivos, a causa de la ausencia de un marco temporal
adecuado que sirva como referencia, así como por tratarse de un estudio transversal. Más
aún, si bien un análisis más minucioso de las relaciones bivariadas encontradas excede las
pretensiones del presente documento, podría aportar valiosa información adicional. Futuras
investigaciones podrían analizar cómo las diferentes variables estudiadas, así como otras no
incluidas, interaccionan entre sí o moderan las relaciones halladas, siendo muy probable,
como se ha encontrado en estudios previos (véase introducción) la existencia de relaciones
de interdependencia entre ellas. Asimismo, tales conexiones sin duda evolucionarán a lo
largo del tiempo, extremo que evidencia la necesidad de incorporar una perspectiva
longitudinal que ayude a desenmarañar la compleja red de relaciones que el presente
estudio sólo ha alcanzado a esbozar.
226
La no consideración de estos y otros aspectos podría constituir el fundamento de las
débiles, aunque significativas, asociaciones encontradas para la mayor parte de las variables.
Sirva, por tanto, el presente trabajo como una primera aproximación exploratoria a esta
cuestión en nuestro país, que debiera ser complementada con ulteriores investigaciones en
esta materia.

227
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232
El sinhogarismo desde una perspectiva de género. Especial
referencia a las experiencias de violencia a lo largo de la vida
Homelessness from a gender perspective. Special reference to experiences
with violence throughout the life course
Puente, P. (en prensa). El sinhogarismo desde una perspectiva de género. Especial referencia
a las experiencias de violencia a lo largo de la vida. Revista de Derecho Penal y Criminología.

SUMARIO. 1. El sinhogarismo en España. 2. El sinhogarismo desde una perspectiva de


género. 3. La violencia en las trayectorias vitales de las mujeres en situación de
sinhogarismo. 4. Objetivos. 5. Metodología. 5.1. Muestra. 5.2. Procedimiento. 5.3. Variables.
5.3.1. Variable independiente. 5.3.2. Variables dependientes. 6. Resultados. 6.1.
Antecedentes personales y familiares adversos. 6.2. Condiciones de vida. 6.3. Experiencias de
discriminación y victimización a lo largo de la trayectoria de sinhogarismo. 7. Discusión y
conclusiones. 8. Limitaciones del estudio. Referencias.
RESUMEN. El sinhogarismo ha sido tradicionalmente concebido como un fenómeno
eminentemente masculino. Sin embargo, cada vez más trabajos tratan de visibilizar las
experiencias de sinhogarismo entre las mujeres, hallando numerosos aspectos diferenciales
con relación a los hombres que evidencian la necesidad de incorporar la perspectiva de
género a los estudios en esta materia y al diseño de estrategias preventivas y de
intervención, así como de adaptar los recursos y servicios asistenciales a las necesidades
específicas de las mujeres. En apoyo de lo anterior, el presente estudio, tomando como
referencia la muestra de alcance nacional de la Encuesta a las Personas sin Hogar realizada
por el Instituto Nacional de Estadística en 2012, encuentra diversas diferencias en los
antecedentes personales y familiares, las condiciones de vida y las experiencias de
discriminación y victimización de las mujeres y los hombres afectados por sinhogarismo,
destacando la mayor prevalencia entre las mujeres de experiencias de violencia en diversos
momentos a lo largo de sus trayectorias vitales.

PALABRAS CLAVE: sinhogarismo, género, discriminación, violencia, experiencias de


victimización.

ABSTRACT. Homelessness has traditionally been conceived as an eminently male


phenomenon. However, a growing body of research is making female homelessness more
visible. Numerous differential features have been found between homeless women and men
that evince the need for incorporating the gender perspective to studies on this issue and to
the design of preventive and intervention strategies, as well as for adapting care resources
and services to the specific needs of women. In support of the above, this paper, on the
basis of the national sample drawn from 2012 National Institute of Statistics’ Survey of
Homeless People, found several differences concerning family history and personal
background, living conditions and discrimination and victimisation events between homeless
women and men. One of the most noteworthy results is the greater prevalence of
experiences of violence among women throughout their life courses.

KEYWORDS: homelessness, gender, discrimination, violence, criminal victimisation events.


233
1. El sinhogarismo en España

Se calcula que en nuestro país existen unas 40.000 personas en situación de


sinhogarismo (Cáritas Española, 2019). Entre 8.000 y 10.000 de ellas viven y duermen cada
día en la calle (RAIS Fundación, s.f.; Cabrera y Rubio, 2009). Sin embargo, estas cifras reflejan
una concepción restringida o estricta que equipara el sinhogarismo con la carencia de un
domicilio, ya sea porque la persona vive en la calle o porque lo hace en los recursos dirigidos
a personas sin hogar, como los albergues, dejando al margen toda otra serie de situaciones
de precariedad o vulnerabilidad en el alojamiento que trascienden la dimensión puramente
físico-técnica (Cabrera y Rubio, 2008).
Partiendo de una visión más amplia, la Federación Europea de Asociaciones Nacionales
que Trabajan con Personas sin Hogar —FEANTSA, por sus siglas en francés— ha desarrollado
una definición extensa de esta problemática a través de la creación de la Tipología Europea
del Sinhogarismo y la Exclusión Residencial —más conocida como ETHOS—. Las diferentes
condiciones de vida que constituyen formas de sinhogarismo y exclusión residencial son
clasificadas en cada una de las trece categorías operativas que incluye la tipología, que se
distribuyen en cuatro categorías conceptuales y sus respectivas subdivisiones: 1) sin techo:
personas que viven en la calle o en espacios públicos, sin un refugio que pueda ser definido
como residencia, o bien aquellas que pernoctan en recursos de emergencia —centros de
pernocta, albergues de baja exigencia— sin que tengan un lugar de residencia habitual; 2)
sin vivienda: personas alojadas a corto plazo —estancia durante menos de un año— en
recursos para personas sin hogar, en centros de acogida para mujeres víctimas de violencia
doméstica, en recursos de alojamiento para inmigrantes, quienes se encuentran en
instituciones —centros penitenciarios, instituciones médicas, centros para menores, etc.— y
no disponen de alojamiento en el momento de abandonarlas, así como las personas en
alojamientos con apoyo sostenido —estancia superior a un año— debido a su condición de
personas sin hogar; 3) vivienda insegura: personas que viven temporalmente con familiares
o amigos, quienes residen en una vivienda sin título legal de ocupación, así como quienes se
encuentran bajo la amenaza de desahucio o de violencia por parte de su familia o su pareja;
y 4) vivienda inadecuada: personas que viven en estructuras temporales o no
convencionales, como chabolas o caravanas, en viviendas no aptas para su habitabilidad
según la normativa o en las que existe una situación de hacinamiento extremo (FEANTSA
2017).
Las dos primeras categorías —sin techo y sin vivienda—, en lo que concierne a los
recursos dirigidos a personas en situación de sin hogar, son las que generalmente se ven
reflejadas en los estudios empíricos sobre sinhogarismo, y a ellas corresponden las cifras
indicadas al inicio del presente documento. Sin embargo, cuando partimos de una definición
extensa del sinhogarismo y la exclusión residencial, el alcance de esta problemática resulta
notablemente más amplio de lo que comunican tales datos (véanse, por ejemplo, Fundación
FOESSA, 2 de agosto de 2019 o Serme-Morin y Lamas, 2020).
Desafortunadamente, resulta previsible que estas cifras, que corresponden al
escenario inmediatamente anterior a la emergencia de la crisis sanitaria provocada por la
COVID-19, vayan en aumento como consecuencia de su impacto, máxime si tomamos en
cuenta que en el último informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión
Social en el Estado Español (EAPN-ES) se recogía que el 25,3% de la población española, esto
234
es, 11.870.000 personas, se encontraba en riesgo de pobreza y/o exclusión social en 2019
(Llano, 2020). Una reciente encuesta realizada por Arrels Fundació (27 de enero de 2021) a
367 personas que vivían en la calle en Barcelona ilustra esta realidad: el 22% se habían
quedado sin hogar en el contexto de la pandemia.

2. El sinhogarismo desde una perspectiva de género

El género representa uno de los ejes de desigualdad más relevantes en las sociedades
occidentales contemporáneas, y las desigualdades que de él se derivan se hallan
interconectadas e impregnan todos los ámbitos de la vida (Damonti, 2019). No en vano, la
igualdad de género constituye uno de los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo
Sostenible adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (Naciones Unidas, 25
de septiembre de 2015).
El ahora ex Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos de
Naciones Unidas, Philip Alston, tras su reciente visita a España, situó a las mujeres entre los
grupos más vulnerables, con tasas más altas de pobreza relativa, carencia material severa,
baja intensidad de empleo y pobreza extrema (Oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos, 7 de febrero de 2020). De este modo, como ya
expresaba Cabrera hace más de dos décadas:
Puesto que la situación respecto de la vivienda es muy dependiente de la existencia de
pobreza económica, formativa, laboral y relacional, y puesto que, a su vez, todas las formas
de la pobreza revisten especial gravedad entre las mujeres, parece evidente que la
precariedad residencial y las dificultades para lograr acceder a una vivienda digna serán
mayores entre las mujeres que entre los varones (2000, p. 26).
Sin embargo, numerosos estudios (por citar algunos de los más recientes en nuestro
país: el único con una muestra de alcance nacional: Instituto Nacional de Estadística —INE—,
21 de diciembre de 2012; Cabrera, 2016; Centro de Documentación y Estudios SIIS, 2018;
Muñoz, Sánchez y Cabrera, 2018; Sales, 2019; Arrels Fundació, 2020) muestran
sistemáticamente cómo una amplia mayoría de las personas que se encuentran en situación
de sin hogar son hombres. Una de las razones que explican esta aparente contradicción es,
precisamente, la adopción mayoritaria de una definición operativa restringida del
sinhogarismo. Como anticipamos más arriba, estos trabajos generalmente se limitan a los
usuarios de los recursos dirigidos a personas sin hogar o a quienes desarrollan sus vidas en
las calles, entre quienes predominan los hombres. No obstante, las mujeres parecen hallarse
mucho menos representadas en estas categorías ETHOS de sin vivienda y, especialmente, sin
techo, y más en las de vivienda insegura y vivienda inadecuada (Pleace, 2016; Sales y
Guijarro, 2017), formas veladas de sinhogarismo cuya medición comporta notables
dificultades (Edgar y Doherty, 2001; Baptista, 2010). Por tanto, las mujeres se encuentran en
mayor medida en situaciones de exclusión residencial previas a la exclusión severa, que
normalmente permanecen ocultas o en el ámbito privado. Como refieren Matulič et al.
(2019), “es un tipo de sinhogarismo vivido de puertas para adentro, en situaciones de
precariedad habitacional que no tienen presencia en la vida pública” (p. 175).
¿A qué obedece esta realidad? Pues bien, en primer lugar, parece que las mujeres
despliegan estrategias o recurren a alternativas fuertemente condicionadas por los roles de
género a fin de evitar terminar en la calle o acudir a determinados recursos de pernocta,
235
como aquellos en los que existe un predominio de usuarios masculinos, espacios que
perciben como particularmente hostiles debido al mayor riesgo de exposición a la violencia y
el abuso (Centro de Documentación y Estudios SIIS, 2016; Guijarro et al., 2017; Gámez, 2018;
Carrasco et al., 2019). Entre ellas, el recurso a sus vínculos sociales que, en virtud de las
funciones de género que tradicionalmente les son asignadas a las mujeres, suelen ser más
amplios, estables y sólidos que los de los hombres (Bretherton, 2017). Sin embargo, ello
también puede conducirlas a situaciones de explotación y precariedad constitutivas de
formas invisibles de sinhogarismo (Carrasco et al., 2019). Otras posibilidades son el empleo
como trabajadoras domésticas, cuidadoras de personas dependientes o trabajadoras
sexuales, opciones que, sin embargo, no siempre alejan a las mujeres de la exclusión, pues
“los empleos más feminizados se caracterizan por la precariedad y la ausencia de seguridad y
protección sociales” (Gámez, 2018, p.182). El mantenimiento de relaciones sexo-afectivas no
deseadas, como el denominado “sexo de supervivencia” (De Inés et al., 2019), constituye
otra alternativa. También es posible que subarrienden habitaciones en sus domicilios para
hacer frente a dificultades económicas, que residan en viviendas sobreocupadas sin contrato
o que soporten situaciones de violencia en sus hogares, todas ellas formas de sinhogarismo
estadísticamente invisibles (Gámez, 2018).
Por otra parte, el estigma derivado del incumplimiento de los roles socialmente
asignados a las mujeres (Carrasco, 2017) o de la percepción social de las mujeres sin hogar
como mujeres “perdidas” o prostitutas (Edgar y Doherty, 2001), unido a los mayores riesgos
que comporta para ellas la vida en las calles (Nyamathi, Leake y Gelberg, 2000), motivan que
se esfuercen por pasar desapercibidas, y aquellas que se encuentran sin techo buscarán
lugares aislados para pernoctar. Ello las hace menos visibles y más difíciles de localizar
durante los recuentos, favoreciendo la infraestimación del número de mujeres en esta
situación (Guijarro et al., 2017).
Finalmente, las experiencias de sinhogarismo femenino a menudo permanecen ocultas
porque los servicios especializados en la atención de problemáticas estrechamente
vinculadas a esta condición entre las mujeres, como la violencia doméstica 218 o los casos de
familias monomarentales en situación de vulnerabilidad, no suelen ser clasificados como
recursos para personas sin hogar (Edgar y Doherty, 2001; Sales y Guijarro, 2017). Los
recursos generalistas para quienes atraviesan esta situación han sido tradicionalmente
diseñados para atender a usuarios masculinos, por lo que con frecuencia no responden a las
necesidades diferenciales de las mujeres (Sales y Guijarro, 2017; Carrasco et al., 2019)219.
Sin pretensión de exhaustividad, la literatura ha identificado algunas características
diferenciales generales más entre hombres y mujeres sin hogar: las mujeres tienden a

218
Es preciso matizar que las mujeres que sufren violencia en el ámbito doméstico por parte de personas que
no son sus parejas o ex parejas generalmente no son atendidas en estos recursos (Escudero, 2003).
219
Es justo reconocer, sin embargo, que se están produciendo algunos avances en este sentido, con el diseño
de recursos adaptados a las necesidades y características específicas de las mujeres. Un ejemplo de buenas
prácticas es el trabajo que viene realizando el Centre d’Acollida ASSÍS de Barcelona en el marco de su programa
Dones Amb Llar. Entre otras actuaciones, la entidad ha impulsado la creación del pionero Llar Rosario Endrinal,
cuya puesta en marcha está prevista para el año 2022. Asimismo, ha inaugurado recientemente dos recursos
más dirigidos a mujeres afectadas por sinhogarismo: el Llar Impuls y el Centro Residencial de Inclusión La
Violeta. Más información en: https://www.donessensellar.org/.

236
encontrarse en situación de sin hogar durante periodos de tiempo más cortos (Marpsat,
2000; Centro de Documentación y Estudios SIIS, 2016), especialmente en el caso de mujeres
con hijos a su cargo (Zlotnic, Robertson y Lahiff, 1999); en general, suelen consumir alcohol y
drogas en menor medida que los hombres (Zugazaga, 2004), aunque cuando manifiestan
estos comportamientos enfrentan una mayor estigmatización (Matulič et al., 2019);
presentan un peor estado de salud (Portero y Utrilla, 2002; Arangua, Andersen y Gelberg,
2014); el deterioro físico y mental de las mujeres que han alcanzado las formas de
sinhogarismo más extremas suele ser mayor que el de los hombres en esta situación, a la vez
que tienden a presentar un mayor número de problemáticas, como el abuso de sustancias,
los problemas de salud mental o las experiencias de violencia de género (Reeve, Casey y
Goudie, 2006; Morante, Morata y Trujillo, 2010; Moss y Singh, 2015); aun cuando se trata de
eventos relativamente frecuentes en las trayectorias vitales de todas las personas en
situación de sin hogar, las mujeres tienden a presentar un mayor número de sucesos vitales
estresantes (Padgett et al., 2012), como problemas con el alcohol u otras drogas de los
progenitores, problemas de violencia en la familia, experiencias de violencia sexual, estancia
en prisión de alguno de los padres o crianza por personas diferentes a los progenitores
durante la infancia o adolescencia, o sufrimiento de malos tratos por parte de la pareja o de
violencia física o sexual en la vida adulta (Stein, Leslie y Nyamathi, 2002; Rodríguez et al.,
2020); finalmente, la educación recibida en el marco del sistema patriarcal, que enfatiza la
obediencia a las normas en mayor grado que en el caso de los hombres, así como la mayor
identificación de las mujeres con la maternidad y la crianza, que lleva a que sean socializadas
para el cuidado y el autocuidado también en mayor medida que los varones, derivan en
comportamientos más orientados a contener y evitar conductas de riesgo entre las mujeres,
con una menor involucración en comportamientos delictivos (Carrasco et al., 2019).

3. La violencia en las trayectorias vitales de las mujeres en situación de


sinhogarismo

Las experiencias de violencia resultan, lamentablemente, comunes entre las personas


afectadas por sinhogarismo (con relación a España, véanse, por ejemplo: RAIS Fundación,
2015; Centre d’Acollida ASSÍS, 2017; Centro de Documentación y Estudios SIIS, 2018; Muñoz,
Sánchez y Cabrera, 2018; Arrels Fundació, 2020). Sin perjuicio de lo anterior, la violencia
aparece como un eje vertebrador en las trayectorias vitales de muchas mujeres sin hogar
(Jasinski et al., 2010; Matulič-Domandzic et al., 2019; Pérez de Madrid, 2019; Centre
d’Acollida ASSÍS, 4 de marzo de 2021).
Así, la violencia doméstica, particularmente la ejercida por la pareja masculina,
constituye un factor precipitante de primer orden del sinhogarismo femenino (Mayock,
Bretherton y Baptista, 2016; FEANTSA, 2019a), y muchas mujeres permanecen en hogares
violentos o bien regresan con sus agresores una vez han abandonado el domicilio ante la
ausencia de alternativas de alojamiento o la incapacidad para soportar las duras condiciones
de vida que comporta la situación de sinhogarismo (Marpsat, 2000; Mayock, Sheridan y
Parker, 2015). En este sentido, Nunan (1995, p. 38) se ha referido a las mujeres que viven
situaciones de violencia en sus hogares como “housed homeless”.
Además, para muchas mujeres sin hogar las relaciones de pareja constituyen una
estrategia de supervivencia: les aportan apoyo emocional y psicológico, pueden disuadir a

237
otros hombres de proponerles algún tipo de relación sexual o sentimental y protegerlas de
los riesgos que caracterizan la vida en la calle (Carrasco, 2017). Ello contribuye a que en
ocasiones permanezcan con sus parejas incluso en el contexto de relaciones violentas
(Herrero, 2003).
Asimismo, una considerable proporción de mujeres sin hogar informan de experiencias
de violencia y abuso durante su infancia y/o adolescencia (Coates y McKenzie-Mohr, 2010;
Mayock y Sheridan, 2012; Rodríguez et al., 2020).
Entre las mujeres afectadas por sinhogarismo destacan, además, las experiencias de
violencia sexual, cuya prevalencia a lo largo de la vida es muy superior en comparación con
los hombres en esta situación y con las mujeres de la población general (por ejemplo,
Jasinski et al., 2005; Goodman, Fels y Glenn, 2006; Heerde, Scholes-Balog y Hemphill, 2015).
En definitiva, como apunta Escudero (2003):
Aunque la violencia es una lacra que pesa sobre todas las mujeres, tengan o no
vivienda, las condiciones de vida de las mujeres sin hogar, su constante exposición física, su
mayor desprotección, así como su necesidad de establecer ciertas alianzas y relaciones para
sobrevivir en la calle, incrementan sus posibilidades de sufrir ataques y abusos (p. 192).

4. Objetivos

El propósito del presente trabajo es profundizar, desde una perspectiva de género, en


el conocimiento acerca de la situación de sinhogarismo y sus antecedentes e implicaciones
para las personas que se encuentran en esta situación en España. De un modo más
específico, se pretende explorar si existen rasgos diferenciales entre los hombres y las
mujeres sin hogar con relación a tres grandes grupos de variables: a) antecedentes
personales y familiares adversos; b) condiciones de vida; y c) experiencias de discriminación
y victimización a lo largo de su historia de sinhogarismo.

5. Metodología

5.1. Muestra

Se ha utilizado la muestra de la Encuesta sobre las Personas sin Hogar más reciente,
realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2012, integrada por un total de 3.433
personas de 18 años o más que en la semana anterior a la de la entrevista habían sido
usuarias de algún centro asistencial de alojamiento y/o restauración y habían dormido al
menos una vez en algún alojamiento colectivo, piso o pensión facilitados o pagados por una
administración pública, una ONG u organismo, pisos ocupados o lugares no previstos para el
alojamiento, ubicados en municipios de más de 20.000 habitantes a nivel nacional220.
La muestra se ha restringido a quienes refirieron encontrarse sin hogar desde hacía al
menos un mes, quedando así integrada por un total de 3304 personas, de las que 711 eran
mujeres (21,5%) y 2593 hombres (78,5%). La edad media del conjunto de la muestra fue de
41,36 años (D.T.221=13,90), siendo ligeramente inferior para las mujeres (40,21 años —

220
El/la lector/a interesado/a puede encontrar toda la información sobre el estudio original en INE (2012a).
221
Desviación típica.

238
D.T.=14,283—) en comparación con los hombres (41,67 —D.T.=13,783—). La proporción
global de personas de nacionalidad española y extranjera fue muy similar, si bien el
porcentaje de mujeres de nacionalidad española (52,5%) se situó levemente por encima del
de los hombres (49,2%).

5.2. Procedimiento

Los datos han sido analizados a través del paquete estadístico IBM® SPSS Statistics®,
versión 25, utilizando la prueba Chi-cuadrado para las variables nominales y la prueba U de
Mann-Whitney para las variables ordinales. Se han calculado asimismo estadísticos de
tamaño del efecto: V de Cramer para las variables nominales y r para las variables
ordinales222, así como los residuos estandarizados corregidos223 en las tablas de
contingencia. Para todas las variables estudiadas, se han tratado como valores perdidos
aquellos casos en los que la respuesta fue “no sabe/no recuerda”.

5.3. Variables

5.3.1. Variable independiente

Se ha considerado como variable independiente el sexo de la persona encuestada


(pregunta 3): hombre o mujer. Es importante aclarar que en el estudio original se adopta
una concepción biológica de esta variable (INE, 2014).

5.3.2. Variables dependientes

Antecedentes personales y familiares adversos:


1) Lugar principal de residencia antes de los 18 años (pregunta 115224): 1) con familiares; 2)
con otras personas no familiares; o 3) en una institución de acogida.
2) Problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona antes de los 18 años (p.
116.8). Variable dicotómica: sí o no.
3) Estancia en prisión de alguno de los progenitores antes de los 18 años (p. 116.9). Variable
dicotómica: sí o no.
4) Problemas de violencia en la familia antes de los 18 años (p. 116.7). Variable dicotómica:
sí o no.

222
Para el cálculo del estadístico r se ha utilizado la fórmula r=Z/√N (Fritz, Morris y Richler 2012; Rosenthal
1991).
223
Como recoge Sánchez Carrión (1999), estos se interpretan como cualquier valor de una variable
estandarizada en una distribución normal: valores de los residuos por encima de ±1,96 difieren de 0 con una
probabilidad superior a 0,95, evidenciando relaciones estadísticamente significativas. Cuanto mayor sea el
valor absoluto del residuo estandarizado corregido, mayor será la relación entre la pareja de categorías, y el
signo del residuo permite determinar la dirección de la relación.
224
El cuestionario puede consultarse en INE (2012b).

239
5) Sufrimiento de violencia por la propia persona o sus hijos/as como la razón por la que la
persona se vio obligada a abandonar el alojamiento que tenía antes de verse sin hogar
(p. 56.2). Variable dicotómica: sí o no.
6) Ha sido denunciado/a (p. 130). Variable ordinal con tres opciones de respuesta: 1) no; 2)
sí, una sola vez; o 3) sí, varias veces.
7) Ha sido detenido/a en dependencias policiales (p. 131): 1) no; 2) sí, una vez; o 3) sí, varias
veces.
8) Estancia en un centro de menores (p. 134): 1) no; 2) sí, una sola vez; o 3) sí, más de una
vez.
9) Estancia en prisión (p. 135). Variable dicotomizada: sí o no.
Condiciones de vida:
1) Tiempo en situación de sin hogar (p. 57): 1) entre 1 y 6 meses; 2) de 6 a 12 meses; 3)
entre 1 y 3 años; o 4) más de 3 años.
2) Estado de salud percibido (p. 89): 1) muy malo; 2) malo; 3) regular; 4) bueno o 5) muy
bueno.
3) Enfermedad grave o crónica (p. 93). Variable dicotómica: sí o no.
4) Situación de discapacidad (p. 98). Variable dicotómica: sí o no.
5) Consumo de alcohol (preguntas 102 y 103): 1) sin consumo; 2) consumo ligero -de 1 a
175 c.c. de alcohol puro/semana-; 3) consumo moderado -de 176 a 525 c.c. de alcohol
puro/semana); 4) consumo alto -de 526 a 700 c.c. de alcohol puro/semana- o 5)
consumo excesivo -más de 700 c.c. de alcohol puro/semana- (INE 2012a:17).
6) Consumo de drogas en el mes anterior (p. 106). Variable dicotomizada: sí o no.
7) Lugar de pernocta todas las noches (preguntas 6 y 7): 1) espacios públicos o alojamientos
de fortuna225; 2) alojamientos colectivos: albergues, residencias o centros de acogida,
centros de acogida a mujeres maltratadas226, centros de ayuda al refugiado y para
demandantes de asilo o centros de internamiento de inmigrantes; o 3) pisos o pensiones,
ya se tratase de pisos ocupados o de alojamientos facilitados o pagados por una
administración pública, ONG u otro organismo227. Los tipos de alojamiento incluidos se
limitaron a los que delimitaban la condición de persona encuestable (INE 2012a).
Experiencias de discriminación y victimización a lo largo de la trayectoria de
sinhogarismo:
225
Aquellos espacios de un inmueble no previstos para su uso como dormitorio —hall de un inmueble, pasillo,
escalera, etc.—, cuevas, coches abandonados, garajes, etc. (INE, 2012a).
226
Esta opción fue seleccionada exclusivamente por mujeres, y más específicamente por 22 personas. Puesto
que su inclusión en la tipología global de alojamientos colectivos no suponía diferencias sustanciales en los
resultados con respecto a su consideración independiente, se optó por reflejar en el análisis la tipología
conjunta.
227
Dadas las limitaciones del estudio original (véase apartado “limitaciones del estudio”), se optó por adoptar
una visión del lugar de pernocta habitual basada en si se trataba o no de espacios destinados al alojamiento y
en qué medida la persona podía o no llevar en ellos una vida lo más normalizada posible.

240
1) Percepción de discriminación por la situación de sinhogarismo (p. 126): 1) nunca; 2)
algunas veces; 3) muchas veces; o 4) constantemente.
2) Víctima de algún delito o agresión desde que se encuentra sin hogar (p. 127). Variable
dicotómica de nueva creación a partir de los ítems 127.1 a 127.6 de la encuesta.
Opciones de respuesta: sí o no.
a) Agresión (p. 127.1). Variable dicotómica: sí o no.
b) Robo de dinero, pertenencias o documentación (p. 127.2). Variable dicotómica: sí o
no.
c) Agresión sexual (p. 127.3). Variable dicotómica: sí o no.
d) Timo (p. 127.4). Variable dicotómica: sí o no.
e) Insultos o amenazas (p. 127.5). Variable dicotómica: sí o no.
f) Otros delitos (p. 127.6). Variable dicotómica: sí o no.
3) Denuncia de los hechos (p. 128). Variable dicotómica: sí o no.
4) Motivo no denuncia (p. 129): 1) no sabía cómo hacerlo; 2) no sirve para nada; 3) por mi
situación legal; 4) por miedo a represalias; 5) por otro motivo.

VI. Resultados

La tabla 1 muestra los principales estadísticos descriptivos de la muestra para las


variables estudiadas. Entre los datos más destacables, a nivel global, una notable proporción
de las personas encuestadas presentaba antecedentes personales y familiares adversos,
destacando los problemas de alcoholismo en la familia o de la propia persona, así como los
problemas de violencia en la familia, en ambos casos antes de los 18 años. Asimismo,
alrededor de una de cada tres personas refirió haber sido denunciada en al menos una
ocasión, con una proporción similar, aunque ligeramente superior, de individuos con
antecedentes de detención policial.
Finalmente, es importante subrayar que aproximadamente la mitad de las personas sin
hogar encuestadas refirieron haber sufrido algún delito o agresión desde que se
encontraban en esta situación, destacando en este sentido los insultos o amenazas, seguidos
del robo de dinero o pertenencias. Alrededor de dos de cada tres víctimas no denunciaron
los hechos, siendo el motivo más citado la consideración de que la denuncia “no sirve para
nada”.

241
Tabla 1. Estadísticos descriptivos de la muestra

N Desv.
Válido Perdidos Media Moda típica Mín. Máx.
Residencia principal antes de los 3304 0 92,6a Con familiares
18 años
Problemas de alcoholismo en la 3304 0 0,21 No 0,407 0 1
familia o de la propia persona
antes de los 18 años
Prisión progenitores antes de 3304 0 0,05 No 0,213 0 1
los 18 años
Problemas de violencia en la 3304 0 0,18 No 0,384 0 1
familia antes de los 18 años
Sufrimiento violencia por 3304 0 0,10 No 0,305 0 1
persona/hijos como razón para
abandonar alojamiento previo
Ha sido denunciado/a 3304 0 70,9 a (Nob) No
Ha sido detenido/a en 3304 0 63,3 a (Nob) No
dependencias policiales
Estancia en centro de menores 3304 0 97,0 a (Nob) No
Estancia en prisión 3304 0 84,0 a (Nob) No
Tiempo en situación de sin 3304 0 44,2a (entre Más de tres
hogar 1 y 3 añosb) años
Estado de salud percibido 3304 0 43,0a Bueno 0,98 1 5
(Buenob)
Enfermedad grave o crónica 3304 0 0,30 No 0,459 0 1
Situación de discapacidad 3304 0 0,15 No 0,360 0 1
Consumo de alcohol 3304 0 58,4a Sin consumo 0,783 0 4
(Sin
consumob)
Consumo de drogas en el mes 3304 0 0,13 No 0,333 0 1
anterior
Lugar de pernocta todas las 3066 238 60,4a Alojamientos
noches colectivos
Percepción de discriminación 3304 0 52,9ª Nunca
por situación de sinhogarismo (Nuncab)
Víctima de algún delito o 3304 0 0,49 No 0,500 0 1
agresión desde que se
encuentra sin hogar
1. Agresión 3304 0 0,20 No 0,399 0 1
2. Robo 3304 0 0,31 No 0,464 0 1
3. Agresión sexual 3304 0 0,03 No 0,164 0 1
4. Timo 3304 0 0,14 No 0,343 0 1
5. Insultos o amenazas 3304 0 0,33 No 0,470 0 1
6. Otros delitos 3304 0 0,01 No 0,112 0 1
Denuncia de los hechos 1617 1687 0,34 No 0,473 0 1
Motivo no denuncia 1070 2234 53,3a No sirve para
nada
a b
Porcentaje válido de la categoría modal; Categoría de la mediana, por tratarse de una variable ordinal.

242
6.1. Antecedentes personales y familiares adversos

Como puede observarse en la tabla 2, las mujeres presentaban en mayor medida


antecedentes de problemas de violencia en la familia durante la infancia y adolescencia —
26,3% frente al 15,7% de los hombres—, y casi el 28% de las mujeres, frente a menos del 6%
de los hombres, indicaron que se habían visto obligadas a abandonar el alojamiento que
tenían antes de verse sin hogar a causa de situaciones de violencia, con un tamaño del
efecto medio-bajo (V de Cramer=,297). Por el contrario, los hombres habían sido
denunciados, detenidos en dependencias policiales, estado en un centro de menores —
particularmente cuando estas circunstancias habían tenido lugar en más de una ocasión— y
en prisión en mayor medida que las mujeres.
El sexo no se relacionó de forma significativa con el lugar de residencia principal antes
de los 18 años, y tampoco con la experiencia de problemas de alcoholismo en la familia o de
la propia persona o la estancia en prisión de alguno de los progenitores durante esta misma
etapa vital, si bien una mayor proporción de mujeres respondieron afirmativamente a las
dos últimas cuestiones e indicaron haber vivido en una institución de acogida durante su
infancia y adolescencia.

243
Tabla 2. Antecedentes personales y familiares en función del sexo

Mujer Hombre
Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
Con familiares 649 (91,3) [-1,5] 2410 (92,9) [1,5]
Lugar de residencia Con otras
personas no 24 (3,4) [1,1] 64 (2,6) [-1,1] X2[2b]=2,300; p=,317
principal antes de
familiares V de Cramer=,026; p=,317
los 18 años
En institución de
38 (5,3) [1,0] 115 (4,4) [-1,0]
acogida
Problemas de No 550 (77,4) [-1,3] 2064 (79,6) [1,3]
alcoholismo en la
X2[1]=1,699; p=,192
familia o de la
Sí 161 (22,6) [1,3] 529 (20,4) [-1,3] V de Cramer=,023; p=,192
propia persona
antes de los 18 años
Estancia en prisión No 669 (94,1) [-1,6] 2477 (95,5) [1,6]
de alguno de los X2[1]=2,519; p=,113
progenitores antes Sí 42 (5,9) [1,6] 116 (4,5) [-1,6] V de Cramer=,028; p=,113
de los 18 años
Problemas de No 524 (73,7) [-6,6] 2187 (84,3) [6,6]
violencia en la X2[1]=42,923; p<,001
familia antes de los Sí 187 (26,3) [6,6] 406 (15,7) [-6,6] V de Cramer=,114; p<,001
18 años
Sufrimiento No 514 (72,3) [-17,1] 2447 (94,4) [17,1]
violencia por
persona/hijos como X2[1]=292,318; p<,001
razón para Sí 197 (27,7) [17,1] 146 (5,6) [-17,1] V de Cramer=,297; p<,001
abandonar
alojamiento previo
No 602 (84,7) [9,1] 1742 (67,2) [-9,1]
Ha sido U=756618,0; p<,001
Sí, una vez 62 (8,7) [-4,8] 411 (15,9) [4,8]
denunciado/a r=,160
Sí, varias veces 47 (6,6) [-6,9] 440 (17,0) [6,9]
Ha sido detenido/a No 575 (80,9) [11,0] 1515 (58,4) [-11,0]
U=709088,5; p<,001
en dependencias Sí, una vez 74 (10,4) [-5,6] 501 (19,3) [5,6]
r=,192
policiales Sí, varias veces 62 (8,7) [-8,1] 577 (22,3) [8,1]
No 702 (98,7) [3,0] 2504 (96,6) [-3,0]
Estancia en centro Sí, una sola vez 6 (0,8) [-1,9] 49 (1,9) [1,9] U=901794,0; p=,003
de menores Sí, más de una r=,053
3 (0,4) [-2,3] 40 (1,5) [2,3]
vez
No 657 (92,4) [6,9] 2120 (81,8) [-6,9] X2[1]=47,178; p<,001
Estancia en prisión
Sí 54 (7,6) [-6,9] 473 (18,2) [6,9] V de Cramer=,119; p<,001

Nota: los porcentajes han sido calculados tomando como referencia las columnas.
a
Residuos estandarizados corregidos; b Grados de libertad.

244
6.2. Condiciones de vida

Como recoge la tabla 3, las mujeres presentaban un peor estado de salud percibido, al
tiempo que sufrían en mayor medida situaciones de discapacidad y enfermedades graves o
crónicas, aunque las diferencias no resultaron estadísticamente significativas para esta
última variable. Los hombres, por su parte, llevaban más tiempo en situación de sin hogar y
refirieron consumir alcohol y haber consumido drogas en el mes previo en mayor medida.
Asimismo, la proporción de hombres que indicaron pasar la noche habitualmente en
espacios públicos o alojamientos de fortuna superó notablemente a la de las mujeres,
quienes optaron en mayor grado por los alojamientos colectivos. No hubo diferencias, sin
embargo, con respecto a la tercera categoría de alojamientos (pisos o pensiones). La
magnitud del tamaño del efecto destacó con relación al consumo de alcohol (r=,197).

Tabla 3. Condiciones de vida en función del sexo

Mujer Hombre
Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
Entre 1 y 6 meses 135 (19,0) [2,6] 387 (14,9) [-2,6]
Tiempo en
De 6 a 12 meses 108 (15,2) [1,0] 355 (13,7) [-1,0] U=850264,5; p=,001
situación de sin
Entre 1 y 3 años 188 (26,4) [0,3] 670 (25,8) [-0,3] r=,059
hogar
Más de 3 años 280 (39,4) [-2,9] 1181 (45,5) [2,9]
Muy malo 20 (2,8) [-0,4] 81 (3,1) [0,4]
Malo 77 (10,8) [1,8] 224 (8,6) [-1,8]
Estado de salud U=852942; p=,001
Regular 224 (31,5) [3,6] 643 (24,8) [-3,6]
percibido r=,056
Bueno 266 (37,4) [-3,4] 1155 (44,5) [3,4]
Muy bueno 124 (17,4) [-0,9] 490 (18,9) [0,9]
Enfermedad No 481 (67,7) [-1,4] 1827 (70,5) [1,4] X2[1b]=2,089; p=,148
grave o crónica Sí 230 (32,3) [1,4] 766 (29,5) [-1,4] V de Cramer=,025; p=,148
Situación de No 578 (81,3) [-2,8] 2220 (85,6) [2,8] X2[1]=8,034; p=,005
discapacidad Sí 133 (18,7) [2,8] 373 (14,4) [-2,8] V de Cramer=,049; p=,005
Sin consumo 528 (74,3) [9,7] 1402 (54,1) [-9,7]
Consumo ligero 173 (24,3) [-5,3] 906 (34,9) [5,3]
Consumo de U=694431,0; p<,001
Consumo moderado 6 (0,8) [-6,9] 210 (8,1) [6,9]
alcohol r=,197
Consumo alto 1 (0,1) [-2,4] 28 (1,1) [2,4]
Consumo excesivo 3 (0,4) [-2,7] 47 (1,8) [2,7]
Consumo de No 648 (91,1) [3,5] 2235 (86,2) [-3,5]
X2[1]=12,275; p<,001
drogas en el
Sí 63 (8,9) [-3,5] 358 (13,8) [3,5] V de Cramer=,061; p<,001
mes anterior
Espacios públicos o
Lugar de 39 (5,6) [-6,0] 336 (14,1) [6,0]
alojamientos de fortuna X2[2]=37,810; p<,001
pernocta todas
Alojamientos colectivos 462 (66,9) [4,0] 1390 (58,5) [-4,0] V de Cramer=,111; p<,001
las noches
Pisos o pensiones 190 (27,5) [0,1] 650 (27,4) [-0,1]
Nota: los porcentajes han sido calculados tomando como referencia las columnas.
a
Residuos estandarizados corregidos; b Grados de libertad

245
6.3. Experiencias de discriminación y victimización a lo largo de la trayectoria de
sinhogarismo

Tal y como muestra la tabla 4, las diferencias en la discriminación percibida por la


condición de persona en situación de sin hogar tan solo resultaron significativas, según
reflejan los residuos estandarizados corregidos, para la categoría “algunas veces”, con una
mayor proporción de hombres. Tampoco hubo diferencias con relación a las experiencias de
victimización globalmente consideradas. Sin embargo, un análisis desagregado por tipologías
delictivas reveló que los hombres habían sufrido robos en mayor medida —aunque el
tamaño del efecto resultó muy bajo—, mientras que las mujeres habían sido víctimas de
agresiones sexuales en mucho mayor grado —9,3% frente al 1% de los hombres—, con un
tamaño del efecto bajo pero notablemente superior al anterior (V de Cramer=,209).
Asimismo, y aunque una proporción significativamente superior de mujeres había
denunciado lo ocurrido228, quienes no lo habían hecho indicaron como motivo el miedo a las
represalias en una proporción significativamente mayor a la de los hombres, mientras que
estos últimos superaron a las mujeres en la elección de la categoría “no sirve para nada”,
que en todo caso fue seleccionada por la mayor parte de los individuos.

Tabla 4. Experiencias de discriminación y victimización en función del sexo

Mujer Hombre
Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
Discriminación Nunca 392 (55,1) [1,4] 1355 (52,3) [-1,4]
percibida por la Algunas veces 161 (22,6) [-2,6] 712 (27,5) [2,6] U=907437,0; p=,484
condición de Muchas veces 110 (15,5) [1,5] 344 (13,3) [-1,5] r=,012
persona sin hogar Constantemente 48 (6,8) [-0,2] 182 (7,0) [0,2]
Víctima de delito No 384 (54,0) [1,8] 1303 (50,3) [-1,8]
o agresión desde X2[1b]=3,153; p=,076
que se encuentra Sí 327 (46,0) [-1,8] 1290 (49,7) [1,8] V de Cramer=,031; p=,076
sin hogar
No 568 (79,9) [-0,1] 2078 (80,1) [0,1] X2[1]=,022; p=,882
Agresión
Sí 143 (20,1) [0,1] 515 (19,9) [-0,1] V de Cramer=,003; p=,882
No 514 (72,3) [2,3] 1758 (67,8) [-2,3] X2[1]=5,248; p=,022
Robo
Sí 197 (27,7) [-2,3] 835 (32,2) [2,3] V de Cramer=,040; p=,022
No 645 (90,7) [-12,0] 2568 (99,0) [12,0] X2[1]=144,164; p<,001
Agresión sexual
Sí 66 (9,3) [12,0] 25 (1,0) [-12,0] V de Cramer=,209; p<,001
No 602 (84,7) [-1,5] 2251 (86,8) [1,5] X2[1]=2,170; p=,141
Timo
Sí 109 (15,3) [1,5] 342 (13,2) [-1,5] V de Cramer=,026; p=,141
Insultos o No 473 (66,5) [-0,3] 1741 (67,1) [0,3] X2[1]=,096; p=,757
amenazas Sí 238 (33,5) [0,3] 852 (32,9) [-0,3] V de Cramer=,005; p=,757
No 704 (99,0) [0,8] 2558 (98,7) [-0,8] X2[1]=,593; p=,441
Otros
Sí 7 (1,0) [-0,8] 35 (1,3) [0,8] V de Cramer=,013; p=,441
Denuncia de los No 191 (58,4) [-3,3] 879 (68,1) [3,3] X2[1]=11,033; p=,001
hechos Sí 136 (41,6) [3,3] 411 (31,9) [-3,3] V de Cramer=,083; p=,001

228
Se desconoce qué hecho/s fueron denunciados de entre los delitos sufridos —la encuesta incluía una
pregunta genérica acerca de si la persona había denunciado “estos hechos”—.

246
Mujer Hombre
Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
No sabía cómo hacerlo 14 (7,3) [0,7] 53 (6,0) [-0,7]
No sirve para nada 80 (41,9) [-3,5] 490 (55,7) [3,5]
Por mi situación
Motivo no 13 (6,8) [-0,6] 72 (8,2) [0,6] X2[4]=27,983; p<,001
legal
denuncia V de Cramer=,162; p<,001
Por miedo a
40 (20,9) [4,9] 77 (8,8) [-4,9]
represalias
Por otro motivo 44 (23,0) [0,5] 187 (21,3) [-0,5]
Nota: los porcentajes han sido calculados tomando como referencia las columnas.
a
Residuos estandarizados corregidos; b Grados de libertad

7. Discusión y conclusiones

El sinhogarismo ha sido tradicionalmente concebido como un fenómeno


eminentemente masculino. El carácter predominantemente encubierto que adoptan estas
situaciones entre las mujeres ha supuesto tanto una causa como una consecuencia de esta
realidad. Tan solo recientemente estas experiencias han empezado a ser objeto de
investigación, en la actualidad creciente, reconociéndose así que se trata de una
problemática con numerosas protagonistas femeninas y que sus antecedentes,
manifestaciones y evolución pueden diferir en función del género y los condicionantes que
lo acompañan.
Lo anterior exige incorporar la dimensión de género a los trabajos que abordan el
estudio del sinhogarismo229, al tiempo que demanda reconsiderar y adaptar en consecuencia
las respuestas que se ofrecen frente a este problema social. El presente estudio se ha
sumado a los esfuerzos precedentes partiendo de una muestra a nivel nacional, poniendo de
relieve algunas diferencias importantes entre las mujeres y los hombres en situación de sin
hogar que participaron en la encuesta original.
Así, el estado de salud percibido fue más negativo para las mujeres, quienes también
refirieron en mayor medida sufrir situaciones de discapacidad y enfermedades graves o
crónicas, aunque las diferencias no fueron estadísticamente significativas con respecto a las
últimas. Este hallazgo reproduce, por tanto, los resultados previos (véase apartado II) con
relación a la salud de este grupo, apoyando que el grado de deterioro de quienes se
encuentran en situaciones de sinhogarismo más extremas podría ser mayor entre las
mujeres incrementando, en consecuencia, su vulnerabilidad frente a la victimización.
Los hombres de la muestra, por su parte, afirmaron llevar más tiempo en situación de
sin hogar en comparación con las mujeres. Ello podría relacionarse con el hallazgo previo de
que estas últimas llegan a las principales situaciones vitales abarcadas por la encuesta —
situación de sin techo o utilización de recursos de alojamiento para personas sin hogar— una
vez han agotado todas las opciones a su alcance, y cuando se ven inmersas en aquellas
despliegan estrategias condicionadas por los roles de género para salir de estas situaciones
aun cuando, como hemos visto, las alternativas no son necesariamente mejores.

229
Con relación a la incorporación de la perspectiva de género en la investigación social, véase Díaz Martínez
(2015).

247
Del mismo modo, y como se esperaba, la proporción de hombres que refirieron pasar
la noche habitualmente en espacios públicos o alojamientos de fortuna superó
significativamente a la de las mujeres, quienes indicaron en mayor medida pernoctar en
alojamientos colectivos. A pesar de que estos recursos distan de ser óptimos, las mujeres
procuran evitar las situaciones de calle, pues transcurren en espacios que perciben como
peligrosos y violentos y en los que su grado de exposición al riesgo de victimización se
incrementa.
También en consonancia con los trabajos anteriores, los hombres indicaron consumir
alcohol y otras drogas en mayor grado. No obstante, es preciso reiterar que las mujeres sin
hogar que presentan estos comportamientos son doblemente estigmatizadas: “por
mantener conductas desviadas no apropiadas a su género y por no cumplir con los patrones
culturales asignados a la mujer en nuestras sociedades” (Matulič et al. 2019, p. 127).
Asimismo, los hombres afirmaron haber sido denunciados, detenidos, y haber estado en un
centro de menores y en prisión en mayor medida que las mujeres, lo que concuerda con lo
sostenido por Carrasco et al. (2019) con respecto a la socialización diferencial de hombres y
mujeres. En cualquier caso, ello no agota todas las posibilidades, máxime tomando en
consideración que no se recogió en el estudio información detallada acerca de las citadas
cuestiones. En este sentido, por ejemplo, podrían entrar en juego factores relacionados con
la criminalización del sinhogarismo230, unidos a la mayor visibilidad de los hombres que
atraviesan esta situación.
Por otra parte, aunque las diferencias en la discriminación percibida por la condición
de persona en situación de sin hogar sólo resultaron significativas para la categoría “algunas
veces”, con una mayor proporción de hombres, es importante no perder de vista que se
trata de la percepción subjetiva de las personas encuestadas. Puede que un análisis de las
actitudes y conductas discriminatorias objetivamente consideradas arrojase resultados
diferentes. También resulta posible que este hallazgo se explique, al menos en parte, por el
esfuerzo de las mujeres en situación de sin hogar por pasar desapercibidas identificado en
otros trabajos.
Como anticipaban las investigaciones precedentes (véase apartado 3), la violencia se
encontraba muy presente en las trayectorias vitales femeninas. Comenzando por las
vivencias previas a la situación de sinhogarismo, las mujeres presentaban en mayor grado
antecedentes de problemas de violencia en la familia durante la infancia y adolescencia, al
tiempo que se encontraban sobrerrepresentadas entre quienes indicaron que el sufrimiento
de violencia por la propia persona o sus hijos se situaba en el origen de su situación de
sinhogarismo. Además, y aunque las diferencias no fueron estadísticamente significativas,
una mayor proporción de mujeres había sufrido otros sucesos vitales negativos durante su
infancia o adolescencia: su lugar de residencia principal antes de los 18 años había sido con
otras personas no familiares o en una institución de acogida en mayor medida que para los
hombres, y lo mismo con relación a los problemas de alcoholismo en la familia o de la propia
persona o la estancia en prisión de alguno de los progenitores durante la misma etapa vital.

230
En este sentido, véanse: Terradillos (2020), García Domínguez (2020), Puente (2020), Fernández Evangelista
y Jones (2013) u O’Grady, Gaetz y Buccieri (2011).

248
En cuanto a las experiencias vividas desde que la persona se encontraba en situación
de sin hogar, no hubo diferencias significativas entre hombres y mujeres con relación a los
episodios de victimización globalmente considerados, cuya prevalencia fue en todo caso
muy elevada. Sin embargo, un análisis desagregado por tipologías delictivas reveló que los
hombres habían sufrido robos en mayor medida, mientras que una muy superior proporción
de mujeres había sido víctima de agresiones sexuales, tal y como habían constatado los
trabajos precedentes. Es probable que las cifras para estas últimas resulten, en realidad,
mucho mayores, al tratarse de experiencias que constituyen un tema muy sensible y difícil
de revelar para las víctimas, al tiempo que suelen suscitar emociones de vergüenza y culpa.
No se hallaron diferencias en función del género con relación al resto de tipologías delictivas
analizadas, lo que unido a la ausencia de diferencias a nivel global parece indicar que, salvo
para los casos referidos, la situación de sinhogarismo tiene un mayor peso que el género
como factor de riesgo en cuanto a las experiencias de victimización, al menos en lo que se
refiere a las personas que se encuentran en las situaciones de exclusión residencial más
extremas.
Con respecto a la interposición de denuncias por estas experiencias, aun cuando más
mujeres afirmaron haber denunciado lo ocurrido, quienes no lo habían hecho indicaron
como motivo el miedo a las represalias en una proporción significativamente superior a la de
los hombres, lo que apunta a situaciones de mayor vulnerabilidad. Por el contrario, estos
últimos superaban a las mujeres en la elección de la categoría “no sirve para nada”, que en
todo caso fue seleccionada por la mayor parte de los individuos. Ello podría indicar que entre
las personas afectadas por sinhogarismo prevalece un estado psicológico de “indefensión
aprendida” con relación a la denuncia de este tipo de vivencias, quizá derivado de
experiencias previas con las fuerzas y cuerpos de seguridad o el sistema de justicia, o incluso
de la asunción de que estas situaciones son de algún modo inherentes a su condición de
personas sin hogar.
En definitiva, los hallazgos del presente trabajo avalan que, como indica Bretherton
(2020), “Las mujeres no necesariamente experimentan el sinhogarismo del mismo modo que
los hombres y necesitamos conocer más acerca de por qué, cómo de significativas son las
diferencias y cuáles pueden ser las implicaciones para la investigación, el diseño de los
servicios y las respuestas estratégicas al sinhogarismo” (p. 265). Lo anterior puede hacerse
extensivo a las particulares constelaciones de factores de riesgo y protección frente a las
experiencias de victimización que afectan a cada grupo. En la medida en que no se realicen
esfuerzos por revelar esta realidad cuyas consecuencias se alimentan del desconocimiento,
utilizando los hallazgos para diseñar estrategias preventivas y de intervención que tomen en
cuenta la dimensión de género, las mujeres en situación de sin hogar continuarán siendo
invisibles.

8. Limitaciones del estudio

La Encuesta sobre las Personas sin Hogar cuenta con la fortaleza de tratarse de una
iniciativa de alcance nacional y, por tanto, destaca por su amplitud. Sin embargo, un
importante sesgo de partida limita la validez de los datos: la muestra se restringe a las
personas usuarias de los servicios asistenciales de alojamiento y/o restauración, excluyendo
a aquellas al margen de la red asistencial. Asimismo, para que la persona resultase

249
encuestable se requería que hubiese dormido al menos una vez a lo largo de la semana
previa en alguno de los tipos de alojamientos establecidos (INE 2012a), que se corresponden
casi exclusivamente con las categorías ETHOS de sin techo y sin vivienda y configuran una
concepción restringida del sinhogarismo (Brändle y García Luque, 2013; Fernández-Rasines y
Gámez-Ramos, 2013; Carrasco, 2017; FEANTSA, 2019b). De este modo, los resultados no son
representativos de las categorías de vivienda insegura y vivienda inadecuada que, como ya
se ha señalado, parecen corresponderse con las situaciones más comunes entre las mujeres
afectadas por el sinhogarismo y la exclusión residencial.
La encuesta tampoco representa adecuadamente al numeroso grupo de mujeres sin
hogar que residen en centros de acogida para mujeres maltratadas (Cabrera y Rubio, 2008),
extremo que parece haberse visto agravado si comparamos los datos de las oleadas de 2005
y 2012231. Todos estos factores limitan el alcance de las conclusiones del presente estudio al
impedir incorporar de forma plena el enfoque de género.
Finalmente, aunque los hallazgos parecen reproducir en gran medida los resultados
generales de estudios más recientes, los datos se remontan a 2012. Es preciso disponer de
información actualizada y, especialmente, más completa, que permita analizar cómo ha
evolucionado este fenómeno y en qué medida persisten las diferencias halladas o es posible
identificar otras nuevas.

231
Así, mientras que en la encuesta de 2005 las mujeres alojadas en estos centros suponían el 3% de la muestra
total y el 17,3% de las mujeres, en la encuesta de 2012 estas cifras se redujeron al 0,5% y el 2,3%,
respectivamente (INE s.f.).

250
REFERENCIAS

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women in the United States. International Journal of Mental Health 34(2), 62-
92. https://doi.org/10.1080/00207411.2005.11043398.
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256
Experiencias de violencia y victimización a lo largo de la vida de
las mujeres sin hogar mayores de 64 años
Experiences with violence and victimisation throughout life of homeless
women over the age of 64
Puente, P. (en prensa). Experiencias de violencia y victimización a lo largo de la vida de
las mujeres sin hogar mayores de 64 años.

SUMARIO. 1. El sinhogarismo: un fenómeno en expansión. 2. El carácter encubierto


del sinhogarismo femenino. 3. La violencia en las trayectorias vitales de las mujeres sin
hogar. 4. En situación de sinhogarismo, mujer y mayor. 5. Objetivos. 6. Metodología.
6.1. Muestra. 6.2. Procedimiento. 6.3. Variables. 6.3.1. Variables independientes. 6.3.2.
Variables dependientes. 7. Resultados. 7.1. Caracterización de las mujeres en situación
de sinhogarismo de 65 años o más. 7.2. Experiencias de violencia y victimización a lo
largo de la vida de las mujeres sin hogar menores de 65 años y de 65 años o más. 7.3.
Experiencias de violencia y victimización a lo largo de la vida de las mujeres y hombres
sin hogar de 65 años o más. 8. Discusión y conclusiones. Referencias.

RESUMEN. Partiendo de la muestra de la Encuesta sobre las Personas sin Hogar más
reciente, del año 2012, se caracterizó al grupo de mujeres afectadas por sinhogarismo
de 65 años o más y se compararon sus experiencias de violencia y victimización antes y
durante la situación de sinhogarismo con las de las mujeres sin hogar más jóvenes, por
un lado, y los hombres sin hogar del mismo grupo de edad, por otro. Los resultados
mostraron que las mujeres sin hogar más jóvenes indicaron, en mayor medida que las
mayores de 64 años, que la violencia ejercida contra ellas mismas o sus hijos/as había
sido el motivo por el que se habían quedado sin hogar, al tiempo que una mayor
proporción de ellas refirió haber vivido problemas de violencia en la familia antes de
los 18 años. Asimismo, las situaciones de violencia como precipitantes del
sinhogarismo y los problemas de violencia en la familia durante la infancia y
adolescencia fueron más comunes entre las mujeres de 65 años o más en comparación
con los hombres del mismo grupo de edad. No se hallaron diferencias en cuanto a las
experiencias de victimización a lo largo de la historia de sinhogarismo a excepción de la
violencia sexual, apuntando a que la situación de sinhogarismo podría constituir un
factor de riesgo de mayor peso que el género o la edad y constatando la mayor
incidencia de la violencia sexual entre las mujeres.

PALABRAS CLAVE: sinhogarismo, violencia, género, edad, mujeres mayores.

ABSTRACT. On the basis on the sample of the most recent Survey of Homeless People,
conducted in 2012, homeless women aged 65 or above were characterised, and their
experiences of violence before and during homelessness were compared to those of
younger homeless women and homeless men of the same age group. Results showed
that younger homeless women stated, to a greater extent than older women, that
violence against them or their children had been the reason why they had become
homeless, and a larger proportion of them also referred they had experienced
problems of violence in their family before the age of 18. Experiences of violence as
precipitating factor for homelessness and problems of violence during childhood or

257
adolescence were also more common among older homeless women as compared to
homeless men of the same age group. No differences were found in what refers to
victimisation events while homelessness but for sexual violence, thus pointing to the
greater impact of homelessness itself as a risk factor for victimisation as compared to
gender or age and stablishing the increased incidence of sexual violence for women.

KEYWORDS: homelessness, violence, gender, age, elderly women.

258
1. El sinhogarismo: un fenómeno en expansión

La Comisión Europea (16 de diciembre de 2010) concibe el sinhogarismo y la


exclusión residencial como una de las formas más extremas de pobreza y privación. Se
trata de un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años en la mayor parte de
los países europeos. Una reciente estimación cifra en 700.000 el número de personas
que duermen a la intemperie o viven en alojamientos temporales o de emergencia
actualmente en la Unión Europea, suponiendo un 70% más que hace diez años (Serme-
Morin y Lamas, 2020).
Se calcula que en nuestro país aproximadamente 40.000 personas atraviesan
esta situación232 (Cáritas Española, 2019). Entre 8.000 y 10.000 de ellas viven y
duermen cada día en la calle (Cabrera y Rubio, 2009; RAIS Fundación, s.f.). No
obstante, las citadas cifras reflejan una concepción restringida o estricta que equipara
el sinhogarismo con la carencia de un domicilio, ya sea porque la persona vive en la
calle o porque lo hace en los recursos dirigidos a personas sin hogar, dejando al
margen toda otra serie de situaciones de precariedad o vulnerabilidad en el
alojamiento que trascienden la dimensión puramente físico-técnica (Cabrera y Rubio,
2008).
La Federación Europea de Asociaciones Nacionales que Trabajan con Personas
sin Hogar —FEANTSA, por sus siglas en francés— ha desarrollado una definición
extensa de esta problemática: la Tipología Europea del Sinhogarismo y la Exclusión
Residencial —ETHOS—. Las diferentes condiciones de vida que constituyen formas de
sinhogarismo y exclusión residencial son clasificadas en cada una de las trece
categorías operativas que incluye la tipología, que se distribuyen en cuatro categorías
conceptuales y sus respectivas subdivisiones: 1) sin techo: personas que viven en la
calle o en espacios públicos, sin un refugio que pueda ser definido como residencia, o
bien aquellas que pernoctan en recursos de emergencia —centros de pernocta,
albergues de baja exigencia— sin que tengan un lugar de residencia habitual; 2) sin
vivienda: personas alojadas a corto plazo —estancia durante menos de un año— en
recursos para personas sin hogar, en centros de acogida para mujeres víctimas de
violencia doméstica, en recursos de alojamiento para inmigrantes, quienes se
encuentran en instituciones —centros penitenciarios, instituciones médicas, centros
para menores, etc.— y no disponen de alojamiento en el momento de abandonarlas,
así como las personas en alojamientos con apoyo sostenido —estancia superior a un
año— debido a su condición de personas sin hogar —por ejemplo, residencias para
personas mayores sin hogar—; 3) vivienda insegura: personas que viven
temporalmente con familiares o amigos/as, quienes residen en una vivienda sin título
legal de ocupación, así como quienes se encuentran bajo la amenaza de desahucio o
de violencia por parte de su familia o su pareja; y 4) vivienda inadecuada: personas que
viven en estructuras temporales o no convencionales, como chabolas o caravanas, en
viviendas no aptas para su habitabilidad según la normativa o en las que existe una
situación de hacinamiento extremo (FEANTSA, 2017).

232
Integrando diversas fuentes de datos, la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-
2020 recoge, no obstante, una estimación más modesta, cifrando el número de personas sin hogar entre
30.250 y 36.300, con una media de 33.275 (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2015).

259
Las dos primeras categorías —sin techo y sin vivienda—, en lo que concierne a
los recursos dirigidos a personas en situación de sin hogar, son las que generalmente
se ven reflejadas en los estudios empíricos sobre sinhogarismo, y a ellas corresponden
las cifras indicadas al inicio del presente documento. Sin embargo, cuando partimos de
una definición extensa del sinhogarismo y la exclusión residencial, el alcance de esta
problemática resulta notablemente más amplio de lo que comunican tales datos
(véanse, por ejemplo, Fundación FOESSA, 2 de agosto de 2019 o Serme-Morin y Lamas,
2020). En cualquier caso, las cifras hacen referencia al escenario inmediatamente
anterior a la emergencia de la crisis sanitaria generada por la COVID-19, y el impacto
de las crisis social y económica subsecuentes sobre el fenómeno del sinhogarismo
queda aún, en gran medida, por determinar.

2. El carácter encubierto del sinhogarismo femenino

El género representa uno de los ejes de desigualdad más relevantes en las


sociedades occidentales contemporáneas, y las desigualdades que de él se derivan se
hallan interconectadas e impregnan todos los ámbitos de la vida (Damonti, 2019). No
en vano, la igualdad de género constituye uno de los objetivos de la Agenda 2030 para
el Desarrollo Sostenible adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas
(Naciones Unidas, 25 de septiembre de 2015).
El ahora ex Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos de
Naciones Unidas, Philip Alston, tras su reciente visita a España, situó a las mujeres
entre los grupos más vulnerables, con tasas más altas de pobreza relativa, carencia
material severa, baja intensidad de empleo y pobreza extrema (Oficina del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, 7 de febrero de
2020). De este modo, como expresa Cabrera:
“Puesto que la situación respecto de la vivienda es muy dependiente de la
existencia de pobreza económica, formativa, laboral y relacional, y puesto que, a
su vez, todas las formas de la pobreza revisten especial gravedad entre las
mujeres, parece evidente que la precariedad residencial y las dificultades para
lograr acceder a una vivienda digna serán mayores entre las mujeres que entre
los varones” (2000, p. 26).
No obstante, numerosos estudios (por citar algunos de los más recientes en
nuestro país: Arrels Fundació, 2020; Sales, 2019; Muñoz, Sánchez y Cabrera, 2018;
Centro de Documentación y Estudios SIIS, 2018) muestran sistemáticamente cómo una
amplia mayoría de las personas que se encuentran en situación de sin hogar son
hombres. Una de las razones que explican esta aparente contradicción es,
precisamente, la adopción mayoritaria de una definición operativa restringida del
sinhogarismo. Como anticipamos más arriba, estos trabajos generalmente se limitan a
los usuarios de los recursos dirigidos a personas sin hogar y/o a quienes desarrollan sus
vidas en las calles. Sin embargo, las mujeres parecen hallarse mucho menos
representadas en estas categorías ETHOS de sin vivienda y, especialmente, sin techo, y
más en las de vivienda insegura y vivienda inadecuada (Sales y Guijarro, 2017; Pleace,
2016), formas veladas de sinhogarismo cuya medición comporta notables dificultades
(Baptista, 2010; Edgar y Doherty, 2001).
De este modo, las mujeres se encuentran en mayor medida en situaciones de
exclusión residencial previas a la exclusión severa, que normalmente permanecen

260
ocultas o en el ámbito privado: “es un tipo de sinhogarismo vivido de puertas para
adentro, en situaciones de precariedad habitacional que no tienen presencia en la vida
pública” (Matulič et al., 2019, p. 175). Así, las mujeres despliegan estrategias o
recurren a alternativas fuertemente condicionadas por los roles de género a fin de
evitar terminar en la calle o acudir a determinados recursos de pernocta, como
aquellos en los que existe un predominio de usuarios masculinos, espacios que
perciben como particularmente hostiles debido al mayor riesgo de exposición a la
violencia y el abuso (Centro de Documentación y Estudios SIIS, 2016; Gámez, 2018;
Guijarro et al., 2017; S. Carrasco et al., 2019). Entre ellas, el recurso a sus vínculos
sociales que, en virtud de las funciones de género que tradicionalmente les son
asignadas a las mujeres, suelen ser más amplios, estables y sólidos que los de los
hombres (Bretherton, 2017). Sin embargo, ello también puede conducirlas a
situaciones de explotación y precariedad constitutivas de formas invisibles de
sinhogarismo (S. Carrasco et al., 2019). Otras posibilidades son el empleo como
trabajadoras domésticas, cuidadoras de personas dependientes o trabajadoras
sexuales, opciones que, sin embargo, no siempre alejan a las mujeres de la exclusión,
pues “los empleos más feminizados se caracterizan por la precariedad y la ausencia de
seguridad y protección sociales” (Gámez, 2018, p.182). El mantenimiento de relaciones
sexo-afectivas no deseadas, como el denominado “sexo de supervivencia” (De Inés et
al., 2019), constituye otra alternativa. También es posible que subarrienden
habitaciones en sus domicilios para hacer frente a dificultades económicas, que
residan en viviendas sobreocupadas sin contrato o que soporten situaciones de
violencia en sus hogares, todas ellas formas de sinhogarismo estadísticamente
invisibles (Gámez, 2018).
Por otra parte, el estigma derivado del incumplimiento de los roles socialmente
asignados a las mujeres (L. Carrasco, 2017) o de la percepción social de las mujeres sin
hogar como mujeres “perdidas” o prostitutas (Edgar y Doherty, 2001), unido a los
mayores riesgos que comporta para ellas la vida en las calles (Nyamathi, Leake y
Gelberg, 2000), motivan que se esfuercen por pasar desapercibidas, y aquellas que se
encuentran sin techo buscarán lugares aislados para pernoctar. Ello las hace menos
visibles y más difíciles de localizar durante los recuentos, favoreciendo la
infraestimación del número de mujeres en esta situación (Guijarro et al., 2017).
Finalmente, las experiencias de sinhogarismo femenino a menudo permanecen
ocultas porque los servicios especializados en la atención de problemáticas
estrechamente vinculadas a esta condición entre las mujeres, como la violencia
doméstica233 o los casos de madres solteras en situación de vulnerabilidad, no suelen
ser clasificados como recursos para personas sin hogar (Edgar y Doherty, 2001; Sales y
Guijarro, 2017). Los recursos generalistas para quienes atraviesan esta situación han
sido tradicionalmente diseñados para atender a usuarios masculinos, por lo que con
frecuencia no responden a las necesidades diferenciales de las mujeres (S. Carrasco et
al., 2019; Sales y Guijarro, 2017)234.

233
Es preciso matizar que las mujeres que sufren violencia en el ámbito doméstico por parte de
personas que no son sus parejas o ex parejas generalmente no son atendidas en estos recursos
(Escudero, 2003).
234
No obstante lo anterior, se están produciendo importantes avances en cuanto al diseño de recursos
adaptados a las necesidades y características específicas de las mujeres. Un ejemplo de buenas prácticas

261
3. La violencia en las trayectorias vitales de las mujeres sin hogar

Las experiencias de violencia resultan, lamentablemente, comunes entre las


personas afectadas por sinhogarismo (con relación a España, véanse, por ejemplo,
Arrels Fundació, 2020; Centre d’Acollida ASSÍS, 2017; Centro de Documentación y
Estudios SIIS, 2018; Muñoz, Sánchez y Cabrera, 2018; RAIS Fundación, 2015). Sin
perjuicio de lo anterior, la violencia aparece como un eje vertebrador en las
trayectorias vitales de muchas mujeres sin hogar (Jasinski et al., 2010; Matulič-
Domandzic et al., 2019; Pérez de Madrid, Belchí y Mateos, 2019).
Así, la violencia doméstica, particularmente la ejercida por la pareja masculina,
constituye un factor precipitante de primer orden del sinhogarismo femenino
(FEANTSA, 2019; Mayock, Bretherton y Baptista, 2016), y muchas mujeres permanecen
en hogares violentos o bien regresan con sus agresores una vez han abandonado el
domicilio ante la ausencia de alternativas de alojamiento o la incapacidad para
soportar las duras condiciones de vida que comporta la situación de sinhogarismo
(Marpsat, 2000; Mayock, Sheridan y Parker, 2015). Además, para muchas mujeres sin
hogar las relaciones de pareja constituyen una estrategia de supervivencia: les aportan
apoyo emocional y psicológico, pueden disuadir a otros hombres de proponerles algún
tipo de relación sexual o sentimental y protegerlas de los riesgos que caracterizan la
vida en la calle (L. Carrasco, 2017). Ello contribuye a que en ocasiones permanezcan
con sus parejas incluso en el contexto de relaciones violentas (Herrero, 2003).
Asimismo, una considerable proporción de mujeres sin hogar informan de
experiencias de violencia y abuso durante su infancia y/o adolescencia (Coates y
McKenzie-Mohr, 2010; Mayock y Sheridan, 2012; Rodríguez et al., 2016).
Entre las mujeres afectadas por sinhogarismo destacan, además, las experiencias
de violencia sexual, cuya prevalencia a lo largo de la vida es muy superior en
comparación con los hombres en esta situación y con las mujeres de la población
general (por ejemplo, Heerde, Scholes-Balog y Hemphill, 2015; Goodman, Fels y Glenn,
2006; Jasinski, et al. 2005). En este sentido, como apunta Escudero, “(…) las
condiciones de vida de las mujeres sin hogar, su constante exposición física, su mayor
desprotección, así como su necesidad de establecer ciertas alianzas y relaciones para
sobrevivir en la calle, incrementan sus posibilidades de sufrir ataques y abusos” (2003,
p.192).

4. En situación de sinhogarismo, mujer y mayor

Cuando se analiza el fenómeno del sinhogarismo en función de la edad, es


importante tomar en cuenta una lamentable realidad: las personas que atraviesan esta
situación sufren envejecimiento prematuro, su mortalidad es entre 3 y 4 veces
superior a la de la población general y su esperanza de vida es aproximadamente 30
años inferior (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2015). Si partimos
de que la esperanza de vida al nacimiento en nuestro país en 2019 se situó en 80,9
años para los hombres y 86,2 años para las mujeres (INE, 2020), no resulta difícil

es el trabajo que viene realizando el Centre d’Acollida ASSÍS de Barcelona en el marco de su programa
Dones Amb Llar. Entre otras actuaciones, la entidad ha impulsado la creación del pionero Llar Rosario
Endrinal. Más información en: https://www.donessensellar.org/.

262
aventurar que la población sin hogar de 65 años o más será necesariamente escasa. De
hecho, tan solo el 5% de las 39.483 personas sin hogar acompañadas por Cáritas en
2019 eran mayores de 64 años (Cáritas, 2020). Asimismo, en la citada Estrategia
Nacional Integral para Personas sin Hogar 2015-2020 se recogía como objetivo la
reducción del porcentaje de personas sin hogar de este grupo etario, que se cifró en el
3,83% en 2015 (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad).
Se han dedicado muy pocos estudios al análisis de la realidad de las personas sin
hogar mayores. Con relación a España, tan solo se ha hallado un trabajo que aborda los
factores asociados a la exclusión social de estas personas (López González y Labrador
Álvarez, 2018). Las personas sin hogar mayores enfrentan más problemas de salud
física y mental y mayor aislamiento social en comparación con las más jóvenes y con
quienes no se encuentran en esta situación (Barak y Cohen, 2003; Brown et al., 2017).
Ello sin duda incrementa su vulnerabilidad, y en esta línea se ha encontrado que
tienden a sufrir más experiencias de victimización, al tiempo que son más susceptibles
de ser ignoradas por las fuerzas y cuerpos de seguridad (National Coalition for the
Homeless, 2009). Sin embargo, algunos investigadores han hallado que la victimización
entre las personas sin hogar no se incrementa de forma regular con la edad, por lo que
plantean que lo realmente importante es la situación de sinhogarismo, que
contrarresta el efecto protector de la edad con relación a la victimización encontrado
para la población general (Dietz y Wright, 2005). Estos autores observaron, asimismo,
que la victimización sexual resultaba significativamente más común entre las mujeres
sin hogar mayores en comparación con los hombres. No obstante, las diferencias en
función del género para otras tipologías delictivas —robos y agresiones físicas— en
personas sin hogar más jóvenes, con una mayor proporción de víctimas masculinas,
desaparecían cuando se trataba de personas más mayores. En palabras de los autores,
“cualesquiera “protecciones” frente a la victimización que experimenten las mujeres
sin hogar más jóvenes evidentemente desaparecen entre las personas sin hogar
mayores” (p. 19).
En suma, cuando a las barreras y los riesgos derivados de la situación de
sinhogarismo les añadimos los propios del género femenino y la edad avanzada, el
grado de vulnerabilidad se agudiza. Es, por tanto, previsible que el grupo conformado
por la intersección de estas tres características enfrente unas condiciones de vida
notablemente desfavorables, siendo sus experiencias con la violencia la manifestación
más extrema de tal vulnerabilidad o, incluso, lo que les haya conducido a ella.

5. Objetivos

Se pretende, en primer lugar, caracterizar al grupo de mujeres afectadas por


sinhogarismo de 65 años o más. En segundo lugar, se desea conocer si existen
diferencias en las experiencias de violencia sufridas por estas mujeres antes y durante
la situación de sinhogarismo, tanto con respecto a las mujeres sin hogar más jóvenes
como con relación a los hombres sin hogar del mismo grupo de edad.

263
6. Metodología

6.1. Muestra

Se ha utilizado la muestra de la Encuesta sobre las Personas sin Hogar más


reciente, realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2012, integrada por un
total de 3.433 personas de 18 años o más, de las que 2.683 eran hombres —78,2%— y
750 mujeres —21,8%—, que en la semana anterior a la de la entrevista habían sido
usuarias de algún centro asistencial de alojamiento y/o restauración y habían dormido
al menos una vez en algún alojamiento colectivo, piso o pensión facilitados o pagados
por una administración pública, una ONG u organismo, pisos ocupados o lugares no
previstos para el alojamiento, ubicados en municipios de más de 20.000 habitantes a
nivel nacional235.

6.2. Procedimiento

Los datos han sido analizados a través del paquete estadístico IBM® SPSS
Statistics®, versión 25. Para la comparación de las experiencias del grupo de mujeres
sin hogar de 65 años o más con las de las mujeres más jóvenes y los hombres del
mismo grupo de edad se han utilizado tablas de contingencia, aplicando el test Chi-
cuadrado o la prueba exacta de Fisher236. Se han calculado asimismo el estadístico de
tamaño del efecto V de Cramer y los residuos estandarizados corregidos. Se han
excluido del análisis aquellos casos en los que la respuesta fue “no sabe/no recuerda”.

6.3. Variables

6.3.1. Variables independientes

Para la comparación de las experiencias de las mujeres sin hogar menores de 65


años y de 65 años o más se ha considerado la edad como variable independiente,
mientras que para el análisis comparativo entre hombres y mujeres de 65 años o más
el sexo se ha establecido como tal.

6.3.2. Variables dependientes

1. Problemas de violencia en la familia antes de los 18 años237 (pregunta 116.7 —


INE, 2012b—). Variable dicotómica: “sí” o “no”.
2. Experiencia de violencia por la propia persona o sus hijos/as como motivo de la
situación de sinhogarismo (pregunta 56.2). Variable dicotómica: “sí” o “no”.
3. Experiencia de victimización a lo largo de historia de sinhogarismo (pregunta 127).
La pregunta original incluía seis ítems con diferentes tipologías delictivas
(agresiones, robo de dinero, pertenencias o documentación, agresiones sexuales,
timos, insultos o amenazas u otros), cuyas opciones de respuesta eran “sí” o “no”.
235
El/la lector/a interesado/a puede encontrar toda la información sobre el estudio original en INE
(2012a).
236
Cuando el recuento esperado de alguna de las casillas de las tablas 2x2 fue menor que 5.
237
El ítem no plantea una distinción entre si la persona ha vivido esta experiencia como víctima y/o
como testigo.

264
A efectos del análisis, se ha creado una variable dicotómica general (experiencia
de victimización/no experiencia de victimización). Asimismo, se ha incluido en el
análisis cada tipología delictiva de forma independiente.

7. Resultados

7.1. Caracterización de las mujeres en situación de sinhogarismo de 65 años o


más

Las tablas 1 y 2 muestran una radiografía general de las características y


condiciones de vida de las mujeres de 65 años o más que participaron en el estudio
(N=38), que representaban tan solo el 5% del total de las mujeres participantes. Las
variables que hacen referencia a experiencias de violencia se abordarán
posteriormente. Como puede observarse, la edad máxima fue de 92 años, si bien para
alrededor de tres cuartas partes de la muestra se situaba por debajo de los 80 años.
Estas mujeres habían terminado sus estudios mayoritariamente a edades tempranas, y
su media de ingresos en el mes previo fue de unos 286 euros, aunque existía una
notable diversidad con relación a esta variable.
Más del 80% eran de nacionalidad española, y casi el 40% indicaron estar
solteras, siendo la segunda categoría más seleccionada la de viuda (28,9%). Tan solo 4
mujeres refirieron estar casadas o tener pareja. Asimismo, en torno a la mitad
afirmaron estar jubiladas o retiradas, aunque más del 21% indicó estar en situación de
desempleo. Su estado de salud percibido se concentró en las categorías intermedias de
la escala, destacando la opción “regular” (casi el 45% de la muestra). Más de la mitad
refirió sufrir una enfermedad grave o crónica, y aproximadamente una de cada cuatro
indicó tener algún tipo de discapacidad reconocida.
La mayoría no consumía alcohol en absoluto o realizaba un consumo ligero, y
ninguna de las participantes refirió haber consumido drogas recientemente. Más del
68% llevaban sin hogar más de tres años, y el lugar de pernocta más citado fueron los
alojamientos colectivos, seleccionado por cerca del 79% de la muestra. Tan solo dos
mujeres optaron por la categoría de espacios públicos o alojamientos de fortuna238.
Finalmente, aunque más del 60% de estas mujeres indicó haber mantenido contacto
reciente con sus familiares, un nada desdeñable 40% respondió negativamente a este
ítem. Los resultados con relación a si la persona consideraba tener amigos con quien
pudiese contar en caso de necesidad fueron todavía más desfavorables, pues casi el
58% de las mujeres respondieron que no.

238
Espacios de un inmueble no previstos para su uso como dormitorio, como el hall del inmueble, un
pasillo o una escalera, así como los garajes, cuevas, coches abandonados, etc. (INE, 2012a).

265
Tabla 1. Características de las mujeres sin hogar de 65 años o más participantes en la
encuesta. Variables cuantitativas.
Desv.
Variable N Perdidos Media Mediana Moda Mín. Máx.
típica
Edad 38 0 73,53 71,00 65 9,117 65 92
Edad finalización estudios 36 2 13,33 13,00 14 4,793 7 30
Ingresos totales mes anterior 38 0 285,89 349,00 350 165,344 0 618

Tabla 2. Características y condiciones de vida de las mujeres sin hogar de 65 años o


más participantes en la encuesta. Variables nominales y ordinales.

Variable Categoría N % válido


Extranjera 7 19,4
Nacionalidad
Española 29 80,6
Soltera 15 39,5
Casada o en pareja 4 10,5
Estado civil
Separada o divorciada 8 21,1
Viuda 11 28,9
Parada 8 21,1
Jubilada o retirada 19 50,0
Situación laboral En situación de invalidez 6 15,8
Refugiada 1 2,6
Otras 4 10,5
Muy malo 1 2,6
Malo 6 15,8
Estado de salud percibido Regular 17 44,7
Bueno 11 28,9
Muy bueno 3 7,9
No 17 44,7
Enfermedad grave o crónica
Sí 21 55,3
No 29 76,3
Situación de discapacidad
Sí 9 23,7
Sin consumo 24 63,2
Consumo habitual de alcohol Consumo ligero 13 34,2
Consumo moderado 1 2,6
Consumo de drogas mes anterior No 38 100,0
Entre 1 y 6 meses 2 5,3
Tiempo en situación de sin hogar Entre 1 y 3 años 10 26,3
Más de 3 años 26 68,4
Espacios públicos o alojamientos de fortuna 2 5,3
Lugar de pernocta todas las noches Alojamientos colectivos 30 78,9
Pisos, casas o pensiones 6 15,8
No 15 39,5
Contacto con familiares mes anterior
Sí 23 60,5
Amigos/as con quien poder contar en No 22 57,9
caso de necesidad Sí 16 42,1

266
7.2. Experiencias de violencia y victimización a lo largo de la vida de las mujeres
sin hogar menores de 65 años y de 65 años o más

La tabla 3 muestra los resultados obtenidos al comparar las experiencias de


violencia y victimización de las mujeres para cada uno de los grupos de edad
considerados. Como puede observarse, las diferencias tan solo resultaron significativas
con relación al sufrimiento de violencia por la propia persona o sus hijos/as como
precipitante de la situación de sinhogarismo, que resultó más común entre las mujeres
menores de 65 años. Estas indicaron también en mayor medida haber sufrido
problemas de violencia en la familia durante su infancia o adolescencia (27% vs.
13,2%). Con relación a las experiencias de victimización a lo largo de su trayectoria de
sinhogarismo, no se hallaron diferencias significativas ni a nivel global ni con relación a
cada tipología delictiva considerada de forma independiente. Sin embargo, los
porcentajes resultaron superiores para las mujeres menores de 65 años en cuanto al
sufrimiento de agresiones y agresiones sexuales, mientras que las mujeres de 65 años
o más destacaron con relación a los timos y, en menor medida, los robos y los insultos
o amenazas.

Tabla 3. Experiencias de violencia y victimización de las mujeres en función de la edad.

Mujeres menores Mujeres de 65


de 65 años años o más Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
Chi-cuadrado(1)=3,552;
Problemas de violencia en la No 520 (73,0) [-1,9] 33 (86,8) [1,9]
p=0,059
familia antes de los 18 años Sí 192 (27,0) [1,9] 5 (13,2) [-1,9] V de Cramer=0,069; p=0,059
Sufrimiento de violencia por la No 511 (71,8) [-2,0] 33 (86,8) [2,0] Chi-cuadrado(1)=4,114;
propia persona o sus hijos/as
p=0,043
como precipitante de la situación Sí 201 (28,2) [2,0] 5 (13,2) [-2,0] V de Cramer=0,074; p=0,043
de sinhogarismo
Experiencia de victimización No 393 (55,2) [0,6] 19 (50,0) [-0,6] Chi-cuadrado(1)=0,394;
desde inicio de la situación de p=0,530
sinhogarismo Sí 319 (44,8) [-0,6] 19 (50,0) [0,6] V de Cramer=0,023; p=0,530
No 570 (80,1) [-1,0] 33 (86,8) [1,0] Chi-cuadrado(1)=1,054;
Ha sido agredido/a p=0,305
Sí 142 (19,9) [1,0] 5 (13,2) [-1,0] V de Cramer=0,037; p=0,305
No 520 (73,0) [0,3] 27 (71,1) [-0,3] Chi-cuadrado(1)=0,072;
Le han robado dinero,
p=0,789
pertenencias o documentación Sí 192 (27,0) [-0,3] 11 (28,9) [0,3] V de Cramer=0,010; p=0,789
No 647 (90,9) [-0,8] 36 (94,7) [0,8] p para test exacto de Fisher
Ha sufrido algún tipo de agresión
(bil.)=0,567
sexual Sí 65 (9,1) [0,8] 2 (5,3) [-0,8] V de Cramer=0,030; p=0,416
No 606 (85,1) [0,6] 31 (81,6) [-0,6] Chi-cuadrado(1)=0,352;
Le han timado p=0,553
Sí 106 (14,9) [-0,6] 7 (18,4) [0,6] V de Cramer=0,022; p=0,553
No 479 (67,3) [0,2] 25 (65,8) [-0,2] Chi-cuadrado(1)=0,036;
Le han insultado o amenazado p=0,849
Sí 233 (32,7) [-0,2] 13 (34,2) [0,2] V de Cramer=0,007; p=0,849
a
Residuos estandarizados corregidos

267
7.3. Experiencias de violencia y victimización a lo largo de la vida de las mujeres y
hombres sin hogar de 65 años o más

Las diferencias fueron más notables al comparar a las mujeres de 65 años o más
con los hombres del mismo grupo etario. De este modo, las mujeres habían sufrido en
mayor medida problemas de violencia en la familia antes de los 18 años (13,2% frente
al 2,9% de los hombres), al tiempo que superaban a los hombres en cuanto a las
situaciones de violencia como factor precipitante del sinhogarismo (13,2% vs. 3,9%). En
ambos casos, el tamaño del efecto fue de baja magnitud.
En lo que se refiere a las experiencias de victimización desde que la persona se
encontraba sin hogar, tan solo se hallaron diferencias significativas con relación a las
agresiones sexuales, que refirieron haber sufrido dos de las mujeres y ninguno de los
hombres. El porcentaje de mujeres víctimas de agresiones, timos e insultos o
amenazas fue superior al de los hombres, mientras que estos últimos destacaron en
cuanto a los robos, aunque con una diferencia de porcentajes muy reducida (30,1%
frente al 28,9% de las mujeres).

Tabla 4. Experiencias de violencia y victimización de las personas sin hogar de 65 años


o más en función del sexo.

Mujeres de 65 años Hombres de 65


o más años o más Estadísticos
n (%) [RECa] n (%) [REC]
p para test exacto de Fisher
Problemas de violencia en la No 33 (86,8) [-2,3] 100 (97,1) [2,3]
(bil.)=0,033
familia antes de los 18 años Sí 5 (13,2) [2,3] 3 (2,9) [-2,3] V de Cramer=0,197; p=0,020
Sufrimiento de violencia por la No 33 (86,8) [2,0] 99 (96,1) [2,0] p para test exacto de Fisher
propia persona o sus hijos como
(bil.)=0,059
precipitante de la situación de Sí 5 (13,2) [-2,0] 4 (3,9) [-2,0] V de Cramer=0,168; p=0,046
sinhogarismo
Experiencia de victimización No 19 (50,0) [-0,7] 58 (56,3) [0,7] Chi-cuadrado(1)=0,446;
desde inicio de la situación de p=0,504
sinhogarismo Sí 19 (50,0) [0,7] 45 (47,7) [-0,7] V de Cramer=0,056; p=0,504
No 33 (86,8) [-0,2] 91 (88,3) [0,2] p para test exacto de Fisher
Ha sido agredido/a (bil.)=0,777
Sí 5 (13,2) [0,2] 12 (11,7) [-0,2] V de Cramer=0,021; p=0,807

Le han robado dinero, No 27 (71,1) [0,1] 72 (69,9) [-0,1] Chi-cuadrado(1)=0,018;


p=0,895
pertenencias o documentación Sí 11 (28,9) [-0,1] 31 (30,1) [0,1] V de Cramer=0,011; p=0,895

Ha sufrido algún tipo de agresión No 36 (94,7) [-2,3] 103 (100,0) [2,3] p para test exacto de Fisher
(bil.)=0,071
sexual Sí 2 (5,3) [2,3] 0 (0,0) [-2,3] V de Cramer=0,197; p=0,019
No 31 (81,6) [-1,2] 92 (89,3) [1,2] p para test exacto de Fisher
Le han timado (bil.)=0,258
Sí 7 (18,4) [1,2] 11 (10,7) [-1,2] V de Cramer=0,103; p=0,222
No 25 (65,8) [-1,3] 79 (76,7) [1,3] Chi-cuadrado(1)=1,707;
Le han insultado o amenazado p=0,191
Sí 13 (34,2) [1,3] 24 (23,3) [-1,3] V de Cramer=0,110; p=0,191
a
Residuos estandarizados corregidos

268
8. Discusión y conclusiones

Las personas afectadas por sinhogarismo, dadas sus características y condiciones


de vida, constituyen un colectivo especialmente vulnerable, extremo que se ve
intensificado cuando añadimos a la ecuación el género femenino y la edad avanzada.
De este modo, hemos podido comprobar cómo las mujeres sin hogar mayores de 64
años que participaron en el estudio, que representan una escasa proporción del total
de mujeres sin hogar, enfrentaban numerosas barreras: contaban con un bajo nivel
educativo de base y unos reducidos ingresos; a pesar de haber superado la edad legal
de jubilación para el año 2012, muchas refirieron estar en situación de desempleo, y
tan solo la mitad indicaron estar jubiladas o retiradas; la mayoría contaba con largas
trayectorias de sinhogarismo; más de la mitad refirió sufrir una enfermedad grave o
crónica, y aproximadamente una de cada cuatro afirmó tener algún tipo de
discapacidad; su apoyo social, real o percibido, resultó globalmente bajo. Asimismo,
replicando los hallazgos de estudios previos que parten de una definición operativa
restringida del sinhogarismo, la mayoría pernoctaba en alojamientos colectivos o, en
menor medida, pisos, casas o pensiones. Tan solo dos lo hacían en espacios públicos o
alojamientos de fortuna, lugares que son percibidos como más hostiles y entrañan
mayores riesgos para las mujeres.
Con relación a las experiencias de violencia, el hecho de que más mujeres
jóvenes indicasen que la violencia ejercida contra ellas mismas o sus hijos/as fue el
motivo por el que se quedaron sin hogar podría indicar que las generaciones más
próximas abandonan los hogares violentos en mayor medida que las generaciones
previas aun cuando no cuenten con alternativas de alojamiento. Se trata de una
hipótesis que futuros estudios podrían testar. Asimismo, una mayor proporción de
mujeres sin hogar más jóvenes refirió haber vivido problemas de violencia en la familia
antes de los 18 años. Futuros trabajos podrían analizar en mayor profundidad este
hallazgo —por ejemplo, distinguiendo entre experiencias de violencia como víctimas o
como testigos o entre tipos de violencia—, explorando a qué motivos podría obedecer.
En cuanto a las experiencias de victimización a lo largo de la trayectoria de
sinhogarismo, no se hallaron diferencias significativas entre las mujeres de cada grupo
de edad, y tampoco hubo diferencias por sexo, a excepción de la violencia sexual.
Parece, por tanto, que la propia situación de sinhogarismo podría constituir un factor
de riesgo de mayor peso, y que la violencia sexual resulta distintiva de las mujeres,
coincidiendo con trabajos previos y con las conclusiones de Dietz y Wright (2005).
Finalmente, las situaciones de violencia como precipitantes del sinhogarismo fueron,
en consonancia con la literatura previa, considerablemente más comunes entre las
mujeres, y lo mismo ocurrió con relación a los problemas de violencia en la familia
durante la infancia y/o adolescencia.
El presente trabajo adolece de algunas limitaciones, entre las que destaca la
definición restringida del sinhogarismo, que podría enmascarar el alcance de este
fenómeno entre las mujeres, la limitación a las personas usuarias de recursos,
excluyendo a las personas al margen de la red asistencial, y el reducido tamaño de la
muestra de mujeres mayores de 64 años. En cualquier caso, su principal valor reside en
su aproximación a una realidad que ha sido relegada por la literatura previa, poniendo
de relieve la necesidad e importancia de dedicar más estudios a las mujeres sin hogar,

269
a las personas sin hogar mayores y, particularmente, a la intersección entre ambos
grupos.

270
REFERENCIAS

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Informe #ningúdormintalcarrer, núm. 1. Barcelona: Arrels Fundació.
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274
Bloque IV. Más allá de la violencia directa:
la violencia cultural y estructural

Part IV. Beyond direct violence: cultural and


structural violence

275
Criminalización del sinhogarismo y violencia cultural: las
ordenanzas municipales como instrumentos de exclusión de las
personas sin techo. Un estudio de caso en las capitales de
provincia de Castilla y León
Criminalisation of homelessness and cultural violence: local ordinances
as instruments of exclusion of roofless people. A case study in provincial
capitals of Castilla y León
Puente, P. (2020). Criminalización del sinhogarismo y violencia cultural: las ordenanzas
municipales como instrumentos de exclusión de las personas sin techo. Un estudio de
caso en las capitales de provincia de Castilla y León. Revista General de Derecho Penal,
34, 1-43.

SUMARIO. 1. Introducción. La criminalización del sinhogarismo. 2. Marco teórico.


Sinhogarismo y violencia cultural. 2.1. El papel de la ideología. 2.2. El papel del
derecho: las ordenanzas locales en materia de convivencia ciudadana. 3. Objetivos. 4.
Método. 4.1. Muestra. 4.2. Procedimiento. 4.3. Variables. 5. Resultados. 6. Discusión y
conclusiones. Referencias.

RESUMEN. La criminalización del sinhogarismo, entendida como el empleo de leyes y


prácticas para restringir las actividades y movimientos de las personas en situación de
sin hogar, es un fenómeno creciente en Europa. Partiendo del concepto de violencia
cultural, el presente trabajo realiza un análisis cualitativo de los contenidos de las
ordenanzas municipales en materia de convivencia ciudadana y civismo de las capitales
de provincia de Castilla y León que pueden afectar en mayor medida a las personas en
situación de sin hogar, y particularmente a las personas sin techo. Se examinan los
puntos en común y las diferencias entre los diferentes municipios y se discuten las
implicaciones de estas disposiciones para las condiciones de vida y el horizonte de las
personas sin hogar, así como su interrelación con otras manifestaciones de la violencia
cultural y otras formas de violencia que enfrenta este colectivo.

PALABRAS CLAVE: criminalización, sinhogarismo, violencia cultural, exclusión social,


personas sin techo, ordenanzas municipales, convivencia ciudadana, civismo, violencia
cultural.

ABSTRACT. Criminalisation of homelessness, defined as the use of laws and practices


intended to restrict the activities and movements of people who are homeless, is a
growing phenomenon in Europe. On the basis of the concept of cultural violence, a
qualitative analysis of provisions of local ordinances on citizen coexistence and civic
behaviour of provincial capitals in Castilla y León which can affect homeless and,
particularly, roofless people to a greater extent is conducted. Similarities and
differences among municipalities are examined, and implications of these provisions
for the living conditions and prospects of homeless people, as well as their
interrelation with other manifestations of cultural violence and other forms of violence
against this group, are discussed.

276
KEYWORDS: criminalisation, homelessness, cultural violence, social exclusion, roofless
people, local ordinances, citizen coexistence, civic behaviour.

1. INTRODUCCIÓN. LA CRIMINALIZACIÓN DEL SINHOGARISMO

Se calcula que en nuestro país existen unas 40.000 personas en situación de sin
hogar239 (Cáritas Española, 2019). Entre 8.000 y 10.000 de ellas viven y duermen cada
día en la calle (RAIS Fundación, s.f.; Cabrera y Rubio, 2009). Es preciso matizar, no
obstante, que estas cifras corresponden al escenario previo a la emergencia de la crisis
sanitaria provocada por la COVID-19, siendo probable que en la actualidad se hayan
visto incrementadas como consecuencia del impacto socioeconómico de la pandemia.
Recordemos que, en 2018, el 26,1% de la población en nuestro país, esto es, más de 12
millones de personas, se encontraba en riesgo de pobreza y/o exclusión social240
(Llano, 2019).
La criminalización del sinhogarismo puede definirse como “el empleo de leyes y
prácticas para restringir las actividades y movimientos de las personas en situación de
sin hogar, a menudo teniendo como consecuencia la imposición de multas y/o la
encarcelación”241 (O’Grady, Gaetz y Buccieri, 2011, p. 7). Entre los principales
mecanismos criminalizadores podemos citar la promulgación de nuevas leyes y
estatutos dirigidos a reducir o limitar las actividades de las personas afectadas por
sinhogarismo —como las normas que restringen el ejercicio de la mendicidad o la
pernocta en espacios públicos—; la aplicación desproporcionada y discriminatoria de
las leyes y ordenanzas existentes; la manipulación del espacio físico para limitar su uso
por parte de las personas en situación de sin hogar —arquitectura/mobiliario urbano
hostiles/defensivos242—; el incremento de la vigilancia y el control en espacios públicos
y semipúblicos por parte de la policía y la seguridad privada; la sobrerrepresentación
de las personas sin hogar en la población penitenciaria, derivada de la aplicación
desproporcionada y discriminatoria de la ley, la incapacidad de cumplir las condiciones
de la libertad bajo fianza y las dificultades para acceder a asesoramiento y defensa

239
Esta cifra corresponde, sin embargo, a una concepción restringida o estricta del sinhogarismo, que
limita su alcance a quienes desarrollan su vida en las calles o viven en los recursos dirigidos a las
personas en situación de sin hogar, como los albergues, dejando al margen toda otra serie de
situaciones de precariedad o vulnerabilidad en el alojamiento que trascienden la dimensión puramente
físico-técnica para abarcar cuestiones políticas y culturales (Cabrera y Rubio, 2008). Partiendo de una
visión más amplia, la Federación Europea de Asociaciones Nacionales que Trabajan con Personas sin
Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés) ha desarrollado una definición extensa de esta problemática,
que configura la Tipología Europea del Sinhogarismo y la Exclusión Residencial (más conocida como
ETHOS) (FEANTSA, 2017).
240
Esta cifra corresponde al indicador AROPE (At Risk Of Poverty and/or Exclusion), compuesto por la
suma de tres subindicadores que representan a tres conjuntos de población: personas en riesgo de
pobreza, personas con privación material severa y personas en hogares con baja intensidad de empleo.
El indicador define a aquellos individuos que cumplen uno o más de los tres criterios.
241
Traducción libre del original.
242
A este respecto, un banco en la Plaza de Tirso de Molina de Madrid tiene el dudoso honor de haber
sido finalista en la categoría internacional de la segunda edición de los premios “Pics d’Or”, ceremonia
satírica impulsada por la Fundación Abbé Pierre para denunciar los casos de mobiliario urbano o
medidas administrativas que, de forma intencionada o no, impiden que las personas sin hogar se
sienten o se tumben en la calle (Fondation Abbé Pierre, 2020).

277
jurídicos apropiados; o la ausencia de apoyo de transición para las personas que
abandonan un centro penitenciario, derivando en mayores probabilidades de que
lleguen a situaciones de sinhogarismo.
Se trata de un fenómeno creciente en Europa (Housing Rights Watch, 2020).
Fernández Evangelista y Jones alertaban ya en 2013 acerca del incremento en esta
región de las “medidas punitivas, coercitivas y represivas para expulsar a las personas
sin hogar de los espacios públicos, dificultar su acceso a derechos básicos como la
vivienda, y minimizar la visibilidad de las personas que experimentan sinhogarismo
(…)” (p. 20). Como apuntan O’Grady, Gaetz y Buccieri (2011), la atención extra de la
que son objeto las personas que ocupan los espacios públicos y cuya pobreza es
altamente visible no se deriva tanto de lo que hacen, sino de quiénes son y dónde se
encuentran.
Aunque el sinhogarismo no es criminalizado en Europa de forma explícita, de
hecho lo es de un modo indirecto y a menudo de forma casi invisible, entre otros
mecanismos243, a través de la criminalización de las actividades diarias de subsistencia
de las personas que sufren esta situación por medio de normas administrativas a nivel
local y, en algunos casos, a nivel nacional en el Código Penal, o de las regulaciones que
otorgan poder discrecional a la policía y otras autoridades, de modo que pueden
dirigirse y sancionar a las personas en situación de sin hogar de forma
desproporcionada (Fernández Evangelista y Jones, 2013). Como refieren estos autores,
esta práctica incrementa el temor a las figuras de autoridad entre la ya vulnerable
población sin hogar, disuadiendo a estas personas de buscar ayuda, servicios y recurrir
a la justicia frente a la vulneración de sus derechos humanos.
Kenna y Fernández Evangelista (2013) muestran que estas normas vulneran los
derechos de las personas en situación de sin hogar, y ponen de relieve que “(…) el
sinhogarismo es una “consecuencia” de la violación de derechos humanos pero, al
mismo tiempo, es también una “causa” de violaciones adicionales de derechos
humanos en general”244 (p. 42). No en vano, FEANTSA y la Fundación Abbé Pierre, a
través de la red europea Housing Rights Watch, han lanzado recientemente una
campaña con el fin de promover el compromiso de las ciudades europeas con el
reconocimiento y respeto de los derechos de las personas afectadas por sinhogarismo.
Fruto de esta campaña se ha elaborado la Carta de Derechos de las Personas sin Hogar,
una compilación de derechos básicos construida a partir de la adaptación de los
instrumentos europeos e internacionales en materia de derechos humanos a la
situación de las personas sin hogar. Desde su lanzamiento en 2017, un total de siete
ciudades europeas se han adherido a la iniciativa, tres de las cuales son españolas:
Móstoles, Barcelona y Santiago de Compostela (FEANTSA, 21 de noviembre de 2017).
Con esta iniciativa se reconoce, entre otros, el derecho de las personas afectadas por
sinhogarismo a utilizar y moverse libremente en el espacio público, a la igualdad de
trato y la no discriminación con respecto al resto de ciudadanos, así como a llevar a

243
Un análisis de los fundamentos y las manifestaciones de la aporofobia en el derecho penal puede
consultarse en Terradillos, 2020a; 2020b; Bustos, 2020 o García Domínguez, 2020. Los citados trabajos
se enmarcan en el proyecto I+D+i “Aporofobia y Derecho Penal”, financiado por el Ministerio de Ciencia,
Innovación y Universidades. El/la lector/a interesado/a puede encontrar más información acerca del
proyecto en https://crimen.eu/aporofobia/.
244
Traducción libre del original.

278
cabo, dentro de los límites legales, las prácticas que sean necesarias para la
supervivencia, lo que implica que conductas como el ejercicio de la mendicidad o la
búsqueda de comida en la basura no deberían ser criminalizadas, prohibidas o
restringidas a áreas específicas de forma arbitraria. Del mismo modo, se reconoce el
derecho de estas personas a acceder a alojamientos de emergencia y a instalaciones
sanitarias básicas que les permitan mantener un nivel digno de higiene (Housing Rights
Watch, 2020).
Si bien en nuestro país el derecho penal no interviene en la criminalización de las
actividades de subsistencia de las personas afectadas por sinhogarismo245, sí lo hace el
derecho administrativo. A este respecto, resulta interesante la propuesta de Melero
(2016; 2019) que, partiendo del concepto de derecho penal del enemigo (Jakobs y
Cancio, 2003), plantea la existencia de un derecho administrativo del enemigo,
entendiendo por tal los “ámbitos de actuación administrativa en los que se utiliza el
derecho como un instrumento para combatir a aquellos individuos que son
considerados como especialmente peligrosos” (2016, p. 10). El autor identifica las
ordenanzas locales en materia de convivencia ciudadana como uno de estos ámbitos.
En este sentido, estas normas nos brindan reminiscencias de la Ley de Vagos y
Maleantes, de 4 de agosto de 1933, que permitía declarar «en estado peligroso» a
categorías de personas tan imprecisas como los «vagos habituales» o los «mendigos
profesionales», entre otros (art. 2), quienes podían entonces ser sometidos a medidas
de seguridad como la «sumisión a la vigilancia de Delegados» o el internamiento en
establecimientos de trabajo o Colonias Agrícolas (art. 6). Esta norma fue sucedida por
la Ley 16/1970, de 4 de agosto, sobre peligrosidad y rehabilitación social, planteada en
términos muy similares y que se mantuvo en vigor hasta la promulgación de la
Constitución Española el 6 de diciembre de 1978.
Melero concluye que el derecho administrativo del enemigo es indicativo de una
política de exclusión social, en virtud de la cual se suprimen derechos y garantías
jurídicas de determinadas personas creando, de este modo, categorías especiales de
sujetos. En palabras del autor, “(…) el derecho administrativo del enemigo es una
categoría jurídico-política que permite analizar determinados fines y funciones que
persigue la administración” (2016, p. 17). A este respecto, como refieren Bessa y Di
Masso (2009), en virtud de las retóricas de civismo:
Ciertas presencias y modalidades de convivencia y relación en el espacio público
son reconceptualizadas desde una lógica de desviación y anormalidad, mediante la
división cívica/incívica, creando y legitimando relaciones de “dominación” y
discriminación orientadas a prácticas y personas con características determinadas.
Este proceso de etiquetaje y las sanciones que lo acompañan permiten reafirmar
los valores que se consideran socialmente positivos y, al mismo tiempo, degradar
las actividades señaladas, haciendo que sean reprobadas por gran parte de la
población246 (p. 153).

245
A excepción de la conducta recogida en el artículo 232 del Código Penal, que alude a la utilización de
menores de edad o personas con discapacidad necesitadas de especial protección para la práctica de la
mendicidad.
246
Traducción libre del original.

279
2. MARCO TEÓRICO. SINHOGARISMO Y VIOLENCIA CULTURAL

El sociólogo y matemático noruego Johan Galtung concibe la violencia como una


“privación de los derechos humanos fundamentales, en términos más genéricos hacia
la vida, eudaimonia, la búsqueda de la felicidad y prosperidad” (2016, p. 150), pero
también como aquellas “afrentas evitables a las necesidades humanas básicas247 (…),
que rebajan el nivel real de la satisfacción de las necesidades por debajo de lo que es
potencialmente posible” (2003, p. 9), incluyendo las amenazas de violencia. De este
modo, define la violencia como la causa de la diferencia entre lo potencial y lo real, lo
que incrementa esta distancia o lo que impide disminuya (Galtung, 1969). En palabras
de Galtung: “cuando lo potencial es mayor que lo real es por definición evitable y
cuando es evitable, entonces la violencia está presente” (1969, p. 169).
Partiendo de esta base, el autor propone que existen tres tipos de violencia que
pueden representarse gráficamente en cada uno de los vértices de un triángulo:
1. Violencia directa, visible en forma de conductas, con un agresor y una víctima
claramente identificables y en la cual el primero inflige un daño a la segunda de
forma directa (relación sujeto-conducta-objeto) (Galtung, 1998; 1969).
2. Violencia estructural o injusticia social. Es un tipo de violencia indirecta,
silenciosa, en la que no existe una clara relación sujeto-objeto (Galtung, 1969).
Se encuentra integrada en la estructura social y se materializa en forma de
desigualdad de poder y, en consecuencia, de oportunidades vitales desiguales.
De este modo, el autor considera que la pieza central de la estructura violenta
típica es la explotación, entendida como intercambio desigual en el que algunos
obtienen de la interacción en la estructura mucho más que otros en términos de
satisfacción de necesidades (Galtung, 2003:11). Como expresan La Parra y
Tortosa, en el marco de este término “la deprivación se define como el
resultado de un conflicto entre dos o más partes en el que el reparto, acceso a o
posibilidad de uso de los recursos es resuelto sistemáticamente a favor de
alguna de las partes y en perjuicio de las demás” (2003:63). En este sentido,
podría plantearse que el propio fenómeno del sinhogarismo y su impacto sobre
la vida de las personas que lo sufren suponen violencia estructural248 (Centre
d’Acollida ASSÍS, 2016).
3. Violencia cultural o simbólica. Se trata de aquellos aspectos de la cultura que
pueden ser utilizados para justificar o legitimar la violencia directa o la
estructural y que, de ese modo, resulten aceptables para la sociedad. Se
materializa en la religión, la ideología, el arte, el lenguaje, la ciencia, el derecho,
los medios de comunicación y la educación (Galtung, 1996; 2003).
El presente trabajo parte de la consideración de que los preceptos de las
ordenanzas municipales que criminalizan las actividades de subsistencia de las
personas sin techo constituyen violencia cultural, y de que la violencia cultural que se

247
Galtung plantea que existen cuatro clases de necesidades básicas: supervivencia, bienestar, identidad
o reconocimiento y libertad (2003:9).
248
Por ejemplo, en la Estrategia Nacional Integral para Personas sin Hogar 2015-2020 se recoge que la
esperanza de vida de las personas sin hogar es aproximadamente 30 años inferior a la de la población
general (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2015:20).

280
refleja en estas normas forma parte de un sistema más amplio cuyos elementos
constituyentes, esto es, las diferentes manifestaciones de la violencia cultural dirigida
contra las personas afectadas por sinhogarismo, se encuentran íntimamente
conectados, interactúan y se retroalimentan.
De este modo, la violencia cultural se encuentra presente con relación a las
personas afectadas por sinhogarismo en el lenguaje, por ejemplo, con la utilización de
términos con connotaciones negativas en referencia a estas personas, como
“vagabundo/a” o “indigente”. También en los medios de comunicación, como cuando
se presenta una imagen estereotipada de este colectivo. Ambos ámbitos se
encuentran íntimamente relacionados entre sí (Centre d’Acollida ASSÍS, 2016; García
Juan, 2013; Serrano Pascual y Zurdo, 2013). No obstante, sin perjuicio de lo anterior y
de la existencia de otros ámbitos relevantes, nos detendremos en dos que juzgamos
particularmente importantes para nuestro objeto de estudio por su estrecha
interconexión y mutua influencia: la ideología y el derecho.

2.1. EL PAPEL DE LA IDEOLOGÍA

Es incuestionable que la condición de sinhogarismo comporta un fuerte estigma


social (Phelan et al., 1997; Sales, Uribe y Marco, 2015), pues lleva aparejada una
identidad social devaluada, asociándose con evaluaciones y estereotipos negativos
ampliamente compartidos y conocidos por los miembros de la sociedad, incluidas las
propias personas sin hogar (Goffman, 2006; Major y O’Brien, 2005; Crocker, Major y
Steele, 1998). Estas concepciones encierran aspectos descriptivos y prescriptivos que
contribuyen a configurar y perpetuar la visión negativa de este colectivo, al tiempo que
definen el comportamiento esperable y aceptable tanto por parte de quienes lo
integran como de quienes no se encuentran en dicha situación, así como de cada
grupo hacia el otro (Fiske, 1993; 1998; Biernat y Dovidio, 2000).
Los prejuicios y estereotipos negativos acerca de las personas sin hogar que
habitan en el imaginario social tienen como principal denominador común la
consideración de que la persona es, de algún modo, responsable de encontrarse en
dicha situación y de las consecuencias que ello implique (Andrade, 2008; Parsell y
Parsell, 2012; Deforge, 2012; Arrels Fundació, 2017). La atribución de responsabilidad
denota que el estigma es percibido como controlable, esto es, se juzga que los
individuos estigmatizados tienen control sobre la aparición del estigma o su
eliminación (Schmitt et al., 2014). Ello comporta actitudes más negativas y un mayor
rechazo hacia quienes lo poseen (Crocker, Major y Steele, 1998; Rodin et al., 1989;
Weiner, Perry y Magnusson, 1988). En este sentido, como plantean Jonhstone et al.
(2015), puesto que se concibe que la situación en materia de vivienda se encuentra, en
cierto modo, bajo el control del individuo, las personas sin hogar son, con frecuencia,
consideradas responsables de su carencia de una vivienda adecuada, presentando de
este modo una mayor probabilidad de enfrentar formas de discriminación altamente
legitimadas (en la misma línea, Sánchez Morales, 2010).
Johnstone et al. (2015) defienden, además, que las personas en situación de sin
hogar no son percibidas como plenamente humanas (en este sentido, vid. Harris y
Fiske, 2006). Apoyan su argumentación en el modelo del contenido de los
estereotipos, en el marco del cual el colectivo de personas en situación de sin hogar
constituye un exogrupo extremo caracterizado por la combinación de una baja

281
percepción de competencia y una baja percepción de cordialidad, elicitando así el peor
tipo de prejuicio: el prejuicio despectivo, que suscita reacciones emocionales de
desprecio, aversión, ira y resentimiento (Fiske et al., 2002; Fiske, Cuddy y Glick, 2007).
Ello acentúa la legitimación otorgada al trato negativo dirigido contra ellas.
Como resultado del sistema de creencias esbozado, las personas en situación de
sin hogar pueden llegar a ser juzgadas como seres humanos residuales, excedentes o
superfluos (Bauman, 2013) y, como tales, susceptibles de exclusión moral, es decir,
consideradas “fuera de los límites en los que se aplican valores morales, reglas y
consideraciones de justicia” (Opotow, 1990, p. 1). En tanto que individuos
“insignificantes, prescindibles o no merecedores” (p. 1), las situaciones de desventaja y
privación, así como las conductas de explotación o, incluso, el odio y la violencia
dirigidos contra ellos pueden llegar a parecer normales, aceptables y justos (Opotow,
1990; 2001). De modo similar, Crandall (2000) refiere que en la base del rechazo a los
grupos estigmatizados se encuentran determinadas ideologías justificadoras, como la
creencia en un mundo justo en el que cada cual obtiene lo que se merece, la
culpabilización de la víctima, las atribuciones al control y la responsabilidad o la ética
protestante del trabajo, que otorgan legitimidad al prejuicio, la discriminación, el
rechazo y la evitación de sus integrantes. De esta forma, “uno puede continuar
tratando a las personas como ciudadanos de segunda clase, aplicar un estándar moral
de menor nivel y practicar la exclusión con la conciencia tranquila” (p. 126).
En la misma línea, Galtung (2003) alude a la dicotomía entre el Yo y el Otro, en el
marco de la cual se exalta el valor del Yo y se degrada el del Otro, y afirma que en ese
punto puede comenzar a actuar la violencia estructural, con una tendencia a
convertirse en una profecía autocumplida en virtud de la cual las personas se degradan
por la explotación249 y son explotadas porque se las percibe como degradadas,
deshumanizadas. Pero quizá lo más destacable aquí es cómo el autor enlaza estos
procesos con la violencia directa, describiendo cómo abonan el terreno para su
surgimiento. En palabras de Galtung:
Cuando el Otro no sólo está deshumanizado sino que se ha logrado convertirle
en un Ello, privado de humanidad, está dispuesto el escenario para cualquier
tipo de violencia directa, cuya responsabilidad seguidamente se carga sobre la
víctima. Luego se refuerza por la categoría del peligroso ello; los escoria o
bacterias (como describía Hitler a los judíos); el enemigo de clase (como
describía Stalin a los kulaks); el perro rabioso (como describía Reagan a
Gadaffi); los maniacos criminales (como describen los expertos de Washington
a los terroristas). El exterminio se convierte en una obligación psicológicamente
posible. Los agentes de las SS se convierten en héroes que deben ser aclamados
por su entrega al deber (p. 17).
Los anteriores planteamientos conectan, en el ámbito de nuestro estudio, con el
constructo de aporofobia, concebido por la filósofa Adela Cortina (2017) como el
“rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al
menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio” (p. 6).

249
Recordemos que este autor concibe la explotación como un intercambio desigual en el que algunos
obtienen de la interacción en la estructura mucho más que otros en términos de satisfacción de
necesidades (Galtung, 2003).

282
2.2. EL PAPEL DEL DERECHO: LAS ORDENANZAS LOCALES EN MATERIA DE
CONVIVENCIA CIUDADANA

En lo que respecta al segundo ámbito en el que profundizaremos y en el que se hace


patente la violencia cultural dirigida contra las personas en situación de sin hogar, el
derecho, nos proponemos analizar las ordenanzas locales que regulan cuestiones
relacionadas con el civismo y la convivencia ciudadana. Desde que en enero de 2006
entrara en vigor la Ordenanza municipal de medidas para fomentar y garantizar la
convivencia ciudadana en el espacio público de Barcelona, texto tan pionero como
polémico (Bessa y Di Masso, 2009), han ido proliferando en los municipios españoles
textos similares. Tanto la citada norma como la Ordenanza tipo de seguridad y
convivencia ciudadana, elaborada por la Federación Española de Municipios y
Provincias (FEMP) en 2013, han sido tomadas como modelo por muchos municipios en
el diseño de la regulación local en esta materia (Melero, 2016). Sin embargo, como
ilustraremos posteriormente, ello no se ha producido de un modo uniforme, de forma
que gran parte de los contenidos difiere en su naturaleza y amplitud de unos
municipios a otros, al tiempo que lo hacen las sanciones previstas para las infracciones
a sus preceptos.
Partiendo de la finalidad y objeto recogidos en el artículo 1 de la ordenanza tipo de la
FEMP, que bien pueden hacerse extensivos al resto de las ordenanzas de convivencia
locales, este tipo de normas se establecen con la vocación de “preservar el espacio
público como lugar de convivencia y civismo, en el que todas las personas puedan
desarrollar en libertad sus actividades de libre circulación, ocio, encuentro y recreo,
con pleno respeto a la dignidad y a los derechos de los demás y a la pluralidad de
expresiones culturales, políticas, lingüísticas y religiosas y de formas de vida diversas”.
También se alude en dicho precepto a la prevención de las actuaciones perturbadoras
de la convivencia ciudadana, a la protección de los bienes públicos e instalaciones y
elementos que forman parte del patrimonio urbanístico y arquitectónico municipales
frente a agresiones, alteraciones y/o usos indebidos y a la sanción de las conductas
incívicas y la reparación de los daños generados. Finalmente, se plantea como finalidad
el establecimiento de “normas que favorezcan el normal desarrollo de la convivencia
ciudadana, el buen uso y disfrute de los bienes de uso público, así como su
conservación y protección, en el ámbito de las competencias municipales”.
¿Por qué defendemos entonces que este tipo de normas esconden violencia cultural
contra las personas afectadas por sinhogarismo? Pues bien, a pesar de su legítima
pretensión sobre el papel y su aparente neutralidad, como se ha anticipado más arriba
estas ordenanzas comportan, en la práctica, la criminalización de situaciones extremas
de exclusión, como las que viven aquellos individuos que desarrollan, en mayor o
menor medida, sus vidas en las calles. Estas personas, por motivos diversos 250, muy a
menudo no cuentan con espacios privados en los que realizar ciertas conductas que

250
Entre ellos, la insuficiencia de recursos. Así, como ya se ha indicado, se estima que en España
aproximadamente 40.000 personas se encuentran afectadas por sinhogarismo (Cáritas Española, 2019).
Sin embargo, y a modo de ilustración, la última Encuesta sobre centros y servicios de atención a
personas sin hogar reveló que durante 2018 la media de plazas de alojamiento disponibles fue de
20.219 (INE, 26 de septiembre de 2019).

283
son objeto de sanción cuando se llevan a cabo en lugares públicos. Conductas que son
necesarias para la subsistencia de cualquier persona. Sin embargo, la clave reside en
que, a diferencia de quienes no se encuentran en esta situación, las personas sin techo
no tienen alternativa. Como apunta Waldron (1991-1992:311; citado por Melero,
2016:19), “si dormir está prohibido en los lugares públicos, entonces dormir está
totalmente prohibido para los sin hogar. Si orinar está prohibido en los lugares
públicos (y no hay baños públicos) entonces los sin hogar simplemente no son libres
para orinar”. De este modo, indica Melero, actividades que no están prohibidas con
carácter general sí lo están para las personas en situación de sin hogar.
Como refiere Galtung, “la violencia cultural hace que la violencia directa y la
estructural aparezcan, e incluso se perciban, como cargadas de razón —o al menos,
que se sienta que no están equivocadas—” (2016, p. 149). Una de las formas en que,
de acuerdo con el autor, actúa la violencia cultural es cambiando “el color moral de un
acto, pasando del rojo/incorrecto al verde/correcto o, por lo menos, al
amarillo/aceptable” (2003, p. 8). Otro modo es “hacer opaca la realidad, de modo que
no vemos el hecho o acto violento o, al menos, no lo vemos como violento” (2003, p.
8). Las ordenanzas que constituyen nuestro objeto de estudio cumplen ambas
funciones al etiquetar a las personas sin techo como “incívicas” por realizar conductas
de las que depende, en mayor o menor medida, su supervivencia, obviando el hecho
de que su condición de personas en situación de sin hogar restringe notablemente sus
opciones. A este respecto, como refieren Bessa y Di Masso (2009), el lenguaje del
civismo/incivismo exime del uso de etiquetas estigmáticas cuya expresión es
políticamente incorrecta, sustituyéndolas por una expresión más sutil de formas de
prejuicio y discriminación. En palabras de estos autores, “el cambio de discurso y de
etiquetado, lejos de borrar el fenómeno subyacente de rechazo social y de violencia
(…), ofrece nuevos canales para garantizar su cómoda expresión bajo el legítimo disfraz
de la defensa del ‘civismo’”251 (p. 155).
No se pretende defender aquí, sin embargo, un enfoque determinista. En este
sentido, es importante considerar el papel que ejerce el propio individuo en la
adhesión o rechazo a estas prescripciones (Arteaga y Dyjak, 2006). Siguiendo a
Wieviorka, estos autores abogan por explorar los procesos y mecanismos por los que
la persona, “ya sea de forma individual o colectiva, llega a la producción de prejuicios,
fobias y discriminaciones como un trabajo que realiza en su interior, sobre sí mismo,
según casos, situaciones y contextos concretos” (p. 71). Como plantea Wieviorka
(2017), “(…) las particularidades culturales se inventan, se transforman, se producen a
lo largo de procesos en los que los individuos hacen elecciones, toman la decisión
personal de unirse, o de asumir el experimentar tal o cual identidad colectiva” (p. 281),
pudiendo del mismo modo rechazar las lógicas dominantes. El autor concluye que “(…)
ahí donde las relaciones sociales, políticas, culturales o interpersonales se pierden en
beneficio de lógicas de ruptura y de pérdida de sentido (…) la violencia traza su camino
más fácilmente que en otras condiciones” (p. 306).

251
Traducción libre del original.

284
3. OBJETIVOS

El presente trabajo tiene como objetivo general la caracterización de los


preceptos recogidos en las ordenanzas municipales, particularmente aquellas en
materia de convivencia ciudadana y civismo, que pueden afectar en mayor medida a
las personas sin hogar, y especialmente a aquellas cuya situación se enmarca en la
categoría conceptual “sin techo” de la Tipología Europea del Sinhogarismo y la
Exclusión Residencial (ETHOS), que define a las personas que viven en las calles o en
espacios públicos, o bien a aquellas sin un lugar de residencia habitual que pernoctan
en albergues (FEANTSA, 2017).
Más específicamente, se pretende:
• Delimitar los ámbitos objeto de regulación.
• Determinar la naturaleza y alcance de las infracciones y sanciones previstas
• Explorar si se contemplan disposiciones que permitan adaptar sus preceptos a
los casos en los que las personas infractoras se encuentran en situación de
exclusión social.
• Identificar los puntos en común y las diferencias que existen entre los diversos
municipios.
Algunos trabajos previos (véase, además de los citados hasta el momento,
Pemán, 2010) han abordado esta cuestión de un modo más genérico o aludiendo a
disposiciones de municipios concretos. El presente estudio pretende profundizar en
esta materia con relación a las personas afectadas por sinhogarismo, adoptando una
perspectiva criminológica y ampliando el enfoque con una muestra más amplia de
ordenanzas.

4. MÉTODO

4.1. MUESTRA

Se han tomado como referencia principal las ordenanzas municipales en materia


de convivencia ciudadana de las capitales de provincia de Castilla y León. No obstante,
en aquellos casos en los que las conductas objeto de estudio no se recogen en la
ordenanza local de convivencia correspondiente (o el municipio no cuenta con esta
norma) se ha explorado si lo hacen en alguna otra ordenanza municipal y, en caso
afirmativo, se ha utilizado esta última como fuente de información a efectos del
análisis. La elección de la Comunidad Autónoma de Castilla y León como ámbito de
estudio obedece a la vocación exploratoria del presente trabajo.

4.2. PROCEDIMIENTO

Las ordenanzas han sido descargadas de los apartados de normativa municipal


de los sitios web de los ayuntamientos, a fin de asegurar que se trata de los
documentos oficiales y, presumiblemente, actualizados. En aquellos casos en los que
no se ha encontrado una ordenanza local de convivencia, se ha procedido a contactar
con el ayuntamiento correspondiente a fin de confirmar que tal ordenanza no existe.
Una vez recopiladas todas las ordenanzas, se ha procedido al análisis cualitativo de sus
contenidos.

285
4.3. VARIABLES

El análisis se ha restringido a los preceptos con incidencia más directa sobre las
actividades de subsistencia (higiene, alimentación, descanso, etc.) de las personas sin
hogar cuya situación se enmarca en la categoría 1 de la tipología ETHOS (sin techo). Se
han excluido del análisis los preceptos relacionados con el ejercicio de la mendicidad,
ya que se trata de una cuestión compleja que no siempre se relaciona —o al menos no
de un modo exclusivo— con el sinhogarismo y cuyo abordaje en profundidad excedería
las pretensiones y los límites de extensión del presente estudio. No obstante, es
importante mencionar que el municipio de Burgos es el único entre los estudiados que
cuenta con una ordenanza que regula de forma específica esta materia: la Ordenanza
municipal de prevención de la mendicidad y medidas para su erradicación (Boletín
Oficial de la Provincia de Burgos núm. 208, de 2 de noviembre de 2005, pp. 10-13).
Partiendo de esta base, se han seleccionado como categorías de análisis las
nueve conductas siguientes: 1) satisfacer necesidades fisiológicas y/o escupir en las
vías y espacios públicos; 2) encender y/o mantener fuego en las vías y espacios
públicos; 3) acampar en las vías y espacios públicos; 4) usar los bienes públicos para
finalidades distintas a las que están destinados; 5) manipular papeleras o
contenedores (o sus contenidos) situados en las vías y espacios públicos; 6) lavarse o
bañarse, 7) lavar ropa u otros objetos, 8) bañar animales y 9) abrevar animales, en
todos los casos en estanques o fuentes públicos.
Finalmente, se ha examinado si estas normas prevén sanciones alternativas a las
multas, si existen en las ordenanzas disposiciones específicas para personas en
situación de exclusión social y qué circunstancias que puedan afectar de forma
diferencial a las personas en situación de sin hogar se han de considerar a la hora de
graduar las sanciones.

5. RESULTADOS

Una relación de las ordenanzas locales de convivencia, así como de las


ordenanzas complementarias o alternativas objeto de análisis, todas ellas en vigor en
cada capital de provincia en el momento de finalización del presente trabajo, puede
consultarse en el anexo I. Como puede observarse, todos los municipios cuentan con
ordenanzas en materia de convivencia ciudadana salvo dos, Burgos y Soria, para los
que se han tomado como referencia principal las respectivas ordenanzas locales de
limpieza y/o residuos.
Las tablas 1 a 6 muestran cómo se regula cada conducta objeto de estudio en
cada municipio. La información que contienen hace referencia, por defecto, a las
ordenanzas de convivencia correspondientes, o bien a las ordenanzas de limpieza y/o
residuos en los casos de Burgos y Soria. Cuando se hayan tomado en cuenta, de forma
complementaria, las disposiciones previstas en otras ordenanzas municipales, tal
extremo se hará constar de forma expresa. Asimismo, y dadas las características de los
preceptos, se ha optado por recoger, para la mayoría de los casos, una tabla por cada
conducta.
Comenzando por la regulación de la realización de necesidades fisiológicas en
espacios públicos (tabla 1), como puede observarse, se recoge en todas las ordenanzas
y, en general, se considera una infracción de carácter leve. Sin embargo, las sanciones

286
oscilan entre el mero apercibimiento y las multas de hasta 750 euros, con una gran
variabilidad entre los diferentes municipios. En algunas ordenanzas, la conducta de
escupir se considera incluida entre las necesidades fisiológicas (Segovia, Soria y
Zamora), mientras que en otras se concibe como una conducta independiente (Ávila,
León, Salamanca y Valladolid).
Es posible identificar algunas particularidades municipales. De este modo, en
Palencia no se sanciona la conducta de escupir, y en Burgos no se explicita qué
conductas se entiende que constituyen necesidades fisiológicas, por lo que se
desconoce si aquella puede ser penalizada. En León se distinguen las conductas de
satisfacción de necesidades fisiológicas, consideradas como una infracción grave, y la
conducta de escupir, que se tipifica como infracción leve. Finalmente, en algunos casos
se prevén circunstancias que funcionan como agravantes, bien del tipo de infracción,
como en el caso de Segovia, o bien de su naturaleza, como ocurre en Zamora. Tan solo
este último municipio prevé una excepción para el caso en que la conducta “sea
consecuencia de una enfermedad acreditada o una circunstancia justificada análoga”.
En función de cómo se interprete este precepto, podría plantearse que la ausencia de
un lugar alternativo apropiado para satisfacer estas necesidades fisiológicas constituye
una circunstancia justificada.

Tabla 1. Regulación de la conducta de escupir y/o realizar necesidades fisiológicas


(orinar o defecar) en las vías y espacios públicos

Capital de
Regulación
provincia
Ávila Infracción leve (arts. 31 y 15.1). Sanción: desde apercibimiento hasta multa de hasta
750 euros. Se alude a “escupir o hacer las necesidades fisiológicas” (art. 15.1).
Burgos Infracción leve (art. 17.1.c). Sanción: multa de hasta 600 euros (art. 20.2.a). Se alude a
“la realización de necesidades fisiológicas” (art. 17.1.c), sin especificar qué conductas
se consideran como tales.
León - Realizar necesidades fisiológicas: infracción grave (art. 23.k). Sanción: multa de
601 hasta 1500 euros (art. 25.2).
- Escupir: infracción leve (arts. 24 y 18.1). Sanción: multa de hasta 600 euros (art.
25.1). Se alude a “escupir o realizar las necesidades fisiológicas” (art. 18.1)
Palencia Infracción leve (art. 41.1.e). Sanción: multa de 60 a 250 euros (art. 42.1). Sólo se hace
referencia a defecar u orinar, sin que se sancione la conducta de escupir.
Salamanca Infracción leve (art. 22.1.d). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 23.1). Se alude a
“escupir o hacer las necesidades fisiológicas” (art. 22.1.d).
Segovia Infracción leve. Sanción: multa de 120 hasta 750 euros (arts. 26.1 y 27.1). Se alude a
“hacer necesidades fisiológicas, como por ejemplo defecar, orinar, escupir” (art. 26.1).
Cuando esta conducta se realice "en espacios de concurrida afluencia de personas o
frecuentados por menores, o cuando se haga en monumentos histórico-artísticos o
edificios catalogados o protegidos o en su entorno" (art. 26.2), constituirá una
infracción grave, sancionable con multa de 750,01 hasta 1500 euros (art. 27.2).
Soria Infracción leve (art. 71.5). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 73). Se alude a
“escupir y efectuar otras necesidades fisiológicas”.
Valladolid Infracción leve (arts. 20 y 13). Sanción: multa de hasta 750 euros (art.21). Se alude a
“escupir o hacer las necesidades fisiológicas” (art. 13).

287
Capital de
Regulación
provincia
Zamora Infracción leve (arts. 56 y 22.1), excepto cuando la realización de estas conductas "sea
consecuencia de una enfermedad acreditada o circunstancia justificada análoga" (art.
22.1). Sanción: multa de 30 hasta 750 euros (art. 57.1). Se alude a “hacer necesidades
fisiológicas, como por ejemplo defecar, orinar, escupir y otras análogas” (art. 22.1).
El precepto prosigue recogiendo que estas conductas serán consideradas más graves
cuando se realicen "en vías públicas, espacios de concurrida afluencia de personas o
frecuentados por menores, o monumentos o edificios de catalogación especial, o
edificios institucionales o administrativos".

En cuanto a la infracción derivada de encender o mantener fuego en los espacios


públicos (tabla 2), en la que podrían incurrir las personas sin techo como un modo de
protegerse del frío o cocinar/calentar alimentos, se trata de una conducta regulada en
todos los municipios salvo Burgos. Se considera una infracción leve, de nuevo con una
notable heterogeneidad en el tipo de sanción a aplicar, las cuantías y los límites
mínimo y máximo de las multas, en todos los casos salvo en Salamanca, donde se
contempla como infracción grave sancionable con multas de hasta 1500 euros. En
algunos municipios esta conducta sólo se encuentra tipificada como infracción cuando
se realiza en jardines, parques u otras zonas verdes, como es el caso de Palencia y
Valladolid.

Tabla 2. Regulación de la conducta de encender y/o mantener fuego/hogueras/fogatas


en las vías y espacios públicos

Capital de
Regulación
provincia
Ávila Infracción leve (art. 31). En jardines y parques (art. 10.3.e) o en las vías y espacios
públicos de la ciudad (art. 16). Sanción: desde apercibimiento hasta multa de hasta
750 euros.
Burgos No regulado.

León Infracción leve (arts. 24.g -infracción genérica- y 8.3.f) -con relación a jardines y
parques-). Sanción: multa de hasta 600 euros (art. 25.1).
Palencia Infracción leve (arts. 22.1.h) y 29.4.f). El artículo hace alusión tan solo a jardines y
parques. Sanción: multa de 60 a 250 euros (art. 42.1).
Salamanca Infracción grave (art. 22.2.h). Sanción: multa de hasta 1500 euros (art. 23.1)

Segovia Infracción leve. Sanción: multa de hasta 750 euros (arts. 23 y 22.2.h).

Soria Infracción leve (arts. 71.22 y 12.d). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 73).

Valladolid Infracción leve (arts. 20 y 9.e), solo con relación a jardines, parques y zonas verdes.
Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 21).
Zamora Infracción leve (arts. 56, 22.2.G y 39.3.f). Sanción: multa de 30 hasta 750 euros (art.
57.1).

288
En tercer lugar abordaremos la conducta de acampar en las vías y espacios
públicos. La tabla 3 muestra cómo se trata de una infracción cuya regulación es
especialmente variable, pues existen algunos municipios que no la regulan en absoluto
(Burgos y Palencia), otros que lo hacen de forma genérica (Salamanca y Soria) y otros
que especifican de manera más (Segovia, Valladolid y Zamora) o menos (Ávila y León)
detallada qué conductas son susceptibles de sanción, previendo en algunos casos
diferencias en función de las circunstancias en que se lleve a cabo la conducta (como
es el caso de Valladolid). Este último municipio permite calificar esta conducta como
infracción leve, grave o muy grave, en función de una serie de circunstancias entre las
que sitúan la afección al “ornato público”, previendo multas que pueden alcanzar los
3000 euros. En Ávila y León esta conducta solo resulta sancionable cuando se realiza
en parques, jardines y otras zonas verdes.

Tabla 3. Regulación de la conducta de acampar en las vías y espacios públicos

Capital de
Regulación
provincia
Ávila No regulado en ordenanza de convivencia, pero sí en ordenanza de arbolado urbano
y áreas verdes:
Infracción leve (arts. 23 y 17). Se prohíbe acampar o instalar tiendas de campaña en
las áreas verdes (art. 17). Sanción: el art. 24 remite a la legislación del Régimen Local
para la determinación de la sanción.
Burgos No regulado.
León No regulado en la ordenanza de convivencia, pero sí en la ordenanza de parques y
jardines:
Infracción grave (arts. 29 y 7). Se prohíbe “acampar, o establecerse con alguna de
estas finalidades, cualquiera que sea el tipo y tiempo de permanencia” (art. 7).
Sanción: multa desde 5001 hasta 10000 pesetas (art. 30).
Palencia No regulado.
Salamanca Infracción grave (art. 22.2.g). Sanción: multa de hasta 1500 euros (art. 23.1)
Segovia Infracción leve (arts. 23 y 22.2.a). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 42.a).
Especifica que tal acción "incluye la instalación estable en estos espacios públicos o
sus elementos o mobiliario en ellos instalados, o en tiendas de campaña, vehículos,
autocaravanas o caravanas", al tiempo que prohíbe dormir de día o de noche en
dichos espacios (art. 22.2.a).
Soria Infracción leve (arts. 71.22 y 12.g). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 73).
Valladolid Con carácter general, infracción leve (arts. 20 y 15), prohibiéndose "acampar en las
vías y espacios públicos, ya sea con tiendas de campaña o utilizando para esta
finalidad instalaciones improvisadas, muebles, vehículos, elementos o enseres que
permitan un asentamiento o acomodo estable" (art. 15). Sanción: multa de hasta
750 euros (art. 21).
Se considerará infracción grave (art. 19.i) cuando "se cause grave perturbación en el
normal funcionamiento de los servicios públicos o en el uso de espacios públicos, en
la salubridad u ornato públicos, así como en la tranquilidad o en el normal ejercicio
de los derechos de otras personas". Sanción: multa de 750,01 hasta 1500 euros (art.
21).

289
Capital de
Regulación
provincia
Constituirá infracción muy grave (art.18h) cuando se produzca alguna de las
circunstancias que se relacionan en el precepto. Entre las más relevantes con
relación a las personas en situación de sin hogar podríamos citar: "Una perturbación
relevante de la convivencia que afecte de manera grave, inmediata y directa a la
tranquilidad o al ejercicio de derechos legítimos de otras personas, al normal
desarrollo de actividades de toda clase conformes con la normativa aplicable o a la
salubridad u ornato públicos, siempre que se trate de conductas no subsumibles en
los tipos previstos en la correspondiente ley" o "El impedimento del uso de un
espacio público por otra u otras personas con derecho a su utilización". Sanción:
multa de 1500,01 hasta 3000 euros (art. 21).
Zamora Infracción leve (arts. 56 y 33.a). Se prohíbe "acampar en las vías y los espacios
públicos, utilizando para ello una instalación más o menos estable, que sirva para
dormir de día o de noche, o los elementos o mobiliario en ellos instalados",
entendiendo por tales "tiendas de campaña o determinados enseres como sacos de
dormir, mochilas, mantas, cartones o similares". Sanción: multa de 30 hasta 750
euros (art. 57.1).

Mucho más abierta a interpretación resulta la regulación que hace referencia a la


obligación de utilizar los bienes públicos conforme a su uso y destino, prohibiéndose
las actuaciones contrarias a los mismos. Este precepto puede, en teoría, utilizarse, por
ejemplo, para sancionar a las personas en situación de sin hogar que duermen en los
bancos de los parques, bajo la consideración de que tales elementos no están
previstos para este uso. En todos los casos en los que se regula esta conducta en las
ordenanzas locales (todos los municipios analizados salvo Burgos y Soria) se constituye
como una infracción leve, previéndose sanciones que van desde el apercibimiento
hasta multas de hasta 750 euros (tabla 4). Lo más habitual es que se haga una alusión
genérica a los bienes públicos, si bien en algunos casos se especifican los bancos y los
asientos públicos (es el caso de Palencia, Segovia) o se hace referencia a ambos (como
ocurre en Zamora).

Tabla 4. Regulación de la conducta de utilización de los bienes públicos para usos


distintos a los que están destinados

Capital de
Regulación
provincia
Ávila Infracción leve (arts. 31, 4.2 y 5). Sanción: desde apercibimiento hasta multa de hasta
750 euros (art. 32).
Burgos No regulado.
León Infracción leve (arts. 24, 4.2 y 5). Sanción: multa de hasta 600 euros (art. 25.1).
Palencia Infracción leve (art. 41.1.c). Se alude a los bancos y los asientos públicos. Sanción:
multa de 60 a 250 euros (art. 42.1).
Salamanca Infracción leve (art. 22.1.g). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 23.1).
Segovia Infracción leve (arts. 23 y 22.2.b). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 42.a). Se
alude a los bancos y los asientos públicos (art. 22.2.b).
Soria No regulado.

290
Capital de
Regulación
provincia
Valladolid Infracción leve (arts. 20, 4 y 5). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 21).
Zamora Infracción leve (arts. 56, 6.1.d), 7 -bienes públicos- y 33.b -bancos y asientos públicos-
). Sanción: multa desde 30 hasta 750 euros (art. 57.1).

La quinta conducta que examinaremos es aquella relacionada con la


manipulación de papeleras y contenedores, actuaciones a las que las personas
afectadas por sinhogarismo podrían recurrir para buscar comida u otros elementos
que hayan sido depositados en los mismos. Como muestra la tabla 5, se concibe, en
general, como una infracción leve, si bien de nuevo las sanciones oscilan entre el
simple apercibimiento y las multas de hasta 750 euros. León, Segovia y Zamora no
regulan esta conducta en sus ordenanzas de convivencia, si bien sí lo hacen en sus
ordenanzas de limpieza y/o residuos, y lo mismo ocurre con Burgos y Soria, que como
hemos visto no cuentan actualmente con ordenanzas en materia de convivencia
ciudadana.
En algunos casos se hace una referencia genérica a las papeleras y los
contenedores (Ávila, Palencia, Salamanca, Soria y Valladolid), mientras que en otros se
mencionan expresamente los desechos o residuos en ellos contenidos (Burgos, León,
Segovia y Zamora). Las ordenanzas también difieren en las conductas objeto de
regulación: en todos los casos salvo en Zamora se sancionan las conductas de
manipulación, pero en algunos municipios también se especifican actuaciones como la
extracción, vertido, selección, esparcimiento o apropiación de los residuos. Esta última
conducta es la única que se sanciona en Zamora.
Dos regulaciones resultan particularmente destacables. Por un lado, la
correspondiente al municipio de León, que contempla dos infracciones
independientes, una en materia de limpieza viaria y la otra en materia de residuos. En
el primer caso, alude a la “manipulación o selección de desechos o residuos”, que se
prohíbe por su potencial para ensuciar la vía pública, sin que en todo caso se requiera
que ello llegue a ocurrir; en el segundo, hace referencia a la apropiación de los
residuos o a la realización de cualquier tipo de manipulación en los contenedores,
conllevando sanciones potencialmente más gravosas al elevar el límite máximo de las
multas hasta los 900 euros.
En segundo lugar, llama la atención la regulación de esta conducta en Segovia,
pues la misma acción de manipular o esparcir residuos constituye una infracción leve o
una infracción muy grave en función de si se realiza en las papeleras o en los
contenedores, respectivamente, pudiendo imponerse en el último caso multas de
hasta 3000 euros. Se desconoce la razón de este “salto” cualitativo con relación al tipo
de sanción a imponer en función de los elementos sobre los que recae la conducta,
que omite la categoría intermedia de infracciones graves y deriva en considerables
diferencias cuantitativas con respecto al potencial importe de las multas.

291
Tabla 5. Regulación de la conducta de manipular papeleras o contenedores (o los
residuos en ellos contenidos) situados en las vías y espacios públicos

Capital de
Regulación
provincia
Ávila Infracción leve (arts. 31 y 11). Sanción: desde apercibimiento hasta multa de hasta
750 euros. Se prohíbe “toda manipulación de las papeleras y contenedores situados
en la vía y espacios públicos, (…)”
Burgos Infracción leve (art. 17.1.d). Sanción: multa de hasta 600 euros (art. 20.2.a). Se
prohíbe “manipular, extraer o verter residuos depositados en recipientes instalados
en la vía pública" (art. 17.1.d).
León No regulado en ordenanza de convivencia, pero sí en la ordenanza de limpieza:
Infracción leve (arts. 40.1.b) -en materia de limpieza viaria- y 40.1.c -en materia de
residuos-).
- El art. 40.1.b alude a “realizar cualquier operación que pueda ensuciar la vía
pública y, de forma especial, (…) la manipulación o selección de desechos o
residuos urbanos”. Sanción: multa de 50 hasta 750 euros (art. 41.1.a)
- El art. 40.1.c hace referencia a “apropiarse de cualquier clase de residuos
depositados en los contenedores públicos” o a “realizar cualquier tipo de
manipulación en los contenedores de la vía pública”. Sanción: multa de 50 hasta
900 euros (art. 41.1.b).
Palencia Infracción leve (arts. 41.1.h) y 24.3). Sanción: multa de 60 a 250 euros (art. 42.1). Se
prohíbe “toda manipulación de las papeleras, (…) y contenedores situados en la vía y
espacios públicos” (art. 24.3).
Salamanca Infracción leve (arts. 22.1.i) y 11). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 23.1). Se
prohíbe “cualquier manipulación de las papeleras y/o contenedores situados en la vía
pública y en los espacios públicos” (art. 11).
Segovia No regulado en la ordenanza de convivencia, pero sí en la ordenanza de residuos:
Infracción leve: "manipular, esparcir o quemar residuos depositados en las papeleras"
(art. 44.2.m). Sanción: multa de 30 hasta 750 euros (art. 45.A).
Infracción muy grave: "manipular, esparcir o quemar residuos depositados en los
contenedores" (art. 44.4.e). Sanción: multa de 1501 a 3000 euros (art. 45.C).

Soria Infracción leve (arts. 71.15, 71.22 y 12.b). Sanción: multa de hasta 750 euros (art. 73).
Se alude a “manipular contenedores o su contenido” (art. 71.15) o a “manipular o
seleccionar residuos” (art. 12.b).
Valladolid Infracción leve (arts. 20 y 10.1). Sanción: multa de hasta 750 euros (art.21). Se
prohíbe “toda manipulación de las papeleras y contenedores situados en la vía y
espacios públicos” (art. 10.1).
Zamora No regulado en la ordenanza de convivencia, pero sí en la ordenanza de limpieza:
Infracción leve (art. 40.1.c). Sanción: multa de 50 hasta 750 euros (art. 41.1). Se
prohíbe “apropiarse de cualquier clase de residuos urbanos depositados en los
contenedores públicos” (art. 40.1.c).

292
Finalmente, en la tabla 6 se recogen los preceptos que prohíben lavarse o
bañarse, lavar ropa u otros objetos y bañar o abrevar animales en las fuentes o
estanques públicos. Se ha optado por reflejar estas infracciones en una única tabla,
puesto que a menudo se regulan de forma conjunta. La mayoría de los municipios
incluyen en sus ordenanzas de convivencia las cuatro conductas. Como excepciones,
Burgos no contempla las conductas de bañarse o lavar ropa u otros objetos en fuentes
y estanques públicos, Soria no penaliza lo segundo y Zamora omite la infracción por
abrevar animales. En todos los casos son consideradas infracciones leves cuyas
sanciones son, nuevamente, diversas.

Tabla 6. Regulación de las conductas de lavarse o bañarse, lavar ropa u objetos, bañar
o abrevar animales en fuentes o estanques públicos

Capital de Lavar ropa u otros


Lavarse o bañarse Bañar animales Abrevar animales
provincia objetos
Ávila Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts.
31 y 12). Sanción: 31 y 12). Sanción: 31 y 12). Sanción: 31 y 12). Sanción:
desde apercibimiento desde apercibimiento desde apercibimiento desde apercibimiento
hasta multa de hasta hasta multa de hasta hasta multa de hasta hasta multa de hasta
750 euros. 750 euros. 750 euros. 750 euros.
Burgos No regulado. No regulado. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts.
17.1.j, 6.10 y 14.3). 17.1.j y 6.10).
Sanción: multa de Sanción: multa de
hasta 600 euros (art. hasta 600 euros (art.
20.2.a). Se alude a 20.2.a). Se alude a:
lavar animales en las “(…) dar de beber a
fuentes públicas y animales
ornamentales (art. directamente del
6.10) o, en general, a grifo de las fuentes
“la limpieza y aseo de públicas y
animales en los ornamentales fuera
espacios públicos” de los dispensadores
(art. 14.3). y bebederos
habilitados al efecto”
(art. 6.10).
León Infracción leve (art. Infracción leve (art. Infracción leve (art. Infracción leve (art.
24.i). Sanción: multa 24.i). Sanción: multa 24.i). Sanción: multa 24.i). Sanción: multa
de hasta 600 euros de hasta 600 euros de hasta 600 euros de hasta 600 euros
(art. 25.1). (art. 25.1). (art. 25.1). (art. 25.1).
Palencia Infracción leve (arts. No regulado en la ordenanza de convivencia. En la ordenanza de
22.1.h) y 29.4.g). El limpieza, con relación a las fuentes, se hace una alusión genérica a
artículo hace alusión “abstenerse de toda manipulación que no sean las propias de su
tan solo a jardines y funcionamiento normal”. El incumplimiento de esta norma constituye
parques. Sanción: una infracción leve (arts. 49.j) y 21.d). Sanción: multa de hasta 600
multa de 60 a 250 euros (art. 50.1)
euros (art. 42.1).
Salamanca Infracción leve (art. Infracción leve (art. Infracción leve (art. Infracción leve (art.
22.1.c). Sanción: 22.1.c). Sanción: 22.1.c). Sanción: multa 22.1.c). Sanción:
multa de hasta 750 multa de hasta 750 de hasta 750 euros multa de hasta 750
euros (art. 23.1). euros (art. 23.1). (art. 23.1). euros (art. 23.1).

293
Capital de Lavar ropa u otros
Lavarse o bañarse Bañar animales Abrevar animales
provincia objetos
Segovia Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts.
23 y 22.2.c). Sanción: 23 y 22.2.d). Sanción: 23 y 22.2.d). Sanción: 23 y 22.2.d). Sanción:
multa de hasta 750 multa de hasta 750 multa de hasta 750 multa de hasta 750
euros (art. 42.a). euros (art. 42.a). euros (art. 42.a). euros (art. 42.a).
Soria Infracción leve (arts. No regulado. Regulado en la Regulado en la
71.22 y 12.f). ordenanza de tenencia ordenanza de
Sanción: multa de de animales tenencia de animales
hasta 750 euros (art. domésticos y de domésticos y de
73). compañía: compañía:
Infracción leve (art. Infracción leve (art.
53.7). 53.7).

Sanción: multa de 30 Sanción: multa de 30


hasta 150 euros (art. hasta 150 euros (art.
62). 62). Se alude a
permitir que “beban
directamente en las
fuentes de agua
potable destinadas al
consumo público”.

Valladolid Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts.
20, 9.g) -con relación 20 y 11). Sanción: 20, 9.f) -con relación a 20, 9.f) -con relación
a jardines, parques y multa de hasta 750 jardines, parques y a jardines, parques y
zonas verdes- y 11). euros (art.21). zonas verdes- y 11). zonas verdes- y 11).
Sanción: multa de Sanción: multa de Sanción: multa de
hasta 750 euros hasta 750 euros hasta 750 euros
(art.21). (art.21). (art.21).
Zamora Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. Infracción leve (arts. No regulado ni en la
56, 22.2.F y 33.c). 56 y 33.c). Sanción: 56 y 33.c). Sanción: ordenanza de
Sanción: multa de 30 multa de 30 hasta multa de 30 hasta 750 convivencia ni en la
hasta 750 euros (art. 750 euros (art. 57.1). euros (art. 57.1). ordenanza de
57.1). limpieza.

Para finalizar el análisis de las ordenanzas, a lo largo de las siguientes líneas


examinaremos una serie de cuestiones de notable relevancia práctica en el ámbito que
nos ocupa. En primer lugar, es importante conocer si esta normativa cuenta con
disposiciones específicas para el caso de que la persona que infrinja sus preceptos se
encuentre en situación de exclusión social252.
En la tabla 7 se muestra un resumen de los hallazgos con relación a esta primera
cuestión. Como puede observarse, tan solo en Segovia y Zamora se contemplan
disposiciones en este sentido, en ambos casos en sus respectivas ordenanzas de
convivencia ciudadana. El resto de municipios no prevé medidas específicas para las
personas en situación de exclusión social en ninguna de las ordenanzas analizadas.

252
Recordemos en este punto que se han excluido del análisis los contenidos que hacen referencia a las
prácticas relacionadas con la mendicidad.

294
Tabla 7. Disposiciones específicas en caso de que la persona infractora se encuentre en
situación de exclusión social

Capital de ¿Existen disposiciones específicas para infractores en situación de exclusión


provincia social?
Ávila No
Burgos No
León No
Palencia No
Salamanca No
Segovia Sí
Soria No
Valladolid No
Zamora Sí

Con relación al municipio de Segovia, la ordenanza recoge lo siguiente:


- El precepto que prohíbe la acampada en vías y espacios públicos (art. 22.2.a)
remite a lo dispuesto en el art. 24.1 cuando se trate de personas en situación de
exclusión social. Este artículo reza: "Los servicios municipales adoptarán, en cada
caso, las medidas que sean procedentes en coordinación con los servicios sociales
municipales o, si procede, con otras instituciones públicas y, si lo estimaran
necesario por razones de salud, acompañarán a estas personas al establecimiento
o servicio municipal apropiado, con la finalidad de socorrerlas o ayudarlas en lo
posible. En este caso no se impondrá la sanción prevista".
- El art. 39 establece actuaciones adicionales por parte de los agentes de la
autoridad en el caso de que el presunto responsable del incumplimiento sea
indigente o presente otras carencias o necesidades de asistencia social o de
atención médica especiales o urgentes: información acerca de la posibilidad de
acudir a los servicios sociales médicos y del lugar donde la persona puede hacerlo
(art. 39.1), posibilidad de acompañar a la persona a estos servicios en casos
especialmente graves o urgentes (39.2), contacto con la familia de la persona
afectada (art. 39.3) e información posterior a los servicios municipales
correspondientes a fin de que adopten las medidas oportunas (39.4).
En cuanto a la ordenanza de Zamora:
- Con relación a los usos impropios de los espacios públicos y sus elementos
(acampada en vías y espacios públicos, utilización de bancos y asientos públicos
para usos diferentes a los que están destinados o lavarse o bañarse, lavar animales
u objetos en fuentes y estanques públicos), el art. 34.2 reza: “la autoridad
municipal, en coordinación con los servicios sociales municipales o, en su caso, con
otras instituciones públicas, adoptará las medidas que sean procedentes y, si lo
estimara necesario por razones de salud, conducirá a estas personas al
establecimiento o servicio público adecuado, con el fin de socorrerlas o ayudarlas
en aquello que sea posible”.
- El art. 61.1 recoge: "Cuando el presunto responsable del incumplimiento de la
Ordenanza sea indigente o presente otras carencias o necesidades de atención

295
médica o de asistencia social especiales o urgentes, los agentes de la autoridad
que intervengan le informarán y le orientarán para acudir a los servicios sociales o
médicos correspondientes y del lugar concreto donde pueden hacerlo. En aquellos
casos especialmente graves o urgentes, o en los que concurran otras circunstancias
específicas que lo hagan aconsejable, y al único objeto de que la persona pueda
recibir efectivamente y lo antes posible la asistencia social o atención médica
requerida, los agentes de la autoridad deberán conducirlo a los mencionados
servicios". Tras haber realizado estas actuaciones, los agentes informarán a los
servicios municipales que corresponda a fin de que adopten las medidas oportunas
(art. 61.3).
Como puede comprobarse, las medidas específicas que se contemplan giran en
torno a la derivación de estas personas a los recursos asistenciales correspondientes,
con textos notablemente similares, aunque el primer punto abarca más situaciones en
la ordenanza de Zamora. Tan solo en Segovia se prevé la no imposición de la sanción
correspondiente en estos casos, y solo para la conducta de acampar en espacios
públicos.
Es importante resaltar una diferencia sutil, pero de gran relevancia, en la
redacción de las ordenanzas: mientras que en Segovia el art. 39 de la ordenanza hace
referencia a la posibilidad de acompañar a la persona a los servicios pertinentes en
casos especialmente graves o urgentes, la ordenanza de Zamora contempla esta
actuación como obligatoria al utilizar la fórmula “deberán”, al tiempo que amplía el
alcance de esta medida a aquellos casos “en los que concurran otras circunstancias
específicas que lo hagan aconsejable”, permitiendo así un mayor margen de
discrecionalidad por parte de los agentes de la autoridad que intervengan, extremo
que puede identificarse también en la redacción del art. 34.2 de la ordenanza.
Finalmente, destaca la utilización de la palabra “indigente” en ambos textos.
La tabla 8, por su parte, muestra en qué medida se contempla en cada municipio
la sustitución de las sanciones económicas por medidas alternativas. Como puede
observarse, las medidas alternativas se concretan generalmente en trabajos o labores
para la comunidad. El municipio de Palencia es el único que limita estas medidas a los
infractores menores de edad. La sustitución ha de ser solicitada por la persona
interesada, lo que requiere aprobación por parte del órgano sancionador
correspondiente, o bien convenida de mutuo acuerdo entre aquella o su representante
legal y el órgano sancionador.
Todos los municipios cuentan con alguna disposición en este sentido en al menos
una de las ordenanzas examinadas, si bien no está previsto de modo uniforme ni en
cuanto al tipo de ordenanza ni con relación la clase de infracciones para las que resulta
aplicable. Así, en Burgos sólo se contemplan estas medidas para aquellas infracciones
que supongan ensuciar las vías o espacios públicos, como es el caso de la realización de
necesidades fisiológicas, y en la ordenanza de residuos de Segovia se restringen a las
infracciones leves, por lo que la multa de hasta 3000 euros prevista para la conducta
de manipular residuos depositados en los contenedores (infracción muy grave, art.
44.4.e) no podría ser sustituida por sanciones alternativas. De modo similar, en
Valladolid se excluyen de esta vía las infracciones muy graves.

296
Tabla 8. Posibilidad de solicitar la sustitución de la sanción pecuniaria por medidas
alternativas

Capital de
Alternativas a las sanciones pecuniarias
provincia
Ávila Ordenanza de convivencia: el art. 37 permite solicitar la sustitución de las multas
por trabajos o labores para la comunidad.
Burgos Ordenanza de limpieza: el art. 20.2 contempla la posibilidad de realización de
prestaciones personales de servicios de limpieza o gestión de residuos como
alternativa al pago de la multa en la infracción tipificada como leve en el art.
17.1.c, que alude a “arrojar o verter residuos ensuciando las vías o espacios
públicos, incluida la realización de necesidades fisiológicas”.
León Ordenanza de convivencia: el art. 31 permite solicitar la sustitución de las multas
por trabajos o labores para la comunidad.
Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 43 contempla la posibilidad de convenir,
de mutuo acuerdo entre el infractor o su representante legal y el órgano
sancionador, la sustitución de la sanción por trabajos en beneficio de la
comunidad.
Palencia Ordenanza de convivencia: los arts. 33.2 y 33.3 prevén la posibilidad de aplicar
sanciones alternativas a las pecuniarias con finalidad reeducadora y con carácter
voluntario, pero únicamente para el caso de que las infracciones sean cometidas
por menores de edad.
Salamanca Ordenanza de convivencia: En la disposición adicional de la ordenanza se indica
que “el Ayuntamiento de Salamanca negociará acuerdos con otras instituciones
públicas y privadas con objeto de sustituir las sanciones contempladas en esta
Ordenanza Municipal por actividades o labores en beneficio de la comunidad”.
Segovia Ordenanza de convivencia
- El art. 40.2 prevé la posibilidad de sustituir las sanciones pecuniarias por
medidas correctoras, como asistencia a sesiones formativas, trabajos para la
comunidad u otras actividades de carácter cívico cuando las personas
infractoras sean menores.
- El art. 46 contempla la posibilidad de solicitar la sustitución de las multas por
“sesiones formativas, participación en actividades cívicas u otros tipos de
trabajos para la comunidad”.
Ordenanza de residuos: el art. 46 prevé la posibilidad de solicitar la sustitución de
las sanciones pecuniarias impuestas por infracciones leves por “trabajos en
beneficio de la comunidad de la misma índole que el daño o infracción cometido”.
Soria Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 78 contempla la posibilidad de solicitar
la sustitución del importe de la multa por una “prestación voluntaria personal
sustitutiva consistente en actividades temporales de limpieza en edificios
municipales, vías y espacios públicos, jardines, zonas verdes, recogida de residuos
u otras similares que, desarrolladas bajo la dirección del personal municipal,
sirvan a la Comunidad y permitan concienciar a los infractores sobre su
responsabilidad”. Asimismo, establece que el criterio para la fijación del tiempo
de duración de la prestación sustitutiva será de 10 euros/hora.
Valladolid Ordenanza de convivencia: el art. 26 permite solicitar la sustitución de las multas
por trabajos o labores para la comunidad, excepto para infracciones muy graves.
Zamora Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 43 contempla la posibilidad de que el
infractor sancionado o su representante legal y el órgano sancionador convengan
de mutuo acuerdo la sustitución de las sanciones económicas por trabajos en
beneficio de la comunidad.

297
Pasaremos a continuación a examinar qué criterios se establecen en las
ordenanzas para orientar la graduación de las sanciones a imponer en cada caso, pues
como hemos visto estos textos tienden a prever una amplia horquilla entre los límites
mínimo y máximo correspondientes al tipo de infracción de que se trate (leve, grave o
muy grave). Centraremos el enfoque en los dos criterios que se han juzgado como más
relevantes con relación a nuestro objeto de estudio.
Así, en primer lugar, la tabla 9 muestra hasta qué punto se prevé la toma en
consideración de las circunstancias o la capacidad económica de la persona
responsable. Nuevamente, nos encontramos con una amplia heterogeneidad, desde
municipios que no contemplan este criterio en ninguna de las ordenanzas analizadas
(Ávila, Palencia y Valladolid) hasta otros que recogen una (Salamanca y Segovia -
ordenanza de residuos-) o ambas cuestiones (Burgos, León -ordenanza de convivencia-
, Segovia -ordenanza de convivencia- y Zamora), pasando por las ordenanzas que
realizan una alusión genérica a factores que puedan considerarse como atenuantes o
agravantes (Burgos, León -ordenanza de parques y jardines- y Soria). Este último
municipio solo prevé tomar en cuenta lo anterior en lo que respecta a la ordenanza de
tenencia de animales domésticos y de compañía. Finalmente, la ordenanza de Segovia
es la única que recoge expresamente que esta circunstancia también ha de tomarse en
cuenta a la hora de graduar el contenido y duración de las sanciones no pecuniarias.

Tabla 9. Graduación de la cuantía o el alcance de la sanción en función de las


circunstancias o situación económica de la persona responsable

Graduación de la sanción en función de las circunstancias o situación


Capital de provincia
económica de la persona responsable
Ávila No
Burgos Ordenanza de limpieza: el art. 21.1 establece, entre otros criterios de
graduación de las sanciones, “aquellas circunstancias del responsable que
puedan considerarse como atenuantes o agravantes”.
León Ordenanza de limpieza y residuos: art. 41.2 prevé considerar “las
circunstancias del responsable, tales como la importancia o categoría de
su actividad económica, o su capacidad económica”.
Ordenanza de parques y jardines: el art. 32 prevé atender a “aquellos
factores que puedan considerarse como atenuantes o agravantes”.
Palencia No
Salamanca Ordenanza de convivencia: el art. 21.6 establece que se atenderá, entre
otros factores, a las circunstancias del/de la responsable.
Segovia Ordenanza de convivencia: la ordenanza establece que para la
graduación de las sanciones se atenderá a la capacidad económica de la
persona infractora (art. 43.1.f) y a sus circunstancias personales (art.
43.1.h), entre otros factores. Estas circunstancias también se tomarán en
cuenta en la graduación del contenido y duración de las sanciones no
pecuniarias (art. 43.3).
Ordenanza de residuos: el art. 47 prevé considerar las circunstancias del
responsable, “atendiendo a la
importancia o categoría de la actividad económica del infractor,
así como a su capacidad económica”.

298
Graduación de la sanción en función de las circunstancias o situación
Capital de provincia
económica de la persona responsable
Soria Ordenanza de tenencia de animales domésticos y de compañía: el art.
63.d) hace alusión a cualquier circunstancia diferente de las previstas en
los epígrafes anteriores “que pueda incidir en el grado de reprochabilidad
de la infracción, en sentido atenuante o agravante”.
Valladolid No
Zamora Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 41.2 alude a “las circunstancias
del responsable, tales como la importancia o categoría de su actividad
económica, o su capacidad económica (…)”.

En claro contraste con lo anterior, todos los municipios recogen, en todas las
ordenanzas analizadas salvo una (ordenanza de arbolado urbano y áreas verdes de
Ávila), la toma en consideración de la reincidencia y/o reiteración a la hora de graduar
las sanciones. Sin embargo, como puede observarse en la tabla 10, algunas ordenanzas
no ofrecen una definición operativa de estas circunstancias, y aquellas que sí la
explicitan presentan una considerable diversidad, con referencias a infracciones de la
misma o de distinta naturaleza, a plazos retroactivos más o menos prolongados y a
criterios diversos en cuanto al número de sanciones previas que se requieren en cada
caso.

Tabla 10. Reincidencia o reiteración en la conducta como criterio para graduar la


cuantía o el alcance de la sanción

Capital de Reincidencia o reiteración como criterio


provincia de graduación de la sanción
Ávila Ordenanza de convivencia: el art. 35.a) alude a "la reiteración de infracciones
o reincidencia".
Burgos Ordenanza de limpieza: el art. 21.1 hace referencia a la reiteración.
León Ordenanza de convivencia: el art. 29.a) alude a "la reiteración de infracciones
o reincidencia".
Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 41.2 alude a “la reincidencia, por la
comisión en el término de un año, de más de una infracción de la misma
naturaleza, cuando así haya sido declarada por resolución firme” y a “la
reiteración, por la comisión en el plazo de dos años anteriores a que se cometa
o comenzara a cometerse la infracción, de una infracción de la misma norma y
distinta naturaleza, cuando así haya sido sancionada por una resolución firme”.
Ordenanza de parques y jardines: el art. 32 prevé atender a “aquellos factores
que puedan considerarse como atenuantes o agravantes”.
Palencia Ordenanza de convivencia: el art. 43 prevé la imposición de las multas en su
grado máximo cuando la conducta sancionada se realice de forma habitual o
continua.
Salamanca Ordenanza de convivencia: el art. 21.6 alude a la reincidencia.

299
Capital de Reincidencia o reiteración como criterio
provincia de graduación de la sanción
Segovia Ordenanza de convivencia: arts. 43.1.d) (reincidencia) y e) (reiteración). Estas
circunstancias también se tomarán en cuenta en la graduación del contenido y
duración de las sanciones no pecuniarias (art. 43.3).
Ordenanza de residuos: el art. 47.1 prevé tomar en cuenta la reincidencia,
considerando como reincidente “aquel titular de la actividad que hubiera sido
sancionado anteriormente, mediante resolución, firme una o más veces por
cualquiera de los conceptos expresados en esta
Ordenanza”.
Soria Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 74 cita la reiteración, así como las
circunstancias calificativas de la responsabilidad establecidas por el art. 5 de la
Ordenanza municipal reguladora del procedimiento administrativo
sancionador, entre las que se incluyen la reiteración (art. 5.B.1), que existe
“cuando al presunto responsable se le haya impuesto una sanción firme en vía
administrativa por una infracción de mayor gravedad o dos de gravedad igual o
inferior y no haya transcurrido el plazo de prescripción de la sanción o
sanciones” (art. 5.B.2) y la reincidencia (art. 5.B.1), que existe “cuando al
cometer la infracción imputada, la persona responsable haya sido sancionada
de forma firme en vía administrativa por otra y otras faltas de la misma índole
y no haya transcurrido un año o el plazo para que las sanciones se consideren
prescritas” (art. 5.B.3).
Ordenanza tenencia de animales domésticos y de compañía: el art. 63.c)
alude a la reiteración en la comisión de infracciones, que existe “cuando se
hubiere impuesto sanción mediante resolución firme en vía administrativa por
la comisión de una de las infracciones previstas en la presente Ordenanza en el
plazo de cinco años anteriores al inicio del procedimiento sancionador”.
Valladolid Ordenanza de convivencia: el art. 24.b) prevé considerar “la continuidad o
persistencia en la conducta infractora”, y el art. 24.d) alude a la reincidencia,
entendiendo como tal la “comisión en el término de un año de más de una
infracción de la misma naturaleza cuando así haya sido declarado por
resolución firme en vía administrativa".
Zamora Ordenanza de convivencia: art. 53 cita la reincidencia, considerando como tal
"cuando se ha cometido en el plazo de un año más de una infracción de esta
Ordenanza y ha sido declarado por resolución firme".
Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 41.2 hace alusión a la reincidencia,
considerando como tal “la comisión en el término de un año de más de una
infracción de la misma naturaleza, cuando así haya sido declarada por
resolución firme” y a la reiteración, “por la comisión en el plazo de dos años
anteriores a que se cometa o comenzara a cometerse la infracción, de una
infracción de la misma norma y distinta naturaleza, cuando así haya sido
sancionada por una resolución firme.

Finalizaremos este epígrafe con algunas observaciones más que se estiman


relevantes. En primer lugar, en una gran proporción de las ordenanzas se prevé que la
reiteración de infracciones de una determinada categoría sea considerada como la
comisión de una infracción de la categoría de gravedad inmediatamente superior, de
modo que un cierto número de infracciones leves computen como una infracción
grave, y un cierto número de estas últimas equivalga a la comisión de una infracción
muy grave. Como recoge la tabla 11, las ordenanzas difieren ampliamente en el

300
número y naturaleza de las infracciones que deben acumularse, así como en los plazos
a tomar en cuenta para el cómputo.
Asimismo, seis municipios (Ávila, León, Salamanca, Soria, Valladolid y Zamora)
contemplan la aplicación de reducciones de hasta el 50 por ciento sobre la cuantía de
las multas cuando el pago se efectúe, según el caso, antes de que se inicie el
expediente sancionador, en un determinado periodo de tiempo desde la notificación
de su inicio, antes de que finalice el plazo de alegaciones al pliego de cargos o antes de
que se dicte una resolución. Ello pone fin al procedimiento, implica el reconocimiento
de la responsabilidad por la infracción y en algunos casos supone o está condicionado
a la renuncia a ejercer acciones impugnatorias.
Para terminar, debemos resaltar que la ordenanza de convivencia ciudadana de
Zamora recoge expresamente la prohibición de cualquier conducta de desprecio a la
dignidad de las personas y cualquier comportamiento discriminatorio, sea cual sea su
contenido y el medio por el cual se exprese (art. 11.1), declarando además estas
conductas como más graves “cuando tengan como objeto, o se dirijan contra (…)
personas en evidente estado de pobreza económica” (art. 11.2). Se trata de la única
norma entre las analizadas que contempla esta prohibición, reconociendo así la
especial vulnerabilidad que presenta este colectivo. Como contrapunto, esta misma
ordenanza prevé, en su artículo 55, considerar como infracciones graves las que se
produzcan en espacios públicos de gran afluencia “causando molestias apreciadas por
parte de los agentes de la autoridad municipal”, lo que nuevamente concede un
amplio margen de discrecionalidad a estos agentes.

Tabla 11. Disposiciones adicionales destacables

Capital de
Disposiciones adicionales destacables
provincia
Ávila Ordenanza de convivencia:
- Se considera infracción grave, sancionable con multa de hasta 1500 euros (art. 32.2), la
reiteración por tres veces de una infracción leve (art. 30.j), e infracción muy grave,
sancionable con multa de hasta 3000 euros (art. 32.3), la reiteración por tres veces de una
infracción grave (art. 29.i).
- El artículo 32 contempla una reducción del 50 por ciento sobre la cuantía de la multa
cuando el pago se efectúe durante los diez días siguientes a la notificación. El pago
anticipado no implicará la renuncia de la persona a formular alegaciones o a interponer los
correspondientes recursos.
Ordenanza de arbolado urbano y áreas verdes: se considera infracción grave “la reiteración en
la infracción leve”, e infracción muy grave “la reincidencia de la comisión de infracción grave”
(art. 23). Sanción: el art. 24 remite de forma genérica a la normativa sectorial aplicable o a la
legislación del Régimen Local.
Burgos No

301
Capital de
Disposiciones adicionales destacables
provincia
León Ordenanza de convivencia: el art. 25 contempla una reducción del 50 por ciento sobre la
cuantía de la multa cuando la sanción se haga efectiva antes de que se dicte resolución del
expediente sancionador.
Ordenanza de parques y jardines: el art. 29 contempla como infracción grave la reincidencia en
infracciones leves, y como infracción muy grave la reincidencia en infracciones graves. Las
infracciones graves se sancionan con multas desde 5001 hasta 10000 pesetas, y las muy graves
con multas desde 10001 hasta 15000 pesetas (art. 30). El art. 32 establece que “será
considerado reincidente quien hubiera incurrido en infracción de las mismas materias, en los
doce meses anteriores”.
Palencia Ordenanza de convivencia: el Art. 41.2.c tipifica como infracción grave "la comisión de dos
infracciones leves en un año cuando se sancionó la primera de ellas por resolución firme en vía
administrativa". Sanción: multa desde 251 hasta 1000 euros (art. 42.1.b)
Salamanca Ordenanza de convivencia:
- Se considera infracción grave la reincidencia en la comisión de cualquier infracción leve
durante el plazo de un año (art. 22.2.j), e infracción muy grave la reincidencia en la comisión
de cualquier infracción grave durante el plazo de dos años (art. 22.3.g). Las infracciones
graves se sancionan con multa de hasta 1500 euros, y las muy graves con multa de hasta
3000 euros (art. 23.1).
- El art. 23.4 contempla la aplicación de una reducción del 50 por ciento sobre la cuantía de la
multa cuando las sanciones se hagan efectivas antes de la finalización del plazo de
alegaciones al pliego de cargos del expediente sancionador. Implicará el reconocimiento
expreso de la responsabilidad de la persona infractora y supondrá el fin del procedimiento.
Segovia No

Soria Ordenanza de limpieza y residuos: el art. 69.1 prevé como infracción muy grave la reincidencia
en la comisión de infracciones graves, indicando que se consideran reincidentes “quienes hayan
sido sancionados ya mediante resolución administrativa firme en el curso de los doce meses
anteriores a la fecha de la última denuncia”; el art. 70 recoge lo mismo con relación a las
infracciones leves, siendo equivalente a la comisión de una infracción grave. Sanción: multa de
hasta 1500 euros para el caso de infracciones leves, y de hasta 3000 euros para infracciones
graves (art. 73).
Ordenanza reguladora del procedimiento administrativo sancionador: el art. 13 prevé la
reducción de la sanción “hasta la cuantía señalada en la notificación del acuerdo de iniciación”
del procedimiento cuando “el infractor, dentro del plazo para la presentación de alegaciones al
pliego de cargos, justifique el pago efectivo del importe reducido de la multa, reconozca
expresamente su responsabilidad y conformidad con los cargos imputados y renuncie
expresamente al ejercicio de acciones impugnatorias, al menos en vía administrativa”. El
ejercicio de esta opción pondrá fin al procedimiento.
Valladolid Ordenanza de convivencia: el art. 27 prevé una reducción del 50 por ciento sobre el importe de
la sanción propuesta cuando, en reconocimiento de su responsabilidad, la persona infractora
proceda al pago voluntario de la sanción en cualquier momento anterior a la resolución,
poniendo fin al procedimiento. La reducción “estará condicionada al desistimiento o renuncia de
cualquier acción o recurso en vía administrativa contra la sanción”.

302
Capital de
Disposiciones adicionales destacables
provincia
Zamora Ordenanza de convivencia
- El art. 11.1 prohíbe "toda conducta de desprecio a la dignidad de las personas, así como
cualquier comportamiento discriminatorio, sea de contenido xenófobo, racista o sexista, o
de cualquier otra condición o circunstancia personal o social, de hecho, por escrito o de
palabra, mediante insultos, burlas, molestias intencionadas, coacción psíquica o física,
agresiones o conductas análogas". Asimismo, el art. 11.2 concibe las conductas anteriores
como más graves "cuando tengan como objeto, o se dirijan contra (...) personas en evidente
estado de pobreza económica".
- El art. 55 considera infracciones graves, sancionables con multa desde 750,01 hasta 1500
euros (art. 57.2), aquellas "que se produzcan en espacios públicos de gran afluencia, sin
alterar la seguridad colectiva pero causando molestias apreciadas por parte de los agentes
de la autoridad municipal".
- El art. 59 recoge que “las personas denunciadas podrán asumir su culpabilidad y
conformidad mediante el pago inmediato de las sanciones de multa”. En estos casos, se
prevé una reducción del 50 por ciento del importe máximo de la sanción si el pago se hace
efectivo antes del inicio del procedimiento sancionador, o del 30 por ciento del importe que
aparezca en el pliego de cargos o la propuesta de resolución si ello ocurre antes de la
resolución.
Ordenanza de limpieza y residuos
- El art. 40.2.a) considera como infracción grave la reincidencia en infracciones leves, y el art.
40.3 contempla como infracción muy grave la reincidencia en infracciones graves. Las
infracciones graves se sancionan con multa de 751 a 1500 euros, y las muy graves con multa
de 1501 a 3000 euros (art. 41.1).
- El art. 41.2 reza “(…) en las infracciones leves se priorizarán medidas educativas y, en
consecuencia primará, antes que la sanción, la advertencia verbal, o el requerimiento
escrito (…)”.

303
6. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

“(…) la majestueuse égalité des lois, qui interdit au riche comme au pauvre
de coucher sous les ponts, de mendier dans les rues et de voler du pain” 253

Anatole France (1844-1924)

Al enarbolar los estandartes de la convivencia ciudadana y el civismo como su


razón de ser, las ordenanzas que regulan cuestiones relacionadas con estas materias
logran que pase desapercibido o, incluso, tratan de justificar el hecho de que muchos
de sus preceptos afecten casi exclusivamente y de forma extremadamente negativa a
las personas más vulnerables, endureciendo unas condiciones de vida que ya eran
notablemente adversas y obstaculizando sus trayectorias hacia la integración social.
Estas personas, además, generalmente no podrán asumir, o les supondrá un gran
perjuicio económico hacerlo, las sanciones pecuniarias que se deriven de los
incumplimientos, de modo que, en muchos casos y a fin de evitarlas, se verán
desterradas de aquellos espacios en los que su presencia resulta incómoda,
permaneciendo en los márgenes de la vida pública.
Como refieren Fernández Evangelista y Jones (2013), la pobreza y el
sinhogarismo no
son opciones de estilo de vida, sino problemas asociados a la exclusión social. Estas
normas y sus implicaciones, en alianza con otros ámbitos en los que la violencia
cultural contra las personas en situación de sin hogar se manifiesta, como el lenguaje
—tanto el que hace referencia de un modo específico a las personas afectadas por
sinhogarismo como el que se asocia a las retóricas de civismo/incivismo— y,
especialmente, la ideología descritos más arriba, tienen un gran peso en la
invisibilización de esta realidad, actuando como instancias legitimadoras de la misma.
Al mismo tiempo, comunican a las personas afectadas por sinhogarismo el mensaje de
que no son bienvenidas en los espacios públicos, que su presencia resulta turbadora
para el resto de ciudadanos e, incluso, va en contra del “ornato público”. Por todo lo
anterior, estas ordenanzas representan instrumentos de exclusión y discriminación,
particularmente de las personas sin techo, que favorecen la estigmatización de este
colectivo y la perpetuación de los prejuicios y estereotipos dirigidos contra sus
integrantes. La coexistencia de estrategias nacionales para la erradicación y prevención
del sinhogarismo, como es el caso de nuestra Estrategia Nacional Integral para
Personas sin Hogar 2015-2020 (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad,
2015), con políticas y prácticas que vulneran los derechos humanos básicos sin duda
limita el alcance y la eficacia de las primeras como buenas prácticas (Fernández
Evangelista y Jones, 2013), representando un ejemplo del recurso a la ambivalencia
como estrategia política (Serrano Maíllo, 2016).

253
“(…) la majestuosa igualdad de las leyes, que prohíben tanto al rico como al pobre dormir bajo los
puentes, mendigar en las calles y robar pan” (traducción libre del original). En France, A. (1894). Le Lys
Rouge. Paris: Calmann Lévy, p. 81.

304
A lo largo del presente estudio hemos podido constatar cómo existe una notable
diversidad en las conductas objeto de regulación, así como en la naturaleza y alcance
de las sanciones previstas frente a las infracciones. Ello resulta más llamativo, si cabe,
si tomamos en cuenta que todos los municipios objeto de estudio forman parte de una
misma comunidad autónoma.
Si bien en la mayor parte de los casos las infracciones que inciden sobre las
actividades de subsistencia de las personas sin techo son consideradas leves, estas
comportan sanciones pecuniarias que pueden alcanzar los 750 euros y para cuya
graduación, en la mayoría de las ocasiones, se plantea como criterio agravante la
reincidencia o reiteración de la conducta. Que esto último ocurra resulta previsible,
dado que se trata de conductas que, antes o después, todos necesitamos realizar, y las
personas en situación de sin techo generalmente no cuentan con alternativas más allá
de los espacios públicos. No ocurre lo mismo, sin embargo, con relación a la
consideración de las circunstancias de la persona infractora y/o su situación económica
a la hora de establecer la cuantía y alcance de las sanciones.
El panorama esbozado se complica todavía más si consideramos que en algunos
casos se prevé que la comisión de un cierto número de infracciones leves se considere
como una infracción grave, o que un cierto número de estas últimas implique la
comisión de una infracción muy grave, lo que en teoría podría llegar a suponer la
imposición de multas de hasta 3000 euros. Más aún, en muchos casos no se requiere
que tales infracciones repetidas sean de la misma naturaleza, multiplicándose de este
modo las oportunidades para aplicar estos preceptos.
La mayor parte de las ordenanzas no contempla disposiciones específicas que
permitan adaptar sus contenidos a aquellos casos en los que las infracciones a sus
normas sean cometidas por personas en situación de exclusión social. En las escasas
ocasiones en las que ello ocurre (ordenanzas de convivencia ciudadana de Segovia y
Zamora), se prevé la realización de actuaciones adicionales a fin de prestar a la
persona la asistencia que precise. Sin embargo, nada se indica con relación a las
sanciones a excepción, como hemos visto, de la conducta de acampada en espacios
públicos regulada en la ordenanza de convivencia ciudadana de Segovia. En cualquier
caso, no deja de resultar llamativo que ambas ordenanzas utilicen el término
“indigente” en su redacción, calificativo que arrastra connotaciones despectivas
(Serrano Pascual y Zurdo, 2003; Centre d’Acollida ASSÍS, 2016).
A simple vista, podría parecer que la previsión de la posibilidad de sustituir las
sanciones pecuniarias por la realización de labores para la comunidad o medidas
similares podría cubrir esta laguna y resultar menos gravosa para las personas
afectadas por sinhogarismo. Sin embargo, una reflexión más detenida evidencia que
en realidad supone un factor de discriminación añadido, toda vez que su precaria
situación económica probablemente las abocará a optar por esta vía en mucha mayor
medida que quienes no se encuentren en dicha situación. Además, mientras que el
pago de la sanción pecuniaria puede llevarse a efecto de forma inmediata, las labores
para la comunidad suponen una actividad sostenida en el tiempo. A modo de
ilustración, si tomamos como referencia la ordenanza de limpieza y residuos de Soria,
único municipio que establece un criterio para la fijación de la duración de la
prestación sustitutiva, de 10 euros/hora (art. 78), nos encontramos con que una multa
que se sitúe en el punto medio del intervalo previsto para infracciones leves (de 0 a

305
750 euros) requeriría que la persona dedicase 37,5 horas a la realización de estas
labores. Finalmente, y en función de cómo se concreten, la aplicación de estas
medidas podría intensificar la estigmatización de las personas afectadas por
sinhogarismo y exponerlas a nuevas experiencias de discriminación.
Más aún, diversas ordenanzas “premian” el pago inmediato o anticipado de las
multas reduciendo su cuantía hasta en un 50 por ciento. Estas disposiciones
aparentemente favorables resultan potencialmente discriminatorias para el colectivo
de personas afectadas por sinhogarismo en, al menos, tres sentidos. Por un lado, y
dada la precaria situación económica que presentan estas personas, es probable que
no puedan asumir el pago anticipado de la sanción, aun cuando se vea reducido a la
mitad, en el breve periodo de tiempo en el que esta opción se encuentra disponible.
De este modo, es muy posible que en la práctica las personas más vulnerables sean,
precisamente, quienes deban asumir las sanciones más gravosas, no solo desde una
óptica relativa sino también absoluta. Por otro lado, estas disposiciones implican o se
condicionan al reconocimiento de la responsabilidad por parte de la persona, algo con
una importante carga simbólica al tratarse de conductas que quienes atraviesan esta
situación se ven, al menos en la mayoría de los casos, obligados a realizar. Finalmente,
en ciertos casos la aplicación de estos preceptos supone renunciar a realizar
alegaciones o interponer recursos, al menos en la vía administrativa. Así, aquellas
personas en situación de sin hogar que puedan acogerse a esta opción probablemente
lo harán a fin de reducir el impacto de la sanción, pudiendo encontrarse su
conformidad con las condiciones de su aplicación viciada por presiones económicas, lo
que las pondría en una situación de mayor indefensión.
Se ha podido comprobar asimismo que la redacción de los preceptos varía en un
gradiente que va desde formulaciones muy generales con diversas interpretaciones
posibles hasta otras más específicas, dejando así algunas disposiciones un amplio
margen a la discrecionalidad de los agentes de la autoridad encargados de hacerlas
cumplir y/o de los órganos sancionadores correspondientes. Si a ello le sumamos el
hecho de que las personas que desarrollan su vida en los espacios públicos presentan
mayores probabilidades de ser detectadas cuando realizan las conductas prohibidas
por las ordenanzas, pues la frecuencia con que incurren en estos comportamientos es
necesariamente mayor que la de quienes no atraviesan dicha situación, al tiempo que
por sus condiciones de vida se ven más expuestas a la mirada pública, tendremos el
caldo de cultivo idóneo para la práctica potencial de una suerte de “perfil social”254 por
parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
En este sentido, y extensivo a todo lo indicado hasta el momento, una de las
limitaciones del presente estudio y que futuros trabajos deberían abordar es cómo se
aplican en la práctica las prohibiciones previstas en las ordenanzas, y particularmente
cuando la persona infractora se encuentra en situación de sin hogar. El presente
trabajo se limita a analizar el tenor literal de los contenidos de las ordenanzas, por lo
que necesariamente los hallazgos resultan incompletos y las conclusiones, parciales. Es
importante conocer en cada municipio el número y características de los expedientes
que se han incoado con relación a los preceptos analizados y cuál es el perfil de las
personas infractoras. Ello permitiría constatar posibles focos de discriminación, señalar

254
En este sentido, vid. O’Grady, Gaetz y Bucciery, 2011, pp. 13 y ss.)

306
ámbitos de estas normas que requieran cambios o, incluso, identificar buenas
prácticas que pueden plasmarse en aquellas y/o hacerse extensivas a otros municipios.
Una segunda limitación es la restricción del ámbito de análisis a las capitales de
provincia, así como a una sola comunidad autónoma. Si bien lo primero podría implicar
un sesgo de menor significancia que lo segundo, ya que las personas afectadas por
sinhogarismo tienden a concentrarse en áreas urbanas, en las que pueden encontrar
un mayor número de recursos, los hallazgos con relación a Castilla y León no pueden
considerarse representativos de otras comunidades autónomas. De este modo, la
vocación exploratoria del presente trabajo debería ampliarse con un análisis de estas
ordenanzas a nivel nacional, permitiendo de este modo identificar puntos en común y
diferencias geográficas y explorar las razones que subyacen a los mismos.
Sea como fuere, los hallazgos derivados de nuestro análisis han puesto de relieve
una realidad que acostumbra a pasar desapercibida. Evidenciarla no solo es
importante por sus consecuencias directas para las vidas y el horizonte de las personas
afectadas por sinhogarismo. Muy al contrario, las implicaciones de la violencia cultural
podrían ir mucho más lejos. En este sentido, Galtung (2016; 2003) defiende que los
diferentes tipos de violencia se encuentran interconectados, de modo que la violencia
puede comenzar en cualquier ángulo del triángulo y se transmite fácilmente a los
otros, generándose así un círculo vicioso. El autor refiere, en todo caso, que
generalmente el flujo causal parte de la violencia cultural, pasa por la estructural y
desemboca en la violencia directa. De hecho, indica que una diferencia importante en
la relación temporal de los tres tipos de violencia es que la violencia directa es un
suceso, la estructural un proceso, con sus altibajos, y la cultural es una constante: se
mantiene básicamente inalterada durante largos periodos, dada la lentitud con que se
producen las transformaciones culturales. De este modo, propone una imagen de
estratos de violencia en cuya base se sitúa un flujo constante a lo largo del tiempo de
violencia cultural, del que se nutren la violencia estructural y directa.
En esta línea, el planteamiento de Penalva y La Parra (2008) con relación a los
medios de comunicación podría aplicarse a las ordenanzas municipales pues, en
cuanto instancias difusoras de valores y normas, pueden de igual modo llegar a
legitimar la violencia directa o la estructural cuando, a través de sus contenidos,
provoquen rechazo o discriminación hacia ciertos colectivos o individuos. Recordemos,
no obstante, el carácter no determinista, sino facilitador, de estas prescripciones
(Wieviorka, 2017).
En el marco de nuestro estudio, hemos podido constatar cómo determinados
preceptos contenidos en las ordenanzas resultan discriminatorios hacia las personas
afectadas por sinhogarismo y, particularmente, las personas sin techo. Tales preceptos
desvían la atención de las limitaciones que imponen estas condiciones a las opciones
de conducta de quienes las sufren, al tiempo que alimentan el rechazo social hacia
estas personas al etiquetarlas como “incívicas” por realizar comportamientos que, en
realidad, son necesarios para su supervivencia.
Como coligen Fernández Evangelista y Jones (2013), las políticas sociales no
deberían ser llevadas a cabo por las autoridades locales bajo el pretexto de la política y
las políticas de seguridad. Los gobiernos nacionales deben apoyar la protección de los
derechos humanos de todas las personas, incluyendo las afectadas por sinhogarismo.
En palabras de estos autores, “es necesario frenar la tendencia a ver todos los

307
problemas sociales desde un prisma delictivo, al uso simbólico y demagógico de la ley
penal y al incremento continuo de los tipos delictivos o los niveles de punición para
abordar problemas para los que la intervención “no criminal” sería más efectiva y
tendría un menor coste” (p. 22).
No olvidemos que, como refiere Cabrera (2008), “(…) cada persona que
encontramos viviendo sin techo no deja de ser el testimonio fehaciente de un
desencuentro y de un fracaso, no solo personal, sino también social e institucional” (p.
216).

308
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313
ANEXO I. Ordenanzas municipales objeto de estudio

Capital de
Ordenanzas
provincia
Ávila ▪ Ordenanza municipal sobre convivencia ciudadana (Boletín Oficial de la Provincia de Ávila
núm. 142, de 23 de julio de 2008, pp.6-14)
▪ Ordenanza municipal de arbolado urbano y áreas verdes del término municipal de Ávila
(Boletín Oficial de la Provincia de Ávila núm. 203, de 20 de octubre de 2004, pp. 36).

Burgos No existe una ordenanza municipal de convivencia ciudadana en vigor. Se ha tomado como
referencia la Ordenanza municipal de limpieza del Ayuntamiento de Burgos (Boletín Oficial de la
Provincia de Burgos núm. 182, de 27 de septiembre de 2017, pp. 55-70)

León ▪ Ordenanza del Excmo. Ayuntamiento de León sobre protección de la convivencia ciudadana
y prevención de las conductas antisociales (Boletín Oficial de la Provincia de León núm. 34,
de 19 de febrero de 2008, pp. 2-6)
▪ Ordenanza municipal reguladora de la limpieza y de residuos (Boletín Oficial de la Provincia
de León núm. 241, de 18 de diciembre de 2008, pp. 2-13. Modificada en Boletín Oficial de la
Provincia de León núm. 184, de 26 de septiembre de 2013, pp. 3-11, y en Boletín Oficial de
la Provincia de León núm. 126, de 5 de julio de 2016, p. 32).
▪ Ordenanza municipal de parques y jardines (Boletín Oficial de la Provincia de León núm. 29,
de 5 de febrero de 1992, pp. 11-15).

Palencia Ordenanza reguladora para la promoción de la convivencia y la prevención de las


drogodependencias en la ciudad de Palencia (Boletín Oficial de la Provincia de Palencia núm.
101, de 23 de agosto de 2013, pp. 4-14)
Salamanca Ordenanza municipal sobre protección de la convivencia ciudadana (Boletín Oficial de la
Provincia de Salamanca, núm. 223, de 19 de noviembre de 2008, pp. 11-15. Corrección de
errores Boletín Oficial de la Provincia de Salamanca núm. 46, de 9 de marzo de 2010, p. 15, y
núm. 220, de 13 de noviembre de 2015, pp. 8-9)
Segovia ▪ Ordenanza de convivencia ciudadana Ayuntamiento de Segovia (Boletín Oficial de la
Provincia de Segovia, núm. 47, 20 de abril de 2011, pp. 190-208)
▪ Ordenanza de Residuos Municipales de Segovia (Boletín Oficial de la Provincia de Segovia
núm. 93, de 3 de agosto de 2007, pp. 2-26)
Soria No existe una ordenanza municipal de convivencia ciudadana en vigor. Se han tomado como
referencia las siguientes:
▪ Ordenanza municipal de limpieza viaria y recogida de residuos de la ciudad de Soria (Boletín
Oficial de la Provincia de Soria núm. 138, de 2 de diciembre de 2013, pp. 3397-3423)
▪ Ordenanza municipal reguladora de la tenencia de animales domésticos y de compañía
(Boletín Oficial de la Provincia de Soria núm. 23, de 23 de febrero de 2007, pp. 9-20)
▪ Ordenanza municipal reguladora del procedimiento administrativo sancionador (Boletín
Oficial de la Provincia de Soria núm.81, de 15 de julio de 2009, pp.10-12).

Valladolid Ordenanza municipal de protección del medio urbano (Boletín Oficial de la Provincia de
Valladolid núm. 40, de 26 de febrero de 2018, pp. 60-74)
Zamora ▪ Ordenanza de convivencia ciudadana y prevención de actos vandálicos (Boletín Oficial de la
Provincia de Zamora núm. 25, de 25 de febrero de 2011, pp. 45-68. Modificada por
Sentencia del Tribunal de Justicia de Castilla y León núm. 134, de 30 de enero de 2012, Sala
de lo Contencioso)
▪ Ordenanza municipal reguladora de la limpieza y de residuos urbanos (Boletín Oficial de la
Provincia de Zamora núm. 82, de 11 de julio de 2012, pp. 24-52).

314
El derecho a un hogar. Sinhogarismo y pandemia
The right to a home. Homelessness and pandemic
Puente, P.; Caro, G.; Cavero, G.; Ramos, M.; Ruiz Farrona, J. y Sales, A. (2021). El
derecho a un hogar. Sinhogarismo y pandemia. En Sánchez-Gil, L.M. y de Santiago
Herrero, F.J. (Coords.). Crisis Pandémicas. Perspectiva criminológica, psicológica y
social (pp. 25-42). Salamanca: Ratio Legis.

SUMARIO. 1. El sinhogarismo en España. Escenario pre-COVID-19. 2. Emergencia del


coronavirus y decreto del Estado de Alarma. 3. Y ahora…¿qué? Escenario post-COVID-
19. 4. Conclusiones. ¿Nada nuevo bajo el sol? Referencias.

RESUMEN. El presente trabajo analiza el alcance y evolución de la respuesta que se ha


ofrecido al fenómeno del sinhogarismo en el contexto de la pandemia provocada por
la COVID-19, constatando la preeminencia de estrategias de acción reactivas y con
marcado carácter emergencialista que han sido desplegadas de un modo muy desigual
en lo que se refiere a la velocidad de respuesta, la amplitud de su cobertura y su
distribución territorial. De este modo, la crisis sanitaria provocada por el coronavirus
ha puesto de relieve las carencias del sistema de atención frente al sinhogarismo,
evidenciando la necesidad de implementar profundos cambios estructurales y otorgar
un papel protagonista a los enfoques preventivos y basados en los derechos humanos.

PALABRAS CLAVE: sinhogarismo, COVID-19, pandemia, sistema de atención, derechos


humanos.

ABSTRACT. This paper analyses the scope and evolution of responses to homelessness
that have been offered in the context of the COVID-19 pandemic, establishing the
dominance of reactive action strategies with a strong emergency character that have
been unevenly deployed in what refers to speed of response, breadth of coverage and
territorial distribution. Thus, the health crisis triggered by coronavirus has evinced the
shortcomings of the system of care for homeless people, highlighting the need for
implementing deep structural changes and giving priority to preventive and human
rights approaches.

KEYWORDS: homelessness, COVID-19, pandemic, system of care, human rights.

315
1. El sinhogarismo en España. Escenario pre-COVID-19

La Dra. Dragana Avramov propuso en 1995, cuando trabajaba como coordinadora


del Observatorio Europeo del Sinhogarismo, la que se convertiría en una de las
definiciones más ampliamente extendidas y aceptadas de persona en situación de sin
hogar: “aquella que no puede acceder a o conservar un alojamiento adecuado, adaptado a
su situación personal, permanente y que le proporcione un marco estable de convivencia,
ya sea por razones económicas u otras barreras sociales, o bien porque presenta
dificultades personales para llevar una vida autónoma” (Avramov, 1995, p. 71).
Con el objetivo de proporcionar un lenguaje común para los intercambios
transnacionales en esta materia, la Federación Europea de Asociaciones Nacionales que
Trabajan con Personas sin Hogar (FEANTSA, por sus siglas en francés), ha desarrollado
recientemente la Tipología Europea del Sinhogarismo y la Exclusión Residencial (más
conocida como ETHOS), vertebrada sobre un modelo conceptual de hogar basado en tres
dominios o esferas cuya ausencia, ya sea de forma individual o conjunta, puede utilizarse
para delimitar las diferentes situaciones posibles: 1) esfera física: disponer de una vivienda
o un espacio adecuados sobre los que una persona y su familia puedan ejercer su posesión
en exclusiva; 2) esfera social: poder mantener la privacidad y disfrutar de relaciones
sociales; y 3) esfera legal: disponer de un título legal de ocupación (FEANTSA, 2005).
Partiendo de esta base, se propone una clasificación dimensional de diferentes
condiciones de vida que constituyen formas de sinhogarismo y exclusión residencial,
construida sobre la base de cuatro categorías principales y sus respectivas subdivisiones:
1) sin techo: personas que viven en la calle o en espacios públicos, sin un refugio que
pueda ser definido como residencia, o bien aquellas que pernoctan en recursos de
emergencia (centros de pernocta, albergues de baja exigencia) sin que tengan un lugar de
residencia habitual; 2) sin vivienda: personas alojadas a corto plazo (estancia durante
menos de un año) en recursos para personas sin hogar, en casas de acogida para víctimas
de violencia doméstica, en recursos de alojamiento para inmigrantes, quienes se
encuentran en instituciones (centros penitenciarios, instituciones médicas, centros para
menores, etc.) y no disponen de alojamiento en el momento de abandonarlas, así como
las personas en alojamientos con apoyo sostenido (estancia superior a un año) debido a su
condición de personas sin hogar; 3) vivienda insegura: personas que residen en una
vivienda sin título legal de ocupación, quienes viven temporalmente con familiares o
amigos, así como quienes se encuentran bajo la amenaza de desahucio o de violencia por
parte de la familia o la pareja; y 4) vivienda inadecuada: personas que viven en estructuras
temporales o no convencionales, como refugios improvisados o chabolas, en viviendas no
aptas para su habitabilidad según la normativa o en las que existe una situación de
hacinamiento (FEANTSA, 2017a).
De acuerdo con las estimaciones de FEANTSA (2017b), el sinhogarismo es un
fenómeno que cada vez afecta a más personas en la práctica totalidad de los estados de la
Unión Europea con la excepción de Finlandia. Al margen de las consecuencias que pueda
implicar para este problema social la crisis sanitaria que estamos atravesando a nivel
mundial, a cuyo análisis preliminar se dedica buena parte del presente trabajo, la
Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020 (en adelante, ENIPSH)
(Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social Gobierno de España, 2016) calculó que
en nuestro país existía, en el escenario previo a la emergencia de la COVID-19, una media
de 33.275 personas en situación de sin hogar, cifra que Cáritas Española (2019) elevó a

316
40.000255. Entre 8.000 y 10.000 de ellas vivían y dormían cada día en la calle (RAIS
Fundación, s.f.; Cabrera y Rubio, 2009).
Las anteriores cifras reflejan, sin embargo, una concepción restringida del problema
que equipara el sinhogarismo con la carencia de un domicilio (categorías 1 y 2 de la
tipología ETHOS), dejando al margen toda otra serie de situaciones de precariedad o
vulnerabilidad en el alojamiento que van más allá de una dimensión puramente físico-
técnica para abarcar cuestiones políticas y culturales (Cabrera y Rubio, 2008). En este
sentido, los resultados de la más reciente Encuesta sobre Integración y Necesidades
Sociales de la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada),
relativa al año 2018, nos permiten aproximarnos a las categorías tercera y cuarta de la
tipología ETHOS. El estudio encontró que 2,1 millones de personas en España residían en
una vivienda insegura, 4,6 millones lo hacían en una vivienda inadecuada y medio millón
de personas sufrían ambas situaciones de forma simultánea (Fernández Maíllo, 2019;
Fundación FOESSA, 2 de agosto de 2019). Más aún, en el último informe de la Red Europea
de la Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Residencial (European Anti Poverty Network -
EAPN-) se recoge que, en el año 2018, el 26,1% de la población en nuestro país, esto es,
más de 12 millones de personas, se encontraba en riesgo de pobreza y/o exclusión
social256 (Llano, 2019).
¿Cómo se hacía frente a esta realidad antes del surgimiento de la pandemia? Para
abordar esta cuestión, debemos atender a la manera en la que estaba conformado
nuestro sistema de atención en el momento inmediatamente anterior a la aparición de la
COVID-19. En este sentido, el Instituto Nacional de Estadística realiza desde 2003 de forma
periódica una radiografía del sistema de atención, a través de la Encuesta sobre centros y
servicios de atención a personas sin hogar. Los últimos resultados, de 2018, nos dejan una
caracterización de la red de recursos fundamentalmente de titularidad privada, organizada
en su mayoría en alojamientos colectivos, atendidos por personas voluntarias e incapaz de
dar respuesta a, al menos, un tercio de la población afectada (INE, 2018).
De este modo, un 75% de los recursos de atención tenían titularidad privada, al
mismo tiempo que el 82% de los centros contaban con una financiación eminentemente
pública. Estos datos ponen de manifiesto que el compromiso de la administración se ha
centrado más en la financiación que en la planificación y gestión del sistema de atención,
lo que, sin duda, supone una debilidad desde un enfoque de garantía de derechos.
De forma específica en el ámbito del alojamiento, el sistema de atención contaba
con un total máximo de 20.643 plazas, coincidiendo con el periodo de la campaña de frío,
momento del año en el que algunos centros incrementan el número de plazas o se
habilitan nuevos centros de alojamiento. En cualquier caso, teniendo en cuenta el dato
estimado de personas afectadas por sinhogarismo recogido en la ENIPSH, el sistema
adolecía ya de una brecha de atención muy significativa, de forma que un 38% de aquellas
quedaban fuera del mismo.

255
Consideramos que la cifra indicada por Cáritas Española puede ajustarse en mayor medida a la
realidad, aun reconociendo la dificultad de cuantificar este fenómeno de forma precisa, especialmente
entre aquellas personas que no hacen uso de los recursos de atención a este colectivo.
256
Esta cifra corresponde al indicador AROPE (At Risk Of Poverty and/or Exclusion), compuesto por la
suma de tres subindicadores que representan a tres conjuntos de población: personas en riesgo de
pobreza, personas con privación material severa y personas en hogares con baja intensidad de empleo.
El indicador define a aquellos individuos que cumplen uno o más de los tres criterios.

317
Además, el sistema se basaba en alojamientos de carácter colectivo, de manera que
un 64,3% de las plazas se localizaba en albergues, residencias o centros de acogida. Por su
parte, las plazas en pisos o apartamentos suponían un 33,4% del total y, por último, un
2,3% se proporcionaban en pensiones o establecimientos hoteleros. Estos datos
contrastan, sin embargo, con las necesidades que manifiestan las personas en situación de
sin hogar. Así, por ejemplo, en un estudio realizado en 2017 en las siete ciudades de
mayor población de la comunidad autónoma de Andalucía, en el que se entrevistó a 392
personas afectadas por sinhogarismo, directamente en calle o en alguno de los recursos
de atención, un 94,6% de las mismas señalaron que preferían vivir en una vivienda
normalizada, y menos de un 1% prefería vivir en un alojamiento tipo albergue (RAIS
Fundación, 2017). La evidencia científica avala estas preferencias: los procesos de salida
del sinhogarismo son más eficaces, más eficientes y generan mayor autonomía cuando se
realizan en viviendas (FEANTSA, 2019).
Por otra parte, el sistema de atención al sinhogarismo es probablemente uno de los
sistemas menos profesionalizados. En este sentido, casi el 60% de las personas que
prestaban servicios eran voluntarias. Además, del total de las 19.762 de personas, ya sean
voluntarias o profesionales, sólo un 32% de las mismas tenían una dedicación a tiempo
completo (INE, 2018). Un sistema de atención al sinhogarismo basado en un enfoque de
derechos debe descansar mayoritariamente en profesionales y con unas ratios adecuadas,
sin que ello signifique menoscabar la enorme importancia de la labor que realizan las más
de 11.000 personas voluntarias.
En definitiva, nos encontrábamos con un sistema caracterizado por la falta de plazas
de alojamiento para atender al conjunto del colectivo de personas en situación de
sinhogarismo, con plazas mayoritariamente en alojamientos colectivos, con un predominio
de personal voluntario, y con la existencia de múltiples actores tanto públicos como
privados distribuidos en diversos niveles competenciales y departamentales en ausencia
de unos mecanismos de coordinación y gobernanza eficaces. Todas estas características,
como veremos a continuación, han condicionado de forma muy importante la manera en
la que se ha respondido a la crisis de la COVID-19 por parte del sistema de atención.

2. Emergencia del coronavirus y decreto del Estado de Alarma

La prescripción del confinamiento convirtió lo invisible en visible. Las personas en


situación de sin hogar no aparecieron de forma repentina, sino que ya estaban presentes
y, lamentablemente, ya contaban con amplias trayectorias de distanciamiento social. Sin
embargo, cuando las calles se quedaron vacías, el sinhogarismo resultó más evidente que
nunca: ¿cómo cumplir con el mandato de quedarse en casa cuando no se tiene una?
(Hogar Sí, 2020).
En las semanas previas al 10 de marzo, en las que España pasó a la fase de
“contención reforzada” (Osorio, 10 de marzo de 2020), la falta de liderazgo y unas
directrices claras facilitó que la mayoría de los sectores de nuestra sociedad no pudiesen
afrontar, desde la prevención, la crisis sanitaria que se nos avecinaba. Los agentes
implicados en la atención a las personas sin hogar no fueron una excepción. Las principales
carencias se concentraron en la falta de protocolos de contención y Equipos de Protección
Individual (EPIs).

318
Una vez decretado el Estado de Alarma y la orden de confinamiento, el Gobierno
solicitó a los gestores de Servicios Sociales de Atención a personas sin Hogar que
reforzasen y reorganizasen los servicios sociales autonómicos y municipales para dar un
servicio más eficaz (Secretaría de Estado de Derechos Sociales, 2020). El documento
instaba asimismo a los servicios policiales a reducir al máximo el uso de métodos
coercitivos con aquellas personas en situación de sinhogarismo que no pudieran cumplir la
instrucción de confinamiento, aclarando que, a pesar de que las personas en situación de
calle deberían cumplir las normas de confinamiento, en determinados supuestos
especiales en los que resultara complicado o incluso inconveniente su traslado, se podría
anotar la ubicación exacta de la persona e informarla de la importancia de evitar la
deambulación. Las medidas incluyeron el refuerzo y reorganización de los recursos
existentes para garantizar su correcto y eficaz funcionamiento, la puesta a disposición de
plazas de alojamiento adecuadas y suficientes para evitar el mantenimiento de personas
en situación de calle, la habilitación de nuevos espacios provisionales (albergues,
comedores u otros dispositivos) que evitaran las situaciones de hacinamiento, así como el
apoyo y la coordinación por parte de las Comunidades Autónomas.
En todo caso, la respuesta de las diferentes administraciones autonómicas y locales
ha sido desigual, tanto en la velocidad de la respuesta como en la amplitud de su
cobertura para llegar a la población de personas sin hogar que se encontraba en cada
municipio. No obstante, se pueden trazar algunas pautas comunes de actuación extraídas
de la codificación de 266 noticias aparecidas en prensa y recogidas mediante el sistema de
alertas de Google referentes al término “personas sin hogar” desde el 15 de marzo hasta
el 11 de mayo de 2020. Estas pautas comunes, no obstante, presentan algunas
excepciones que más adelante mencionaremos.
En un primer momento, en una importante cantidad de municipios se optó por
incrementar el número de personas residentes acogidas en los dispositivos existentes para
la atención a personas sin hogar (EFE, 22 de marzo de 2020). Esta ampliación de plazas
inicial fue comunicada y denunciada al Defensor del Pueblo (3 de abril de 2020), al
sobreexponer a una población de riesgo a un posible contagio. El incremento de personas
usuarias en los centros estaba generando hacinamiento y ausencia de espacios de
seguridad para evitar los contagios (Prado, 27 de marzo de 2020). De este modo, a la falta
de plazas suficientes de base en los albergues se añadió la necesidad de garantizar el
distanciamiento social, lo que provocó un descenso en el número de plazas disponibles en
las redes de atención, unido al incremento de la demanda derivado del mandato de
confinamiento. Al mismo tiempo, en las primeras semanas, en una cantidad significativa
de municipios se cerraron diversos recursos asistenciales de alimentación e higiene,
atendidos en gran medida por personal voluntario, coincidiendo con los primeros casos
positivos en servicios de atención y ante la carencia de tests y EPIs. Numerosos comercios
y establecimientos cerraron también sus puertas, lo que dificultó el acceso a bienes y
servicios que las personas en situación de calle obtenían de forma habitual por parte de
personas o establecimientos particulares.
La orden de confinamiento trajo asimismo aparejada en algunos casos la imposición
de sanciones, con un fuerte componente discriminatorio, a personas sin hogar que
continuaban pernoctando en la vía pública (Basanta, 19 de marzo de 2020; Ochando, 1 de
mayo de 2020), y ello a pesar de las citadas recomendaciones emitidas por la Secretaría de
Estado de Derechos Sociales. Incluso Amnistía Internacional expresó su preocupación "por

319
los efectos desproporcionados que la aplicación de las medidas de confinamiento ha
tenido en las personas sin hogar” (Amnistía Internacional, 2020, p. 34).
A esta primera reacción de contracción de recursos siguió otra de desarrollo por
parte de las administraciones públicas de una serie de medidas de protección basadas en
la apertura de centros colectivos (pabellones, polideportivos, recintos feriales, hostales,
hoteles y otras infraestructuras en desuso a causa de la pandemia) para alojar a las
personas en situación de sinhogarismo. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos realizados,
persistieron numerosos casos de personas que, por diferentes circunstancias
(problemáticas añadidas de salud mental, adicciones, motivos personales —entre los que
podemos citar el temor al contagio—, la falta de plazas disponibles o, incluso, el temor a la
estigmatización derivada del uso de los servicios asistenciales) no llegaron a acceder a los
espacios de confinamiento, o bien los abandonaron o fueron expulsadas de los mismos. A
lo anterior es preciso añadir que muchas personas que ya sufrían situaciones de
vulnerabilidad residencial previas no pudieron mantener el alojamiento, viéndose
abocadas a terminar en la calle.
La respuesta, como indicábamos más arriba, ha sido desigual en los diferentes
municipios, que han actuado de forma reactiva. Evidentemente, las ciudades con más
población afectada por sinhogarismo se han enfrentado a mayores dificultades en la
gestión de la crisis sanitaria, si bien la creación de recursos específicos para determinados
colectivos, como ha ocurrido en Barcelona para el caso de las mujeres, los jóvenes sin
acompañamiento familiar o las personas con problemáticas de adicciones, ha facilitado la
adecuación de los servicios a las necesidades de las personas atendidas.
En cualquier caso, la fragmentación del sistema público de servicios sociales, donde
buena parte de las leyes de servicios sociales son de carácter autonómico pero el ejercicio
efectivo de las competencias de gestión es municipal, no ha facilitado una respuesta
coordinada. Del mismo modo, la carencia de datos oficiales sobre el número de personas
sin hogar en cada territorio ha dado lugar a quejas sobre la llegada de personas sin hogar
de otras localidades, en ocasiones por falta de atención en el lugar de procedencia, a
aquellos municipios que dedicaron más recursos a la apertura de centros, lo que produjo
además la concentración de este fenómeno en determinados lugares. Por ejemplo, el
Alcalde de Vigo apuntó que “no debe ser Vigo quien se haga cargo de alguien sin techo de
Pontevedra y estoy seguro de que saldrá una solución” (Martínez, 1 de abril de 2020), o
fuentes del área de Familias, Igualdad y Bienestar de Madrid señalaron que estaban
realizando “un gran esfuerzo para aumentar las plazas y garantizar la salud de las personas
dado el ‘efecto llamada’ que las medidas tomadas han producido entre personas sin hogar
de otros municipios de la Comunidad [de Madrid]” (Martín, 23 de marzo de 2020).
Hogar Sí monitorizó, mediante noticias en prensa, la creación de, al menos, 7.341
plazas de emergencia durante la crisis, de las cuales el 91% fueron abiertas en
alojamientos colectivos, casi un 8% en hoteles y pensiones y menos de un 1% en viviendas
normalizadas (Hogar Sí, 2020). Al menos noventa municipios incrementaron sus recursos
de atención a personas en situación de sinhogarismo, ampliando plazas en los recursos
existentes o abriendo nuevos centros de alojamiento colectivo de carácter temporal. Sin
embargo, este esfuerzo no logró alojar a todas las personas en situación de calle. Por
ejemplo, a pesar de que en la ciudad de Barcelona se habilitaron más de 750 plazas de
alojamiento extra durante la crisis, los equipos de calle de los servicios sociales
municipales cifraron en 908 las personas que dormían al raso durante el mes de abril de

320
2020. Ello supone una reducción de 150 personas con respecto las cifras del mes de
marzo.
Asimismo, un hallazgo destacable es que, según los datos publicados por el Área de
Derechos Sociales del Ayuntamiento de Barcelona (28 de mayo de 2020), entre el 15 de
marzo y el 15 de mayo de 2020 los dispositivos extraordinarios atendieron a 1.025
personas. El 60% de ellas vivían en situación de calle, pero el 40% lo hacían en
habitaciones de alquiler, pensiones y hostales, casas de conocidos y familiares, o
procedían de otras situaciones de alojamiento precario o de sinhogarismo. En Málaga, por
su parte, de acuerdo con la Agrupación de Desarrollo de Personas Sin Hogar, 179 personas
se encontraban en situación de calle durante la crisis de la COVID-19. Este recuento ha
permitido desvelar, además, datos ocultos sobre el alcance del sinhogarismo en la ciudad,
de forma que los cálculos sobre el número de personas en esta situación se dispararían un
224% respecto a las estimaciones previas (R.L., 4 de junio de 2020).
En el resto de las ciudades ni siquiera se cuenta con datos sobre las personas que
pudieron quedar fuera de los alojamientos de emergencia habilitados durante el
confinamiento. No obstante, se ha realizado un análisis que busca estimar la brecha de
atención existente en las diferentes Comunidades Autónomas. Para ello se ha cruzado
información extraída de la Encuesta sobre centros y servicios de atención a personas sin
hogar del Instituto Nacional de Estadística de 2018 (INE, 2018), a fin de contabilizar el
número medio de plazas ordinarias con las que contaba el sistema de atención antes de la
emergencia sanitaria, con el mapa de respuesta al sinhogarismo durante la COVID-19,
construido por Hogar Sí (11 de mayo de 2020). Lo anterior permite una aproximación a las
plazas extraordinarias que se generaron durante el periodo de confinamiento derivado de
la pandemia.
De este modo, en la tabla 1 se pueden observar el número medio de plazas
ordinarias en cada Comunidad Autónoma, el número de plazas adicionales que se
habilitaron durante el periodo de confinamiento, la suma de ambas (si bien es preciso
tomar en cuenta que algunas de las plazas ordinarias fueron suprimidas durante el periodo
de la pandemia para mantener el distanciamiento social necesario) y, por último, la razón
existente entre las plazas ordinarias y las habilitadas durante la pandemia.

321
Tabla 1. Número de plazas ordinarias y plazas abiertas durante la pandemia por CCAA.
Número de
Número medio plazas
Total de Ratio plaza
Comunidad Autónoma de plazas adicionales
plazas emergencia/ordinaria
ordinarias durante
pandemia

Andalucía 2321 1510 3831 0,65

Aragón 731 221 952 0,30

Principado de Asturias 983 140 1123 0,14

Islas Baleares 332 244 576 0,73

Canarias 727 417 1144 0,57

Cantabria 198 87 285 0,44

Castilla y León 1246 240 1486 0,19

Castilla-La Mancha 549 145 694 0,26

Cataluña 1753 1235 2988 0,70

Comunidad Valenciana 801 616 1417 0,77

Extremadura 287 153 440 0,53

Galicia 1304 421 1725 0,32

Comunidad de Madrid 2294 768 3062 0,33

Región de Murcia 1098 106 1204 0,10

Comunidad Foral de 525 118 643 0,22


Navarra

País Vasco 3755 722 4477 0,19

La Rioja 189 86 275 0,45

Ceuta 583 0 583 0

Melilla 546 300 846 0,55

Total nacional 20219 7529 27748 0,37

Fuente: elaboración propia a partir de datos extraídos de la encuesta de centros del INE 2018 y la
monitorización de Hogar Sí (2020).

322
A pesar de que, como señalábamos antes, no todas las personas sin hogar
estuvieron alojadas durante la crisis sanitaria en los diferentes centros habilitados por las
administraciones públicas, el gráfico 1 refleja, al menos, una parte sustancial de las
carencias de un sistema de atención que tuvo que incrementar en más de un 37% sus
plazas para dar una respuesta temporal al sinhogarismo.

Gráfico 1. Distribución de las plazas ordinarias y las plazas de emergencia por CCAA.

Número medio de plazas ordinarias Número de plazas de emergencia

100%
90%
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%

Fuente: elaboración propia a partir de datos extraídos de la encuesta de centros del INE 2018 y la
monitorización de Hogar Sí (2020).

Una vez finalizada la emergencia sanitaria, la respuesta de los municipios ha sido,


nuevamente, desigual. El cierre de los centros temporales no ha asegurado una solución
más permanente de vivienda para todas las personas sin hogar, en línea con lo solicitado
por la ex-relatora sobre el derecho a una vivienda adecuada de Naciones Unidas, Leilana
Farha (18 de marzo de 2020). Abordaremos esta cuestión en el siguiente apartado.

323
3. Y ahora… ¿qué? Escenario post-COVID-19

El desconfinamiento ha evidenciado que la problemática del sinhogarismo la sufren


las personas pero, también, que sus causas son estructurales. La ausencia de políticas que
den respuestas reales a las necesidades de nuestra sociedad nos aboca a mantener una
situación que ya estábamos sufriendo: la exclusión residencial. Como ha expresado
recientemente Philip Alston, ex Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la extrema
pobreza y los derechos humanos, “La red de protección social de España ya era
completamente inadecuada antes del COVID-19, pero desde entonces la pandemia ha
puesto en evidencia cuán profundamente le está fallando a la gente” (Center for Human
Rights and Global Justice, 6 de julio de 2020). Si bien ha valorado positivamente las
iniciativas impulsadas por el gobierno para proteger a las personas en situación precaria, y
particularmente la implementación del Ingreso Mínimo Vital, ha advertido con respecto a
este último que es preciso garantizar que no se vea afectado “por los mismos problemas
que socavan las prestaciones de muchas comunidades autónomas, que a menudo llegan a
muy pocas personas, proporcionan muy poco apoyo, tienen requisitos onerosos y limitan
la elegibilidad”. En este sentido, Hogar Sí (2 de junio de 2020), plantea que el Ingreso
Mínimo Vital, tal y como está diseñado y debido a las circunstancias comúnmente
asociadas a la situación de sinhogarismo, presenta algunos requerimientos que pueden
excluir a muchas personas afectadas por esta condición. Como expresan los autores, “nos
preocupa que algunas de las personas que más puedan necesitarlo se queden fuera por
enfrentarse a barreras que ya hemos identificado en el funcionamiento de los sistemas
autonómicos de rentas mínimas y que se han acabado demostrando como mecanismos
sistemáticos de exclusión”.
Como anticipábamos más arriba, del mismo modo que sucedió con la puesta en
marcha de los dispositivos extraordinarios, la desescalada se está desarrollando de
manera dispar en los municipios españoles. La mayor parte de ellos cerraron los
equipamientos de emergencia al finalizar el estado de alarma. Esto es especialmente
preocupante habida cuenta de que los equipamientos con habitaciones colectivas han
perdido parte de su capacidad a fin de poder cumplir las medidas de prevención de
contagio de la COVID-19. De este modo, en la mayoría de los municipios, los centros se
han abierto como espacios de acogida y la desescalada está suponiendo una vuelta a la
situación de principios de marzo de 2020.
No obstante lo anterior, las grandes ciudades, que tienen en su haber algunas
décadas de experiencia en la atención a personas sin hogar, han actuado de forma
distinta. Así, en Barcelona, los pabellones de alojamiento colectivo se mantendrán
abiertos hasta septiembre y los centros específicos de atención a mujeres, a jóvenes y a
personas con adicciones seguirán funcionando hasta diciembre mientras se buscan
emplazamientos definitivos para que se consoliden como equipamientos estables.
Además, en abril se empezó a trabajar en todos los espacios de alojamiento abiertos al
iniciarse la pandemia para vincular a las personas atendidas con servicios sociales
territoriales, servicios de atención a personas migrantes y servicios especializados en
sinhogarismo, con la finalidad de buscar soluciones residenciales estables a la salida de los
dispositivos.
El riesgo de que la desescalada se gestione de esta forma solamente en las grandes
ciudades es que provoca una movilidad forzada de las personas sin techo sin trayectoria

324
de calle. Ante la disyuntiva de quedarse en su municipio durmiendo al raso o moverse a
Madrid o Barcelona, suelen acogerse a esta última opción.
Finalmente, resulta previsible que las crisis económica y social subsecuentes a la
crisis sanitaria supongan un incremento en el número y una diversificación en los perfiles
de las personas en situación o riesgo de pobreza y/o exclusión social, así como que deriven
en un flujo de personas desde situaciones de exclusión residencial menos (por ejemplo,
vivienda insegura o vivienda inadecuada) a más extremas257 (categorías ETHOS de sin
vivienda o sin techo). En este sentido, requieren especial atención las personas que se
sustentaban con salarios precarios vinculados a sectores como la restauración, la
hostelería, el servicio doméstico u otros ámbitos de la economía sumergida,
principalmente mujeres y en muchos casos familias monoparentales, que ya se
encontraban en situación de pobreza y, al perder temporal o definitivamente sus empleos,
no han podido o no podrán hacer frente al pago de su vivienda, pasando a engrosar las
cifras de personas en situación de exclusión residencial. Se trata de una realidad que
hemos vivido durante el confinamiento y se ha agravado con el desconfinamiento.

4. Conclusiones. ¿Nada nuevo bajo el sol?

“La experiencia nos enseña que es mucho más fácil evitar que un
enemigo se instale que desalojarlo una vez ha tomado posesión”.
George Washington (1732-1799)

La crisis generada por la COVID-19 ha puesto de relieve una realidad que ya


resultaba de sobra conocida y había sido reiteradamente manifestada por las entidades y
profesionales que desarrollan su labor en el ámbito del sinhogarismo y la exclusión
residencial: el alojamiento no soluciona el sinhogarismo. Los centros de alojamiento
temporal deben garantizar una salida habitacional, un proceso de recuperación y una
estabilización económica que permitan a las personas atendidas recuperar la capacidad de
decidir sobre sus vidas. De lo contrario, nos veremos abocados a regresar una y otra vez al
punto de partida y a recurrir, con cada nueva crisis, a soluciones “parche” con marcada
perentoriedad, perpetuando así un ciclo de actuaciones que no sólo son ineficaces, sino
también ineficientes.
Lamentablemente, si miramos al pasado y al presente, el futuro no resulta en
absoluto favorable. Reiteramos la necesidad de abordar esta situación desde una
perspectiva estructural, con políticas fiscales, económicas, laborales, de vivienda, sanidad
y sociales que respondan a las necesidades reales de las personas y las familias y
favorezcan su autonomía. Quizá cada uno/a de nosotros/as tengamos que aportar un
poco individualmente para ser capaces de ganar como sociedad. Y, sobre todo, hemos de
tener presente que los servicios sociales no pueden ser la respuesta a la crisis que nos
afecta.

257
Nótese que este adjetivo se refiere exclusivamente a la dimensión de exclusión residencial, sin que
implique valoración alguna con respecto al mayor o menor impacto de las diferentes situaciones sobre
la calidad de vida y el bienestar de las personas afectadas.

325
Si los equipamientos con habitaciones colectivas ya podían considerarse obsoletos
antes del surgimiento de la crisis sanitaria, la convivencia con la COVID-19 hace
insostenible que se aloje a las personas sin hogar en centros con habitaciones de literas
(Sales, 2020). Como contrapunto, en los programas de pisos (ya sean Housing First,
Housing Led, o los pisos de inclusión), los centros residenciales con habitaciones
individuales y los establecimientos con micro-apartamentos y apoyo social centralizado, la
gestión del confinamiento, la aplicación de aislamientos preventivos y la gestión de las
salidas y de la progresiva vuelta a la normalidad han sido mucho más simples que en los
albergues con grandes espacios compartidos. En todo caso, es necesario apostar por la
especialización: los servicios sociales públicos y privados de atención a personas en
situación de sin hogar no pueden ofrecer la misma respuesta frente a las diferentes
necesidades que se les plantean, que en muchos casos están presentes de forma
simultánea: personas mayores con pensiones mínimas, personas jóvenes sin
acompañamiento familiar, mujeres víctimas de violencia, personas con adicciones activas,
con problemáticas de salud física y/o mental, demandantes de asilo o personas en
situación administrativa irregular, entre otras.
Como indicamos en el apartado anterior, el impacto de la crisis de la COVID-19 sobre
sectores de población que vivían situaciones de precariedad habitacional y de ingresos
bajos hace prever un incremento del sinhogarismo. Además, la pandemia no ha acabado,
y entre sus consecuencias más inmediatas se sitúa la pérdida de plazas por la necesidad de
seguir los protocolos de prevención de contagios. Es evidente, por tanto, que van a hacer
falta más recursos de alojamiento y residenciales, pero no se debe reaccionar desde el
emergencialismo: no es el momento de crear albergues para ampliar con rapidez las
plazas disponibles. La reducción del sinhogarismo requiere, por el contrario, políticas de
prevención para parar el flujo de personas que se quedan sin hogar y sin techo, y precisa
de actuaciones que faciliten el acceso a la vivienda de quienes ya se han quedado sin ella.
La experiencia de las grandes ciudades europeas de las últimas décadas debe servirnos
para entender que, sin soluciones residenciales estables, los albergues no reducen el
sinhogarismo (FEANTSA, 2019). Como defendíamos más arriba, es preciso desarrollar
programas de vivienda definitiva y programas específicos de acceso a la vivienda (Housing
First para personas con trayectorias largas de calle y programas para personas que se
ubican en otras categorías ETHOS). Las políticas necesarias para garantizar este acceso a la
vivienda trascienden el marco municipal.
En definitiva, si algo nos está enseñando esta experiencia es la importancia de
abogar por la prevención en todas sus dimensiones, pues es preciso abonar el terreno
para estar en disposición de responder de una forma (más) eficaz y eficiente ante
eventuales crisis sanitarias o de cualquier otra índole futuras. En este sentido, y como
anticipábamos más arriba, un enfoque de prevención primaria debería incidir sobre las
raíces del sinhogarismo para obstaculizar o impedir su aparición, o bien minimizar su
gravedad y alcance en caso de que esta situación llegase a sobrevenir. Medidas de
prevención secundaria, por su parte, podrían dirigirse a promover el acceso a una vivienda
y a unas condiciones y calidad de vida adecuadas por parte de los grupos más vulnerables
y en riesgo de exclusión. Estas dos primeras dimensiones de prevención, y particularmente
la segunda, resultan especialmente relevantes ante la previsión de que se disparen las
tasas de pobreza y/o exclusión social como consecuencia del impacto a medio y largo
plazo de la crisis sanitaria y su probable prolongación en el tiempo. Finalmente, la
implementación de estrategias de prevención terciaria mitigaría las manifestaciones

326
últimas del sinhogarismo y mejoraría, de este modo, las condiciones de vida y el horizonte
a corto, medio y largo plazo de las personas afectadas por esta condición. La firme
voluntad y colaboración activa, coordinada y efectiva de todos los poderes públicos es
conditio sine qua non para lo anterior.
La crisis provocada por la COVID-19 brinda una excelente oportunidad para cambiar
un rumbo cuyos notables déficits ha contribuido a visibilizar en muchos ámbitos, entre los
cuales se sitúa el modelo predominante de atención al fenómeno del sinhogarismo. Las
decisiones que se tomen y las actuaciones que se implementen en el momento presente
determinarán la evolución de esta problemática y, lo que es más importante, el devenir de
las vidas de las personas que la protagonizan. Cuando hablamos de exclusión y pobreza,
cada fracaso personal es consecuencia de nuestro fracaso como sociedad. Indocti discant,
et ament meminisse periti258 (Hénault, 1744, p. VIII).

258
Apréndanlo los ignorantes, y recuérdenlo los entendidos.

327
REFERENCIAS

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gestores_sinhogar_covid-19.pdf.

330
Bloque V. Generando sinergias hacia el
logro de un objetivo común

Part V. Generating synergies towards the


achievement of a common goal

331
La importancia del estudio de las experiencias de victimización
de las personas afectadas por sinhogarismo en Portugal. Una
fundamentación criminológica259
The importance of studying victimisation experiences of people who are
homeless in Portugal. A criminological foundation.

A importância de estudar as experiências de vitimização de pessoas


afectadas pela situação de sem-abrigo em Portugal. Uma fundação
criminológica
L’importance d’étudier les expériences de victimisation des personnes
affectées par sans-abrisme au Portugal. Une fondation criminologique

Puente, P. (2021). La importancia del estudio de las experiencias de victimización de


las personas afectadas por sinhogarismo en Portugal. Una fundamentación
criminológica. Manuscrito enviado para su publicación a la revista Sociologia,
Problemas e Práticas.

SUMARIO. 1. Introducción. 2. El sinhogarismo en Portugal. 3. Las personas en situación


de sinhogarismo como grupo especialmente vulnerable frente a la victimización. 4. La
investigación sobre las experiencias de victimización de las personas afectadas por
sinhogarismo en Portugal. 5. Discusión y conclusiones. Referencias.

RESUMEN. Las personas que atraviesan situaciones de sinhogarismo y exclusión


residencial representan un grupo especialmente vulnerable. Sus experiencias con la
violencia y la victimización constituyen una de las manifestaciones más extremas de tal
vulnerabilidad. Sin embargo, esta cuestión apenas ha recibido atención en Portugal, y
ello a pesar del firme compromiso del país luso con la lucha frente al sinhogarismo y la
exclusión residencial y los significativos avances en este sentido logrados a lo largo de
los últimos años. El presente trabajo se aproxima, desde la Criminología, a las
experiencias de victimización de las personas afectadas por sinhogarismo, exponiendo
la pertinencia e importancia de estudiar esta problemática en Portugal y de aprovechar

259
El presente trabajo es el resultado de una estancia de investigación de 4 meses en la Escola de
Criminologia de la Universidade do Porto durante 2020, fruto de la concesión de la Beca Iberoamérica
UNED Santander Investigación 2020. En el transcurso de dicha estancia, tuve la oportunidad y fortuna
de entablar contacto con Hugo Tavares, jefe de la División Municipal de Desarrollo Social del
Ayuntamiento de Porto, en representación del Núcleo de Planeamiento e Intervenção Sem-Abrigo
(NPISA) de Porto, así como con las investigadoras Isabel Baptista, Sónia Nobre y Ana Martins. También
con los profesionales de la salud mental António Bento y Elias Barreto. Todos/as ellos/as cuentan con
nutridos conocimientos y experiencia en materia de sinhogarismo en sus respectivos ámbitos de
trabajo. Agradezco sinceramente su amable disposición y sus útiles aportaciones, que han enriquecido
de forma significativa el presente documento. Asimismo, quisiera agradecer el apoyo brindado por la
Dra. Rita Faria durante mi estancia en la Escola de Criminologia.

332
tales conocimientos para prevenir y actuar frente a estas experiencias y sus
implicaciones para la vida y el horizonte de quienes las sufren, generando sinergias con
otros países. Todo ello va en línea con la visión y principios que rigen la Estrategia
Nacional para la Integración de las Personas en Situación de Sin Hogar 2017-2023 de
Portugal.

PALABRAS CLAVE: sinhogarismo, vulnerabilidad, violencia, victimización, Criminología.

ABSTRACT. People facing homelessness and housing exclusion represent a particularly


vulnerable group. Their experiences with violence and victimisation constitute one of
the most extreme manifestations of such vulnerability. However, this issue has
received scant attention in Portugal, in spite of the strong commitment of this country
to the fight against homelessness and housing exclusion and the significant progress
achieved in this regard over the last years. The present work approaches, from
Criminology, the victimisation experiences of homeless people, setting forth the
relevance and importance of addressing this problem in Portugal and benefitting from
such knowledge to prevent and act on these experiences and their implications for the
life and the horizon of those who suffer them, producing synergies with other
countries. All of this is in line with the vision and principles which govern Portugal’s
National Strategy for the Integration of People Experiencing Homeless 2017-2023.

KEYWORDS: homelessness, vulnerability, violence, victimisation, Criminology.

RESUMO. As pessoas em situação de sem-abrigo e exclusão residencial representam


um grupo particularmente vulnerável. As suas experiências de violência e vitimização
constituem uma das manifestações mais extremas dessa vulnerabilidade. No entanto,
esta questão tem recebido pouca atenção em Portugal, apesar do firme empenho do
país na luta contra o fenómeno dos sem-abrigo e da exclusão residencial e dos
significativos progressos alcançados neste domínio nos últimos anos. O presente
trabalho aborda, do ponto de vista da Criminologia, as experiências de vitimização de
pessoas em situação de sem-abrigo, expondo a relevância e importância de estudar
esta problemática em Portugal e de aproveitar esses conhecimentos para prevenir e
agir face a essas experiências e suas implicações para a vida e o horizonte de quem as
sofre, gerando sinergias com outros países. Tudo isto em linha com a visão e os
princípios que regem a Estratégia Nacional para a Integração das Pessoas em Situação
de Sem-Abrigo 2017-2023.

PALAVRAS-CHAVE: situação de sem-abrigo, vulnerabilidade, violência, victimização,


Criminologia.

333
RESUMÉ. Les personnes en situation de sans-abrisme et d'exclusion résidentielle
représentent un groupe particulièrement vulnérable. Leurs expériences de violence et
de victimisation constituent l'une des manifestations les plus extrêmes de cette
vulnérabilité. Cependant, cette question a reçu peu d'attention au Portugal, et ce
malgré l'engagement ferme du pays dans la lutte contre le sans-abrisme et l'exclusion
résidentielle et les progrès significatifs réalisés à cet égard ces dernières années. Le
présent travail aborde, de la Criminologie, aux expériences de victimisation des
personnes affectées par sans-abrisme, exposant la pertinence et l'importance
d'étudier ce problème au Portugal et de tirer parti de ces connaissances pour prévenir
et agir face à ces expériences et leurs implications pour la vie et l'horizon de ceux qui
les subissent, générant des synergies avec d'autres pays. Tout cela est conforme à la
vision et aux principes qui régissent la Stratégie Nationale du Portugal pour
l'Intégration de Personnes en Situation de Sans-Abrisme 2017-2023.

MOTS-CLÉS: sans-abrisme, vulnérabilité, violence, victimisation, Criminologie.

334
1. Introducción

El sinhogarismo y la exclusión residencial constituyen formas extremas de


pobreza y privación (European Commission, 16 de diciembre de 2010). La Federación
Europea de Organizaciones Nacionales que Trabajan con Personas sin Hogar (FEANTSA,
por sus siglas en francés) y la Fundación Abbé Pierre estiman que 700.000 personas
duermen a la intemperie o viven en alojamientos temporales o de emergencia
actualmente en la Unión Europea, suponiendo un 70% más que hace diez años (Serme-
Morin y Lamas, 2020). Es preciso, no obstante, considerar que esta estimación
corresponde al escenario previo a la emergencia de la crisis sanitaria provocada por la
COVID-19, cuyas consecuencias últimas sobre el sinhogarismo y la exclusión residencial
aún están, en gran medida, por determinar260.
La citada cifra, en todo caso, refleja una concepción restringida del sinhogarismo.
FEANTSA ha desarrollado una definición extensa de esta problemática a través de la
creación de la Tipología Europea del Sinhogarismo y la Exclusión Residencial (más
conocida como ETHOS). La tipología se asienta sobre un modelo conceptual de hogar
basado en tres dominios o esferas cuya ausencia, ya sea de forma individual o
conjunta, puede utilizarse para delimitar las diferentes situaciones posibles: 1) esfera
física: disponer de una vivienda o un espacio adecuados sobre los que una persona y su
familia puedan ejercer su posesión en exclusiva; 2) esfera social: poder mantener la
privacidad y disfrutar de relaciones sociales; y 3) esfera legal: disponer de un título
legal de ocupación (FEANTSA, 2005).
En virtud de este modelo, las diversas condiciones de vida que constituyen
formas de sinhogarismo y exclusión residencial son clasificadas en cada una de las
trece categorías operativas que incluye la tipología, que se distribuyen en cuatro
categorías conceptuales y sus respectivas subdivisiones: 1) sin techo: personas que
viven en la calle o en espacios públicos, sin un refugio que pueda ser definido como
residencia, o bien aquellas que pernoctan en recursos de emergencia (centros de
pernocta, albergues de baja exigencia) sin que tengan un lugar de residencia habitual;
2) sin vivienda: personas alojadas a corto plazo (estancia durante menos de un año) en
recursos para personas sin hogar, en centros de acogida para mujeres víctimas de
violencia doméstica, en recursos de alojamiento para inmigrantes, quienes se
encuentran en instituciones (centros penitenciarios, instituciones médicas, centros
para menores, etc.) y no disponen de alojamiento en el momento de abandonarlas, así
como las personas en alojamientos con apoyo sostenido (estancia superior a un año)
debido a su condición de personas sin hogar; 3) vivienda insegura: personas que viven
temporalmente con familiares o amigos, quienes residen en una vivienda sin título
legal de ocupación, así como quienes se encuentran bajo la amenaza de desahucio o
de violencia por parte de su familia o su pareja; y 4) vivienda inadecuada: personas que
viven en estructuras temporales o no convencionales, como chabolas o caravanas, en
viviendas no aptas para su habitabilidad según la normativa o en las que existe una
situación de hacinamiento extremo (FEANTSA, 2017).
Las dos primeras categorías —sin techo y sin vivienda—, en lo que concierne a
los recursos dirigidos a personas en situación de sin hogar, son las que generalmente

260
Una primera aproximación a esta cuestión a nivel europeo puede consultarse en Pleace et al. (2021).

335
se ven reflejadas en los estudios empíricos sobre sinhogarismo y las que gozan de
mayor consenso a nivel europeo como definiciones operativas de este fenómeno
(Baptista y Marlier, 2019).

2. El sinhogarismo en Portugal

Hace ya más de diez años, la Comisión Europea (16 de diciembre de 2010)


mostraba cómo, aunque el acceso a una vivienda asequible constituye una necesidad y
un derecho fundamentales, su garantía todavía representaba un reto considerable
para algunos Estados miembros de la Unión Europea. Apostaba así por el desarrollo de
respuestas adecuadas e integradas, tanto para la prevención como para el abordaje
del sinhogarismo, como un elemento importante de la estrategia europea en materia
de inclusión social.
En este sentido, Portugal fue pionero con la promulgación de la Estrategia
Nacional para la Integración de Personas Sin Hogar 2009-2015261 (en adelante,
ENIPSA262), primera estrategia integrada a nivel nacional en el ámbito de esta
problemática y la primera en los países del sur de Europa263 (GIMAE, 2018). El
concepto de persona sin hogar adoptado en la ENIPSA, siguiendo la tipología ETHOS,
hacía referencia a “aquella que, independientemente de su nacionalidad, edad, sexo,
condición socioeconómica y condición de salud física y mental, se encuentre: sin techo,
viviendo en el espacio público, alojada en un albergue de emergencia 264 o con
paradero en un lugar precario265; o sin casa, encontrándose en un alojamiento
temporal destinado a tal efecto266” (p. 16). Con relación a la última categoría, sin
embargo, la estrategia excluía equipamientos específicos para determinadas
problemáticas, como las relacionadas con la infancia y la juventud, la familia y la
comunidad, las personas mayores, las personas adultas con discapacidad o en
situación de dependencia, las personas infectadas por VIH/SIDA, toxicodependientes o
las víctimas de violencia doméstica.
Vemos, por tanto, cómo se optaba por una definición restringida del
sinhogarismo. En todo caso, el hecho de que desde entonces se plantee la utilización
de un concepto armonizado a nivel nacional por todas las entidades públicas y
privadas que desempeñan su labor en este ámbito ofrece, como se recoge en la propia

261
La estrategia estuvo en vigor hasta 2013, retomándose el trabajo en esta materia en 2016 (Grupo
para a Implementação, Monitorização e Avaliação da Estratégia Nacional para a Integração das Pessoas
em Situação de Sem-Abrigo 2017-2023 —GIMAE—, 2018). Un análisis de la evolución de la estrategia y
los motivos que condujeron a su interrupción puede consultarse en Baptista (2013).
262
Estratégia Nacional para a Integração de Pessoas Sem-Abrigo. Disponible en https://www.seg-
social.pt/documents/10152/13334/enipsa_2009_2015.
263
Con relación al proceso de elaboración de la estrategia y las circunstancias que la propiciaron, véase
Baptista (2009).
264
Definido como “cualquier equipamiento que acoja, de inmediato, gratuitamente y por periodos de
corta duración, a personas que no tengan acceso a otro lugar de pernocta” (p. 49).
265
Entendiendo por tal un “lugar que, debido a las condiciones en que se encuentra permita una
utilización pública, tales como: coches abandonados, huecos de escaleras, entradas de edificios, fábricas
y edificios abandonados, casas abandonadas u otros” (p. 49).
266
Se trata de equipamientos para la acogida, por un periodo de tiempo limitado, de las personas que
no tienen acceso a un alojamiento permanente y que promueven su inserción (p. 49).

336
estrategia, importantes ventajas. A este respecto, en un estudio realizado en 2018 se
encontró que el 81% de las organizaciones que integraban los Consejos Locales de
Acción Social (CLAS) y los Núcleos de Planificación e Intervención para Personas sin
Hogar (NPISA, por sus siglas en portugués) utilizaban el concepto adoptado en la
estrategia267 (Grupo de Trabalho para a Monitorização e Avaliação da ENIPSSA, 2020).
Partiendo de un enfoque basado en los derechos humanos, la ENIPSA tenía como
objetivo “la creación de condiciones para que nadie tenga que permanecer en la calle
por falta de alternativas y, sobre todo, asegurar la existencia de condiciones que
garanticen la promoción de la autonomía, a través de la movilización de todos los
recursos disponibles de acuerdo con el diagnóstico y las necesidades individuales, con
miras al ejercicio pleno de la ciudadanía” (p. 40). Otorgaba, además, una especial
importancia a la prevención. Como apunta Baptista (2009), la elaboración de la
estrategia tuvo la virtud de incluir en la agenda política el problema del sinhogarismo
en un contexto en el que esta cuestión tan solo suscitaba un interés público moderado
y nunca había sido realmente reconocida como un asunto público o político,
proporcionando una oportunidad para introducir cambios.
El país luso renovó su compromiso en esta área con la promulgación de la
Estrategia Nacional para la Integración de las Personas en Situación de Sinhogarismo
2017 -2023268 (en adelante, ENIPSSA). Una de las novedades que incorpora la
estrategia es la sustitución del término “persona sin hogar” por el de “persona en
situación de sin hogar”, en reconocimiento de que el sinhogarismo no constituye una
condición de vida, sino “una situación que podrá caracterizar una determinada fase en
la vida de una persona y que se desea que sea de transición (…)” (GIMAE, 2018, p. 9).
El nuevo documento mantiene una definición estricta del fenómeno, en los mismos
términos que la estrategia anterior. Sin embargo, añade de forma explícita una tercera
categoría de situaciones de riesgo que han de ser consideradas en el terreno de la
prevención: las personas que viven en casas de acogida para víctimas de violencia
doméstica; las que residen en instituciones de salud u otro tipo de instituciones y cuya
estancia se prolonga debido a la ausencia de una respuesta habitacional; quienes se
encuentran en centros penitenciarios cumpliendo una pena o medida privativas de
libertad y no disponen de alojamiento en el exterior o presentan riesgo de perderlo;
quienes residen en alojamientos no convencionales y no adecuados —como caravanas,
estructuras precarias o temporales—, o bien en alojamientos convencionales de forma
temporal con familiares o amigos/as, ante la falta de alternativas y sin que constituyan
su lugar de residencia habitual; o quienes se encuentran en situación habitacional
insegura —aviso de desahucio—269.
En lo que se refiere al alcance de esta problemática en Portugal, puesto que no
existe una estrategia oficial de recogida de datos en esta materia, por el momento no
se dispone de datos precisos procedentes de entidades oficiales acerca del número de

267
La tasa de respuesta fue del 99%. Tan solo 3 de los 278 municipios del territorio continental no
respondieron.
268
Aprobada por Resolución del Consejo de Ministros N.º 107/2017, de 29 de junio (Diario da República
N.º 142, de 25 de julio de 2017, pp. 3923-3931) y modificada por Resolución del Consejo de Ministros
N.º 2/2020, de 16 de enero de 2020 (Diario da República N.º 14, de 21 de enero de 2020, pp. 3-13).
269
Un análisis en mayor profundidad del contexto en el que nació la nueva estrategia, así como de las
novedades que incorpora y sus implicaciones puede consultarse en Baptista (2018).

337
personas afectadas por sinhogarismo a nivel nacional (FEANTSA, 2020; Perista, 2019).
A pesar de ello, en el contexto de la ENIPSA/ENIPSSA, los NPISA y los servicios para
personas sin hogar han venido aportando importante información.
La primera serie de estudios de ámbito nacional sobre personas en situación de
sinhogarismo fue realizada entre 2004 y 2005 por el Instituto de la Seguridad Social (en
adelante, ISS). Fruto de esta iniciativa, se identificó y caracterizó a 467 personas que
pernoctaban en la calle —vehículos abandonados, huecos de escaleras, jardines, etc.—
o en espacios públicos —como aeropuertos o estaciones de tren—. En 2009, una
nueva encuesta realizada por este organismo identificó a un total de 2.133 personas
sin hogar en una noche, de la cuales 922 (43,2%) se encontraban pernoctando a la
intemperie, 1.088 (51%) se alojaban en recursos para personas sin hogar, 43 (2%) se
encontraban institucionalizadas en centros de salud mental y penitenciarios y 80
(3,8%) no pudieron ser categorizadas270 (FEANTSA, 2020). La encuesta se implementó
nuevamente en 2011, pero el reducido número de respuestas hizo que la información
obtenida no resultase de utilidad (ENIPSA, 2012).
Los Censos de 2011, por su parte, incluyeron por primera vez la caracterización
de la población sin hogar, arrojando una cifra de 696 personas en esta situación
(Instituto Nacional de Estatística —INE—, 2012). Con ella se hacía referencia a “toda
persona que (…) se encuentra viviendo en la calle u otro espacio público (…), o aquella
que, a pesar de pernoctar en un acogimiento nocturno (refugio nocturno), se ve
obligada a pasar varias horas del día en un lugar público” (GIMAE, 2017, p. 202). Como
puede observarse, esta definición se corresponde con la categoría “sin techo” de la
tipología ETHOS.
Más adelante, en 2016, los servicios de seguridad social registraron un total de
4.003 beneficiarios de procesos activos de situaciones de sinhogarismo271 en Portugal
(GIMAE, 2017). Asimismo, en la citada Encuesta sobre los Conceptos Utilizados y los
Sistemas de Información Locales se solicitó también información acerca del número de
personas sin hogar presentes en cada municipio a 31 de diciembre de 2017. Partiendo
de la definición establecida en la ENIPSSA, se identificó a 1.514 personas en situación
de sin techo (44% del total) y 2.900 sin casa (66%), sumando un total de 4.414 (Grupo
de Trabalho para a Monitorização e Avaliação da ENIPSSA, 2020).
Un año más tarde, se llevó a cabo un estudio en el que se obtuvieron datos de
271 de los 278 municipios de Portugal continental —esto es, con una participación del
97,5%—: la Encuesta de Caracterización de las Personas en Situación de Sin Hogar. De
acuerdo con sus resultados, 6.044 personas se encontraban afectadas por
sinhogarismo a finales de 2018, de las que el 40% (2.428) se enmarcaba en la categoría
“sin techo”, encontrándose el restante 60% (3.616) “sin casa” (Grupo de Trabalho para
a Monitorização e Avaliação da ENIPSSA, febrero de 2020). La encuesta se repitió al
año siguiente. Sus resultados se refieren a la situación a 31 de diciembre de 2019, esto

270
Tan solo se obtuvo respuesta de 53 de los 308 municipios de Portugal a los que se dirigió la encuesta
(Baptista, 2013).
271
Lo que implica que tenían un expediente abierto. Por ejemplo, que estaban recibiendo apoyo de
trabajadores/as sociales (FEANTSA, 2020). Esta cifra refleja tan solo la información recopilada por el
sistema de información de la Seguridad Social, excluyendo los datos recogidos por las unidades locales
en materia de sinhogarismo (NPISA) así como, en el caso de Lisboa, los recopilados por la entidad
responsable de la totalidad de la acción social en el término municipal de Lisboa.

338
es, justo antes de la emergencia de la pandemia de la COVID-19. En esta ocasión, la
participación se redujo al 91,4% (254 municipios). Pese a ello, el número de personas
sin hogar ascendió a 7.107. Casi un 39% de los/as participantes (2.767) estaban en
situación de “sin techo”, y el 61% restante (4.340) se encontraban “sin casa”. Más del
55% del total (3.954 personas) correspondía al Área Metropolitana de Lisboa,
situándose la Región Norte en segundo lugar al superar el 22% de los casos (1.571
personas, que se concentraban principalmente en el Área Metropolitana de Porto —
1.180—) (Grupo de Trabalho para a Monitorização e Avaliação da ENIPSSA, 30 de
septiembre de 2020).
En cuanto a los datos más recientes, dos nuevos Censos (XVI Recenseamento da
População y VI Recenseamento da Habitação) se han llevado a cabo en 2021. Los
resultados preliminares han sido publicados recientemente272. Sin embargo, al cierre
de este documento todavía no se han divulgado los datos relativos a la población sin
hogar, para cuya contabilización se ha utilizado la misma definición que se aplicó en los
Censos de 2011, con la salvedad de que en esta ocasión se ha incluido a personas que
viven en edificios en ruinas o abandonados o en refugios naturales, como cuevas
(Instituto Nacional de Estatística, 2021; João, 23 de abril de 2021).
Para una adecuada interpretación de las heterogéneas cifras recogidas a lo largo
de las líneas previas no hay que perder de vista las dificultades que comporta el acceso
a la población afectada por el sinhogarismo y la exclusión residencial. Como señala
Aldeia (2012), “las únicas poblaciones acerca de las cuales se pueden producir datos
cuantitativos son la de las “personas sin hogar identificables” en la calle o en las
instituciones y la de los “usuarios de servicios”” (p. 138). Quienes se encuentren al
margen de estas situaciones no estarán representados en este tipo de estudios.
Finalmente, y de nuevo, no debemos obviar el potencial impacto de la crisis
sanitaria que estamos atravesando, cuyas repercusiones a nivel económico y social
están aún en gran medida por precisar, sobre los colectivos más vulnerables. Todo ello
en un contexto en el que el 21,6% de la población del país ya se encontraba en riesgo
de pobreza o exclusión social antes de la llegada del coronavirus (EAPN Portugal,
2020)273.

3. Las personas en situación de sinhogarismo como grupo especialmente


vulnerable frente a la victimización

Numerosos estudios muestran sistemáticamente cómo las tasas de victimización


de las personas en situación de sinhogarismo son notablemente elevadas y muy
superiores a las de la población que no atraviesa esta coyuntura (por ejemplo,
Leomporra y Hustings, 2018; Meinbresse et al., 2014; Newburn y Rock, 2005). El valor
de este indicador se incrementa sensiblemente entre quienes pasan la noche en

272
El/la lector/a interesado/a puede consultarlos en el siguiente enlace:
https://censos.ine.pt/scripts/db_censos_2021.html.
273
En esta línea, por ejemplo, el Centro de Apoio ao Sem Abrigo (CASA) ha comunicado recientemente
que el número de personas en situación de sinhogarismo que recibieron apoyo de la asociación en 2020
aumentó en un 73% con relación al periodo pre-COVID-19 (año 2019), habiendo registrado un
incremento del 40% en las peticiones de ayuda (Lusa, 1 de abril de 2021).

339
espacios públicos (Nyamathi, Leake y Gelberg, 2000; Puente, 2021; Wenzel, Koegel &
Gelberg, 2000).
¿A qué podría obedecer esta realidad? Como plantean Dahlberg y Krug (2002), la
violencia es un fenómeno complejo que resulta de la interacción de factores
individuales, relacionales, sociales, culturales y ambientales. Pero aunque todos los
grupos sociales son susceptibles de sufrir violencia, no todos lo son en la misma
medida, existiendo algunos particularmente vulnerables. El Departamento de Asuntos
Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (2003) define la vulnerabilidad como “un
estado de elevada exposición a determinados riesgos e incertidumbres, combinado
con una capacidad disminuida para protegerse o defenderse de ellos y hacer frente a
sus consecuencias negativas” (p. 8). El sinhogarismo conjuga ambos elementos,
situando a quienes lo sufren en una posición de desventaja con relación a la
satisfacción de sus necesidades básicas y al ejercicio y protección de sus derechos
(Aldeia, 2014a; Sánchez Morales, 2010).
Desde esta perspectiva, la especial vulnerabilidad de este colectivo frente a la
violencia se derivaría de las condiciones de vida consustanciales a la situación de
sinhogarismo, en su papel de factores victimógenos274. A este respecto, la Teoría de los
estilos de vida, formulada por Hindelang, Gottfredson y Garofalo en 1978, parece un
marco teórico singularmente oportuno para abordar las experiencias de victimización
de las personas afectadas por sinhogarismo. El eje del modelo es el concepto de estilo
de vida, referido a las actividades rutinarias diarias de los individuos. Los autores
postulan que distintas constelaciones de características demográficas se asocian con
expectativas de rol y condicionantes estructurales a los que las personas deben
adaptarse, tanto a nivel individual como grupal, para funcionar sin problemas en la
sociedad. Tales adaptaciones derivan en regularidades en los patrones de conducta,
incluyendo las actividades rutinarias que conforman el estilo de vida. Estas rutinas
diarias predicen cuándo, dónde, con quién y bajo qué circunstancias las personas
pasan su tiempo. Puesto que la victimización no se distribuye de forma aleatoria en el
tiempo y el espacio, existiendo lugares, momentos y personas de alto riesgo,
diferentes estilos de vida se relacionan con grados diversos de exposición de la
persona a situaciones en las que el riesgo de victimización es elevado. Las experiencias
de victimización personal siguen, de forma probabilística, a la exposición a tales
situaciones.
Hindelang et al. (1978) plantean, asimismo, que los diversos estilos de vida se
asocian con diferencias en la conveniencia, deseabilidad y vencibilidad de una persona
como víctima potencial, tal y como son percibidas por el delincuente. Así, es
conveniente para un delincuente cometer el delito en espacios públicos, como las
calles y los parques, donde las víctimas prácticamente no disponen de espacio
defensivo efectivo. Asimismo, en la medida en que el delito sea cometido en
momentos en que estos lugares se encuentren poco transitados, se minimizarán las
posibilidades de que otra persona sea testigo de lo ocurrido o intervenga para ayudar a
la víctima. La pernocta de las personas sin hogar en espacios públicos o que permiten

274
Morillas, Patró y Aguilar (2014) los definen como “aquellos factores que favorecen la victimización de
una persona; esto es, las condiciones o situaciones de un individuo que lo hacen proclive a convertirse
en víctima” (p. 205).

340
un uso público reúne ambas circunstancias. En segundo lugar, Hindelang et al.
plantean que no todos los individuos son objetivos igualmente deseables desde la
perspectiva del delincuente quien, por ejemplo, puede sopesar hasta qué punto cree
que la víctima denunciará lo ocurrido ante la policía. La infradenuncia de los episodios
de victimización sufridos es un fenómeno especialmente marcado en el caso de las
personas sin hogar (Muñoz, Sánchez y Cabrera, 2018; Hogar Sí, 2021).
Finalmente, los autores refieren que el grado de vencibilidad percibida de la
potencial víctima se incrementará en la medida en que esta sea vista por el
delincuente como menos capaz o dispuesta a ofrecer resistencia. Así, las personas que
están solas o se encuentran bajo la influencia del alcohol o las drogas presentarían una
mayor vencibilidad a ojos del delincuente. Estas últimas, además, podrían tener
mayores dificultades para aportar a la policía una descripción del delincuente. A este
respecto, las personas sin hogar enfrentan un alto grado de aislamiento social,
pasando gran parte de su tiempo en soledad (por ejemplo: Centro de Documentación y
Estudios SIIS, 2018; Muñoz, Sánchez y Cabrera, 2018). Del mismo modo, a menudo
recurren al consumo de sustancias como una estrategia de afrontamiento de las duras
circunstancias que comporta esta situación (Cabrera y Rubio, 2002; Castro, 2001;
Dietz, 2007). Sin embargo, ello puede disminuir su nivel de alerta, dificultando la
reacción frente a cualquier ataque, algo que también ocurre durante el sueño.
En definitiva, si aplicamos estos postulados a las personas afectadas por
sinhogarismo, no es difícil colegir que las condiciones de vida que impone esta
situación actúan como factores victimógenos al configurar estilos de vida de riesgo,
favorecer su percepción como víctimas convenientes, deseables y vencibles, limitar la
disponibilidad y restringir la capacidad y disposición para recurrir a potenciales fuentes
de protección.
En esta línea, Gaetz (2004) defiende que la exclusión social que comporta la
situación de sinhogarismo sitúa a quienes la sufren en lugares y circunstancias que
condicionan su capacidad para asegurar de forma adecuada su protección y seguridad
y, de este modo, su riesgo de sufrir experiencias de victimización se incrementa. Así,
plantea que la condición de sinhogarismo, entre otras cuestiones, implica dificultades
para acceder a y mantener un alojamiento seguro, un empleo o para el cuidado de la
salud; supone contar con un débil capital social; restringe la libertad de movimientos
en los espacios públicos y semi-públicos y, por tanto, el control que la persona puede
ejercer sobre su ambiente, relegando a quienes no tienen hogar a espacios y
exponiéndolos a la interacción con individuos potencialmente peligrosos; en muchas
ocasiones fuerza a estas personas a involucrarse en actividades de riesgo como forma
de obtener ingresos (ejercicio de la mendicidad o la prostitución, comisión de hurtos,
tráfico de drogas, etc.); y limita sus posibilidades y voluntad de recurrir a la policía para
obtener protección.
Sin perjuicio de lo anterior, no parece que la mayor exposición de estas personas
a circunstancias de riesgo, derivada de la situación que atraviesan y sus implicaciones
para todas las áreas de sus vidas, constituya la única razón de su probabilidad
incrementada de sufrir episodios de victimización. En este sentido, Finkelhor y Asdigian
(1996) proponen que existen algunas características y atributos de las personas que
incrementan su vulnerabilidad a la victimización con independencia del estilo de vida,
pues “son congruentes con las necesidades, motivos o reactividades de los

341
delincuentes” [énfasis en el original] (p. 6). Dado que determinados delincuentes se
sienten atraídos o reaccionan ante ciertos tipos de víctimas o sus características, tales
víctimas resultan más vulnerables, en un proceso que han denominado “congruencia
con el objetivo” (target congruence).
Entre las formas específicas en las que este proceso incrementa el riesgo de
victimización, proponen el antagonismo del objetivo (target antagonism), que hace
referencia a aquellas características de la víctima que despiertan la ira, los celos o los
impulsos destructivos del delincuente. La situación de sinhogarismo, dado el estigma
que lleva aparejado (Aldeia, 2014b), podría representar una de estas características en
los delitos e incidentes de odio motivados por la aporofobia (RAIS Fundación, 2015a;
2015b), esto es, por el “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el
desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio”
(Cortina, 2017, p. 14). En el marco del Modelo del Contenido de los Estereotipos, el
colectivo de personas sin hogar constituye un exogrupo extremo caracterizado por la
combinación de una baja percepción de competencia y una baja percepción de
cordialidad, suscitando así el peor tipo de prejuicio: el prejuicio despectivo, que
promueve reacciones emocionales de desprecio, aversión, ira y resentimiento (Fiske et
al., 2002; Fiske, Cuddy y Glick, 2007).
Con base en lo anterior, el límite entre la violencia contra las personas sin hogar
motivada por la aporofobia y la que no lo está es, a menudo, difuso. La separación
entre oportunidad y prejuicios en lo que concierne a este grupo social resulta difícil, y
probablemente ambas dimensiones intervengan en mayor o menor medida en la
mayoría de los casos.

4. La investigación sobre las experiencias de victimización de las personas


afectadas por sinhogarismo en Portugal

Como ya se ha mencionado, la primera serie de estudios de alcance nacional


sobre personas en situación de sin hogar en Portugal fue realizada entre 2004 y 2005,
con un abordaje exploratorio (ISS, 2005). Los autores de estos trabajos reconocen que
sus resultados no pueden considerarse representativos de los fenómenos estudiados.
Sin embargo, ello no les resta valor en su contribución a la ampliación del
conocimiento acerca de esta problemática, configurando una primera radiografía de la
situación y permitiendo una caracterización preliminar de las personas afectadas por
sinhogarismo a nivel nacional.
Previamente se habían realizado varias investigaciones de ámbito infra nacional
(sin pretensión de exhaustividad, y principalmente circunscritas a Lisboa: Calvão, 1995;
Pereira, Barreto y Fernandes, 2000; Pires y Sousa, 1999; Santa Casa da Misericórdia do
Porto, 1995), y otras de alcance diverso se han llevado a cabo posteriormente (además
de las ya citadas, véanse, por ejemplo: Craveiro, Belo y Nunes Cardoso, 2017; Santos y
Costa, 2019).
No obstante, ninguna de las publicaciones consultadas hace referencia a las
experiencias de estas personas con la violencia y la victimización a lo largo de su
historia de sinhogarismo. Una excepción a lo anterior son las contribuciones realizadas
por António Bento, Elias Barreto y sus colegas en el marco de su trabajo,
principalmente en materia de salud mental, con personas en situación de calle en

342
Lisboa275. Así, en primer lugar, Bento, Barreto y Pires (1996) sintetizaron la información
obtenida a través de diversas entrevistas realizadas por el Equipo de Calle del Proyecto
Renacer, impulsado por la Santa Casa da Misericórdia de Lisboa, a 156 personas en
situación de sin techo entre septiembre de 1994 y septiembre de 1995. Se encontró
que 55 (47 hombres y 8 mujeres) de ellas habían sido víctimas de robos o agresiones,
representando el 71% de los 77 casos conocidos276. Cifras similares se obtuvieron en
dos estudios posteriores con muestras más amplias, fruto de la continuación de la
labor del equipo a lo largo del tiempo. Así, Bento et al. (1999) recogen que el 62% de
las 511 personas entrevistadas por el Equipo de Calle del Centro de Apoyo Social de S.
Bento (Santa Casa da Misericórdia de Lisboa) entre el 29 de septiembre de 1994 y el 12
de marzo de 1999 habían sufrido experiencias de victimización. Cruz, Bento y Barreto
(2002), por su parte, señalan que el 64% de las 1.000 personas atendidas por el equipo
hasta aquel momento había sufrido victimización. El trabajo realizado por estos
autores representa un excelente ejemplo de aproximación al sinhogarismo de un
modo integral, reconociendo la importancia de tomar en cuenta las múltiples
dimensiones que atañen a esta problemática.
Asimismo, en un reciente estudio de corte más cualitativo, Nobre (2021)
entrevista a un grupo de 34 mujeres en situaciones diversas de sinhogarismo y recoge,
entre otros, aspectos relacionados con sus experiencias de victimización en diferentes
contextos y momentos de sus vidas, incluyendo sus trayectorias de sinhogarismo. Al
respecto de estas últimas, destacan las vivencias de robos, y se relatan algunos
episodios de violencia sexual277.
No se ha logrado encontrar ninguna publicación que aborde de forma específica
las experiencias de victimización de las personas afectadas por sinhogarismo en el país
luso.

5. Discusión y conclusiones

El presente trabajo ha puesto de relieve el firme compromiso de Portugal con la


lucha frente al sinhogarismo y la exclusión residencial, ámbito en el que se han logrado
significativos avances a lo largo de los últimos años. Partiendo de lo anterior, así como
considerando los planteamientos de aproximaciones teóricas como las señaladas en el
apartado tercero y los resultados de los trabajos empíricos llevados a cabo en otros
países, que arrojan tasas de victimización notablemente elevadas para este grupo
social y significativamente superiores a las de la población general, llama la atención
que apenas se haya prestado atención en Portugal a las experiencias de las personas
afectadas por sinhogarismo con la violencia y la victimización. Resultaría esperable que
los referidos hallazgos se reprodujesen, en mayor o menor medida, con relación a la
población sin hogar del país luso. A este respecto, los medios de comunicación

275
Desde una óptica más general, podemos destacar la obra “Sem-Amor, Sem-Abrigo” (Bento y Barreto,
2002), en la que los autores realizan una aproximación al sinhogarismo y sus implicaciones para las
personas que lo sufren desde la Psicología y la Psiquiatría.
276
No se disponía de información al respecto en 82 casos.
277
En la misma línea, véase Machado (2012). Otra destacada aproximación al sinhogarismo femenino en
el contexto portugués puede consultarse en Martins (2017).

343
portugueses se hacen eco de numerosos episodios de violencia dirigidos contra este
grupo social (por citar algunos de los más recientes: Banha, 15 de diciembre de 2020;
CMTV, 13 de febrero de 2021; Ferreira, 8 de julio de 2021; Impala News, 29 de mayo
de 2020; JM, 11 de febrero de 2020; O Minho, 10 de noviembre de 2020; RTP, 4 de
diciembre de 2020; Torres, 15 de diciembre de 2020).
Un adecuado “diagnóstico” de esta problemática y su alcance requeriría una
aproximación científica desde la Criminología, que permitiese dar respuesta a
preguntas como las siguientes: ¿por qué apenas se ha abordado esta cuestión en
Portugal? ¿Acaso la incidencia de este problema es menor en el país luso? Los estudios
citados en el apartado anterior parecen indicar lo contrario, si bien están circunscritos
a una parcela muy específica de esta realidad —las personas en situación de calle,
grupo que también concentra a la práctica totalidad de las víctimas en las noticias
reseñadas—, con relación a la cual, como hemos visto, el riesgo se incrementa. Es
necesario acercarse a otros contextos y analizar en qué medida y bajo qué
circunstancias se replican los resultados278. Si los hallazgos fuesen diferentes con
relación a otros escenarios, sería trascendental conocer los motivos: ¿podría guardar
relación con las iniciativas emprendidas para prevenir y combatir el sinhogarismo?
¿Con la apuesta por el trabajo en red y las alianzas locales? En esta línea, varios
objetivos estratégicos de la ENIPSSA giran en torno a la garantía de intervenciones
eficaces y de calidad, otorgando un papel protagonista a la movilización de los
servicios, apoyos y recursos necesarios para prevenir y hacer frente a las situaciones
de sinhogarismo. Más específicamente, se busca “asegurar que nadie tenga que
permanecer en la calle durante más de 24 horas” (GIMAE, 2018, p. 16). En la medida
en que este modelo de intervención se materialice en la práctica, tendrá el potencial
de contrarrestar factores de riesgo y de vulnerabilidad asociados al sinhogarismo que,
como hemos comprobado, convierten a quienes lo sufren en más susceptibles de ser
víctimas de violencia. Finalmente, y sin que las cuestiones planteadas agoten todas las
relevantes, ¿en qué grado se encuentra la aporofobia presente en la sociedad
portuguesa y en sus instituciones? ¿cómo afecta ello a nuestro objeto de estudio?
Las respuestas a los interrogantes planteados arrojarían información crucial para
combatir la violencia contra las personas afectadas por sinhogarismo, tanto en
Portugal como en otros países. Las fortalezas y buenas prácticas en esta materia
podrían tomarse como referencia para su adaptación a otros lugares, y la identificación
de áreas de mejora permitiría emprender las acciones oportunas para contrarrestarlas,
quizá también sobre la base de otras experiencias exitosas. Tras la reciente puesta en
marcha de la Plataforma Europea para Combatir el Sinhogarismo, que pretende
impulsar intercambios transnacionales de experiencias y medidas de actuación en esta
materia y reforzar la cooperación entre todas las partes involucradas (EAPN, 23 de
junio de 2021), parece el momento propicio para ampliar el enfoque y estudiar el
sinhogarismo de un modo más integrador.
De hecho, la ENIPSSA se asienta sobre tres grandes ejes, el primero de los cuales
hace referencia a la promoción del conocimiento actualizado acerca de la dimensión y

278
Particularmente relevante en este sentido es la incorporación de la perspectiva de género a los
estudios en esta materia (Baptista, 2010; FEANTSA, 2019; Nobre, 2021).

344
naturaleza del sinhogarismo, a fin de desarrollar respuestas acordes a las necesidades
(GIMAE, 2018). Entre los objetivos estratégicos que se incluyen en este eje se
encuentran garantizar la monitorización del fenómeno y la actualización permanente
del conocimiento. Al cumplimiento de tales objetivos se orientan las Encuestas de
Caracterización de las Personas en Situación de Sin Hogar realizadas en los últimos
años. La información recopilada en estos trabajos, aun representando un importante
avance, se muestra insuficiente. La ampliación del enfoque con el estudio de, entre
otras cuestiones, la violencia que sufre este colectivo, permitiría progresar hacia la
consecución de los objetivos planteados, pudiendo aprovecharse para ello los
numerosos recursos e infraestructura en este ámbito que el país luso ha ido generando
y desplegando a lo largo de los últimos años. En la misma línea, la necesidad de
desarrollar trabajos que trascendiesen la naturaleza predominantemente descriptiva
de los llevados a cabo hasta aquel momento y realizasen una labor de reflexión y
análisis había sido ya puesta de relieve en la Estrategia 2009-2015.
Por otra parte, y como se anticipó más arriba, un segundo eje de la ENIPSSA se
dirige al “refuerzo de una intervención promotora de la integración de las personas en
situación de sin hogar para garantizar la calidad” (p. 16). En el contexto de las
reconocidas multidimensionalidad y complejidad que caracterizan a esta problemática,
la violencia y sus consecuencias sobre la vida y el horizonte de quienes la sufren es, sin
duda, una de las dimensiones a tomar en cuenta de cara a definir las actuaciones que
han de emprenderse a nivel de prevención, intervención y acompañamiento, pues
influirá sobre y se verá influida por la eficacia de las mismas. Entre los principios que
rigen la ENIPSSA se encuentran, además, un abordaje centrado en los derechos
humanos y la dignidad de la persona, la promoción de la igualdad y la no
discriminación (GIMAE, 2018). Todo ello se vería favorecido por el estudio de la
violencia que enfrenta este grupo social, en el marco de la apuesta de Portugal por
aproximaciones basadas en la evidencia con relación a las políticas a implementar en
materia de sinhogarismo.
Para terminar, la inclusión de este problema en la agenda de cuestiones a
investigar supone el reconocimiento de su existencia, señala su relevancia, contribuye
a su visibilización y comunica la inadmisibilidad de este tipo de conductas y el
compromiso de emprender las acciones necesarias para erradicarlas.

345
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351
General conclusions

We dispose of leftovers in the most radical and effective way: we


make them invisible by not looking and unthinkable by not thinking.

Zygmunt Bauman279

The United Nations Department of Economic and Social Affairs defines


vulnerability as “a state of increased exposure to particular risks and uncertainties,
combined with an impaired capacity for protecting or defending from them and coping
with their negative outcomes” (2003, p. 8). As we have seen in this work,
homelessness brings both elements together and places those who suffer it in
circumstances of special vulnerability to violence, at the same time intensifying the
impact these experiences have on their quality of life and their short, medium and
long-term horizons.
The forms of violence that those who live without a home endure, with a few
exceptions —generally related to cases of serious direct violence— usually go
unnoticed or are deliberately made invisible. The strong stigma attached to
homelessness and the accompanying negative attitudes and stereotypes contribute to
the consideration of disadvantaged positions and deprivation, or even hate and
violence against these people as normal, acceptable, and even fair (Opotow, 1990;
2001).
Only recently has this issue started to gain attention in our country. In this
regard, value has to be placed on Jesús Ruiz Farrona and his colleagues’ pioneering
work, which started in 2006 through Fundación Mambré and has been continued by
Centre d’Acollida ASSÍS in Barcelona, which Jesús heads. The establishment, in 2014, of
the Observatory on Hate Crime Against Homeless People, named Hatento, should also
be highlighted.
Beyond these initiatives, at the beginning of this journey violence against
homeless people had been only tangentially addressed in Spain, and generally on the
sidelines of academia. The present work is aimed at broadening knowledge on this
topic from this sphere. However, as Cabrera (1998) states, we cannot ignore “the
dangers inherent in academic research: undue formalism, excessive distancing from
reality, social and political irrelevance of the conclusions reached, etc.” (p. 466). In this
sense, along the whole process efforts have been made to incorporate, directly or
indirectly, the vision of professionals working in the field of intervention, in the firm
belief that only the creation of synergies between both sectors will lead to achieving
the goal of employing the knowledge generated for the development of effective
preventive and intervention measures against this problem, contributing to raising its
visibility and to the design of strategies that ultimately improve the quality of life and
safety of people experiencing homelessness. However, reaching this milestone still

279
Bauman, Z. (2004). Wasted lives. Modernity and its outcasts. Cambridge: Polity Press. P. 27.

352
requires that these findings and the joint vision of both sectors be considered by those
in charge of designing and making decisions on public policy aimed at preventing and
combatting homelessness and protecting and guaranteeing homeless people’s rights.
Cabrera (1998) also contends that “the miserable, the poor, are on everyone’s
lips but their own” (p. 17). It is fair to acknowledge that the same fault can be found in
the present research, since the view of homeless people themselves on the topic
under discussion has not been directly incorporated. In full awareness of the
constraints that involved, it was decided that the research would be based mainly on
data from the Survey of Homeless People, primarily for two reasons. First, because it
constitutes a nationwide initiative which collected very diverse information about
people experiencing homelessness who participated in the study: sociodemographic
characteristics, use of services, living conditions, activity, family, contact with the
justice system, family history and personal background, etc. This has provided an
excellent opportunity to test different research hypotheses and examine the
connections between a wide range of variables. Secondly, because the data from the
survey had barely been explored beyond a descriptive level.
On this basis, and even with the solid conviction that this work has contributed
to broadening knowledge and increasing the visibility of the different forms of violence
people who are homeless suffer, the need for future studies to address this issue more
directly, explicitly and in depth, employing for it both quantitative and qualitative
methods, and with not only cross-sectional, but also longitudinal designs, should be
stressed. Only in this way will a comprehensive image of the problem be achieved that
would accurately guide how to tackle it. In all events, one of the most significant
contributions of this research is the examination of some forms of violence that are
usually overlooked as a result of their common normalisation or justification.
Some conclusions clearly emerge from the work that has been carried out. First,
that homelessness represents a situation of extreme social exclusion and, as such,
people who suffer it endure multiple barriers which are often added to those already
present in the course of their lives, thus configuring circumstances of extraordinary
vulnerability. In this context, diverse forms of violence precede, accompany, or result
from this situation to a greater or lesser extent.
Regarding experiences with direct violence while homeless, these people are
exposed to high-risk situations to a much higher degree than general population. This
greater level of exposure stems from homelessness itself and its ramifications for living
circumstances and options available to those who experience it, since it more or less
directly makes them get involved in behaviours which entail a higher risk of
victimisation, that is, which offer opportunities to potential offenders, like rough
sleeping, alcohol consumption, drug use, or participating in illicit behaviours in order to
earn a living.
If we add to the above other risk or vulnerability factors accumulated throughout
the courses of these people’s lives, including time spent homeless, adverse
experiences in childhood and adolescence, situations of disability, physical and/or
mental illnesses, social isolation, alcoholism or drug addiction, etc., we have a prime
breeding ground for these events to occur and for them to impact their victims more
negatively, if that is possible, since homeless people’s resources to confront and
recover from these experiences are impaired.

353
In this vein, a very significant conclusion that can be drawn from the results is
that the presence of the aforementioned variables as risk and vulnerability factors
seems to have a greater weight on victimisation experiences than their absence has as
a protective factor, thus pointing to an important fundamental negative influence of
homelessness itself on the risk of victimisation.
Likewise, the low reporting rate for these experiences, even for the most serious
ones, traced to the pervasive belief that doing otherwise would not make any
difference, suggests that a state of “learned helplessness” could prevail among these
people, maybe as a result of previous experiences with law enforcement agencies or
the justice system, and/or the devalued social identity homelessness entails, which can
make those who endure it consider these events to be inherent to the dynamics of
homelessness.
It follows from the above that eradication of violence against people who are
homeless lies, at least in part, in combatting homelessness and, especially, its roots, so
that at the onset of the path to homelessness it can be blocked, or their course
interrupted. That would remove factors connected to this situation that increase the
level of exposure of those who suffer it to high-risk situations.
Thirdly, the importance of considering the immense diversity that exists within
the group of people experiencing homelessness has been emphasised. Their
characteristics, biographies, and circumstances configure very different constellations
of risk and protective factors to violence. Given that these people do not constitute a
homogenous group, neither should be so analytic, preventive and intervention
strategies designed to address their experiences with violence. The contributions
compiled in this document have revealed some of these divergencies with regard to
variables like having (or not) served time in prison, gender and age. In this sense,
gender differences stand out, since female homelessness adopts an undercover
character and violence seems to constitute the vertebral axis of a lot of homeless
women’s life paths, gender violence as a precipitating factor for homelessness and
episodes of sexual violence being especially relevant.
In any case, homeless people’s experiences with violence often constitute just a
symptom of a much deeper pathology that stretches its roots to the very core of
society and its structure. Beyond direct violence, people who are homeless routinely
face forms of cultural and structural violence which tend to go unnoticed or even
become normalised, thus contributing to the legitimisation of other kinds of violence.
One of the most important contributions of this research is the study of some of these.
In this regard, it has been argued that some provisions included in local ordinances
uphold the principles of civic behaviour and citizen coexistence to penalise people
experiencing homelessness for carrying out, in public spaces, life sustaining activities
which they often cannot do any other place. This represents a prime example of
cultural violence which is closely related to other manifestations of this type of
violence —maybe, among the most relevant, the one that permeates ideology—, while
at the same time can materialise in situations of structural violence or even be used as
a rationale for acts of direct violence. Circumstances that homeless people in our
country have endured since the beginning of the COVID-19 pandemic and, particularly,
during the period when confinement was mandatory, also illustrate the concept of
structural violence, which regardless accompany these people from the moment they

354
fall into homelessness, and certainly before, too. They additionally show that cultural
violence has sometimes been used to justify the disadvantaged position of homeless
people at this juncture we are living through, along which an image of them as
individuals who have not harnessed or adapted to the resources that have been made
available to them has been presented, but without mentioning in parallel the flagrant
flaws of such resources.
In light of the above, results yielded by the present study evince the need to opt
for preventive strategies at the expense of reactive ones. It is of little use to patch up
the ultimate manifestation of a problem if its foundations are not simultaneously
addressed. This would certainly require the implementation of deep structural changes
within institutions and public policy, as well as substantial social change towards the
recognition of all people, whatever their characteristics and situation, as equally
worthy of their rights being guaranteed, protected, and fully exercised. As Adela
Cortina (2017, p. 102) states:
(…) the worst punishment that can be inflicted is condemnation to invisibility, to
ignoring the existence of others, rejection and contempt. It is reciprocal
recognition what basically constitutes us as human beings, what enables us to
move forward with our life from the sympathetic recognition that lays the
foundations for an inclusive society.
Discovering that bond, that ligatio of mutual belonging, gives rise to obligations,
as those that arise from respect to the dignity of others, which is the vast field of
justice.
In the pursuit of the shared goal of eliminating all forms of violence against this
particularly vulnerable social group, collaboration among professionals, institutions,
and even countries, as well as the cooperation of the society at large, are certainly of
paramount importance.
At the close of this document, the words of Jesús Ruiz Farrona resonate in my
mind clearer than ever: “when we talk about exclusion and poverty, every personal
failure is the result of our failure as a society” (Puente et al., 2021, p. 38).

355
References

Cabrera, P.J. (1998). Huéspedes del aire. Sociología de las personas sin hogar en
Madrid. Madrid: Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas.
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Puente, P.; Caro, G.; Cavero, G.; Ramos, M.; Ruiz Farrona, J. y Sales, A. (2021). El
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Santiago Herrero, F.J. (Coords.). Crisis Pandémicas. Perspectiva criminológica,
psicológica y social (pp. 25-42). Salamanca: Ratio Legis.

356
Conclusiones generales

Desechamos lo sobrante del modo más radical y efectivo: lo hacemos


invisible no mirándolo e impensable no pensando en ello.

Zygmunt Bauman280

El Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas


(2003) define la vulnerabilidad como “un estado de elevada exposición a determinados
riesgos e incertidumbres, combinado con una capacidad disminuida para protegerse o
defenderse de ellos y hacer frente a sus consecuencias negativas” (p. 8). Como hemos
podido comprobar a lo largo de este trabajo, el sinhogarismo conjuga ambos
elementos y sitúa a las personas que lo sufren en circunstancias de especial
vulnerabilidad frente a la violencia, al tiempo que intensifica el impacto de estas
experiencias sobre la calidad de vida y el horizonte a corto, medio y largo plazo de
aquellas.
Las formas de violencia que padecen quienes viven sin hogar acostumbran, salvo
algunas excepciones que generalmente tienen que ver con casos graves de violencia
directa, a pasar inadvertidas, y ello cuando no son deliberadamente invisibilizadas. El
marcado estigma social que comporta encontrarse en situación de sin hogar y las
evaluaciones y estereotipos negativos que lo acompañan contribuyen a que las
circunstancias de desventaja y privación que enfrentan estas personas o, incluso, el
odio y la violencia dirigidos contra ellas, lleguen a parecer normales, aceptables, y
hasta justos (Opotow, 1990; 2001).
Tan solo recientemente se ha comenzado a prestar atención a este tema en
nuestro país. En este sentido, se ha de poner en valor el pionero trabajo que Jesús Ruiz
Farrona y sus colaboradoras y colaboradores vienen realizando desde 2006, primero a
través de la Fundación Mambré y, posteriormente, del Centre d’Acollida ASSÍS, del que
es director. Destaca asimismo la fundación, en 2014, del Observatorio de Delitos de
Odio contra Personas Sin Hogar, bautizado como Hatento.
Más allá de las iniciativas citadas, al comienzo de esta andadura la violencia
contra las personas afectadas por sinhogarismo había sido abordada en España tan
solo de forma tangencial, y generalmente al margen del ámbito académico. El presente
trabajo se proyectó con la vocación de ampliar el conocimiento sobre esta realidad
desde dicha esfera. Sin embargo, como apunta Cabrera (1998), no debemos obviar “los
peligros inherentes a la investigación académica: formalismo desmedido,
distanciamiento excesivo de la realidad, irrelevancia social y política de las
conclusiones alcanzadas, etc.” (p. 466). En este sentido, a lo largo de todo el proceso
se ha tratado de incorporar, de forma directa o indirecta, la visión de las y los
profesionales de la intervención, con el firme convencimiento de que tan solo la
generación de sinergias entre ambos sectores podrá conducir al logro del objetivo de
que el conocimiento generado resulte de utilidad para desarrollar medidas preventivas

280
Bauman, Z. (2017). Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Barcelona: PAIDÓS. p. 42.

357
y de intervención eficaces contra esta problemática, contribuir a su visibilización y al
diseño de estrategias que, a la postre, mejoren la calidad de vida y la seguridad de las
personas en situación de sinhogarismo. Sin embargo, para alcanzar este propósito es
preciso dar un paso adicional, y es que los hallazgos y la visión conjunta de ambos
sectores sean tomados en cuenta por las personas responsables de diseñar y tomar
decisiones acerca de las políticas públicas para la prevención y lucha contra el
sinhogarismo y la protección y garantía de los derechos de las personas que lo sufren.
Sostiene también Cabrera (1998) que “los miserables, los pobres, están en boca
de todos salvo de ellos mismos” (p. 17). Es justo admitir que el presente trabajo
reproduce esta falta al no haber incorporado de un modo más directo la visión de las
propias personas sin hogar acerca del tema objeto de estudio. Con plena consciencia
de las limitaciones que ello suponía, se optó por basar la investigación, principalmente,
en los datos de la Encuesta a las Personas sin Hogar, y ello por dos motivos
fundamentales. En primer lugar, porque se trata de una iniciativa de alcance nacional
que recogió información muy variada sobre la muestra de personas sin hogar que
participaron en el estudio: características sociodemográficas, frecuentación de
servicios, condiciones de vida, actividad, familia, relación con la justicia, antecedentes
personales y familiares, etc. Lo anterior ha brindado una excelente oportunidad para
contrastar diferentes hipótesis de investigación y examinar las conexiones entre una
amplia diversidad de variables. En segundo lugar, porque los datos de la encuesta
apenas habían sido explotados más allá del nivel descriptivo.
Partiendo de esta base, y aun con la sólida convicción de que esta obra ha
contribuido a ampliar el conocimiento y visibilizar las diferentes formas de violencia
que sufren las personas afectadas por sinhogarismo, se ha de destacar la necesidad de
que futuros estudios aborden esta cuestión de un modo más directo, explícito y en
mayor profundidad, empleando para ello tanto métodos cuantitativos como
cualitativos, y con diseños no solo transversales, sino también longitudinales. Solo así
se logrará tener una imagen integral del problema que oriente de forma certera su
abordaje. En todo caso, una de las aportaciones más importantes de esta investigación
es el estudio de algunas formas de violencia que suelen pasar desapercibidas en virtud
de su usual normalización o justificación.
Del trabajo realizado emergen, de forma muy clara, algunas conclusiones clave.
En primer lugar, que el sinhogarismo constituye una situación de extrema exclusión
social y, como tal, las personas que lo sufren enfrentan múltiples barreras que a
menudo se suman a las que ya se encontraban presentes en sus trayectorias vitales,
configurando circunstancias de extraordinaria vulnerabilidad. En este contexto, formas
diversas de violencia preceden, acompañan o resultan, en mayor o menor grado, de
esta situación.
Con relación a las experiencias de violencia directa a lo largo de la trayectoria de
sinhogarismo, las personas sin hogar están expuestas a situaciones de riesgo en mucha
mayor medida que la población general. Este mayor grado de exposición se deriva de
la propia situación de sinhogarismo y sus ramificaciones en las circunstancias vitales y
las opciones al alcance de las personas que la atraviesan, pues de forma más o menos
directa motiva que se impliquen en conductas que comportan un mayor riesgo de
victimización, esto es, que ofrecen oportunidades a potenciales delincuentes, como la

358
pernocta en espacios públicos, el consumo de alcohol u otras sustancias o la
involucración en comportamientos ilícitos a fin de obtener medios de subsistencia.
Si a lo anterior añadimos otros factores de riesgo o vulnerabilidad acumulados a
lo largo de los itinerarios vitales de estas personas, incluido el periodo de
sinhogarismo, como las experiencias adversas durante la infancia y la adolescencia, la
concurrencia de situaciones de discapacidad, enfermedades físicas y/o mentales,
aislamiento social, problemas de alcoholismo o drogodependencias, etc., nos
encontraremos con un caldo de cultivo idóneo para que estos sucesos tengan lugar y
para que su impacto sobre las víctimas resulte, si cabe, más desfavorable, habida
cuenta de que las personas sin hogar ven disminuidos sus recursos para afrontar y
recuperarse de estas vivencias.
En este sentido, una conclusión muy significativa que puede extraerse de los
resultados es que la presencia de las variables reseñadas como factores de riesgo y
vulnerabilidad parece tener un mayor peso sobre las experiencias de victimización de
estas personas del que tiene su ausencia como factor protector, apuntando a una
importante influencia negativa de base de la propia situación de sinhogarismo sobre el
riesgo de victimización.
Asimismo, la escasa tasa de denuncia de estas vivencias, incluso de las más
graves, destacando como motivo la creencia de que hacerlo no serviría para nada,
sugiere que en estas personas podría prevalecer un estado de “indefensión aprendida”
derivado, quizá, de experiencias previas con las fuerzas y cuerpos de seguridad o el
sistema de justicia y/o de la identidad social devaluada que comporta el sinhogarismo,
que puede hacer que las personas que lo sufren lleguen a considerar que se trata de
experiencias inherentes a la propia dinámica de la situación de sinhogarismo. En este
punto cobran protagonismo las formas de violencia cultural y estructural, que se
entrelazan y retroalimentan entre sí y con la violencia directa, coadyuvadas por las
mismas variables que propician esta última.
De todo lo anterior se desprende que la erradicación de la violencia contra las
personas sin hogar pasa, al menos en parte, por actuar frente al sinhogarismo y,
particularmente, frente a sus raíces, de modo que se logre bloquear el nacimiento o
interrumpir el curso de los itinerarios que conducen a esta situación. Ello eliminaría los
factores asociados a la misma que incrementan el grado de exposición de quienes la
atraviesan a situaciones de riesgo.
En tercer lugar, se ha puesto de relieve la importancia de tomar en cuenta la
amplia diversidad que existe dentro del conjunto de personas afectadas por
sinhogarismo, cuyas características, biografías y circunstancias configuran
constelaciones de factores de riesgo y protección frente a la violencia muy dispares.
Dado que estas personas no componen un grupo homogéneo, tampoco han de serlo
las estrategias analíticas, preventivas y de intervención que se diseñen para abordar
las experiencias de violencia que enfrentan. Las contribuciones recogidas en este
documento han revelado algunas de estas divergencias con relación a variables como
la estancia en prisión, el género y la edad. Destacan en este sentido las diferencias de
género, pues el sinhogarismo entre las mujeres adopta un carácter encubierto y la
violencia parece vertebrar las trayectorias vitales femeninas, siendo especialmente
relevantes la violencia de género como precipitante de situaciones de sinhogarismo y
los episodios de violencia sexual.

359
En cualquier caso, las experiencias de violencia que sufren las personas sin hogar
constituyen, a menudo, tan solo un síntoma de una patología mucho más profunda
que hunde sus raíces en el núcleo mismo de la sociedad y en su estructura. Más allá de
la violencia directa, las personas sin hogar se enfrentan cotidianamente a formas de
violencia cultural y estructural que acostumbran a pasar inadvertidas e incluso llegan a
normalizarse, actuando así como instancias legitimadoras de otros tipos de violencia.
Una de las contribuciones más importantes de la presente investigación es el estudio
de algunas de ellas. De este modo, hemos comprobado cómo algunos preceptos de las
ordenanzas municipales enarbolan los estandartes del civismo y la convivencia
ciudadana para penalizar a las personas afectadas por sinhogarismo por la realización,
en espacios públicos, de actividades que son necesarias para su subsistencia y para las
que, a menudo, no cuentan con alternativas, representando un claro ejemplo de
violencia cultural que se relaciona estrechamente con otras manifestaciones de este
tipo de violencia —quizá, entre las más relevantes, la que permea la ideología— y con
otras formas de violencia, pudiendo materializarse en situaciones de violencia
estructural e, incluso, emplearse como justificación de actos de violencia directa. Las
circunstancias que han atravesado en nuestro país las personas sin hogar desde el
inicio de la pandemia de COVID-19 y, especialmente, en la etapa en la que el
confinamiento resultaba preceptivo, ilustran asimismo el constructo de violencia
estructural, que en todo caso acompaña a estas personas desde el momento en el que
se inicia su situación de sinhogarismo, y con certeza también mucho antes. Muestran,
adicionalmente, el modo en el que la violencia cultural ha servido para justificar la
situación de desventaja de las personas sin hogar en esta coyuntura que nos ha tocado
vivir, a lo largo de la cual se ha presentado en ocasiones una imagen de ellas como
individuos que no han aprovechado o no se han adaptado a los recursos que se han
puesto a su alcance sin aludir paralelamente a las flagrantes carencias de dichos
recursos.
En línea con lo anterior, los resultados de la presente investigación evidencian la
necesidad de apostar por las estrategias preventivas frente a las reactivas. De poco
sirve poner parches a la manifestación última de un problema si no se incide
simultáneamente en sus cimientos. Ello requeriría, sin duda, importantes cambios
estructurales en las instituciones y las políticas públicas. Pero, además, exigiría
profundos cambios sociales en la dirección del reconocimiento de todas las personas,
sean cuales sean sus características y situación, como igualmente dignas de la garantía
y protección, así como acreedoras del pleno ejercicio, de sus derechos. Como refiere
Adela Cortina (2017, p. 102):
(…) el peor castigo que puede infligirse es la condena a la invisibilidad, a ignorar
la existencia del otro, el rechazo y el desprecio. Es el reconocimiento recíproco el
que nos constituye básicamente como seres humanos, el que hace que podamos
llevar nuestra vida adelante desde el reconocimiento compasivo que pone los
cimientos de una sociedad inclusiva.
Descubrir ese vínculo, esa ligatio de pertenencia mutua, hace surgir obligaciones,
como las que nacen del respeto a la dignidad del otro, que es el amplio campo de
la justicia.

360
Ciertamente, en la persecución del objetivo compartido de eliminar todas las
formas de violencia contra este grupo social especialmente vulnerable, la colaboración
entre profesionales, instituciones e incluso países, así como la cooperación de la
sociedad en general, resultan fundamentales.
Al cierre de este documento, unas palabras de Jesús Ruiz Farrona resuenan en mi
mente con más claridad que nunca: “cuando hablamos de exclusión y pobreza, cada
fracaso personal es consecuencia de nuestro fracaso como sociedad” (Puente et al.,
2021, p. 38).

361
Referencias

Cabrera, P.J. (1998). Huéspedes del aire. Sociología de las personas sin hogar en
Madrid. Madrid: Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas.
Cortina, A. (2017). Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia.
Madrid: PAIDÓS Estado y Sociedad.
Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (2003).
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y desafíos. Nueva York: United Nations Publications.
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Opotow, S. (2001). Social Injustice. En Christie, D.J., Wagner, R.V. y Du Nann Winter, D.
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Puente, P.; Caro, G.; Cavero, G.; Ramos, M.; Ruiz Farrona, J. y Sales, A. (2021). El
derecho a un hogar. Sinhogarismo y pandemia. En Sánchez-Gil, L.M. y de
Santiago Herrero, F.J. (Coords.). Crisis Pandémicas. Perspectiva criminológica,
psicológica y social (pp. 25-42). Salamanca: Ratio Legis.

362

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