Pasion de NSJ 4 Evangelios
Pasion de NSJ 4 Evangelios
Pasion de NSJ 4 Evangelios
6 f}AJ JA OA-/)ljt-r AJ 4
(úAf)
Separata del LECCIONARIO DOMINICAL - A.B.C.
INDICACIONES
para la lectura dialogada.
-Las siglas que distinguen a los diversos interlocutores son las siguientes:
+ =
Jesús
L = Lector
D = Discípulos, amigos
M = Muchedumbre
O SAN PABLO
Avda. Vicuña Maclcenna 101n. La Flonda (Stgo.). Olile
lm¡xcsor; Talleres Gráficos Pía Sociedad de San Pablo
Avda. Vicuña Mackcnna 10.777, La Aorida (Stgo.), Chile
Marzo de 1994
Impreso en Chile - Prioted in Clulc
DOMINGO DE RAMOS
(Año A)
1
L Entonces Judas, el que lo estaba traicionando, le preguntó:
D -Mae stro,¿ acaso seré yo?
L El respondió:
+ Tú lo has dicho.
L Mientras comían, Jesús tomp en sus manos el pan y, habie ndo
dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, di-
ciendo:
+ -Tom en, coman, esto es mi cuerpo.
L Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a
Dios, se la pasó a ellos diciendo:
+ -Beb an todos de esta copa, porque ésta es mi sangre, sangre de
la alianza, sangre derra mada en favor de la muchedumbre para
que se les perdonen sus pecados. Y les digo que no volveré. a be-
ber de este producto de la vid hasta el día en que beba vino
nuevo con ustedes en el reino de mi Padre.
L Después de canta r los salmos, se fueron al monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo:
+ -Tod os ustedes van a fallarme esta noche. Así lo dicen las Es-
crituras: "Mataré al pasto r y se dispersarán las ovejas". Pero
cuando yo resucite, iré a Galilea antes que ustedes.
L Pedro le contestó:
D -Aun que todos te fallen, yo nunca te voy a fallar.
L Jesús le dijo:
+ -Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me
negarás tres veces.
L Todos los discípulos habían dicho más o menos lo mismo que
Pedro.
Enseguida fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Get-
semaní, y les dijo:
+ -Sién tense aquí mientras yo voy allí a orar.
L Y se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a
sentirse muy triste y angustiado. Les dijo:
+ -Sien to en mi alma una tristeza de muerte. No se muevan de
aquí, y quédense despiertos conmigo.
2
L Enseguida Jesús se fue un poco más allá, se inclinó hasta tocar
el suelo con la frente, y oró diciendo:
+ -Padre mío, si es posible, líbrame de este trago amargo; pero
que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.
L Luego volvió a donde estaban los discípulos y los encontró dor-
midos. Le dijo a Pedro:
+ -¿Ni siquiera una hora pudieron mantenerse despiertos con-
migo? Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en la
tentación. El espíritu es animoso, pero la carne es débil.
L Por segunda vez se fue y oró así:
+ -Padre mío, si no es posible evitar que yo sufra esta prueba, há-
gase tu voluntad.
L Cuando volvió, encontró otra vez dormidos a los discípulos, por-
que sus ojos se les cerraban de sueño. Los dejó y se fue a orar
por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.
Luego regresó a donde estaban los discípulos, y les dijo:
+ -¿Todavía durmiendo y descansando? Miren que ya llega la
hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los pecadores. Levántense, vámonos; ya llega el que me trai-
c10na.
L Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce,
llegó acompañado de mucha gente armada con espadas y con
palos. Iban de parte de los jefes de los sacerdotes y de los sena-
dores judíos. Judas, el traidor, les había dado una contraseña, di-
ciéndoles:
D -Al que yo bese, ése es; deténganlo.
L Así que, acercándose a Jesús, le dijo:
D -iBuenas noches, Maestro!
L Y lo besó. Jesús le contestó:
+ -Amigo, ia lo que has venido!
L Entonces los otros se acercaron, le echaron mano y lo detuvie-
ron. En eso, uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y
le cortó una oreja al mozo del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ -Vuelve a envainar tu espada. Pues el que a hierro mata, a hie-
rro muere. ¿No sabes que yo podría rogarle a mi Padre, y él me
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mandaría ahora mismo más de doce ejércitos de ángeles? Pero,
en ese caso, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, que dicen que
debe suceder así?
L Enseguida Jesús le preguntó a la gente:
+ -¿Po r qué han venido con. espadas y palos a detenerme , como
si yo fuera un band ido? Todos los días he estado enseñ ando en
el Templo, y nunc a me detuvieron. Pero todo esto sucede para
que se cumpla lo que dijeron los profetas en las Escrituras.
L En aquel momento todos los discípulos dejaron solo a Jesús
y
huyeron.
Los que habían detenido a Jesús lo llevaron a la casa de Caifá
s,
el sumo sacerdote, donde ya estaban reunidos los maestros de
la Ley y los senadores. Pedro lo fue siguiendo de lejos hasta
la
casa del sumo sacerdote. Entró en el patio y se quedó senta do
con los guardianes del Templo, para ver en qué terminaría todo
aquello.
Los jefes de los sacerdotes y toda la Junta Suprema estuvieron
buscando alguna prueba para cond enar a muerte a Jesús , pero
no la enco ntrar on, a pesar de que muchas personas se prese
n-
taron y lo acusaron en falso . Por fin se prese ntaro n dos más,
que afirmaron:
O -Est e hombre dijo que podía destruir el Templo de Dios y vol-
verlo a levantar en tres días.
L Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó a Jesús
:
O -¿N o contestas nada ? ¿Qué significan estos cargos que te ha-
cen?
L Pero Jesús se quedó callado. El sumo sacerdote le dijo:
O -En el nombre del Dios viviente te mand o que nos digas si
tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios.
L Jesús le respondió:
+ -Tú lo has dicho. Y yo por mi parte les digo que desde ahora
van a ver al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopo-
deroso y venir sobre las nubes del cielo.
L Entonces el sumo sacerdote se rasgó la ropa en señal de indig
-
nación, y dijo:
O -iAh ora sí que injurió a Dios! ¿para qué más testigos? iSi us-
tedes acaban de oír la blasfemia! ¿Qué les parece?
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L Ellos contestaron:
M -Merec e la pena de muerte.
L Entonces le escupieron la cara y lo golpearon. Otros le daban
bofetadas, diciéndole:
O -Tú que eres el Mesías, iadivina quién te pegó!
L Pedro, entre tanto, estaba sentado afuera, en el patio. De pronto
una sirvienta se le acercó y le dijo:
·O -Tú también andabas con Jesús, el de Galilea.
L Pero Pedro lo negó delante de todos, diciendo:
D -No sé de qué están habland o ustedes.
L Se puso entonces cerca de la puerta de salida, y allí lo vio otra
empleada, que les dijo a los demás:
· O -Ese también andaba con Jesús, el de Nazaret.
L De nuevo Pedro lo negó, jurando:
D -A ese hombre, ni lo conozco.
L Poco después, los que estaban allí se le acercaron a Pedro y le
dijeron:
O -No hay duda que tú también eres uno de ellos: hasta en tu
manera de hablar se te nota.
L Entonces él comenzó a jurar y perjurar, diciendo:
D -A ese hombre, ni lo conozco.
L En aquel mismo momento cantó un gallo, y Pedro se acordó de
que Jesús le había dicho que antes que cantara el gallo lo nega-
ría tres veces. Y salió Pedro de allí, y lloró amargamente.
Cuando amaneció, todos los jefes de los sacerdotes y los sena-
dores judíos tomaron oficialmente el acuerdo de ejecutar a Jesús.
Luego lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el goberna-
dor romano.
Judas, el que había traicionado a Jesús, al ver que lo habían con-
denado a muerte, tuvo remordimientos y devolvió las treinta
monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los senadores,
diciéndoles:
D -He pecado entregando a la muerte a un inocente.
L Pero ellos le contestaron:
5
O - ¿Ya nosotros qué nos importa? iEso es cosa tuya!
L Entonces Judas arrojó las monedas en el Templo, y saliendo fue
a ahorcarse.
Los jefes de los sacerdotes recogieron aquel dinero, y dijeron:
O -Este dinero está manchado de sangre; no podemos juntarlo
con las ofrendas para el culto.
L Así que tomaron el acuerdo de comprar con él un terreno llama-
do Campo del Alfarero, para destinarlo a cementerio de extran-
jeros. Por eso, aquel terreno se llama hasta el día de hoy Campo
de Sangre. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Jere-
mías: "Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que los
israelitas le habían puesto, y con ellas compraron el campo del
alfarero, tal como me lo ordenó el Señor".
6
L Pero los jefes de los sacerdotes y los senadores convencieron a la
muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muer-
te de Jesús.
El gobernador les preguntó otra vez:
O -¿A cuál de los dos quieren, pues, que les deje en libertad?
L Ellos dijeron:
M -iA Barrabás!
L Pilato les preguntó:
O _¿y qué hago con Jesús, al que llaman Mesías?
L Todos contestaron:
M -iCrucifícalo!
L Pilato les dijo:
O -¿Qué ha hecho de malo?
L Pero ellos volvieron a gritar:
M -iCrucifícalo!
L Cuando vio Pilato que no conseguía nada, sino que el alboroto
era cada vez mayor, mandó traer agua y se lavó las manos delan-
te de todos, diciendo:
O -Yo no soy responsable de la muerte de este hombre; es cosa de
ustedes.
L Toda la gente contestó:
M -iNosotros con nuestros hijos nos hacemos responsables de su
muerte!
L Entonces Pilato dejó libre a Barrabás; luego mandó azotar a Je-
sús y lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al palacio y reunie-
ron a toda la tropa alrededor de él, lo vistieron con una capa roja
y le pusieron en la cabeza una corona tejida de espinas y una
vara en la mano derecha. Luego se arrodillaron delante de él, y
burlándose le decían:
M -iViva el Rey de los judíos!
L También lo escupían y con la misma vara le golpeaban la cabeza.
Después de burlarse así de él, le sacaron la capa roja, Je pusieron
su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.
7
Al salir de allí encontraron a un hombre llamado Simón, natural
de Cirene, a quien obligaron a cargár con la cruz de Jesús.
Cuando llegaron a un sitio llamado Gólgota (que quiere decir "La
Calavera"), le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero Jesús,
después de probarlo, no lo quiso beber.
Cuando ya lo habían crucificado, los soldados se repartieron a la
suerte la ropa de Jesús. Luego se sentaron allí para vigilarlo.·
Encima de su cabeza habían puesto un letrero con la causa de su
condena: "Este es Jesús, el Rey de los judíos". Y crucificaron tam-
bién con él a dos bandidos: uno a su derecha y otro a su izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo:
O -iTú, que derribabas el Templo y en tres días lo volvías a levan-
tar, sálvate a ti mismo! iSi eres Hijo de Dios, bájate de la cruz!
L De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdo-
tes y los maestros de la Ley, junto con los senadores. Decían:
O -A otros los salvó, pero a sí mismo no puede salvarse. ¿No es
el Rey de Israel? iQue baje ahora áe la cruz, y creeremos en él!
Había puesto su confianza en Dios: ipues que Dios lo salve aho-
ra, si es que tanto lo quiere! ¿No decía que era Hijo de Dios?
L Y hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó
a oscuras. A media tarde gritó Jesús con voz muy fuerte :
+ - iElí, Elí!, dema sabactani?
L (Es decir:
+ -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
L Algunos de los que estaban allí lo oyeron y dijeron:
O - Está llamando a Elías.
L Al momento, uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la
empapó en vino avinagrado y, sujetándola en una caña, le dio
de beber. Los demás decían:
O -Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
L Jesús dio otra vez un fuerte grito y expiró.
Aqu1 todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes
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pulcros, y muchos hombres de Dios que habían muerto volvie-
ron a la vida. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, en-
traron en la ciudad santa y se apareciero n a muchos. Cuando el
capitán y los que estaban con él vigilando a Jesús vieron el terre-
moto y todo lo que estaba pasando, se llenaron de miedo, y dije-
ron:
O No hay duda que éste era Hijo de Dios.
Fin de la lectura breve.
9
(Año B)
10
L Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
+ -Vayan a la ciudad. Allí encontrar án a un hombre que lleva un
cántaro de agua; síganlo, y donde entre, díganle al dueño de la
casa: 'El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a co-
mer con mis discípulos la cena de Pascua?'. El les mostrará en
los altos un cuarto grande y muy bien arreglado. Preparen allí
la cena para nosotros.
L Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontrar on
todo como Jesús se lo había dicho, y prepararo n la cena de Pas-
cua.
Al anochece r llegó Jesús con los doce discípulos. Mientras es-
taban a la mesa, comiendo, Jesús les dijo:
+ -Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo,
me va a traicionar.
L Ellos se pusieron tristes, y comenzaron a preguntarle uno por
uno:
D -¿seré yo?
L Jesús les contestó:
+ -Es uno de los doce, que está mojando el pan en la misma
fuente que yo. El Hijo del hombre tiene que recorrer el camino
que dicen las Escrituras; pero iay de aquel que lo traiciona! Hu-
biera sido mejor para él no haber nacido.
L Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo
dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo:
+ -Tomen, esto es mi cuerpo.
L Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a
Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo:
+ -Esta es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre
que es derramada en favor de la muchedumbre. Les aseguro que
no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que
beba el vino nuevo en el reino de Dios.
L Después de cantar los salmos, se fueron al monte de los Olivos.
Jesús les dijo:
+ Todos ustedes me van a fallar. Así lo dicen las Escrituras: 'Ma-
taré al pastor, y se dispersarán las ovejas'. Pero cuando yo re-
sucite, iré a Galilea antes que ustedes.
L Pedro le dijo:
D -Aunque todos te fallen, yo no.
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L Jesús le contestó:
+ -Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo por
segunda vez, me negarás tres veces.
L Pero él insistía:
D -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
L Y todos decían lo mismo.
Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus dis-
cípulos:
+ -Siéntense aquí mientras yo voy a orar.
L Y se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentirse muy
afligido y angustiado. Les dijo:
+ -Siento en mi alma una tristeza de muerte. No se muevan de
aquí y quédense despiertos.
L Enseguida Jesús se fue un poco más allá, se inclinó hasta tocar
el suelo con la frente, y le pidió a Dios que, de ser posible, no le
llegara la hora. En su oración decía:
+ -iAbbá! (Padre mío): para ti todo es posible; líbrame de este
trago amargo. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que
quieres tú.
L Luego volvió a donde ellos estaban, y los encontró dormidos.
Le dijo a Pedro:
+ -Simón, ¿estás durmiendo? ¿Ni siquiera una hora pudiste que-
darte despierto? Manténganse despiertos y oren, para que no
caigan en la tentación. El espíritu es animoso, pero la· carne es
débil.
L Se fue otra vez, y oró repitiendo las mismas palabras. Cuando
volvió, encontró otra vez dormidos a los discípulos, porque sus
ojos se les cerraban de sueño. Y no sabían qué contestarle. Vol-
vió por tercera vez, y les dijo:
+ _¿Todavía durmiendo y descansando? Ya basta, ha llegado la
hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los pecadores. Levántense, vámonos; ya se acerca el que me trai-
ciona.
L Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce
discípulos, llegó acompañado de mucha gente armada con espa-
das y con palos. Iban de parte de los jefes de los sacerdotes, de
los maestros de la Ley y de los senadores. Judas, el traidor, les
había dado una contraseña, diciéndoles:
12
D - Al que yo bese, ése es; deténganlo, y llévenlo bien sujeto.
L Así que se acercó a Jesús y le dijo:
D -iMaestro!
L Y lo besó. Entonces le echaron mano a Jesús y lo detuvieron.
Pero uno de los que estaban allí sacó su espada y le cortó una
oreja al mozo del sumo sacerdote. Y Jesús le preguntó a la gente:
+ - ¿Por qué han venido ustedes con espadas y palos a detener-
me, como si yo fuera un bandido? Todos los días he estado en-
tre ustedes enseñando en el Templo, y nunca me detuvieron.
Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras.
L Todos los discípulos dejaron solo a Jesús y huyeron. Pero un jo-
ven lo seguía, cubierto sólo con una sábana. A éste lo agarraron,
pero él soltó la sábana y escapó desnudo.
Llevaron entonces a Jesús ante el sumo sacerdote, y se juntaron
todos los jefes de los sacerdotes, los senadores y los maestros de
la Ley. Pedro lo siguió de lejos hasta dentro del patio de la casa
del sumo sacerdote, y se quedó sentado con los guardianes del
Templo, calentándose junto al fuego.
Los jefes de los sacerdotes y toda la Junta Suprema buscaban al-
guna prueba para condenar a muerte a Jesús, pero no la encon-
traban; porque, aunque muchos presentaban falsos testimonios
contra él, se contradecían unos a otros. Algunos se levantaron y
lo acusaron falsamente, diciendo:
O - Nosotros le hemos oído decir que iba a destruir este Templo
hecho por los hombres, y que en tres días iba a levantar otro no
hecho por los hombres.
L Pero ni aún así estaban de acuerdo en lo que decían.
Entonces el sumo sacerdote se levantó en medio de todos, y le
preguntó a Jesús.
O - ¿No contestas nada? ¿Qué significan estos cargos que te ha-
cen?
L Pero Jesús se quedó callado, sin contestar nada. El sumo sacer-
dote volvió a preguntarle:
O - ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?
L Jesús le dijo:
+ -Sí, yo soy. Y ustedes van a ver al Hijo del hombre sentado a
la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo.
L Entonces el sumo sacerdote se rasgó la ropa en señal de indig-
nación, y dijo:
13
O -lPara qué necesitamos más testigos? Ustedes acaban de escu-
char la blasfemia. lQué les parece?
L Todos estuvieron de acuerdo en que merecía la muerte. Algunos
comenzaron a escupirlo y a taparle los ojos y golpearlo, dicién-
dole:
·O -iAdivina quién es!
L Y los guardianes del Templo lo agarraron a bofetadas.
Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó una de las emplea-
das del sumo sacerdote; y al ver a Pedro, que se estaba calen-
tando junto al fuego, se quedó mirándolo y le dijo:
·O -Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret.
L Pedro lo negó, diciendo:
D -No lo conozco, ni sé de qué estás hablando.
L Y salió afuera, a la entrada. Entonces cantó un gallo. La emplea-
da vio otra vez a Pedro y comenzó a decir a los demás:
O -Este es uno de ellos.
L Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí le
dijeron a Pedro:
·O -No hay duda que eres uno de ellos, como que eres de Gali-
lea.
L Entonces Pedro comenzó a jurar y perjurar, diciendo:
D -iNo conozco al hombre de quien ustedes están hablando!
L En aquel mismo momento cantó el gallo por segunda vez, y Pe-
dro se acordó de que Jesús le había dicho que antes que can-
tara el gallo por segunda vez lo negaría tres veces. Y se echó a
llorar.
15
Llevaron a Jesús a un sitio llamado Gólgota (que quiere decir
"La Calavera"), y le dieron vino mezclado con mirra; pero Jesús
no lo aceptó. Entonces lo crucificaron. Y los soldados echaron
suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús y ver qué se lle-
varía cada uno.
Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. Y pusieron
un letrero en el que estaba escrita la causa de su condena: "El
Rey de los judíos". Con él crucificaron también a dos bandidos,
uno a su derecha y otro a su izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo:
O -iEh, tú, que derribabas el Templo y en tres días volvías a levan-
tarlo, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz!
L De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes
y los maestros de la Ley. Decían:
O -A los otros los salvó, pero a sí mismo no puede salvarse. iQue
baje de la cruz ese Mesías, Rey de Israel, para que veamos y
creamos!
L Y hasta los mismos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Al llegar el mediodía, toda la tierra quedó a oscuras hasta las
tres de la tarde. Y a las tres de la tarde, Jesús gritó con voz muy
fuerte :
+ -Eloi, Eloi, l lema sabactani?
L (Es decir:
+ - Dios mío, Dios mío, lpor qué me has abandonado?)
L Algunos de los que estaban allí, lo oyeron y dijeron:
O - Miren: está llamando a Elías.
L Entonces uno de ellos corrió a empapar una esponja en vino avi-
nagrado, la amarró a una caña y se la acercó a Jesús para que be-
biera, diciendo:
O - Déjenlo, a ver si viene Elías a soltarlo.
L Pero Jesús dio un fuerte grito, y murió.
Y el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y el capi-
tán, que estaba frente a Jesús, al ver que había muerto gritando
de esa manera, dijo:
O -No hay duda que este hombre era Hijo de Dios.
Fin de la lectura breve.
16
L Estaban también allí, mirando de lejos, algunas mujeres, entre
las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Santiago
el menor y de José, y Salomé. Ellas habían seguido a Jesús y lo
habían ayudado cuando estaba en Galilea. Además había allí
muchas otras que habían ido con él a Jerusalén.
Cuando anochecía el día de la preparación, es decir, la víspera
del día de reposo, José, natural de Arimatea y miembro impor-
tante de la Junta Suprema, el cual también esperaba el Reino de
Dios, se atrevió a ir donde Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al capitán
para preguntarle cuánto tiempo hacía de ello. Cuando el capitán
lo hubo informado, Pilato le entregó el cuerpo a José. Entonces
José compró una sábana de hilo, bajó el cuerpo y lo envolvió en
ella. Luego lo puso en un sepulcro tallado en la roca, y tapó la
entrada del sepulcro con una piedra. María Magdalena y María
la madre de José miraban dónde lo ponían.
17
(Año C)
18
Pues, lquién es más importante: el que se sienta a la mesa o el
que sirve? lNo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo yo estoy
entre ustedes como el que sirve. Ustedes han estado siempre
conmigo en mis pruebas. Por eso, yo les pongo a su disposición
un reino, tal como mi Padre lo hizo conmigo, y ustedes comerán
y beberán a mi mesa en mi reino, y se sentarán en tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel.
L Dijo también el Señor:
+ - Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para
zarandearlos como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para
que no se te apague la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí,
dales firmeza a tus hermanos.
L Simón le dijo:
D -Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel, y hasta a morir
contigo.
L Jesús le contestó:
+ - Pedro, te digo que hoy mismo, antes que cante el gallo, tres
veces negarás que me conoces.
L Luego Jesús les preguntó:
+ -Cuando los mandé sin bolso, sin monedero y sin sandalias,
Gles faltó algo?
L Ellos contestaron:
D -Nada.
L Entonces les dijo:
+ - Ahora, en cambio, el que tenga bolso, que lo lleve, y también
monedero; y el que no tenga espada, que venda su abrigo y se
compre una. Porque les digo que tiene que cumplirse en mí eso
que dicen las Escrituras: "Y fue contado entre los malvados".
Pues todo lo que está escrito de mí, tiene que cumplirse.
L Ellos dijeron:
D - Señor, aquí hay dos espadas.
L Y él contestó:
+ - Basta.
19
L Luego salió Jesús. y según su costumbre se fue al monte de los
Olivos, y los discípulos lo siguieron. Al llegar al lugar. les dijo:
+ -Oren, para que no caigan en tentación.
L Se alejó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra, y se
puso de rodillas para orar. Dijo:
+ -Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no se
haga mi voluntad, sino la tuya.
L En esto se le apareció un ángel del ciclo que lo reconfortaba. En
medio de su angustia, Jesús oraba con mayor intensidad, y el su-
dor se le puso como goterones de sangre que caen a tierra . .
Cuando se levantó de la oración, fue a donde estaban los discí-
pulos, y los encontró dormidos, vencidos por la pena. Les dijo:
+ -¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren, para que no
caigan en tentación.
L Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó mucha gente, enca-
bezada por el discípulo llamado Judas, uno de los doce. Este se
acercó a Jesús para besarlo, pero Jesús le dijo:
+ -Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre?
L Los que estaban con Jesús, al ver lo que pasaba, le preguntaron:
D -Señor, ¿atacamos a espada?
L Y uno de ellos hirió al mozo del sumo sacerdote, cortándole la
oreja derecha. Jesús dijo:
+ -Basta con esto.
L Y le tocó la oreja al mozo y lo curó. Luego les dijo a los jefes de
los sacerdotes, a los oficiales del Templo y a los senadores que
habían venido a buscarlo:
+ -¿Por qué han venido ustedes con espadas y con palos, como si
yo fuera un bandido? Todos los días he estado con ustedes en el
Templo, y ni siquiera me tocaron. Pero ésta es la hora de uste-
des: la del poder de las tinieblas.
L Entonces detuvieron a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sa-
cerdote. Allí, en medio el patio, habían hecho fuego, y la gente
se sentó alrededor; Pedro se sentó también entre ellos. En esto,
una empleada, al verlo sentado junto al fuego, se quedó mirán-
dolo y dijo:
20
O - También éste estaba con él.
L Pero Pedro lo negó, diciendo:
D -Mujer, yo no lo conozco.
L Poco después, otro lo vio y dijo:
º .-
-Tú también eres de ellos.
L Pedro contestó:
D -No, hombre, no lo soy.
L Como una hora después, otro insistió:
O -Seguro que éste estaba con él. Además es de Galilea.
L Pedro dijo:
D -Hombre, no sé de qué hablas.
L En ese mismo momento, mientras Pedro aún estaba hablando,
cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro, y
Pedro se acordó de que el Señor le bahía dicho que, ese mismo
día, antes que cantara el gallo, lo iba a negar tres veces. Y sa-
lió Pedro de allí y lloró amargamente.
Los hombres que estaban vigilando a Jesús se burlaban de él y
lo golpeaban. Le taparon los ojos, y le preguntaban:
O -iAdivina quién te pegó!
L Y lo insultaban diciéndole otras muchas cosas.
Cuando se hizo de día, se reunieron los senadores de los judíos,
los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, y llevaron a
Jesús ante la Junta Suprema. Allí le preguntaron:
O - Dinos, leres tú el Mesías?
L El les contestó:
+ -Si les digo que sí, no me. van a creer. Y si les hago preguntas,
no me van a contestar. Pero desde ahora el Hijo del hombre va
a estar sentado a la derecha del Dios todopoderoso.
L Luego todos le preguntaron:
O -lAsí que tú eres el Hijo de Dios?
L Jesús les contestó:
+ -Ustedes mismos están diciendo que lo soy.
21
L Entonces ellos dijeron:
O -¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo
hemos oído de sus propios labios.
22
contrado culpable de ninguno de los delitos de que lo acusan. Ni
tampoco Herodes, puesto que nos lo ha devuelto. Ya ven, no
ha hecho nada que merezca la pena de muerte. Lo voy a casti-
gar, y después lo dejaré en libertad.
L Pero todos juntos comenzaron a gritar:
M -iFuera con ése! iDeja libre a Barrabás!
L A este Barrabás lo habían metido en la cárcel por una rebelión
ocurrida en la ciudad, y por un asesinato. Pilato, que quería de-
jar en libertad a Jesús, les habló otra vez; pero ellos comenzaron
a gritar más fuerte:
M -iCrucifícalo! iCrucifícalo!
L Por tercera vez Pilato les dijo:
O -Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no encuentro en él nada que me-
rezca la pena de muerte. Lo voy a castigar, y después lo dejaré en
libertad.
L Pero ellos insistían a gritos, pidiendo que lo crucificaran; y tanto
gritaron que consiguieron lo que querían. Pilato decidió hacer lo
que le estaban pidiendo; así que dejó en libertad al hombre que
ellos pedían, el que estaba en la cárcel por rebelión y asesinato,
y a Jesús lo entregó a la voluntad de ellos.
Cuando llevaban a Jesús para crucificarlo, echaron mano de un
hombre de Cirene, llamado Simón, que venía del campo, y lo hi-
cieron cargar con la cruz y llevarla detrás de Jesús.
Lo seguía una gran cantidad de gente y de mujeres que se lamen-
taban y lo lloraban. Volviéndose a ellas, Jesús les dijo:
+ -Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mis-
mas y por sus hijos. Porque vendrán días en que se dirá: "Dicho-
sas las que no pueden tener hijos, los vientres que nunca conci-
bieron y los pechos que no dieron de mamar". Entonces comen-
zará la gente a decir a los cerros: "iCaigan sobre nosotros!", y a
las colinas: "iEscóndannos!". Porque si con el árbol verde hacen
todo esto, ¿qué no harán con el seco?
L También llevaban a dos criminales para crucificarlos junto con
Jesús. Cuando llegaron al sitio llamado La Calavera, crucificaron
a Jesús y a los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquier-
da. Jesús dijo:
23
+ -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
L Y los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de
Jesús. La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se
burlaban de él, diciendo:
O -A otros salvó; que se salve a sí mismo, si de veras es el Mesías
de Dios y su elegido.
L Los soldados también hicieron burla de Jesús: se acercaban y le
daban a beber vino avinagrado, diciéndole:
O -iSi tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!
L Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: "Este es el Rey de
los judíos". Uno de los criminales que estaban colgados le insul-
taba, diciendo:
O -iSi tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y también a nosotros!
L Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole:
O -¿Ni siquiera temes a Dios, tú que estás bajo el mismo castigo?
Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pa-
gando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre
no hizo nada malo.
L Luego añadió:
O -Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a reinar.
L Jesús le contestó:
+ -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
L Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra que-
dó a oscuras. El sol dejó de brillar, y el velo del Templo se rasgó
por la mitad. Jesús gritó con fuerza y dijo:
+ -i Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!
L Y al decir esto, murió.
Cuando el capitán romano vio lo que había pasado, alabó a Dios,
diciendo:
O -De veras, este hombre era inocente.
L Toda la multitud que estaba presente y que vio lo que había pa-
sado, se fue de allí golpeándose el pecho. Pero todos los conoci-
dos de Jesús, y también las mujeres que lo habían seguido desde
Galilea, se quedaron allí, mirando de lejos aquellas cosas.
Fin de la lectura breve.
24
Había un hombre bueno y justo llamado José, natural de Arima-
tea, un pueblo de Judea. Pertenecía a la Junta Suprema de los
judíos. Este José, que esperaba el reinado de Dios y que no ha-
bía dado su acuerdo a lo hecho por la Junta, fue a ver a Pilato y
le pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo
envolvió en una sábana de hilo y lo puso en un sepulcro abierto
en una roca, donde todavía no habían sepultado a nadie. Era el
día de la preparación para el día de reposo que estaba a punto
de comenzar.
Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, fue-
ron y vieron el sepulcro, y se fijaron en cómo habían puesto el
cuerpo. Y cuando volvieron a casa, prepararon perfumes y un-
güentos.
VIERNES SANTO
25
L Judas, el que lo estaba traicionando, se encontraba allí con ellos.
Cuando Jesús les dijo: "Yo soy", se echaron hacia atrás y caye-
ron al suelo. Jesús volvió a preguntarles:
+ - ¿A quién buscan?
L Y ellos repitieron:
M -A Jesús de Nazaret.
L Jesús les dijo otra vez:
+ - Ya les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que estos
otros se vayan.
L Esto sucedió para que se cumpliera lo que Jesús mismo había
dicho: "Padre, de los que me diste, no se perdió ninguno". En-
tonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó y le cortó la
oreja derecha a uno llamado Maleo, que era mozo del sumo sa-
cerdote. Jesús le dijo a Pedro:
+ -Vuelve a poner la espada en su lugar. Si el Padre me da a be-
ber este trago amargo, ¿acaso no habré de beberlo?
L Los soldados de la tropa, con su comandante y los guardianes
judíos del templo, detuvieron a Jesús y lo ataron. Lo llevaron
primero a la casa de Anás, porque era suegro de Caifás, sumo
sacerdote aquel año. Este Caifás era el mismo que había dicho
a los judíos que era mejor para ellos que un solo hombre mu-
_r.iera por el pueblo. ~
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. El otro discípulo
era conocido del sumo sacerdote, de modo que entró con Jesús
en la casa; pero Pedro se quedó afuera, a la puerta. Por esto, el
discípulo conocido del sumo sacerdote salió y habló con la por-
tera, e hizo entrar a Pedro. La portera le preguntó a Pedro:
O -¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre?
L Pedro contestó:
D - No, no lo soy.
L Como hacía frío, los criados y los guardianes del templo habían
hecho fuego, y estaban allí calentándose. Pedro también estaba
con ellos, calentándose junto al fuego.
El sumo sacerdote comenzó a preguntarle a Jesús acerca de sus
discípulos y de lo que él enseñaba. Jesús le dijo:
26
+ -Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo; siem-
pre he enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen
todos los judíos; así que no he dicho nada en secreto. ¿Por qué
me preguntas a mí? Pregúntales a los que me han escuchado, y
que ellos digan de qué les he hablado. Ellos saben lo que he
dicho.
L Cuando Jesús dijo esto, uno de los guardianes del templo le dio
una bofetada, diciéndole:
O -¿Así contestas al sumo sacerdote?
L Jesús le respondió:
+ -Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que
he dicho está bien, ¿por qué me pegas?
L Entonces Anás lo envió atado, a Caifás, el sumo sacerdote.
Entre tanto, Pedro seguía allí, calentándose junto al fuego. Le
preguntaron:
O -¿No eres tú uno de los discípulos,de ese hombre?
L Pedro lo negó, diciendo:
D -No, no lo soy.
L Luego le preguntó uno de los empleados del sumo sacerdote, pa-
riente del hombre a quien Pedro le había cortado la oreja.
O -¿No te vi con él en el huerto?
--
L Pedro lo negó otra vez, y en ese mismo instante cantó el gallo . ./
Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador
romano. Como ya comenzaba a amanecer, los judíos no entra-
ron en el palacio, pues de lo contrario faltarían a las leyes sobre
la pureza ritual y entonces no podrían comer la cena de Pascua.
Por eso Pilato salió a hablarles; les dijo:
O -¿De qué acusan a este hombre?
L Le contestaron:
O -Si no fuera un criminal, no te lo habríamos entregado.
L Pilato les dijo:
O -Llévenselo ustedes, y júzguenlo conforme a su propia ley.
L Los judíos contestaron:
27
O -Pero los judíos no tenemos el derecho de dar muerte a nadie.
L Así se cumplió lo que Jesús había dicho sobre la manera en que
tendría que morir. Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó
a Jesús y le preguntó:
O -¿Eres tú el Rey de los judíos?
L Jesús le dijo:
+ -lEso lo preguntas tú por tu cuenta, o porque otros te lo han
dicho de mí?
L Le contestó Pilato:
O -lAcaso soy yo judío? Los de tu nación y los jefes de los sacer-
dotes son los que te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
L Jesús le contestó:
+ -Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría gente a mi
servicio que pelearía para que yo no fuera entregado a los ju-
díos. Pero mi reino no es de aquí.
L Le preguntó entonces Pilato:
O -lAsí que tú eres rey?
L Jesús le contestó:
+ -Tú lo has dicho: soy rey. Yo nací y vine al mundo para dar tes-
timonio de la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me
escuchan.
L Pilato le dijo:
O - l Y qué es la verdad?
L Después de hacer esta pregunta, Pilato salió otra vez a hablar con
los judíos, y les dijo:
O -Yo no encuentro ningún delito en este hombre. Pero ustedes
tienen la costumbre de que yo les suelte un preso durante la
fiesta de la Pascua: lquieren que les deje libre al Rey de los judíos?
L Todos volvieron a gritar:
M -iA ése no! iSuelta a Barrabás!
L Y Barrabás era un bandido.
L Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados
trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de Je-
28
sús y lo vistieron con una capa de color púrpura. Luego se acer-
caron a él, diciendo:
M -iViva el rey de los judíos!
L Y le pegaban en la cara.
Pilato volvió a salir, y les dijo:
O -Miren, voy a sacarlo para que se den cuenta de que no en-
cuentro en él ningún delito.
L Salió, pues, Jesús, con la corona de espinas en la cabeza y vesti-
do con aquella capa de color púrpura. Pilato dijo:
O -iAhí tienen al hombre!
L Cuando lo vieron los jefes de los sacerdotes y los guardianes del
templo, comenzaron a gritar:
M -iCrucifícalo! iCrucifícalo!
L Pilato les dijo:
O -Llévenselo, entonces, y crucifíquenlo ustedes; porque, lo que es
yo, no encuentro en él ningún delito.
L Los judíos le contestaron:
O -Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir,
porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios.
L Al oír esto, Pilato tuvo más miedo todavía. Entró de nuevo en el
palacio y le preguntó a Jesús:
O -lDe dónde eres tú?
L Pero Jesús no le contestó nada. Pilato le dijo:
O -lEs que no me vas a contestar? lNo sabes que tengo autori-
dad para crucificarte, lo mismo que para ponerte en libertad?
L Entonces Jesús le contestó:
+ -No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si Dios no te la hubiera
dado; por eso, el que me entregó a ti es más culpable de pecado
que tú.
L Desde aquel momento, Pilato buscaba la manera de dejar libre
a Jesús; pero los judíos le gritaron:
M -iSi lo dejas libre, no eres amigo del emperador! iCualquiera que
se hace rey, es enemigo del emperador!
29
L Pilato, al oír esto, ordenó que sacaran a Jesús, y luego se sentó en
el tribunal, en el lugar que en hebreo se llamaba Gábata, que
quiere decir el Empedrado. Era el día antes de la Pascua, como
al mediodía. Pilato dijo a los judíos:
o -iAhí tienen a su rey!
L Pero ellos gritaron:
M iMuera! iMuera! iCrucifícalo!
L Pilato les preguntó:
O -¿Acaso les voy a crucificar a su rey?
L Y los jefes de los sacerdotes le contestaron:
M iNosotros no tenemos más rey que el emperador!
L Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran, y
___.., ellos se lo llevaron. ;'
Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado "Lugar de la Ca-
lavera", (que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo crucificaron, y
con él a otros dos, uno a cada lado. Pilato mandó poner sobre
la cruz un letrero, que decía: "Jesús de Nazaret, Rey de los ju-
díos". Muchos judíos leyeron aquel letrero, porque el lugar don-
de crucificaron a' Jesús estaba cerca de la ciudad, y el letrero es-
taba escrito en hebreo, latín y griego. Por eso, los jefes de los
sacerdotes judíos dijeron a Pilato:
O -No escribas: "Rey de los judíos'', sino escribe. "El que dice ser
Rey de los judíos".
L Pero Pilato les contestó:
O -Lo que he escrito, escrito queda.
L Después que los soldados crucificaron a Jesús, recogieron su ro-
pa y la repartieron en cuatro partes, una para cada soldado.
Tomaron también la túnica; pero como era sin costura, tejida de
arriba abajo de una sola pieza, los soldados se dijeron unos a
otros:
O -No la rompamos, sino echémosla a la suerte, a ver a quién le
toca.
L Así se cumplió la Escritura que dice: "Se repartieron entre sí mi
ropa, y echaron mi túnica a la suerte". Esto fue lo que hicieron
los soldados.
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Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su
madre, María, esposa de Cleofas, y María Magdalena. Cuando
Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo a quien tanto
quería, dijo a su madre:
+ - Mujer, ahí tienes a tu hijo.
L Luego le dijo al discípulo:
+ - Ahí tienes a tu madre.
L Desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, como Jesús sabía que ya todo se había cumpli-
do, y para que se cumpliera la Escritura, dijo:
+ -Tengo sed.
L Había allí un jarro lleno de vino avinagrado. Empaparon una
esponja en el vino, la ataron a una rama de hisopo y se la acer-
caron a la boca. Jesús bebió el vino avinagrado, y dijo:
+ -Todo está cumplido.
L Luego inclinó la cabeza y entregó e1 espíritu. /
Era el día antes de la Pascua, y los judíos no querían que los
cuerpos quedaran en las cruces durante el día de reposo, pues
precisamente aquel día de reposo era muy solemne. Por eso le
pidieron a Pilato que ordenara quebrar las piernas a los crucifi-
cados y que quitaran de allí los cuerpos. Los soldados fueron en-
tonces y le quebraron las piernas al primero, y también al otro
que estaba crucificado junto a Jesús. Pero al acercarse a Jesús,
vieron que ya estaba muerto. Por eso no le quebraron las pier-
nas.
Sin embargo, uno de los soldados le abrió el costado con una
lanza, y al momento salió sangre y agua. El que cuenta esto es
uno que lo vio, y dice la verdad; él sabe que dice la verdad, para
que ustedes también crean. Porque estas cosas sucedieron para
que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ningún
hueso". Y en otra parte, la Escritura dice: "Mirarán al que tras-
pasaron".
Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato
para llevarse el cuerpo de Jesús. José era un seguidor de Jesús,
aunque en secreto por miedo a los judíos. Pilato le dio permiso,
y José fue y se llevó el cuerpo. También Nicodemo, el que una
noche fue a hablar con Jesús, llegó con unos treinta kilos de un
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perfume, mezcla de mirra y áloe. Así pues, José y Nicodemo to -
maron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas empapa-
das en aquel perfume, según la costumbre que siguen los judíos
para enterrar a los muertos. En el lugar donde crucificaron a
Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde
todavía no habían puesto a nadie. Allí pusieron el cuerpo de
Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar
el día de reposo de los judíos. e
tv--
Fin
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