Textos para Resumir
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Texto I
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TEXTO II
Hace tiempo que vengo observando con preocupación que la gente se cree la tele.
Que cree que lo estrambótico, arbitrario, excepcional y llamativo, que son norma en la
televisión, constituyen la realidad. Las audiencias se disparan cuando aparecen la mujer
barbuda o el perro de tres cabezas.
El fenómeno no es nuevo. Siempre han existido las coplas de ciego, los cómicos de la
legua y los circos ambulantes que hacían posible lo imposible y por unas horas llenaban la
vida de exageración, de disparate. La diferencia es que antaño a nadie se le ocurría
ordenar su vida cotidiana según esos parámetros. La gente se educaba en familias
estables, bajo tradiciones seculares y con certezas sólidas. A nadie se le ocurría romper su
matrimonio a la vista de una cara o unas piernas bonitas, abandonar a sus hijos para ver
mundo o mentir o darse a la maledicencia para hacerse rico y famoso. A nadie, menos a los
trasnochados y los delincuentes.
En la medida sin embargo en que hemos pasado de ser un pueblo con tradiciones,
relaciones y habilidades heredadas a ser una masa de telespectadores aislados entre sí,
nos hemos hecho vulnerables. Hemos sustituido el paseo, la partida con los amigos o los
juegos en familia por las películas y magazines favoritos. Está demostrado que hasta
carecemos de tiempo para el afecto conyugal por culpa de nuestra entrega a la caja
mágica. Ella acorta las horas de sueño, impide las conversaciones, dificulta la lectura y
hasta sustituye la misa dominical.
El hombre y la mujer actuales están solos. Ante las dificultades no acuden al amigo,
al sacerdote, a sus padres, sino que siguen directamente el ejemplo catódico. Los pocholos,
los cotos, las maricielos se han convertido en los arquetipos. Los que cocinamos los medios
sabemos que estos personajes son monstruos atípicos, creados para divertir a las masas,
pero los telespectadores creen en ellos cada vez más.
Así, el adolescente que experimenta una gran atracción por su amigo cae en la
trampa de creerse homosexual. El depresivo empieza a acariciar la idea de la eutanasia. La
gente se casa, se junta, se divorcia y se desjunta a velocidad de vértigo dejando hijos e
hijas por el camino, heridas abiertas para siempre. Y en general se piensa que hacerse rico
y/o famoso es realmente el objetivo de la vida. El resultado es una infelicidad cada vez más
extendida porque los problemas reales, en lugar de afrontarse, se evitan. Porque la
enfermedad, la duda, la pena que forman parte inevitable e importante de la existencia se
censuran y destierran.
Conviene recordar que la tele no es real. Que se inventa diariamente para
entretener. Que la vida se desarrolla fuera de su estrecho armazón y que los mecanismos
que regulan el ritmo apasionante de la existencia nada tienen que ver con las tonterías
catódicas.
TEXTO III
La ambiciosa operación de acomodar la vida de los países musulmanes a los usos y costumbres
occidentales sigue su curso en todos los frentes de lucha. El militar ya sabemos cómo va (relativamente,
claro), pero en el cultural también se toman iniciativas espectaculares. Estos últimos días hemos sabido
de dos de ellas. Una es el anuncio por parte del rey de Marruecos sobre una paulatina reforma legal que
garantice una cierta igualdad de las mujeres con los hombres en aquel país norteafricano. Y otra, la
concesión del premio Nobel de la Paz (el más político de esos galardones) a una abogada, Shirin Evadi,
en reconocimiento por su labor en defensa de los derechos de las mujeres y de los niños en la República
Islámica de Irán. La intencionalidad última del jurado que se lo otorgó es bien explícita porque el propio
presidente de ese organismo dijo que «se trataba de un mensaje para el pueblo iraní, para el mundo
islámico y por descontado para todo el mundo». ¿Y qué mensaje es ése?, habría que preguntarse. Yo,
desde luego, no lo tengo muy claro. Dudo bastante que los varones occidentales podamos presumir de
querer y respetar más y mejor a nuestras mujeres y a nuestros hijos de lo que lo hacen los orientales. Y
tampoco creo que haya una cultura moralmente superior a cualquier otra, aunque su eficiencia
económica no sea comparable. Se trata de un asunto que da para más de un artículo y para más de un
libro.
Es indudable que un buen número de mujeres ha conseguido, en algunos países occidentales,
unas cotas de independencia económica y social equiparables a las del hombre, pero hay todavía
amplias capas de marginación y discriminaciones salariales. Además del fomento espectacular de la
comercialización de la imagen erótica de la mujer y del auge imparable de la prostitución esclavista. O
del turismo sexual que «victima» tanto a mujeres como a niños. Hablar del buen trato a la mujer en un
país como el nuestro, donde casi todos los días nos desayunamos con la noticia de malos tratos
domésticos, cuando no de asesinatos, resulta un tanto irónico. La tarea de «occidentalizar» el Oriente y
de laicizar el Islam –donde religión, política y moral van tan unidos– está resultando muy violenta y, por
otra parte, me temo que no nos corresponde. Antes de emprender esa nueva cruzada deberíamos
corregir algunas conductas propias. Y tampoco estaría de más que, para demostrar la buena fe de
nuestras intenciones, dejásemos de cometer algunas tropelías. Parece un contrasentido que
reclamemos un mejor trato para las mujeres y los niños por parte de los varones musulmanes mientras
bombardeamos salvajemente a esas mismas mujeres y a esos mismos niños en Afganistán, en Irak o en
Palestina. ¿Quién nos va a creer?
José Manuel Ponte
FICHA Nº FECHA:
TEXTO IV
Por raro y anacrónico que parezca, hay desgracias a las que, por alguna
postura, se les escapa un halo positivo. Y está llegando el momento en que todos
tengamos que bendecir aquel aciago momento de triste recuerdo en que las
primeras manchas de malhadado fuel empezaron a mancillar las playas gallegas.
Gracias a las desgracias de mariscadores, marineros y percebeiros, el
hundimiento de una gabarra en la Bahía de Algeciras se ha convertido en noticia
de primera magnitud, ha concentrado a políticos de todas las administraciones,
alertado a los técnicos y puesto a prueba todas las medidas de seguridad
habidas y por haber. Gracias a las desgracias del pueblo gallego, los gobiernos
central y andaluz han empezado a ver la realidad que se oculta tras los vaticinios
de ecologistas y ayuntamientos campogibraltareños sobre la peligrosa sombra
que se cierne sobre las aguas del Estrecho.
Gracias a las desgracias que padecen la flora y la fauna de la Costa de la
Muerte, se está atendiendo con preocupación a las decenas de aves que cada año
aparecen muertas en las costas andaluzas, se empieza a observar la degradación
medioambiental que sufren nuestros fondos marinos y se otea con desvelo el
horizonte para certificar que el alquitrán también mancha nuestras orillas hace
décadas. Y mire usted por dónde que hasta para emular desgracias hemos tenido
suerte: porque no se ha escapado el fuel de los tanques de la embarcación,
porque sólo está a medio centenar de metros de profundidad, porque el lugar
donde se hundió la gabarra es el mejor de todo el Estrecho y, además, llueve
sobre mojado...
Pero qué pena más grande que la atención a la degradación
medioambiental, la prevención ante acontecimientos contaminantes, las
sanciones a los desalmados armadores, y las ayudas a esas zonas dejadas de la
mano de Dios, sólo lleguen después de una desgracia de las proporciones del
«Prestige», el «Venamagna» o el «Spabunker IV». Qué pena haber tenido que
sufrir...
Mar Correa, ABC
FICHA Nº FECHA:
TEXTO V
humanidad, ¿qué les pedirías a los dioses?”, y él contestó que les pediría que unificaran el significado de las
palabras, de forma que todos las entendiéramos exactamente de la misma manera. Y se podría decir que los
dioses complacieron parcialmente a Aristóteles, pues con las matemáticas disponemos de un lenguaje
ha ido haciendo cada vez más extensiva (sobre todo a partir de Newton, nuestro invitado de la columna
Pero Aristóteles se refería al lenguaje común, y soñaba con eliminar los continuos malentendidos a
los que su uso da lugar, la paradójica incomunicación verbal (precariamente suplida por la comunicación no
verbal) que condena a los seres humanos a una juanramoniana “soledad sonora”. Y, por suerte, los dioses
no escucharon la petición del filósofo. Porque para que dos hablantes se entendieran a la perfección, es
decir, para que entendieran todas las palabras –con todos sus matices y connotaciones– de idéntica manera,
tendrían que ser prácticamente la misma persona. En el plano denotativo del lenguaje podemos lograr
niveles de acuerdo relativamente satisfactorios; de lo contrario, hablar no serviría de nada y las sociedades
humanas no existirían como tales. Pero el plano connotativo es, en gran medida, un universo personal e
intransferible (o de muy difícil transferencia: por eso existe la literatura, y muy especialmente la poesía).
Eso nos causa numerosos problemas, así como una irreductible sensación de alteridad (que Kafka expresó
magistralmente: “A mí me conozco, en los demás creo; esta contradicción me separa de todo”). Puede que
cuando callamos. Continuamente nos recorre un río de palabras, y somos los ecos innumerables que esas
palabras multiplican en el irrepetible laberinto de nuestra mente. Por eso el sueño de Aristóteles, como tantos
otros sueños filantrópicos, se resuelve en pesadilla. Si las palabras significaran exactamente lo mismo para
todos, solo habría un individuo repetido millones de veces, y entonces sí que su soledad, atrapada en un
laberinto de espejos, sería terrible: tan absoluta y vertiginosa como la soledad de Dios.
TEXTO VI
Ahora que el dolor y los nombres de los heridos y los muertos dejan paso a las preguntas, la
necesidad de explicaciones y las reparaciones, ahora, que es el momento para que hablen los políticos y los
gobernantes (y no antes, cuando la atención y las medidas debían centrarse en las víctimas), ahora es el
tiempo para reflexionar sobre los porqués. No el mayor y más desgarrador, por qué a esa hora, por qué ese
hombre, esa muchacha, por qué el fin de una vida joven y sin culpas mayores. No existe razón para
ninguno de esos doscientos muertos, ni para la amputación bárbara de pies y manos, ni para el recuerdo
perenne de los vagones retorcidos. No la hay, salvo que la vida es imprevisible y cruel pese a nuestras
construcciones imaginarias y nuestros consuelos de rutina y tranquilidad, que sabemos que habrá un fin
pero no tenemos el menor poder para preverlo o atenuarlo.
Sin embargo, si como algunas de las pruebas apuntan, como la mayor parte de los diarios internacionales
parecen creer, nos encontramos frente a un atentado islamista, habrá otros porqués; los terroristas habrán
pasado por alto las manifestaciones populares, el no a la guerra de hace un año, para vengarse de la
decisión política que se tomó sin escuchar el rechazo general, y eso nos los hará aún más crueles y
sanguinarios. Como españoles, la mayor parte de nosotros podíamos comprender el odio y el ataque a los
estadounidenses, no hacia nosotros. Pero nada real hicimos para detener esa guerra. No exigimos un
referéndum, no se paralizó el país durante días, ni siquiera se censuró esa política en las elecciones
municipales. Quizás porque la catarsis de las manifestaciones masivas nos dejó satisfechos, quizás porque
tradicionalmente somos un pueblo pasivo, resignado a los tejemanejes políticos y poco participativos.
Quizás porque las posibilidades de inversión en Afganistán e Iraq eran tan interesantes que no se podía
prestar atención a ninguna queja.
Fuimos parte agresora en esa guerra, con una actitud muy similar a la de los americanos;
lamentábamos las víctimas, pero se libraba lejos de nuestro territorio. Y la percepción de sentirnos en
contra, de habernos mostrado en contra, nos hacía desvincularnos de las decisiones políticas, como si los
españoles que colaboraban con Inglaterra y EE UU no fuéramos nosotros.
Lo éramos, y al participar en esas matanzas nos pusimos en peligro. Nunca se entra en una guerra
impunemente. Nada puede justificar una muerte, pero por ello mismo todas las muertes son iguales. La del
afgano y la del Pozo. La del niño iraquí y la del bebé número 199.
No nos lo merecíamos, pero no somos una sociedad inocente. Sí ciega, sí poco reflexiva, sí
ensoberbecida con nuestros pequeños logros en el mundo. Michael Moore, en sus dos ensayos sobre la
política estadounidense habla de cómo los americanos no acaban de entender por qué el resto del mundo
les odian. Nosotros, al parecer, tampoco lo comprendemos: por desgracia, por nuestra culpa, tienen muchas
razones.
Espiro Freire (La Razón)
2.- En el texto se dice que los españoles “somos un pueblo pasivo, resignado a los tejemanejes
políticos y poco participativos”. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación o consideras todo lo
contrario, que somos muy activos y participativos y que no nos dejamos convencer o manipular
fácilmente? Razona tu respuesta.
FICHA Nº FECHA:
PRUEBA DE SELECTIVIDAD
Propuesto en Castilla y León en 2001.
TEXTO VII
ESTORNINOS
Cuestiones
TEXTO VIII
TEXTO IX
La ambiciosa operación de acomodar la vida de los países musulmanes a los usos y costumbres
occidentales sigue su curso en todos los frentes de lucha. El militar ya sabemos cómo va (relativamente,
claro), pero en el cultural también se toman iniciativas espectaculares. Estos últimos días hemos sabido de
dos de ellas. Una es el anuncio por parte del rey de Marruecos sobre una paulatina reforma legal que
garantice una cierta igualdad de las mujeres con los hombres en aquel país norteafricano. Y otra, la
concesión del premio Nobel de la Paz (el más político de esos galardones) a una abogada, Shirin Evadi, en
reconocimiento por su labor en defensa de los derechos de las mujeres y de los niños en la República
Islámica de Irán. La intencionalidad última del jurado que se lo otorgó es bien explícita porque el propio
presidente de ese organismo dijo que «se trataba de un mensaje para el pueblo iraní, para el mundo
islámico y por descontado para todo el mundo». ¿Y qué mensaje es ése?, habría que preguntarse. Yo, desde
luego, no lo tengo muy claro. Dudo bastante que los varones occidentales podamos presumir de querer y
respetar más y mejor a nuestras mujeres y a nuestros hijos de lo que lo hacen los orientales. Y tampoco
creo que haya una cultura moralmente superior a cualquier otra, aunque su eficiencia económica no sea
comparable. Se trata de un asunto que da para más de un artículo y para más de un libro.
Es indudable que un buen número de mujeres ha conseguido, en algunos países occidentales, unas
cotas de independencia económica y social equiparables a las del hombre, pero hay todavía amplias capas
de marginación y discriminaciones salariales. Además del fomento espectacular de la comercialización de
la imagen erótica de la mujer y del auge imparable de la prostitución esclavista. O del turismo sexual que
«victima» tanto a mujeres como a niños. Hablar del buen trato a la mujer en un país como el nuestro, donde
casi todos los días nos desayunamos con la noticia de malos tratos domésticos, cuando no de asesinatos,
resulta un tanto irónico. La tarea de «occidentalizar» el Oriente y de laicizar el Islam –donde religión,
política y moral van tan unidos– está resultando muy violenta y, por otra parte, me temo que no nos
corresponde. Antes de emprender esa nueva cruzada deberíamos corregir algunas conductas propias. Y
tampoco estaría de más que, para demostrar la buena fe de nuestras intenciones, dejásemos de cometer
algunas tropelías. Parece un contrasentido que reclamemos un mejor trato para las mujeres y los niños por
parte de los varones musulmanesmientras bombardeamos salvajemente a esas mismas mujeres y a esos
mismos niños en Afganistán, en Irak o en Palestina. ¿Quién nos va a creer?
José Manuel Ponte
CUESTIONES
Es indudable que un buen número de mujeres ha conseguido, en algunos países occidentales, unas cotas
deindependencia económica y social equiparables a las del hombre.
2) ¿Qué significan las siguientes palabras o frases hechas tal como aparecen en el texto (1 punto):
paulatina, eficiencia, auge, cruzada, tropelías.
FICHA: FECHA:
TEXTO X
Un teniente de la Infantería de Marina llamó una noche a una soldado que estaba a sus órdenes y le
ordenó desnudarse delante de él para hacerle la «prueba del frío», sin la cual, dijo, no obtendría nunca «la
boina», que debe de ser algo así como el título. La chica, aterrorizada, se humilló ante su superior, de
nombre Iván Mariano Moreno (tomen nota, por si se tropiezan con él en un callejón), y regresó llorando al
cuerpo de guardia. El teniente fue condenado a cinco meses de prisión, que recurrió por parecerle
demasiado. El Supremo ha ratificado la condena y santas pascuas, o sea, que el individuo no ha sido
expulsado a patadas de la Marina, ni la soldado, que lleva un año de baja por depresión, ha sido
indemnizada. No es raro que haya que cerrar todos los días alguna instalación militar por falta de
aspirantes. Lo mejor de todo es que el abogado del teniente humillador alegó que el desnudo femenino está
a la orden del día en el cine y en las revistas y en la televisión, por lo que en cierto modo se trataba de una
orden razonable. A este otro individuo tampoco le han quitado aún, que nosotros sepamos, el carné de
abogado. Es probable que mientras yo escribo este artículo, o mientras usted lo lee, continúe rompiendo el
equilibrio ecológico con sus razonamientos. Es todo muy tranquilizador. De hecho, y dado que el teniente
psicópata pidió disculpas a la soldado, no nos extrañaría que se dijera de él que su conducta fue impecable.
¿Les suena la frase? Curiosamente, en la página de al lado del periódico en el que leí esta noticia de
psicoterror aparece otra según la cual los obispos de Estados Unidos están intentando suavizar las condenas
contra los curas pederastas (suponemos que en la misma línea del abogado defensor del teniente: porque la
pederastia está a la orden del día). Y un poco más abajo, en la misma página, aparece el siguiente titular:
«Un hombre arroja a su mujer por la ventana». Imaginamos que si la arrojó por amor, como el del hacha,
será absuelto. Esto es lo que se le olvidó al defensor del teniente psicópata: decir que había desnudado a la
soldado por amor. Por amor a la patria, se entiende. Dios nos asista.
Juan José Millás
FICHA: FECHA:
TEXTO XI
Las condiciones protocolarias impuestas por el presidente iraní, Mohamed Jatami, para la
visita oficial a España que inicia el lunes contienen, en su origen, una falta de educación. Nadie va a casa
ajena, invitado, exigiendo que se cambien las costumbres de aquel hogar, ni pidiendo que escondan el vino o
que las mujeres se cubran con una reminiscencia del burka. Nadie en sus cabales accede a una sinagoga o a
una mezquita saltándose las normas públicas de judíos y musulmanes, y no está bien visto entrar en bikini a
una iglesia católica ni hacerlo en bicicleta hasta llegar al altar mayor.
Mohamed Jatami ha logrado que la diplomacia española trague sus caprichos, y se ha
sustituido la tradicional cena de gala por una recepción en la que sólo se sirvan agua y zumos, y las infantas
doña Elena y doña Cristina de Borbón no estarán presentes en la cena privada que los Reyes de España
ofrecerán al santón persa. ¿Es que no podrían abstenerse de beber vino Jatami y los suyos, y también de los
alimentos prohibidos por sus leyes religiosas, pero sentarse en la mesa oficial para una ceremonia común en
el recibimiento de los jefes de Gobierno? También pueden evitar el contacto físico con las mujeres, siquiera
fuese estrechándoles la mano, y sustituirlo por una reverencia, pero sería lamentable la complicidad con el
concepto de mujer como ser inferior, como infectada por la menstruación o como animal de carga.
La diplomacia española ha sido de una blandenguería evidente a la hora de aceptar las
restricciones iraníes. Se han salido con la suya, y es un hecho indiscutible que nos han despreciado como
anfitriones y que consideran la hospitalidad española como el tubo de la risa. No es cuestión de rasgarse las
vestiduras ni de declarar otra guerra de Perejil por esta invasión de nuestras costumbres, pero hay que anotar
a los negociadores un cero. Y no sólo por el hecho de cambiar nuestras costumbres de acogida por el
capricho ajeno sino porque las restricciones a las que se ha accedido simbolizan actitudes medievales que no
estamos obligados a soportar.
Si nuestros responsables institucionales son recibidos en Teherán por el Gobierno de Jatami,
jamás se les ocurrirá acudir a una cena mostrando una petaca de coñac ni arrancarles el velo a las señoras
para darles un beso. Y, en las reuniones de intercambio comercial, nadie propondrá cambiar vino de Rioja
por dátiles o pornografía por camellos. Malos tiempos en que las razones obvias deben ser no ya explicadas,
sino en que hasta hay que colocar carteles en los restaurantes prohibiendo hurgar la nariz.
En la visita de José María Aznar a Irán la esposa del presidente decidió no participar en el
viaje y así evitó situaciones complicadas. Fue una decisión inteligente. Pero, en la agenda de Jatami para el
próximo lunes, habría que subrayarle que quien acoge es quien manda, que las costumbres del otro han de
ser respetadas, y que nadie impone el jamón de Jabugo salvo en caso de voluntaria conversión a la secta de
la pata negra.
Faustino F. ÁLVAREZ
FICHA: FECHA:
TEXTO XII
No se sorprenderán si les digo que el turismo es una de nuestras primeras industrias. Pero
¿adivinan qué sector hay cuyos servicios producen en España un porcentaje de riqueza similar al turístico?
Pues nuestro idioma común. Sí, eso mismo, la lengua española. No es difícil entender el porqué: el idioma
es un recurso aparentemente inmaterial, sin embargo, no hay actividad económica o mercantil donde no
promedie. Dado que las comunicaciones se han desarrollado vertiginosamente en los últimos años, esos
medios elementales de comunicación que son las lenguas se han instalado en el centro mismo de la
actividad productiva y comercial. Es más, a menudo la agilizan porque actúan como una marca, una
etiqueta, una imagen que representa un ámbito libre de las fronteras políticas y de los aranceles que trazan
los Estados: spanish, espagnol, espanhol, spagnolo, spanisch, spanska... define a un ámbito internacional de
12.207.000 km2 (solo superado por los ámbitos inglés, francés y ruso; unidos al nuestro, los cuatro abarcan
lingüísticamente el 67% de la superficie terrestre), es asimismo un ámbito con cerca de 400 millones de
hablantes natos, más 60 millones de personas que lo hablan o estudian como segunda lengua, un código de
comunicación que es oficial en numerosos organismos internacionales y cuya actividad negociadora en
EEUU, Europa e Hispanoamérica (por orden de rentabilidad) produce unos 500.000 millones de dólares
anuales. Un interesante producto, en fin, asociado a esa precisa marca y a esa precisa imagen: español.
Una gran comunidad lingüística se constituye porque previamente se ha tejido una red de intereses
económicos que fluyen mejor a través de un código común. Pero una vez establecida la lengua común, ésta
se transforma en valor estratégico de primer orden al facilitar la circulación del trato comercial. Hay una
simbiosis entre economía y lengua. Éste es el caso de las grandes lenguas comunes occidentales como el
francés, el inglés, el alemán, el portugués y, por supuesto, el español: si nuestra lengua ha experimentado
un desarrollo multinacional muy considerable desde mediados del siglo XVIII hasta hoy, ha sido porque
los hispanoamericanos la consideraron como la única lingua franca posible para el desarrollo humano y
económico de sus nacientes repúblicas en un momento en que sólo uno de cada tres americanos hablaba
español.
FICHA: FECHA:
TEXTO XIII
Los espejos también se comportan como las personas: unos nos quieren, otros nos odian, otros
simplemente nos ignoran. Todos tenemos al menos un espejo que es nuestro amigo íntimo. Cuando entro por
las mañanas en el baño veo en la repisa del lavabo frascos de cremas y colonias con nombres de dioses. En
medio de este Olimpo cosmético y envasado me afeito contemplando mi rostro en un espejo muy amigo que
se porta bien conmigo: hace que me acostumbre lentamente a la crueldad del tiempo. Por eso le amo. Lo
elegí entre otros muchos. Este espejo no sólo devuelve mejorada mi imagen: también busca el residuo de
viejos ideales que haya podido quedar en mi interior para rejuvenecer con ellos mi cara Pero caminando por
la calle a lo largo de los escaparates uno se vuelve a crear a si mismo. De pronto en la luna de una mercería
te enfrentas con ese desconocido que tú eres. Le miras de reojo y ves que su silueta aún es aceptable; en el
siguiente escaparate lo descubres como un ser derrotado, en otro percibos por primera vez que ya camina
como un viejo, en otro él se esfuerza por pasar con la tripa metida, en otro yergue la espalda para simular
que es un ciudadano jovial. Las distintas imágenes que a uno le devuelven esos cristales pueden ser amables,
indiferentes o desoladas. Por fin concluyes que la vida no es sino ir reflejando tu figura en d escaparate de
los demás como una mena que con el tiempo va generando menos interés en ser adquirida hasta que un día te
encuentras formando parte de una rebaja de grandes almacenes. Pero existen otros espejos que son enemigos
declarados. De pronto al entrar en un probador te sientes acuchillado por la espalda. Son innumerables los
crímenes que los espejos de los probadores han cometido. Algunas personas se han salvado huyendo de allí
en calzoncillos, aunque son muchas más las que han perecido con el ego destrozado dentro de esos cubículos
de las tiendas de ropa entre lunas que no cesan de dar cuchilladas desde los cuatro ángulos.
TEXTO XIV
TEXTO XV
Teniendo un acierto tan feliz como la palabra para comunicarnos y ensanchar las fronteras del
espíritu, incomprensiblemente nos empeñamos en descomunicarnos los unos de los otros nombrando a las
cosas de distinta manera. La diversidad de idiomas tiene sus ventajas, pero al precio de bastantes
perjuicios: une porque disgrega, incorpora porque margina, y enriquece a la totalidad empobreciendo a las
partes. A más idiomas, más rico el universo lingüístico y más pequeñas las comunidades. Como no
queremos prescindir de nuestra lengua y tampoco podemos evitar el estar condenados a entendernos, lo
solucionamos aprendiendo los idiomas de los países hegemónicos.
Nadie puede negar lo maravilloso que sería poder leer a los escritores favoritos sin traducir y sin
necesidad de aprender otras lenguas. Pero ¡qué remedio!, las cosas son como son y estamos dispuestos a
conformarnos con el valor histórico y cultural que encierra cualquier idioma, dialecto o incluso
pronunciación o modo especial de hablar en cada lugar, por pequeño que sea. Un valor muy en boga y al
que no tengo nada que alegar. Lo que no parece coherente es enaltecer esos valores idiomáticos y, al
mismo tiempo, pretender unificar el idioma artificialmente en base a los límites geográficos del poder
regional. Puestos a ser prácticos, lo más conveniente sería que todos habláramos y escribiéramos
Esperanto. Si se trata de conservar historia y cultura, cada lugar debería conservar la suya por incómodo
que sea; mientras más diversidad más riqueza cultural. A mi parecer, lo más sensato sería dejar que
transcurra esa cultura con naturalidad, según las circunstancias, el deseo y la conveniencia de los
interesados. No veo la razón por la que un gallego, por ejemplo, tenga ahora que aprender otro gallego
distinto del que está acostumbrado a hablar. ¡Qué necesidad hay de dictar esas normas ni de forzar el curso
de la historia!
OPCIÓN A
El escritor que concibe su obra como una aventura y a la vez como una tarea de sostenido
empeño intentará que su creación conjugue una experiencia vital única y un saber literarioprofundo y
vasto. La busca y hallazgo de antepasados con los que forjará su propio árbol, de esa genealogía de
autores cuya existencia prolonga y vivifica, le mostrará sus afinidades secretas con otros escritores
abiertos también a multiplicidad de culturas y lenguas, tanto ala tradición oral en la que bebieron
nuestros antepasados antes de la invención de laimprenta como a lo que comúnmente se juzga alta
literatura. "El más hermoso jardín", leemos en las Mil y una noches, "es un armario lleno de libros". Y
ese jardín de árboles detodas las especies, hierbas, plantas y helechos arborescentes abarcará, como
nos enseñó Cervantes, el grato y bien sombreado bosque de la escritura. En el espacio público de la gran
plaza de Marraquech, declarado por la UNESCO Patrimonio Oral de la Humanidad, he aprendido a
escuchar las leyendas, poemas y crónicas de las tradiciones que convergen en ella y que probablemente
no difieren mucho de las conservadas por los "tesoros humanos vivos" de las comunidades indígenas de
México y de toda Iberoamérica: un patrimonio frágil y gravemente amenazado por la modernidad
desaforada en la que vivimos. Y junto a esas fuentes vivas procuro intemanue y perdemie también en la
biblioteca de Babel cervantina y borgiana, en el fascinador jardín de los senderos que se bifurcan. Mi
curiosidad por las literaturas de Oriente y Occidente, por los cruces, injertos, polinizaciones que se
producen fuera de los cotos del saber programado y de las aproximaciones eruditas reductivas y
estériles- a nuestros clásicos, me ha arrimado a escritores del pasado cuya lectura es una aventura,
porque su escritura también lo fue. Hablo de autores sin los cuales la literatura en lengua española no
existiría o sería trunca y distinta: de Juan Ruiz, de Femando Rojas, Delicado, san Juan de la Cruz,
Cervantes, Quevedo, Góngora... y también de los que componen el acervo universal ya sea griego o
latino, iraní o árabe. Sin olvidar a quienes descubrieron en el Quijote el fértil territorio de la duda y de
las posibilidades de juego de la novela: los Sterne, Diderot, Flaubert, toda esa tradición de "la Mancha" -
y de Las Mil y una noches- evocada por Carlos Fuentes en un luminoso ensayo. De este modo, las
coordenadas de un escritor como yo se revelan afines a las de los creadores en nuestra lengua que
cervantean, gongorizan y celestinean.
FICHA: FECHA:
TEXTO XVI
Qué diferencia hay entre poner bombas y bombardear? Muy sencillo: las bombas las ponen los
malos, las bombas las arrojan desde los aviones los buenos. Para alcanzar una gloria semejante los buenos y
los malos han recorrido caminos muy dispares. Los buenos se han levantado tranquilamente de la cama por
la mañana después de un sueño reparador; han desayunado zumo de naranja, café y tostadas; han besado a
los niños que se iban al colegio y al bebé adorable que se quedaba en la cuna; luego se han dado una buena
ducha y en el espejo del baño, mientras se afeitaban, se ha reflejado su mirada limpia sin rastro de culpa; su
mujer les ha despedido con otro beso en el rellano y unos se han ido a trabajar a las oficinas del Gobierno,
otros al cuartel, otros a la fábrica de armas. En esas instituciones y empresas del Estado los buenos se han
movido entre grandes ideales y palabras sagradas, que serían puro flato si detrás no hubiera cañones, misiles
y bombarderos. Cada uno ha cumplido con su deber, bien remunerado, que les permite llenar la cesta de la
compra todos los días y llevar de fin de semana a la familia feliz a pescar truchas al río. En cambio, los
malos esa misma noche han dormido bajo una convulsa pesadilla en una piltra maloliente y les ha despertado
una llamada de teléfono con una contraseña para convocarlos de madrugada en un sótano infame de
extrarradio donde otros seres nocturnos, que también están en busca y captura, les esperaban para mezclar
sustancias explosivas en unos bidones o cebar un coche robado con ollas repletas de tornillos y dinamita,
pero todos tienen por igual la mente deslumbrada y en el hueco del cráneo, como en una campana neumática,
les suenan obsesivamente las mismas voces proféticas que oían los redentores y visionarios. El resultado del
esfuerzo de los buenos y los malos suele ser parecido y en ambos casos converge en un cúmulo de sangre.
Un mismo día, mientras un bombardero de alta precisión, cuyo diseño es un modelo de arte conceptual,
lanza un misil equivocado contra un colegio o un hospicio, un coche bomba de aspecto polvoriento estalla en
un mercado popular. Cumplido su respectivo ideal, que ha creado una carnicería ambivalente, los malos
vuelven a la ratonera y allí celebran el éxito asando un cordero clandestino; los buenos desfilan, reciben
medallas, invocan a la patria y después del trabajo llegan a casa y le preguntan a su mujer: ¿ha hecho caquita
el niño? Los malos han puesto una bomba, los buenos sólo han bombardeado.
FICHA: FECHA:
TEXTO XVII
Ibarretxe es un político de raza. Sabe que el sentido de la oportunidad a menudo vale más que el
contenido de los actos. En consecuencia, ha elegido estas fechas para presentar su plan y para lanzar a los
cuatro vientos su irrecusable propuesta de negociación.
En cuanto empiezan las rebajas de enero, el buen consumidor pierde la chaveta. Compra sin tasa, y
en especial compra ropa que no necesita, o que necesita pero no es de su talla, o que, incluso con una rebaja
de hasta el 50%, vale un dinero del que no puede disponer alegremente. Todo porque una palabra mágica
avala su desatino. Como el carnaval en la Edad Media era el periodo destinado al desenfreno, las rebajas son
ahora el periodo que el sentido común concede al despilfarro. Mañana, ya veremos.
La oferta especial de Ibarretxe se ajusta a este modelo. Con la palabra negociación, que repite una
y otra vez, sólo pretende desinhibir la cautela del comprador ante el producto que nos quiere colocar, porque
es obvio que el producto en sí, al menos para Ibarretxe, es innegociable. No se trata de negociar el plan, sino
de aceptarlo o atenerse a las consecuencias. La disyuntiva es sí o sí. Lo único negociable es el procedimiento
formal y los plazos. A cambio, una posible solución a un problema que, en definitiva, se reduce a la cesación
de la violencia armada. De lo demás no se habla. Por supuesto, Ibarretxe no puede garantizar esta
contraprestación, puesto que su partido es soberanista, pero está desvinculado de un sector violento que no
reconoce ninguna autoridad ni parece dispuesto a entregar las armas. Y aunque el PNV pudiera garantizar
que ya no habrá más violencia, esta garantía sólo valdría para España, porque una vez realizada la secesión,
lo que pasara en Euskadi sería de su exclusiva incumbencia en virtud del principio de no injerencia en los
asuntos internos de otros Estados que consagra la Carta de las Naciones Unidas.
Sin embargo, estamos en enero y estas consideraciones no pueden vencer el reclamo de la palabra
mágica: negociación. Con esta fórmula, Ibarretxe confía en que la opinión pública reaccionará como
reacciona ante las rebajas el buen consumidor, que harto de gastar mucho, sigue comprando, porque
confunde gastar menos con dejar de gastar.
Eduardo Mendoza
FICHA: FECHA:
TEXTO XVIII
Con la llegada del buen tiempo los sábados por la mañana el negocio andaba flojo, pero por la tarde
se animaba bastante, porque la gente había ido a la playa y venía a que le quitase el petróleo y las medusas
del pelo. Como todos tenían plan para la noche, se mostraban exigentes con el personal (yo), protestaban por
el precio y no dejaban propina. Cuando se iba el último cliente, al filo de la medianoche, me quedaba
haciendo arqueo y nunca salía antes de las dos, porque me descontaba a cada rato. A aquellas horas la
pizzería ya había cerrado y por no andar cambiando de nutrición me acostaba sin cenar. Los domingos la
peluquería no abría, salvo por encargo, o en vísperas de alguna fiesta señalada, o durante el mes de mayo,
cuando hay bodas a porrillo, aunque jamás vino una novia a que yo la peinase (lo habría hecho muy bien), ni
una dama de honor, ni siquiera un invitado. Pero al menos había suspense. Los domingos con la peluquería
cerrada resultaban menos estimulantes. Por la mañana visitaba dos o tres museos (la entrada es gratuita) y
luego, para sacudirme el aburrimiento, me ponía delante de un parking a ver entrar y salir coches. A eso de
las dos compraba una bolsa de carquiñolis y acudía a casa de Cándida, donde me esperaba una agradable
comida familiar, cuya sobremesa prolongaba nuestro contentamiento, sobre todo en las tardes húmedas, frías
y oscuras del invierno, cuando, acallada la madre de Viriato por las emanaciones de la estufa de butano,
pasábamos al tresillo y allí Cándida trataba en vano de enhebrar una aguja y Viriato leía y comentaba con
didáctica minuciosidad sus obras. A las siete treinta me despedía con inacabables muestras de
agradecimiento, y me reintegraba a mi hogar, veía un ratito la televisión y me acostaba temprano para
empezar la semana con acopio de energía.
(E. Mendoza: La aventura del tocador de señoras, Barcelona, Seix Barral,2001, 37-38)
FICHA: FECHA:
TEXTO XIX
Teniendo un acierto tan feliz como la palabra para comunicarnos y ensanchar las fronteras
del espíritu, incomprensiblemente nos empeñamos en descomunicarnos los unos de los otros nombrando a
las cosas de distinta manera. La diversidad de idiomas tiene sus ventajas, pero al precio de bastantes
perjuicios: une porque disgrega, incorpora porque margina, y enriquece a la totalidad empobreciendo a las
partes. A más idiomas, más rico el universo lingüístico y más pequeñas las comunidades. Como no
queremos prescindir de nuestra lengua y tampoco podemos evitar el estar condenados a entendernos, lo
solucionamos aprendiendo los idiomas de los países hegemónicos.
Nadie puede negar lo maravilloso que sería poder leer a los escritores favoritos sin traducir y
sin necesidad de aprender otras lenguas. Pero ¡qué remedio!, las cosas son como son y estamos dispuestos a
conformarnos con el valor histórico y cultural que encierra cualquier idioma, dialecto o incluso
pronunciación o modo especial de hablar en cada lugar, por pequeño que sea. Un valor muy en boga y al que
no tengo nada que alegar. Lo que no parece coherente es enaltecer esos valores idiomáticos y, al mismo
tiempo, pretender unificar el idioma artificialmente en base a los límites geográficos del poder regional.
Puestos a ser prácticos, lo más conveniente sería que todos habláramos y escribiéramos Esperanto. Si se trata
de conservar historia y cultura, cada lugar debería conservar la suya por incómodo que sea; mientras más
diversidad más riqueza cultural. A mi parecer, lo más sensato sería dejar que transcurra esa cultura con
naturalidad, según las circunstancias, el deseo y la conveniencia de los interesados. No veo la razón por la
que un gallego, por ejemplo, tenga ahora que aprender otro gallego distinto del que está acostumbrado a
hablar. ¡Qué necesidad hay de dictar esas normas ni de forzar el curso de la historia!
TEXTO XX
Yendo a ninguna parte, me encontré el otro día con un grupo de personas, convocadas por
Nación Andaluza, que se manifestaban en contra de Canal Sur porque no promociona el habla andaluza,
tal y como exige su ley de creación. Siempre he sido muy reacio a la campaña "Habla bien, habla
andaluz" y, en general a cualquier tipo de política lingüística que vaya más allá de la consideración de la
lengua como un derecho individual. La inmersión lingüística, la obligación de denominar a las empresas
en el idioma oficial, la prohibición de comercializar objetos con palabras extranjeras [...] y otras técnicas
similares, que priman lo colectivo sobre lo individual, me producen rechazo, por más que se trate de
disposiciones empleadas en países de gran raigambre democrática, como Cataluña, Québec, Francia...
Sin embargo, ese día estaba especialmente dispuesto a cambiar de opinión, como el náufrago
ateo que en medio de la tormenta descubre su fe, porque llevaba media mañana navegando por las
tiendas de Granada en busca de unos pantalones de determinada marca, sin más resultado que las
continuas negativas de empleados, pronunciadas siempre con una impecable dicción castellana [...].
Además, ha sido un mes en el que, dando tumbos por Andalucía, se me han acumulado las anécdotas
sobre el particular: en Málaga, sorprendido porque todos los alumnos de una escuela de hostelería
hablaban fino, le pregunté al director por la causa de la masiva presencia de castellanos y me respondió
que la mayoría eran andaluces pero que se esforzaban por "hablar bien"; en Cádiz, una locutora de radio
pública me comentó que, cuando empezó a trabajar, hace unos diez años, la obligaron a desprenderse
de su seseo..
Cuatro anécdotas y una manifestación son demasiado, incluso para un recalcitrante
antiprohibicionista como yo, así que de pronto tomé conciencia de que algo habría que hacer para
defender el andaluz.
Desde luego, mi conversión no ha ido tan lejos como para pedir que en las oposiciones se puntúe
más a quien habla andaluz. Ni siquiera llego a pedir que se fomente el andaluz en los medios de
radiodifusión (no vaya a ser que eso impida la llegada de profesionales foráneos), pero si me gustaría que
los poderes públicos ayudaran a extirpar lo que es un muy difundido estereotipo y que está en la base de
los comportamientos que he citado: el acento andaluz como prototipo de poco educados, pueblerinos,
socialmente inferiores; algo, por tanto, que es mejor no usar cuando se está ante extraños.
Ahí es donde puede echar una mano Canal Sur. Aunque el grueso de la tarea es responsabilidad
de todos los andaluces y consiste en quitarnos de encima cierto complejo de inferioridad que todavía
mantenemos frente a los que hablan fino. Se trata, simplemente, de seguir la receta que dio Gonzalo de
Berceo hace ya más de 700 años: no hay que avergonzarse de usar el román paladino, que es como
"suele el pueblo fablar a su vecino".
TEXTO XXI
2. Indique qué tipo de texto es y caracterice su lenguaje. (No se pedirá en el curso 09-10, pero deben hacerla)