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Las Casas de Nylon

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LAS CASAS DE NYLON

PERSONAJES

AMANDA, transexual, 25 años.

FRANCO, juez, 40 años.

LUCÍA, prostituta, 24 años.

La acción se desarrolla en el interior de una casa construida por el Servicio de Vivienda

y Urbanismo (SERVIU) en alguna población del país.

1
ESCENA I

(La casa. Una vivienda pobre y estrecha que simula ser un hogar de verdad. La

pintura de las paredes está corroída y manchada con hongos producto de la humedad,

mientras que unos plásticos de nylon recubren las ventanas y las puertas. En el interior,

todos los muebles están desordenados y sucios, como después de una fiesta furiosa.

Al encenderse las luces, vemos a Lucía tirada sobre el piso, junto a la ventana,

sosteniendo entre sus manos una botella de vino. A su lado mantiene una pequeña radio

portátil, con la que juega sintonizando diversas frecuencias radiales: se escuchan noticias,

comentaristas de fútbol, boleros, avisos comerciales, etcétera.

De improviso, se perciben por la ventana las luces de un automóvil que llega hasta

el lugar, y enseguida, el sonido de risas y pasos subiendo por una pequeña escalera. Se

abre la puerta, y entra Amanda, vestida con unas lentejuelas escandalosas. Detrás suyo

aparece tímidamente Franco, vestido con un terno sucio y arrugado. En sus manos lleva un

abrigo. Ambos miran entonces a Lucía).

AMANDA.- Ya, chica Lucy, levanta el culo y multiplícate por cero. Mira que vengo con

un cliente.

(La mujer la mira. Toma con torpeza la botella de vino a medio vaciar, y luego sale

de la habitación murmurando algo incomprensible).

2
AMANDA (al hombre).- Ven, pasa. ¿Por qué te quedas tan parado? Cualquiera diría que te

he traído hasta el infierno. (El hombre avanza. Amanda trata de arreglar el cuarto). Tengo

un sofá-cama. No creo que te moleste, ¿o sí? (comienza a desarmar el sofá-cama).

FRANCO.- ¿Quién es ella?

AMANDA.- ¿Ella? Es Lucía, otra putona que vive conmigo.

FRANCO.- ¿"Otra"? ¿Cuántas personas viven contigo?

AMANDA.- ¿Y eso qué te importa? ¿O acaso te molesta que te escuchen cuando lo haces?

FRANCO.- No, es que...

AMANDA.- ¿Gimes mucho? Yo soy una loca gritona. Me gusta que toda el barrio sepa

cuándo lo hago. Escúchame (se acerca a la ventana y simula un orgasmo largo y

escandaloso. Pausa). ¡Mierda! Ha comenzado a lloviznar. La calle está repleta de pozas

negras. ¿Trajiste el condón?

FRANCO.- Sí, tengo un par en el abrigo (intenta sacarlos).

3
AMANDA.- Ay, mi amor, si te creo. No soy la Gestapo. Ven, sácate la ropa (se le acerca).

FRANCO (nervioso).- No, todavía no...

AMANDA.- Pero, ¿por qué no?. Si lo que vamos a hacer es tan exquisito... Además, yo

estoy a punto de estallar.

FRANCO.- Es que...

AMANDA.- ¿Es que qué?

FRANCO.- Es que yo nunca antes...

AMANDA.- ¿Nunca... antes... lo habías hecho? ¿Nunca? (se ríe burlonamente).

FRANCO.- No, claro que sí, pero jamás...con... con alguien así... como tú.

(Amanda ríe de nuevo).

AMANDA.- ¿"Cómo yo"? ¿Y cómo soy yo?

4
FRANCO.- Bueno... eres... diferente.

AMANDA.- ¿Diferente? ¿Diferente a quién? ¿A Marilyn Monroe, a Greta Garbo, a la

Virgen del Carmen? ¿Acaso no respiro, no duermo, no sufro cuando me lastiman, no como

cuando tengo hambre, ni trabajo para ganarme la vida? ¿A quién mierda soy diferente, por

favor?

FRANCO.- A las demás.

AMANDA.- Amor: lo que tengo entre las piernas es mi ventaja competitiva en el mercado

de la prostitución. Gracias a este pedazo de carne los hombres me adoran... y algunas

mujeres también.

FRANCO.- Sí, pero para mí es difícil...

AMANDA.- Mira, piénsalo de esta forma: conmigo te llevas 2 putas por el precio de una.

Liquidación de temporada. Hasta agotar stock. ¿Acaso no funciona así el capitalismo?

(Se acerca hasta él, y comienza a besarlo. Lo lleva contra un muro de la habitación.

Luego coloca la mano de él sobre sus calzones. Sin embargo, el hombre se separa de ella

con violencia).

5
AMANDA.- ¿Pero qué mierda te pasa? ¿No estás seguro de hacer esto?

FRANCO.- Te dije que todavía no. Hagamos otra cosa. Conversemos.

AMANDA.- ¡Ay, qué aburrido! Cuando me recogiste de la calle parecías más valiente. Más

salvaje. Pero al parecer me equivoqué contigo. Siempre ocurre lo mismo con los hombres.

Mejor me hubiera quedado en casa, masturbándome sola (se aleja irritada).

FRANCO.- No te enojes. Te pagaré lo que me pidas (saca unos billetes del bolsillo).

AMANDA (volteándose, entusiasmada).- Cariño: eres muy extraño, pero me empieza a

gustar tu manera de pensar (guarda los billetes). ¿Y sobre qué deseas conversar? Soy toda

oídos.

FRANCO.- No sé, da lo mismo.

AMANDA (se acerca y lo besa en una mejilla).- Salió complicado el mariconcito, ¿ah?...

A ver, ¡ya sé!: conversemos de ti. ¿Cómo te llamas? ¿Qué mierda haces? ¿Dónde vives?

¿Qué te gusta comer al desayuno?

6
FRANCO.- Me llamo Franco. Vivo al otro lado de esta ciudad. Me gustan los huevos

revueltos con tostadas. Soy juez del crimen.

AMANDA.- ¿Franco? Estoy segura de que ese nombre es falso; pero no importa, de todas

formas te seguiré llamando así. Lo de juez puede que sea verdad, me parece más

interesante, aunque no tengo la más puta idea de qué mierda significa eso...

FRANCO.- Persigo a los delincuentes. Protejo a los ciudadanos. Hago cumplir la ley.

(Amanda ríe de nuevo).

AMANDA.- ¿Algo así como Superman? ¿Y dónde dejaste la capa dorada y los calzoncillos

rojos? ¡Juez del Crimen! Suena bonito, no te lo puedo negar. Tiene algo de glamour. De

hecho, con sólo nombrar esas palabras me excito. "Señor Juez del Crimen"... ¡uy, creo que

ya se me paró!

FRANCO.- No digas estupideces (se levanta y va hacia la ventana). Tenías razón.

AMANDA.- ¿Yo? ¿En qué?

7
FRANCO.- En lo que me dijiste en el auto. De verdad ésta es la noche más oscura del año.

Sólo se ven caer las gotas de la lluvia y los charcos de barro alrededor de las casas. Pero,

¡por la cresta! (mira su chaqueta y descubre una enorme mancha de pintura).

AMANDA.- Ay, mi dulzura, se me olvido avisarte. Cuando llueve sobre estas casas, el

agua se pasa por los muros, la pintura se corroe, y yo me siento como una pasajera más del

Arca de Noé.

FRANCO (mientras intenta limpiar su chaqueta).- ¡¿Pero qué clase de casa es ésta?!

AMANDA.- No es una casa, baby: es una "solución habitacional", como nos dijo el Señor

Ministro de Vivienda.

FRANCO.- ¿El Ministro? ¿A quiénes?

AMANDA.- A los pobladores de esta Villa. ¿O acaso crees que un montón de casas pobres

que se inundan no ameritan por lo menos una visita del Señor Ministro de Vivienda?

FRANCO.- ¿Estas casas se inundaron?

8
AMANDA.- ¡Oh, my God! ¿En qué país vive, señor Juez? Tengo mi casa envuelta en

nylon, querido. La última moda en París.

FRANCO.- Pero... el agua...

AMANDA.- Yes. Se escurre por las paredes, inunda el baño, luego esta habitación, la

cocina, todo. Atroz. Si quieres te puedo mostrar mi decorado de hongos, bichos y termitas.

Todo por el mismo precio.

FRANCO.- El aviso no decía esto...

AMANDA.- No, por supuesto que no.

FRANCO.- "Amanda, cumple todas tus fantasías. Servicio completo. Activa y pasiva.

Atención a domicilio y en su propio departamento".

AMANDA (irónica).- Mi lenguaje es ambiguo, darling.

FRANCO.- ¡Puta mentirosa! Si ya te pagué, que al menos valga la pena lo que vamos a

hacer aquí. Este lugar es una mugre.

9
AMANDA.- Completamente de acuerdo, querido, pero esta mugre es lo único que te puedo

ofrecer (Pausa). Además, sé que no te irás.

FRANCO.- ¿Por qué estás tan segura de eso?

AMANDA.- Lo percibo en tu mirada.

HOMBRE.- ¿Cuál mirada?

AMANDA.- De perdido, de desesperado. Vamos, sácate la chaqueta.

FRANCO.- Ya te dije que...

AMANDA.- No. Ya no quiero saber nada más de ti. Tu rostro me está dando miedo (le

quita suavemente la chaqueta y lo besa en el cuello).

FRANCO.- Tengo una familia...

AMANDA.- Lo sé. Todos los que llegan a mi cargan con eso. Esposa, hijos, abuelos. Un

asco de aburrimiento.

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FRANCO.- No me refiero a eso...

AMANDA.- Pero mis labios son más fuertes, ¿no?

FRANCO.- Basta, déjame. Te pagaré por conversar. Sólo un par de palabras, y luego me

iré.

(Franco se libera de los brazos de Amanda, quien lo queda mirando un instante.

Luego, ella se acerca a la ventana).

AMANDA.- Tu también tenías razón, querido. Va a llover. Y mucho. Fíjate. Ya están

cayendo las primeras gotas a la calle. Mis vecinos deben estar asustados.

FRANCO.- ¿Asustados? ¿Por qué tendrían que estarlo?

(Amanda rompe un pequeño pedazo del muro y lo tira contra el cuerpo de Franco,

quien lo recoge con torpeza).

AMANDA.- Parece que a tu gobierno se le olvidó comprar unos kilos de cemento.

FRANCO.- No es mi gobierno.

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AMANDA (estallando).- ¡Oh, por supuesto que sí! ¡Tú y todos los imbéciles de La

Moneda deberían ser colgados por lo que me hicieron a mí y a toda esta gente! Pasé cinco

años de mi vida ahorrando, día tras día, para postular a una casa digna y salir de aquel

horrible campamento. Y cuando al fin cumplí lo que ustedes me pidieron, cuando al fin

conseguí la última puta moneda, me trajeron hasta acá, hasta esta villa...y me di cuenta de

que me habían engañado. Mira mis paredes y mis puertas. Esto no es una casa, señor juez,

éste es otro campamento con muros de cemento que su gobierno me construyó...

FRANCO.- Lo siento...

AMANDA.- No lo sientas. Ya no sirve de nada. El dinero y la dignidad van y vienen por

igual en este país. Además, todos los gobiernos son idénticos a mis clientes: una vez que te

penetran y eyaculan, de inmediato comienzan a olvidarse de ti.

FRANCO.- Amanda...

AMANDA.- No, déjame. Quiero pensar un poco (Pausa). Eso. Necesito un trago. Tú

también, cariño. Quizás sólo así logremos hacer el amor, y se me pase un poco esta tristeza

que llevo en el alma (se levanta y prepara un par de tragos).

FRANCO.- Ando con un poco de droga, ¿quieres?

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AMANDA.- No, querido. Yo paso. Este cuerpo que ves no se cuida solo.

(El hombre bebe del vaso que le ofrece Amanda, luego saca la droga y la inhala.

Amanda bebe y mira por la ventana).

AMANDA.- ¿Terminaste?

FRANCO.- Sí.

AMANDA.- ¿Cómo te sientes ahora?

FRANCO.- Nunca en mi vida me había sentido mejor.

AMANDA (volteándose hacia Franco).- Entonces ven. Ahora ya puedes ser mío (lo

abraza y nuevamente comienza a besarlo). Vamos, no me digas que no. Al menos por esta

noche, por favor...

(Ambos se besan y comienzan a desvestirse apasionadamente el uno al otro, hasta

que Franco queda de rodillas frente a Amanda).

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AMANDA.- Vamos, Franco. Soy tuya esta noche. Bájame estos calzones.

(Franco lo hace, y Amanda queda desnuda. Enseguida, Franco mira el rostro de

Amanda, y luego su pene. Súbitamente, se levanta y comienza a tener arcadas).

FRANCO (mientras intenta vomitar).- Lo siento.

AMANDA.- No te preocupes. Ya estoy acostumbrada a estas cosas. No es la primera vez

que alguien me rechaza (comienza a vestirse).

FRANCO.- Debí imaginar que algo así sucedería.

AMANDA.- Será mejor que te vayas...

FRANCO (mientras recoge su ropa).- ¿Estás segura?

AMANDA.- Sí, cariño (Pausa). Tú también tenías razón.

FRANCO.- ¿En qué?

AMANDA.- En lo que me dijiste en el auto

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FRANCO.- ¿Qué cosa te dije en mi auto?

AMANDA.- "En todas las ciudades hay putas. No hay otras mujeres más solitarias que

ellas". Eso fue lo que me dijiste. Y es la verdad. Pero en este país, Franco, ser puta y

además tener este tremendo pico... No, cariño: eso no tiene glamour, eso no tiene perdón de

Dios (Pausa).

FRANCO.- Amanda, hace frío. Está lloviendo con más fuerza. No me dejes partir.

AMANDA.- Escúchame bien: había una vez un hombre que sembró una semilla en su

campo. La semilla era buena. Pero mientras dormía, vino su enemigo y sembró maleza en

medio de la semilla. Y cuando el trigo comenzó a crecer, apareció también la maleza.

Entonces el hijo del labrador le preguntó: "Padre, ¿no sembraste una buena semilla en tu

campo? ¿De dónde viene esta maleza?". El padre respondió: "Todo esto es obra de mi

enemigo". Su hijo le dijo entonces: "¿Quieres que arranque la maleza?". "No", dijo el

padre, "deja que el trigo y la mala hierba crezcan juntos. Porque cuando llegue el tiempo

de cosecha, yo mismo cortaré la maleza, y entonces la echaré al fuego. Y al trigo lo

guardaré para siempre en mis bodegas" (Pausa).

FRANCO.- ¿Qué significa eso?

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AMANDA.- Que uno de nosotros es la semilla. Y el otro la mala hierba. Y que tú te debes

ir. Adiós, señor juez.

FRANCO.- No puedo.

AMANDA.- ¡Lárgate, hijo de puta!

FRANCO.- ¡No puedo!

AMANDA.- ¡Lárgate de una vez y deja de lastimarme!

FRANCO.- ¡No puedo!

AMANDA.- ¡¿Por qué no?!

FRANCO.- ¡Hoy mataron a mi mujer y a mi hijo!

AMANDA (mientras le lanza objetos, furiosa).- ¡No me importa! ¡Lárgate, lárgate,

imbécil!

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(Franco esquiva los objetos y los golpes de Amanda, e intenta controlarla).

FRANCO.- ¡Cálmate! ¿No lo entiendes? ¿Es que acaso no lo entiendes? ¡No me puedo ir!

Tengo miedo de mi mismo, de mis pensamientos, de lo que pueda hacer. Tú eres la única

persona con la que ahora puedo estar (Pausa).

AMANDA.- Cariño, realmente tú no sabes como tratar a una dama.

FRANCO (mientras llora).- Tengo más dinero. Te pagaré lo que me pidas (saca de su

bolsillo un fajo de billetes y se los entrega).

AMANDA (mientras recoge el dinero).- Dios mío, de verdad que das lástima. Eres tan

pobre, cariño, que lo único que te queda es todo tu dinero.

FRANCO.- Dos días atrás, la víspera de Fiestas Patrias. Yo había trabajado todo el día en el

Juzgado, y lo único que deseaba era estar con ellos. ¿Sabes?, íbamos a celebrar el tercer

mes de su embarazo. Pero cuando al fin regresé a casa, no encontré a nadie. Una hora, dos

horas, tres horas esperé. Nada. Finalmente, salí a pedir ayuda. El policía que me encontré

me observaba como si estuviera mirando a un loco. Enseguida me dijeron la verdad. Había

muerto al salir de su trabajo. Un ebrio la atropelló con su auto. Pero ella ni siquiera se dio

cuenta. Valeria... (ríe con melancolía). Siempre fue tan inocente... Murió de inmediato,

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¿sabes?. La criatura tampoco sobrevivió... No tuvo fuerzas para hacerlo. Apenas recuerdo

lo que hice entonces. Esta tarde, después del funeral de ambos, encontré esto dentro de mi

velador (saca de su bolsillo una fotografía).

AMANDA.- ¿Qué es esto?

FRANCO.- Una fotografía (se la entrega). La primera que me tomé junto a Valeria. Cinco

años atrás. Al reverso tiene una frase escrita por ella.

AMANDA (leyendo).- "Eres un ingenuo y un soñador, pero quizás por eso mismo te amo

tanto" (Pausa). ¿Por qué lloras, señor juez, si ya no te sirve de nada?

FRANCO.- Precisamente por eso, Amanda: porque ya no me sirve de nada es que estoy

llorando.

AMANDA.- ¿Y qué vas a hacer ahora?

FRANCO.- No lo sé (Pausa. Amanda se le acerca). Amanda, tienes que ayudarme.

AMANDA.- ¿Ayudarte? ¿A qué?

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FRANCO.- A encontrar a ese hijo de puta.

AMANDA.- ¿Al que mató a tu mujer?

FRANCO.- Sí. Debo encontrarlo antes que lo haga la policía.

AMANDA.- Te has vuelto loco.

FRANCO.- Y cuando lo encuentre... cuando lo encuentre voy a matarlo, Amanda. Voy a

arrancarle los ojos con mis propias manos.

AMANDA.- Cariño...

FRANCO (mirándola).- ¿Me ayudarás, verdad?

AMANDA.- Sí.

FRANCO.- ¿No es cierto que lo harás por mí?

AMANDA.- Sí.

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FRANCO.- Cógeme, Amanda. Cógeme ahora mismo, antes de que me arrepienta, y ya sea

demasiado tarde.

AMANDA.- ¿Te sentirás mejor si lo hago?

FRANCO.- Sí, sí, por favor...

AMANDA.- Lo que tú pidas, pequeño (se besan)... Lo que tú pidas.

(Ambos comienzan a hacer el amor. Oscuridad).

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ESCENA II

(La misma noche y la misma habitación, algunas horas más tarde. Sólo se escucha

a lo lejos el sonido de la lluvia. Poco a poco el agua ha comenzado a escurrirse por las

paredes. Algunas gotas caen lentamente sobre el piso, y forman pequeñas pozas.

Franco y Amanda están acostados y desnudos sobre el sofá-cama. Pero sólo ella

permanece despierta en la habitación semioscura).

AMANDA (mientras fuma).- Es curioso cómo suceden las cosas en la vida. ¿No te parece,

Franco? (Franco sigue dormido). Nunca del modo en que uno espera. Yo, por ejemplo,

jamás pensé que iba a terminar aquí. En cualquier otro lugar del mundo habría sido más

feliz. Hasta en el infierno, quizás. Pero esta casa es lo único que ahora me va quedando...

Esta casa. Mi casa de nylon. Estoy atrapada aquí. ¿Acaso no lo notaste al entrar, cariño? El

problema es que ya no soy tan joven como antes. Ya no me siento la misma. Antes... antes

me cogía a tres tipos en un mismo día. Ahora ya no. Ahora me canso (Pausa). Ayer vi una

mancha sobre mis senos. Quizás estoy enferma. Quizás a mi también me contagiaron.

Quizás tú mismo te hayas condenado a morir. ¿Me escuchas, Franco?

(En un costado de la habitación aparece Lucía, sosteniendo en su mano la misma

botella de vino a medio vaciar).

LUCÍA.- Bonito discurso, Claudio. Lástima que sólo yo te haya escuchado.

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AMANDA (que se voltea, sorprendida).- No me llames así. Sabes que olvidé ese nombre

para siempre.

LUCÍA.- Discúlpame, "Amanda". Pero sucede que a pesar de vivir juntas hace tanto tiempo

ya ni siquiera te reconozco.

AMANDA (mientras se levanta del sofá-cama y comienza a vestirse).- ¿Qué quieres decir

con eso?

LUCÍA.- Nunca puedes olvidar tu pasado, baby. Nadie puede hacerlo.

AMANDA.- De nuevo estás borracha, Lucía. Entrégame esa botella. (Avanza hacia Lucía

con la intención de quitarle la botella, pero ésta saca un arma y apunta hacia el rostro de

Amanda). ¿Qué estás haciendo?

LUCÍA.- Puede que ahora yo también sea una puta, pero no por eso me voy a olvidar de mi

pasado. ¿O tú sí?

AMANDA.- No sé de qué me estás hablando.

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LUCÍA.- Podría dispararte ahora mismo. Y a él también. Nadie se daría cuenta.

AMANDA.- ¿Qué te sucede mujer? Baja esa arma.

LUCÍA.- ¿Él te cogió tan bien como yo?

AMANDA.- ¿Ah?

LUCÍA.- ¿Te hizo gritar de la misma manera?

AMANDA (nerviosa).- No, Lucía, nunca nadie me ha cogido tan bien como tú. Baja el

arma, por favor.

(Lucía se acerca y golpea con el mango de la pistola a Amanda, la que cae al piso.

Luego apoya el arma contra la cabeza de Amanda).

LUCÍA.- Hazme el amor, Amanda.

AMANDA.- ¿Qué?

LUCÍA.- ¡Vamos! ¿Acaso no soy tu novia? Penétrame por todos mis orificios. Lo necesito.

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AMANDA.- ¿Estás celosa? ¿De eso se trata todo esto?

LUCÍA.- No, mi amor. Sólo estoy nerviosa. Este imbécil no me importa.

AMANDA.- ¿Por qué? ¿Qué pasó?

LUCÍA.- Párate. ¡Vamos, párate! (Amanda lo hace). Hoy recibí una llamada.

AMANDA.- ¿De quién?

LUCÍA.- Adivina de quién. De nuestros queridos amigos del Frente Patriótico. Me

ordenaron que hablara contigo (Pausa).

AMANDA.- Hace muchos años que ya dejé esas cosas.

LUCÍA.- ¡Estúpida! Bien sabes que cualquiera que ingresa al Frente, ya nunca más sale de

él.

AMANDA.- Escúchame bien: ¡yo ya no pongo bombas, yo ya no mato gente ni secuestro

niños! ¡Claudio hacía esas cosas! ¡Amanda no!

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LUCÍA.- ¡No puedes escapar a tu pasado! Tú y yo siempre seremos Lucía y Claudio, los

dos patéticos militantes del Frente Patriótico! (Pausa). ¿O acaso crees que un implante de

tetas borrará lo que fuiste alguna vez?

AMANDA.- No, pero me ayudarán a sobrevivir en estos tiempos.

LUCÍA.- ¡¿Qué tiempos?! (Pausa).

AMANDA.- Detesto la democracia, Lucía. Detesto a este país y a toda su inmunda gente.

Aquí ya no hay sueños. Aquí ya no hay nada. Sólo dinero y más dinero. Ya no soy como

ellos. Ahora soy muchísimo más mala. Vivo cogiéndome a todo el mundo, y su dinero es lo

único que me interesa. Soy una basura también. Claudio sabía de todo esto; él no tenía

fuerzas para vivir en un país así. Por eso mismo lo suicidé. Con estos implantes y con esta

sonrisa de maraco lo suicidé. Y nunca más quise hablar algo de él ni de su maldito Frente

Patriótico. Nunca.

LUCÍA (que sigue apuntando con el arma hacia Amanda).- ¿Sabes algo? Yo tampoco supe

más de él. Claudio y yo creíamos en el futuro, luchamos por el futuro, y dimos la vida por

él. ¿Lo recuerdas? Ahora ese futuro ni siquiera existe. Claudio se hizo travesti, y yo no supe

qué hacer con mi vida (Pausa). Sí, es verdad, no soy más que una puta. Los hombres

25
escupen sobre mí, y yo a cambio recibo su dinero. Pero aún tengo mis ideas. Aún tengo mis

sueños. Aún quiero cambiar este país.

AMANDA.- ¿Cuáles sueños? Todo eso ya pasó. A nadie le importa un pito la Revolución.

LUCÍA.- ¡Mira esta casa, toda derrumbada y cubierta con nylon! ¡Mira este barrio! ¿Ésta es

la alegría que nos prometieron? ¿Todavía quieres vivir en un país así?

AMANDA.- Ya es demasiado tarde, querida. El juego terminó. Tú y yo somos prostitutas

de la Historia. Todos y todas nos penetraron... y esta casa es nuestro único pago. La vida es

una perra, y tú y yo nos convertimos en una.

(Pausa. Lucía, sin dejar de apuntar el arma, saca un cigarro de uno de los bolsillos

de su pantalón. Lo enciende, y luego le ofrece otro a Amanda).

LUCÍA.- ¿Quieres uno?

AMANDA.- No, cariño. Tú sabes que este cuerpo no se cuida solo.

(Pausa. Lucía fuma).

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LUCÍA.- Quieren que hagas un trabajo.

AMANDA.- Te dije que ya estoy fuera.

(Pausa. Lucía se acerca a las fotografía colgadas en la pared).

LUCÍA.- No te estamos pidiendo ningún favor. Te lo estamos ordenando. Además, si te

sigues rehusando... podríamos encontrar a Rodrigo, y quién sabe lo que podría sucederle

entonces...

AMANDA.- ¿Mi hijo? ¿Quieren hacerle daño a mi hijo?

LUCÍA.- A menos que te portes como una buena niña. Depende sólo de ti.

AMANDA.- ¡Imbéciles! ¡Déjenlo fuera de esto! (intenta golpear a Lucía, que la detiene

apuntándole con el arma).

LUCÍA.- ¡Ey, no querrás que tu hijito se quede huérfano de padre, ¿o sí? Además, ¿qué

tanto te importa? Hace más de cinco años que no sabes nada de él...

27
AMANDA (desesperada).- Eso es mentira. Yo siempre estoy pensando en él (hablando

para sí)... Rodrigo, Rodrigo. Mi hijo, el único. Mi última luz en este mundo (Pausa). ¿Por

qué yo?

LUCÍA.- Amanda, tú naciste para ser una frentista. Además, nadie sospecharía jamás de

alguien como tú.

AMANDA.- Cierto. Soy la escoria de esta sociedad. Nadie daría un peso por mí.

LUCÍA (irónica).- No seas tan dura contigo misma. Todo el Frente tiene puestas sus

esperanzas en ti.

AMANDA.- ¿Cuándo y dónde?

LUCÍA.- Mañana por la tarde. El lugar se te informará a su debido tiempo.

AMANDA.- Rodrigo...

LUCÍA.- ¿Qué dijiste?

AMANDA.- Nada (Pausa). ¿Y qué quieren lograr con esto?

28
LUCÍA.- Ruido. Sólo quieren hacer un poco de ruido para que el gobierno no duerma tan

tranquilo. Y de paso, eliminar a un hijo de puta malnacido.

AMANDA.- ¿Cuántas personas?

LUCÍA.- Sólo una.

AMANDA.- ¿Quién?

LUCÍA.- Un juez (Pausa). El mismo desgraciado que encerró a cinco compañeros.

AMANDA.- Nada cambiará en este país con esa muerte. Tú lo sabes.

LUCÍA.- ¡Oh, no trates de argumentar conmigo, querida! Sólo obedece. Ya sabes lo que

pasará si no lo haces (Pausa). Hace frío (resbala y cae sobre un charco de agua). ¡Detesto

esta casa, detesto esta villa, detesto vivir aquí!

AMANDA.- De nuevo se están lloviendo las paredes.

29
LUCÍA (toma el arma y sigue apuntando a Amanda).- No te muevas (se incorpora). Lo

siento, cariño, tengo que irme. Debo informar a nuestros queridos superiores que ya cumplí

con mi parte en la misión. Además (mira a Franco), parece que todavía te queda un poco

de trabajo por ahí.

AMANDA.- No puedes irte, Lucía. Ésta también es tu casa. Tú vives conmigo.

LUCÍA.- No estés tan segura de eso, Amanda. Fue bueno acostarme contigo durante estos

meses, pero todo tiene su fin. Además, ya me cansé de pagarle el puto dividendo al Estado.

AMANDA.- Lucía...

LUCÍA (mientras la apunta con el arma).- No se me acerque, soldado. Estamos en tiempo

de guerra y se le ha encargado una misión. Y por el bien suyo y de su hijo espero que no

meta las patas, ¿entiendes lo que digo?

AMANDA.- No te vayas.

(Lucía saca un sobre de uno de sus bolsillos y la tira hacia donde se encuentra

Amanda).

30
LUCÍA.- Toma. En el sobre hay una fotografía del juez. Recuerda: él es un blanco legítimo.

No quiero dudas ni sorpresas. Aquí está tu herramienta de trabajo (le enseña el arma y la

deja sobre el piso). Adiós, compañera. Nunca me olvides. Juntas venceremos (Sale).

(El agua sigue cayendo al piso. Afuera se escucha todavía el sonido de la lluvia.

Amanda avanza lentamente, como en un sueño, y mira las fotografías de Rodrigo en la

pared. Luego recoge el arma y se sienta sobre el sofá-cama, donde Franco sigue

durmiendo. Enseguida abre el sobre, saca la fotografía que viene en él, la mira un

momento y luego mira a Franco. Entonces comienza a llorar. Las luces se apagan

lentamente).

31
ESCENA III

(Unas horas después. Comienza muy lentamente a amanecer. La lluvia sigue

cayendo, y el agua escurre con más fuerza por las paredes de la habitación. A lo lejos se

escucha el viento del temporal. Amanda se ha colocado un nuevo vestido de lentejuelas, y

sentada frente a una mesa de espejo comienza a maquillarse. En las paredes reposan aún

las fotografías de Rodrigo. Se escucha entonces una canción que suena desde la radio

portátil que sigue tirada en el piso).

FRANCO (despertando).- ¿Tienes mi ropa?

AMANDA.- Está sobre la silla.

(Franco se incorpora desnudo y comienza a vestirse).

FRANCO.- ¿Por qué te estás maquillando?

AMANDA.- Amanda tiene que trabajar, cariño.

FRANCO.- ¿De día? ¿A esta hora?

32
AMANDA.- Es parte del show, baby. Una nunca decide cuándo tiene que subir al

escenario.

FRANCO.- ¿Te gustó lo que hicimos anoche?

AMANDA (mirándolo por un instante).- Siempre me gusta.

FRANCO.- ¿Volverías a hacerlo conmigo?

AMANDA (indiferente).- Si hay buen dinero de por medio, no veo por qué no...

FRANCO.- No me refiero a eso.

AMANDA.- ¿A qué te refieres entonces?

FRANCO.- A hacerlo sin dinero. Sólo por gusto, por diversión, o por simpatía entre

nosotros (intenta besarla en el cuello, pero Amanda lo detiene rápidamente).

AMANDA.- Ni te atrevas, cariño.

FRANCO.- Pensé que ya éramos amigos.

33
AMANDA.- No hay amigos en este negocio, imbécil. O me pagas, o te largas de aquí.

FRANCO (mientras se aleja y toma su chaqueta).- Entonces no te importó nada de lo que

hablamos anoche.

AMANDA.- Ése no es el punto. No he olvidado nada de lo que me contaste. Pero este lugar

no es el Vaticano, mi amor, sino una casa de putas. De verdad lamento lo de tu esposa y lo

de tu hijo, pero no puedo hacer nada más por ti.

(En ese momento, Franco golpea brutalmente a Amanda, la que grita con

desesperación, pero sin poder resistir la embestida de golpes e insultos que recibe.

Enseguida, Franco saca de su bolsillo un puñado de billetes y a la fuerza los introduce en

la boca de Amanda).

FRANCO.- ¡¿Esto es lo que querías, no?! ¡Aquí está todo mi dinero, para que te lo metas

por donde mejor te parezca! ¡No eres más que una perra barata como cualquier otra!

(comienza a golpear los muebles y las paredes, y a destrozar todo lo que encuentra a su

alrededor) ¡¡Valeria, Valeria!! No me dejes solo, por favor. Ya no sé más quién soy. He

perdido todos los rumbos. Quizás soy homosexual. Quizás siempre lo fui, y nunca te lo

dije. O tal vez no... tal vez sólo sea una noche de locura que tarde o temprano pasará

34
(llora). Ya no sé nada de mi mismo... Ya no sé qué debo hacer (se dirige hasta Amanda,

que permanece sangrando en el piso). ¿Y tú lo sabes?

AMANDA.- No, Franco... Yo tampoco sé nada de la vida.

FRANCO.- ¡¿Por qué no me amas?!

AMANDA.- ¿Yo? No, querido... Eso no sucede todos los días.

(Amanda se incorpora con dificultad, mientras Franco queda petrificado mirando

las fotografías de Rodrigo en la pared).

FRANCO.- ¿Quién es éste?

AMANDA (nerviosa).- Nadie que te importe.

FRANCO.- ¿Por qué tienes tantas fotografías suyas colgadas en la pared? (Amanda no

responde) ¡Contéstame! Es uno de tus clientes, ¿no? De seguro te paga mejor que yo. De

seguro te la mete mejor que yo, ¿no es así? (Amanda tampoco responde, y Franco

comienza a destrozar las fotografías en la pared) ¡Puta de mierda! ¡Quiero a mi familia de

vuelta! ¡Quiero a Valeria! ¡Los quiero conmigo otra vez!

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(Rápidamente, Amanda saca de un mueble que yace tirado en el piso el arma que

Lucía le entregó, y de inmediato encañona a Franco en la nuca).

FRANCO (que queda congelado, y casi conteniendo la respiración).- Tienes un arma.

AMANDA.- Sí.

FRANCO (nervioso).- ¿Para qué?

AMANDA.- ¿Te gustó hacer el amor conmigo?

FRANCO- Sí, ya te lo dije. ¿Para qué el arma, Amanda?

AMANDA.- Es mi trabajo.

FRANCO.- ¿Qué?

AMANDA.- Es lo que realmente soy (de un golpe lo pone de rodillas contra el suelo).

Señor juez, desde este momento usted se ha convertido oficialmente en un rehén más del

Frente Patriótico.

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FRANCO.- ¿Qué es esto, Amanda? Baja el arma.

AMANDA.- Ya no estás autorizado a llamarme de esa forma. Mi nombre de combate es

Claudio.

FRANCO.- Esto es una broma, ¿no?

AMANDA.- Demasiadas palabras. ¡Contra el suelo!

FRANCO.- ¿Cómo?

(Amanda lo golpea en la espalda. Franco cae al piso, y con dificultad consigue

respirar).

AMANDA.- Las manos atrás. ¡No te muevas! Quédate quieto. Eso es. Ahora levántate...

Lento, muy lento.

(Lo lleva contra la ventana de la habitación. Enseguida saca unas esposas, y lo

encadena contra las rejas de la ventana).

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FRANCO.- ¡Puta, puta de mierda! ¡Te pagué hasta el último peso! ¿Qué mierda es todo

esto?

(Amanda lo golpea con la pistola en el rostro).

AMANDA.- Nada personal, señor juez. Esto es estrictamente un negocio.

FRANCO (que ha comenzado a sangrar).- ¡No puedes hacerme esto! No ahora.

AMANDA.- Lo sé, querido, lo sé muy bien. Pero tengo que hacerlo.

FRANCO.- ¿Por qué? Tú sabes lo que siento por ti.

AMANDA.- Es una orden. Y no puedo desobedecerla.

FRANCO.- ¿Una orden? ¿De quién?

AMANDA.- Ya sabes de quién.

FRANCO.- ¿Del Frente Patriótico? ¿Por qué?

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AMANDA.- Eso tú también lo sabes.

FRANCO.- Sí, es verdad. Sé por qué. Y no me arrepiento. Yo condené a cinco de tus

compañeros a morir. Pero ellos se lo merecían.

AMANDA.- ¿Qué mierda sabes tú de nuestra lucha?

FRANCO.- ¡Sé lo suficiente como para enjuiciar a cinco asesinos! Amanda, ¿acaso no te

das cuenta? Ellos secuestraron a una familia completa. Padre, madre, dos hijos pequeños. A

él lo mataron frente a los niños, y a ella la violaron por turnos, uno después de otro. Y

enseguida le dispararon en la cabeza.

AMANDA.- Tú no entiendes nada.

FRANCO.- ¿Entender? ¿Qué tengo que entender? ¿Que tu lucha y la de tus amigos es un

delirio, lleno de sangre y destrucción? ¿Qué tu Revolución no es más que una promesa que

nunca jamás llegó? ¿Eso es lo que tengo que entender?

AMANDA.- ¡Oh, cállate, por Dios!

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(Se produce un silencio lleno de tensión. Amanda saca las balas de la pistola, y las

vuelve a colocar una a una).

FRANCO.- ¿Qué estás haciendo?

AMANDA.- Sólo estoy preparando el espectáculo.

(Una parte del techo de la habitación se desmorona. Entra al cuarto un boquete de

luz resplandeciente, y a través de él la lluvia, que comienza a mojar el piso y los cuerpos

con violencia. La habitación parece entonces un barco en alta mar y en medio de una

tormenta).

FRANCO.- ¿Vas a matarme?

AMANDA.- Sí, mi amor.

FRANCO.- ¿Ahora mismo?

AMANDA.- Sí.

FRANCO.- ¿Y de verdad quieres hacerlo?

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AMANDA.- No.

FRANCO.- Entonces ayúdame. No lo hagas, por favor.

AMANDA.- No me pidas eso (Pausa).

FRANCO.- Espera. Quiero hacerte una última pregunta. ¿Quién es el de las fotografías en

la pared?

AMANDA (apuntando con el arma al cuerpo de Franco).- Es mi hijo. Se llama Rodrigo.

FRANCO.- ¿Tu hijo? ¿Y él sabe lo que eres?

AMANDA.- No. Hace años que no lo veo. Con suerte recuerda mi aspecto de hombre.

FRANCO.- ¿Tú lo amas?

AMANDA.- Mucho. Demasiado, quizás.

FRANCO.- Entonces deja esto. No lo hagas. Por ti, por mí... por él.

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AMANDA.- Sabes que no puedo hacerlo (Franco comienza a llorar desesperadamente).

No hagas eso. Por favor.

FRANCO.- ¡Ayúdame!

AMANDA.- ¿Cómo?

FRANCO.- No lo sé. Sólo ayúdame.

AMANDA.- Cierra tus ojos. Eso te aliviará (Franco cierra sus ojos).

FRANCO.- ¿Qué día es hoy?

AMANDA.- Domingo.

FRANCO (aún con los ojos cerrados).- A Valeria le gustaban los domingos... Siempre me

pedía que saliéramos. Llevaba unos pantalones de colores, y me tomaba de la mano. Su

pelo color dorado, sus ojos de almendra, su sonrisa al mediodía...

AMANDA.- Aquí vamos...

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FRANCO.- ¡No lo hagas!

(En ese momento se derrumba la pared lateral de la habitación, y detrás de ella

aparece Lucía, con las ropas completamente destrozadas, y sosteniendo entre sus manos un

arma con la que apunta hacia el público. La lluvia y el viento entran con furia en la

habitación. Las luces se apagan casi completamente, y sólo queda la figura de Lucía de

frente al público. El resto de la escena desaparece).

LUCÍA.- Yo soy la Gran Revolución. Yo abrí las calles a la gente. Yo cargué con la furia

de los pueblos. Yo tenía mi destino. Yo era alguien de verdad. Ahora todo eso ha cambiado

para siempre. Ya no sé más quién soy. Ya no tengo ningún rumbo. Un barco cruza entonces

el océano. La luna le canta a las estrellas. Las linternas giran sin destino, y yo les grito

debajo de la lluvia. Todos me olvidaron. La izquierda y la derecha me olvidaron. Ustedes

también me olvidaron. Sexo anal y lentejuelas. Mil condones y miles de anticonceptivos.

Ahora debo ser políticamente correcta. Necesito ser decente y moderada. Necesito ser como

son ustedes. Los días se me acaban. Las ideas se me acaban. Las sorpresas se me acaban.

(Se escucha entonces un disparo. Luego dos más. Lucía cae al suelo, muerta. El

resto de las luces se enciende, y vemos aparecer a Amanda, apuntando con su arma hacia

el cuerpo de Lucía, mientras Franco continúa esposado a la ventana).

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FRANCO.- ¡La mataste! ¡La mataste! ¡Todo esto ha terminado! El agua inunda para

siempre nuestras calles. Pronto escucharé tu último disparo, y dejaré de ver estas luces que

me ciegan…

AMANDA.- ¿Debo matarte? ¿En realidad debo matarte? (titubea). No... no estoy tan

segura, querido (se acerca a Franco y lo libera de las esposas)..

FRANCO.- ¿Qué estás haciendo?

AMANDA.- No me preguntes. Sólo sé que no te quiero aquí... quiero quedarme a solas.

Nadie más que yo y ella (comienza a llorar).

FRANCO.- ¿Qué vas a hacer con el cuerpo?

AMANDA.- Eso no te incumbe. Es problema mío.

FRANCO.- Pero...

AMANDA.- ¡Lárgate, juez, antes que te meta un tiro por el culo!

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(Franco recoge sus cosas, y se aleja).

FRANCO.- ¿Crees que algún día volveremos a encontrarnos?

AMANDA.- No, y ni siquiera pienses en buscarme (mira entonces hacia el cielo). Se te

hace tarde, señor juez... Ve a buscar a tu asesino, y trata de vivir con eso.

FRANCO.- Entonces ahora...

AMANDA.- Cállate. Detesto las despedidas (Franco se acerca a la puerta). Espera,

Franco. Antes de que te vayas...

FRANCO.- ¿Qué?

AMANDA (dudando un momento).- No, nada...

FRANCO.- Vamos, dime.

AMANDA.- Antes de que te vayas... Dime algo que me alivie.

FRANCO.- No conozco esas palabras.

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AMANDA.- Dime algo. Cualquier cosa.

FRANCO.- ¿Algo? ¿Cualquier cosa?

AMANDA.- Por favor...

FRANCO.- "Cuando yo era niño..."

AMANDA.- Continúa.

FRANCO.- "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba y razonaba como niño; pero,

cuando ya fui hombre, dejé atrás las cosas de niño".

AMANDA.- ¿Qué significa eso?

FRANCO.- No lo sé.

AMANDA.- ¿Y por qué me lo dices entonces?

FRANCO.- No lo sé tampoco. Sólo se me vino a la cabeza.

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AMANDA.- No sirves de mucho para consolar a las personas, Franco.

FRANCO.- No. Lo sé muy bien. Nunca en la vida he servido para ningún carajo. Y nunca

lo haré.

(Franco se va. Amanda queda sola. La lluvia sigue cayendo a mares. Amanda se

acerca lentamente hasta donde yace el cuerpo de Lucía, lo recoge con dificultad y lo

arrastra al centro de la derrumbada habitación. El viento sigue golpeando el nylon sobre

los restos de las paredes).

AMANDA.- Vamos, Lucía. No te quedes por ahí. Tan sola, tan desvalida (la toma entre sus

brazos). Mira ahora nuestra casa: el pequeño pedazo del mundo que a medias levantamos

lo han derrumbado. No pudo sostenerse ante la furia de los años... Y sí, es cierto, la

construimos sobre el aire, pero de aire estaban hechas nuestras vidas. De aire y humo, y

nada más. Ahora todo eso ha terminado. La lluvia te cae sobre el rostro, y es como si al fin

descansaras en una paz desconocida. ¿Qué será de nosotras ahora? No lo sé.. No tengo idea.

Quizás alguien venga a buscarnos algún día... quizás una luz se abra en medio de la noche y

veamos de improviso hacia el otro lado. No lo sé. No tengo ninguna idea. Me estoy

sintiendo perdida. La tierra y la lluvia dan vueltas alrededor de mi cabeza. ¿Qué será de

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nosotras ahora? ¿Quién vendrá a buscarnos? ¿Dónde hallaremos la respuesta? ¿Dónde,

Lucía, dónde? ¿En qué lugar, en qué rincón de esta infinita casa de nylon?

(El último muro de la casa termina por derrumbarse. Entonces el agua entra a

raudales en el cuarto y arrasa con todo lo que encuentra a su paso: con los muebles sobre

el piso, con el cadáver celeste de Lucía, con el trémulo cuerpo de Amanda. La habitación

entonces se inunda. La villa entonces se inunda. El país entero se inunda).

FIN

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