Ii Cto 2023 Final
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Oficial 2023
Directora Invitada: Sharon Lavery
PROGRAMA
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Sharon Lavery
Directora Invitada
La extensa carrera de Sharon Lavery
la ha llevado a dirigir en distinguidas
salas de conciertos de los Estados
Unidos, incluido el Carnegie Hall en
varias ocasiones. Desde 2007 ha
sido directora musical de la
Orquesta Sinfónica de Downey, un
conjunto aclamado como una de las
mejores orquestas metropolitanas
del sur de California.
Sus actuaciones como solista lo han llevado a las más importantes salas de Costa
Rica, así como en otros escenarios en todo el istmo centroamericano, los Estados
Unidos, el Caribe, Suramérica y Europa. Durante su carrera se ha presentado bajo la
batuta de artistas como Agustín Cullell, Giancarlo Guerrero, Irwin Hoffman, Carl
St.Clair, Jorge Lhez, Roman Kopfman, Lior Shambadal, Gabriela Mora, Francesco Belli,
Alejandro Gutiérrez, Jindong Cai, Eddie Mora, Uriel Segal y Martín Jorge, entre otros.
Esta exitosísima página no es otra cosa que un arreglo del segundo movimiento del
Primer Cuarteto para Cuerda Op. 11, que Barber trasladó a la totalidad de las cuerdas
(incluyendo los contrabajos, instrumento que no figuraba en el cuarteto). En su
versión orquestal, la pieza convoca a cinco secciones: violines primeros, violines
segundos, violas, violonchelos y contrabajos. Idéntico fenómeno ocurrió con el
Primer Cuarteto en Re mayor (¡también Op. 11!) de Chaicóvski: el compositor arregló
para orquesta de cuerdas el segundo movimiento, un andante cantabile
indeciblemente bello, que adquirió vida independiente de la pieza a la cual
pertenecía. De hecho, ambas obras comparten rasgos comunes.
Las Danzas Sinfónicas (que pueden ser vistas como una suite orquestal) fueron
estrenadas por Eugene Ormandy y la Orquesta de Filadelfia, el 3 de enero de 1943.
De hecho, la pieza está dedicada a este gran director húngaro y la orquesta que lo
consagró como una de las grandes batutas del siglo XX. Ormandy estuvo asociado
como director titular, asistente o emérito de la Orquesta de Filadelfia desde 1931
hasta 1985, el año de su muerte: ¡más de medio siglo! Compartió el podio con figuras
del quilataje de Stokowsky y el propio Rajmáninov, y pulió la sección de cuerdas hasta
darle un sonido, un fulgor, una brillantez que nadie, en ninguna otra orquesta, logró.
Las cuerdas de la Orquesta de Filadelfia llegaron a ser una leyenda urbana en el
mundo de la música. Rajmáninov elaboró una versión para dos pianos de sus Danzas
Sinfónicas, que estrenó en su residencia de Beverly Hills junto a su amigo Vladimir
Horowitz, en 1942. Esta versión ha sido también interpretada por Stephen Bishop
Kovacevich y Martha Argerich. Es una transcripción sin duda disfrutable, pero me
temo que la pieza depende demasiado de su rutilante, caleidoscópico colorido
orquestal como para que dos pianos puedan hacerle justicia. Esto es aún más
penosamente evidente en la versión para piano solo que elaboró el compositor israelí
Yahli Wagman en 1986. Bastante más lograda e impresionante es la transcripción
para dos órganos propuesta por el compositor y organista francés Jean Guillou.
He aquí el aparato orquestal que Rajmáninov demanda para sus Danzas Sinfónicas:
violines, violas, chelos, contrabajos, piccolo, 2 flautas, 2 oboes, corno inglés, 2
clarinetes, saxofón alto, 2 fagots, contrafagot, 4 cornos, 3 trompetas, 3 trombones,
tuba, timbales, triángulo, pandereta, redoblante, platillos, bombo, gong, xilófono,
glockenspiel, campanas tubulares, arpa y piano. Es un formidable arsenal sonoro, con
una sección de percusión particularmente opulenta.
El título mismo de la obra ha invitado a los bailarines y coreógrafos a crear con ella
diversos espectáculos. El legendario coreógrafo ruso Mijaíl Fokine se mantuvo en
estrecho contacto con Rajmáninov para hacer un ballet, pero la muerte del primero,
en agosto de 1942, le puso fin a una colaboración que prometía cosas maravillosas
(Fokine fue miembro de los Ballets Russes de Diaghilev, y trabajó con Stravinsky, Ravel,
Debussy, Falla, Glazunov, Poulenc y muchos otros en trabajos multidisciplinarios de
enorme jerarquía). Las Danzas Sinfónicas han inspirado coreografías magistrales con
los ballets de Hartford, Connecticut; Carolina Dance Theater, New York City Ballet,
Miami City Ballet, San Francisco Ballet, London Royal Ballet, Royal Opera House en
Covent Garden: todas estas versiones son productos de coreógrafos distinguidísimos,
y difieren infinitamente entre sí: la música genera imágenes muy personales y
singulares en cada gran maestro de la danza.
La obra había sido originalmente titulada Danzas Fantásticas, y sus tres secciones
llevaban por nombres “Día”, “Crepúsculo” y “Medianoche”, pero Rajmáninov decidió
limitarse al genérico título Danzas Sinfónicas. De toda suerte, el espíritu de esta pieza
es en efecto fantástico y por momentos mórbido y abigarrado. La primera danza (Non
allegro) contrapone un tema fuertemente ritmado, con una sección central en la que
el saxofón alto entona una de las más bellas, eslavas y melancólicas melodías que
Rajmáninov nos regalara. Este tema justifica perfectamente la descripción que
Stravinsky hizo de su colega: “Eran casi dos metros de pura tristeza y añoranza rusas”.
La melodía del saxofón es retomada por los violines, y luego da paso al tempo
intensamente ritmado del inicio. Bellísima coda en estilo modal, con acompañamiento
del piano: Rajmáninov siempre se sintió atraído por la música de la liturgia ortodoxa
rusa. Es cosa que palpamos en su obra maestra para coro a capella Las Vísperas, y
por doquier en su música sinfónica y pianística. Esto le confiere a su obra un
arcaísmo, una lejanía espacial y temporal que nos deja transidos de nostalgia, de
irremediable añoranza.
La segunda danza (Andante con moto, Tempo di valse) comienza con tres acordes
isonantes de los cobres que pronto dan lugar a un vals. Pero no es un vals
cualquiera. Es, en realidad, una danza macabra: la atmósfera es lúgubre, la melodía
vagarosa e incierta, la luz crepuscular. Mucho hay en esta pieza del impresionismo
francés, del Debussy de “Nuages” (Nocturnes) y más aún, de La Valse de Ravel. Algo
hay de amenazante, en esta música. Algo torvo, lúgubre, misterioso. No es un vals
vienés en el estilo de los Strauss ¡en modo alguno! Es, antes bien, un vals de
fantasmas. El tema, en el corno inglés y luego en las cuerdas, nos acerca al
sentimiento preeminente del poema sinfónica La isla de los muertos: es una especie
de voluptuosidad de la muerte, de abandono tanásico y gozoso al morir.
La tercera danza (Lento assai, Allegro vivace) es un pandemónium, una noche de
Walpurgis, en la que aparecerá variado de mil diferentes formas el tema que
obsesionó a Rajmáninov toda su vida: la secuencia medieval de la misa de difuntos, el
Dies Irae (“Días de ira”). Este inescapable motivo aparece en la Rapsodia sobre un
Tema de Paganini para Piano y Orquesta, en el Scherzo de la Segunda Sinfonía, por
doquier (en el primero como en el segundo plano, operando como tema o como
mera textura) en el poema sinfónico La isla de los muertos, en las tres óperas que
Rajmáninov nos legó (y que nunca se escuchan), y en varios Preludios, Études-
tableaux y Moments Musicaux para piano. El Dies Irae hacía las veces, prácticamente,
de su “firma” musical. Estamos en presencia de otra danza macabra, pero en este
caso all demons got loose, y el salón de baile se transforma en una sala de orgías, un
dionisíaco delirio se apodera de los danzantes: la imagen es digna del gótico relato de
Edgar Allan Poe “La máscara de la muerte roja”. Los instrumentos de percusión
estallan constantemente, el glockenspiel y el xilófono evocan el entrechocar de
huesos, mientras un tema religioso tomado del repertorio de la liturgia ortodoxa rusa
intenta prevalecer en medio de este demoníaco frenesí. Es el tema “Bendito seas,
Señor”. En esta música lo sacro y lo profano (peor aún: lo procaz y chirriante) se
trenzan en feroz combate. Después de la lenta sección central, la pieza no hace otra
cosa que ganar en vértigo y velocidad, hacia una coda estrepitosa, estentórea, donde
le corresponde al gong dar la última nota. Y este es un punto siempre en disputa.
Algunos directores dejan que el gong resuene casi hasta apagarse, otros lo “cortan”
tan pronto cae el acorde final de la orquesta. En lo personal, prefiero la primera
opción. Existe una tercera posibilidad, dejar que el gong resuene por un par de
segundos, pero luego apagarlo rápidamente. Formidable, formidable, formidable
música. Todas las facetas de Rajmáninov están en ella presentes. Es un “canto de
cisne” en el que el compositor se autorretrató con descarnada fidelidad.
Próximamente
III Concierto
Temporada Oficial 2023
Programa:
Félix Mata, Suite para cuerdas
Mozart, Sinfonía no. 40 en sol menor, K. 550
Tchaikovsky, Variaciones sobre un tema rococó, op. 33
Hindemith, Metamorfosis sinfónica, sobre temas de C.M von Weber
Patrocinadores
Jacques Sagot
Orquesta Sinfónica Nacional de Costa Rica
Carl St. Clair, Director Titular