Historia de Roma
Historia de Roma
Historia de Roma
La historia posterior de Roma, sea en la Edad Media y en las épocas sucesivas, presenta
un carácter más bien comunal, localista, y está casi siempre ligada a la historia del
Pontificado, la de Italia y la de pueblos, reinos e imperios que intentaron (lo hicieron en
ocasiones) ejercer dominio sobre la ciudad.
Con casi 3000 años de historia, la ciudad es un buen ejemplo del desarrollo cíclico que
puede tener una entidad urbana: un desarrollo geográfico y demográfico hasta el límite
de lo posible (Roma Antigua), el estancamiento y el declive hasta casi desaparecer
(Edad Media), y un nuevo desarrollo (Edades Moderna y Contemporánea). Pocas
ciudades han tenido tal evolución y jugado a la vez un rol tan importante en la Historia
universal, ya sea como crisol de civilizaciones o sede de importantes movimientos
artísticos y de instituciones, tanto civiles como religiosas. La persistencia de esta ciudad
y de su población, en medio de tantos avatares históricos, constituye un hecho
destacado.
Contenido
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1 Prehistoria de Roma
2 El surgimiento de Roma y la civilización romana
o 2.1 Fundación de Roma
o 2.2 Desarrollo urbanístico durante la antigüedad
o 2.3 La Monarquía romana
o 2.4 La República romana
2.4.1 Gobierno y sociedad de la República romana
2.4.2 El poder militar romano
2.4.2.1 Roma conquista Italia
2.4.2.2 Roma conquista el Mediterráneo Occidental
2.4.2.3 Roma conquista el Mediterráneo Oriental
2.4.3 Manifestaciones culturales de la República romana y su
helenización
2.4.3.1 Arte
2.4.3.2 Literatura
2.4.3.3 Mitología y religión
2.4.4 El fin de la República
o 2.5 El imperio romano
2.5.1 La romanización de Occidente
2.5.2 La evolución social durante el imperio
2.5.3 La crisis del siglo III
2.5.4 La decadencia y división del Imperio Romano
2.5.4.1 El final del Imperio Romano de Occidente y el rol
de la Iglesia
o 2.6 El legado cultural de la Roma Antigua
3 Antigüedad Tardía
o 3.1 Guerra Gótica (535-554)
o 3.2 Roma bizantina (554-727)
o 3.3 Lombardos (568-774)
4 Alta Edad Media
o 4.1 Roma Pontificia (desde el 727)
o 4.2 Imperio Carolingio (774-843)
o 4.3 La nobleza feudal romana y el "Siglo de Hierro del Pontificado"
(siglo X)
o 4.4 El Sacro Imperio Romano Germánico y el cesaropapismo medieval
(desde la segunda mitad del siglo X)
5 Baja Edad Media
o 5.1 Gregorio VII (siglo XI) e Inocencio III (siglo XII): la teocracia
pontificia universal
o 5.2 Los movimientos comunales populares de la Baja Edad Media: la
Comuna Romana
o 5.3 Roma, centro de peregrinación medieval
o 5.4 El cautiverio de Aviñón y la aventura de Cola di Rienzo (siglo XIV).
o 5.5 El retorno del papa a Roma y el Cisma de Occidente (segunda mitad
del siglo XIV y primera mitad del XV).
6 Época Moderna
o 6.1 Roma, centro del Renacimiento artístico italiano
o 6.2 Roma y la política italiana del Renacimiento
o 6.3 Roma, bastión de la Contrarreforma (segunda mitad del siglo XVI)
o 6.4 El siglo XVII: La época del Barroco y la declinación de la influencia
pontificia en Europa
o 6.5 Los intentos de modernización de los Estados Pontificios durante el
siglo XVIII
7 Época Contemporánea
o 7.1 Siglos XVIII y XIX
7.1.1 La Ilustración y el avance del laicismo modernista: presión
política e ideológica sobre Roma
7.1.2 La Revolución Francesa y la República Romana
7.1.3 Los movimientos liberales y nacionalistas del siglo XIX y la
unificación de Italia
7.1.4 Roma, capital del Reino constitucional italiano (hasta 1922)
o 7.2 Siglo XX
7.2.1 La Roma fascista de Benito Mussolini y la Segunda Guerra
Mundial
7.2.2 Roma, capital de la República de Italia
8 Bibliografía
9 Referencias
Las pistas siguientes se remontan a la Edad del Hierro y se relacionan con la llegada de
la familia indoeuropea de naciones como parte de un fenómeno general de la migración
que parece haberse llevado a cabo hacia la península italiana en dos oleadas sucesivas;
el segundo grupo correspondería al latino-falisco.
Tanto faliscos como latinos ocuparon ambos el valle del Tíber. Su territorio limitaba
con la de varios otros grupos de población, el más importante de los cuales fue sin duda
el de los etruscos al norte del Tíber.
Los volscos, de origen osco, ocuparon la parte sur del Lacio mientras que los sabinos se
instalaron al oeste de los montes Apeninos.
La ubicación de la futura Roma se debió sin duda a su papel crucial en el servicio de la
intersección de la vía acuática y terrestre que, a través del vado de la isla Tiberina,
conectaba Etruria con Campania, o bien el mundo etrusco con el de la Magna Grecia. El
área de Roma se fue constituyendo como un sector de encuentro de las diversas vías de
comunicación que confluían en ella y cuyo recuerdo ha quedado registrado en el
posterior trazado de importantes avenidas, tales como el punto de bifurcación de la Vía
Apia y Latina.
La ciudad se formó a través de la unión de las diversas aldeas, proceso que duró varios
siglos, hasta desembocar en un verdadero centro urbano. La leyenda de Rómulo podría
denotar al gestor de la primera unificación de los núcleos aldeanos en una sola entidad
urbana.
La tradición clásica expresa que se fundó en el 753 a. C. a orillas del Río Tíber por
Rómulo y Remo. Lo que en verdad se sabe es que Roma fue fundada en forma
progresiva por la instalación de tribus latinas en el área de las tradicionales siete colinas,
mediante la creación de pequeñas aldeas en sus cimas, las que terminaron por fusionarse
(siglo IX y VIII a.C). La historiografía contemporánea considera errónea la antigua
tradición romana de atribuirle la fundación a un único personaje como fue Rómulo; más
histórica es la figura del rey etrusco Lucio Tarquinio Prisco quien le dio a Roma una
verdadera fisonomía ciudadana gracias a su obra urbanizadora (finales del siglo VII
a.C).
Cuando los núcleos latinos que habitaban las colinas del Quirinal, Esquilino y Celio se
fusionaron con los del Palatino, fortificaron el recinto habitado, y así se inició la
primera fase de la Roma antigua hacia el siglo VIII a. C. (Roma Quadrata). Durante una
segunda fase el perímetro de la ciudad se extendió por el monte Capitolino y por un
pequeño valle que lo separaba del Palatino (allí se emplazó el Foro romano). Del siglo
VI a. C. son las principales construcciones: Palacio Real, Foro, Cloaca Máxima y
Tullianum.
Hacia 510 a. C. se fundó el templo de Júpiter Capitolino, y de la misma época son los
templos de Saturno (498 a. C.), de Cástor (484 a. C.) y otros. Siguió un período de gran
actividad constructiva: templos, basílicas, acueductos y caminos consulares (Vía Apia,
Vía Latina, Vía Flaminia, etc). Una extensa reorganización se llevó a cabo en la época
de Augusto, bajo cuyo reinado se reconstruyeron templos y monumentos y se
levantaron otros nuevos. El incendio de la ciudad, atribuido a Nerón (aunque otras
fuentes lo desmienten), en el 68, hizo desaparecer gran cantidad de edificios,
reconstruidos poco después por el mismo emperador.
La obra iniciada por Nerón fue continuada por sus sucesores: Vespasiano (Coliseo),
Tito, Domiciano (renovación de los templos de Vesta, Augusto y Minerva, del Estadio,
el Odeón, en Panteón, etc.). La obra de éste último emperador fue proseguida por
Trajano (Foro y Termas), Adriano (puente Elio, templos de Marciana y de Venus,
Mausoleo, etc.), Septimio Severo, Caracalla (Termas). Aureliano dotó a Roma, en el
siglo III, de las grandes murallas que llevan su nombre. En tiempos de Majencio se
construyó la basílica homónima, y de Constantino, su sucesor, se conservan el Arco del
Triunfo, las Termas Constantinas y las Elenianas.
Durante los siglos III y IV se mantuvo Roma en todo su esplendor, hasta el año 410, en
que fue asaltada y saqueada por Alarico; a partir de este momento se inició su
decadencia monumental.
Respecto a las cifras de población la ciudad alcanzaba los 300.000 habitantes para
comienzos del siglo I a.C; en el inicio del siglo I d.C alcanzaba los 500.000 hab.1 La
ciudad llegaría, en su máximo desarrollo demográfico, en plena época imperial (siglo II
al III d.C), a una cifra estimativa que oscila entre el millón y el millón y medio de
habitantes.
La monarquía romana (en latín, Regnum Romanum) fue la primera forma política de
gobierno de la ciudad-estado de Roma, desde el momento legendario de su fundación el
21 de abril del 753 a. C., hasta el final de la monarquía en el 510 a. C., cuando el último
rey, Tarquinio el Soberbio, fue desterrado, formándose la República Romana.
Aunque los orígenes de la ciudad son imprecisos, parece claro que fue la monarquía su
primera forma de gobierno, un dato que parecen confirmar la arqueología y la
lingüística. La mitología romana vincula el origen de Roma y de la institución
monárquica al héroe troyano Eneas, quien, huyendo de la destrucción de su ciudad,
navegó hacia el Mediterráneo occidental hasta llegar al territorio que actualmente
corresponde a Italia. Allí fundó la ciudad de Lavinium; posteriormente su hijo Iulo
fundaría Alba Longa, de cuya familia real descenderían los gemelos Rómulo y Remo,
los fundadores de Roma.
Después de ser fundada por las tribus latinas de la región, la ciudad fue conquistada por
otro pueblo itálico más avanzado: los etruscos. Este pueblo imprimió a Roma un sello
cultural indeleble e hizo crecer la ciudad. Los etruscos legaron a los romanos sus
conocimientos de ingeniería, su arte y el uso del alfabeto (que a su vez habían adaptado
de los griegos). En esta época Roma fue gobernada por una serie de reyes de esa
nacionalidad, siendo el más notable de ellos Servio Tulio (s. VI a.C), el cual dotó a
Roma de importantes instituciones sociales y rodeó a Roma de un cinturón amurallado
que se mantuvo por varios siglos (las murallas servias). El último rey etrusco fue
Tarquinio el Soberbio, un verdadero tirano, cuyos abusos originaron la revolución de la
nobleza romana en el año 509 a.C., expulsando a los etruscos y fundando la República.
En esta etapa el gobierno de la ciudad estuvo en manos de las clases más ricas y nobles.
Roma nunca llegó a ser una democracia como en Atenas, debido a que las clases
populares tenían escasa cultura cívica y delegaban siempre en la nobleza (los patricios)
la solución de las cosas de la ciudad. La República mantuvo siempre un gobierno
oligárquico y plutocrático. Las veces en que el poder popular intentó, acaudillado por
algún líder carismático (salido siempre de la aristocracia) competir de veras con la
nobleza, fue derrotado en toda la línea (como fue la tentativa de los hermanos Graco, a
finales del siglo II a.C).
En un comienzo sólo los patricios tenían derechos ciudadanos. Ellos formaron una serie
de asambleas que elegía los diversos cargos de gobierno. Estas asambleas romanas
fueron llamadas comicios. Los comicios romanos elegían en forma anual las
magistraturas de gobierno: los dos cónsules (que detentaban el Poder Ejecutivo y
dirigían el ejército), y otras magistraturas (pretores, censores, etc). Junto a los comicios
existía un poderoso cuerpo de gobierno llamado el Senado. El Senado era una asamblea
formada por los patricios más importantes de Roma y era la institución que
verdaderamente gobernaba la ciudad, sobre todo en materia de política exterior. Sus
miembros no eran elegidos popularmente, si no que ingresaban por derecho propio y
eran vitalicios. La soberanía del Senado y los Comicios quedaba expresada en la
tradicional fórmula que adorna hasta hoy el escudo de Roma: SPQR("Senatus Populus
Que Romanus": el Senado y el pueblo romano)
Más abajo en la escala social se encontraban los plebeyos. Los plebeyos, que en un
comienzo eran de origen extranjero, se dedicaban a la artesanía, la agricultura, el
comercio y los servicios en general, no tenían derechos cívicos. Generalmente, se
reconocían como clientes de algún patricio: los plebeyos recibían protección a cambio
de servicios.
A mediados del siglo IV las desigualdades políticas entre los romanos se habían
borrado, pero seguían existiendo las diferencias sociales y económicas, que a la larga
nunca pudieron ser superadas y se agudizaron aún más. La mezcla de los plebeyos más
ricos con los antiguos patricios formó una nueva aristocracia: la aristocracia patricio-
plebeya u optimates. Esta clase será la que gobernará Roma hasta fines de la República.
Por encima de los proletarios se fue formando una clase enriquecida en el comercio y
las guerras: los caballeros u orden ecuestre. Se mostraban resentidos con la clase
senatorial y aspiraban a participar en el gobierno.
La Roma republicana fue un estado guerrero. La base de su poder fueron las legiones
romanas. Las legiones de la época republicana eran unidades semejantes a los actuales
regimientos de infantería formadas por ciudadanos-soldados y apoyadas por cuerpos
auxiliares; muy flexibles, las legiones fueron la más eficiente fuerza militar de la
Antigüedad, superando, incluso, a las falanges macedónicas. Las necesidades de
asegurar sus fronteras, conquistar nuevas tierras para instalar a sus ciudadanos y
dedicarlas a la agricultura, defender a sus aliados, expandir su comercio, o la simple
gloria militar, incitaron a los romanos a la expansión geográfica. Esto convirtió a la
ciudad en un estado territorial y luego en un vasto imperio.
Al comenzar la conquista de Italia ésta carecía de unidad en todos los sentidos. Una
serie de pueblos-los itálicos-jalonaban la península de norte a sur. Roma emprendió
largas campañas militares contra estos pueblos, derrotándolos e incorporando sus
territorios al Estado; pero a la vez estableció sólidas alianzas políticas y militares con
ellos, lo que permitiría su futura fusión. En primer lugar, los romanos invadieron la
Etruria, y, dirigidos por el dictador Camilo, se adueñaron de la ciudad de Veyes (395
a.C) tras un largo asedio. Luego, vencieron a la liga latina (338 a.C). Más larga y dura
fue la lucha contra las tribus samnitas de la Campania; tras una serie de campañas, con
victorias y derrotas por ambos lados, el cónsul Curio Dentato obtuvo la sumisión del
Samnio (finales del siglo IV). Distinto le fue con los galos, campaña en que Roma
estuvo a punto de sucumbir (390 a.C): una banda de galos senones, dirigida por Breno,
descendió de la Galia Cisalpina, derrotó al ejército romano, tomó la ciudad y la saqueó.
Este primer "saco de Roma" tuvo como consecuencia la reorganización del ejército, lo
que permitió al Estado reiniciar su política expansionista en breve. A comienzos del
siglo III a.C Roma se enfrentó con las ricas ciudades griegas del Sur de Italia, y, a pesar
de que éstas llamaron al general Pirro, discípulo de Alejandro Magno, en su defensa,
terminaron por ser avasalladas por la nueva potencia. A mediados del siglo III a.C. Italia
había sido conquistada por Roma.
Los romanos tuvieron que enfrentar a la República de Cartago (siglos III y II a.C.).
Cartago era un poderoso puerto fenicio ubicado en la costa de Túnez, en Africa. Se
dedicaba al comercio marítimo. Roma y Cartago se enfrentaron en tres cruentas guerras
llamadas las guerras púnicas.
En la segunda guerra (empezada hacia el 220 a.C) Roma estuvo a punto de ser vencida
y aniquilada por Cartago, la cual, dirigida por el famoso general Aníbal, atacó a la
República en pleno corazón de Italia. Roma sufrió las peores derrotas militares de su
historia (batallas de Trebia, Tesino, Trasimeno y Cannas, entre 217 y 216). La
República encontrará en la figura de Escipión el Africano al guía que enfrentará a
Aníbal. Durante esta guerra comenzó la penetración de Roma en España y la Galia
transalpina. Finalmente, Escipión llevó la guerra a la propia Túnez, donde derrotó en
forma inapelable a Aníbal en la batalla de Zama (202 a.C). De golpe el imperio
cartaginés pasó a manos de Roma, la cual se transformó en la potencia dominante en el
Mediterráneo Occidental.
En la tercera guerra púnica, Roma, dirigida por el general Escipión Emiliano, sitió,
tomó y quemó Cartago, destruyendo definitivamente su influencia (146 a.C).
Entre los siglos II y I a.C. los romanos derrotaron y conquistaron los estados
helenísticos salidos de la división del imperio de Alejandro Magno: Macedonia, Grecia,
Siria, y, finalmente Egipto.
El primero en sufrir los embates de Roma fue el reino de Macedonia. Los romanos,
dirigidos por el cónsul Flaminio, deseosos de vengar la ayuda de ese reino a Cartago,
vencieron a las falanges macedónicas en la batalla de Cinoscéfalos (197 a.C). Algunas
décadas después, el cónsul Paulo Emilio volvió a vencer a Macedonia, la cual se
convirtió en provincia romana (142 a.C).
Después le tocó el turno a Grecia. Debido al apoyo prestado a los macedonios el cónsul
Lucio Mummio atacó a Corinto, la saqueó y la destruyó. Hacia 127 a.C. Grecia era una
provincia romana.
En forma paralela Roma penetró en Asia Menor y en Siria. Derrotó al rey Antíoco III de
Siria en la batalla de Magnesia (190 a.C). Roma erigió en Asia Menor y el Medio
Oriente, a lo largo del siglo II y I a.C, una serie de protectorados que a la postre se
convirtieron en provincias.
[editar] Arte
Las primeras manifestaciones del arte romano nacen bajo el influjo del arte etrusco,
enseguida contagiado del arte griego que los romanos conocieron en las colonias de la
Magna Grecia del Sur de Italia y que Roma conquistó en el proceso de unificación
territorial de la península, durante los siglos IV y III a. C. La influencia griega se
acrecienta cuando, en el siglo II a. C., Roma ocupa Macedonia y Grecia. Fueron
característicos del arte romano el uso del arco, la bóveda y la cúpula en las obras
arquitectónicas, y la escultura realista, los bajorrelieves y los mosaicos en las artes
plásticas y decorativas.
El arte romano antiguo tendrá profunda influencia en el futuro posterior, inspirando el
clasicismo renacentista y en el neoclásico contemporáneo, especialmente en los
aspectos arquitectónicos y escultóricos.
[editar] Literatura
El modelo romano incluía una forma muy diferente a la de los griegos de definir y
concebir a los dioses. Por ejemplo, en la mitología griega Deméter era caracterizada por
una historia muy conocida sobre su dolor por el rapto de su hija Perséfone a manos de
Hades. Los antiguos romanos, por el contrario, concebían a su equivalente Ceres como
una deidad con un sacerdote oficial llamado Flamen, subalterno de los flamines de
Júpiter, Marte y Quirino, pero superior a los de Flora y Pomona. También se le
consideraba agrupada en una tríada con otros dos dioses agrícolas, Liber y Libera, y se
sabía la relación de dioses menores con funciones especializadas que le asistían:
Sarritor (escardado), Messor (cosecha), Convector (transporte), Conditor (almacenaje),
Insitor (siembra) y varias docenas más.
La sociedad romana estuvo muy condicionada por el desarrollo económico del Estado.
En un comienzo la base primordial de la economía en la Antigua Roma fue la posesión
y explotación de las tierras agrícolas circundantes, propiedad de los patricios y de
pequeños parceleros plebeyos. En la medida que la República fue extendiendo su
dominio sobre Italia y la cuenca del Mediterráneo, Roma entró en el circuito del gran
comercio, beneficiándose con la afluencia de productos agrícolas -especialmente del
Norte de África- y artesanales a bajo precio. A la larga la economía italiana se resintió
debido a la competencia de las provincias conquistadas; esto tuvo hondas repercusiones
sociales al hacer prácticamente desaparecer a la clase media campesina y creándose
extensos latifundios trabajados por una gran masa de esclavos. Los campesinos sin
tierra debieron emigrar a Roma y las grandes ciudades de Italia, convirtiéndose en
proletarios y engrosando la clientela de los políticos profesionales que luchaban por el
poder.
Estalló una última guerra civil en la cual venció el general Octavio sobre su rival Marco
Antonio. Octavio asumió el título de emperador y un nuevo nombre: Augusto.
La principal institución política del Imperio fue la Monarquía imperial, formada por el
emperador, sus ministros, consejeros y gobernadores provinciales. El desarrollo de la
Monarquía imperial en Roma tuvo dos etapas:
También ha sido llamada esta etapa Alto Imperio. En esta etapa los emperadores
mantuvieron la ficción de la existencia de la República, dejando funcionar algunas
instituciones como el Senado, los Comicios y los cónsules. Pero el emperador se reservó
el derecho de comandar los ejércitos y proponer los candidatos a las magistraturas y al
Senado. El más importante emperador del Principado fue Augusto. Augusto consolidó
la Monarquía imperial; él fue el "Princeps", es decir, el primero de los ciudadanos, pero
también el "Imperator", es decir, el jefe supremo de las fuerzas armadas, por lo tanto, el
verdadero detentador del poder político supremo; también recibió los títulos de
"Pontífice Máximo" y "Padre de la Patria". Augusto gobernó directamente las
provincias "imperiales" (aquellas fronterizas y con presencia militar) mediante sus
legados, y en forma indirecta las "senatoriales" (las más interiores y pacificadas) a
través de la gestión del Senado.
Augusto murió en el 14 d.C. y fue sucedido por su sobrino Tiberio. Bajo el gobierno de
Tiberio fue crucificado en Palestina Jesús de Nazareth (33 d.C.). El cristianismo, la
nueva religión fundada por Jesús, hizo progresos decisivos en el siglo I, alcanzando a la
misma Roma gracias a la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, quienes pronto
morirían víctimas de la primera persecución decretada por el emperador Nerón. El
cristianismo predicaba la igualdad entre los seres humanos y negaba la divinidad de los
emperadores, el culto a Roma, y la mera existencia de los dioses paganos. A pesar de
que Roma era tolerante con las religiones extranjeras, la actitud de los cristianos sería
considerada disolvente para el Estado; en breve, el cristianismo se atraería la hostilidad
de las autoridades imperiales.
La Monarquía imperial fue ejercida por sucesivas dinastías: durante el siglo I d.C el
Imperio fue gobernado por la dinastía Julio-Claudia, a la que perteneció Augusto, y
descendiente de la más antigua aristocracia patricia de Roma. Pero con el correr del
tiempo accedieron a la Monarquía dinastías de origen itálico y provincial (los Flavios y
los Antoninos). La forma de designar al sucesor del emperador era mediante su
preparación previa, su consagración por el Senado y el ejército, fuese en vida o después
de muerto su antecesor; durante el siglo II se practicó el sistema de adopción del
personaje más capaz; esta última forma dio excelentes gobernantes. En el peor de los
casos la sucesión fue mediante el derrocamiento y el asesinato (ej: el asesinato de
Calígula).
Emperadores destacados fueron Tito, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio.
Durante el gobierno de Tito (s. I d.C) Roma destruyó el Templo de Jerusalén y tuvo que
afrontar las consecuencias de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya y otras
ciudades de la bahía de Nápoles. Trajano (s.II d.C)llevó los límites del Imperio a su
máximo; a partir de él Roma se dedicará a consolidar y defender sus conquistas.
Adriano (s.II d.C) estabilizó las fronteras y su gestión se caracterizó por las grandes
obras públicas (ej: el muro que lleva su nombre en Britania). Antonino Pío (s.II. d.C)
consolidó la Paz Romana. Marco Aurelio (finales del siglo II), el "emperador filósofo",
se vio en la necesidad de combatir a los bárbaros del otro lado del Danubio,
derrotándolos en forma inapelable.
Otros emperadores, como Calígula, Nerón y Domiciano, todos del siglo I d.C, se
caracterizaron por su crueldad y locuras. Intentaron imponer un concepto de
absolutismo imperial de carácter divino, prematuro para la mentalidad todavía
republicana de los romanos, lo que provocó la reacción en el Senado, en el pueblo y en
el ejército. Fueron derrocados: Nerón se suicidó, mientras que Calígula y Domiciano
murieron asesinados.
También ha sido llamado Bajo Imperio. En esta fase los emperadores se transforman en
monarcas absolutos, toda ficción de república desaparece. El Senado mantuvo un
carácter de institución asesora; los emperadores llegaron al extremo de hacerse adorar
como dioses. Los principales emperadores fueron Septimio Severo, Caracalla,
Alejandro Severo, Aureliano, Diocleciano, Constantino (el primer emperador cristiano),
Juliano, Teodosio.
Marco Aurelio fue sucedido por su hijo Cómodo, el cual gobernó en forma excéntrica y
con despreocupación por la administración y la política exterior. Su derrocamiento y
asesinato (192 d.C) marcó un punto de dislocación del Imperio, pues a partir de ahí
comenzó la intervención del ejército en la elección de los emperadores. De la guerra
civil que siguió a la muerte de Cómodo el ejército apoyó Septimio Severo, quien
empeñó las fuerzas de Roma en la guerra contra el Imperio Parto, al cual venció,
saqueando su capital Ctesifonte; Severo tuvo una actitud hostil hacia el Senado, al que
persiguió duramente; así mismo, comienza la política de favorecer económicamente al
ejército como un medio de conservar el trono. Severo fue sucedido por Caracalla (211),
quien mandó matar a su hermano Geta y realizó ejecuciones masivas entre los
partidarios de éste; pero también reconoció, como consecuencia de una lógica evolución
social, la calidad de ciudadano romano a todos los hombres libres del imperio.
Alejandro Severo, que sucedió un tiempo después a Caracalla, tuvo que hacer frente a la
agresión del renacido Imperio Sasánida de los persas, el que había reemplazado al Parto
en Irán; fue el primer emperador romano que tuvo cierta tolerancia hacia el cristianismo,
y representó los últimos restos de autoridad civil sobre el ejército. A partir de su
asesinato (235) la Monarquía cae en manos de los generales y Roma se precipita en un
confuso período que duró unos 60 años y que ha sido denominado la "Crisis del siglo
III". La mayoría de los emperadores tuvieron el carácter de "emperadores-soldados" y
su reinado fue efímero, siendo en la mayoría de los casos, derrocados y asesinados por
su sucesor o los soldados.
Durante la crisis del siglo destaca la figura de Aureliano (asesinado en 275), el cual
puso coto a las incursiones germánicas en territorio romano y logró la unidad del Estado
al reintegrar al dominio imperial las provincias de la Galia, la cual se manejaba en
forma autónoma a consecuencia de los desórdenes generados por la crisis.
La crisis será superada por Diocleciano, el cual intentó dar al Imperio una
administración más ágil, creando el sistema de la Tetrarquía imperial. Mediante este
sistema se dividió al Estado en cuatro partes, a cargo de "césares" y "augustos" que
tenían el deber de ayudarse y sucederse mutuamente. Pero el sistema fracasó debido al
desarrollo del principio dinástico. A la muerte de Diocleciano su sistema naufragó en
medio de la guerra civil, guerra de la cual salió vencedor Constantino el Grande.
En los dos siglos que siguieron a la muerte de Augusto el imperio realizó una intensa
labor civilizadora, especialmente sobre las provincias occidentales (Galia, Britania,
España). La cultura romana ya no quedó limitada a Roma e Italia, sino que se extendió
hasta las más lejanas provincias fronterizas. La fundación de ciudades y campamentos
militares fueron la base de la romanización. Roma impuso su idioma-el latín-, y sus
leyes a los pueblos conquistados. Una red de caminos y carreteras unían a las provincias
con Roma. Las provincias se llenaron con templos, acueductos, termas, basílicas y otras
notables obras de ingeniería y arquitectura que se caracterizan por su utilidad, su solidez
y su grandiosidad.
Las innumerables ciudades del imperio, fuese las conquistadas o las fundadas por
Roma, fueron el semillero de una activa burguesía (los caballeros) y cuyos dirigentes
solían obtener la ciudadanía romana; los más importantes entraban al Senado.
La esclavitud también constituía una verdadera plaga y sólo fue decayendo en la medida
que terminaron las guerras de conquista y por influencia del cristianismo.
Durante el siglo III Roma sufrió una larga crisis. En lo político el trono imperial se
desestabiliza, pues la mayoría de los emperadores murió asesinado o muertos en
revoluciones y guerras externas.
Por otro lado, el imperio debió hacer frente a fuertes presiones militares de parte de las
hordas germánicas que atravesaban las fronteras del Rin y el Danubio y saqueaban las
Galias y los Balcanes. Y por el Este el Imperio tuvo que luchar con el imperio persa de
los Sasánidas, una verdadera resurrección del antiguo imperio de Ciro y Darío y que
reclamaba los territorios arrebatados por Alejandro Magno y que ahora le pertenecían a
Roma. La crisis tuvo un carácter económico y urbano: hubo una fuerte inflación, la
moneda perdió valor, y el Estado tuvo que cobrar impuestos en especies y servicios.
Producto de las invasiones y las epidemias las ciudades se despueblan y se contraen,
fortificándose. Las clases altas emigran al campo y prefieren vivir en villas fortificadas.
Debido a las dificultades del Estado para cobrar los impuestos y, cómo casi toda la
población rehuía ciertas profesiones (cobrador de impuestos, ediles municipales, etc), el
gobierno se vio en la necesidad de declararlas hereditarias, lo que contribuyó a rigidizar
la estructura social.
Sin embargo, la Iglesia cristiana logró sobrevivir a las persecuciones de parte de las
autoridades imperiales y pronto obtendrá el reconocimiento (libertad de culto). La
religión y filosofía paganas darán sus últimos frutos, como fue la obra del filósofo
Plotino
[editar] La decadencia y división del Imperio Romano
Teodosio logró reunir por última vez a todo el Imperio Romano tras vencer a sus
competidores, pero luego comprendió la necesidad de dividir al Imperio con objeto de
dar una respuesta más ágil a las diferentes amenazas que pesaban sobre él. A su muerte
(395), el Imperio se dividió en dos partes, con soberanos y administración propia:
nacían así el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente.
A principio del siglo V, las tribus germánicas, empujadas hacia el Oeste por la presión
de los hunos, penetraron en el Imperio Romano de Occidente. Las fronteras cedieron
por falta de soldados que las defendiesen y el ejército no pudo impedir que Roma fuese
saqueada por los visigodos de Alarico I (410) y por los vándalos de Genserico (455).
Estos saqueos provocaron gran conmoción en el mundo cristiano y civilizado, y si bien
los daños en la ciudad fueron escasos, el prestigio de Roma fue gravemente afectado.
Cada uno de los pueblos germánicos se instaló en una región del imperio, donde
fundaron reinos independientes: los reinos germano-romanos. Los ostrogodos en Italia,
los francos y burgundios en la Galia, los anglos y sajones en Britania, los visigodos en
España y los vándalos en el Norte de Africa. Uno de los más importantes fue el de los
francos, el cual fue la base de las modernas nacionalidades de Francia y Alemania, y del
cual derivaría a la postre el Sacro Imperio Romano Germánico.
Pero el dominio de Odoacro, rey de los hérulos, no duró mucho sobre Roma e Italia,
pues el emperador de Oriente, Zenón, autorizó, bajo una teórica soberanía, a un nuevo
jefe bárbaro, Teodorico, rey de los ostrogodos, a pasar con su pueblo a Italia a obtener
nuevas tierras. Pronto Teodorico se adueñó del poder en Italia al asesinar personalmente
a Odoacro en un banquete. Teodorico ejerció como "rey de Italia", y, como tal, fue
reconocido por el emperador de Oriente, Anastasio; fijó su capital en Rávena.
Como se ha dicho, en el año 476 el último emperador de Occidente fue destronado por
los bárbaros y sus insignias imperiales enviadas a Constantinopla. Con este acto el
Imperio de Occidente dejó formalmente de existir. Posteriormente, se intentó su
resurrección gracias a la obra de Justiniano, Carlomagno y Otón I, pero estos intentos no
fueron, a la larga, verdaderamente exitosos, y sólo recogieron los títulos.
En la crisis general de las instituciones políticas y civiles de Roma las únicas que
sobrevivieron sólidamente fueron la Iglesia y el Papado. De hecho, los papas de Roma,
los obispos y el clero en general tuvieron que asumir, en muchos casos, funciones
políticas, generalmente en defensa de la labor de la Iglesia y de las poblaciones romanas
en contra del abuso de los bárbaros (p.ej: es legendaria la forma en que el Papa León I
logró detener a Atila, quien se encaminaba hacia una Roma inerme, al frente de sus
ejércitos hunos). De esta forma la Iglesia logró salvar una buena parte de la tradición
romana, la que se incorporaría posteriormente a la Civilización Occidental nacida en
Europa hacia el siglo IX.
Los legados de la Roma Antigua fueron múltiples. Se pueden mencionar los siguientes:
b) El idioma romano (el latín): el latín ha dado origen a las modernas lenguas
neolatinas: castellano, francés, italiano, portugués, rumano, etc. Además, el latín sirve
para la nomenclatura científica, pues es el medio que sirve para clasificación de los
seres vivos.
c)El alfabeto romano. El alfabeto romano, de carácter fonético, está en uso en la mayor
parte del mundo, especialmente en el Occidental.
f) Roma como centro del cristianismo católico. Por espacio de 2000 años Roma ha
sido el centro de la cristiandad católica, pues en ella se encuentra el Papado, importante
institución religiosa y política que ha desarrollado una gran labor cultural. La Iglesia
copió del Imperio estructuras administrativas (por ejemplo, las diócesis), tradiciones
(por ejemplo, uso del latín, vestuario sacerdotal), un concepto de gobierno jerárquico
centrado en el Vaticano, y otras tradiciones de origen romano.
En este período Roma deja de ser una gran capital mediterránea y se convierte en la
presa que se disputan los ostrogodos y los bizantinos primero, y los lombardos y los
mismos bizantinos después, lo que ocasionó un gran deterioro urbano y un acelerado
despueble. No obstante la decadencia, en el interior de sus muros se gesta el poder que
se hará cargo de su destino hasta el siglo XIX: el Papado.
En 537 Belisario es asediado en la ciudad durante un año por el rey godo Vitiges, quien
ordena cortar 14 acueductos que suministran agua a la ciudad, mientras que Belisario
manda que se tapien sus entradas para evitar que los godos puedan infiltrarse por ellos.
No serán reparados si no hasta el siglo XVI. El corte del acueducto de Trajano (Acqua
Traiana) afecta los molinos de trigo instalados en las laderas del Janículo, en la orilla
derecha del Tíber. Al final, Belisario manda expulsar las "bocas inútiles", los
hambrientos que piden la rendición o una tregua, quienes no volverán jamás. Este
primer asedio godo fracasa.
Desde el verano de 545 hasta finales de 546 Roma vuelve a ser asediada, esta vez por el
rey godo Totila, quien entra en la ciudad el 17 de diciembre de 546.
Las fuerzas imperiales vuelven a tomar la ciudad a comienzos 547, aprovechando que
estaba custodiada por una guarnición goda muy reducida. En la primavera de 547 el
ejército godo intenta recuperarla.
En el año 552 las fuerzas imperiales la vuelven a recuperar, esta vez de forma definitiva.
Era la quinta vez que la ciudad era tomada.
Las guerras góticas fueron un duro golpe para la ciudad: el suministro de agua fue
severamente dañado debido a la destrucción de los acueductos; sus aguas se derramaron
sin control en la campiña aledaña, lo que contribuyó a la insalubridad de la comarca; el
despueble de la ciudad se aceleró; la tradicional institución del Senado, que había
representado a Roma por más de mil años, fue suprimida por Justiniano, lo que significó
la desaparición de los últimos restos de la tradición cívica de la urbe. La desaparición
del Senado occidental significó también la desconexión de la ciudad con lo que quedaba
de la antigua nobleza latina esparcida por los nuevos reinos germano-romanos; la
pertenencia de sus principales miembros a la antigua institución le otorgaba prestigio e
influencia política, —social y jurídica—; la devenida aristocracia senatorial no tuvo más
remedio que fundirse con la aristocracia militar germánica para poder sobrevivir. Roma
perdió su rango de gran ciudad mediterránea occidental, iniciando su vida medieval a
expensas del Imperio Bizantino, primero, y luego del poder pontificio y de la Iglesia
después.
Durante el periodo en que Roma fue parte del Imperio Bizantino se aceleró la
transformación de los antiguos edificios paganos en edificios para el culto cristiano, tal
como fue el caso del Panteón, el cual, en la primera mitad del siglo VII, junto a la Sala
de sesiones del Senado, se transforman en iglesias cristianas dedicada a la Virgen María
en su advocación de Reina de los Mártires y a San Adriano.4
Debido a la invasión de los lombardos sobre Italia las comunicaciones entre Roma y
Rávena quedaron seriamente amenazadas. Por su parte, los emperadores de Bizancio
trataron al ducado de Roma como una remota provincia de su imperio, preocupados de
otras amenazas más urgentes provenientes del norte (los búlgaros) y del Oriente (los
persas y los árabes).
El poder político ejercido por Bizancio fue discontinuo y en forma creciente fue
asumido por el papa, el cual fue progresivamente ejerciendo la dirección civil y
administrativa de la ciudad. Uno de los casos más destacados fue el de San Gregorio
Magno, quien ejercía como Obispo y como delegado civil de Bizancio (finales del siglo
VI). Esta tendencia se profundizó en la medida que declinaba la presencia bizantina en
Italia, amagada por los lombardos. No obstante, los emperadores intentaron en
ocasiones revertir la situación, deponiendo, encarcelando e incluso asesinando a alguno
de los papas, cada vez que la primacía del Obispo de Roma entraba en conflicto con las
pretensiones religiosas de los propios emperadores y de los patriarcas de
Constantinopla.
Hacia finales del siglo VII los suministros de trigo que alimentaban a Roma se cortaron
debido a la caída de Cartago en manos de los árabes. Fue entonces que empezó de parte
de los papas la solicitud de ayuda a los países germánicos más que al emperador de
Constantinopla.
A comienzos del siglo VIII el poder de Bizancio sobre Roma estaba casi liquidado. El
punto de quiebre ocurrió a raíz de la querella iconoclasta desarrollada en Constantinopla
y que tuvo impacto en Italia: Roma cortaría su dependencia política en forma definitiva
con el Imperio de Oriente. Los lombardos, que se habían convertido al catolicismo,
apoyaron la política del papado, la cual se oponía a los iconoclastas de Constantinopla, e
invadieron las posesiones bizantinas en Italia. El ducado fue extinguido y toda la
autoridad política pasó a manos del Papa Gregorio II (727), quien logró el
reconocimiento de parte del rey de los lombardos, Liutprando, de su dominio sobre
Roma. De este modo la ciudad finalizó su tradicional relación política y jurídica con el
Imperio del cual fue la base fundacional en la Antigüedad, e inició un nuevo camino
como base territorial, humana, política y religiosa de Papado y de la Iglesia Católica.5
Los lombardos invadieron Italia en el año 568 y pronto ocuparon la mayor parte del
Norte y el Apenino central en torno a Espoleto y Benevento. El Imperio Bizantino
conservó el dominio de Génova, Rávena, Roma, el Lacio, Nápoles y el sur de la
península.
En el año 592 Roma es atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se espera la
ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición reciben su paga. Es el
papa Gregorio Magno quien debe negociar con los lombardos, logrando que levanten el
asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro (probablemente entregadas por
la Iglesia de Roma). Así, negocia una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia
Romana (la parte del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente
dicha (la futura Toscana), que a partir de ahora será lombarda. Este acuerdo es ratificado
en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio en Italia.
Desde los comienzos de la cristiandad, los obispos de Roma, es decir, los papas,
hicieron valer su autoridad religiosa sobre las demás iglesias repartidas por el Imperio,
actitud basada en la tradición católica que asignaba a Simón Pedro el ser la "Piedra"
dejada por Cristo para sostén de su Iglesia una vez que él ascendiera a los cielos. Como
Pedro terminó radicado en Roma, lugar en donde fue martirizado, se identificó a la
ciudad como su sede definitiva, es decir, el Patriarcado u Obispado de Pedro, el primer
Papa. Así lo entendieron sus sucesores en el obispado. Ya San Clemente Romano, a
fines del siglo I .d.C hacía valer su autoridad llamando al orden a las iglesias de Oriente.
El Papado fue, poco a poco, reforzando su autoridad religiosa, política y civil, no sin la
resistencia de los patriarcados del Oriente, en especial el de Constantinopla, y
sobrevivió a las persecuciones de los emperadores romanos, a las disputas teológicas
con los arrianos en el siglo IV, a la caída del Imperio de Occidente, al dominio de los
ostrogodos, a las guerras góticas y al dominio postrero de los bizantinos. Con la ayuda
circunstancial de los lombardos el Papado logró sacudirse la tutela imperial y buscó
afianzar su dominio político definitivo sobre Roma y sus regiones anexas, las cuales
fueron la base de los "Estados Pontificios". Los Papas intervendrán en lo sucesivo como
príncipes políticos independientes, a la cabeza de Roma y su población, no sin
resistencia de poderes extranjeros (príncipes, reyes y emperadores germánicos,
invasiones árabes, normandas) y de los poderes locales (pretensiones de las facciones
nobiliarias de Roma).
El rey lombardo Liutprando restituyó al Papado, mediante una donación, una serie de
territorios que serían la base jurídica de los Estados Pontificios, lo que se formalizó con
las donaciones territoriales (Exarcado de Rávena, la Pentápolis, etc.) del rey franco
Pipino el Breve (754); esto aseguró al Papado su independencia política frente a los
lombardos y los bizantinos. De esta forma, Roma se convirtió, nuevamente, en capital
política; esta vez, de los Estados Pontificios, los que se fueron acrecentando con el
tiempo mediante sucesivas donaciones y conquistas, y que se mantuvieron como tales
hasta el año 1870, en que el Reino de Italia ocupó por la fuerza Roma, declarándola
capital de la Italia unida.
Hay que decir que la elección de los pontífices correspondió durante la Alta Edad Media
al pueblo romano, al clero y los obispos vecinos, aunque durante el período
interfirieron, en mayor o menor medida las autoridades bizantinas, las facciones
nobiliarias de Roma y los reyes francos y alemanes después. Esta forma de elegir al
papa cambió a partir del siglo XI, cuando Nicolás II reformó el sistema de elección,
asignando este acto a un colegio de cardenales. El pueblo romano quedó limitado a su
aprobación y proclamación.
La relación de Roma y los pontífices con la dinastía de los Carolingios comenzó hacia
mediados del siglo VIII cuando Pipino el Breve solicitó del Papa Esteban II la
aprobación del derrocamiento de la dinastía anterior, los Merovingios. En 754 el Papa
Esteban fue a Galia y consagró rey a Pipino mediante la unción del óleo santo. A su vez,
Pipino respaldó al Papado cuando el Pontífice pidió ayuda en contra de la ominosa
presión de los lombardo contra Roma. Por dos veces los reyes francos, Pipino y
Carlomagno, pasaron a Italia al frente de sus ejércitos a liberar a Roma de su asedio.
Carlomagno, finalmente, respondiendo al pedido de ayuda del Papa Adriano I, los
derrotó completamente, anulando su influencia al declararse “Rey de los lombardos”.
En el año 800 llegó el momento cúlmine de la relación de Roma y los reyes francos,
cuando el Papa León III, en premio por el apoyo prestado por Carlomagno en su
conflicto con la nobleza romana, lo coronó por “sorpresa” “Emperador de los romanos”
en la catedral de San Pedro, en medio de la aclamación del pueblo. Renacía así, de
acuerdo a la tradición jurídica romana, a los deseos de la iglesia y los del pueblo, el
Imperio Romano Cristiano en su versión Occidental, título que no sería admitido por
Bizancio hasta más de una década después. Demás está decir que este nuevo “Imperio
Romano Occidental”, si bien eran cristiano, distaba mucho del extinguido en el año 476.
Roma no era la capital, si no Aquisgrán, el pueblo romano no era su base nacional, si no
la nación franca, las leyes romanas no eran la base jurídica del Imperio, si no las leyes
consuetudinarias germánicas, la estructura administrativa era muy distinta a la creada
por Roma en la Antigüedad, pues carecía de su burocracia, los ejércitos imperiales
estaban constituidos a la usanza germánica y no por las antiguas legiones; ni siquiera
sus dirigentes habían asimilado la idea de “estado” romana, si no que seguían apegados
a sus tradiciones germánicas de considerar al reino como propiedad personal de los
reyes. En síntesis, este nuevo Imperio Romano Occidental era “romano” de título más
que de esencia, jugando Roma más un papel simbólico que efectivo.
Alejados de Roma sus protectores carolingios, la ciudad se vio envuelta, desde fines del
siglo IX y durante casi todo el siglo X, en enconados conflictos internos, ya fuese entre
las principales familias de la nobleza urbana o rural, y entre éstas y el Papado. La
nobleza feudal romana estuvo representada por los condes de Túsculo, los Crescencios,
los duques de Spoleto; más adelante serán los Colonna y los Orsini; familias que
dominaron la política romana por siglos. Libres de la tutela de los emperadores y reyes
carolingios la nobleza local encontró las mejores condiciones para su desarrollo. La
institución del Papado terminó cayendo inexorablemente en sus manos, y de las filas de
esas familias salieron numerosos papas y antipapas (unos 40) de escasa personalidad y
poco dignos la mayoría de ellos (hubo papas que apenas alcanzaban los 18 años de edad
al momento de ser electos). Muchos tuvieron un corto pontificado, fueron habitualmente
depuestos por las facciones rivales, y otros se expusieron a la vejación y a una muerte
violenta. Al siglo X se le ha llamado la “Edad de Hierro del Pontificado”. Célebres
fueron el noble Teofilacto I, su esposa Teodora y su hija Marozia , los cuales influyeron
en forma nociva y durante largo tiempo en la elección y duración de los papas de su
época (primera mitad del siglo IX). Los intereses de la Silla de San Pedro fueron
primordialmente mundanos más que religiosos. La jefatura de la Iglesia se convirtió en
un verdadero trofeo de la nobleza. Como consecuencia de todo, el Papado entró en un
estado de gran postración y degradación moral; sólo fue salvado por la fe de los fieles y
el desarrollo de una eficiente Cancillería que logró mantener el prestigio de la
institución, aunque los titulares fuesen poco dignos.
Otón impuso su pleno dominio en Italia y los Estados Pontificios y obligó a los romanos
a prestarle juramento de fidelidad en el sentido de que no elegirían a ningún papa sin su
consentimiento. Comenzaba el cesaropapismo medieval.
Los papas, a partir de Otón I tuvieron que prestar juramento de fidelidad a los
emperadores de Alemania, transformándose la institución en un verdadero feudo de los
soberanos germánicos. Esto trajo graves consecuencias para el Papado y la Iglesia,
cuyos líderes fueron hechura de los emperadores que los designaban; no obstante que
los emperadores designaron papas más dignos que los del "Siglo de Hierro", la moral
eclesiástica en Italia, Alemania y otros lugares decayó notablemente al contaminarse la
Iglesia con el espíritu feudal.
[editar] Gregorio VII (siglo XI) e Inocencio III (siglo XII): la teocracia
pontificia universal
El dominio de Imperio germánico sobre Roma durará hasta la enérgica reacción del
Papa Gregorio VII, el cual, en la segunda mitad del siglo XI siguió un elaborado
programa político-religioso consistente en recuperar el control sobre la Iglesia
Occidental, desligar al pueblo y la nobleza de la elección de los pontífices y someter a
los emperadores germánicos a la obediencia a la Silla papal. Tal programa llevará a
Gregorio a enfrentarse directamente con el poderoso emperador Enrique IV. Papado e
Imperio se colocarán frente a frente. En la lucha secular entre ambas instituciones,
prevalecerá el Papado.
Con Inocencio III (1198) el poder papal alcanzó su apogeo. Este Papa ejerció como un
verdadero emperador feudal y casi todos los reinos y príncipes de Europa Occidental,
Central y del Norte se reconocieron sus vasallos. Inocencio ejerció en plenitud el poder
espiritual y el temporal.
Cuando el Papado intente someter a los reyes de Francia fracasará en toda la regla,
precipitando a Roma y a la institución en una nueva crisis (comienzos del siglo XIV).
[editar] Los movimientos comunales populares de la Baja Edad Media: la
Comuna Romana
En 1143, el pueblo romano, cansado del autoritarismo papal, protagonizará una rebelión
acaudillada por Arnaud de Brescia. Se restaura la institución del Senado y se proclama
una nueva República Romana. La nueva Comuna exigió al Papa Lucio II que renunciara
a la autoridad temporal, a lo que por supuesto éste se negó. Lucio asaltó con sus tropas
la ciudad, pero fue muerto de una pedrada. La existencia de la nueva República fue
precaria debido a la hostilidad de los nobles, del Papado y del propio Imperio. El Papa
Adriano IV solicita el auxilio de Federico Barbarroja. Las tropas imperiales entran en
Roma y derriban la República. Arnaud es ejecutado en la hoguera y Adriano IV es
restablecido en la Sede Pontificia.
A pesar de este fracaso, a fines del siglo XII el Papado reconoce al movimiento comunal
y se crea el cargo de senador único. Gracias a las gestiones del flamante Senador
Benedetto Carushomo, “senador del summus”, Roma contó con su primer Estatuto
municipal. Aunque la ciudad volvió a depender políticamente de los papas, el pueblo
romano logró ganarse cierta autonomía civil a despecho de los nobles y de los
pontífices.
A comienzos del siglo XIV el Papado entrará en conflicto con el rey de Francia Felipe
el Hermoso, a raíz de la defensa de sus respectivas prerrogativas. Felipe, que no sentía
ningún respeto por el Papado, atentó en las cercanías de Roma contra el propio Pontífice
Bonifacio VIII: tal fue el atentado de Anagni.
Pronto, el control del Pontificado cayó en manos de Felipe cuando fue elegido Papa
Clemente V, de origen francés. A instancias de Felipe el Papa cambió la sede pontificia
a Aviñon. Entre 1309 y 1377 los papas se radicaron en Aviñón como vasallos de los
reyes Capeto de Francia. Roma prácticamente fue abandonada por el Papado, el que
apenas ejerció un débil control; con ello volvieron a florecer las luchas de poder entre
las familias nobles-esta vez los Orsini contra los Colonna- y también los movimientos
populares que intentaban hacer de Roma un estado independiente.
La inestabilidad en que cayó Roma debido al alejamiento del Papado fue aprovechado
por un aventurero llamado Cola di Rienzo; imbuido del ejemplo de la antigua Roma
republicana, acaudilló un movimiento popular y de la pequeña aristocracia urbana,
opuesta en todo caso a los grandes linajes señoriales . Fue declarada una nueva
República Romana en la cual él se hizo elegir como “tribuno” (1343). Rienzo persiguió
a los nobles e intentó acabar con antiguos males-vicios y corrupción-; pero su estilo
autoritario pronto le enajenó las simpatías de los grupos que lo apoyaron en un
comienzo; también se indispuso con el Papa Clemente VI, quien no estaba dispuesto a
deshacerse de Roma. Rienzo terminó por ser asesinado en 1354, restableciéndose
nuevamente el gobierno pontificio a través de sus legados.
Hay que decir que, mientras duró el autoexilio del Papado en Aviñón, Roma se deslizó
por el tobogán de la decadencia urbana: su despueble, insalubridad e inseguridad
aumentaron más que nunca. Su población apenas alcanzaba los 17.000 habitantes a
mediados del siglo XIV, el punto demográfico más bajo de su historia medieval. Se
debe recordar también que, a mediados del siglo, se dejó caer sobre Europa la peste
negra, la cual se llevó a un tercio de su población. Roma no pudo ser la excepción: en
1348 se abatió la peste sobre la ciudad, llevándose otro tanto de su población urbana. Al
año siguiente, un espantoso terremoto provocó graves daños y terminó por arruinar los
antiguos edificios que habían sobrevivido a la invasión de los normandos (por ej.: el
pórtico exterior del Coliseo, hacia el monte Palatino, se desplomó y cubrió de
escombros el suelo). La ciudad quedó reducida a aglomeraciones aisladas comunicadas
por senderos inseguros. Roma tocó fondo y sólo el regreso de los papas pudo revertir su
profunda decadencia como entidad urbana.
Hay que recordar la fundación, en 1303, de la Universidad de Roma, la que andando los
siglos, entrado al XXI, se ha convertido en la mayor de Italia.
En la segunda mitad del siglo XIV el pontífice máximo volverá a Roma, a instancias del
pueblo y algunos carismáticos santos (como Santa Catalina de Siena, que urgía a los
papas a retomar su abandonada grey romana). Roma se encontraba en el punto más bajo
de su decadencia medieval: abandonada, insegura, desabastecida e insalubre. El retorno
de los papas sacará a Roma de su marasmo y se transformará en una capital digna de la
Cristiandad, pero a la vez desencadenará una nueva crisis de autoridad en la Iglesia
llamada el Cisma de Occidente (segunda mitad del siglo XIV y comienzos del siglo
XV).
En 1378 fue elegido Urbano VI, pero los cardenales franceses desconocieron al nuevo
Papa y eligieron como antipapa a Clemente VII, el cual se volvió a radicar en Aviñón.
La Cristiandad se vio dividida ante dos lealtades: unos obedecían al pontífice de Roma-
en general, los príncipes e iglesias de Europa Central y del Norte-y otros al de Aviñon.
Así comenzó el Cisma de Occidente, cisma que hundió a la Iglesia en una nueva crisis
de autoridad.
Firmemente asentado su control sobre Roma, los papas siguieron actuando como
príncipes temporales, estableciendo alianzas, favoreciendo a sus parientes para los
puestos más altos del gobierno de Roma, los Estados Pontificios y la Iglesia en general,
desarrollando una activa burocracia que administraba sus dominios, y extraía los
recursos financieros necesarios para su sostenimiento, ya fuese en la región o en el
conjunto de las iglesias de Occidente.
Durante los siglos XV y XVI Roma jugará un importante papel, junto a otras ciudades
italianas -Milán, Florencia, Venecia- en el desarrollo del movimiento cultural y artístico
del Renacimiento.
Desde fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI, bajo el pontificado de papas
como Alejandro VI, Julio II y León X, el desarrollo arquitectónico continuó (p.ej: se
construyeron la Basílica de San Pedro, la basílica de Santa María de los Angeles, la
iglesia de San Luis de los Franceses, el Palacio de los Tribunales, etc). Se construyeron
nuevas villas habitacionales (p.ej: Villa Julia, Villa Médicis).
A fines del siglo XVI trabajó Domenico Fontana, reordenando áreas urbanas al
construir amplias avenidas que unían diversos espacios y monumentos religiosos.
La renovación de Roma no fue detenida ni siquiera por su famoso “Saco” de 1527 que
significó la expoliación de parte de sus obras de arte. Su desarrollo artístico y
arquitectónico continuará durante todo el siglo XVI y se proyectará en el siglo XVII
bajo la forma del Barroco.
Desde finales del siglo XV y durante parte del XVI Roma estará en la vorágine de la
política renacentista de Italia y Europa. En medio de las grandes potencias absolutistas
que emergen a comienzos de la Edad Moderna, Roma maniobrará como un estado más,
gobernada por sus "reyes-papas", ya sea tratando de fortalecer sus dominios, de unificar
Italia o intentando influir políticamente sobre las potencias de la época. Las incursiones
del Papado en la política italiana y europea tendrán una amarga retribución para la
ciudad: el "Saco de Roma"
Junto con la necesidad de afianzar el control sobre el centro de Italia, los papas
intervinieron en la lucha entre la Francia de los Valois y la España de los Habsburgos,
los cuales se disputaban el control sobre el norte y el sur de la península, alegando
derechos hereditarios. Cualquiera que venciera impondría su hegemonía en Italia. La
lucha entre ambas potencias absolutistas tuvo variadas alternativas. El rey Carlos VIII
invadió el reino de Nápoles en 1495, pero fue derrotado por el rey Fernando el Católico
al mando de una liga en que participó el Alejandro VI. Los españoles se asentarían
firmemente en Nápoles. En 1498 Francia volvió a invadir Italia: Luis XII se apoderó de
Milán y su comarca. Frente a esta nueva intrusión reaccionaría el Papa Julio II.
En 1503 fue elegido Papa Julian de la Rovere, más conocido como Julio II. Nunca hubo
papa tan dedicado a la actividad bélica y política como éste. Su principal objetivo fue
expulsar a los franceses de Italia, y en lo posible unificarla bajo su mando; para esto,
con ayuda de diversos estados italianos y de Austria, desarrolló una serie de campañas
que absorbieron gran parte de su reinado. Finalmente, Luis XII tuvo que ceder y
abandonar el norte de Italia.
El sueño de unificar Italia bajo las riendas de Roma se frustró debido a la muerte de
Julio. Pero esto no impidió que el Papado siguiera inmerso en la gran política. A Luis
XII lo sucedió Francisco I, quien volvió a invadir el Norte de Italia (1518). El Papa
León X tuvo que aceptar, después de alguna diplomacia, los hechos consumados; Roma
y los Estados Pontificios quedaron en una situación inconfortable: los franceses al Norte
y los españoles al Sur. Mas pronto los franceses serían desalojados por el soberano
español Carlos V (desde 1519 elegido emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico), el cual puso, prácticamente, al Papado bajo dos fuegos.
En 1526 el Papa Clemente VII, temeroso de que sus estados quedaran rodeados
completamente por el monarca español, cometió el error de ingresar a una amplia liga
europea en contra de éste. Como respuesta, el emperador envió un ejército de 45.000
hombres al mando de Carlos de Borbón, quien en mayo de 1527 sitió y tomó la ciudad
de Roma. Carlos murió en el ataque; la soldadesca, sin jefe, procedió a saquear y a
destruir durante una semana la Ciudad Eterna, con su correspondiente cortejo de
vejámenes y violaciones sobre la población civil. El papa, defendido heroicamente por
la guardia suiza, se atrincheró en el castillo de Sant'Angelo, procediendo a rendirse una
semana después. Algunos meses después, el emperador Carlos liberó al Papa, previo
pago de un jugoso rescate, y lo confirmó en su jefatura sobre los Estados Pontificios.
En 1530 será la última vez que un papa romano coronaría a un emperador del Sacro
Imperio. El mismo Clemente VII coronó, oficialmente, emperador, a Carlos V. Pronto,
la milenaria pugna entre el Papado y el Imperio quedaría anacrónica y ambas potencias
acercarían posiciones debido al estallido de la Reforma Protestante. La Reforma debilitó
por igual al Imperio y al Papado, y los soberanos de Alemania y Roma lucharon en los
planos que les correspondía para restablecer la unidad religiosa de sus respectivas
instituciones-del Imperio germánico, los unos; de la Iglesia, los otros. No volvió a
plantearse más la cuestión de la supremacía entre ambas potestades.
Durante el resto del siglo XVI Roma y el Papado lograron mantener su independencia
frente a la hegemonía de España, cuyos soberanos se declararon campeones del
catolicismo en contra de la Reforma Protestante, no obstante que el Papa Paulo IV
volviese a desafiar a la monarquía hispana, siendo Roma nuevamente asediada y tomada
por el virrey de Nápoles en 1557; Paulo capituló rápidamente y tuvo que aceptar la
supremacía de Felipe II. A cambio de su catolicidad, los reyes españoles le arrancaron a
la Santa Sede grandes prerrogativas eclesiásticas, obteniendo el reconocimiento de su
calidad de “vicarios” del papa, con el derecho de intervenir en el nombramiento de los
obispos bajo su jurisdicción y en cuestiones económicas. Los monarcas de España
obtenían, así, el control de la Iglesia en sus dominios;pronto los seguirán los monarcas
franceses.
Ya en una primera etapa había autorizado la formación de nuevas órdenes religiosas, las
que resultarían clave en la lucha contra el protestantismo: jesuitas, capuchinos, teatinos,
ursulinas, etc. Estas nuevas órdenes se caracterizaron por su disciplina, su espíritu
militante y su celo reformador. La Compañía de Jesús fue fundada por San Ignacio de
Loyola y San Francisco Javier en 1534 y aprobada por Paulo III en 1540. La Compañía
tenía una estructura cuasi militar y su General superior obedecía directamente al papa.
La Compañía se instaló de manera permanente en Roma en la persona de su director y
de la Congregación General, su máxima asamblea de gobierno. Los teatinos fueron
fundados por San Cayetano en 1524 y se les asignó la Iglesia de San Silvestre del
Qurinal. Los capuchinos por su parte fueron fundados en 1528 por Fray Mateo de
Bascio y fueron una derivación de la más antigua orden de los franciscanos. Estas
nuevas órdenes hicieron una activa reevangelización en Italia y Europa, y fuera del
continente, en Asia y América. Los jesuitas se distinguirán en la evangelización del
Nuevo Mundo y su acción se extendió hasta los más lejanos rincones de ese continente.
En segundo lugar el papa creó una nueva congregación (1542): la Congregación del
Santo Oficio, más conocida como la Inquisición romana. Esta era una congregación
permanente dirigida por cardenales y prelados. Su misión era detectar posibles casos de
herejía, tomar las medidas respectivas en contra de ella, y hacer un catastro con los
libros que fuesen considerados ofensivos para la fe y la moral. Persiguió, en
consecuencia, a numerosos sospechosos de herejía; como era la tónica de la época,
fuese en el ámbito civil o eclesiástico, usando la delación y la tortura de los
sospechosos. Esta congregación actuó en Roma, en Italia, e incluso fuera de sus
fronteras; sus casos más emblemáticos fueron el juicio, condena y ejecución del filósofo
Giordano Bruno (1600) y el célebre proceso y condena de Galileo Galilei (1633) por
sostener ideas científicas que atentaban, según el Santo Oficio, contra el orden cósmico
y ético establecido y aceptado por la Iglesia.
En tercer lugar el Papa Paulo III decidió convocar a un gran concilio ecuménico con el
fin de revisar las doctrinas y establecer nuevas normas disciplinarias para la Iglesia. El
Concilio, celebrado en Trento, fue convocado en 1545 y sólo terminó en 1563. El
Concilio de Trento definió con claridad los dogmas de la Iglesia, publicando el famoso
Catecismo tridentino, un compendio sistemático de las doctrinas católicas, y aprobó una
reforma eclesiástica consistente en reorganizar el clero y velar por su formación y
disciplina. Se fundaron seminarios y se vigiló la conducta de los sacerdotes.
Como resultado de las acciones realizadas, hacia 1650 más de dos tercios de Europa
reconocía obediencia a la Iglesia Católica Romana.
En la propia Roma los papas mejoraron sus costumbres y moderaron algo el lujo de la
corte. Durante el reinado de Pío IV se destacó la figura del Secretario de Estado Carlos
Borromeo, quien aplicó en los Estados Pontificios y en la Iglesia los principios
tridentinos en toda su esencia.
Es digno de mencionar que Pío promovió la formación de la Santa Liga contra los
turcos, a la que adhirió España, Venecia y Génova. El Estado Pontificio aportó con 12
galeras y más de 3000 soldados, obteniendo en 1571 la brillante victoria de Lepanto.
Durante el pontificado de Gregorio XIII se produjo una fuerte reacción de parte del
populacho reprimido, volviendo a recuperar sus espacios urbanos. Roma cayó en un
período de inseguridad social, agravado por un bandolerismo endémico que asolaba la
comarca.
Durante el siglo XVII Roma pierde más y más protagonismo a nivel internacional. Su
máxima autoridad, el Papado, declina aceleradamente su influencia política en Europa.
Los intentos de mediar, hacer componendas entre los soberanos, exigir cuotas de
participación en el concierto internacional, tan siquiera obligar a los monarcas usando
los argumentos espirituales del medioevo, constituyen ya un anacronismo histórico. Los
grandes poderes absolutistas, en especial España, Francia y Austria, prácticamente no
toman en cuenta la opinión de la Santa Sede en los asuntos de Europa. En
contraposición a la pérdida de influencia de su tradicional institución, la ciudad se
expande desde el punto de vista urbano, se embellece gracias al Barroco, y adquiere su
rostro actual. La población sube de los cien mil habitantes y Roma se convierte en la
hermosa ciudad que conoce nuestra época Contemporánea.
Durante el siglo XVII se asiste a la declinación de la influencia del papa en los asuntos
europeos. La opinión del papa prácticamente dejó de ser tomada en cuenta, tanto por los
gobernantes católicos como protestantes, en especial después de la Guerra de los Treinta
Años y la Paz de Westfalia (1648). La existencia de los Estados Pontificios dependió
más bien de la buena voluntad de los monarcas, inmersos en sus conflictos por la
supremacía en el continente. Ni como árbitro ni mediador era requerida ya su presencia .
El Papado maniobraba con dificultad entre los soberanos a fin de mantener su
independencia. Los papas del siglo hicieron, en líneas generales, una firme defensa de
su derecho de ser reconocidos como príncipes temporales y jefes de la Iglesia, pese al
poder avasallador de reyes tan absolutistas como Luis XIV de Francia, quien
prácticamente separó a la iglesia de este país de la obediencia a Roma, creando una
iglesia gala dependiente de él.
Muy diferente eran las condiciones de vida del pueblo urbano y campesino. La sociedad
romana era muy desigual: contrastaba la riqueza de la corte y de las familias aristócratas
con la miseria de la plebe urbana y campesina, especialmente con esta última; su
pobreza estimulaba un bandidaje endémico, lo que hacía que los entornos de Roma
fueran inseguros.
Como fruto de la Reforma, de las prácticas regalistas de los reyes católicos y del recorte
de las facultades de gobierno sobre las iglesias nacionales, el cuantioso flujo de ingresos
de estas últimas comenzó a declinar. El gobierno palió el déficit estimulando otras
fuentes de ingreso, como fue el arrendamiento de la explotación de alumbre de uso
textil a particulares y el estimulo de la construcción.
La Contrarreforma se expresó a través del arte del Barroco. El casco histórico de Roma
adquirió buena parte de su aspecto actual. Se recuerda la obra constructiva de los papas
Urbano VIII, Inocencio X y Alejandro VII.
Durante el siglo XVII trabajaron en Roma varios famosos arquitectos, entre los que
destacan Francesco Borromini y Gian Lorenzo Bernini. Estos últimos llenaron a Roma
con una profusión de palacios, iglesias, villas y extensas plazas decoradas con jardines,
estatuas, escalinatas, columnas y columnatas, obeliscos, fuentes y surtidores. El
Barroco, con su gusto por las figuras curvas y recargadas, embelleció a Roma, dejando
muy atrás la pobreza arquitectónica del medioevo. El estilo barroco se aprecia en
innumerables espacios y obras construidas, reconstruidas o decoradas: Plaza de San
Juan de Letrán, Plaza de San Pedro, Plaza Navona, iglesias de San Andrés del Valle,
San Andrés del Quirinal, el palacio Pallavicini-Rospigliosi, Palacio Barberini, Palacio
Montecitorio, Oratorio de San Felipe Neri, Biblioteca Alejandrina, Capilla de los Reyes
Magos, etc.
En la pintura destacó el flamenco Rubens, quien pasó una estadía en Roma a comienzos
del siglo XVII. Los estilos clasicista y realista predominaron en ese siglo proyectándose
al siguiente.
Roma siguió creciendo en población, alcanzado a mediados del siglo, una cifra
aproximada de unos 120.000 habitantes; este crecimiento estuvo asociado a la
restauración del suministro de agua, al repararse antiguos acueductos destruidos casi mil
años atrás (p.ej: Sixto V había reparado el acueducto de Septimio Severo a fines del
siglo XVI).
En medio de estos conflictos empieza a descollar una nueva potencia regional italiana:
el ducado de Saboya, convertido luego en el reino del Piamonte. El Piamonte
maniobrará entre las potencias en conflicto obteniendo algunas ganancias territoriales en
el norte de la península. Este reino hará la unidad de la misma en el siglo XIX y
conquistará Roma para si.
Hacia mediados del siglo XVIII se desarrolló en Roma el estilo artístico llamado
neoclásico, el cual volvía a redescubrir las raíces griegas y romanas de la arquitectura y
las artes plásticas, sustituyendo al estilo rococó (la última expresión del barroco).
Decisivo en este nacimiento artístico fue la presencia en Roma del pintor alemán Anton
Mengs y el arqueòlogo, también alemán, Johann Winckelmann y la publicación de los
grabados de Giovanni Battista Piranesi. Los descubrimientos arqueológicos y la obra
pictórica de estos personajes inflamaron la imaginación de arquitectos, escultores y
pintores europeos y americanos, los cuales sembraron sus respectivos continentes con
las obras neoclásicas, como por ejemplo los Campos Elíseos en París, diseñados por
Fontaine, el pórtico del Museo Británico por Smirke, el Teatro Real de Berlín de
Schinkel, los trabajos para la nueva capital de Estados Unidos-Washington-, impulsados
por Jefferson, el Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, obra del arquitecto romano
Joaquín Toesca.
En la propia Roma las edificaciones en estilo rococó de la primera mitad del siglo-de
esta época data la famosa Fontana de Trevi- fueron sustituidos por los neoclásicos, lo
que se se expresó en los trabajos de Valadier, quien hizo arreglos en la plaza del Popolo,
en la restauración del Coliseo y del Arco de Tito.
La escultura neoclásica tuvo su mayor exponente en Antonio Canova, quien trabajó en
Roma a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
Políticamente, pese a las guerras de la primera mitad del siglo XVIII, Roma y los
Estados Pontificios vieron un período de calma relativa durante la segunda mitad del
mismo. Una constante fue el crónico déficit fiscal que se debió afrontar, debido al
recorte, por acción de los gobiernos absolutistas de la Europa católica, imbuidos de
regalismo, de las remesas de dinero provenientes de las iglesias nacionales. Otro
problema era la subsistencia de formas semifeudales y particularistas que hacían difícil
una administración racional. A partir de 1730 los papas trataron de modernizar sus
heterogéneos estados en todos los terrenos: urbanístico, administrativo, comercial,
financiero y agrícola, empresa que acometió con energía el cardenal Julio Alberoni.
Destaca la figura del papa Benedicto XIV, quien realizó reformas y estimuló la
educación y las ciencias, potenciando con nuevas cátedras la Universidad de Roma. Hay
que decir que la ciudad en este siglo no sólo era destino de las peregrinaciones
religiosas (un carácter ya milenario), si no meta obligada de estudiantes aristócratas y
burgueses de casi toda Europa; se recuerda a este respecto la presencia de los
estudiantes ingleses; era habitual, también, la venida de estudiosos alemanes, como fue
la larga estadía en la ciudad del famoso poeta y dramaturgo Johann Wolfgang von
Goethe. La ciudad era considerada un centro cultural por excelencia y conexión con el
pasado distante. En ciernes está la corriente cultural del romanticismo, la cual se inspiró,
en parte, en la contemplación de las ruinas romanas.
A fines del siglo el Papa Pío VI realizó reformas de envergadura en el terreno tributario
y comercial, en consonancia con el nuevo espíritu ilustrado que privilegiaba el libre
comercio y la igualdad ante la ley y los impuestos.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII Roma y el Papado deberán enfrentar a la
Ilustración y la Revolución Francesa, con su corolario que fue la aventura imperial de
Napoleón. Muy maltrecho, el Papado recuperará por un tiempo, gracias a las dádivas del
Congreso de Viena, su dominio sobre Roma. Durante el siglo XIX la ciudad se verá
envuelta en los movimientos nacionalistas que harán la unidad de Italia.
En la segunda mitad del siglo XVIII el clima político e intelectual se volvió en contra de
la autoridad religiosa y temporal del Papado, inclusive en las tradicionales monarquías
católicas. En Francia e Inglaterra se desarrolla el fenómeno de la Ilustración, cuya
máxima obra fue la publicación en París de la Enciclopedia. Las diversas corrientes que
conformaban el movimiento ilustrado (racionalismo, empirismo, liberalismo, ateísmo,
etc.) inspiraron una disposición anímica negativa hacia la Iglesia y el Papado entre las
clases intelectuales, especialmente burguesas de Europa Occidental; disposición que fue
contagiada a los gobiernos absolutistas, formalmente católicos y regalistas, pero que en
la práctica adoptaron posturas laicistas que iban en detrimento de la autoridad y los
bienes de la Iglesia, especialmente en Portugal y España. Se inició una creciente presión
política e ideológica, frente a la cual reaccionaron con desigual éxito los pontífices. Por
ejemplo, constituyó una derrota en toda la línea la supresión, no sólo en Roma, si no en
todo el orbe católico, de la Compañía de Jesús debido a la debilidad del Papa Clemente
XIV en 1773, presionado por los gobiernos laicos. Pronto se iniciará la Revolución
Francesa, lo que constituirá una hecatombe para el catolicismo francés y la autoridad
pontificia en Roma.
En 1801 el nuevo Papa Pío VII firmó un Concordato con Napoleón. Napoleón ya se
había ganado el favor de los franceses y la existencia del Estado papal se volvió precaria
nuevamente. En 1807 Napoleón dio el paso definitivo y procedió a clausurar su
independencia política: traspasó una serie de territorios pontificios -Ancona, Urbino y
otros- al recién creado Reino de Italia (bajo soberanía francesa) e incorporó en forma
definitiva Roma y los restos del territorio papal al Imperio Francés. El Papa fue tomado
prisionero y deportado a Savona.
En 1848 la revolución liberal estalló con más fuerza en la península, alcanzando los
Estados Pontificios. En 1849 los liberales y nacionalistas depusieron al Papa y
proclamaron una Segunda República Romana, eligiendo a Mazzini como uno de sus
dirigentes. La vida de esta República fue breve, pues fue atacada por contingentes
católicos multinacionales y derribada nuevamente. Una vez más -y la última- el Papa
recuperó el gobierno de Roma.
Hacia 1860 los Estados Pontificios abarcaban una considerable extensión del centro de
Italia. En el Norte de la península el reino del Piamonte, gobernado constitucionalmente
por la dinastía de Saboya y por el famoso ministro Camillo Benso, conde de Cavour,
inició la reunificación definitiva de Italia. El Piamonte se había convertido en un actor
importante, expulsando a los austriacos de la Lombardía y, posteriormente, del Véneto
(1866). Mediante expediciones militares, presiones políticas y plebiscitos, el Piamonte
se fue adueñando del Sur y Centro-Norte de Italia, cercenando territorios del estado
papal. El papa Pío IX (Nono) logró obtener la ayuda de Napoleón III de Francia,
deseoso de congraciarse con la población católica de su imperio. Los restos de los
Estados Pontificios fueron defendidos por las tropas francesas.
En medio de la debacle del poder pontificio sobre Roma, el Papa Pío Nono desafió al
liberalismo y a las otras corrientes modernas, publicando en 1864 el Syllabus,
documento polémico en que se condenó lo que, a juicio del Papado, eran los "errores
modernistas"; y en 1869, sitiada Roma por las fuerzas italianas, convocó al Concilio
Vaticano I, en que se aprobó la doctrina de la "infalibilidad papal" en la cátedra de
asuntos de fe y moral.
La unificación de Italia le confirió a Roma una nueva condición: sede del gobierno
italiano bajo la forma de una monarquía constitucional. La incorporación de Roma fue
sancionado mediante un plebiscito unánimemente favorable a la unidad, y a partir de
1871 la ciudad comenzó a albergar a las máximas instituciones del reino: la monarquía,
los ministerios, el Parlamento, los máximos tribunales, legaciones extranjeras,
consulados, etc. Progresivamente se fueron haciendo los trabajos arquitectónicos y
urbanísticos necesarios (barrios del Quirinal, Viminal, Esquilino) que permitiesen dotar
a Roma de la infraestructura necesaria para instalar las dependencias del gobierno. Por
espacio de cincuenta años se practicó un régimen liberal que, desgraciadamente, no
logró consolidar, pues navegó en medio de constantes crisis económicas y sociales,
sumado a aventuras coloniales semifracasadas (conquista de Libia, derrota en Etiopía).
A la postre, el régimen parlamentario sería derribado por Mussolini.
A partir de 1870 y durante los primeros 40 años del siglo XX Roma entró en un nuevo
período de expansión urbana. Las murallas aurelianas fueron rebasadas y se abrieron
nuevas vías (Vías Cavour, Víctor Manuel, Nazionale, etc), se demolieron antiguos
barrios residenciales y se construyeron otros nuevos (Salario, Flaminio, Monteverde,
Nomentano, etc). Se aplicaron fórmulas neoclásicas, cuyo ejemplo más conocido es el
monumento a Víctor Manuel II. 7 La población de la ciudad pasó de un cuarto de millón
de habitantes en 1871 a los casi 700.000 para 1922, acercándose a las máximas cifras
que tuvo en la Antigüedad; su población seguirá creciendo por impulso del régimen
fascista.
[editar] Siglo XX
Mussolini, que propugnaba una concepción totalitaria y nacionalista del poder, apeló a
viejos símbolos del pasado romano con objeto de justificar su régimen: desde el mismo
nombre del partido que encabezaba -los fascios eran una serie de varas y hachas
fuertemente atadas y que constituían los símbolos de poder de los cónsules-, pasando
por el antiguo saludo imperial, la copia del estilo arquitectónico y escultural romano
adaptado a las expresiones públicas del fascismo, hasta las continuas referencias al
pasado imperial de Roma e Italia, lo que se tradujo en las pretensiones de hacer del
Mediterráneo nuevamente un lago italiano y en la agresión a Albania y Grecia en los
comienzos de la Segunda Guerra Mundial; en la misma línea estuvo la denostada y
aparatosa campaña militar que llevó a las fuerzas italianas a conquistar el casi inerme
reino africano de Etiopía, declarándose a Víctor Manuel III como “emperador”.
Bajo el régimen fascista Roma siguió creciendo en población, alcanzando para 1944 la
cantidad de 1,5 millones de habitantes. Se demolieron algunos barrios antiguos y se
implementaron nuevos proyectos viales y arquitectónicos -como la Vía del Impero
(actual Vía del Foro Imperial), el Foro Itálico, el barrio de la E 42 (actualmente barrio
de la Exposición Universal de Roma).
Medio millar de aviones, a plena luz del día, realizaron la faena. Y a pesar de que
hubieron escasas pérdidas de vidas y la destrucción se limitó a las áreas suburbanas, el
efecto político fue inmediato. Se produjo un éxodo masivo de la población romana fuera
de la ciudad. En rápida sucesión el gobierno de Mussolini cayó, el rey ordenó la captura
del dictador y la formación de un nuevo gobierno que negociase la paz con los aliados.
Entonces entraron en escena las fuerzas alemanas, las cuales procedieron a ocupar la
ciudad dispuestos a resistir a ultranza. Tras intensas negociaciones, en que participó la
Santa Sede, Roma fue declarada “Ciudad abierta” (agosto de 1943) por las autoridades
nazis, retirándose, posteriormente, los alemanes más al norte. Se evitaron nuevas
destrucciones y bajas y las fuerzas aliadas liberaron la ciudad, desfilando con sus
tanques por el centro histórico, en medio de la aclamación del pueblo romano, harto del
fascismo y la ocupación nazi (4 de junio de 1944).
En Roma tienen su sede los Poderes del Estado italiano: la Presidencia de la República,
los ministerios, el Parlamento (formado por dos cámaras: la de Diputados y el Senado),
los máximos tribunales de justicia; también, las embajadas y consulados extranjeros
ante la República de Italia y la Santa Sede.
En lo estrictamente local la ciudad ha sido gobernada, desde el fin de la guerra, y como
nunca en su historia, mediante fórmulas genuinamente democráticas y republicanas. Un
Ayuntamiento (Comuna de Roma) o Municipalidad, constituido por un Concejo
municipal elegido por 4 años mediante sufragio universal y en que el alcalde es elegido
a su vez por los concejales, ejerce la potestad edilicia.
Roma ha sido testigo de la agitada vida política italiana, caracterizada por la pugna de
múltiples partidos, las coaliciones entre ellos, las crisis de gobierno y la presencia de
carismáticos personajes que han ejercido el cargo de Primer Ministro. Pero también la
ciudad ha presenciado la lacra del terrorismo urbano, como fue el azote de las Brigadas
Rojas durante la década de los 70 y comienzos de los 80 y que cobró en sus calles la
vida del ex Primer Ministro Aldo Moro, o el alevoso atentado en contra del Papa Juan
Pablo II en 1981.
Tras la represión fascista de la primera mitad del siglo XX, Roma fue, durante los 50 y
60, el epicentro de un estilo de vida desenfadado (principalmente entre los grupos altos
adinerados) que ha sido llamado la Dolce Vita (la Dulce Vida), fenómeno expresado en
el cine por la película homónima de Federico Fellini (1960) y con la actuación de
Marcello Mastroianni. También, durante la posguerra, Roma, en correlación con la
abundante ayuda económica de los Estados Unidos, estuvo muy en contacto con las
formas culturales de esta nación, relación reflejada, especialmente, en el cine y en las
otras artes.
Después de la guerra Roma ha sido elegida como sede por empresas transnacionales e
instituciones internacionales, culturales y humanitarias (p.ej: la FAO: Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el FIDA: Fondo
Internacional del Desarrollo Agrícola).
Roma fue sede los Juegos Olímpicos de 1960, para lo cual se edificó la Villa Olímpica.
El destacado arquitecto Pier Luigi Nervi diseñó algunos de los edificios que albergaron
los juegos. También Roma fue una de las sedes del Campeonato Mundial de Fútbol de
1990 organizado por la FIFA.