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Carr, E - Qué Es La Historia. Cap. 1 El Historiador y Los Hechos

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Marcia: ecoeas Paiwisergns Quore ured nes (il) Lee ex Wosiccremipia . Enimry Carn SQod es uv fiswa? Cao 4 fd. Pluck 2 (Ot, 196!) 1 EL HISTORIADOR ¥ Los HrecHos Qué es la historia? Para precaverme contra quien encuentre superflua o falta de sentido Ia pregunta, voy a partir de textos relacionados respectivamente con Ia primera y 1a segunda encarnaciones de la Cam bridge Modern History. He aqui a Acton, en su in- forme a los sindicos de la Cambridge University Press acerca de Ja obra que se habia comprometida a dirigirs Es ésta una oportunidad sin precedente de reuair, en la forma més til para Jos ms, el acer- vo de conocimiento que el siglo xix nos ests le- gando. Mediante una inteligente divisién del tra- bajo seriamos capaces de hacerlo y de poner al aleance de cualquiera el Gltimo documento y las conclusiones mds claboradas de la investigacién internacional, No paciemos, en esta generacién, formular una historia definitiva; pero sf podemos climinar la ‘historia convencional, y mastrar a qué punto he- mos llegacio en el trayecto que va de ésta a aqué= Ma, ahora que toda la informacién es asequible, ¥ que todo problema es susceptible de solucién (1). () The Combrigee Moen Harry: Tix Oris Aaihorsip mad Pratction (BE, pgs WO 9 EDWARD H CARR Y transeurrides casi exactamente sesenta aos, e1 profesor Sir George Clark, en su introduccién gene- ral a In segunda Cambridge Modern Fistory, eomen- taba aquel convencimiento de Acton y sus colabora- doree de que llegaria el dia en que {uese posible pre sentar una «historia definitiva», en los siguientes tér- min ‘Los historiadores de una generacién posterior ‘no esperan cosa semejante, De su trabajo, esperan que sea superado una y otra ver. Consideran que el conocimiento de! pasado ha legado a nosotras por mediacién de una o mas mentes humanas, ha sido selaborado» por éstas, y que no puede, par tanto, consistir en dtemos elementales © imperso- nales que nada puede alterar... La exploracién no parece tener limites y hay investigadores impa- cientes que se refugian en el escepticismo, o cuan- do menos en la doctrina de que, puesto que todo juicio historico implica personas y puntos de vise ta, todos son igual de vilides y no hay verdad histérica «objetivay (2). Cuando los maestros se contradicen de modo tan fla- grante, es licito intentar averiguar qué sucede. Espero hallarme Io bastante al dia como para darme cuenta de que algo escrito en Ia dltima década del siglo pasado tiene que ser un disparate. Pero no estoy lo suficlentemente adelantado como para compartir | opinién de que cualquier cosa escrita en estos ulti- mos dicz afios forzosamente tiene que ser verdad. Sin duda habrén pensado ustedes ya que esta in (2) The New Cambridge Modern History, 1 (HST), p. XRIVIEXY, to (QUE ES LA HISTORIAT vestigacién puede parar en algo que rebase los limi- tes de la naturaleza de Ia historia. El desacuerdo entre Acton y Sir George Clark refleja el cambio su- frido por nuestra eoncepeidn de conjunto de la socie- dad en el intervallo entre ambas afirmaciones, Acton es un exponente de la fe positiva, de la clarividente confianza propia en uno mismo, que caracteriza la liltima fase de la época victoriana; Sir George Clark refleja la perplejidad y el escepticismo conturbado de Ja generacidn «rebelde». Cuando tratamos de contes: la pregunta 4s la Historia?, nuestra res. puesta, consciente o inconscientemente, refleja nues tra posicion en el tiempo, y forma parte de nuestra respuesta a la pregunia, mds amplia, de qué idea he- mos de formarnos de la sociedad en que vivimos, No temo que parezca trivial, visto mas de cerca, el tema escogida. Sélo me asusta parecer pretencioso por haber planteado problema tan amplio e importante, EI siglo x2x fue una gran época para los hechos. Lo que yo quiero —dice Mr. Gradgrind en Tiempos dificiles—, son Heehos... Lo tinieo que se necesita en la vida son Hechos.» En conjunto, los historiadores decimonénicos estaban de acuerdo con ¢l. Cuando Ranke, en el cuarto decenio del siglo, apuntaha, en legitima protesta contra la historia moralizadora, que la tarea del historiador era +s6lo mostrur lo que real- mente acontecié: (wie es eigentlich gewesen)s, este fo muy profundo aforismo tuvo un éxito asombreso. ‘Tres gencraciones de historiadores alemanes, britani- cas € incluso franceses, s¢ lanzaron al combate ento- nando la formula magica «Wie es edgentlick gewesen», aL EDWARD 11. CARR a modo de conjuro, encaminada, como casi todos los conjuros, a ahorrarles Ja cansada obligacién de Pensar por su cuenta. Los pasitivistas, ansiosos por consolidar su defensa de la historia como ciencia, sontribuyeron con cl peso de su influjo a este culto de los hechos. Primero averiguad los hechos, decian Jos positivistas; luego deducid de ellos las conclu: -siones, En Gran Bretafia, esta visiém de la historia encajé perfectamente con fa tradicién empirica, ten- dencia dominante de la filosofia briténica de Locke a. Bertrand Russell.'La teoria empirica del conocimien- to presupone una total separacién entre el sujeto y el - objeto Los hechos, lo mismo que las impresiones sen- dorlales;iaciden en el obvervadar deade-l extcrlon, y son independientes de su conciencia, El proceso re- ceptivo es pasivo: tras haber recibido los datos, se los mancja. El Oxford Shorter English Dictionary, til pero tendenciosa obra de la escuela empirica, de- limita claramente ambos procesos cuando define cl hecho como ediato de Ia experiencia, distinto de las conclusioness. A esto puede lamirsele concepeién de sentido comin de Ja historin. La historia consiste en ‘un cuerpo de hechos verificados. Los hechos los en cuentra el historiador en fos documentos, en laz ins cripciones, eteétera, Jo mismo que los pescados sobre el mostrador de una pescaderia. El historiader tos Fetine, se los lleva a casa, donde los guisa y los sirve como a él més le apetece. Acton, de austeras aficio nes culinarias, los preferia con un condimento sen- cillo. En su carta de instrucciones a los colaboradores de la primera Cambridge Modern History, formulaba el requisite de que «nuestra Waterloo debe ser satis. factorio para franceses ¢ ingleses, alemanes y holan- deses por igual: que nadie pueda decir, sin. antes exa- 12 (QUE ES La HISTORIA? minar Ia lista de los autores, dénde dejé la pluma el Obispo de Oxford, y dénde la tomaron Fairbairn 0 Gasquet, dénde Liebermann o Harrison» (3). Hasta el propio Sir George Clark, no obstante su desscuerdo con el enfoque de Acton, contraponia eel sélido mir cleo de los hechos» en la historia, a «la pulpa de terpretaciones controvertibles que lo rodea» (4), olvidando acaso que en la fruta da mds satisfacciGn la pulpa que el duro hueso. Cerciérense primero de los datos, y Iuego podrén aventurarse por su cuenta y riesgo en las arenas movedizas de Ia interpretacién: tal eg la ultima palabra de la escuela histérica empi- riea del sentido comin. Ello recuerda el dicho fa- vorito del gran periodista liberal C. P. Scott: «Los hechos son sagrados, la opinién libres, Pero esta claro que asi no se llega a ninguna par te. No voy a embarcarme cn una disquisicién filosé- fica acerca de la naturaleza de nuestro conacimiento del pasado. Supongamos, a efectos de la discusién presente, que ¢l hecho de que César pasara el Rubi- eon y el hecho de que haya una mesa en el centro de ‘esta sala son datos de igual orden, o de orden pareci- do, y que ambos datos penetran en nuestra conciencia de mode igual o parecido, y que ambos tienen ade- mas el mismo cardcter objetivo en relacién con la persona que los conoce. Pero aun en el caso de esta suposicién atrevida y no del todo plausible, nuestro razonamiento topa con el obsticulo de que no todos Jos datos acerca del pasado son hechos histbricos, inl son tratados como tales por el historiador: ¢Qué eri- terio separa fos hhechos histéricos de otros datos acerca del pasado? (8) Acro, Kecturer on Modern History (1996), ples it. (4) Citdo ea The Listener, 1 de unio we A952, pig. 972. a EDWARD H. CARR gQué es un hecho histérico? Es ésta una cuestién crucial en la que hemos de fijarnos algo mas atenta- mente, Segdn el punto de vista del sentido comin, existen hechas b4sicos que son los mismos para to- dos los historiadores y que constituyen, por asi de- cirlo, la espina dorsal de la historia: el hecho, pon- gamos por caso, de que Ia batalla de Hastings se 1i- brara en 1066, Mas esta opinién sugicre dos observa- ciones. La primera, que no son datos coma éste los que interesan fundamentalmente al historiador, Sin duda es importante saber que la gran batalla tuvo lugar en 1066 y no en 1065 6 1067, © que se Librara on Hastings, en vez de en Eastbourne o Brighton, El historiador tiene que saber estas cosas con exactitud. Pera, cuando se suscitan problemas como éste, re- cuerdo siempre aquella observacién de Housman: la precisién ¢s un deber, no una virtud» (5), Elogiar 4 un historiador por la precisién de sus datos es come encomiar @ un arquitecto por utilizar, en su edi- ficio, vigas debidamente preparadas o cemento bien mezclado. Ello es condicién necesaria de su obra, ‘ero no su funcién esencial. Precisamente en cuestio nes de éstas se reconoce al historiador el derecho a fundarse en las que se han llamado «ciencias auxt liarese de la historia: la arqueologia, la epigrafia, la numismitica, la cronologia, ete. No se espera del historiador que domine las técnicas especiales mer- sed a las cuales el perita sabré determinar el origen y el periodo de un fragmento de cerimica o de mar mol, o descifrar una inscripcién oscura, o Hevar a cabo los complejos célculas astronémicos necesarios para fijar una fecha precisa. Los llamados datos bi (3) M. Mania Ascromomicon: Liber Primus (2% et. 137), plate a a, “ (QUE BS La HISTORIAY icos, que son los mismos para todos los historiade- res, mas bien suelen pertenccer a la categoria de materias —pritmas- det historiador que a la historia mista. La segunda observacién que hemos de hacer es que lavnevesidad de fijar estos datos basicos no se apoya ea ninguna cualidad de los hechos mismos, sino en una decision que formula el historiador 4 priori, A pesar de Ia sentencia de ©. P. Scott, toda pe- riodista sabe hoy que la forma més eficaz de influir en In opinién consiste en seleccionar y ordenar los ‘hechos adecuados. Solia decirse que fos hechos ha blan por si solos, Es falso, por supuesto. Los hechos Sélo hablan cuando et historiador apela a ellos: él ‘es quien decide a qué hechos se da paso, yen qué orden y contexte hacerlo, Si ao me equivoco, era un personaje de Pirandello quien decia que um hecho es como un saco: no se tiene de pie mas que si mete- mas algo dentro. La tinica razdn por la que nos inte- esa saber que la batalla se libré.en Hastings en 1066 estriba en que los historfadores lo consideran hecho histérico de primordial importancia. Es el historiador quien ha decidida, por razones suyas, que el paso de nquel riachuelo, el Rubieén, por César, es un hecho que pertenece a [a historia, en tanto que el paso del Rubicén por millones de otras personas antes y des- pués, no inferesa a nadic en absoluto, El hecho de que ustedes legaran a este edificio hace media hora. a pic, en bicicleta o en coche, es un hecho del pasado como pueda serlo el hecha de que César pasara el Rubicén, Pero los historiadores dejarin seguramente de tener en cuenta el primero de ambos hechos, El profesor Talcott Parsons calificé una vez la ciencia de «sistema selectivo de orientaciones cognitivas 15 EDWARD H CARR hacia In reolldads (8). Tal vex podeia hakerse dicho oun inds senciltez. Pero to cierto ex que Ta historia €s 30, entre otras cosas, El Distoriudar ee necesarin- menie selectivo, La erceocla en un nitcleo. dsey de bechos bistdrices esistentes abjetivamente y con in- dependencia de Ja interpretaci6n del bistorindar ea una thlnels absurda, pero dificilisinm de devsrcaiga Echemes una ojeada sobre el proceso por el col Un Gere wate del pasado se comvierte en un hecho histérlco, En 1850, eu Stalybridge Wakes, un vende dor de golosinas era dellberadaments golgeado husta la muerte gor una suchedumbre enfurecida, tras una Gispute sin imporlancia, Js ello un hecbe histérica? Hace un afta hublese contestada que no sin vacitar, Lo Babia recogida un testige ocular en ciertas memo. Ting poco conucidus {7}; pens nunca vi que ningun histeriader lo considerase digno de mencién, Hace un ads, (12), Acton {12} Giada por GP, Gonch, History and Historians tn ma Nina. teenth Cantury. pag. 30; ulleriormenta’ dijo Acton de DGllnger gus Me"foc dado configurar a fileo(ia de is historia sobre Ia mayor Indwecide jamat al alcaoce ‘del homtice” (Wittory wf Freedom and Other Essays, 10, ple. 8). 20 AQUI ES La HISTORIA? ‘estaba sin duda pronunciando aqui un veredicto an- ticipado sobre si mismo, sobre aquel curioso fend- meno de un historiador en el que muchos ven el mis distinguido ocupante que la eétedra Regius de Historia Moderna en esta Universidad ha tenido nunca, y que, sin embargo, no escribié ninguna historia. ¥ Acton escribié su propio epitafio en la nota intreductoria al primer volumen de la Cam bridge Modern History publicado a poco de su muer- te, cuando lamentaba que los requerimientos que agobiaban al historiador «amenazan con convertitle, de hombre de letras, en compilador de una enciclo- pedias (13). En alguna parte habia un error, ¥ él error eta la fe en esa incansable © interminable acumulacién de hechos +i vistos como fun-_ historia, Te conviceidn de que los datos hablan por si solos y de que nunca se tenen demasiadas datos, conviccién tan inapelable entonces que fueron poces los historiadores del momento que creyeron necesario —y hay quienes todavia siguen ereyéndolo innecesario— plantearse la pregunta Qué €s la Historia? El fetichismo decimondnico de los hechos venia completada y justificado por un fetichismo de lat documentos. Los documentos eran, en el templo de les hechos, el Arca de la Alianza. El historiador deyoto Hegaba ante ellas con la frente humillada, y hablaba de ellos en tono: reverente. Si los decu- mentes lo dicen, sera verdad, Mas, ¢qué nos dicen, a fin de cuentas, tales documentos: los decretos, los tratados, las cuentas de los arriendos, los Libros azue les, la carrespondencia oficial, las cartas y los diarios privados? No hay documento que pueda decirnos (13) Cambridte Moder tiatory, | (18), al EDWARD H. CARR acerca de un particular mds de lo que opinaba de él su autor, Io que opinaba que habia acontecido, To que en su opinién tenia que ocurtir u ocurriria, 0 acaso tan s6lo lo que queria que los demds creyesen que él pensaba, o incluso solamente lo que él mismo creyé pensar. Todo esto no significa nada, hasta que el historiador se ha puesto a trabajar sobre ello y to ha descifrada, Los datos, hayan sido encontrados ‘en documentos o no, tienen que ser elaborados por el historiador antes de que 41 pueda hacer alin uso de ellos: y el uso que hace de ellos es precisa- mente un proceso de elaboracién, Voy a iluserar lo que trato de decir con un ejem- plo que casualmente conozco bien. Cuando Gustav Stresemann, el ministro de Asuntos Exteriores de la Republica de ‘Weimar, murié en 1929, dejé una masa ingente —300 ceajas llenas— de documentos oficiales, semfofic{ales yw privados, relativos casi todos a los seis afios durante llos cuales tuvo a su cargo Ia cartera de Asuntos Exteriores. Coma es Iégico, sus amigos y fa ares penssaron que la memoria de hombre tan in- signe debia henrarse con un monumento. Su leal se eretario Berntoard puso manos a la obra; y en un pl zo de tres afios salicron tres grucsos voldmenes de unas 600 paginas cada uno, que contenian una selec- cidn de los dexumentos de las 300 eajas, y que leva ban el impressonante titulo de Stresemanns Ver- miichends («Bil legado de Stresemanns). En circuns. tancias normailes, Jos documentos propiamente dichos habrian do deescomponiéndose en algun sdtano o des- van, y se habrrian perdido para siempre, O acaso, al cabo de un cceatenar de afios o asi, habria dado con ellos cierto itmestigaéor curioso y emprendido su comparacién team el texto de Bernhard. Lo realmente 2 eat ES LA HISTORIA? ccurrido fue mucho mas truculente. En 1945 los do- cumentos eayeron en Jas manos de los gobiernos bri- tanico y norteamericano, quienes los fotografiaron todos y pusieron Ias fotocopias a disposicién de los investigadores en el Public Record Office de Londres yen los National Archives de Washington, de forma que, con la suficiente curiosidad y paciencia, podemos ver con exactitud lo hecho por Bernhard. Lo que habfa hecho no era ni insdlito ni indignante. Cuando Stresemana murid, su politica. occidental parecia haber sido coronada por una serie de brillantes éxi- tos: Locarno, la admisiéa de Alemania en la Sociedad de Naciones, los planes Dawes y Young y los emprés titos norteamericanos, Ia retirada de los ejércitoy aliades de ocupacién del territorio del Rhin. Parecia ésta Ja parte importante a ta vez que fructifera de ln politica exterior de Stresemann: y no es de extranar que Ia seleceion documental de Bernhard destacase con mucho este aspect. Por otra parte, la politica oriental de Stresemann, sus relaciones con ta Unidn Sovigtica, parecian no haber Ilevado a ninguna parte, y.como no eran muy interesantes ni engrendecian en nada Ia fama del estadista aquellos montones de do- cumentos acerca de negociaciones que no dieron mas que triviales resultados, el proceso de seleccidn po- dia ser mas riguroso, En realidad Stresemann dedic6 tuna atenciéa mucho més constante y solicita a las re- Jaclones con la Unién Sovietica, que desempefiaron un papel mucho mayor en el conjunte de se -pokitica extranjera, de lo que puede deducir el lector de tn antologia de Bernhard. Pero me temo que muchas colecciones publicadas de documentos, sabre las que se funda sin vacilaciones e¢l historisdor normal, son peores que los vollimenes de Bernbard. 2 EDWARD H. CARR Pero mi historia no termina aqui. Poco después de Publicades los tomos de Bernhard, subié Hitler al poder. Se relegs al olvido en Alemania el nambre de Stresemann y los libros desaparecieron de la circula- ; muchos ejemplares, quizs 1a mayoria, fueron destruidos, En la actualidad, el Stresemanns Ver- mifchtnis es un libro. mas bien dificil de encontrar. Pero en Occidente, ta fama de Stresemann se mantu vo firme. En 1935 un editor inglés publicé una tradue- cion abrevinda de la obra de Bernhard, una selecclén de Ia seleccién de Bernhard: s¢ omitié aproxima- damente la tercera parte del original. Sutton, conoci- do traductor del alemén, hizo su trabajo bien y de mode competente, La versién inglesa, explicaba en el prdlogo, estaba «ligeramente condensada, pero sola- mente por la omisién de una parte de To que —en su sentir— cra lo mas efimero... de escaso interés para los lectores 0 estudiosos ingleses» (14). Esto también es bastante natural. Pero ¢] resultado es que Ta politica oriental de Stresemann, ya insuficiente- mente destacada en la edicién de Bernhard, se pierde ain més de visa, y en los volmenes de Sutton la Unién Sovietica aparece como un mero intraso oca- sional, y més bien inoportuno, en la politica predo- minantemente occidental de Stresemann, Sin embar go conviene dejar sentado que es Sutton, ¥ no Bern hard —y menos ain los documentos mismos— quien Tepresenta para el mundo occidental, salvo unos Cuantos especiatistas, fa auténtica voz de Stresemann. De haber desaparecicio los documentos en 1945, dus ante los bombardeos, y de haberse perdido el ras. ‘tro de los restantes volimenes de Bernhard, nunca se {O) Gartar Siresemann, His Diaries, Letters and Papars, & Nota ue Sutton, « cupo carga corr tn sleccioa, lla a 24 Fee En eR ee yee JQUE ES LA HISTORIA? hubieran puesto en tela de juicio ta autenticidad y ta sutoridad de Sutton. Muchas colecciones impresas de documenos aceptadas de buena gana por los histo: tiadores a falta de los originales, descansan sobre una base tan precaria como ésta, Pero quiero Hevar atin mis lejos Ia historia, Ol demos lo dicho acerca de Bernhard y Sutton, y agra dezcamos el poder, si lo deseamos, consultar los do- cumentos auténticos de uno de los principales acto- tes de algunos de los acontecimientos importantes de Ja historia europea reciente. Qué nos dicen los docu mentos? Contienen entre otras cosas notas de unos euantos centenares de conversaciones entre Strese- mann y el embajador soviético en Berlin, y de una yeintena con Chicherin. Taler notas tienen su rasgo en comtin, Presentan a un Stresemann que se llevaba la parte del ledn en las conversaciones, y revelan sus argumentos invariablemente ordenados y atractivos, en tanto que los de su interlocutor son las més de las veces vacios, confusos y nada convincentes. Es ésta una caracteristica comGn a todas los apuntes de con- versaciones diplomaticas. Los documentos no nos dt cen la que ocurrid, sino tan sélo To que Stresemann creyé que habia ocurido, 9 lo que deseaba que los demas pensaran, 0 acaso io que él mismo queria creer que habia ocurida. El proceso seleccionador no lo empezaron Bernhard ni Sutton, sino el mismo Stresemann. Y si tuviéramos, por ejemplo, los apun- tes de Chicherin acerca de dichas conversaciones, nos guedariames sin embargo enterados tan 3élo de lo que de ellas pensaba Chicherin, y lo que realmente ccurrié tendria iguatmente que ser reconstruido en la mente del historiador. Claro que datos y docu- mentos son esenciales para el historiador. Pero hay 5 EDWARD H. CARR que guardarse de convertirlos em fetiches. Por st solos no constituyen historia; no brindan por si solos ninguna respuesta definitiva a la fatigosa pregunta de qué es la Historia. Liegados a este punto, quisiera decir unas palabras sobre In razén por la que los historiadores del siglo pasado solian desentenderse de Ia filosofia de la his torla, La expresién la inventé Voltaire, y desde enton- ces se Ia viene utilizando en distintas acepeiones; pero yo In usaré, si es que alguna vez la uso, como con- testacién a nuesira pregunia: 2Qué es la Historia? Para los intelectuales de Europa occidental el siglo xIx fue un perfode cémodo que respiraba conflanza y op- timismo, Los hechos resultaban satisfactorios en con- junto; y Ia inclinacién a plantear y contestar pre guntas molestas acerca de ellos fue por lo tanto débil. Ranke creia piadosamente que la divina providencia se encargaria del significado de la historia, si 4l se en- cargaba de los heshos; y Burckhardt, con un matiz cinieo m&s moderno, observaba que «no estamos inicisdos en los designios de ta eterna sabiduria». Bl profesor Butterfield apuntaba con visible satisfac- cidn, nada menos que en 1931, que «los historiadores han reflexionado poco acerca de Ia naturaleza de las, cosas y aun acerca de la naturaleza de su propia ma- teria de estudio» (15). Pero mi predecesor en estas conferencias, el Dr. A. L. Rowse, més preciso en su. exitica, eseribid de «La Crisis Murdial» de Sir Wins ton Churchill (su libro acerca de Ia primera Guerra Mundial) que, aunque estaba a Ia altura de la Histo- via de fa Revolucion Rusa de Trotsky en lo que hacia a personalidad, vivera y vitalidad, quedaba por de- (15) HL. Derneanca, The Whig dncerprecation of History (1930), Ba rine 6 LQUE ES LA HISTORIA? bajo de ella a un respecto: «no habia detras filosofia de la historia alguna» (16). Los historiadares brité- nicos se negaron a dejarse arrastrar, no porque cre- yescn que la historia carece de sentido, sino porque creian a éste implicito y evidente. La concepcién libe- ral de la historia del siglo xix tenfa una estrecha afi- nidad con Ia doctrina econémica det laissez faire, también de una visién del mundo serena y confiada, Que cada cual prosiga con su especialidad, y Ya proveera la mano oculta a la armonfa universal. Los heehos de la historia eran por s{ mismos una prueba del hecho supremo de que existia un progres 1, ¥ al parecer infinite, hacia cosas mds eleva- das, Era aquélla la edad de la inocencia, y los histo- riadores paseaban por el Jardin del Edém sin un re- tazo de filosofia con que cubrirse, desnudos y sin avergonzarse ante el dios de la historia. Desde enton- ces, hemos conocido el Pecado y hemos experimen tado en nosotros la Caida; y los historiadores que en. ad pretenden dispensarse de una filosofia de la historia tan s6lo tratan, vanamente y sin natu- ralidad, como miembros de una colonia nudista, de recrear el Jardin del Edén en sus jardincillos de s- burbio. La molesta pregunta no puede ya ser eludi- da hoy. Durante los dltimos cincuenta afios se ha levado a cabo no poco trabajo serio a propésito de Ia pre- gunta: ¢Qué es la Historia? De Alemania, el pais que tanto iba a contribuir # perturbar el muelle: del liberalisme decimonénico, salié en los dos ultimos (15) AL, Rowen, The En of an Epoch (IMD. pies. 2228, a EDWARD H. CARR decenios del siglo xix el primer desafio a la doctrina de Ia primacia y la autonomia de las hechos en la historia, Los fildsofos que salieron a la palestra ape nas son ya algo més que nombres: ‘es el tink c9 que ha sido recientemente objeto de un tardio re- conocimiento en Gran Bretafia, Antes de cambiar st ‘siglo, la prosperidad y la confianza eran todavia de- masiadas en este pats para dediear atencién alguna a los herejes que arremetian contra el culto de los ‘hechos. Pero no bien hubo empezado el nuevo sigla, ‘pas6 a Italia Ia antorcha, donde empezaba Croce a ‘abogar por na filosofia de la historia que desde lue- . Declaré ‘oce que toda Ia historia es «historia contemporé- 3 (17), queriendo con ello decir que ln histgria consiste esencialmente en ver el pasado por los ojos dcl presente y Ia luz de los problemas de ahora, y ‘que In tarea primordial del historiador no es recoger datos sino valorar: porque si no valora, ¢eémo puede saber lo que merece sér récogide? En 1910 el histo- riador norteamericano Cart Becker afirmaba, con Jenguaje deliberadamente provocador, que «los he- ‘chos de Ia historia no existen para ningun historia- dor hasta que él los crea» (18), Tales desafios pasa- ron de momento casi desapercibidos, Hasta pasa- do 1920 no empez6 a estar de moda Croce —y lo es- tuvo bastante— en Francia y Gran Bretafia. Y no tal vez porque Croce fuera pensador més sutil o me- (17) El contesto de este famore aforiemo el siguiente: “Lot ro- gullies prictcns satyecenter a todo ucla hieiclco dag a la bistD- Ha toda et cardter de “nese aca, pareuc, pee fematen EESUNEOO circ etna «hs peste rennin 9 at Shenton, Sotsentey sn que stron dichos acometmiento CB.” CBO- SL hate So tee ee beads wesc BE Ee Ge) Atlantic Monthly, ctubre 1H, wh. 52, 28 {QUI ES LA HISTORIA? jor estilista que sus predecesores alemanes, sind por* ‘que después de Ia primera Guerra Mundial los he- que en los aiios anteriores inds asequibles a una filosofia que se proponia dismi- nuir su prestigio. Croce ejercié un gran influjo sobre al fildsofo e historiador de Oxford, Collingwood, el — ainico pensador britinico de este siglo que haya rea- lizado una ap i d ria. No vivié lo bastante para escribir el tratado sis- temditico que tenia planeado; pero sus papeles, publi- cados y no publicados, sobre el particular, fueron re- cogidos después de su muerte en un volumen editado en 195, titulado La Idea de la Historia. Puede resumirse como sigue el parecer de Colling- ‘wood. La filosofia de la historia no se ocupa «del pa- sado en sis ni «de In opinidn que de él en s{ se forma ¢l historiadors, sino ede ambas cosas relacionadas entre sis. (Esta aseveracién refleja los dos significa ‘dos en curso de la palabra chistorias: Ia investigacion “Mevada a cabo por el historiador y Ia serie de acon- ‘ecimientos del pasado que investiga. «EI pasado que estudia el historiador no es un pasado muerto, sino un pasado que en cierto modo vive aim en el pre- sentes. Mas un acio pasado esté muerto, es decir, cax ‘rece de significado para ¢] historiador, a no ser que ‘éste pueda entender to que se sitta tras SRS eAaEy DP TIsocia del pears miento», y «la historia es la reproduccion en la men- te del historiador del pensamiento. cuya historia es- tudiar. La reconstitucién del pasado en la mente del historiador se apoya en Ia evidencia empirica, Pero a0 ‘es de suyo un proceso empirico ni puede consistir en una mera enumeracién de datos. Antes bien el pro- 29 EDWARD H.CARR eso de reconstitucin rige ta selecciém y Ia interpre~ tacién de los hechos: esto es precisamente lo que los hace hechos histéricas, «La Historias, dice el profe- sor Oakeshott, que en esto esti muy cerca de Co- lingwood, «cs Ia experiencia del historiador. Nadie Ia “hace™ come no sea €I historiador: el dnico modo de hacer historia es escribirlas (19). Esta critica penetrante, aunque puede inspirar se ‘ria reservas, saca a la luz ciertas verdades olvidadas. Ante todo, los hechos de In historia nunca nos ‘egan en estado «puro», ya que ni existen ni pueden exibtir en una forma pura: siempre hay una refrac: cidn al pasar por ia mente de quien los recoge. De ahi que, cuando Mega a nuestras manos un libro de his- toria, nuestro primer interés debe ir al historiador que lo escribié, y na a los datos que contiene, Per mitaseme tomar como ejemplo al gran historiador en cuyo honor y con cuyo nombre se fundaron estas con- ferencias, Trevelyan, segin cuenta él mismo en su autobiografia, fue eedueado por su familia en una tradicién liberal un tanto exuberante» (20); y espero que no me desautorizaria si le describiese come el Ultimo, en el tiempo que no por Ia valia, de los gran- des historiadores libcrales ingleses dentro de Ia tra- dicién whig. No en vano sé remonta en su genealogta familiar hasta Macaulay, indudablemente el mayor de los historiadores liberales, pasando por el gran historiador, asimisma whig, George Otto Trevelyan, La mejor obra, y la m4s madura, del Dr. Trevelyan, Inglaterra bajo la Reina Ana, fue escrita con estos an- tecedentes, y sdlo teniendo en cuenta estos antece- dentes comprendera el lector toda su aleance y sig- (20) M. Qusano Esprnce and ly Medes QO oh: 3% QCM, Tarvantan, de Auiosionraphy (186), 30 2QUE ES LA HISTORIA nificade, Desde iego el auor no brinda al lector ex: cusa alguna para ignorarlos. Porque si, a la usanza de los aficionados de verdad a las novelas policlacas, se lee primero el final, se hallard en las wltimas pagi- nas del tercer tomo el, a mi juicio, mejor compendia de Ia que hoy se lama interpretacién liberal de Ia historia; y se verd que lo que Trevelyan trata de ha- cer es investigar el origen y el desarrollo de la tra- dicion liberal inglesa, y arraigarla limpia y claramen- te en los aos que siguicron a la muerte de su funda: dor, Guillermo III. Aunque tal vez no sea ésta la uni- ca interpretacién concebible de fos acontecimientos del reinado de Ia reina Ana, e5 una interpretacion vi- lida, y, en manos de Trevelyan, fructifera. Pero para apreciarla en todo su valor, hay que comprender lo que est4 haciendo el historiador. Porque si, cama dice Collingwood, ¢] historiador tiene que reproducir mentaimente lo que han ido discuriendo sus drama tis personae, el lector, su vez, habré de repreducir el proceso seguido por la mente del historiador, Bstu- dien al historiador antes de ponerse a estudiar los thechos. Al fin y al cabo, no es muy dificil. Bs lo que ya hace el estudiante inteligente que, cuando se le re- comienda que lea una obra del eminente catedratico Jones, busca a un alumno de Jones y le pregunta qué tal os y de qué pie cojea. Cuando se Jee un libro de historia, hay que estar atento a las cojeras. Sino lo- gran descubrir ninguna, 0 estin ciegos, o el histo- riador no anda. Y es que los hechos no se parecen’ realmente en nada a los pescados en el mostrador de! pescadero. Mds bien se asemejan a los peces que na- dan cn un océano anchuroso y aun a veces inacces!- ble; y lo que el historiador pesque dependerd en par- te de Ia suerte, pero sobre todo de la zona del mar a EDWARD IL. CARR en que decida pescar y del aparejo que haya elegido, determinados desde luego ambos factores por la cla- se de peces que pretenda atrapar. En general puede decirse que e] historiador encontrar la clase de he: chos que busca. Historiar significa interpretar. Claro que, si, volviendo a Sir George Clark del revés, yo definiese la historia como «un sélido micleo interpre- tativo rodeado de la pulpa de fos hechos controverti- bles», mi frase resultaria, a no dudazlo, parcial y equi- voea; pero con toda me atrevo a pensar que na lo se- ria mds que la frase original. La segunda observacién es aquella mas familiar para nosotros de la necesidad, por parte del historia- dor, de una comprensién imaginativa de las mentes de as personas que le ocupan, del pensamiento sub- yacente @ sus actos: digo «comprensién imaginativa», y no «simpatia», por temor a que se crea que ello implica acuerdo. El siglo xix fue flojo en historia medieval porque le repelian demasiado las creencias supérsticiosas de la Edad Media y las barbaridades por ellas inspiradas como para comprender imagina- tivamente a los hombres medievales. 0 témese la cen soria observacién de Burckhardt acerca de la guerra de los Treinta Affos: «Resulta escandaloso para un credo, sea catdlico o protestante, colocar su salvacién por encima de Ia integridad nacional» (21). Era difi- cilisimo para un historiador del siglo pasado, ense- fiada a creer que era justo y digno dealabanza matar en defensa del pais propio, pero inmoral y equivocado matar en defensa de la propia religidn, compartir el estado de animo de quienes lucharon en la guerra de los Treinta Afos. Esia dificultad es particularmente YF. BusecHan, Jidgemeas om Histary aol Historians, teal. Ing (1999. pag 1 32 QUE ES LA HISTORIA? aguda en el campo en que estoy trabajando ahora. Mucho de lo que se Ileva escrita en los altimos diez afios en los paises de habla inglesa acerca de la Union Sovidtiea, y mucho de lo escrito en ésta sobre dichos pafses, viene viciado por esa incapacidad de legar =. una comprension imaginativa, por elemental que sca, de to que acontece en la mente de la otra parte, de forma que las palabras y Tas acciones de los otros siempre han de resultar embebidas de mala fe, ca- rentes de sentido o hipécritas. No se puede hacer historia, si el historiador no llega a establecer algin contacto con Ia mente de aquellos sobre los que ¢s- cribe. El tercer punto es que sélo podemos captar el pa- - sado y lograr comprenderlo a través del cristal det” presente, El historiador pertencce # su época y ext vinculado a ella por las condiciones de la existencia humana, Las mismas palabras de que se vale —tér- minos como democracia, imperio, guerra, revolu- cién— tienen sus connotaciones en curso de las que no puede divorciarlas. Los historiadores dedicadas la Antigiiedad usan vocablos como polis y plebs en el idioma original, slo para demostrar que han sor- teado el obstdculo, Pera no les vale. También ellos viven en el presente y no pueden eseamotearse a si mismos en el pasado echando mano de palabras de poco uso o relegadas al olvido, como tampoce serian mejores historiadores de Grecia o Roma por dar sus conferencias con In clémide o Ia toga. Los nombres con que sucesivos historiadores franceses han ido des- cribiendo las muchedumbres ‘parisinas, que tan im- portante papel desempefiaron en la Revolucién Fran- cesa —les sansculottes, le peupte, ta canaille, les bras- nus— son, para quien conozea las normas del jucgo, 3 EDWARD H. CARR otros tantos maniifestos de una filiacién politica o de una interpretacién determinada. Y es que e) histo- riador no tiene mas remedio que elegir: el uso del Jenguaje Je veda la neutralidad. Y no es sdlo una cuestién de palabras. En los ultimos clen affos, los cambios en ef equilibrio de las potencias en Europa han mudado por completo la actitud de los historie- dores briténi¢os hacia Federico el Grande, Los cam- bios que, dentro de las iglesias cristianas, ha experi- mentado ct equilibrio entre catdlicos y protestantes, ‘han alterado profundamente su acitud hacia figuras como Ignacio dé Loyola, Lutero y Cromwell. Basta un conocimiento superficial de Ia obra de los histo- riadores franceses de la Revolucién Francesa en los ‘ltimes cuarenta afios, para pereatarse de lo profun- damente que ha sido afectada por Ia revolucién rasa de 1917. El historiador no pertenece al ayer sino at hoy: Nos dice el profesor Trevor-Raper que el histo- tiador «debe amar el pasado» (22), Esta es una exor- tacién discutible. El amor al pasado puede ffeilmen- te convertirsc en manifestacién de una afloranza ro- mantica de hombres y sociedades que ya pasaron, sin- ‘toma de la pérdica de la fe en el presente y el futuro, y del interés por ellos (73). Puestos a utilizar tépicos, Preferirfa aque! otro que recomienda liberarse del peso muerto del pasado». La funcidm del historiador no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderto, como clave para la com- prensién. del presente. (22), Introduccion a J. Autumn, Judgements on History end Mlssorlans, tra. ing, (959), pi (G3). Cotipireie con la valén eletzschenna de ls hitioria: "Com de a yejer ex ol volver is mirada 7 repusar canine, 4 af4n 2 busek? cconsuelo en lat remembranias det pusade, en lk cultura Matdeea”. (Gansideracioncs intempestivas, 1.) M AQUE ES LA HISTORIA? "Si bien son éstao algunas de las ideas de lo que yo Namaria visién collingwoodiana de Ia historia, hora es ya sin embargo de pasar a considerar algunos de peligros. El énfasis puesto en el papel del histo- SS OEIRGprettso acendor de ta Bitocta lene, Hlevado 1 sus Idgicas consecuencias, a descartar toda historia objetiva: la historia es lo que hace él historiador. Y de hecho parece que Collingwood haya llegado a esta conclusién en un momento dado, seguin una nota péstuma que cita su editor: San Agustin vio Ia historia desde el punto de vista del cristiano primitive; Tillamont, desde el de un francés del siglo xv11; Gibbon, desde cl de un inglés del xvimt; Mommsen desde el de alemén del siglo xIx; a mada conduce preguntarse cual era el punto de vista adecuado, Cada uno de ellos era el unico posible para quien lo adopt (24). Esto equivale al escepticismo may total, lo mismo que la observacién de Froude, para quien Ia histo- riaes (25). Collingwood, en su renecién contra Ja shistoria:de ti- Jeras y cola», contra uns mera compilacién de hechos, se acerca peligrosamente a tratar Ia historia como algo brotado del cerebro , con Io que nos reintegea a la conclusién aludida por Sir George Clark en el pdrrafo anteriormente citado, la de que sno existe verdad histérica “objetiva”s, En vez de la 20) R. Cassewoen, The ide of Hisory IE). ES) A. Fam Short Studie on Greer Sobyet, (14), whe bs 35 EDWARD Hf. CARR teoria de que Ia historia carece de significado, se nos ofrece aqui Ia teorfa de su infinidad de significados, ninguno de lo¢ cuales es mejor ni mAs cierto que los demés, lo que en el fondo equivale a lo mismo. Des de luego Ia segunda teoria es tan insostenible como la primera, No puede deducirse, del hecho de que una montaiia parezca cobrar formas distintas desde dife- rentes angulos, que carece de forma objetiva o que tiene objetivamente infinitas formas. No puede dedu- cirse, porque Ia interpretacién desempefie un papel necasario en la fijacién de los hechos de la historia, ni porque no sea enteramente objetiva ninguna inter- pretacién, que todas las interpretaciones sean igual- mente vilidas y que en principio los hechos de la his. toria no sean susceptibles de interpretacién objetiva. Més adelante nos detendremos en el significado exac- to de la objetividad en Is historia. Pero tras Ja hipdtesis de Ollingwood, se oculta otro peligro i el historiador ve necess- istérico que investiga con ojos si estudia los problemas del pasado como clave pare la comprensién de los presentes, 280 Tos hechos, manteniendo que el criterio de la interpreta- jecuacién a algin propésito de ahora? Segin esta hipstesis, los hechos de la his: toria no son nada, y la interpretacién lo es todo. Nietzsche ya dejé enunciado

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