Introducción A La Epistemología Contemporánea
Introducción A La Epistemología Contemporánea
Introducción A La Epistemología Contemporánea
Introducción
a la Epistemología
contemporánea
ganzl912
JO N A TH A N D A N C Y
INTRODUCCIÓN
A LA EPISTEMOLOGÍA
CONTEMPORÁNEA
Traducción de
JOSÉ LUIS PRADES CELMA
SEGUNDA EDICIÓN
Título original:
An introduction
to Contemporary Epistemology
Diseño de cubierta:
CD Form, S.L.
Servicios editoriales
1. a edición, 1993
Reimpresión, 2002
2. a edición, 2007
Introducción ........................................................................................................................ 15
Parte I
CONOCIMIENTO
1. ESCEPTICISM O........................................................................................................ 21
1.1. Algunas distinciones ............ 21
1.2. Tres argumentos escépticos ........................................................................ 24
1.3. Un modo fácil de escapar del escéptico ...................................................... 31
1.4. Otra réplica ......................................................................................................... 33
1.5. Una respuesta mejor ...................................................................................... 37
2. CONOCIMIENTO .................................................................................................... 39
2.1. El análisis tradicional .......... 39
2.2. Los contraejemplos de Gettier .................................................................... 41
2.3. Respuestas a Gettier ...................................................................................... 43
2.4. Observaciones finales ...................................................................................... 52
Parte II
JUSTIFICACIÓN
[9]
10 INTRODUCCIÓN A LA EPISTEMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA
Parte III
FORMAS DE CONOCIMIENTO
10.5. Las formas ingenua y científica del realismo indirecto ...................... 179
10.6. Fenomenalismo e idealismo .................................................................... 181
[13]
IN T R O D U C C IÓ N
Como indica su título, este libro está concebido como una intro
ducción a los temas más importantes que se discuten hoy en día bajo
el rótulo, más bien confuso, de «epistemología» o teoría del conoci
miento. La epistemología es el estudio del conocimiento y de la jus
tificación de la creencia. Entre las cuestiones centrales a las que tra
tan de responder los epistemólogos están: «¿Qué creencias están jus
tificadas y cuáles no?», «Si hay algo que podemos conocer, ¿qué
es?», «¿Cuál es la relación entre conocer y tener una creencia ver
dadera?», «¿Cuál es la relación entre ver y conocer?». Cuestiones
como éstas están en el corazón de la epistemología, pero, por supuesto,
ésta va más allá y, como en cualquier otra disciplina filosófica, sus
fronteras son más bien difusas.
El libro está concebido para estudiantes de los primeros cursos de
una licenciatura en filosofía, pero no es preciso que asuste a lectores
de otra procedencia; mi padre, por ejemplo, asegura que lo entiende,
aunque es posible que no me agradezca la insinuación de que se trata
de un lector representativo. Aunque el libro sea introductorio, no veo
razón alguna para ocultar mis propias opiniones, que, por lo demás, no
son demasiado idiosincrásicas. Creo que es una ventaja para el alum
no el tener algo contra lo que reaccionar, sin que ello me haya llevado
a empeñarme en alcanzar conclusiones sólidas en cada tema tratado.
Algún material del que aquí he utilizado ha aparecido publicado con
anterioridad, y estoy agradecido a los editores del American Philoso-
phical Quarterly y de Analysis por el permiso para la nueva publi
cación.
El punto de vista que adopto está casi exclusivamente centrado en
la tradición angloamericana, aunque cedo el paso a Hegel en el último
capítulo. Al final de éste, doy algunas referencias a textos paradigmá
ticos de la tradición continental, especialmente de la teoría crítica. En
la tradición en la que me muevo, hay que elegir entre dos aproxima
ciones distintas a las cuestiones epistemológicas. La primera, asociada
con Descartes, comienza considerando el reto del escepticismo, la
pretensión de que el conocimiento es imposible, y confía en que, al
[15]
16 INTRODUCCIÓN A LA EPISTEMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA
CONOCIMIENTO
[19]
1. E S C E P T IC IS M O
1. Nadie sabe que p a no ser que pueda decir cómo sabe que p.
2. No es posible contestar satisfactoriamente a la cuestión «¿Có
mo sabes que p?» por el mero procedimiento de volver a ase
verar que p. Se trata de una petición de principio.
Cerebros en cubetas
mera acción era buena. ¿Cuáles son los aspectos relevantes que hacen
que una acción sea suficientemente similar a la primera? Una acción
es similar, en ese sentido, a la primera cuando tiene también las pro
piedades que constituían las razones para el primer juicio. Ser seme
jante en los aspectos relevantes no es, pues, ser completamente indis
tinguible. Al menos, nos encontramos con una restricción con relación
a las propiedades que deben ser tenidas en cuenta a este respecto, y es
la de que han de ser propiedades cuya presencia o ausencia deben ser
detectables por la persona que hace el juicio. Las diferencias entre las
acciones que esa persona no pueda reconocer no pueden justificar una
diferencia en el juicio. El principio de universalizabilidad nos dice,
pues, que en ausencia de diferencias detectables debemos hacer de
nuevo el mismo juicio. Debe existir algo a lo que podamos señalar
para que quede justificada una diferencia de juicio.
Quizá puedan existir propiedades que trasciendan a toda evidencia
posible. Lo que quiere decir que siempre sería posible que estuvieran
ausentes aun cuando tuviéramos la mejor evidencia posible de su exis
tencia. Quizá la bondad es una de ellas. Ésta es la razón por la que el
principio de universalizabilidad tiene tanta importancia en ética. No
podemos suponer que una acción es buena y otra no lo es, a menos
que podamos seleccionar otra diferencia entre ellas.
El argumento del error expresa las consecuencias en epistemología
de este tipo de punto de vista. Supongamos que ayer yo hubiera afir
mado que sabía que iba a llover por la tarde basándome en fundamen
tos normales (previsiones meteorológicas, las formaciones de nubes,
etc.), pero que resultara luego que me había equivocado. Cuando hice
mi afirmación, el hecho de que no iba a llover trascendía toda eviden
cia posible, como sucede en todas las afirmaciones sobre el futuro. Lo
que quiere decir que si hoy afirmo saber que lloverá por la tarde
basándome en los mismos fundamentos que ayer, debo aceptar que
ayer por la mañana también sabía que iba a llover por la tarde. Si, por
otra parte, abandono mi pretensión de que ayer sabía tal cosa, ya no
puedo afirmar que hoy lo sé. La razón estriba en que el único hecho
que justificaría la diferencia no me es accesible: los hechos sobre la
lluvia vespertina trascienden a toda evidencia matutina. Por lo que mi
aceptación de que ayer por la mañana no sabía me impide afirmar que
hoy sí lo sé.
Podemos recorrer de nuevo este argumento desde el punto de vista
de un observador exterior. Existe la posibilidad de que, aunque yo mis
mo no estuviera justificado al hacer esos juicios diferentes, otra perso
na lo podría estar al decir que ayer por la mañana yo no sabía y que
28 INTRODUCCIÓN A LA EPISTEMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA
hoy sí sé. Podría ser así, por ejemplo, después de que hoy hubiera llo
vido y los hechos sobre la lluvia ya no trascendieran a todas las evi
dencias. Aunque yo no pudiera señalar la diferencia relevante en el
momento de hacer los juicios, de hecho estaba equivocado ayer y en lo
cierto hoy, lo que bastaría para justificar la diferencia en la descrip
ción de un observador exterior al afirmar que ayer no sabía y hoy sí.
Sin embargo, es fácil ver qué diría el escéptico a todo esto, indepen
dientemente de que sea más o menos extraño suponer que yo no esta
ría justificado al hacer una afirmación que otro sí podría hacer con
plena justificación. Lo que se sugiere es que yo sabía hoy y no sabía
ayer, a pesar de que en el momento de hacer las afirmaciones yo no
pudiera indicar ninguna diferencia relevante entre los dos días. Esto
muestra que, por todo lo que yo sabía, no iba a llover. ¿Cómo pode
mos aceptar que yo pueda saber que va a llover si, por todo lo que sé,
no va a suceder tal cosa
La conclusión parecer ser que, si reconozco que alguna vez me he
equivocado al afirmar que sabía que p, ya no puedo saber que p nun
ca a no ser que muestre alguna diferencia relevante entre las dos situa
ciones. Y nadie puede decir de mí que sé en un caso y no en el otro,
porque, por todo lo que sé, estoy equivocado en ambas ocasiones.
Hasta ahora, sin embargo, hemos restringido el argumento de un
modo innecesario a casos en los que, de hecho, yo he cometido errores
en el pasado. Pero no es necesario ceñimos a errores reales del pasa
do. Podemos verlo en un ejemplo moral. Un ejemplo imaginario
podría describirse de tal modo que yo tendiera a afirmar que la acción
involucrada es buena. Y este juicio debe ser tan universalizable, debe
rá ser tan vinculante para mis juicios futuros, como si se hubiera trata
do de un caso real y no imaginario. De un modo similar, un caso ima
ginario en el que yo pretendiera saber que p, pero en el que p fuera fal
so, debería impedirme la afirmación de que sé que p en un caso nuevo
que no sea relevantemente diferente (discernible por mí). Así pues, los
casos imaginarios son tan efectivos en este argumento como puedan
serlo los reales.
Por supuesto, una característica de nuestro primer argumento
escéptico era la de que comenzaba con el supuesto imaginario de que
alguien era un cerebro dentro de una cubeta, con la particularidad de
que nada podía servir para que la persona en cuestión discerniera esa
posibilidad de la realidad. De modo que el argumento que acabamos
de construir puede considerarse como una compleja defensa de la pri
mera parte del primer argumento escéptico. Parece demostrar que el
supuesto imaginario de que alguien es un cerebro en una cubeta al que
1. ESCEPTICISMO 29
La j u s t if ic a c ió n d e l o s a r g u m e n t o s
A PARTIR DE LA EXPERIENCIA
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
El argumento sobre cerebros en una cubeta se ofrece en Nozick (1981, pp. 167-
171). Sus puntos de vista se analizan más adelante en el capítulo 3.
Stroud (1968) ofrece un valioso análisis de la estrategia antiescéptica considerada
38 INTRODUCCIÓN A LA EPISTEMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA
1. p,
2. a cree que p,
3. la creencia de a de que p está justificada.
Hay un problema en este ejemplo del mal estudiante, que está rela
cionado también con la cláusula 2. En la medida en que el estudiante
no está seguro de las respuestas que se le ocurren, ¿diríamos que las
cree? Si no vamos con sumo cuidado, este tipo de ejemplos contra el
requisito de la certeza puede hacernos perder la condición de la creen
cia, que tratábamos de salvar.
La p r e s e n c i a de la falsedad relevante
ya no puedo saber 1, dado que tengo una creencia relevante falsa. Sin
embargo, si, además de creer 1 y 2, también creo
R e f u t a b il id a d
tación porque está preocupada por la salud de uno de los niños. Bajo
esos supuestos, ¿sé que mis hijos están jugando en el jardín de casa?
Si la intuición del lector es afirmativa, deberá rechazar el criterio de
refutabilidad tal y como lo acabamos de formular. Si la respuesta es
negativa sobre la base de que, si yo hubiera sabido que el vecino los
había invitado, mi justificación habría sido refutada, todavía necesita
mos una explicación de por qué la (desconocida para mí) verdad de
que mi mujer ha rechazado la invitación no vuelve a equilibrar el fiel
de la balanza. En cualquier caso, la sugerencia de la refutabilidad
necesita ser modificada.
El problema parece radicar, como en el caso de la exigencia de que
no hubiera falsedades relevantes, en la manera en que las nuevas ver
dades pueden ser añadidas, poco a poco, para destituir la justificación
existente, mientras ulteriores verdades todavía esperan en el transfon
do para destituir las destituyentes. Lo primero que deberíamos pregun
tamos es si no es probable que siempre haya alguna verdad que, si fue
ra considerada con exclusión de todas las demás, destrozara mi justifi
cación. Incluso si tal cosa no sucede siempre, sucederá lo bastante a
menudo como para reducir el alcance de mi conocimiento, lo que, por
sí mismo, ya es una objeción. En segundo lugar, necesitamos encon
trar una manera de bloquear el modo en que la paulatina adición de
verdades nuevas me da y quita conocimiento una y otra vez.
El segundo objetivo podría alcanzarse si alteráramos nuestro análi
sis de la refutabilidad, de modo que, en vez de hablar de alguna otra
verdad (que origina el problema de la adición paulatina de verdades),
habláramos de la totalidad de las verdades. Podríamos requerir como
cuarta condición que la justificación se mantuviera después de la adi
ción de todas las verdades a nuestro conjunto originario de creencias.
Esta nueva noción de refutabilidad parece permitir (probablemente)
que yo sepa ahora que mis hijos están jugando en el jardín de casa,
porque la segunda verdad añadida elimina los poderes refutantes de la
primera. Pero todavía hay problemas en esta nueva noción de refutabi
lidad. En primer lugar, al hablar de la adición de la totalidad de las
verdades parece que ingresamos definitivamente en el terreno de la
pura ficción. ¿Tenemos alguna noción adecuada de la «totalidad de las
verdades»? En segundo lugar, parece que, según este nuevo criterio,
nunca pasaremos de tener razones mínimas para creer que sabemos
algo; al creer algo lo que estamos creyendo es que, cuando se añadan
todas las verdades, nuestra justificación todavía se mantendrá. A pri
mera vista, no necesitamos tanto para apoyar las pretensiones ordina
rias de conocimiento.
48 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
F ia b il id a d
La t e o r ía c a u s a l
de las creencias. Después de todo, ¿qué son los hechos? Una primera
idea es que los hechos son similares, si no idénticos, a las proposicio
nes verdaderas (lo que explicaría por qué no hay hechos falsos). Pero
¿pueden las proposiciones verdaderas causar algo? Ciertamente, los
hechos (o las proposiciones verdaderas) parecen reflejar el mundo
más que actuar sobre él. Los análisis más corrientes de la causación
parecen estar en lo cierto al no permitir que sean causas más que los
sucesos y, posiblemente, los agentes. En segundo lugar, hay un pro
blema sobre el conocimiento del futuro; la sugerencia de Goldman
parece implicar que nos encontramos en este punto con un caso de
causación hacia atrás (backward causation) —el futuro causando el
pasado— o que el conocimiento del futuro es imposible, ya que las
causas no pueden ser posteriores a sus efectos. En tercer lugar, está el
problema del conocimiento universal o, en líneas más generales, del
conocimiento por inferencia. Mi creencia de que todos los hombres
son mortales está causada, pero no por el hecho de que todos los
hombres sean mortales; si hay hechos que causen tal creencia, son los
hechos de que este hombre, ese hombre, etc., han muerto. Y lo que ha
causado que esos hombres mueran no es el hecho de que todos los
hombres mueran (lo que reivindicaría de nuevo al análisis causal, con
una causa intermedia); más bien sucede que todos los hombres mue
ren porque esos hombres concretos (junto con otros muchos) lo
hacen. ¿Cómo podría mostrar el análisis causal que yo sé que todos
los hombres mueren?
Hay respuestas a algunas de estas críticas, por supuesto. Estamos
más acostumbrados a hablar de hechos como causas de lo que nos per
mite la primera crítica. El hecho de que los filósofos no se hayan con
vencido de que comprenden la idea de que los hechos pueden ser cau
sas no debe hacer que prohibamos cualquier apelación a la causación
de hechos como filosóficamente injustificada. La segunda crítica tam
bién podría responderse si complicáramos la teoría y concediéramos
que pudieran conocerse ciertos hechos cuando hecho y creencia son
efectos distintos de una causa común. Sin embargo, la tercera crítica
parece más intratable. La admisión de que los hechos pueden ser cau
sas no hará más aceptable el supuesto de que los hechos universales
pueden causar creencias universales. A pesar de todo ello, hay que
decir que en la teoría causal hay algunos aspectos atractivos, y la teo
ría que voy a apoyar puede verse, de hecho, como una generalización a
partir de ella.
52 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Ensayos cruciales en este tipo de problemas son los de Gettier (1963), Dretske
(1971), Goldman (1967) y Swain (1974).
3.1. LA TEORÍA
1. p
2. a cree que p,
junto con
afuera porque puedo oír una sirena. De hecho hay un coche de policía,
pero la sirena que oigo proviene del aparato de música de mi hijo en la
habitación de al lado. No sé que haya un coche de policía en la calle,
por dos razones diferentes. En primer término, hubiera tenido la cre
encia aunque el coche no hubiera estado en ese lugar. En segundo tér
mino, no hubiera tenido la creencia si mi hijo no hubiera estado escu
chando música, por más que el coche hubiera continuado estando a la
puerta de la calle. Eliminamos esta segunda forma en la que una cre
encia verdadera podría ser demasiado afortunada como para contar
como conocimiento, añadiendo una cuarta cláusula a las otras tres:
1. p
2. Cap
3. ~/7 □ — > ~ Cap
4. p □ —» Cap
teoría causal como un caso especial, dado que podríamos pensar que,
si el hecho de que p causa la creencia de a en p, en ese caso los dos
condicionales subjuntivos serán verdaderos (pero no viceversa). De
modo que la teoría condicional es una generalización de la teoría cau
sal. Mientras que la teoría causal sugiere que sólo hay una manera en
la que las creencias verdaderas justificadas pueden llevar a ser conoci
miento (el que sean causadas por los hechos), la teoría condicional
está dispuesta a considerar cualquier manera, causal o no, que preser
ve la verdad de los dos condicionales subjuntivos.
De hecho, la teoría condicional adopta algunas de las mejores
intuiciones de algunas de las teorías que, en el capítulo anterior, consi
derábamos que eran defectuosas. Por ejemplo, está muy cerca de la
elaboración que hizo Drestske del punto de vista de las «razones con
cluyentes».
CJap = (p □ —>Sap).
1. p es verdadera
2. a cree que p
3. la creencia 2 de a está justificada
4. la creencia 2 de a está causada por el hecho de que p es verda
dera
5. a cree 4.
4. a cree 3
y, después,
6. a cree 5,
y así sucesivamente.
El intemalista puede responder señalando lo enorme que es nues
tra intuición natural en favor de la concepción intemalista.
Supongamos que elaboramos el ejemplo causal; para el conocimiento,
se requiere que la cuarta cláusula sea verdadera, pero no que a tenga
indicio alguno de que lo es. ¿No muestra eso que, por todo lo que a
sabe, no sabe que /? ? ¿Y cómo puede saber que p cuando, por todo lo
que sabe, no lo sabe?
En mi opinión, ninguno de esos argumentos es efectivo para des
trozar a su opositor. El primero se limita a señalar las dificultades con
el escepticismo; el intemalista aceptaría eso y diría que tales dificulta
des han de afrontarse. El segundo parece equivaler más a un enuncia
do de la posición extemalista que a un argumento independiente con-
66 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
La teoría condicional y sus consecuencias para el escepticismo se exponen en
Nozick (1981), especialmente en pp. 172-178 y 197-227.
Stroud (1984, cap. 2) considera un argumento similar contra el intento del escépti
co de generalizar a partir del hecho de que no sabemos que no somos cerebros en una
cubeta. Prosigue la discusión en el capítulo 7 de su libro.
3. L A T E O R ÍA C O N D IC IO N A L D E L C O N O C IM IE N T O 67
JUSTIFICACIÓN
[69]
4. F U N D A M E N T A L IS IM O
infalibles. Es por ello por lo que pueden desempeñar el papel que se les
adjudica en esta forma de empirismo; las creencias sobre nuestros esta
dos sensoriales presentes pueden ser nuestra base —pueden mantener
se sobre sí mismas y sustentar a las demás— porque son infalibles.
Ya podemos ver qué es la epistemología, de acuerdo con el funda-
mentalismo. Es un programa de investigación que trata de mostrar
cómo es posible que nuestras creencias sobre el mundo externo, sobre
la ciencia, sobre el pasado y el futuro, sobre las otras mentes, etc.,
puedan justificarse sobre una base que está restringida a las creencias
infalibles sobre nuestros propios estados sensoriales. Se sugiere que,
si podemos hacer tal cosa, las exigencias de la epistemología se verán
satisfechas. En caso contrario, nos aguarda el escepticismo.
En este capítulo y en el siguiente examinaremos el fundamentalis-
mo clásico en algún detalle, y encontraremos razones para rechazarlo
prácticamente en su totalidad. Pero antes debemos examinar los moti
vos y los argumentos que llevan o han llevado a los filósofos a seguir
esa dirección. Ya hemos visto que el fundamentalismo clásico es una
expresión de empirismo. Pero, como veremos, hay otras expresiones
de empirismo. ¿Por qué debemos escoger ésa particularmente?
P r o b a b il id a d y certeza
El a r g u m e n t o d e l r e g r e s o d e ju s t if ic a c io n e s
In f a l i b i l i d a d y ju s t if ic a c ió n
Una de las razones más importantes para desear que las propias
creencias clásicas fueran infalibles es que tal cosa garantizaría que
todas fueran verdaderas. ¿Tiene algún propósito la búsqueda de esta
garantía? Los principios de inferencia, por los que nos movemos de
creencias básicas a creencias no básicas, son falibles, en el sentido de
que, a veces, nos llevan de creencias verdaderas a falsas. (Recordemos
el pollo de Russell [Russell (1959), p. 35], cuyas creencias verdaderas
sobre la regularidad con la que había sido alimentado hasta un
4. F U N D A M E N T A L IS IM O 77
sin F2sería el que aceptara F' por razones distintas de aquellas que pro
porcionaba el argumento del regreso de justificaciones. Podría soste
nerse que las creencias sobre nuestros propios estados mentales están
justificadas siempre hasta algún grado, precisamente por su objeto (por
ende, no inferencialmente), mientras que el resto de las creencias, si
están justificadas, tienen una justificación inferencial. Podría suponer
se que todo esto es un intento de dar sentido a la idea empirista de que
nuestras creencias sobre la experiencia presente tienen una estabilidad
de la que carecen otras creencias, en virtud de lo cual son capaces de
justificar esas otras creencias y adecuarse así a la exigencia empirista
de que (por expresarlo vagamente) todo el conocimiento esté basado en
la propia experiencia. Este nuevo tipo de fundamentalismo, que se con
siderará más adelante en el capítulo 6, podría escapar a las exigencias
de F2, pero sólo a costa de abandonar el arma favorita del fundamenta
lismo, el argumento del regreso de justificaciones.
Cualquier fundamentalista tiene el deber de dar sentido a la posibi
lidad de que haya creencias justificadas no inferencialmente. ¿Cómo
podrían ser? El requisito formal que impone el argumento del regreso
se vería satisfecho si hubiera creencias de uno cualquiera de los tres
tipos siguientes:
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
C. I. Lewis (1952) y Ayer (1950) defienden formas de infalibilismo.
Alston (1976) y Amstrong (1973, cap. 11) ofrecen un buen análisis del argumento
del regreso.
Firth (1964) clasifica las formas diferentes de fundamentalismo desde el punto de
vista de su postura rival, el coherentismo.
La noción de infalibilidad que se usa en este capítulo precisa de detallada aten
ción. Alston (1971) analiza las diferencias entre infalibilidad, incorregibilidad, indubi
tabilidad, etc.
cómo podemos llegar a partir de tal estado, por medio de nuestra con
ciencia de la representación cambiante de la experiencia sensorial, al
sofisticado conocimiento que todos tenemos como miembros de una
sociedad moderna.
En este capítulo daré diversas razones para rechazar ese punto de
vista, o, si no para rechazarlo, para mostrar que las cuestiones que
plantea nunca pueden encontrar respuesta, de modo que conduce
directamente al escepticismo. De hecho, hay una tendencia escéptica
en este tipo de fundamentalismo, precisamente porque nos lleva a con
siderar problemático todo lo que no sea el conocimiento de nuestros
propios estados sensoriales; reconoce el peligro de que pudiéramos
ser incapaces de construir el tipo de superestructura que se supone
sustentada por tales cimientos.
a), está condenado al fracaso con respecto a b). Por otra parte, si con
seguimos mostrar b), sólo lo podemos hacer negando a) y convirtien
do el argumento por analogía en algo completamente innecesario.
Todo esto no es más que una declaración de intenciones hasta que
mostremos cuál es el argumento escéptico crucial. Debe ser distinto a
los que mencionamos anteriormente, dado que no muestra razón algu
na para dudar de nuestra comprensión de las proposiciones sobre otras
mentes. Hasta ahora hemos dado por supuesto que comprendemos la
sugerencia de que hay mentes distintas a la nuestra propia, y nos
hemos limitado a preguntar cuánta evidencia tenemos a su favor. El
argumento que vamos a considerar ahora trata de mostrar que este
supuesto (característico del escepticismo débil) es falso.
otro sobre la única base de que es posible suponer que él tiene lo mis
mo que yo. Esa observación [véase b) anteriormente] sólo sienta la
cuestión por anticipado en contra del argumento relevante.
Tampoco tiene sentido alguno insistir en que podemos concebir
qué es que una rodilla distinta a la nuestra duela. Un dolor concebido
como estando en otro cuerpo no es un dolor concebido como doliendo
a otra persona. De hecho, si el argumento anterior es correcto, conce
bir una rodilla distinta a la mía y endolorecida como la mía es exacta
mente concebir que a mí me duele esa rodilla. Podríamos admitir,
pues, que es posible concebir que tengo dolor en la rodilla de otro (un
sentido nuevo de «Me duele su rodilla») pero, en este caso, no pode
mos concebir que la rodilla duela a alguien más.
Por tanto, el argumento escéptico pretende que yo no puedo dotar
de sentido a la idea de un sujeto de experiencias distinto a mí mismo.
Me es imposible concebir experiencias que no sean mías (generalizan
do a partir del ejemplo más simple del dolor) y tampoco tengo ningu
na otra manera de concebir un sujeto de experiencias que no sea yo
mismo. Nos conduce directamente desde el fundamentalismo (ya que
el argumento se formuló en términos fundamentalistas) a la forma
más interesante de solipsismo, el punto de vista de que debo conside
rarme a mí mismo como el único sujeto de experiencia —de hecho,
como el sujeto de experiencia— ya que me es completamente imposi
ble formarme concepción alguna de ningún otro sujeto.
¿Por qué muestra todo esto que el argumento por analogía, al acep
tar el supuesto a), no puede dar cuenta de b), no puede explicar nues
tra comprensión de los enunciados sobre otros sujetos? La razón es
que muestra cómo, si nuestro único punto de partida es el caso propio
y nos limitamos por entero a una concepción de la mente que convier
te los estados mentales en algo independiente de la conducta, no pode
mos pasar de nuestra concepción de nosotros mismos como sujetos de
experiencia a la concepción de otros sujetos. El concepto de estado
mental incorporado al argumento, y sobre el que descansa el argumen
to escéptico, es demasiado restrictivo para que sea posible tal movi
miento.
La conclusión más adecuada de todo esto no es que el escepticis
mo o el solipsismo sean inevitables, sino que los términos en los que
se presentó el argumento escéptico, el supuesto a), deben rechazarse.
Y, al rechazar ese supuesto, hacemos que el argumento por analogía se
convierta en un argumento redundante.
¿Cómo encontrar una concepción de los estados mentales distinta
a aquella que maneja el argumento escéptico? Una de estas concepcio-
5. E L F U N D A M E N T A L IS IM O Y L A S O T R A S M E N T E S 91
caso nuevo, carece de toda regla que le lleve en una u otra dirección.
Puede decir lo primero que se le ocurra con relación a cualquier regla,
y será tan correcto como cualquier otra cosa. Lo que quiere decir que
sus palabras pierden todo significado y se convierten en algo vacío. Si
no importa lo que digamos, sería mejor quedarse callado. Por tanto, es
imposible la existencia de un lenguaje privado como el que necesita el
solipsista. Todo el lenguaje posible es necesariamente público, dado
que no tiene significado alguno a menos que sea usado por una comu
nidad.
etc. Pero nada de todo eso es necesario como fundamento que convier
ta a esas actividades en algo de algún modo justificado.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Wittgenstein (1953, §§ 143-242) sobre seguir una regla y (§§ 243 y siguientes)
sobre lenguajes privados.
Hacker (1972, caps. 7-10) proporciona un análisis más detallado de las opiniones
de Wittgenstein.
Kripke (1982) es una versión más extensa de Kripke (1981), incluyendo un capítu
lo sobre Wittgenstein y las otras mentes. Baker y Hacker (1984) atacan explícitamente
la interpretación de Kripke.
El conductismo extremo se asocia normalmente a B. F. Skinner. Una de las discu
siones menos desfavorables al conductismo de Skinner puede encontrarse en Dennett
(1978, cap. 5).
Ryle (1949) representa otro intento de encontrar un camino entre el conductismo
extremo y la separación mental/físico.
Desafortunadamente, la falta de espacio ha impedido cualquier comentario sobre
las opiniones positivas de Wittgenstein en epistemología, para las cuales véase
Wittgenstein (1969a). La contribución de Wittgenstein en este terreno podría haber
tenido una resonancia mucho mayor en el presente capítulo.
La noción de criterio es discutida por Albritton (1959). Un punto de vista novedo
so respecto al papel de los criterios se encuentra en M cDowell (1982), al que responde
Wright (1984).
6. T E O R ÍA S E M P IR IS T A S D E L S I G N I F I C A D O
que (dado que este punto de vista considera que un enunciado es veri-
ficable si y sólo si su verdad establece alguna diferencia respecto a la
evidencia de nuestros sentidos) es equivalente a:
F e n o m e n a l is m o
La r e v is ió n d e Carnap
Rudolf Carnap fue quizá el único filósofo que intentó una reduc
ción completa de los enunciados no-observacionales a complejos
explícitamente elaborados de enunciados de observación. Sus intentos
fracasaron, y llegó a la conclusión de que lo mejor que se podía hacer
era especificar, en la medida de lo posible, qué enunciados observa-
cionales estaban implicados por ciertos enunciados no observaciona-
les [véase el prefacio a Carnap (1967) y Quine (1969), p. 77]. Esto
nunca produciría nada semejante a una reducción de unos a otros, pero
Carnap supone que todavía nos está permitido declarar que el concep
to de objeto material puede reducirse a «conceptos autopsicológicos»,
aquellos relativos a la naturaleza de los propios estados sensoriales.
Pero si todo lo que podemos hacer, cuando tratamos de especificar
los significados de los enunciados no-observacionales, es formular
algunas implicaciones observacionales de esos enunciados, parece
que siempre habrá algunos aspectos de su significado que se nos esca
parán y quedarán sin especificar. Y esto sólo incrementa el grado de
indeterminación de los enunciados no-observacionales. Da un sentido
legítimo a la idea de que un enunciado verificable en sentido débil
sólo puede ser confirmado o desautorizado, sin llegar nunca a ser veri
ficado concluyentemente. Por otra parte, admitimos que, para decir
que tal enunciado tiene su verdad determinada, debemos aceptar la
existencia de hechos en virtud de los cuales es verdadero, y que tales
hechos están más allá de cualquier posibilidad de verificación. El veri-
ficacionista que, por ser un antirrealista coherente, se niegue a admitir
6. T E O R ÍA S E M P IR IS T A S D E L S IG N IF IC A D O 113
Q u in e
Quine dice de esta teoría que «no hay otra opción más que la de ser
empiristas respecto a la propia teoría del significado lingüístico»
[Quine (1969), p. 81].
Quine utiliza estos tres supuestos para argumentar en contra de la
idea de que las oraciones individuales no-observacionales tengan por sí
mismas un significado separado. Por PS, al especificar las consecuen
cias observacionales de E, lo que especificamos es el significado de E.
Pero, por la tesis de Duhem, ninguna oración no-observacional indivi
dual tiene sus propias consecuencias observacionales. Si las tuviera,
cuando se diera el caso de que esas consecuencias se vieran contradi
chas, sabríamos exactamente qué deberíamos rectificar. Pero siempre
tenemos un margen de elección a este respecto, por lo que ninguna ora
ción tiene consecuencias observacionales por sí misma. Lo que quiere
decir, por PS, que ninguna oración no-observacional tiene por sí misma
un significado determinado; dado que no hay nada que sea la diferen
cia que su verdad establecería respecto a la observación.
El significado de una oración dada, en la medida en que tenga uno,
no es una determinada característica que lleve incorporada a ella.
Dado que el significado es asunto de consecuencias observacionales,
y tales consecuencias pertenecen a las teorías y no a las oraciones, la
conclusión de Quine se convierte en inevitable: el significado pertene
ce a las teorías más que a las oraciones. Y, dado que, como sucede en
el caso de las oraciones, una teoría parcial siempre puede contraponer
se a otra, debemos acabar concluyendo, con Quine, que «la unidad de
significado empírico es la totalidad de la ciencia».
Esta conclusión puede volverse a expresar de dos maneras distin
tas, ambas necesarias para discusiones ulteriores. Quine sostiene, en
6. T E O R ÍA S E M P IR IS T A S D E L S IG N IF IC A D O 115
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
El ensayo clásico de Quine «Epistemology naturalised» [«Epistemología naturali
zada»] se encuentra en Quine (1969, pp. 69-90).
Las dudas de Quine sobre la analiticidad íueron expresadas por vez primera en su
«Two dogmas o f empiricism» [«Dos dogmas del empirismo»], ensayo 2 en Quine
(1953). Los argumentos de Quine los discute Putnam (1975, ensayo 2).
La introducción de Ayer (1946) a la segunda edición y el capítulo 1 constituyeron
una formulación, poco matizada pero influyente, del positivismo lógico como expre
sión de empirismo extremo.
6. T E O R ÍA S E M P 1 R IST A S D E L S IG N IF IC A D O 117
ción a la que se encaran, sino también de las otras creencias con las
que se enfrentan a la situación. Pero esto sólo sería un caso particular
del hecho general de que, con la mayoría de las oraciones, es posible
que dos personas las comprendan sin coincidir sobre su verdad. Sin
embargo, hay otras oraciones sobre las que no surge este problema.
Son aquellas tales que cualquiera que las entienda estará de acuerdo
en su valor de verdad independientemente de las circunstancias. En
estos casos especiales, podemos confiar en poder especificar comple
tamente el significado en términos de condiciones de asentimiento y
disentimiento. Lo que quiere decir que, para tales oraciones, el signifi
cado está determinado y la traducción también lo está. Podemos espe
rar que encontraremos una oración en otro lenguaje con condiciones
de asentimiento exactamente coincidentes. Y, si está determinada la
traducción, el significado debe ser atomista más bien que holista.
Cada oración debe tener su propio significado, si ese significado pue
de reflejarse exactamente en una oración de otro lenguaje. Las oracio
nes de este tipo son oraciones observacionales.
No se trata tan sólo de que, de hecho, algunas oraciones sean de
este tipo especial. Si eso fuera todo, se nos podría perdonar que nos
dejara insatisfechos; podríamos pensar que no se nos han dado dema
siadas razones para suponer que existan oraciones tales que todos los
que las entiendan estarán, sean cuales sean las circunstancias, de
acuerdo sobre su valor de verdad. Recordemos que, para Quine, las
oraciones observacionales no informan de sucesos privados como las
sensaciones. Informan de que se dan ciertos estímulos sensoriales, y
estos estímulos se consideran públicamente accesibles: el mismo estí
mulo puede suceder a más de una persona. (Decir que dos oraciones
pueden tener condiciones coincidentes de asentimiento y disentimien
to es lo mismo que decir que pueden ser estimulativamente sinóni
mas.) ¿Existen, de hecho, tales oraciones? Quine ofrece el ejemplo de
oraciones de una sola palabra, como «Rojo» y «Conejo», o «La marea
ha bajado», aunque afirma que, en sentido completamente estricto,
sólo sería admisible la primera de éstas [Quine (1960), p. 44]. Es de
imaginar que podría existir algún argumento al respecto.
Lo que convence a Quine, sin embargo, no es el carácter convin
cente de estos ejemplos, sino su conocimiento de que deben existir
tales casos, y éstos le parecen los mejores candidatos. ¿Cómo sabe que
es así como son las cosas? La respuesta puede encontrarse en una afir
mación que ya hemos citado: «las oraciones observacionales son
aquellas que aprendemos a comprender en primer lugar, tanto como
niños como en calidad de lingüistas de campo».
122 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
por sí misma implica que debe tener más de una traducción correcta?
Ciertamente, todavía podríamos encontrar, para una oración cuyo sig
nificado está indeterminado, otra cuyo significado indeterminado se
ajustara exactamente al de la primera. Podría ser más que convincente
establecer la indeterminación de la traducción de un modo directo y
usar esa conclusión para consolidar argumentos anteriores sobre la
indeterminación del significado. Por todo esto, es probable que encon
tremos argumentos consistentes en favor de un holismo más general.
El mismo Quine ofrece dos de estos argumentos, y existe un tercero en
el seno de la tradición quineana.
En primer lugar, está lo que denomina «el argumento desde arri
ba». Este argumento trata de establecer la indeterminación de la tra
ducción directamente desde la infradeterminación de la teoría por los
datos. Para empezar, es preciso distinguir infradeterminación de inde
terminación. Podríamos defender que la teoría está infradeterminada
por los datos en el sentido de que dos teorías rivales abarcan igual
mente bien los mismos datos, pero insistir en que una de ellas es
correcta y la otra errónea, a pesar de que no podamos decir cuál es la
correcta. La indeterminación va mucho más allá de esta infradetermi
nación de la teoría por los datos; mantiene que, dadas dos teorías
igualmente satisfactorias, no hay ningún hecho relativo a cuál sea
correcta. Quine sostiene que la traducción está tanto infradeterminada
como indeterminada, mientras que nuestra teoría física sólo está infra
determinada. (Adopta la segunda posición porque desea dar el máxi
mo sentido posible al sentimiento de que nuestra ciencia física o algo
semejante a ella es especialmente verdadera; no necesitamos tal
supuesto en el caso de la traducción.) El argumento es que la indeter
minación de la traducción se sigue de la infradeterminación de la teo
ría física, dado que el nativo que tratamos de traducir tiene una teoría
física que está infradeterminada por sus evidencias, y nuestra traduc
ción de su teoría, al ser una teoría sobre cuál pueda ser su teoría, tam
bién está infradeterminada. Quine, por tanto, afirma que en la traduc
ción «el mismo viejo desajuste empírico, la vieja indeterminación
entre teorías físicas, reaparece en segunda intensión» [Quine (1970),
p. 179; cf. Quine (1975b), pp. 302-304], Pero este argumento no pare
ce convincente. ¿Por qué una doble dosis de infradeterminación pro
duce indeterminación, si una única dosis no lo hace? Parece que
Quine pasa por encima de esta cuestión en el fragmento citado, escri
biendo «indeterminación» donde debiera haber escrito «infradetermi
nación». Por tanto, creo que el «argumento desde arriba», tal y como
está formulado, no consigue su objetivo.
7. H O L IS M O E IN D E T E R M IN A C IÓ N 127
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Véanse Quine (1960, cap. 2), sobre la traducción radical, y Quine (1970), sobre los
argumentos respecto a la indeterminación de la traducción.
Hookway (1978) discute esos argumentos de un modo constructivo.
Dummett (1978, cap. 2) arguye que la tesis de la indeterminación de la traducción
es o bien verdadera y banal, o bien significativa pero errónea.
Una cuestión importante en la filosofía de Quine es hasta qué punto la tesis de la
indeterminación de la traducción es independiente de la tesis de la indeterminación del
significado oracional (6.3) y, por tanto, también independiente del rechazo de la distin
ción analítico/sintético. Dummett (1978, cap. 22) y Hylton (1982) lo discuten.
Davidson (1974) discute problemas asociados con la interacción entre creencia y
significado; también Lewis (1974).
8. T E O R ÍA S D E L A C O H E R E N C IA
más alto de explicatividad mutua. Lo que está muy bien, dado que en
realidad no disponemos de una noción clara de compleción. Quizás
pudiéramos suponer que un conjunto completo contiene toda proposi
ción o su contradictoria. Pero esto no nos servirá de ayuda, a menos
que tengamos una idea clara de qué es «toda proposición». Del mismo
modo, tampoco poseemos una idea clara de una explicación perfecta,
de alcanzar una situación desde la que ya no sea posible mejorar. Esta
situación, como mucho, será un punto límite de nuestras constantes
aproximaciones. Pero no hay ningún contenido en el supuesto de que
la hemos alcanzado. Por todo ello, las dudas sobre la compleción nos
permiten dejarla tranquilamente a un lado al definir la coherencia.
(Más tarde, surgirán otros motivos.)
El segundo comentario es que la coherencia es una propiedad de
un conjunto de creencias, no de sus miembros individuales. El conjun
to es coherente en la medida en que sus miembros sean mutuamente
explicativos y consistentes. Lo que será importante para las reflexio
nes siguientes.
Puede parecer que este análisis en términos de explicación mutua
es una mejora del que apela a la implicación para mantener unido al
conjunto coherente. Pero creo que el análisis de la explicación mutua
restituye más que reemplaza la utilización que hacía Blanshard de la
implicación. La manera en que entiende Blanshard la implicación no
es la tradicional. En la interpretación tradicional, «p implica q» se
entiende de un modo atomista, como un rasgo de los significados indi
viduales de p y de q; dado el significado de p y el de q, si p es verda
dero debe serlo q, con total independencia de cualquier consideración
sobre otros rasgos del sistema. En esta interpretación de la implica
ción se basa Rescher cuando se queja de que, cuandop implica q, q es
un miembro redundante del conjunto; de modo que un conjunto cohe
rente está infectado de redundancia mutua, contrariamente a la inten
ción explícita de Blanshard. Lo que también está en la base de la
observación anterior de que la implicación no es asunto de grados.
Pero Blanshard, como es de esperar en alguien que es holista en teoría
del significado, no concibe la implicación de ese modo. Para él, la
implicación sólo se da en el seno de un sistema; y, dado que el sistema
determina los significados de p y de q, determina la intensidad del
vínculo entre p y q. Por lo que el vínculo puede hacerse más estrecho
a medida que el sistema crece.
Hay siempre un obvio vínculo intuitivo entre implicación, como la
considera Blanshard, y explicación. Explicar q apelando ap es mostrar
por qué, dada p, q debe ser verdadera. La explicación funciona en la
8. T E O R ÍA S D E L A C O H E R E N C IA 135
Esta objeción, como muchas otras críticas demoledoras, hubiera tenido más
sentido si alguien hubiera mantenido alguna vez la teoría que se pretendía
aniquilar. Pero es una enorme confusión en la medida en que pretenda
representar el uso sensato de la teoría de la coherencia.
sentidos. Debo acudir a este fuente tanto para verificar viejos descubri
mientos como para incrementarlos con lo que haya de novedoso. Y para
ello debo depender de los juicios perceptivos.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Ewing (1934, cap. 5) es un crítico de las teorías de la coherencia que simpatiza con
ellas. Está de acuerdo con Rescher en que la teoría de la coherencia de la verdad debe
considerarse criterial más que definicional.
Blanshard (1939, caps. 25-27) ofrece la formulación autorizada más reciente de
una posición descaradamente coherentista.
La idea de lo coherente como lo mutuamente explicativo parece que se deriva de
Sellars (1936, pp. 321-358).
Una extensión del argumento de 8.4-5 se encuentra en Dancy (1984a).
Comman (1977) sugiere que una mezcla de fundamentalismo y coherentismo
resultará ser «la teoría de la justificación empírica más razonable».
9. C O H E R E N C I A , J U S T IF IC A C IÓ N
Y C O N O C IM IE N T O
1. q
2. Caq
3. CJaq.
9. C O H E R E N C IA , J U S T IF IC A C IÓ N Y C O N O C IM IE N T O 153
4. r
5. Car
6. Ciar,
criminar las creencias verdaderas de las falsas. La verdad debe ser una
característica interna, una relación entre elementos del mismo tipo,
más que una relación externa entre experiencia o creencia y algo dife
rente. Y el coherentista concibe la verdad como sólo una característica
interna. De modo que es posible que un idealista debiera ser coheren
tista.
Pero todavía no parece existir razón alguna por la que el coheren
tista haya de ser idealista; el vínculo entre ambos es unidireccional.
Podemos concebir la verdad con una relación interna al modo cohe
rentista, sin añadir el punto de vista idealista de que las proposiciones
relacionadas de este modo tratan de la experiencia.
Sin embargo, podríamos sentir la tentación de pensar que el cohe
rentista, si no es un idealista, estará obligado a adoptar el antirrealis
mo puro. Y ello porque en esta posición se encuentran combinadas las
teorías de la coherencia de la verdad y de la justificación. Si adoptára
mos sólo la teoría de la coherencia de la justificación, combinándola
con una teoría de la correspondencia de la verdad, sería fácil ver que la
verdad quedaría como algo trascendente a toda evidencia. Puesto que
la justificación, por fuerte que sea, sería sólo una relación interna. Y
siempre sería posible la presencia de una relación interna y la ausencia
de la verdad, la relación externa entre el conjunto coherente y el mun
do. Este punto de vista, que constituye una mezcla, es una forma de
realismo [un ejemplo del cual puede encontrarse en Ewing (1934), p.
250]. Pero argumentamos en 8.2 que se trata de una combinación poco
atractiva, porque es difícil ver cómo, en tal mezcla, una creencia justi
ficada tiene más posibilidades de ser verdadera.
La combinación más consistente de coherentismo en teoría de la
verdad y teoría de la justificación acepta la imposibilidad de una ver
dad que sea trascendente a toda evidencia y, por tanto, se compromete
con el antirrealismo. Dado que, a medida que la justificación se incre
menta, se acerca a la verdad, no parece haber ninguna separación entre
la «mejor justificación posible» y la verdad. Y esto es todo lo que
necesitaba el antirrealista para derrotar al argumento del error.
Si esto es correcto, el coherentismo se revela como una forma de
antirrealismo y como la base para una epistemología inmune a nues
tros argumentos escépticos. Pero si, por otra parte, un realista puede
adoptar el coherentismo de forma consistente, perdemos ese resultado
tan reconfortante. Y algunas formas de coherentismo parecen compa
tibles con el realismo. La cuestión gira de manera crucial en tomo a la
actitud que tomemos respecto a la noción idealizada de un conjunto de
proposiciones completamente coherente y sobre el sentido exacto que
9. C O H E R E N C IA , J U S T IF IC A C IÓ N Y C O N O C IM IE N T O 163
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
La distinción entre intemalismo y extemalismo sólo se ha convertido en foco de
discusión recientemente. Goldman (1980) y Bonjour (1980) discuten los méritos relati
vos de ambas posturas, aunque no parecen estar de acuerdo en qué sea el intemalismo.
Pollock (1970) apoya una forma de intemalismo, como hace Kvanvig (1984).
FORMAS DE CONOCIMIENTO
[1 6 5 ]
1 0. T E O R Í A S D E L A P E R C E P C IÓ N
[1 6 7 ]
16 8 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
refinarse más para poder estar seguros de que hemos captado clara
mente la distinción entre realismo directo y realismo indirecto.
Mientras tanto, el hecho de que la distinción sea vaga no puede utili
zarse como argumento en favor de ninguna de las partes.
Nuestra definición de «directo», aunque insatisfactoria, no carece
de fuerza. Hay dos nociones cruciales que tienden o bien a inferirse
inválidamente de ella, o bien a confundirse con ella. La primera es la
noción de infalibilidad. Podemos preguntamos cómo es posible equi
vocarse sobre la existencia o naturaleza de algo que aprehendemos
directamente. Si el objeto se me presenta de un modo directo, en la
forma más íntima posible, no parece que quede lugar alguno para que
me equivoque sobre él. Pero esto es un simple error. En el sentido
definido de «directo», podemos estar equivocados sobre un objeto
incluso cuando lo percibimos directamente.
También podemos ver que se trata de un error si consideramos el
argumento de 4.2 al efecto de que nuestro conocimiento de los propios
estados sensoriales es falible. No importa ahora si el argumento tuvo
o no éxito. Lo que importa es que, aunque hubiera tenido éxito, no
planteaba duda alguna sobre el carácter directo de nuestra aprehensión
de nuestros propios estados sensoriales. No había tentación alguna de
concluir, a partir de nuestra falibilidad en este punto, que nuestra apre
hensión es sólo indirecta, y que existe algún otro objeto más directo
que nuestros propios estados sensoriales. De modo que no es necesa
rio que la aprehensión directa sea infalible.
Es importante subrayar este punto por las resistencias que puede
provocar. Si partimos de la idea de percepción directa, tendemos a
pensar en un objeto directamente percibido como algo que se nos
muestra abierto y desnudo para que lo inspeccionemos, de tal modo
que será imposible que cometamos errores perceptivos sobre su natu
raleza e, incluso, de tal modo que no podrán haber hechos sobre él que
dejemos de advertir; así que, a este respecto, seríamos no sólo infali
bles, sino omniscientes. Si éste es el modelo de percepción directa, es
fácil ver que no puede haber una percepción directa del mundo físico
y el realista indirecto vence en la disputa por falta de adversario. Pero,
en el modelo que estamos considerando, comenzando por la noción de
percepción indirecta tal y como ha sido definida, el perceptor directo
no necesita ser ni infalible ni omnisciente, por lo que sí se genera un
debate interesante entre dos posibles teorías.
El segundo error es suponer que es obvio que un objeto que apre
hendemos directamente debe existir y tener las cualidades que le atri
buimos en el momento en que lo aprehendemos. Ésta es una idea
10. T E O R ÍA S D E L A P E R C E P C IÓ N 171
co, tiene tanto color, olor, sabor, etc., como forma y tamaño. El realis
mo científico indirecto, que es mucho más común, sostiene que el
objeto indirecto sólo tiene las propiedades primarias, y que las propie
dades secundarias (sensoriales) sólo pertenecen al objeto directo. No
hay, como diría Locke, nada semejante a ellas en el objeto (indirecto).
Ambas opciones plantean problemas. La forma científica entraña
el tipo de separación entre las propiedades primarias y las secundarias
que nos cuestionábamos anteriormente. Pero la manera en que la sepa
ración funciona en el interior del realismo indirecto es diferente del
modo en que funciona en el seno del realismo directo, y podría pen
sarse que es menos cuestionable. Después de todo, una de las objecio
nes a ella en 10.3 era su incompatibilidad con el espíritu del realismo
directo, y el hecho de que era probable que condujera a algún tipo de
realismo indirecto en el análisis de los colores y de otras propiedades
sensoriales. Se planteó, pero no se contestó, la cuestión de si podemos
concebir un mundo de objetos que sólo posea propiedades primarias.
El asunto es discutible. De modo que, por todo lo que se ha dicho hasta
ahora, la forma científica de realismo indirecto es una opción posible.
La forma ingenua, sin embargo, es claramente insostenible. Entra
ña la grotesca sugerencia de que, junto con los colores visibles perte
necientes al objeto directo de aprehensión, hay otros colores que no se
pueden ver en el mismo sentido y que pertenecen a los objetos indi
rectos. No podemos aceptar la sugerencia de que hay dos tipos de
color, uno visible y otro invisible; o, para no exagerar sobre los com
promisos de una teoría, que hay dos maneras de aprehender el color,
una directa y otra esencialmente indirecta. Sentimos la fuerte tenta
ción de decir que el color es algo que sólo podemos aprehender direc
tamente, al menos en los casos normales. Y creo que no deberíamos
resistirnos a tal tentación.
En las dos últimas secciones he ofrecido un mapa de los cuatro
tipos de realismo en teoría de la percepción. He argumentado que la
forma ingenua de realismo directo es más sólida que la forma científi
ca, y que la forma científica de realismo indirecto es más sólida que la
ingenua. No hemos encontrado argumentos concluyentes en favor de
ninguna de las teorías supervivientes, ni, en líneas más generales, en
favor del realismo directo, por contraposición al indirecto (o vicever
sa). Ofrezco ahora la sugerencia preliminar de que el realismo directo
está apoyado por la intuición extraordinariamente fuerte de que el
mundo físico yace, en cierto sentido, abierto a la inspección directa; a
una inspección que no se hace a través de intermediarios. Por otra par
te, los pronunciamientos de la física favorecen el tipo de distinción
10. T E O R ÍA S D E L A P E R C E P C IÓ N 181
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Ayer (1969, caps. 1-2) proporciona un análisis clásico del argumento de la ilusión,
pero extrae de él la conclusión idiosincrásica de que el realismo indirecto no es una
teoría sustancial sobre la naturaleza de la percepción, sino una recomendación para un
nuevo lenguaje filosófico (de acuerdo con sus puntos de vista sobre la naturaleza de la
filosofía).
Strawson (1979) apoya el realismo directo ingenuo, pero, de una forma extraña,
mantiene que es compatible con alguna forma de realismo científico.
Comman (1975, introducción) proporciona un análisis valioso de la noción crítica
de percepción directa; en el capítulo 6 se defiende el realismo ingenuo en contra de la
mayoría de las objeciones. Mi discusión debe mucho a la de Comman.
Jackson (1977, cap. 1) discute la distinción entre objetos de percepción mediatos e
inmediatos.
Según mi punto de vista, los libros de Comman y Jackson son los mejores de entre
los accesibles sobre la teoría de la percepción.
Las diversas teorías se discuten del siguiente modo en este capítulo y en los próximos:
El realismo directo ingenuo se prefiere provisionalmente al realismo científico
directo en 10.3.
184 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
podría parecer a alguien que ve una pared porque (entre otras cosas)
hay una pared ahí durante todo el tiempo. ¿A qué puede apelar el feno-
menalista para fundamentar el condicional subjuntivo?
La respuesta más común del fenomenalista consiste en apelar a
regularidades en experiencias pasadas. El condicional subjuntivo se
fundamenta en conjunciones regulares de experiencias de estar en
cierto lugar con experiencias de una pared; a alguien le parecería ver
una pared en esas circunstancias porque regularmente en el pasado a
él (y a otros) le ha sucedido tal cosa. En casos adecuados, podemos
inferir un condicional subjuntivo a partir de un enunciado de tal regu
laridad en la experiencia, y esto es así, precisamente, porque la regula
ridad convierte al condicional subjuntivo en verdadero.
Pero esta dependencia en las regularidades pasadas como funda
mento del condicional subjuntivo parece proporcionar un tipo de
explicación incorrecto para la experiencia perceptiva con la que
comenzábamos. Podemos verlo mejor con la ayuda de un ejemplo.
Supongamos que hay un arco sobre el que descansa la pared. ¿Qué
explicaría la capacidad que tiene el arco de servir de soporte a la
pared? Una respuesta que apelara al éxito de arcos similares para
soportar paredes similares sería incorrecta. Podría acallarnos o dejar
nos satisfechos, pero no debería. La petición de una explicación de la
capacidad del arco de soportar la pared no se satisface señalando otros
casos similares. Sabemos que el arco soporta de hecho la pared. Lo
que nos interesa es saber por qué. La apelación a las regularidades
pasadas no parece decimos tal por qué, sino sólo que el arco soporta o
soportará la pared. Ésta puede ser una información interesante, pero
no es la que estamos buscando. Lo que deseamos saber es qué hay en
este arco que le hace capaz de soportar esta pared, y las observaciones
sobre otros arcos no parece que sean directamente relevantes, y, de
hecho, empeoran el problema. Si hay un problema o misterio sobre
este arco, hablar sobre otros arcos se limita a hacer el misterio aún
más misterioso, no menos.
De un modo parecido, cuando preguntamos por la explicación de
una experiencia perceptiva, estamos preguntando por una explicación
en términos de esta situación; deseamos saber qué hay en esta situa
ción que fundamente su capacidad de producir ciertas experiencias
perceptivas. La respuesta del fenomenalista en términos de regularida
des previas no es lo que buscamos, aunque sea todo lo que él nos pue
da dar. Sólo el realista puede proporcionar una respuesta, en términos
de las propiedades inobservadas pero continuas de los objetos que
vemos. De modo que el realista puede ofrecer un fundamento contem-
11. P E R C E P C IÓ N : L A E L E C C IÓ N D E U N A T E O R ÍA 187
L A OBJECION ESCÉPTICA
Lo DIRECTO Y LO INDIRECTO
car una teoría que no genere tantas dificultades. Una teoría tal sería,
por supuesto, el realismo directo; pero, antes de volver a ella, debemos
considerar brevemente los méritos o deméritos de otra teoría alterna
tiva.
Esta alternativa, que denominaré realismo inferencial, acepta que
hay problemas en la noción de una aprehensión doble, y las evita
abandonando una de las dos formas de aprehensión. Pero se diferencia
del realismo directo al abandonar no el objeto directo interno o dato
sensorial, sino el objeto indirecto externo. La teoría, por tanto, mantie
ne que no aprehendemos los objetos materiales en ningún sentido aná
logo a aquel en el que aprehendemos los datos sensoriales. Más bien,
nuestro conocimiento de los objetos materiales es inferencial. [Un
buen ejemplo de realismo inferencial es Russell (1926) y, más recien
temente, Ayer (1976).] Se sostiene que los datos sensoriales son los
únicos objetos de aprehensión perceptiva, y que, a partir del conoci
miento de nuestros propios estados sensoriales, inferimos la presencia
y naturaleza de los objetos materiales que los causan.
Una queja sobre este punto de vista es que convierte el mundo
material en algo invisible. Comenzábamos tratando de explicar qué es
ver, por ejemplo, un objeto material, y acabamos anunciando que tales
cosas no pueden ser vistas en absoluto. Como poco, se trata de una
consecuencia altamente inverosímil, pero no es letal. Es de suponer
que el realista inferencial piense que debemos tragarnos esta medicina
porque es nuestra obligación. Pero podemos proseguir con este asunto.
Parece que la objeción escéptica, que no era concluyente en contra del
realismo indirecto, sí podría serlo en contra del realismo inferencial.
¿Qué razones tenemos para suponer que hay cosas tales como los
objetos materiales, si son invisibles, etc.?
La respuesta habitual a este ataque es señalar a generaciones de
físicos, cuya práctica ha sido la de inferir lo inobservable a partir de lo
observable. ¿No muestra eso que la inferencia de lo observable a lo
inobservable no puede descartarse como principio? Pero la analogía es
insuficiente. El físico infiere, a partir de la observación de objetos o
sucesos estrictamente materiales y normales, un mundo mucho más
remoto. La diferencia entre su práctica y la del realista inferencial no
es la de que el mundo que infiere el realista inferencial sea remoto,
sino la de que los objetos a partir de los cuales infiere no parecen tener
las propiedades suficientes como para apoyar la inferencia.
El argumento del capítulo 5 contra la imposibilidad del lenguaje
privado proporciona cierto apoyo para esta observación. Si no pode
mos instituir un lenguaje primario para la descripción de la experien-
11. P E R C E P C IÓ N : L A E L E C C IÓ N D E U N A T E O R ÍA 195
Me parece que esta última alternativa es, con mucho, la más vero
símil. En vez de considerar la percepción como una combinación de
dos elementos separados, uno cognitivo y otro sensorial, deberemos
considerar que la percepción es una forma característica de creencia
(o de tendencia a creer), una que no comparten los que carezcan de
input sensorial relevante, y en la que la tendencia a creer no puede
separarse de que se dé tal input.
Pero, en este punto, en la medida en que optemos o bien por una
teoría mixta, o bien por teoría de la percepción como pura creencia, ya
podemos ofrecer una respuesta a la cuestión original sobre el error per
ceptivo y su explicación en términos de desajuste entre el estado
perceptivo y el mundo. Este desajuste puede considerarse ahora como
un caso del desajuste entre la creencia y el mundo que se da cuando
una creencia es falsa. Puede que haya problemas para proporcionar un
análisis de la falsa creencia, pero son problemas que, de cualquier
modo, estamos obligados a afrontar. De modo que este análisis del
error perceptivo, que es accesible al realista directo, no añade proble
mas nuevos, sino que se limita a unir dos problemas en uno solo.
Hemos concedido que una persona que vea, oiga o sienta un obje
to, se encuentra en un estado perceptivo que puede describirse sin
implicaciones respecto al mundo que la rodea, porque tal estado per
ceptivo puede darse en alguien, quizá bajo una alucinación, indepen
dientemente de cuál sea su medio circundante. Por tanto, no puede
decirse que todo aquel que esté en ese estado perceptivo ve (oye, sien
te) los objetos que lo rodean. ¿Qué más se necesita, además del estado
perceptivo, para que la persona implicada vedi
No sería suficiente decir que alguien ve lo que lo rodea si y sólo si
está en un estado (visual) perceptivo adecuado y el mundo es como él
cree, en ese estado, que es. Supongamos que estoy sentado enfrente de
una pared blanca, con el cerebro conectado a un computador que me
causa diversos estados perceptivos, y que uno de ellos es el de una
superficie blanca. ¿Diríamos que hay ciertos momentos en los que veo
lo que me rodea y otros momentos en los que no? No lo diríamos, y
nuestras reticencias muestran cómo mejorar el análisis de qué estados
perceptivos constituyen ver algo. No sólo el mundo debe ser como yo
creo, en un estado determinado, que es, sino que cómo sea el mundo
debe ser una causa de mi creencia de que el mundo es así. Esta idea es
200 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
CJap = ( / ? □ —» Sap).
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Grice (1961), sobre los elementos causales en la teoría de la percepción y su rela
ción con el escepticismo.
11. P E R C E P C IÓ N : L A E L E C C IÓ N D E U N A T E O R ÍA 209
12.4. FENOMENALISMO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
D. Locke (1971) proporciona una revisión breve pero excelente de las teorías filo
sóficas de la memoria.
Russell (1921, cap. 9) muestra la desafortunada batalla de Russell con el problema
del realismo indirecto.
Brandt (1955) rechaza las teorías coherentistas de la justificación, pero todavía se
siente capaz de ofrecer un análisis de la justificación de las creencias-de-memoria que
tiene un marcado aroma coherentista.
Dummett (1978, cap. 21) es un intento de dar el mejor sentido posible a la disputa
entre realistas y antirrealistas sobre el pasado.
Martin y Deutscher (1966) intentan un análisis general de la memoria, subrayando
la necesidad de una conexión causal entre la percepción pasada y la «representación»
presente.
13. IN D U C C IÓ N
¿E S VICIOSA LA CIRCULARIDAD?
A p e l a c io n e s a l a a n a l it ic id a d
ción. Y, para ver por qué, necesitamos algo más que el conocimiento
de que en casos previos y semejantes sucedió tal tipo de cosa. Este
tipo de conocimiento puede capacitamos para hacer predicciones
arriesgadas, pero no nos proporciona ninguna explicación; para la
explicación necesitamos comprensión (cf. 11.1). El argumento de
Hume es que, dado que no hay nada como una relación de necesidad
entre sucesos, estamos limitados al tipo de explicación que él nos
ofrece. Pero la respuesta es que, si la explicación es posible en absolu
to, debe existir una relación necesaria entre los sucesos. En el caso
simple del ladrillo y la ventana, no se trata sólo de que la ventana se va
a romper; debe romperse, está obligada a ello. Nuestro conocimiento
inductivo de que se romperá es conocimiento inferencial. El vuelo del
ladrillo entraña que la ventana se romperá; puesto que, dado el ladri
llo, la ventana tiene que romperse. Y sabemos tal cosa porque sería
mucho más difícil explicar que la ventana no se rompiera que explicar
su rompimiento. (Hay, de hecho, vínculos de explicación mutua.)
Ewing y Blanshard pretenden escapar al argumento de Hume
negando su atomismo, el punto de vista de que los sucesos individua
les están conjuntados, pero no conectados. Es el atomismo el que ori
gina el escepticismo sobre la inducción, más bien que la naturaleza
del caso.
Pero esto todavía nos deja con Goodman. Goodman señala que,
tanto como nuestra práctica inductiva, hay muchísimas otras, cada una
consagrada con su propio lenguaje; y no parece que haya nada para
escoger entre los lenguajes. Cada práctica goodmaniana es igualmente
inductiva. De modo que, si una está justificada, lo están todas.
Supongamos por el momento que el argumento anterior sobre Hume
nos permite aceptar la conclusión de que nuestra práctica inductiva
está justificada. ¿Por qué debe preocupamos el hecho de que otras
prácticas estarían igualmente justificadas? Después de todo, el hecho
de que muchos conjuntos de creencias estarán tan justificados como el
nuestro no nos preocupa, la justificación puede ser compartida. La
objeción de la pluralidad (8.2) sólo hace daño cuando consideramos
pretensiones de verdad, más bien que de justificación. De modo que
¿no es igualmente aceptable el tipo de pluralidad que señala
Goodman?
Lo que necesita mostrar Goodman es que, dado que otras prácticas
son posibles, la nuestra no está justificada. Si la nuestra lo está, las
otras lo están también. Y el punto cmcial es que, por cada creencia
que estemos dispuestos a sostener, habrá otra práctica, tan bien funda
mentada como la nuestra, que recomiende la creencia opuesta. Por
240 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
ejemplo, el uso del predicado «verdul» nos lleva a concluir que las
esmeraldas no son verdes sino azules después del 1 de enero del año
2000. Lo que quiere decir que las dos prácticas no son sólo diferentes,
sino alternativas opuestas. Se oponen y nada justifica la adopción de
una más bien que la de la otra, de modo que nada justifica la creencia
de que las esmeraldas continuarán siendo verdes más bien que la cre
encia de que no lo serán.
En este momento, debemos buscar ayuda en la analogía de
Wittgenstein. Lo que hemos descubierto es que no hay ningún rasgo
interno de nuestra práctica que no pueda convertirla en algo más justi
ficado que sus alternativas. Tampoco hay ningún rasgo externo que
pueda hacerlo. El único factor relevante era que nuestra práctica es la
que usamos, mientras que las otras no. Esto no ayuda demasiado, pero
no debemos desesperar. La conclusión de los pensamientos de
Wittgenstein sobre seguimientos de reglas era que una práctica no
necesita de un fundamento externo independiente a modo de justifica
ción (5.6). La razón por la cual buscamos ese fundamento externo es
que pensamos que tales cuestiones son cuestiones externas, que nos
preguntan sobre nuestra práctica desde un punto de vista que se supo
ne externo a ella. Pero no lo son. Del mismo modo que las cuestiones
sobre la justificación de alguna parte de nuestro uso del lenguaje, por
ejemplo, nuestro uso de los predicados morales, son cuestiones que se
preguntan en el seno de nuestra práctica lingüística. De modo que las
cuestiones sobre la inducción, que constituye una forma de vida omni
presente, que parece casi constituir nuestro paradigma de conducta
racional, son todavía cuestiones que se preguntan y deciden en el seno
de nuestra visión del mundo. Hay que admitir que no pueden justifi
carse desde el exterior. Pero tal cosa no debe desconcertarnos. Si insis
timos en que las cuestiones sobre justificación sólo pueden plantearse
desde el seno de nuestra práctica, sentiremos menos vergüenza de las
respuestas que tanto nos tientan.
Si esta respuesta wittgensteiniana a Goodman es efectiva, nos
damos cuenta de que el movimiento de Goodman, al ir más allá de
Hume, no era más que el desplazamiento desde una cuestión que tiene
respuesta, en términos coherentistas, a una cuestión que no tiene posi
bilidad de respuesta. Sería una cuestión que nadie podría responder en
el sentido en que se plantea, que conlleva su propia imposibilidad de
encontrar respuesta y que, por tanto, se sitúa fuera del juego. Si pode
mos dejar a Goodman a un lado, Ewing tenía razón al afirmar que el
coherentismo es la única posición desde la que puede mostrarse que la
inducción es una práctica racional.
13. IN D U C C IÓ N 241
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Hume (edición de 1955, cap. 4.2) y Goodman (1973, caps. 3-4) ofrecen dos argu
mentos clásicos.
Las respuestas a Goodman incluyen las de Barker y Achinstein (1960), Small
(1961) y Quine (1965, cap. 5).
Swinbume (1974) es un buen conjunto de respuestas a Hume, incluyendo las de
Russell, Edwards y Black. La introducción es una visión útil y general.
ideas. Los empiristas del siglo xx, como Ayer, han defendido que una
proposición sólo puede ser conocida a priori si es analítica, es decir,
verdadera en virtud de los significados de sus palabras, más que en
virtud de la forma de ser del mundo. Según este punto de vista, todo el
conocimiento a priori es de verdades analíticas; las verdades sintéti
cas sólo pueden conocerse empíricamente. Por ello, se pensó que la
aceptación del conocimiento analítico no podía ser dañina para el pro
grama empirista, dado que tal conocimiento no pretendía ser conoci
miento sustancial sobre el mundo. El empirismo se convirtió en el
punto de vista menos radical de que toda verdad sustancial sobre el
mundo es empírica; sólo las verdades analíticas pueden ser conocidas
a priori.
Este resultado no se ajusta muy bien a la tendencia fundamentalis-
ta a mantener que nuestro conocimiento de los principios de inferencia
es a priori, ya que tales principios son escasamente analíticos. No son
verdaderos en virtud sólo de los significados de las palabras, como
vimos en el caso de la inducción (13.3). Parecen ser sintéticos. En ese
caso, ¿cómo puede decir el empirista que los conocemos a priori?
Pero ahora no estamos defendiendo la doctrina empirista; nuestra
tarea, por el momento, es la explicación.
ble decir que tiene un status especial sería «12=11 + 1», que definiría
12 como el sucesor de 11.) Por tanto, la verdad matemática es sintéti
ca, en el sentido de Kant.
El mismo argumento sería también efectivo si se formulara con
nuestra definición de «analítico» en términos de significado. Del mis
mo modo que hay demasiadas propiedades excluidas por el hecho de
que «es una vaca» se satisfaga, hay demasiadas interrelaciones entre
un número y otros números para que todas ellas estén incluidas en el
significado de «12». Por tanto, la verdad matemática es sintética, en
nuestro sentido, aunque sea cognoscible a priori.
Hasta ahora el argumento ha discurrido en términos de ejemplos.
Cada uno de ellos es efectivo en sus propios términos, pero todavía
son discutibles. Kant, sin embargo, afronta la cuestión de un modo tal
que, si tuviera éxito, convertiría en redundante la apelación a los ejem
plos. Vimos que los empiristas clásicos, como Locke, pretendían que
nuestros conceptos (o ideas, para Locke) se derivan de la experiencia
y trataban de establecer esta conclusión por enumeración. Kant no
argumenta directamente contra ninguna de las partes de la enumera
ción, sino que arguye que hay algunos conceptos que no pueden deri
varse de la experiencia, en la medida en que son necesarios para cual
quier experiencia posible. Alguien que careciera de ellos sería incapaz
de tener experiencia alguna. El argumento en este punto es extremada
mente complejo, pero una idea básica es que el mundo es experimen
tado en la medida en que está ordenado espacial, temporal y casual
mente. Por ejemplo, la experiencia de un barco desplazándose por el
curso de un río es una experiencia de una cadena de sucesos que está
ordenada en el espacio, en el tiempo y con relación a los vínculos cau
sales entre sus partes. (Este ejemplo proviene de Kant, edición de*
1961, B237-8.) Estos elementos de ordenación, sin embargo, no son
elementos cuyo conocimiento original pudiera derivarse de experien
cia alguna (como, por ejemplo, esa misma experiencia). Se trata, más
bien, de que sólo podemos tener una experiencia de este tipo si posee
mos previamente los conceptos que constituyen la matriz causal espa
cial y temporal dentro de la que se presentan los sucesos de experien
cia. Por tanto, tales conceptos no son empíricos. Aunque sean discer
nióles en la experiencia, no pueden adquirirse extrayéndolos del
contenido de ninguna experiencia. Tal extracción, si fuera posible de
algún modo, sólo podría realizarla quien los posea, dado que sólo
alguien así puede tener una experiencia de la que extraerlos.
Podríamos replicar a esta sugerencia que Kant no pudo distinguir
entre la afirmación de que todos los conceptos son empíricos y la
248 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
Hasta ahora hemos decidido que, por más que todo conocimiento
a priori lo sea de una verdad necesaria, algunas necesidades pueden
conocerse empíricamente, aunque sólo sea por inferencia desde lo
contingente y por medio de un condicional conocido a priori. Quine
argumenta que no hay otra manera en la que podrían conocerse las
necesidades. Ninguna necesidad puede conocerse de un modo que no
sea empírico.
Esto parece implicar que Quine acepta, de algún modo, la distin
ción entre conocimiento empírico y a priori, sin asignar ningún papel
ni contenido al lado del a priori. De hecho, Quine acepta la estrategia
que en 14.3 considerábamos más prometedora para el empirismo; nie
ga que la distinción sea mantenible en absoluto. No hay línea diviso
ria, ninguna razón por la que debamos obsesionamos sobre si este o
254 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Kant (edición de 1961, introducción) y Kripke (1971).
Putnam (1977), sobre la relación entre Quine y las distinciones analítico/sintético y
a priori/empíríco.
15.1. HEGEL
nuevo par para examinar, para ver si se corresponden. Sucede así por
que la negación contenida en la contradicción no es una negación abs
tracta, en la que cada parte destruye a la otra, sin dejarnos nada, sino
lo que Hegel denomina una negación determinada, que tiene cierta
forma. Y, por medio de esta forma, nos conduce desde la contradic
ción a un nuevo nivel, donde encontramos un nuevo objeto y una nue
va investigación.
Por considerar un ejemplo ordinario (no es de Hegel): suponga
mos que en nuestro examen de la percepción sensorial como forma
de conciencia determinamos que la percepción sensorial, tal como la
concebimos, no se ajusta a su objeto; que el objeto tal y como es en sí
mismo no se ajusta al objeto que existe para nosotros. Una respuesta
a esto es el escepticismo sobre el conocimiento empírico. Otra es
decir que, por este desajuste (la contradicción), emerge una nueva
forma de conciencia, con su nuevo objeto, que requiere un nuevo exa
men. Y este progreso, de una forma de conciencia a otra, continuará
hasta que alcancemos una forma en la que la distinción entre el obje
to para nosotros y el objeto en sí mismo desaparezca por completo,
porque hayamos alcanzado una conciencia cuyo objeto sólo existe en
si mismo en la medida en que existe para nosotros. Por lo menos
aquí, la conciencia ya no parece obstaculizada por lo que es externo a
ella; hemos alcanzado un nivel en el que la conciencia puede ser y es
su propio objeto.
El progreso desde una forma de conciencia a la otra es la marca de
la concepción hegeliana de la «fenomenología». Difiere en dos aspec
tos importantes de la perspectiva que se ha adoptado en este libro. En
primer lugar, trata el argumento escéptico no como un peligro del que
debamos huir, sino como una fuente de descubrimientos. Puesto que
es sólo a través de argumentos escépticos como las contradicciones
inherentes a un particular nivel de conciencia se nos van a revelar, es
el escéptico el que muestra que, en un área determinada, nuestro cono
cimiento no se corresponde a nuestro objeto, y, por ello, es el escépti
co quien nos conduce de una forma de conciencia a otra, hasta que
alcanzamos una forma en la que conciencia y objeto coinciden. La
noción crucial aquí es la de negación determinada; éste es el tipo de
negación que concierne al escepticismo y que constituye el hilo con
ductor de la fenomenología. En segundo lugar, la epistemología es
posible para Hegel, pero sólo en la medida en que adopta esta ruta,
progresando de una forma de conciencia a la siguiente. Cualquier for
ma de epistemología que no progrese de este modo (la de Kant, por
ejemplo) es destrozada por la circularidad viciosa. La apelación a esta
262 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
progresión era el único medio que vio Hegel para solucionar el proble
ma del criterio y de superar la separación entre el en sí mismo y el
para nosotros.
15.5. CONCLUSIÓN
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Hegel (edición de 1931, Introducción), Chisholm (1977, cap. 7), Quine (1969,
cap. 3, y 1973, pp. 1-20) y Stroud (1984, cap. 6).
[2 7 5 ]
276 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
* Las referencias a temas o autores que aparecen en el texto principal se dan men
cionando la sección del texto (v. gr., 1.4); cuando aparecen en las «Lecturas comple
mentarias», se usa el número de página (v. gr., p. 67).
[2 8 3 ]
284 IN T R O D U C C IÓ N A L A E P IS T E M O L O G ÍA C O N T E M P O R Á N E A
A rmstrong, D. M.: 2.3, 9.3, 11.3, pp. cerebros en cubetas: 1.2, 1.4, 3.3.
84, 183-184. certeza: 2.1, 3.2, 4.1.
asimetrías: — e infalibilidad: 4.1, 4.3.
— el coherentismo no contiene tales asi cognitivismo crítico: 15.2.
metrías: 8.1. coherencia (definición): 8.1.
— genética/continua: 8.5. color: 10.3, 10.5, 14.3.
— incompatibles con el holismo: 7.3. compatibilismo: 13.2.
— la asimetría del empirismo es compa comprensión:
tible con el coherentismo: 8.4, 8.5. — el antirrealismo como teoría de la
— semánticas y epistem ológicas en comprensión: 1.3, 1.4.
Quine: 7.2. — escepticismo sobre ella: 1.1, 1.2, 1.4,
— y fundamentalismo: 7.2. 5.3, 5.4.
atomismo: véase holismo. — y explicación: 11.1, 13.5.
A ustin, J. L.: p. 84. condicionales subjuntivos: 3.1, 3.3, 6.3,
A yer, A. J.: 4.2, 5.6, Ó.2-6.3, 11.2, 12.3, 11. 1.
14.2, pp. 84, 116-7, 183-4. conductismo: 5.4.
conocim iento: cf. escepticism o, argu
Baker, G.: 5.6, 5.7, 5.8, pp. 104. mento del error, justificación.
B arrer, S. F., y A chistein, P.: p. 241. — conocim iento por recuerdo: 12.5,
B erkeley, G.: 10.3, 10.6, p. 164. 12.6 .
B erlín, I.: pp. 116-7. — definición tripartita: 2.1.
B ernstein , R.: p. 274. — ¿implica creencia?: 2.1, 2.2, 9.3.
B lack, M.: 13.3, p. 241. — ¿por qué son conocimiento las creen
B lanshard, B.: 8.1, 8.2, 9.5, 13.5, 14.7, cias perceptivas?: 11.5.
pp. 149, 164. — teoría condicional: 3.1, 3.2.
Bonjour, L.: 9.4, 9.5, pp. 164. — y escepticismo: 1.1-1.5.
B radley, F. J.: 8.1, 8.2, 8.5, 9.5, 14.7, conocimiento a priori: 14.1-14.7.
pp. 131, 149,257. — de los principios de inferencia: 12.3,
B randt, R.: p. 224. 14.1.
B road.C. D.: 14.4-14.5. — el rechazo de Quine: 14.6.
— lo sintético a priori: 14.3.
C ahn, S. M.: 241. — ¿sólo de verdades necesarias?: 14.5.
C arnap , R.: 6.3. — ¿sólo de verdades universales?: 14.4.
caso propio (el), como punto de arran — y el coherentismo: 14.7.
que: 4.1, 5.1-5.3. conocimiento matemático: 14.3.
— el argumento del lenguaje privado conocimiento no inferencial: cf. justifica
(cf.) lo muestra imposible: 5.5-5.7. ción inferencial.
— el coherentismo ¿convierte el conoci contenidos de aprehensión:
miento en algo público?: 8.3. — como modos de ser consciente: 11.3.
— problemas: 5.4. — como objetos directos: 10.4.
causalidad en la memoria: 12.3. contradicción: cf. Ley de no contradic
causalidad en la percepción: ción.
— argumentos causales para el realismo C ornman, J. W.: 11.3, pp. 149, 183-4,
indirecto: 10.5, 11.2. 209.
— justificación causal de las creencias C ousins, M., y H ussain, a .: p. 274.
perceptivas: 11.5. creencia:
— teoría causal de la percepción: 11.4. — el recuerdo como creencia: 12.3.
— y la imposibilidad de percibir el futu — interacción entre creencia y significa
ro: 13.1. do: 7.4.
causalidad retroactiv: 13.1. — ninguna creencia es infalible: 4.2.
ÍN D IC E T E M Á T IC O 285
otras mentes: 1.4, 5.2-5.8, 15.2. Q uine, W. V. O.: 6.2, 6.3, 7.1-7.5, 8.2,
Ottmann, H.: p, 274. 8.4, 13.3, 14.4, 14.7, 15.3-15.5.
techos ULISES
Li br e r í a
9 788430 946129 A n d ré s d e F u e n z a lid a 4 8 - P ro v id e n c ia
T e lé fo n o : (0 2 ) 23 1 1 0 1 3 - F a x : 3 3 5 4 7 9 7
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