La Boda de Los Ratones
La Boda de Los Ratones
La Boda de Los Ratones
estaban totalmente enamorados el uno del otro y eran muy felices juntos. Les encantaba
jugar al escondite, olisquear la hierba fresca, explorar las toperas más profundas y
compartir pequeños pedacitos de queso a la hora de la merienda. Se querían tanto que
estaban convencidos de que pronto se casarían y crearían una hermosa familia. A ojos
de todo el mundo, formaban una pareja encantadora.
Bueno, de todo el mundo no, porque por desgracia, el padre de la ratoncita no pensaba
lo mismo. Adoraba a su hija y un ratón de campo no le parecía el marido adecuado para
ella. Sus aspiraciones iban mucho más lejos. Un día, le dijo a su mujer:
– Nuestra hija se merece pasar el resto de su vida con alguien importante de verdad.
Quiero que se case con el sol porque es el más fuerte del mundo y la protegerá de
cualquier peligro ¡Ese ratonzuelo insignificante ya puede ir buscándose a otra!
¡El padre ratón quería que su pequeña contrajera matrimonio con el sol! La ratoncita,
que desde su cuarto escuchó la conversación, se quedó horrorizada y salió corriendo a
contárselo a su querido novio.
– ¿Qué vamos a hacer? Mi padre es ambicioso pero yo me niego a aceptar sus planes
¡Yo quiero casarme contigo y con nadie más! No pienso consentir que nada ni nadie nos
separe.
Los dos jóvenes ratones se citaban todos los días bajo la sombra de un naranjo para
intentar buscar una solución a un problema tan grande. Un día, mientras conversaban,
pasó por allí una ratona muy viejecita que aunque caminaba con bastón, todavía
conservaba la lucidez y la sabiduría que da la edad. La anciana percibió que los jóvenes
roedores estaban muy tristes y se acercó a ellos a paso lento pero seguro.
– ¡Buenas tardes! Deberíais estar gozando de este maravilloso día de verano pero me da
la sensación de que algo os apena el corazón. Si me lo permitís, quizá pueda ayudaros.
– Buenas tardes, señora. Estoy muy disgustada porque mi padre quiere que me case con
el sol y yo a quien quiero es a mi novio, el ratoncito más simpático y bueno del mundo.
– ¡Uhm!… ¿Así que es eso? ¡Tranquila, iré a hablar con él y le quitaré esas ideas
absurdas de la cabeza!
– ¡Buenos días, señor! Acabo de enterarme de que quiere casar a su hija con el sol
porque piensa que es el más fuerte del mundo.
– ¡Así será porque así lo he decidido!
– Pues siento decirle que se equivoca ¡El sol es el astro rey, pero para nada es el más
fuerte!
– No lo había pensado y puede que no le falte razón… ¡Casaré a mi hija con un nube!
– ¿Con una nube? Pues tampoco es una buena elección. Ya sabe usted que por muy
grandes y espesos que sean los nubarrones, el viento consigue mandarlos bien lejos con
un simple soplido.
– ¡Caray! No me había dado cuenta de que los roedores tenemos una fuerza que el
viento no tiene… ¡Casaré a mi hijita con un ratón! Eso sí, no será con un tipejo vulgar y
debilucho ¡Tendrá que ser con el más fuerte de todos los ratones!
La sabia ratona, muy hábilmente, consiguió convencerle de que aceptara a un ratón para
su hija y al menos el joven enamorado aún tendría una oportunidad de ser el elegido.
Sin decir mucho más, cogió su bastón y regresó a su casa de lo más contenta.
Los más débiles no tuvieron mucho que hacer y enseguida fueron expulsados del juego.
Algunos resistieron un poco más, pero a todos se fue imponiendo un ratón orondo de
largos bigotes que se tenía a sí mismo por el más guapo y musculoso de toda la
comarca.
Tan sólo faltaba uno que todavía no había probado suerte porque era el último de la
lista: el novio de la ratoncita. El pobre, al lado del fornido luchador, parecía una pulga
que no le llegaba ni a la cintura.
Cuando sonó el silbato que daba paso a la gran final, la pelea comenzó. Efectivamente
la fuerza del gran ratón era descomunal, pero si algo caracterizaba al ratoncillo era la
inteligencia. Como sabía que tenía todas las de perder, se concentró en resistir y en
esquivar los golpes. El ratón forzudo intentaba darle guantazos por aquí y por allá, pero
él se escabullía sin apenas hacer esfuerzo y sin un mínimo rasguño. Al cabo de una
hora, el ratón grande estaba tan agotado física y mentalmente de tanto esfuerzo, que
tuvo que darse por vencido. Abrumado, exclamó:
– Este ratón es pequeño y flaco, pero no hay quien le venza ¡Se mueve más que un
saltamontes y tiene una fuerza de voluntad pasmosa! ¡Me rindo!
¡Menuda algarabía se formó! Todos los animales que asistían al evento comenzaron a
aplaudir y la ratoncita salió corriendo a abrazar a su prometido. El padre no pudo negar
la evidencia y aclarándose la voz, se dirigió a su público:
Y así fue: la pareja celebró una hermosa boda de cuento, tuvieron muchos ratoncitos
monísimos y fueron muy felices el resto de su vida.
Como siempre andaba correteando por el campo se ensuciaba mucho, así que cada
noche, se daba un buen baño caliente antes de irse a la cama. Después, su madre
desenredaba con un peine de marfil su largo y dorado cabello.
– ¡Oh, qué piojito tan mono! Lo guardaré en una caja de madera y lo cuidaré yo misma.
La madre, que consentía todos los caprichos de su querida hija, aceptó a regañadientes.
Elena lo metió en una caja dorada y lo cuidó y alimentó con esmero hasta que se hizo
tan grande como un gato. La niña estaba emocionada, pero ocurrió una desgracia: el
tamaño era tan poco habitual para un insecto, que el pobre un día reventó.
La princesita se puso muy triste porque era su mascota y ya no se imaginaba la vida sin
él. Envuelta en un mar de lágrimas, se lamentaba:
– Ha sido culpa mía por darle tanta comida… ¡Yo sólo quería que no le faltara de nada!
¿Qué voy a hacer ahora?
– Utilizaremos su piel para fabricar un tambor, y así, cada vez que lo toques, recordarás
a tu querido amigo ¿Qué te parece?
Esa misma tarde, el artesano real fabricó un lindo tambor de piel de piojo que sonaba
fuerte y afinado. Elena lo cogió y ya no se separó de él ¡Se pasaba horas y horas
tocándolo dentro y fuera del palacio!
– Tienes razón, amada esposa… ¿Sabes? ¡Se me ocurre una idea muy divertida! Haré
una apuesta con todos mis súbditos.
– Pues que daré una gran recompensa a quien consiga adivinar de qué está hecho el
tambor de la niña, pero eso sí: todo aquel que venga y no lo sepa, deberá pagarme una
moneda de oro.
– ¡Claro, mujer! ¡Como es imposible acertar, nos haremos inmensamente ricos! ¿No te
parece una idea genial?…
A la reina le pareció bien. Acumularían mucha riqueza sin esfuerzo ¿Qué más se podía
pedir? ¡Era un plan perfecto!
El rey mandó que los mensajeros de palacio hicieran llegar la convocatoria a todo el
reino. Tal y como esperaba, no tardaron en presentarse muchos jóvenes dispuestos a
conseguir la recompensa, aunque fuera un reto difícil.
Unos apostaban que estaba fabricado con piel de vaca, otros con piel de caballo, otros
con piel de conejo… ¡Ninguno conseguía dar en el clavo! El avaricioso rey veía cómo
el arcón de monedas de oro se llenaba un poco más cada día.
– ¡Esto es genial! ¡Qué manera más fácil de hacerse millonario! ¡Soy un auténtico
genio!
Por aquellos días, un campesino que vivía por la comarca, había decidido abandonarlo
todo e ir a recorrer el ancho mundo. Una mañana, cogió un petate con una muda y algo
de comida, y se adentró en el bosque siguiendo un estrecho caminito de piedra. Al cabo
de un rato, vio a un joven pecoso de pelo rojizo, tumbado de lado sobre el suelo.
– ¡Buenos días! Disculpa mi curiosidad pero… ¿Qué haces tirado con la oreja pegada a
la tierra?
– Qué curioso… ¿Sabes una cosa? Yo estoy de viaje y voy sin rumbo fijo a buscarme la
vida a otro lugar ¿Te gustaría venir conmigo?
Juntos retomaron el camino y se encontraron con un joven alto, muy musculoso, que
estaba levantando un árbol con sus propias manos. El campesino se quedó asombrado.
Y así fue cómo los tres muchachos, conversando animadamente sobre lo que les
depararía el futuro, llegaron a una posada muy cerca del palacio, decididos a pasar la
noche bajo techo.
La dueña les contó que en los últimos días, mucha gente venida desde muy lejos se
alojaba allí. Cuando los muchachos le preguntaron a qué se debía, la señora les contó la
historia de la apuesta y cómo todo el mundo soñaba con ganarla.
– Mi oído es más agudo por la noche. Voy a acercarme a los jardines de palacio a ver de
qué me puedo enterar ¡Esperadme aquí, ahora vuelvo!
– Sí, mi amor… ¡Nadie es capaz de adivinar que el tambor está hecho con piel de piojo!
El muchacho, estupefacto, salió pitando de vuelta a la posada. Cuando se reunió con sus
amigos, le temblaba todo el cuerpo. Les contó que había descubierto el secreto del
tambor y se abrazaron locos de contento. Por la mañana, se presentaron ante el rey y
éste les preguntó:
– Decidme, muchachos… ¿De qué creéis que está hecho el tambor de la princesa?
El rey se quedó de piedra, estupefacto, sin habla ¡Lo habían adivinado! Ahora no le
quedaba más remedio que entregar la recompensa prometida. Estaba que se subía por
las paredes porque no podía soportar desprenderse de ninguna de sus riquezas. Rabioso
y enfadado, el muy rácano se inventó una artimaña para darles lo menos posible.
– ¡Está bien! La recompensa es todo el dinero que una persona sea capaz de cargar
sobre su espalda, ni una moneda más, ni una moneda menos ¿Entendido?
El campesino, sonriendo, le respondió:
El rey pensaba que como mucho se llevarían un pequeño saco, pero no contaba con el
amigo fortachón, que dio un paso adelante y se puso sobre el lomo varios sacos, unos
sobre otros, llenos de miles de monedas del tesoro real.
Felices, los tres muchachos salieron del palacio con dinero suficiente para el resto de
sus vidas, y atrás quedó el codicioso monarca tirándose de los pelos por haber perdido
la apuesta.
Su madre, entretanto, se encargaba de hacer todas las faenas del hogar: limpiaba,
cocinaba, daba de comer a las gallinas, tendía la ropa en las cuerdas… ¡La pobre no
descansaba en toda la jornada!
Una de esas tardes de disfrute bajo de su árbol favorito, María vio cómo su mamá salía
del establo empujando una carretilla cargada de leña para el invierno. La buena mujer
iba encorvada y haciendo grandes esfuerzos para mantener el equilibrio, pues al mínimo
traspiés se le podían caer los troncos al suelo.
La niña sintió verdadera lástima al verla y sin darse cuenta, exclamó en voz alta:
– Mi mamá se pasa el día trabajando y eso no es justo… ¡Me gustaría ser un hada como
las de los cuentos, un hada de los deseos que pudiera concederle todo lo que ella
quisiera!
Nada más pronunciar estas palabras, una extraña voz sonó a sus espaldas.
María se sobresaltó y al girarse vio a una anciana de cabello color ceniza y sonrisa
bondadosa.
– Querida niña, eso no tiene importancia; yo sólo pasaba por aquí, escuché tus
pensamientos, y creo que debo decirte algo que posiblemente cambie tu vida y la de tu
querida madre.
La viejecita insistió:
– ¡Por supuesto! Estate muy atenta a los deseos de tu madre y verás cómo tú puedes
hacer que se cumplan.
¡La pequeña se emocionó muchísimo! Cerró el libro que tenía entre las manos y salió
corriendo hacia la casa en busca de su mamá. La encontró colocando uno a uno los
troncos en el leñero.
– ¡Mami, mami!
– Voy a hacerte una pregunta pero quiero que seas sincera conmigo… ¿Tienes algún
deseo especial que quieres que se cumpla?
– ¡Ay, pues la verdad es que sí! Mi deseo es que vayas a la tienda a comprar una barra
de pan para la cena.
– Aquí la tienes, mami… ¡Y mira qué calentita te la traigo! ¡Está recién salida del
horno!
– ¡Oh, hija mía, qué maravilla!… ¡Has hecho que mi deseo se cumpla!
La niña estaba tan entusiasmada que empezó a dar saltitos de felicidad y rogó a su
madre que le confesara otro deseo.
– ¿Otro? Déjame que piense… ¡Ya está! Es casi la hora de la cena. Deseo que antes de
las ocho la mesa esté puesta ¡Una cosa menos que tendría que hacer!…
– ¡María, cariño, qué bien dispuesto está todo! ¿Cómo es posible que hoy se cumpla
todo lo que pido?
María sonrió de oreja a oreja ¡Se sentía tan, tan feliz!… Se acercó a su madre y en voz
muy bajita le dijo al oído:
– ¡Voy a contarte un secreto! Una anciana buena me ha dicho hoy que, en realidad, soy
un hada como las de los cuentos ¡Un hada de los deseos! Tú tranquila que a partir de
ahora aquí estoy yo para hacer que todos tus sueños se cumplan.
La mujer se sintió muy conmovida ante la ternura de su hija y le dio un abrazo lleno de
amor.