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El Dinero

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El dinero: solo un símbolo

Fernano baena vejarano

El tema del dinero, -sin duda-, es resbaloso y dificil, sobre todo


en el contexto del desarrollo personal y espiritual, del que ha
estado excluido tradicionalmente. La sola palabra “dinero” pone
a muchos en alerta. Resulta hasta sospechoso el hecho de que para
alguien interesado en su evolución y en la del planeta pueda ser
un tema importante. ¿Se trata de un avaro?. ¿De un materialista?.
¿ De un oportunista ?. ¿De un falso profeta?. ¿De un manipulador
de conciencias?. ! Ese asunto ni siquiera debería tocarse¡.

Con tanto despliegue, en los medios de comunicación , sobre


problemáticas de sexualidad, ese ya ha casi dejado de ser un tabú.
Pero falta evidenciar el otro gran enigma de occidente. La
sociedad capitalista está llena de cifras, gira en torno al dinero, se
obsesiona por el, pero poco se pregunta por su caracter y por su
sentido. Tan poca reflexión sobre lo que tanto nos ocupa es la
causa de que el dinero nos ocupe la vida, nos colonize el alma, y
nos deje vacíos, sin amor. Le echamos la culpa al dinero de todos
los vacíos morales que corroen nuestra sociedad, cuando el
problema no está en la existencia del dinero sino en la
inexistencia de una concepción y de un estado de conciencia que
reestablezca su función original. El dinero es lo que proyectamos
-sicológicamente- en él. Para una mente egoista significa placer
propio, opresión a los demás, explotación del trabajo ajeno,
mecanismos de dominio. Para una mente expandida el dinero es
otra cosa.

Un símbolo es algo que remite a algo, que evoca un objeto. Y el


dinero es un símbolo, solo eso. Originalmente un disco de oro no
significaba un disco de oro, sino tantas ovejas o tantos bultos de
semillas, y el trabajo humano correspondiente a la cría de esos
animales o a la recolección de esas semillas. Pero luego el papel
moneda pasó a simbolizar tantas monedas de oro, y ahora una
cifra numérica en la pantalla de un cajero automático pasa a
representar tantos papeles moneda de tal o cual denominación. La
cosa se vuelve cada vez más abstracta, porque el dinero no es
ahora más que cierta información matemática grabada en una red
de cómputo, traducible en cierta cantidad de papeles dificilmente
imitables llamados billetes. Y , sin embargo, por carecer de esa
información, millones de personas en el planeta viven en la
miseria. ¿cómo puede algo tan abstracto volverse tan importante?.

Diría Marx que, en esencia, lo que simboliza el dinero es el


trabajo humano. Por supuesto, la primera tergiversación de ese
símbolo consiste en que el dinero pueda multiplicarse a sí mismo
sin que alguien haya trabajado durante el proceso. A eso se le
llama ganar interéses, y es un invento judío que consiste en
prestar símbolos del trabajo humano a alguien que necesite
conseguir con ellos algún producto del trabajo humano ( comida,
vestido,etc), pero a condición de que se devuelvan más símbolos
de trabajo humano que los que se prestaron. Es la forma más
inteligente de obtener símbolos sin habérselos ganado, con la
ventaja de que es un método que nadie cataloga como robo
porque no implica la sustracción directa de objetos a otras
personas.

Comparar un tipo de trabajo con otro es definitivamente algo muy


complejo, y por eso resulta algo azaroso intercambiar los
productos de ambos trabajos. La consecuencia de esa dificultad es
que se termina, no intercambiando lo simbolizado, sino los
símbolos; no el trabajo, sino el dinero. Si el criterio escogido es el
de la cantidad de tiempo empleado, entonces tendría que
canjearse con exactitud un producto por otro en términos de horas
de trabajo. Pero las horas de trabajo de un agricultor no són
iguales a las de un obrero de la construcción, porque una planta de
maìz necesita ser cuidada por meses pero la labor de regarla y
protegerla viviendo a su lado no parece comparable a la de clavar
puntillas y colar arena. Ambos trabajos son indispensables, pero
no semejantes. Entonces ¿cómo determinar cuantas mazorcas
equivalen a una casa de ladrillo, o cuántos minutos de echar pala
corresponden a una libra de maíz molido?. Y, en todo caso,
cuando crecen la cantidad de productos que uno quiere conseguir,
la cantidad de mediaciones laborales requeridas, y la cantidad de
personas con quien se quiere intercambiar , se vuelve inoperante
el procedimiento de conversar con el otro productor para llegar a
un acuerdo sobre el intercambio. Sencillamente no hay tiempo
para eso, ni está presente el productor o productores del objeto
que se quiere usar. Por otra parte, si el criterio es el de la
educación y habilidades requeridas para ofrecer un servicio o
producto, estas tampoco son fácilmente observables y
comparables. En últimas, lo que decide la proporción de
intercambio de un producto por otro es la necesidad y urgencia
que se tenga del mismo,( que depende de su facilidad o dificultad
de consecución ) , la generosidad o avaricia de los sujetos
involucrados, y el valor de intercambio que se acostumbre en la
sociedad respectiva. Esa proporción de intercambio, sujeta a
tantos azares que parece del todo arbitraria, es el dinero. Lo que
cuesta una cosa es el número de veces o el tipo de trabajo que
cuesta hacer o producir alguna otra cosa a cambio, según unos
criterios de comparación sobre los que nadie se ha puesto de
acuerdo, que nadie conoce, pero que implican unos valores de
cambio que se consideran normales hasta que alguien se queja.

Un trabajo y su producto se vuelven importantes si hay pocas


personas capaces de realizarlo y muchas necesitadas de adquirirlo
, y entonces se cambia por el fruto de muchos más trabajos más
sencillos de ejecutar y menormente demandados , que entonces se
devalúan. El punto clave es que la demanda social por cierto tipo
de servicio depende del nivel de evolución de la sociedad y de su
sistema de valores. Como la transición a la nueva era es el salto a
un nuevo sistema de valores, interpretaciones y conductas,
entonces es de esperarse que surja un nuevo modo de comparar
unos trabajos y productos con otros, o que inclusive cese el hábito
de comparar.
Los trabajos mejor valorados en nuestra sociedad occidentalizada
són los de tipo Yang, masculino. Todo trabajo que implique
pensamiento lineal, dirijido hacia lo tecnológico, lo pragmático,
lo científico, lo objetivo; recibe mayor importancia monetaria que
lo que implique afectividad, sensibilidad, emotividad,
sociabilidad e introspección. La dimensión femenina, Ying,
intuitiva, holística, onírica, ecológica, interior, es la dimensión
reprimida y subvalorada por nuestra cultura patriarcal. Este
sistema de valores nos hace tomar como normal que a una madre
nadie le pague por formar amorosamente a sus hijos, o que un
artista no tenga derecho a la seguridad social, o que un educador
colombiano promedio tenga que dictar cuarenta horas semanales
de clase, y corregir trabajos otras veinte, para medio vivir de su
profesión.
Con la nueva era no se invertirán las valoraciones dadas a las
actividades Ying y Yang, sino que se integrarán dinámicamente.
Retribuir más generosamente los diversos tipos de trabajo
humano supone destruir los esquemas jerárquicos, pirámidales,
monárquicos de la cultura patriarcal. Pero cuesta trabajo no
aplicarle a todo la
categoría de “superior” o “inferior”, “mejor” y “peor”. El
dualismo
es el lastre más pesado de la era de piscis.

El nuevo sistema de comparación de unos trabajos con otros, ya


no podrá estar basado, por tanto, en la distinción , sino en la
similitud. Ya no en la exigencia, sino en el ofrecimiento. Ya no en
la lógica de lo máximo para mí y lo mínimo para tí, sino en la de
lo mejor para ambos mediante nuestra mutua colaboración. Es la
lógica que ya los japoneses están aplicando, y que los ha puesto
en la vanguardia del desarrollo mundial.

Si el dinero es un parámetro de comparación basado en la


observación de las diferencias , y el amor es un estado de fusión
en el que estas desaparecen, entonces ¿desaparecerá el dinero
cuando entre en pleno el sol de la nueva era?. ¿Qué sistema
existirá para ofrecer y recibir servicios y productos ?.
Ese momento no parece demasiado próximo. Se derrumbó el
socialismo, que tampoco era el paraiso, y parece en auge el
capitalismo, aunque algunos auguran su declive cuando se
derrumbe el castillo de naipes de la especulación cambiaria de las
grandes bolsas. Mientras tanto, diversas escuelas de estilo “Nueva
Era” proclaman una nueva concepción del dinero. Algunos, por
ejemplo, destacan la relación del dinero con nuestra creatividad
interior y nuestra apertura mental hacia la abundancia. Todo esto
está bien, pero hay un “pero”: la ingenuidad mentalista.

Habiendo descubierto que la capacidad humana para el éxito tiene


íntima conexión con el desarrollo del potencial mental, algunos
exitólogos han afirmado que la situación económica de cada
persona es el fiel reflejo del nivel de armonía y creatividad que
haya logrado cultivar en su mente. Esto es cierto: una persona
tensa y angustiada no puede resolver bien los asuntos que se le
presentan, y eso perjudica su nivel de ingresos. Pero que no sirva
de excusa esta observación psicológica para deducir que las
desigualdades en oportunidades e ingresos no existen en la
sociedad, y que por tanto los que viven en la miseria se merecen
su situación por no querer explorar las potencialidades de su
mente.La miseria tiene factores sicológicos importantes, y lo
prueban a diario todas las conciencias apagadas y resignadas que
deambulan por el mundo sin querer hacer algo por sí mismas.Las
circunstancias sociológicas són, sin embargo, igualmente reales.
Hay ciertas versiones de la concepción oriental del “karma” que
hacen eco con la buena conciencia burguesa , y que permiten que
se sigan organizando eventos “in” de tipo esotérico, diseñados ,
sin embargo, solo para las clases pudientes. Que bueno que las
clases dirigentes se sensibilizen hacia la “nueva era”: de seguro
eso se reflejará en eventos esotéricos realizados con criterios
menos elitistas, y de la misma altura y calidad que los
organizados hasta ahora.

El dinero, por sí mismo, no es evolutivo ni involutivo, así que no


es reprochable ni alabable por sí mismo el hecho de que se esté
moviendo mucho dinero en actividades, cursillos y eventos del
más variado tipo. Todo depende de las intenciones que precedan a
los actos, pues lo que prostituye una actividad espiritual no es que
se cobre o nó, sino para qué se cobra. Y está perfectamente bien
que todos aprendamos a atraer la abundancia de la vida.

La vida es abundancia, abundancia infinita. Pero para percibirla


de ese modo se necesita expandir la conciencia, ir más allá de la
zona estrecha, limitada, de la mente, es decir, más allá de la mente
conciente. Diversas influencias educativas han cultivado en
nosotros, no una conciencia de nuestras infinitas posibilidades
creativas, sino de nuestras limitaciones y estrecheces. Hemos
crecido en la conciencia de escasez, y tenemos que educarnos
para la conciencia de abundancia. En un caso y en el otro la
relación que establecemos con el dinero varía fundamentalmente.
Si hemos crecido con el dualismo moral de la era de piscis , de
seguro el dinero nos produce culpa, y, o bien no lo disfrutamos, o
bien no lo atraemos. Si confiamos en la generosidad ilimitada del
universo sucederá lo contrario.

En general, se necesitan tres elementos para atraer el dinero: que


trabajemos en lo que más nos guste, que valoremos por lo más
alto el servicio que ofrecemos a los demás con nuestro trabajo, y
que estemos conectados con la fuente infinita de abundancia que
está en la zona trascendental de la mente, mucho más allá de la
mente conciente. Todo esto, acompañado de una actitud receptiva
y abierta hacia la infinita felicidad que merecemos de la vida, nos
hará millonarios pronto, y a todos por igual, sin distinción.

Un millonario es una persona que no tiene ni cinco centavos en el


bolsillo, pero piensa en tener un Mercedez Benz último modelo, y
recibe al rato una llamada de un amigo que se va para Europa, y
quiere pedirle el favor de que le cuide el Mercedez por un año. Se
pueden hacer votos de pobreza monetaria sin que se supere la
avaricia o ansiedad sicológica, y se puede experimentar la riqueza
económica sin que haya la más mínima atadura hacia el dinero.
Un miserable es una persona que tiene millones de dolares en sus
cuentas bancarias, pero desea una relación afectiva enriquecedora,
y sin embargo no ha podido conseguirla . En realidad, lo que
cuenta no es la cantidad de dinero que se tiene, sino la capacidad
que se desarrolle para satisfacer diversos tipos de deseos. A veces,
eso sí, con una mayor capacidad mental para materializar deseos,
se materializa también más dinero.

Como el dinero que se posee -cuando está bien ganado- no es


más que un símbolo del valor de cambio que tienen los servicios
que uno le presta a la sociedad, entonces es natural que la propia
estima que uno tenga sobre el oficio que uno ejerce incida
directamente en lo que uno gana. Si demeritamos, conciente o
inconcientemente, nuestras habilidades y conocimientos,
obviamente transmitiremos esa imagen empobrecida de nuestro
rol social a los demás, quienes de inmediato valorarán con menos
dinero nuestro servicio. Lo contrario sucederá si amamos
profundamente lo que hacemos y lo que somos: haremos entender
a los demás que lo que hacemos por ellos lo hacemos con gusto y
con amor, que es hermoso , y que lo que reciben es un privilegio,
y les haremos sentir que lo que dan a cambio se queda siempre
corto. Si ellos hacen lo mismo con su trabajo, todo el mundo
comenzará a ganar más. Normalmente se puede proyectar esa
imagen si uno está dedicado a hacer lo que más le gusta. Siempre
será facil espantar beneficiarios de nuestros servicios
transmitiéndoles el tedio que nos produce trabajar en eso que les
vendemos, y que obviamente no concebimos como un servicio a
prestar sino como un engaño en el que los estamos forzando a
caer.

Para que el dinero llegue con facilidad, es necesario igualmente


que valoremos mucho el trabajo de los demás, y que
simbolizemos nuestra gratitud pagándoles con alegría y de un
modo generoso. Eso nos ayudará a ya no sentir verguenza al
cobrar: más bien hay que sentirse orgulloso de haber hecho algo
bueno por los otros. El dinero es energía que debe circular
fluidamente, porque a una represa no entra agua por un extremo si
no sale por el otro. Si el agua se queda estancada corre el peligro
de pudrirse. Lo que más frena el flujo de dinero es el temor de
perderlo. Cuando, por ejemplo, una guerra o una catástrofe
mundial atemoriza a los que tienen atesorado el dinero, estos lo
retienen para que les dure más durante la crisis, y, si la mayoría
hace lo mismo, la gente se queda sin capacidad adquisitiva y
viene una depresión en las bolsas. En épocas difíciles es
responsabilidad de los atesoradores poner a fluir con generosidad
la energía simbólica que poseen.

Rebajar y pedir rebaja són hábitos desaconsejables, demasiado


comunes entre los latinos. Lo primero significa reducir la
autoestima, y lo segundo subvalorar al prójimo. Claro que no
siempre es justo el valor de cambio de nuestro trabajo por el del
ajeno, pero en ese caso conviene, no rebajar, sino demandar de
entrada una cantidad menor que la usual.

El dinero, en síntesis, se puede convertir en una expresión de


nuestro amor por el trabajo ajeno, y en una sensación de plenitud
por el trabajo propio. No es el demonio pecaminoso que nos han
pintado algunas religiones y escuelas espirituales dualistas, sino
una energía mental que, bien utilizada, puede multiplicarse al
infinito hasta permear a la población del mundo entero. La
abundancia es plenitud por lo que uno hace y por lo que los
demás hacen por uno, y el dinero es una manifestación de gratitud
mutua entre los seres humanos. Si en el corazón humano no hay
gratitud se genera de inmediato la pobreza.

Mentes insatisfechas y ansiosas, vacías interiormente, se volcarán


hacia el mundo externo en busca de placeres finitos que una vez
saciados solo traerán más sensación de vacío y más dependencia
de placeres finitos. En búsqueda angustiosa de saciedad, esas
mentes comienzan a competir con otras en una rapiña por el
Status, el poder, el placer sexual, la fama, los lujos. estas fuentes
de placer no son “malas” sino incompletas. Y este fenómeno,
generalizado, se convierte en la lógica de la sociedad de consumo.
La rapiña consumista es el opuesto de la gratitud y el principio de
la miseria interior (cualitativa) y de la pobreza social (
distribución cuantitativa injusta).

Los diversos métodos mentales de visualización y autosugestión


que se ha puesto de moda practicar para atraer dinero y
satisfaccciones externas, solo tienen un valor total si pueden
permitirle a sus practicantes superar la sensación de vacío interior
y ansiedad de consumo.Pero como al visualizar se hace contacto,
no con la fuente trascendental del pensamiento y de la energía, el
“Campo Unificado” del universo, sino con los niveles
vibracionales burdos de la mente, los de la mente conciente,
visualizadora y pensante, en frecuencias electroencefalográficas
beta y alfa, entonces no basta con practicar afirmaciones sobre la
abundancia, aunque ciertamente es aconsejable.

Un estado de plenitud mental total y fundamental debe ser


cultivado en cada individuo del planeta para que, cesando el
temor y la angustia sicológica, fluya la gratitud, el amor, y el
dinero, en la estructura social nacional e internacional. Y esa
fuente de abundancia infinita está aquí mismo, en el nivel
trascendental de la mente ,más adentro de la mente conciente. Es
un estado de conciencia que los antiguos sabios védicos llaman el
Ser, o la conciencia pura: un estado de completa autoreferencia
mental, de absoluto silencio interior, de bienaventuranza infinita
trans-personal en el que nada se anhela o se necesita porque se es
la fuente de todo. El método para experimentar ese estado mental,
según Maharishi Mahesh yogi, representante moderno de la
tradición védica, recibe el nombre de “Meditación
Trascendental”. Cuando se establezca ese estado de plenitud a
toda hora, no solo al meditar, sino también al salir de la
meditación, entonces fluirá la abundancia en el planeta, y
descenderá el cielo a la tierra. La humanidad disfrutará no solo de
plenitud material, sino de infinita plenitud espiritual, al mismo
tiempo. Y eso será el pleno sol del mediodía de la nueva era que
está amaneciendo.

Fernando Baena Vejarano


Filósofo e instructor de “ Meditación Trascendental”

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