Historia Critica DEL XX: DE LA Literaria Siglo
Historia Critica DEL XX: DE LA Literaria Siglo
Historia Critica DEL XX: DE LA Literaria Siglo
com
HISTORIA DE LA CRITICA
LITERARIA DEL SIGLO XX
R. Seldeníed.)
Director de colección: José Manuel Cuesta Abad
Maqueta de portada: Sergio Ramírez
Diseño interior y cubierta: RAG
Titulo original:
The Cambridge History ofLiterary Criticism, vol. VIH
Sector Foresta, 1
28760 - Tres Cantos
Madrid - España
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-1532-1
Depósito legal: M-4 1 -2010
Impreso en Cofás, S. A.
Móstoles (Madrid)
Bibliografía, 443
Raman Se Id en
EL MODELO LINGÜÍSTICO
rios al horizonte de los estudios culturales9. Lo que todavía está por ver es
si los departamentos tradicionales de literatura lograrán sobrevivir dentro
de los planes de estudio de la educación superior.
La problemática existencia!.
Zirmunski, no era el único formalista ruso que insistía en que esta pers
pectiva no debía identificarse con un solo método. Otros formalistas más
radicales, como Eikhcnbaum, que en varias ocasiones atacó a Zirmunski
por su «eclecticismo», coincidía con él en este aspecto'1. Para Eikhenbaum:
9 Russian Formalism, New Haven, 1981, pp. 154-163 [ed. cast.: Erlich, V., Elfor
malismo ruso. Historia y doctrina, Barcelona, Scix Barral, 1974).
10 «Russian Formalism», en Princeton Encyclopedia ofPoetry and Poetics: Enlarged
Edition, A. Preminger (ed.), Princeton, 1974, p. 727.
11 Literary Structure, cit., p. 88.
26 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
La máquina
El organismo
El sistema
Lenguaje
™ IbuL p. 401.
EL FORMALISMO RUSO 33
texto para tener significado. Esto es así, sostenía Husserl, porque los sig
nos lingüísticos están dotados de un significado a priori: no son meros
indicadores, sino expresiones que tienden al significado (Ausdrucken).
Cuando en 1921 Jakobson definió la esencia de la poesía como «un con
junto mental (ustanovka) orientado a la expresión»27 seguía claramente a
Husserl. De este modo, Jakobson refutó la dicotomía de la dialéctica fun
cional establecida por la OPOJAZ como la oposición entre el sonido y el
significado. Puesto que el arte verbal utiliza expresiones, siempre trabaja
con significados: de ahí que Jakobson propusiera su propia clasificación
para dirimir esta dialéctica, y que se basara en la orientación hacia dife
rentes componenentes del acto lingüístico: el emotivo, orientado hacia el
hablante; el práctico, orientado hacia el referente, y el poético, orientado
hacia la expresión misma.
Jakobson rechazó la separación entre sonido lingüístico y significado
por otra razón. En su fase inicial, la fonología concebía los fonemas (las
unidades lingüísticas mínimas de sonido) como intrínsecamente semán
ticos porque su principal función es diferenciar palabras con distinto sig
nificado. Del lado de los estudios literarios, Jakobson aplicó esta idea con
éxito a la prosodia. Si el verso, como escribió en 1923, «es la violencia or
ganizada del lenguaje en su forma poética»28, esta violencia debe tener un
límite: no puede acabar con la función diferenciadora de significados de
los fonemas; de otro modo la poesía perdería su naturaleza verbal y se
convertiría en cierto tipo de música. El ritmo, por tanto, deforma los ele
mentos que no son fonéticos, mientras que los elementos fonéticos sirven
de base para llevar a cabo dicha deformación. En lenguajes semejantes,
pero con distintos sistemas fonéticos como el checo y el ruso, son rasgos
fonéticos diferentes los que se alzan como elementos prosódicos básicos
(por ejemplo el acento en ruso o el límite de las palabras en checo). Por
tanto, a pesar de las similitudes, un verso escrito con el mismo metro en
ruso y en checo es notablemente diferente. Jakobson elaboraría con más
profundidad la métrica fonológica en Praga, a donde se trasladó en la dé
cada de los veinte.
Debido a su desconcertante heterogeneidad, el formalismo ruso no es
una escuela teórico-1 iteraría en el sentido corriente del término. Se trata
más bien de un momento peculiar en el desarrollo histórico de la poética
eslava: una interrupción en las viejas prácticas de la disciplina y el co
mienzo de una nueva era. Desde esta perspectiva, el formalismo ruso
puede calificarse como un «estadio entre paradigmas» en los estudios lite
rarios eslavos. Thomas Kuhn, quien acuñó esta noción, mantiene que la
práctica científica, en un periodo normal, se caracteriza por la existencia
32 Ibicl., p. 108.
Ibid., p. 11.
34 «Romantické vseslovanství —nová slavisrika», en Cin 1,11 (1929).
40 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
historia moderna de los estudios sobre Europa está marcada por una os
cilación entre el deductivismo romántico, que subordinaba los datos
científicos a un sistema filosófico general, y el inductivismo positivista,
que reducía la filosofía a una mera extensión de las ciencias empíricas.
Mukarovski creía que la novedad del estructuralismo radicaba en salvar
esta dicotomía:
Para Mukarovski,
Historia
2 Mathesius Fue uno de los primeros lingüistas del siglo XX que criticó el legado
histórico de la escuela neogramática. Alrededor de 1912, cuatro años antes de que
apareciera el Cours de linguistiquegenérale (Curso de lingüistica general) de Ferdinand
de Saussure, Mathesius publicó un artículo «On the potentiality of linguistic pheno-
mena» (traducido al ingles en Vachek, Reader, pp. 1-32) donde reclama una aproxi
mación al lenguaje sincrónica y füncionalista. El artículo permaneció oculto en una
publicación académica de tintes esotéricos pero, en la década de 1920, cuando la
obra de Saussure y sus discípulos rusos fue conocida en Praga, muchos de los jóvenes
lingüistas reconocieron la influencia y el papel pionero de Mathesius.
3 Un listado de las conferencias presentadas en la CLP entre 1926 y 1948 se re
cogen en Matejka (ed.), Sound, pp. 607-622.
EL ESTRUCTURALISMO DE LA ESCUELA DE PRAGA 45
je, del lenguaje literario y del lenguaje poético. En 1932, en los documentos
del tercer Congreso internacional de fonética de Amsterdam, se utilizó por
vez primera el nombre de «L’Écolc de Prague», aunque de un modo restrin
gido, en referencia a la novedosa fonología del CLP.
En la década de los años treinta, el Círculo emergió como un influyen
te grupo cultural en la escena nacional checoslovaca. Su primera contribu
ción de este tipo fue un tributo al filósofo y presidente de la República
checoslovaca E. G. Masaryk, con motivo de su ochenta cumpleaños: un pe
queño volumen, Masaryk a rec (Masaryky el lenguaje, 1930), con trabajos
de Mukarovski y Jakobson. El CLP atrajo enormemente la atención cuan
do sus miembros, aliados con escritores y poetas vanguardistas checoslova
cos4, se opusieron a los más puristas que pretendían, pedantemente, limitar
la posibilidad experimental del lenguaje poético contemporáneo. El ciclo
de polémicas y programáticas conferencias publicadas en Spisovná cestina a
jazyková kultura (Lenguajey cultura checoslovaca común, 1932) formulaban
los principios del CLP sobre estrategias, lenguaje y cultura que hoy conti
núan siendo igualmente significativos (véase también Garvín, «Role»). No
menos duraderos son los estudios sobre la historia del verso checoslovaco
antiguo y moderno (Jakobson y Mukarovski) y acerca de la dialéctica y la
historia del lenguaje literario checoslovacos (ambos debidos a Havránek),
aparecidos en un volumen especial de Ottuiu slovnik naueny (Enciclopedia
de Otta, 1934). A partir de 1935, el CLP publicó su propia revista, Slovo a
slovesnot (La palabra y el arte verbal), cuyo título juega con el afortunado
parentesco etimológico existente en las lenguas eslavas entre «lenguaje» y
«literatura». Esta publicación se convirtiría pronto en un influyente foro de
discusión para la lingüística y la teoría literaria. La gran difusión de tres im
portantes recopilaciones reforzaron la posición del CLP en el ámbito cultu
ral en un momento de gran efervescencia política: un volumen conmemora
tivo Torso a tajemstvt Máchova déla (Torso y el misterio de la obra de Macha,
1938), una obra colectiva de divulgación, Cteni o jazyce apoesii (Lecturas so
bre lenguaje y poesía, 1942) y un ciclo de emisiones de radio, O básnickem
jazyce (Acerca del lenguaje poético, 1947).
4 La alianza entre las teorías progresistas y los artistas vanguardistas fue ya olvida
da, y así continuaría durante largo tiempo, antes de la formación del CLP. Jan Mu
karovski estuvo muy próximo al poeta surrealista Vítézslav Nezval y a la prosa expe
rimental del escritor Vladislav Vancura. Román Jakobson, que había sido un miembro
activo de la vanguardia poética rusa, contaba con contactos entre los poetas y artistas
checos desde antes de establecerse en Praga: «Los jóvenes poetas y artistas checos me
hicieron miembro de su círculo, por lo que llegue a sentirme muy próximo a ellos
[...] Mi profundo conocimiento de los círculos artísticos checos me permitió com
prender la importancia del arte literario checo de la Edad Media hasta nuestros días»
(Dialogues, p. 143: cfr. Linhartová, «La place»; Ef'fcnbcrgcr, «Román Jakobson»; To
man, «Chemical laboratory»).
46 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
' Jakobson reflejaba el ambiente de los círculos de Moscú y de Praga con las si
guientes palabras: «Recordando su apasionamiento, las impetuosas discusiones con
las que examinaban, incitaban y estimulaban nuestro pensamiento científico, debo
confesar que nunca antes y tampoco después he asistido a debates instructivos de
una fuerza creativa similar» (SW, vol. II, p. vi). Wellek hacía honor al espíritu de la
escuela de Praga cuando señalaba que su profunda deuda hacia la obra de Mu
karovski, Jakobson y a la estimulante atmósfera del CLP: «la mejor manera de ex
presarla es mediante una colaboración crítica» («Thcory», p. 192, 39).
EL ESTRUCTURALISMO DE LA ESCUELA DE PRAGA 47
era más homogéneo que el formalismo ruso, por lo que puede ofrecerse
una visión sinóptica de su teoría.
Teoría
Según Mathesius, las ideas del CLP obtuvieron un rápido éxito por
que no eran el producto de la casualidad, sino que satisfacían una «pro
nunciada necesidad intelectual» de la comunidad científica internacional
(«Desct let», p. 137). El estructuralismo de Praga era el desarrollo de una
de las corrientes principales del pensamiento del siglo XX: un estadio en el
paradigma postpositivista de la poética y la lingüística que habían inau
gurado Ferdinand de Saussure y el formalismo ruso.
6 Este logro hubiera sido imposible sin la estrecha contribución de algunas de las
teorías lingüísticas y literarias clásicas del Círculo de Praga. De acuerdo con iMathc-
sius, «la lingüística es la aliada natural de la teoría literaria» («Dcsct let», p. 145). Io
dos los lingüistas de la Escuela de Praga, incluyendo a Mathesius, estuvieron profun
damente implicados en el estudio de la literatura y movían sus teorías literarias con
perfecta comodidad dentro de las teorías lingüísticas. Es necesario recalcar que la Es
cuela de Praga se insertó en la tradición de mutuo intercambio entre los estudios de
lingüística y literatura inaugurada por Wilhclm von Humbolt y continuada por Fer
dinand de Saussure (véase Dolezel, Occidental Poetics). El estudio del lenguaje poéti
co y literario estimuló en el Círculo de Praga significativas innovaciones dentro de la
teoría lingüística como, por ejemplo, la formulación de los principios de la fonología
(Jakobson y Pomorska, Dialogues, p. 22).
Mukafovski señaló algunos paralelismos, así como las diferencias entre el es
tructuralismo y el holismo biológico (Smuts) («K pojmosloví», Kapitoly, vol. I, p. 29).
Trnka consideraba la lógica rclacional de Russcll como uno de los inspiradores del es
tructuralismo («I.inguisrics», p. 1 59). La relación del estructuralismo con la lógica de
conjuntos del siglo xx —mcrcología (Husscrl, Lesniewski)— sólo ha sido investigada
muy recientemente (véase Smith y Mulligan, «Pieces»).
EL ESTRUCTURALISMO DE LA ESCUELA DE PRAGA 49
Sin una orientación semiótica, los teóricos del arte se verán siempre
inclinados a considerar la obra de arte como una construcción puramen
te formal, o como una expresión de la mente del autor o, incluso, como
disposiciones fisiológicas, o producto de la realidad expresada por la obra
o, tpizá, como el reflejo de la situación ideológica, económica, social y
cultural de un determinado grupo (Mukarovski, «L Art *, Studie z este-
tifay, p. 87; ófractwrr, p. 87)-
La estructura literaria
rías lingüísticas precisas; pero el núcleo del modelo del Círculo de Praga —la
estructuración estética— requiere un sistema poeto lógico conceptual especial
La estética semiótica que Mukarovski desarrolló en la década de los
treinta modificó substancialmente su modelo original. La diferencia entre
«materia» y «forma» se relativiza cuando todos los constituyentes de la es
tructura poética tienen asignados «valores creadores de sentido»: «Todos los
constituyentes tradicionalmente denominados formales son [...] vehículos
del significado» signos parciales en una obra de arte» («O strukturalismu»,
Studie z estetiky, pp. 112 y ss.; Structure, pp, 10 y ss.). Desde una perspecti
va semiótica j una obra literaria es una estructura absolutamente sem antiza
da, Una semantización que no sólo influye en la dimensión «vertical» (es
tratificada), sino también en la dimensión «horizontal» (lineal) del modelo»
El texto poético no es una progresión temporal unidireccional, sino un pro
ceso de acumulación semántica, un «crecimiento» bidireccíonal de sentido
dentro del enunciado y más allá de él («O jazyce», Kapitoly, vol. I, pp. 113-
121; Word, pp, 46-55)- La acumulación semántica, reconstruida por el lec
tor, procura la coherencia y la totalidad del texto poético:
13 Los artículos de Mukarovski sSobre losS prosistas checos de los siglos xix y xx
(recogidos en el segundo volumen de Chapters from Czech Poética bajo el rírulo de
«Sobre la prosa poética») y los ensayos de Jakobson sobre la obra en prosa de Paster-
nak («Randbemerkungen»), donde formulaba su célebre diferenciación entre poesía
(metafórica) y prosa (metonímica), atestiguan claramente el profundo interés de los
investigadores de la Escuela de Praga por la poética narrativa.
karovski al unificar los niveles fonético y semántico en uno solo: el nivel ver
bal (lingüístico). La estructura narrativa se convierte así en una correlación
entre los niveles temático y verbal. El proyecto de Vodicka de una temática
estructural se centra en tres conceptos: el motivo, el plano temático y el
mundo. El término motif—utilizado en el sentido de Tomascvski (Teorija)y
Mukarovski (Máj)— designa la unidad básica del contenido narrativo. Un
plano narrativo, por otra parte, es un conjunto composicionalmente homo
géneo de motivos que aparecen a lo largo de la obra. Los planos temáticos
básicos —el argumento, ios personajes, el mundo exterior- pueden aparecer
con otros nombres en la narratología tradicional. La temática estructural re
presenta los planos temáticos como integrantes macroestructurales de los
motivos, incrementando así las maneras de estudiar los argumentos, los per
sonajes y los escenarios como categorías semánticas más que como represen
taciones miméticas. Vodicka no refino su aparato teórico y recurrió al len
guaje cotidiano para definir términos como «mundo ficcional», «mundo de
la novela», «mundo ideal», etcétera.
Vodicka prestó especial atención a esta temática porque la consideraba
una vía a través de la cual la realidad entraba en la literatura y la hacía evolu
cionar (véase más adelante). Por otra parte, el lugar estratégico que la temáti
ca ocupa en la estructura literaria está asegurado por su vínculo con el nivel
verbal. Vodicka no concibe el tema como una «estructura profunda» más o
menos independiente de la «estructura superficial» de su expresión. Más
bien, el tema está modificado y conformado mediante los modos en los que
es expresado, mediante los artificios del discurso narrativo. Vodicka estaba in
teresado en los mecanismos del discurso que se vertebran en torno a tres ejes:
a) narración-caracterización-descripción; b) discurso del narrador-discurso
de los personajes; c) monólogo-diálogo. Inspirándose en la teoría de la oposi
ción monólogo-diálogo de Mukarovski («Dialog», Kapitoly vol. I, pp. 129-
153; Word, pp. 81-112), Vodicka inició un estudio sistemático de los modos
narrativos y de las distintas formas de discurso de los personajes14.
Cuando Mukarovski postula la obra de arte como «un signo tan rela
cionado con la sociedad como con el individuo», confirmaba una tesis bá
sica de la poética semiótica: la relación entre la literatura y la sociedad no
es uniforme ni constante, sino «muy variable empíricamente». Conside
rando la amplitud de posibilidades, Mukarovski las focaliza en dos polos:
«consenso entre arte y sociedad» y «separación mutua». El arte oficial y
tendencioso se sitúa en el primer polo, mientras que el arte por el arte
(l’art-pour-Part) y los poetas malditos (poetes maudits) se ubican en el polo
contrario (ibid., pp. 19-21; ibid., pp. 74 ss.).
Mukarovski le prestó considerable atención al papel del público en la
recepción del arre y la literatura, indicando que el éste media entre el arte
y la sociedad. El público puede desempeñar este papel porque sus miem
bros son capaces de «percibir adecuadamente ciertos tipos de signos artís
ticos (musicales, poéticos, etc.)». Una condición necesaria para que un
individuo llegue a formar parte del público es «una mínima educación es
pecial» {ibid., p. 22; ibid., p. 76). Gracias a esta educación, la recepción que
el público tiene de las obras de arte supone una implicación activa y, como
tal, ejerce una fuerte influencia en el desarrollo del arte. Por otra parte, el
arte, al mismo tiempo, forma el gusto del público, creando, en cierto sen
tido, su propio público.
60 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Historia literaria
Historia de la producción
Historia de la recepción
va, es una evidencia de que la obra ha cesado de ser una parre viva de la li
teratura («Problematika», Struktura, p. 216; Prague School, p. 128)26.
Historia de la estructura
derechos de autor
3
El modelo lingüístico y sus aplicaciones
El modelo de Saussure
mente podía haber imaginado que era partícipe del nacimiento de uno
de los movimientos intelectuales más vigorosos del siglo que acababa de
comenzar. Esas clases, reconstituidas tras la muerte de Saussure en 1913
por Charles Bally y Albert Sechehaye a partir de apuntes tomados por los
alumnos asistentes, y publicadas como Cours de linguistique générale [ed.
cast.: Curso de lingüística general, E de Saussure, Tres Cantos, Akal, 2009]
en 1916, generaron dos importantes trentes de influencia: el primero, so
bre la incipiente disciplina de la lingüística científica misma; el segundo
-después de un retraso de varias décadas- sobre el estudio más amplio de
las prácticas y conceptos culturales. Es el segundo frente, el movimiento
conocido como «estructuralismo»*, el que representa un desarrollo más
importante en los estudios literarios del siglo XX pero, para explicar el im
pacto del modelo lingüístico de Saussure en este ámbito (al igual que, entre
otros, en la antropología, el psicoanálisis, la historia cultural y la teoría po
lítica), es necesario prestar cierta atención a los elementos más importantes
de ese modelo, y a sus posteriores modificaciones en el terreno de la teoría
lingüística. El desarrollo del modelo lingüístico dentro de los márgenes de
los estudios literarios está ampliamente tratado en otros capítulos de este
volumen, por lo que aquí sólo se ofrecerá un bosquejo -exceptuando el tra
bajo de Román Jakobson, quien ocupa una posición única como nexo en
tre los estudios literarios y lingüísticos.
Al considerar los argumentos del Cours, atendiendo a los propósitos
específicos de este capítulo, nos alejaremos de Saussure en al menos dos
aspectos. En primer lugar, la autoría del texto cuya influencia estamos
indagando es compartida por varias personas: el propio Saussure, los
estudiantes cuyos apuntes fueron objeto de consulta, y los editores Bally
y Sechehaye, quienes reformularon y reorganizaron esas notas para crear
a partir de «indicios vagos y, a veces, incluso contradictorios» (Course,
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en
el seno de la vida social [...] Nosotros la llamaremos semiología [...] La se
miología nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las leyes
que los gobiernan. Dado que esta ciencia todavía no existe, no se puede
decir qué es lo que será; pero tiene derecho a la existencia, y su lugar está
determinado de antemano (Curso de lingüística general, p. 32)í*.
6 «On peut done conccvoir une science qui étudie la vie des signes au sein de la vie
sociale [...] nous la nommerons sémiologie [...] Elle nous apprcndrait en quoi consistcnr
Ies signes, quelle lois les régissent. Puisqu’elle n’exisre pas encore, on ne peur dire ce
qu’cllc sera; inais elle a droic á l’cxisrence, sa place est déterminée d’avance» (p. 33).
EL MODELO LINGÜÍSTICO Y SUS APLICACIONES 75
Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que di
ferencias. Todavía más: una diferencia supone, en general, términos posi
tivos entre los cuales se establece dicha diferencia; pero en la lengua sólo
hay diferencias sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el
significado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sis
tema lingüístico, sino solamente diferencias conceptuales y diferencias
fónicas resultantes de dicho sistema (ed. cast., pp. 150-1 51)8-
8 «Tout ce qui precede reviene a dire que dans la langue il ríy a que des differences.
Bien plus: une différence suppose en general des termes positifs lesquels elle s’établit;
mais dans la langue ¡1 n’y a que des differences ww termes positifs. Qu'on prenne le
signifié ou le signifiant, la langue ne comporte ni des idées ni des sons qui préexiste-
raicnt au systcmc linguistique, mais seulement des differences conceptucllcs ct des
différences phoniqu.es issues de ce systéme» (p. 166).
EL MODELO LINGÜÍSTICO Y SUS APLICACIONES 79
antes ¿el uso que hace Saussure. Esta noción surge con distintas formas
en el trabajo de varias escuelas, pero es el modelo general del lenguaje de
Saussure el que ofrece el contexto mejor definido para su comprensión:
reconocimiento de que los sonidos actuales de cualquier lengua son ca
paces de funcionar como determinantes del significado se debe a que per
tenecen a un sistema de diferencias, mediante las que los sonidos son
identificados por los hablantes de dicha lengua. La observación de Saus
sure, mencionada más arriba, acerca de las múltiples maneras en las que
se puede escribir la letra t es un claro ejemplo de este argumento. Del
mismo modo, el fonema /b/ en castellano se pronuncia de modos distin
tos (la condición de una determinada pronunciación queda determinada
por su lugar en la proferencia, el acento o el dialecto en uso, su idiosin
crasia, las características específicas del hablante, etc.), pero siempre se lo
reconocerá como tal fonema mientras no pierda su clara diferencia en re
lación con el resto de fonemas en el sistema. (El lenguaje aún desempeña
ría su función si /b/ -por común acuerdo— fuese sustituido por un sonido
completamente diferente pero claramente distinguible del resto de soni
dos del sistema.) De este modo, llegamos a una tajante distinción metodo
lógica entre \a. fonética, el estudio de los sonidos del habla en tanto que fe
nómeno físico, y la fonología, el estudio del sistema diferencial del que esos
sonidos físico son realizaciones. La frecuente invención de términos acaba
dos en «-ema» en la lingüística moderna y en la teoría estructuralista (mi-
tema, gustema, filosofema, etc.) son prueba del éxito del fonema como
concepto analítico.
De las distintas versiones de esta teoría, la que más directamente in
fluyó en la evolución del estructuralismo fue la desarrollada por Nikolai
Trubetzkoi y Román Jakobson a finales de la década de los años veinte.
Nikolai Trubetzkoi y Román Jakobson, ambos rusos emigrados, desem
peñaron un papel central en el Círculo lingüístico de Praga y su desarro
llo teórico, que se conoció como el estructuralismo de Praga (véase el ca
pítulo 2. La sección que sigue estará dedicada al importante y sui generis
lugar que Jakobson ocupó en la aplicación del modelo lingüístico al aná
lisis literario.) La fonología del Círculo de Praga, cuyos influyentes más
importantes, probablemente fueron Saussure y el lingüista polaco Jan
Baudo uin de Courtenay, hacía especial hincapié en las funciones del len
guaje y sus elementos, atendiendo al fonema en su función diferenciado-
ra de significado. Esta concepción del fonema da lugar al principio am
pliamente utilizado de la «prueba de conmutación» (commutation test),
una elegante demostración de la naturaleza diferencial del sistema lin
güístico. Considerando una palabra del lenguaje objeto de investigación,
se llevan a cabo una serie de sustituciones en un momento determinado.
Por ejemplo, la palabra «granja» sufre la transformación de sus elementos
originales, y entre las posibles respuestas que un hispanohablante daría a
estos cambios estarían que la misma palabra estaba siendo pronunciada
EL MODELO LINGÜÍSTICO Y SUS APLICACIONES 83
10 Para una ampliación del debate acerca del significado de la distinción sincró-
nico/diacrónico de Saussure en la teoría literaria, véase Attridgc, Peculiar Languagc,
capítulo 4.
86 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Román Jakobson
Siendo como fue una de las figuras más influyentes del siglo XX, tanto
en la lingüística como en los estudios literarios, Román Jakobson merece
atención aparte. En 1915, cuando no contaba más que con 19 años y co
menzaba sus estudios universitarios, Jakobson participó en la fundación
del Círculo lingüístico de Moscú el cual, junto al grupo circunscrito en
San Pctersburgo conocido como OPOJAZ (con el que también estaba
vinculado), era el núcleo de lo que luego se denominaría formalismo ruso
EL MODELO LINGÜÍSTICO Y SUS APLICACIONES 87
11 La deuda de Jakobson con Saussure y la insistencia sobre sus divergencias son evi
dentes a lo largo de gran parte de su carrera. Su último trabajo con Linda Waugh, Sound
Shape, repite la mayoría de los motivos de esta ambivalente relación; véanse pp. 13, 14-21
(donde se llama la atención, p. 1 7, sobre lo simbólicamente apropiado de que aparecie-
88 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Como tantos otros críticos literarios después de él, Jakobson se queja fre
cuentemente de que la distinción de Saussure entre un enfoque sincrónico y
otro diacrónico implica que el lenguaje es estático y oscurece la importancia
de la dimensión histórica del lenguaje en un momento determinado (véase,
por ejemplo, Jakobson y Pomorska, Dialogues, cap. 7: «El factor temporal en
el lenguaje y la literatura»). Sin embargo, sus propios procedimientos analí
ticos dan fe de la importancia metodológica de esa distinción, un prerrequi-
sito necesario para toda discusión sobre la interacción de esas dos dimensio
nes. La habitual confusión existente entre la diacronía y el sintagma que se
ha mencionado antes puede deberse a la desafortunada fusión que hace Ja
kobson entre la oposición paradigmático/sintagmático y el par sincróni
co/diacrónico, véase Sixlefons, ed. ing., pp. 100-101.) De mayor importan
cia es la confrontación con el argumento de Saussure según el cual el cambio
lingüístico acontece primero en la parole -algunos hablantes, por diferentes
motivos, comienzan a utilizar el lenguaje de un modo distinto- y, luego,
(ocasionalmente) queda fijado en la langue. Para Jakobson, en cambio, el
cambio puede darse en el sistema mismo (véase, por ejemplo, «La théorie
saussurienne», pp. 421-424). La cuestión del cambio en el sistema semioló-
gico continuaría siendo crucial en la teoría estructuralista.
Tal vez, la distinción sanssuriana más fructífera en manos de Jakobson
fue la establecida entre las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas, cuyo
desarrollo tendría un gran impacto en el estructuralismo literario. En
1956, Jakobson publicó junto a Morris Halle Fundamentáis o/ Language,
descrito en su introducción como el resultado de una tentación «por explo
rar, cuarenta años después de la publicación del Cours de Saussure y su dis
tinción entre los planos «sintagmáticos» y «asociativos» del lenguaje, lo que
ha sido deducido y puede deducirse de esta dicotomía fundamental» (p. 6).
Especialmente fructífera sería la segunda parte de dicho texto, escrita por
Jakobson y titulada «Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de perturbacio
nes afásicas» (reimpreso en Language in Literature, pp. 95-1 14). En ese tex
to, Jakobson describe dos tipos de dificultades lingüísticas causadas por la
afasia: el primero, desórdenes de selección y sustitución, caracterizados por
problemas en la elección de la palabra correcta cuando el contexto no es
muy revelador; el segundo, desórdenes de combinación y contextura, que
implican problemas en la construcción de secuencias gramaticales. El pri
mer tipo, que Jakobson denomina «desórdenes de similaridad», se caracte
riza también por la sustitución de la palabra que está bloqueada por pala
bras asociadas, aunque puede que éstas tengan un sentido totalmente
diferente, por ejemplo: mesa por lámpara o comer por tostador; mientras
que el segundo tipo, que Jakobson llama «desórdenes de contigüidad», se
distingue por sustituciones basadas en parecidos de significado (por ejem
plo, mirilla por telescopio o fuego por bombilla). Jakobson relaciona esta
oposición, por una parte, con la clasificación que hace Saussure de todas las
relaciones, bien como sintagmáticas, bien como paradigmáticas (el primer
90 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
2(1 Estos libros se han traducido al inglés como On Racine y al español como Ele
mentos de semiología, Sistema de la moda y S/Z; el ensayo al que nos referimos está tra
ducido al inglés como «Introduction to the structural analysis of narratives» en Ima-
ge-Music-Text, pp. 79-124.
EL MODELO LINGÜÍSTICO Y SUS APLICACIONES 95
Estilística
con más frecuencia por los lingüistas interesados en la literatura que por
quienes tenían una preparación predominantemente literaria. Una defi
nición más amplia de la estilística la presenta como el estudio de los ele
mentos discursivos en cualquier lengua, sin atribuir a la literatura un pa
pel especial; con este formato, la estilística está estrechamente relacionada
con la gramática del texto, el análisis del discurso, la pragmática y otras
ramas de la lingüística interesadas en la enunciación en un contexto de
terminado. El resultado es que los objetivos de la estilística son múltiples
y no siempre coinciden con los de los críticos o los teóricos de la literatu
ra. La finalidad de un estudio estilístico puede ser la comprensión de los
mecanismos lingüísticos, la demostración de la validez de una teoría lin
güística concreta o el desarrollo de un método de enseñanza lingüística
que emplee textos literarios. Una idea que ha motivado una serie de pro
yectos estilísticos —incluyendo, como hemos visto, el de Jakobson- ha
sido la identificación, con una base empírica y objetiva, de los aspectos
de los textos literarios que dan lugar a juicios de valor. No obstante, nin
guno de éstos ha convencido a muchos especialistas, y puede muy bien
ser que la evaluación literaria esté vinculada tantísimo a procesos políti
cos y culturales, que no podamos inferior conclusiones objetivas y neu
trales. En cualquier caso, el éxito de este proyecto haría posible la crea
ción maquinal del arte, lo que entraría en contradicción con uno de los
presupuestos más queridos por la cultura occidental.
Los orígenes de la estilística son más diversos que los del estructuralis
mo, ya que el término denota un área de estudio más que una metodolo
gía particular. Desde esta perspectiva, se entiende cómo las dicotomías de
Saussure, las taxonomías de Bloomfield, las transformaciones de Chomsky
y muchas otras variedades de técnicas lingüísticas han sido utilizadas en
el análisis de textos literarios. Una tradición europea de estilística filoló
gica proviene del trabajo de Leo Spitzer y Erich Auerbach, mientras que
la estilística estadounidense ha sido ecléctica, como ejemplifica el trabajo
de Samuel R. Levin, Scymour Chatman, Michael Riffaterre y Ann Ban-
field aunque, en gran parte de esta estilística, se advierte la notable pre
sencia de Jakobson. Riffaterre, por ejemplo, aborda la cuestión del análi
sis poético de Jakobson pero asume el mismo presupuesto derivado de la
estética romántica, según el cual la tarea del analista es demostrar una
complejidad orgánica en el poema. Por lo que respecta a la estilística bri
tánica, las teorías lingüísticas de Michael Halliday (una gramática y un
funcionalismo particularmente sistemático) han desempeñado un papel
especialmente importante en una campo en el que el propio Halliday ha
realizado notables contribuciones (véase, por ejemplo, «Linguistic Func-
tion»). La teoría de los actos de habla, una rama de la filosofía que linda
con la lingüística y que proviene del trabajo de John L. Austin, se ha apli
cado también a la teoría literaria, notablemente en A Speech Act Theory of
Literary Discourse de Mary Louise Pratt. El argumento de Pratt es que el
98 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
22 Véase, por ejemplo, los estudios de ritmo en ingles de Kiparsky («The rhyth-
mic structurc») y Haycs («A grid-based thcory»). Las escuelas más importante de teo
ría métrica están consideradas en Attridge, Rythms.
EL MODELO LINGÜÍSTICO Y SUS APLICACIONES 99
1 Para una discusión de este asunto, véase Mitchcll, Iconology, especialmente pp. 95-
I 1 5 (el capítulo titulado «Lessing's I.aócoon and the politics oí gente»).
102 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Peter Wollen, quien (como veremos) fue uno de los primeros críticos
británicos en adoptar un enfoque semiológico, coincide con la postura
más extendida de quienes sostienen que hay un cambio decisivo entre la
anterior semiología estructuralista y la posterior semiótica. Para él, esto
puede localizarse precisamente en el estadio posterior al mayo francés del
68, y en el intento del grupo Tel Quel«áe aunar la semiótica, el marxismo
y el psicoanálisis en un solo discurso» (Wollen, Readings and Writings, p. 210).
Esta idea era compartida en los primeros setenta por los críticos británicos
del entorno de la revista de cine Screen, que parte de la diferencia entre la
semiología clásica del cine representada por el trabajo de Christian Metz y
Véase Culler, Structuralist Poetics, 1975 [ed. cast.: La poética estructuralista: el es
tructuralismo, la lingüística y el estudio de la literatura]). Entre los libros de Culler que
tienen interés para el rema de este capítulo están Saussure, 1976 y On Deconstruction,
1982.
104 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
las nuevas posibilidades que surgen con los escritos de Roland Barthes y
Julia Kristeva.
La implicación de estas observaciones es que podemos ubicar la emer
gencia de la semiótica en el periodo de los primeros años de la década de
los setenta, continuando con (y según algunos críticos, separándose radi
calmente de) los intereses estructuralistas y semióticos de la década pre
cedente. En este particular, la figura de Roland Barthes es ejemplar ya
que, no sólo proporcionó, en Elementos de Semiología (1964) y en El siste
ma de la moda (1967), los manuales de la primera etapa, sino que también
dio expresión al nuevo enfoque en S/Z (1970) y Sade, Fourier, Loyola
(1971). Barthes estaba generosamente dispuesto a reconocer la posibili
dad de que trabajos como el de Julia Kristeva podían transformar la pers
pectiva semiológica3. Sin embargo, es imposible continuar esta línea de
argumentación sin ir mas allá del debate acontecido durante las tres últi
mas décadas, y sin atender a los remotos orígenes de los movimientos crí
ticos cuya intersección hemos estado comentando: el papel de Saussure,
quien predijo la aparición de una «ciencia de los signos», y Peirce, quien
dio los primeros pasos en el establecimiento de la «semiótica».
De hecho, quedará claro que para comprender la aparición de la semió
tica no basta con una breve mirada retrospectiva de esta índole, sino que se
requiere de un recorrido substancial a través de la tradición intelectual oc
cidental. Umberto Eco, quien ha sido uno de los más fructíferos autores es
pecialistas en semiótica, recuerda que «desde el Segundo Congreso [de la
Asociación Internacional para los Estudios Semióticos, Viena, 1979, él] ha
defendido una revisión completa de la historia de la filosofía [...] para res
catar los orígenes de los conceptos semióticos» (Eco, Semiótica yfilosofía del
lenguaje, ed. ing., p. 4). Si recordamos la cita de Culler en el Primer Con
greso de 1974, podría decirse que la semiótica apenas había tenido tiempo
de madurar cuando ya se estaban buscando evidencias de su paternidad.
Como un estadio preliminar necesario para cualquier estimación de la con
tribución que la semiótica ha hecho a la crítica, es importante fijar el contex
to histórico en el que se da el estudio de los signos.
Antecedentes históricos
3 Véase el editorial de R Willemen en Screen 14, n.os 1-2, p. 5, donde se cita una en
trevista con Barthes en Sign ofthe Times, 1972. En relación con la «ruptura epistemoló
gica» presentada por Althusser en sus estudios sobre Marx, dice Barthes: <«No estoy se
guro, por supuesto, de que la semiología en este momento esté en una posición [de
separar la ciencia de la ideología] excepto quizá en el trabajo de Julia Kristeva» (p. 5).
SEMIÓTICA 105
4 Esto no implica, sin embargo, que la disciplina de la retórica no haya tenido sus
vicisitudes. Respecto a la contradicción de su vocabulario en el siglo XIX, véase «Rctho-
rique restreinte», pp. 21-40. En lo que respecta a la conexión entre retórica y crítica es
tructuralista, véase Bann, «Structuralism».
5 Merece la pena citar la conclusión de esta discusión: «Podemos difícilmente ha
blar de una concepción semiótica: el símbolo está claramente definido como algo
más amplio que la palabra, pero no parece ni que Aristóteles considerara seriamente
la cuestión de los símbolos no lingüísticos, ni que intentara describir la variedad de
símbolos lingüísticos» (Todorov, «Occidental Semiotics», p. 4).
106 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Eco sostiene una postura similar respecto al papel central de san Agus
tín, pero se inclina por subrayar el logro particular de su tratado, Del maes
tro, donde «sin lugar a dudas se juntan la teoría del signo y la teoría del
lenguaje. Quince siglos antes que Saussure, san Agustín será el primero en
reconocer el género de los signos, de los cuales, los signos lingüísticos serán
una especie, como las insignias, los gestos, los signos ostensivos» (Eco, Se
miótica y filosofía del lenguaje, ed. ing., p. 33). Esta anticipada estimación
de la contribución de san Agustín a la semiótica trae a colación uno de los
asuntos más importantes del debate de nuestro periodo: si la lingüística
forma en realidad parte (aunque esté muy desarrollada) de la semiótica, o
si la semiótica es sólo una provincia de la lingüística. Como admite Eco, la
historia de la semiótica tiende a fomentar la segunda opción, que «el mo
delo del signo lingüístico gradualmente viene a verse como el modelo se
miótico par exceHenee».
Para poder apreciar qué es lo que se disputa en esta distinción, es ne
cesario centrarse en la madurez de la semiótica contemporánea, que se da
como consecuencia de la contribución de dos figuras cuyos ámbitos de
estudio eran muy dispares: el precursor de la lingüística estructural Ferdi-
SEMIÓTICA 107
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en
el seno de la vida social. I al ciencia sería parte de la psicología social y, por
consiguiente, de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología
(del griego sémeion, «signo»). Ella nos enseñará en qué consisten los signos
y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se
puede decir qué es lo que será; pero tiene derecho a la existencia, y su lugar
está determinado de antemano. La lingüística no es más que una parte de
esta ciencia general. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a
la lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio
bien definido en el conjunto de los hechos humanos (Saussure, Curso de
lingüística general, p. 32).
8 La teoría de los signos de Peirce está dispersa en sus escritos, que han sido edita
dos como Collected Papers, 1931-1958. Un útil compendio que reúne algunos de los
pasajes más importantes bajo el título de «Logic and Scmiotic: the thcory of the sign»
puede encontrarse en Buchler, Writings of Peirce, pp. 98-1 19. En castellano nos pueden
servir de referencia las ediciones recogidas como La ciencia de la semiótica, Buenos Ai
res, Nueva Visión, 1974 y Obra lógico-semiótica, Madrid, Taurus, 1987.
110 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
describía corno las estructuras múltiples, cada una de las cuales cuenta
con su propia evolución autónoma, pero que interactúan de modos com
plejos» (Winner, «Prague Semiotics», p. 229). Esta observación justifica
con creces la elección de Mukarovski como, tal vez, el precursor reciente
más perceptivo de la semiótica, en tanto que ésta puede servir como una
base de comparación dentro del espectro de la actividad cultural y social.
En 1946-1947, Winner escribía:
cambio de tono. En 1971, Kristeva enumeró las distintas fuentes que he
mos mencionado, pormenorizando las diferencias entre la postura semió
tica de Morris («punto de control epistemológico») y el intento de la Es
cuela de Praga de asentar «una tipología de sistemas de significados». Su
postura era que la semiótica había alcanzado para entonces un nivel en el
que podía volverse autocrítica. Kristeva concebía «una semiótica analítica,
un semanálisis [que intentaría] analizar, es decir, disolver el núcleo consti
tutivo de la empresa semiótica tal como fue enunciado por los estoicos
[...]» (Kristeva, «Semiotic activity», p. 34). Al tomar este camino, Kristeva
se alinea con una rica variedad de enfoques: «el concepto marxista de “tra
bajo” dentro del contexto del materialismo dialéctico; el concepto freudia-
no de “inconsciente”; la radical aparición de naciones reprimidas como
China o India, con sus sistemas lingüísticos y de escritura», al igual que
con la práctica literaria moderna de Joyce, Mallarmé y Artaud, y la em
presa filosófica de Derrida. El hecho de que a principios de 1970 muchas
de estas ideas estuvieran intensificándose en el marco de la semiótica es un
indicativo apropiado de que la disciplina había madurado.
thes, L'Obvie, p. 141 [cd. cast.: Lo obvio y lo obtuso, R. Barthes, Barcelona, I’aidós Ibé
rica, 2002]). Sus propios ensayos sobre el pintor Ertc, Masson, Cy Twombly y Rc-
quichot son de la década de 1970, pero «The world as object» (su evocativa discusión
de la pintura holandesa) se incluye en Essais critiques, 1964 [ed. cast.: Ensayos críticos,
Barcelona, Seix Barral, 1973], y está reimpreso en Bryson, Calligram, pp. 106-115-
13 Vcase su trabajo sobre Uccello, donde equipara el status lingüístico de la pintura
con el del hápax — una palabra para la que el diccionario sólo cuenta con un solo ejem
plo- (Schefer, Le déluge, p. 45). En su estudio más reciente, sobre la pintura de El Gre
co, Schefer subraya la cuestión de la subjetividad, llegando a preguntarse: «¿Cómo llega
la pintura (ésta particularmente) a representar “lo que he vivido" o a anticiparlo, a des
pertar algo que sólo puede retornar mediante la imagen?» (Schfer, El Greco, p. 47).
11 Vcase Damisch, Penetre jaune, donde se recogen sus ensayos sobre la pintura
francesa y estadounidense contemporánea, escritos originalmente entre 1958 y 1983.
SEMIÓTICA 119
1' Para los siguientes escritos de Schapiro sobre la semiótica del arte, véase V/ords
and Pidures, 1973. Una señal de que jóvenes historiadores están recuperando ahora
sus conceptos semióticos y expandiéndolos se encuentra en Camille, «The book of
signs», pp. 133-148.
16 Véase Bann, «Language in about» y «Malcolm Hughes».
120 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Casi desde el principio el índice [...] nos parecía una herramienta es
pecialmente útil. Sus implicaciones en el proceso de destacar sus ejes espe
cíficos de relación entre signo y referente hicieron del índice un concepto
que podía utilizarse contra el núcleo de ideas familiares, categorías críti
cas como «medio», categorías históricas como «estilo», categorías que las
prácticas contemporáneas han hecho sospechosas, inútiles, irrelevantes
(Michelson, Krauss, et al., October, p. X).
A pesar de que Culler mantiene que «la literatura es el caso más inte
resante para la semiótica», hemos presentado primero el análisis semióti-
co del cine por diferentes razones. En primer lugar, como demuestra el
editorial citado de la revista October, la disponibilidad de categorías se
mióticas ha tenido un efecto sobresaliente e idcntificable en el análisis de
las imágenes visuales. En una disciplina que aún sigue bajo el influjo de
incuestionables presupuestos positivistas, o por los inescrutados procedi
mientos de la iconografía, la ciencia del signo, no sólo puede aportar un
método interpretativo más refinado, sino también (como en el caso de
Bryson) una renovada habilidad para apreciar la imagen como «trabajo
discursivo» en la sociedad. En segundo lugar, la misma complejidad de la
historia de la crítica literaria, en los años que estamos considerando, hace
extremadamente difícil aislar una línea que pudiera denominarse, inequí
vocamente, «semiótica». Esta sección continuará así el plan original de
tratar la semiótica como el estadio último, consciente y crítico, del movi
miento originalmente conocido como estructuralismo y/o semiología.
Lo que hace a la semiótica tener un perfil que no está tan definido histó
ricamente es, más bien, un método de continua validez es esa revisión crí
tica de las categorías del pensamiento al uso.
SEMIÓTICA 121
Antecedentes
1 «Cet ouvrage releve d’une sciencc qui n’existe pas encore, disons la narratologie,
la sciencc du rccit.» Vcase Todorov, Grammaire du Décaméron [cd. cast.: Gramática
del Decamerón], p. 10.
Narratología: el relato
4at
NARRATOLOGÍA 131
13. El héroe reacciona ante las acciones del futuro donante (la reac
ción del héroe).
14. El héroe aprende el uso del agente mágico (provisión o recepción de
un agente mágico).
15. El héroe es trasladado, enviado o mandado al paradero donde se
encuentra el objeto de búsqueda (transferencia espacial entre dos reinos,
orientación).
16. El héroe y el villano se encuentran en combate directo (lucha).
17. El héroe es marcado (la marca, la señal).
18. El malvado es derrotado (victoria).
19. La desgracia o ausencia inicial llega a su fin (fin de la desgracia y la
ausencia).
20. El héroe regresa (regreso).
21. El héroe es perseguido (persecución, caza).
22. Rescate del héroe de la lucha frewv/re/
23. El héroe, sin ser reconocido, llega a casa o a otro país (llegada sin
reconocimiento') .
24. Un héroe falso presenta reclamaciones infundadas (reclamaciones
infundadas).
25. Al héroe se le presenta una misión complicada (misión complicada).
26. La misión es resuelta (solución).
T7. El héroe es reconocido (reconocimiento).
28. El falso héroe o villano es descubierto (exposiciónpública).
29. Al héroe se le da una nueva apariencia (transformación).
30. El malvado es castigado (castigo).
31. El héroe se casa y sube al trono (boda).
A B C D
Cadmo Los Cadmo Lábdaco
busca a su espartos mata al (padre
hermana se matan dragón de Layo)
Europa, entre ellos = el lisiado
encantada
por Zeus
derechos de autor
NARRATOLOGÍA 133
jeto» (X es con o sin Y; X tiene o no tiene Y); esto podría derivar en un con
flicto con un «anti-sujeto» o antagonista; el mismo es lanzado en su bús
queda por un «destinador» (un actantc cuyo papel es garantizar y comu
nicar valores y determinar quien puede entrar en conflicto con un
«anti-destinador»); actúa en beneficio de un «destinatario»; éste pasa por
una o más pruebas: en el sistema narrativo canónico hay una prueba de
cualificación que lleva a la adquisición de una cierta competencia, una
prueba principal que lleva a la adquisición del «objeto», y una prueba
mejorada que lleva al reconocimiento de una colectividad; todo ello sigue
un camino articulado en términos de las posiciones formales que puede
ocupar: en el sistema narrativo canónico, es señalado como «sujeto» por
el «dcstinador», cualificado por los intereses del deseo, del poder, del co
nocimiento y del deber, entendido como «sujeto» actuante y reconocido
como único y premiado. En un nivel incluso más específico (el nivel «su
perficie» que se manifiesta a través de un medio semiótico dado: lingüís
tico, pictórico, etc.), los actantes son actorializados (particularizados
como actores), las unidades narrativas son espacializadas y temporaliza
das, y el programa narrativo es tematizado (esto tiene que ver con con
ceptos «cognitivos»: libertad, alegría, tristeza, etc.) y figura ti viza dos (se
ilustran esas nociones evocando varios elementos del mundo «real»).
Si Greimas critica el modelo funcional de Propp por ser insuficiente
mente abstracto e insuficientemente teórico, Bremond cuestiona la autén
tica concepción de la estructura narrativa expuesta en Morfología del cuen
to. Bremond apunta que, en cada parte de una narración, hay diferentes
maneras en que la historia podría continuar. Un enfoque estructural ade
cuado debería captar ese hecho, pero la afirmación de Propp de que las
funciones siempre siguen el mismo orden lo hace imposible. En trabajos
como «Le message», «La logique», y Logique du récit, Bremond señala que
hay tres etapas en la exposición de cualquier proceso: (1) virtualidad (una
situación que abre una posibilidad); (2) puesta en práctica o no puesta en
práctica de la posibilidad; (3) realización o no realización. Para él, la uni
dad narrativa básica es una secuencia elemental o tríada de funciones que
corresponde a esas tres etapas:
realización
puesta en práctica
virtualidad no realización
no puesta en práctica
Narratología: el discurso
miento de los mismos (cfr. Mieke Bal o Fierre Vitoux sobre la idealiza
ción y Chatman sobre la velocidad narrativa). En realidad, su Discours du
récit, que también funcionó como estudio narratológico de A la recherche
du tempsperdu de Proust, demostró adquirir rápidamente un carácter tan
ejemplar que el Grand Larousse de la langue frangaisey el GrandRobert hi
cieron constar el año 1972 como la fecha de aparición del término «na
rra to lo gi e» [ narratología]4.
Definir la narrativa por su modo de presentación (e insistiendo en el
papel de un narrador) en lugar de definirla por su objeto (sucesos) lleva a
obviar las historias sin narrador. Además, con ello se hace caso omiso del
hecho de que la historia, cualquiera que ésta sea, también constituye, por
sí misma, narrativa. Un buen número de narratólogos consideran tanto
la narración como lo narrado pertenecientes al ámbito de la narrativa y,
de ahí, aspectos del estudio de sus posibilidades. Chatman en Historia y
discurso, Prince en Narratology, Jean-Michel Adam en Le texte, por ejem
plo, han intentado integrar el estudio del qué (what) y del cómo (way); así
mismo, los modelos de narrativa greimasianos recientes dejan espacio
para aspectos tanto del discurso como de la historia (véase Narratologie de
Henaulr). Esta narratología «generalizada» o «mixta», como la llama Mi-
che] Mathieu-Colas en «Frontiéres», puede decirse que se corresponde
con la «ciencia» que Barthes evocaba en su célebre «Introducción». Tam
bién puede decirse que ésta se ajusta al espectro actual de la actividad na-
rratológica.
Quizá sea ésta el área del discurso narrativo que los narratólogos han ex
plorado más a fondo. Genette, pero también Todorov, Bal, Chatman, Shlo-
mith, Rimmon-Kenan y otros han descrito los órdenes temporales que un
texto narrativo puede adoptar, los anacronismos [flash backs o analepsis] o
¡fiashforusards oprolepsis]: miradas hacia atrás o hacia delante) que el mismo
puede mostrar, las estructuras acrónicas (atemporales) a las que se puede
acomodar. Además, han clasificado la velocidad narrativa y los tempos más
habituales:
8 Véanse, por ejemplo, Newcomb, «Schumann», pp. 164-174; Steíner, Pictuves of Ro
mance; Metz, Essais sur la signification au cinéma [Ensayos sobre la significación en el cine,
Barcelona, Paidós Ibérica, 2002]; Jamcson, Political Unconscious; Ricoeur, Temps et récit
[Tiempo y narración, México, Siglo XX, 2002]; Glenn, «Episodic structure», pp. 229-
247; y Stcin, «The definición of a story», pp. 487-507.
Barthes y la teoría
durante los últimos años sesenta, hasta llegar al punto de que una parte
considerable de su actividad estuviera dedicada a su control y administra
ción. Barthes, por tanto, difundió lo que sólo puede ser entendido como
una versión autorizada de su periplo vital, lo que ahora podría representar
aquello que Gastón Bachellard acostumbraba a denominar «un obstáculo
fenomenológico». Un resumen de esta versión fue difundido en la revista
Tel Quel, en el primer número especia! dedicado a su figura en 1971, ob
jetivándose inevitablemente de este modo su imagen. Este es un artículo
inspirado por el propio Barthes (M. Buffat, «Le simulacre»), donde se
hace uso de una teología extraordinariamente negativa a la hora de justi
ficar sus actividades anteriores, aunque las degrada a la vista de su recien
te evolución intelectual, de la que se decía que había motivado una mu
tación decisiva en su pensamiento. Esta táctica implica el desprecio del
primer y segundo periodos de una trayectoria que Barthes dio forma
como una secuencia de cuatro fases. La primera sería la de su relación con
el existencialismo y el marxismo (que se extiende hasta mediados de los
sesenta); después, la de su relación con el estructuralismo y la Semiología,
cuando intenta analizar científicamente todos los fenómenos sociales y
artísticos, utilizando para ello un modelo lingüístico (este periodo coinci
de en parte con el anterior y llega hasta finales de los sesenta). La tercera
fase, asociada con S/Z (1971) y Sadc, Fourier, Loyola (desde 1971, a ex
cepción de los primeros artículos), resulta ser la más destacada, hasta el
punto de llegar algunos críticos a no reconocer la cuarta fase —los cinco
últimos años de la vida de Barthes- como un periodo diferenciado, a pe
sar de sus innovadores rasgos distintivos.
Veremos que no hubo transformación en el plano teórico a finales de
los sesenta, puesto que las doctrinas lingüísticas y literarias que por en
tonces empezaba Barthes a promulgar con el entusiasmo de los recién
convertidos podrían ser las mismas que él mismo había predicado hacía
más de una década, ante un auditorio perplejo y scmiincrédulo. Sin em
bargo, la dimensión idiosincrástica de su actividad intelectual y de su ca
rácter destacadamente innovador estaba constantemente alimentando
sus propias dudas, que no fueron sofocadas, a pesar de la escrupulosidad
de su causa, por una amargo ataque contra él en 1965, procedente del
mundo académico conservador (R. Picard, Nouvelle critique ou nouvelle
principal motivo para querer controlar su imagen fue el de las revueltas políticas de
1968; véase el artículo de Yves-Alain Bois en Critique (1982), en el que se alude a un
incidente público que reforzaría su fobia a los enfrentamientos populares. Vcase
también Greimas, Barthes, 1980. Por otro lado, en «Le retrouve ct le perdu» de Ed
gar Morin, perteneciente a Communications, 1980, se minimizan los aspectos políti
cos y se hace hincapié en lo que Barthes debía a la permisividad, la cual compensaría,
en la década de los sesenta, la intensa politización y la exposición pública de la vida
privada que tanto detestaba. Véase D. Eribon, Michel Foucault.
156 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
3 Por ejemplo la F.cole Pratique des Haute F.tudes, entonces el Collége de Fran-
ce. La tuberculosis impidió que Barthes, como Camus, obtuviera la agrégation que le
garantizaba un puesto como funcionario docente. Barthes se refería a su licenciatura
en Fratices y Clásicas como una «precaria investidura» («Réponses»); sin embargo,
achacaba a su contacto con la cultura griega no sólo unos buenos fundamentos eti
mológicos para crear neologismo.s, sino también su sentido para lo «crónico», lo má
gico, lo espiritual (Fragmentos de «« discurso tfworno, ed. ing., p. 115).
4 ¿iteratMra?, Sartre no reconoció la oposición o otológica establecida en
tre prosa y poesía referida a la distinción hecha por Barthes, en uno de sus Ensayos crí
ticos, entre dos tipos de usuarios del lenguaje, el écrivain (el escritor, para quien el len
guaje es un espectáculo además de una práctica) y el écrivant (el mero escribiente, para
quien el lenguaje es un instrumento) que deja traslucir el Píaidoyerp&ur ¿es ¿medectuels
sart reano. Tanto Sartre como Barthes intentaron en diversas ocasiones dar cuenta de la
efectividad estilística en términos de la teoría de la información, siguiendo, eso sí, dos
vías característicamente diferentes: Barthes de un modo pesimista, confiando en la no
ción de información para la salvación estilística; Sartre, de modo optimista, mostraba
(por ejemplo en su ensayo sobre Jean Genet) cómo hasta la redundancia y el «ruido», el
elemento azaroso, ayudan al escritor a decir lo indecible.
plica por qué de ahora en adelante debemos tener en cuenta un estrato más
en todo lo escrito por él: los recursos tácticos a través de los cuales trata de
imponer su nuevo punto de vista. Barthes afirma que el objeto último no
es una corrección ni una censura; en palabras de Buffet, «la ciencia del tex
to [la expresión ahora recomendada] no surge después de «la ciencia de la
literatura» [o la poética, para decirlo brevemente, como objeto de los estu
dios estructuralistas], surge contra ella; es la que la posibilita al mismo
tiempo que la hace obsoleta» («Le simulacre», p. 112).
El movimiento postestructuralista (como se le vendría a conocer aun
que, propiamente, Barthes nunca utilizara el término) buscó, como la
bomba de neutrones, matar a la población dejando los edificios intactos,
ambos listos para ser usados y servir como ejemplo demoledor de «se
miología clásica»: en cuanto a Barthes, siguió publicando (aunque en la
forma de sus «suplementos») los trabajos iniciales que, como el artículo
sobre Sollers, ahora consideraba ideológicamente incorrectos, siendo su
Sistema de la moda el ejemplo más notable. Las presuntas víctimas de este
gesto incuestionablemente castrante u homicida serían reconocidas por
él en la cumbre de su éxito diez años después (Le$on inaugúrale, ed. ing.,
pp. 457 y 471) y hasta el día de hoy continúa teniendo secuelas, aunque,
bien es cierto, en unos países más que en otros.
La creencia en una ruptura en mitad de la trayectoria seguida por Barthes
es sostenida principalmente en los países anglosajones donde una genera
ción más joven de lectores conocieron su obra al mismo tiempo que recibían
las traducciones de sus últimos trabajos. No es extraño encontrar en este
contexto que se redefiniera su obra como un todo homogéneo, empezando
con S/Z, como si este libro esencial, como lo es realmente, no dependiese
del logro de las fases anteriores que supuestamente tuvieran que ser supera
das. Este punto de vista es por ahora objeto de una considerable atención
profesional. En Francia y en otros países europeos, la aproximación forma
lista del New Criticism nunca fue la hegemónica y las variadas ventajas te
óricas que cubren dos décadas de lo que se llamó la «nouvelle critique» ha
sido actualmente absorbida sin dificultad por las principales corrientes crí
ticas sin reparar en el marco ideológico a través del cual fueron asimiladas.
El término «nouvelle critique» abarcaría en realidad dos prácticas diferentes
inspiradas al mismo tiempo en principios humanistas y antihumanistas,
siendo significativamente asociado el nombre de Barthes con ambas ten
dencias que quedarían ilustradas respectivamente por su estudio temático
Michelet y por sus elogiosos artículos sobre las «new novéis» de Rob-
be-Grillet, mientras que su ensayo «L’homme racinien» (Sur Racine) parti
cipa de ambas aproximaciones, si no en la teoría sí al menos en la práctica,
puesto que el autor se identifica claramente con algunos de sus personajes.
La versión autorizada de la obra de Barthes será, por lo tanto, tratada
aquí como una de esas historias enormemente cargadas de significación,
estudiadas por el análisis estructuralista del relato donde -permítannos
158 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
5 Véase Lavers, Barthes, cap. 15- En lo tocante a la crítica literaria práctica de Barthes,
debemos apreciar que la colección de arríenlos Nuevos ensayos críticos escritos entre 1961
y 1971 no son sustancialmente diferentes de los posteriores sobre Proust (1979) o
Stendhal (1980), y que «Sadc 1» (1967) es tan válido como «Sade II» en Sade, Fourier,
Loyola: donde de lo que se trata es de inventar constantes flancos de abordaje. Sobre su
pasión por despertar debates teóricos, véase Metz, Psicoanálisis y cine: el significado ima
ginario. Dando una vuelta de tuerca sobre los medios de comunicación en la vida inte
lectual, véanse R. Dcbray, Lepouvoir intellectuelen Francey H. Hamon y P. Rotman, Les
intellocrates. Véase también la nota 15 sobre la «nueva filosofía».
ROLAND BARTHES 159
Crítica y verdad
Barthes y la escritura
Véanse entre las excepciones los artículos de Lavers en Tel Qwe/(1971) y Critique
(1982), van Dijk, Text-Grammars, Bcnsmaia, Barthes Effect y Wiscinan, Ecstasies.
ROLAND BARTHES 161
po, todos los niveles de lenguaje y contenido. Lo que es cierto es que este
tipo de textos, sea cual sea su contenido aparente, se encuentra invaria
blemente relacionado con las más hondas preocupaciones de Barthes. Las
sosegadas evocaciones de un Japón utópico en El imperio de los signos, el
encantador lirismo repasando algunos conceptos abstractos (estilo y poe
sía en El grado cero de la escritura, el deseo de escribir en el prefacio de En
sayos críticos'), las descripciones de «fundamentos» temáticos en Micbelet o
Mitologías y, sobre todo, de modo sublime, el lamento moderado sobre la
pérdida y el olvido en su artículo «Longtemps, je me suis couche de bon-
ne heure», en partes de «Délibération», Fragmentos de un discurso amoro
so, «Soirées de Paris» y de La cámara lúcida: es el manejo del lenguaje de
Barthes en pasajes como éstos lo que había legitimado anteriormente to
dos sus pronunciamientos, subrayando teorías expuestas en otros textos,
y cuyos rudimentos elementales parecen a veces ocultos incluso a admi
radores como sus amigos de Tel Quel. Si estos textos pudiesen intervenir
en favor de Barthes nos llevarían al corazón de sus teorías
Escribir en sociedad
8 «Inavouable», que también puede ser traducido como «inconfesable». Todas las
referencias a la originalidad se presentan como contradictorias. De este modo, la fa
mosa distinción, en S/Z, entre legible/escribible, pertenece a un paradigma que inclu
ye otras nociones derivadas de la lingüística como «aceptable» o «rcceptible».
164 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Clásico y moderno
potencia de todos los parámetros del lenguaje, sin duda inspirada por la
definición de poesía de Jakobson. Barthes está mucho más preocupado, al
principio, con los aspectos del lenguaje que hoy deberían clasificarse como
pragmáticos, el estudio de suposiciones y todas las facetas del lenguaje en
uso que afectan a las relaciones interpersonales. De esta manera, El grado
cero de la escritura obtiene su título de un aspecto práctico de la profesión
de escritor, un nuevo concepto de libertad que Barthes, de acuerdo con la
corriente existencialista, ve como un compromiso, en el momento fugaz y
casi ideal en el que el escritor elige una manera de entre la pluralidad de
maneras de escribir que sigue a la ruptura de la sociedad clásica; esta elec
ción sería el único ámbito que le quedaría libre a «las éticas de la forma».
Habiéndose privado a sí mismo de cualquier medio de explicación de
como nacen esas maneras de escribir, Barthes no es por ello un crítico me
nos excepcional, aunque sí más táctico, cuando se pone a analizarlas y les
adjudica elogios o censuras. Los elogios dependen de los méritos artísticos
y (anteriormente) de la eficacia política; pero en general bajo la influencia
de un criterio profundamente barthesiano.
Figuras de la distancia
sólo puede reflejar sus divisiones cuando esta sociedad está alienada, tal
como vemos en la obra de Proust. A pesar del ejemplo de Céline, Barthes
piensa además que el discurso actual sólo puede ser una especie de aria
tomada del recitativo del lenguaje novelístico tradicional, tal como apare
ce en las obras de ficción de Sartre.
Aun así, debería existir un camino para reconciliar el rema de la escritu
ra con los miembros de nuestra cultura moderna, que además también
mantenga una promesa de unidad, según Barthes, presunto escritor y se-
miólogo. El último no puede esperar a arreglar los errores de una sociedad
que cabalga sobre mitos, salvo exponer su naturalización espuria, su pseudo-
physis, y recomendar una anti-physis que pueda preservar un espacio a las
prácticas futuras. En la misma línea, un escritor como l'laubert acepta la de
safortunada similitud que existe entre mito y literatura (ambas introducen
un significado suplementario en el signo total ahora reducido al status de
significante), y lo usa en su beneficio. Añadiendo deliberadamente un nue
vo estrato de significación que expresa la visión burlona de sus héroes, Flau-
bert crea un segundo orden, el mito artificial que es al mismo tiempo la des
mi tificación de su objeto y de su propia actividad. La literatura aquí, como
en el lema de Descartes, señala a su máscara y continúa hacia delante.
Como los puntos de vista del autor y de los personajes sólo pueden ser
expresados a través de significantes lingüísticos, tenemos un primer ejem
plo de producción de significado donde ambas, la naturaleza discreta de
los bloques edificables y su orden multiestratificado, anuncian extensos es
tudios a los que habrá de hacer frente la semántica literaria, como el en
sayo «¿Historia o literatura?» (Sur Racine) y Sistema de la moda. La moda
es para Barthes un buen modelo para la literatura porque está regido por
la «infidelidad», una noción que abarca originalidad y diferencia. En am
bos, lo famoso es por definición lo destacado y no existen ni redundancia
ni elementos caprichosos o «ruido» que atenúen los componentes del efecto
artístico. Se podrá estar o no de acuerdo con esta idea que resulta de la con
cepción de Barthes de los artificios del lenguaje que participan de la natu
raleza asertiva del lenguaje, y no admitir, por ejemplo, la capacidad de los
lectores para evaluar algunos aspectos de la obra como más logrados que
otros. Pero no hay duda de que el análisis de unidades más amplias del
discurso sobre la moda, con el que Barthes se enfrenta durante más de
seis años (1957-1963), le hizo aferrarse ai camino práctico de cómo un
lector «crea» una obra recopilando, esto es, cortando y reorganizando
{Críticay verdad, ed. ing., p. 92)l0. La solución «máscara» también mues
tra los beneficios de convertir el proceso de semiosis en un acto explícito,
bajo, puesto que el lenguaje es para Barthes, como hemos visto, inheren
temente dogmático, e incluso «terrorista» (sus nuevos aliados, los escrito
res del círculo de leí Quel que por entonces se entregaban al intento de
sustituir la decadente escuela existencialista, tuvieron que ser formados
en este aspecto concreto; véase Ensayos críticos, ed. ing., p. 278). Barthes,
un lingüista competente, es perfectamente consciente del fenómeno lla
mado modalidad y de hecho todas las definiciones del escritor, dejando al
margen sus insinuaciones sobre su carácter único, son afirmaciones mo-
dalizadas. Pero a pesar de ello —o quizá porque esto sea el asunto más cer
cano a su corazón— él nunca reconoce al calificador la misma fuerza que
a las afirmaciones originales, viéndolo en su lugar como una prótesis ine
ficaz. Además, sus estudios acerca de la moda han mostrado —como la
«nueva historia» de la escuela de los Anales, algunos de cuyos miembros
le ofrecieron refugio académico— que las formas tienen una historia en
dógena, impermeable a la intervención o interpretación del sujeto de
análisis; esto refuerza la inclinación del escritor a permanecer por encima
de las batallas del día a día respaldadas por los existencialistas o los escri
banos marxistas, y huir del lenguaje unívoco, transitivo11.
De los mitos gemelos del escritor que hasta entonces habían inspirado
igualmente su quehacer, Orfeo y Prometeo, ahora sólo pervivirá el pri
mero. La literatura es, a partir de entonces, ese Dios cuyo lema de doble
sentido es «Je desoís» —yo defraudo y decepciono— ya que éste se ve como
una técnica para imponer cualquier significado sobre una fuerte estructu
ra vacía. La literatura es el medio, sin causa o finalidad; es como el ho-
meoestatísta de Ashby, un modelo cibernético, ilustrando un sistema «ul-
traestable», homeoestáticamente controlado y además capaz de aprender
de las circunstancias; y cualquiera que sea la verdad sobre la literatura,
ésta será una descripción perfectamente ajustada de la teoría «ultraesta-
ble» de Barthes sobre ella a partir de entonces. No hay «exención de sig
nificado» completa, ya que el trabajo necesita un elemento temático para
preparar su propia destrucción, «puede llevar luz sólo a los signos sín síg-
11 Barrhes hablaba del mismo modo que escribía, tal como confirmó Morin, y ya
alcanzado el último tramo de su carrera proyectó todas las connotaciones negativas
asociablcs a la expresión oral. Algunas definiciones tímidas pero características del es
critor y del propio status de Barthes son: «Es un escritor que quiere ser único» (Ensa
yos críticos, ed. ing., p. 1 46), para quien escribir es «la intención» (Crítica y verdad, ed
ing., p. 64); «la pretensión» (Ensayos críticos, ed. ing., p. XII) de serlo; «para quien el
lenguaje es un problema, que experimenta su profundidad, no su insirumentalidad o
su belleza» (Críticay verdad, cd. ing.b p. 64). Barthes también escribe «un escritor, asu
miendo que yo lo soy...» (Fragmentos de un discurso amoroso, ed. ing., p. 98), y el sutil
«si yo fuera un escritor, y muerro...» Fourier, Layóla, ed. ing., p. 9), que conde
ne su propia negación. Véase, sobre estos aspectos, Whitwside y Issacharofí, On referring
in Literature.
12 Comparar, en S/Z, con «Esto es porque olvide que leo» (ed. ing., p. 11).
ROLAND BARTHES 177
Ideología estructuralista
13 Sobre la evolución de Tel Quel, con la que Barthes tiene importantes paralelis
mos, véanse por ejemplo, Lavers, «Logicus Sollcrs», «Rcjoycing on the lcft»> y «On
wings of prophecy».
180 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
14 Esta tríada había llegado a ser, por entonces, la auténtica racionalidad de nues
tro tiempo. Sirve como marco contextual de Las palabra y las cosas (1966) de Fou-
caulr; de F. Wahl, Qu’est-ce que le structuralisme? (1 968); de D. Hollier, Panorama des
sciences humaines (1973), y por supuesto de «El mito de hoy» y de Sur Racine, del pro
pio Barthes.
186 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
las técnicas del olvido. La navaja de valor se está guiando de un modo na
tural por el exacerbado sentido de la historicidad de Barthes, y la distin
ción legible/escribible expresa, sobre todo, una deontología artística que
reconoce la originalidad como el único valor. Aquí, la cuestión de la his
toria preocupa más que cualquier otro contenido; lo que pudo hacerse en
los primeros tiempos, más ingenuos, no puede volver a hacerse -en cier
tos círculos, al menos, desde que Barthes al final comenzó a evidenciar
cierta irritación con las restricciones que frecuentemente habían sido un
signo de su propio éxito como teórico-. No obstante, las repercusiones
sociales no pueden ser obviadas, puesto que Barthes siempre apoyó la
idea subrayada en El grado cero de la escritura, según la cual el modo de
escribir que un autor encuentra admisible le compromete tanto como a
alguien que cree que esa práctica concreta puede cambiar el statu quo.
Una revisión de cariz «lectural» y «escritural» inviste a tales nociones, que
son fundamentalmente lábiles, de un contenido que obliga a la crítica a
enmudecer cuando se enfrenta a otros periodos de la producción de Bar
thes. ¿Vamos a negar un carácter «escritural» a Mitologías, «Mucho tiem
po he estado acostándome temprano» [«Longtemps je me suis couché de
bonne heure»] o La cámara lúcida, que son ejemplos supremos de escri
tura, a diferencia de lo que algunos teóricos utilizan rutinariamente bajo
tal término?
¿Es S/Z un ejemplo «escritural» en este nuevo sentido, un texto reves
tido con más de 500 unidades de lectura tras el objeto del deseo de Bar
thes de aquella época? ¿Son los más frecuentes mecanismos para controlar
el texto (tipografía, noventa y tres cortos, capítulos teóricos intercalados
de comentarios, recopilaciones y paráfrasis finales, redefinición de los
problemas) el resultado de consideraciones prácticas (ya que el libro fue
aclamado por el gran público) o de su eterno deseo didáctico? Nadie po
drá protestar por haber tenido la oportunidad de elegir entre dos mode
los de lectura, la polifonía de las voces anónimas y su «enorme desvaneci
miento» transgrediendo y subvirtiendo el orden lógico-temporal, o la
fascinación horrorizada de Barthes por la flecha del tiempo que regula el
código de las acciones y de los enigmas, porque son éstos los que conducen
a los auténticos temas que constituyen el «campo simbólico»: clase, crea
ción y sexo, los cuales se adaptan a estas alturas a ser examinadas como si
hubieran sido difundidas por una castración «pandémica». Si las 561 uni
dades de lectura que Barthes desea incorporar al texto están limitadas por el
estricto marco intelectual elegido, tal es su deseo de lograr una reversibili
dad que para Barthes es la que representan los sueños «antinatura» igno
rando las restricciones lógico-temporales (La aventura semiológica, ed.
ing., p. 147). Existen, por supuesto, textos subversivos que encarnan este
principio, pero no están ni en Sarrasine, ni en S/Z, donde la veta narrati
va es la predominante, ni en los trabajos sobre Sade, donde poderosos li
bertinos consienten, de vez en cuando, en inversiones masoquistas pero
ROLAND BARTHES 187
Reversible/Irreversible
derechos de autoi
7
La deconstrucción
Teoría deconstructivista
Esta misteriosa noción del Ser, de algún modo imaginada por los pre
socráticos pero gradualmente olvidada a medida que Occidente se iba
deslizando hacia la veneración nietzscheana, a la voluntad de poder, y a
una cultura dominada por la racionalidad de la adecuación a los fines, y
por el titanismo tecnológico, es el elemento del pensamiento de Heideg
ger que Derrida abandonará. El considera la «diferencia ontológica»
como una noción que todavía forma parte del «asimiento a la metafísica»
(Derrida, Posiciones, ed. ing., p. 10) y afirma: «No habrá un único nom
bre, incluso si éste fuera el nombre del Ser. Y debemos pensar en ello sin
nostalgia, es decir, fuera del mito de un lenguaje estrictamente paternal o
maternal, un país innato del pensamiento» (Derrida, Márgenes de la filo
sofía, ed. ing., p. 27).
Con el fin de distanciarse de Heidegger, Derrida procede a crear pala
bras dentro de la terminología filosófica {trace, differance, archi-écriture,
supplement y muchas otras) destinadas a imitar y reemplazar la termino
logía propia de Heidegger (Ereignis, Lichtungy similares)5. Mientras que
las palabras de Heidegger expresan su veneración por lo inefable, el silen
cio y lo duradero, las de Derrida expresan su afectuosa admiración por lo
que prolifera, lo elusivo, lo alusivo, lo que se recontextualiza a sí mismo.
Considera mejor ejemplificados estos rasgos en la escritura que en el ha
bla -dando de este modo la vuelta a la preferencia de Platón (y de Hei
degger) por la palabra hablada sobre la escrita—. Elaborando esta termi
nología, Derrida intenta ocupar el lugar que Heidegger implícitamente
se había reservado a sí mismo, el del primer pensador postmetafísico, el
profeta de una época en la que la distinción apariencia-realidad había
perdido por entero su hegemonía sobre nuestro pensamiento.
Abandonando la nostalgia heideggeriana, Derrida se liberó a sí mismo
de aquellos elementos del pensamiento de Heidegger que le recordaban al
pastoreo sentimental y al nacionalismo propios de Heidegger, unos rasgos
que le habían vinculado con el nazismo. De este modo, Derrida ayudó a que
Heidegger se liberara de su utilización por la izquierda política. Pero más
allá, y de mayor importancia para los propósitos de los críticos literarios de-
constructivistas, es fundamental el hecho de que se moviera desde la emo
tiva pregunta heideggeriana: «¿Cómo puedo encontrar pistas del recuerdo
del Ser en los textos de historia de la filosofía?» a preguntas cuasi políticas:
«¿Cómo podemos subvertir los propósitos de los textos que invocan oposi-
5 Sobre ¡a argumentación que afirma que nociones como trace y differancese pre
sentan juntas para confeccionar algo más que un sistema filosófico, véase Gasché,
Tain. Este trabajo realmente minucioso y llamativo mantiene que Derrida ha sido
mal interpretado debido a la apropiación que del mismo hacen los teóricos literarios,
y que necesita ser recuperado para la filosofía propiamente dicha (véase especialmen
te la p. 3 sobre este asunto). Con relación a la crítica de Gasché, véase Rorty, «Trans
cendental».
LA DECONSTRUCCIÓN 197
6 Con relación a una discusión interesante acerca de la diferencia entre las preo
cupaciones particulares de Derrida, y las de sus seguidores de habla inglesa, véase
Gumbrccht, «Deconstruction deconstructed». Respecto a la reivindicación de que la
deconstrucción no debiera haberse prolongado desde la metafísica hasta la lireratura,
que había sido un error haber tomado «una práctica filosófica legítima [...] como
modelo para la crítica literaria», véase Eco, «Intentio», p. 166.
7 Véase la respuesta de Paúl de Man a la petición por parte de Robert Moynihan
en /í Recent Imagining, p. 156, de una definición de «deconstrucción»: «Es posible,
en un texto, situar una pregunta o rebatir afirmacionesS hechas en el texto, por medio
de elementos que están en el mismo, que con frecuencia serán estructuras definidas
y que oponen elementos retóricos a elementos gramaticales».
recurrir a metáforas que como «el lenguaje es la casa del ser» nos recuer
dan la verdadera noción del Ser-como-presencia que, como Heidegger ya
había sugerido, se arraigan en la confusión del Ser con los seres. Derrida
comenta:
10 Evidentemente, esto no quiere decir que no haya algo que haga las veces de re
ferencia lingüistica del no-lenguaje, sino que tan sólo repite la opinión de Wittgcns-
tein de que esa definición ostensiva requiere mucho de «puesta en e.scena». El senti
do común reclama que el hecho de que «hay un conejo» se pronuncie por lo general
en presencia de conejos, está viciado no por la opinión de Wittgensrein, ni por los ar
gumentos de Quine sobre la ínescrutabilidad de la referencia, ni por los de Derrida
sobre la tendencia del significante a separarse del significado. Relacionado con el im
pacto de tales argumentos sobre la noción del significado, véase Stout, «What is the
meaning of a text», y Wheeler, «The extensión of deconstruction».
11 En referencia a una discusión sobre los paralelismos enrre el deconstructivismo
y el New Criticism, véase Graff, Literatnre Against lísc/fi pp. 145-146 y Profcssíng Li-
ierature, pp. 240-243. En la página 242 del último libro, Graff dice: «La nueva críti
ca, fetiche de unidad, es reemplazada (en el deconstructivismo) por un fetiche de la
separación, de las aporias y de los textos que “difieren de sí mismos", a pesar de lo
cual la crítica continua “valorando" en exceso aquella complejidad de la reformula
ción racional, que ha sido el criterio respetado (en la crítica literaria anglosajona)
desde los años cuarenta». Véase también Bove, «Variations on authority»,
el uso para textos que, a primera vista, no tienen nada que ver con ningún
tópico filosófico. El propio cambio de opinión de Paúl de Man le condu
jo, junto con sus discípulos (Gayatri Spivak, un muy reconocido traduc
tor e intérprete de Derrida), a considerar que éste ofrece un método más
que una perspectiva: un método que podía generar un tipo determinado
de lectura. La apropiación de Paúl de Man de Derrida fue el aconteci
miento fundamental en el desarrollo de la deconstrucción.
Antes de discutir con más detalle el modo en que de Man medió entre
Derrida y el estudio de la literatura en el mundo académico estadounidense,
será mejor, sin embargo, detenerse y considerar las pretensiones filosóficas
de Derrida en sí mismas, al margen de su apropiación por parte de críticos
literarios. Pales pretensiones han sido en primer lugar objeto de críticas hos
tiles, a veces amargas, de los colegas filósofos de Derrida. Jacques Bouveres-
se en Francia y Jürgen Habermas en Alemania criticaron seriamente a De
rrida. Pero la crítica más feroz del mismo ha venido por parte de los filósofos
analíticos británicos y norteamericanos, miembros de la escuela filosófica
que ha dominado el mundo académico anglosajón desde la Segunda Guerra
Mundial. Para muchos de estos filósofos, héroes de una tradición que co
menzó con la oposición del positivismo lógico a la metafísica (no en el sen
tido amplio heideggeriano, sino en un sentido más laxo en el que las afir
maciones metafísicas, teológicas y morales «inverificables» se oponen a las
afirmaciones científicas «verificables»), el trabajo de Derrida aparenta ser
una regresión deplorable, frívola, maliciosa hacia el irracionalismo.
Hay dos corrientes principales de crítica hacia la filosofía derridiana.
Aquellos que siguen la primera corriente ven las doctrinas de Derrida
como una especie de reductio adabsurdum del cuestionamiento del «rea
lismo», más en concreto, sobre la propuesta de que lenguaje y pensamien
to se estructuran y dan contenido al mundo a través del no-lenguaje. Con
sideran a Derrida como un lingüista idealista, alguien cuya proclama más
citada, «No hay nada que quede fuera del texto»12, no se apoya más que en
antiguos y malos argumentos de Berkeley y Kant. Uno de estos críticos,
David Novitz, dice que Derrida cree que «nuestro uso del lenguaje nunca
está obligado por un mundo no-lingüístico» («The rage for deconstruc-
tion», p. 53), y que esta conclusión no se extrae del hecho de que «no po
damos experimentar un objeto al margen de nuestras estructuras menta
les», lo que «es sólo otro modo de decir que no podemos experimentar un
objeto al margen de nuestra experiencia del mismo» («The rage for de-
construction», p. 50). Como dice Novitz, «todavía observamos los objetos
no-lingüísticos o lingüísticos con el fin de averiguar si podemos describir-
Entiendo las diferencias entre las dos frases «el gato está en la estera»
y «el perro está en la estera» del modo en que lo hago, exactamente por
que la palabra «gato» está presente en la primera mientras que está ausen
te en la segunda, y la palabra «perro» está presente en la segunda, mien
tras que está ausente en la primera (...) el sistema de diferencias es
precisamente un sistema de presencias y ausencias («The world turned
upside down», p. 76).
1 Vcasc Davidson, «The myth of the subjcctive» p. 163: «En lugar de decir que es
la dicotomía esquema-contenido la que ha dominado y definido los problemas de la fi
losofía moderna (...) también deberíamos decir cuál ha sido la manera en que se ha
concebido el dualismo de lo objetivo y de lo subjetivo. El cambio más prometedor c in
teresante que se está dando en la filosofía de hoy es que esos dualismos están siendo
cuestionados de nuevas maneras o se están reclaborando radicalmente». Tales pasajes
en los escritos de Davidson, Purnam y otros filósofos analíticos son comparables a los
ataques deconstructivistas sobre «las oposiciones binarias tradicionales».
13 Un apunte similar lo realiza Robcrt Scholcs en Protocols, pp. 67-73. Scholcs
está interesado en distinguir entre el significado metafíisico de la «presencia» de un
sentido pragmático de la «presencia» y argumenta que el escepticismo sobre el pri
mero es, en realidad, irrelevante para el último.
LA DECONSTRUCCIÓN 203
19 Véase Stout, «What is the meaming of a text?», pp. 109-1 10, y Rorty, «De-
consrruction and Circumvention», pp. 20-21 para comparar dos maneras de plantear
y desarrollar esta cuestión retórica.
20 En relación con esta problemática, véase Abrams, «How to do things with
texts»; en relación con las reacciones de mayor veligerancia, véase Hirsch, Aims ofln-
terpretation, p. 1 3, y Bate, «The crisis of F.nglish studies».
204 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
21 Véase Deconstruction and Criticism, p. IX, donde Hartman escribe «Gwozl lec
tor. Derrida, De Man y Miller desde luego que son unos boa-deconstructors, despia
dados y consecuentes, a pesar de que cada uno posee su propio estilo para revelar una
y otra vez el “abismo'' de las palabras. Sin embargo, Bloom y Hartman se han ido re
conociendo a duras penas como deconstruccionistas».
22 Para hacerse un buen juicio de las diferencias entre los miembros de la Escuela de
Yale, véanse las excelentes entrevistas mantenidas con ellos dirigidas por Robert Moy-
nihan, recopiladas en su A Present Imagining. Obsérvese, en especial, la afirmación de
Bloom en la página 29: «I.a filosofía es una materia totalmente muerta».
206 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
bajo de Derrida, los textos citados con mayor frecuencia como paradig
mas de la crítica deconstructista llevan el sello demaniano. De Man fue
uno de los profesores más queridos y admirados de su tiempo, al igual
que uno de los pensadores más profundamente decididos. Si Derrida
nunca hubiese existido, o nunca hubiera llegado a ser conocido en Esta
dos Unidos, los estudiantes de De Man seguramente hubieran formado
una escuela de similar transcendencia, a pesar de que ésta probablemente
hubiera nacido bajo otra etiqueta que la de «deconstrucción». Si no hu
biera sido por Paúl de Man, por ejemplo, los procesos descritos por Gum-
brecht como «The transformations of the French criticism of logocen-
trism into American literary theory» [Las transformaciones de la crítica
francesa del logoccntrismo en la teoría literaria americana] (el significativo
subtítulo de su «deconstrucción deconstruida») probablemente nunca hu
bieran tenido cabida.
Estas transformaciones nunca fueron del todo tranquilas. Para enten
der las tensiones dentro del movimiento deconstructivista debemos com
prender las tensiones existentes entre las posiciones de Derrida y las de
De Man. Ambos, Derrida y De Man están de acuerdo en que los textos
se deconstruyen a sí mismos -esto es así porque nuestro lenguaje aspira a
cierta univocidad que nunca es capaz de conseguir, la lectura detallada de
casi cualquier texto descubre algún tipo de fallo con el propósito de al
canzar el fin deseado, una contradicción más o menos desestabilizadora
entre forma e intención—*24 25. Pero De Man deseaba responder a una pre
gunta (¿Qué es lo que tiene de especial la literatura?, ¿y su lenguaje?)24 a
la que Derrida nunca respondió, y cuyas presuposiciones bien podría re
chazar. Dichas presuposiciones incluyen la distinción diltheyana entre el
tipo de lenguaje utilizado en las ciencias naturales y el que se utiliza en la
literatura, una distinción que derridianos anti-De Man encuentran nos
tálgica en exceso de algunas de las malas y gastadas oposiciones binarias
de la metafísica (como son, por ejemplo, naturaleza-espíritu, naturaleza-
libertad, materia-mente)25. Para de Man, la literatura está exenta del au-
toengaño que, según la visión de Derrida, impregna todo el lenguaje. La
tarea de la crítica literaria es aclarar que los textos literarios, aunque no
discusión. Véase también Resistance lo the Theory, ed. ing., p. 11, donde De Man
opone «lenguaje» a «mundo fenoménico», y Visión y Ceguera, ed. ing., p. I 10, donde
opone textos «científicos» a textos «críticos».
26 Véase también la p. 20, donde Derrida dice que la búsqueda de «un concepto
independiente del lenguaje» no viene «impuesta por algo como “la filosofía", sino más
bien por algo que une nuestro lenguaje, nuestra cultura, nuestro ‘sistema de pensa
miento”, a la historia y al sistema de la metafísica».
208 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Todo en la novela [de Proust] significa otra cosa que lo que representa;
siempre hay algo más allá de sus intenciones. Se puede demostrar que el tér
mino más adecuado para designar este «algo más» es la Lectura. Pero uno
debe al mismo tiempo «entender» que esta palabra impide el acceso, de una
vez y para siempre, aun significado que ya no dejara de reclamar su enten
dimiento (Alegorías de la lectura, Barcelona, Lumen, 1990, ed. ing., p. 47).
2 Véase Derrida, Márgenes de lafilosofía, ed. ing., p. 27. Allí, después de decir que
deberíamos evitar la nostalgia heideggeriana, continúa: «Por el contrario, debemos
afirmar esto [a saber, que «no habrá un nombre único, ni siquiera el nombre del Ser»),
en el sentido en que Nietzsche puso la afirmación en juego, entre risas y a la manera
de un paso de baile» (11 faut au contrairc \'ajfirmer, au sens ou Nietzsche met l’affir-
LA DECONSTRUCCIÓN 209
mation en jcu, dans un ccrtain rire and dans un ccrtain pas de la dance). Cotejar con
Derrida, La escritura y la diferencia, cd. ing., p. 292. Hartman destaca este lado juge-
tón de Derrida en su Savingthe Text y es criticado por Culler también por ese enfoque
y por animar de ese modo la idea de que la deconstrucción sea un libre juego (De-
construction, p. 28, n. 132). La crítica de Culler se repite en Norris (Derrida, p. 20).
Para profundizar sobre las diferencias entre De .Vían y Derrida vcase Rorty, «Logocen-
trism», y Godzich, «Domestication».
28 Miller, The Ethics ofReading, p. 11. Véase también p. 58: «Me atrevería a pro
meter que el milenio [«de justicia universal y paz entre los hombres»] llegaría si todos
los hombres y las mujeres llegaran a ser buenos lectores en el sentido de De Man
[...]». Cotejar a Miller con Moynihan, A Recent Imagining, p. 128.
de auto
210 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Por ejemplo: Abrams, «How to do things with texts», critica a Derrida, Fish y
Bloom como ejemplos de Newreading [Nueva lectura]. Entre los críticos conservado
res del deconstructivismo, Fish es normalmente considerado también como un «irra
cionalista», aunque fuera del sesgo «francés».
3" Véase Hirsch, Ainis ofInterpretation, cap. 1. En la p. 3, Hirsch dice que «si no pu
diéramos distinguir un contenido de conciencia de su contexto, no conoceríamos en ab
soluto ningún objeto en el mundo». Esta es una buena formulación de la visión realista,
anti-nominalista y epistemológica que rechazan Derrida, Davidson y Wittgenstein.
31 Véase el intento sincrético de Fish, en su «With the compliments of the auchor»,
para compaginar a Derrida con J. L. Austin. Derrida había criticado a Austin en una re
plica a «Reiterating the differences: a reply to Derrida» de Searle —una réplica sobre la
que entró en detalles en «Epílogo: hacia una etica de la discusión» en su Limited, bic.—.
Para ver defensas de Derrida contra Searle, véase Culler, On Deconstruction: Tbeory and
LA DECONSTRUCCIÓN 211
Criticism afier the Structuralism [cd. cast.: Sobre la Reconstrucción: teoría y crítica después
del estructuralismo], pp. 1 10-126 y Norris, The Deconstructive Turn, pp. 13-33.
212 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
ción del New Criticism de la unidad orgánica, tal como la celebración del
Devenir nietzscheano (por Heidegger) era una simple inversión de la cele
bración del Ser de Platón.
El contraste entre la versión sobrealimentada que hace Miller de De
Man y el sosegado y pragmático contextualismo de Fish es un contraste
entre una visión que se roma la filosofía de una manera realmente seria, y
otra que piensa que la disolución de las tradicionales oposiciones binarias
de la metafísica es tan sólo un contexto más, en el que los textos literarios
se pueden situar uno sin ningún privilegio particular. Del mismo modo
que lo anterior se va a ver de manera clara en la siguiente sección, el mis
mo contraste lo vamos a encontrar en la práctica de la crítica deconstruc
tiva. La misma ambivalencia entre la urgencia ética y el pragmatismo so
segado, entre el filosofar como una tarea necesaria y como un contexto
opcional, lo encontraremos por igual en ambos terrenos.
El pasaje es el siguiente:
Este contraste entre aquellos que ven la inversión de las jerarquías tradi
cionales como parte de una gran estrategia filosófica, y aquellos que la ven
únicamente como un mecanismo táctico provisional, establece claramente
una correspondencia con el contraste esbozado anteriormente entre De
Man y Fish. Ambos contrastes ejemplifican la diferencia entre adoptar una
nueva perspectiva, basada en una inversión de las oposiciones tradicionales,
o tratar tanto al «sentido común» y a su inversión como opciones vivas,
como contextos igualmente válidos en los que situar al texto.
El enfoque demaniano ejemplificado por la discusión de Miller sobre
el discurso de Troilo también se encuentra en un ensayo de Cynthia Chase
sobre Daniel Deronda, «The decomposition of the elephants». Al igual
que Miller, Chase toma como punto de partida una frase del texto en la
que parece cuestionarse una certeza filosófica generalmente asumida. Si
el modelo de Miller fue la ley de no-contradicción, el de Chase es la ley
de la causalidad. Chase verá cómo esta ley es puesta en duda en una car
ta de Hans Meyrick, su clarividente y frustrado amigo, a Deronda en un
pasaje en el que Meyrick hace a la ligera una referencia aislada, a «las cau
216 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
cias: de ahí que representen por anticipado los dramas que darán vida a la
tradición de su interpretación», y distinguirá las lecturas que se hacen de los
textos, del texto en sí mismo (On Deconstruction [Sobre la deconstrucción],
pp. 214-215). Para mantener intacta esta última distinción, Culler necesita
afirmar que el texto tiene «a través del poder de sus elementos marginales» la
habilidad para «subvertir» las lecturas previas. Tiene que afirmar que el críti
co saca algunas conclusiones así como alguna elaboración, y que ni las con
clusiones, ni la elaboración, ni la distinción texto-lectura pueden ser senci
llamente rechazadas en nombre del aperturismo pragmático.
Pero como le gustaba señalar a Searle («The world turned upside
down», p. 77) y a otros, las técnicas deconstructivistas son un disolvente
universal de las distinciones clásicas esencia-accidente y sustancia-rela
ción que, sin embargo, no hace distinción entre las que usaron los mis
mos deconstructivistas. De este modo, no queda muy claro cómo Culler
podía abogar por la afirmación de que ya hay una «lógica» en el texto, es
perando que los críticos deconstructivistas la detectaran. En cambio, en
las últimas páginas de Sobre la deconstrucción, Culler sugiere algo que él
mismo no profesaría: que alcanzado cierto punto la fe debe sustituirse
por argumentos. Glosando un pasaje de De Man que dice sobre el poema
de Shelley que «The Triumph of Life» [El Triunfo de la Vida] nos advier
te de que nada, ya sea la acción, la palabra, el pensamiento o el texto, su
cede en relación, positiva o negativa, con nada que le preceda, le siga o
exista en alguna otra parte», Culler dice sobre el mismo:
36 Véase Culler, Framing the Sign, p. XIII en «the desire to make criticism politi-
cal» [el deseo de hacer crítica política], p. 21 sobre el fracaso del «nuevo hisroricis-
mo» (un movimiento en el que con frecuencia se pusieron las miradas como posible
sucesor de la deconstrucción) a la hora de «desarrollar un programa convincente para
una crítica políticamente cmancipatoria», y p. 55 sobre el «nuevo pragmatismo» (de
Fish, Rorty, Knapp, Michaels y otros) como «una manera de proteger la ideología
222 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
sistencia a la teoría, cd. íng., p. 121)* Una afirmación similar es la que ha
cen muchos de los admiradores de De Man40, que defienden que la de
construcción proporciona (aunque en apariencia pueda parecer lo con
trario) una alternativa gracias a la cual los profesores de Literatura pueden
ser lo que Foucault llamó «intelectuales específicos»: gente que está dedi
cando su habilidad especializada para hacer un trabajo político41*
La amplia difusión de la idea de que el estudio de los trabajos sobre el
lenguaje (más que sobre, digamos, los mecanismos del capitalismo mono-
polístico, y del papel del Estado como «comité ejecutivo de la burguesía»)
abre nuevas posibilidades para que la política radical pueda ser explicada
en la práctica por la decadente influencia del marxismo por un lado, y por
el auge del feminismo por el otro. Desde la perspectiva de Foucault, el
marxismo es tan sólo una variedad más de humanismo desfasado. En los
últimos escritos de Jean-Fran^ois Lyotard, un influyente filósofo y crítico
social francés, el marxismo aparece como una de las grandes «meta-narra
tivas» sobre la «humanidad» y la «historia humana». Después de Nietzs
che, Heidegger y Foucault, Lyotard piensa que no podemos forzarnos a
creer esas historias por más tiempo (véase La condición postmocUrna). A pe
sar de que algunos autores —en especial Michael Ryan— han intentado re
conciliar el marxismo con la deconstrucción42, la mayor parte de aquellos
«Marxism and Deconstruction» en Davis y Schleifer, Rhetorie and Formt pp- 75-97.
Para examinar algunas consideraciones que se han ido añadiendo a esta cuestión, véan
se los artículos de Terry Eagleton y otros en jMohanty (ed.), AííJrx afier Derruía [ed.
casi.: Marx después de Derrida]. Algunos marxistas (especialmente en Gran Bretaña)
han intentado utilizar el trabajo de Louis Althusscr como un puente entre el marxis
mo más tradicional y la deconstrucción. El mismo Derrida, aparte de en las entrevis
tas recogidas en Posiciones* ed. ing.» pp. 56-80, que tratan de Marx, Lenin y Althus
scr» ha escrito explícitamente sobre el tema en Espectros de Marx.
En relación con el debate sobre la dimensión ético-política del pensamiento de
Derrida, véase Bernstein, «Scrious play». Como muestra de la postura de Derrida en
relación con la política, véase por ejemplo su «Racisms lastword» [La última palabra
del racismo], así como su sorprendente afirmacióti («But beyond... [Pero más allá...]»,
p. 168) de que «las prácticas deconstructivas también, y sobre todo, sean prácticas po
líticas e institucionales*?». En .su obra más reciente Derrida ha ampliado el sentido de
«práctica deconstructiva» de tal forma que la lectura de constructiva de los textos es
critos sería una suerte de género literario. Sin embargo, el carácter concreto de este gé
nero permanece oculto. En relación con el escepticistno sobre la relevancia de la de
construcción en el campo político, véase iMcCarthy, «On the margins ofpolitics».
44 Véase, por ejemplo, Derrida, Márgenes de ¿a filosofía, p. XXV. Véase también el
uso del imaginario sexual en el ensayo principal de su libro La diseminación.
45 Véase Lloyd, The Man ofFeasun.
’ Véanse sus artículos «Les relations de cemps dans le verbe franjáis», «La nature
des pronoms» y «De la subjcctivitc dans le languagc»: convertidos en los capítulos
1 9, 20 y 21 de Probtemes de linguistique genérale.
230 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
por otros. Todo esto es una muestra más de que no somos dueños de nues
tro discurso porque «el inconsciente forma parte del discurso concreto en
tanto que va más allá de la mera individualidad, en tanto que no está a dis
posición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso cons
ciente» (ed. ing., p. 49).
El acento puesto aquí, en la dimensión «transindividual» del incons
ciente, de nuevo recuerda a la concepción de Lévi-Strauss. No obstante,
Lacan ve tanto el sujeto como el inconsciente como construcciones más
dinámicas, y está mucho más interesado que Lévi-Strauss por el proceso de
su producción. Este énfasis añade también una dimensión casi literaria a
su teoría. Su concepción de la construcción del sujeto en el lenguaje tie
ne, en su versión arquetípica, cierta forma «narrativa»: se trata de la histo
ria de la generación del sujeto y Lacan no desperdicia la oportunidad de
señalar sus dimensiones ficticias y dramáticas. La historia tiene dos mo
mentos cruciales y/o críticos (aunque debe advertirse que en la vida de
un individuo no todos los eventos son irreversibles, sino que se repiten
constantemente de una u otra forma): la fase del espejo y la entrada en el
orden simbólico.
La teoría de la fase del espejo, presentada en un importante trabajo
temprano de 1949, está enraizada en la observación de Freud de que el
ego proviene del narcisismo. Antes que esto, el infante se percibe como
una Fluida amalgama de pulsiones, de sensaciones buenas y malas, caren
tes de unidad e independencia, indiferenciables del mundo que lo rodea,
y particularmente del cuerpo de la madre. El momento en el que se da
cuenta de que su imagen en el espejo es, de hecho, «él mismo»: lo trans
forma literalmente: por primera vez se ve, por decirlo así, desde fuera,
como una totalidad, una entidad distinta y estable -a lo que reacciona,
dice Lacan, con júbilo— Esta identificación narcisista con la imagen es lo
que constituye el ego, y subraya la importancia de la visión en el desarro
llo del niño. Sin embargo, al identificarse con la imagen del espejo, que no
está sólo gratificantemente separada del mundo que lo rodea sino que
inevitablemente también está separada de él como sujeto, está funda
mentando su identidad en una fantasía o, como dice Lacan, orientándo
la «en una dirección ficticia» (ed. ing., p. 2, las cursivas son nuestras)4; y
el ego queda así originariamente separado del sujeto. También, la pareja
perfecta formada por el sujeto y la imagen ofrece un equívoco modelo
para otras relaciones duales, especialmente la relación del niño con su
madre. La fase del espejo inaugura el orden imaginario, esa dimensión con
tinua de la existencia del sujeto que está ligada al ego, a la madre, a las
identificaciones alienantes de todo tipo y a un modo de experiencia do
minantemente visual.
5 Lacan lo define como: «Le signifianr se produisanr au lien de ÍAutre non enco
ré reperé, y fait surgir le sujet de I érre qui na pas encoré la parole, mais c’est au prix
de la figcr» (Ecrits, p. 840). Esto pertenece a «Position de Linconscicnt», el texto cla
ve para la comprensión de este difícil concepto, no incluido en la traducción inglesa
de Sheridan [Stephen Heath, en Questions of Cinema, lo traduce como: «El signifi
cante se da en el lugar de lo Otro...» (p. 81)].
6 En traducción de Heath, en Questions ofCinema, ibid.
Anika Lcmairc ofrece una formulación concisa y muy útil sobre esto: «L’inser-
tion du sujet, á travers l’Oedipe, dans fordre symbolique qui sous-tend l’organisation
sociale, est simultanee á une división entre le je d’existence et le je de sens» (p. 157).
(«La inserción del sujeto, a través de la fase edípica, dentro del orden simbólico que
sustenta la organización social, es simultánea a la división entre el yo de existencia y el
yo de significado», según nuestra traducción.)
8 En traducción de Heath, p. 77; Écrits, p. 830.
TEORÍAS MARXISTAS Y PSICOANALÍT1CAS... 235
gunta: ¿qué tipo de sujeto puede concebirse para él? A lo que responde
diciendo que éste será el sujeto que enuncia, que no está presente en la ora
ción, pero hacia la que «apunta» el enunciado, en tanto que contiene cier
tos trazos de su «instancia» —también traducido como «insistencia» o como
«intervención»—. En otras palabras, el proceso de inserción en la cadena sig
nificante causa la división entre el sujeto consciente del enunciado, en el
«significado», y el sujeto que lo enuncia, que «está detrás» de él y es, por
tanto, inconsciente.
Los términos dominantes de esta existencia del sujeto dividido no son,
sin embargo, tan estáticos como puede sugerir este modelo simplificado son
los términos de una pulsación, un eclipse o un «palidecer», una «vacilación»
entre significar y ser: «una enunciación cuyo ser se estremece con la vacila
ción que le devuelve su propio enunciado» (ed. ing., p. 300); «entre esta ex
tinción que aún refulge y este nacimiento que titubea, el “yo” puede llegar a
desapareciendo de lo que digo» (ibid.)'\ El sujeto no es un objeto que se di
vide en dos partes: es un proceso organizado por la continua suplantación
de dos posiciones incompatibles. Así, lo que quiere decirse con «división» no
es (caricaturizando la versión ofrecida por algunos comentaristas) que la mi
tad del sujeto se esconde para escapar del significante9 . Lo simbólico y el
1011
inconsciente no son opuestos -el inconsciente también es una estructura de
significantes, y tal vez por esto ambos se denominan «lo Otro»—. Para ser
más exactos, el inconsciente es definido más atentamente como «el discurso
de lo Otro»: si entendemos aquí lo Otro como lo simbólico, podemos com
prender esto como si el inconsciente fuera el lugar desde (o a través, o en) el
que el orden simbólico —es decir, el orden social, basado en la represión de
los deseos- le «habla» al sujeto.
Del mismo modo, el orden simbólico y el inconsciente no son lo mis
mo, como implican algunas interpretaciones excesivamente estructuralis-
tas11. La entrada en el orden simbólico, que existe antes que el sujeto, pro
duce el inconsciente. De este modo, la relación del sujeto con el lenguaje es
un «drama», «el drama del sujeto en el lenguaje» (Ecrits, ed. ing., p. 655).
De hecho, el énfasis que recurrentemente Lacan pone en las nociones de
9 Según nuestra traducción. El original dice: «Entre cette extinction qui luir encore
et cette eclosión qui achoppe, je peut venir á l’étre de disparaítre de mon dit» (p. 801).
10 Lacan traduce la «Spaltung» (escisión) de Frcud como «alienación», lo que ha
sido interpretado con posibilidades suprahumanísticas por críticos como Fredric Ja-
meson, a quien le ha llevado a hablar del «sujeto real» como «desplazado bajo tierra»
(«Imaginary and Symbolic», p. 361).
11 Muller y Richardson, por ejemplo, dan esta impresión cuando dicen que «este
Otro, no cabe duda, lo debemos tomar como el inconsciente en vista de que “se es
tructura del modo más radical como un lenguaje” (Écrits: A Selection, p. 234) —una
estructura análoga al orden simbólico que “pre-existe al sujeto en su etapa infantil”»
(Lacan and Language, p. 269).
236 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
escisión, separación y conflicto marca las distancias con los pensadores es
tructuralistas cuyos conceptos se apropia -que es, como hemos visto, el
caso de Saussure y Benveniste, al igual que con Lévi-Strauss—. El incons
ciente es concebible en última instancia sólo como la realidad de la divi
sión: en «Position de l'inconscient» Lacan se refiere a él como a un «borde»
o una «quebradura». Existen los dominios del sujeto y de lo Otro, y «el in
consciente es el acto de ruptura entre ellos»12. El sujeto del inconsciente
—«ser» mejor que significante- salta a la vida en los momentos en que se
abre esa quebradura, pero sólo para ser eclipsado cuando se cierra y la ca
dena de significantes se reconstituye sobre la apertura.
El sujeto del inconsciente es, sobre todo, el sujeto deseante: el deseo, en
un proceso paralelo al de la constitución del sujeto, está dividido entre la
necesidad física y los requisitos formulados lingüísticamente. Se trata del
«residuo inconsciente» del requisito y así está inseparablemente-pero con
flictivamente- ligado a la significación: el significante impone su estructu
ra al deseo, pero el deseo es igualmente una fuerza que emerge en los «in
tervalos» de la cadena significante y que la empuja adelante. La pérdida
irremediable del objeto original -el pecho de la madre o, aun más atrás, la
placenta- genera un movimiento metonímico de un objeto sustitutivo a
otro: siempre hacia delante pero intentando en todo momento volvere la
memoria original de satisfacción. El hegelianismo de Lacan tiene una pre
sencia muy fuerte en su concepción del deseo como apetencia de ser reco
nocido por otro sujeto; una consecuencia de esto es que la mirada de la otra
persona -que siempre escapa al sujeto- es un importante objeto de deseo13.
El papel de la literatura en la obra de Lacan es tan importante como
variado. En primer lugar, su insistencia en el juego del significante gobier
na su relación con los textos fundacionales del psicoanálisis: lee a Freud
prestando la misma atención a los detalles que uno espera encontrar en un
crítico literario —y ésta es una parte esencia] de su proyecto de recupera
ción de Freud de las distorsiones impuestas por algunos analistas posterio
res (véanse por ejemplo las secciones inaugurales de la conferencia de
Roma y «The Freudian Thing»). El ejemplo más claro es su casi obsesiva
mente cuidadosa reinterpretación de la frase «Wo Es war solí Ich werden»
(«Donde estaba el ello estará el ego») con la intención de demostrar que no
se trata, como han querido los analistas franceses y norteamericanos, de
un eslogan celebrando el triunfo del ego sobre las oscuras fuerzas del in
consciente, sino más bien un reconocimiento de que la subjetividad en su
verdadero sentido debe reconocer sus raíces en el inconsciente14. Su pro
(p. 52). El hecho de que Hamlet diga que él es la espada («Seré tu florete',
Laertes») que, como ocurre, mata tanto a Hamlet como a Laertes, sirve para
desvelar la verdad última: sólo en el momento de su muerte, cuando la con
ciencia de que está muriendo lo libera de todo narcisismo, Hamlet queda li
bre para matar al rey/falo.
El tercer texto que quisiéramos considerar es un breve artículo* 21 sobre
Le Ravissament de Lol V. Stein [El arrebato de Lol V. Stein] de Margucrite
Duras. Lol va a un baile con su prometido y ve cómo otra mujer se lo
quita -con todos los asistentes al baile como testigos- Su misteriosa reac
ción ante esta escena condiciona el resto de la novela: sufre un ataque de
nervios, luego, aparentemente, se recupera, pero al volver diez años des
pués a su pueblo natal inicia una relación con Tatiana, una amiga de la
infancia, y su amante, quien se enamora de Lol. Se forma así un segundo
triángulo, aunque el deseo de Lol no es robarle su amante a Tatiana, sino
recrear su ravissement [arrebato] inicial: mirar a Jacques y Tatiana hacien
do el amor (Lol se esconde en un campo fuera del hotel donde se citan
habitualmente). El intento de Jacques de hacerle el amor a Lol la condu
ce al borde de la locura: la novela concluye con Lol en el campo mirando
de nuevo la ventana de la habitación de Jacques y Tatiana.
A diferencia de su trabajo sobre Poe o Hamlet, el homenaje de Lacan
a Duras se cuida de no dar la impresión de estar apropiándose de la no
vela para favorecer sus intereses. Todo lo que hará, dice Lacan, es «pun
tuar» la trama del discurso de Duras, el desvelamiento del «nudo» del de
seo, atendiendo a conceptos tomados de sus trabajos teóricos como ámbito
de deseo inconsciente22. La historia de Lol es concebida así como un jue
go múltiple de miradas. El «gozo» de Lol es tanto una desposesión como
un modo de éxtasis, pero siempre ambiguamente activo y/o pasivo: ¿Lol
es su agente o su objeto? El desarrollo que Lacan hace del trabajo de
Freud sobre las «vicisitudes» de los instintos subraya su capacidad para la
«reversibilidad» sobre el eje activo-pasivo, en particular, en el caso del vo-
yeurismo/exhibicionismo. En tanto que el acto de ver tiene más relación
con el deseo que con la visión, está marcado por un constante desplaza
miento entre las posiciones del sujeto y del objeto —ver y ser visto—, pero
' Foilsignifica en inglés «hoja», «florete», «florón» y «hoja de oro o plata utilizada
generalmente a modo de espejo», acepción esta última que desvela la intención in
terpretativa de Lacan y que no se puede traducir al castellano sin perder la anfibolo
gía. [N. de los T.]
21 «Hommage fait a Marguerite Duras», en Marguerite Duras, 1979. El tratamien
to de Lacan ha sido cuestionado por Catherine Clément (pp. 224-227). La novela ha
tenido una interpretación muy distinta, aunque también «lacaniana», por parte de
Michéle Montrelay, «Sur le ravissement de Lol V. Stein» en I’Ombre et lenom.
~~ Véase «Of the gazc as Objetpetit a», en The Four Fundamental Concepts o] Psy~
choanalysis ¡I.os cuatro principios fundamentales del psicoanálisisj, pp. 67-1 19.
242 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
20 MacCabc (p. 63) y Julict Flower Macanncll («Ocdipus Wrcck», p. 911) citan
la famosa (aunque difícil de encontrar) correlación de Barthes entre la estructura na
rrativa y la etapa edípica: «Puede que sea significativo que es a la misma edad (alre
dedor de los tres años) cuando el pequeño humano “inventa” a la vez la frase, la na
rración y a Edipo» (Barthes, «Analyse structurale», p. 28, citado en MacCabe).
2 Para un debate más amplio en torno a esta cuestión, véanse Mitchcll y Rose, Fe-
minine Sexuality; Heath, «Difference», y Gallop, Feminista and Psychoanalysis.
TEORÍAS MARXISTAS Y PSICOANALÍT1CAS... 245
xual/Textual Politics, pp. 103-173), «hay muy poca crítica literaria femi
nista en Francia [...] Con unas cuantas excepciones [...] Las feministas
francesas han preferido trabajar en problemas de teoría textual, lingüísti
ca, semiótica o psicoanalítica» (p. 97).
En términos de la subyacente noción del sujeto construido lingüísti
camente, los temas mencionados hasta el momento se han centrado tal
vez más en el sujeto que en el lenguaje. Sin embargo, la interconectividad
entre el lenguaje y el inconsciente también puede llevarse en una direc
ción más textual: ¿qué acceso nos brinda a las estructuras del texto litera
rio? En primer lugar, el rechazo a reducir el lenguaje a la transparente
expresión de ¡deas conscientes resulta un toque de atención a la materia
lidad del significante: el inconsciente habla mediante el juego de sonidos,
el deslizamiento del significado de un significante a otro. Este aspecto lo
subraya MacCabe cuando aborda la transformación de palabras en Joyce
(véase, como ejemplo, p. 80) y en el detallado análisis que hace Heath de
los múltiples cambios metafóricos y metonímicos en un pasaje de La route
des Flandes (Nouveau Román, pp. 175-177). El enfoque que Tanner hace
de Bovary también está particularmente estructurado por los va
rios significados y transformaciones de la palabra «giro» (un «giro» del
habla, los confusos «giros» y la desorientación de Emma: sin saber dónde
«girar», etcétera).
Puede argumentarse que la crítica literaria siempre ha hecho esto y que
no requiere de la ayuda de Lacan para atender los sutiles juegos de palabras,
pero Lacan es necesario para relacionar los juegos de palabras con el in
consciente, es decir, para interpretar el texto, no como el resultado de las
intenciones conscientes del autor, sino como el producto final de un pro
ceso de represión. El texto, desde esta perspectiva, ha de leerse «sintomática
mente», del mismo modo como el analista oye lo que dice su paciente o
como Freud analizaba los sueños51. En «Lacan and Narration», Robert
Con Davis presenta un coherente caso para esta manera de acercarse a los
textos narrativos -para detectar el «contenido manifiesto de la narración»
como «un producto del discurso inconsciente que es tanto el prerrequisito
de la narración como el lugar donde aparece-. Esto esencialmente viene a
decir que el sujeto de la narración, que le da forma y significado, será siem
pre otra cosa que lo que se significa en la narración [...] el discurso incons
ciente del lenguaje, y sus procesos son revelados en los «vacíos» o «lapsos»
(inconsistencias, deslices en el habla y la significación, etc.) que aparecen en
32 La reseña de John Forrester expresa ciertas dudas respecto del hecho de que
«Tales argumentos alegóricos -que rodos los textos son alegorías de procesos psicoa-
nalíticos, de modo que la teoría psicoanalítica de dicho proceso puede proveer de la
teoría para todos los textos— abunda en e.stos estudios» (p. 1 75)» y sostiene que la di
ferencia entre el lo que dice el paciente y la escritura no ha sido lo suficientemente va
lorada (p. 178). La revista Poetics -exponen te de una semiótica más cauta y rigurosa,
habitualmente sin simparías por la crítica psicoanalítica de ningún tipo- dedicaba
un número doble (4-5, 1984) a una investigación sobre la posibilidad de integrar el
psicoanálisis como parte de la semiótica, y ofrece un interesante espectáculo de dos
teorías distintas intentando ajustarse la una a la otra. En la introducción, Mieke Bal
rechaza específicamente la importación «analógica» (o alegórica) del psicoanálisis al
terreno de la literatura semiótica, mientras que la contribución de Ellic Ragland-Su
llivan toma como explícito punto de partida la hipótesis de que «la literatura opera
como un imán en el lector porque es una alegoría de la estructura fundamental de la
psique» (p. 381): una alegoría que su artículo tiene el mérito de ejemplificar detalla
damente fundándose en una atenta lectura de los textos de Lacan.
curso que tiene a otro discurso por objeto (por ejemplo, la teoría críti-
ca/el texto literario) está siempre abierto a ser «hablado» (teorizado, de
construido, reinterpretado) por otro discurso -todos ellos igualmente su
jetos a las operaciones del significante inconsciente.
Esta percepción es la base de otra importante tendencia en la teoría li
teraria lacaniana, una que en años recientes ha suplantado a la temprana
crítica más interpretativa. Esta última, aunque pueda ser cuidadosa y ten
tativa en la práctica, sin embargo, lleva con ella la implicación de que el
discurso teórico es de algún modo inmune a las operaciones que él mis
mo lleva a cabo con el discurso del autor -operaciones que consisten en
interpretar las maniobras inconscientes que, desconocidas para el autor,
constituyen el significado del texto literario—. Al alejarse de la condescen
dencia excesiva por la intención del autor, y la visión reductiva de la tex-
tualidad que conlleva («el autor lo sabe mejor»), la crítica psicoanalítica
ha caído en la trampa opuesta e igualmente reduccionista de actuar como
si el crítico lo supiese mejor: por decirlo así, los críticos pueden contarle
a los autores lo que sus textos significan «realmente».
Hay dos salidas a esta situación. Los críticos pueden dejar de ofrecer
interpretaciones definitivas, substantivas, del texto del autor; o pueden in
tentar interpretar las determinaciones inconscientes de su propio texto teó
rico (o, como ocurre normalmente, del texto de otro). El artículo de Fel
man sobre James es un ejemplo excelente de la primera solución: en lugar
de decidir gWsignifica el texto, presta atención a cómo significa: «¿Cómo
se da el significado de la historia, cualquiera que éste sea...»? (p. 119). Ade
más, esto pasa a ser, sobre todo, una pregunta acerca de cómo rechaza un
significado consistente: «Retóricamente se da mediante continuos despla
zamientos, textualmente se conforma y surte efecto: echa a volar» {ibid.,
las cursivas son de Felman). Este esboza las estrategias mediante las que el
texto es capaz de estar siempre un paso por delante de su interpretación
crítica. Sin embargo, como quiera que responda el lector, esa respuesta ha
estado siempre localizada y puesta en cuestión en el texto -éstas son las
«vueltas» de tuerca: «Adonde quiera que vaya el lector, no puede ser con
ducido más que por el texto, no puede más que actualizarlo repitiéndolo»
(p. 101, las cursivas son de Felman). La lectura no es un acto de dominio,
sino de rendición. Con Davis expresa una relación similar en términos de
la mirada: cuando parece que vemos el texto, en realidad «estamos enfo
cados y sostenidos por una mirada que se debe a la actuación del texto ob
jeto [...] Sostenidos así en el acto de leer [...] no somos sujetos dominan
tes; nosotros —los lectores— nos convertimos entonces en el objeto de la
mirada» (p. 988).
Este reconocimiento de la imposibilidad de dominar el significante
separa a la teoría literaria lacaniana de críticas anteriores freudianas. Fel
man, particularmente, se extiende en una crítica de dicho trabajo -la in
terpretación que hace Wilson de The Turn ofthe Screw [Otra vuelta de
TEORÍAS MARXISTAS Y PSICOANALÍT1CAS... 249
como su «verdad», Freud está representando el trabajo onírico del inconsciente: «Así
el contenido de este deseo -el deseo como contenido— presentado por Freud en su
análisis, es tanto una manifestación de lo «reprimido», como de lo que reprime» («Tri-
mcrhylamin» p. 180).
35 Véase The Four Fundamental Concepts ofPsychoanalysis [Los cuatro principios
fundamentales del psicoanálisis], pp. 230-243.
TEORÍAS MARXISTAS Y PSICOANALÍTICAS.,. 251
«se supone que sabe», pero que retiene— Desde esta perspectiva, la relación
del crítico con el texto se redefine como una perenne inadecuación, con lo
que volvemos de nuevo a la imposibilidad de dominar el significante^6.
Subrayar la naturaleza transferencia! de la relación del crítico con el
texto es un modo de concentrarse en los elementos inconscientes que es
tructuran el discurso del crítico; otro modo es demostrar que esto también
puede leerse «sintomáticamente». Así, por ejemplo, la evaluación que
hace Felman de la crítica sobre Poe existente tiene la intención de mos
trar no sólo dónde no funciona, sino dónde y cómo está moldeada por
determinaciones inconscientes. «¿Cuál es el inconsciente de la historia li
teraria?», se pregunta Felman («On reading poetry», p. 147)- Este enfo
que puede aplicarse a los escritos teóricos de cualquier tipo y ha produci
do algunos trabajos interesantes sobre la propia teoría psicoanalítica. En
esta dirección, Bowie (Freud, Proust and Lacan) explora la interacción de
la teoría y el deseo inconsciente en la obra de Freud y Lacan —¿cuál es la
incidencia de los deseos de estos autores en su teoría del deseo?— y escruta
la apropiación que hace Lacan de Acteón, el mítico cazador griego despe
dazado por sus propios perros de presa, como una figura crucial del deseo
autodestructivo y desesperadamente renovado que siente el psicoanalista
por conocer el inconsciente. En una escala menor, pero en la misma línea,
la detallada lectura sintomática que Mehlman propone de la interpreta
ción de los sueños de Freud está basada en la afirmación de que existe
«una fantasmática de la metapsicología, y que esta última sólo puede en
tenderse apropiadamente mediante un adecuado análisis de la primera»
(«Trimethylamin», p. 179).
De este modo, la distancia entre los discursos teóricos y literarios que
da. reducida a casi nada. La teoría es texto; la única diferencia radica en las
teorías que son conscientes de este hecho y las que no. Jean-Michel Rey
encuentra en Freud un «sujeto escritor» separado del sujeto «conocedor»
idealista, y cita el conocimiento que Freud tiene de esta separación como
«la única instancia en la historia de los sistemas teóricos de una implica
ción tal, por parte del sujeto y su proceso de escritura en una solapamien-
to que nunca queda resuelto definitivamente» («Freud s writing», p. 307).
Está claro que la teoría literaria lacaniana tiene que reconocerse a sí mis
ma como texto, lo que, por otro lado, significa que debe volver a pensar
la relación de la teoría psicoanalítica y el texto literario. La introducción
de Felman al número 55-56 de los Yale French Studies está dedicada pre
cisamente a esta cuestión: la relación tradicional entre «amo y esclavo», en
la que un conjunto de conocimiento psicoanalítico se aplica a un conjun
to de lenguaje literario, debe dejar paso a una relación equivalente de im
plicaciones recíprocas (el psicoanálisis y la literatura son conjuntos de
lenguaje y conocimiento y, de este modo, la literatura puede ofrecer atis
bos en el psicoanálisis y a la inversa). Felman sugiere concretamente «que,
del mismo modo en que el psicoanálisis apunta al inconsciente de la lite
ratura, la literatura, por su pane, es el inconsciente del psicoanálisis; que la
sombra no pensada en la teoría psicoanalítica es precisamente su propia
implicación con la literatura» (p. 10, las cursivas son de Felman). Esto
equivale a decir que la literatura y el psicoanálisis trabajan para decons
truirse mutuamente. De hecho, especialmente en la obra de la «Escuela de
Yale» -Felman, Hartman, Johnson y otros—, la teoría literaria lacaniana y
la deconstrucción parecen confluir frecuentemente. Sin embargo, la inte
gración absoluta del psicoanálisis en la deconstrucción se ve impedida por
la reticencia de Derrida respecto a la subscripción por parte de aquella de
un tipo de «verdad» y al papel determinante que atribuye a la sexualidad y
al deseo en el significado.
3 Véase Benton, Structural Marxism, especial mente pp. 35-67, para una lúcida
consideración de esta cuestión. El libro de Benton, en su conjunto, es una inestima
ble exposición y crítica del marxismo althusseriano.
38 «Determinante mais aussi dctcrmincc dans un scul ct meinc mouvcmcnt, ct de
terminé par les divers niveaux ct les diverses instances de la formation sociale qu’elle
anime: nous pourrions la dire surdéterminée dans son principe» (Pour Marx [La revolu
ción de Marx], pp. 99-100, las cursivas son de Althusser).
254 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
45 Tony Bcnnett resume este análisis en su Formalism and Marxism (pp. 123-
125).
262 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
46 «Ce décalage interne, ou cecee césure, par le moyen duque! [l’oeuvre] corres-
pondá une realicé, incompléce elle aussi, qu’clle donne á voir sans la reflcter».
TEORÍAS MARXISTAS Y PSICOANALÍTICAS... 263
4 Traducido al inglés en Untying the text, R. Young (ed.), pp. 79-99. Los núme
ros de páginas refieren a esta traducción.
264 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
dentro» (p. 132) y otras no. De lo que se sigue que también ellos locali
zan el objeto de la teoría literaria en el texto como un artefacto con un
significado intrínseco, siempre fijado en las estructuras de su producción.
Una crítica materialista debería centrarse más bien en los modos en que
sus significados están sujetos a su consumo, lo que es necesariamente un
proceso de continua reproducción bajo diferentes circunstancias históri
cas (pp. 135 y 148). Bennett cita una observación de Mulhern similar en
«Marxism in literary criticism»; y esta concepción es también central para
el trabajo postrero de Macherey: «Las obras literarias no son sólo produ
cidas, son constantemente reproducidas en diferentes condiciones, y así
ellas mismas devienen muy distintas [...] es esencial estudiar la historia
material de los textos y [...] esta historia, no sólo contiene las obras mis
mas, sino todas las interpretaciones que se les han adherido y que son fi
nalmente incorporados a ellas» (Macherey, «An Interview with Pierre
Macherey», pp. 6-7).
Bennet apoya totalmente la posición de Macherey y Balibar de 1974,
y ve en ellos el camino más fructífero para la teoría literaria marxista.
Bennet no está de acuerdo, sin embargo, en la claridad con la que recha
za la idea de que la crítica literaria es una forma de práctica teórica (cien
tífica). Argumentando que la noción althusseriana de ciencia de la cual
deriva esta idea se ha desmoronado (pp. 137-138), propone en su lugar
que la crítica literaria debe verse como una práctica política. Más que teo
rizar el proceso de reproducción del texto en situaciones históricas dife
rentes, como hacen Macherey y Renée Balibar, el crítico literario debería
intervenir en él: la literatura «no es algo que se estudie; es un área para ser
ocupada. La cuestión no es cuáles son los efectos políticos de la literatura,
sino cuáles pueden hacerse que sean —no en un sentido permanente y de
finitivo, sino en un modo cambiante y dinámico- mediante las operacio
nes de la crítica marxista» (p. 137, las cursivas son de Bennett). Si el tex
to no tiene un significado fijo, tampoco puede tener una contradicción
fija. Una lectura como la que proponen Eagleton y Macherey en realidad
no «descubre» contradicciones en un texto; los lee en él con el objetivo de
producir un efecto político y no estético.
Catherine Belsey coincide con este énfasis en una «práctica crítica»
como intervención en la reproducción de las obras literarias, pero retiene el
concepto de una crítica científica que «al producir conocimiento del texto
[...] activamente transforma lo que está dado» (Critical Practice, p. 138). La
crítica deconstruye el posicionamiento que el texto hace del lector como un
sujeto ideológico en comunicación con el autor, de modo que «liberado de
la fijación del modelo comunicativo, el texto está disponible para la pro
ducción en el proceso de lectura» (p. 140). Esto implica que los conceptos
centrales en la teoría de Belsey sean la interpelación combinada con una
consideración lacaniana de la construcción del sujeto en el lenguaje. El gé
nero dominante bajo el capitalismo es el realismo clásico, que lleva a cabo
272 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
54 Literature, Society and the Sociology of Literature; 1 848: The Sociology of Lite
ratura; Literatura, Politics and Theory; rodos editados por Francis Baker. Las ponen
cias particularmente relevantes aparecen en la bibliografía, pero mención especial
debe hacerse de «Baudelaire and the city» de Colín Mercer, que muestra cómo la poe
sía de Baudelaire refleja el acento transitorio del movimiento hacia las nuevas inter
pelaciones en el capitalismo posterior a 1848.
TEORÍAS MARXISTAS Y PSICOANALÍTICAS... 273
5 Una presentación más detallada de esta analogía y sus implicaciones puede en
contrarse en mi «The Nouvcau Román and 7?Z Q«é7 Marxism»; lo que sigue es esen
cialmente un resumen de ese texto.
276 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
co: «Lo simbólico -y, por tanto, la sintaxis y todas las categorías lingüís
ticas— es un efecto social de la relación con lo otro, establecida mediante
crítica lacaniana del “sujeto centrado”» (p. 153). A diferencia de Belsey, Ja
meson localiza su aparición después de la revolución industrial y no en el si
glo XVI, porque para él es un resultado del proceso de reificación específico del
capitalismo avanzado (aunque la reificación misma no es un concepto de Alt
husser: de hecho, Althusser lo incluye como parte de la ideología del marxis
mo humanista). Así, mientras que la mayoría de los comentaristas marxistas
han utilizado a Balzac como ejemplo de una ideología burguesa plenamente
desarrollada, Jameson presta atención a esos aspectos de su trabajo que ante
ceden a la constitución del «sujeto centrado». Por ejemplo, muestra cómo en
La Vieille filie el deseo es producido de un modo extrañamente anónimo y
penetrante, por lo que no se atribuye a ningún sujeto localizado particular
mente. Jameson ofrece también un análisis de La Rabouilleuseen términos de
los órdenes de lo imaginario y lo simbólico, argumentando que la ausencia
de un sujeto centrado se muestra en el dominio de lo imaginario y la «expe
riencia mutilada y truncada de lo simbólico» (p. 175): este último represen
tado por el «padre ausente» que se muestra tomando formas familiares y so
cio-históricas.
Finalmente, esto se generaliza (pp. 1 79-184) en una teoría de cómo lo
imaginario y lo simbólico se integran en la ideología a través de la media
ción familiar. Las contradicciones sociales son reproducidas como con
tradicciones estructurales en la familia que, en la forma de una «narrativa
maestra», inconsciente en el sujeto, dan lugar a una serie de resoluciones
imaginarias (fantasías satisfactorias de deseos) que, por su parte, necesi
tan ser apoyadas y validadas por creencias ideológicas, y también ser real
mente plausibles. De este modo el entretejido de satisfacción de deseos y
el principio de realidad es reformulado como el juego de lo imaginario y
lo simbólico en su dimensión transindividual.
El enfoque que tiene Jameson de un psicoanálisis marxista recoge gran
parte de los conceptos fundamentales del debate: construcción del sujeto,
lo imaginario y lo simbólico, la estructura familiar, la ideología, el modelo
capitalista de producción, la historia. Sin embargo, le da mucha menos im
portancia al concepto que crucialmente diferencia la versión postestructu-
ralista del debate de otras anteriores: la práctica significativa. El proyecto de
reunir las teorías lacaniana y althusseriana plantea, de hecho, marcadamen
te, el problema central del postestructuralismo en su conjunto, es decir, la
definición precisa y el papel de la práctica significativa en relación con el
sujeto individual y la sociedad.
Teorías interpretativas
ORIENTADAS AL LECTOR
sdeai
9
Hermenéutica
Introducción
los jueces tienen que interpretar sus significados puesto que las aplican a
casos concretos. Una última área de esfuerzo interpretativo, la hermenéu
tica filosófica, tiene su origen en la Escuela alejandrina con su concentra
ción en la interpretación de Homero y la tradición retórica. Esta rama de
la hermenéutica también experimentó un nuevo despertar durante el Re
nacimiento, cuando los filólogos humanistas buscaban reconstruir las
versiones auténticas de los textos. Relacionado de un modo muy próxi
mo con la protección y con la compresión de la herencia clásica, la her
menéutica filosófica estaba estrechamente ligada con la traducción y con
preocupaciones pedagógicas más generales.
LA HERMENÉUTICA DE LA ILUSTRACIÓN
La hermenéutica de Schleiermacher
del intérprete debería ser, por lo tanto, la de recrear tan fielmente como
fuera posible el estado de ánimo del autor, y la interpretación más fiel era
la realizada por los estudiosos que pudieran ponerse por completo en lu
gar del autor. En realidad, esta visión no carece de base en los escritos de
Schleiermacher; su famoso dictum de que la más alta perfección dentro
de la interpretación debería entender a un autor mejor de lo que él mis
mo sería capaz de hacerlo, sugiere la misma conclusión que esbozó Dilt-
hey. Pero ésta es sólo una visión parcial del pensamiento de Schleierma
cher, y valoraciones más recientes (Szondi, Frank) han aportado con
perfecta coherencia una explicación más completa.
La teoría hermenéutica de Schleiermacher consta en realidad de dos
niveles. El primero es gramatical y tiene que ver con la comprensión del
texto como parte de un universo lingüístico. El segundo, que denomina
psicológico o técnico, supone la particular aportación del autor al material
examinado. En la teoría de Schleiermacher, la comprensión lingüística del
texto no aparece enfrentada a la psicología del autor; más bien ambos for
man parre de un proceso de interpretación en continuo desarrollo. La
comprensión perfecta que Schleiermacher considera imposible— sólo se
podría alcanzar cuando cualquier modo de aproximación al texto produ
jese el mismo resultado, es decir, donde lo individual y lo general coinci
diesen. Por lo tanto, lo que Schleiermacher reclamaba era una aproxima
ción dual a la comprensión. De un lado, los textos y las expresiones son
dependientes de un sistema estructurado de signos supra-individual. Para
alcanzar la comprensión gramatical, el intérprete debe considerar tanto la
comunidad lingüística del lector original como la combinación específi
ca de las palabras. Con los términos Sprache (lenguaje) y Rede (discurso),
Schleiermacher anticipa la distinción de Saussure entre langue y parole así
como aquella entre relaciones paradigmáticas y sintagmáticas. Por otro
lado, el aspecto psicológico o técnico de la hermenéutica no consta única
mente de un estado de ánimo, sino también del estilo o individualidad del
texto. Su hermenéutica se podría concebir como la combinación de un as
pecto estructural y uno fenomenológico. La expresión individual debe en
tenderse e interpretarse sintéticamente como el resultado tanto de un len
guaje personal como de un acto de conocimiento.
Dado que Schleiermacher no concebía la comprensión como la difu-
minación del error ni como el logro de un espíritu en harmonía, la inter
pretación no es ni una empresa finita, ni totalmente lógica. A diferencia
de sus predecesores, introduce la noción de «adivinación» en su teoría
como un momento necesario de la actividad hermenéutica. A pesar de las
apariencias, la adivinación no introduce un elemento irracional en la teo
ría hermenéutica. Puede que la adivinación sea algo que no pueda expli
carse con el lenguaje conceptual, pero tampoco es arbitrariedad, ni sim
ples conjeturas, ni antirracionalismo. Más bien, debería verse como el
modo en que, necesariamente, percibimos al otro como algo extraño a
294 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
they pasa por alto algunos de los más importantes aspectos considerados
por Schleiermacher y por Wílhelm von Humboldt (1767-1835). La dis
tinción que esbozaron entre una estructura del lenguaje supraindividual
y la articulación individual de las expresiones sale de nuevo a la superficie
en el siglo XX en otros contextos (estructuralismo, formalismo ruso). Sin
embargo, la fundamental lingüistificación del concepto de interpretación
postulada por el idealismo alemán reaparece tan sólo en el siglo XX a tra
vés de los últimos trabajos de Martín Heidegger y los escritos de Hans-
Georg Gadamer. Lo que Dilthey hereda y desarrolla es la dimensión psi
cológica de la hermenéutica de Schleiermacher. Dilthey mantiene una
marcada tendencia romántica en su pensamiento, confirmando el espíri
tu fundamentalmente creativo de la crítica en su encuentro directo con
los textos. Para este pensador, la forma más elevada de interpretación se
da cuando el lector alcanza un estado de total empatia con un autor. El
objetivo de la hermenéutica es, por ello, la duplicación de la experiencia.
Empleando nuestra imaginación y nuestros esfuerzos creativos, se nos da
la palabra para revivir o reexperimentar las circunstancias así como los
sentimientos y emociones expresados en los documentos escritos. Noso
tros lo llevamos a cabo trabajando en la dirección contraria, a partir de la
persona que tuvo en realidad la experiencia.
Por ello, el trabajo de Dilthey es especialmente sugerente para la crítica
literaria, y por supuesto no es casualidad que él mismo escribiera amplia
mente sobre cuestiones literarias, y que sirviera de inspiración para una es
cuela completa de estudiosos de la literatura en Alemania durante el primer
tercio del siglo XX. Dilthey consideraba los trabajos literarios como la ex
presión más elevada de la experiencia vivida. Un primer tipo de expresiones
de vida (Lebensaufierungen) la constituyen los conceptos, los juicios y las
ideas; éstos se definen simplemente en términos de contenido y se enríen-
296 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
1 «Das Sein selber isc Zeir» (Gadamer, Wabrheit undMethode [ed. case.: Verdad y
método, Salamanca, Sígueme, 2005], p. 243.
302 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
2 «Sinn isc das durch Vorhabe, Vorsich und Vorgriff strukturierte Woraufhin des
Entwurfs, aus dem her ctwas ais etwas verstandlich wird» (Heidegger, Sein und Zeit
[ed. cast.: El Ser y el Tiempo, México, FCE, 1951], p. 1 51 ■
HERMENÉUTICA 303
3 «Einen Standorr [...] der die Moglichkeir des Sehens beschrankt» (Gadamer,
Wabrheit und Methode [Ed. cast.: Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 2005], p. 286).
4 «Der Horizonr isc vielmehr ecwas, in das wir hineinwandern und das mic uns
mitwardert» (Gadamer, ibid., p. 288).
306 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
6 «Das Verscehen ist selber nicht so sehr ais eine Handlung der Subjektivitat zu
dcnkcn, sondern ais Einriicken ein Überlicfcrungsgcschchcn, in dem sich Vergan-
genheit und Gegcnwart bestanding vermittcln» (Gadamer, ibid., pp. 274-275).
308 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
sal» que nos permite movernos entre los distintos idiomas. Wittgenstein
por ello es capaz de entender la traducción como una transformación que
se adecúa a unas normas generales, pero no puede admitir esas normas
generales en nuestra práctica del aprendizaje del idioma. Para Habermas,
que utiliza libremente a Gadamer para apoyar su argumento, la posibili
dad de traducir está fundada en el uso del lenguaje corriente, y la traduc
ción en sí misma en una extensión de lo que sucede en una conversación
normal. Por lo tanto, lo que une a Gadamer y a Habermas contra Witt
genstein es tanto la idea del carácter dialógico del lenguaje como la oposi
ción a la concepción del lenguaje como un conjunto de reglas formaliza
das. A pesar de ello, Wittgenstein reconoce el lenguaje como una forma de
vida, entiende la práctica lingüística como la reproducción de modelos es
tablecidos. Para Habermas -y para la valoración positiva que hace Haber-
mas de Gadamer— el lenguaje se mantiene como una estructura abierta,
que permite a los interlocutores nativos tanto interpretar las reglas que ri
gen la expresión lingüística como distanciarse de estas mismas reglas.
Habermas también encuentra un aliado en Gadamer en lo que se refie
re a otros dos asuntos. El primero de ellos es su mutua oposición a diferen
tes formas de objetivismo. Para Gadamer, el objetivismo estaba relacionado
en general con el método, particularmente con el de las ciencias de la natu
raleza. Habermas es más preciso en sus denominaciones. En primer lugar,
la autorreflexión hermenéutica se opone al positivismo, pero también re
viste una crítica de base fenomenológica y lingüística de las ciencias huma
nas que conserva vestigios objetivistas. Lo que Habermas encuentra espe
cialmente útil de Gadamer es la idea de la naturaleza siempre definida del
intérprete. Esta idea argumenta contra las reivindicaciones de imparciali
dad no-reflexiva y de precisión científica propuestas por algunas corrientes
dentro de las ciencias humanas. Finalmente, todas las formas de objetivis
mo son incompatibles con la historicidad tal y como la concibe Gadamer.
La historia efectual aporta un antídoto no sólo para las reducciones histori-
cistas, sino también para el pensamiento ahistórico positivista, neopositi-
vista y cuasipositivista. Habermas apoya su opinión (y la de Gadamer) con
reflexiones sobre la historiografía. Las consideraciones de los testigos pre
senciales, a pesar de que puedan ser empíricamente exactas, son inevitable
mente más pobres que la descripción histórica de los acontecimientos en el
transcurso del tiempo. Esto es así sencillamente porque el último observa
dor participa en una lectura más completa y más rica, siendo capaz de en
tender la causa y el resultado de un modo más completo
Estas observaciones sobre la historia llevan a Habermas a un segundo
plano de acuerdo con Gadamer en relación con su reincorporación de la
aplicación a la reflexión hermenéutica. Comprender los hechos histórica
mente significa para Habermas que los entendemos en un esquema de
acción posible. Por ello, la hermenéutica juega un papel importante en la
teoría de la «acción comunicativa» que Habermas desarrollará posterior-
310 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
8 «Sprachc ist auch cin Mcdium vori Herrschaft und soziaier Macht. Sie dient dcr
Legitimation von Beziehungen organisierter Gewalt» (Habermas, Zur Logik derSozial-
wissenschuflen, p. 287; «A review», p. 360).
9 «Dic Antizipation móglicher Wahrheit und richtigcn Lcbens [ist] für jede nicht
monologisch sprachliche Verstiindigung konsriruriv» (Habermas, «Un¡versalirars-
anspruch», p. 155; ed. ing.: «Hermeneudc claim», p. 206).
HERMENÉUTICA 311
analítica ya no estamos tratando con el diálogo habitual, sino más bien con
una comunicación sistemáticamente distorsionada. Al detenerse en los es
critos de Alfred Lorenzer, Habermas bosqueja una hermenéutica profunda
que está guiada por presunciones teóricas concretas más que por un segui
miento de la tradición. Estas asunciones teóricas tienen en cuenta el hecho
de que el lenguaje ya no se utiliza de un modo público, y que no hay con
gruencia necesariamente entre las intenciones, las acciones y el discurso del
paciente. La hermenéutica profunda también presupone una organización
de los símbolos a un nivel prelingüístico; el uso lógico y público que hace
mos de los símbolos que se espera en la comunicación de cada día no es ope
rativo, por ejemplo, en los sueños, como había señalado Freud a principios
de siglo. Por ello, en lugar de «comprensión hermenéutica elemental» (ein-
faches hermeneutisches Sinnverstehen) debemos volver a la «comprensión escé
nica» (das szemscbe Verstehen) («Universalitátsanspruch», p. 137; «Hermeneutic
claim», p. 194), que deja claro el significado de las expresiones y los símbo
los al clarificar el escenario original. El aparente sinsentido en el plano de la
conciencia se explica por causas procedentes de fuentes inconscientes. El sig
nificado no está determinado por un contenido, respondiendo a la pregun
ta «¿qué?», sino más bien en relación con una situación inicial, respondien
do a la pregunta «¿por qué?». La hermenéutica profunda es, por lo tanto,
comprensión explicativa y presupone, no sólo la posesión de capacidad co
municativa, sino también una teoría de la capacidad comunicativa. Sólo
una teoría de la competencia comunicativa puede explicar las deformacio
nes en la situación dialógica normal causadas por el inconsciente en el plano
individual o por el poder y la ideología en una sociedad.
ciencia. La «clase» (type) para Hirsch implica dos cosas: primero, una fron
tera que separa lo que pertenece a ella y lo que no, y segundo, la capacidad
para ser representada por diferentes instancias o por diferentes contenidos.
De ello se deduce entonces que la «clase» asegura que el significado verbal
sea tanto compartible como determinado. La significación, en contraste,
es siempre «significado hacia» nunca «significado en» (mean-
ing-in), Éste se define como cierta relación entre el significado verbal y
algo ajeno a este mismo significado. La variedad y posibilidades de la sig
nificación en un texto literario son, por lo tanto, ilimitadas pero no arbi
trarias. Dado que el significado de un texto está determinado, la significa
ción está limitada de un lado por el significado verbal, pero del otro
porque existe un número infinito de cosas con las que se puede relacionar,
de ahí que sus posibles manifestaciones sean ilimitadas.
La distinción entre significado y significación le permite a Hirsch tener
en cuenta la diversidad de interpretaciones y, al mismo tiempo, asegurarse
un significado determinado. También le ayuda a contestar a los hipotéti
cos críticos, al mismo tiempo que aporta fundamentos para un buen nú
mero de distinciones básicas. Quizá la crítica más evidente de la teoría del
significado determinado de Hirsch podría partir de los teóricos de orien
tación psicoanalítica. Como había mostrado Habermas, la situación ana
lítica parece quedar fuera de la experiencia hermenéutica ordinaria porque
el significado no está unido a la expresión de un modo habitual. Hirsch se
enfrenta con este tipo de objeciones, estableciendo la distinción entre «sig
nos» y «síntomas». Los primeros son voluntarios y convencionales, mien
tras que los últimos son involuntarios e independientes de la convención.
Por ello, las motivaciones inconscientes son consideradas como significa
dos sintomáticos, que son parte de la significación textual perteneciente al
significado invariable asociado a los signos.
Esta separación en dos niveles sobre la que contrastamos los textos, sig
nificado y signos, por un lado, y significación y síntomas, por otro, sugiere
que también son necesarios dos términos para describir nuestra actividad
como lectores, y las facultades desarrolladas al ejercer esta misma actividad.
Hirsch primero emplea el término «comentario» para referirse genéricamen
te a cualquier escrito o conferencia sobre los textos literarios. La «interpreta
ción» es una subclase del comentario, que hace referencia a observaciones
hechas específicamente acerca del significado, mientras que la «crítica» se re
serva para el comentario que se relaciona fundamentalmente con la signifi
cación. Estas distinciones no son originales de Hirsch, como él mismo seña
la, se encuentran claramente en los escritos de Philip August Boeckh
(1785-1867), un filólogo clásico y discípulo de Schleiermacher, quien escri
bió una Enciclopedia y metodología de las ciencias filológicas (1 886) que con
tiene un amplio desarrollo tanto de la hermenéutica como de la crítica lite
raria. Para Boeckh, la interpretación, al igual que para Hirsch, viene a
significar algo similar a lo que supone la crítica intrínseca para el New Criti-
314 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
14 «Ques les hommes sont nes au scin du langage, au milicu du logos» (Ricoeur,
De rinterprétation, p. 38; ed. ing.: Freud and Pbilosopby, p. 30).
318 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Introducción
Edmund Husserl
nar qué es lo que implica ese fenómeno subjetivo. Geiger define una serie
de cualidades que distinguen el placer de otras sensaciones. Primero, el pla
cer no está motivado: está separado de la voluntad, del empeño y de la
emoción. En este sentido, se caracteriza por una pasividad casi pura de re
cepción. Aunque de acuerdo con la teoría fenomenológica de la intencio
nalidad estamos dirigidos hacia el objeto, al experimentar placer permiti
mos al objeto que actúe sobre nosotros. La relación del ego con el objeto es
de entrega (Hingabe). Finalmente, según Geiger, el placer se centra en el
ego, el placer nunca puede ser algo fuera u opuesto al ego. El placer estéti
co se revela como una forma pura de placer, asociado con la distancia, el
desinterés y la profundidad. Es definido como «placer en la desinteresada
contemplación de la totalidad del objeto»1.
En un trabajo posterior, la colección de ensayos Zugange zur Asthetik
{Cuestiones de estética, 1928), Geiger expone su concepción de la estética
fenomenológica en términos más generales. Geiger cita tres modos en
que podemos concebir la estética: como una ciencia autónoma, como
una rama de la filosofía y como una área para la aplicación de otras cien
cias. La preferencia de Geiger por la primera de estas opciones es obvia.
Según él, la estética tiene la función de tratar con el valor estético, que,
por su parte, no es algo que se encuentre en el objeto en la realidad, sino
en el fenómeno, estético. Cuando Geiger dice que debemos prestar aten
ción al reino de los fenómenos, no quiere decir que haya una substancia
nouménica o esencial que estemos abstrayendo, más bien tratamos con
fenómenos porque no hay otra cosa. La estética se preocupa, por tanto,
por las esencias generales, no por objetos particulares. Los efectos del arte
tampoco son importantes, ya que nuestra tarea es extraer principios ge
nerales de fenómenos particulares. Geiger se distancia así de las teorías es
téticas psicológicas tan populares al comienzo del siglo XX. En este senti
do, su discusión de la concentración interna y externa (Innen und
Aufíenkonzentration) es especialmente interesante. En pasajes similares a
los que se encuentran en la obra de T. S. Eliot, Geiger se rebela contra los
tendentes al romanticismo, la puerilidad, el sentimentalismo, la anti-in-
telectualidad y la irracionalidad por juzgar el arte relacionándolo con los
sentimientos propios. Rechazando esta concentración de reacciones in
ternas, Geiger defiende que sólo la Aufíenkonzentration es la actitud espe
cíficamente estética. La experiencia estética debe tener un profundo efec
to en el ego, elevándolo a esferas distantes de la vida cotidiana, aunque ya
la propia relación con un fenómeno estético implica un distanciamiento
que nos permite captarlo en sus características estructurales esenciales.
Román Ingarden
de unos seis años. Sin embargo, al menos en teoría, el texto no podría eli
minar todas las indeterminaciones. Cada obra literaria -de hecho, cada
objeto representado y cada aspecto- posee un número infinito de indeter
minaciones.
La indeterminación y su eliminación desempeñan un papel central en
el retrato que Ingarden hace del proceso de lectura. Según él, interactua
mos con la obra literaria de distintos modos y en distintos niveles. Nues
tra cognición, sostiene Ingarden, se relaciona activamente con el conjunto
de niveles de la obra. El nivel de las palabras y sonidos puede manifestar
se mediante la declamación o mediante la lectura en silencio. Igualmen
te, las lecturas individuales, si son competentes, difícilmente podrán evi
tar actualizar una buena porción de las unidades de significado. Lagunas
en el orden de la secuencia, la denominada segunda dimensión temporal
de la obra literaria también, necesita ser satisfecha para que el texto tenga
sentido. De hecho, si queremos aproximar el mundo representado al
mundo real, entonces el lector tendrá que rellenar las lagunas del texto.
Aunque quizá la actividad más importante que acometen los lectores im
plica completar las indeterminaciones, las lagunas o los aspectos esque
máticos del texto. Ingarden designa habitualmente esta actividad como
«concretización», aunque también utiliza este término, especialmente en
Das literarische Kunstiuerk, para distinguir la percepción de la obra de su
subestructura, para separar el objeto estético del artefacto. En un sentido
limitado, la concretización designa cualquier «determinación comple
mentaria» cualquier iniciativa emprendida por
el lector para concretar las indeterminaciones (Von Erkennen...). Aunque
esta actividad a veces no se lleva a cabo conscientemente, se trata de una
parte esencial de la aprehensión de la obra de arte literaria. Sin la concre
tización, la obra literaria y su mundo representado no superarían su con
dición de estructura esquemática. Ni el texto ni el lector pueden dictar
completamente el resultado, dado que hay un número infinito de posi
bles concretizaciones para cada indeterminación, aunque el texto provea
límites dentro de los que el lector debe operar imaginativamente. De he
cho, Ingarden subraya que la tarea de concretización requiere de creativi
dad al igual que de habilidad y claridad. La variación en las concretiza
ciones puede estar influenciada por factores externos e internos: dado
que la concretización es una actividad individual, las experiencias perso
nales, los estados de ánimo y un amplio conjunto de contingencias pue
den influir en el resultado final. Nunca hay dos concretizaciones idénti
cas, incluso cuando son el producto del mismo lector que lee el mismo
texto en las mismas circunstancias.
En un sentido más amplio, Ingarden emplea el término «concretiza
ción» para designar el resultado de actualizar las potencialidades, objetifi-
cando las unidades de significado y rellenando las indeterminaciones de
un texto determinado. Para que no nos confundamos con el primer uso
336 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
4 «Zugleich liar sie [die Konkrecisacion] ihr zweites Seinsfundament in dem lite-
rarischen Wcrkc selbst und ist andcrcrseits den Erfassungscrlebnissen gegcnüber
ebenso transzendent wie das literarische Werk selbst» (Das literarische Kunstwerk).
FENOMENOLOGÍA 337
alguna para que pensemos que sea posible el acuerdo absoluto respecto a
las estructuras que permiten y condicionan estas concreciones. Aunque
podamos estar de acuerdo en que existen algunas estructuras estables -no
puede negarse la identidad de los signos gráficos en una página—, de ahí
no se sigue que esta estructura sea inmune a los mismos tipos de contin
gencias que afectan a las concretizaciones. Ingarden no ofrece ninguna
regla con la que se pueda decidir si hay indeterminación o cuál es su al
cance o naturaleza. De hecho, si la indeterminación de un texto es infini
ta, el nivel de reconstrucción del que habla Ingarden y el hipotético
acuerdo entre especialistas acerca de las estructuras objetivas serían impo
sibles de alcanzar. Ingarden ha llevado el problema de la determinación
del ámbito de la objetividad representada al del nivel de la estructura y
reconstrucción de la obra estética, pero definiendo la estructura de la
obra literaria en términos de potenciales que pueden desarrollarse de una
infinidad de maneras se niega la propia determinación que Ingarden pos
tula como fundamento de la concretización.
En relación con la determinación, Ingarden duda ocasionalmente
cuando aborda la cuestión de la concretización. Aunque Ingarden permi
te innumerables concretizaciones, cuando trata la cuestión del valor esté
tico, introduce la idea de concretización «adecuada» o «inadecuada». Para
que la concretización de una experiencia estética sea adecuada tiene que
adecuarse a tres criterios: 1) debe basarse en una reconstrucción fiel y pre
cisa de la obra; 2) debe mantenerse dentro de los límites fijados explícita
e implícitamente por la subestructura; 3) debe ser «tan “similar”, tan
“cercana” a la obra de arte como sea posible»5. Ingarden reconoce la difi
cultad que estos criterios, particularmente el último, presentan para su
teoría. Obviamente, la noción de proximidad a la obra carece de sentido
en al menos un nivel, ya que toda la teoría de Ingarden mantiene que la
obra consiste en un esquema que debe ser completado por el lector. Por
esto no podemos hablar de una concretización como más cercana a la
obra que otra, ya que no hay nada concreto a lo que aproximarse. Ade
más, es difícil ver cómo podemos establecer una medida para la adecua
ción de las concretizaciones.
Dado que sólo una teoría orientada a la respuesta del lector completa
mente subjetiva puede eliminar del rodo la noción de adecuación, tal vez
prefiramos aceptar el problema de Ingarden como una cuestión aún irre
suelta. Una dificultad más seria surge, en cambio, en el modo como In
garden ajusta concretizaciones para satisfacer ciertos valores literarios tra
dicionales. Podemos trazar este prejuicio normativo o «clásico» al releer la
descripción de la subestructura de la obra literaria. Aunque en ocasiones
5 «Dem Wcrk móglischt “vcrwandt” ist, ihm “nahe stcht”» Erkennen des li-
terarischen Kunstwerks).
FENOMENOLOGÍA 339
sus últimos libros, La poétique de léspace {La poética del espacio, 1957) y La
poétique de la réverie {La poética de la ensoñaciém, 1961), son las mejores
ilustraciones de su adaptación de la fenomenología a los estudios literarios.
A diferencia de los escritos de Bachelard, la obra de Maurice Blanchot
(1907-2003) nunca ha sido conscientemente fenomenológica, aunque es
obvio que tiene conexiones con el pensamiento fenomenológico, espe
cialmente con la obra de Heidegger. Blanchot es novelista, a la vez que
crítico literario, más que un teórico de la literatura, aunque la mayoría de
sus ensayos sobre obras literarias específicas sean punto de partida para
reflexiones sobre asuntos filosóficos más generales, especialmente sobre la
naturaleza del lenguaje. En comparación con teóricos de la estética feno
menológica, quienes tienden a concebir la obra de arte literaria como el
producto de un mundo en la conciencia del lector, Blanchot subraya la
autonomía lingüística y la prioridad ontológica del texto. En cierto senti
do, la obra literaria es el producto de dos subjetividades o intenciones en
frentadas, la del autor y la del lector. Sin embargo, desde la perspectiva de
la escritura, la obra es una proyección de la conciencia que nunca está
acabada, ya que está destinada a otro tiempo y lugar. De hecho, Blanchot
indica que el escritor está siempre enajenado de su creación, que pertene
ce a un mundo que siempre precede a la obra. Desde la perspectiva de la
lectura, la obra está completa, pero no porque el lector añada algo a lo
que ya existe. Blanchot pone énfasis en el hecho de que la lectura no
cambia nada; más bien, permite que el texto venga a la existencia, para
escribirse o ser escrito, para afirmar su independencia del escritor y el lec
tor. Para Blanchot, una obra literaria funciona para destruir o minar las
subjetividades que aparentan constituirla. En última instancia, se trata
del resultado de una acto impersonal, señalando persistentemente las au
sencias evocadas por su esencia lingüística.
La obra de George Bataille (1897-1962) es quizás aún menos obvia
mente fenomenológica que la de Bachelard o Blanchot. Al igual que este
último, Bataille es un escritor de belles lettres y frecuentemente trata de la li
teratura en el contexto más amplio de la filosofía. Del mismo modo que
Bachelard, parece estar buscando constantes antropológicas en la mente
humana que constituyan el horizonte del pensamiento científico. Vincula
do en su juventud con el movimiento surrealista, Bataille se convirtió rápi
damente en uno de los críticos más influyentes de la escena intelectual
francesa. Devino una de las voces opositoras por excelencia, defendiendo
nociones transgresoras como el crimen y el mal contra la hegemonía de la
razón. Su pensamiento tiene dos conexiones con la fenomenología. Prime
ro, puede considerarse un contrincante del discurso del espíritu absoluto
expuesto en la Fenómeno logia del espíritu de Hegcl. Bataille participó en el
renacimiento hegeliano en Francia durante la década de 1930 y parece ha
ber admirado la dialéctica hegeliana, pero continuamente intenta preservar
los momentos negativos que son recuperados en la Aufhebung (superación.
FENOMENOLOGÍA 347
La Escuela de Ginebra
La crítica no sólo interroga el texto sino que es interrogada por él. La crí
tica conlleva así el encuentro intersubjetivo de una conciencia con otra.
Introducción
2 «Einc solchc Stcllc zcigt sich iibcrall dort, wo man auf Grund der im Wcrk auftrc-
tenden Satze von einem bestimmten Gegenstand (oder von einer gegensrandlichen
Situation) nicht sagen kann, ob cr cinc bcstimmtc Eigcnschaft besitzt oder nicht» (Ro
mán Ingarden, The Cognition ofthe Literay Work ofArt, ed. ing., p. 50).
LA TEORÍA DE LA RECEPCIÓN: LA ESCUELA DE CONSTANZA 365
Los trabajos de Jauss e Iser han tenido una recepción bastante distin
ta entre la crítica literaria de Estados Unidos. Sus respuestas aparecieron
una década después del pronunciamiento inicial de la Escuela de Cons
tanza y, debido a que la escena crítica había estado tan pendiente del postes
tructuralismo y la deconstrucción, no han sido muy amplias. A diferen
cia de la antigua RDA, donde la teoría de Jauss ocupaba el centro del
debate, Iser atrajo más atención en el mundo anglosajón, sin duda debi
do a su ámbito de trabajo (la literatura inglesa) y a su proximidad a tradi
ciones críticas más familiares. A pesar de la generalmente buena recep
ción de Iser, su trabajo no ha dejado de ser controvertido, siendo S tan ley
Fish su principal detractor en Estados Unidos, cuyas reseñas de Der Akt
des Lesens, aparecidas en Diacritics en 1981, generaron un pequeño debate.
Fish objeta a Iser su timidez crítica, afirmando que se trata de un camaleón
teórico, capaz de estar de los dos lados en las cuestiones importantes. Eras
un breve resumen de los argumentos centrales del libro, Fish pasa a exami
nar exactamente cómo Iser logra ser tan inofensivo ante tantos antagonistas
potenciales, y cree encontrar la respuesta a este enigma en el uso que hace
Iser del par determinación/indeterminación. Fish comienza poniendo en
cuestión la validez del primer miembro. Si, según Iser, la actividad del lec
tor consiste principalmente en dar contenido a los vacíos del texto, Fish
pone en cuestión la naturaleza de esos vacíos. Mientras que Iser sugiere
que los vacíos están de algún modo en el texto y, por tanto, son indepen
dientes del lector, Fish defiende que no existen hasta que no son inter
pretados, por lo que la cuestión es tanto de epistemología como de teoría
literaria. Para Fish, la percepción es una actividad mediada que nunca
está «libre de presupuestos», mientras que para Iser hay algunas cosas que
simplemente existen y deben ser captadas por todos los observadores.
Dado que Fish pone en cuestión este aspecto, también ataca la empresa
374 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
ticas que permean un texto. Un tercer modo para comprender los errores de
Jauss conlleva volver a examinar el gran proyecto sintético por el que abier
tamente se lo celebra. Desde esta perspectiva, De Man sugiere que Jauss es
culpable de suprimir la fuerza potencialmente destructiva de la retórica
para completar su unificación de la poética y la hermenéutica mediante
el cortocircuito de la letra escrita.
La naturaleza radical de la crítica de De Man, sin embargo, puede
comprenderse más claramente en conexión con su discusión sobre Wal-
ter Benjamín. De Man señala que el rechazo de Benjamín de la respuesta
en uno de sus primeros textos sobre la traducción no debería verse como
una concesión conservadora a algún modo esencialista de interpretación,
sino más bien como un reconocimiento de la negatividad propia del pro
ceso mismo de la comprensión. De Man cree que «Die Auígabe des Uber-
sctzers» («La tarea del traductor») es especialmente importante porque la
traducción, como proceso interlingüístico, niega la oposición entre el su
jeto y el objeto. Su preocupación principal es exponer las tensiones que
son parte invariable y específica del lenguaje. Siempre hay una distancia
irreductible entre la proposición y la denominación, entre el significado
literal y simbólico, entre lo que se simboliza y la función simbolizadora.
De Man argumenta que la inclusión de un horizonte de expectativa
como punto local de la estética de la recepción lo convierte en una em
presa «conservadora». En relación con la oposición clásico/moderno y
mimético/alegórico, a Jauss debe identificárselo con el par último, ya que
el uso de la metáfora del horizonte para la comprensión implica la per
cepción, por lo que la comprensión está muy vinculada con la sensibili
dad. Así, la categoría de Jauss de la alegoría, que opone a la de mimesis,
está animada por una «estética de la representación» tradicional. Por su
parte, De Man elogia la noción «anorgánica» de la alegoría de Benjamín,
que depende de la letra escrita. Al igual que la traducción y la retórica, el
concepto de alegoría de Benjamín desalía y cuestiona la actividad sintéti
ca, núcleo de la empresa de Jauss. De hecho, para De Man la alegoría es
el proceso retórico que desplaza un texto del reino fenomenológico del
mundo para ubicarlo en el ámbito gramatical y orientado al lenguaje de
la letra escrita. Así, Jauss es culpable de una identificación ilícita de la pa
labra y el mundo que Benjamín elude cuidadosamente. En esta confron
tación atentamente planteada por De Man, la estética de la recepción
aparece como un método que, con todas sus ventajas, no logra romper
con presupuestos familiares y conservadores.
1 Si no se indica de otro modo, todas las citas de Austin remiten a la edición original
de Hoiu to Do Things with Words [ed. cast.: Cómo hacer cosas con palabras, Barcelona, Pai
dós, 2004].
384 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Clarificaciones y ampliaciones
• Alrieri también considera que las revisiones toman dos direcciones, pero su pos
tura, que se articula atendiendo a las diferencias entre Searle y Grice, difiere de la
nuestra (Act and Quality, pp. 76-79).
4 Las dudas que tiene Richard M. Cale respecto al contenido proposicional de
los actos locucionarios en Austin alcanzan aún más contundentemente al análisis
de Searle («Fictive use of language», pp. 326-327).
388 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
5 Cuando aparezcan varias citas breves de un mismo autor, se incluirán ios textos en
su lengua original. «Ccttc coupure qui lui es inherente» (Scándale du corpsparlant, p. 61);
«se definit, pour Austin, par la capacité de manquee son but» (p. 112); «cet excés de l’énon-
ciarion sur son propre énoncé» (p. 105); «une sorre de “reste” energétique» (p. 106); «de
manque, mais plutot de Pacte de manque)» (p. 113)
LA TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA Y LOS ESTUDIOS LITERARIOS 389
11 «Une agonistique» (La condition postmoderne, p. 23); «la joute» (p. 23); «ins-
tances illocutionaries» (Au Juste, p. 72); «le jen dénotacif ou la perrinence appartient
au vrai/faux, le jen prescriprif qui esr du ressor du jusre/injusre, le jeu technique oü
le critére ese: efficicnc/inncficient» (La conditionpostmoderne, p. 76); «portait au pre
mier plan l’invention de “coups” nouvcaux ct meme de nouvellcs regles des jcus de
language» (La condition postmoderne, p. 88).
12 «Chacun de ccs Jeux de langage distribue, si fon peut dire, des roles» (Au Jus
te, p. 178); «rriangle pragmatique», «oublié», «considere comme inessential», «on ne
sait pas qui oblige» (Au Juste, pp. 136-137).
394 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
Dado que críticos como Hernadi, Brewer, Iser y Lyotard usan todos la
teoría de los actos de habla como herramienta de un arsenal crítico más
amplio, es difícil determinar las consecuencias de la teoría de los actos de
habla per se atendiendo a sus trabajos. Otros críticos, sin embargo, han
usado esta teoría de un modo menos sucedáneo para abordar problemas
teóricos específicos. En general, sus investigaciones se han concentrado y
han contribuido a plantear importantes cuestiones acerca de las dos áreas
de solapamiento: la naturaleza de los actos de habla literarios (o de fic
ción) y el papel de la intención.
Primero, la noción de luerza ilocucionaria ha planteado las cuestio
nes acerca de la naturaleza del discurso literario. Aunque Austin excluye
ra de su discusión los actos de habla que no fueran en serio, esta exclu
sión, según Searle, se debía a la «estrategia de investigación» más que a
un dictado metafísico. El discurso de ficción, en otras palabras, no radi
ca esencialmente fuera del ámbito de alcance de la teoría de los actos de13
13 «Sur le méme plan», «il n’y pas non plus de commune mesure entre une pres
cripción ct une proposition dcscriptivc scicntifiquc ou une proposición dcscriptivc
poctique» (Au Juste, pp. 97-98); «interviene», «impurs», «L’ldée de justice ici consis-
tera effecdvement á maincenir la purecé de chaqué jeu, c’est-á-dire á faire considérer
le discours de veritr comme un jeu de langage “proprc”, ou la narration comme un
jeu de lengage “propre”» (Au Juste, pp. 182-183).
LA TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA Y LOS ESTUDIOS LITERARIOS 395
sitario. Sin embargo, desde esta posición general, uno puede moverse en
distintas direcciones. Sus críticos más extremos sostienen que el poeta en
absoluto está realizando un acto habla. Por ejemplo, Monroc Beardsley
afirma que mientras un poema puede usarse casualmente para llevar a
cabo un acto ilocucionario (como cuando ¡lustra un envoltorio de cara
melos), es más habitual que la «escritura de un poema, como ral, no sea
un acto ilocucionario». Esto lo lleva a eludir el papel del autor: la poesía
se convierte en «la creación de un personaje ficticio llevando a cabo un
acto ilocucionario ficticio» (Tbe Possibility of the Criticism, p. 59; véase
también «The concept oí literature», p. 34). Una de las razones por las
que no puede ser un acto ilocucionario es que no hay comprensión ase
gurada. De hecho, «cuando un poema está dirigido a una alondra [...] no
se concibe comprensión alguna» («Concept», p. 33). Esta puesta entre
paréntesis del autor también permite a Beardsley poner entre paréntesis
la intención del autor15.
Richard Ohmann toma una dirección distinta. Comienza con el presu
puesto de que escribir literatura, esto es, «literatura imaginativa», que coin
cide más o menos con la ficción («Speech acts and definition of literature»,
p. 1), es de hecho un acto ilocucionario. Ohmann presta así atención a la
acción del autor, más que a la del personaje, y define una obra literaria
como «z/zz discurso cuyos enunciados carecen de las fuerzas ilocucionarias que
normalmente comportan. Su fuerza ilocucionaria es mimética [...] Una obra
literaria imita a propósito (o narra) una serie de actos de hab a que, de he
cho, no tienen ningún otro tipo de existencia» («Speech acts», p. 14). (De
esto se sigue que una determinada obra puede cambiar de condición de
pendiendo de su uso: «How do I love thee»? de Elizabeth Barrett Browning
no era una obra literaria cuando iba dirigida a Robert como una declara
ción de amor, sino que se convirtió en literatura cuando fue publicada).
Barbara Herrnstein Smith, aunque no utilice la teoría de los actos de habla
explícitamente, sostiene algo parecido cuando dice que el lenguaje de fic
ción es la «representación» de una «proferencia natural», que la poesía no
imita la acción sino el discurso, y que los poetas no «se supone que mien
ten, sino [...] que se supone que no dicen nada en absoluto». En compara
ción con el enguaje ordinario, que siempre ocurre en un lugar y en un
tiempo específicos, la poesía está «históricamente indeterminada» (On the
Margins of Discourse, pp. 25, 111, 140).
Searle liga estas dos posiciones. Coincide con Beardsley en que escri
bir una novela no es un tipo separado de acto ilocucionario. Sin embar
15 Merece la pena observar, como sostiene John Reichert, que Beardsley aquí
«asimila la poesía a la ficción», aunque, por ejemplo, en «Nothing Gold Can Stay» de
Frost «no hay referencias a la ficción o a las cosas que hacen creer. Frost se refería al
mundo donde vivimos» (MakingSense ofLiterature, p. 129). El argumento de Beards
ley, en cambio, aún puede mantenerse como una definición de la ficción.
LA TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA Y LOS ESTUDIOS LITERARIOS 397
go, al igual que Ohmann, Searle define la ficción en términos del acto en el
que se implica el escritor. Searle opone la ficción a la no ficción según la
practica el periodismo, concluyendo que los autores de ficción pretenden
llevar a cabo actos ilocucionarios «serios» como el de afirmar. Esta preten
sión se distingue de, por ejemplo, «pretender que uno es Nixon para enga
ñar al servicio de inteligencia y que te dejen entrar en la Casa Blanca» aten
diendo a su propósito (es decir, no está destinada a engañar al lector). Así,
su consecuente descripción de la ficción como «una pseudo-acción sin áni
mos de engañar» contrasta abiertamente con la de Beardsley. Dado que
«pretender es un verbo intencional [...] el criterio de identificación para de
cidir si un texto es o no ficción debe necesariamente recaer en las intencio
nes ilocucionarias del autor» (Expression andMeaning, p. 65).
Curiosamente, aunque Austin subraya con énfasis que el habla es una
acción, muchos de los críticos que han aplicado su trabajo a la literatura
-incluidos a Beardsley, Searle y, a veces, Ohmann- usan la teoría de los
actos de habla de un modo que reduce (y en algunos casos elimina) el po
der del discurso literario. La teoría paradójicamente sirve para apoyar lo
que Martha Woodmansee, en su abierta crítica de esta tendencia, deno
mina «el dogma de la autonomía literaria» («Speech act», passim). En par
ticular, se recurre frecuentemente a la teoría de los actos de habla en ar
gumentos que niegan la capacidad de la literatura para cambiar el mundo
mediante afirmaciones. La definición que hace Ohmann de la literatura
desde la perspectiva del acto de habla, por ejemplo, confirma la autono
mía de los textos literarios, aunque de un modo especial: «La literatura
está exenta de las conexiones habituales entre el discurso y el mundo que
queda fuera de dicho discurso» («Speech acts», p. 18)16. Richard Cale
mantiene de un modo similar que en la ficción el hablante realiza un acto
ilocucionario cuya cualidad especial es que él o ella «desiste de llevar a
cabo ningún otro acto ilocucionario». Por tanto, el lenguaje ficticio im
plica el «desentendimiento ilocucionario» y su efecto «es drenar la fuerza
ilocucionaria de todos los verbos que aparezcan en su mira» («Fictive use
of language», pp. 335-336).
Hay un corolario a este enmudecimiento del poder literario: aunque
la mayoría de los teóricos de los actos de habla trabajan con el contexto
interno (esto es, el contexto de un determinado enunciado en el texto li
terario), muchos de ellos distorsionan las ideas de Austin reduciendo la
importancia del contexto externo para la comprensión de la literatura.
Smith mantiene que, por ejemplo, el conocimiento de Shakespeare y las
circunstancias bajo las que escribió la obra puede ayudarnos a explicar
16 Dada la política radical de Ohmann, es un signo de poder del dogma que cai
ga en la trampa. Ohmann usa la teoría de los actos de habla para apoyar una posición
políticamente más comprometida en «Speech, literature».
398 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
por qué el acontecimiento histórico de este texto tuvo lugar, pero no pue
de ayudarnos a comprender por qué Hamlet abusa de Ofelia (Margins of
Discourse, p. 34). Incluso actos en los que aparentemente se alude a per
sonajes y acontecimientos reales (por ejemplo, en Guerra, y paz} no son
reales (Margins, p. 11).
Estas tendencias que van contra el contextualismo son atacadas vigo
rosamente por l'homas M. Leitch, quien recupera las observaciones de
Searle de que podemos determinar la implicación de un autor pregun
tando qué se considera un error en el texto. Sin embargo, Leitch usa esta
técnica para desenmascarar la descontextualización que Searle hace de los
actos de habla, en particular su suposición de que el periodismo puede
tratarse como un «caso sin marcar o con un contexto nulo». Más bien,
sostiene Leitch, el periodismo es una práctica social «dedicada no a la ver
dad proposicional sino a informar con precisión (dentro de ciertos lími
tes fijados por las costumbres, la cortesía y la legislación) sobre cierto tipo
de cuestiones» («To what?», p. 161). En lugar de contrastar posiciones,
Leitch plantea la misma pregunta a la ficción: ¿cuál es su objetivo? Esta
cuestión no puede responderse si se presta atención esencialmente a
enunciados individuales, el objetivo de la ficción está en un nivel diferen
te. Lo que se tenga por un error en la ficción depende de la expectativa
del lector y, por tanto, de las convenciones asumidas por la obra en su
conjunto; la ficción debe, por tanto, verse «en el nivel de lo que esas pro
posiciones implican a través de las convenciones de géneros de ficción
particulares» (p. 167).
En este argumento, Leitch sigue líneas de investigación propuestas
por Pratt, cuya definición contextualizada de la literatura es probable
mente el desarrollo más completo de todos los hechos por teóricos de los
actos de habla -y, como consecuencia, el más útil para explicar el acto de
interpretación-. En lugar de complicarse con la distinción ficción/no fic
ción, Pratt atiende a la categoría «literatura» de un modo más general.
Como se ha sugerido más arriba, Pratt concibe la literatura como un tipo
particular de proferencia, como un texto de muestra: un texto que invita
al destinatario a contemplar, evaluar o interpretar un estado de cosas que
es narrable (inusual, contrario a las expectativas o problemático, pero -en
contraste con los enunciados informativos- no necesariamente nuevo).
Estos textos, sin embargo, no son «autónomos, automotivados, objetos
descon textual izados que existen independientemente de las preocupacio
nes “pragmáticas” del discurso “diario”». Más bien, Pratt sostiene que «las
obras literarias acontecen en un contexto y, como cualquier otra profe
rencia, no pueden describirse fuera de ese contexto» (Towarda Speech Act
Theory p. 115).
Según Pratt, ese contexto es institucional, y uno de sus atributos es
que sabemos que una determinada obra literaria que tenemos ante noso
tros se publicó realmente. Este conocimiento permite a los lectores llevar
400 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
nes del autor puedan desecharse a favor de las intenciones de los persona
jes. Como argumenta Steven Mailloux, los actos de habla literarios se
apoyan unos en otros de modo complejo —el acto de habla de un perso
naje puede estar encarnado en «el acto literario de su autor» (Jnterpretive
Conventions, p. 102).
Sin embargo, aceptar la intención del autor como una categoría lite
raria no soluciona el problema de cómo debe tratarse. Eaton, por ejem
plo, reconoce que podemos llevar a cabo un valioso tipo de análisis tex
tual sin recurrir a la intención, para lo que defiende que algunas disputas
acerca de la práctica crítica desaparecen si distinguimos dos operaciones
habitualmente asimiladas. La explicación, sostiene, trata objetos lingüís
ticos (esto es, significados en el nivel locucionario) y es, por tanto, inde
pendiente de la intención. La interpretación, por su parte, trata acciones
lingüísticas (es decir, la fuerza ilocucionaria) y está íntimamente ligada
con la intención del autor («Art, artifacts and intentions», p. 167).
Hancher ve las cosas de un modo distinto, por lo que distingue tres ti
pos de intenciones, paralelas, a grandes rasgos, aunque no exactamente, a
la clasificación de los actos como locucionario, ilocucionario y perlocu-
cionario. (El paralelismo se rompe porque Hancher, al igual que Searle,
acusa a Austin de desdibujar las fronteras entre locuciones e ilocuciones
con su definición de actos reticos.) Con el término «intención programá
tica» Hancher quiere decir «la intención del autor para hacer algo» —por
ejemplo, un sexteto—. Las intenciones activas «caracterizan las acciones
que el autor, en el momento de acabar su texto, enriende que está llevan
do a cabo en ese texto» (por ejemplo, «celebrar la presencia metafórica de
la Pasión de Cristo mediante la imagen del vuelo de un cernícalo»). La
intención final es la de «provocar que pase algo» («Three kinds of inten-
tion», pp. 829-830). (Para dar cuenta de los fracasos o los cambios en la
intención del autor, Hancher también postula una «intención activa pro
yectada», pp. 836-836, que es notablemente distinta de la intención acti
va del texto completo.) La relación entre la evaluación, la interpretación
y la intención varía respecto al tipo de intención implicada, de acuerdo
con Hancher, y se ha generado cierta confusión, especialmente en «The
intentional fallacy» (1946) de Wimsatt y Beardsley, al fusionar estas cate
gorías. La interpretación y la evaluación están profundamente ligadas
con la intención activa, pero no se apoyan en intenciones últimas o pro
gramáticas.
de la teoría de los actos de habla puede exagerar la amplitud del lado pu
ramente «lingüístico» de las instituciones en las que vivimos. Stanley Fish
(quien, como veremos, tiene una actitud ambigua respecto a la teoría dé
los actos de habla) llegó en cierta ocasión al extremo de afirmar que «las
instituciones no son más que los efectos -temporales— de acuerdos en los
actos de habla, y son por tanto tan frágiles como la decisión de someter
se a ellos, siempre bajo la posibilidad de ser rechazadas» (A There a Text in
This Class, p. 215)21.
Otro problema radica en el prejuicio etnocéntrico que surge del recurso
que hace tradicionalmente la teoría de los actos de habla del uso del inglés
conversacional. Michelle Z. Rosaldo, por ejemplo, sostiene que, a pesar de
su potencial teórico, la teoría de los actos de habla tiende en la práctica a
tratar «la acción independiente de su estatus reflexivo como consecuencia y
como causa de las formas sociales humanas». Rosaldo defiende esta afirma
ción mostrando su fracaso para tratar adecuadamente «con el habla de gen
te que piensa y usa sus palabras de modos distintos al nuestro» («The things
we do with words», p. 204). Rosaldo critica particularmente el uso que
hace Searle de la promesa como un acto de habla paradigmático, y su olvi
do de «que las buenas intenciones que ofrece una promesa sólo se las brin
damos a un cierto tipo de personas, y en momentos determinados» y en
ciertas comunidades (p. 211). «El lugar central de la promesa sostiene una
teoría donde las condiciones sobre [sic] la satisfacción de un acto de habla
no atienden primordialmente al contexto sino a las creencias y actitudes
pertenecientes a la identidad privada del hablante» (p. 212).
Sin embargo, aunque los teóricos de los actos de habla han ignorado
frecuentemente el contexto, éste no ha ignorado a la teoría de los actos de
habla: sin lugar a dudas, la razón más importante que explica el declive
de esta teoría fue el cambio de clima crítico acontecido en la década de
1980 —particularmente, la deconstrucción de la teoría de los actos de ha
bla por parte de dos de las voces más importantes del momento, Fish y
Derrida-. Por supuesto que el hecho de ser atacada por estos dos persona
jes dio cierto prestigio a esta teoría, especialmente dado que ambos pro
clamaban, al menos en cierto nivel, su respeto por el proyecto de Austin.
No obstante, este apego a Austin era casi tan destructivo como su crítica,
a lo que se suma que Searle, quien se mantuvo a la cabeza de la defensa de
la teoría frente a la crítica derridiana, no estaba temperamentalmente pre
parado para esa tarea. (La historia de esta teoría hubiera sido distinta si
ese papel lo hubiera ocupado Felman.) Al final, la resolución del debate
21 Véase, en contraste, la admisión que hace Lyotard de que cuando «la fuerza
opera mediante el terror [...] se encuentra fuera del reino de los juegos de lenguaje»;
«On excepte le cas ou [la forcé] opere au inoyen de la rerreur. Ce cas se trouve hors
jeu de langage» {La condition postmodeme: rapport sur le savoir, p. 76).
LA TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA Y LOS ESTUDIOS LITERARIOS 407
23 «Une racine commune» («Sec, p. 383); «partout sous les noms d écriture, de
marque, de marche, de marge, de diflérance, de grefte, d'indécidable, de supplément,
de pharmakon, d’hymen, de parergon, etc.» («Limited Inc.», p. 75)1 «de la mimer, de
la reproduire sur la scene ou [...] dans une citación» («Limited Inc.», p. 61); «sa condi-
tion de possibilité interne et positive» («Sec», p. 387); «Cette possibi&ré fait partie du
préiendu “standard case”. Elle en fait par de de maniere essendelle, i n re ríe u re, perma
nente» («Limited lnc.», p. 61); «si sa formulation ne répetait pas un énoncé “codc” Olí
iterable, aurrement dii si la formule que je prononce pour ouvrir une seance [...]
nétait pas identifiable commc confirme aun modele iterable» («Sec», pp. 388-389);
«en raí son de son i té rabí I ¡té, on peut toujours prélever un syntagma écrit hors de Ten-
chainemetu dans lequel il esr pris ou donné, sans luí faire perdre route possibilire de
fonctionnement» («Sec», p. 377); «possibilité de prelevement et de grefFc citationncl-
le qui appartiencá la structure de toute marque» («Sec», p. 381).
24 kQu\J1c soit rcpétablc —iterable— en Labsencc absolute» («Sec», p. 375); «un signe
écrit comporte une forcé de ruptura avec son contexte» («Sec», p. 277); «étant donné
cette structure d’itération, l’intention qui anime l’énonciation ne sera jamais de part en
part presente a clle-mcmc ct a son contcnu» («Scc, p. 389); «interdit toute saturación
du contexre. Pour q’un contexre soir exhaustivemenr dérerminable, au sens requis par
Austin, il faudrait au moins que l'intention consciente soit totalement présente er ac-
tuallcmcnt transparente a clle-mcmc ct aux autres, puisqu’cllc cst un foyer determinant
du contexre» («Sec», p. 389); «Ce qui esr limité par litérabilité, ce n’est pas l’intentio-
nalitc en general mais son caractcrc de conscicncc ou sa prcscncc a soi (actuellc, plcinc
et adéquare), la simplicité de son rrair, son indivisión» («Limited Inc.», p. 77).
25 Searle tuvo la oportunidad de insistir en estas cuestiones en su reseña de On
Deconstruction [cd. cast.: Sobre la deconstrucción: teoría y crítica después del estructura^
lisnio] de Culler («The Word Lurned Upsidc Down»), pero ésta tenía lugar en un
contexto distinto, estaba destinada a otra audiencia y no respondía a «Limited Inc.»
directamente.
410 HISTORIA DE LA CRÍTICA LITERARIA DEL SIGLO XX
tock y Rob Nixon hacen de su ensayo sobre el apartheid, Derrida usa una
defensa austiniana tradicional no deconstruida: «Si hubieran prestado aten
ción al contexto y al modo de mi texto, no habrían cometido el enorme
error que los ha llevado a entender una proferenciaprescriptiva por una des
criptiva (teórica y constatativa)» («But, beyond», p. 158)26*.
Es importante apreciar que esta imitación del supuesto antagonista
no tiene la misma importancia en Derrida que en Fish. Fish parece con
tradecirse sin ser consciente de ello. Derrida, en cambio, es bastante
consciente de su táctica y, si se lo presionara, podría retorcer el argumen
to una vez más de modo que su propia trampa se convirtiera en una con
firmación más de su posición, una prueba de lo difícil que es escapar a la
red de la metafísica occidental.
En este embrollo no es difícil perder de vista una de las acusaciones prin
cipales de Searle: que Derrida ha equiparado la iteración, el parasitismo y la
cita. Es cierto que la acusación de Searle está hecha de tal modo que Derri
da puede deshacerse de ella, acusándolo de que se trata de una lectura erró
nea. Sin embargo, incluso después de leer «Limited Inc.» es difícil pensar
que Searle no había puesto el dedo en una cuestión relevante, ya que los sig
nificados de los términos y sus relaciones continúan siendo confusos.
De hecho, hay al menos tres problemas serios con las nociones cen
trales e interconectadas de iteración y saturación del contexto. Primero,
el argumento de Derrida presupone que, dado que la posibilidad de la
iteración es esencial para los actos de habla, consecuentemente un análisis
de ellos debe ser importante. Sin embargo, como el propio Austin podría
responder, esa posibilidad, aunque esencial, no es en absoluto distintiva
de los actos de habla. En su análisis imaginario de una persona que pre
tende ser una hiena, recostándose y aparentando dormir, Austin observa
que «una pretensión no debe ser sólo “como si'’, sino distintivamente como
el genuino objeto simulado» (Philosophical Papers, p. 266). De igual
modo, la caracterización y el análisis de una acción o entidad debe ape
garse a lo que es distintivo de esa acción o ente. La iterabilidad, sin em
bargo, no es en absoluto distintiva de los actos de habla, ya que todos los
actos -de hecho, todo lo que existe (y la mayoría de las cosas que no exis
ten)— pueden imitarse en una obra de teatro.
Segundo, la teoría de Austin ni presupone ni requiere que el contexto
esté completamente determinado. Más bien lo contrario; Austin es bastan
te consciente de que las situaciones (incluso las imaginarias) nunca pueden
ser descritas totalmente (PhilosophicalPapers, p. 184). Esto no le preocupa,
en parte debido a su noción contextual de la verdad. Lo que le importa no
28 Sur en terrain d’unc ncutralité bien inccrtainc, dans une rcvuc ct a l'initiativc
d’enseignanrs done la plupart sont (plus o moins) américains mais s'y connaiscnr
mieux que quiconque, dans leur travail et dans leurs [sic] producción, en migrations
ct dcplacemcnts. Leur situation politico-universitaire cst tres origínale ct leur role
dans ce debat, qu’il aic lieu ou non, decisif («Limited Inc.», p. 10).
13
Otras teorías orientadas al lector
Introducción
tros y en otros», para la «constancia que colorea todas las fases de la vida
de un individuo» (pp. 55-56). «Si un lector ha respondido positivamente
a una obra literaria, ha sido capaz de juntar elementos de la obra de
modo que representan su estilo de vida» (pp. 1 13-1 14). Holland distin
gue cuatro grandes principios de lectura: «el estilo se busca a sí mismo»,
«deben controlarse las defensas», «las fantasías engendran fantasías» y el
«personaje lleva a cabo cambios personales» (pp. 113-123). La primera es
la «idea omniabarcadora» que resume las otras (p. 113). «El estilo se recrea
a sí mismo. Todo lector construye una experiencia a partir de una obra li
teraria que es característica para el, es decir, una variación sobre su tema
de identidad» (p. 286) -un tema que discute en términos estéticos, com
parándolo con temas del ámbito musical o en las obras teatrales de Shakes
peare («Ellen», p. 348).
Otros críticos, más tendentes a la semiótica que a la psicología, se
concentran en los procedimientos compartidos -en particular, las con
venciones de la interpretación- que permiten que se dé la lectura: identi
ficar «las convenciones y las operaciones mediante las que cualquier prác
tica significativa (Culler, The Pursuit of Signs, p. 48). Así, un objetivo de
Eco sería «representar un texto “ideal” como un sistema de nodos o nexos
y establecer en cuáles de ellos se espera y solicita la cooperación del mo
delo del lector» (Lector in fabula..., ed. ing., p. 11). En un nivel más con
creto, mi Befare Reading recoge algunas de las reglas específicas —reglas
que están ya dispuestas antes de que el lector acometa un texto determi
nado- que los lectores aplican a los textos con el objetivo de transformar
los en un objeto manejable. Aunque las reglas específicas varían depen
diendo de la historia y del género (que son una razón para la disputa
interpretativa), generalmente entran dentro de una de las siguientes cua
tro categorías: reglas de reconocimiento (que crean una jerarquía de im
portancia subrayando detalles particulares de un texto), reglas de signifi
cación (que nos dicen cómo obtener el significado de esos detalles, por
ejemplo tratándolos irónica o metafóricamente), reglas de configuración
(que nos capacitan para predecir el curso futuro de la narración -predic
ciones que pueden satisfacerse o no, pero que en cualquier caso influyen
en las reacciones del lector—) y reglas de coherencia (que nos ayudan a
darle un conveniente formato compactado a la obra en su conjunto).
¿Quién lee?
revelaba sobre todo los clichés de las distintas subculturas y discursos cul
turales que operan para constituir la conciencia de los estudiantes uni
versitarios estadounidenses. Five Readers Reading puede interpretarse
como la confirmación del axioma [...] de que la individualidad del sujeto
cional: «Un texto literario es un objeto fijo pero complejo» con un «nú
cleo de significado» que el lector está más o menos dispuesto a aceptar.
Una vez que el crítico ha explicado su núcleo, está en disposición «de pre
sentarlo formalmente como el significado cultural completo del texto y
sugerir que la necesidad de afirmar su necesidad es una explicación ade
cuada de la popularidad del libro» {Reading the Romance, p. 5).
Sin embargo, como el tema en cuestión no es la pregunta teórica de
cómo los lectores deben leer, sino la pregunta empírica de la importancia
cultural de un fenómeno histórico particular, parece oportuno preguntar
si esos análisis tradicionales corresponden de hecho a la realidad social.
Esta pregunta no sólo conduce a Radway a emprender un estudio de las
fuerzas sociales y económicas que subyacen en la popularidad de las nove
las románticas, sino que la lleva a entrevistar a lectores reales. Para hacer su
tarea manejable, se concentra en un grupo seleccionado de mujeres que
son lectoras compulsivas de novelas románticas, y (siguiendo a Clifford
Geertz) desarrolla una «densa descripción» de su comportamiento.
Estas entrevistas se revelan decisivas, ya que Radway encuentra que los
procedimientos interpretativos de sus lectoras -y, por tanto, el significado
de los textos para ellas y su motivación para leer—son radicalmente distin
tos a los postulados por los formalistas, quienes intentan explicar sus ac
ciones. Aunque Radway se ve obligada por las evidencias a abandonar el
modelo de un lector implícito (al menos para este tipo de valoración cul
tural) y en su lugar lleva a cabo un análisis «desde dentro del sistema de
creencias aplicado por sus lectoras a un texto» (p. 78), no está dispuesta,
en cambio, a dejar de lado la cuestión de la subjetividad individual. En su
lugar, buscando solapamientos significativos entre sus lectoras, Radway
desarrolla la noción de lector compuesto —una abstracción hipotética,
pero que proviene de entrevistas con lectores auténticos-. Y aunque no ex
trapola este caso de estudio a la lectura de novelas románticas en general,
sí es capaz de generalizar acerca de sus actividades como grupo.
En particular, Radway viene a ver la actividad de leer como una ac
ción compensatoria resultante de las necesidades psicológicas de las mu
jeres. Trabajando en parte dentro de la senda dispuesta por Nancy Cho-
dorow, Radway argumenta que la fuente de estas necesidades radica en
específicas asimetrías de género culturales y sociales. Las mujeres que es
tudian tienen «la tarea psicológicamente exigente y emocionalmente ago
tadora de atender a las necesidades físicas y afectivas de su familia, una la
bor que es sólo y exclusivamente de ellas» (p. 92). Las novelas románticas
les proporcionan «una visión utópica en la que la individualidad femeni
na y un sentido de identidad se advierten compatibles con el cuidado y el
abrigo de otro» {Reading the Romance, p. 55). Para las mujeres que se en
cuentran en circunstancias extremas, las novelas brindan un modo de «leer
se fuera de una situación mala» (p. 71). Aunque, al fin y al cabo, su in
terpretación sigue siendo —algo de lo que Radway es consciente- sólo
OTRAS TEORÍAS ORIENTADAS AL LECTOR 431
la, ed. ing., p. 24): incluso «andanzas inferenciales» fuera del texto «no son
meras iniciativas veleidosas por parte del lector, sino que son provocadas
por las estructuras discursivas» {op. cit., p. 32). Mientras que algunos tex
tos ofrecen mayor libertad a los lectores, «cada texto, no importa lo abierto
que sea, está constituido, no como el lugar de todas las posibilidades, sino
más bien como el campo de las posibilidades orientadas» {op. cit., p. 76).
De hecho, paradójicamente, ya que los textos abiertos están más restringi
dos en el «lector modelo» que proponen (el lector modelo de Ulises está
definido de un modo más restringido que el de Supermari), brindan menos
oportunidades para implicarse en una interpretación que no sea premedi
tada por el texto.
No son sólo los semiólogos quienes ven límites en el texto. La teoría
de transacción de Louise Rosenblatt que reduce el papel del autor («en
cualquier acto de lectura real, el autor no aparece») { The Reader, the Text,
thePoem, p. 20), comienza con una distinción entre un texto («signos in
terpretables como símbolos lingüísticos») y un poema («la experiencia
moldeada por el lector bajo la guía del texto») (p. 12). Aunque Rosen
blatt concibe la lectura más abierta e imaginativa que Rifiaterre, y aun
que abraza una pluralidad de criterios para evaluar las interpretaciones,
sin embargo insiste en las limitaciones que impone el texto (que distin
gue del «estándar fijo» que conlleva el «sistema de normas», p. 129). Para
ser válida, una interpretación no debe «ser contradicha por ningún ele
mento del texto» y no debe proyectar nada «para lo que no haya un fun
damento verbal» (p. 115).
En contraste con los teóricos que ven al texto imponiendo ciertas li
mitaciones a la interpretación, están los críticos retóricos que conciben
las actividades del lector implícito controladas por el deseo del autor de
comunicarse. Por ejemplo, la concepción de la lectura de Booth, como la
de Burke, deja intacta la noción de un autor que guía la lectura. De he
cho, aunque 7’¿¿> Rethoric oj Fiction es frecuentemente atacada por su
moralismo, el valor fundamental que anima los juicios de Booth es la co
municación per se, y está por ello menos dispuesto a condenar a los auto
res cuyas intenciones son moralmente sospechosas (una cuestión a la que
no da cabida el aparato teórico de The Rhetoric of Fiction) que a aquellos
desorientados por fallos técnicos.
Como ya hemos visto, Booth no argumenta que los lectores deban so
meterse (mucho menos que se sometan) sin rechistar a las demandas del
autor. De hecho, reconoce la importancia de ir más allá de lo que deno
mina «sobrecomprender» (overstanding), que puede incluir «juzgar una
obra atendiendo a criterios políticos, morales, psicoanalíticos o metafísi-
cos» {Critical Understanding, p. 284). Sin embargo, cree que los lectores
deben comenzar por comprender -mediante el reconocimiento de la in
tención del autor- y pide a los lectores que sean humildes en su inter
cambio con el autor. Una máxima básica, irónicamente denominada la
OTRAS TEORÍAS ORIENTADAS AL LECTOR 433
rechos de autoi
a presente obra aborda en sus distintos capítulos las más influ
yentes y controvertidas áreas de debate de la teoría literaria del siglo
pasado: aquellas que, habiendo nacido y tenido su desarrollo en Eu
ropa, han supuesto un impacto fundamental en el mundo académico
dentro del campo de los estudios literarios, cuyo curso han logrado
reorientar.
Se trata del primer libro sobre el tema que logra entablar un diálogo
sistemático con la historia de algunos de los más profundos e im
portantes movimientos intelectuales del siglo xx.
akal