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El despertar del dragón

La cumbre del G-20 celebrada esta semana en Londres puede consagrar


a China como uno de los actores principales de la política mundial

TIMOTHY GARTON ASH


EL PAÍS - DOMINGO - 05-04-2009

Es posible que el 2 de abril de 2009 (fecha de la cumbre del G-20 en


Londres) pase a la historia como el día en el que, mediante la catálisis de
una crisis económica mundial, China surgió definitivamente como
potencia mundial del siglo XXI. Hace sólo unos meses, en las capitales
occidentales se hablaba todavía de si dignarse invitar a China a
incorporarse al club del G-7 más Rusia. Ahora casi todo el mundo ha
aceptado ya que el G-20 es la nueva mesa fundamental de la política
mundial, y que China es uno de los actores principales. La pregunta hoy
es: ¿qué tipo de potencia mundial será China?

Hasta hace poco, la política oficial china era de demostración de


modestia: el dragón vestido de lagarto. Sí, buscaba un "mundo
armonioso", nada menos, pero quedaba sugerido que el mejor servicio

que podía prestar China a ese propósito era su propio desarrollo interno
pacífico. China alzaba la voz sólo en cuestiones relacionadas
directamente con su desarrollo económico y sus intereses de Estado

inmediatos. Ahora da la impresión de que, poco a poco, está superando


ese paradigma de la modestia. A medida que, en esta crisis, el mundo le

pide más, China también empieza a pedirle más al mundo.


El ejemplo más destacado es un reciente artículo del gobernador del
banco central del país en el que sugiere la creación de una divisa de
reserva internacional, por encima de las soberanías, "que esté
desconectada de los países individualmente". En otras palabras, no el
dólar estadounidense. La idea de ampliar la pauta de los Derechos
Especiales de Giro del FMI, basada en una cesta de divisas, ha sido objeto
de numerosas discusiones, entre otros, por parte de un grupo de
expertos de la ONU dirigidos por Joseph Stiglitz. Pero esta idea adquiere
un cariz especial cuando es el gobernador del banco central de China
quien sugiere que se derroque al dólar de su trono. El miércoles pasado,
en Londres, Gordon Brown y el presidente Hu Jintao hablaron de dar a
China más poder de voto en el FMI a cambio de una mayor aportación
financiera. Una sugerencia totalmente razonable.

En febrero, el vicepresidente Xi Jinping, presunto heredero de Hu Jintao,


despotricó ante un público chino en México sobre los países ricos y
poderosos que "juegan" con los pobres. ¿En quién estaría pensando? El
año pasado, un alto funcionario del Ministerio de Defensa chino dijo que
el mundo no debería sorprenderse si China construye un portaviones
propio. Pekín y Washington han chocado en público sobre el volumen del
gasto de defensa chino. Y, al mismo tiempo, a los chinos les fascina la

idea -inicialmente propugnada por un profesor estadounidense- de contar


con un G-2 dentro del G-20. China y Estados Unidos, que formarían ese
grupo de dos, serían para el mundo lo que el eje franco-alemán solía ser

para Europa.

China también está invirtiendo más en diplomacia pública; hay casi 300

institutos Confucio en todo el mundo y ha aumentado el número de

emisiones de radio internacionales y artículos de líderes chinos en los


periódicos occidentales. El poder blando va camino de convertirse en una
expresión común en chino. Es decir, China está intensificando sus
esfuerzos en las tres dimensiones clave del poder: económica, militar y
blanda.

Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Hasta ahora, China ha
capeado el temor a la crisis económica mejor que Estados Unidos. Los
millones de trabajadores emigrantes que se han visto de repente sin
empleo no han sacudido todavía el sistema. Sin embargo, quedan aún
pruebas mayores. Stephen Roach, un veterano observador
estadounidense de la economía china, dice que en el último trimestre de
2008 tuvo un crecimiento "muy próximo a cero", en comparación con el
trimestre anterior.

A largo plazo, la pregunta importante para China sigue siendo: ¿es


posible combinar la política autoritaria con la economía de mercado? O,
para decirlo de forma más positiva, ¿es posible una evolución controlada
y paso a paso de este sistema político para convertirlo en uno más
receptivo, transparente, responsable y, por tanto, duradero?

Seamos optimistas y supongamos, por suponer, que China consigue

superar estos retos internos y continúa su ascenso pacífico. Entonces


¿qué? ¿Qué tipo de potencia mundial desearía ser? Nadie lo sabe, ni los
propios chinos. La respuesta dependerá de una generación de dirigentes

que aún no está en el poder y de unos jóvenes chinos que todavía no


tienen prácticamente opinión. No podemos limitarnos a extrapolar a
partir de las actitudes de las generaciones mayores, influidas por los

recuerdos del colonialismo, la guerra civil y la revolución cultural.


Parece probable que, en un futuro próximo, China siga dando enorme
valor a la soberanía sin reservas (una soberanía que los Estados
europeos, en su mayoría, ya no ejercen ni predican), la unidad de la
madre patria (incluido Tíbet), un respeto con numerosas restricciones
(sensible a cualquier insinuación de humillación colonialista) y las
exigencias de su propio desarrollo económico. Mientras sea posible
mejorar las relaciones con Taiwan por medios políticos y económicos, no
parece que China, a diferencia de Rusia, vaya a ser una potencia
revisionista, ni mucho menos expansionista. Su estilo actual de política
exterior, aunque a menudo terco, es pacífico, precavido, pragmático y
evolutivo.

Ahora bien, aparte de esto, nadie sabe cómo se comportará China en su


papel de actor principal dentro del sistema internacional cuando se le
diga que, le guste o no, tiene que hablar y actuar sobre aspectos muy
alejados de sus intereses nacionales. A diferencia del caso de Estados
Unidos, Reino Unido y Francia, la historia de China durante los últimos
200 años no ofrece unas tradiciones de política exterior -como las de
Jefferson, Jackson, Hamilton y Wilson que detectó Walter Russell Mead
en la política exterior estadounidense- que sirvan de referencia para sus
actuaciones futuras como gran potencia. Algunos analistas, tanto

occidentales como chinos, han tratado de remontarse más atrás en la


historia china, a las tradiciones del confucianismo o el llamado legalismo,
en busca de señales culturales enterradas. Pero, aunque es un salto

interesante, es excesivo.

Parece probable, pues, que las autoridades chinas construyan su propia

tradición sobre la marcha. Si la receta pragmática de Deng Xiaoping para

la reforma interna fue "cruzar el río tanteando las piedras", China cruzará
los océanos tanteando las aguas. Ello significa que todo dependerá, en
gran medida, de la acogida que le deparen las potencias que hoy día
establecen la mayor parte de las prioridades en la política mundial, en
especial Estados Unidos y la Unión Europea. Es decir, el proceso de
definir qué tipo de potencia mundial va a ser China será profundamente
interactivo.

Por ejemplo: ¿cuál es la actitud china respecto a una política exterior


europea más unificada? "Depende", es la respuesta que me ofrecen
algunos de los especialistas chinos más informados sobre Europa.
Depende, sobre todo, de la actitud política de Europa respecto a China.
Especialmente en el caso de los miembros más jóvenes de las élites
chinas, que están deseando estudiar en Occidente y aprender de
Occidente... para luego seguir haciendo las cosas a su manera.

El decenio que comienza en 2010, por tanto, será un periodo de


formación. La reunión de Londres debería ser el punto de partida para
que en Occidente acojamos a China como actor importante y
participante de pleno derecho en el orden internacional liberal erigido
desde 1945. En vez de resistirnos a las peticiones chinas de tener más
voz en las organizaciones internacionales, debemos ser nosotros mismos

quienes se la ofrezcamos. Y luego, a lo largo de los próximos años,


debemos, con paciencia y constancia, dejar claro que los principios
esenciales del orden internacional liberal no reflejan solamente unos

valores occidentales, sino unos valores universales. Es lo que decía la


Ilustración, y en mi opinión es verdad. No será fácil, sobre todo en los
asuntos más delicados que ocurren dentro de las fronteras chinas, pero

la China de hoy está llena de mentes inteligentes y abiertas. Todavía

tenemos mucho que ganar.

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