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¿Actualmente Democracia y Participación Ciudadana Son Algo Válido en Nuestra Sociedad?

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¿Actualmente democracia y participación ciudadana son algo válido en

nuestra sociedad?

Para la mayoría de las personas, el hablar de democracia es lo mismo que hacerlo de votos y
elecciones a la hora de decidir quién gobernará. Esto es correcto, pues, la democracia es un orden
colectivo, es decir, un conjunto de leyes y mecanismos que funcionan como herramienta o
tecnología social, cuyo propósito principal es solventar un problema tan inevitable como universal:
quién va a gobernar y por cuánto tiempo lo hará (Sartori, 1924).

Actualmente en la elaboración de políticas vemos que no siempre se incluye a la ciudadanía


democráticamente. ¿Y por qué? Unicamente por el hecho de que sin importar de donde lo miremos,
las acciones públicas siempre estarán encaminadas a alcanzar objetivos deseados, medios y fines
para generar cambios en el comportamiento de individuos o colectividades, preferencias en las
decisiones y nuevas formas de relación, que contribuyan a modificar aquellas situaciones percibidas
como insatisfactorias o problemáticas, o simplemente para alcanzar metas y objetivos públicos. Por
lo que para esto mismo, aveces la ciudadanía puede perjudicarles a las autoridades. Y así mismo se
deja de lado la tan anhelada protagonista del presente ensayo...

Por otro lado no debemos olvidar que las políticas públicas también están sujetas al tipo de Estado y
al régimen de gobierno (de bienestar, neoliberal, conservador, etc). Pues esto marca las
características del gobierno y las formas en que este va a intervenir a través de políticas públicas, es
decir: el cómo, en qué y hasta dónde se hará la intervención.

Las políticas públicas, desde esta perspectiva, surgen como el engranaje más relevante para
promover y encauzar las demandas sociales e impulsar la transformación social a través de una
participación ciudadana real y efectiva. En este sentido, las políticas públicas cumplen un papel
fundamental en la gobernabilidad en cinco planos (Tomassini, 1996: 26).

En algunas colectividades, el asunto se resuelve siguiendo un criterio de edad: que gobiernen los
viejos, hasta su muerte. Este es el caso de algunas sociedades africanas, por ejemplo, las cuales han
sido estudiadas en detalle por la ciencia antropológica. En otras, la solución ha consistido en que
gobiernen los más fuertes o carismáticos y que sus hijos los sucedan. Ejemplo de ello son los
grandes imperios que el mundo ha conocido.
El punto es que todos los grupos humanos, sean “modernos” o “primitivos”, “desarrollados” o
“subdesarrollados”, etc, tienen que decidir quién gobernará y por cuánto tiempo. La democracia
debiese ser, precisamente, como ya mencioné, una forma de solucionar este problema: de manera
periódica, sin trampas ni manipulaciones, así como recurriendo a la regla de una persona- un voto,
para que los ciudadanos mismos decidan quién los gobernará (conciderando la duración del
mandato, si hay reelección o no, etcétera. (depende de las preferencias de cada sociedad)).

La democracia importa porque provee de libertad al individuo. (J.Tompson, 1965)


En esencia, la libertad es de importancia porque provee un marco que permite que el individuo
“sea”, es decir, que se desarrolle plena y satisfactoriamente. Sin libertad, las personas no pueden
decidir a qué dedicarse, dónde vivir, qué estudiar, cuántos hijos tener e incluso cuestiones como qué
tipo de ropa vestir. De hecho, en ausencia de libertad se puede dar el caso de que al individuo
incluso se le diga, o se le pretenda decir, qué pensar. Un ejemplo de lo anterior está dado por algo
que suele ocurrir en los países que se autodenominan “democráticos”, pero que, en realidad, están
lejos de serlo: los asesinatos de periodistas que expresan opiniones distintas a las “oficiales” o,
simplemente.. diferentes a las de un grupo en particular. Otro ejemplo, de lo que sucede cuando no
hay libertad es lo que le pasó a la comunidad judía en Alemania durante la época nazi: nada más por
ser judíos, millones de personas perdieron sus trabajos, sus casas, sus familias y, en muchos casos,
hasta sus vidas. En una democracia de verdad esto nunca hubiera sucedido, pues, al garantizarse los
derechos básicos de toda persona, nadie, ni siquiera por decisión de la mayoría, podría haber hecho
con los judíos lo que los nazis hicieron.

Libertad y democracia son, entonces, cruciales. Sin embargo, no sólo lo son por lo hasta aquí
señalado, sino también porque incentivan, precisamente, la generación de riqueza, es decir, le dan
empuje al progreso económico. ¿Por qué? Partamos por este simple hecho: toda persona requiere de
una fuente de ingreso, es decir, de un empleo, ocupación u otro, que le permita ganarse el pan, la
margarina o buen chileno “los porotos”. Dado lo anterior, si los individuos se desenvuelven en un
ambiente en el que se sienten seguros, pueden decidir qué hacer de su vida, acumular ahorros,
comprar una casa, abrir un negocio o invertir en el negocio de alguien más y, paralelamente, en caso
de que así lo requieran, reciben apoyos para educarse, capacitarse, no estar sumidos en la pobreza,
sobre todo de oportunidades, y al permanecer saludables buscarán satisfacer sus necesidades
económicas de acuerdo a sus propios intereses, necesidades, capacidades, entre otros. Al hacerlo,
cada uno de ellos contribuirá a la expansión de toda la economía. En particular, la libertad es quien
nos encamina a la innovación, es decir, a que las personas den rienda suelta a sus ideas y proyectos,
lo que suele derivar en mejoras tecnológicas que le dan fuerza y dinamismo al crecimiento
económico, lo cual es benéfico para todos.

Entonces bien, no está de más recordar que la diferencia clave entre una democracia y un sistema
autoritario consiste en que mientras que en aquélla se le garantizan ciertos derechos básicos a
quienes no son la mayoría, es decir, a quienes no tienen la fuerza necesaria para encabezar a la
sociedad, en aquél el individuo se encuentra desprotegido ante los abusos provenientes tanto de la
autoridad así como de otras personas. Por eso, lo mejor es la democracia: dentro de su marco, las
fuerzas políticas conviven civilizadamente. Y por eso mismo es que la oposición más relevante es la
democrática.

En virtud de lo expuesto, podemos afirmar que al hablar de democracia nos referimos, entonces, al
sistema democrático de naturaleza liberal. En dicho sistema los votos, y el respeto a éstos, claro
está, son condiciones sine qua non: donde no hay elecciones periódicas y limpias para renovar el
gobierno o, en su defecto, no son respetadas, no hay democracia. Lo mismo vale para las leyes que
potencian la libertad: sin un marco legal que respalde al individuo, la democracia no es tal. Lo
anterior se traduce en que, en una democracia de verdad, quien detenta el poder debe utilizarlo no
para abusar de los gobernados sino para protegerles de cualquier atropello, sin importar de dónde
provenga éste.

Hablar de los procesos políticos, de construcción de políticas. Implica hablar de los actores sociales,
cuya intervención no debe ser vista como una simple tecnología de gobierno. Para hablar de una
participación ciudadana real en las políticas públicas, es necesario estar en regímenes políticos
democráticos y en sociedades democráticas, donde existan los instrumentos y mecanismos
democráticos que permitan a los ciudadanos y ciudadanas participar activamente.

El desarrollo actual es visto como una consecuencia de las políticas públicas, pero no como un
elemento del proceso de la producción de estas, «quizá porque el círculo perverso desigualdad,
pobreza, exclusión, desarticulación social genera la “salida” de los sectores sociales excluidos»
(Canto Chac, 2008: 19). Con esto hago referencia a que es usual enfrentarse a un problema de
endogeneidad, pues es muy complicado exigirle a la sociedad participación en las políticas si no se
le satisfacen sus necesidades básicas o si no tienen los niveles de educación básicos para ejercer la
participación que se les otorga por derecho a través de mecanismos e instituciones participativas.
Paralelamente, el gobierno tiene que ser el primero en respetar la ley, además de que nunca
violentará los derechos de nadie y siempre respetará, y hará valer, los resultados electorales.
Pero más allá de los votos y de las leyes, la democracia también conlleva que la autoridad, en
nombre de la colectividad, implemente políticas públicas conducentes a que todo individuo pueda
ejercer su libertad de manera efectiva, es decir, sin limitaciones dadas por la pobreza y, sobre todo,
la falta de oportunidades. 

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