Resumen Del Ministerio Publico de Jesus
Resumen Del Ministerio Publico de Jesus
Resumen Del Ministerio Publico de Jesus
Ninguno de los autores de los cuatro evangelios revela su nombre. Pero el autor del cuarto
Evangelio es Juan, quien se refiere a sí mismo cinco veces como “el discípulo a quien
Jesús amaba” (Jn 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20). Un padre de la iglesia, Irineo, escribió que
Juan redactó el cuarto Evangelio mientras vivía en Éfeso, donde permaneció hasta los
tiempos de Trajano (emperador romano, 98‒117 d. C.). La mayoría de los eruditos piensan
que Juan escribió su Evangelio entre los años 80‒95 d. C. Esto ocurrió probablemente
veinte años después de que Mateo, Marcos y Lucas se escribieran.
Los capítulos 1‒12 presentan el ministerio público de Jesús y cubren cerca de tres años.
Los capítulos 13‒17 enfocan el ministerio privado de Jesús con sus discípulos durante un
periodo de 3 a 4 horas.
Los capítulos 18‒21 narran acerca del ministerio público de Jesús, el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo. Estos capítulos finales cubren el juicio, la crucifixión, la
resurrección y unas cuantas apariciones a sus discípulos, posteriores a su resurrección. Juan
18‒21 cubre un periodo de unos cuantos días.
Juan escribió tanto para incrédulos como para creyentes. Él deseaba que los incrédulos
empezaran a creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, de manera que pudieran recibir
vida espiritual eterna. También, Juan deseaba que los creyentes continuaran creyendo de
manera que conservaran su vida eterna.
Podríamos llamar el Evangelio de Juan “la defensa de Cristo”. En el principio (Juan 1:1-
18), Juan nos dice lo que él nos mostrará en su Evangelio. Él enfatiza que Jesús es el Hijo
de Dios, quien ha venido en carne a la tierra, y aquellos que lo reciben, se convierten en
hijos de Dios (Jn 1:1-2, 12). Entonces, al final de su Evangelio, Juan resume otra vez su
propósito (Jn 20:31). Así que vemos que el principio y el final del Evangelio de Juan son
como dos sujeta libros en que cada uno revela su propósito. Y en medio, Juan proporciona
evidencia de que Jesús es ciertamente el Mesías, el Hijo de Dios.
Juan presenta una defensa poderosa y persuasiva de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.
Aun así, las respuestas hacia Jesús varían. Algunos lo aceptan como Salvador y Señor,
mientras que otros lo rechazan. En el Evangelio de Juan, pareciera como si Jesús estuviera
en un juicio. Pero de una manera indirecta, toda persona en la tierra está en el proceso de un
juicio. La pregunta es: ¿Cuál es su decisión acerca de Jesús? Aquellos que creen en Jesús y
obedecen se juzgan como dignos de vida eterna, y la reciben. Pero los que rechazan a Jesús,
rechazan el único perdón de Dios por los pecados.
Juan usa la palabra creer para enfatizar relación. La palabra “creer” aparece noventa y
ocho veces en Juan. “Creer en Jesús” involucra al corazón, no simplemente una respuesta
mental. El compromiso de creer es como el compromiso del matrimonio. Creer en Jesús se
expresa en una relación de toda la vida con Él. Juan utiliza otras palabras para ayudarnos a
comprender qué significa creer en Jesús.
Por otra parte, Logos es el término griego para palabra (verbo). Los griegos se referían al
Logos como el principio que gobernaba el mundo. Juan adopta este popular término, pero le
agrega un nuevo significado. Él declara que Logos es más que un principio; es una persona.
El uso de Logos por Juan pudo haber ayudado a muchos lectores griegos a compenetrarse
con el Evangelio. Pablo comenzó a relacionarse con los griegos en Atenas mencionándoles
la estatua al Dios desconocido (Hch 17). Juan se relaciona con los griegos de una forma
similar relacionando a Jesús con sus creencias en logos.
También, muchos judíos estaban esparcidos por un mundo influenciado por la lengua y la
filosofía griega. Así que declarar que el Logos vino en persona a la tierra, Jesús, ayudó a los
judíos cristianos a relacionarse con sus vecinos gentiles. En evangelismo, siempre resulta
sabio identificar los puentes que conectan a las personas con Dios.
¿Qué significó bautismo con el Espíritu para Juan el Bautista y para sus oyentes? ¿Y qué
significó bautismo con el Espíritu para el apóstol Juan cuando escribió sesenta años
después del ministerio del Bautista? Los judíos es taban familiarizados con la profecía de
Joel de que Dios derramaría de su Espíritu sobre toda carne. Esta comenzó a cumplirse el
día del Pentecostés. El apóstol Juan era pentecostal. Cuando escribió Juan 1:32-34, él ya
había sido bautizado en el Espíritu. Sabía por experiencia personal lo que significaba ser
bautizado en el Espíritu. Juan y todos los apóstoles fueron llenos con el Espíritu y hablaron
en lenguas el día del Pentecostés. Juan escribió sesenta años después de que el Espíritu se
derramara en Pentecostés. Y escribió treinta años después de que Lucas explicara sobre el
bautismo en el Espíritu en el libro de Hechos.
Así como lo hace Lucas, Juan relaciona la unción del Espíritu sobre Jesús en su bautismo
con la promesa de que el mismo Jesús bautizaría a los creyentes en el Espíritu Santo.
Cuando Jesús salva a un creyente del pecado, el Espíritu Santo entra en esa persona con
nueva vida. El Espíritu Santo vive en todos los seguidores de Jesús (Ro 8:9). Aun así, hay
una vida más plena en el Espíritu que comienza cuando Jesús bautiza a un creyente en el
Espíritu Santo. Este es un gran bautismo, que por lo general sigue al bautismo en agua.
Juan se refiere a este bautismo para enfatizar que Jesús es mayor. Un ser humano, como
Juan, puede bautizar en agua como un testimonio de arrepentimiento y obediencia a Dios.
Pero Jesús, el Hijo de Dios, bautiza en el Espíritu Santo (Jn 1:32-34).
Lavarse las manos varias veces al día era una importante tradición judía. Pero la fuente de
esta tradición era humana, no divina. No hay un solo versículo en la Biblia en el cual Dios
mande el diario lavado de las manos antes de comer. Lavarse las manos es una buena
práctica de aseo y salud, pero esto no tiene ningún valor religioso. Muchos maestros
piensan que las tinajas de piedra con agua representan las viejas costumbres judías. Jesús
no volcó las tinajas ni las rompió. Pero al convertir el agua de las tinajas en vino, Jesús
estaba reemplazando una tradición. ¡Después del milagro, no quedó agua en las tinajas para
la purificación religiosa! Y no había espacio en las tinajas para agua. En su lugar, de la
forma de celebrar una vieja tradición surgió una nueva celebración. Jesús convirtió el agua
en vino. Muchos eruditos piensan que Juan pone este milagro y la purificación del templo
(Jn 2:12-22) lado a lado para enfatizar que Jesús es el centro de la adoración. 12 Las
personas no pueden acercarse a Dios por medio de lavamientos religiosos o a través del
templo (el cual había sido destruido veinte años antes del escrito de Juan). La gran cantidad
de agua que el Hijo de Dios convirtió en vino desvía la atención de los rituales religiosos a
la abundancia de gracia que llegó a nosotros en Cristo Jesús (Jn 1:14-18). 13 Ninguna
cantidad de purificación del cuerpo con agua, o lavado o restregado tiene algún valor
espiritual. Solamente la sangre de Jesús puede lavar nuestros pecados. Observe cuán
bondadoso fue Jesús para apartar a las personas de los lavamientos religiosos.
Verdaderamente, “…la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1:17).
Jesús hace cosas nuevas. Pablo dice en 2 Corintios 5:17: “¡las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas!” Este versículo da testimonio del poder de Jesús para hacer
nacer una nueva creación. Cuando venimos a Jesucristo por fe, Él transforma nuestra
antigua vida de pecado en una nueva vida de justicia. Cuando Jesús convirtió el agua en
vino, fue un gran milagro. Pero el milagro de convertir nuestra antigua vida en una nueva
creación es el más grande de todos.
No es difícil imaginar qué pasó el día en que Jesús purificó el templo. Ver el templo desde
lejos inspiraba a la adoración. Algunas de esas piedras en sus cimientos eran tan grandes
como un vehículo. Las columnas eran tan grandes que usted podría abrazarse a una y
solamente cubrir la mitad de su circunferencia. Y sus grandes alturas les recordaban que
Dios estaba muy por encima de la tierra.
Las personas ingresaban al templo a través de varias entradas. Dentro de estas entradas
exteriores estaba el primero y más bajo nivel, llamado el atrio de los gentiles. No había
techo sobre esta sección, pero tenía un piso de piedra y era el atrio de la casa de Dios. Esta
era la única sección que los judíos permitían que los gentiles visitaran para adorar a Dios.
Los cambistas, los vendedores y los comerciantes estaban en este atrio de los gentiles. Las
vacas mugían; las ovejas balaban; las palomas aleteaban y gorjeaban. Los ladrones se
vanagloriaban y negociaban en alta voz. Las monedas tintineaban. El olor del incienso
ayudaba, pero los otros olores pertenecían al corral, no al templo. Imagínese intentar adorar
a Dios con todo ese ruido, esa agitación y esos olores mezclados. ¡Imposible! Allí había
distracciones y confusión en todas partes.
¡Todos estos negocios y caos le hicieron hervir la sangre a Jesús! Su rostro se enrojeció por
la ira. En unos cuantos minutos, Jesús hizo un látigo con algunas cuerdas de cuero. ¡Qué
escena! Él tenía fuego en los ojos y un azote en la mano. Las mesas crujían mientras las
monedas rodaban por todas partes. Los hombres gritaban de dolor cuando el látigo les hería
la espalda. ¡Los animales corrían en *estampida! Jesús gritaba con furia: “¡Quitad de aquí
esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!” (Jn 2:16).
No nos sorprende que los líderes judíos pensaran que Jesús hablaba sobre el templo de
Herodes. Estaban parados en el templo cuando Jesús dijo las palabras de Juan 2:19.
También, el templo era muy importante en sus pensamientos y en su vida. El templo era
una maravilla digna de admirar. Herodes el Grande comenzó a construirlo en el año 19 a.
C. La parte más importante fue terminada en diez años.
El templo era enorme. Pero la señal que Jesús les dio a los líderes era aún mayor. De hecho,
la resurrección de Jesús es la señal más grande en el Evangelio de Juan. El libro de Hebreos
enseña que el sacrificio de Jesús hizo obsoleta la adoración en el templo (Heb 8:13). Como
el arado de hierro reemplazó al de madera, el sacrificio de Jesús reemplazó el sacrificio de
animales en el templo. Jesús, como nuestro sacrificio humano, reemplazó el requerimiento
de todos los sacrificios animales. Y ahora Él es nuestro sacerdote, de manera que el pueblo
de Dios no necesita a ningún otro sacerdote fuera de Jesús. Él, no el templo, es el nuevo
centro de adoración.
El templo de Herodes fue una vez el centro de la adoración. Pero bajo el nuevo pacto es
Jesús el centro de la adoración. Su muerte y resurrección hicieron innecesario el templo en
Jerusalén. Jesús, como Mesías, restauró la verdadera adoración en Israel.
El libro de hebreos enseña que la muerte de Jesús fue el cumplimiento de la ley e hizo
obsoleto al templo y sus sacrificios. Jesús es ahora nuestro Sumo Sacerdote, y nuestro
sacrificio por el pecado.
Jesús no quiere ser el rey de alguien solo por una hora, un día o una semana. Él debe ser
Rey para toda una vida. Jesús creyó en seguidores como Juan, Jacobo, Pedro, Andrés y
Felipe. Él creyó en los setenta y en los ciento veinte que se congregaron en el día de
Pentecostés. Él mira nuestro interior y acepta a todos los que creen en Él como el Rey de su
vida. Pero rechaza a todos los que lo colocan a Él en segundo lugar. Jesús es Dios en carne.
Insultamos al Rey Jesús si le ofrecemos cualquier lugar que no sea el primero en nuestra
vida.
Lo que NO es la fe salvadora
Evite los prejuicios por el género. Ningún otro rabino en Israel le habría hablado a una
mujer en este escenario. Los rabinos judíos no saludaban a una mujer en público, ni
siquiera a un miembro femenino de la familia. Pero Jesús traspasó los límites de la
tradición. Derribó esta barrera de género y le habló a la mujer. Cuando los discípulos de
Jesús regresaron del pueblo, ellos “se maravillaron de que hablaba con una mujer” (Jn
4:27).
Evite los prejuicios por la raza. El odio entre los judíos y los samaritanos había ardido por
más de 700 años. Este comenzó en el año 722 a. C. cuando los asirios conquistaron a las
diez tribus del norte de Israel. Entonces forzaron a los judíos a casarse con los extranjeros
recién llegados (lea la introducción de este capítulo). Por consiguiente, los samaritanos eran
una raza mixta, eran en parte judíos y en parte gentiles. Los samaritanos tenían también una
religión mixta que era parcialmente foránea. La tensión racial entre judíos y samaritanos era
muy intensa en los tiempos de Jesús. Pero Jesús confrontaba esta discriminación racial en
dondequiera que la percibía (lea Lc 4:25-28). Él se había propuesto relacionarse y mostrarle
su amor a la gente samaritana.
Evite los prejuicios por el estatus social. La mujer junto al pozo no solamente era
samaritana, sino también de un nivel social bajo. Si los samaritanos hubiesen tenido reina,
esta mujer junto al pozo, habría ocupado el puesto más bajo en ese reino. Ella era una
marginada de clase baja. Imagínese cómo sería la vida para esta mujer samaritana.
El pozo era la principal fuente de agua. Las mujeres respetadas iban por agua temprano en
la mañana o entrada la tarde. Durante esos periodos, el sol no estaba tan caliente y estaban
seguras al ser parte de un grupo. También, cuando las mujeres se reunían para llenar los
cántaros con agua del pozo, tenían la oportunidad de socializar por un tiempo unas con
otras. Pero esta mujer samaritana no tenía una buena reputación. La vida para ella era
menos dolorosa si iba a buscar agua a la hora más calurosa del día, cuando las otras mujeres
estaban a la sombra en sus hogares. Recoger el agua estando sola le daba una mejor
oportunidad de evitar las palabras hirientes, o aún las piedras que otras mujeres le pudieran
arrojar.
Evite los prejuicios por la moral. La mujer junto al pozo tenía una mala reputación moral.
Ella había tenido cinco maridos, y ahora estaba viviendo con un hombre que no era su
esposo (lea la introducción de este capítulo). Sin embargo, ¡Jesús se dirigió a ella! Esta es la
clase de persona que necesitaba de su ayuda.
Algunas veces nos apartamos de las personas que más nos necesitan. ¿Por quién siente
usted rechazo? ¿De quién tiende a apartar su mirada o evitarlo? ¿A quién juzga usted sin
tan siquiera conocerlo? ¿Siente prejuicio hacia los homosexuales, adictos, promotores de
pornografía, los que abusan de los niños, terroristas, traficantes de sexo o divorciados? ¿Les
quita la mirada a los que llevan tatuajes o lucen aros en la nariz o la lengua? ¿Se aparta
usted de la música ruidosa, de la vestimenta inmodesta, de matrimonios interraciales, de los
que abusan de menores y de los groseros? ¡Supérelo! Aprenda a mirar a través de los ojos
del amor a las personas que necesitan su ayuda. ¿Quién alcanzará al perdido si nosotros los
cristianos les damos la espalda? Si usted les quita la mirada la primera vez, ore y mire
nuevamente. Mire a las personas por quienes Jesús derramó su sangre. Hábleles a las
personas por quienes Jesús murió. Ejercítese pasando por alto los defectos de las personas y
vea sus necesidades.
Considere algunas de las maneras en que Jesús fue guiado por el Espíritu en este encuentro
con la mujer samaritana.
• El Espíritu guio a Jesús a pasar por Samaria, para encontrarse con esta mujer y su
círculo social.
• El Espíritu guio a Jesús a ser amable, valorar los méritos de la mujer y hablar con ella.
• El Espíritu guio a Jesús a ser positivo y evitar criticar el estilo de vida de la mujer.
• El Espíritu guio a Jesús a manifestar el don espiritual de la profecía. Al escuchar al
Espíritu, Jesús discernía la vida de la mujer. Observe que este don espiritual fue el elemento
clave para abrir el corazón de la mujer. Sin este don espiritual, la historia de la mujer en el
pozo hubiera tenido un final diferente. La mujer estaba tan impresionada por este don
profético que ella les dijo a otros, “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he
hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 4:29). De igual manera hoy, los dones del Espíritu son
una llave para abrir el corazón de los perdidos. Debido a que lo sobrenatural es tan poco
común en la vida, tiene una gran influencia. Muchos hablan, testifican y predican, pero
pocos manifiestan lo sobrenatural.
• El Espíritu guio a Jesús a enfatizar que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad (Jn 4:24). La verdadera adoración no depende de la montaña en la que
nos paremos (como el monte Gerizim en Samaria) o el monte del templo en Jerusalén. En
la nueva hora (Jn 4:21) que inauguró Jesús, el lugar de adoración no importa. El templo de
grandes piedras en Jerusalén no impresionaba a Jesús para nada. Más bien, Él contrastó
aquel templo de piedra con un templo de verdad, un cuerpo humano (Jn 2:21). Dios es
Espíritu (Jn 4:23-24). Así que, Él está buscando personas que se enfoquen en lo espiritual,
más que en lo material.
• El Espíritu guio a Jesús a conversar sobre los intereses de la mujer.
• El Espíritu guio a Jesús a revelarse completamente a la mujer. Él selló el trato. De igual
manera, nosotros necesitamos que el Espíritu nos ayude a cumplir con nuestra misión al
presentarles a las personas a Jesús y discipularlas.
• El Espíritu guio a Jesús a pasar dos días adicionales enseñando y discipulando a la mujer
y a los otros.
En esta narración final del capítulo 4, apreciamos cómo madura la fe. Al inicio de la
narración, el oficial del rey cree que Jesús puede hacer milagros. Al concluir la historia, el
oficial y su familia creen en Jesús a un nivel más profundo (Jn 4:53; 20:31). Ellos
avanzaron de una fe por señales a una fe que salva. Juan coloca a los samaritanos y a los
galileos lado a lado como un contraste. Los samaritanos tenían fe por lo que Jesús es (Jn
4:1-42). Por el contrario, los galileos tenían fe por los milagros que Jesús podía hacer (Jn
4:43-54). Juan quiere llevar a sus lectores más allá de la fe por señales hacia una fe que
salva.
Las personas cortas de vista son como Esaú, viven para el momento (Heb 12:16-17).
Piensan principalmente acerca de su tiempo en la tierra, y muy poco acerca de la
eternidad. Su enfoque está en el ahora, no en el futuro. Pablo escribió acerca de los que
su “destino es destrucción, su dios es su estómago y su gloria es en su vergüenza. Su mente
está en las cosas
terrenales” (Fil 3:19). Las personas insensatas se concentran más en suplir sus necesidades
que en sus creencias. En Apocalipsis, Juan se refiere a este tipo de personas en nueve
ocasiones como los que moran en la tierra (en contraste con aquellos que son extranjeros
en la tierra y ciudadanos del cielo (Ap 3:10; 6:10; 8:13; 11:10; 13:8, 14; 17:2,8). 20
Evitemos este error de preocuparnos más por el cuerpo que por el alma.
No podemos culpar a la muchedumbre por querer comer. A todos nos gusta comer dos o
tres veces al día, ¡y algunos hasta comen más! Cuando hubo una hambruna en Israel, Dios
envió los cuervos para alimentar a Elías cada mañana y cada tarde. Y él bebía agua del
arroyo cada día (1 R 17:4-6). El hambre es una necesidad diaria. Pero el error de la multitud
era enfocarse solamente en sus necesidades físicas, mientras que ignoraban sus necesidades
espirituales. Así que, Jesús los animaba para que trabajaran, “…por la comida que a vida
eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre les daría” (Jn 6:27).
Muchos de los discípulos de Jesús se ofendieron ante la idea de comerse su carne. Ellos no
entendían que Él declaraba ser el Cordero Pascual de Dios. Algunos discípulos se quejaron
y dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Jn 6:60). Entonces se apartaron,
porque su orgullo les impedía buscar entendimiento. Ellos no tenían hambre ni sed de
justicia (Mt 5:6). En cambio, otros discípulos no tropezaron porque la expresión fuera
difícil de interpretar. Más bien, perseveraron creyendo y permaneciendo. Estos tenían una
gran hambre y sed de la verdad. Perseveraron en buscar la interpretación correcta de sus
palabras.
En Juan 7 las primeras actitudes que vemos hacia Jesús son hostilidad, odio, ira y
asesinato. “Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en
Judea, porque los judíos procuraban matarle.” (Jn 7:1). Recuerde que Jesús sanó al
paralítico en el estanque de Betesda en Jerusalén, durante un día de reposo (Jn 5). Los
líderes judíos se enojaron con Jesús por haber sanado a alguien durante el día de reposo, y
estaban aún más enojados porque había llamado a Dios su Padre (Jn 5:18). Las siguientes
actitudes que percibimos hacia Jesús son burla e incredulidad de sus hermanos. Otras
actitudes que observamos hacia Jesús son aceptación, rechazo, insulto e ignorancia (Jn
7:11-20). Otra actitud que observamos en la multitud era de mentalidad abierta, como en
los alguaciles del templo.
Jesús sacia la sed espiritual por medio del doble ministerio del Espíritu Santo. Observando
en Juan 7:37-39, podemos ver el agua del Espíritu de dos maneras, entrando y fluyendo
hacia afuera (figura 4.5). Primero, hay agua que va hacia adentro. Esto se refiere a la vida
espiritual que llega del Espíritu en el nuevo nacimiento (Jn 1:12-13; 3:3-8; 7:37; 20:22).
Después de la
resurrección, Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn
20:22). 6 En ese momento, ellos experimentaron la nueva vida que su muerte en la cruz
hizo posible.
Segundo, vemos el agua fluir hacia afuera, a través de los creyentes, para satisfacer la sed
en otros. 8 Esta segunda referencia al agua se trata de la bendición de Pentecostés y la vida
llena del Espíritu Santo. 9 La Biblia de Estudio de la Vida Plena de la NVI acertadamente
comenta que Juan 7:39 se refiere al día de Pentecostés. Pero Jesús prometió que, solamente
después de que Él se fuera, vendría el Espíritu Santo, en su función de capacitar a los
creyentes para testificar con poder (Jn 16:7). Así que después de que ascendió, Jesús envió
el Espíritu Santo para traernos poder Pentecostal, como ríos de agua viva que fluirían de
nuestro interior. 10 Los creyentes no somos egoístas.
Nos deleitamos en compartir el agua de vida con los que mueren de sed. Pero día a día
debemos ser llenos del Espíritu Santo, para compartir con otros el agua que Jesús les ofrece
a los sedientos.
Los enemigos de Jesús sabían que Él era lento para condenar y rápido para perdonar. Ellos
estaban seguros de que si llevaban a donde Jesús a esta mujer inmoral, Él le ofrecería su
compasión. Así que, le llevaron a esta mujer pecadora y le formularon una pregunta acerca
de la Ley, “mas esto decían tentándole, para poder acusarle” (Jn 8:6).
Él no los sorprendió con las palabras “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en
arrojar la piedra contra ella” (Jn 8:7). Pero estos enemigos de Jesús no sospechaban cómo
las palabras de Cristo afectarían a los presentes. La compasión de Jesús se propagó a la
mayor parte de la multitud a su alrededor. Pronto, los acusadores de Jesús y la mujer fueron
los únicos que aún quedaban. ¡Sintiéndose avergonzados e incómodos, hasta los acusadores
se fueron! Jesús no le dijo a la mujer que pecar fuera correcto. Ni le dijo que estuviera bien
el cometer pecados. No, más bien dijo que era malo. Pero, le ofreció un nuevo comienzo.
Las palabras de amor que Él le habló, nos las dice a todos: “Ni yo te condeno; vete, y no
peques más” (Jn 8:11).
La declaración: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8:12a). La metáfora de la luz es un tema
común en el Antiguo Testamento, y se citan pasajes del Antiguo Testamento en el Nuevo.
En la fiesta de los tabernáculos, los judíos estaban pensando en Dios como luz. Así que,
imagínese el impacto de las palabras de Cristo cuando declaró: “Yo soy la luz del mundo”
(Jn 8:12a). Jesús decía: “¡Ustedes ven las brillantes lámparas que iluminan a Jerusalén, pero
Yo soy la luz del mundo!” 19 Esta fue una de las maneras en que Jesús afirmó ser igual al
Padre. ¿Hay algún otro ser humano que haya aseverado ser la luz del mundo?
La condición: “el que me sigue…” (Jn 8:12b). La luz que de Jesús emana no les llega a
todos. Más bien, la condición para recibir la luz es seguir a Jesús. En Juan, la palabra
seguir significa lo mismo que creer. La acción de seguir enfatiza una relación de obediencia
y de vivir por las enseñanzas de Jesús a lo largo de toda la vida. Seguir a Jesús es otro
nombre para el discipulado. La palabra discípulo significa “aprendiz”, uno que es guiado
por un mentor. Todos los verdaderos cristianos son discípulos de Jesús. Ellos intentan
caminar a la luz de sus enseñanzas y mandamientos (Jn 8:12, 31, 51, 55). Tal como escribió
Juan “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos
no son gravosos” (1 Jn 5:3). Un estudiante aprende un oficio o una habilidad siguiendo las
instrucciones de un maestro. De igual manera, nosotros aprendemos a ser iguales a Jesús,
día a día, a medida que seguimos su ejemplo, sus enseñanzas y nos sometemos a su Espíritu
en nosotros. Cuanto más lo seguimos, más crecemos, más maduramos y nos asemejamos a
Él.
La consecuencia: “…no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12c).
En Juan 8, vemos que la consecuencia para los fariseos que no siguieron a Jesús fue
permanecer en las tinieblas. Les faltaba el conocimiento de la verdad, y permanecieron
encadenados a la maldad.
Los escritos de Juan enfatizan que una de las razones por las cuales Jesús vino era para
librarnos del pecado. Al hombre en el estanque de Betesda Jesús le dijo: “… no peques
más, para que no te venga alguna cosa peor” (Jn 5:14). A la mujer sorprendida en
adulterio Jesús le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn 8:11). A los líderes
judíos que se le opusieron Jesús les dijo: “… porque si no creéis que yo soy, en vuestros
pecados moriréis” (Jn 8:24). 31 “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él:
Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos. 32 y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres [del pecado]… 34 …De cierto, de cierto os
digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Jn 8:31-32, 34). Con todas
las enseñanzas de Cristo sobre el pecado, podemos comprender por qué los discípulos
llegaron a la conclusión de que la raíz del problema del hombre ciego era el pecado. Así
que, le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Jesús vino a traer un juicio de dos lados: Un lado positivo y un lado negativo (Juan
9:39-41).
El lado positivo del juicio de Jesús (Juan 9:39a). El hombre ciego de Juan 9 recibe el lado
positivo del juicio que Jesús trajo. Él representa a todos aquellos que se benefician del
ministerio de Jesús. El hombre reconoce que es ciego. Él es humilde. Está dispuesto a
obedecer cuando Jesús le pide que haga algo. Después de que es sanado, él tiene la valentía
de levantarse a favor de la verdad, aunque testificar de Jesús significara que los líderes
judíos lo sacaran de la sinagoga. Este hombre amaba más la verdad que la aprobación de
otros. Cuando Jesús revela que Él es el Hijo del Hombre, el Mesías enviado por Dios para
salvarnos, este hombre creyó y adoró a Jesús. Así que, el hombre ciego representa a todos
los humildes y buscadores que aceptan a Jesús, le obedecen y lo adoran.
El lado negativo del juicio de Jesús (Juan 9:39b-41). Los fariseos en este pasaje reciben
el lado negativo del juicio de Jesús. Ellos representan a quienes confían en sí mismos. Estos
no admiten que son espiritualmente ciegos, y por lo tanto rechazan a Jesús. Ellos nos
recuerdan a los creyentes a quienes Jesús re prende en Laodicea: 17 “Porque tú dices: Yo
soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres
un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. 18 Por tanto, yo te aconsejo que de
mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y
que no se descubra
la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. 19 Yo reprendo y
castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. 20 He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo” (Ap 3:17-20).
María estaba buscando una manera de decir “gracias”. Ella había entendido la verdad de
que Jesús es la resurrección y la vida. El conocimiento de que Jesús vino como nuestro
Cordero Pascual había llenado su corazón. El Hijo de Dios había venido del cielo para
salvarla a ella de las tinieblas eternas y compartir con ella la vida eterna de Dios.
Adorar y dar deben de ir de la mano. Lo que decimos con la lengua debemos respaldarlo
con nuestro tesoro. De otra manera, nos pareceremos al hombre que tocaba su guitarra por
un tono mayor, pero cantaba por uno menor. Lo que María sintió en su adoración, lo
manifestó con su ofrenda.
Dios acepta solamente una adoración que proviene del corazón. La rodilla doblada, la
cabeza inclinada y las manos levantadas son buenas señales externas de devoción. De igual
manera, el silencio del alma tanto como las palabras de adoración de los labios, pueden ser
expresiones de adoración. Pero Jesús enseñó que donde está nuestro tesoro, ahí también
está nuestro corazón (Mt 6:21). Así que, para ser consecuentes, las manos que levantamos
en alabanza deben ser las mismas manos que dan dinero. Para alabar de corazón, debemos
dedicar nuestras palabras y nuestros recursos.
De igual manera, la multitud de Juan 12 tenía un propósito para Jesús. Su gran plan era que
Él los liberara del gobierno de los romanos. 7 De modo que ellos aclamaban citando el
Salmo 118:25-26. Ellos gritaban “Hosanna”, una alabanza que significa “¡Sálvanos!”
Reconocieron que Él era el Mesías. Creyeron que Él era el Hijo de David, el gran Rey que
las Escrituras habían profetizado. Ellos tenían fe en Él. Pero su fe era superficial y
equivocada. El plan de ellos no era el de Él. Sus propósitos no eran los de Él. Ellos querían
un rey al que pudieran manejar. De manera que al Salmo 118 le agregaron las palabras:
“Bendito es el rey de Israel”. Eran sinceros, pero estaban equivocados. Estaban alegres,
pero confundidos. Jesús no era un rey a quien ellos pudieran guiar según sus propios
intereses. Su alabanza no lo manipularía. Su aplauso no lo guiaría.
Por el contrario, Él vino como un rey real, uno con su propia misión. Él vino como rey a
gobernar a las personas, no a ser gobernado por ellos. Jesús no se sometió al plan terrenal
de ellos. Querían a un rey cabalgando sobre un caballo, el símbolo de guerra y de
conquista. Así que Jesús, cumpliendo Zacarías 9:9, escogió montar en un borrico; y entrar a
Jerusalén de esta manera simbolizaba la paz. Pues Jesús vino a traer paz con Dios, no a
entablar una guerra con los romanos.
En la tierra, el éxito en el reino de Dios es hacia abajo, no hacia arriba. Jesús exhorta a los
que tienen poder y autoridad a servirles a otros. Nuestro Señor no está en contra de los
líderes o del éxito. Él no está en contra de honrar a las autoridades. Es bíblico honrar a los
líderes, a los ancianos y a toda autoridad. Toda autoridad ha sido impuesta por Dios (Ro
13:1). Pero Jesús nos enseña a servir. Él nos enseña con su ejemplo, al descender a servir en
la tierra. Él nos enseña a servir a otros, con su ejemplo de lavar los pies de los discípulos y
por haber muerto en la cruz por el mundo. Jesús nos enseña con su ejemplo de que aun los
de gran autoridad, como el Hijo de Dios, deben usar su posición para servir a otros.
Jesús fue una persona que vino a conducirnos a una comunión con el Padre celestial.
Nuestro Señor consoló a sus discípulos asegurándoles que Él nunca los abandonaría como
huérfanos solos en el mundo. Después de que Él ascendió, prometió que enviaría a otra
persona, al Espíritu Santo, para que estuviera con ellos todo el tiempo.
Paracleto. El verbo griego parakaleo tiene dos partes: para (junto a) y kaleo (yo llamo).
Formas del verbo parakaleo aparecen más de cien veces en el Nuevo Testamento. Por el
contrario, el sustantivo Parakletos aparece solamente cinco veces en el Nuevo Testamento,
y todas estas en los escritos de Juan (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7; 1 Jn 2:1). El significado
básico de Parakletos es “una persona llamada para ayudar” cuando los humanos son
incapaces de arreglárselas por ellos mismos.
El Espíritu de verdad es la segunda manera usada por Jesús para describir al Espíritu
Santo (Juan 14:17; 15:26; 16:13). Tanto Jesús como el Espíritu Santo son conocidos por
la verdad (Jn 14:6; 14:17). El Espíritu Santo en nuestra vida revela a Jesús, da testimonio de
Él y busca glorificarlo a través de nosotros como discípulos. El Espíritu Santo usa la
Palabra de verdad para guiarnos en la voluntad y la obra de Dios (Jn 17:17). El Espíritu
Santo siempre representa la verdad acerca de Jesús, imparte un conocimiento verdadero de
Dios y nos capacita para adorar a Dios “en espíritu y en verdad” (Jn 4:24).
Así que, parece que el escenario para Juan 15 es después de que Jesús y los once discípulos
abandonaron el aposento alto y se dirigieron al Monte de los Olivos. Es posible que, en su
camino, Jesús y sus discípulos pasaran por el Templo y este fue el lugar de muchas de sus
enseñanzas esa noche.
Pero, ¿sobre qué clase de fruto habla Jesús en Juan 15? Dios busca dos clases de fruto: el
fruto interno del Espíritu, tal como el amor (Gá 5), y el fruto externo de los nuevos
discípulos que son el resultado de nuestra misión. Enfatizaremos el fruto vital del amor en
el punto B. Al final, uno de los principales propósitos del amor es hacernos testigos
fructíferos. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos
con los otros” (Jn 13:35). El amor de los unos por los otros es lo que nos identifica con
Jesús, Aquel que nos comisionó para hacerlo conocer. Así que aquí en el punto A,
consideremos el fruto de los nuevos discípulos que Jesús quiere que ganemos para Él.
Los nuevos discípulos son la misma clase de cosecha que Jesús tenía en mente cuando Él
dijo que su muerte era como plantar una semilla que produciría fruto (Jn 12:24). De igual
manera, el fruto de la vid en Juan 15 es principalmente fruto de nuevos discípulos. Mientras
que la vida y el poder de Jesús fluyan a través de nosotros por su Espíritu, seremos testigos
fructíferos. Al considerar el fruto que Jesús desea de sus discípulos, sería útil repasar el
enfoque y el propósito de Juan a lo largo de su Evangelio. Dicho propósito se establece casi
al final del libro:
“Pero éstas (cosas) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20:31). Juan fue apóstol y evangelista.
Él escribió para conectar a la gente con Jesús y fortalecer las relaciones con Él. Algunas
culturas, como la occidental, enfatizan las metas más que las relaciones. La mayoría de las
culturas enfatizan las relaciones más que las metas. Por su parte, la meta de Juan era las
relaciones. Él escribió para inspirar y fortalecer las relaciones de las personas con Jesús, el
Mesías e Hijo de Dios, de manera que tuvieran vida eterna (Jn 20:31). Juan escribió para
ganar el fruto de nuevos creyentes y preservar el fruto de los que ya habían creído.
Desde el principio hasta el final de su Evangelio, Juan enfatizó que Jesús vino por fruto.
Todos los que creen y siguen a Jesús son el fruto de su misión. La figura 6.15 le permite
practicar la identificación del fruto que Jesús quiere.
Dios desea fruto. Él quiere que las personas a las que Él ha creado sean salvas del infierno
y redimidas por la eternidad. Seguir a Jesús no se trata solamente de nosotros. Jesús les pide
a sus seguidores que compartan su misión. Jesús no nos salva para que vayamos por la vida
satisfaciendo nuestros deseos egoístas. La voluntad y el plan de Dios para los creyentes es
que lleven fruto, que hagan discípulos a todas las naciones.
En todas las áreas de la vida, las personas aman a los que pertenecen y excluyen a los que
no pertenecen. Los académicos aman a los académicos, pero frecuentemente miran con
desprecio a aquellos que no pertenecen a su grupo (Jn 9:28). A los niños populares en la
escuela les gustan los de su grupo, pero pueden ser antipáticos con los que no pertenecen a
este. Los pecadores aman a los pecadores, pero odian a los cristianos. Los cristianos deben
ser cuidadosos, no sea que tengan comunión unos con otros y eviten a los que son esclavos
del pecado. Como creyentes, no debemos sorprendernos cuando el mundo nos trata
fríamente. Las personas con valores similares construyen murallas a su alrededor. Unas
pocas personas pertenecen a grupos que están en conflicto unos con otros. Como creyentes,
regocijémonos de pertenecer a Cristo. Y no nos sorprendamos por el trato desagradable de
los pecadores.
Pero saludemos a los que no conocemos. Hagamos buenas obras a los que no nos pueden
remunerar. Y alcancemos al mundo perdido por el cual Jesús murió con el fin de redimirlo.
Porque esta es la razón por la que Dios nos escogió, para llevar fruto, mucho fruto, más
fruto y fruto que permanece: hacer discípulos a todas las naciones. (Jn 17:18; 20:21; Mt
28:19-20).
Las primeras palabras de Juan 17 dicen: “levantando los ojos al cielo, dijo” (Juan
17:1). Cuando oramos, es importante recordar que Dios está en el cielo. La oración del
Señor en Mateo 6 comienza reconociendo “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mt
6:9). Mirar hacia el cielo u orar estas palabras le da a Dios algo del honor y del respeto que
Él merece como nuestro Creador, el Único Todopoderoso sobre la tierra.
De igual manera, recordar que Dios está en el cielo también nos ayuda a tener la actitud
correcta hacia Él, ya que estamos abajo en la tierra que Él creó. En oración, nosotros no
solo estamos buscando la ayuda de los humanos en la tierra. Orar es hacia Aquel que
gobierna sobre todos nosotros.
La oración de Jesús nos enseña a levantar la mirada para reconocer a Dios como nuestro
Padre, para relacionar nuestras peticiones con los propósitos y la gloria de Dios y tener fe
en la gloria que va más allá de nuestros retos del presente.
Jesús oró para que Dios protegiera a sus discípulos del maligno, que trabaja en el mundo y
a través de este (Jn 17:6-19; 1 Jn 5:19). Jesús ora “Padre santo, a los que me has dado,
guárdalos en tu nombre” (Jn 17:11). No podemos desestimar la importancia de la
conexión entre Padre Santo y la petición de proteger del maligno a los discípulos y
santificarlos (Jn 17:17-19). Padre Santo resalta el carácter de Dios, Aquel que ha marcado
una línea de separación entre los discípulos y el mundo. Santidad es un atributo
sobresaliente de Dios y su nombre (Jn 17:11; Ap 4:8). Nosotros debemos ser santos, porque
Dios es santo (Lv 11:44; 1 P 1:16; 2:9). “…El nombre que me diste” significa que Jesús es
la revelación suprema del Padre Santo. 28 El nombre de Dios representa su atributo de
santidad. Jesús reveló y les dio este nombre santo a sus discípulos. Guárdalos en tu nombre
significa que el santo nombre de Dios es la muralla protectora a nuestro alrededor, que nos
mantiene separados del mundo y santificados. 29 En otras palabras, nos mantenemos santos
y protegidos del mundo, mientras que nosotros, los hijos de Dios, “vivimos, y nos
movemos, y somos” en Él (Hch 17:28). “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1
Jn 1:5). Ni el mundo ni el maligno nos pueden seducir ni contaminar mientras que
permanezcamos en nuestro refugio, bajo las alas de nuestro Padre Santo.
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la
palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que
también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La
gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23
Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que
tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. 24 Padre,
aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para
que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación
del mundo. 25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han
conocido que tú me enviaste.26 Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer
aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Jn 17:20-26).
La iglesia primitiva en Jerusalén recibió el derramamiento del Espíritu Santo (Hch 2:42-
47). Experimentaron la clase de unidad por la cual Jesús oró en Juan 17. En esta unidad el
Espíritu Santo consolidó a los creyentes en: 1) las enseñanzas de los apóstoles (Hch 2:42a);
2) la comunión y koinonia (Hch 2:42b); 3) partir el pan juntos (Hch 2:42c, 46); 4) oración
(Hch 2:42d; vea Hch 1:14; 4:23-31); 5) señales y prodigios (Hch 2:43); 6) el compartir
(Hch 2:44-47a); y 7) la ministración de ellos hacia otros (Hch 2:47b). El desbordamiento de
su unidad, fe y vida compartida les ganó el “favor de todas las personas” en Jerusalén.
Jesús oró por una unidad que haría que el mundo creyese. Dos meses después de la oración
de Jesús, un gran número de personas se convertían en discípulos en Jerusalén, a causa del
amor y la unidad de los creyentes. Las conversiones eran tan frecuentes que eran añadidos a
la Iglesia diariamente (Hch 2:47).
Jesús oró para que la Iglesia fuera una, pero Satanás trató de dividirla. En el Nuevo
Testamento, Satanás intentó dividir a la Iglesia en cuanto a su manera de proceder (Hch
6:1), diferencias culturales (Hch 10:10-16, 34-35), desavenencias culturales (Hch 15:1-2a,
7) y preferir a un líder sobre otro (1 Co 3:4-8). Ya que el cuerpo de Cristo es su novia
viviente, no meramente una organización humana, debemos cultivar “la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef 4:3). Los intentos de unir a la Iglesia como un sistema
eclesiástico son contrarios a las enseñanzas de Jesús y al espíritu de la oración de Jesús.
Como dijera Martín Lutero: “La unidad, si fuera posible; pero la verdad, a cualquier
precio”. “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo”? (Am 3:3).
El deseo de Dios es que la gloria que habitó en Jesús habite en la Iglesia en cada generación
(Ef 3:21). Si la gloria de Dios pasó de Jesús a nosotros y mora en nosotros por el Espíritu
Santo, entonces experimentaremos el amor y la unidad que caracteriza la relación entre el
Padre y el Hijo. Tal amor y unidad asombrarán al mundo y harán que escuchen nuestro
mensaje y crean en el Señor Jesús. Este es el clamor del corazón de Jesús en su oración en
Juan 17 justo antes de morir en la cruz. Los perdidos del mundo no pueden ver a Dios, pero
ellos pueden ver a los cristianos. Y lo que vean en nosotros es lo que creerán acerca de
Dios. Si ven amor y unidad, creerán que Dios es amor. Si ven odio, discusiones y división,
rechazarán nuestro mensaje del Evangelio.
Un cazador de venados ascendía por una montaña. De pronto, vio una madre cierva con un
venado más pequeño, de aproximadamente seis meses. Al levantar él su arma, la cierva
madre avanzó dos pasos hacia el cazador y resopló una alarma para que su cervatillo
escapara. El pequeño corrió mientras que la madre permaneció inmóvil, poniéndose en
riesgo entre el cazador y su hijo a quien protegía. El cazador le disparó a la cierva, que dio
su vida para proteger a su cervatillo. Posteriormente, el cazador se dio cuenta de lo que
había ocurrido. Estaba tan asombrado del amor de la madre por su cría que prometió que
nunca más le dispararía a una cierva en esta situación. Tal como hizo esta madre cierva,
Jesús se colocó entre los soldados y sus discípulos. Él estaba dispuesto a morir para que
estos estuvieran a salvo. Y en la cruz, Jesús se situó entre nosotros y el juicio de Dios. Él
murió para que cada persona que crea en Él pueda escapar de la muerte eterna. En sus
momentos más difíciles, Jesús es el ejemplo más grande del mundo de lo que significa
preocuparse por los demás.
Observe que en el patio de Anás, este anterior sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de
sus discípulos y sus enseñanzas (Jn 18:19). En este juicio es la vida de Jesús la que está en
riesgo. Aun así, Él siempre pensaba en la seguridad de sus discípulos. Anteriormente, Jesús
había orado por la protección de sus discípulos y esperaba que su Padre lo hiciera. Sin
embargo, aunque confiamos en Dios, siempre debemos hacer todo lo que podemos. Así
que, Jesús protege a sus discípulos desviando la discusión acerca de ellos y guiándola hacia
el público.
Aunque Pedro lo negó, Jesús no se desentendió de él. No condenó a Pedro cuando tomó las
decisiones equivocadas. Y Dios no se apartó de nosotros cuando nos escondíamos de Él en
nuestras tinieblas. “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn 3:17). Si usted hubiera visto a Jesús cuando
volvió su mirada hacia Pedro, justo cuando el gallo cantó, ¿qué mensaje silente hubiera
visto en el rostro de nuestro Señor? La mirada en el rostro de nuestro Señor no le decía a
Pedro: “¡Aléjate de mí! Jamás quiero verte otra vez”. Había una mirada de amor y
desilusión en los ojos del Señor. El mensaje que Jesús envió no condenaba a Pedro. Más
bien, hizo que el pescador derrotado buscara un lugar de oración donde se arrepintió de
haber fallado en testificar de Jesús, su mejor amigo.
Al concluir el juicio de Jesús, Juan apela a sus lectores con mayor empeño. Rechazar a
Jesús significa estar en el lado opuesto a la verdad (Jn 18:37). Y darle la espalda a Jesús
significa estar del lado de los que rechazan a Dios como Rey y dicen: “No tenemos más rey
que César” (Jn 19:15). A lo largo del antiguo pacto y del nuevo vemos la gran verdad de
que Dios es Rey. Él es el Rey de Israel, Rey de las naciones, Rey de la verdad, Rey de
gloria y Rey de reyes. Que un judío dijera que Dios no es Rey (y que César es el único rey)
sería la más grande negación, traición, rechazo y blasfemia hacia Dios. Decir que Dios no
es Rey es lo mismo que decir que Él no es Señor ni Dios.
El deseo de Dios de ser el Rey sobre las naciones y sobre todas las personas no ha
cambiado. Él todavía es Rey. Un momento espantoso se acerca cuando Dios juzgue y
condene a todos los que no se sometan a Él como Rey, la máxima autoridad del universo.
En Juan hemos leído que Jesús dijo: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16:15). Así
como Dios Padre es Rey, Jesús, Dios Hijo, es también Rey. En el libro de Apocalipsis, Juan
vio a Jesús regresando sobre un corcel blanco, un símbolo de poder y conquista. Juan vio al
Rey Jesús regresando para derramar la ira y el juicio de Dios sobre las naciones. “Y en su
vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE
SEÑORES” (Ap 19:16).
Juan tuvo una visión del Rey Jesús regresando para derramar su ira sobre los que
rechazaron
a Dios como Rey. En su primera venida, Jesús llegó a poner la paz entre Dios y los
hombres. Pero en su segunda venida, el Rey Jesús viene a entablar una guerra contra
las naciones rebeldes. Viene como “REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap
19:16).
A todo lo largo de su ministerio, Jesús afirmó ser rey y Él enseñó frecuentemente acerca del
reino de Dios, su reino. Vimos a Jesús como Rey en Juan 12:15, justo a unos cuantos días
antes de su juicio y crucifixión. Miles de Judíos aclamaron a Jesús como Rey mientras Él
entraba en Jerusalén humildemente montado sobre un borrico, cumpliendo Zacarías 9:9.
Jerusalén hervía de comentarios acerca del Rey Jesús. Pilato y todo Jerusalén sabían que la
gente común reconocía a Jesús como su Rey. Así que, cuando Pilato escribió que Jesús era
el Rey de los Judíos, simplemente escribió en un letrero lo que Jesús le había dicho y lo que
las multitudes de judíos en Jerusalén creían.
Jesús es el Rey de reyes, ya sea que las personas hoy lo reconozcan o no. Llegará un
momento cuando toda rodilla se doblará ante Jesús y toda lengua confesará su grandeza (Fil
2:10-11). Bienaventurados son aquellos que lo coronan a Él como su Rey en esta vida y
disfrutan de ser sus siervos. Porque Jesús es el Rey de los judíos y Él es el Rey sobre todas
las demás personas en el mundo. Dios es Rey; y las personas o se someten a Él ahora bajo
el evangelio de paz o se someterán en el futuro, cuando el Rey Jesús regrese con la ira de
Dios.
Jesús culminó su misión. Nosotros debemos evitar el error de agregarle algo a la misión
salvadora que Jesús proveyó. Algunos yerran añadiendo buenas obras en esta vida, como
algo que tenemos que hacer para ser salvos. Las buenas obras no son una escalera para
ascender al cielo ni son una ofrenda que añadimos a la misión de Jesús para ganarnos la
salvación.
Para los lectores de los tiempos de Juan, no había necesidad de explicar acerca de la
Pascua. Era un gran evento anual en Jerusalén. El historiador judío Josefo dice que de dos a
tres millones de judíos estaban en Jerusalén para la Pascua y que miles de corderos eran
sacrificados. 7 La Pascua era uno de los eventos más grandes del mundo cuando Juan
escribió su Evangelio. Así que los lectores de Juan comprendieron que, puesto que Jesús
murió como nuestro cordero pascual, ninguno de sus huesos podía ser quebrado. En su
Evangelio, Juan registra que Juan el Bautista identificó a Jesús como “… el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29).
Basar nuestro futuro eterno en hechos históricos es vital. Pero creer en los hechos no
alcanza a ser una fe salvadora. Aun los demonios creen en Dios y tiemblan (Stg 2:19). Y
sin duda alguna estos espíritus malignos creen en la resurrección de Jesús. Pero para ser
salvos, necesitamos más que estar de acuerdo con los hechos históricos. Hay más de 2.200
millones de personas en el mundo que se consideran cristianos. Muchas de estas personas
son sinceras y están de acuerdo con los hechos y las doctrinas del cristianismo. Pero como
Juan explica en la primera página de su Evangelio, la entrada a la familia de Dios comienza
con una relación personal con Jesús.
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn 1:12-13).
Juan equipara creer en Jesús con recibirlo a Él en nuestra vida como Salvador y Señor (Jn
1:12). Jesús le explicó este comienzo personal cristiano a Nicodemo. En el momento en que
el Espíritu nos da convicción de nuestros pecados, respondemos con arrepentimiento y fe
en la muerte y resurrección de Jesús. De esta manera, nos convertimos en cristianos. De ahí
en adelante, continuamos nuestro viaje al cielo en una íntima relación con Jesús, al
permanecer en Él, obedecer sus enseñanzas y disfrutar de su Espíritu que mora en nosotros.
El Espíritu Santo nos llena de confianza en que somos miembros de la familia de Dios (Ro
8:17). Y el Espíritu nos llena del amor de Dios y de la presencia de Jesús.
• Contrastar dos ministerios del Espíritu en Juan, dando referencias bíblicas de cada uno.
• Agua viva para nosotros, para satisfacer nuestra sed personal (Jn 7:37; vea Jn 4:14);
• Agua viva a través de nosotros para satisfacer la sed de otros (Jn 7:38-39).
• Resumir cómo nosotros, así como Tomás, debemos dejar de dudar y debemos creer.
Tomás creyó en conceder el beneficio de la duda. Hay algunas cosas de las que debemos
dudar. Debemos dudar y negarnos a creer en las mentiras y engaños del diablo. Debemos
dudar de los falsos maestros y rechazarlos. Debemos dudar, desconfiar y negarnos a
depender de cualquier cosa que sea contraria a Dios o a su Palabra. Así que, la duda puede
ser amiga y aliada, si dudamos de lo que sea impío, falso o engañoso. Pero Tomás se
equivocó al dudar de la verdad. Y la duda es enemiga de la fe cuando se niega a creerles a
los testigos de Dios, a su Palabra y a sus promesas. Los testigos de Dios le dijeron a Tomás,
“¡Al Señor hemos visto!” Pero Tomás dudó de la verdad que sus amigos le dijeron. Aun
así, una semana después, vemos a Tomas con los discípulos. Su presencia demuestra que él
estaba luchando para creer (Jn 20:26).
Así que, cuando caminó con Pedro alejándose de la fogata y de los otros discípulos, el
Señor le preguntó tres veces: “Pedro, ¿me amas?” En cada ocasión que Pedro confirmó su
amor, Jesús le dijo, “Apacienta mis ovejas”, tanto los corderos como las adultas. Las ovejas
de todas las edades, etapas, tamaños y colores son muy amadas por el Buen Pastor. Y el
amor que Jesús deseaba de Pedro y que desea de nosotros es el que tiene cuidado del
rebaño de Dios, no un amor que discute, acusa, pelea e hiere a las personas. Anteriormente,
Jesús había resaltado que si le amamos, guardamos sus mandamientos (Jn 14:15). Y Jesús
especialmente enfatizó el amarse los unos a los otros (Jn 13:34-35). Pero el énfasis final del
Señor a Pedro fue: Si me amas, apacienta mis ovejas. Las ovejas que no son alimentadas
se debilitan y mueren. Pero las ovejas bien alimentadas son fuertes, saludables y fructíferas.
Si las ovejas de Dios comen bien, entonces la misión de Jesús en la tierra es un éxito. Pero
reconozcamos que el bienestar de las ovejas por las que Jesús murió depende de los que las
cuidan.
Nosotros expresamos nuestro amor por Dios de muchas maneras, como obedecer sus
mandamientos de amar a otros, ser santos, orar, perdonar, testificar, hacer buenas obras y
compartir. Mostramos nuestro amor por Dios siendo fieles en asistir a la congregación, en
diezmar y ofrendar y en levantar la voz y las manos en alabanza a Dios. En su evangelio y
sus otros libros, Juan menciona muchas de las maneras de amar a Dios. Pero guardó una
lección vital para la última página de su Evangelio. Las últimas palabras de una persona
son siempre importantes. Así que, podemos ver que para Jesús la alimentación de sus
ovejas es una prioridad.
En esta metáfora de las ovejas, Jesús enseña acerca de la salud y el crecimiento espiritual
de los discípulos. Los corderos del Señor incluyen a los niños y a los discípulos adultos
recién nacidos en la fe. Alimentar espiritualmente a los corderos y a las ovejas maduras
espiritualmente, significa ayudar a los discípulos a crecer, con un carácter piadoso, en el
conocimiento de las Escrituras, en obediencia, en responsabilidad y en poder espiritual para
evangelizar y discipular a otros.
La respuesta de Jesús a Pedro es abrupta. La respuesta del Señor significó: “Lo que le pase
a Juan nos es de tu incumbencia. Solo asegúrate Tú de seguirme a Mí” (Jn 21:22). Jesús
hace un llamado a cada creyente para que lo siga, no para que inspeccione los caminos en
los que viajan otros discípulos. Nosotros debemos ser seguidores, no inspectores de
caminos. Todos los creyentes siguen a Jesús hasta el cielo. Pero nosotros vivimos en
diferentes países y circunstancias, y viajamos por caminos diferentes. Algunos creyentes
siguen a Jesús por caminos empinados y pedregosos, mientras que otros pasean en caminos
lisos y planos. Algunos siguen a Jesús a través de aguas poco profundas; y otros, a través de
inundaciones; algunos, en medio de fuego; pero todos, por medio de sangre. Dios guía a sus
amados hijos uno por uno, a lo largo de diferentes caminos. Creyentes espirituales como los
de Esmirna sufrieron gran persecución, mientras los tibios creyentes en Laodicea vivieron
en lujos.
RESUMEN DEL MINISTERIO PUBLICO DE JESUS (JUAN 1-12)
El autor del cuarto Evangelio es Juan, quien se refiere a sí mismo cinco veces como “el
discípulo a quien Jesús amaba” (Jn 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20). La mayoría de los
eruditos piensan que Juan escribió su Evangelio entre los años 80‒95 d. C. Esto ocurrió
probablemente veinte años después de que Mateo, Marcos y Lucas se escribieran.
Los capítulos 1‒12 presentan el ministerio público de Jesús y cubren cerca de tres años.
Los capítulos 13‒17 enfocan el ministerio privado de Jesús con sus discípulos durante un
periodo de 3 a 4 horas.
Los capítulos 18‒21 narran acerca del ministerio público de Jesús, el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo.
Juan escribió tanto para incrédulos como para creyentes. Él deseaba que los incrédulos
empezaran a creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, de manera que pudieran recibir
vida espiritual eterna. También, Juan deseaba que los creyentes continuaran creyendo de
manera que conservaran su vida eterna.
Podríamos llamar el Evangelio de Juan “la defensa de Cristo”. En el principio (Juan 1:1-
18), Juan nos dice lo que él nos mostrará en su Evangelio, Juan resume otra vez su
propósito (Jn 20:31). Así que vemos que el principio y el final del Evangelio de Juan son
como dos sujeta libros en que cada uno revela su propósito. Juan presenta una defensa
poderosa y persuasiva de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Algunos lo aceptan
como Salvador y Señor, mientras que otros lo rechazan. En el Evangelio de Juan,
pareciera como si Jesús estuviera en un juicio, toda persona en la tierra está en el
proceso de un juicio. La pregunta es: ¿Cuál es su decisión acerca de Jesús? Aquellos que
creen en Jesús y obedecen se juzgan como dignos de vida eterna, y la reciben. Pero los
que rechazan a Jesús, rechazan el único perdón de Dios por los pecados.
La palabra “creer” aparece noventa y ocho veces en Juan. “Creer en Jesús” involucra al
corazón, no simplemente una respuesta mental. Creer en Jesús se expresa en una
relación de toda la vida con Él. Juan utiliza otras palabras para ayudarnos a comprender
qué significa creer en Jesús. Por otra parte, Logos es el término griego para palabra
(verbo). Los griegos se referían al Logos como el principio que gobernaba el mundo. Juan
adopta este popular término, pero le agrega un nuevo significado. Él declara que Logos es
más que un principio; es una persona. Juan se relaciona con los griegos de una forma
similar relacionando a Jesús con sus creencias en logos.
También, muchos judíos estaban esparcidos por un mundo influenciado por la lengua y la
filosofía griega. Así que declarar que el Logos vino en persona a la tierra, Jesús, ayudó a
los judíos cristianos a relacionarse con sus vecinos gentiles. En evangelismo, siempre
resulta sabio identificar los puentes que conectan a las personas con Dios.
Los judíos estaban familiarizados con la profecía de Joel de que Dios derramaría de su
Espíritu sobre toda carne. Esta comenzó a cumplirse el día del Pentecostés. El apóstol
Juan era pentecostal. Cuando escribió Juan 1:32-34, él ya había sido bautizado en el
Espíritu. Sabía por experiencia personal lo que significaba ser bautizado en el Espíritu.
Juan y todos los apóstoles fueron llenos con el Espíritu y hablaron en lenguas el día del
Pentecostés. Juan escribió sesenta años después de que el Espíritu se derramara en
Pentecostés. Y escribió treinta años después de que Lucas explicara sobre el bautismo en
el Espíritu en el libro de Hechos.
Así como lo hace Lucas, Juan relaciona la unción del Espíritu sobre Jesús en su bautismo
con la promesa de que el mismo Jesús bautizaría a los creyentes en el Espíritu Santo. El
Espíritu Santo vive en todos los seguidores de Jesús (Ro 8:9). Este es un gran bautismo,
que por lo general sigue al bautismo en agua. Un ser humano, como Juan, puede bautizar
en agua como un testimonio de arrepentimiento y obediencia a Dios. Pero Jesús, el Hijo
de Dios, bautiza en el Espíritu Santo (Jn 1:32-34).
Lavarse las manos varias veces al día era una importante tradición judía. Pero la fuente
de esta tradición era humana, no divina. No hay un solo versículo en la Biblia en el cual
Dios mande el diario lavado de las manos antes de comer. Muchos maestros piensan que
las tinajas de piedra con agua representan las viejas costumbres judías. Pero al convertir
el agua de las tinajas en vino, Jesús estaba reemplazando una tradición. ¡Después del
milagro, no quedó agua en las tinajas para la purificación religiosa! Y no había espacio en
las tinajas para agua. En su lugar, de la forma de celebrar una vieja tradición surgió una
nueva celebración. Jesús convirtió el agua en vino. Muchos eruditos piensan que Juan
pone este milagro y la purificación del templo (Jn 2:12-22) lado a lado para enfatizar que
Jesús es el centro de la adoración. 12 Las personas no pueden acercarse a Dios por
medio de lavamientos religiosos o a través del templo (el cual había sido destruido veinte
años antes del escrito de Juan). La gran cantidad de agua que el Hijo de Dios convirtió en
vino desvía la atención de los rituales religiosos a la abundancia de gracia que llegó a
nosotros en Cristo Jesús (Jn 1:14-18). 13 Ninguna cantidad de purificación del cuerpo con
agua, o lavado o restregado tiene algún valor espiritual. Solamente la sangre de Jesús
puede lavar nuestros pecados. Observe cuán bondadoso fue Jesús para apartar a las
personas de los lavamientos religiosos. Verdaderamente, “…la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo” (Jn 1:17).
Jesús hace cosas nuevas. Pablo dice en 2 Corintios 5:17: “¡las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas!” Este versículo da testimonio del poder de Jesús para
hacer nacer una nueva creación. Cuando venimos a Jesucristo por fe, Él transforma
nuestra antigua vida de pecado en una nueva vida de justicia. Cuando Jesús convirtió el
agua en vino, fue un gran milagro. Pero el milagro de convertir nuestra antigua vida en
una nueva creación es el más grande de todos.
No es difícil imaginar qué pasó el día en que Jesús purificó el templo. Ver el templo desde
lejos inspiraba a la adoración. Algunas de esas piedras en sus cimientos eran tan grandes
como un vehículo. Las columnas eran tan grandes que usted podría abrazarse a una y
solamente cubrir la mitad de su circunferencia. Y sus grandes alturas les recordaban que
Dios estaba muy por encima de la tierra.
Las personas ingresaban al templo a través de varias entradas. Dentro de estas entradas
exteriores estaba el primero y más bajo nivel, llamado el atrio de los gentiles. No había
techo sobre esta sección, pero tenía un piso de piedra y era el atrio de la casa de Dios.
Esta era la única sección que los judíos permitían que los gentiles visitaran para adorar a
Dios. Los cambistas, los vendedores y los comerciantes estaban en este atrio de los
gentiles. Las vacas mugían; las ovejas balaban; las palomas aleteaban y gorjeaban. Los
ladrones se vanagloriaban y negociaban en alta voz. Las monedas tintineaban. El olor del
incienso ayudaba, pero los otros olores pertenecían al corral, no al templo. Imagínese
intentar adorar a Dios con todo ese ruido, esa agitación y esos olores mezclados.
¡Imposible! Allí había distracciones y confusión en todas partes.
¡Todos estos negocios y caos le hicieron hervir la sangre a Jesús! Su rostro se enrojeció
por la ira. En unos cuantos minutos, Jesús hizo un látigo con algunas cuerdas de cuero.
¡Qué escena! Él tenía fuego en los ojos y un azote en la mano. Las mesas crujían
mientras las monedas rodaban por todas partes. Los hombres gritaban de dolor cuando el
látigo les hería la espalda. ¡Los animales corrían en *estampida! Jesús gritaba con furia:
“¡Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!” (Jn 2:16).
No nos sorprende que los líderes judíos pensaran que Jesús hablaba sobre el templo de
Herodes. Estaban parados en el templo cuando Jesús dijo las palabras de Juan 2:19.
También, el templo era muy importante en sus pensamientos y en su vida. El templo era
una maravilla digna de admirar. Herodes el Grande comenzó a construirlo en el año 19 a.
C. La parte más importante fue terminada en diez años.
El templo era enorme. Pero la señal que Jesús les dio a los líderes era aún mayor. De
hecho, la resurrección de Jesús es la señal más grande en el Evangelio de Juan. El libro
de Hebreos enseña que el sacrificio de Jesús hizo obsoleta la adoración en el templo
(Heb 8:13). Como el arado de hierro reemplazó al de madera, el sacrificio de Jesús
reemplazó el sacrificio de animales en el templo. Jesús, como nuestro sacrificio humano,
reemplazó el requerimiento de todos los sacrificios animales. Y ahora Él es nuestro
sacerdote, de manera que el pueblo de Dios no necesita a ningún otro sacerdote fuera de
Jesús. Él, no el templo, es el nuevo centro de adoración.
El templo de Herodes fue una vez el centro de la adoración. Pero bajo el nuevo pacto es
Jesús el centro de la adoración. Su muerte y resurrección hicieron innecesario el templo
en Jerusalén. Jesús, como Mesías, restauró la verdadera adoración en Israel.
El libro de hebreos enseña que la muerte de Jesús fue el cumplimiento de la ley e hizo
obsoleto al templo y sus sacrificios. Jesús es ahora nuestro Sumo Sacerdote, y nuestro
sacrificio por el pecado.
Jesús no quiere ser el rey de alguien solo por una hora, un día o una semana. Él debe ser
Rey para toda una vida. Jesús creyó en seguidores como Juan, Jacobo, Pedro, Andrés y
Felipe. Él creyó en los setenta y en los ciento veinte que se congregaron en el día de
Pentecostés. Él mira nuestro interior y acepta a todos los que creen en Él como el Rey de
su vida. Pero rechaza a todos los que lo colocan a Él en segundo lugar. Jesús es Dios en
carne. Insultamos al Rey Jesús si le ofrecemos cualquier lugar que no sea el primero en
nuestra vida.
Lo que NO es la fe salvadora
Evite los prejuicios por el género. Ningún otro rabino en Israel le habría hablado a una
mujer en este escenario. Los rabinos judíos no saludaban a una mujer en público, ni
siquiera a un miembro femenino de la familia. Pero Jesús traspasó los límites de la
tradición. Derribó esta barrera de género y le habló a la mujer. Cuando los discípulos de
Jesús regresaron del pueblo, ellos “se maravillaron de que hablaba con una mujer” (Jn
4:27).
Evite los prejuicios por la raza. El odio entre los judíos y los samaritanos había ardido por
más de 700 años. Este comenzó en el año 722 a. C. cuando los asirios conquistaron a las
diez tribus del norte de Israel. Entonces forzaron a los judíos a casarse con los extranjeros
recién llegados (lea la introducción de este capítulo). Por consiguiente, los samaritanos
eran una raza mixta, eran en parte judíos y en parte gentiles. Los samaritanos tenían
también una religión mixta que era parcialmente foránea. La tensión racial entre judíos y
samaritanos era muy intensa en los tiempos de Jesús. Pero Jesús confrontaba esta
discriminación racial en dondequiera que la percibía (lea Lc 4:25-28). Él se había
propuesto relacionarse y mostrarle su amor a la gente samaritana.
Evite los prejuicios por el estatus social. La mujer junto al pozo no solamente era
samaritana, sino también de un nivel social bajo. Si los samaritanos hubiesen tenido reina,
esta mujer junto al pozo, habría ocupado el puesto más bajo en ese reino. Ella era una
marginada de clase baja. Imagínese cómo sería la vida para esta mujer samaritana.
El pozo era la principal fuente de agua. Las mujeres respetadas iban por agua temprano
en la mañana o entrada la tarde. Durante esos periodos, el sol no estaba tan caliente y
estaban seguras al ser parte de un grupo. También, cuando las mujeres se reunían para
llenar los cántaros con agua del pozo, tenían la oportunidad de socializar por un tiempo
unas con otras. Pero esta mujer samaritana no tenía una buena reputación. La vida para
ella era menos dolorosa si iba a buscar agua a la hora más calurosa del día, cuando las
otras mujeres estaban a la sombra en sus hogares. Recoger el agua estando sola le daba
una mejor oportunidad de evitar las palabras hirientes, o aún las piedras que otras
mujeres le pudieran arrojar.
Evite los prejuicios por la moral. La mujer junto al pozo tenía una mala reputación moral.
Ella había tenido cinco maridos, y ahora estaba viviendo con un hombre que no era su
esposo (lea la introducción de este capítulo). Sin embargo, ¡Jesús se dirigió a ella! Esta es
la clase de persona que necesitaba de su ayuda.
Algunas veces nos apartamos de las personas que más nos necesitan. ¿Por quién siente
usted rechazo? ¿De quién tiende a apartar su mirada o evitarlo? ¿A quién juzga usted sin
tan siquiera conocerlo? ¿Siente prejuicio hacia los homosexuales, adictos, promotores de
pornografía, los que abusan de los niños, terroristas, traficantes de sexo o divorciados?
¿Les quita la mirada a los que llevan tatuajes o lucen aros en la nariz o la lengua? ¿Se
aparta usted de la música ruidosa, de la vestimenta inmodesta, de matrimonios
interraciales, de los que abusan de menores y de los groseros? ¡Supérelo! Aprenda a
mirar a través de los ojos del amor a las personas que necesitan su ayuda. ¿Quién
alcanzará al perdido si nosotros los cristianos les damos la espalda? Si usted les quita la
mirada la primera vez, ore y mire nuevamente. Mire a las personas por quienes Jesús
derramó su sangre. Hábleles a las personas por quienes Jesús murió. Ejercítese pasando
por alto los defectos de las personas y vea sus necesidades.
Considere algunas de las maneras en que Jesús fue guiado por el Espíritu en este
encuentro con la mujer samaritana.
• El Espíritu guio a Jesús a pasar por Samaria, para encontrarse con esta mujer y su
círculo social.
• El Espíritu guio a Jesús a ser amable, valorar los méritos de la mujer y hablar con ella.
• El Espíritu guio a Jesús a ser positivo y evitar criticar el estilo de vida de la mujer.
• El Espíritu guio a Jesús a manifestar el don espiritual de la profecía. Al escuchar al
Espíritu, Jesús discernía la vida de la mujer. Observe que este don espiritual fue el
elemento clave para abrir el corazón de la mujer. Sin este don espiritual, la historia de la
mujer en el pozo hubiera tenido un final diferente. La mujer estaba tan impresionada por
este don profético que ella les dijo a otros, “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo
cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 4:29). De igual manera hoy, los dones del
Espíritu son una llave para abrir el corazón de los perdidos. Debido a que lo sobrenatural
es tan poco común en la vida, tiene una gran influencia. Muchos hablan, testifican y
predican, pero pocos manifiestan lo sobrenatural.
• El Espíritu guio a Jesús a enfatizar que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad (Jn 4:24). La verdadera adoración no depende de la montaña en la
que nos paremos (como el monte Gerizim en Samaria) o el monte del templo en
Jerusalén. En la nueva hora (Jn 4:21) que inauguró Jesús, el lugar de adoración no
importa. El templo de grandes piedras en Jerusalén no impresionaba a Jesús para nada.
Más bien, Él contrastó aquel templo de piedra con un templo de verdad, un cuerpo
humano (Jn 2:21). Dios es Espíritu (Jn 4:23-24). Así que, Él está buscando personas que
se enfoquen en lo espiritual, más que en lo material.
• El Espíritu guio a Jesús a conversar sobre los intereses de la mujer.
• El Espíritu guio a Jesús a revelarse completamente a la mujer. Él selló el trato. De igual
manera, nosotros necesitamos que el Espíritu nos ayude a cumplir con nuestra misión al
presentarles a las personas a Jesús y discipularlas.
• El Espíritu guio a Jesús a pasar dos días adicionales enseñando y discipulando a la
mujer y a los otros.
En esta narración final del capítulo 4, apreciamos cómo madura la fe. Al inicio de la
narración, el oficial del rey cree que Jesús puede hacer milagros. Al concluir la historia, el
oficial y su familia creen en Jesús a un nivel más profundo (Jn 4:53; 20:31). Ellos
avanzaron de una fe por señales a una fe que salva. Juan coloca a los samaritanos y a
los galileos lado a lado como un contraste. Los samaritanos tenían fe por lo que Jesús es
(Jn 4:1-42). Por el contrario, los galileos tenían fe por los milagros que Jesús podía hacer
(Jn 4:43-54). Juan quiere llevar a sus lectores más allá de la fe por señales hacia una fe
que salva.
Las personas cortas de vista son como Esaú, viven para el momento (Heb 12:16-17).
Piensan principalmente acerca de su tiempo en la tierra, y muy poco acerca de la
eternidad. Su enfoque está en el ahora, no en el futuro. Pablo escribió acerca de los que
su “destino es destrucción, su dios es su estómago y su gloria es en su vergüenza. Su
mente está en las cosas
terrenales” (Fil 3:19). Las personas insensatas se concentran más en suplir sus
necesidades que en sus creencias. En Apocalipsis, Juan se refiere a este tipo de
personas en nueve ocasiones como los que moran en la tierra (en contraste con aquellos
que son extranjeros en la tierra y ciudadanos del cielo (Ap 3:10; 6:10; 8:13; 11:10; 13:8,
14; 17:2,8). 20 Evitemos este error de preocuparnos más por el cuerpo que por el alma.
No podemos culpar a la muchedumbre por querer comer. A todos nos gusta comer dos o
tres veces al día, ¡y algunos hasta comen más! Cuando hubo una hambruna en Israel,
Dios envió los cuervos para alimentar a Elías cada mañana y cada tarde. Y él bebía agua
del arroyo cada día (1 R 17:4-6). El hambre es una necesidad diaria. Pero el error de la
multitud era enfocarse solamente en sus necesidades físicas, mientras que ignoraban sus
necesidades espirituales. Así que, Jesús los animaba para que trabajaran, “…por la
comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre les daría” (Jn 6:27).
Muchos de los discípulos de Jesús se ofendieron ante la idea de comerse su carne. Ellos
no entendían que Él declaraba ser el Cordero Pascual de Dios. Algunos discípulos se
quejaron y dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Jn 6:60). Entonces se
apartaron, porque su orgullo les impedía buscar entendimiento. Ellos no tenían hambre ni
sed de justicia (Mt 5:6). En cambio, otros discípulos no tropezaron porque la expresión
fuera difícil de interpretar. Más bien, perseveraron creyendo y permaneciendo. Estos
tenían una gran hambre y sed de la verdad. Perseveraron en buscar la interpretación
correcta de sus palabras.
En Juan 7 las primeras actitudes que vemos hacia Jesús son hostilidad, odio, ira y
asesinato. “Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en
Judea, porque los judíos procuraban matarle.” (Jn 7:1). Recuerde que Jesús sanó al
paralítico en el estanque de Betesda en Jerusalén, durante un día de reposo (Jn 5). Los
líderes judíos se enojaron con Jesús por haber sanado a alguien durante el día de reposo,
y estaban aún más enojados porque había llamado a Dios su Padre (Jn 5:18). Las
siguientes actitudes que percibimos hacia Jesús son burla e incredulidad de sus
hermanos. Otras actitudes que observamos hacia Jesús son aceptación, rechazo, insulto
e ignorancia (Jn 7:11-20). Otra actitud que observamos en la multitud era de mentalidad
abierta, como en los alguaciles del templo.
Jesús sacia la sed espiritual por medio del doble ministerio del Espíritu Santo.
Observando en Juan 7:37-39, podemos ver el agua del Espíritu de dos maneras,
entrando y fluyendo hacia afuera (figura 4.5). Primero, hay agua que va hacia adentro.
Esto se refiere a la vida espiritual que llega del Espíritu en el nuevo nacimiento (Jn 1:12-
13; 3:3-8; 7:37; 20:22). Después de la
resurrección, Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn
20:22). 6 En ese momento, ellos experimentaron la nueva vida que su muerte en la cruz
hizo posible.
Segundo, vemos el agua fluir hacia afuera, a través de los creyentes, para satisfacer la
sed en otros. 8 Esta segunda referencia al agua se trata de la bendición de Pentecostés y
la vida llena del Espíritu Santo. 9 La Biblia de Estudio de la Vida Plena de la NVI
acertadamente comenta que Juan 7:39 se refiere al día de Pentecostés. Pero Jesús
prometió que, solamente después de que Él se fuera, vendría el Espíritu Santo, en su
función de capacitar a los creyentes para testificar con poder (Jn 16:7). Así que después
de que ascendió, Jesús envió el Espíritu Santo para traernos poder Pentecostal, como
ríos de agua viva que fluirían de nuestro interior. 10 Los creyentes no somos egoístas.
Nos deleitamos en compartir el agua de vida con los que mueren de sed. Pero día a día
debemos ser llenos del Espíritu Santo, para compartir con otros el agua que Jesús les
ofrece a los sedientos.
Los enemigos de Jesús sabían que Él era lento para condenar y rápido para perdonar.
Ellos estaban seguros de que si llevaban a donde Jesús a esta mujer inmoral, Él le
ofrecería su compasión. Así que, le llevaron a esta mujer pecadora y le formularon una
pregunta acerca de la Ley, “mas esto decían tentándole, para poder acusarle” (Jn 8:6).
Él no los sorprendió con las palabras “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero
en arrojar la piedra contra ella” (Jn 8:7). Pero estos enemigos de Jesús no sospechaban
cómo las palabras de Cristo afectarían a los presentes. La compasión de Jesús se
propagó a la mayor parte de la multitud a su alrededor. Pronto, los acusadores de Jesús y
la mujer fueron los únicos que aún quedaban. ¡Sintiéndose avergonzados e incómodos,
hasta los acusadores se fueron! Jesús no le dijo a la mujer que pecar fuera correcto. Ni le
dijo que estuviera bien el cometer pecados. No, más bien dijo que era malo. Pero, le
ofreció un nuevo comienzo. Las palabras de amor que Él le habló, nos las dice a todos:
“Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn 8:11).
La declaración: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8:12a). La metáfora de la luz es un tema
común en el Antiguo Testamento, y se citan pasajes del Antiguo Testamento en el Nuevo.
En la fiesta de los tabernáculos, los judíos estaban pensando en Dios como luz. Así que,
imagínese el impacto de las palabras de Cristo cuando declaró: “Yo soy la luz del mundo”
(Jn 8:12a). Jesús decía: “¡Ustedes ven las brillantes lámparas que iluminan a Jerusalén,
pero Yo soy la luz del mundo!” 19 Esta fue una de las maneras en que Jesús afirmó ser
igual al Padre. ¿Hay algún otro ser humano que haya aseverado ser la luz del mundo?
La condición: “el que me sigue…” (Jn 8:12b). La luz que de Jesús emana no les llega a
todos. Más bien, la condición para recibir la luz es seguir a Jesús. En Juan, la palabra
seguir significa lo mismo que creer. La acción de seguir enfatiza una relación de
obediencia y de vivir por las enseñanzas de Jesús a lo largo de toda la vida. Seguir a
Jesús es otro nombre para el discipulado. La palabra discípulo significa “aprendiz”, uno
que es guiado por un mentor. Todos los verdaderos cristianos son discípulos de Jesús.
Ellos intentan caminar a la luz de sus enseñanzas y mandamientos (Jn 8:12, 31, 51, 55).
Tal como escribió Juan “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos;
y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn 5:3). Un estudiante aprende un oficio o una
habilidad siguiendo las instrucciones de un maestro. De igual manera, nosotros
aprendemos a ser iguales a Jesús, día a día, a medida que seguimos su ejemplo, sus
enseñanzas y nos sometemos a su Espíritu en nosotros. Cuanto más lo seguimos, más
crecemos, más maduramos y nos asemejamos a Él.
La consecuencia: “…no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12c).
En Juan 8, vemos que la consecuencia para los fariseos que no siguieron a Jesús fue
permanecer en las tinieblas. Les faltaba el conocimiento de la verdad, y permanecieron
encadenados a la maldad.
Los escritos de Juan enfatizan que una de las razones por las cuales Jesús vino era para
librarnos del pecado. Al hombre en el estanque de Betesda Jesús le dijo: “… no peques
más, para que no te venga alguna cosa peor” (Jn 5:14). A la mujer sorprendida en
adulterio Jesús le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn 8:11). A los líderes
judíos que se le opusieron Jesús les dijo: “… porque si no creéis que yo soy, en vuestros
pecados moriréis” (Jn 8:24). 31 “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él:
Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos. 32 y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres [del pecado]… 34 …De cierto, de cierto
os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Jn 8:31-32, 34). Con
todas las enseñanzas de Cristo sobre el pecado, podemos comprender por qué los
discípulos llegaron a la conclusión de que la raíz del problema del hombre ciego era el
pecado. Así que, le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya
nacido ciego?”
Jesús vino a traer un juicio de dos lados: Un lado positivo y un lado negativo (Juan 9:39-
41).
El lado positivo del juicio de Jesús (Juan 9:39a). El hombre ciego de Juan 9 recibe el lado
positivo del juicio que Jesús trajo. Él representa a todos aquellos que se benefician del
ministerio de Jesús. El hombre reconoce que es ciego. Él es humilde. Está dispuesto a
obedecer cuando Jesús le pide que haga algo. Después de que es sanado, él tiene la
valentía de levantarse a favor de la verdad, aunque testificar de Jesús significara que los
líderes judíos lo sacaran de la sinagoga. Este hombre amaba más la verdad que la
aprobación de otros. Cuando Jesús revela que Él es el Hijo del Hombre, el Mesías
enviado por Dios para salvarnos, este hombre creyó y adoró a Jesús. Así que, el hombre
ciego representa a todos los humildes y buscadores que aceptan a Jesús, le obedecen y
lo adoran.
El lado negativo del juicio de Jesús (Juan 9:39b-41). Los fariseos en este pasaje reciben
el lado negativo del juicio de Jesús. Ellos representan a quienes confían en sí mismos.
Estos no admiten que son espiritualmente ciegos, y por lo tanto rechazan a Jesús. Ellos
nos recuerdan a los creyentes a quienes Jesús re prende en Laodicea: 17 “Porque tú
dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes
que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. 18 Por tanto, yo te
aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras
blancas para vestirte, y que no se descubra
la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. 19 Yo reprendo y
castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. 20 He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo” (Ap 3:17-20).
María estaba buscando una manera de decir “gracias”. Ella había entendido la verdad de
que Jesús es la resurrección y la vida. El conocimiento de que Jesús vino como nuestro
Cordero Pascual había llenado su corazón. El Hijo de Dios había venido del cielo para
salvarla a ella de las tinieblas eternas y compartir con ella la vida eterna de Dios.
Adorar y dar deben de ir de la mano. Lo que decimos con la lengua debemos respaldarlo
con nuestro tesoro. De otra manera, nos pareceremos al hombre que tocaba su guitarra
por un tono mayor, pero cantaba por uno menor. Lo que María sintió en su adoración, lo
manifestó con su ofrenda.
Dios acepta solamente una adoración que proviene del corazón. La rodilla doblada, la
cabeza inclinada y las manos levantadas son buenas señales externas de devoción. De
igual manera, el silencio del alma tanto como las palabras de adoración de los labios,
pueden ser expresiones de adoración. Pero Jesús enseñó que donde está nuestro tesoro,
ahí también está nuestro corazón (Mt 6:21). Así que, para ser consecuentes, las manos
que levantamos en alabanza deben ser las mismas manos que dan dinero. Para alabar de
corazón, debemos dedicar nuestras palabras y nuestros recursos.
De igual manera, la multitud de Juan 12 tenía un propósito para Jesús. Su gran plan era
que Él los liberara del gobierno de los romanos. 7 De modo que ellos aclamaban citando
el Salmo 118:25-26. Ellos gritaban “Hosanna”, una alabanza que significa “¡Sálvanos!”
Reconocieron que Él era el Mesías. Creyeron que Él era el Hijo de David, el gran Rey que
las Escrituras habían profetizado. Ellos tenían fe en Él. Pero su fe era superficial y
equivocada. El plan de ellos no era el de Él. Sus propósitos no eran los de Él. Ellos
querían un rey al que pudieran manejar. De manera que al Salmo 118 le agregaron las
palabras: “Bendito es el rey de Israel”. Eran sinceros, pero estaban equivocados. Estaban
alegres, pero confundidos. Jesús no era un rey a quien ellos pudieran guiar según sus
propios intereses. Su alabanza no lo manipularía. Su aplauso no lo guiaría.
Por el contrario, Él vino como un rey real, uno con su propia misión. Él vino como rey a
gobernar a las personas, no a ser gobernado por ellos. Jesús no se sometió al plan
terrenal de ellos. Querían a un rey cabalgando sobre un caballo, el símbolo de guerra y de
conquista. Así que Jesús, cumpliendo Zacarías 9:9, escogió montar en un borrico; y entrar
a Jerusalén de esta manera simbolizaba la paz. Pues Jesús vino a traer paz con Dios, no
a entablar una guerra con los romanos.
Jesús exhorta a los que tienen poder y autoridad a servirles a otros. Nuestro Señor no
está en contra de los líderes o del éxito. Él no está en contra de honrar a las autoridades.
Es bíblico honrar a los líderes, a los ancianos y a toda autoridad. Toda autoridad ha sido
impuesta por Dios (Ro 13:1). Pero Jesús nos enseña a servir. Él nos enseña con su
ejemplo, al descender a servir en la tierra. Él nos enseña a servir a otros, con su ejemplo
de lavar los pies de los discípulos y por haber muerto en la cruz por el mundo. Jesús nos
enseña con su ejemplo de que aun los de gran autoridad, como el Hijo de Dios, deben
usar su posición para servir a otros.
Paracleto. El verbo griego parakaleo tiene dos partes: para (junto a) y kaleo (yo llamo).
Formas del verbo parakaleo aparecen más de cien veces en el Nuevo Testamento. Por el
contrario, el sustantivo Parakletos aparece solamente cinco veces en el Nuevo
Testamento, y todas estas en los escritos de Juan (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7; 1 Jn 2:1). El
significado básico de Parakletos es “una persona llamada para ayudar” cuando los
humanos son incapaces de arreglárselas por ellos mismos.
El Espíritu de verdad es la segunda manera usada por Jesús para describir al Espíritu
Santo (Juan 14:17; 15:26; 16:13). Tanto Jesús como el Espíritu Santo son conocidos por
la verdad (Jn 14:6; 14:17). El Espíritu Santo en nuestra vida revela a Jesús, da testimonio
de Él y busca glorificarlo a través de nosotros como discípulos. El Espíritu Santo usa la
Palabra de verdad para guiarnos en la voluntad y la obra de Dios (Jn 17:17). El Espíritu
Santo siempre representa la verdad acerca de Jesús, imparte un conocimiento verdadero
de Dios y nos capacita para adorar a Dios “en espíritu y en verdad” (Jn 4:24).
Así que, parece que el escenario para Juan 15 es después de que Jesús y los once
discípulos abandonaron el aposento alto y se dirigieron al Monte de los Olivos. Es posible
que, en su camino, Jesús y sus discípulos pasaran por el Templo y este fue el lugar de
muchas de sus enseñanzas esa noche.
Pero, ¿sobre qué clase de fruto habla Jesús en Juan 15? Dios busca dos clases de fruto:
el fruto interno del Espíritu, tal como el amor (Gá 5), y el fruto externo de los nuevos
discípulos que son el resultado de nuestra misión. Enfatizaremos el fruto vital del amor en
el punto B. Al final, uno de los principales propósitos del amor es hacernos testigos
fructíferos. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos
con los otros” (Jn 13:35). El amor de los unos por los otros es lo que nos identifica con
Jesús, Aquel que nos comisionó para hacerlo conocer. Así que aquí en el punto A,
consideremos el fruto de los nuevos discípulos que Jesús quiere que ganemos para Él.
Los nuevos discípulos son la misma clase de cosecha que Jesús tenía en mente cuando
Él dijo que su muerte era como plantar una semilla que produciría fruto (Jn 12:24). De
igual manera, el fruto de la vid en Juan 15 es principalmente fruto de nuevos discípulos.
Mientras que la vida y el poder de Jesús fluyan a través de nosotros por su Espíritu,
seremos testigos fructíferos. Al considerar el fruto que Jesús desea de sus discípulos,
sería útil repasar el enfoque y el propósito de Juan a lo largo de su Evangelio. Dicho
propósito se establece casi al final del libro:
“Pero éstas (cosas) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20:31). Juan fue apóstol y
evangelista. Él escribió para conectar a la gente con Jesús y fortalecer las relaciones con
Él. Algunas culturas, como la occidental, enfatizan las metas más que las relaciones. La
mayoría de las culturas enfatizan las relaciones más que las metas. Por su parte, la meta
de Juan era las relaciones. Él escribió para inspirar y fortalecer las relaciones de las
personas con Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, de manera que tuvieran vida eterna (Jn
20:31). Juan escribió para ganar el fruto de nuevos creyentes y preservar el fruto de los
que ya habían creído.
Desde el principio hasta el final de su Evangelio, Juan enfatizó que Jesús vino por fruto.
Todos los que creen y siguen a Jesús son el fruto de su misión. La figura 6.15 le permite
practicar la identificación del fruto que Jesús quiere.
Dios desea fruto. Él quiere que las personas a las que Él ha creado sean salvas del
infierno y redimidas por la eternidad. Seguir a Jesús no se trata solamente de nosotros.
Jesús les pide a sus seguidores que compartan su misión. Jesús no nos salva para que
vayamos por la vida satisfaciendo nuestros deseos egoístas. La voluntad y el plan de Dios
para los creyentes es que lleven fruto, que hagan discípulos a todas las naciones.
Pero saludemos a los que no conocemos. Hagamos buenas obras a los que no nos
pueden remunerar. Y alcancemos al mundo perdido por el cual Jesús murió con el fin de
redimirlo. Porque esta es la razón por la que Dios nos escogió, para llevar fruto, mucho
fruto, más fruto y fruto que permanece: hacer discípulos a todas las naciones. (Jn 17:18;
20:21; Mt 28:19-20).
Las primeras palabras de Juan 17 dicen: “levantando los ojos al cielo, dijo” (Juan 17:1).
Cuando oramos, es importante recordar que Dios está en el cielo. La oración del Señor en
Mateo 6 comienza reconociendo “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mt 6:9). Mirar
hacia el cielo u orar estas palabras le da a Dios algo del honor y del respeto que Él
merece como nuestro Creador, el Único Todopoderoso sobre la tierra.
De igual manera, recordar que Dios está en el cielo también nos ayuda a tener la actitud
correcta hacia Él, ya que estamos abajo en la tierra que Él creó. En oración, nosotros no
solo estamos buscando la ayuda de los humanos en la tierra. Orar es hacia Aquel que
gobierna sobre todos nosotros.
La oración de Jesús nos enseña a levantar la mirada para reconocer a Dios como nuestro
Padre, para relacionar nuestras peticiones con los propósitos y la gloria de Dios y tener fe
en la gloria que va más allá de nuestros retos del presente.
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la
palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que
también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La
gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23
Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. 24
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén
conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes
de la fundación del mundo. 25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he
conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.26 Y les he dado a conocer tu
nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos,
y yo en ellos” (Jn 17:20-26).
La iglesia primitiva en Jerusalén recibió el derramamiento del Espíritu Santo (Hch 2:42-
47). Experimentaron la clase de unidad por la cual Jesús oró en Juan 17. En esta unidad
el Espíritu Santo consolidó a los creyentes en: 1) las enseñanzas de los apóstoles (Hch
2:42a); 2) la comunión y koinonia (Hch 2:42b); 3) partir el pan juntos (Hch 2:42c, 46); 4)
oración (Hch 2:42d; vea Hch 1:14; 4:23-31); 5) señales y prodigios (Hch 2:43); 6) el
compartir (Hch 2:44-47a); y 7) la ministración de ellos hacia otros (Hch 2:47b). El
desbordamiento de su unidad, fe y vida compartida les ganó el “favor de todas las
personas” en Jerusalén. Jesús oró por una unidad que haría que el mundo creyese. Dos
meses después de la oración de Jesús, un gran número de personas se convertían en
discípulos en Jerusalén, a causa del amor y la unidad de los creyentes. Las conversiones
eran tan frecuentes que eran añadidos a la Iglesia diariamente (Hch 2:47).
Jesús oró para que la Iglesia fuera una, pero Satanás trató de dividirla. En el Nuevo
Testamento, Satanás intentó dividir a la Iglesia en cuanto a su manera de proceder (Hch
6:1), diferencias culturales (Hch 10:10-16, 34-35), desavenencias culturales (Hch 15:1-2a,
7) y preferir a un líder sobre otro (1 Co 3:4-8). Ya que el cuerpo de Cristo es su novia
viviente, no meramente una organización humana, debemos cultivar “la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef 4:3). Los intentos de unir a la Iglesia como un sistema
eclesiástico son contrarios a las enseñanzas de Jesús y al espíritu de la oración de Jesús.
Como dijera Martín Lutero: “La unidad, si fuera posible; pero la verdad, a cualquier
precio”. “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo”? (Am 3:3).
El deseo de Dios es que la gloria que habitó en Jesús habite en la Iglesia en cada
generación (Ef 3:21). Si la gloria de Dios pasó de Jesús a nosotros y mora en nosotros
por el Espíritu Santo, entonces experimentaremos el amor y la unidad que caracteriza la
relación entre el Padre y el Hijo. Tal amor y unidad asombrarán al mundo y harán que
escuchen nuestro mensaje y crean en el Señor Jesús. Este es el clamor del corazón de
Jesús en su oración en Juan 17 justo antes de morir en la cruz. Los perdidos del mundo
no pueden ver a Dios, pero ellos pueden ver a los cristianos. Y lo que vean en nosotros es
lo que creerán acerca de Dios. Si ven amor y unidad, creerán que Dios es amor. Si ven
odio, discusiones y división, rechazarán nuestro mensaje del Evangelio.
RESUMEN DEL MINISTERIO PUBLICO DE JESUS PARA EL MUNDO (JUAN 18-21)
Un cazador de venados ascendía por una montaña. De pronto, vio una madre cierva con
un venado más pequeño, de aproximadamente seis meses. Al levantar él su arma, la
cierva madre avanzó dos pasos hacia el cazador y resopló una alarma para que su
cervatillo escapara. El pequeño corrió mientras que la madre permaneció inmóvil,
poniéndose en riesgo entre el cazador y su hijo a quien protegía. El cazador le disparó a
la cierva, que dio su vida para proteger a su cervatillo. Posteriormente, el cazador se dio
cuenta de lo que había ocurrido. Estaba tan asombrado del amor de la madre por su cría
que prometió que nunca más le dispararía a una cierva en esta situación. Tal como hizo
esta madre cierva, Jesús se colocó entre los soldados y sus discípulos. Él estaba
dispuesto a morir para que estos estuvieran a salvo. Y en la cruz, Jesús se situó entre
nosotros y el juicio de Dios. Él murió para que cada persona que crea en Él pueda
escapar de la muerte eterna. En sus momentos más difíciles, Jesús es el ejemplo más
grande del mundo de lo que significa preocuparse por los demás.
Observe que en el patio de Anás, este anterior sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca
de sus discípulos y sus enseñanzas (Jn 18:19). En este juicio es la vida de Jesús la que
está en riesgo. Aun así, Él siempre pensaba en la seguridad de sus discípulos.
Anteriormente, Jesús había orado por la protección de sus discípulos y esperaba que su
Padre lo hiciera. Sin embargo, aunque confiamos en Dios, siempre debemos hacer todo lo
que podemos. Así que, Jesús protege a sus discípulos desviando la discusión acerca de
ellos y guiándola hacia el público.
Aunque Pedro lo negó, Jesús no se desentendió de él. No condenó a Pedro cuando tomó
las decisiones equivocadas. Y Dios no se apartó de nosotros cuando nos escondíamos de
Él en nuestras tinieblas. “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn 3:17). Si usted hubiera visto a Jesús
cuando volvió su mirada hacia Pedro, justo cuando el gallo cantó, ¿qué mensaje silente
hubiera visto en el rostro de nuestro Señor? La mirada en el rostro de nuestro Señor no le
decía a Pedro: “¡Aléjate de mí! Jamás quiero verte otra vez”. Había una mirada de amor y
desilusión en los ojos del Señor. El mensaje que Jesús envió no condenaba a Pedro. Más
bien, hizo que el pescador derrotado buscara un lugar de oración donde se arrepintió de
haber fallado en testificar de Jesús, su mejor amigo.
Al concluir el juicio de Jesús, Juan apela a sus lectores con mayor empeño. Rechazar a
Jesús significa estar en el lado opuesto a la verdad (Jn 18:37). Y darle la espalda a Jesús
significa estar del lado de los que rechazan a Dios como Rey y dicen: “No tenemos más
rey que César” (Jn 19:15). A lo largo del antiguo pacto y del nuevo vemos la gran verdad
de que Dios es Rey. Él es el Rey de Israel, Rey de las naciones, Rey de la verdad, Rey de
gloria y Rey de reyes. Que un judío dijera que Dios no es Rey (y que César es el único
rey) sería la más grande negación, traición, rechazo y blasfemia hacia Dios. Decir que
Dios no es Rey es lo mismo que decir que Él no es Señor ni Dios.
18:28-29 Buscando asesinar a Jesús, los judíos también se interesaban en estar
ceremonialmente limpios en su exterior.
18:36 Jesús estaba en el mundo, pero su reino era de otra parte.
19:7 La ley judía exigía la muerte de cualquier hombre que afirmara ser el Hijo de Dios,
aunque Él lo fuera.
19:11 En el juicio, Jesús juzgó tanto a Pilato como a los que buscaban matarlo. ¿Quién
tenía la mayor culpa?
El deseo de Dios de ser el Rey sobre las naciones y sobre todas las personas no ha
cambiado. Él todavía es Rey. Un momento espantoso se acerca cuando Dios juzgue y
condene a todos los que no se sometan a Él como Rey, la máxima autoridad del universo.
En Juan hemos leído que Jesús dijo: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16:15). Así
como Dios Padre es Rey, Jesús, Dios Hijo, es también Rey. En el libro de Apocalipsis,
Juan vio a Jesús regresando sobre un corcel blanco, un símbolo de poder y conquista.
Juan vio al Rey Jesús regresando para derramar la ira y el juicio de Dios sobre las
naciones. “Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y
SEÑOR DE SEÑORES” (Ap 19:16).
Juan tuvo una visión del Rey Jesús regresando para derramar su ira sobre los que
rechazaron
a Dios como Rey. En su primera venida, Jesús llegó a poner la paz entre Dios y los
hombres. Pero en su segunda venida, el Rey Jesús viene a entablar una guerra contra las
naciones rebeldes. Viene como “REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap 19:16).
A todo lo largo de su ministerio, Jesús afirmó ser rey y Él enseñó frecuentemente acerca
del reino de Dios, su reino. Vimos a Jesús como Rey en Juan 12:15, justo a unos cuantos
días antes de su juicio y crucifixión. Miles de Judíos aclamaron a Jesús como Rey
mientras Él entraba en Jerusalén humildemente montado sobre un borrico, cumpliendo
Zacarías 9:9. Jerusalén hervía de comentarios acerca del Rey Jesús. Pilato y todo
Jerusalén sabían que la gente común reconocía a Jesús como su Rey. Así que, cuando
Pilato escribió que Jesús era el Rey de los Judíos, simplemente escribió en un letrero lo
que Jesús le había dicho y lo que las multitudes de judíos en Jerusalén creían.
Jesús es el Rey de reyes, ya sea que las personas hoy lo reconozcan o no. Llegará un
momento cuando toda rodilla se doblará ante Jesús y toda lengua confesará su grandeza
(Fil 2:10-11). Bienaventurados son aquellos que lo coronan a Él como su Rey en esta vida
y disfrutan de ser sus siervos. Porque Jesús es el Rey de los judíos y Él es el Rey sobre
todas las demás personas en el mundo. Dios es Rey; y las personas o se someten a Él
ahora bajo el evangelio de paz o se someterán en el futuro, cuando el Rey Jesús regrese
con la ira de Dios.
Jesús culminó su misión. Nosotros debemos evitar el error de agregarle algo a la misión
salvadora que Jesús proveyó. Algunos yerran añadiendo buenas obras en esta vida,
como algo que tenemos que hacer para ser salvos. Las buenas obras no son una
escalera para ascender al cielo ni son una ofrenda que añadimos a la misión de Jesús
para ganarnos la salvación.
Basar nuestro futuro eterno en hechos históricos es vital. Pero creer en los hechos no
alcanza a ser una fe salvadora. Aun los demonios creen en Dios y tiemblan (Stg 2:19). Y
sin duda alguna estos espíritus malignos creen en la resurrección de Jesús. Pero para ser
salvos, necesitamos más que estar de acuerdo con los hechos históricos. Hay más de
2.200 millones de personas en el mundo que se consideran cristianos. Muchas de estas
personas son sinceras y están de acuerdo con los hechos y las doctrinas del cristianismo.
Pero como Juan explica en la primera página de su Evangelio, la entrada a la familia de
Dios comienza con una relación personal con Jesús.
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn 1:12-13).
Juan equipara creer en Jesús con recibirlo a Él en nuestra vida como Salvador y Señor
(Jn 1:12). Jesús le explicó este comienzo personal cristiano a Nicodemo. En el momento
en que el Espíritu nos da convicción de nuestros pecados, respondemos con
arrepentimiento y fe en la muerte y resurrección de Jesús. De esta manera, nos
convertimos en cristianos. De ahí en adelante, continuamos nuestro viaje al cielo en una
íntima relación con Jesús, al permanecer en Él, obedecer sus enseñanzas y disfrutar de
su Espíritu que mora en nosotros. El Espíritu Santo nos llena de confianza en que somos
miembros de la familia de Dios (Ro 8:17). Y el Espíritu nos llena del amor de Dios y de la
presencia de Jesús.
• Contrastar dos ministerios del Espíritu en Juan, dando referencias bíblicas de cada uno.
• Agua viva para nosotros, para satisfacer nuestra sed personal (Jn 7:37; vea Jn 4:14);
• Agua viva a través de nosotros para satisfacer la sed de otros (Jn 7:38-39).
• Resumir cómo nosotros, así como Tomás, debemos dejar de dudar y debemos creer.
Tomás creyó en conceder el beneficio de la duda. Hay algunas cosas de las que debemos
dudar. Debemos dudar y negarnos a creer en las mentiras y engaños del diablo.
Debemos dudar de los falsos maestros y rechazarlos. Debemos dudar, desconfiar y
negarnos a depender de cualquier cosa que sea contraria a Dios o a su Palabra. Así que,
la duda puede ser amiga y aliada, si dudamos de lo que sea impío, falso o engañoso.
Pero Tomás se equivocó al dudar de la verdad. Y la duda es enemiga de la fe cuando se
niega a creerles a los testigos de Dios, a su Palabra y a sus promesas. Los testigos de
Dios le dijeron a Tomás, “¡Al Señor hemos visto!” Pero Tomás dudó de la verdad que sus
amigos le dijeron. Aun así, una semana después, vemos a Tomas con los discípulos. Su
presencia demuestra que él estaba luchando para creer (Jn 20:26).
Así que, cuando caminó con Pedro alejándose de la fogata y de los otros discípulos, el
Señor le preguntó tres veces: “Pedro, ¿me amas?” En cada ocasión que Pedro confirmó
su amor, Jesús le dijo, “Apacienta mis ovejas”, tanto los corderos como las adultas. Las
ovejas de todas las edades, etapas, tamaños y colores son muy amadas por el Buen
Pastor. Y el amor que Jesús deseaba de Pedro y que desea de nosotros es el que tiene
cuidado del rebaño de Dios, no un amor que discute, acusa, pelea e hiere a las personas.
Nosotros expresamos nuestro amor por Dios de muchas maneras, como obedecer sus
mandamientos de amar a otros, ser santos, orar, perdonar, testificar, hacer buenas obras
y compartir. Mostramos nuestro amor por Dios siendo fieles en asistir a la congregación,
en diezmar y ofrendar y en levantar la voz y las manos en alabanza a Dios. En su
evangelio y sus otros libros, Juan menciona muchas de las maneras de amar a Dios. Pero
guardó una lección vital para la última página de su Evangelio. Las últimas palabras de
una persona son siempre importantes. Así que, podemos ver que para Jesús la
alimentación de sus ovejas es una prioridad.
La respuesta de Jesús a Pedro es abrupta. La respuesta del Señor significó: “Lo que le
pase a Juan nos es de tu incumbencia. Solo asegúrate Tú de seguirme a Mí” (Jn 21:22).
Jesús hace un llamado a cada creyente para que lo siga, no para que inspeccione los
caminos en los que viajan otros discípulos.