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Operaciones Con Potencias 2 3 7 6 5 2 /4 5 2 3

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OPERACIONES CON POTENCIAS:

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El monstruo del lago:

É rase una vez una preciosa muchacha llamada Untombina, hija del rey de una tribu

africana.

A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la comarca porque en

él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba, devoraba a todo aquel que

merodeaba por allí. Nadie, ni de día ni de noche, osaba acercarse a muchos metros a la
redonda de ese lugar. Untombina, en cambio, valiente y curiosa por naturaleza, estaba

deseando conocer el aspecto de ese monstruo que tanto miedo daba a la gente.

Un año llegó el otoño y con él tantas lluvias, que toda la región se inundó. Muchos

hogares se vinieron abajo y los cultivos fueron devorados por las aguas. La joven

Untombina pensó que quizá el monstruo tendría una solución a tanta desgracia y pidió

permiso a sus padres para ir a hablar con él. Aterrorizados, no sólo se negaron, sino que

le prohibieron terminantemente que se alejara de la casa.

Pero no hubo manera; Utombina, además de valiente, era terca y decidida, así que reunió

a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo. La hija del rey

dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más alto en el cielo, el

grupo de muchachas llegó al lago.

En apariencia todo estaba muy tranquilo y el lugar les parecía encantador. Se respiraba

aire puro y el agua transparente dejaba ver el fondo de piedras y arena blanca. La

caminata había sido dura y el calor intenso, así que nada les apetecía más que darse un

buen chapuzón. Entre risas, se quitaron la ropa, las sandalias y las joyas, y se tiraron de

cabeza.
Durante un buen rato, nadaron, bucearon y jugaron a salpicarse unas a otras. Tan

entretenidas estaban que no se dieron cuenta de que el monstruo, sigilosamente, se había

acercado a la orilla por otro lado y les había robado todas sus pertenencias.

Cuando la primera de las muchachas salió del agua para vestirse, no encontró su ropa y

avisó a todas las demás de lo que había sucedido.  Asustadísimas comenzaron a gritar y

a preguntarse qué podían hacer ¡No podían volver desnudas al pueblo!

Se acercaron al lago y, en fila, comenzaron a llamar al monstruo. Entre llantos, le

rogaron que les devolviera la ropa. Todas menos Utombina, que, como hija del rey, se
negaba a humillarse y a suplicar nada de nada.

El monstruo escuchó las peticiones y, asomando la cabeza, comenzó a escupir prendas,

anillos y pulseras, que las chicas recogieron rápidamente. Devolvió todo lo que había

robado excepto las cosas de la orgullosa Utombina. Las chicas querían volver, pero ella

seguía negándose a implorar y se quedó inmóvil, en la orilla, mirando al lago. Su actitud

consiguió enfadar al monstruo que, en un arrebato de ira, salió inesperadamente del lago

y de un bocado se la tragó.

Todas las jovencitas volvieron a chillar presas del pánico y corrieron al pueblo para

contar al rey lo que había sucedido. Destrozado por la pena, decidió actuar: reclutó a su

ejército y lo envió al lago para acabar con el horrible ser que se había comido a su niña.

Cuando los soldados llegaron armados hasta los dientes, el monstruo se dio cuenta de

sus intenciones y se enfureció todavía más. A manotazos, empezó a atrapar hombres de

dos en dos y a comérselos sin darles tiempo a huir. Uno delgaducho y muy hábil se zafó

de sus garras, pero el monstruo le persiguió sin descanso hasta que, casualmente, llegó a

la casa del rey. Para entonces, de tanto comer, su cuerpo se había transformado en una

bola descomunal que parecía a punto de explotar.


El monarca, muy hábil con el manejo de las armas, sospechó que su hija y los soldados

todavía podrían estar vivos dentro de la enorme barriga, y sin dudarlo ni un segundo,

comenzó a disparar flechas a su ombligo. Le hizo tantos agujeros que parecía un

colador.

Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los hombres que habían sido

engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus ojos, sana y salva, fue su preciosa

hija.

El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Utombina su valentía.


Gracias a su orgullo y tozudez, habían conseguido acabar con él para siempre.

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