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Las Dimensiones de La Ciudadania PDF

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Las dimensiones

de la ciudadanía
Implicaciones teóricas y puesta en práctica

El análisis de la ciudadanía es crucial para calificar las transformaciones políticas en


curso. En este artículo se realiza a dos niveles distintos: teórico y coyuntural. Bajo el
primer aspecto se revisa tanto la literatura clásica como la más reciente acerca de
su contenido conceptual en torno a ocho ejes predominantes y se evalúa la
coherencia interna del modelo cívico.
El diagnóstico coyuntural del “clima” ciudadano mexicano se efectúa, por una
parte, considerando sus manifestaciones principales de 1960 a la fecha y, por otra,
caracterizando la respuesta dada a ellas por el gobierno a partir de los ochenta.

J UAN M ANUEL R AMÍREZ S ÁIZ

n los ensayos sociopolíticos mexicanos, las alusiones

E a la nueva cultura política, que está emergiendo en el


país desde 1985, son frecuentes. Sin embargo, los
esfuerzos canalizados a conceptualizarla e interpre-
tarla están siendo mucho menos numerosos. Esta
situación es más evidente en el caso de uno de los
componentes de la cultura en cuestión: “Lo cívico o
ciudadano”. Tanto en sus versiones sustantivas (ciu-
dadanía activa, ciudadanización, etcétera) como
adjetivas (política, cultura, conciencia, insurgencia,
prácticas, movimientos, etcétera, cívicos o ciudada-
nos), a este tópico se le ha dedicado escasa atención
teórica. Mi interés en este ensayo no estriba tanto en
considerar en qué consiste cada una de estas manifes-
taciones (sustantivas o adjetivas) de la ciudadanía,
cuanto en acotar su contenido conceptual. Para ello,
en la primera parte reviso la literatura clásica sobre

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el tema y la más reciente, principalmente la europea. En el segundo


inciso y a la luz del bagaje teórico previo, caracterizo las manifestaciones
o experiencias mexicanas de la ciudadanía a partir de los sesenta.
Finalmente considero la respuesta dada por el gobierno desde los
ochenta a las diferentes expresiones ciudadanas. Por lo anterior, en este
ensayo combino el planteamiento de tipo teórico con un diagnóstico
preliminar acerca de la situación de la ciudadanía en el México contem-
poráneo, asunto que resulta crucial para calificar las transformaciones
políticas en curso.

1. La ciudadanía y sus elementos constitutivos

El significado atribuido al término ciudadanía en los análisis acerca de


la moderna sociedad civil, la transición democrática y la nueva cultura
política, no es necesariamente coincidente. Por ello se impone precisar
qué es un ciudadano o en qué consiste la ciudadanía.
A un primer nivel, se es ciudadano por el hecho de haber nacido en un
determinado Estado-Nación. A partir de esta adscripción básica, el
ciudadano adquiere los derechos y responsabilidades que en dicho país
se reconocen. Por ello, la ciudadanía posee tanto un referente territorial,
como jurídico y político. Pero la ciudadanía consiste, sobre todo, en una
actitud o posición, es decir, la conciencia de pertenencia a una colectividad
fundada sobre el derecho y la situación de ser miembro activo de una
sociedad política independiente (Touraine, A., 1992, 381). Desde esta
óptica, la ciudadanía significa fundamentalmente participación social e
integración. Como consecuencia, ser ciudadano es sentirse responsable
del buen funcionamiento de las instituciones que amparan los derechos
en el país al que se pertenece. En este contexto, el ciudadano ideal es el
que interviene en la vida pública y está dispuesto a someter su interés
privado al interés general de la sociedad (B. van Steenbergen). Derechos
y obligaciones son siempre correlativos.
Visualizada desde los derechos, “la ciudadanía -según Arendt- es el
derecho a tener derechos, los cuales sólo es posible exigir a través del
pleno acceso al orden jurídico que únicamente la ciudadanía concede”
(Arendt, A., 1949). La relación entre derechos y ciudadanía es tal que,

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Las dimensiones de la ciudadanía

sin la conciencia de los primeros, no es posible la segunda. Frente a las


concepciones y prácticas de las monarquías absolutas y de las dictaduras
que consideran al hombre como objeto de gobierno, es decir, como
súbdito en los gobiernos republicanos y democráticos, la ciudadanía
estriba en valorarlo como sujeto de derechos. En consecuencia, ciudada-
no es quien conoce sus derechos y los defiende. La centralidad de los
derechos es el asunto nodal de la sociedad civil y democrática (Cohen, J.
Arato, A., 1993).
La relación existente entre ciudadanía y derechos puede ser
visualizada desde diferentes ángulos. Una revisión de la literatura
respectiva más importante permite destacar los siguientes aspectos: a)
vinculación de la ciudadanía con las prácticas y luchas socio-políticas; b)
reconocimiento de derechos y tipos de ciudadanía; c) ciudadanía y
tradiciones ideológicas; d) ciudadanía e igualdad; e) derecho a la diferen-
cia; f) las vertientes local y mundial de la ciudadanía, y g) ejercicio de los
derechos y actitudes a asumir ante el Estado. A continuación asiento el
estado de la cuestión respecto a estos tópicos.

1.1. Ciudadanía y prácticas socio-políticas

Sobre este tema, H. A. Giroux, desde una óptica marxista, ha enfatizado


que el reconocimiento de los derechos debe ser ubicado en el contexto
histórico de las luchas sociales. En sus propios términos: “Ciudadano es
algo más que un simple portador de derechos, privilegios e inmunidades
abstractos... No se puede definir la ciudadanía dentro de un vacío
político, de una amnesia histórica que se caracteriza por un silencio
intencional respecto a las constantes luchas históricas que se han
librado en cuando al significado y a las potencialidades no realizadas que
subyacen a los distintos conceptos de ciudadanía” (Giroux, H.A., 1993,
17 y 143). De acuerdo con este juicio, las prácticas emancipatorias de los
ciudadanos son las que explican la promulgación de los derechos.
Analizando la situación respectiva de la Inglaterra de los siglos XVII a
XIX, Somers es más explícito al señalar que la ciudadanía no constituye
un cuerpo de derechos universales y de deberes, sino que es la resultante
de un proceso que se desarrolló a través de un conjunto de prácticas

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sociales enclavadas institucionalmente. El proceso institucional que


explica los derechos ciudadanos está constituido por las relaciones entre
las esferas públicas, la vida asociativa de la comunidad y los patrones de
cultura política. Por ello, la ciudadanía no fue concedida como un
derecho; fue creada por las actividades de los pueblos en situaciones
particulares que interactuaron con instituciones, ideales y reglas del
poder legal y la participación gubernamental (Somers, M. R., 1993, 609,
611 y 612). Es decir, la capacidad asociativa de los ciudadanos, su
participación en la esfera pública y el recurso hábil a las leyes para
convertirlas en derechos son los factores explicativos de las formas que
asumió la ciudadanía en Inglaterra.

1.2. Relación entre tipos de derechos y modalidades


de la ciudadanía

Los aportes de T. H. Marschall son clásicos y aclaratorios sobre este tópi-


co. Este autor define la ciudadanía como un “status que implica el acceso
a varios derechos” (Marschall, T. H., 1976, IX). Además ha establecido
la concatenación que se ha dado entre el reconocimiento histórico de los
derechos y la aparición de los tipos o varios rostros de la ciudadanía.
Según su perspectiva, en el siglo XVII se reconocieron los derechos
civiles: igualdad ante la ley, libertad de la persona, libertad de palabra,
pensamiento y culto, el derecho de propiedad y de concluir contratos.
Estos derechos del individuo dieron origen a la ciudadanía civil. El siglo
XIX vio el desarrollo de los derechos políticos: el de asociación y el de
participación en el ejercicio del poder político como miembro de un
cuerpo investido con autoridad política (asambleas legislativas o cáma-
ras) o como elector de los miembros de ese cuerpo. Tales derechos
constituyen la ciudadanía política. Finalmente el ejercicio de los dere-
chos políticos en el siglo XX produjo derechos sociales: el de un cierto
nivel de bienestar económico y social (vivienda, educación, salud, etcé-
tera) y el compartir plenamente el legado social, acorde con los estánda-
res prevalecientes en la sociedad.
De acuerdo con este planteamiento, de la toma de conciencia acerca
de cada uno de estos derechos emergió la modalidad de ciudadanía

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Las dimensiones de la ciudadanía

correspondiente. Ésta es la explicación de que la ciudadanía tenga tres


dimensiones: la civil, la política y la social.
En la valoración actual de la ciudadanía, tiende a relegarse esta
perspectiva histórica; y asimismo a privilegiarse la ciudadanía política
sobre la civil y la social, desconociendo que las tres modalidades son
igualmente constitutivas de ella.
Estos diferentes derechos y los tipos de ciudadanía correspondientes
no sólo constituyen un modelo ideal de relaciones sociopolíticas. Se
sustentan en sendas instituciones y normatividades que fueron creadas
para ampararlos y darles materialización. A los derechos civiles respon-
den los tribunales; a los políticos, los cuerpos políticos representativos;
y a los sociales y económicos, los servicios de seguridad social y las
escuelas principalmente.

1.3. Ciudadanía y tradiciones ideológicas

Frecuentemente suele olvidarse que a las tres dimensiones de la ciuda-


danía, recién aludidas, subyacen tres posiciones ideológicas diferentes
y, en algunos aspectos, encontradas. De acuerdo con el propio Marschall
y F. Escalante, la que corresponde a cada uno de los tres tipos de derecho
es la siguiente. En el reconocimiento de los derechos civiles estuvieron
presentes convicciones liberales que enfatizaban el aspecto personal o
individualista de la ciudadanía. Ellas afirmaron los derechos del indivi-
duo ante el Estado absolutista, así como ante la presión que ejercían las
formas tradicionales de vinculación social, tales como las comunidades,
gremios y mayorazgos. Esta tradición privilegió la defensa de las
garantías individuales, la tolerancia y la necesidad de respetar el orden
jurídico. Su principal reclamo y meta políticos eran limitar el poder y la
acción de gobierno. (Escalante, F., 1992, 33). La ciudadanía civil,
fundamentada en esta tradición, fue impulsada por la Revolución
Francesa y resultó ampliamente funcional a los intereses del capitalis-
mo concurrencial. Por su carácter individualista, no necesariamente se
vinculó con la democracia ni con la dimensión del bienestar social. Por
su parte, la ciudadanía política está articulada a la tradición republica-
na y democrática del siglo XIX y a su defensa de la participación política

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J UAN M ANUEL R AMÍREZ S ÁIZ

y del sufragio en particular. Esta tradición “exige la participación, la


justicia y el autogobierno” (Escalante, F., 1992, 34). No enfatizó el
ámbito privado o las libertades individuales. Y se fundamentó en la
soberanía popular. Finalmente la ciudadanía social se nutre de tres
fuentes ideológicas distintas: el socialismo (no necesariamente marxis-
ta), la doctrina social de la Iglesia y el keynesianismo, las cuales
subrayan la necesidad del sentido comunitario y el bienestar social. Bajo
este aspecto, no coinciden con las posiciones individualistas liberales.
Pero no exigen forzosamente la participación política democrática (Es-
calante, F., 1992).
Actualmente se tiende a desdibujar el interjuego existente entre
estas tres diferentes tradiciones que, a primera vista, resultan difíciles
de conciliar. Ellas impulsaron por separado en el surgimiento de los
derechos ciudadanos respectivos. Y hoy coexisten, no sin tensiones,
dentro del cuerpo de normas y valores públicos denominado “modelo
cívico”.

1.4. Ciudadanía e igualdad

Respecto a este asunto, Lipset resalta que “el aspecto más importante
del concepto de ciudadanía es la asunción de la igualdad respecto a los
derechos y deberes”. Según este autor, “el carácter revolucionario de la
ciudadanía es la creación de un status en el que los hombres son iguales”
(Lipset, S.M., 1976, X). Al respecto, Lafer, parafraseando a Arendt,
recuerda que “no nacemos iguales. Nos volvemos iguales como miem-
bros de una colectividad en virtud de una decisión conjunta que garan-
tiza a todos derechos iguales. La igualdad no es algo dado... Es una
construcción elaborada convencionalmente por la acción conjunta de los
hombres a través de la ley y de la organización de la comunidad política”
(Lafer, C., 1994, 172). Sin embargo, se corre el peligro de silenciar que,
a pesar de que la ciudadanía tiene una connotación de integración, su
base está formada por una sociedad desigual y excluyente. Por ello, A.
Borón insiste en no dejar en segundo plano los diferentes grados en que
se materializan las tres dimensiones de la ciudadanía. Ello es particu-
larmente notable entre la vertiente política y la social. La primera de

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Las dimensiones de la ciudadanía

ellas establece una igualdad entre los ciudadanos de carácter político-


formal ante la ley, mientras que en la concreción de la ciudadanía social
se advierten notorias desigualdades materiales en los niveles de vida de
los ciudadanos. Es decir, la ciudadanía política puede ir acompañada de
des-ciudadanía social y económica. O, en otros términos, los predicados
igualitaristas en el terreno político no se cumplen en el socio-económico.
Ello implica despojar a la ciudadanía de las mayorías de contenidos de
dignidad y eficacia (Borón, A. A., 1993). Por lo anterior, habría que
reconocer que la ciudadanía intenta contrarrestar las desigualdades
sociales en función de los mismos derechos básicos. Pero igualmente es
obligado admitir que existe todavía una notable distancia entre la
ciudadanía formal o institucional y la sustancial o real.

1.5. El derecho a la diferencia

La insistencia en la contradicción existente entre igualdad formal y


desigualdad real no debe llevar a relegar u opacar otra dimensión de la
ciudadanía. Ésta consiste en el derecho civil a la diferencia, es decir, a
la individualidad y diferenciación o, en otros términos, a lo propio o
distintivo. En un contexto globalizante, homogeneizador y anulador de
las particularidades de los países, regiones y grupos, es importante
subrayar esta vertiente ciudadana. En el terreno socio-político, este
derecho es particularmente importante para salvaguardar la existen-
cia, reconocimiento y demandas de las minorías (marginadas o no social,
cultural y políticamente). Pero el derecho a la diferencia no consiste sólo
en una defensa ante lo ajeno o extraño amenazantes, sino, sobre todo, en
la afirmación de lo constitutivo y diferenciante. R. Rosaldo insiste en
esta dimensión que califica de “ciudadanía cultural”.

1.6. La ciudadanía “local”

Como sostiene Marschall, la ciudadanía es por principio nacional


(Marschall, 1976, 72). Por ello, las concepciones clásicas de la ciudada-
nía la vinculan con una comunidad y un Estado nacionales (C. J. Moulin,
R. Bendix). Se trata, por tanto, de visiones nacionales de la ciudadanía.

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Porque la nación es el soporte de toda soberanía y ciudadanía (J-F.


Lyotard, 1991). En este contexto, hablar de ciudadanía local constituye
un contrasentido. Sin embargo, en la literatura sobre movimientos
sociales, especialmente los urbanos, es frecuente el uso de este término.
Su sentido está relacionado con lo que comentaré más adelante (#2.3.)
acerca de la distinción entre ciudadanía “primaria” y “secundaria”. Más
específicamente alude al derecho a intervenir en las decisiones sobre la
ciudad, como ámbito particular de la materialización de la participación
ciudadana (E. Jelin, L. Kowarick, M. Schteingart). Bajo este aspecto, la
ciudadanía local consiste en una modalidad de la ciudadanía o de los
derechos políticos. Y, en este sentido, no se contrapone a la dimensión
nacional de la ciudadanía.

1.7. Ciudadanía “mundial”

En el extremo contrario a lo comentado acerca de la ciudadanía local, es


obligado aludir a varios hechos de orden filosófico y político que permiten
sostener su carácter multinacional y mundial (N. Arendt, J. Habermas,
R. Falk, B. van Steenbergen y B. Turner).
Históricamente, los primeros compendios ordenados de los derechos
humanos se referían al ser humano como individuo, en su mera condi-
ción de hombre, como titular de derechos y obligaciones no otorgados ni
otorgables por el gobernante y, en consecuencia, independientes del
Estado-Nación al que esté adscrito. Estos derechos nacen, crecen y se
desarrollan con la humanidad. Y, por ello, deben ser considerados como
exigibles universalmente (J. Madrazo y W. Beller, 199 y 211). Por otra
parte, las diferentes declaraciones contemporáneas de los derechos del
hombre y del ciudadano sostienen que le corresponden por ser miembro
de la familia humana y ciudadano del mundo (ONU, Declaraciones de
1948, 1960 y 1976). Asimismo, la experiencia de la integración europea
ha sentado antecedentes para el reconocimiento de una nacionalidad y
derechos comunes a los ciudadanos de los diferentes países que la
integran. Finalmente, según I. Wallerstein, S. Amin y M. Lasime, las
prácticas de los sindicatos internacionales y federaciones mundiales de
trabajadores, así como de los partidos mundiales e igualmente de las

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Las dimensiones de la ciudadanía

federaciones internacionales de movimientos sociales como los ecologis-


tas y de pobladores, sentarían las bases y aspiraciones del ciudadano
universal y de la “sociedad civil mundial”.

1.8. Ciudadanía y actitudes ante el Estado

Los análisis de J. M. Barbalet acerca de las posiciones que los ciudada-


nos deben asumir ante el Estado, para la materialización de los diferen-
tes derechos, son particularmente esclarecedores. Al respecto ha de
resaltarse que los derechos civiles son derechos contra el Estado,
mientras que los derechos sociales constituyen reclamos garantizables
por él. En el primer caso, es decir, para que las personas puedan operar
como ciudadanos, deben existir libertades que el Estado no puede
invadir y, por ello, acciones que éste no puede ejecutar; en otros
términos, para que la sociedad civil actúe ciudadanamente, el Estado no
debe intervenir. Por el contrario, éste tiene que respetar el campo de
actuación de la sociedad civil. Lo opuesto sucede con los derechos
sociales. Puesto que éstos cubren aspectos relacionados con el bienestar
(educación, salud, vivienda, etcétera), para que los ciudadanos puedan
acceder a estos bienes, el Estado ha de establecer las diferentes condi-
ciones (legales, administrativas, institucionales, etcétera) que permitan
su materialización. Ésta es la razón de que el Estado esté obligado a
realizar ciertas acciones específicas; es decir, debe actuar e intervenir
directamente. En consecuencia, las actitudes de la ciudadanía ante
estas dos formas de acción estatales en el campo de los derechos han de
ser distintas. Ciertamente, en ambos casos los ciudadanos se asumen
como fundamento del poder y con derechos ante el Estado. Pero respecto
a los derechos civiles y políticos, el diálogo entre ciudadanos y Estado se
establece en éstos o similares términos: “Te exigimos que respetes el
ámbito de acción propia e independiente de la sociedad y no interfieras
en el ejercicio de nuestros derechos”. Por el contrario, en el caso de los
derechos sociales y económicos, la interlocución se realiza en esta otra
línea: “Te exigimos que crees las condiciones objetivas y suficientes para
que estos derechos no constituyan meras declaraciones, sino que, por el
contrario, puedan materializarse para todos y cada uno de los ciudada-

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nos”. Como es claro, estos dos reclamos ciudadanos hacia el gobierno


difieren fundamentalmente entre sí.

1.9. ¿Es coherente el modelo cívico?

Los ocho aspectos reseñados de la ciudadanía (reconocimiento progresi-


vo, dimensiones implicadas, corrientes ideológicas subyacientes, igual-
dad propugnada, derecho a la diferencia, vertientes local y mundial y
roles diferentes exigidos ante el Estado) constituyen puntos nodales de
la discusión acerca de este tópico. Las vinculaciones entre ellos parecen
lógicas en ciertos casos. En otros, la conexión no es evidente a primera
vista. Y, por otra parte, obligan a plantear interrogantes acerca de
aspectos que quedan todavía abiertos a la discusión.
Del primer tipo es la conexión real que se ha dado entre las luchas
socio-políticas (que crearon las condiciones para el reconocimiento de los
derechos ciudadanos) y las actitudes distintas que, una vez aceptados,
exigen de los ciudadanos para que puedan materializarse, según sea el
caso, a través de la intervención, o ausencia de ella, por parte del Estado.
Asimismo es convincente plantear y recordar que los derechos ciuda-
danos no constituyen un cuerpo unitario (que hubiera sido aceptado por
los Estados en un único acto de reconocimiento y se nos hubiera legado
en bloque), sino que tuvieron un desarrollo desigual que se llevó a cabo
en distintos momentos de la historia social y política de las diferentes
naciones.
Sin embargo, resulta menos clara la articulación o coexistencia entre
las diferentes corrientes ideológicas en que se fundamentaron los
distintos tipos de derechos y aspectos de la ciudadanía. ¿Son realmente
compatibles el liberalismo con la democracia y el socialismo? ¿Cuál es el
saldo social de las experiencias liberales de la ciudadanía? Por otra
parte, ¿cómo sostener la validez y vigencia de la igualdad entre los
ciudadanos frente a condiciones de vida profundamente desiguales y
excluyentes? Ello obliga a reconocer que la ciudadanía igualitaria
constituye un modelo, un ideal y una meta en buena parte no alcanzados.
A propósito de este “modelo cívico” que subyace a la concepción de la
ciudadanía, F. Escalante sostiene que confunde las tradiciones implíci-

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Las dimensiones de la ciudadanía

tas en él (la republicana, la liberal y la democrática) en una fórmula más


bien imprecisa. Sin embargo, las contradicciones no pueden eliminarse:
se podría decir que forman el corazón del modelo de moral pública y de
las formas de organización política de los últimos dos siglos (Escalante,
1992, 32 y 35).
Otro aspecto que pareciera cuestionar el valor heurístico del concepto
de ciudadanía es el hecho de que se aplique a niveles o realidades muy
distintas, como la local, nacional y mundial. Como ya se aclaró, la
contradicción entre la ciudadanía local y la nacional es más aparente
que real, ya que la primera no constituye más que una particularización
de la segunda a un ámbito espacial específico. Este acotamiento espacial
no modifica la referencia al Estado nacional correspondiente. Sin em-
bargo, la consistencia del término “ciudadanía mundial” parecería
problemática porque remite a un Estado global o mundial inexistente.
Como es sabido, la constitución de este tipo de Estado fue la aspiración
de los 51 países fundadores de las Naciones Unidas en 1945. De hecho,
uno de los fundamentos de la ciudadanía “mundial” consiste en el
reconocimiento que dichos Estados otorgan a un conjunto de derechos
que se comprometen a respetar. Pero además los avances logrados por
parte de la ONU y las experiencias de los sindicatos, partidos y movi-
mientos sociales en este terreno apuntan hacia un proyecto político
deseable y que se está materializando progresivamente. Para respaldar
la ciudadanía mundial está en proceso de constitución la conciencia de
pertenencia a una sociedad internacional y de estar, cada vez más
intensamente, inmersos en relaciones políticas que rebasan los límites
nacionales.
Y de entre las preguntas que provoca la conceptualización realizada
acerca de la ciudadanía, dos parecen centrales: 1) ¿es posible reconocer
nuevos derechos y, en esa medida, ampliar las dimensiones de la
ciudadanía?, y 2) ¿tiene la ciudadanía necesariamente una vertiente
individual o caben expresiones colectivas de ella?
Respecto de la primera pregunta, es difícil aceptar que el reconoci-
miento de derechos y la creación de nuevas formas de ciudadanía
constituyan procesos ya terminados. Con base en los análisis de Marschall
y Somers acerca de sus factores explicativos (participación en la esfera

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J UAN M ANUEL R AMÍREZ S ÁIZ

pública, vida asociativa de los grupos, innovaciones en la cultura política


y recurso a las leyes para convertirlas en derechos), cabe plantear la
posibilidad de creatividad en ambos terrenos. De hecho, en la literatura
más reciente se sostiene la existencia de derechos culturales y ecológi-
cos, así como de las ciudadanías correspondientes (B. van Steenbergen).
La problemática ambiental o ecológica es actualmente planteada como
una cuestión del habitat humano o del planeta como un todo (Conferen-
cia de Naciones Unidas en Río de Janeiro, en 1992). Bajo este aspecto
posee una relación directa con la ciudadanía mundial. Los hombres se
descubren crecientemente como parte de la naturaleza, responsables
(no dueños) de la tierra y con derecho a un desarrollo sustentable y a un
ambiente vivo. Por su parte, la dimensión cultural de la ciudadanía
enfatiza las prácticas sociales que permiten la participación, a un mismo
tiempo, en la definición y orientación de la cultura nacional, así como en
la globalización o mercado mundial de bienes culturales. De esta
manera se rescata simultáneamente el derecho a la diferencia o hetero-
geneidad (contra las tendencias estandarizantes) y a la inclusión (frente
a las prácticas excluyentes). Finalmente es obligado reconocer que la
caracterización de la ciudadanía realizada hasta ahora en este ensayo
transmite la experiencia de los países capitalistas centrales y los
enfoques prevalecientes en la literatura socio-política respectiva. El
más elemental sentido histórico y crítico obliga a no atribuir patente de
corso a esta versión particular de la ciudadanía y a preguntarse cuáles
han sido los términos en que México ha transitado por este camino. Bajo
este supuesto, responderé en el inciso siguiente a la pregunta acerca de
las posibles expresiones colectivas de la ciudadanía.

2. Cinco experiencias mexicanas de la ciudadanía

En los acercamientos mexicanos al tema de la ciudadanía destacan


cuatro ejes temáticos. Por una parte, son importantes los análisis acerca
de las aportaciones del liberalismo del siglo XIX a la ciudadanía civil (J.
Reyes Heroles, A. villegas y G. F. Escalante). Por otra, se ha insistido en
los avances que implicó la constitución de 1927 en el reconocimiento de
los derechos sociales y económicos (D. Valadés). Asimismo, varios

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Las dimensiones de la ciudadanía

autores han reconocido los logros obtenidos en este terreno por los
movimientos sociales y políticos, e incluso revolucionarios y guerrilleros
(R. García R., J. Madrazo C. y W. Beller T.). Sin embargo, los ensayos
acerca de la evolución posterior del país en este campo coinciden en
reconocer el escaso desarrollo de la sociedad civil y de los derechos cívicos
y políticos. Por ello es importante reconstruir, así sea esquemáticamen-
te, las principales expresiones mexicanas de la ciudadanía a partir de los
sesenta y en el terreno cívico, social y político. Al respecto se detectan,
al menos, cinco experiencias significativas. Éstas son: a) los grupos
“cívicos o ciudadanos semipartidarios; b) los comités cívicos del movi-
miento campesino guerrerense y su expresión protopartidaria; c) la
ciudadanía lograda por los movimientos reivindicativos; d) el movimien-
to por los derechos humanos, y e) la emergencia ciudadana de la última
década. A continuación aporto un bosquejo de cada uno de ellos.

2.1. Los grupos “cívicos” semipartidarios

Hasta muy recientemente, se consideraban como cívicos los agrupa-


mientos constituidos por activistas que actuaban formalmente fuera de
las estructuras partidarias, pero cuyos núcleos eran, de hecho, prolon-
gación de ellas. Constituían el brazo “civil” de los partidos. Eran
expresiones organizadas de tipo político que no asumían la forma de
partido. Una de sus modalidades actuales fueron los “comités ciudada-
nos pro Cárdenas”, los cuales constituían un recurso para insertar a
ciudadanos en intereses y proyectos partidarios (PRD, 1994). Algunos
analistas los han visualizado como medio para recuperar a ex-perredistas
o como perredistas disfrazados de ciudadanos. En cualquier caso, se
trataría de una expresión “light” del PRD. Este juicio sería extrapolable
a la resolución de reservar la mitad de sus postulaciones a cargos de
elección popular a los calificados por este partido como “candidatos
externos”, es decir, a ciudadanos sin partido para que fueran diputados
por ese instituto político. Como es claro, la incorporación de ciudadanos
independientes a cargos de representación popular rompería el monopo-
lio de las funciones públicas por parte de miembros de partidos y
contribuiría a la ciudadanización de la política y de la vida pública. Pero

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J UAN M ANUEL R AMÍREZ S ÁIZ

no niega que el ciudadano que hipotéticamente lograra desempeñar ese


cargo, además de ser entonces funcionario público, se atendría a los
lineamientos del partido que lo postuló; es decir, tendería a actuar como
miembro de su bancada. Ésta fue, al menos, la experiencia de los
diputados ciudadanos de la anterior legislatura por parte del PAN,
misma que intenta ser superada ahora por los recientemente electos
como representantes del PRD.

2.2. Lo cívico y lo popular

Una manifestación particular de lo cívico fue la adoptada por el movi-


miento campesino comandado por Genaro Vázquez antes de involucrar-
se en la vía armada, es decir, la “Asociación Cívica Guerrerense”. Ésta
practicaba la lucha cívica de masas, la cual incluía la participación en los
procesos electorales. Esa lucha de masas era cívica porque se desarrolló
por vías pacíficas y legales. Lo novedoso de esta vía fue que incluyó el
recurso electoral en un periodo y contexto en que la izquierda mexicana
lo rechazaba por considerar que implicaba hacerle el juego a la burgue-
sía. (Recuérdese el término “la farsa electoral” todavía socorrido por
grupúsculos de la ultraizquierda). Una derivación de este grupo fue la
“Asociación Cívica Nacional Revolucionaria”, que constituyó un movi-
miento político protopartidario, el cual posteriormente se fusionó en el
PRD. En su estructura orgánica, los “comités cívicos de base” y los
“comités cívicos de lucha” eran los grupos fundamentales de apoyo.
Como es claro, en este caso, lo “cívico” es lo electoral asociado a un
movimiento social de corte campesino y a otro semipartidario (ACNR,
Declaración de principios).

2.3. Ciudadanía y movimientos reivindicativos

La tercera variante mexicana de lo ciudadano es la vinculada a los


movimientos autónomos en torno a la educación, salud, conflictos
laborales, condiciones materiales de vida en la ciudad, situación de la
mujer, etcétera; es decir, los protagonizados principalmente por el
magisterio, los médicos, los trabajadores, los colonos urbanos, feminis-

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Las dimensiones de la ciudadanía

tas, etcétera. En conjunto, las presiones ejercidas por estos movimientos


independientes de corte sindical, popular y de género lograron avances
en la materialización de los derechos sociales ya reconocidos en la
Constitución. Sin abandonar su dimensión reivindicativa, se están
descubriendo como sujetos de derechos y, en esa misma medida, adqui-
riendo perfiles ciudadanos. Por ello, cada vez con mayor frecuencia y
claridad, se califican a sí mismos como tales. En este contexto, los
sociólogos urbanos en particular, a contracorriente de las consideracio-
nes usuales que vinculan la ciudadanía con la nación, detectaron que “la
conquista de los plenos derechos ciudadanos en las ciudades... ha sido
tardía; es decir, hay carencia de una amplia participación política
ciudadana en la toma de decisiones sobre la organización de las ciuda-
des” (Alabart, et al. 1994, 15). Por ello, J. Borja sostiene lacónicamente
que “ciudadano es aquél que participa en la conquista de la ciudad”
(Borja, 1990). Los grupos, organizaciones y movimientos sociales que
intervienen en dicha conquista acceden, al mismo tiempo, a una ciuda-
danía “secundaria” que el sistema les negaba, de facto, al ser excluidos
de las decisiones urbanas (Reilly, Ch. A., 1994, 2, 316 y 321; Kowarick,
L., 1991; Schteingart, M., 1991). Por la composición social de los
integrantes de estos movimientos, se aludía también al acceso a una
ciudadanía “popular”. Obviamente, en estos casos, la ciudadanía “urba-
na” está asociada tanto a la reivindicación colectiva de satisfactores
sociales (vivienda, servicios urbanos, etcétera), como al ejercicio de
derechos políticos (participación en las decisiones urbanas) por parte de
los sectores populares urbanos. La diferencia entre esta experiencia y la
vivida por las Asociaciones Cívicas recién aludidas estriba en que sus
integrantes toman conciencia de sus derechos sociales y políticos des-
pués de participar en luchas reivindicativas y en que se involucran en las
contiendas electorales más tardíamente.

2.4. Movimiento en defensa de los derechos humanos

Este movimiento lucha por la defensa y reconocimiento de derechos


cívicos y políticos fundamentales. Entre ellos destacan las demandas
por la supresión de la tortura, aplicada a los acusados, y de la represión

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J UAN M ANUEL R AMÍREZ S ÁIZ

utilizada por el Gobierno con la población y asimismo contra el abuso de


las autoridades. Pugna por la presentación de los desaparecidos, la
libertad de los presos políticos, a favor de los perseguidos y exiliados
políticos, por el castigo a los represores y por las libertades políticas.
Lucha por limitar la impunidad a las autoridades infractoras de los
derechos humanos y por obligarlas a reconocer y respetar los derechos
que asisten a las víctimas (Gallardo, L.R., 1992).
Los agrupamientos defensores de los derechos humanos no confor-
man un movimiento sectorial, sino una red de movimientos. Porque a la
lucha por estos derechos se adhieren no sólo un número amplio de
comisiones, academias, centros, ligas, coordinadoras y organismos espe-
cíficos, sino también diferentes grupos sociales del campo y la ciudad, así
como numerosas ONGs, miembros de partidos políticos y de diferentes
confesiones religiosas, así como la opinión pública. Como es claro, en este
caso las dimensiones de la ciudadanía que son objeto de defensa son la
civil y la política.

2.5. Ciudadanía y defensa del voto

La experiencia ciudadana reciente y más importante, desde 1988 a la


fecha, es la constituida por los grupos surgidos en torno a los procesos
electorales. Están integrados no sólo por agrupaciones específicas para
tal objeto, sino también por diferentes agrupamientos reivindicativos y
organizaciones civiles, así como por miembros de partidos políticos,
organismos no gubernamentales (ONG) y miembros de Comunidades
Eclesiales de Base (CEB). Su orientación ideológica conforma un abani-
co amplio que incluye tanto la llamada izquierda, como la derecha.
Luchan por rescatar y hacer valer la dignidad ciudadana, como origen
y fundamento del poder político, y pugnan por el respeto a los derechos,
especialmente los políticos. Tiene como objetivos principales la educa-
ción cívica, así como la defensa del voto y de los resultados electorales,
a través de la observación y vigilancia de los comicios. Ellos han dado
lugar recientemente a movimientos cívicos de masas. Evidentemente,
aquí lo cívico o ciudadano consiste en la defensa del derecho político
fundamental a participar en las elecciones.

104
Las dimensiones de la ciudadanía

A partir de las cinco experiencias anteriores, es claro que en la versión


mexicana de la ciudadanía destacan dos particularidades: por una
parte, la articulación entre su vivencia individual y la colectiva y, por la
otra, la relación entre la ciudadanía primaria y la secundaria. La
vinculación entre la dimensión individual y la grupal es tal que parece
llegar a prevalecer incluso la primera sobre la segunda. Porque la
influencia liberal y la democrática, ya aludidas, que establecen una
ecuación de igualdad entre un ciudadano y un voto, y que privilegian la
vivencia individualista de su ciudadanía, está más vigente entre secto-
res acomodados de la sociedad. Pero segmentos activos de las capas
medias y populares poseen de la ciudadanía una experiencia, al mismo
tiempo, colectiva. A través de vínculos asociativos participan tanto en
grupos ciudadanos semipartidarios y en comités cívicos integrados en
movimientos sociales (campesinos o urbanos) como en movimientos a
favor de los derechos humanos o movimientos cívicos o ciudadanos
defensores del voto. De forma similar (por supuesto, no idéntica) a como
los grupos étnicos se integran a la comunidad nacional (es decir, se hacen
“ciudadanos) no individualmente, sino en cuanto grupalidades, los
mexicanos están descubriendo y practicando su ciudadanía al partici-
par, formal o informalmente, en grupos y movimientos ciudadanos.
La segunda particularidad de estas experiencias es calificar la
ciudadanía ganada por los sectores mayoritarios, especialmente de las
ciudades, como “secundaria o popular”. Estos dos calificativos no impli-
can asentar la existencia de varias categorías de ciudadanía. Pero
permiten enfatizar que esos sectores están accediendo a ella mediante
la movilización social y con notable retraso respecto al reconocimiento
formal de la ciudadanía “primaria” por parte del Estado. Ésta la han
conquistado y hecho efectiva a través del aprendizaje y práctica de la
“secundaria”, interviniendo en sus reivindicaciones respectivas y en la
resolución democrática de sus asuntos internos.
Cabe, pues, inferir que en México existen movimientos ciudadanos
por la defensa del voto y movimientos sectoriales que articulan deman-
das particulares con la conciencia de derechos y que, por ello, actúan
ciudadanamente; es decir, intervienen como ciudadanos no sólo cuando
defienden el voto y se convierten en observadores electorales, sino

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J UAN M ANUEL R AMÍREZ S ÁIZ

también cuando presionan por sus derechos civiles y sociales. De


acuerdo con las dimensiones de la ciudadanía analizados por Marschall,
en conjunto estos movimientos reivindican tanto la ciudadanía social,
como la civil y la política.

3. La respuesta gubernamental a la ciudadanía emergente

Los análisis socio-políticos mexicanos no suelen resaltar la otra cara de


la corporativización de que ha sido objeto. La sociedad mexicana, es
decir, el relegamiento que han sufrido los valores y prácticas ciudadanas
tanto por parte del gobierno, como de la propia sociedad civil. Durante
el periodo posrevolucionario, la idea que predominó entre la clase
gobernante acerca de la ciudadanía fue burocrática. El civismo era un
simple “recordatorio de los vínculos administrativos entre el Estado y
las personas” (Monsiváis, C., 1988, 386). Y la “participación ciudadana
un simple acto de asentimiento al régimen” (Loaeza, S., 1981, 29). Para
el Estado mexicano, el “buen ciudadano” era el contribuyente que
pagaba con puntualidad y exactitud los impuestos, el que era respetuoso
del gobierno y no ponía en cuestión sus acciones ni las enjuiciaba, y el que
participaba en los actos de adhesión al sistema y lo apoyaba en los
procesos electorales. El resultado final era una sociedad civil débil y una
ciudadanía mediatizada, con un margen muy reducido de vida propia y,
en buena medida, subordinada al Estado.
Esta tendencia básica se mantuvo hasta el sexenio de M. de la
Madrid, en el que el gobierno intentó abrir la sociedad y la vida política
a las formas ciudadanas. Esta apertura consistió en ensayos por
descorporativizar la vida política y por ciudadanizar la organización de
la sociedad. Del segundo tipo fueron los intentos por crear agrupamien-
tos ciudadanos integrados al gobierno (UNE, Movimiento Ciudadano,
etcétera). En el terreno electoral, tras el fracaso del PRI en Chihuahua
en los ochenta, el gobierno puso fin al experimento de ciudadanizar la
política. Sin embargo, la presión y movilización sociales, el deseo de
intervenir en la toma de decisiones, el interés por defender el derecho al
voto y por garantizar procesos electorales menos inequitativos y más
competitivos fueron creando un clima más ciudadano y motivaron

106
Las dimensiones de la ciudadanía

varias reformas administrativas y electorales durante el sexenio de C.


Salinas. Mediante las primeras, algunos consejos, comités, etcétera, de
instancias gubernamentales (de Protección Civil, de Seguridad, de
Planeación y Procuraduría Urbanas, de Contraloría social, etcétera) se
abrieron a la intervención de ciudadanos no involucrados en partidos
políticos para que se integraran a ellos. Ello implica que formalmente
comienza a existir presencia ciudadana en estas instancias. Pero con
frecuencia son incorporados a estos órganos ciudadanos que habían
participado previamente como funcionarios públicos o habían tenido
nexos con el Partido oficial. Es decir, se advierte una contracción entre
la apertura ciudadana formal y la práctica todavía clientelar y corpora-
tiva.
Parte de las reformas electorales recientes consistieron en nombrar
consejeros ciudadanos en el IFE con la propuesta y aprobación de los
partidos. Este relativo avance coexistió con la creación, desde arriba, de
movimientos ciudadanos vinculados al régimen, así como de grupos de
observadores paralelos a los autónomos.
Lo anterior manifiesta que, a causa de la presión social, el Estado se
ve impulsado a institucionalizar relaciones y procedimientos normati-
vos con ciudadanos y ya no tanto con corporaciones clientelares. Como
respuesta, el gobierno abre, de manera calculada, las puertas a la
intervención ciudadana, estableciendo, al mismo tiempo, contrapesos
que le permitan mantener el control del proceso de ciudadanización. Y,
a contrapelo de su proyecto inicial, el régimen de C. Salinas realizó
reformas electorales. Éstas, sin embargo, no resuelven el paso de una
sociedad mediatizada y corporativizada a otra de ciudadanos, ni tampo-
co la urgente reforma del Estado.

Conclusiones

El análisis realizado permite establecer tres tipos


de conclusiones básicas:

1. La ciudadanía es una conquista y el resultado de múltiples luchas. Y


tan ciudadana es su dimensión civil como la social y la política. En sus

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elementos constitutivos se mezclan influencias ideológicas difíciles de


compatibilizar como la liberal, la democrática y la socialista. Por otra
parte, la situación de ciudadano constituye un derecho real pero,
asimismo, un modelo y un proyecto ideales y, en buena parte, no
materializados. Su cristalización exige del Estado la intervención direc-
ta para avanzar en la consecución de los derechos sociales y, por el
contrario, la no interferencia y respeto a los márgenes de acción indepen-
diente de los individuos y de la sociedad, en el caso de los civiles y
políticos. Hoy cabe sostener la existencia de derechos culturales y
ecológicos.

2. Las experiencias mexicanas de la ciudadanía se dan tanto en el


terreno civil como en el social y político. Durante muchos años las
reivindicaciones sociales se llevaron a cabo sin que hubiera una vincu-
lación explícita con la conciencia de derechos, en este caso, sociales. Esta
situación se está modificando crecientemente. Hoy los mexicanos son
más sensibles a la dimensión política de la ciudadanía y, en particular,
a la relacionada con la defensa del voto y de los resultados electorales.
El movimiento por derechos humanos, principal defensor de la vertiente
civil de la ciudadanía, está incrementando la conciencia acerca de ella.
Y en la experiencia mexicana de la ciudadanía se articula la vivencia
individual con la grupal. Estos factores básicos deben ser relacionados
con los rasgos aun corporativos de la cultura política predominante.
Ambos son reales. Pero tendencialmente los perfiles corporativos están
perdiendo fuerza; y los rasgos ciudadanos se incrementan, aunque entre
sectores reducidos de la población.

3. Durante el periodo posrevolucionario, el Estado mexicano impulsó


la materialización de los derechos sociales, pero con resultados muy
desiguales y favoreciendo a sectores vinculados al partido oficial (buro-
cracia, movimientos oficialistas, etcétera). La concepción gubernamen-
tal de la ciudadanía es burocrática y limita, de facto, el desarrollo de los
derechos civiles y políticos. Por ello, México es un país con vida ciudada-
na aún débil y con un proceso de ciudadanización mediatizado por el
gobierno. Éste se inclina ahora por impulsar una sociedad de ciudadanos

108
Las dimensiones de la ciudadanía

que sean electoralmente apoyadores del sistema, es decir, más sumisos


que reales interlocutores y enjuiciadores del gobierno. Por esta razón,
sus medidas oscilan entre el modelo ciudadano y el corporativo.
Para la evolución ciudadana del país aparecen dos salidas espe-
ranzadoras. Por una parte, los avances ya logrados y que, de manera cre-
cientemente autónoma, combinan la conciencia de su dimensión indivi-
dual con la vivencia plural y colectiva de su defensa. Y, por otra, los
reclamos crecientes por modificar las relaciones entre estado y sociedad
sobre la base de una complementariedad sin subordinación.

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