Comentario MacArthur Judas v.17-23
Comentario MacArthur Judas v.17-23
Comentario MacArthur Judas v.17-23
A medida que la carta de Judas se acerca a su final surge una pregunta crucial: ¿Cómo podemos
como creyentes contender de manera práctica por la verdad a fin de ser victoriosos en una
época de falsedad desenfrenada? En otras palabras, ¿cómo podemos aplicar personalmente en
nuestra vida y ministerio las advertencias de Judas en cuanto a la apostasía? Sin lugar a dudas la
advertencia de Judas es inconfundible, y exige claramente una respuesta. Sin embargo, ¿a qué
se parece esa respuesta? ¿Y dónde empieza?
Desde luego, Judas reconoció que sus lectores necesitaban más que una simple advertencia;
necesitaban también un plan de ataque. En lugar de actuar simplemente a la defensiva, debían
ser proactivos en su lucha por la fe. Esto significaba actuar, no solo en reforzar su propia
armadura espiritual (cp. Ef. 6:10–17), sino también dedicarse a ayudar a otros en la iglesia.
A este fin, los lectores de Judas necesitaban mucho desarrollar discernimiento. Tenían que
poder reconocer la diferencia entre la verdad y el error. De otra manera, no sabrían qué
aceptar y qué rechazar. No podrían contender “ardientemente por la fe que ha sido una vez
dada a los santos” (v. 3) a menos que pudieran discernir entre la fe verdadera y las
falsificaciones. Por tanto, si iban a prestar atención a las advertencias de Judas tenían que
comenzar por buscar activamente discernimiento espiritual.
La importancia del discernimiento se destaca a lo largo de toda la Biblia (Pr. 2:3; 23:23; 1 Co.
16:13; Fil. 1:9; He. 5:14; Ap. 2:2). El apóstol Pablo, por ejemplo, expresó su temor de que los
corintios fueran llevados por mal camino:
¡Ojalá me toleraseis un poco de locura! Sí, toleradme. Porque os celo con celo de
Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen
pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva,
vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo.
Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si
recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis
aceptado, bien lo toleráis (2 Co. 11:1–4).
Preocupado por su falta de discernimiento, Pablo temía que los creyentes fueran engañados
por los falsos maestros. Ellos eran demasiado tolerantes del error, y como resultado abrían
tontamente la puerta a la apostasía.
En este mismo sentido, Pablo amonestó a los tesalonicenses a la sana doctrina y a ejercer
discernimiento. Los instruyó así: “No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo
bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1 Ts. 5:20–22; cp. 1 Jn. 4:1–3). Los creyentes en
Tesalónica debían reaccionar con cuidado a los mensajes espirituales que escuchaban,
examinándolos con atención para ver si estaban o no de acuerdo con la enseñanza apostólica.
Los mensajes que pasaban la prueba debían mantenerse firmes y aceptarse. Pero había que
abstenerse de los que no pasaban la prueba y rechazarlos.
Incluso los líderes religiosos judíos y los eruditos de élite en la época de Jesús no tenían
percepción espiritual. El Señor los acusó de poder discernir más las condiciones meteorológicas
que los asuntos espirituales:
Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase
señal del cielo. Mas él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo;
porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene
arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo,
¡mas las señales de los tiempos no podéis! La generación mala y adúltera demanda
señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue
(Mt. 16:1–4).
A pesar de la meticulosa atención que daban a las Escrituras, de su riguroso entrenamiento
teológico y de su posición destacada en la comunidad, los fariseos y saduceos rechazaron la
verdad porque no pudieron discernirla.
Tristemente, hay muchos en la Iglesia contemporánea que tampoco tienen discernimiento
espiritual. Ellos son mucho más propensos a permanecer en sintonía con tendencias culturales,
que a entender y apreciar la doctrina bíblica. En algunos casos, iglesias enteras han cambiado
su enfoque de las claras enseñanzas de la Biblia a las necesidades sentidas de los pecadores.
Quieren que el servicio de la iglesia sea “cómodo” y “sin controversias”. Como resultado, los
mensajes que defienden son teológicamente débiles, y las personas a las que sirven son
doctrinalmente ingenuas. Esas iglesias se encuentran indefensas contra el error.
Existen por lo menos seis razones para la preocupante falta de discernimiento que
caracteriza a gran parte del cristianismo contemporáneo. Es evidente que la primera es la
reciente tendencia entre muchos evangélicos a minimizar la importancia de la doctrina. Los que
están en este campo sostienen que la claridad bíblica es divisiva y que no muestra amor, para
ellos esta construye muros, es falta de humildad e impide la unidad. Sin embargo, la realidad es
que la Iglesia ha sufrido graves consecuencias por abandonar su compromiso con la sana
doctrina. Entre tales repercusiones están un falso sentido de humildad y una falsa fe producida
por “creencias fáciles”, así como presentaciones aguadas del evangelio, una falsa unidad
basada en un ecumenismo interreligioso y concesiones teológicas, una falsa comisión
preocupada por activismo político y moralidad legislada, una falsa adoración motivada por
servicios centrados en el ser humano y cristianismo basado en experiencias, y un ministerio
falso enfocado únicamente en satisfacción temporal y éxito externo; todo lo cual hace sentir
cómodas a las personas en esta vida, pero falla totalmente en prepararlas para la vida venidera.
Segunda, la Iglesia se ha vuelto menos objetiva en su perspectiva al sustituir la verdad
incondicional por el relativismo moral y la subjetividad posmoderna. En lugar de ver la verdad
en términos radicales de blanco o negro, muchos cristianos la tratan como algo gris. Pero la
Biblia es claramente contraria a eso; hace distinciones absolutas entre el bien y el mal, la
verdad y el error, la fe salvadora y las falsas profesiones. Por ejemplo, la enseñanza del Señor
Jesús era blanca o negra: Él contrastó el camino ancho y el camino angosto (Mt. 7:13–14), la
condenación eterna y la vida eterna (Mt. 24:46–51), el reino de Satanás y el reino de Dios (Mt.
13:38), el odio y el amor (Mt. 5:43–44), la sabiduría mundana y la sabiduría divina (cp. Mt.
11:16–19; Mr. 6:2), etc. Por el contrario, la iglesia contemporánea se aleja de los absolutos
teológicos, prefiriendo en cambio aceptar de modo tolerante “todo viento de doctrina” (Ef.
4:14), como si esa postura fuera una virtud.
Tercera, como parte de su estrategia evangelística contemporánea, la Iglesia ha
abandonado su compromiso con el poder de la Biblia y ha llegado a preocuparse más de la
imagen bíblica. A fin de alcanzar a la cultura, se ha vuelto como la cultura. Sin embargo,
Santiago escribió: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera,
pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4; cp. 1 Jn. 2:15–
17). Ser amigo de Dios nos hace enemigos del mundo, y viceversa. Nos engañamos al creer que
la clave para ganar a los perdidos se encuentra en imitarlos. Al imitar a la sociedad secular,
algunos creyentes en realidad están perdiendo tanto su distintivo como el poder de las
Escrituras. Y si se pierde el llamado característico del evangelio, también desaparecerá toda
esperanza de evangelizar a la cultura (cp. Mt. 5:13).
Cuarta, y como consecuencia del punto anterior, la actual falta de discernimiento de la
Iglesia se debe a la falta del estudio e interpretación adecuados de las Escrituras. La pereza
pastoral, la dejadez exegética, y una actitud de indiferencia hacia la Palabra de Dios han sumido
en el error al pueblo de Dios. Puesto que el apóstol Pablo entendía los peligros mortales de tal
apatía espiritual, mandó a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Ti. 2:15; cp. 2
Co. 4:2). El libro de Hechos también elogió a los hermanos de Berea por ser “más nobles que los
que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día
las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (17:11; cp. 1 Ts. 2:13). Según demuestra el
ejemplo de los de Berea, no se puede desarrollar discernimiento sin un deseo de conocer la
verdad y sin una determinación por descubrirla. Pero hoy día casi no se encuentra ese interés
por la verdad.
Una quinta razón de la preocupante falta de discernimiento que caracteriza a gran parte del
cristianismo contemporáneo es el abandono general de la disciplina de la Iglesia en círculos
evangélicos (cp. Mt. 18:15–18). Cuando el pueblo de Dios no confronta el pecado y la herejía, es
imposible detectar la maldad dentro del cuerpo. La congregación inevitablemente acumula más
y más miembros no regenerados: incrédulos que se sienten cómodos porque sus asuntos de
pecado nunca se abordan. Incluso, bajo un falso pretexto de amor, a veces se pasan por alto
faltas graves de inmoralidad e importantes fallas éticas. Pero una iglesia no puede promover
discernimiento de manera eficaz si condona alegremente el pecado o si la mayoría de sus
miembros son pecadores no salvos. Después de todo, la congregación que piensa de modo
incorrecto en cuanto a la santidad, muestra que también piensa erróneamente acerca de la
verdad.
Una última razón para la falta de discernimiento en la Iglesia es el vacío incontrolado de
madurez espiritual dentro de sus filas. Quienes tienen una comprensión superficial de la Biblia
(cp. Mr. 12:24), un débil entendimiento de la sana doctrina y un punto de vista deficiente
acerca de Dios, no cuentan con la capacidad necesaria para discernir. Sin embargo, esas son las
mismas personas que llenan la mayoría de las bancas cada domingo. Al igual que los judíos
incrédulos del siglo i, muchos cristianos contemporáneos harían bien en prestar atención a la
amonestación dada por el autor de Hebreos:
Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que
se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y
habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y
todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es
niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que
por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (He.
5:12–14).
(Para estudiar más sobre el tema del discernimiento espiritual y la gran necesidad que tiene la
Iglesia de recuperar esta capacidad crucial, véanse John MacArthur, Reckless Faith [Wheaton,
Ill.: Crossway, 1994], y MacArthur, ed. gen., Fool’s Gold? [Wheaton, Ill.: Crossway, 2005],
especialmente los capítulos 1 y 12).
Si quienes están en la Iglesia de hoy han de honrar al Dios de la revelación y han de disfrutar
de victoria espiritual en sus vidas, a pesar de la constante tentación a capitular, deben
comenzar por desarrollar discernimiento. Deben poder diferenciar entre lo que es bueno y lo
que es malo, así como poder ir tras lo bueno y huir de lo malo. Esto requiere ser serios y
precisos en interpretar la Biblia. De otro modo, en su confusión los cristianos profesantes
dejarán de contender por la fe incluso antes de entrar a la batalla.
En esta sección Judas aborda cómo contender de modo apropiado por la fe y prosperar
espiritualmente durante épocas cada vez más apóstatas. El hermano del Señor presenta a sus
lectores tres verdades esenciales que si se aplican fielmente concederán discernimiento a todos
los creyentes: Deben recordar, perseverar y tender la mano.
RECORDAR
Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los
apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; los que os decían: En el postrer tiempo habrá
burladores, que andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los
sensuales, que no tienen al Espíritu. (17–19)
Las palabras de Judas aquí hacen eco de los versículos 5–7 y 11–13, que recordaban a sus
lectores que los falsos maestros representan una amenaza constante. Estuvieron presentes
durante los tiempos del Antiguo Testamento (Is. 28:7; Jer. 23:14; Ez. 13:4; Mi. 3:11; Sof. 3:4),
afligieron a la iglesia primitiva (1 Jn. 2:18–19; 2 Jn. 7–11; Ap. 2:2–3, 15–16; 3:9), también están
activos hoy, y seguirán siendo una amenaza en el futuro (2 Ts. 2:1–4; Ap. 13; 19:19–20). Puesto
que siempre han plagado al pueblo de Dios, su presencia no debería sorprender a los creyentes
en ninguna época.
Al igual que Pedro (2 P. 1:12–13), Judas exhortó a sus lectores que tuvieran memoria de las
verdades que ya habían oído: las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de
nuestro Señor Jesucristo que predijeron la apostasía venidera. El Señor mismo fue el primero
en advertir contra los falsos maestros en el Nuevo Testamento: “Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt.
7:15; cp. 24:11). Al defender su apostolado ante los corintios, Pablo repitió estas mismas
inquietudes:
Mas lo que hago, lo haré aún, para quitar la ocasión a aquellos que la desean, a fin
de que en aquello en que se glorían, sean hallados semejantes a nosotros. Porque
éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de
Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así
que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia;
cuyo fin será conforme a sus obras (2 Co. 11:12–15).
El apóstol hizo otras advertencias sobre los falsos maestros en varias más de sus epístolas (Col.
2:16–19; 1 Ts. 2:14–16; 2 Ts. 2:3–12; 1 Ti. 4:1–3; 6:20–21; 2 Ti. 2:17–19; 3:1–9; 4:1–3). De igual
modo, Pedro advirtió que “habrá… falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías
destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción
repentina” (2 P. 2:1; véase el comentario sobre 2 Pedro 2 en los capítulos 28–31 de mi
comentario de 1 y 2 Pedro). Además, el apóstol Juan escribió: “Amados, no creáis a todo
espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por
el mundo” (1 Jn. 4:1; cp. 2:18–19; 2 Jn. 7; 3 Jn. 9–11).
En repetidas ocasiones Cristo y los apóstoles decían que falsos maestros se infiltrarían en la
iglesia y se opondrían a la verdad. En vista de eso, Judas citó la advertencia de Pedro: En el
postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos (véase 2 P. 3:3). (El
hecho de que la palabra traducida burladores aparezca en el Nuevo Testamento solo aquí y en
2 P. 3:3 sugiere que Judas citó a Pedro; véase el análisis de la relación de Judas con Pedro en
Introducción a Judas en esta obra). La frase técnica el postrer tiempo se refiere al período entre
la primera y la segunda venida de Cristo (cp. Hch. 2:17; Gá. 4:4; 2 Ti. 3:1; He. 1:2; 1 P. 1:5, 20; 1
Jn. 2:18–19; Stg. 5:3).
Pedro declaró que los burladores se mofaban de la verdad del regreso de Cristo (2 P. 3:4), y
aquí Judas da a entender que se burlaban de la ley de Dios (cp. el análisis de “murmuradores”
en el capítulo 4 de esta obra). Por supuesto, ambas ideas son paralelas ya que aquellos que se
burlan de la ley de Dios también se burlarán del regreso de Cristo; no quieren ser responsables
por sus pecados, sean actuales o futuros, ante el Juez divino.
Estos burladores andarán según sus malvados deseos, una realidad que Judas ya estableció
en los versículos 4, 15, y 16. Dan rienda suelta a sus pasiones porque no tienen capacidad para
la santidad. Puesto que sus corazones no están transformados, lo único que pueden hacer es ir
tras sus propios deseos impíos.
Judas describe además a los falsos maestros como los que causan divisiones. La palabra
apodiorizō (divisiones) hace referencia a la motivación detrás del comportamiento de los falsos
maestros, así como a su efecto divisorio. El término significa “discriminar” y, en el caso de los
apóstatas, quería decir que ellos se describían como superiores a quienes enseñaban la verdad.
Al igual que los fariseos, los falsos maestros eran arrogantes (Lc. 16:15; 18:9, 11) y se creían
superiores (Mt. 23:4–5), adhiriéndose a su autoproclamado conjunto de normas (cp. Mr. 7:5–
8), su propia comprensión de élite de “la verdad” (cp. Mt. 16:6, 11–12). En vez de poner a otros
antes que ellos mismos (lo cual es la clave de la verdadera unidad espiritual; cp. Fil. 2:1–4), se
exaltaban a sí mismos y a sus propias intenciones ocultas. Naturalmente, el resultado final era
división y conflicto en la iglesia.
Sensuales (psuchikos, lit. “del alma”) es una traducción más exacta que “mundanos” ( RVR
77). Con cierta deferencia a la filosofía griega, Judas describe a los falsos maestros en términos
estrictamente físicos. La materialista descripción que les hace los pone al descubierto por lo
que realmente son: terroristas religiosos que no poseen cualidades internas tales como una
adecuada percepción de sí mismos, capacidad para razonar y verdadero conocimiento de Dios.
A pesar de que afirman tener un entendimiento trascendental de Dios, no lo conocen en
absoluto, no tienen al Espíritu (cp. Jn. 3:5; Ro. 8:9; 1 Jn. 3:24; 4:13). Lo cierto es que están
físicamente vivos pero, al no haber sido regenerados por el Espíritu Santo, están
espiritualmente muertos. Son fraudes religiosos que hablan mucho de la fe y la vida espiritual,
pero que con sus acciones lo niegan. Como le dijo Pablo a Tito: “Profesan conocer a Dios, pero
con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena
obra” (Tit. 1:16).
PERSEVERAR
Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo,
conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para
vida eterna. (20–21)
Para quienes somos cristianos que debemos ejercer discernimiento y protegernos del engaño
es indispensable que permanezcamos en la senda de la santificación. Hacer eso implica en
primer lugar edificarnos sobre nuestra santísima fe, llegando a ser doctrinalmente fuertes si
queremos reconocer el error y pelear de modo eficaz la batalla por la verdad. El participio
presente y activo traducido edificándoos tiene un sentido imperativo, que significa que no es
opcional. Metafóricamente, la idea de edificar se refiere a edificación personal y crecimiento
espiritual, e implica establecer el cimiento firme de la sana doctrina. Como en el versículo 3, la
santísima fe es el núcleo objetivo de la verdad bíblica.
En términos prácticos, la edificación se centra en estudiar la Palabra de Dios y aprender a
aplicarla. En Hechos 20:32 Pablo les dice a los ancianos en Éfeso: “Y ahora, hermanos, os
encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros
herencia con todos los santificados”. Todos los ministerios de la Iglesia deberían resultar en
edificación (Ro. 14:19; 1 Co. 14:12, 26; Ef. 4:16; 1 Ts. 5:11; cp. 1 Co. 8:1). Dios dio a la Iglesia
apóstoles, profetas, evangelistas y pastores/maestros para proclamar su Palabra, lo cual da
como resultado “la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:11–12; cp. Col. 2:6–7). Pedro escribió
que los creyentes deberían desear la Palabra para crecimiento espiritual, así como los bebés
desean leche para su sustento físico (1 P. 2:2). En ese mismo sentido, el apóstol Juan escribió
que los creyentes espiritualmente fuertes, los que son capaces de librar con éxito la verdadera
guerra por la verdad, son aquellos en quienes mora la Palabra de Dios (1 Jn. 2:14).
Un segundo elemento esencial de santificación implica orar en el Espíritu Santo. Esa
expresión no se refiere a hablar en lenguas, sino a orar por lo que es coherente con la voluntad
del Espíritu: sus deseos, pautas y decretos. Aunque la voluntad de Dios está revelada a través
de los claros mandamientos de la Biblia (Dt. 17:19–20; Sal. 19:7, 11; 119:11, 105, 130; Pr. 6:23;
Mt. 4:4; Lc. 11:28; Jn. 5:39; Ro. 15:4; 2 Ti. 3:16–17; Stg. 1:25), como creyentes no siempre
sabemos cómo aplicarla de manera práctica a los diversos aspectos de la vida. De ahí que el
Espíritu Santo interceda por nosotros delante del Padre con verdadera simpatía y fervor
inexpresable (Ro. 8:26–27). Desde luego, la voluntad del Espíritu y la voluntad del Padre (e
incluso orar en el nombre de Jesús) son una y la misma cosa. Cuando oramos en el Espíritu
Santo nos sometemos personalmente a Él, descansamos en su sabiduría, buscamos su voluntad
y confiamos en su poder (cp. Jn. 14:14–17; 1 Jn. 5:14–15).
Así como los creyentes buscamos la santificación, también debemos mantenernos en el
amor de Dios. Este es un principio de vital importancia, y significa permanecer en la esfera del
amor divino, o en el lugar de su bendición (Ro. 5:5; 8:39; 1 Jn. 4:16). En un nivel práctico
significa que debemos mantenernos obedientes a Dios, ya que la bendición divina está
prometida solo dentro de la esfera de la obediencia. Como Jesús declaró a los apóstoles:
Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.
Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os
he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido (Jn.
15:9–11; cp. 1 Jn. 2:5).
Por otra parte, si nos volvemos desobedientes, pasamos de una posición de bendición a otra de
castigo (He. 12:3–11).
Por último, a medida que buscamos santificación los cristianos debemos estar esperando la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. El verbo traducido esperando
(prosdechomai) significa “anhelar” o “acoger”, y connota hacerlo con gran expectativa. Por eso
debemos vivir con la eternidad en mente mientras anticipamos con anhelo el regreso del Señor
(1 Co. 1:7; Fil. 3:20; 1 Ts. 1:10; 2 Ti. 4:8; Tit. 2:12–13; cp. 1 P. 4:7; 2 P. 3:11–13 y el comentario
sobre estos tres versículos en el capítulo 33 de mi comentario de 1 y 2 Pedro). En ese gran día
futuro, todos los que hemos confiado en Él experimentaremos la misericordia final de Cristo y
disfrutaremos la plenitud de la vida eterna (cp. Ro. 2:7; 1 Ti. 6:12; 1 Jn. 5:13) cuando vivamos la
resurrección y glorificación de nuestros cuerpos (Jn. 5:24; 17:3; Ro. 5:17; 2 Ti. 1:10; 1 Jn. 5:20;
cp. Dn. 7:18).
TENDER LA MANO
A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros
tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne. (22–23)
Aquellos que representan la mayor amenaza para la Iglesia también constituyen parte de su
campo misionero. No solamente los cristianos son responsables de identificar y oponerse al
enemigo y sus errores; también se les encomienda alcanzar y evangelizar al enemigo con la
verdad. Eso es precisamente lo que Jesús trató de hacer cuando participó en comidas con los
fariseos (Lc. 7:36; 11:37–38; 14:1); aunque los denunció como herejes, también les predicó el
camino de la salvación (Lc. 7:40–50; cp. 14:3–6). Nicodemo, por ejemplo, era un fariseo que con
franqueza buscaba la verdad (Jn. 3:1–21). Su sincera investigación en las enseñanzas de Jesús
fue recibida con compasión y bondad por parte del Salvador.
En estos dos versículos Judas identifica tres categorías de individuos incrédulos que, desde
la perspectiva de la Iglesia, son tanto una amenaza como un campo misionero: los confundidos,
los convencidos, y los comprometidos con el error.
LOS CONFUNDIDOS
A algunos que dudan, convencedlos. (22)
Las declaraciones sacrílegas y engañosas hechas por los falsos maestros, junto con sus estilos de
vida licenciosa, pueden confundir fácilmente a algunas personas dentro de la iglesia. Es más,
eso es exactamente lo que ocurrió en Corinto (2 Co. 11:3) y en Galacia (Gá. 3:1–5; cp. 1:6–9). Y
todavía sucede hoy día. Atrapados en la red del engaño, algunos se encuentran totalmente
confundidos, inseguros de qué es cierto y qué no lo es. A fin de alcanzar a esas personas, Judas
pidió a la iglesia tener misericordia de ellos, mostrar bondad, compasión y simpatía para con
algunos que dudan.
Como lobos que acechan ovejas, los falsos maestros se aprovechan de las personas débiles
(cp. 2 Ti. 3:6), individuos que se hallan vacilantes, inseguros y sumidos en la duda (Stg. 1:6–8;
cp. Sal. 73:13–16; 77:7–9). Los que son fuertes deben mostrar misericordia con las almas que se
debaten entre la verdad y el error (cp. Ef. 4:14), comprometidas y no comprometidas (He. 3:7–
4:13; 6:1–12). Mostrar misericordia no significa ignorar la gravedad de la falsa enseñanza ni
elogiar a los débiles por su vacilación. Sin embargo, sí significa exhortar a esas personas con la
verdad, con mansedumbre y paciencia, siendo diligentes a fin de presentarles el evangelio
antes de que sean atrapados permanentemente en la herejía.
LOS CONVENCIDOS
A otros salvad, arrebatándolos del fuego; (23a)
En este aspecto de alcanzar a otros, se incrementa el reto para los creyentes. Ya no es tan solo
una cuestión de mostrar misericordia, y se convierte en la difícil tarea de rescatar a aquellos
que ya están convencidos de la falsa enseñanza. No obstante, quienes somos fieles debemos
estar dispuestos en humildad y fe a ser usados por Dios para salvar a otros. Dios sigue siendo la
fuente fundamental de salvación (Sal. 3:8; Jon. 2:9; Jn. 1:12–13; 3:6–8; Ef. 2:8), pero nosotros
somos los medios secundarios que Él usa para alcanzar a pecadores (cp. Hch. 2:37–41; 4:1–4;
8:26–38; 13:46–48; 16:13–14). Santiago escribió: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha
extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del
error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Stg. 5:19–20).
Arrebatándolos se traduce de harpazō, y presenta la fuerte imagen de apoderarse de algo,
o de tomar algo o alguien por la fuerza. Judas sin duda tomó esta imagen de los profetas,
específicamente de la declaración de Amós acerca de Israel: “Fuisteis como tizón escapado del
fuego” (Am. 4:11; cp. Zac. 3:2). Incluso cuando escribió su carta, Judas al parecer sabía de
algunos que ya habían sido arrastrados hacia las doctrinas condenatorias de los apóstatas. Los
describió como los que se habían chamuscado en el fuego del infierno, un presagio del abismo
eterno que un día iba a engullirlos si seguían aceptando la falsa enseñanza (cp. Is. 33:14; Mt.
13:42).
La única manera de rescatar a esas personas es aplastando sus falsas ideologías antes de
que sea demasiado tarde. Y esto solo puede hacerse con el poder de la verdad de Dios (2 Co.
10:3–5). Jesús dio ejemplo de este principio durante su ministerio terrenal. A aquellos que
estaban confundidos, inseguros y llenos de dudas, con paciencia y bondad les presentó el
evangelio (Jn. 4:10–26; 6:26–59). Pero a los que estaban comprometidos con la falsa
enseñanza, como los escribas, los fariseos y sus devotos, sin ambages les advirtió de la
gravedad de su condición perdida (Mt. 12:1–37; 15:1–14; Lc. 11:37–54; Jn. 8:12–59).
1 John MacArthur, 1 Pedro a Judas, trans. Ricardo Acosta, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento
(Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 2017), 712–723.