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FPH - Lect1. Un Hecho Social Total

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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

(Universidad del Perú, DECANA DE AMÉRICA)


FACULTAD DE MEDICINA

ESTUDIOS GENERALES

Asignatura:
Formación Personal Humanística

Lectura 01: “Un hecho social total”

Autor: Ignacio Ramonet


Formación personal humanística

Asignatura: FORMACIÓN PERSONAL HUMANÍSTICA


LECTURA 1

Estimados alumn@s:

Para preparar vuestra participación en la videoconferencia virtual de la primera sesión del


curso, en la que dialogaremos sobre el contexto que aún vive el mundo y el país, es
recomendable que obtengan previamente información sobre la pandemia de la COVID-19, su
origen, sus características, sus implicancias.

En internet encontrarán abundante literatura científica y periodística sobre el tema. Cuiden de


revisar la de fuentes serias. Por nuestra parte hemos seleccionado y resumido uno de los
artículos más leídos, escrito por Ignacio Ramonet poco después del inicio de la pandemia, que
brinda una mirada panorámica sobre este evento cuyo impacto cambiará profundamente la
sociedad. Ha sido originalmente publicado en el acreditado “Le monde diplomatique en
español” a cuya página digital pueden acudir quienes se interesen en conocer la versión
completa del artículo. Los invitamos a leerlo.

ANTE LO DESCONOCIDO...

La pandemia y el sistema-Mundo

Un hecho social total I Ignacio Ramonet

Todo está yendo muy rápido. Ninguna pandemia fue nunca tan fulminante y de tal
magnitud. Surgido hace apenas cien días en una lejana ciudad desconocida, un virus ha
recorrido ya todo el planeta, y ha obligado a encerrarse en sus hogares a miles de
millones de personas. ...Nadie ignora que no es sólo una crisis sanitaria.

Es un «hecho social total», que convulsa el conjunto de las relaciones sociales, y


conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores. Nos
hallamos ante una situación enigmática, sin precedentes. Un mundo se derrumba.
Cuando todo termine la vida ya no será igual.

Estamos padeciendo en nuestra propia existencia el famoso ‘efecto mariposa’: alguien,


al otro lado del planeta, se come un extraño animal y tres meses después, media
humanidad se encuentra en cuarentena... Prueba de que el mundo es un sistema en el
que todo elemento que lo compone, por insignificante que parezca, interactúa con otros
y acaba por influenciar el conjunto.

Angustiados, los ciudadanos vuelven sus ojos hacia la ciencia y los científicos -como
Formación personal humanística

antaño hacia la religión- implorando el descubrimiento de una vacuna salvadora cuyo


proceso requerirá largos meses. La gente busca también refugio y protección en el
Estado que, tras la pandemia, podría regresar con fuerza en detrimento del Mercado. En
general, el miedo colectivo cuanto más traumático más aviva el deseo de Estado, de
Autoridad, de orientación.

Lo que parecía distópico y propio de dictaduras de ciencia ficción se ha vuelto ‘normal’.


Como ha dicho Yuval Noah Harari : « Los Gobiernos que ahorraron gastos en los últimos
años recortando los servicios de salud, ahora gastarán mucho más a causa de la epidemia
» Los gritos de agonía de los miles de enfermos muertos por no disponer de camas en
las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) condenan para largo tiempo a los fanáticos de
las privatizaciones, de los recortes y de las políticas austeritarias. Se habla ahora
abiertamente de nacionalizar, de relocalizar, de reindustrializar, de soberanía
farmacéutica y sanitaria. Se vuelve a usar una palabra que los neoliberales
estigmatizaron, acorralaron y desterraron: solidaridad.

La economía mundial se encuentra paralizada, una peor tragedia económica que la Gran
Recesión de 1929. Millones de empresarios y de trabajadores se preguntan si morirán
del virus o de la quiebra y del paro. David Beasley, Director ejecutivo del Programa
Alimentario Mundial (PAM), ha alertado sobre la situación catastrófica que se avecina:
Estamos al borde de una ‘pandemia de desnutrición’. El número de personas que sufren
de hambre severa podría duplicarse de aquí a final de año, superando la cifra de 250
millones de personas. La única lucecita de esperanza es que, con el planeta en modo
pausa, el medio ambiente ha tenido un respiro. El aire es más transparente, la vegetación
más expansiva, la vida animal más libre. Ha retrocedido la contaminación atmosférica
que cada año mata a millones de personas.

El Coronavirus

Hay controversia, al más alto nivel sobre el origen de este virus aparecido en Wuhan
(Hubei, China). Como no se ha identificado todavía al ‘paciente cero, o sea el primer
contagio de animal a humano, varias especulaciones circulan. Pero estudios científicos
solventes descartan que el nuevo coronavirus sea un arma biológica de diseño liberada
intencionadamente o por accidente: « Nuestros análisis demuestran claramente que el
SARS-CoV-2 no es una construcción de laboratorio ni un virus deliberadamente
manipulado. » afirmó tajantemente el profesor de la Universidad de Sydney (Australia)
Edward C. Holmes, el mejor experto mundial del nuevo patógeno.
Formación personal humanística

Ignoramos aún muchas cosas de este agente infeccioso: no sabemos, por ejemplo, si ya
ha mutado o si va a mutar. Ni por qué infecta más a los hombres que a las mujeres. Ni
cuáles son los determinantes que hacen que dos personas de características semejantes
-jóvenes, sanas, sin patologías asociadas-desarrollan formas opuestas de la enfermedad,
leve una, grave o mortal la otra. Ni por qué los niños casi nunca tienen formas graves de
la infección. Ni si los enfermos curados siguen transmitiendo la plaga, ni si quedan
realmente inmunizados. Pero existe un amplio acuerdo entre los investigadores
internacionales para reconocer que este nuevo germen ha surgido del mismo modo que
otros anteriormente: saltando de un animal a los seres humanos.

Murciélagos, pájaros y varios mamíferos (en particular los cerdos) albergan


naturalmente múltiples coronavirus. En los humanos, hay siete tipos de coronavirus
conocidos que pueden infectarnos. Cuatro de ellos causan diversas variedades del
resfriado común. Y otros tres, de aparición reciente, producen trastornos mucho más
letales como el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS), emergido en 2002; el
síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), surgido en 2012; y por último esta
nueva enfermedad, la covid-19, causada por el SARS-CoV-2, cuyo primer brote se
detectó, como ya dijimos, en el mercado de mariscos de Wuhan en diciembre de 2019.
Este nuevo germen tendría al murciélago como ‘huésped original’ y a otro animal aún no
formalmente identificado -¿el pangolín?-, como ‘huésped intermedio’ desde el cual,
después de volverse particularmente peligroso, habría saltado a los humanos.

Lo que no se acaba de entender es ¿por qué, si ya convivimos con otros seis coronavirus
y los tenemos globalmente controlados, este nuevo patógeno ha provocado tal colosal
pandemia? ¿Qué tiene de particular este germen? ¿Por qué su rapidez de infectación ha
desbordado las previsiones de las mejores autoridades sanitarias del mundo?

Sin duda, como se ha repetido mucho, condiciones ajenas al virus como la velocidad
actual de las comunicaciones, la hipermovilidad y la intensidad de los intercambios en la
era de la globalización han favorecido su propagación. Obvio.

Pero entonces ¿por qué el SARS en 2002 o el MERS en 2012, también causados por
nuevos coronavirus, no se ‘globalizaron’ de igual manera en todo el planeta?

Para responder a estas preguntas, lo primero que hay que recordar es que « los virus son
inquietantes porque no están vivos ni muertos. No están vivos porque no pueden
reproducirse por sí mismos. No están muertos porque pueden entrar en nuestras células,
secuestrar su maquinaria y replicarse. Y en eso son eficaces y sofisticados porque llevan
millones de años desarrollando nuevas maneras de burlar nuestro sistema inmune. »
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Pero lo que distingue específicamente al SARS-CoV-2 de otros virus asesinos es


precisamente su estrategia de irradiación silenciosa. O sea, su capacidad de propagarse
sin levantar sospechas, ni siquiera en su propia víctima. Por lo menos durante los
primeros días del contagio en los que la persona infectada no presenta ningún síntoma
de la enfermedad.

Ignoramos con certeza por qué el virus viaja tan rápidamente, pero lo que sabemos es
que, desde el momento en que penetra -por los ojos, la nariz o la boca- en el cuerpo de
su víctima ya comienzan a replicarse de modo exponencial... Según la investigadora
Isabel Sola, del Centro Nacional de Biotecnología de España: « Una vez dentro de la
primera célula humana, cada coronavirus genera hasta 100.000 copias de sí mismo en
menos de 24 horas ». Pero además, otro rasgo singular y astuto de este patógeno es que,
al invadir un cuerpo humano, concentra su primer ataque, cuando aún es indetectable,
en el tracto respiratorio superior de la persona infectada, desde la nariz a la garganta,
donde se replica con frenética intensidad. Desde ese momento, ya esa persona -que no
siente nada- se convierte en una potente bomba bacteriológica y empieza a diseminar
masivamente en su entorno -simplemente al hablar o al respirar- el virus letal.

Esta es la característica principal, la fatal singularidad de este nuevo coronavirus.

En China, hasta el 86% de los contagios se debieron a personas asintomáticas, sin signos
detectables de la infección. En la Universidad de Oxford, un grupo de investigadores
demostró que hasta la mitad de los contagios por e SARS-CoV-2 se debe a individuos no
diagnosticados y sin síntomas aparentes.

Sólo una minoría de contagiados padece el segundo ataque del germen, concentrado
esta vez en los pulmones, de manera similar al SARS de 2002 (aunque la carga viral del
nuevo coronavirus es mil veces superior a la del SARS), provocando neumonías que
pueden llegar a ser letales, sobre todo en personas mayores de 65 años con
enfermedades crónicas.

Como el número de contagiados es masivo y simultáneo, esta minoría –que representa


un 15% de todos los infectados -y que es la que acudirá a los hospitales-, puede alcanzar
con celeridad cifras muy elevadas según el volumen de población. Como lo hemos visto
en China, Irán, Italia, España, Francia, Reino Unido o Estados Unidos, basta con que varios
miles de personas acudan al mismo tiempo a las urgencias de los hospitales para colapsar
todo el sistema sanitario de cualquier país por muy desarrollado que sea.

En Wuhan, Teherán, Milán, Madrid, París, Londres o Nueva York, médicos y enfermeros
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se vieron pronto totalmente sobrepasados. Faltaron mascarillas, gel desinfectante,


material de protección para el personal sanitario, camas en las UCI, respiradores, etc. En
varias ciudades (Wuhan, Madrid, Nueva York), las autoridades, desbordadas, tuvieron
que echar mano de las fuerzas armadas o de voluntarios civiles para construir a toda
velocidad hospitales improvisados de miles de camas. En casi todas partes, las
autoridades confesaron que no habían previsto semejante avalancha de enfermos, un
continuo tsunami de pacientes en estado grave.

Cambio Climático

Aunque el origen de todo, como dice David Quammen, reside en los comportamientos
ecodepredadores que nos condenan, si no lo impedimos, a la fatalidad del cambio
climático. Lo que está realmente en causa es el modelo de producción que lleva decenios
saqueando la naturaleza y modificando el clima.

Desde hace lustros, los militantes ecologistas vienen advirtiendo que la destrucción
humana de la biodiversidad está creando las condiciones objetivas para que nuevos virus
y nuevas enfermedades aparezcan: « La deforestación, la apertura de nuevas carreteras,
la minería y la caza son actividades implicadas en el desencadenamiento de diferentes
epidemias -explica, por ejemplo, Alex Richter-Boix, doctor en biología y especialista en
cambio climático- Diversos virus y otros patógenos se encuentran en los animales
salvajes. Cuando las actividades humanas entran en contacto con la fauna salvaje, un
patógeno puede saltar e infectar animales domésticos y de ahí saltar de nuevo a los
humanos; o directamente de un animal salvaje a los humanos... Murciélagos, primates e
incluso caracoles pueden tener enfermedades que, en un momento dado, cuando
alteramos sus hábitats naturales, pueden saltar a los humanos.

Ciber-vigilancia Sanitaria

El nuevo coronavirus se extiende tan rápido y hay tantas personas infectadas


asintomáticas que resulta, en efecto, imposible trazar su expansión a mano. La mejor
manera de perseguir a un microorganismo tan indetectable es usando un sistema
computarizado, gracias a los dispositivos de los teléfonos móviles, que calcule cuánta
gente estuvo cerca del infectado. Corea del Sur, Singapur y China citados a menudo como
naciones que han tenido éxito frente al coronavirus, han aplicado en particular
estrategias de macrodatos y vigilancia digital para mantener las cifras de infección bajo
control. Este « solucionismo tecnológico », supone el sacrificio de una parte de la
privacidad individual. Y eso, evidentemente, plantea problemas.
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En Corea del Sur, las autoridades crearon una aplicación para smartphones pensada para
tener un mayor control sobre la expansión del coronavirus mediante el seguimiento
digital de los ciudadanos presentes en zonas de contagio o que padecen la enfermedad.
Esa app se llama "Self-Quarantine Safety Protection", y ha sido desarrollada por el
Ministerio del Interior y Seguridad. La app descubre si un ciudadano ha estado en zonas
de riesgo. Sabe si su test es o no positivo. Si es positivo le ordena confinarse en
cuarentena. También rastrea los movimientos de todos los infectados y localiza los
contactos de cada uno de ellos.

Los lugares por los que anduvieron los contagiados se dan a conocer a los teléfonos
móviles de aquellas personas que se encontraban cerca. Y todas ellas son enviadas en
cuarentena. Cuando los ciudadanos reciben la orden de confinamiento de su centro
médico local, se les prohíbe legalmente abandonar su zona de cuarentena -generalmente
sus hogares- y se les obliga a mantener una separación estricta de las demás personas,
familiares incluidos.

La app también permite realizar un seguimiento por dispositivo vía satélite GPS (Global
Positioning System) de cada persona sospechosa. Si ésta sale de su área de
confinamiento asignada, la app lo sabe inmediatamente y envía una alerta tanto al
sospechoso como al oficial que controla su zona. La multa por desobediencia puede
alcanzar hasta 8 000 dólares. La app también envía avisos de nuevos casos de coronavirus
al vecindario o a zonas cercanas. El objetivo es garantizar un mayor control del virus al
saber, en todo momento, dónde se encuentran tanto los ciudadanos infectados como
los que se hallan en cuarentena.

El jabón y la máquina de coser

Ni el SARS ni el MERS llegaron a Europa ni a Estados Unidos. Lo cual explica también, en


parte, por qué los Gobiernos europeos y estadounidense reaccionaron tarde y mal ante
del covid 19 la pandemia. Carecían de experiencia. Mientras que China, Taiwán, Hong Kong,
Singapur y Vietnam padecieron el cruel embate del SARS y Corea del Sur tuvo que
enfrentar además, en 2015, un brote particularmente dañino de la epidemia del MERS.

Contra esos dos nuevos coronavirus, las naciones asiáticas no perdieron tiempo
experimentando tecnologías digitales para frenar los contagios. Echaron mano de
disposiciones de salud pública del pasado que los epidemiólogos conocían bien porque,
frente a numerosas epidemias, como ya lo dijimos, desde la Edad Media, se habían
empleado con eficacia. Perfeccionadas y afinadas desde el siglo XIV, medidas como la
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cuarentena, el aislamiento social, las zonas restringidas, el cierre de fronteras, el corte


de carreteras, la distancia de seguridad y el seguimiento de los contactos de cada
infectado, se aplicaron de inmediato, exigieron la distancia de seguridad y llevar
mascarillas higiénicas. Y multiplicaron masivamente los tests de despistaje.

El caso más paradigmático, en el sureste asiático, es el de Vietnam. Había sido uno de


los países que más velozmente y más decididamente actuó contra el SARS en 2003. Y
aprendió la lección. Cuando el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 empezó a extenderse por
la región, las autoridades de Hanoi aplicaron inmediatamente -con sólo seis personas
contagiadas- las medidas más estrictas de confinamiento y aislamiento. Y en febrero de
2020, anunciaron haber contenido la pandemia. Fue el primer país del mundo en vencer
al nuevo coronavirus.

Todos los infectados se curaron. No murió ni un solo paciente. Todo esto demuestra
que, a pesar de su importancia, las tecnologías digitales de localización e identificación
no son suficientes para contener al coronavirus.

Economía: baño de sangre

En tan tenebroso contexto, lo más previsible es que, cuando pase la pandemia, varios
de estos Estados, fragilizados, arruinados, endeudados, conozcan fuertes sacudidas
sociales. Ahí también podría haber baños de sangre. También es probable que
asistamos, en ciertas regiones, a una desesperada estampida de emigración salvaje
hacia el Norte, cuyos países estarán, en ese preciso momento, lidiando ellos mismos
con las dolorosas consecuencias de la peor crisis de su historia. Inútil decir que los
nuevos emigrantes, convertidos en chivos expiatorios, no serán bien recibidos.
Alimentarán la xenofobia y los odios de los grupos de extrema derecha en ascenso tanto
en Europa como en Estados Unidos. La historia advierte que los desastres incentivan
los chauvinismos y los racismos.

Para evitar semejantes escenarios de pesadilla, se están alzando muchas voces que
reclaman la adopción de varias disposiciones urgentes. Entre ellas, la condonación de
la deuda de los países en desarrollo que, antes de la crisis, ya tenían una deuda externa
altísima. Y debían pagar, de aquí a final de 2021, según la ONU, unos 2,7 mil millones
de dólares de intereses de su deuda. Muchas personalidades e instituciones están
exigiendo una moratoria del pago de la deuda en favor de las naciones más afectadas.
El propio Papa Francisco ha reclamado que, « considerando las circunstancias, se
afronten, por parte de todos los países, las grandes necesidades del momento,
reduciendo o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos
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más pobres ». También, en este contexto crítico, se está reclamando el levantamiento,


por parte de Estados Unidos, de las injustas ‘medidas unilaterales coercitivas’ contra
Cuba, Venezuela, Irán, Nicaragua, Siria, etc.

Desglobalizar?

La pandemia nos obliga también a interrogarnos sobre el modelo económico-comercial


dominante. Desde las reformas impulsadas por Deng-Tsiao Ping en 1979, la potencia
que más se ha beneficiado de la globalización económica es sin duda China.

Convertida en la « fábrica del mundo », este país es hoy la única superpotencia capaz
de hacer contrapeso, en el tablero mundial, a Estados Unidos. Junto con la Unión
Europea, Japón y Corea del Sur, Pekín sigue siendo uno de los mayores defensores de
la globalización. Sobre todo desde su adhesión, en 2001, a la Organización Mundial de
Comercio (OMC). Las autoridades chinas estiman que la antimundialización no
resolverá nada y que el proteccionismo es un callejón sin salida porque, en definitiva,
nadie puede exportar y todos quedan bloqueados. Lo que el presidente Xi-Jin Ping ha
expresado con las siguientes palabras: « Querer repartir el océano de la economía
mundial en una serie de pequeños lagos bien separados unos de otros, no sólo es
imposible sino que, además, va a contracorriente de la historia. »

En todo caso la hiperglobalización neoliberal parece herida de gravedad y no es


descabellado vaticinar su debilitamiento. Incluso se cuestiona la continuidad, bajo su
forma ultraliberal, del propio capitalismo. También se evoca la necesidad de una suerte
de colosal Plan Marshall mundial. En todo caso, esta tragedia de la covid-19 empujará sin
duda las naciones hacia un nuevo orden económico mundial.

Liderazgos

Muchos líderes se han centrado en dar respuestas locales, nacionales, gestionando la


pandemia de manera independiente, sin verdadera coordinación internacional. Cuando
es obvio que ningún país, por poderoso que sea, puede vencer la pandemia en un
empeño exclusivamente local. Las grandes potencias se han mostrado incapaces de
coordinarse a nivel global (¡qué desastre el Consejo de Seguridad de la ONU!) para
constituir un frente común planetario y colaborar en la búsqueda de soluciones y salidas
colectivas a la crisis. Ninguna voz –ni siquiera la del Secretario General de Naciones
Unidas, el Dalai Lama, los Premios Nobel o el propio Papa- ha conseguido hacerse audible
por encima del estruendo general del miedo y del furor de este inaudito sacudón.
Formación personal humanística

Si es cierto que en los malos tiempos es cuando surgen los grandes líderes históricos,
este momento pandémico de estrés, confusión y descontrol se ha caracterizado, al
contrario, por la ausencia de grandes liderazgos a la cabeza de las principales potencias
occidentales. El zafarrancho ha puesto particularmente a prueba el temple de algunos
de ellos. En particular, ya lo hemos subrayado, Donald Trump que se ha ganado, por su
pésima gestión, la distinción de « peor presidente estadounidense de todos los tiempos
». Para él y para unos cuantos más, el nuevo coronavirus ha actuado como una suerte de
Principio de Peter, despojándolos de sus máscaras, dejando al desnudo su impostura y
su estrepitoso nivel de incompetencia.

En este escenario volátil, otros líderes en cambio han mostrado visión a largo plazo,
anticipación a los hechos y decisión para actúar rápido. Dos son mujeres, y ambas
progresistas: la primera ministra de Islandia, Katrin Jakobsdottir, feminista y
ambientalista del Partido Verde; y la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern,
líder del Partido Laborista.

Todos los países del planeta siguen enfrentando -al mismo tiempo y por primera vez- la
embestida de una suerte de alienígena. La pandemia va para largo. Y es posible que el
virus, después de mutar, regrese. Tal vez el próximo invierno.

Dada la enormidad de lo que está ocurriendo, se avecinan cambios. Aunque nadie sabe
cuáles serán los posibles escenarios que se impondrán. Las incertidumbres son
numerosas. Pero está claro que puede ser un momento de rotunda transformación.

Las cosas no podrán continuar como estaban. Un gran parte de la humanidad no puede
seguir viviendo en un mundo tan injusto, tan desigual y tan ecocida. Como dice uno de
los memes que más han circulado durante la cuarentena: « No queremos volver a la
normalidad, porque la normalidad es el problema ». La ‘normalidad’ nos trajo la
pandemia.

Esta traumática experiencia debe ser utilizada para reformular el contrato social y
avanzar hacia más altos niveles de solidaridad comunitaria y mayor integración social. En
todo el planeta, muchas voces reclaman ahora unas instituciones económicas y políticas
más redistributivas, más feministas y una mayor preocupación por los marginados
sociales, las minorías discriminadas, los pobres y los ancianos. Cualquier respuesta post-
pandémica debería apoyarse, como sugiere Edgar Morin, en « los principios de una
economía verdaderamente regenerativa, basada en el cuidado y la reparación ».

El concepto de ‘seguridad nacional’ debería incluir, a partir de ahora, la redistribución de


la riqueza, una fiscalidad más justa para disminuir las obscenas desigualdades, y la
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consolidación del Estado de bienestar. Se desea avanzar hacia alguna forma de


socialismo. Es urgente, a nivel global, la creación de una renta básica que ofrezca
protección a todos los ciudadanos en tiempos de crisis y en tiempos ordinarios.

Los sistemas de salud deberán ser públicos y universales. Haber gestionado los hospitales
como empresas ha conducido a tratar a los pacientes como mercancía.

Resultado: un desastre tanto humano como sanitario. En todo caso, hay unanimidad para
pedir que la vacuna contra la covid-19, cuando se descubra, sea considerada un ‘bien
público mundial’, y sea gratuita y accesible para toda la humanidad. El nuevo coronavirus
nos ha demostrado que, a la hora de la verdad, médicos, enfermeras y personal sanitario
son infinitamente más valiosos que los brokers o los especuladores financieros.

Sería inteligente anticipar también la próxima crisis climática, que podría sorprendernos
pronto igual que lo hizo el SARS-CoV-2. Detener el consumismo furioso y acabar con la
idea del crecimiento infinito. Nuestro planeta no puede más. Agoniza. Se nos está
muriendo en los brazos. Es imperativo acelerar la transición energética no contaminante
y apresurarse en implementar lo que los ecologistas reclaman desde hace tiempo, un
«Green New Deal», un ambicioso Acuerdo Verde que constituya la nueva alternativa
económica mundial al capitalismo depredador.

Por el momento, sociedades enteras siguen confinadas en sus viviendas. Dóciles,


asustadas, controladas, silenciosas. ¿Qué ocurrirá cuando se levanten los
confinamientos? ¿Qué habrán estado rumiando los pueblos durante su inédito
‘aislamiento social’? ¿Cuántos reproches han estado acumulando contra algunos
gobernantes? No es improbable que asistamos, aquí o allá, a una suerte de estampida
revoltosa de ciudadanos indignados -muy indignados- contra diversos centros de poder
acusados de mala gestión de la pandemia.

Pensemos en lo que ocurrió con la pandemia de la «gripe de Kansas» (mal llamada


«española») que se extendió a todo el planeta entre enero de 1918 y diciembre de 1920.
¿Quién la recordaba antes de la plaga actual, aparte algunos historiadores? Todos la
habíamos olvidado. A pesar de que infectó a unos quinientos millones de personas -la
tercera parte de la humanidad de la época- y mató a más de cincuenta millones de
enfermos.

¿Y qué pasó después? ¿Europa y Estados Unidos construyeron acaso la ‘sociedad justa’?.
La respuesta es: no. Las promesas se desvanecieron. La mayoría de los supervivientes de
la mortal gripe se apresuraron en olvidar. Un manto de amnesia recubrió el recuerdo. La
gente prefirió lanzarse a vivir la vida con un apetito desenfrenado en lo que se llamó los
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«felices años veinte» (the roaring twenties). Fue la época del jazz, del tango, del
charlestón, del triunfo de Hollywood y de la cultura de masas. Una euforia artificial y
alienante que acabaría estrellándose, diez años después, contra el crack bursátil de 1929
y la Gran Depresión.

En aquel mismo momento, en Italia, una doctrina nueva llegaba al poder. Estaba
destinada a tener mucho éxito. Su nombre: el fascismo. ¿Se repetirá la historia?

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