Artículos 12 Mayo 2023
Artículos 12 Mayo 2023
Artículos 12 Mayo 2023
uso de herramientas de IA en el
trabajo
Si vas muy despacio, corres el riesgo de quedarte atrás. Si vas demasiado rápido,
es posible que ni el personal ni la tecnología estén preparados.
Credit...Andrei Cojocaru
Por Kevin J. Delaney
12 de mayo de 2023 a las 06:00 ET
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Una posible conclusión de estos resultados es que “la ventaja que tenía alguien
en un puesto permanente en términos de desempeño laboral ha disminuido
porque un joven con ChatGPT puede tener el mismo desempeño que alguien
con varios años de experiencia”, afirmó Azeem Azhar, presidente de Exponential
View, un grupo de investigación. Si la investigación se aplica a la práctica más
amplia, podría hacer que algunas empresas inviertan más en personal joven y
prescindan de los trabajadores más caros que llevan más tiempo en la empresa.
Por lo general, las grandes empresas tienen que invertir en personal técnico
experto en inteligencia artificial que pueda adaptar la tecnología a su negocio.
“Ya hay empresas que no pueden adoptar ChatGPT porque sencillamente no
tienen las bases informáticas para ejecutarlo, es decir, la gestión de contenidos y
los datos en orden”, explicó Mousavizadeh.
Morgan Stanley y PwC son algunas de las empresas que están creando sus
propias versiones de herramientas de chat de inteligencia artificial a partir de
materiales internos.
https://www.nytimes.com/es/2023/05/12/espanol/riesgos-oportunidades-ia-trabajo.html
La estrella caliente Wolf-Rayet 124, captada por el telescopio espacial James
Webb durante un breve período de su ciclo de vida antes de convertirse en una
supernova. Nuestro sol no se convertirá en una supernova, pero comenzará a
morir en unos 5000 millones de años.Credit...NASA, ESA, CSA, STScI, equipo
de producción Webb ERO
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ALLÁ AFUERA
¿En qué estará pensando el último ser
humano del universo?
La ciencia moderna sugiere que nosotros y todos nuestros logros y recuerdos
estamos destinados a desaparecer como un sueño. ¿Eso es triste o bueno?
Por Dennis Overbye
6 de mayo de 2023
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El fin se acerca, en quizás unos 100.000 millones de años. ¿Es muy pronto para
empezar a enloquecer?
Pero este era un punto de vista en el que no había pensado antes. En algún
momento en el futuro habrá algún lugar en el universo donde habrá un último
ser consciente. Y un último pensamiento. Y esa última palabra, por profunda o
mundana que sea, se desvanecerá en el silencio junto con el recuerdo de
Einstein, Elvis, Jesús, Buda, Aretha y Eva, mientras que los fragmentos
restantes del universo físico seguirán separándose durante miles y miles y miles
de millones de solitarios y silenciosos años.
¿Cómo fue que los humanos nos metimos en este lío? El universo tal como lo
conocemos se originó con una feroz explosión hace 13.800 millones de años y,
desde entonces, se ha estado expandiendo. Durante décadas, los astrónomos
discutieron sobre si esta expansión continuaría para siempre o algún día
volvería a colapsar en una “gran implosión”.
Al final, si esta energía oscura prevalece, las galaxias distantes terminarán por
alejarse tan rápido que ya no podremos verlas. Cuanto más tiempo pase, menos
sabremos sobre el universo. Las estrellas morirán y no renacerán. Será como
vivir dentro de un agujero negro al revés, que absorbe materia, energía e
información sobre el horizonte, y que nunca regresará.
Editors’ Picks
Can You Pick a ‘Murder Hornet’ Out of a Lineup?
En definitiva, una historia llena de ruido y furia, que no significa nada. ¿Qué
hacemos con un universo así?
Nos cocinaremos dentro de unos mil millones de años, cuando el Sol evapore los
océanos. Unos miles de millones de años más tarde, el propio Sol morirá,
quemando la Tierra y todo lo que quede de nosotros hasta convertirlo en
cenizas. No hay forma de escapar al espacio. Las propias galaxias colapsarán en
agujeros negros en un quintillón de años.
Además, los agujeros negros finalmente liberarán todo lo que han aprisionado
como un fino rocío de partículas y radiación que se dispersará en el viento
predominante de energía oscura que los separa.
En una variante de la historia, conocida como el “Big Rip” (el “Gran Desgarro” o
teoría de la expansión eterna), la energía oscura podría volverse lo
suficientemente fuerte como para destrozar las lápidas que marcan nuestras
tumbas.
Es por eso que, así como hubo una primera criatura viviente en algún lugar, en
algún momento, que emergió del espléndido resplandor del Big Bang, habrá una
última criatura en morir, un último pensamiento. Un último ser consciente,
como señaló Levin.
Esa idea fue lo que me detuvo en seco. Nunca se me había ocurrido que algún
ser individual tendría la última palabra sobre la existencia, la última
oportunidad de maldecir o mostrar agradecimiento. Parte del dolor es que nadie
sabrá quién, o qué, tuvo la última palabra, o qué se pensó o se dijo. De alguna
manera, esa noción hizo que la extinción cósmica fuera más personal y me
pregunté cómo sería.
Image
Restos de Cassiopeia A, una estrella masiva que habría sido observada
explotando hace unos 340 años.Credit...NASA, ESA, CSA, D. Milisavljevic, T.
Temim, I. De Looze, J. DePasquale (STScI)
Tal vez a medida que toda la energía se desvanece en el horizonte, será como
quedarse dormido. O como Einstein murmurando sus últimas palabras en
alemán a una enfermera que no sabía el idioma. O la computadora al final de los
tiempos en el cuento clásico de Isaac Asimov “La última pregunta”, finalmente
descifrando el secreto del universo y declarando: “Que se haga la luz”. ¿Podría
ser algún descubrimiento deslumbrante sobre la naturaleza de la teoría de
cuerdas o el secreto final sobre los agujeros negros? Odio perdérmelo.
Personas más sabias que yo preguntan, cuando hablo de esto, ¿por qué no me
quejo de los miles de millones de años que pasaron antes de que yo naciera? Tal
vez sea porque no sabía lo que me estaba perdiendo, mientras que ahora he
tenido toda una vida para imaginar lo que me perderé.
Tal vez la muerte podría ser así, una revelación de todo el pasado y el futuro.
Según ese punto de vista, el universo termina conmigo y, por eso en cierto
sentido, yo tengo la última palabra.
“Nada dura para siempre” es una máxima que se aplica tanto al mercado de
valores y las estrellas como a nuestras vidas y los mandalas de arena budista. Un
soplo de eternidad puede iluminar toda una vida, quizás incluso la mía.
Pase lo que pase en los interminables eones venideros, al menos estuvimos aquí
para la fiesta. Estuvimos aquí en el breve y resplandeciente fragmento de
eternidad, cuando el universo rebosaba de vida y luz.
https://www.nytimes.com/es/2023/05/06/espanol/fin-del-universo.html
OUR MIGRANT SOULS: A Meditation on Race and the Meanings and Myths of
“Latino” por Héctor Tobar
“Son morenos y son de piel clara”, escribe. “Sus ojos son negros y son verdes, y
tienen 19, y 20 y 21 años”. Tobar describe a una multitud de jóvenes que
navegan por complejas historias ancestrales y cambiantes nociones de
identidad. “Voy a entretejer lo que sé con lo que me han enseñado”, les promete,
“y juntos llegaremos a una comprensión de nuestro tiempo y nuestra ‘gente’”.
El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en
ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.
Tobar, que lleva varias décadas reportando sobre migración, cultura y América
Latina, está bien preparado para semejante tarea. Ganador del Premio Pulitzer
por su reportaje en The Los Angeles Times sobre los disturbios de 1992 tras la
absolución de los policías que golpearon a Rodney King, ha publicado desde
entonces tres novelas y dos obras de no ficción: el éxito de ventas En la
oscuridad y Translation Nation, una exploración del “Estados Unidos que habla
español”.
Our Migrant Souls es su primera obra de no ficción en casi una década, y es sin
duda su libro más personal, ya que abarca la emigración de sus padres desde
Guatemala tras un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos en 1954, su
crianza en East Hollywood entre la población inmigrante de paso en Los
Ángeles (donde una vez vivió al lado del hombre que asesinaría a Martin Luther
King Jr.), y sus visitas ya de adulto a su patria ancestral.
Tobar presenta el libro como “una meditación sobre la raza y los significados y
mitos de ‘latino’”, y utiliza su biografía con moderación para ilustrar aspectos
más amplios de la experiencia latina. Cita a historiadores y teóricos de la cultura
con la misma inclinación que cita a estudiantes, dependientes de tiendas o a un
partidario indocumentado de Trump encontrado al azar en la calle. También
reconoce rápidamente la naturaleza problemática de la palabra “latino”, que
conlleva un falso sentido de homogeneidad en el que la negritud y la
indigeneidad quedan a menudo aplanadas o borradas.
“Los que podemos llamarnos ‘latinos’ nos sentimos ridículos la mitad de las
veces que utilizamos el término”, reconoce. Es una categoría que solo tiene
sentido en relación con el colonialismo, una “identidad étnica” que en Estados
Unidos pretende abarcar las culturas imposiblemente amplias de América
Latina, pero que en la práctica se emplea a menudo como un significante racial
cargado de estereotipos y desplegado con fanatismo y ponzoña”.
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Más recientemente, los latinos han sido clasificados según categorías legales
cambiantes: como trabajadores “braceros” a corto plazo; como solicitantes de
asilo o refugiados; como inmigrantes indocumentados o beneficiarios de
amnistía. Su estabilidad o precariedad en Estados Unidos viene dictada a
menudo por las relaciones asignadas a un desconcertante conjunto de siglas y
números: DACA, TPS, Título 42, LPR, H-2A, H-1B. Tobar describe cómo estas
clasificaciones se interiorizan a través de generaciones, desestabilizando
familias, comunidades y culturas cuyos miembros se hacen perpetuamente
vulnerables a la “ansiedad creada por el espectáculo y la burocracia de la
aplicación de las leyes de inmigración”.
“Las historias sobre el imperio”, escribe Tobar, “nos conmueven porque son
ecos de los recuerdos que residen en lo más profundo de nuestra conciencia
colectiva”. Los latinos, después de todo, son gente que “vive con el dolor causado
por la guerra y la política, la conquista y la rendición, la revolución y la
dictadura”.
Tobar no discute si es que cree que “latino” es una etiqueta que vale la pena
mantener, o si hay otro término con el que algún día podríamos intentar
sustituirla. Evita en gran parte la historia de los movimientos conflictivos dentro
de la comunidad latina, y no examina a fondo las cuestiones de la
interseccionalidad y el colorismo, ni qué historias se privilegian por encima de
otras, ni tampoco lo que significa lograr la “representación”. Aunque el libro de
Tobar es demasiado escueto para abarcar satisfactoriamente todas las
complejidades, logra captar un caleidoscopio de historias y circunstancias
compartidas, de sentimientos y preocupaciones tanto manifiestos como
profundamente enterrados.
Por el contrario, el padre de ellos murió con el sueño de volver a su tierra natal,
y el quiosco de prensa en español que fundó en San Diego se convirtió en un
centro neurálgico para la comunidad inmigrante de la ciudad. En su obituario,
fue aclamado como “un gran mexicano”. Para sus descendientes, sin embargo, el
gran aspecto de nuestra identidad casi se perdió en las mareas hostiles del
asimilacionismo estadounidense.
“Una de las cualidades de ser ‘latino’”, escribe Tobar, “es que acabas por sentir
la torturada y extraña historia del pasado ‘latino’ en tu interior, que da forma a
tu comprensión del mundo”. Aquí y en otros pasajes, hay fuerza en la
contención del mensaje directo de Tobar, que da a su escritura la sensación de
un cálido consejo dispensado a los jóvenes que luchan con el sentido de
identidad.
Como en Entre el mundo y yo, de Ta-Nehisi Coates, que fue escrito como la carta
de un padre a un hijo que trataba de entender lo que significa ser negro en
Estados Unidos, la repetición de “ustedes”, “nosotros” y “nuestro” en Our
Migrant Souls rompe lentamente el desapego y la distancia con que solemos leer
como adultos. Puede que a muchos de nosotros nunca nos hayan hablado así, a
ninguna edad. Y entonces, mientras leemos, empezamos a reconocer que
seguimos teniendo las mismas preguntas que estos jóvenes, el mismo deseo de
vernos en la página, de saber que somos una parte legible e integral del
bullicioso mundo que nos rodea.
Francisco Cantú es el autor de La línea se convierte en río: Una crónica de la frontera
OUR MIGRANT SOULS: A Meditation on Race and the Meanings and Myths of
“Latino” | Por Héctor Tobar | 244 pág. | MCD/Farrar, Straus & Giroux | 27
dólares | En inglés.
https://www.nytimes.com/es/2023/05/09/espanol/que-es-lo-latino.html
El aumento en cruces
migratorios no es novedad. ¿Por
qué se desborda la frontera?
Entre los factores que explican la actual tensión en la frontera entre EE. UU. y
México están algunas leyes obsoletas y la transformación de los patrones
migratorios globales.
[El Título 42 vencerá esta noche en EE. UU. Sigue nuestras actualizaciones en vivo
aquí].
Los funcionarios se preparan para una cifra mayor después de que el gobierno
de Biden levante una norma sanitaria de emergencia, conocida como Título 42,
que se ha utilizado millones de veces para expulsar con rapidez a migrantes.
Raul L. Ortiz, jefe de la Patrulla Fronteriza, estimó el miércoles que había entre
60.000 y 65.000 migrantes esperando a lo largo de la frontera norte de México.
Estas son las razones por las que la frontera está en tensión ante el aumento de
la migración.
Por ejemplo, los límites de las visas que autorizan trabajar en Estados Unidos se
basan en el tamaño de su economía en la década de 1990. Estos límites se han
mantenido en gran medida, a pesar de que desde entonces la economía ha
crecido más del doble.
Editors’ Picks
El Título 42 terminará pronto. ¿Qué significa para EE. UU. y para las personas
que migran?
8 de mayo de 2023
Rumbo a EE. UU. a lomo de la Bestia
10 de mayo de 2023
https://www.nytimes.com/es/2023/05/10/espanol/frontera-que-pasa-titulo-42.html
Credit...Jack Sachs
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OPINION
Hay plástico en nuestro cuerpo
Credit...Jack Sachs
OPINIÓN
Por Mark O’Connell
30 de abril de 2023
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Tal vez no sea nada; quizá esté bien. Puede que este revoltijo de fragmentos —
trozos de botellas de agua, neumáticos, envases de poliestireno, microesferas de
cosméticos— nos recorra y no nos haga ningún daño en particular. Pero, aunque
así fuese, seguiría estando el efecto psicológico de que haya plástico en nuestra
carne. A este conocimiento adquirido le atribuimos un cierto y vago carácter
apocalíptico; nos da la sensación de que es una venganza divina solapada, astuta
y poéticamente apropiada. Quizá este haya sido siempre nuestro destino:
alcanzar la comunión final con nuestra propia basura.
Hace tiempo que sabemos que causan daños a los peces. En un estudio
publicado en 2018, se demostró que los peces expuestos a los microplásticos
tenían niveles más bajos de crecimiento y reproducción; también se observó que
sus descendientes, aun cuando no habían estado expuestos, también se
reproducían menos, lo que hace pensar que los efectos de la contaminación
afectan a varias generaciones. En 2020, otro estudio, realizado en la
Universidad James Cook de Australia, demostró que los microplásticos alteran
la conducta de los peces; unos mayores niveles de exposición suponen más
riesgos para ellos y, por tanto, mueren antes.
Lo que hace más preocupante esta información no es, por supuesto, el bienestar
de los peces o las aves marinas. Si a nosotros —y me refiero a la civilización
humana— nos preocuparan los peces y las aves marinas, no estaríamos
vertiendo cada año unos 11 millones de toneladas de plástico a los océanos, para
empezar. Lo verdaderamente perturbador es la posibilidad de que se estén
produciendo procesos similares en nuestro cuerpo, que los microplásticos
puedan acortar nuestra vida y volviéndonos, al mismo tiempo, más bobos y
menos fértiles. Por decirlo con las palabras de los autores del informe sobre la
plasticosis, su investigación “suscita preocupación por otras especies afectadas
por la ingesta de plásticos”, una categoría que incluye a nuestra especie.
Porque, del mismo modo que los peces tienen que nadar entre la nevasca de
basura en que hemos convertido los mares, tampoco nosotros podemos evitarla.
Uno de los elementos más inquietantes de esta situación con los microplásticos
—en realidad no podemos llamarlo “crisis”, en este punto, porque
desconocemos su nivel de gravedad— es su omnipresencia extrañamente
democrática. A diferencia de, por ejemplo, los efectos del cambio climático, no
importa quién seas ni dónde vivas: también te afecta. Puedes vivir en un recinto
seguro en el lugar más remoto —a salvo de los incendios forestales y del
aumento del nivel del mar— y exponerte a los microplásticos durante un
chaparrón. Los científicos han encontrado microplásticos cerca de la cumbre del
Everest y en la fosa de las Marianas, a casi 11.000 metros bajo la superficie del
Pacífico.
R eflexionar sobre esta realidad es atisbar una verdad más general: que
nuestra civilización, nuestro estilo de vida, nos está envenenando. Aquí opera
una extraña lógica psíquica: al llenar los océanos con los detritos plásticos de
nuestras compras, al deshacernos sin ningún cuidado de las pruebas de nuestros
inagotables deseos consumistas, hemos sido partícipes de algo que se asemeja a
un proceso de represión. Y, como recalcó Freud, los elementos de la experiencia
que reprimimos —los recuerdos, las impresiones, las fantasías— permanecen
“prácticamente inmortales”; tras el paso de las décadas, se comportan como si
acabaran de ocurrir”. Este material psíquico, “inalterable por el tiempo”, estaba
destinado a volver y a inocular su veneno en nuestra vida.
¿No es esto lo que está ocurriendo con los microplásticos? Al fin y al cabo, el
sentido del plástico es que es prácticamente inmortal. Desde el momento en que
se convirtió en un componente de los productos de consumo masivo, entre la
Primera y la Segunda Guerra Mundial, su éxito como material siempre ha sido
indisociable de la facilidad con que se puede fabricar y de su suma durabilidad.
Lo que le confiere utilidad es precisamente lo mismo que lo convierte en un
problema. Y seguimos fabricando más, año tras año, década tras década.
Pensemos en este dato: de todo el plástico fabricado desde que comenzó la
producción a nivel industrial, más de la mitad se ha producido desde el año
2000. Podemos desecharlo, podemos engañarnos y pensar que estamos
“reciclándolo”, pero no se irá para siempre. Volverá a aparecer en los alimentos
que comemos y en el agua que bebemos. Perseguirá a la leche que los bebés
maman de los pechos de sus madres. Como un recuerdo reprimido, se mantiene
ahí, inalterable por el tiempo.
Prestar atención a lo que nos rodea es darse cuenta de la razón que tenía
Barthes. Al teclear estas palabras, estoy pulsando con las yemas de los dedos las
teclas de plástico de mi ordenador portátil; la silla en la que estoy sentado está
acolchada con una especie de polímero de imitación de cuero; incluso la suave
música de fondo que estoy escuchando mientras escribo llega directamente a
mis cócleas a través de unos auriculares de plástico con Bluetooth. Puede que
estas cosas no sean una fuente inmediata y grave de microplásticos, pero algún
tiempo después de haber agotado su utilidad, quizá los consumamos en
minúsculos fragmentos a través del suministro de agua. En el mar, casi todas
estas partículas provienen de los polímeros de la pintura, mientras que en tierra
la mayor proporción corresponde al polvo de los neumáticos y diminutas fibras
de plástico de cosas como las alfombras y la ropa.
En 2019, un estudio encargado por la World Wide Fund for Nature reveló que
una persona promedio puede estar consumiendo hasta 5 gramos de plástico
semanales, lo que equivale, como dicen los autores del informe, a una tarjeta de
crédito entera. El redactado era un tanto ambiguo: si podemos estar
consumiendo el equivalente a una tarjeta de crédito, podemos suponer
igualmente que también podríamos estar consumiendo mucho menos. Sin
embargo, el informe tuvo mucha difusión mediática, y sus sorprendentes
afirmaciones despertaron la inquieta imaginación pública. La elección de la
tarjeta de crédito como imagen tenía su porqué: la idea de que nos estamos
comiendo nuestro propio poder adquisitivo, de que podríamos estar
contaminándonos con nuestro pertinaz consumismo, cala en el inconsciente
como lo hace un concepto surrealista. Cuando lo pienso, no puedo evitar
imaginarme echando mi tarjeta Visa a la batidora para añadírsela a mi smoothie.
Crímenes del futuro, la reciente película de David Cronenberg, comienza con una
sobrecogedora escena de un niño pequeño agazapado en un cuarto de baño y
comiéndose una papelera de plástico como si fuese un huevo de Pascua. La
premisa de la película, o parte de ella, es que ciertos seres humanos han
desarrollado la capacidad de comer y absorber el plástico y otras sustancias
tóxicas. Como dice uno de los personajes: “Es hora de que la evolución humana
se sincronice con la tecnología humana. Tenemos que empezar a alimentarnos
de nuestros propios residuos industriales. Es nuestro destino”.
microplásticos —junto con todas las demás cosas de las que quiero protegerlos—
y la sospecha de que en gran medida podría ser un esfuerzo en vano. Una
búsqueda rápida en Google reveló que estas preocupaciones son cada vez más
comunes en los padres y que cada vez se le dedican más contenidos en internet.
En un artículo sobre la protección de los niños frente a los microplásticos, leí
que hay que evitar que se abracen a los peluches en la cama, que esas bestias
inesperadamente amenazantes deben ponerse a buen recaudo en el baúl de los
juguetes, en vez de que se queden tiradas por ahí en la habitación o en la cama
del niño (más adelante, en el mismo artículo, el científico medioambiental
también aconseja no inculcar el miedo a nuestros hijos). Por mucho que quiera
reducir al mínimo las amenazas ambientales para mis hijos, tampoco quiero ser
el tipo de padre que insiste en que los peluches se guarden en el baúl de los
juguetes cuando no se están utilizando, porque, de todas las amenazas
ambientales, la que más ansío contrarrestar es la de mi propia neurosis.
Al menos hasta que sepamos bastante más de lo que sabemos ahora, hablar de
los microplásticos puede hacerse raro, como hablar de los efectos nocivos de la
radiación de los teléfonos móviles (si te gustaron las estelas químicas, ¡te
encantarán los microplásticos!). Llegará el momento, tarde o temprano, en el
que sabremos cómo nos afectan los microplásticos, pero, hasta entonces, el
tema seguirá siendo muy ambiguo y, por tanto, muy sugerente.
P ero ¿no es evidente que es un poco absurdo decir que no sabemos si nos
Todo este asunto de los microplásticos está tocado por una pesadillesca lucidez,
porque lo entendemos como un síntoma de una enfermedad más grave. El
inimaginable daño que le hemos causado al planeta —que se le hace al planeta,
en nuestro nombre, en cuanto consumidores— está afectando, de esta
surrealista y espeluznante manera, a nuestro cuerpo. Cuando miramos los
cuerpos en descomposición de esas aves llenas de basura, sabemos que no
miramos solo lo que le estamos haciendo al mundo, sino también lo que nuestro
mundo dañado nos está haciendo a nosotros.
THOMAS L. FRIEDMAN
Por Thomas L. Friedman
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La otra caja de Pandora se llama “cambio climático” y con ella los humanos
estamos por primera vez conduciéndonos, nuevamente, como si fuésemos unos
dioses, de una época climática a otra. Hasta ahora, ese poder estaba limitado en
gran medida a las fuerzas naturales relacionadas con la órbita de la Tierra
alrededor del Sol.
Para mí, mientras levantamos las tapas al mismo tiempo, la gran pregunta es:
¿qué tipo de regulaciones y ética debemos implementar para manejar lo que
salga gritando de las cajas?
Así que existe “un imperativo urgente —tanto ético como regulatorio— para que
estas tecnologías de inteligencia artificial solo se utilicen para complementar y
elevar lo que nos hace singularmente humanos: nuestra creatividad, nuestra
curiosidad y, en el mejor de los casos, nuestra capacidad para tener esperanza,
ética, empatía, determinación y colaborar con otros”, agregó Seidman (miembro
del consejo del museo que fundó mi mujer, Planet Word).
“El adagio de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad nunca ha
sido más cierto. No podemos permitirnos otra generación de tecnólogos que
proclamen su neutralidad ética y nos digan: ‘Oye, solo somos una plataforma’,
cuando estas tecnologías de inteligencia artificial están permitiendo tipos
exponencialmente más poderosos y profundos de empoderamiento e
interacción humana”.
Por estas razones, le pedí su opinión a James Manyika, quien dirige el equipo de
tecnología y sociedad de Google, así como Google Research —donde se lleva a
cabo gran parte de la innovación en inteligencia artificial—, sobre la promesa y
el desafío de esta tecnología.
“La razón para ser audaces es que, en muchos ámbitos distintos, la inteligencia
artificial tiene el potencial de ayudar a la gente con las tareas cotidianas, de
enfrentar algunos de los mayores desafíos de la humanidad —como, por
ejemplo, la atención médica— y lograr nuevos descubrimientos e innovaciones
científicos, así como mejoras de productividad que llevarán a una mayor
prosperidad económica”.
Manyika agregó que lo hará “dándole acceso a gente de todas partes a la suma
del conocimiento mundial: en su propia lengua, en su modo de comunicación
preferido, por medio de texto, voz, imágenes o código” en un teléfono
inteligente, la televisión, la radio o un libro electrónico. Mucha más gente podrá
obtener la mejor ayuda y las mejores respuestas para mejorar su vida.
Sin embargo, Manyika agregó que también debemos ser responsables y citó
varias inquietudes. En primer lugar, estas herramientas deben estar alineadas
por completo con los objetivos de la humanidad. En segundo lugar, en las
manos equivocadas, estas herramientas podrían hacer un daño enorme, tanto si
hablamos de la desinformación como de cosas que se pueden falsificar a la
perfección o del hackeo. (Los malos siempre son los primeros en adoptarlas).
Por lo tanto, necesitamos cierta regulación, pero debe hacerse con cuidado y de
manera iterativa. La talla única no les quedará a todos.
¿Por qué? Bueno, si lo que más nos preocupa es que China supere a Estados
Unidos en el ramo de la inteligencia artificial, debemos acelerar nuestra
innovación en inteligencia artificial, no ralentizarla. Si queremos democratizar
de verdad la inteligencia artificial, tal vez queramos que su código sea abierto.
No obstante, el código abierto puede ser explotado. ¿Qué haría el grupo del
Estado Islámico con el código? Así que debemos pensar en el control de armas.
Si nos preocupa que los sistemas de inteligencia artificial agraven la
discriminación, las violaciones de la privacidad y otros daños sociales divisivos,
como lo hacen las redes sociales, debemos tener regulaciones ahora.
Si queremos aprovechar todas las mejoras de productividad que se esperan de la
inteligencia artificial, debemos centrarnos en crear nuevas oportunidades y
redes de seguridad para todos los asistentes jurídicos, investigadores, asesores
financieros, traductores y las personas que trabajan en tareas de repetición que
podrían ser remplazados hoy y tal vez los abogados y programadores que serían
remplazados mañana. Si nos preocupa que la inteligencia artificial se vuelva
superinteligente y empiece a definir sus propios objetivos, sin tener en cuenta el
daño humano, debemos detenerla de inmediato.
Este último peligro es tan real que, la semana pasada, Geoffrey Hinton, uno de
los diseñadores pioneros de los sistemas de inteligencia artificial, anunció que
iba a abandonar el equipo de inteligencia artificial de Google. Hinton señaló
que, en su opinión, Google estaba actuando de manera responsable en el
despliegue de sus productos de inteligencia artificial, pero que quería tener la
libertad para hablar sobre todos los riesgos. “Es difícil ver cómo se puede evitar
que los malos la utilicen para cosas malas”, le dijo Hinton a Cade Metz, del
Times.
Bien, pues despídete de eso. Ahora hay un debate intenso entre los ecologistas —
y los expertos en geología de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, la
organización profesional responsable de definir las eras geológicas y climáticas
de la Tierra— en torno a si los humanos hemos salido del Holoceno para entrar
en una nueva era, llamada Antropoceno.
Ese nombre proviene “de ‘antropo’, que significa ‘hombre’, y ‘kainos’, que
significa ‘nuevo’, porque la humanidad ha causado extinciones masivas de
especies vegetales y animales, ha contaminado los océanos y ha alterado la
atmósfera, entre otros impactos duraderos”, detalla un artículo publicado en
Smithsonian Magazine.
Los científicos del sistema terrestre temen que esta era creada por el hombre, el
Antropoceno, no tenga ninguna de las estaciones predecibles del Holoceno. La
agricultura podría convertirse en una pesadilla.