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Artículos 12 Mayo 2023

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Los riesgos y oportunidades del

uso de herramientas de IA en el
trabajo
Si vas muy despacio, corres el riesgo de quedarte atrás. Si vas demasiado rápido,
es posible que ni el personal ni la tecnología estén preparados.

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Credit...Andrei Cojocaru
Por Kevin J. Delaney
12 de mayo de 2023 a las 06:00 ET
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A mediados de año, los miles de asesores patrimoniales de Morgan Stanley


tendrán acceso a una nueva herramienta de chat basada en inteligencia
artificial.

La herramienta, que ya utilizan cerca de 600 empleados, ofrece a los asesores


respuestas a preguntas como: “¿Puedes comparar los casos de inversión de
Apple, IBM y Microsoft?”. También despeja dudas como: “¿Cuáles son los
riesgos de cada uno de ellos?”. Un asesor puede preguntar qué hacer si un
cliente tiene una pintura potencialmente valiosa, y la herramienta de
conocimiento podría proporcionar una lista de los pasos a seguir, junto con el
nombre de un experto interno que puede ayudar.

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“Lo que intentamos hacer es que cada cliente o cada asesor financiero sea tan
inteligente como el experto más informado sobre un tema determinado en
tiempo real”, afirmó Jeff McMillan, responsable de análisis, datos e innovación
en Morgan Stanley Wealth Management.

Los expertos aún no se ponen de acuerdo sobre si la inteligencia artificial


terminará destruyendo más puestos de trabajo de los que creará a largo plazo.
Pero está claro que alterará el trabajo de la mayoría de los trabajadores del
conocimiento porque modificará las habilidades que necesitan y cambiará las
necesidades de personal de la mayoría de las empresas. Ahora les toca a los
líderes empresariales averiguar cómo aprovechar las tecnologías en la
actualidad, al tiempo que preparan a los trabajadores para la disrupción que
presentan las herramientas a mediano plazo.

Ir demasiado despacio podría hacer que se pierdan ganancias en productividad,


servicio al cliente y, en última instancia, competitividad, algo similar a lo que les
ocurrió a las empresas que no adoptaron internet de manera plena o con la
suficiente rapidez. Pero, al mismo tiempo, los directivos deben protegerse de los
errores y prejuicios que la IA suele perpetuar, y reflexionar sobre lo que esto
significa para los empleados.

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“Independientemente del sector en el que nos encontremos, debemos aceptar


que nuestra empresa se convertirá en una empresa que le da prioridad a la IA”,
aseguró Alexandra Mousavizadeh, directora ejecutiva de Evident, una compañía
emergente que analiza las capacidades de inteligencia artificial de las empresas
financieras.

El tipo de IA que subyace en la herramienta de Morgan Stanley para asesores se


denomina inteligencia artificial generativa. Puede crear contenidos —texto,
imágenes, audio y video— a partir de la información que ha analizado. Además
de responder preguntas, puede utilizarse de muchas otras maneras, como
redactar memorandos y correos electrónicos, crear diapositivas para
presentaciones y resumir documentos extensos. Las primeras investigaciones
sugieren que las herramientas creadas con IA generativa podrían agilizar
muchas tareas y aumentar la productividad de los empleados.

Por ejemplo, los investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts


(MIT, por su sigla en inglés) y la Universidad de Stanford descubrieron que el
personal de atención al cliente equipado con una herramienta de inteligencia
artificial que sugería respuestas resolvía, en promedio, un catorce por ciento
más problemas de clientes por hora.
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Kaitlan Collins, in a White Suit, Takes on Trump


To Meet Sky-High Expectations, Tears of the Kingdom Goes Vertical

Sin embargo, los beneficios no se distribuyeron de manera uniforme. Los


trabajadores con menos experiencia aumentaron más su productividad porque
las herramientas “captaban y difundían” las prácticas de sus colegas más
cualificados. En otro estudio reciente del MIT, se observó que los trabajadores
que en un principio no eran tan buenos en sus tareas consiguieron reducir la
brecha con respecto a sus compañeros más calificados, pues su rendimiento era
mejor y eran más rápidos cuando contaban con la ayuda de la IA.

Una posible conclusión de estos resultados es que “la ventaja que tenía alguien
en un puesto permanente en términos de desempeño laboral ha disminuido
porque un joven con ChatGPT puede tener el mismo desempeño que alguien
con varios años de experiencia”, afirmó Azeem Azhar, presidente de Exponential
View, un grupo de investigación. Si la investigación se aplica a la práctica más
amplia, podría hacer que algunas empresas inviertan más en personal joven y
prescindan de los trabajadores más caros que llevan más tiempo en la empresa.

Algunas compañías ya están empezando a tomar decisiones de personal basadas


en el impacto previsto de las herramientas de inteligencia artificial. Hace
poco, IBM señaló que iba a ralentizar o detener las contrataciones para algunos
puestos administrativos, como las funciones de recursos humanos, que podrían
ser sustituidos por la IA en los próximos años.

El aumento de la velocidad y la productividad gracias a la inteligencia artificial


elevará las expectativas de los clientes, comentó Bivek Sharma, director de
tecnología de PwC Global Tax and Legal Services. “Se trata de asegurarnos de
que podemos volver a capacitar a los trabajadores con la suficiente rapidez y
habilitarlos para la IA lo bastante rápido como para satisfacer la demanda obvia
que va a surgir a partir de esta”, aseguró.

PwC está colaborando con Harvey, una empresa emergente de inteligencia


artificial que crea herramientas para abogados, con el fin de desplegar una
herramienta de chat de IA en toda su práctica de asesoramiento jurídico en los
próximos meses. También tiene previsto extender esta tecnología a sus expertos
en temas fiscales y recursos humanos.

Según Sharma, el objetivo de PwC, además de ofrecer rápidamente a sus


empleados respuestas basadas en la experiencia de la empresa, es generar
nuevas perspectivas incluyendo el análisis de los datos de sus clientes. Por
ejemplo, se podrían ingresar todos los contratos de dos empresas que se
plantean una fusión a un sistema de inteligencia artificial y permitir que los
expertos de PwC busquen tipos específicos de disposiciones y riesgos.

“Para nosotros, se trata más de un aumento que de un ahorro de tiempo”,


afirma Sharma. “Esto es casi como tener un asociado sénior adjunto para cada
uno de nuestros asesores legales y fiscales aumentando todo lo que pueden
hacer con sus clientes a diario”.

Por lo general, las grandes empresas tienen que invertir en personal técnico
experto en inteligencia artificial que pueda adaptar la tecnología a su negocio.
“Ya hay empresas que no pueden adoptar ChatGPT porque sencillamente no
tienen las bases informáticas para ejecutarlo, es decir, la gestión de contenidos y
los datos en orden”, explicó Mousavizadeh.

También necesitan contratar o capacitar a nuevos especialistas para funciones


que no requieren necesariamente conocimientos técnicos. McMillan y otros
directivos de empresas afirman que las plataformas de IA requieren un “ajuste”
continuo, en el que los humanos modifican los parámetros y las fuentes de
información para obtener los mejores resultados para los usuarios. Este ajuste
ha creado la necesidad de un nuevo grupo de trabajadores conocidos como
“ingenieros de prontitud” o “ingenieros del conocimiento”.

Morgan Stanley y PwC son algunas de las empresas que están creando sus
propias versiones de herramientas de chat de inteligencia artificial a partir de
materiales internos.

Las preocupaciones por la seguridad, la confidencialidad, la precisión y los


derechos de propiedad intelectual han hecho que muchas empresas restrinjan el
acceso de su personal a ChatGPT y otras herramientas de Inteligencia Artificial.
Quieren evitar lo que al parecer ocurrió en Samsung, donde empleados de su
división de semiconductores compartieron código informático confidencial y
notas de reuniones mientras utilizaban ChatGPT. Los ejecutivos también están
preocupados por los frecuentes errores y sesgos incorporados en algunas
herramientas de inteligencia artificial.

Pero parte de la oportunidad de las herramientas que utilizan inteligencia


artificial generativa, que permiten a los usuarios escribir preguntas o comandos
en lenguaje normal, es incluir a un grupo más amplio de miembros no técnicos
del personal que averigüe cómo esta puede cambiar el negocio de una empresa.
“Su personal debería utilizar estas herramientas con mucha regularidad para
empezar a desarrollar sus competencias y las de su propia empresa”, afirmó
Azhar.

También sugiere que las herramientas públicas de Inteligencia Artificial pueden


utilizarse de formas que no pongan en peligro la confidencialidad o la seguridad.
Por ejemplo, un empleado podría preguntar a ChatGPT sobre las mejores
formas de combinar tipos de datos de ventas para contar una historia
convincente sin tener que introducir los datos. Según Azhar, la oportunidad
viene de “empleados de primera línea de cualquier antigüedad que deciden
mejorar su trabajo a través de herramientas generativas”.

Kevin J. Delaney es cofundador y editor en jefe de Charter, una empresa de


medios de comunicación e investigación centrada en el futuro del trabajo.

https://www.nytimes.com/es/2023/05/12/espanol/riesgos-oportunidades-ia-trabajo.html
La estrella caliente Wolf-Rayet 124, captada por el telescopio espacial James
Webb durante un breve período de su ciclo de vida antes de convertirse en una
supernova. Nuestro sol no se convertirá en una supernova, pero comenzará a
morir en unos 5000 millones de años.Credit...NASA, ESA, CSA, STScI, equipo
de producción Webb ERO
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ALLÁ AFUERA
¿En qué estará pensando el último ser
humano del universo?
La ciencia moderna sugiere que nosotros y todos nuestros logros y recuerdos
estamos destinados a desaparecer como un sueño. ¿Eso es triste o bueno?

La estrella caliente Wolf-Rayet 124, captada por el telescopio espacial James


Webb durante un breve período de su ciclo de vida antes de convertirse en
una supernova. Nuestro sol no se convertirá en una supernova, pero
comenzará a morir en unos 5000 millones de años.Credit...NASA, ESA,
CSA, STScI, equipo de producción Webb ERO
 Give this article

Por Dennis Overbye
 6 de mayo de 2023
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El fin se acerca, en quizás unos 100.000 millones de años. ¿Es muy pronto para
empezar a enloquecer?

“Habrá un último ser consciente, habrá un último pensamiento”, sentenció


Janna Levin, cosmóloga del Barnard College, cerca del final de Un viaje al
infinito, un nuevo documental de Netflix dirigido por Jonathan Halperin y Drew
Takahashi.

El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en


ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.
Cuando escuché esa afirmación durante una reciente proyección del
documental, se me rompió el corazón. Era la idea más triste y solitaria que
jamás había imaginado. Pensé que era consciente y estaba bien informado sobre
nuestra situación cósmica compartida: es decir, que si lo que creemos saber
sobre la física y la cosmología es cierto, la vida y la inteligencia están
condenadas. Pensé que me había reconciliado intelectualmente con esa idea.

Pero este era un punto de vista en el que no había pensado antes. En algún
momento en el futuro habrá algún lugar en el universo donde habrá un último
ser consciente. Y un último pensamiento. Y esa última palabra, por profunda o
mundana que sea, se desvanecerá en el silencio junto con el recuerdo de
Einstein, Elvis, Jesús, Buda, Aretha y Eva, mientras que los fragmentos
restantes del universo físico seguirán separándose durante miles y miles y miles
de millones de solitarios y silenciosos años.

¿Ese último pensamiento será un perla de profunda sabiduría? ¿O simplemente


una palabrota?

¿Cómo fue que los humanos nos metimos en este lío? El universo tal como lo
conocemos se originó con una feroz explosión hace 13.800 millones de años y,
desde entonces, se ha estado expandiendo. Durante décadas, los astrónomos
discutieron sobre si esta expansión continuaría para siempre o algún día
volvería a colapsar en una “gran implosión”.

Todo eso cambió en 1998, cuando los astrónomos descubrieron que la


expansión cósmica se estaba acelerando, impulsada por una fuerza
antigravitatoria que forma parte del tejido del espacio-tiempo. Cuanto más
grande se vuelve el universo, con más fuerza lo separa esta “energía oscura”.
Esta nueva fuerza tiene un parecido sorprendente con la constante cosmológica,
una repulsión cósmica que Einstein propuso como un factor de corrección en
sus ecuaciones para explicar por qué el universo no colapsó, pero que luego
rechazó y consideró que era un error.

Pero la constante cosmológica se negó a morir, y ahora amenaza con destruir la


física y el universo.

Al final, si esta energía oscura prevalece, las galaxias distantes terminarán por
alejarse tan rápido que ya no podremos verlas. Cuanto más tiempo pase, menos
sabremos sobre el universo. Las estrellas morirán y no renacerán. Será como
vivir dentro de un agujero negro al revés, que absorbe materia, energía e
información sobre el horizonte, y que nunca regresará.
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My Mother, the Stranger


Why Do Cats Hold Such Mythic Power in Japan?

Peor aún, como pensar requiere energía, eventualmente no habrá suficiente


energía en el universo para formular un pensamiento. Al final, solo habrá
partículas subatómicas bailando a distancias intergalácticas unas de otras en un
silencio oscuro, miles y miles de millones de años después de que hubiera luz o
vida en el universo. Y luego, más billones incontables de eones por venir hasta
que finalmente no haya forma de contar los años, como Brian Greene, el popular
teórico y autor de la Universidad de Columbia, lo describió tan elegante y
devastadoramente en su libro reciente, Until The End Of Time.
Image

El cúmulo globular Messier 92. A medida que el universo se expande,


eventualmente no habrá suficiente energía en el universo para albergar un
pensamiento.Credit...NASA, ESA, CSA, Alyssa Pagan (STScI)
Es difícil no querer gritar sobre nuestra propia insignificancia en todo esto. Si
esto es, de hecho, a lo que llegará el universo. El universo tal como lo conocemos
ahora tiene 14 mil millones de años, lo que parece mucho tiempo, pero es solo
una porción infinitesimal de los billones y trillones de años de oscuridad por
venir. Significará que todo lo interesante en nuestro universo sucedió en un
breve destello, al principio. Un comienzo prometedor, y luego un abismo eterno.
¡La finalidad y futilidad de todo esto!

En definitiva, una historia llena de ruido y furia, que no significa nada. ¿Qué
hacemos con un universo así?

Se podría señalar que es demasiado pronto como para estar prescribiendo un


futuro para el universo. Los nuevos descubrimientos en física podrían
proporcionar una vía de escape. Tal vez la energía oscura no sea constante; tal
vez dé la vuelta y vuelva a comprimir el universo. En un correo electrónico,
Michael Turner, el cosmólogo emérito de la Universidad de Chicago que acuñó
el término “energía oscura”, dijo, refiriéndose a la letra griega que simboliza la
constante cosmológica de Einstein: “¡Lambda sería la respuesta menos
interesante al enigma de la energía oscura!”.
Pero, por ahora, eso es lo que podemos esperar.

Nos cocinaremos dentro de unos mil millones de años, cuando el Sol evapore los
océanos. Unos miles de millones de años más tarde, el propio Sol morirá,
quemando la Tierra y todo lo que quede de nosotros hasta convertirlo en
cenizas. No hay forma de escapar al espacio. Las propias galaxias colapsarán en
agujeros negros en un quintillón de años.

Además, los agujeros negros finalmente liberarán todo lo que han aprisionado
como un fino rocío de partículas y radiación que se dispersará en el viento
predominante de energía oscura que los separa.

En una variante de la historia, conocida como el “Big Rip” (el “Gran Desgarro” o
teoría de la expansión eterna), la energía oscura podría volverse lo
suficientemente fuerte como para destrozar las lápidas que marcan nuestras
tumbas.

Es por eso que, así como hubo una primera criatura viviente en algún lugar, en
algún momento, que emergió del espléndido resplandor del Big Bang, habrá una
última criatura en morir, un último pensamiento. Un último ser consciente,
como señaló Levin.
Esa idea fue lo que me detuvo en seco. Nunca se me había ocurrido que algún
ser individual tendría la última palabra sobre la existencia, la última
oportunidad de maldecir o mostrar agradecimiento. Parte del dolor es que nadie
sabrá quién, o qué, tuvo la última palabra, o qué se pensó o se dijo. De alguna
manera, esa noción hizo que la extinción cósmica fuera más personal y me
pregunté cómo sería.
Image
Restos de Cassiopeia A, una estrella masiva que habría sido observada
explotando hace unos 340 años.Credit...NASA, ESA, CSA, D. Milisavljevic, T.
Temim, I. De Looze, J. DePasquale (STScI)
Tal vez a medida que toda la energía se desvanece en el horizonte, será como
quedarse dormido. O como Einstein murmurando sus últimas palabras en
alemán a una enfermera que no sabía el idioma. O la computadora al final de los
tiempos en el cuento clásico de Isaac Asimov “La última pregunta”, finalmente
descifrando el secreto del universo y declarando: “Que se haga la luz”. ¿Podría
ser algún descubrimiento deslumbrante sobre la naturaleza de la teoría de
cuerdas o el secreto final sobre los agujeros negros? Odio perdérmelo.

Me gustaría pensar que mi último pensamiento sería de amor, gratitud,


asombro o sobre el rostro de un ser querido, pero me preocupa que sea una
palabrota.

Personas más sabias que yo preguntan, cuando hablo de esto, ¿por qué no me
quejo de los miles de millones de años que pasaron antes de que yo naciera? Tal
vez sea porque no sabía lo que me estaba perdiendo, mientras que ahora he
tenido toda una vida para imaginar lo que me perderé.

Si eso te preocupa, aquí hay una metáfora alentadora directamente de las


ecuaciones de Einstein: cuando estás adentro de un agujero negro, la luz se filtra
desde el exterior del universo, que parece acelerarse mientras tú pareces estar
congelado. En principio, podrías ver toda la historia futura de la galaxia o
incluso todo el universo a toda velocidad mientras caes hacia el centro, la
singularidad donde el espacio y el tiempo se detiene, y tú mueres.

Tal vez la muerte podría ser así, una revelación de todo el pasado y el futuro.

En cierto sentido, cuando morimos, el futuro también muere.

En vez de quejarse sobre el fin de los tiempos, la mayoría de los físicos y


astrónomos con los que hablo dice que esa idea es un alivio. La muerte del
futuro los libera para concentrarse en la magia del presente.

El difunto gran astrofísico, filósofo y evangelista de los agujeros negros John


Archibald Wheeler, de la Universidad de Princeton, solía decir que el pasado y el
futuro son ficción, que solo existen en los artefactos y la imaginación del
presente.

Según ese punto de vista, el universo termina conmigo y, por eso en cierto
sentido, yo tengo la última palabra.

“Nada dura para siempre” es una máxima que se aplica tanto al mercado de
valores y las estrellas como a nuestras vidas y los mandalas de arena budista. Un
soplo de eternidad puede iluminar toda una vida, quizás incluso la mía.

Pase lo que pase en los interminables eones venideros, al menos estuvimos aquí
para la fiesta. Estuvimos aquí en el breve y resplandeciente fragmento de
eternidad, cuando el universo rebosaba de vida y luz.

Siempre tendremos la Vía Láctea.

Dennis Overbye se unió al Times en 1998 y ha sido reportero desde 2001. Ha


escrito dos libros: Lonely Hearts of the Cosmos: The Story of the Scientific Search for
the Secret of the Universe y Einstein in Love: A Scientific Romance.

https://www.nytimes.com/es/2023/05/06/espanol/fin-del-universo.html

¿Quién o qué es ‘latino’? Héctor Tobar


analiza los distintos significados de un
término
“Our Migrant Souls”, el primer libro de no ficción del autor en casi una década,
es una reflexión muy personal sobre la experiencia latina en EE. UU.

 Give this article



Héctor Tobar, autor de “Our Migrant Souls”Credit...Patrice Normand / Agence


Opale
Por Francisco Cantú
9 de mayo de 2023
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OUR MIGRANT SOULS: A Meditation on Race and the Meanings and Myths of
“Latino” por Héctor Tobar

Our Migrant Souls, el nuevo libro de Héctor Tobar, comienza dirigiéndose


directamente a los muchos estudiantes latinx a los que ha enseñado durante sus
años como profesor en la Universidad de California en Irvine. Su tono es suave y
tierno al relatar las historias que han compartido con él en ensayos y visitas a la
oficina: historias de migración y regreso a casa, traumas y resiliencia, dudas y
alegrías.

“Son morenos y son de piel clara”, escribe. “Sus ojos son negros y son verdes, y
tienen 19, y 20 y 21 años”. Tobar describe a una multitud de jóvenes que
navegan por complejas historias ancestrales y cambiantes nociones de
identidad. “Voy a entretejer lo que sé con lo que me han enseñado”, les promete,
“y juntos llegaremos a una comprensión de nuestro tiempo y nuestra ‘gente’”.
El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en
ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.
Tobar, que lleva varias décadas reportando sobre migración, cultura y América
Latina, está bien preparado para semejante tarea. Ganador del Premio Pulitzer
por su reportaje en The Los Angeles Times sobre los disturbios de 1992 tras la
absolución de los policías que golpearon a Rodney King, ha publicado desde
entonces tres novelas y dos obras de no ficción: el éxito de ventas En la
oscuridad y Translation Nation, una exploración del “Estados Unidos que habla
español”.

Our Migrant Souls es su primera obra de no ficción en casi una década, y es sin
duda su libro más personal, ya que abarca la emigración de sus padres desde
Guatemala tras un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos en 1954, su
crianza en East Hollywood entre la población inmigrante de paso en Los
Ángeles (donde una vez vivió al lado del hombre que asesinaría a Martin Luther
King Jr.), y sus visitas ya de adulto a su patria ancestral.

Tobar presenta el libro como “una meditación sobre la raza y los significados y
mitos de ‘latino’”, y utiliza su biografía con moderación para ilustrar aspectos
más amplios de la experiencia latina. Cita a historiadores y teóricos de la cultura
con la misma inclinación que cita a estudiantes, dependientes de tiendas o a un
partidario indocumentado de Trump encontrado al azar en la calle. También
reconoce rápidamente la naturaleza problemática de la palabra “latino”, que
conlleva un falso sentido de homogeneidad en el que la negritud y la
indigeneidad quedan a menudo aplanadas o borradas.

“Los que podemos llamarnos ‘latinos’ nos sentimos ridículos la mitad de las
veces que utilizamos el término”, reconoce. Es una categoría que solo tiene
sentido en relación con el colonialismo, una “identidad étnica” que en Estados
Unidos pretende abarcar las culturas imposiblemente amplias de América
Latina, pero que en la práctica se emplea a menudo como un significante racial
cargado de estereotipos y desplegado con fanatismo y ponzoña”.

A Tobar no le preocupa establecer una definición fija de “latino”. En cambio,


como un escultor que va picando una roca, le interesa revelar que contiene una
forma humana. “Latino es la categoría más abierta y menos definida de los ‘no
blancos’ en Estados Unidos”, nos recuerda, una categoría que en última
instancia apunta a “una alianza, una convergencia de intereses comunes”. La
identidad latina, subraya, siempre ha sido mutable. Cita los primeros censos de
Los Ángeles realizados en la Nueva España a finales del siglo XVIII, en los que
los mismos habitantes eran reclasificados de una encuesta a otra —pasando de
“mulato” a “mestizo” y de “mestizo” a “español”—, experimentando una especie
de “aclaramiento” social a medida que migraban entre castas.
Editors’ Picks
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My Mother, the Stranger


Why Do Cats Hold Such Mythic Power in Japan?

Image
Más recientemente, los latinos han sido clasificados según categorías legales
cambiantes: como trabajadores “braceros” a corto plazo; como solicitantes de
asilo o refugiados; como inmigrantes indocumentados o beneficiarios de
amnistía. Su estabilidad o precariedad en Estados Unidos viene dictada a
menudo por las relaciones asignadas a un desconcertante conjunto de siglas y
números: DACA, TPS, Título 42, LPR, H-2A, H-1B. Tobar describe cómo estas
clasificaciones se interiorizan a través de generaciones, desestabilizando
familias, comunidades y culturas cuyos miembros se hacen perpetuamente
vulnerables a la “ansiedad creada por el espectáculo y la burocracia de la
aplicación de las leyes de inmigración”.

Los alumnos de Tobar a veces reformulan sus historias traumáticas como


pruebas parecidas a las de héroes míticos de libros, películas, manga y anime, y
se imaginan a sí mismos como protagonistas del Universo Marvel, Naruto y La
guerra de las galaxias. Para Tobar, esto es perfectamente lógico. Estas epopeyas
populares, en las que parias y gente común y corriente se alzan para derrotar a
poderes opresores, se parecen a las búsquedas y batallas a las que sobrevivieron
las familias y antepasados de sus alumnos, que escaparon de bandas y gobiernos
villanos, atravesaron océanos y continentes y eludieron las barreras
militarizadas de la nación más poderosa del mundo.

“Las historias sobre el imperio”, escribe Tobar, “nos conmueven porque son
ecos de los recuerdos que residen en lo más profundo de nuestra conciencia
colectiva”. Los latinos, después de todo, son gente que “vive con el dolor causado
por la guerra y la política, la conquista y la rendición, la revolución y la
dictadura”.

Para los lectores sin herencia latinoamericana, Tobar se preocupa de describir la


vida latina bajo una luz universal, como algo fácilmente comprensible para
cualquiera que haya sentido alguna vez la atracción de una persona o un lugar
lejanos: “Sentir que tu ser, tu felicidad, tu plenitud y tu amor están repartidos
entre dos puntos distantes del globo es una condición completamente normal en
el mundo moderno”. Sostiene que muchos aspectos exotizados de la experiencia
latina son, de hecho, sumamente comunes; solo parecen desconcertantes
porque rara vez se articulan, a diferencia de las nociones de “cuento de hadas”
de la blancura que prevalecen en la cultura dominante estadounidense.

Tobar no discute si es que cree que “latino” es una etiqueta que vale la pena
mantener, o si hay otro término con el que algún día podríamos intentar
sustituirla. Evita en gran parte la historia de los movimientos conflictivos dentro
de la comunidad latina, y no examina a fondo las cuestiones de la
interseccionalidad y el colorismo, ni qué historias se privilegian por encima de
otras, ni tampoco lo que significa lograr la “representación”. Aunque el libro de
Tobar es demasiado escueto para abarcar satisfactoriamente todas las
complejidades, logra captar un caleidoscopio de historias y circunstancias
compartidas, de sentimientos y preocupaciones tanto manifiestos como
profundamente enterrados.

Para quienes, como yo, se encuentran en algún punto del espectro de la


latinidad, Our Migrant Souls será probablemente un libro relevante y
profundamente conmovedor, que a menudo nos muestra un espejo de nuestras
vidas. Mientras lo leía, pensaba a menudo en mi abuelo, que llegó a Estados
Unidos siendo un niño pequeño, transportado a través de la frontera durante la
Revolución Mexicana. Cuando él y sus hermanos se integraron a la vida
estadounidense, rechazaron los lazos con México que pudieran “oscurecerlos”,
aferrándose en su lugar a un linaje “español” de siglos de antigüedad.

Por el contrario, el padre de ellos murió con el sueño de volver a su tierra natal,
y el quiosco de prensa en español que fundó en San Diego se convirtió en un
centro neurálgico para la comunidad inmigrante de la ciudad. En su obituario,
fue aclamado como “un gran mexicano”. Para sus descendientes, sin embargo, el
gran aspecto de nuestra identidad casi se perdió en las mareas hostiles del
asimilacionismo estadounidense.

“Una de las cualidades de ser ‘latino’”, escribe Tobar, “es que acabas por sentir
la torturada y extraña historia del pasado ‘latino’ en tu interior, que da forma a
tu comprensión del mundo”. Aquí y en otros pasajes, hay fuerza en la
contención del mensaje directo de Tobar, que da a su escritura la sensación de
un cálido consejo dispensado a los jóvenes que luchan con el sentido de
identidad.

Como en Entre el mundo y yo, de Ta-Nehisi Coates, que fue escrito como la carta
de un padre a un hijo que trataba de entender lo que significa ser negro en
Estados Unidos, la repetición de “ustedes”, “nosotros” y “nuestro” en Our
Migrant Souls rompe lentamente el desapego y la distancia con que solemos leer
como adultos. Puede que a muchos de nosotros nunca nos hayan hablado así, a
ninguna edad. Y entonces, mientras leemos, empezamos a reconocer que
seguimos teniendo las mismas preguntas que estos jóvenes, el mismo deseo de
vernos en la página, de saber que somos una parte legible e integral del
bullicioso mundo que nos rodea.

Francisco Cantú es el autor de  La línea se convierte en río: Una crónica de la frontera

OUR MIGRANT SOULS: A Meditation on Race and the Meanings and Myths of
“Latino” | Por Héctor Tobar | 244 pág. | MCD/Farrar, Straus & Giroux | 27
dólares | En inglés.

https://www.nytimes.com/es/2023/05/09/espanol/que-es-lo-latino.html

El aumento en cruces
migratorios no es novedad. ¿Por
qué se desborda la frontera?
Entre los factores que explican la actual tensión en la frontera entre EE. UU. y
México están algunas leyes obsoletas y la transformación de los patrones
migratorios globales.

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Un grupo de migrantes, muchos de ellos procedentes de Venezuela, se reúnen a
lo largo de la valla fronteriza en El Paso previo a la esperada fecha en que vence
una norma que limita los cruces fronterizos esta semana.Credit...Todd
Heisler/The New York Times
Por Eileen Sullivan
10 de mayo de 2023
Read in English

[El Título 42 vencerá esta noche en EE. UU. Sigue nuestras actualizaciones en vivo
aquí].

El mandato del presidente Joe Biden ha coincidido con un aumento mundial de


la migración, y la presión se visto con intensidad en la frontera sur de Estados
Unidos. Según los últimos datos disponibles, entre febrero de 2021 y marzo de
este año, las autoridades capturaron a personas que cruzaban la frontera sin
autorización en más de cinco millones de ocasiones, el mayor número de
detenciones en décadas.

El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en


ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.

Los funcionarios se preparan para una cifra mayor después de que el gobierno
de Biden levante una norma sanitaria de emergencia, conocida como Título 42,
que se ha utilizado millones de veces para expulsar con rapidez a migrantes.

Unos 660.000 migrantes esperaban en México este mes, probablemente


dispuestos a cruzar a Estados Unidos en los próximos días y semanas. Según un
reciente análisis de inteligencia de Seguridad Nacional obtenido por The New
York Times, son más los que se dirigen hacia el norte a través de Centroamérica.

El martes, las autoridades fronterizas detuvieron a más de 11.000 migrantes que


habían cruzado ilegalmente, según datos internos, lo que supone un aumento
respecto a los entre 7000 y 8000 cruces diarios de la semana pasada.

Raul L. Ortiz, jefe de la Patrulla Fronteriza, estimó el miércoles que había entre
60.000 y 65.000 migrantes esperando a lo largo de la frontera norte de México.

La frontera y el sistema de inmigración estadounidense no están equipados para


gestionar a tanta gente. Pero cruzar sin permiso a Estados Unidos se ha
convertido, para muchos, en la única opción al existir menos vías legales.

Estas son las razones por las que la frontera está en tensión ante el aumento de
la migración.

Las leyes migratorias están obsoletas


Las principales leyes estadounidenses más recientes sobre refugiados,
solicitantes de asilo y aplicación de la ley de inmigración datan de las décadas de
1980 y 1990. Ninguna se ha actualizado de forma significativa para adaptarse a
los retos modernos.

Por ejemplo, los límites de las visas que autorizan trabajar en Estados Unidos se
basan en el tamaño de su economía en la década de 1990. Estos límites se han
mantenido en gran medida, a pesar de que desde entonces la economía ha
crecido más del doble.
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Además, las instalaciones construidas en la frontera se diseñaron originalmente


para retener a los hombres mexicanos que cruzaban ilegalmente en busca de
trabajo. Parecen cárceles donde la gente se hacina en un solo espacio. El
gobierno ha reconocido que estas instalaciones no son seguras para albergar a
niños y otras poblaciones vulnerables. En la última década, Estados Unidos ha
habilitado más espacios temporales para atender las necesidades de familias y
niños, pero aún no es suficiente para hacer frente al gran número de personas
que entran en el país.

Las medidas coercitivas en la frontera se idearon en gran medida para los


migrantes que intentaban eludir ser capturados por las autoridades, no para los
miles de personas que huyen de crisis humanitarias y que se entregan a las
autoridades una vez que llegan a la frontera, muchos con la esperanza de
solicitar asilo.

El Congreso no logra ponerse de acuerdo


sobre cómo modificar las leyes
Los legisladores demócratas y republicanos no han logrado llegar a un acuerdo
sobre cómo actualizar las leyes obsoletas debido a una discrepancia más grande
sobre a quién se debe permitir entrar y permanecer en Estados Unidos y
durante cuánto tiempo. La cuestión se ha polarizado tanto que miembros del
mismo partido político difieren sobre cómo deberían ser las modificaciones a la
ley en una serie de temas, como ofrecer alternativas a los inmigrantes que lo
necesiten y añadir trabajadores extranjeros a la mano de obra estadounidense.

Los conflictos en el extranjero están


aumentando la migración
Una de las principales razones del aumento de la migración es el número de
Estados fallidos y autoritarios en el hemisferio occidental. Las economías en
dificultades, agravadas por la pandemia del coronavirus, las crisis humanitarias
y la agitación política han hecho que la gente huya de sus hogares en busca de
una vida más segura y estable en Estados Unidos.

Para muchos migrantes, como los procedentes de Cuba, Haití, Nicaragua y


Venezuela, la situación es tan desesperada que el riesgo de emprender el
peligroso viaje y ser rechazados por las autoridades estadounidenses es
preferible a seguir viviendo en condiciones terribles.

“Los Estados fallidos de todo el hemisferio occidental son la enfermedad”, dijo


Jason Houser, exalto funcionario de inmigración del gobierno de Biden. “El
flujo de migrantes hacia la frontera, abrumando a nuestras agencias, es el
síntoma”.

No existe un plan federal para los migrantes


liberados
Cada vez que se produce un aumento de la migración, los funcionarios
fronterizos se ven desbordados muy pronto debido a la capacidad limitada para
mantener a las personas bajo custodia. Por ello, a menudo se libera a los
migrantes con la esperanza de que se presenten ante las autoridades y
comparezcan ante el tribunal de migración. El gobierno federal ha confiado
durante mucho tiempo en las comunidades fronterizas para proporcionar
paradas de descanso y refugios para los migrantes. Sin embargo, aunque el
financiamiento federal ha aumentado en el último año, no es suficiente para
atender las necesidades de las organizaciones sin fines de lucro y los gobiernos
locales.

Las tensiones ya son elevadas en las ciudades fronterizas. El domingo, al


menos ocho migrantes murieron en Brownsville, Texas, después de que el
conductor de una camioneta atropellara a un grupo que se encontraba junto a
un albergue para personas sin hogar que ayuda a inmigrantes. También hubo
informes de migrantes durmiendo en las calles de El Paso porque los refugios
estaban al límite de su capacidad. En una medida inusual, el Departamento de
Seguridad Nacional ordenó el martes a funcionarios fronterizos e inmigración
que entraran en las comunidades de El Paso para detener a las personas que
habían cruzado ilegalmente sin ser detectadas. Esta operación llevó a cientos de
migrantes a entregarse a las autoridades, despejando algunas de las zonas más
concurridas.

El gobierno federal tampoco tiene un plan para transportar de forma segura a


los migrantes liberados a otras ciudades estadounidenses, ni ofrece
suficiente apoyo a los gobiernos locales que ayudan a los migrantes una vez allí.
Además, los migrantes llevan meses sin poder solicitar autorización para
trabajar en Estados Unidos. Trabajar de manera legal podría ayudarles a cubrir
sus gastos de vivienda y aliviar un poco la presión sobre las ciudades.

El sistema está sobrecargado por todas partes


Cuando se libera a los migrantes de la custodia fronteriza con instrucciones de
presentarse ante la corte en una fecha determinada, aumenta la gran
acumulación de casos pendientes ante los tribunales. Últimamente, las citas
judiciales se programan con años de antelación. Muchos de los migrantes que
llegan a Estados Unidos se unirán a los más de 11 millones que ya están en el
país y que no tienen una vía para quedarse de forma permanente.

También hay retrasos en otras agencias federales que participan en la


tramitación de las solicitudes de asilo legal, como las visas y los intentos de
reunirse con familiares que ya están en el país.

El Título 42 terminará pronto. ¿Qué significa para EE. UU. y para las personas
que migran?
8 de mayo de 2023
Rumbo a EE. UU. a lomo de la Bestia
10 de mayo de 2023

Eileen Sullivan is a Washington correspondent covering the Department of


Homeland Security. Previously, she worked at the Associated Press where she
won a Pulitzer Prize for investigative reporting. @esullivannyt

https://www.nytimes.com/es/2023/05/10/espanol/frontera-que-pasa-titulo-42.html
Credit...Jack Sachs
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OPINION
Hay plástico en nuestro cuerpo
Credit...Jack Sachs

OPINIÓN

 Give this article



Por Mark O’Connell

O’Connell es autor del libro Notes From an Apocalypse: A Personal Journey to the


End of the World and Back.

 30 de abril de 2023
Read in English

Hay plástico en nuestro cuerpo; está en nuestros pulmones, en


nuestros intestinos y en la sangre que fluye a través de nosotros. No podemos
verlo, ni podemos sentirlo, pero está ahí. Está en el agua que bebemos y en
los alimentos que comemos, incluso en el aire que respiramos. No sabemos,
todavía, cómo nos afecta, porque hace muy poco que somos conscientes de su
presencia. Pero desde que nos enteramos, esta se ha convertido en una fuente de
profunda y variopinta ansiedad cultural.

El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en


ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.

Tal vez no sea nada; quizá esté bien. Puede que este revoltijo de fragmentos —
trozos de botellas de agua, neumáticos, envases de poliestireno, microesferas de
cosméticos— nos recorra y no nos haga ningún daño en particular. Pero, aunque
así fuese, seguiría estando el efecto psicológico de que haya plástico en nuestra
carne. A este conocimiento adquirido le atribuimos un cierto y vago carácter
apocalíptico; nos da la sensación de que es una venganza divina solapada, astuta
y poéticamente apropiada. Quizá este haya sido siempre nuestro destino:
alcanzar la comunión final con nuestra propia basura.

La palabra que utilizamos cuando hablamos de esta inquietante presencia en


nuestro interior es “microplásticos”. Es una amplia categoría, en la que cabe
cualquier pieza de plástico de menos de 5 milímetros de longitud. Este material,
aun siendo muy pequeño, es casi siempre visible a simple vista. Puede que lo
hayas visto en las fotografías que se usan para ilustrar los artículos sobre el
tema: numerosos y diminutos fragmentos de muchos colores que se muestran
en la yema del dedo, o en un montoncito vistoso en una cuchara. Pero también
está lo que no se puede ver, más preocupante: los nanoplásticos, que son una
fracción minúscula del tamaño de los microplásticos. Pueden atravesar las
membranas entre las células, y se ha detectado su acumulación en el cerebro de
los peces.

Hace tiempo que sabemos que causan daños a los peces. En un estudio
publicado en 2018, se demostró que los peces expuestos a los microplásticos
tenían niveles más bajos de crecimiento y reproducción; también se observó que
sus descendientes, aun cuando no habían estado expuestos, también se
reproducían menos, lo que hace pensar que los efectos de la contaminación
afectan a varias generaciones. En 2020, otro estudio, realizado en la
Universidad James Cook de Australia, demostró que los microplásticos alteran
la conducta de los peces; unos mayores niveles de exposición suponen más
riesgos para ellos y, por tanto, mueren antes.

El mes pasado, The Journal of Hazardous Materials publicó un estudio sobre los


efectos de la ingesta de plástico en las aves marinas. Los investigadores
presentaron indicios sobre una nueva enfermedad fibrótica a la que denominan
“plasticosis”. Decían que las cicatrices en el tracto intestinal causadas por la
ingestión de plásticos hacían a las aves más vulnerables a infecciones y
parásitos, y también perjudicaba su capacidad para digerir los alimentos y
absorber ciertas vitaminas.

Lo que hace más preocupante esta información no es, por supuesto, el bienestar
de los peces o las aves marinas. Si a nosotros —y me refiero a la civilización
humana— nos preocuparan los peces y las aves marinas, no estaríamos
vertiendo cada año unos 11 millones de toneladas de plástico a los océanos, para
empezar. Lo verdaderamente perturbador es la posibilidad de que se estén
produciendo procesos similares en nuestro cuerpo, que los microplásticos
puedan acortar nuestra vida y volviéndonos, al mismo tiempo, más bobos y
menos fértiles. Por decirlo con las palabras de los autores del informe sobre la
plasticosis, su investigación “suscita preocupación por otras especies afectadas
por la ingesta de plásticos”, una categoría que incluye a nuestra especie.

Porque, del mismo modo que los peces tienen que nadar entre la nevasca de
basura en que hemos convertido los mares, tampoco nosotros podemos evitarla.
Uno de los elementos más inquietantes de esta situación con los microplásticos
—en realidad no podemos llamarlo “crisis”, en este punto, porque
desconocemos su nivel de gravedad— es su omnipresencia extrañamente
democrática. A diferencia de, por ejemplo, los efectos del cambio climático, no
importa quién seas ni dónde vivas: también te afecta. Puedes vivir en un recinto
seguro en el lugar más remoto —a salvo de los incendios forestales y del
aumento del nivel del mar— y exponerte a los microplásticos durante un
chaparrón. Los científicos han encontrado microplásticos cerca de la cumbre del
Everest y en la fosa de las Marianas, a casi 11.000 metros bajo la superficie del
Pacífico.

En este contexto, la mayoría de los cambios que hacemos para tratar de


protegernos de la ingesta de plásticos parecen bastante cosméticos. Puedes, por
ejemplo, dejar de darle agua a tu hija en una taza de plástico, y que con ello
sientas que estás haciendo algo para reducir su nivel de exposición, pero solo
hasta que empiezas a pensar en todas esas tuberías de PVC por las que el agua
ha tenido que pasar para llegar hasta ella.
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My Mother, the Stranger


Why Do Cats Hold Such Mythic Power in Japan?

En un estudio realizado el año pasado, en el que un grupo de investigadores


italianos analizó la leche materna de 34 madres primerizas sanas, los
microplásticos estaban presentes en el 75 por ciento de las muestras. Es una
ironía particularmente cruel, dadas la relación que establecemos entre la leche
materna y la pureza y lo natural y la intranquilidad de los padres respecto a
calentar la leche en polvo en biberones de plástico. Esta investigación se produjo
a raíz de la revelación, en 2020, de que se habían encontrado microplásticos en
placentas humanas. Parece haberse convertido en algo casi definitorio: ser
humano es contener plástico.

R eflexionar sobre esta realidad es atisbar una verdad más general: que

nuestra civilización, nuestro estilo de vida, nos está envenenando. Aquí opera
una extraña lógica psíquica: al llenar los océanos con los detritos plásticos de
nuestras compras, al deshacernos sin ningún cuidado de las pruebas de nuestros
inagotables deseos consumistas, hemos sido partícipes de algo que se asemeja a
un proceso de represión. Y, como recalcó Freud, los elementos de la experiencia
que reprimimos —los recuerdos, las impresiones, las fantasías— permanecen
“prácticamente inmortales”; tras el paso de las décadas, se comportan como si
acabaran de ocurrir”. Este material psíquico, “inalterable por el tiempo”, estaba
destinado a volver y a inocular su veneno en nuestra vida.
¿No es esto lo que está ocurriendo con los microplásticos? Al fin y al cabo, el
sentido del plástico es que es prácticamente inmortal. Desde el momento en que
se convirtió en un componente de los productos de consumo masivo, entre la
Primera y la Segunda Guerra Mundial, su éxito como material siempre ha sido
indisociable de la facilidad con que se puede fabricar y de su suma durabilidad.
Lo que le confiere utilidad es precisamente lo mismo que lo convierte en un
problema. Y seguimos fabricando más, año tras año, década tras década.
Pensemos en este dato: de todo el plástico fabricado desde que comenzó la
producción a nivel industrial, más de la mitad se ha producido desde el año
2000. Podemos desecharlo, podemos engañarnos y pensar que estamos
“reciclándolo”, pero no se irá para siempre. Volverá a aparecer en los alimentos
que comemos y en el agua que bebemos. Perseguirá a la leche que los bebés
maman de los pechos de sus madres. Como un recuerdo reprimido, se mantiene
ahí, inalterable por el tiempo.

En la década de 1950, cuando la producción de plástico a nivel industrial


empezó a definir la cultura material de Occidente, el filósofo francés Roland
Barthes observó que la llegada de este material “mágico” estaba provocando un
cambio en nuestra relación con la naturaleza. “La jerarquía de las sustancias ha
quedado abolida; una sola las remplaza a todas: el mundo entero puede ser
plastificado. Y también la vida, ya que, según parece, se comienzan a fabricar
aortas de plástico”, escribió.

Prestar atención a lo que nos rodea es darse cuenta de la razón que tenía
Barthes. Al teclear estas palabras, estoy pulsando con las yemas de los dedos las
teclas de plástico de mi ordenador portátil; la silla en la que estoy sentado está
acolchada con una especie de polímero de imitación de cuero; incluso la suave
música de fondo que estoy escuchando mientras escribo llega directamente a
mis cócleas a través de unos auriculares de plástico con Bluetooth. Puede que
estas cosas no sean una fuente inmediata y grave de microplásticos, pero algún
tiempo después de haber agotado su utilidad, quizá los consumamos en
minúsculos fragmentos a través del suministro de agua. En el mar, casi todas
estas partículas provienen de los polímeros de la pintura, mientras que en tierra
la mayor proporción corresponde al polvo de los neumáticos y diminutas fibras
de plástico de cosas como las alfombras y la ropa.

En 2019, un estudio encargado por la World Wide Fund for Nature reveló que
una persona promedio puede estar consumiendo hasta 5 gramos de plástico
semanales, lo que equivale, como dicen los autores del informe, a una tarjeta de
crédito entera. El redactado era un tanto ambiguo: si podemos estar
consumiendo el equivalente a una tarjeta de crédito, podemos suponer
igualmente que también podríamos estar consumiendo mucho menos. Sin
embargo, el informe tuvo mucha difusión mediática, y sus sorprendentes
afirmaciones despertaron la inquieta imaginación pública. La elección de la
tarjeta de crédito como imagen tenía su porqué: la idea de que nos estamos
comiendo nuestro propio poder adquisitivo, de que podríamos estar
contaminándonos con nuestro pertinaz consumismo, cala en el inconsciente
como lo hace un concepto surrealista. Cuando lo pienso, no puedo evitar
imaginarme echando mi tarjeta Visa a la batidora para añadírsela a mi smoothie.
Crímenes del futuro, la reciente película de David Cronenberg, comienza con una
sobrecogedora escena de un niño pequeño agazapado en un cuarto de baño y
comiéndose una papelera de plástico como si fuese un huevo de Pascua. La
premisa de la película, o parte de ella, es que ciertos seres humanos han
desarrollado la capacidad de comer y absorber el plástico y otras sustancias
tóxicas. Como dice uno de los personajes: “Es hora de que la evolución humana
se sincronice con la tecnología humana. Tenemos que empezar a alimentarnos
de nuestros propios residuos industriales. Es nuestro destino”.

A pesar de lo grotesco del argumento de la película, también es perversamente


optimista: nuestra mayor esperanza podría ser un salto evolutivo que nos
permita vivir en el desastre que hemos causado (aunque podría decirse que es
solo optimista en el sentido en que lo es Una modesta proposición, de Jonathan
Swift). En las entrevistas que le realizaron con motivo del estreno de la película,
Cronenberg expresó su preocupación por las recientes noticias sobre la
presencia de microplásticos en el torrente sanguíneo humano: “Quizá el 80 por
ciento de la población humana tenga microplásticos en la carne”, dijo en una
entrevista. “Así que nuestro cuerpo es más diferente de lo que nunca ha sido el
cuerpo humano en la historia. Y esto no va a desaparecer”.

C omo padre, me debato entre el deseo de proteger a mis hijos de los

microplásticos —junto con todas las demás cosas de las que quiero protegerlos—
y la sospecha de que en gran medida podría ser un esfuerzo en vano. Una
búsqueda rápida en Google reveló que estas preocupaciones son cada vez más
comunes en los padres y que cada vez se le dedican más contenidos en internet.
En un artículo sobre la protección de los niños frente a los microplásticos, leí
que hay que evitar que se abracen a los peluches en la cama, que esas bestias
inesperadamente amenazantes deben ponerse a buen recaudo en el baúl de los
juguetes, en vez de que se queden tiradas por ahí en la habitación o en la cama
del niño (más adelante, en el mismo artículo, el científico medioambiental
también aconseja no inculcar el miedo a nuestros hijos). Por mucho que quiera
reducir al mínimo las amenazas ambientales para mis hijos, tampoco quiero ser
el tipo de padre que insiste en que los peluches se guarden en el baúl de los
juguetes cuando no se están utilizando, porque, de todas las amenazas
ambientales, la que más ansío contrarrestar es la de mi propia neurosis.

Y, si bien la preocupación por los microplásticos es obviamente compatible con


los discursos generales del ecologismo y el anticonsumismo, no se circunscribe
al interés de personas de izquierdas y liberales como yo. Joe Rogan, quizá el
principal difusor de la masculinidad torpe, lleva varios años hablando del tema.
En un episodio de su pódcast del año pasado, Rogan expresó su preocupación
por el alarmante efecto de los ftalatos, una sustancia química utilizada para
aumentar la durabilidad de los plásticos, en el torrente sanguíneo humano: los
bebés nacían con “manchas” más pequeñas (aclaró que la “mancha” es la
distancia entre el pene y el ano).
No solo las manchas de los bebés menguaban a un ritmo alarmante: también los
penes y los testículos. “Esto es una barbaridad, porque está cambiando el perfil
hormonal y los sistemas reproductores de los seres humanos, y nos está
haciendo más débiles, nos está haciendo menos masculinos”, dijo. Un invitado
señaló que había ciertas contrapartidas: vivir en el mundo moderno conlleva
una exposición sin precedentes a dichas sustancias químicas, pero también más
longevidad. “Algo así, pero vives mal”, dijo Rogan. Así como el cambio climático
y la contaminación son tradicionalmente preocupaciones de la izquierda, los
efectos demográficos del descenso de la natalidad son un motivo de inquietud
para los conservadores. En otras palabras: sea cual sea la hipótesis apocalíptica
que prefieras, ahí estarán los microplásticos.

Los microplásticos se han instalado en el torrente sanguíneo cultural, y su


prevalencia en el espíritu de la época se puede explicar en parte por nuestra
incertidumbre sobre qué significa, desde el punto de vista patológico, que
estemos cada vez más llenos de plástico. Esta ambigüedad también nos permite
atribuir toda clase de malestares, tanto culturales como personales, a esta nueva
información sobre nosotros mismos. Todo este asunto tiene una extraña
resonancia alegórica. Nos sentimos psíquicamente desfigurados, corrompidos
en nuestra alma, por una dieta constante de basura figurativa del
tecnocapitalismo: por las inacabables pantallas de TikToks inanes y de
grabaciones descerebradas, por los influyentes de Instagram que apuntan a
cajas de texto mientras hacen bailecitos, por la infinita proliferación de
contenidos basura generados por IA. Sentimos que nuestra fe en el propio
concepto del futuro se licua en general al mismo ritmo que los casquetes
polares. La idea de que unos microscópicos trozos de basura atraviesen la
barrera hematoencefálica parece una forma apropiada y oportuna de entrar en
los anales del imaginario apocalíptico.

Y el aura de indeterminación científica que rodea el tema —quizá estas cosas


estén causando daños inimaginables a nuestro cuerpo y nuestro cerebro; por
otro lado, tal vez esté bien— le confiere un toque ligeramente histérico. No
sabemos cómo nos afectan estos plásticos y, por tanto, los diversos malestares
que podemos atribuirle de forma plausible son infinitos. Quizá sean los
microplásticos lo que te provoca depresión. Quizá sean los microplásticos lo que
te causa un resfriado a partir de Navidad en adelante. Quizá sean los
microplásticos los que impiden que tú y tu pareja puedan concebir, o lo que te
provoca la pereza y la apatía, o el deterioro precoz de tu memoria. Quizá fueron
los microplásticos los que te provocaron el cáncer de estómago, o el tumor
cerebral.

Yo mismo soy susceptible a esta tendencia. Hace unos años, me diagnosticaron


EEI (enfermedad inflamatoria intestinal), una enfermedad autoinmune crónica.
Como suele ocurrir con este tipo de afecciones, surgió de la nada, sin causa
conocida. No es mortal, pero ha habido periodos en los que me sentí lo
suficientemente enfermo para no poder trabajar durante una o dos semanas
seguidas, y en los que he estado tan cansado que apenas podía levantarme del
sofá para irme a la cama por la noche. Cada ocho semanas, me presento en la
sala de infusiones, donde me enganchan a una bolsa que contiene una solución
líquida de un anticuerpo monoclonal. (Estas bolsas, por supuesto, están hechas
de algún tipo de polietileno, y, mientras te cuento esto, debes imaginarme
encogiendo aparatosamente los hombros, como muestra de mis abundantes
reservas de ironía estoica).

En 2021, en un estudio publicado en la revista Environmental Science and


Technology, se descubrieron que los niveles de microplásticos hallados en las
muestras de heces de las personas a las que se les había diagnosticado la EEI,
aunque por lo demás sanas, eran considerablemente más altos respecto a las
personas sin EEI. No se estableció una causalidad directa, pero dado que en
otros estudios anteriores con animales de laboratorio se ha determinado que la
ingesta de microplásticos provoca inflamación intestinal, no parece
descabellado suponer que pueda haber alguna relación.

Cuanto más tiempo pasaba documentándome para este ensayo, más me


preguntaba si los microplásticos podían ser la causa originaria de mi
enfermedad. Mi intención aquí no es hacer ninguna afirmación fáctica, ni en un
sentido ni en otro, porque no sé lo suficiente para hacerlo. De hecho, lo que
quiero decir es precisamente que esa falta de certeza genera su propia y peculiar
energía. Creo que es al menos posible que mi enfermedad se deba a los
microplásticos, pero es igual de posible que no. Y soy consciente de que esta
ambigüedad es extrañamente seductora, de que es en este páramo
epistemológico donde se erigen los grandes y tambaleantes edificios de las
conspiraciones y las conjeturas.

Al menos hasta que sepamos bastante más de lo que sabemos ahora, hablar de
los microplásticos puede hacerse raro, como hablar de los efectos nocivos de la
radiación de los teléfonos móviles (si te gustaron las estelas químicas, ¡te
encantarán los microplásticos!). Llegará el momento, tarde o temprano, en el
que sabremos cómo nos afectan los microplásticos, pero, hasta entonces, el
tema seguirá siendo muy ambiguo y, por tanto, muy sugerente.

P ero ¿no es evidente que es un poco absurdo decir que no sabemos si nos

perjudica que tengamos plástico en la sangre? ¿Qué medida del perjuicio es


esta, que debemos esperar a los resultados de las pruebas para decidir hasta qué
punto preocuparnos por los miles de pequeños fragmentos de basura que
circulan por nuestras venas? Sin duda, su presencia es ya lo bastante alarmante
de por sí; y, sin duda, esta presencia, en cualquier caso, se registra con la misma
intensidad tanto en el plano psíquico como en el fisiológico.

Entre las imágenes más imborrables y angustiosas del daño causado a la


naturaleza por nuestro imprudente e incesante consumo de plásticos se
encuentra una serie de fotografías del artista Chris Jordan, titulada Midway:
mensaje del giro. Cada una de esas fotografías muestra el cuerpo de un albatros
en uno u otro estado de descomposición avanzada. En el centro de cada uno de
los cadáveres extendidos y disecados se encuentra el cúmulo de variopintos
objetos de plástico que el ave había ingerido antes de morir. El horror de esas
imágenes reside en la contraposición surrealista de los elementos orgánicos e
inorgánicos, en el desconcertante volumen de plástico que contienen sus tractos
digestivos. Los cadáveres de estas otrora hermosas criaturas regresan
lentamente a la tierra, pero la basura humana que los hizo enfermar permanece
inviolable, inalterable por el tiempo: tapones de pasta de dientes y de botellas,
encendedores enteros que parece que aún funcionarían perfectamente, muñecos
diminutos y otros mil rastros inidentificables de nuestra productividad
desquiciada y nuestros despreocupados deseos.

Todo este asunto de los microplásticos está tocado por una pesadillesca lucidez,
porque lo entendemos como un síntoma de una enfermedad más grave. El
inimaginable daño que le hemos causado al planeta —que se le hace al planeta,
en nuestro nombre, en cuanto consumidores— está afectando, de esta
surrealista y espeluznante manera, a nuestro cuerpo. Cuando miramos los
cuerpos en descomposición de esas aves llenas de basura, sabemos que no
miramos solo lo que le estamos haciendo al mundo, sino también lo que nuestro
mundo dañado nos está haciendo a nosotros.

Mark O’Connell (@mrkocnnll) es escritor; Notes From an Apocalypse: A Personal


Journey to the End of the World and Back es su libro más reciente. Su próximo
libro se titula A Thread of Violence: A Story of Truth, Invention and Murder.
https://www.nytimes.com/es/2023/04/30/espanol/opinion/plastico-cuerpo-humano.html

THOMAS L. FRIEDMAN

Estamos ante dos grandes cajas de


Pandora: la IA y el cambio climático
8 de mayo de 2023
Credit...Doug Chayka

 Give this article



Por Thomas L. Friedman

Es columnista de la sección de Opinión.

Read in English

El diccionario Merriam-Webster señala que una “caja de Pandora” puede ser


“cualquier cosa que parezca ordinaria, pero que puede producir resultados
perjudiciales impredecibles”. Últimamente, he pensado mucho en las cajas de
Pandora, porque los Homo sapiens estamos haciendo algo que nunca habíamos
hecho: levantar las tapas de dos cajas gigantes de Pandora al mismo tiempo, sin
tener ni idea de lo que podría salir de ahí.

Una de estas cajas de Pandora se denomina “inteligencia artificial” y la


ejemplifican programas como ChatGPT, Bard y AlphaFold, los cuales son
testigos de la capacidad de la humanidad para confeccionar por primera vez, y
como si fuese la obra de un dios, algo que se acerca a la inteligencia general y
supera por mucho la capacidad cerebral con la que evolucionamos de manera
natural.

La otra caja de Pandora se llama “cambio climático” y con ella los humanos
estamos por primera vez conduciéndonos, nuevamente, como si fuésemos unos
dioses, de una época climática a otra. Hasta ahora, ese poder estaba limitado en
gran medida a las fuerzas naturales relacionadas con la órbita de la Tierra
alrededor del Sol.

Para mí, mientras levantamos las tapas al mismo tiempo, la gran pregunta es:
¿qué tipo de regulaciones y ética debemos implementar para manejar lo que
salga gritando de las cajas?

Admitámoslo, no comprendimos cuánto se iban a usar las redes sociales para


socavar los dos pilares de cualquier sociedad libre: la verdad y la confianza. Así
que, si abordamos la inteligencia artificial generativa con la misma negligencia
—si volvemos a seguir el imprudente mantra de Mark Zuckerberg en los albores
de las redes sociales, “muévete rápido y rompe cosas”—, qué te puedo decir:
vamos a romper cosas más rápido, con más fuerza y más profundidad de lo que
nadie puede imaginar.

“Nos faltó imaginación cuando se desataron las redes sociales y luego no


logramos responder con responsabilidad a sus consecuencias inimaginadas una
vez que permearon las vidas de miles de millones de personas”, me dijo Dov
Seidman, fundador y presidente de HOW Institute for Society y LRN. “Perdimos
mucho tiempo —y nuestro camino— pensando de manera utópica en que solo
podían salir cosas buenas de las redes sociales, al conectar a la gente y dándole
voz. No podemos permitirnos fracasos similares con la inteligencia artificial”.

Así que existe “un imperativo urgente —tanto ético como regulatorio— para que
estas tecnologías de inteligencia artificial solo se utilicen para complementar y
elevar lo que nos hace singularmente humanos: nuestra creatividad, nuestra
curiosidad y, en el mejor de los casos, nuestra capacidad para tener esperanza,
ética, empatía, determinación y colaborar con otros”, agregó Seidman (miembro
del consejo del museo que fundó mi mujer, Planet Word).

“El adagio de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad nunca ha
sido más cierto. No podemos permitirnos otra generación de tecnólogos que
proclamen su neutralidad ética y nos digan: ‘Oye, solo somos una plataforma’,
cuando estas tecnologías de inteligencia artificial están permitiendo tipos
exponencialmente más poderosos y profundos de empoderamiento e
interacción humana”.
Por estas razones, le pedí su opinión a James Manyika, quien dirige el equipo de
tecnología y sociedad de Google, así como Google Research —donde se lleva a
cabo gran parte de la innovación en inteligencia artificial—, sobre la promesa y
el desafío de esta tecnología.

“Debemos ser audaces y responsables al mismo tiempo”, dijo.

“La razón para ser audaces es que, en muchos ámbitos distintos, la inteligencia
artificial tiene el potencial de ayudar a la gente con las tareas cotidianas, de
enfrentar algunos de los mayores desafíos de la humanidad —como, por
ejemplo, la atención médica— y lograr nuevos descubrimientos e innovaciones
científicos, así como mejoras de productividad que llevarán a una mayor
prosperidad económica”.

Manyika agregó que lo hará “dándole acceso a gente de todas partes a la suma
del conocimiento mundial: en su propia lengua, en su modo de comunicación
preferido, por medio de texto, voz, imágenes o código” en un teléfono
inteligente, la televisión, la radio o un libro electrónico. Mucha más gente podrá
obtener la mejor ayuda y las mejores respuestas para mejorar su vida.

Sin embargo, Manyika agregó que también debemos ser responsables y citó
varias inquietudes. En primer lugar, estas herramientas deben estar alineadas
por completo con los objetivos de la humanidad. En segundo lugar, en las
manos equivocadas, estas herramientas podrían hacer un daño enorme, tanto si
hablamos de la desinformación como de cosas que se pueden falsificar a la
perfección o del hackeo. (Los malos siempre son los primeros en adoptarlas).

Por último, “hasta cierto grado, la ingeniería va a la cabeza de la ciencia”,


explicó Manyika. Es decir, ni siquiera las personas que construyen los llamados
grandes modelos lingüísticos en los que se basan productos como ChatGPT y
Bard entienden por completo cómo funcionan ni el alcance total de sus
capacidades”. Manyika agregó que podemos diseñar sistemas de inteligencia
artificial de una capacidad extraordinaria, a los que se les pueden enseñar unos
pocos ejemplos de aritmética, un lenguaje poco común o explicaciones de
chistes y luego, con una precisión asombrosa, pueden empezar a hacer muchas
más cosas tan solo con esos fragmentos. En otras palabras, todavía no sabemos
por completo cuántas cosas más, buenas o malas, pueden hacer estos sistemas.

Por lo tanto, necesitamos cierta regulación, pero debe hacerse con cuidado y de
manera iterativa. La talla única no les quedará a todos.

¿Por qué? Bueno, si lo que más nos preocupa es que China supere a Estados
Unidos en el ramo de la inteligencia artificial, debemos acelerar nuestra
innovación en inteligencia artificial, no ralentizarla. Si queremos democratizar
de verdad la inteligencia artificial, tal vez queramos que su código sea abierto.
No obstante, el código abierto puede ser explotado. ¿Qué haría el grupo del
Estado Islámico con el código? Así que debemos pensar en el control de armas.
Si nos preocupa que los sistemas de inteligencia artificial agraven la
discriminación, las violaciones de la privacidad y otros daños sociales divisivos,
como lo hacen las redes sociales, debemos tener regulaciones ahora.
Si queremos aprovechar todas las mejoras de productividad que se esperan de la
inteligencia artificial, debemos centrarnos en crear nuevas oportunidades y
redes de seguridad para todos los asistentes jurídicos, investigadores, asesores
financieros, traductores y las personas que trabajan en tareas de repetición que
podrían ser remplazados hoy y tal vez los abogados y programadores que serían
remplazados mañana. Si nos preocupa que la inteligencia artificial se vuelva
superinteligente y empiece a definir sus propios objetivos, sin tener en cuenta el
daño humano, debemos detenerla de inmediato.

Este último peligro es tan real que, la semana pasada, Geoffrey Hinton, uno de
los diseñadores pioneros de los sistemas de inteligencia artificial, anunció que
iba a abandonar el equipo de inteligencia artificial de Google. Hinton señaló
que, en su opinión, Google estaba actuando de manera responsable en el
despliegue de sus productos de inteligencia artificial, pero que quería tener la
libertad para hablar sobre todos los riesgos. “Es difícil ver cómo se puede evitar
que los malos la utilicen para cosas malas”, le dijo Hinton a Cade Metz, del
Times.

Si sumamos todo, el resultado es que, como sociedad, estamos a punto de tener


que decidir sobre algunas concesiones muy importantes mientras introducimos
la inteligencia artificial generativa.

Y la regulación gubernamental por sí sola no nos salvará. Tengo una regla


sencilla: mientras más rápido sea el ritmo del cambio y más poderes divinos
desarrollemos los humanos, más importará todo lo antiguo y lento; todo lo que
aprendiste en la escuela dominical o de dondequiera que tomes una inspiración
ética, importará más que nunca.

Porque, mientras más modifiquemos la escala de la inteligencia artificial, mayor


debe ser la modificación de la escala de la regla dorada: trata a los demás como
quieras que te traten. Porque, debido a los poderes cada vez más divinos que nos
estamos otorgando, ahora podemos afectarnos los unos a los otros más rápido,
barato y profundo que nunca.

Sucede lo mismo con la caja de Pandora climática que estamos abriendo.


Como explica la NASA en su sitio web: “En los últimos 800.000 años, ha habido
ocho ciclos de glaciaciones y periodos más cálidos”. La última edad de hielo
terminó hace unos 11.700 años y le dio paso a nuestra era climática actual —
conocida como Holoceno (que significa “totalmente reciente”)—, la cual se
caracteriza por tener estaciones estables que permitieron una agricultura
estable, la construcción de comunidades humanas y, a final de cuentas, la
civilización como la conocemos hoy.

“La mayoría de estos cambios climáticos se les atribuyen a variaciones muy


pequeñas en la órbita de la Tierra que modifican la cantidad de energía solar
que recibe nuestro planeta”, señala la NASA.

Bien, pues despídete de eso. Ahora hay un debate intenso entre los ecologistas —
y los expertos en geología de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, la
organización profesional responsable de definir las eras geológicas y climáticas
de la Tierra— en torno a si los humanos hemos salido del Holoceno para entrar
en una nueva era, llamada Antropoceno.

Ese nombre proviene “de ‘antropo’, que significa ‘hombre’, y ‘kainos’, que
significa ‘nuevo’, porque la humanidad ha causado extinciones masivas de
especies vegetales y animales, ha contaminado los océanos y ha alterado la
atmósfera, entre otros impactos duraderos”, detalla un artículo publicado en
Smithsonian Magazine.

Los científicos del sistema terrestre temen que esta era creada por el hombre, el
Antropoceno, no tenga ninguna de las estaciones predecibles del Holoceno. La
agricultura podría convertirse en una pesadilla.

Sin embargo, aquí es donde la inteligencia artificial podría ser nuestra


salvadora: acelerando los avances en la ciencia de los materiales, la densidad de
las baterías, la energía de fusión y la energía nuclear modular segura que
permitan a los seres humanos gestionar los impactos del cambio climático que
ahora son inevitables y evitar los que serían inmanejables.

No obstante, si la inteligencia artificial nos brinda un mecanismo para


amortiguar los peores efectos del cambio climático —si, de hecho, la inteligencia
artificial nos da una oportunidad—, será mejor que lo hagamos bien. Es decir, con
regulaciones inteligentes para modificar con rapidez la escala de la energía
limpia y con valores sostenibles a escala. Si no difundimos una ética de la
conservación —una reverencia por la naturaleza y todo lo que nos da sin costo,
como el aire y el agua limpios—, podríamos acabar en un mundo en el que la
gente se sienta con derecho a conducir por la selva ahora que su Hummer es
totalmente eléctrico. Eso no puede ocurrir.

En conclusión: estas dos grandes cajas de Pandora se están abriendo. Que Dios


nos salve si adquirimos poderes divinos para partir el mar Rojo, pero no
logramos modificar la escala de los Diez Mandamientos.

Thomas L. Friedman es columnista de Opinión sobre temas internacionales. Se


incorporó al periódico en 1981 y ha ganado tres premios Pulitzer. Es autor de
siete libros, incluido From Beirut to Jerusalem, que ganó el National Book
Award. @tomfriedman • Facebook
https://www.nytimes.com/es/2023/05/08/espanol/opinion/inteligencia-artificial-cambio-
climatico.html

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