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3 Estrella Brillante - Hal Clement

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Dhrawn

era un planeta que, entre otros inconvenientes, tenía una gravedad


aplastante, cuarenta veces superior a la terrestre. Era evidentemente
imposible para los terrícolas explorarlo. Por lo tanto, para llevarlo a cabo
necesitarían colocar sobre aquella superficie a alguien dotado de inteligencia
e iniciativa, pero psicológicamente más apropiado que los humanos.
Los seres vivientes que mejor se ajustaban a esas exigencias eran los
pequeños mesklinitas, dotados de una constitución resistente. Aunque se
encontraban en un estadio cultural inferior, los humanos pensaban que no
convenía suministrarles una elevada ayuda tecnológica para su cometido. En
cambio, deberían controlar la exploración desde su seguro satélite en órbita
a seis millones de millas de Dhrawn.
Hasta el momento de descender allí, los tenaces, valientes e inteligentes
mesklinitas estaban decididos a no ser contratados y deseosos por sí
mismos de aceptar el fantástico desafío que las fuerzas de Dhrawn les
presentaban.

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Hal Clement

Estrella brillante
Saga de Mesklin - 3

ePub r1.0
viejo_oso 13.05.14

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Título original: Star Light
Hal Clement, 1971
Traducción: Inmaculada de Dios
Cubierta: Dean Ellis

Editor digital: viejo_oso


ePub base r1.1

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I. DETENIDOS EN UN HOYO

Beetchermarlf percibió cómo se extinguían las vibraciones cuando su vehículo se


detuvo, pero instintivamente miró hacia el exterior, antes de soltar el timón del
Kwembly. Por supuesto, era un esfuerzo inútil. El sol, o mejor dicho, el cuerpo al que
intentaba considerar como sol, se había puesto unas veinte horas antes. El cielo
todavía estaba demasiado brillante como para que se viesen las estrellas, pero no era
suficiente para poder mostrar detalles del polvoriento y monótono campo de nieve a
su alrededor. A su espalda, la única dirección que no podía ver desde el puente del
Kwembly, el rastro del vehículo podría haber proporcionado alguna referencia visual;
pero desde su puesto en el timón no había ninguna pista de la velocidad.
El capitán, tendido sobre su plataforma, situada detrás del timonel, en un nivel
superior, interpretó correctamente su cabeza levantada. Si esto le divirtió, no lo dejó
traslucir. Habiendo pasado el equivalente de casi dos vidas humanas en los
impredecibles océanos de Mesklin, nunca había conseguido disfrutar de la
incertidumbre; simplemente vivir con ella. Mandar una «nave» que no entendía
completamente, viajar sobre la Tierra, en lugar de hacerlo sobre el mar, y saber que su
mundo de origen estaba a más de tres parsecs de distancia no ayudaba a reforzar su
seguridad en sí mismo; simpatizaba por completo con la desconfianza del joven.
—Nos hemos parado, timonel. Fija el timón y comienza la revisión de las cien
horas. Nos quedaremos diez horas aquí.
—Sí, señor.
Beetchermarlf deslizó el timón en su muesca de soporte. Una ojeada al reloj le
dijo que le quedaba una hora de guardia; por tanto, comenzó a examinar los cables
que conectaban la barra del timón con los juegos de ruedas delanteras del Kwembly.
Los cables eran bastante visibles, puesto que no se había hecho ningún esfuerzo
para ocultar la maquinaria esencial detrás de unas paredes. Los constructores del
gigantesco vehículo y de las once «naves» hermanas no se habían preocupado de la
apariencia externa. Sólo se necesitaban unos cuantos segundos para asegurarse de que
las pocas pulgadas de cable sobre la cubierta del puente todavía no se habían
deteriorado. El timonel hizo un gesto al capitán significando: «Todo está bien».
Golpeó la cubierta pidiendo entrada, esperó el acuse de recibo de los de abajo, abrió

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la trampilla de estribor y se esfumó por la rampa para continuar su inspección.
Dondragmer le vio marchar sin gran precaución. Le preocupaban otras cosas, y el
timonel era un marinero de confianza. Por el momento apartó su mente del problema
del timón y levantó la parte delantera de sus veintiocho pulgadas, hasta que su cabeza
estuvo al nivel de los micrófonos. Un sonido semejante al de una sirena, que podía
oírse por encima de uno de los tifones de Mesklin —aunque en el silencio del campo
de nieve de Dhrawn resultaba casi ridículo—, aseguró la atención del resto de la
tripulación.
—Os habla el capitán. Parada de diez horas para revisión; que comiencen los
turnos de vigilancia. El personal de investigación seguirá con sus ocupaciones
habituales, asegurándose de verificar con puente antes de salir al exterior. No habrá
vuelos hasta que los exploradores hayan sido examinados. ¡Distribución de energía,
enterado!
—Energía en revisión.
La voz que salió del micrófono era algo más profunda que la de Dondragmer.
—¡Soporte vital, enterado!
—Soporte vital en revisión.
—¡Comunicación, enterado!
—En revisión.
—¡Kervenser, al puente para estar disponible! Voy a salir. ¡Investigación,
condiciones exteriores!
—Un momento, capitán. —Hubo una breve pausa antes de que la voz continuase
—. Temperatura, 77; presión, 26,1; viento a partir de 21, constante a 200 cables por
hora; fracción de oxígeno estándar a 0,0122.
—Gracias. Eso no parece muy malo.
—No. Con su permiso, saldré con usted para conseguir muestras de la superficie.
¿Podemos colocar el taladro? Podemos conseguir fragmentos rocosos a una buena
profundidad en menos de diez horas.
—Perfectamente. Si tardáis tiempo en recoger el equipo del taladro, yo quizá esté
fuera antes de que lleguéis a la salida; pero cuando estéis listos, podéis salir. Decidle
a Kervenser cuántos vais en el grupo para el diario.
—Gracias, capitán. Estaremos allí en seguida.
En su puesto Dondragmer se relajó; por supuesto, él no dejaría el puente hasta
que no apareciese su relevo, aun con los motores parados. Kervenser tardaría unos
minutos en llegar, puesto que él también tendría que entregar sus obligaciones
normales a su relevo. Sin embargo, la espera no era aburrida. Había mucho sobre qué
pensar. Dondragmer no era el tipo aprensivo (el sistema nervioso de los mesklinitas
no reacciona así ante la incertidumbre), pero le gustaba pensar las cosas antes de
hacerlas.

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El hecho de que el Kwembly, si estuviese averiado, se encontraba a diez o doce
mil millas de socorro, era simplemente el fondo del asunto, no un problema especial.
No resultaba muy diferente de la situación a que se había enfrentado en los vastos
mares de Mesklin durante la mayor parte de su vida. La principal sacudida de la
seguridad en sí mismo, normalmente plácida, era causada por la máquina que
gobernaba. No se parecía en absoluto al flexible conjunto de balsas que era su idea de
un barco. Le habían asegurado que flotaría si se presentaba la ocasión; realmente lo
había hecho así durante las pruebas en el lejano Mesklin, donde había sido
construida. Sin embargo, desde entonces había sido desarmada, depositada en un
carguero y puesta en órbita alrededor de su mundo de origen, transferida en el espacio
a una nave interestelar, transportada a otro carguero muy diferente después del salto
de los tres parsecs y llevada a la superficie de Dhrawn antes de ser armada.
Dondragmer en persona había supervisado el desguazamiento y la reconstrucción del
Kwembly y las demás máquinas, pero no así los pasos intermedios. Ésta era la razón
principal por la que ahora quería salir al exterior; por alta que fuese su opinión de
Beetchermarlf y el resto de su escogida tripulación, le gustaba tener conocimientos de
primera mano.
Por supuesto, no le mencionó esto a Kervenser cuando llegó al puente. Era algo
que se sobrentendía. Además, el primer oficial presumiblemente sentía lo mismo.
—Se están llevando a cabo las revisiones. Los investigadores van a salir a
excavar un pozo y yo voy a ver cómo está todo —fue cuanto Dondragmer dijo
cuando le dejó su puesto—. Puedes hacerme señales con las luces exteriores si es
necesario. Es todo tuyo.
Kervenser chasqueó alegremente dos de sus pinzas.
—Yo lo llevaré, Don. Diviértete.
El capitán salió a través de la escotilla por la que había entrado su relevo, que
estaba todavía abierta, diciéndose a sí mismo mientras salía que Kervenser no era tan
despreocupado como parecía.
La principal compuerta neumática estaba a sesenta pies por detrás del puente,
cuatro cubiertas más abajo. Dondragmer se detuvo varias veces en el camino para
hablar con miembros de su tripulación que trabajaban entre las cuerdas, vigas y
tuberías del interior del Kwembly. Cuando llegó a la salida, cuatro científicos, con su
maquinaria de taladrar, estaban ya allí y habían comenzado a ponerse los trajes
especiales. El capitán observó críticamente cómo contorsionaban sus largos cuerpos y
numerosas piernas dentro de los transparentes envoltorios, hizo las pruebas de la
tensión y comprobó sus suministros de hidrógeno y argón. Satisfecho, les señaló la
compuerta y comenzó a vestirse. Cuando salió, los otros ya casi habían colocado sus
aparatos. Les dirigió una breve ojeada mientras se detenía en la parte superior de la
rampa que llevaba de la compuerta al suelo. Sabía lo que estaban haciendo y podía

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darlo por hecho, pero nunca podía despreocuparse así del tiempo. Incluso mientras
pasaba la aldaba de la compuerta externa detrás de él, miraba hacia el suelo tanto
como se lo permitía el prominente casco de su nave.
La oscuridad se acentuaba muy lentamente, mientras la rotación bimensual de
Dhrawn alejaba más el débil sol bajo el horizonte. Como en su planeta nativo, éste
parecía estar algo por encima del nivel de la vista a su alrededor. La atmósfera
comprimida por la gravedad y responsable de este efecto haría también que las
estrellas, cuando se hiciesen visibles, temblasen con violencia. Dondragmer miró
hacia la proa, pero las estrellas gemelas que vigilaban el polo sur del firmamento,
Fomalhaut y Sol, eran todavía invisibles.
Se veían unos pocos cirros moviéndose rápidamente hacia el oeste.
Evidentemente, los vientos a mil o dos mil pies de altura eran contrarios a los de la
superficie, como era usual durante el día. Esto podría cambiar pronto, y Dondragmer
lo sabía; a unos cuantos miles de millas al oeste, la puesta del sol provocaría un
cambio de temperatura mayor que aquí. En las próximas doce horas podría haber
cambios en el clima. Exactamente qué clases de cambios era más de lo que su
formación de marino mesklinita le permitía adivinar, aunque estuviese fortalecida por
la meteorología y física alienígenas.
Sin embargo, por el momento todo parecía bien. Bajó por la rampa hasta la nieve,
y cien yardas al este se acercó a la compuerta que estaba en el lado de estribor, en
parte para asegurarse del estado del resto del cielo y en parte para conseguir una vista
general de la máquina antes de comenzar una inspección detallada.
El cielo occidental no era más amenazador que el resto, y le dedicó sólo una
breve ojeada.
El Kwembly tenía el aspecto de costumbre. Probablemente a un ser humano le
hubiese sugerido un puro de pasta descansando sobre una mesa llana. Medía algo más
de cien pies de largo, veinte pies por encima de la nieve. En realidad, había dos; la
curva superior del casco a un tercio de la popa y el propio puente. Este último
formaba una cruz de veinte pies, cuyos perfiles casi cuadrados estropeaban algo las
suaves curvas del cuerpo principal. Estaba próximo a la proa para permitir al timonel,
comandante y oficial de derrota observar el terreno cuando viajaban a casi hasta el
punto donde lo cubrían las ruedas delanteras.
El fondo plano del vehículo se encontraba casi a una yarda de la nieve, sostenido
por un conjunto casi continuo de ruedas portadoras de cadenas. Estaban fundidas
individualmente y conectadas por un embrollado aparejo de finos cables que
permitían al Kwembly girar en radio bastante corto, en un control de su tracción
razonablemente completo. Las ruedas estaban separadas del casco propiamente dicho
por algo que equivalía a un colchón neumático, el cual distribuía la tracción y se
adaptaba a las pequeñas irregularidades del terreno.

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Una figura semejante a una oruga progresaba lentamente a lo largo de un costado
del vehículo. Probablemente Beetchermarlf continuaba su inspección del aparejo.
Veinte yardas más cerca del capitán había sido erigida la pequeña torre del taladro.
Por encima, colgándose de los estribos que jalonaban el casco, aunque apenas podían
verse desde la distancia del capitán, trepaban otros miembros de la tripulación, que
inspeccionaban los orificios comprobando su tensión. Para un mesklinita, éste era un
trabajo enervante. Para un ser criado en un mundo donde la gravedad polar era más
de seiscientas veces la de la Tierra y donde incluso la gravedad bajo techo era un
tercio de la misma, la aerofobia era un estado mental normal y saludable. La presión
de Dhrawn, débil en comparación, pues era escasamente de mil trescientos pies por
segundo cuadrado, hacía que trepar fuese algo más llevadero, pero la inspección del
casco era todavía la tarea menos popular. Dondragmer retrocedió reptando sobre la
mezcla, fuertemente apretada, de cristales blancos y polvo castaño, interrumpida por
arbustos bajos ocasionalmente, y subió por un costado para ayudar.
Las grandes placas curvas eran de fibra de boro, unidas por polímeros cargados
de oxígeno y fluorina. Habían sido fabricadas en un mundo que ninguno de los
mesklinitas había visto nunca, aunque la mayor parte de la tripulación había tenido
tratos con sus nativos. Los ingenieros químicos humanos habían diseñado aquellas
partes del casco para que soportasen todos los agentes corrosivos en que pudieron
pensar. Comprendían muy bien que Dhrawn era uno de los pocos lugares del universo
que probablemente sería más perjudicial a este respecto que su propio mundo de
oxígeno y agua. Se mostraron completamente conscientes de su gravedad. Cuando
sintetizaron las partes del casco y los adhesivos que las mantenían unidas —tanto los
cementos temporales utilizados durante las pruebas en Mesklin como los
supuestamente permanentes empleados al rearmar los vehículos en Dhrawn—,
tuvieron en cuenta todos estos factores. Dondragmer confiaba plenamente en la
habilidad de aquellos hombres, pero no podía olvidar que ellos no se habían
enfrentado, ni esperaban hacerlo nunca, a las condiciones contra las que sus
productos luchaban. Aquellos particulares fabricantes de paracaídas nunca tendrían
que saltar, aunque un mesklinita no habría entendido la paradoja.
Aunque el capitán respetaba la teoría, conocía muy bien la diferencia entre ésta y
la práctica; por tanto, dedicó toda su atención a los ajustes entre las secciones del
enorme casco.
Cuando se convenció de que continuaban sólidas y ajustadas, el cielo estaba
mucho más oscuro. Kervenser había encendido algunas de las luces exteriores, en
respuesta a un repiqueteo en el exterior del puente y a unos cuantos gestos. Con esta
ayuda, los escaladores terminaron su trabajo y regresaron a la nieve.
Beetchermarlf salió de debajo del gran casco e informó que no había ninguna
novedad en los cables de guardín. Los que trabajaban en el taladro habían conseguido

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unos cuantos pies de fragmentos rocosos. Cada segmento, en cuanto era obtenido, se
trasladaba al laboratorio para estudiarse la temperatura ambiental. En realidad, la
«nieve» local parecía ser en su mayor parte agua en la superficie; por tanto, muy por
debajo de su punto de fusión, pero nadie podía estar seguro de lo que ocurriría más
abajo.
La luz artificial enmascaraba algo el cielo. El primer aviso de que el tiempo
cambiaba fue una repentina ráfaga de aire. El Kwembly se balanceó ligeramente sobre
sus cadenas y los cables de guardín vibraron al ser zarandeados por el denso aire. Los
mesklinitas no tuvieron problemas. Para hacerles volar, con la gravedad existente en
Dhrawn, se habría necesitado un tornado arrollador. Pesaban casi tanto como pesaría
en la Tierra una estatua de oro de tamaño natural. Dondragmer, enterrando
reflexivamente sus garras en la polvorienta nieve, no se sintió preocupado por el
viento, aunque sí muy molesto ante su propio fallo al no haber advertido con
anterioridad las nubes que lo acompañaban. Éstas habían pasado de ser aborregados
cirros, casi a mil pies de altura, a rotos celajes de tipo estrato, situados a la mitad de
aquella altura. Todavía no había ninguna precipitación, pero ninguno de los marineros
dudaba de que pronto la habría. Sin embargo, no podían adivinar ni su forma ni su
violencia. Según las medidas humanas, llevaban en Dhrawn un año y medio, pero
esto no era suficiente tiempo, ni siquiera aproximadamente, para aprender todos los
fenómenos de un mundo mucho más grande que el suyo. Incluso si ese mundo
hubiese completado una de sus revoluciones, en lugar de menos de la cuarta parte, no
habría sido suficiente para la tripulación de Dondragmer.
La voz del capitán se elevó sobre la canción del viento.
—Todo el mundo dentro. Berjendee, Reffel y Stakendee, ayudadme con el equipo
del taladro. El primero que entre debe decirle a Kervenser que ponga a punto los
motores y que esté preparado para poner la proa al viento en cuanto todos nosotros
estemos a bordo.
Cuando daba esta orden, Dondragmer sabía que quizá no sería posible obedecerla.
Era muy probable que la revisión estuviese en un punto que impidiese poner en
marcha los motores. Pero después de haber dado la orden, no pensó más en ello. Si
era posible sería cumplida. Otros asuntos reclamaban su atención. El equipamiento
del taladro tenía prioridad absoluta. Era maquinaria de investigación, la única razón
de que los mesklinitas se encontrasen en Dhrawn. Hasta Dondragmer, relativamente
libre de las sospechas que muchos mesklinitas alimentaban sobre las intenciones y
motivos de los humanos, sospechaba que el científico humano medio valoraría
mucho más el equipamiento del taladro que las vidas de un marinero o dos.
Los investigadores ya habían retirado la broca, y estaban comenzando a entrar
cuando él les alcanzó. Siguieron la biela y la caja de cambios del artificio manual,
dejando únicamente lo que constituía el soporte y las torres guía. Esto era menos

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importante, puesto que podían ser reemplazadas sin la ayuda humana, pero ya que el
viento no empeoraba, el capitán y sus ayudantes se quedaron para rescatarlos
también. Cuando terminaron, los demás ya se habían desvanecido en el interior.
Evidentemente, Kervenser da muestras de impaciencia en el puente…
Con un suspiro de alivio, Dondragmer condujo su grupo por la rampa y la
compuerta, que cerró a sus espaldas. Se encontraban ahora sobre un reborde de una
yarda de ancho, que rodeaba la compuerta delante de un estanque de amoníaco
líquido del mismo ancho, el cual formaba la parte interior del compartimiento. El más
pesadamente cargado del grupo descendió dentro del líquido, agarrándose a estribos
similares a los que se encontraban en la parte exterior del casco; otros sencillamente
se zambulleron, como el capitán. La pared interna de la compuerta estaba a cuatro
pies por debajo de la superficie. Entre su borde inferior y el fondo de la cisterna había
una ranura de tres pies. Pasando bajo ésta y trepando hacia el otro lado, llegaron a un
saliente similar al de la entrada. Otra puerta les dio acceso a la sección media del
Kwembly. A su alrededor había un ligero olor a oxígeno —generalmente unas cuantas
burbujas del aire exterior acompañaban a cualquier cosa que penetrase por la
compuerta—, pero el omnipresente vapor del amoníaco y las superficies catalizadoras
colocadas en muchos sitios dentro del casco habían demostrado hacía tiempo ser
capaces de controlar esta molestia. La mayor parte de los mesklinitas habían
aprendido a soportar bastante bien el olor, puesto que como todo el mundo sabía, el
gas era inofensivo en pequeñas cantidades.
Los investigadores se quitaron los trajes y se marcharon con sus aparatos y con
los estuches que habían protegido sus muestras del amoníaco líquido. Dondragmer
mandó a los demás a cumplir con sus obligaciones normales y se dirigió hacia el
puente. Kervenser se preparaba para abandonar el puesto de mando, cuando el
capitán entró por la escotilla y le hizo señas de que volviese, mientras se dirigía al
lado de estribor de la superestructura. Algunas porciones del suelo eran transparentes.
Al principio, los diseñadores humanos habían pretendido que todo fuese así, pero no
contaron con la psicología mesklinita. Arrastrarse por el campo ya era bastante malo,
pero pisar sobre un suelo transparente encima de quince pies o más de aire vacío era
completamente irrazonable. El capitán se detuvo al borde de una de las hojas de
cristal del suelo y miró cautelosamente hacia abajo.
Alrededor del gigantesco vehículo, la grisácea superficie no había cambiado; el
viento que sacudía el casco aparentemente no había afectado a la nieve, comprimida
por aquellas gravedades durante tiempo indefinido. Incluso los remolinos alrededor
del Kwembly no mostraban señales de su presencia, aunque Dondragmer hubiese
esperado más bien que excavasen agujeros alrededor de sus cadenas. Más allá, hasta
el límite alcanzado por las luces, no se veía nada, excepto los orificios de donde
habían sido extraídas las muestras rocosas y las zarandeadas ramas de algún arbusto

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de vez en cuando. Las observó atentamente durante varios minutos, esperando que el
viento dejase alguna huella allí, pero finalmente dedicó su atención al cielo.
Comenzaban a aparecer unas cuantas estrellas brillantes entre los parches de
celaje, pero los guardianes del Polo no se veían. Estaban sólo a unos cuantos grados
sobre el horizonte meridional, en gran parte a causa de la refracción, y las nubes
bloqueaban todavía más la vista oblicua. Aún no había señales de lluvia ni de nieve,
ni forma de descifrar cuál era de esperar, si es que había que esperar algo. La
temperatura en el exterior estaba todavía justo por debajo del amoníaco puro y muy
por debajo del correspondiente al agua, pero una precipitación mixta era más que
probable. Lo que aquello produciría en el granizado casi puro depositado sobre el
suelo, Dondragmer no podía adivinarlo; conocía la mutua solubilidad del agua y el
amoníaco, pero nunca había intentado memorizar los diagramas con las fases o las
tablas del punto de congelación de las diversas mezclas posibles. Si la nieve se
disolvía, el Kwembly quizá tuviese una oportunidad para demostrar su capacidad de
flotación. No sentía ganas de hacer la prueba.
Kervenser interrumpió sus pensamientos.
—Capitán, estaremos listos para movernos dentro de cuatro o cinco minutos.
¿Quiere energía de tracción?
—Todavía no. Temía que el viento podría llevarse la nieve que está debajo de
nosotros y nos haría volcar como los movimientos del agua sobre una nave en la
playa, y quería ponerle proa por si sucedía eso; mas hasta ahora no parece haber
peligro. Que los exámenes de revisión continúen, excepto aquellos que interfieran
con un preaviso de cinco minutos de energía de tracción.
—Eso es lo que estamos haciendo, capitán. Lo dispuse así hace unos cinco
minutos cuando llegó su orden.
—Bien. Entonces conservaremos encendidas las luces exteriores y vigilaremos el
terreno a nuestro alrededor hasta que estemos preparados para continuar o hasta que
cese el viento.
—Es molesto no poder predecir cuándo será eso.
—Lo es. En Mesklin una tormenta pocas veces dura más de un día y nunca menos
de una hora aproximadamente. Este mundo gira tan lentamente, que los núcleos
tormentosos pueden llegar a ser tan grandes como un continente y podrían necesitar
cientos dé horas para pasar. Tendremos que esperar a que éstos lo hagan.
—¿Quiere decir que no podremos viajar hasta que cese el viento?
—No estoy seguro. La exploración aérea sería peligrosa, y sin ella no podríamos
ir lo suficientemente rápidos; por lo menos eso pensaría la cuadrilla de humanos.
—De todas formas, no me gusta ir tan rápido. No se puede examinar realmente un
lugar, a menos que uno se detenga un rato. Debemos estar perdiéndonos un montón
de cosas que hasta esos chocantes humanos encontrarían interesantes.

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—Parecen saber lo que quieren, algo relacionado con decidir si Dhrawn es un
planeta o una estrella…, y ellos pagan. Admito que se hace aburrido para la gente que
solamente tiene que ocuparse del trabajo rutinario.
Kervenser dejó pasar la observación sin comentarios, aunque no sin advertirla.
Sabía que su comandante nunca habría sido insultante deliberadamente, aun después
de las desdeñosas palabras de su colega sobre los seres humanos. Éste era un punto
en el que Dondragmer se diferenciaba muy profundamente de muchos de sus
compatriotas, quienes daban por supuesto que los alienígenas se quedarían con todo
cuanto tuviesen, como cualquier buen mercader. El comandante había pasado más
tiempo en contacto íntimo con científicos humanos como Paneshk y Drommian, más
que ningún otro mesklinita, teniendo desde siempre una personalidad bastante
tolerante y acomodaticia. Había llegado a ser lo que muchos otros mesklinitas
consideraban como blando, en relación a los alienígenas.
El asunto se discutía raras veces, y ésta lo impidió la llegada de Beetchermarlf.
Informó que la revisión había sido terminada. Dondragmer le relevó, ordenándole que
enviase el nuevo timonel al puente, y permaneció silencioso hasta la llegada de este
último. Takoorch, sin embargo, no era un tipo silencioso. Cuando alcanzó el puente,
perdió poco tiempo en comenzar lo que sin duda consideraba una conversación.
Kervenser le daba cuerda, divertido como siempre por la imaginación y desfachatez
del individuo; Dondragmer, sin embargo, lo ignoraba todo, excepto ráfagas
ocasionales de la conversación. Estaba más interesado en lo que sucedía en el
exterior, por poco llamativo que fuese en el momento.
Apagó las luces del puente y todas las exteriores, excepto las más bajas,
consiguiendo así una vista mejor del cielo sin perder completamente contacto con la
superficie. Las nubes eran pocas y más pequeñas, aunque parecían moverse tan
rápidamente como antes. El sonido del viento resultaba también el mismo. Poco a
poco iban apareciendo más estrellas. Una vez divisó uno de los Guardianes (así los
habían bautizado rápidamente los marineros mesklinitas) hacia el sur. No podía decir
cuál era; desde Dhrawn, Sol y Fomalhaut brillaban lo mismo, y su violento parpadeo
a través de la atmósfera del gigantesco mundo hacía que un juicio por el color no
fuese de fiar. De todas formas la visión fue breve, puesto que las nubes no habían
desaparecido por completo.
«… El grupo de balsas a estribor se desencuadernó; excepto yo, todo el mundo
estaba en el cuerpo central…»
Ni lluvia ni nieve todavía, y los cielos despejados hacían que ahora pareciesen
menos probables para alivio del capitán. Una comprobación con el laboratorio a
través de uno de los micrófonos le informó que la temperatura estaba bajando; ahora
era de 75 grados, tres grados por debajo del punto de fusión del amoníaco. Todavía lo
suficientemente cerca para que hubiese problemas con las combinaciones, pero yendo

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en la dirección adecuada.
«… de las islas al sur y al oeste del Dingbar. Habíamos sido conducidos a la costa
por un golpe de tormenta, y estábamos en seco con la mitad de la cubierta rota.
Yo…»
Arriba las estrellas apenas tenían ya interrupciones; el celaje casi se había
desvanecido.
Por supuesto, las constelaciones resultaban familiares. La mayoría de las estrellas
más brillantes de los alrededores no eran muy afectadas por un cambio de perspectiva
de tres parsecs. Dondragmer, de todas formas, había tenido el tiempo suficiente para
acostumbrarse a los pequeños cambios, y ya no los advertía. Una vez más intentó sin
éxito encontrar los Guardianes. Quizá todavía había nubes en el sur. Estaba ahora
demasiado oscuro para saberlo. Incluso el suprimir las luces restantes durante un
momento no ayudó. Sin embargo, sí atrajo la atención de los otros dos, y el flujo de la
anécdota se detuvo un momento.
—¿Algo nuevo, capitán?
La jovial actitud de Kervenser desapareció ante la posibilidad de acción.
—Posiblemente. Las estrellas brillan arriba, pero no hacia el sur. De hecho, no se
ven en ningún punto cercano al horizonte. Prueba con un foco.
El primer oficial obedeció. Un rayo de luz saltó hacia arriba desde un punto
situado detrás del puente, después de tocar él uno de los pocos controles eléctricos.
Dondragmer manipuló un par de cables, y el foco se balanceó hacia el horizonte
occidental. Un alarido, groseramente equivalente a una exclamación de sorpresa
humana, salió de Kervenser cuando el foco en descenso se colocó paralelamente al
suelo.
—¡Niebla! —exclamó el timonel—. Es fina, pero está bloqueando el horizonte.
Dondragmer hizo un gesto de asentimiento, mientras alcanzaba un micrófono.
—¡Investigación! —gritó—. Posible precipitación. Comprobad lo que es y lo que
podría provocar esta aguanieve que nos rodea.
—Nos llevará un rato conseguir una muestra, señor —llegó la respuesta—.
Seremos todo lo rápidos que podamos. ¿Estaremos en condiciones de salir o
tendremos que trabajar a través del casco?
El capitán se detuvo un momento, escuchando el viento y recordando lo que había
sentido.
—Podéis salir. Apresuraos todo lo que podáis.
—Estamos en marcha, capitán.
A un gesto de Dondragmer, el primer oficial apagó el foco. Los tres se dirigieron
a la banda de estribor del puente para observar al grupo de fuera.
Se movían rápidamente, pero cuando la compuerta se abrió, la bruma se había
hecho más evidente. Dos formas, parecidas a las orugas, aparecieron llevando entre

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ellas un paquete cilíndrico. Caminaron hasta un punto casi bajo los observadores y
colocaron su equipo, que esencialmente consistía en un embudo de cara al viento
alimentando un filtro. Les llevó varios minutos convencerse de que tenían una
muestra bastante amplia, pero al fin desmantelaron el equipo, encerraron el filtro en
un recipiente para preservarlo del fluido de la compuerta y volvieron atrás.
—Supongo que ahora necesitarán un día para decidir lo que es —gruñó
Kervenser.
—Lo dudo —replicó el capitán—. Han estado jugando con pruebas rápidas para
soluciones de agua y amoníaco. Creo que Borndender dijo algo así como que la
densidad era suficiente, si tenía una muestra de un tamaño apropiado.
—En ese caso, ¿por qué están tardando tanto?
—Todavía no han tenido tiempo de quitarse sus trajes —señaló pacientemente el
capitán.
—¿Por qué tienen que quitárselos antes de entregar las muestras al laboratorio?
¿No pueden…?
Un grito del micrófono le interrumpió. Dondragmer dio el enterado.
—Casi todo es amoníaco puro, señor. Creo que eran gotitas líquidas muy
enfriadas; en el filtro se helaron formando una espuma, y al derretirse aquí dentro
desprendieron una buena cantidad de aire exterior. Si durante los próximos minutos
huele a oxígeno, es a causa de esto. Quizá comience a helarse sobre el casco, y si
recubre el puente, como hizo con el filtro, interferirá con la visión, pero ese es todo el
problema en que puedo pensar ahora mismo.
Eso no era todo lo que Dondragmer podía imaginar, pero recibió la información
sin más comentarios.
—Este tipo de suceso no ha tenido lugar desde que estamos aquí —observó—.
Me pregunto si hay algún tipo de cambio estacional aproximándose. Nos estamos
acercando más al sol de este cuerpo. Me gustaría que los humanos hubiesen
observado este mundo durante más tiempo, antes de embarcarnos en la idea de
explorarlo para ellos. Sería muy agradable conocer lo que viene a continuación.
Kervenser, pon en marcha los motores. Cuando estés listo, pon la proa al viento y
sigue adelante muy despacio, si todavía se puede ver. Sino gira a babor tan ceñido
como sea posible para quedarnos sobre superficie conocida. Mantén un ojo en las
cadenas —por supuesto, en sentido figurado; no podemos verlas sin salir al exterior
— y hazme saber si hay evidencia de que se les está pegando algo. Coloca un hombre
en el portillo de popa; nuestra estela quizá muestre algo. ¿Entendido?
—Las órdenes sí, señor. Lo que teme, no.
—Quizá esté equivocado. Si tengo razón, probablemente no hay nada que hacer.
No me gusta la idea de salir a limpiar las cadenas manualmente. Esperemos.
—Sí, señor.

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Kervenser volvió a sus obligaciones, y mientras los motores de fusión en las
ruedas del Kwembly se despertaron, el capitán se volvió hacia un bloque de plástico
de unas cuatro pulgadas de alto y ancho y de un pie de longitud, que estaba al lado de
su puesto. Insertó una de sus piezas en un pequeño agujero, a uno de los costados del
bloque, manipuló un control y comenzó a hablar.

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II. LA GRAN PARADA

Su voz viajó rápidamente, pero estuvo en camino largo tiempo. Las ondas de
radio que la llevaban recorrieron segundo tras segundo la pesada atmósfera de
Dhrawn, que se iba adelgazando, y el espacio detrás de ésta. Al viajar se debilitaban,
pero medio minuto después de haber sido radiadas, su energía todavía estaba lo
suficientemente concentrada como para afectar a una antena platial de diez pies. La
que encontraron sobresalía de un cilindro de unos trescientos pies de diámetro y la
mitad de longitud; formaba el extremo de una estructura parecida a una barbilla de
pez, que giraba lentamente sobre un eje perpendicular a su barra y a medio camino
entre sus centros de gravedad.
La corriente producida por las ondas de la antena pasó en un tiempo mucho más
corto al interior de un cristal del tamaño de una cabeza de alfiler, que la rectificó, la
envolvió, usó la envoltura para modular una corriente de electrones proveída por un
generador del tamaño de un dedo y manipuló así un cono dinámico asombrosamente
pasado de moda en una habitación de treinta pies cuadrados cerca del centro del
cilindro. Sólo treinta y dos segundos después de que Dondragmer hubiese
pronunciado sus palabras, éstas fueron reproducidas para los oídos de tres de los
quince seres humanos que se encontraban en la habitación. Él no sabía quién podría
estar allí en aquel momento, y por tanto habló el lenguaje humano que había
aprendido, en lugar del suyo propio; así se entendieron los tres.
—Éste es un informe provisional del Kwembly. Nos detuvimos hace dos horas y
media para una revisión de rutina y para investigar. En aquel tiempo el viento era del
oeste, a unos 200 cables, con cielo parcialmente nuboso. Poco después de empezar a
trabajar, el viento subió hasta pasar los 3000 cables…
Uno de los escuchas humanos tenía una expresión perpleja. Después de un
momento, se las arregló para cruzar la mirada con otro.
—Un cable mesklinita mide unos 206 pies, Boyd —dijo suavemente este último
—. El viento saltó de unas cinco millas por hora a más de sesenta.
—Gracias, Easy.
Su atención volvió al que hablaba.
—Ahora la niebla nos ha rodeado completamente, y está espesando todavía más.

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No me atrevo a continuar, como había planeado; sólo en círculo para que las cadenas
no se hielen. Según mis científicos, la niebla es amoníaco superenfriado, y la
superficie local, aguanieve. Parece que no se les ha ocurrido a mis investigadores,
pero con la temperatura en los setenta yo creo que hay probabilidades de que la niebla
disuelva en líquido parte del aguanieve. Entiendo que se supone que esta máquina
flota; de todas formas, no creo que la superficie se derritiese muy profundamente,
pero me pregunto si alguien ha pensado en lo que ocurrirá si un líquido se hiela
alrededor de nuestras cadenas. Debo admitir que nunca lo he hecho, pero la idea de
liberar el vehículo a fuerza de músculos no es excitante. Sé que a bordo no hay
maquinaria especial para enfrentarse a una situación de este tipo, ya que yo mismo
rearmé y equipé esta máquina. Llamo simplemente para informar que quizá debamos
estar aquí mucho más tiempo del previsto. Os tendré al corriente, y si nos
quedásemos inmovilizados, recibiremos encantados cualquier proyecto que mantenga
ocupados a nuestros científicos. Ya han hecho la mayor parte de las cosas
programadas para una parada normal.
—Gracias, Don —replicó Easy—. Estaremos atentos. Preguntaré a nuestros
observadores y aerólogos si pueden predecir el tamaño del banco de niebla y cuánto
tiempo estará a vuestro alrededor. Es posible que ya tengan algún material de utilidad,
puesto que hace un día o algo más que estáis en el lado de la noche. Incluso es
posible que tengan fotos del momento; no conozco todas las limitaciones de sus
instrumentos. De todas formas, lo comprobaré y te lo diré.
La mujer abrió su micrófono y se volvió hacia los otros, mientras sus palabras
eran llevadas hacia Dhrawn.
—Me gustaría poder decir por su voz si Don está realmente preocupado o no —
observó—. Cada vez que esa gente tropieza con algo nuevo en ese horrible mundo,
me pregunto cómo hemos tenido la desfachatez de enviarles allí y cómo han tenido el
coraje de ir.
—Ciertamente no fueron ni forzados ni engañados, Easy —señaló uno de los
compañeros—. Un mesklinita que ha pasado la mayor parte de su vida navegando y
que ha recorrido su planeta nativo desde el ecuador hasta el polo sur, es seguro que
no se hace ilusiones sobre ninguno de los aspectos a explorar o colonizar. Aunque
hubiésemos querido engañarles, no habríamos podido.
—Mi cabeza conoce eso, Boyd, pero mi estómago no siempre se lo cree. Cuando
el Kwembly fue atrapado por la arena a sólo quinientas millas de la colonia, estuve
moliendo el esmalte de mis dientes hasta que lo desatascaron. Cuando el Smof de
Densigeref fue atrapado en una grieta por una riada de barro que se formó bajo él y le
dejó caer, fui casi la única en respaldar la decisión de Barlennan de enviar otro de los
grandes cruceros terrestres para rescatarlo. Cuando desapareció la tripulación del
Esket, entre ellos un par de muy buenos amigos míos, me peleé con Alan y Barlennan

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por la decisión de no enviar una brigada de rescate, y todavía pienso que estaban
equivocados. Ya sé que tenemos que hacer un trabajo y que los mesklinitas estuvieron
de acuerdo en hacerlo, entendiendo claramente sus riesgos, pero cuando uno de esos
grupos tiene problemas, no puedo evitar imaginarme a mí misma con ellos y tiendo a
estar de su lado siempre que hay una discusión sobre acciones de rescate. Supongo
que tarde o temprano me despedirán de este puesto a causa de ello, pero yo soy así.
Boyd Mersereau se echó a reír.
—No te preocupes, Easy. Tienes este trabajo precisamente porque reaccionas así.
Por favor, recuerda que si disintiésemos fuertemente de Barlennan o alguna de su
gente, estamos a seis millones de millas y a cuarenta ges de potencia, y es probable
que de todas formas haga lo que quiera. Cuando eso suceda, será una ventaja para
nosotros tener aquí a alguien a quien él considere como de su bando. No cambies, por
favor.
—¡Hum! —si Easy Hoffman se sentía complacida o aliviada, no lo demostró—.
Eso es lo que Ib dice siempre, pero le considero lleno de prejuicios.
—Estoy seguro de que los tiene, pero eso no impide necesariamente que sea
capaz de formar una opinión sensata. Debes creer algo de lo que dice.
La respuesta de Dondragmer interrumpió la discusión. Esta vez empleaba su
propia lengua, que ninguno de los hombres entendía demasiado bien.
—Estaré encantado de cualquier cosa que puedan suministrar tus observadores.
No necesitas informar a Barlennan, a menos que quieras hacerlo particularmente.
Todavía no estamos realmente apurados, y tiene bastante en su cabeza sin que se le
moleste con «quizás». Las sugerencias de investigación pueden enviarlas
directamente al laboratorio por el equipo dos; yo probablemente las mezclaría al
retransmitirlas. Ahora me despediré, pero conservaremos nuestros cuatro equipos
vigilados.
Hubo un silencio, y Aucoin, el tercer escucha humano, se puso en pie mirando a
Easy, en espera de que tradujese. Ella lo hizo.
—Eso significa trabajo —dijo él—. Tenemos varios programas más largos
planeados más adelante en el viaje del Kwembly, pero si Dondragmer permanece
bastante donde está, será mejor que vea cuál de ellos vendría bien ahora. He
entendido lo suficiente de esa otra frase para sugerirme que en realidad no tiene
muchas esperanzas de poder moverse pronto. Iré primero a computación y les haré
reproducir un conjunto bien preciso de orientaciones de posición procedentes de los
satélites. Después me presentaré en Atmosféricos para que me den su opinión, y
luego estaré en el laboratorio de planificación.
—Te veré en Atmosféricos —replicó Easy—; ahora voy a buscar la información
que quería Dondragmer, si tú te quedas aquí de guardia, Boyd.
—Por un rato, de acuerdo. Tengo otro trabajo que hacer, pero me aseguraré de

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que las pantallas del Kwembly estén cubiertas. Sin embargo, será mejor que le digas a
Don quién está aquí. Así no enviará un mensaje de emergencia en stenno, o como se
llame en su lengua nativa. Ahora que lo pienso, supongo que un retraso de sesenta
segundos no importará mucho, considerando lo poco que podríamos hacer por él
desde aquí.
La mujer se encogió de hombros, pronunció unas cuantas palabras por el
transmisor en el lenguaje del pequeño marinero, se despidió de Mersereau y se
marchó antes de que Dondragmer recibiese su última frase. Alan Aucoin ya se había
marchado.
El laboratorio de meteorología estaba en un nivel más alto del cilindro, lo
bastante cerca del eje central de la estación para hacer que una persona pesase un diez
por ciento menos que en la sala de comunicaciones. Por ser las facilidades para el
ejercicio muy limitadas, los ascensores habían sido omitidos en el diseño de la
estación y los intercomunicadores estaban considerados estrictamente como
equipamiento de emergencia. Easy Hoffman podía escoger entre una escalera en
espiral en el eje de simetría del cilindro o cualquiera entre las diversas escalas. Puesto
que no llevaba nada, no se molestó con las escaleras. Su destino estaba casi
directamente «encima» de Comunicaciones, y lo alcanzó en menos de un minuto.
Los rasgos más prominentes de la habitación eran dos mapas hemisféricos de
Dhrawn, de unos veinte pies de diámetro. Cada uno era una pantalla donde estaba
marcada la temperatura, la referencia altitud-presión, la velocidad del viento —
cuando podía obtenerse— y otros datos que pudiesen conseguirse de los satélites que
registraban las imágenes reflejadas, dispuestas en órbitas bajas, o de las brigadas
exploradoras mesklinitas. Una mancha de luz verde marcaba la posición de la
colonia, justo al norte del ecuador, y nueve chispas amarillas más débiles, esparcidas
a su alrededor, indicaban los vehículos de exploración. Sobre el fondo del gigantesco
planeta, sus rastros formaban un despliegue embarazosamente pequeño, esparcidos en
un radio de unas ocho mil millas al este y al oeste y de veinte a veinticinco mil al
norte y al Sur en el costado occidental de lo que los meteorólogos llaman Low Alfa.
Las luces amarillas, excepto las adentradas en las regiones más frías del oeste,
formaban un tosco arco que rodeaba al Low. Pronto iba a ser jalonado de estaciones
sensoras, pero hasta entonces se había cubierto poco más de la cuarta parte de su
perímetro de ochenta mil millas.
El coste había sido alto, no sólo en dinero, que Easy tendía a considerar como una
simple medida del esfuerzo empleado, sino también en vidas. Sus ojos buscaron la
luz amarilla bordeada de rojo, justo en el interior de Low, que marcaba la posición del
Esket. Habían pasado siete meses —tres días y medio de Dhrawn— desde que un ser
humano había visto alguna señal de su tripulación, aunque sus transmisores todavía
enviaban imágenes de su interior. De vez en cuando, Easy pensaba lúgubremente en

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sus amigos Kabremm y Destigmet, y ocasionalmente molestaba la conciencia de
Dondragmer hablándole de ellos al comandante del Kwembly.
—Hola, Easy, y hola, mamá —cortaron sus melancólicos pensamientos.
—Hola, meteorólogos —respondió—. Tengo un amigo que necesita una
predicción. ¿Podéis hacer algo?
—Si es para alguien de la estación, seguro —contestó Benj.
—No seas cínico, hijo. Eres lo suficientemente mayor para entender la diferencia
entre no saber nada y no saberlo todo. Es para Dondragmer en el Kwembly —indicó
la luz amarilla en el mapa, y describió la situación en líneas generales—. Alan traerá
la posición exacta, si eso os ayuda.
—Realmente no es mucho —admitió Seumas McDevitt—. Si no te gusta el
cinismo, tendré que escoger mis palabras cuidadosamente; pero la luz en ese mapa
puede estar dentro de unos cuantos cientos de millas. Dudo de que podamos
confeccionar un pronóstico lo suficientemente preciso para que eso haga una
diferencia significativa.
—No estaba seguro de que tuvieseis material para hacer una predicción en
absoluto —contrarrestó Easy—. Creo recordar que incluso en este mundo el tiempo
viene del oeste y el área al oeste hace días que ha estado fuera de la luz solar. ¿Podéis
ver esos lugares lo bastante bien como para conseguir datos de utilidad?
—Oh, seguro —el sarcasmo de Benj se había esfumado, y estaba siendo
sustituido por el entusiasmo que le había inducido a escoger la física atmosférica
como su primera tentativa—. De todas formas, gran parte de nuestras medidas no
provienen de la luz solar reflejada; casi todas son radiaciones directas del planeta.
Además, emite mucho más de lo que recibe del sol; conoces la vieja discusión sobre
si Dhrawn debe ser considerado un planeta o una estrella. Podemos decir la
temperatura del suelo, bastante sobre la naturaleza del terreno, la proporción entre el
descenso del termómetro y la altura; las nubes. Los vientos son más difíciles…
Dudó viendo la mirada de McDevitt fija en él y siendo incapaz de leer en el
impasible rostro del meteorólogo.
El hombre comprendió a tiempo la dificultad y asintió, antes de que la riada de
autoconfianza hubiese perdido fuerza. McDevitt nunca había sido profesor, pero tenía
el instinto.
—Los vientos son más difíciles, a causa de la ligera incertidumbre en las alturas
de las nubes y del hecho de que los cambios adiabáticos de temperatura muchas veces
tienen más que ver con la localización de las nubes que las identidades de las masas
de aire. En esa gravedad, la densidad del aire baja a la mitad cada cien yardas de
ascensión, y eso provoca terroríficos cambios en la temperatura… —se detuvo de
nuevo, esta vez mirando a su madre—. ¿Conoces esto o debo ir más despacio?
—No me gustaría tener que resolver problemas cuantitativos sobre lo que has

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estado diciendo —replicó Easy—, pero creo tener una buena imagen cualitativa.
Tengo la impresión de que dudas un poco de decirle a Don muy exactamente cuándo
va a levantar la niebla. ¿Serviría de algo un informe suyo sobre la presión y vientos
de superficie? Ya sabes que el Kwembly tiene instrumentos.
—Quizá —admitió McDevitt, mientras Benj asentía silenciosamente—. ¿Puedo
hablar directamente con el Kwembly? ¿Me entenderá alguno de ellos? Mi stenno
todavía no existe.
—Yo traduciré si puedo conservar tus términos técnicos sin variaciones —replicó
Easy—. Aunque si planeas hacer algo más que una visita de un mes aquí, sería una
buena idea intentar adquirir el lenguaje de nuestros amiguitos. Muchos de ellos
conocen algo del nuestro, pero lo apreciarían.
—Pienso hacerlo. Si puedes ayudarme, estaré encantado.
—Ciertamente, siempre que pueda; pero verás a Benj mucho más.
—¿Benj? Ha llegado aquí conmigo hace tres semanas, y no ha tenido más
oportunidades que yo de practicar idiomas. Los dos hemos estado revisando las redes
de observación y de computación locales, completando el mapa del proyecto.
Easy hizo una mueca a su hijo.
—Eso está bien. Él es como yo para los idiomas, y creo que te será de utilidad,
aunque admito que ha aprendido su stenno más por mí que por los mesklinitas.
Insistió en que le enseñase algo que sus hermanas no fueron capaces de entender.
Atribúyelo, si quieres, a orgullo materno, mas ponlo a prueba, pero más tarde; me
gustaría tener esa información para Dondragmer lo antes posible. Dijo que el viento
era del oeste a unas sesenta millas por hora, si eso sirve de ayuda.
Los meteorólogos pensaron por un momento.
—Operaré lo que tenemos en integración, añadiendo eso último —dijo al fin—.
Entonces podremos llamarle y proporcionarle algo, y si los detalles numéricos que
nos dé son demasiado diferentes, podemos operar otra vez con bastante facilidad.
Él y el muchacho se volvieron hacia el equipo, y durante varios minutos sus
actividades no significaron nada para la mujer. Por supuesto, ella sabía que estaban
proporcionando datos numéricos y factores influyentes a unos ingenios computadores
que, presumiblemente, estaban ya programados para manejar los datos en forma
apropiada. Se sintió complacida al ver a Benj realizando su parte del trabajo
aparentemente sin supervisión. Ella y su esposo habían sido avisados de que los
poderes matemáticos del muchacho quizá no estuviesen a la altura necesitada por su
campo de interés. Por supuesto, lo que él hacía ahora era rutina que podía ser
manejada por cualquiera con un poco de entrenamiento, lo entendiese realmente o no,
pero Easy prefirió interpretar su actuación como alentadora.
—Por supuesto —observó McDevitt, mientras la máquina iba digiriendo su
contenido—; de todas formas, quedará lugar para las dudas. Este sol no afecta mucho

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la temperatura superficial de Dhrawn, pero su efecto no es totalmente despreciable.
El planeta ha estado acercándose al sol casi desde que vinimos aquí hace tres años.
No tuvimos ningún informe sobre la superficie, excepto los de media docena de
robots, hasta que se estableció un año y medio más tarde la colonia mesklinita, e
incluso sus medidas cubren solamente una fracción diminuta del planeta. Por mucho
que queramos creer en las leyes de la física, nuestro trabajo de predicción es casi por
completo empírico. En realidad, todavía no tenemos datos suficientes para reglas
empíricas.
Easy asintió.
—Comprendo eso, y también Dondragmer —dijo—. Sin embargo, tenéis más
información que él, y supongo que en este momento cualquier cosa le viene bien. Sé
que si yo estuviese allá abajo, a miles de millas de cualquier tipo de ayuda, dentro de
una máquina que, en realidad, está en período de ensayo e incapaz de ver lo que me
rodea… Por mi experiencia puedo deciros que estar en contacto con el exterior
ayuda, no sólo en forma de conversaciones, sino de tal modo que puedan más o
menos verte y saber lo que estás pasando.
—Sería dificilísimo verle —intervino Benj—. Incluso si el aire estuviese claro en
el otro extremo, seis millones de millas es mucha distancia para un telescopio.
—Por supuesto, tienes razón, pero creo que sabes lo que quiero expresar —dijo
tranquilamente su madre.
Benj se encogió de hombros y no dijo más; de hecho siguió un silencio bastante
tenso quizá durante medio minuto.
Fue interrumpido por el computador, que arrojó delante de McDevitt una página
con símbolos crípticos. Los otros dos se inclinaron sobre sus hombros para verla,
aunque Easy no se enteró de mucho. El muchacho, después de ojear durante cinco
segundos las líneas de la información, emitió un sonido a medio camino entre un
gruñido de desprecio y una risotada. El meteorólogo levantó la vista.
—Adelante, Benj. Puedes ser todo lo sarcástico que quieras con éste. Aconsejaría
que no se le den a Dondragmer estos resultados sin haberlos censurado.
—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en ellos? —preguntó la mujer.
—Bueno, la mayor parte de los datos, por supuesto, provenían de las lecturas de
los satélites. Incluí tu información sobre el viento, con algunas dudas. No conozco
qué clase de instrumentos tienen las orugas allá abajo, o la precisión con que las
cifras te han sido transmitidas, y hablaste de que la velocidad del viento era alrededor
de sesenta. No mencioné la niebla, puesto que no me dijiste más que estaba allí, y no
tenía cifras. La primera línea de esta operación del computador dice que la visibilidad
con luz normal —normal para los ojos humanos, y supongo que será lo mismo para
los mesklinitas— es de veintidós millas para una mancha de un grado.
Easy enarcó las cejas.

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—¿Pero cómo explicáis algo así? Creía que todos los antiguos chistes sobre los
hombres del tiempo estaban completamente pasados de moda.
—En realidad, están rancios. Lo explico por el sencillo hecho de que no tenemos,
ni podemos tener, una información completa que darle a la máquina. La carencia más
obvia es un mapa topográfico detallado del planeta, especialmente del par de millones
de millas cuadradas al oeste del Kwembly. Un viento que bajase o subiese una
pendiente de seis pulgadas por milla a una velocidad respetable, cambiaría la
temperatura de la masa de aire rápidamente, tal y como Benj apuntó hace unos
minutos. En realidad, los mejores mapas que tenemos de la topografía fueron
realizados teniendo en cuenta ese efecto, pero son bastante esquemáticos. Habrá que
conseguir medidas más detalladas de la gente de Dondragmer y operarlas de nuevo.
¿Dijiste que Aucoin iba a conseguir una posición más exacta para el Kwembly?
Easy no tuvo tiempo de contestar; el mismo Aucoin apareció en la puerta de la
habitación. No se molestó en saludar y dio por hecho que los meteorólogos habrían
recibido de Easy la información pertinente.
—Ocho punto cuatro cinco grados al sur del ecuador, siete punto nueve dos tres al
este del meridiano de la colonia. Es lo más cerca que se atreven a confirmar. ¿Mil
yardas, o algo así, es demasiada diferencia para lo que necesitas?
—Hoy todo el mundo es sarcástico —musitó McDevitt—. Gracias, eso está muy
bien. Easy, ¿podemos bajar a Comunicación y hablar con Dondragmer?
—De acuerdo. ¿Te importa que venga Benj? ¿O tiene algún trabajo aquí? Me
gustaría que él también conociese a Dondragmer.
—Y de paso, que despliegue sus poderes lingüísticos. De acuerdo, puede venir.
¿Tú también, Alan?
—No. Hay otros trabajos que hacer. Me gustaría conocer los detalles de cualquier
pronóstico que consideréis de confianza y todo lo que informe Dondragmer que
concebiblemente pueda afectar a Planificación. Estaré allí.
El meteorólogo asintió. Aucoin salió en una dirección y los otros tres bajaron por
las escalas hasta la sala de Comunicaciones. Como había dicho que haría, Mersereau
había desaparecido, pero uno de los otros vigilantes había cambiado de posición para
observar la pantalla del Kwembly. Movió la mano y volvió a su puesto cuando Easy
entró. Los otros prestaron poca atención al grupo. Se habían dado cuenta de las
partidas de Easy y de Mersereau simplemente a causa de la importante norma de que
nunca habría en la sala menos de diez observadores a la vez. Los puestos no eran
asignados siguiendo un plan rígido; se había demostrado que esto provocaba un
equivalente de la hipnosis de la carretera.
Los cuatro equipos de comunicación conectados con el Kwembly tenían sus
micrófonos centrados delante de un grupo de seis asientos. Las correspondientes
pantallas visuales estaban colocadas más altas, de forma que también podían ser

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vistas desde los asientos generales más atrás. Cada uno de los seis asientos que
formaban la estación estaba equipado con un micrófono y un conmutador selector,
que permitía el contacto con uno o con los cuatro radios del Kwembly.
Easy se acomodó en una silla y conectó su micrófono al equipo en el puente de
Dondragmer. En la pantalla correspondiente no se veía mucho, puesto que la lente del
transmisor apuntaba hacia las ventanas del puente y el informe de los mesklinitas
sobre la existencia de la niebla era perfectamente correcto. En la esquina inferior
izquierda de la pantalla podía verse parte del puesto del timonel con su ocupante; el
resto era un vacío gris enmarcado en rectángulos por la forma de las ventanas. Las
luces del puente estaban bajas, pero a Easy le pareció que la niebla detrás de las
ventanas estaba iluminada por las luces exteriores del Kwembly.
—¡Don! —llamó—. Aquí Easy. ¿Estás en el puente?
Pulsó un cronometrador y conectó su conmutador de selección con el equipo del
laboratorio.
—Borndender, o quienquiera que esté ahí —llamó, todavía en stenno—. Con la
información que tenemos no podemos conseguir una predicción del tiempo segura.
Estamos hablando con puente, pero estaremos muy agradecidos si podéis darnos tan
exactamente como sea posible vuestra temperatura actual, la velocidad del viento, la
presión exterior, todo lo que sepáis sobre la niebla y… —vaciló.
—Y la misma información durante las últimas horas, con los tiempos tan exactos
como sea posible —intervino Benj en el mismo idioma.
—Estaremos preparados para recibirla en cuanto puente termine de hablar —
continuó la mujer.
—También podríamos utilizar cualquier cosa que sepáis sobre la composición del
aire, la niebla y la nieve —añadió su hijo.
—Si hay más material que penséis que pueda servir de algo, también será
bienvenido —terminó Easy—. Vosotros estáis ahí; nosotros no; por ello debe haber
alguna idea sobre el clima de Dhrawn que hayáis formado por vuestra cuenta. —El
cronometrador dejó oír un timbrazo—. Ahora llega puente. Esperaremos vuestras
palabras cuando termine el capitán.
Las primeras palabras del micrófono se mezclaron con la frase final. El
cronometrador había sido dispuesto para el tiempo de un mensaje en viaje de ida y
vuelta a la velocidad de la luz entre Dhrawn y la estación, y el puente había
contestado rápidamente.
—Aquí Kervenser, señora Hoffman. El capitán está abajo en la sala de soporte
vital. Si quiere, le diré que venga, o puede usted conectar con el equipo de allá abajo,
pero si tiene algún consejo para nosotros, nos gustaría recibirlo lo antes posible.
Desde el puente no se puede ver ni a un cuerpo de distancia. No nos atrevemos a
movernos, excepto en círculos. Los exploradores aéreos nos proporcionaron una idea

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de la región antes de detenernos y parece bastante sólida, pero ciertamente no
podemos arriesgarnos a continuar. Vamos muy lentamente, formando un círculo de
unos veinticinco cables de diámetro. Excepto cuando estamos de proa o de popa al
viento, la nave parece a punto de volcar a cada segundo. La niebla se ha helado en las
ventanas, por lo que no podemos ver. Las ruedas todavía parecen estar libres, quizá
porque se están moviendo, y el hielo se rompe antes de que pueda ser un problema.
Espero que los cables de guardín se hielen de un momento a otro. Desprender el hielo
de ellos será un trabajo glorioso. Supongo que será posible trabajar en el exterior,
pero a mí no me gustaría hacerlo hasta que se detenga el viento. Un traje espacial
congelado suena muy desagradable. ¿Alguna idea?
Easy esperó pacientemente a que Kervenser terminase. El retraso de sesenta y
cuatro segundos en los mensajes había tenido un efecto general sobre todos los que
hablaban a menudo entre la estación y el planeta; desarrollaban una fuerte tendencia a
decir de una vez tanto como fuese posible, adivinando lo que el otro grupo quería oír.
Cuando supo que Kervenser había terminado y estaba esperando una respuesta,
resumió rápidamente el mensaje que había dado a los científicos. Igual que a ellos,
omitió cualquier mención del resultado del computador que había insistido en que el
tiempo era despejado. Los mesklinitas sabían que la ciencia humana no era infalible;
de hecho, la mayoría de ellos tenía una idea de sus limitaciones más realista y
saludable que muchos seres humanos, pero no tenía sentido aparecer como tontos si
podían evitarlo. Por supuesto, ella no era meteoróloga, pero era humana, y Kervenser
probablemente la hubiese colocado en el mismo montón que a los demás. Cuando
terminó, el grupo esperó casi en silencio la respuesta del primer oficial. La traducción
susurrada por Benj en beneficio de McDevitt duró sólo unos pocos segundos más que
el propio mensaje. Cuando llegó la respuesta, fue simplemente un acuse de recibo y
un cortés deseo de que los seres humanos pudiesen proporcionar pronto información
de utilidad; los científicos del Kwembly enviaban ya el material solicitado.
Easy y su hijo se prepararon para tomar los datos. Ella puso en marcha un
magnetófono para comprobar cualquier término técnico antes de intentar una
traducción, pero el mensaje llegó en el lenguaje de los humanos. Evidentemente, era
Borndender quien lo enviaba. McDevitt se recobró rápidamente de su sorpresa y
comenzó a tomar nota, mientras el muchacho tenía sus ojos puestos en la punta del
lápiz y sus oídos en el micrófono.
Era casi mejor que no necesitasen a Easy para la traducción. Aunque conocía bien
el stenno, había muchas palabras en los dos lenguajes extrañas para ella; no las podría
haber interpretado de ninguna forma. Sabía que no debía sentirse molesta por esto,
pero no podía evitarlo. No podía dejar de pensar en los mesklinitas como
representantes de una cultura como la de Robin Hood o Harún-Al-Raschid, aunque
sabía perfectamente que varios cientos de ellos habían recibido educación científica y

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técnica muy comprensible durante los últimos cincuenta años. El hecho no había sido
muy publicado, puesto que existía la idea, muy extendida, de que proporcionar
conocimientos muy avanzados a pueblos «atrasados» era erróneo. Verosímilmente,
podría producirles un complejo de inferioridad que impediría mayores progresos.
Los meteorólogos no se preocuparon. Cuando llegó el «enterado» final, McDevitt
y su ayudante susurraron un apresurado «Gracias» por el micrófono más cercano y
salieron corriendo hacia el laboratorio. Easy, observando que el conmutador de
selección había sido conectado con la radio del puente, lo corrigió y envió un acuse
de recibo más cuidadoso antes de despedirse. Entonces, decidiendo que no sería de
ninguna utilidad en el laboratorio de meteorología, se acomodó en la silla que le
permitía la mejor vista de las cuatro pantallas del Kwembly y esperó a que pasase
algo.
Mersereau volvió unos pocos minutos después de que los otros se hubiesen
marchado, y tuvo que ser puesto al día. Por lo demás, no ocurría nada importante. De
vez en cuando había una visión de una forma larga con muchas piernas sobre una de
las pantallas, pero los mesklinitas atendían a sus propios asuntos, sin una
consideración particular de los observadores.
Easy pensó en comenzar otra conversación con Kervenser; conocía a este oficial
y le gustaba casi tanto como su capitán. Sin embargo, la idea del retraso entre una
observación y su respuesta la descorazonó, como sucedía a menudo cuando no había
nada importante que decir.
La conversación languidecía incluso sin retraso. Había pocas cosas que decir
entre Easy y Mersereau que no hubiesen sido dichas ya; un año lejos de la Tierra
había agotado casi todos los temas de conversación, excepto asuntos profesionales de
poca importancia y asuntos de interés privado y personal. Tenía poco en común con
Mersereau, aunque le gustaba bastante, y sus profesiones se relacionaban sólo en
cuanto a las charlas con los mesklinitas.
En consecuencia, había pocos ruidos en la sala de Comunicaciones. Cada pocos
minutos uno u otro de los vehículos terrestres exploradores enviaría un informe, que
era debidamente retransmitido a la colonia; pero la mayor parte de los seres humanos
de guardia no tenían más motivos para el cotilleo que Easy y Boyd Mersereau. Easy
se encontró intentando adivinar cuándo volverían los hombres del tiempo con su
pronóstico y lo seguro que podría ser éste: dos minutos en el laboratorio, o uno, si se
daban prisa; uno más para proporcionar el nuevo material al computador; dos para la
operación repetida con factores modificados en las variables; dos minutos para volver
a la sala de Comunicaciones, ya que ciertamente esta vez no se apresurarían. Todavía
estarían discutiendo. Pronto estarían aquí.
Pero antes de que llegasen, algo cambió. De repente, la pantalla del puente
demandó atención. Había estado tranquila, con las ventanas grises enmascaradas por

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el amoníaco helado dominando la escorzada imagen de parte del timonel. Este último
había permanecido casi inmóvil, con la barra del guardín completamente a un lado,
mientras el Kwembly seguía el curso circular descrito por Kervenser.
De repente, las ventanas se aclararon, aunque poca cosa podía verse detrás de
ellas; el ángulo de visión del comunicador no estaba lo suficientemente inclinado
como para alcanzar el terreno dentro del radio de las luces. Aparecieron dos
mesklinitas más y se lanzaron a las ventanas, mirando al exterior y gesticulando
obviamente muy excitados. Mersereau señaló otra pantalla. También había excitación
en el laboratorio. Hasta entonces, ninguno de los pequeños exploradores había
pensado en informar de lo que pasaba. Easy juzgó que estaban demasiado ocupados
con problemas inmediatos. Además, era costumbre en ellos conservar bajo su
volumen de sonido o completamente desconectado, a menos que específicamente
quisiesen hablar con los seres humanos.
En este momento regresaron los hombres del tiempo. Easy miró a su hijo por el
rabillo del ojo y le preguntó sin volverse:
—¿Traéis algo útil esta vez?
McDevitt contestó brevemente.
—Sí. ¿Puede traducirlo Benj?
—No. Parece que tienen algún problema. Díselo tú mismo. Con algún suceso
como éste, Dondragmer tiene que estar en el puente, o regresará cuando llegues allí.
Aquí usa este asiento y el micrófono.
El meteorólogo obedeció sin vacilar. Sería la última vez durante muchos meses
que haría este cumplido a Easy. Mientras se sentaba, comenzaba a hablar.
—Dondragmer, tendrás unas diecinueve horas más de visibilidad reducida. La
niebla congelada durará menos de una hora; la temperatura está bajando y la niebla se
convertirá en cristales de amoníaco, que no se pegarán a tus ventanas. Si puedes
librarte del viento que tienen ya, por lo menos podrás ver la nieve a través de ellas. El
viento decrecerá gradualmente durante cinco horas más. Para entonces, la
temperatura será lo bastante baja; así que no necesitas preocuparte por la fusión
eutética. Las nubes serán más altas durante cuarenta y cinco horas más…
Continuaba, pero Easy había dejado de escucharle.
Hacia el final de la segunda frase de McDevitt, mucho antes de que el inicio de su
mensaje pudiese haber alcanzado Dhrawn, un mesklinita se había acercado al
micrófono del puente, tan cerca que su grotesco rostro llenaba casi toda la pantalla.
Uno de sus brazos, equipados con pinzas, se extendió a un lado, fuera de la vista, y
Easy supo que estaba activando el transmisor sonoro. No se sintió sorprendida de ver
que el capitán hablaba en un tono mucho más calmoso de lo que ella habría hecho
bajo las mismas circunstancias.
—Easy, o quienquiera que esté de guardia, por favor, enviad un informe especial

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a Barlennan. La temperatura ha subido de seis a ciento tres grados en los últimos
minutos, el hielo de las ventanas se ha derretido y estamos flotando.

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III. EL CENTRO NERVIOSO

Quizá no fuera muy amable por parte de Dondragmer haber dado su informe en el
lenguaje humano. El tiempo que se necesitaba para una traducción podría haber
amortiguado un poco el choque para McDevitt. Como el meteorólogo dijo más tarde,
lo peor era comprender que su propia predicción estaba en camino hacia Dhrawn y
que nada podía detenerle. Durante un momento sintió un impulso salvaje de coger
una nave y alcanzar las ondas de radio que se dirigían al planeta para interceptarlas de
los receptores del Kwembly. La idea fue sólo un centelleo; pues eso puede hacerse
solamente en treinta y dos segundos. Además, ninguno de los botes que estaban
entonces en la estación era capaz de volar más rápido que la luz. La mayoría eran
utilizados para suplir a los satélites de imágenes reflejadas.
A su lado, Easy no parecía haber advertido la discrepancia entre la predicción y el
informe de Dondragmer; por lo menos, no le había mirado con la expresión con que
lo habrían hecho nueve de cada diez de sus amigos. «Bien, ella no lo hace —pensó—.
Por eso está en este puesto.»
La mujer manipulaba de nuevo su conmutador selector, con la atención enfocada
en una pantalla más pequeña sobre las cuatro que correspondían al Kwembly. Al
principio, un indicador al lado de esta pantalla se iluminó con una luz roja; mientras
hacía funcionar sus conmutadores se volvió verde, y la imagen de una habitación,
parecida a una oficina, con una docena de mesklinitas a la vista, apareció en la
pantalla. Instantáneamente Easy comenzó su informe.
Fue breve. Todo lo que podía dar era una repetición de las últimas frases de
Dondragmer. Mucho antes de que en la pantalla hubiese alguna evidencia de que sus
palabras estaban siendo recibidas, había terminado.
Sin embargo, cuando llegó la respuesta, fue satisfactoria. Todos los cuerpos
oruguiformes que podían verse saltaron hacia el micrófono. Aunque Easy nunca
había aprendido a leer las expresiones en los «rostros» mesklinitas, sólo había una
forma de interpretar los brazos que se movían salvajemente y las pinzas
chasqueantes. Una de las criaturas salió corriendo por una puerta semicircular en el
otro extremo de la habitación y desapareció. A pesar de su coloración roja y negra,
Easy se acordó de cuando había visto unos cuantos años antes a una de sus hijas

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inhalando una cinta de espaguetis. Para los ojos humanos, un mesklinita corriendo
bajo cuarenta gravedades terrestres parecía no tener piernas.
Todavía no se recibía ningún sonido desde Dhrawn, pero en la sala de
Comunicaciones de los humanos había un creciente zumbido de conversaciones.
Encontrarse en dificultades no era extraño para los vehículos de exploración. En
general, los mesklinitas que las sufrían se las tomaban mucho más tranquilamente que
los seres humanos que las observaban sin poder hacer nada. A pesar de la falta de
intercomunicadores en la estación, la gente comenzó a entrar en la habitación y a
llenar los asientos generales. En las áreas delanteras monitorizadoras, pantalla tras
pantalla fue dirigida hacia la unidad «del cuartel general» en la colonia. Mientras
tanto, Easy y Mersereau dividían su atención entre los cuatro equipos que informaban
desde el Kwembly, dirigiendo únicamente una mirada ocasional a la otra imagen.
En las pantallas no se notaba que el vehículo estuviese flotando, porque los
transmisores compartían todos sus movimientos y había muy pocas cosas sueltas por
cuyos movimientos pudiera detectarse cabeceos o balanceos. El grueso de la
tripulación eran marineros bien entrenados. Los hábitos de toda una vida les impedían
dejar cosas sin fijar. Easy vigilaba la pantalla del puente más que las otras, con la
esperanza de localizar algo en el exterior que le diese una pista de lo que estaba
ocurriendo; pero por las ventanas no se veía nada reconocible.
Después las hojas de vidrio fueron bloqueadas una vez más, mientras
Dondragmer regresaba al primer plano y ampliaba su informe.
—No parece haber peligro inmediato. El viento nos empuja con bastante rapidez,
a juzgar por nuestra estela. Nuestro rumbo magnético es 66. Flotamos sumergidos
hasta la cubierta dos. Nuestros científicos están intentando computar la densidad de
este líquido, pero nadie se ha molestado nunca en diseñar paneles deslizantes en este
casco, al menos que yo sepa. Si vosotros, seres humanos, tenéis por casualidad esa
información, nos gustaría recibirla. Estaremos seguros, a menos que tropecemos con
algo sólido, y no puedo adivinar qué probabilidades hay de eso. Toda la maquinaria
funciona perfectamente, menos las cadenas, que no encuentran nada sobre qué
apoyarse. Si les suministramos energía, se aceleran. Eso es todo por ahora. Si
vuestros satélites pueden seguir nuestra localización, recibiremos encantados esa
información tan a menudo como podáis conseguirla. Decidle a Barlennan que hasta
ahora todo va bien.
Easy cambió las conexiones del micrófono y repitió el informe del capitán lo más
al pie de la letra que pudo. A su debido tiempo, vio que lo que decía estaba siendo
anotado en el otro extremo del transmisor. Esperaba que el que escribía tendría
alguna pregunta; aunque era probable que ella no fuese capaz de contestarla, estaba
comenzando a sentirse de nuevo inútil e incapaz. Sin embargo, el mesklinita
agradeció sencillamente la información, y con sus notas se dirigió hacia la puerta.

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Easy quedó preguntándose lo lejos que tendría que ir para entregárselas al
comandante. Ningún ser humano tenía una idea clara sobre el trazado de la base
mesklinita.
De hecho, el viaje era breve. La mayor parte parecía transcurrir al aire libre, a
causa de la actitud de los colonos hacia los objetos masivos por encima de su cabeza:
una actitud difícil de vencer, incluso en un mundo donde la gravedad sólo era una
fracción de su valor normal en Mesklin. Los tejados de la colonia eran casi todos de
película transparente, traídos de su planeta nativo. La única diferencia de un solo piso
tan grande como una ciudad era dictada por el terreno. A un mesklinita nunca se le
habría ocurrido la idea de un sótano o de un segundo piso. El Kwembly y los
vehículos gemelos, de muchas cubiertas, eran de diseño básicamente humano y
Paneshk.
El mensajero recorrió un laberinto de pasillos durante unas doscientas yardas
antes de alcanzar la oficina del comandante. Éstos se encontraban en el extremo norte
del revoltijo de estructuras de un pie de altura que formaban la mayor parte de la
colonia, situada cerca del borde de un acantilado de seis pies, que se extendía durante
una milla al este y al oeste, interrumpido por más de una docena de rampas
artificiales. Sobre el terreno, debajo del acantilado, estaban dos de los gigantescos
vehículos, y sus puentes sobresalían sobre las cubiertas de la «ciudad». La pared de la
habitación de Barlennan era transparente y daba directamente sobre el más cercano
de aquellos vehículos; el otro estaba aparcado a unos mil pies al este. Unos cuantos
mesklinitas con trajes aéreos se hacían visibles también en el exterior. Los
monstruosos vehículos que atendían les daban un aspecto de enanos.
Barlennan miraba crípticamente este grupo de mecánicos cuando entró el
mensajero. Éste no empleó ninguna formalidad, sino que al entrar en el
compartimiento soltó el informe que Easy había retransmitido. Cuando el
comandante giró para recibir la versión escrita, ya la había oído verbalmente.
Por supuesto, no era satisfactoria. Desde que había llegado el primer mensaje,
Barlennan había tenido tiempo de hacerse unas cuantas preguntas, y este mensaje no
contestaba ninguna. El comandante controló su impaciencia.
—Entiendo que los expertos humanos en climas no han proporcionado todavía
nada de utilidad.
—A nosotros nada en absoluto, señor. Pueden, por supuesto, haber hablado con el
Kwembly sin que nosotros los hayamos oído.
—Cierto. ¿Ha llegado la noticia a nuestros propios meteorólogos?
—No, que yo sepa, señor. No ha habido nada de utilidad que decirles, pero
también Guzmeen puede haber enviado un mensaje allí.
—Muy bien. De todas formas, quiero hablar con ellos yo mismo. Estaré en su
departamento durante la próxima media hora o más. Díselo a Guz.

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El mensajero hizo un gesto afirmativo con sus pinzas y se desvaneció por la
misma puerta por la que había entrado. Barlennan salió por otra, caminando
lentamente hacia el oeste, edificio tras edificio, a través de las rampas cubiertas, que
hacían de la colonia una unidad. La mayoría de las rampas tenían una pendiente hacia
arriba; así que cuando, girando hacia el sur, se apartó del acantilado, estaba unos
cinco pies más alto que su oficina, aunque todavía no al mismo nivel que los
vehículos detrás de él. El material que formaba el techo se combaba algo más
tensamente, puesto que la presión del hidrógeno casi puro del interior de la estación
no descendía al aumentar la altitud tan rápidamente como la mezcla gaseosa de
Dhrawn, mucho más densa. La colonia estaba construida en una elevación bastante
alta para Dhrawn. La presión total exterior era casi la misma que la de Mesklin a
nivel del mar. Sólo cuando los vehículos descendían a elevaciones más bajas,
llevaban argón extra para conservar el equilibrio de su presión interna.
Los mesklinitas tenían mucho cuidado con las grietas, pues el aire en Dhrawn
tenía alrededor de un dos por ciento de oxígeno. Barlennan todavía recordaba los
horribles resultados de una explosión del oxígeno con el hidrógeno poco tiempo
después de haber encontrado seres humanos por primera vez.
El complejo de investigación era el más occidental y el más alto de la colonia.
Estaba bastante separado de la mayoría de las otras estructuras, y se diferenciaba de
ellas en que tenía un techo sólido, aunque también transparente. Además se acercaba
más a un segundo piso que ninguna otra parte de la colonia, puesto que varios
instrumentos estaban colocados en el techo, donde podían ser alcanzados mediante
rampas y compuertas neumáticas con bastante líquido. No todos los instrumentos
habían sido proporcionados por los alienígenas patrocinadores de dicha colonia;
durante cincuenta años los mesklinitas habían estado usando sus propias
imaginaciones e ingenuidades, aunque no se habían sentido realmente libres para
hacerlo hasta que llegaron a Dhrawn.
Al igual que los vehículos de exploración, el complejo del laboratorio era una
mezcla de crudeza y sofisticación. La energía se suministraba por unidades de fusión
de hidrógeno; los utensilios de vidrio químicos eran de fabricación nativa. La
comunicación con la estación orbital se hacía mediante un transmisor de rayo
electromagnético en estado sólido; pero en el complejo los mensajes se transportaban
físicamente por corredores. Se estaban tomando pasos para variar esto, desconocido
por los seres humanos. Los mesklinitas comprendían el telégrafo y estaban a punto de
construir teléfonos capaces de transmitir su radio vocal. Sin embargo, ni el teléfono ni
el telégrafo estaban siendo instalados en la colonia, porque la mayor parte del
esfuerzo administrativo de Barlennan se concentraba en el proyecto que había
provocado la simpatía de Easy por la tripulación del Esket. Se necesita mucho trabajo
para colocar líneas telegráficas a campo través.

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Barlennan no decía nada de todo esto a sus patrocinadores. Le gustaban los seres
humanos, aunque no iba tan lejos en ese aspecto como Dondragmer; tenía siempre
presente la duración de su vida, asombrosamente corta, lo que le impedía conocer
realmente a la gente con la que trabajaba antes de que fuesen reemplazados por otros.
Estaba bastante preocupado por la posibilidad de que los humanos, Drommian y
Paneshk, averiguasen lo efímeros que eran, por miedo a que esto les deprimiese. De
hecho, era política mesklinita evitar las discusiones con alienígenas sobre el tema de
la edad. También procuraban no depender de ellos más de lo inevitable. Nunca se
sabía si los sucesores tendrían las mismas actitudes. La mayor parte de los
mesklinitas pensaban que los humanos eran intrínsecamente inseguros; la confianza
que Dondragmer depositaba en ellos resultaba una brillante excepción.
Todo esto lo sabían los científicos mesklinitas que veían llegar a su comandante.
Su primera preocupación fue la situación inmediata.
—¿Algún problema, o está solamente de visita?
—Me temo que hay problemas —replicó Barlennan. Delineó brevemente la
situación de Dondragmer—. Recoged a todos los que penséis que pueden ser útiles y
vayamos al mapa.
Se dirigió hacia la cámara de cuarenta pies cuadrados, cuyo suelo era el «mapa»
de Low Alfa, y esperó. Hasta entonces muy poco del área había sido «cartografiada».
Como muchas veces antes, sintió que le esperaba una larga tarea. Sin embargo, el
mapa era más alentador para él que su contrapartida humana, a unos millones de
millas por encima. Los dos mostraban el arco recorrido por los vehículos y algo del
paisaje. Los mesklinitas lo habían indicado con líneas negras parecidas a las arañas y
que sugerían el esquema de las células nerviosas humanas completas con sus núcleos
celulares.
Los datos específicamente mesklinitas se centraban en su mayor parte alrededor
del punto donde yacía el Esket. Esta información, marcada en rojo, había sido
obtenida sin asistencia humana directa. En esta parte de la colonia no habría
transmisores visuales mientras Barlennan estuviese al frente.
Sin embargo, ahora concentró su atención a varios pies al sur del Esket, donde
había desalentadoramente pocos datos en rojo o en negro. La línea que representaba
el rastro del Kwembly tenía un aspecto solitario. Barlennan había levantado su
extremo delantero tan alto como le era cómodo, elevando sus ojos a seis o siete
pulgadas del suelo. Cuando los científicos comenzaron a llegar, estaba mirando el
mapa melancólicamente. Bendivence resultaba o muy optimista o muy pesimista. El
comandante no pudo decidir cuál era la razón más verosímil para que hubiese
llamado cerca de veinte personas para la conferencia. Se agruparon a unos pocos pies
de él, le miraron y esperaron cortésmente su información y sus preguntas. Comenzó
sin más preámbulos.

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—El Kwembly estaba aquí en su último parte —indicó—. Había estado cruzando
un campo de nieve, o aguanieve, casi libre de materias en disolución, pero bastante
sucia, según los científicos de Don.
—¿Borndender? —preguntó alguien.
Barlennan hizo un gesto afirmativo y continuó.
—El campo de nieve comenzó aquí —reptó hasta un punto a unos cuatro pies al
noroeste del marcador de posición—. Se encuentra entre un par de cadenas
montañosas que solamente hemos indicado en líneas generales. Los globos de
Destigmet no han llegado tan al sur todavía, o por lo menos no tenemos ninguna
noticia, y los voladores de Don no han visto mucho. Ahora, mientras el Kwembly se
había detenido para una revisión rutinaria, apareció un fuerte viento y después una
densa niebla de amoníaco puro o casi puro. Entonces la temperatura subió de repente
varios grados y se encontraron flotando, siendo empujados hacia el oeste por el
viento. Me gustaría oír explicaciones de todo esto, y necesitamos urgentemente
consejos constructivos. ¿Por qué subió la temperatura y por qué se derritió la nieve?
¿Hay alguna conexión entre las dos cosas? Recordad que la temperatura más alta que
ha sido mencionada ha sido de sólo ciento tres grados, veintiséis o veintisiete grados
por debajo del punto de fusión del agua. ¿Por qué el viento? ¿Cuál es su duración
probable? Está empujando al Kwembly hacia las regiones calientes dentro de Low
Alfa, al sur de la población del Esket.
Hizo un gesto señalando hacia una porción del suelo fuertemente marcado de
rojo.
—¿Podéis decirme hasta dónde serán transportados? Yo no quería que
Dondragmer fuese en este viaje, y ciertamente no quiero perderle, aunque no estemos
de acuerdo en todo. Pediremos toda la ayuda que podamos obtener de los hombres,
pero vosotros también tendréis que usar vuestros cerebros. Sé que algunos de
vosotros han estado intentando hacerse una idea sobre la climatología de Dhrawn.
¿Tenéis algunas ideas de valor que pudiesen aplicarse aquí?
Siguieron varios minutos de silencio. Incluso aquellos del grupo más propensos a
pronunciar charlas retóricas, habían estado trabajando con Barlennan demasiado
tiempo para arriesgarse ahora. Durante un rato ninguna idea realmente constructiva
salió a la luz. Después uno de los científicos se escurrió hacia la puerta y desapareció,
dejando flotar a sus espaldas:
—Un momento, tengo que comprobar una tabla.
En treinta segundos regresó.
—Puedo explicar la temperatura y la fusión —dijo con firmeza—. La superficie
del terreno era aguanieve, la niebla amoníaco. El calor de la solución cuando se
encontraron y se mezclaron habría causado la elevación de la temperatura. Las
soluciones de agua y amoníaco forman eutéticos que pueden fundirse a partir de los

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setenta y un grados.
La sugestión fue recibida con pequeños gritos de apreciación y gestos
aprobatorios de los brazos equipados con pinzas. Barlennan siguió la corriente,
aunque las palabras usadas no le eran muy familiares. Pero no había terminado sus
preguntas.
—¿Nos proporciona eso alguna idea sobre lo lejos que pueda ser llevado el
Kwembly?
—No, no por sí solo. Necesitamos información sobre la extensión del campo de
nieve original; puesto que solamente el Kwembly ha estado en esa zona, la única
esperanza son los mapas fotográficos realizados por los humanos. Ya sabe lo poco
que puede obtenerse de ellos. La mitad del tiempo no se puede distinguir lo que es
cielo y lo que son nubes. Además, todos fueron hechos antes de que aterrizásemos
aquí.
—De todas formas, inténtalo —ordenó Barlennan—. Si tenéis suerte, por lo
menos podéis decir si esas cadenas montañosas al este están bordeando el rumbo
actual del Kwembly. Si es así, sería difícil pensar que la nave fuese empujada más allá
de unos cuantos cientos de miles de cables.
—Correcto —contestó uno de los investigadores—. Lo comprobaremos. Ben,
Dees, venid conmigo; estáis más acostumbrados que yo a los mapas.
Los tres se desvanecieron por la puerta. Los restantes se dividieron en pequeños
grupos que se susurraban argumentos los unos a los otros, señalando excitadamente
bien al mapa a sus pies, bien hacia objetos presumiblemente en los laboratorios
cercanos. Barlennan soportó esto durante varios minutos antes de decidir que era
necesario un poco más de empuje.
—Si esa llanura que Don estaba atravesando era agua tan pura, no pudo haber allí
ninguna precipitación de amoníaco durante mucho tiempo. ¿Por qué ha cambiado
todo tan repentinamente?
—Tiene que ser debido a un efecto estacional —contestó uno de los hombres—.
Yo puedo únicamente conjeturar, pero diría que tiene algo que ver con un cambio
consistente en la circulación de los vientos. Las corrientes de aire procedentes de
partes diferentes del planeta estarán saturadas de agua o de amoníaco, según la
naturaleza de la superficie sobre la que pasan, especialmente su temperatura,
supongo. El planeta se encuentra casi tan lejos de su sol tanto en un momento como
en otro, y su eje está mucho más inclinado que el de Mesklin. Es fácil creer que en un
momento del año sólo se ha precipitado agua sobre esa llanura y que en otro obtiene
su suministro de amoníaco. En realidad, la presión del vapor de agua es tan baja, que
es difícil entender qué situación llevaría agua a la atmósfera sin suministrar todavía
más amoníaco, pero estoy seguro de que es posible. Trabajaremos sobre eso, pero es
otro de esos momentos en el que estaríamos mucho mejor si contásemos con

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información de todo el planeta a lo largo de un año. Esos seres humanos parecen
tener una prisa horrorosa; podrían haber esperado unos cuantos años más para
hacernos aterrizar aquí.
Barlennan hizo el gesto cuyo equivalente humano hubiese sido un gruñido que no
comprometiese a nada.
—Un campo de datos hubiese sido conveniente. Piensa simplemente que estás
aquí para obtenerlo, en lugar de que te lo hayan dado.
—Por supuesto. ¿Va a enviar al Kalliff o al Hoorsh en ayuda de Dondragmer?
Esto ciertamente es diferente de la situación del Esket.
—Sí, desde nuestro punto de vista. Sin embargo, podría parecer raro a los
humanos que insistiese en enviar esta vez un vehículo de rescate, después de dejarles
convencerme de lo contrario la vez anterior. Pensaré en algo. Hay más de una forma
de navegar contra el viento. Vosotros haced ese trabajo teórico del que acabáis de
hablar, pero id pensando en lo que necesitaríais llevar en un viaje campo arriba hacia
el Kwembly.
—De acuerdo, comandante.
Los científicos comenzaron a retirarse, pero Barlennan añadió unas cuantas
palabras más.
—Jemblakee, no dudo de que te dirigirás a Comunicaciones para hablar con tus
colegas humanos. Por favor, no les menciones el calor de la solución y ese asunto
eutético. Déjales que lo mencionen ellos primero, si es que lo hacen, y cuando lo
hagan, muéstrate impresionado en forma apropiada. ¿Comprendido?
—Perfectamente.
El científico hubiese compartido con su comandante una mueca de entendimiento,
si no fuese porque sus rostros no eran capaces de aquel tipo de distorsión. Jemblakee
se marchó. Después de pensarlo un momento, Barlennan hizo lo mismo. Los
investigadores y técnicos restantes quizá estuviesen mejor si él estaba allí para
proporcionarles ocupaciones, pero tenía otras cosas que hacer. Si no podían
manejarse sin sus pinzas sobre los timones, tendrían que ir a la deriva por un rato.
Tendría que hablar pronto con la estación humana; pero si iba a haber una
discusión, como parecía probable, sería mejor hacer unos cuantos planes. Alguno de
los gigantes de dos piernas, Aucoin por ejemplo, que parecían tener mucho que decir
sobre su política, se mostraban reluctantes en enviar o arriesgar cualquier tipo de
material de reserva sin importarles lo importante que la acción pareciese desde el
punto de vista de los mesklinitas. Puesto que los alienígenas habían pagado, esto era
perfectamente comprensible, incluso digno de alabanza. Sin embargo, no había nada
inmoral en convencerles de adoptar una actitud más conveniente, siempre que
pudiese hacerse. Si podía arreglarlo, lo mejor sería trabajar a través de aquella mujer
particularmente amistosa, llamada Hoffman. Era mala suerte que los seres humanos

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tuviesen unos horarios, tan irregulares; si hubiesen dispuesto guardias regulares,
decentes, en su sección de Comunicación, habría adivinado el horario y escogido a su
contrincante hacía mucho tiempo. Se preguntó, no por primera vez, si lo irregular del
horario no habría sido dispuesto deliberadamente para bloquear acciones como
aquélla, pero no parecía que hubiese forma de adivinarlo. Sería difícil preguntarlo.
El centro de Comunicaciones de la colonia estaba lo suficientemente lejos de los
laboratorios para darle tiempo de pensar en el camino. Se encontraba también lo
bastante cerca de su oficina como para animar una pausa y tomar unas cuantas notas
antes de abrir realmente la partida de esgrima verbal.
Si el problema de Dondragmer desembocaba en un vehículo averiado, el tema
central tendría que ser la cuestión del rescate. Básicamente, los tacaños de allá arriba
estarían en contra de enviar el Kalliff, si la situación anterior hacía unos meses en
relación con el Esket servía de indicación. Por supuesto, si Barlennan decidía seguir
su propia voluntad en aquel asunto o en cualquier otro, ellos no podrían hacer nada,
pero Barlennan esperaba conservar el hecho disimulado en la decencia de una
conversación cortés. Sería muy feliz si ese aspecto de la situación nunca salía a la luz.
Por eso esperaba trabajar con Easy Hoffman en el otro extremo de la discusión. Por
alguna razón, tenía tendencia a ponerse de parte de los mesklinitas siempre que
surgían diferencias. Ella había sido una razón por la cual, durante la discusión del
incidente del Esket, no hubo una pelea abierta, aunque otra razón mucho más
importante era que Barlennan nunca había tenido ni la más ligera intención de enviar
un vehículo de rescate. En realidad, había estado en el mismo bando que Aucoin.
Bien, por lo menos podía acercarse a la puerta de la sala de Comunicaciones y
averiguar quién estaba de guardia arriba. Con las arrugas que equivalían a un
encogimiento de hombros, levantó del suelo sus dieciocho pulgadas y se dirigió hacia
el pasillo. En aquel momento el viento alcanzó la colonia.
Al principio y durante algunos minutos no hubo niebla. Barlennan, cambiando
rápidamente sus planes cuando el techo comenzó a arrugarse, deshizo todo el camino
y regresó a los laboratorios; pero antes de que tuviese oportunidad de obtener una
información constructiva de sus científicos, las estrellas comenzaron a desvanecerse.
En unos cuantos minutos las luces mostraron un sólido techo gris a un cuerpo de
distancia por encima de los mesklinitas. Los techos aquí eran rígidos y no vibraban
con el viento, como lo hacían los del pasillo, pero el sonido en el exterior era lo
suficientemente alto para que más de un científico se preguntase lo estables que eran
realmente los edificios. Delante del comandante no expresaron esta idea en voz alta,
pero éste sabía interpretar sus ocasionales miradas hacia arriba cuando el lamento del
denso aire en el exterior subía de tono.
Se le ocurrió que su posición en aquel momento resultaba casi la más inútil para
un comandante que no era un científico, puesto que la gente a su alrededor era casi la

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única en la colonia a quien no podía dar órdenes razonablemente. Hizo sólo una
pregunta; en respuesta, se le informó que la velocidad del viento era
aproximadamente la mitad de la que Dondragmer había señalado a diez mil millas de
distancia. Después partió hacia la sala de Comunicaciones.
Por el camino pensó brevemente en volver a su oficina, pero sabía que cualquiera
que le necesitase lo encontraría con igual rapidez en el puesto de Guzmeen. Mientras
tanto había ocupado su mente una pregunta, que probablemente podría ser contestada
más rápidamente por retransmisión desde la estación humana. Esa pregunta se hacía
más y más importante con cada segundo que pasaba. Olvidando que deseaba
asegurarse de que Easy Hoffman estuviese de guardia arriba, entró disparado en la
sala de Radio y empujó educadamente a un lado al miembro del personal que se
encontraba delante del transmisor. Comenzó a hablar casi antes de estar en posición.
La visión de los rasgos de Hoffman cuando la pantalla se iluminó fue una sorpresa
agradable, más que un inmenso alivio.
—El viento y la niebla han llegado allí también —comenzó abruptamente—.
Algunos hombres habían salido. De momento, yo no puedo hacer nada por ellos, pero
algunos estaban trabajando en los vehículos aparcados. Podríais comprobar con
vuestros comunicadores si todo va bien allí. No estoy demasiado preocupado, puesto
que la velocidad del viento ahora es mucho menor a la señalada por Don. Además, en
esta altura el aire es mucho menos denso. Pero no podemos ver en absoluto a través
de esta niebla; así que me sentiré aliviado al saber algo más de los hombres en los
vehículos.
La imagen de Easy había comenzado a hablar a medio camino de la petición del
comandante, obviamente no en contestación, puesto que no había habido bastante
tiempo para el viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz. Seguramente los seres
humanos tenían también algo que decir. Barlennan se concentró en su propio mensaje
hasta que terminó, sabiendo que Guzmeen o alguno de sus ayudantes lo estaría
escribiendo. En aquellas circunstancias, el cruce de mensajes era un acontecimiento
frecuente y se resolvía por una rutina ya establecida.
Mientras sus propias palabras estaban en camino, el comandante se volvió para
preguntar qué deseaban los humanos. Un oficial entró corriendo en la habitación y
comenzó su informe tan pronto como vio a Barlennan.
—Señor, todos los grupos han vuelto, excepto los dos que salieron por las puertas
del norte. Uno de ellos estaba trabajando en el Hoorsh y el otro nivelaba el terreno
para el nuevo complejo veinte cables al norte, al otro lado del valle de aterrizaje. En
el primer grupo hay ocho personas y veinte en el segundo.
Barlennan hizo un gesto de comprensión, cerrando simultáneamente sus cuatro
pinzas.
—Posiblemente tengamos pronto informes de radio de la estación espacial sobre

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el grupo del Hoorsh —replicó—. ¿Cuántos han llegado que estuviesen realmente en
el exterior cuando vinieron el viento y la niebla? ¿Qué es lo que dicen sobre las
condiciones de vida y de movimiento? ¿Hay algún herido?
—Ningún herido, señor. El viento sólo era una pequeña molestia; entraron porque
no podían ver para trabajar. Algunos tuvieron problemas para encontrar el camino.
Supongo que la brigada que allanaba el suelo está todavía intentando regresar a
tientas, a menos que hayan decidido esperar donde se encuentran. Los del Hoorsh
pueden no haber advertido nada en el interior. Si el primer grupo estuviese fuera de
contacto demasiado tiempo, enviaré un mensajero.
—¿Cómo harás para que éste no se pierda?
—Llevará una brújula, además de escoger a alguien que trabaje mucho en el
exterior y conozca bien el terreno.
—No voy a…
La objeción de Barlennan fue interrumpida por la radio.
—Barlennan —llegó la voz de Easy—, todos los comunicadores en el Hoorsh y
en el Kalliff están funcionando. Por lo que podemos ver, no hay nadie en el Kalliff.
Nada se mueve. Por lo menos hay tres, posiblemente cinco, en la sección de soporte
vital del Hoorsh. El hombre que cubre esas pantallas ha visto en los últimos minutos
hasta tres al mismo tiempo, pero no confía demasiado en reconocer a los mesklinitas
individualmente. El vehículo no parece afectado. La gente a bordo no nos presta
atención, y está realizando sus tareas. Ciertamente, no estaban intentando enviarnos
un mensaje de emergencia. Jack Braverman está intentando ahora atraer su atención
por ese equipo, pero no creo que haya por qué preocuparse. Como dices, el viento
más débil y el aire menos denso deberían querer decir que vuestra colonia no corre
peligro, puesto que el Kwembly no fue dañado.
—No estoy preocupado, por lo menos no demasiado. Si espera un momento,
averiguaré cuál fue su penúltimo mensaje e intentaré contestarlo —dijo Barlennan.
Se volvió hacia el oficial de guardia, cuyo puesto había tomado junto al equipo.
—Supongo que cogiste lo que dijo.
—Sí, señor. No era urgente, sólo interesante. Otro informe provisional de
Dondragmer. El Kwembly todavía flota a la deriva, aunque él cree que ha tocado
fondo una vez o dos y el viento todavía sopla por allí. A causa de su propio
movimiento, los científicos no se atreven a dar una opinión sobre si la velocidad del
viento ha cambiado o no.
El comandante hizo un gesto de aceptación, se volvió hacia el comunicador y
dijo:
—Gracias, señora Hoffman. Aprecio debidamente que envíe tan rápidamente
incluso los informes de «sin novedad». Durante un rato estaré aquí para conocer lo
antes posible si ocurre realmente algo. ¿Vuestros científicos atmosféricos han

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confeccionado alguna predicción digna de confianza o alguna explicación de lo que
pasó?
Para los demás mesklinitas que se encontraban en la habitación, estaba claro que
Barlennan hacía todo lo que podía para mantener una expresión ininteligible mientras
hacía esta pregunta. Sus brazos y sus piernas estaban cuidadosamente relajados, las
pinzas ni fuertemente cerradas ni colgando abiertas, su cabeza ni demasiado alta ni
muy cerca del suelo, los ojos fijos firmemente en la pantalla. Los observadores no
conocían con detalle lo que estaba en su mente, pero podían decir que atribuía a la
pregunta algo más que su valor aparente. Algunos se maravillaban de que se
molestase en controlarse así, puesto que era completamente inverosímil que algún ser
humano pudiese interpretar su expresión corporal; pero los que le conocían bien
sabían que nunca correría riesgos en un asunto como aquél. Después de todo, había
algunos seres humanos, de los cuales Elise Rich Hoffman era con seguridad uno, que
parecían capaces de ponerse muy rápidamente en el lugar de los mesklinitas, además
de hablar stenno tan bien como lo permitía el equipamiento vocal de los humanos.
Observaba la pantalla con interés, preguntándose si aquel ser humano daría
señales de haber advertido la actitud del comandante cuando llegase su respuesta.
Todo el personal de la sala de Comunicaciones estaba razonablemente familiarizado
con las expresiones faciales humanas; la mayoría podían reconocer por el rostro, o
sólo por la voz, una docena diferente de seres humanos, por lo menos, y el
comandante había expresado hacía mucho tiempo un fuerte deseo de que habilidades
de aquel tipo fuesen cultivadas. La mirada de Barlennan abandonó un momento la
pantalla y vagó por el círculo que escuchaba atento; se sintió divertido por sus
expresiones, aunque al mismo tiempo molesto por su propia claridad. Se preguntó
cómo reaccionarían ante la respuesta que Easy pudiese dar.
Evidentemente, la hembra humana había recibido la pregunta y comenzaba a
formar una frase de réplica, cuando su atención fue distraída. Durante varios
segundos estuvo escuchando algo y sus ojos se apartaron del receptor del
comunicador de la colonia. Después su atención volvió a Barlennan.
—Comandante, otro informe de Dondragmer. El Kwembly se ha detenido, o poco
menos, sobre el suelo. Pero todavía son arrastrados ligeramente; la corriente del
líquido no ha cesado. Han volcado, de forma que las ruedas no tienen contacto con
cualquier superficie que esté bajo ellos. Si el río no los arrastra, dejándolos libres,
tendrán que quedarse donde están, y Dondragmer piensa que el nivel está bajando.

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IV. DE CHARLA

Para Beetchermarlf constituía una sensación curiosa de inutilidad. El timón del


Kwembly estaba conectado a las ruedas por sencillos aparejos de poleas y cuerdas; ni
siquiera los músculos mesklinitas podían hacer girar las ruedas cuando el vehículo
estaba parado y, aunque el movimiento hacia adelante posibilitaba el gobierno de la
nave, no lo facilitaba demasiado. Ahora, mientras el vehículo flotaba con las unidades
de tracción sin tocar fondo, el timón caía flojamente en respuesta a un pequeño
empujón, incluso por un ligero balanceo del casco. En teoría, el vehículo podía
manejarse en el mar, pero esto requería la instalación de paletas en las cadenas, algo
que se hacía mucho más fácilmente en tierra. Dondragmer había pensado
momentáneamente, cuando comprendió que estaban a la deriva, en enviar al exterior
hombres con trajes especiales para intentar la tarea; después decidió que no valía la
pena correr el riesgo, aunque todo el mundo estuviese sólidamente atado al casco por
cables salvavidas. De todas formas, era bastante probable, por lo que ellos sabían, que
pudiesen llegar al final o al borde de aquel río o lago o lo que fuese sobre lo que
flotaban, antes que estuviese completo un trabajo como aquél. Si cuando eso
sucediese había hombres fuera, los cables salvavidas no servirían de nada.
Los mismos pensamientos habían pasado por la mente del timonel, mientras
permanecía en su puesto. Beetchermarlf era joven, pero no tanto como para pensar
que nadie sino él podía ver lo evidente. Estaba completamente dispuesto a dar por
sentada la competencia profesional de su capitán.
Sin embargo, según pasaron los minutos empezó a preocuparse ante el fallo de
Dondragmer en emitir alguna orden. Algo tendría que hacerse; no podían derivar
hacia el este sin más. Miró la brújula; sí, hacia el este indefinidamente. Según los
últimos informes aéreos, hacia aquel lado hubo colinas, las mismas que habían
bordeado a la izquierda el campo de nieve, mostrándose a veces ligeramente sobre el
lejano horizonte en las últimas tres o cuatro mil millas. A juzgar por su color eran
roca, no hielo. Si la superficie sobre la que el Kwembly flotaba resultaba simplemente
el campo de nieve derretido, tenían que chocar pronto con algo. Beetchermarlf no
tenía más idea que los demás sobre la rapidez de su marcha, pero su confianza en la
resistencia del casco igualaba a la de su capitán. No tenía más deseos de chocar

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contra una roca en Dhrawn de los que había tenido en Mesklin.
De todas formas, el viento no debería moverlos muy rápidamente, teniendo en
cuenta la densidad del aire. La parte superior del casco era ligeramente curva, excepto
el puente, y las ruedas en el fondo deberían proporcionar suficiente resistencia al
avance. Por todo lo que los exploradores aéreos habían podido ver, el campo nevado
era llano; por tanto, el líquido no debería estar en movimiento. Se le ocurrió que la
presión exterior lo comprobaría. El timonel se sobresaltó al pensarlo, miró hacia el
capitán, vaciló y después habló:
—Señor, ¿y si revisamos las observaciones sobre la presión en el casco? Si donde
estamos flotando hay alguna corriente, tendríamos que estar yendo cuesta abajo, y
eso se notaría…
Dondragmer le interrumpió.
—Pero la superficie era plana… No, tienes razón. Podemos mirar.
Se elevó hasta la fila de micrófonos y llamó al laboratorio.
—Born, ¿cómo está la presión? Por supuesto, la seguirás.
—Claro, capitán. Las ampollas de seguridad de proa y popa han comenzado a
expandirse desde que comenzamos a flotar. Hemos bajado unos seis cuerpos en doce
minutos. Estoy preparado para introducir más argón.
Dondragmer acusó ese recibo y miró a su timonel.
—Bien por ti. Tenía que habérseme ocurrido. Eso significa que estamos siendo
empujados por una corriente, además de por el viento, y cualquier apuesta sobre la
velocidad, la distancia y dónde pararemos queda descartada. A menos que los
exploradores aéreos no advirtiesen una pendiente, no puede haber corriente. Si hay
una pendiente, esta llanura tiene que desaguar por alguna parte.
—Estamos preparados para un viaje difícil, señor. No veo qué más podemos
hacer.
—Una cosa —dijo Dondragmer lúgubremente.
Se acercó de nuevo a los micrófonos y emitió la llamada general semejante a una
sirena. Cuando estuvo razonablemente seguro de que todos estaban escuchando, echó
su cabeza hacia atrás de forma que estuviese distante por igual de todos los tubos y
habló alto, lo suficiente para llegar a todos.
—Todo el mundo en traje especial lo antes posible. Tenéis permiso para dejar
vuestros puestos con ese propósito, pero volved tan pronto como podáis —descendió
hasta su banco de comandante y se dirigió a Beetchermarlf—. Coge tu traje y el mío
y tráelos aquí. ¡Rápido!
El timonel estuvo de vuelta con los trajes en noventa segundos. Comenzó a
ayudar al capitán a ponerse el suyo, pero fue impedido con un gesto enfático, y se
dedicó a ponerse el suyo. En unos minutos, los dos completamente protegidos,
excepto la cubierta de la cabeza, habían vuelto a sus puestos.

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La prisa, según resultó, era innecesaria. Pasaron más minutos mientras
Beetchermarlf jugaba con el inútil timón y Dondragmer se preguntaba si los
científicos humanos proporcionarían alguna vez información y de qué serviría ésta si
lo hacían. Esperaba que las vistas de los satélites le diesen alguna idea sobre la
velocidad del Kwembly; que sería agradable saber la fuerza probable con la que
golpearían cualquier cosa que les detuviese al final. Sabía que aquellas vistas eran
difíciles de ordenar; había más de treinta satélites de imágenes reflejadas en órbita,
pero estaban a menos de tres mil millas sobre la superficie. No se había intentado
preparar sus órbitas de forma que sus limitados campos de cobertura visual y
micróndica fuesen uniformes o complejos. La comunicación no era su objetivo
primordial. La principal base humana, en órbita sincrónica a más de seis millones de
millas por encima del meridiano de la colonia, no necesitaba supuestamente ayuda
para esta tarea. Además, también la velocidad de los satélites orbitales más bajos
(más de noventa millas por segundo), por muy útil que los observadores humanos la
proclamasen para la comprobación de la localización de las líneas de las bases
móviles, le parecía a Dondragmer una causa inevitable de dificultad. No estaba muy
esperanzado en obtener su velocidad gracias a esta fuente. Mejor así, porque nunca lo
hizo.
Una vez, media hora después de comenzar a derivar, un breve estremecimiento
recorrió el Kwembly. El capitán informó a la estación de que probablemente había
tocado fondo. A bordo, todos los demás supusieron lo mismo, y la tensión comenzó a
subir.
Un poco antes del final hubo un pequeño aviso. Un grito de laboratorio,
proveniente del micrófono, fue seguido por un informe de que la presión había
comenzado a aumentar más rápidamente y que había sido necesaria una liberación
adicional de argón en la atmósfera de la nave para evitar que las ampollas de
seguridad explotasen. No se percibía ninguna sensación de velocidad creciente, pero
las implicaciones del informe eran lo suficientemente claras. Bajaban más deprisa. ¿A
qué velocidad iban horizontalmente? El capitán y el timonel se miraron sin hacer la
pregunta en voz alta, pero leyéndola en sus expresiones; la tensión aumentaba, en
tanto que las pinzas se agarraron a puntales y estribos con más fuerza.
Entonces se oyó un ruido atronador y el casco se inclinó abruptamente; otro
ruido, y se ladeó fuertemente a estribor. Durante varios segundos cabeceó con
violencia. Aquellos que se encontraban cerca de la proa y de la popa pudieron sentir
cómo guiñaba además, aunque la niebla continuaba bloqueando cualquier vista del
exterior que pudiese explicar la sensación. Después otro ruido, mucho más alto, y el
Kwembly volcó a unos sesenta grados a estribor; pero esta vez no se recobró. Unos
sonidos raspantes y rechinantes sugerían que algo se movía, pero no fueron
acompañados de ningún cambio real. Por primera vez se hizo audible el sonido del

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líquido corriendo por el casco.
Dondragmer y su compañero no estaban heridos. Para unos seres que
consideraban doscientas gravedades terrestres como algo normal y seiscientas como
una pequeña inconveniencia, aquel tipo de aceleración no significaba nada. Ni
siquiera se habían soltado, y todavía continuaban en sus puestos. El capitán no estaba
preocupado por los daños directos de su tripulación. Sus primeras palabras
demostraron que consideraba asuntos mucho más lejanos.
—¡Puestos de guardia, informen! —aulló por los micrófonos—. Revisad la
firmeza del casco en todos los puntos e informad de todas las grietas, roturas,
melladuras y cualquier otra evidencia de escapes. El personal del laboratorio a sus
puestos de emergencia, controlad el oxígeno. Soporte vital, cortad la circulación de la
cisterna hasta que termine la revisión del oxígeno. ¡Ya!
Aparentemente, los micrófonos estaban intactos. Inmediatamente comenzaron a
sonar gritos de respuesta. Mientras los informes se acumulaban, Beetchermarlf
comenzó a relajarse. En realidad no esperaba que el estuche que le protegía del aire
venenoso de Dhrawn resistiese un choque como aquél, y por su respeto por los
ingenieros alienígenas subió varios grados. Había considerado las estructuras
artificiales de cualquier tipo inferiores normalmente en fuerza y duración a cualquier
otro cuerpo viviente. Por supuesto, tenía excelentes razones para una creencia así. Sin
embargo, cuando todos los informes llegaron, pareció que nadie había observado
fallos importantes en la estructura, ni siquiera grietas visibles. Si las aberturas
normales, inevitables en una estructura con entradas para el personal y el equipo (sin
mencionar los orificios en el casco para los instrumentos y cables de control), estaban
peor de lo que habían estado, no se sabría durante algún tiempo. Por supuesto, la
vigilancia de la presión y la comprobación del oxígeno continuarían como asunto
rutinario.
La energía todavía funcionaba, lo que no sorprendió a nadie. Los veinticinco
transformadores independientes de hidrógeno, módulos idénticos que podían ser
transportados desde cualquier instrumento dentro del Kwembly que utilizase energía a
cualquier otro, eran artificios en estado sólido, sin partes móviles mayores que las
moléculas de carburante gaseoso con que eran alimentados. Podrían haber sido
colocados bajo el martillo de una fragua sin sufrir daños. La mayor parte de las luces
exteriores del Kwembly habían sufrido daños, o al menos no funcionaban, aunque
podían ser reemplazadas. Algunas, sin embargo, todavía funcionaban, y desde el
extremo sumergido del Kwembly se podían ver. En el extremo superior la niebla aún
bloqueaba la visión. Dondragmer se aproximó, muy cautelosamente, al extremo
inferior y echó una breve ojeada al conglomerado de rocas redondeadas —cuyos
diámetros iban desde la mitad de su propia juventud hasta veinte veces más—, entre
el cual su nave había conseguido incrustarse. Después trepó con cuidado regresando a

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su puesto. Conectó el sistema sonoro de su radio y transmitió el informe que
Barlennan iba a conocer algo más de un minuto después. Sin esperar una respuesta,
comenzó a dar órdenes al timonel.
—Beech, quédate aquí en caso de que los hombres tuviesen algo que decir. Voy a
hacer una revisión completa yo mismo, especialmente de las compuertas. A pesar de
todo lo que puede decirse en favor de nuestro diseño, no contábamos con un balanceo
tan fuerte como éste cuando nos metimos dentro. Quizá sólo podamos utilizar las
pequeñas compuertas de emergencia, puesto que en este momento la mayor parece
estar por debajo de nosotros. Puede estar bloqueada en el exterior, aunque
consiguiésemos abrir la puerta interna y encontrar el tabique todavía sumergido. Si
quieres, habla con los seres humanos. Cuantos más de nosotros podamos emplear su
lenguaje y más entre ellos el nuestro, mejor. El puente está a tu cargo.
Dondragmer hizo el gesto habitual, aunque ahora bastante inútil, de golpear la
escotilla pidiendo salida; después la abrió y desapareció, dejando solo a
Beetchermarlf.
El timonel no tenía por el momento deseos de charlar ociosamente con la
estación. Su capitán le había dejado con muchas cosas en qué pensar.
No se sentía exactamente feliz de quedar encargado del puente bajo aquellas
circunstancias. Ni siquiera estaba demasiado preocupado por el bloqueo de la
compuerta principal. Las pequeñas serían suficientes, aunque recordó repentinamente
que no lo eran para el equipamiento de soporte vital. Bien, por el momento la
conveniencia de salir al exterior parecía muy pequeña; pero si el Kwembly estuviese
permanentemente inmovilizado, habría que hacer frente a esa necesidad.
En esa eventualidad, la cuestión principal era de qué serviría salir al exterior. Las
doce mil millas aproximadamente en que Beetchermarlf pensaba, como en cerca de
veinte millones de cables, era un camino muy largo, especialmente cargados con el
equipamiento de soporte vital. Sin este aparato no podía ni pensarse en ello. Los
mesklinitas eran organismos asombrosamente resistentes mecánicamente, y tenían un
radio de tolerancia de las temperaturas que todavía muchos biólogos humanos no
podían creer; pero el oxígeno era otra cosa. En aquel momento su presión parcial en
el exterior era de cincuenta libras por pulgada cuadrada, más que suficiente para
matar a cualquier miembro de la tripulación del Kwembly en unos segundos.
Lo más deseable era colocar de nuevo la enorme máquina sobre sus cadenas. El
cómo y el si se podía hacer esto, dependían grandemente de la corriente líquida que
fluía alrededor del encallado casco. Trabajar en el exterior en medio de esta corriente
quizá no fuese imposible, mas sería difícil y peligroso. Los mesklinitas vestidos con
traje especial tendrían que estar pesadamente lastrados para poder realizar cualquier
tarea, y los cables salvavidas complicarían los detalles.
Claro que la corriente quizá no fuese permanente. Aparentemente acababa de

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comenzar su existencia, junto con el cambio del tiempo, y podía dejar de fluir
repentinamente. Sin embargo, como Beetchermarlf sabía muy bien, hay una
diferencia entre tiempo y clima. Si el río era estacional, su naturaleza «temporal»
podría resultar demasiado larga para los mesklinitas: el año en Dhrawn era ocho
veces más largo que el de la Tierra y más de una vez y media que el de Mesklin.
Ésta era una zona donde la información humana podría ser de utilidad. Los
alienígenas habían estado observando a Dhrawn cuidadosamente durante casi medio
año, y superficialmente, durante mucho más tiempo. Deberían tener alguna idea sobre
sus estaciones. El timonel se preguntó si podría plantear la cuestión a alguien de la
estación orbital, puesto que el capitán no lo había hecho. Por supuesto, el capitán
había dicho que podía utilizar la radio para charlar y no había mencionado lo que
podía o no decirse.
La idea de que hubiese algo, además del incidente del Esket, que no debiera
discutirse con los patrocinadores humanos de la expedición a Dhrawn, no había
llegado por la cadena de mandos hasta Beetchermarlf. El joven timonel casi había
decidido iniciar una llamada cuando habló la radio, a su lado. Y es más, habló en su
propio lenguaje, aunque el acento no fuese irreprochable.
—Dondragmer, sé que debes estar ocupado, pero si tú no puedes hablar ahora, me
gustaría que alguien pudiese. Me llamo Benjamin Hoffman, un ayudante en el
laboratorio aerológico de la estación, y necesito ayuda de dos tipos, si es que alguien
puede encontrar tiempo para hablar. Necesito practicar vuestro lenguaje; debe ser
obvio que lo necesito. En cuanto al laboratorio, estamos en una posición muy
embarazosa. Dos veces seguidas hemos confeccionado pronósticos del tiempo para
vuestra zona del planeta que han resultado completamente incorrectos. Sencillamente,
no tenemos la suficiente información detallada para hacer el trabajo apropiadamente.
Las observaciones que podemos hacer desde aquí no resuelven mucho, y no hay en
ningún punto cercano estaciones que informen sobre lo que ocurre ahí abajo. Tú y los
otros habéis colocado un montón de automáticos en vuestros viajes; pero como sabes,
todavía no cubren más que una pequeña parte del planeta. Puesto que unas buenas
predicciones serán tan útiles para ti como para nosotros, pensé que quizá podría
hablar detalladamente con alguno de vuestros científicos y elaborar los factores del
tiempo sobre los que conozcáis lo suficiente como para completar los cálculos
generales y conseguir así unos pronósticos aceptables, por lo menos en vuestras
cercanías.
El timonel contestó ansiosamente.
—Benjamin Hoffman, el capitán no está en el puente. Me llamo Beetchermarlf,
uno de los timoneles, y estoy de guardia. Hablando por mí, me gustaría intercambiar
práctica en el lenguaje cuando lo permitan las obligaciones, como ahora mismo. Me
temo que los científicos estarán muy ocupados durante un rato; quizá yo también lo

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esté la mayor parte del tiempo. Tenemos problemas, aunque no conozcas todos los
detalles. El capitán no tenía tiempo para contar la historia completa en el informe que
le oí enviar hace unos minutos. Te daré un cuadro de la situación tan completo como
pueda y algunas ideas que se me han ocurrido después que el capitán abandonase el
puente. Podrías grabar la información para tu gente y comentar mis ideas si lo deseas.
Si crees que no vale la pena mencionarlas al capitán, no lo haré. De todas formas,
estará bastante ocupado sin ellas. Esperaré hasta que me digas que estás listo para
grabar, o si no vas a hacerlo, antes de empezar.
Beetchermarlf se detuvo, no sólo por la razón que acababa de dar. De repente se
preguntó si debería molestar a uno de aquellos seres alienígenas con sus propias
ideas, que comenzaban a parecerle pobres y toscas.
Sin embargo, los informes sobre los hechos tenían que ser útiles. Había mucha
información detallada sobre la situación actual del Kwembly que los hombres no
podían conocer posiblemente todavía. Cuando la aprobación de Benj llegó por el
micrófono, el timonel había recobrado parte de su confianza.
—Espléndido, Beetchermarlf. Estoy preparado para grabar tu informe. Lo iba a
hacer de todas maneras para practicar tu lenguaje. Transmitiré lo que quieras. Incluso
si tus meteorólogos están ocupados, quizá nosotros dos podamos intentar hacer lo que
yo sugería con la información sobre el tiempo. Probablemente tú puedes conseguir
esos datos. Estás en el lugar y puedes verlo todo. Si eres uno de los marineros que
Barlennan reclutó en Mesklin, es seguro que sabes un montón de cosas sobre el
clima. A juzgar por lo que sé, quizá hayas pasado doble cantidad de años de los que
yo he vivido en ese lugar de Mesklin, donde aprendéis métodos de investigación e
ingeniería. Adelante, estoy preparado.
Estas palabras terminaron de restaurar la moral de Beetchermarlf. Habían pasado
solamente diez años en Mesklin desde que había comenzado la educación alienígena
para unos pocos nativos seleccionados. Este ser humano debía tener cinco años o
menos. Por supuesto, no había forma de decir lo que esto significaba en términos de
madurez de las especies, y no era fácil preguntarlo; pero a pesar del aura de
supernormalidad que tendía a rodear a todos los alienígenas, uno no pensaba en un
ser de cinco años como en un ser superior.
Tan relajado como cualquiera podía estarlo sobre un suelo con una pendiente de
sesenta grados, el marinero comenzó su descripción de la situación del Kwembly. Dio
una descripción detallada del viaje sobre lo que ahora tenía que ser reconocido como
un río y su final. Describió minuciosamente lo que podía ver desde el puente.
Comentó cómo ahora estaban varados fuera de sus rieles y recalcó la situación que
esperaba a la tripulación si esto no podía ser corregido. Incluso detalló la estructura
de las compuertas neumáticas y explicó por qué la mayor estaba probablemente
inutilizada, y quizá las otras también.

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—Será una gran ayuda para los planes del capitán —continuó—, si podemos
obtener alguna estimación de confianza sobre lo que le sucederá a este río,
especialmente si se secará y cuándo. Si todo el campo de nieve se funde en dicha
época del año y corre fuera de la llanura a través de esta única corriente, supongo que
estaremos aquí durante la mayor parte del año y tendremos que hacer nuestros planes
según esto. Si podéis darnos alguna esperanza de que podremos trabajar sobre tierra
seca sin esperar demasiado, nos serviría de mucho.
Benj tardó bastante más de sesenta y cuatro segundos en contestar; también él
tenía bastante material para pensar.
—Tengo tus detalles grabados y los he enviado a Planificación —llegaron al fin
sus palabras—. Ellos distribuirán copias a los laboratorios. Hasta yo puedo ver que
imaginarse la historia vital de tu río va a ser un trabajo pesado; quizá imposible sin
tener muchos más datos. Como dices, todo el campo de nieve podría estar
comenzando una fusión estacional. Si las aguas de Norteamérica tuviesen que fluir a
través de un solo río, estarías ahí durante un largo tiempo. No sé qué proporción de la
región cubren vuestros informes aéreos obtenidos por los exploradores ni lo ambiguas
que puedan ser las fotos desde aquí arriba, pero apuesto a que cuando todo esté
pasado a los mapas, todavía habrá lugar para la discusión. Aunque todo el mundo
estuviese de acuerdo en una conclusión, aún no sabemos mucho sobre ese planeta.
—¡Pero habéis tenido muchas experiencias en otros planetas! —replicó
Beetchermarlf—. Eso debiera ayudaros.
De nuevo la respuesta tardó en llegar más de lo que el simple retraso en la
velocidad de la luz podría explicar.
—Los hombres y sus amigos han tenido experiencias en muchos planetas, es
cierto, y yo he leído mucho sobre ello. El problema está en que prácticamente nada de
todo eso ayuda aquí. Hay tres tipos de planetas básicamente. Uno es el terrestre,
como mi propio mundo; es pequeño, denso y prácticamente no tiene hidrógeno. El
segundo es el joviano, o Tipo Dos, que tiende a ser mucho más grande y mucho
menos denso, a causa de que estos planetas han conservado la mayor parte de su
hidrógeno desde el tiempo en que fueron originalmente formados, según creemos.
Esos dos eran los únicos tipos que conocíamos antes de abandonar la vecindad de
nuestro propio sol, porque son los únicos tipos en nuestro sistema.
»El Tipo Tres es muy grande, muy denso y muy difícil de explicar. Las teorías
que presumían que el Tipo Uno había perdido su hidrógeno a causa de su pequeña
masa inicial y que el Dos lo había conservado a causa de su mayor tamaño,
estuvieron muy bien en tanto no supimos de la existencia del Tipo Tres. Nuestras
ideas eran perfectamente satisfactorias y convincentes mientras no sabíamos
demasiado, si me perdonas por expresarme como mi profesor de ciencia básica.
»El Tipo Tres es en el que estás ahora. No hay ninguno de ellos alrededor de un

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sol con un planeta de Tipo Uno. Supongo que debe haber una razón para eso, pero no
la conozco. Bien, entre las razas de la comunidad no sabíamos nada sobre ellos, hasta
que aprendimos a viajar entre las estrellas y comenzamos a hacerlo en gran escala, lo
suficientemente grande para que el principal interés de las naves errantes no fuese
simplemente el encontrar nuevos planetas habitables. Incluso entonces no pudimos
estudiarlos directamente, como tampoco podíamos hacerlo en los mundos jovianos.
Enviamos a ellos unos cuantos robots especiales, muy caros y generalmente muy
poco fiables, pero eso fue todo. Tu especie es la primera que hemos encontrado capaz
de soportar la gravedad de un Tipo Tres o la presión de un Tipo Dos.
—Pero según tu descripción, ¿no es Mesklin un Tipo Tres? A estas alturas, debes
saber mucho sobre ellos; habéis estado en contacto con nuestro pueblo durante diez
años y algunos de vosotros han llegado a aterrizar en el Borde, quiero decir, en el
ecuador.
—Sí, hace unos cincuenta años nuestros. El problema estriba en que Mesklin no
es un Tipo Tres. Es un Dos peculiar. Hubiese tenido todo el hidrógeno de cualquier
mundo joviano, si no fuese por su rotación, ese terrorífico giro que da a vuestro
mundo un día de dieciocho minutos y una forma de huevo frito. No hay ningún otro
como el vuestro todavía, y nadie ha encontrado casos intermedios, que yo sepa. Ésa
es la razón por la que las razas de la comunidad estuvieron dispuestas a tomarse
tantas molestias, a perder tantísimo esfuerzo en desarrollar el contacto con vuestro
mundo y en preparar esta expedición a Dhrawn. En treinta años más o menos
averiguaremos muchísimo sobre las condiciones de ese mundo a través de los
contadores de neutrino en los satélites de imágenes reflejadas, pero el equipamiento
sísmico que vosotros habéis estado plantando añadirá muchísimo detalle y hará
desaparecer las ambigüedades. Lo mismo ocurrirá con vuestro trabajo químico. En
cinco o seis de nuestros años podremos saber lo bastante sobre esa pelota rocosa
como para hacer una adivinanza sensata de por qué está ahí, o por lo menos, si
debemos llamarlo una estrella o un planeta.
—¿Quieres decir que sólo entrasteis en contacto con la gente de Mesklin para
aprender más cosas sobre Dhrawn?
—No, no quise decir eso en absoluto. La gente merece la pena conocerla por lo
que vale… Por lo menos mis dos padres piensan así, aunque conozco personas que
ciertamente no lo hacen. Creo que la idea del proyecto de Dhrawn no apareció hasta
mucho después de que vuestro colegio estuviese en marcha. Mucho antes de que yo
naciese. Por supuesto, cuando se le ocurrió a alguien que vosotros podíais hacer
investigación de primera mano en un sitio como Dhrawn, todo el mundo saltó ante la
oportunidad.
Esto impulsó a Beetchermarlf a hacer una pregunta que ordinariamente habría
considerado como un asunto estrictamente humano en el que no debía meterse: la

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madurez de un ser humano de cinco años. Se le escapó antes de que pudiese
controlarse; durante una hora él y Benj estuvieron discutiendo sobre las razones para
actividades tales como el proyecto de Dhrawn y por qué debería dedicarse un
esfuerzo tan impresionante a una actividad sin perspectivas claras de provecho
material. Benj no defendió su parte demasiado bien, dando usuales respuestas sobre
la fuerza de la curiosidad, que Beetchermarlf entendía hasta cierto punto. Conocía la
suficiente historia como para saber lo cerca de la extinción que el hombre y otras
especies habían llegado, antes de que hubiesen desarrollado el transformador de
fusión de hidrógeno; pero era demasiado joven para ser demasiado elocuente. Le
faltaba experiencia para ser capaz de afirmar con convencimiento, incluso para sí
mismo, que cualquier cultura dependía por completo de su comprensión de las leyes
del universo. La conversación nunca se hizo acalorada, lo que hubiese sido difícil en
cualquier discusión donde hay un período de enfriamiento entre una observación y su
respuesta. El único progreso realmente satisfactorio fue el realizado en el progreso
del stenno de Benj.
La conversación se interrumpió cuando Beetchermarlf se dio cuenta de repente de
que su ambiente había cambiado. Durante la última hora toda su atención había
estado en las palabras de Benj y en sus propias contestaciones. El puente inclinado y
el goteante líquido habían pasado al fondo de su mente. Se sintió muy sorprendido al
comprender abruptamente que el esquema de luces parpadeando sobre su cabeza era
la constelación de Orión. La niebla se había ido.
Alerta una vez más a lo que le rodeaba, advirtió que la línea del agua alrededor
del puente parecía un poco más baja. Diez minutos de observación cuidadosa le
convencieron de que así era, en efecto. El río estaba bajando.
Por supuesto, a medio camino en esos diez minutos había sido interrogado por
Benj sobre su repentino silencio y le había dicho la razón. Inmediatamente el
muchacho se lo había notificado a McDevitt, de forma que cuando Beetchermarlf
estaba seguro sobre el cambio en el nivel del agua, había varios seres humanos
interesados allá arriba escuchándole. El timonel les informó brevemente por la radio,
y únicamente entonces llamó a Dondragmer por los micrófonos.
El capitán estaba mucho más allá, detrás de la sección del laboratorio, justo al
lado del compartimiento que contenía la ampolla de presión, cuando recibió la
llamada. Al terminar de hablar el timonel hubo una pausa. Beetchermarlf esperaba
que el capitán entraría corriendo por la escotilla del puente en unos cuantos segundos;
pero Dondragmer no cedió a la tentación. Los portillos del resto del casco,
incluyendo el compartimiento donde él estaba, eran demasiado pequeños para
permitir una estimación clara del nivel del agua; así que tuvo que aceptar el juicio de
su timonel. Dondragmer se encontraba dispuesto a hacerlo así, con bastante sorpresa
del joven marinero.

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—Observa lo más exactamente que puedas la velocidad del descenso, hasta que te
releven —fueron sus órdenes—. Comunícame a mí y a los humanos la velocidad en
cuanto la sepas con exactitud; después avísanos cuando cambies tu estimación.
Beetchermarlf se dio por enterado de la orden y gateó por el puente hasta un
punto donde podía marcar la línea del agua con una raspadura sobre uno de los
puntales de las ventanas. Habiendo informado de esto al capitán y a los escuchas
humanos, volvió a su estación, conservando los ojos fijos en la marca. Las arrugas en
el líquido tenían varias pulgadas de alto y se calmaban sólo a intervalos espaciados;
de aquí que pasase algún tiempo antes de que pudiese estar absolutamente seguro del
cambio en profundidad. Hubo dos o tres preguntas impacientes desde arriba, que
contestó cortésmente reuniendo lo mejor de su limitado lenguaje humano, antes de
que Benj le informase de que una vez más estaba solo, si exceptuaba ciertos seres sin
importancia que vigilaban los otros vehículos. Por tanto, pasaron la mayor parte del
tiempo, hasta la llegada de Takoorch como relevo del puente, describiendo sus
planetas nativos, corrigiéndose mutuamente los errores sobre la Tierra y Mesklin,
como forma de practicar el idioma, y, aunque ninguno se diese cuenta de ello,
desarrollando una cariñosa amistad personal.
Beetchermarlf volvió seis horas más tarde para relevar a Takoorch (en realidad, el
intervalo era de veinticuatro días mesklinitas, la duración estándar de un turno).
Observó que el nivel del agua había bajado cerca de un pie desde la marca de
referencia. Takoorch le informó de que el humano Benj acababa de volver de un
período de descanso. El más joven de los timoneles se preguntó para sí cuánto tiempo
después de la llegada de Tak había decidido el otro que era el momento de descansar.
Naturalmente, no podía preguntarlo, pero mientras se acomodaba en su puesto, envió
una llamada hacia arriba.
—He vuelto, Benj. No sé lo recientemente que Tak te ha informado, pero el agua
ha bajado más de medio cuerpo y la corriente parece mucho más lenta. El viento está
bastante tranquilo. ¿Tus científicos tienen algo para nosotros?
Durante el retraso en la respuesta tuvo tiempo de comprender que su última
pregunta era bastante inútil, puesto que las principales noticias que se requerían de
los científicos humanos eran la probable duración del río, que ahora ya no importaba.
De todas formas, quizá tuviesen algo valioso.
—Tu amigo Takoorch nos dijo lo del agua y lo del viento, además de otras
muchas cosas —anunció la voz de Benj—. Me alegro de que estés de vuelta, Beetch.
No sé nada de los laboratorios, pero por lo que dijiste sobre la forma en que
volcasteis, por la velocidad en el descenso del agua y por lo que puedo ver en el
modelo de vehículo que tengo aquí, me parece que estaréis en seco dentro de sesenta
o setenta horas. Eso, por supuesto, si el agua continuase descendiendo a la misma
velocidad. Podría hacerlo si fluyese a través de un canal despejado, pero yo no

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contaría con eso. No me gusta ser pesimista, pero creo que la velocidad del descenso
se detendrá antes de que todo el líquido haya desaparecido.
—Quizá tengas razón —dijo Beetchermarlf—. Por otra parte, si la corriente se
remansa, probablemente podremos trabajar en el exterior con bastante comodidad,
antes de que todo esto se haya ido.
Fue una observación profética. Estaba todavía regresando a su puesto, cuando el
micrófono pidió atención.
—¡Beetchermarlf! Informa a los seres humanos que serás relevado
inmediatamente por Kervenser y preséntate ahora mismo en la compuerta de
emergencia de estribor con tu traje especial. Quiero una revisión de las ruedas y
cables de guardín. Irán contigo otros dos por cuestiones de seguridad. Me interesa
más la eficiencia que la rapidez. Quiero saber si hay algún daño que sea más fácil de
arreglar mientras todavía estamos volcados que cuando estemos en posición normal.
Después de la revisión echa un vistazo general a tu alrededor. Quiero una idea general
sobre lo sólidamente que estamos metidos en este lugar y sobre el trabajo necesario
para enderezarnos y libertarnos. Yo mismo estaré en el exterior haciendo una revisión
similar, pero necesito otra opinión.
—Sí, señor —respondió el timonel.
Esta vez la orden constituía una clara sorpresa, y casi se olvidó de contárselo a
Benj. La sorpresa no era el hecho de ir al exterior, sino que el capitán le hubiese
escogido para verificar su propio juicio.
Se habían quitado los trajes especiales cuando Dondragmer se convenció de que
el casco no había sufrido daños, pero en medio minuto Beetchermarlf se había puesto
el suyo otra vez, y momentos más tarde se encontraba junto a la compuerta
designada. El capitán y cuatro marineros, todos con los trajes, le esperaban. Los
tripulantes llevaban carretes de cuerda.
—Muy bien, Beetch —dijo el capitán—. Stakendee saldrá el primero y atará su
cuerda al estribo más cercano; tú irás detrás, y después Praffen. Cada uno de vosotros
atará su cable a un estribo diferente. Después debéis dedicaros a vuestra tarea.
Esperad… Unid esto al arnés de vuestros trajes. Sin lastre flotaríais.
Les tendió cuatro pesas equipadas con grapas de cierre rápido para sujetarlas al
arnés del timonel.
Salieron en silencio por la diminuta escotilla. Esencialmente, era una compuerta
líquida en forma de U. similar en su forma de operar a la principal y bastante
profunda, de forma que la inclinación del Kwembly no impedía por completo su
operación. El hecho de que de todas formas el extremo exterior estaba inmerso en
líquido, podría constituir la diferencia. Al emerger dentro de la corriente,
Beetchermarlf se alegró del fuerte apretón de Stakendee, mientras buscaba un lugar
donde sujetar su propio cable salvavidas. Un minuto más tarde se reunió con ellos el

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tercer miembro del grupo, y juntos recorrieron la corta distancia que les separaba del
lecho del río, compuesto por las rocas redondeadas, visibles desde el puente,
dispuestas en un extraño dibujo semejante a unas olas cuyas crestas se extendían
contrarias a la dirección de la corriente. A la primera ojeada, Beetchermarlf obtuvo la
impresión de que el vehículo había encallado en el seno entre dos de estas olas. La
visión era posible, aunque no ideal, porque bastantes de las luces exteriores todavía
funcionaban.
El trío se dirigió, bordeando la popa, a echar un vistazo a la parte inferior de su
vehículo. Aunque estaba mucho peor iluminado, desde el primer momento se hizo
obvio que había mucho que pedirle a Dondragmer.
El Kwembly se sostenía sobre un conjunto de sesenta ruedas de tres pies de
anchura y seis de longitud, dispuestas en cinco hileras longitudinales de doce ruedas.
Todas giraban sobre ruedecillas y estaban interconectadas por un laberinto de cables
de guardín, que eran la principal responsabilidad de Beetchermarlf. Cada una de las
ruedas tenía una cavidad donde se instalaba una unidad energética y su propio motor,
consistente en una barra de seis pulgadas de grueso, cuya microestructura le daba un
poder directo del campo magnético rotatorio, una de las formas en las que las
unidades de fusión podrían entregar su energía. Al no estar instalado el motor, la
rueda giraba libremente. En el momento del accidente, diez de los veinticinco
transformadores del Kwembly estaban en las ruedas, dispuestos en forma de V, con la
punta hacia adelante en la proa y en la popa.
En la parte trasera del vehículo habían desaparecido dieciocho ruedas, incluyendo
las cinco que tenían motor en aquel lado.

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V. DE LA SARTÉN AL CONGELADOR

En un sentido estricto, no todas habían desaparecido. Podían verse varias sobre


las rocas, evidentemente desalojadas en el momento del impacto final. Beetchermarlf
no podía saber —más bien le asustaba hacerlo— si alguna se había desprendido, con
los primeros topetazos, a millas de corriente arriba. Eso podría ser averiguado más
tarde. Primero había que inspeccionar lo que quedaba. El timonel se puso a la tarea.
La parte delantera no parecía haber recibido daño alguno; las ruedas continuaban
allí, y su laberinto de cables estaba en perfectas condiciones. En la parte central del
vehículo algunos cables se habían roto, a pesar de la enorme fuerza de la fibra
mesklinita que se había empleado. Algunas de las ruedas estaban torcidas fuera de
posición; otras giraban flojamente al tocarlas. El esquema de las partes perdidas en la
zona posterior era regular y bastante alentador. Numerándolas desde el lado de popa,
la primera fila había perdido las últimas cinco ruedas; las filas segunda y tercera, las
cuatro últimas; la fila cuarta, las tres últimas; la fila quinta en el lado de estribor, las
dos últimas. Esto sugería que todas habían cedido ante el mismo impacto, que había
golpeado el fondo del casco diagonalmente; puesto que algunas de las partes
desprendidas se encontraban en los alrededores, parecía haber una buena probabilidad
de que todas estuviesen allí.
Los inspectores quedaron sorprendidos ante el poco daño que habían producido
las ruedas al desgajarse. Ni Beetchermarlf ni sus compañeros habían tenido nada que
ver con el diseño del Kwembly y sus máquinas gemelas. Ninguno tenía más que una
idea general del tipo de pensamiento utilizado. Nunca habían considerado los
problemas inherentes a la construcción de una máquina movida por las fuentes de
energía más sofisticadas, pero operadas por unos seres pertenecientes a una cultura
que todavía estaba en la fase del músculo y el viento; seres que, una vez en Dhrawn,
estarían alejados de cualquier facilidad para reparaciones y reemplazamientos. Ésta
era la razón por la que el gobierno del vehículo se hacía mediante cables y aparejos,
en lugar de por instrumentos movidos por energía o artificios similares; de aquí que
las compuertas neumáticas fuesen tan sencillas y no completamente a prueba de
imprudencias; así mismo esto justificaba por qué no sólo el sistema de soporte vital
era operado manualmente (excepto las luces que conservaban vivas las plantas), sino

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también había sido ideado y construido por científicos y técnicos mesklinitas.
Unos cuantos centenares de aquellos seres habían recibido un extenso conjunto de
educación alienígena, aunque no se había intentado extender el nuevo conocimiento
entre la cultura mesklinita. Casi todos los «graduados» estaban ahora en Dhrawn,
junto con reclutas como Beetchermarlf; en su mayor parte eran jóvenes voluntarios,
razonablemente inteligentes, procedentes de la marinería de la nación marítima de
Barlennan. Esta gente tendría que realizar cualquier reparación y todo el
mantenimiento regular de los vehículos. Este hecho tuvo que estar constantemente en
primer plano en las mentes de los diseñadores. Idear unos vehículos capaces de cubrir
miles de millas sobre la superficie de Dhrawn en un tiempo razonable y, a la vez, más
o menos seguros bajo los cuidados mesklinitas, había producido inevitablemente una
maquinaria con asombrosas cualidades. Beetchermarlf no debería sorprenderse de
que las piezas de su vehículo se ajustasen tan fácilmente, ni de que los vehículos
sufriesen tan pocos daños.
Por supuesto, la inteligencia de los mesklinitas había sido tenida en cuenta. Era la
razón principal para no depender de robots: éstos no habían dado resultados
satisfactorios en los primeros tiempos de la exploración espacial. La inteligencia
mesklinita podía compararse con la de los seres humanos, con los Drommian o con
los Paneshks, hecho sorprendente en sí mismo, puesto que los cuatro planetas habían
desarrollado sus formas de vida a lo largo de longitudes de tiempo geográfico que
diferían ampliamente. Era también bastante seguro que los mesklinitas, en su
mayoría, vivían mucho más tiempo que los seres humanos, aunque eran curiosamente
bastante reluctantes a discutir tal asunto; en realidad, lo que esto podría significar en
términos de su competencia en general era algo tan problemático como el propio
Dhrawn. Desde cualquier punto de vista había sido un proyecto costoso, y la mayor
parte del riesgo lo soportaban los mesklinitas. La barcaza gigante que iba a la deriva
en órbita cerca de la estación humana y que se suponía capaz de evacuar a toda la
colonia, en caso de emergencia, era poco más de un gesto, especialmente para los
seres de viaje en los vehículos.
Nada de esto se encontraba en las mentes de los tres marineros que
inspeccionaban los daños del Kwembly. Estaban simplemente sorprendidos y
encantados al averiguar que las ruedas perdidas sólo habían saltado de las cavidades
en las que normalmente se enroscaban y en las que podían ser colocadas de nuevo,
aparentemente sin problemas, suponiendo que fuesen encontradas. Con este asunto
resuelto a su satisfacción, Beetchermarlf caminó un poco hacia el lecho del río, hasta
el límite impuesto por los cables de seguridad, y encontró doce ruedas dentro de ese
radio. Algunas estaban dañadas: llantas rotas o con eslabones perdidos; ruedas de
soporte agrietadas; unos cuantos ejes mellados. Los tres reunieron todo el material
que pudieron alcanzar y lo transportaron bajo la popa del Kwembly. El timonel pensó

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en doblar la longitud de los cables salvavidas y aumentar el radio de la búsqueda,
pero decidió informar primero a Dondragmer y obtener su aprobación. De hecho, el
timonel estaba algo sorprendido de que el capitán no hubiese aparecido antes, a la
vista de su anunciada intención de revisar el exterior.
Supo la razón cuando él y sus compañeros llegaron a la compuerta bordeando la
popa. Dondragmer, sus dos compañeros en la primera salida y seis tripulantes más,
que habían sido llamados en el intermedio, estaban cerca del centro del Kwembly
trabajando para retirar las piedras de la región de la compuerta principal.
Los trajes especiales no tenían equipo de comunicación; la capacidad transmisora
entre su relleno de hidrógeno-argón y el líquido que los rodeaba era muy pobre; pero
la voz mesklinita, construida alrededor de un sifón natatorio, en lugar de un aparato
pulmonar (los enanitos que usaban hidrógeno no tenían pulmones), era una cosa más
entre las que habían preocupado a los biólogos humanos. El timonel captó la atención
de su capitán con un fuerte grito y le hizo señas de que le siguiese al otro lado de la
popa del vehículo. Dondragmer supuso que el asunto era importante y le siguió,
después de ordenar a los otros que continuasen con su trabajo. Una mirada y unas
cuantas frases de Beetchermarlf le pusieron al corriente de la situación.
Después de pensar unos cuantos segundos, rechazó la idea de buscar
inmediatamente las ruedas desaparecidas. El agua todavía bajaba; sería más seguro y
más fácil conducir la búsqueda cuando no quedase nada, si no tardaba mucho.
Mientras tanto, podían comenzar las reparaciones en las que habían encontrado ya.
Beetchermarlf recibió la orden y comenzó a seleccionar el equipo dañado para
planear el trabajo.
Era necesario tener cuidado; algunas partes eran bastante ligeras como para ser
transportadas por la corriente al desprenderlas del resto de los aparatos. Objetos de
este tipo ya habían desaparecido, seguramente de esa forma. El timonel hizo que una
luz portátil fuese traída al lugar y estacionó a uno de sus ayudantes a unas cuantas
yardas corriente abajo para coger cualquier cosa que se escapase. Pensó en lo útil que
sería una red, pero no había redes a bordo del Kwembly; con las millas de cuerda que
había, era posible construir una, pero difícilmente parecía valer la pena.
Ocho horas de trabajo, interrumpidas por descansos ocasionales, que había
pasado charlando con Benj, dieron frutos positivos en tres de las ruedas dañadas de
nuevo en servicio. Algunas de sus partes no eran las originales. Beetchermarlf y los
demás habían improvisado con libertad, empleando tejidos y cuerdas mesklinitas,
además de polímeros y aleaciones alienígenas que tenían a mano. Las herramientas
eran suyas; su cultura había alcanzado altas cotas en artesanía, y objetos como sierras,
martillos y el espectro usual de herramientas de filo les eran familiares a los
marineros. El hecho de que estuviesen fabricadas con los equivalentes mesklinitas del
hueso o el cuerno y la concha no eran una desventaja, considerando la naturaleza

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general de los tejidos mesklinitas.
Volver a colocar las unidades reparadas en sus torniquetes necesitó fuerza, incluso
por estándares mesklinitas. También necesitó un gran esfuerzo con las herramientas,
puesto que el metal con los ajustes había sido deformado cuando las ruedas se
desgajaron. Las tres primeras tuvieron que ser colocadas en la fila cuarta, puesto que
la quinta estaba aplastada contra las piedras del lecho del río, y las otras tres,
demasiado altas para ser alcanzadas convenientemente. Beetchermarlf se inclinó ante
lo inevitable, fijó las ruedas donde buenamente pudo y volvió a emprender la
reparación de otras piezas.
El río continuaba bajando y la corriente decreciendo. Dondragmer ordenó al
timonel y a sus ayudantes desplazar su zona de debajo del casco, previendo lo que
sucedería al ceder la fuerza flotante bajo el Kwembly. Su precaución fue justificada,
pues con un ruido como de piedras molidas el vehículo se deslizó de su inclinación de
sesenta grados a unos treinta, poniendo dos filas más de ruedas al alcance del fondo y
forzando a dos trabajadores a lanzarse entre las piedras para evitar ser aplastados.
En este momento se hizo evidente que, aunque el agua continuase bajando, el
vehículo no lo haría más. Un punto en su costado, a un tercio de la proa, entre las
filas primera y segunda, descansaba ahora sobre una roca de dieciocho pies de
diámetro, medio enterrada en el lecho del río, un objeto imposible de desalojar, aun
sin el peso del Kwembly sobre él. Beetchermarlf continuó la tarea que se le había
asignado, pero no pudo evitar preguntarse cómo se proponía el capitán levantar su
nave de aquel promontorio. También sentía curiosidad por saber qué pasaría cuando
esto sucediese. La superficie rocosa que formaba el lecho del río era la última cosa en
que los diseñadores habían pensado como superficie de apoyo, y el timonel dudaba
seriamente de que pudiese correr sobre una base así. Los planetas de alta gravedad
tienden a ser bastante llanos, a juzgar por Mesklin (el único ejemplo disponible), y en
caso de que se presentase una zona donde la tracción pareciese dificultosa, los
diseñadores debían haber supuesto que lo único necesario estribaba en que la
tripulación se abstuviese de meterse en ella. Esto era otro buen ejemplo de la razón
por la que la exploración por medio de personas era generalmente mejor que la
automática.
Beetchermarlf, temporalmente en un humor filosófico, concluyó que
verosímilmente la previsión dependía mucho de la cantidad de experiencias
disponibles.
Dondragmer, que meditaba sobre el mismo problema de cómo liberar a su
vehículo, no se encontraba más cerca de la solución que su timonel unas cincuenta
horas después de haber encallado. El primer oficial y los científicos estaban
igualmente desconcertados. No aparecían preocupados, excepto el capitán, aunque su
sentimiento no era exactamente equivalente al sentimiento humano de preocupación.

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Había conservado para sí mismo y para Beetchermarlf (que estaba en aquel momento
en el puente) una conversación que había tenido unas cuantas horas antes con los
observadores humanos.
Había comenzado como un informe regular sobre los progresos, en tono
optimista. Dondragmer estaba dispuesto a admitir que todavía no había pensado en un
plan factible, pero no que fuese incapaz de pensar en alguno. Infortunadamente, había
incluido en la observación la frase: «Tenemos un montón de tiempo para pensarlo».
En el otro extremo, Easy se había sentido impulsada a no estar de acuerdo.
—Quizá no tanto como piensas. Por aquí algunos han estado pensando en esas
piedras. Son redondas, según tú informe y lo que vemos por el equipo del puente. La
causa más probable de que tengan esa forma, según nuestra experiencia, es por
arrastramiento sobre el lecho de un río o en una playa. Para mover rocas de ese
tamaño, se necesita una corriente tremenda. Tememos que la corriente que os ha
llevado hasta ahí es sólo una gota preliminar, el primer deshielo de la temporada, y si
no escapáis pronto, os enfrentaréis con una gran cantidad de agua bajando.
Dondragmer lo pensó brevemente.
—De acuerdo, pero ya estamos haciendo todo lo que podemos. O bien escapamos
a tiempo, o no lo lograremos. Si vuestros científicos pueden darnos algún tipo de
pronóstico específico sobre esta súper riada, por supuesto nos vendrá bien; de otra
forma, tendremos que seguir como hasta ahora. Dejaré aquí un hombre junto a la
radio, a menos que haya demasiado que hacer; en ese caso, llamad al laboratorio.
Supongo que debo agrandar la información. El capitán regresó al trabajo mientras
pensaba. No era un tipo que se aterrorizase; parecía más tranquilo en las situaciones
peligrosas que en una discusión personal. Su filosofía era básicamente la que acababa
de expresar: hacer todo lo posible en el tiempo disponible, sabiendo que éste se
terminaría tarde o temprano. De momento, sólo deseaba saber qué podía realizar.
La enorme roca era el problema principal. Estaba impidiendo la tracción a las
unidades conductoras, y no podía moverse al Kwembly con su propia energía hasta
que éstas no sólo tocasen el suelo, sino que se apoyasen sobre él fuertemente.
Seguidamente en la Tierra, o en el ecuador de Mesklin, podrían haberla movido a
base de músculo, pero no bajo la gravedad de Dhrawn. Hasta una roca de dos pies era
difícil de mover en aquel campo.
En el interior había aparejos que podían ser dispuestos para el alzamiento, pero
ninguno soportaría el peso del vehículo como una carga estática, aunque sus ventajas
mecánicas eran adecuadas.
Algunas ruedas (para ser exactos, cuatro) estaban en contacto con la propia roca,
causa de los problemas. Otras de la fila quinta tocaban el fondo. Ninguna de aquellas
estaba dotada en aquel momento de energía, pero podrían serles añadidos unos
transformadores. Si las cuatro de la roca, las delanteras y algunas de las ruedas de la

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fila quinta eran dotadas de motor, ¿por qué no podría el vehículo retroceder?
Podía. No había razón en absoluto para dudarlo. Sobre suelo llano, con una
tracción razonable, cuatro unidades bien espaciadas podían hacerlo. Con su peso
concentrado solamente en unas cuantas ruedas, la tracción debiera ser mejor de lo
normal, y un movimiento hacia atrás sería en su mayor parte cuesta abajo.
No fue a causa de falta de confianza en sí mismo por lo que Dondragmer delineó
este plan al ser humano de guardia: estaba anunciando sus intenciones, no pidiendo
consejo. El hombre que le oía no era ingeniero y aprobó despreocupadamente la idea.
Informó del hecho a Planificación de forma rutinaria para que la información fuese
distribuida. En consecuencia, llegó a un ingeniero al cabo de una hora, mucho antes
de que Dondragmer estuviese listo para llevar a cabo su plan. Provocó un
enarcamiento de cejas, un rápido examen de un modelo a escala del Kwembly, y dos
minutos de rápido trabajo consultando unas tablas.
El ingeniero era un pobre lingüista, pero ésta no era la única razón por la que
comenzó a buscar a Easy Hoffman. Él no conocía muy bien a Dondragmer ni tenía
idea sobre cómo reaccionarían los mesklinitas ante las críticas; había trabajado con
Drommian, puesto que algunos se relacionaban con el proyecto de Dhrawn, y le
pareció más seguro que fuese la encargada oficial de suavizar las tensiones la que
presentase el asunto. Cuando encontró a Easy, ésta le aseguró rápidamente que nunca
había visto a Dondragmer mostrar resentimiento por un aviso razonable, pero estuvo
de acuerdo en que su mejor conocimiento del stenno probablemente serviría de
ayuda, aunque el capitán hablaba fluidamente el lenguaje humano. Se fueron juntos a
la sala de Comunicaciones.
Como acostumbraba hacer cuando no estaba de guardia, Benj estaba allí. A estas
alturas se había hecho amigo de varios mesklinitas más, aunque Beetchermarlf
continuaba siendo su preferido. Sus largas horas de trabajo, como resultado del
accidente, no le habían impedido por completo la conversación, y el stenno de Benj
había mejorado mucho; ahora era casi tan bueno como su madre creía. Cuando Wasy
y el ingeniero llegaron, estaba escuchando a Takoorch, y no lamentó demasiado
interrumpir el intercambio con la noticia de que había un mensaje importante para el
capitán.
Dondragmer tardó varios minutos en presentarse en el puente; como el resto de la
tripulación, había estado trabajando casi sin descanso, aunque por suerte se
encontraba casualmente dentro cuando llegó la llamada.
—Aquí estoy, Easy —se oyó al fin su voz—. Tak dice que tenéis una llamada
urgente. Adelante.
—Se trata de la forma en que planeas descender de la roca, Don —comenzó ella
—. Por supuesto, aquí no tenemos la imagen total, pero hay dos cosas que preocupan
a nuestros ingenieros. Una es el hecho de que tus ruedas delanteras quedarán libres de

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la piedra, mientras todavía hay diez pies o más de casco —incluyendo parte del
puente— encima de ella. ¿Has tomado las medidas para ver si hay algún riesgo de
que el casco se golpee sobre la roca al girar las ruedas? Además, hacia el final de la
maniobra tendrás el casco soportado casi completamente por los extremos. El tren
neumático quizá distribuya la carga, pero aquí mi amigo no está seguro de que lo
haga; más aún, si tienes sólo el casco, en lugar del colchón, soportando la mitad del
peso del Kwembly, la gravedad de Dhrawn va a hacer un esfuerzo muy respetable
para romper en dos tu vehículo. ¿Has registrado eso?
Dondragmer hubo de admitir que no lo había hecho y que sería mejor que lo
hiciese así antes de que el proyecto fuese mucho más adelante. Concedió esto por
radio, dio las gracias a Wasy y a su amigo y salió por la compuerta principal que
había sido despejada hacía mucho tiempo.
En el exterior la corriente había bajado hasta un punto donde los cables salvavidas
ya no eran necesarios. La profundidad del agua era de unos siete pies, medidos desde
el nivel medio de las rocas más pequeñas. La línea del agua estaba indudablemente en
el nivel más conveniente posible para ver el cuadro completo. Tuvo que trepar en
parte por las rocas, una tarea difícil en sí misma, aunque ayudado por el hecho de que
tenía alguna capacidad de flotación; desde allí tuvo que seguir las ruedas delanteras
hasta un punto donde podía comparar la curvatura de la enorme roca y la de la baja
proa del Kwembly. No podía estar completamente seguro, puesto que mover el casco
hacia atrás cambiaría su inclinación, pero no le gustó lo que veía. Probablemente el
ingeniero humano tenía razón. No sólo existía el riesgo de dañar el casco, sino que la
barra de gobierno salía de éste justo por delante del colchón neumático mediante un
cierre mecánico casi hermético, ayudado por una cisterna líquida, y hacía sus
conexiones principales con el laberinto de cables. Un daño serio en la barra no
inmovilizaría al vehículo, puesto que había un duplicado a popa, pero no era un
riesgo que pudiera ser tomado despreocupadamente.
La respuesta a la situación estaba delante de él todo el tiempo, pero tardó casi otra
hora en verla. Un psicólogo humano, cuando más tarde se enteró del asunto, se sintió
muy molesto. Estaba buscando diferencias significativas entre la mente humana y la
mesklinita, y encontraba lo que él consideraba una cantidad indebida de puntos
similares.
Por supuesto, la solución requería trabajo. Incluso las piedras más pequeñas
resultaban pesadas. Sin embargo, ellos eran muchos, y no se necesitaba alejarse
demasiado para encontrar piedras en abundancia. Con toda la tripulación del
Kwembly trabajando, excepto Beetchermarlf y los que le ayudaban con las ruedas,
creció con bastante rapidez una rampa de piedras apiladas desde la popa del vehículo
atrapado hasta la roca.
Era una ayuda para Beetchermarlf. En cuanto dejaba lista una unidad de soporte

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dañada, se encontraba con que podía llegar a nuevos lugares de instalación que antes
estaban fuera de su alcance. Él y los que transportaban piedras terminaron casi al
mismo tiempo, excepto cuatro ruedas que había sido incapaz de reparar a causa de las
partes perdidas. Las había usado libremente, empleándolas en las necesidades de
algunas de las otras, y había dispuesto los inevitables baches en la tracción lo
suficientemente separados como para que el peso del vehículo estuviese distribuido
razonablemente bien. Para trabajar en la fila quinta, enterrada prácticamente en el
lecho del río, tuvo que desinflar aquel lado del colchón. Cuando las dos ruedas fueron
reemplazadas, hinchar el colchón de nuevo provocó que el casco temblase
ligeramente, con gran alarma de Dondragmer y de varios trabajadores que se
encontraban debajo; afortunadamente, el movimiento fue insignificante.
El capitán había pasado la mayor parte del tiempo moviéndose entre la radio,
donde continuaba esperando un pronóstico seguro sobre la próxima riada, y el lugar
de trabajo, donde dividía su atención entre el progreso de la rampa y la vigilancia de
la corriente. Cuando la rampa estuvo lista, el agua tenía menos de una yarda de
profundidad y la corriente había cesado por completo; estaban en una piscina, más
que en un río.
Era noche cerrada; el sol se había puesto hacía unas cien horas. El tiempo se
había aclarado completamente y los trabajadores en el exterior podían ver las estrellas
parpadeando violentamente. Su propio sol no resultaba visible; pocas veces lo era a
esta profundidad en la pesada atmósfera de Dhrawn. Por el momento, estaba
demasiado cerca del horizonte. Ni siquiera Dondragmer conocía con anterioridad si
estaba un poco por encima o un poco por debajo. Sol y Fomalhaut, que incluso los
menos informados de la tripulación sabían que eran los indicadores del sur, brillaban
y se movían sobre una baja eminencia, a unas cuantas millas en aquella dirección. La
línea imaginaria que los conectaba se había inclinado menos de veinte grados desde
el anochecer en la escala humana; los navegantes mesklinitas hubiesen dicho que
menos de cuatro.
Fuera del radio de las propias luces del Kwembly era casi totalmente negro.
Dhrawn no tiene luna; las estrellas no suministran más iluminación que en la Tierra o
en Mesklin.
La temperatura era casi la misma. Los científicos de Dondragmer habían estado
midiendo los alrededores tan perfectamente como lo permitía su equipo y sus
conocimientos; después enviaron los resultados a la estación de arriba. El capitán
había estado esperando tranquilamente alguna información de utilidad, a su vez,
aunque comprendía que los seres humanos no le debían nada. Después de todo, los
informes eran simplemente parte del trabajo que los mesklinitas se habían
comprometido a hacer en primer lugar.
También había sugerido a sus propios hombres que intentasen pensar un poco por

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su cuenta. La contestación de Borndender a lo que él consideró un sarcasmo había
sido que si los seres humanos le proporcionaban informes de otras partes de Dhrawn
y tiempos computados con los que establecer correlaciones, estaría encantado de
intentarlo. El capitán no había pretendido ser sarcástico; conocía perfectamente bien
la enorme diferencia entre explicar por qué una nave flota sobre agua o sobre
amoníaco y explicar por qué 2,3 milicables de lluvia 60-20 cayeron en la colonia
entre la hora 40 y la 100 del día 2. Sospechaba que el error de su investigador había
sido deliberado. A menudo los mesklinitas eran bastante humanos cuando buscaban
excusas, y Borndender estaba en aquel momento molesto por su propia falta de
utilidad. Sin mencionar abiertamente este aspecto del asunto, el capitán replicó que
las ideas útiles serían bienvenidas, y abandonó el laboratorio.
Hasta los científicos recibieron la orden de salir cuando llegó finalmente el
momento de utilizar la rampa. Borndender se irritó y murmuró algo mientras bajaba
sobre la naturaleza académica de la diferencia entre estar dentro o fuera del Kwembly
si sucedía algo drástico. Sin embargo, Dondragmer no había hecho una sugerencia;
había dado una orden, y ni siquiera los científicos le denegaban el derecho o la
competencia para hacerlo. Sólo el propio capitán, Beetchermarlf y un técnico llamado
Kensnee, del compartimiento de soporte vital, estarían a bordo cuando comenzase el
movimiento. Dondragmer había considerado actuar como su propio timonel y
arriesgarse con el equipamiento vital, pero reflexionó que Beetchermarlf conocía el
entramado de los cables mejor y era más probable que se diese cuenta si algo iba mal.
La energía interior no tenía que ver directamente con el movimiento, pero si algún
derrumbamiento o colapso de la rampa provocaba dificultades en el sistema de
soporte vital, era mejor tener algo a mano. Este sistema de soporte era todavía más
importante que el crucero. En una emergencia, la tripulación podría seguramente
caminar hasta la colonia llevando su equipo a cuestas, aunque el vehículo estuviese
inutilizado.
El razonamiento implicado en la orden de evacuación debería haber dejado a
Beetchermarlf y Kensnee a bordo, con todos los demás, el capitán incluido, mirando
desde el exterior. Dondragmer no estaba dispuesto a ser tan razonable. Permaneció a
bordo.
La tensión entre la multitud de seres oruguiformes agrupados en el exterior del
monstruoso casco aumentó cuando los conductores colocaron los cabos sueltos en sus
cadenas. Dondragmer estaba tranquilo, ya que no podía ver desde el puente a la tensa
multitud; Beetchermarlf podía sentir su humor, y estaba inquieto. Los humanos,
observándolo por medio de un equipo que había sido retirado de la sala de Soporte
Vital y asegurado sobre una roca que sobresalía del agua a unas cien yardas del
vehículo, no podían ver nada hasta que éste comenzase a moverse. Estaban todos en
calma, excepto Easy y Benj.

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El muchacho prestaba poca atención a la vista exterior. En su lugar, vigilaba la
pantalla del puente sobre la que podía verse parte de Beetchermarlf. Éste tenía un par
de pinzas sobre los cables de guardín, sujetándolos fuertemente; los otros tres pares
se movían con velocidad casi invisible entre las agarraderas de los cables de control
del motor, intentando compensar el tirón de las diferentes ruedas. No había procurado
proveer de energía más que a las diez usuales; los cables que normalmente las
interconectaban de forma que uno solo hiciese funcionar a todas, habían sido
dispuestos para control individual. Beetchermarlf estaba muy ocupado.
Cuando el Kwembly comenzó a retroceder, uno de los seres humanos comentó
explosivamente:
—¿Por qué demonios no han puesto controles remotos en ese puente, o por lo
menos indicadores de tracción y rotación? Ese pobre chinche se está volviendo loco.
No comprendo cómo puede decir si un particular equipo de llantas está agarrándose
al suelo, y mucho menos si responde a sus maniobras.
—Si tuviese unos indicadores llamativos, probablemente no podría —replicó
Mersereau—. Barlennan no quería en estos vehículos una maquinaria más sofisticada
de lo que su gente pudiese reparar sin ayuda, excepto cuando no hubiese elección
posible. Yo estuve de acuerdo con él, y también el resto del equipo de Planificación.
Mirad, está deslizándose tan suavemente como el hielo.
Un coro de expresivos gritos salió del micrófono, ensordecidos por el hecho de
que la mayor parte de los seres que los emitían estaban bajo el agua. Durante un largo
momento, una parte de las ruedas centrales giraron en el aire, mientras la popa del
Kwembly salía de la rampa y se desplazaba hacia atrás sobre el lecho del río. El
ingeniero que había avisado sobre el efecto de puente, cruzó los dedos e hizo girar los
ojos hacia arriba. Después la proa bajó al caer sobre la rampa las ruedas delanteras, y
una vez más el peso estuvo correctamente distribuido. La tensión del giro, que nadie
había considerado seriamente, se debilitó cuando el vehículo descansó sobre el
empedrado del lecho del río, relativamente llano, y se detuvo. La tripulación se
dividió y se desparramó bordeando la proa y la popa, dirigiéndose a la compuerta
principal, sin pensar nadie en recoger el comunicador. Easy decidió recordárselo al
capitán, pero decidió que sería más delicado esperar.
Dondragmer no había olvidado el instrumento. Cuando los primeros miembros de
la tripulación salieron de la superficie interna de la cisterna de la compuerta, su voz
pudo escucharse por los micrófonos.
—¡Kervenser! ¡Reffel! Sacad rápidamente los vehículos aéreos. Reffel, recoge el
comunicador que está fuera; asegúrate de que el obturador esté en el vehículo antes
de salir; después realiza un recorrido al norte y al este de diez minutos y vuelve.
Kervenser, al oeste y al sur durante el mismo tiempo. Borndender, informa cuando
todo tu equipo de toma de datos esté a bordo. Beetchermarlf y Takoorch al exterior,

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colocad de nuevo los cables de control del motor en su posición normal.
Su comunicador en el puente tenía puesto el sonido; por tanto, oyó y tradujo
aquellas órdenes, aunque la referencia a un obturador no fue entendida por ninguno.
Junto con sus colegas, observó con interés la pantalla del equipo exterior cuando los
dos diminutos helicópteros se elevaban desde la cubierta superior. Uno de ellos se
dirigió hacia el receptor y seguramente se posó fuera de su campo de vista. El otro
todavía seguía ascendiendo cuando salió de la pantalla, dirigiéndose hacia el oeste.
La imagen giró cuando el equipo fue recogido por Reffel y colocado en su lugar a
borde del helicóptero. Easy apretó ausentemente el botón con el fin de grabar las
escenas para futuros trabajos cartográficos, mientras el punto de vista se separaba del
suelo.
A Dondragmer le hubiese gustado ser capaz de ver la misma pantalla, pero sólo
podía esperar un informe verbal transmitido por Reffel, o uno directo, aunque
retrasado, de Kervenser. En realidad, Reffel no se molestó en retransmitir. Los vuelos
de diez minutos no produjeron ninguna información que demandase una entrega
acelerada.
Según Dondragmer informó a la audiencia humana, el resultado era que el
Kwembly se encontraba en un valle de unas cinco millas de anchura, con paredes de
roca desnuda, bastante escarpadas para Dhrawn. Los pilotos estimaron que la
pendiente era de veinte a treinta grados, y la altura, de unos cuarenta pies. Al oeste no
había señales de una nueva riada hasta donde había llegado Kervenser. Advirtió que
las rocas desparramadas por el suelo del valle se convertían en roca desnuda a una
milla o dos, y había numerosos estanques, como el que encerraba al Kwembly. Hacia
el este, las piedras y los estanques continuaban hasta el punto donde Reffel había
volado. Dondragmer sopesó durante un rato estos datos, después de transmitir esta
información al satélite. Luego ordenó a uno de los pilotos que volviese a salir.
—Kerv, sal otra vez. Los timoneles no terminarán hasta dentro de unas horas.
Vete hacia el oeste, siguiendo el valle tan lejos como puedas en una hora, y observa lo
más cerca que tus luces te permitan si hay alguna señal de que baje más agua. Tienes
tres horas, a menos que, por supuesto, encuentres algo o tengas que volver a causa de
la mala visibilidad. Yo voy a descansar. Antes de partir para tu misión, dile a
Stakendee que suba al puente.
Hasta los mesklinitas se cansaban, pero la idea de Dondragmer de que éste era el
momento apropiado para descansar un poco fue infortunada, como Barlennan le
indicó más tarde. Cuando el capitán insistió en que no habría podido hacer nada,
incluso si hubiese estado completamente alerta, su superior dio el equivalente
mesklinita a un gruñido de desprecio.
—Te las habrías arreglado para encontrar algo. Más tarde lo hiciste.
Dondragmer se abstuvo de señalar que esto demostraba que su omisión no había

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sido un error serio; pero tenía que admitir que en ese momento había parecido así.
Casi ocho horas después de la partida de Kervenser, un tripulante gritó ante la
puerta del alojamiento del capitán. Cuando Dondragmer respondió, el otro
comprendió la situación en una simple frase.
—Señor, Kervenser y los timoneles todavía están fuera, y el estanque de agua en
el que nos encontramos se ha helado.

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VI. EN LA TRASTIENDA

La impaciencia y la irritación eran notorias en el laboratorio de Planificación,


pero hasta entonces no se había producido ningún altercado. Ib Hoffman, quien hacía
menos de dos horas que había vuelto de una visita de un mes a la Tierra, y Dromm no
habían hecho más que pedir información. Sentada a su lado, Easy no había dicho
hasta entonces nada en absoluto, pero veía que pronto habría que hacer algo para
encaminar la conversación por canales constructivos. Cambiar la línea de actuación
básica del proyecto podría ser una buena idea; a menudo lo era. Pero ahora mismo era
inútil que las personas en aquel extremo de la mesa malgastasen el tiempo culpándose
unos a otros por la política actual. Todavía menos útil era la pelea de los científicos
en el otro extremo. Aún estaban preguntándose por qué un lago se hiela cuando la
temperatura estaba subiendo. Una respuesta útil podría conducir a una acción útil,
pero a Easy esto le parecía un tema para el laboratorio, más que para una sala de
conferencias.
Si su esposo no participaba pronto en la otra discusión, ella misma tendría que
hacer algo.
—Ya he oído antes todo ese aspecto de la cuestión, y sigo sin creérmelo —
atacaba Mersereau—. Hasta cierto punto, es de sentido común; pero creo que lo
hemos sobrepasado con mucho. Comprendo que cuanto más complejo sea el equipo,
menos personas se necesitan para atenderlo; pero también se necesitan más aparatos
especializados y personal entrenado para mantenerlo y repararlo. Si los vehículos
estuviesen tan automatizados como quería alguna gente, nos las hubiésemos
arreglado con un centenar de mesklinitas en Dhrawn, en vez de un par de miles; eso
al principio, mas probablemente todas las máquinas estarían por ahora inservibles,
porque no hubiésemos podido mandar todo el equipo de apoyo y personal que
hubiesen necesitado. Todavía no existen suficientes mesklinitas entrenados
técnicamente. Yo estuve de acuerdo; Barlennan también; como dije, era de sentido
común.
»Pero tú y, por alguna razón, Barlennan llegasteis más allá. Él estaba en contra de
la inclusión de helicópteros. Sé que había algunas personas en el proyecto que
suponían que nunca podría enseñarse a volar a un mesklinita, y quizá lo que motivaba

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a Barlennan era su aerofobia racial; pero por lo menos fue capaz de comprender que
sin la exploración aérea los vehículos no se atreverían a viajar más que unas cuantas
millas por hora sobre terreno nuevo y que llevaría más o menos una eternidad cubrir
sólo Low Alfa a esa marcha. Con esto, le convencimos.
»Hubo un montón de material que nos hubiese gustado proporcionarle. Habría
sido útil, y hubiese compensado llevarlo, mas nos convenció para no utilizarlo. Nada
de armas; de acuerdo en que probablemente hubiesen resultado inútiles. Pero,
¿ningún equipo de radio de corto alcance? ¿Ningún intercomunicador en la colonia?
Es una estúpida tontería que Dondragmer tenga que llamarnos a seis millones de
millas de distancia y pedirnos que retransmitamos sus informes a Barlennan en la
colonia. Generalmente no es importante, puesto que Barí no podría ayudarle
físicamente y el retraso no significa mucho, pero en el mejor de los casos es tonto.
Ahora que el principal compañero de Don ha desaparecido, seguramente dentro de las
cien millas alrededor del Kwembly y posiblemente a menos de diez, sin posibilidad de
entrar en contacto con él en la galaxia ni desde aquí ni desde el vehículo, la situación
es crítica. ¿Qué tiene Barí contra las radios, Alan? ¿Y qué tienes tú?
—Justo la razón que tú mismo acabas de dar —contestó Aucoin con sólo un
rastro de mordacidad—: el problema del mantenimiento.
—Estás loco. No hay ningún problema de mantenimiento con un comunicador
simplemente vocal, incluso con uno visual. Según tengo entendido, había cuatro en
Mesklin en el primer viaje de Barlennan patrocinado desde el exterior hace unos
cincuenta años, y ninguno de ellos provocó la más ligera molestia. Ahora mismo hay
sesenta en Dhrawn, sin el menor problema en el año y medio que han estado allí.
Barlennan debe saberlo, y ciertamente tú lo sabes. Además, ¿por qué retransmitimos
vocalmente los mensajes que nos envían? Podríamos hacerlo automáticamente, en
lugar de tener a una banda de intérpretes desmenuzándolo todo (lo siento, Easy). No
me digas que habría en esta estación un deficiente mantenimiento de una unidad de
retransmisión. ¿Quién quiere tomar el pelo a quién?
Easy se estremeció; esto se acercaba peligrosamente a ser objeto de pelea. Su
esposo, sin embargo, sintió el movimiento y tocó su brazo en un gesto que ella
comprendió. Él se encargaría del asunto. Sin embargo, dejó que Aucoin contestase.
—Nadie está intentando engañar a nadie. No quiero decir mantenimiento del
equipo, y admito que escogí mal las palabras. Debería haber dicho de la moral. Los
mesklinitas son una especie competente y con una gran seguridad en sí mismos, por
lo menos los representantes que más hemos visto. Navegan sobre miles de millas de
océano en esos ridículos grupos de balsas, completamente fuera de contacto con la
base y lejos de toda ayuda durante meses seguidos, exactamente como hacían los
seres humanos hace unos cuantos siglos. Pensamos que hacer la comunicación
demasiado fácil minaría su seguridad. Admito que esto no es un dogma; los

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mesklinitas no son humanos, aunque sus mentes se parezcan mucho a las nuestras.
Hay un factor importante cuyo efecto no podemos evaluar, y quizá nunca podamos.
No sabemos la duración normal de su vida, si bien está claro que es mucho más larga
que la nuestra. Sin embargo, Barlennan estuvo de acuerdo con nosotros sobre la
cuestión de la radio. Como tú dijiste, fue él quien lo sacó a relucir, y nunca se ha
quejado de la dificultad de la comunicación.
—A nosotros, no —intervino en este momento Ib Hoffman.
Aucoin pareció sorprendido; después, perplejo.
—Sí, Alan, eso he dicho. No se ha quejado ante nosotros. Lo que piense de ello
privadamente, ninguno de nosotros lo sabe.
—Pero ¿por qué no iba a quejarse, o incluso a pedir radios, si ha llegado a darse
cuenta de que debería tenerlas?
El planificador no iba por completo desencaminado, pero Easy observó con
aprobación que había perdido su tono defensivo.
—No sé por qué —admitió Hoffman—. Simplemente recuerdo lo que aprendí
sobre nuestros primeros tratos con Barlennan hace unas pocas décadas. Durante la
mayor parte de la misión Gravedad fue un agente altamente cooperativo, un adorador
de los misteriosos alienígenas de la Tierra, Paneshk, Drom y aquellos otros exóticos
lugares en el cielo, haciéndonos nuestro trabajo justo cuando se lo pedíamos;
después, al final, repentinamente nos atracó en un chantaje que cinco seres humanos,
siete paneshks y nueve drommians de cada diez todavía piensan que nunca debimos
pagar. Sabes tan bien como yo que enseñar tecnología avanzada, o incluso ciencia
básica, a una cultura que todavía no está en su revolución mecánica enfurece a los
ecologistas, porque piensan que todas las razas debieran tener derecho a pasar su
propio tipo de dolores de crecimiento; hace sublevarse a los xenófobos, porque
estarnos armando contra nosotros a los malvados alienígenas; provoca las críticas de
los historiadores, porque estamos enterrando datos inapreciables, y molesta a los tipos
administrativos, porque tienen miedo de que estemos creando problemas que todavía
no han aprendido a resolver.
—Los xenófobos son el problema principal —dijo Mersereau—. Esos chiflados
dan por sentado que todas las especies no humanas serían un enemigo si tuviesen la
capacidad técnica. Ésa es la razón por la que sólo hemos dado a los mesklinitas
material que no puedan duplicar por sí solos, como las unidades de fusión; cosas que
no podrían ser desarmadas y estudiadas en detalle sin unas cinco fases de equipo
intermedio, como cámaras de difracción de los rayos gamma, que los mesklinitas
tampoco tienen. El argumento de Alan parece bueno, pero sólo es una excusa. Sabes
tan bien como yo que podrías entrenar en dos meses a un mesklinita para volar en una
nave automatizada en parte de forma razonable si los controles fuesen modificados
para sus pinzas y que en esta estación todos los científicos darían los tres cuartos de

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su sangre por bajar a la superficie de Dhrawn cargas de utensilios físicos e
instrumentos que ellos habrían improvisado.
—Eso no es completamente verdad, aunque hay elementos ciertos —dijo
Hoffman calmosamente—. Estoy de acuerdo con tu sentimiento personal sobre los
xenófobos, pero es un hecho que, estando la energía tan barata que un carguero
interestelar puede amortizar el coste de su construcción en cuatro o cinco años, una
guerra interestelar no resulta tan claramente imposible como se supuso una vez.
Además, tú sabes por qué esta estación tiene habitaciones tan enormes, por
incómodas que las encontremos algunos y por ineficientes para algunos propósitos.
El drommian medio, si hubiese aquí una habitación donde no pudiese entrar,
afirmaría que contenía algo deliberadamente mantenido en secreto. Ellos no tienen el
concepto de intimidad, y por nuestros estándares la mayoría están seriamente
paranoicos. Si cuando tuvimos el primer contacto no hubiésemos decidido compartir
la tecnología con ellos, hubiésemos creado un planeta de xenófobos muy
competentes, mucho más peligroso que cualquier cosa que la Tierra haya producido.
No creo que los mesklinitas reaccionasen de igual forma, pero todavía pienso que
fundar el Colegio en Mesklin fue la actuación política más inteligente desde que
admitieron al primer drommian en el M.I.T.
—Pero los mesklinitas tuvieron que chantajearnos para que hiciéramos eso.
—Por desgracia, es verdad —admitió Hoffman—; mas todo eso es un asunto
secundario. La cuestión ahora es que no sabemos lo que Barlennan piensa o planea en
realidad. Podemos, sin embargo, estar perfectamente seguros de que no accedió sin
una buena razón a llevar a dos mil compatriotas, incluyéndose a sí mismo, a un
mundo casi completamente desconocido y muy peligroso hasta para una especie
como la suya.
—Nosotros le dimos una buena razón —señaló Aucoin.
—Sí. Intentamos imitarle en el arte del chantaje. Accedimos a mantener el
Colegio de Mesklin, por encima de las objeciones de mucha de nuestra gente, si él
hacía el trabajo de Dhrawn para nosotros. Por ninguna de las partes se hizo referencia
a un pago material, aunque los mesklinitas son perfectamente conscientes de la
relación entre conocimiento y riqueza material. Estoy completamente dispuesto a
admitir que Barlennan es un idealista, pero no estoy seguro de cuánto chauvinismo
hay en su idealismo o de lo lejos que le llevará.
»Además, todo esto no es el problema ahora. No deberíamos preocuparnos por el
equipo que escogimos para los mesklinitas. Ellos estuvieron de acuerdo, fuesen las
que fuesen sus reservas privadas. Pero aún estamos en posición de ayudarles con
información sobre hechos físicos que no conocen y que difícilmente sus científicos
pueden esperar descubrir por sí solos. Tenemos computadores de alta velocidad.
Ahora mismo tenemos una máquina exploradora extremadamente cara, helada en un

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lago de Dhrawn, junto con un centenar de seres humanos que quizá sean personal
para algunos, pero para los demás son individualidades. Si queremos cambiar nuestra
línea de acción e insistir en que Barlennan acepte una nave cargada con nuevo
equipo, espléndido; mas no es el problema actual, Boyd. No sé qué podríamos enviar
ahora allá abajo que sirviese en lo más mínimo a Dondragmer.
—Supongo que tienes razón, Ib, pero no puedo evitar pensar en Kervenser y en
que hubiese sido mucho mejor si…
—Recuerda que podría haberse llevado uno de los comunicadores. Dondragmer
tenía tres, además del situado en el puente, todos ellos portátiles. La decisión de
llevarlos o no pertenece estrictamente al propio Kervenser y a su capitán. Dejemos dé
pensar en lo que pudiese haber sido e intentemos hacer algunos planes constructivos.
Mersereau se sometió, algo irritado con Ib por sus últimas palabras, pero con
resentimiento hacia la actitud de Aucoin, distraído por el momento. El planificador
tomó de nuevo la guía de la conversación, mirando hacia el otro extremo de la mesa,
donde los científicos estaban ahora silenciosos.
—Muy bien, doctor McDevitt. ¿Han efectuado algún acuerdo sobre lo que
probablemente sucedió?
—No completamente, pero hay una idea que vale la pena examinar. Como sabéis,
los observadores del Kwembly han estado informando de una temperatura casi
constante desde que la niebla se aclaró. Ningún enfriamiento radiacional; en todo
caso, una ligera tendencia al calentamiento. Las lecturas barométricas en ese lugar
han estado subiendo muy lentamente desde que la máquina encalló; las lecturas
anteriores carecen de significado, a causa del incierto cambio en la elevación. Las
temperaturas han estado muy por debajo de los puntos de congelación tanto del agua
como del amoníaco puros, pero algo por encima del eutético del amoníaco y el
monohidrato de agua. Nos estamos preguntando si el deshielo inicial no podría haber
sido causado por la niebla de amoníaco reaccionando con el aguanieve sobre el que el
Kwembly se deslizaba. Dondragmer temía esa posibilidad, y si fuera así, la
congelación actual podría ser debida a la evaporación del amoníaco del eutético.
Necesitaríamos datos sobre el amoníaco relativo…
—¿Qué? —interrumpieron casi al unísono Hoffman y Aucoin.
—Lo siento. La presión parcial del amoníaco es relativa al valor de saturación; el
equivalente de la humedad, relativo al agua. Para confirmar o abandonar la idea
necesitaríamos datos sobre eso, y por supuesto, los mesklinitas no los han tomado.
—¿Hubiesen podido?
—Estoy seguro de que podríamos encontrar una técnica con ellos. No sé cuánto
tiempo llevaría. El vapor de agua no constituirá un problema; su presión de equilibrio
es cuatro o cinco décimas más pequeña que la del amoníaco en esa clase de
temperatura. No debería ser muy difícil.

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—Comprendo que esto es una hipótesis más que una realidad completamente
desarrollada. ¿Resulta suficientemente aceptable para basar alguna acción sobre ella?
—Eso dependería de qué clase de acción.
Aucoin hizo un gesto de impaciencia, y el físico atmosférico continuó
apresuradamente.
—Es decir, yo no me arriesgaría a un esfuerzo de todo o nada sólo sobre eso; pero
estoy dispuesto a intentar cualquier cosa que no obligue al Kwembly a terminar con
algún suministro importante o que le ponga en serio peligro.
El planificador asintió.
—De acuerdo —dijo—. ¿Preferiríais estar aquí y suministrarnos más ideas, o
sería más efectivo hablar sobre ésta con los mesklinitas?
McDevitt hizo un gesto con los labios, y pensó durante un momento.
—Hemos estado hablando con ellos con bastante frecuencia, pero supongo que es
más probable que algo bueno salga de esa dirección que…
Se detuvo, mientras Easy y su esposa ocultaban sonrisas.
Aucoin asintió, aparentando no haber advertido el paso en falso.
—De acuerdo. Vuelve a Comunicación. ¡Buena suerte! Haznos saber si tú o ellos
encontráis algo más que valga la pena.
Los cuatro científicos asintieron y se marcharon juntos. Los diez miembros de la
conferencia que se quedaron estuvieron silenciosos durante unos minutos antes de
que Aucoin dijese lo que todos, menos uno, pensaban.
—No nos engañemos —dijo lentamente—. La verdadera discusión llegará
cuando retransmitamos este informe a Barlennan.
Ib Hoffman se irguió bruscamente.
—¿Todavía no lo habéis hecho? —inquirió violentamente.
—Únicamente durante el encallamiento original Easy les comunicó esto y
algunos informes ocasionales sobre los trabajos de reparación; más todavía nada
sobre la nave.
—¿Por qué no?
Easy podía leer señales de peligro en la voz de su esposo, y se preguntó si quería
suavizarlo o no. Aucoin pareció sorprendido ante la pregunta.
—Sabes por qué tan bien como yo. No será muy diferente que se enterasen de
esto ahora, dentro de diez horas o cuando Dondragmer regrese a la colonia. No hay
nada que Barlennan pueda intentar inmediatamente para ayudarle, y lo único que
puede hacer no es lo que nosotros preferiríamos.
—¿Y qué es eso? —intervino dulcemente Easy. Ya había decidido qué línea de
acción debía seguir.
—Eso es, como sabes muy bien, enviar uno de los dos vehículos que todavía
están en la colonia a rescatar el Kwembly, como quería hacer con el Esket.

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—¿Y tú todavía te opones?
—Ciertamente, por las mismas razones que antes, si bien admito que Barlennan
aceptó aquella vez. No se trata sólo de que tengamos otros planes específicos para
esos dos vehículos, aunque eso también cuenta. Piensa lo que quieras, Easy, pero yo
no considero una vida poco importante simplemente porque no sea una vida humana.
Sin embargo, sí me opongo a malgastar tiempo y recursos. Cambiar nuestra forma de
actuar en medio de una operación, generalmente implica alterar las dos cosas.
—Pero si proclamas que las vidas mesklinitas significan para ti tanto como las
humanas, ¿cómo puedes hablar de malgastar?
—Tú no piensas, Easy. Lo comprendo, y en realidad no te culpo, pero estás
ignorando el hecho de que el Kwembly está a unas diez mil millas por aire de la
colonia y a unas trece mil por el camino que ellos siguieron. Un vehículo de rescate
no hubiese podido seguramente recorrer eso en menos de doscientas o doscientas
cincuenta horas. La última parte, la que el Kwembly atravesó al ser arrastrado por un
río, podría no ser encontrada, y las últimas cuatro mil millas a través del campo de
nieve quizá no sean transitables.
—Podríamos darle direcciones con vistas al satélite.
—Podríamos hacerlo, sin duda. Sin embargo, a menos que Dondragmer logre
salir con su tripulación y su vehículo de su problema actual, nada de lo que Barlennan
le envíe le serviría probablemente de ayuda, si el Kwembly está en peligro real e
inmediato. Si no lo está, si sólo se trata de permanecer detenido por el hielo como un
ballenero del siglo XIX, con su sistema vital de circuito cerrado, tiene suministros
indefinidamente y transformadores de fusión, mientras nosotros y Barlennan
podemos planear un rescate agradable y placentero.
—Como el del Esket de Destigmet —replicó la mujer con cierta amargura—.
Lleva allí siete meses, y tú rehúsas hablar sobre el rescate entonces y ahora.
—Ésa era una situación muy diferente. El Esket sigue estando allí, sin cambios,
según lo que sus equipos de visión nos dicen, pero su tripulación ha desaparecido. No
tenemos ni la más ligera idea de lo que les sucedió, pero puesto que no están a bordo
y no han estado durante todo este tiempo, es imposible creer que todavía vivan. Los
mesklinitas no podrían vivir siete meses en Dhrawn sin mucho más equipo que sus
trajes especiales, a pesar de todas sus habilidades y de su admirable resistencia física.
Easy no contestó. En pura lógica, Aucoin tenía toda la razón; pero Easy no podía
aceptar la idea de que la situación era puramente lógica. Ib conocía sus sentimientos,
y decidió que había llegado el momento de cambiar otra vez de rumbo. Hasta un
punto compartía la opinión del planificador sobre política básica; también sabía por
qué su mujer no podía compartirla.
—El problema real, inmediato según yo lo veo —intervino Hoffman—, es el que
tiene Don con los hombres que todavía están en el exterior. Según tengo entendido,

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dos están debajo del hielo y nadie parece saber si ese estanque está helado hasta el
fondo. A juzgar por el trabajo que se suponía que iban a hacer, en cualquier caso
están en algún punto entre las ruedas del Kwembly. Supongo que eso significa un
sencillo trabajo de picar y buscar. No tengo ni idea de qué probabilidades de vida
tiene un mesklinita con traje especial soportando una cosa así. La temperatura no les
molestará, a pesar de encontrarse tan por debajo del punto de fusión del hielo; pero
no sé qué otras limitaciones fisiológicas puedan tener. El primer oficial de Don
también ha desaparecido durante un vuelo de helicóptero. No podemos ayudarle
directamente, puesto que no se llevó un comunicador, pero hay otro helicóptero
disponible. ¿Nos ha pedido Dondragmer que le ayudemos mientras buscamos a su
piloto con la otra máquina y un equipo de visión?
—Hasta hace media hora no lo había hecho —replicó Mersereau.
—Entonces aconsejo vivamente que se lo insinuemos nosotros.
Aucoin asintió aprobadoramente y miró hacia la mujer.
—Yo diría que es un trabajo para ti, Easy.
—Si nadie se me ha adelantado.
Se levantó, pellizcó la oreja de Ib al pasar y abandonó la habitación.
—El siguiente punto —continuó Hoffman—. Suponiendo que puedas tener razón
al oponerte a una expedición de rescate desde la colonia, creo que ya es hora de que
Barlennan fuese puesto al día sobre el Kwembly.
—¿Por qué crear más problemas de los que necesitamos? —devolvió Aucoin—.
No me gusta discutir con nadie, especialmente cuando el otro en realidad no tiene por
qué escucharme.
—No creo que tengas que discutir. Recuerda que la otra vez él estuvo de acuerdo.
—Hace unos cuantos minutos dijiste que no estabas seguro de la sinceridad de sus
palabras.
—No lo estoy, pero si esa vez hubiese estado fuertemente en contra nuestra,
habría hecho lo que quería y enviado una brigada en ayuda del Esket. Recuerda que
lo hizo un par de veces cuando un vehículo estuvo en dificultades.
—Eso fue mucho más cerca de la colonia, y finalmente aprobamos la acción —
devolvió Aucoin.
—Sabes tan bien como yo que la aprobamos porque preveíamos que iba a hacerlo
de todas formas.
—La aprobamos, Ib, porque tu mujer estaba las dos veces del lado de Barlennan y
nos convenció. De paso, tu argumento es un punto en contra de comunicarle la
situación actual.
—¿De qué lado estaba ella durante la pelea del Esket? Sigo pensando que
deberíamos contarle pronto a Barlennan la situación actual. Dejando a un lado la pura
honradez, cuanto más esperemos más seguro es que tarde o temprano averiguará que

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hemos estado censurando los informes de la expedición.
—Yo no lo llamaría censurar. Nunca hemos cambiado nada.
—Pero muchas veces has retrasado la transmisión, mientras decidías lo que
debería conocer, y como dije antes, no creo que eso sea lo que decidimos pactar con
él. Perdona mis sentimientos reaccionarios, pero por motivos puramente egoístas
haríamos bien en conservar su confianza cuanto más tiempo mejor.
Varios de los otros miembros que hasta este momento habían escuchado en
silencio, irrumpieron a hablar casi al mismo tiempo cuando Hoffman expresó este
sentimiento. Aucoin necesitó varios segundos para desarrollar sus ideas, pero pronto
se hizo claro que el sentimiento del grupo estaba con Ib. El presidente se rindió
graciosamente; su técnica no incluía el quedarse delante del toro.
—Muy bien, le pasaremos a Barlennan el informe completo en cuanto nos
separemos —miró hacia el ganador—. Es decir, si la señora Hoffman no lo ha
mandado ya. ¿Cuál es el punto siguiente?
Uno de los hombres, quien se había limitado a escuchar hasta aquel momento,
hizo una pregunta.
—Perdonadme si no os he seguido bien hace unos pocos minutos. Ib, tanto tú
como Alan decís que Barlennan estuvo de acuerdo con la política del proyecto de
limitar al mínimo la cantidad de equipamiento sofisticado que su expedición iba a
utilizar. Yo también lo entendí así; pero tú, Ib, acabas de mencionar que tienes dudas
sobre la sinceridad de Barlennan. ¿Alguna de esas dudas proviene de su aceptación
de los helicópteros?
Hoffman movió la cabeza.
—No. Los argumentos que empleamos para su necesidad fueron buenos, y lo
único que me sorprendió fue que Barlennan no se adelantase y aceptase el equipo sin
discusión.
—Pero los mesklinitas son aerofóbicos por naturaleza. Para alguien de un mundo
así, la idea de volar debe ser inimaginable.
Ib sonrió lúgubremente.
—Es verdad. Pero una de las primeras cosas que Barlennan hizo después de
cerrar el trato con la gente de la misión Gravedad y comenzar a aprender ciencia
básica fue diseñar, construir y volar en un globo de aire caliente por la zona polar de
Mesklin donde la gravedad es más alta. Lo que motivó a Barlennan no fue aerofobia.
No dudo exactamente de él; simplemente no estoy seguro de lo que piensa, si me
perdonáis un juego de palabras bastante tosco.
—De acuerdo —intervino Aucoin—. Creo que nos estamos quedando secos.
Sugiero que durante seis horas, por ejemplo, nos separemos. Podemos pensar, bajar a
Comunicación y escuchar a los mesklinitas o hablar con ellos; cualquier cosa que
mantenga vuestros pensamientos sobre la cuestión de Dhrawn. Ya conocéis mis ideas

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sobre eso.
—Ahí es donde han estado las mías —era Ib el que hablaba—. Cada vez que uno
de los vehículos encuentra problemas, pienso en el Esket, incluso cuando el problema
es plenamente natural.
—Me imagino que lo mismo hacemos todos —admitió Aucoin.
»Cuanto más pienso en ello, más me parece que su tripulación debe haberse
encontrado con una oposición inteligente. Después de todo, sabemos que en Dhrawn
hay vida, aparte de los arbustos y seudoalgas que hemos encontrado. Eso no
explicaría cuantitativamente dicha atmósfera; tiene que haber en alguna parte un
sistema ecológico completo. Supongo que en las regiones de temperatura más altas.
—Como Low Alfa —Hoffman completó la idea—. Sí, no existen amoníaco y
oxígeno libres en el mismo ambiente durante mucho tiempo en la escala temporal de
un planeta. Yo podría creer en la posibilidad de una especie inteligente. No hemos
encontrado ninguna señal de ella desde el espacio y las brigadas mesklinitas tampoco,
a menos que lo hiciera el Esket; pero diecisiete billones de millas cuadradas de
planeta proporcionan un montón de razones. La idea es factible, y no eres el primero
en concebirla, pero no sé adonde nos lleva. Según Easy, Barlennan también pensó en
ello y en enviar otro vehículo a la zona donde el Esket se había perdido, con la misión
específica de buscar y contactar con cualquier inteligencia que pudiese estar allí; pero
hasta Barlennan dudaba en emprender ese tipo de búsqueda. Ciertamente, nosotros no
lo hemos impulsado a hacerlo.
—¿Por qué no? —interrumpió Mersereau—. Si pudiésemos entrar en contacto
con nativos, como hicimos en Mesklin, el proyecto podría funcionar realmente. No
tendríamos que depender tanto de…
Aucoin sonrió lúgubremente.
—Precisamente —dijo—. Ahora has encontrado una buena razón para cavilar
sobre la franqueza de Barlennan. No estoy diciendo que sea un político de corazón
helado que expondría las vidas de sus hombres sólo para tener echado el cerrojo
sobre la operación de Dhrawn, pero cuando finalmente accedió a no enviar el Kalliff
en la misma dirección, la tripulación del Esket ya estaba con bastante seguridad más
allá de todo rescate.
—Aunque hay otro punto —dijo Hoffman pensativamente.
—¿Cuál?
—No estoy seguro de que valga la pena mencionarlo, puesto que no podemos
evaluarlo; pero el Kwembly está a las órdenes de Dondragmer, que es un antiguo
asociado de Barlennan y que, según un razonamiento normal, debiera ser amigo muy
íntimo suyo. ¿Hay alguna posibilidad de que, al estar implicado, influya sobre el
juicio de Barl en cuanto a un viaje de rescate, o de que incluso le haga ordenar uno en
contra de su propio raciocinio? Yo tampoco creo que esa oruga sea simplemente una

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máquina administrativa. La frialdad de su sangre es algo puramente físico.
—Yo también he cavilado sobre eso —admitió el planificador principal—. Hace
unos meses, me sorprendió mucho que dejase salir a Dondragmer. Tenía la impresión
de que no quería que corriese grandes riesgos. No me preocupó demasiado. La verdad
es que nadie conoce bastante la psicología mesklinita en general o la de Barlennan en
particular para basar sobre ello una planificación seria. Si alguien lo hace, Ib, es tu
mujer, y ella no puede, o no quiere, traducir en palabras lo que comprende. Como
dices, no estamos en condiciones de dar ningún valor a la posibilidad de la influencia
de la amistad. Solamente podemos añadirla a la lista de preguntas. Oigamos alguna
idea sobre esos tripulantes que presumiblemente se hallan congelados bajo el
Kwembly, y después nos separaremos.
—Un transformador de fusión conservaría una resistencia calorífera grande en
funcionamiento, y unos fusibles no son un equipamiento muy complejo —señaló
Mersereau—. Los caloríferos tampoco son piezas de equipo demasiado desdeñables
en Dhrawn. Si solamente…
—Pero no lo hicimos —interrumpió Aucoin.
—Sí lo hicimos, si me dejas terminar. En el Kwembly hay los suficientes
transformadores como para hacerle despegar del planeta, si su energía pudiese ser
aplicada a un trabajo semejante. A bordo debe haber algún metal que pueda ser
convertido en resistencias o arcos. No sé si los mesklinitas podrían manipular objetos
así. Quizá haya un límite incluso a su tolerancia de la temperatura; podríamos
preguntarles si han pensado en algo así.
—Te equivocas en una cosa. Sé que tanto en el equipo como en los suministros de
esos vehículos hay muy poco metal, y me asombraría que la cuerda mesklinita
resultase un buen conductor. No soy químico, pero cualquier cosa unida tan
firmemente como ese material debe tener sus electrones muy bien colocados en su
sitio. De todas formas, conviene comprobarlo con Dondragmer. Seguramente Easy
está todavía en Comunicación; ella puede ayudarte si al otro extremo no están de
guardia mesklinitas lingüísticamente bien preparados. Se suspende la reunión.
Mersereau asintió, dirigiéndose al tiempo hacia la puerta, y la reunión se disolvió.
Aucoin siguió a Mersereau por la misma puerta; la mayoría salieron en otras
direcciones. Únicamente Hoffman permaneció sentado en la mesa. Sus ojos no
enfocaban ningún punto en particular, y en su rostro aparecía un ceño que le hacía
aparentar más de sus cuarenta años.
Le gustaba Barlennan. Dondragmer le gustaba todavía más, lo mismo que a su
mujer. No tenía motivos para la más ligera queja sobre el progreso de la investigación
en Dhrawn; considerando las normas que él mismo había ayudado a precisar,
tampoco los tenía el resto de los planificadores. No había ninguna razón concreta en
absoluto, excepto un truco de hacía medio siglo, para desconfiar del comandante de

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los mesklinitas. Difícilmente podía creerse que quisiera mantener alejados a los
hipotéticos nativos de Dhrawn. Después de todo, los problemas de transferir la
responsabilidad del proyecto de investigación en Dhrawn a tales seres, si es que
existían, todavía provocarían más retrasos, y seguramente Barlennan comprendería
esto.
Las ocasiones eventuales de desacuerdo entre los exploradores y los
planificadores eran pocas. Era el tipo de asunto que, por ejemplo, con los drommians
sucedía diez veces más a menudo. No, no había razón para suponer que los
mesklinitas ya estuviesen embarcados en planes independientes.
Sin embargo, Barlennan no había querido helicópteros, aunque finalmente
hubiese accedido a aceptarlos. Era el mismo Barlennan quien había construido y
tripulado un globo de aire caliente, como su primer ejercicio en ciencia aplicada.
No había enviado ayuda al Esket, aunque todos los gigantescos vehículos eran
necesarios para el proyecto, a pesar del hecho de que más de cien de sus hombres
estaban a bordo.
Había rehusado radios de alcance local, por útiles que fuesen. El argumento
empleado contra ellas fue que un profesor testarudo las usaría en una situación
escolar, pero aquello era la vida real y mortalmente seria.
Cincuenta años antes no sólo había saltado de alegría ante la oportunidad de
adquirir conocimientos alienígenas, sino que también había maniobrado
deliberadamente para forzar a sus patrocinadores no mesklinitas a dárselos.
Ib Hoffman no podía liberarse de la idea de que Barlennan estaba otra vez
haciendo algo clandestino.
Se preguntó qué pensaría Easy de todo esto.

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VII. ATRAPADOS POR EL HIELO

Beetchermarlf y Takoorch, como el resto de la tripulación del Kwembly, fueron


sorprendidos por la congelación del lago. Durante varias horas ninguno había tenido
un momento para mirar a su alrededor, puesto que el laberinto de finos cables en el
que se centraba su atención era considerablemente más complicado que, por ejemplo,
el cordaje de un buque de vela. Los dos sabían exactamente lo que tenían que hacer, y
había poca necesidad de conversación. Incluso aunque sus ojos se hubiesen apartado
de su tarea, no había mucho que ver. Se hallaban bajo la inmensa masa del vehículo,
techados por el «colchón» neumático que distribuía el peso entre las ruedas,
parcialmente ocultos por las mismas ruedas y por la negrura de la noche de Dhrawn,
que ocultaba todo más allá del radio de sus pequeñas luces portátiles.
Por tanto, no habían visto, como tampoco los marineros en el interior de la nave,
los diminutos cristales que comenzaron a formarse sobre la superficie del lago y a
aposentarse en el fondo, brillando y centelleando bajo los focos del Kwembly.
Habían terminado de conectar de nuevo la fila primera de babor, completa de proa
a popa; cuando descubrieron que estaban atrapados, trabajaban en la fila segunda.
La luz de la batería de Takoorch se estaba debilitando. Por este motivo se acercó
al transformador de fusión más cercano —que casualmente se encontraba en una
rueda de la fila primera— para recargarla. Se sobresaltó al comprobar que no podía
acercarse al transformador, ni siquiera verlo; después de unos cuantos segundos de
manipulaciones y observación, llamó a Beetchermarlf. Les llevó casi diez minutos
observar que estaban completamente rodeados de una pared blanca opaca,
impenetrable incluso para su fuerza. Había unido todas las ruedas exteriores y
rellenado todos los espacios entre ellas, desde el colchón de arriba hasta las piedras
abajo, a unos tres pies de altura por término medio. Dentro de la muralla todavía
tenían libertad de movimientos.
Sus herramientas eran de filo, más que puntiagudas, y demasiado pequeñas para
horadar el hielo de forma apreciable, aunque les llevó una hora completa la acción de
raspar para convencerse. No se sentían muy preocupados todavía; obviamente el
hielo estaba inmovilizando al Kwembly, y el resto de la tripulación tendría que llegar
hasta ellos para libertar el vehículo, suponiendo que rescatarlos no fuese su propósito

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principal. Por supuesto, el suministro de hidrógeno vital era limitado, pero esto para
ellos significaba menos que una escasez de oxígeno equivalente para un ser humano.
Tenían diez u once horas todavía de actividad completa, y cuando la presión parcial
del hidrógeno descendiese bajo un cierto calor, simplemente perderían la conciencia.
Su química corporal se haría más y más lenta, pero deberían pasar cincuenta o cien
horas antes de que ocurriese algo irreversible. Una de las razones de la durabilidad de
los mesklinitas, aunque los biólogos humanos no tuviesen forma de averiguarlo, era
la extraordinaria simplicidad de su bioquímica.
De hecho, los dos estaban lo bastante tranquilos como para volver a la tarea
asignada, y habían llegado casi a la parte delantera de la fila segunda antes de hacer
otro descubrimiento. Éste sí les preocupó.
El hielo se acercaba. No demasiado rápidamente, pero se acercaba. Resultó que
ninguno de ellos conocía mejor que Ib Hoffman lo que les pasaría si quedaban
congelados en un bloque de aquel material. Ninguno tenía el menor deseo de
aprender.
Por lo menos, todavía tenían luz. No todas las unidades de energía estaban en
ruedas exteriores, y Takoorch había podido recargar su batería. Eso hizo posible
realizar otra investigación, muy cuidadosa, de los límites de su prisión. Beetchermarlf
esperaba encontrar espacio libre hacia el fondo o cerca del tope de las murallas que le
rodeaban. No sabían si la helada habría empezado desde la superficie o desde el
fondo del estanque. No conocían como cualquier ser humano que el hielo flota sobre
el agua líquida. Era mejor así, puesto que en este caso habrían llegado a una
conclusión errónea. En realidad, los cristales se habrían formado en la superficie,
pero al ser más densos que el líquido que los rodeaba, se habían posado para volverse
a disolver cuando alcanzaron niveles de amoníaco más ricos. Este efecto había
producido el resultado de dejar el lago sin amoníaco de forma bastante uniforme,
hasta que hubo alcanzado una composición susceptible de helarse casi
simultáneamente. En consecuencia, la búsqueda no procuró espacios abiertos.
Durante algún tiempo permanecieron allí entre dos de las ruedas, estudiando y
comprobando cada cierto tiempo el progreso de la helada. No tenían equipos para
medir el tiempo ni, por tanto, ninguna base para evaluar la velocidad del proceso.
Takoorch suponía que estaba disminuyendo; Beetchermarlf no estaba tan seguro.
De vez en cuando uno de ellos tenía una idea, pero el otro generalmente se las
arreglaba para encontrar un punto flaco.
—Podemos mover algunas de esas piedras, las más pequeñas —observó en un
momento Takoorch—. ¿Por qué no podríamos excavar un camino bajo el cielo?
—¿Dónde? —contestó su compañero—. El extremo del lago más cercano está a
cuarenta o cincuenta cables; fue lo último que supe. No podemos comenzar a excavar
tanto en esas rocas antes de que nuestro aire se termine, aunque exista alguna razón

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para suponer que la helada no incluye el agua entre las rocas, por debajo. Salir antes
del borde no nos llevaría a ninguna parte.
Takoorch admitió la veracidad de este aserto con un gesto de aquiescencia y se
hizo silencio, mientras el hielo se acercaba una pulgada más.
Beetchermarlf tuvo la siguiente idea constructiva.
—Esas luces deben desprender algo de calor, aunque nosotros no lo sintamos por
los trajes —exclamó repentinamente—. ¿Por qué no podrían evitar que se forme hielo
a su alrededor, y hasta permitirnos derretir un paso hacia el exterior?
—Vale la pena intentarlo —fue la lacónica respuesta de Takoorch.
Juntos se aproximaron a la barrera helada. Beetchermarlf construyó un pequeño
montón de piedras que se apoyaba en el hielo y colocó la luz, ajustada para un brillo
completo, en su cima. Después los dos se apiñaron allí, con sus partes delanteras
sobre el montón de guijarros, y observaron el espacio entre la lámpara y el hielo.
—Ahora que lo pienso —observó Takoorch mientras esperaban—, nuestros
cuerpos desprenden algo de calor, ¿no es así? Quizá simplemente con estar aquí
ayudemos a derretir el hielo.
—Supongo que sí —Beetchermarlf tenía sus dudas—. Será mejor que estemos
atentos para asegurarnos de que no se hiela el agua a los lados y detrás nuestro,
mientras estamos aquí esperando.
—¿Qué importa eso? Si lo hace, quiere decir que nosotros y la luz juntos nos
bastamos para hacer retroceder el hielo, y debiéramos ser capaces dé derretir un paso
al exterior.
—Eso es verdad. Vigila, sin embargo, para que sepamos lo que está pasando.
Takoorch hizo un gesto de asentimiento. De nuevo permanecieron silenciosos.
Pero el mayor de los timoneles no era alguien que soportase el silencio
indefinidamente, y pronto lanzó otra idea.
—Ya sé que nuestros cuchillos no hicieron mucha marca en el hielo, pero quizá
sirva de algo que lo arañemos justo aquí, en el punto más cercano a la luz.
Desenganchó una de las hojas que llevaba para uso general, y se acercó al hielo.
—¡Espera un momento! —exclamó Beetchermarlf—. Si comienzas a trabajar
aquí, ¿cómo vamos a saber nunca si el calor tiene efecto o no?
—Si mi cuchillo nos lleva a alguna parte, ¿a quién le importa si es el calor o mi
trabajo? —replicó Takoorch.
Beetchermarlf no encontró una buena respuesta; por tanto, se sometió mientras
murmuraba algo sobre «experimentos controlados»; el otro mesklinita comenzó el
trabajo con su diminuta hoja.
Su interferencia no resultó en el experimento, aunque quizá retrasase ligeramente
la aparición de resultados observables. El calor unido del cuerpo, de la lámpara y el
cuchillo resultó ser inadecuado para la tarea; el hielo continuó su progreso. Al final,

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tuvieron que retirar sus lámparas del montón de piedras y observar cómo iba siendo
recubierto lentamente por la muralla cristalina.
—Ahora no tardará mucho —observó Takoorch, mientras balanceaba las luces a
su alrededor—. Ahora sólo quedan libres dos unidades energéticas. ¿Recargamos las
luces otra vez antes de que desaparezcan, o no vale la pena?
—Quizá sea mejor que lo hagamos —contestó Beetchermarlf—. Es una pena que
ese sea el único uso que podamos conseguir de toda esta energía. Cuatro de esas
cosas pueden empujar al Kwembly sobre terreno llano. Una vez oí a un ser humano
decir que sólo una podría hacerlo si conseguía tracción. Ciertamente eso lograría
cortar el hielo si tuviésemos una forma de aplicarlo. Podríamos sacar el
transformador con bastante facilidad, pero no sé qué haríamos después. Las unidades
pueden transmitir corriente eléctrica, pero no veo cómo podríamos aplicarlos al hielo.
La rotación mecánica que se obtiene de ellas funciona únicamente en los ejes del
motor.
—Si utilizásemos esa corriente, lo más probable será que nos hagamos daño. No
conozco mucho sobre electricidad. En el poco tiempo que estuve en el colegio,
aprendí principalmente mecánica, pero sé que eso puede matar. Piensa en otra cosa.
Takoorch se dedicó a cumplir la sugerencia. Igual que su joven compañero,
únicamente había estado expuesto al conocimiento alienígena durante un corto
período; los dos se habían presentado como voluntarios para el proyecto de Dhrawn,
prefiriéndole a más trabajo en las aulas. Ninguno se sentía realmente cómodo
pensando en asuntos para los que no podía alcanzar ningún modelo fácilmente
visualizable.
Sin embargo, no les faltaba habilidad para pensar en abstracto. Los dos habían
oído que el calor representaba uno de los más bajos denominadores comunes de la
energía, aunque no se lo imaginasen como un movimiento de partículas al azar.
Fue Beetchermarlf el primero en pensar en otro efecto de la electricidad.
—¡Tak! ¿Recuerdas las explicaciones que nos dieron sobre que no
transmitiésemos demasiada energía a las ruedas hasta que el vehículo comenzase a
moverse? Los humanos dijeron que eran posibles roturas en las ruedas y daños en los
motores si intentábamos acelerar demasiado deprisa. Por debajo de los cien cables
por hora, el límite es un cuarto de la energía. Bien, los controles de la energía están
aquí, en un punto donde podemos alcanzarlos, y esos motores ciertamente no van a
girar. ¿Por qué no proporcionamos energía a esa rueda y dejamos que el motor se
caliente todo lo que quiera?
—¿Qué te hace pensar que te calentará? No sabes lo que hace andar a esos
motores más que yo. No dijeron que se calentarían; sólo que no era bueno para ellos.
—Ya sé, pero ¿qué otra cosa podría ser? Tú sabes que cualquier tipo de energía
que no sea utilizada en alguna otra forma se convierte en calor.

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—No suena del todo bien, no sé por qué —replicó el mayor de los marineros—.
Sin embargo, supongo que ahora vale la pena intentarlo todo. Ellos no dijeron que el
motor rompería también el resto de la nave. Si esto nos daña, no estaremos mucho
peor.
Beetchermarlf se detuvo; el pensamiento de que podría poner al Kwembly en
peligro no había pasado por su mente. Cuanto más pensaba en ello, menos justificado
se sentía para correr el riesgo. Miró la relativamente diminuta unidad energética que
descansaba entre las cadenas de la rueda más cercana y se preguntó si una cosa tan
pequeña podría realmente suponer un peligro para la enorme masa que se encontraba
sobre ellos. Entonces recordó el tamaño, muchísimo mayor, de la máquina que había
transportado a él y a sus compañeros a Dhrawn y comprendió que el tipo de energía
que podía empujar unas masas tan inmensas a través del cielo no era para ser
manipulado descuidadamente. Puesto que había tenido la oportunidad de
familiarizarse con su funcionamiento normal y correcto, nunca tendría miedo de usar
aquellos motores; pero usar mal deliberadamente uno de ellos era una historia
diferente.
—Tienes razón —admitió algo inseguro—. Después de todo, Takoorch había
estado dispuesto a correr el riesgo. Tendremos que hacerlo de forma diferente. Mira,
si las ruedas están libres para girar, no podemos dañar el motor o el transformador;
además, agitar el agua la calentará.
—¿Lo crees así? Recuerdo haber oído algo semejante, pero si yo, con mi propia
fuerza, no puedo romper este hielo, es difícil comprender cómo va a hacerlo el
remover simplemente el agua. Además, las ruedas no están libres; se encuentran
sobre el fondo, con el peso del Kwembly encima.
—Así es. Tú querías excavar. Comienza a mover las rocas; ese hielo se está
acercando.
Beetchermarlf dio el ejemplo y comenzó a remover los redondeados guijarros de
los bordes de las cadenas. Era un trabajo duro, hasta para músculos mesklinitas. Las
piedras estaban fuertemente prensadas además. Cuando una se movía, no había
mucho lugar donde ponerlas. Las piedras bajo las cadenas, que eran las que realmente
tenían que ser desplazadas, no podían ni siquiera ser tocadas hasta que las de los
lados estuviesen fuera del camino. Los dos trabajaron furiosamente para dejar libre
una trinchera alrededor de la rueda. Se sintieron asustados del tiempo que tardaron en
hacerlo.
Cuando el surco fue bastante profundo, intentaron retirar las piedras bajo las
cadenas; esto aún fue más desalentador.
El Kwembly tenía una masa de unas doscientas toneladas. En Dhrawn, esto quería
decir un peso de dieciséis millones de libras a distribuir entre las cincuenta y seis
ruedas que quedaban; el colchón hacía que la distribución fuese posible. Trescientas

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mil libras, aunque fuesen escasas, es demasiado hasta para un mesklinita cuyo peso,
incluso en el polo de Mesklin, está un poco por encima de los trescientos. Demasiado
hasta para ocho pies cuadrados de cadena. Si la gravedad de Dhrawn no comprimiese
de forma igualmente impresionante los materiales de la superficie, el Kwembly y sus
vehículos gemelos se hundirían probablemente dentro de sus colchones antes de
viajar una yarda.
En otras palabras, las rocas bajo la cadena estaban sujetas muy firmemente. Los
dos marineros no podían hacer nada en absoluto para mover una de ellas. No había
ningún objeto que pudiese utilizarse como una palanca; sus amplios suministros de
cuerda no servían sin poleas; sin ayuda, sus músculos resultaban penosamente
inadecuados, situación todavía menos familiar para ellos que para razas cuya
revolución mecánica había quedado unos cuantos siglos atrás.
Sin embargo, el hielo aproximándose era un estímulo para el pánico, pero
ninguno de los marineros tendía a esa forma de desintegración. Otra vez
Beetchermarlf llevó la voz cantante.
—Tak, sal de ahí abajo. Podemos mover esas piedras. Vete hacia adelante; van a
salir hacia el otro lado.
El joven trepaba por las ruedas mientras hablaba, y Takoorch rápidamente
comprendió la idea. Se esfumó detrás de la siguiente rueda, sin una palabra.
Beetchermarlf se tendió a lo largo del cuerpo principal de la unidad conductora entre
las cadenas. En este espacio de un pie de ancho, debajo y por delante de él, estaba la
cavidad que albergaba el transformador de energía. Era un objeto rectangular, del
mismo tamaño que los comunicadores, con tirantes de control guarnecidos por
argollas sobresaliendo de su superficie y ganchos-guía equipados en los extremos con
poleas diminutas. Los cables para el control remoto desde el Kwembly estaban
enhebrados a través de alguna de las guías y unidos a las argollas, pero el timonel los
ignoró. No podía ver mucho, puesto que las luces continuaban sobre el fondo a varios
pies de distancia y la parte superior del camino estaba en la sombra; sin embargo, no
necesitaba ver. Incluso enfundado en su traje, podía manejar aquellas palancas por el
tacto.
Cuidadosamente colocó el control principal del reactor de «operar»; después,
todavía más cautelosamente, conectó los motores, que respondieron apropiadamente;
a cada lado, las cadenas se movieron hacia adelante, y un martilleo de pequeños
objetos duros se hizo audible durante un momento, chocando unos contra otros.
Después esto cesó y las cadenas comenzaron a correr. Instantáneamente
Beetchermarlf cortó la energía y se deslizó fuera de la rueda para ver los resultados.
El plan había funcionado, igual que un programa de computador con un error
lógico; hay una respuesta, pero no la deseada. Según el plan del timonel, las cadenas
habían arrastrado hacia atrás las rocas que se encontraban debajo, pero se habían

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olvidado del efecto del colchón neumático encima. Bajo su propio peso y el empujón
hacia abajo de la presión del gas, la rueda se había asentado hasta que el chasis entre
las cadenas tocó fondo. Mirando hacia arriba, Beetchermarlf podía ver la curva en el
colchón, donde la unidad conductora había descendido unas cuatro pulgadas.
Takoorch apareció en su refugio y observó la situación, pero no dijo nada. No
había nada útil que decir.
Ninguno de ellos podía adivinar cuánto más cedería el colchón y cuánto tendría
que descender la rueda antes de quedar realmente libre, aunque conocían los detalles
de la construcción del Kwembly. El colchón no era una sola bolsa de gas, sino que
estaba dividido en treinta células separadas, con dos ruedas en equipo unidas a cada
una. Los timoneles conocían los detalles de los empalmes —ambos acababan de
pasar muchas horas reparando los desperfectos—, pero incluso la reciente visión de la
parte inferior del Kwembly, con casi todas las ruedas libres de peso, les dejó muy
dudosos sobre lo lejos que una rueda podría llegar sola.
—Bien. Volvamos a acarrear piedras —observó Takoorch mientras introducía sus
pinzas bajo una roca—. Quizá ahora éstas hayan sido aflojadas; de otra forma va a ser
difícil llegar hasta ellas sólo desde los extremos.
—No tenemos tiempo para eso. El hielo continúa avanzando hacia nosotros.
Quizá tendríamos que llevar las cadenas a un cuerpo más de profundidad para que
pudiesen correr. Deja las ruedas, Tak. Tendremos que intentar otra cosa.
—Lo que yo quiero saber es qué.
Beetchermarlf se lo enseñó. Cogiendo una luz consigo, trepó una vez más a la
parte superior de la rueda. Perplejo, Takoorch le siguió. El marinero más joven se
elevó hasta el eje que formaba el soporte giratorio de la rueda y atacó el colchón con
su cuchillo.
—¡Pero no puedes dañar la nave! —objetó Takoorch.
—Podemos arreglarlo más tarde. No me gusta más que a ti, y si pudiésemos
alcanzarla, de buena gana dejaría salir el aire por la válvula regular de descarga; pero
no podemos, y si no sacamos peso de encima de esta rueda muy pronto, no lo
haremos en absoluto.
Mientras hablaba, continuó apuñalando el colchón.
No era mucho más fácil que remover las piedras. La fábrica del colchón era
extremadamente gruesa y resistente; para soportar al Kwembly tenía que contener una
presión de más de cien libras por pulgada cuadrada sobre el terreno. Una de las
molestias de los viajes largos era la necesidad de hinchar manualmente las células o
de descargar el exceso de presión cuando la altura del terreno que atravesaban
cambiaba unos cuantos pies más de lo previsto. En aquel momento, el colchón estaba
ligeramente fofo, puesto que no se había hinchado después de la bajada por el río;
pero la presión interna era por tanto mucho más alta.

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Una vez y otra Beetchermarlf golpeó el mismo punto sobre la tensa superficie.
Cada vez la hoja avanzaba un poco más. Takoorch, convencido por fin de la
necesidad, se le unió. El rastro de la segunda hoja cruzaba el de la primera,
relampagueando los dos alternativamente con un ritmo casi demasiado rápido para
que un ojo humano pudiese seguirlo. Un testigo humano, si hubiese sido posible,
hubiese estado esperando que se cortasen mutuamente las tenazas en cualquier
momento.
Incluso así, les llevó muchos minutos terminar. La primera señal del éxito fue el
fino chorro de burbujas extendiéndose en todas direcciones sobre la hendidura de la
combada célula de gas. Unos cuantos golpes más, y el agujero en forma de cruz, con
sus brazos de una pulgada de largo, chorreaba aire de Dhrawn en un flujo de burbujas
que hizo el trabajo invisible.
Los prisioneros cesaron en sus esfuerzos.
Lenta, pero visiblemente, el tejido extendido se desplomaba. Las burbujas subían
más pausadamente sobre su superficie, reuniéndose en el punto más alto cerca de la
muralla de hielo. Durante unos cuantos minutos, Beetchermarlf pensó que el material
se deshincharía por completo, pero el peso de la rueda suspendida lo impidió. El
centro de la célula, o el punto donde estaba unida la rueda (ninguno de ellos conocía
dónde estaban los límites de la célula con precisión), estaba colgando hacia abajo:
ahora era un tirón, en lugar de un empujón.
—Conectaré otra vez el motor y veré qué pasa —dijo Beetchermarlf—.
Adelántate otra vez un momento.
Takoorch obedeció. Deliberadamente, el más joven de los timoneles colocó unas
cuantas piedrecitas bajo los extremos delanteros de las cadenas. Una vez más trepó
por la rueda y se acomodó. Esta vez había llevado la luz con él, no para ayudarle a
manejar los controles, sino para hacer más fácil decir cómo y si la unidad se movía.
Miró hacia el punto de unión a unas cuantas pulgadas por encima de él, mientras
intentaba de nuevo activar el motor.
Las piedras proporcionaban alguna tracción; el bolsillo se arrugó y el torniquete
se ladeó ligeramente, mientras la rueda se lanzaba hacia adelante. Una cavidad
superior, inaccesible en el interior de las células, dentro de la cual se introducía el eje,
impedía que la inclinación excediese de unos cuantos grados. Por supuesto, no podía
permitirse que las ruedas se tocasen, pero podía verse el esfuerzo. Mientras el
movimiento alcanzó su límite, las ruedas continuaron moviéndose; pero esta vez no
lo hacían libremente. Vibraciones sonoras y táctiles indicaban que se estaban
deslizando sobre las piedras, y después de unos pocos segundos, la sensación de agua
girando, arremolinándose, se hizo perceptible sobre el traje de Beetchermarlf.
Comenzó a descender de la rueda, y estuvo a punto de ser barrido por una de las
cadenas al cambiar de agarraderas. Con un rápido golpe al control paró a tiempo el

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motor. Después necesitó varios segundos para recobrar su compostura; incluso su
resistente físico difícilmente habría sobrevivido al ser llevado por el espacio entre las
cadenas y las rocas. En el mejor de los casos, su traje hubiese resultado arruinado.
Después necesitó un tiempo para rastrear muy cuidadosamente los cables de
control que llegaban desde el reactor hasta las vías superiores a lo largo del fondo del
colchón, siguiéndolas con los ojos hasta un punto sobre la próxima rueda delantera
donde pudiese alcanzarlos. Unos cuantos segundos más tarde estaba encima de la otra
rueda, activando de nuevo el motor desde una distancia segura y culpándose
mentalmente por no haberlo hecho así desde el principio.
Takoorch reapareció a su lado y observó.
—Bien, pronto sabremos si remover el agua la calienta un poco.
—Lo hará —replicó Beetchermarlf—. Además, las cadenas están frotándose
contra las piedras del fondo, en lugar de despedirlas. Lo creas o no, el movimiento
produce calor. Sabes muy bien que la fricción sí lo hace. Vigila el hielo o dime si los
alrededores se calientan demasiado. Esto está en su punto más bajo, pero sigue siendo
un montón de energía.
Con bastante pesimismo, Takoorch llegó hasta un punto donde podía verse el
montón de piedras si quedaba libre del hielo. Se sentó a esperar. Las corrientes allí no
eran demasiado peligrosas, aunque podía sentir cómo empujaban su cuerpo, no muy
bien lastrado. Se ató a un par de rocas de tamaño mediano y se dejó arrastrar bajo las
cadenas.
Realmente no comprendía cómo el simple calentamiento del agua podía resolver
algo, pero el punto de Beetchermarlf sobre la fricción era reconfortante. Además,
aunque no lo habría admitido así en palabras, tendía a conceder a la opinión del joven
marinero más peso que a la suya propia y esperaba ver cómo el hielo retrocedía en
muy poco tiempo. No fue desilusionado. En cinco minutos le pareció que aumentaba
la parte del fondo rocoso visible entre él y la barrera. En diez minutos estaba seguro,
y un alarido de alegría advirtió a Beetchermarlf del hecho. Esto último corrió el
riesgo de dejar desatendidos los cables de control para acercarse a verlo por sí mismo,
y estuvo de acuerdo. El hielo se retiraba. Inmediatamente empezó a planear.
—De acuerdo, Tak. Hagamos que las otras unidades funcionen en cuanto estén
libres y podamos llegar hasta sus controles. Quizá seamos capaces de liberar al
Kwembly del hielo, además de salir nosotros.
Takoorch hizo una pregunta.
—¿Vas a agujerear las células bajo las unidades dotadas de energía? Eso extraería
el aire de un tercio del colchón.
Beetchermarlf se sintió un poco cogido por sorpresa.
—Lo había olvidado. No; podríamos remendarlas todas, pero… No, no es una
idea muy buena. Veamos. Cuando tengamos libre otra unidad energética, podremos

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colocarla sobre la otra rueda que está sobre la célula ya vaciada; eso nos dará el doble
de calor. Después, no sé. Podríamos tratar de excavar bajo las demás. No, eso no
funcionó demasiado bien. Bueno, de todas formas, podemos colocar una más. Quizá
eso sea suficiente.
—Esperémoslo así —dijo Takoorch dubitativamente.
La incertidumbre del joven lo había desilusionado bastante, y no se sentía
demasiado impresionado con el plan de sustitución, pero él mismo no tenía nada
mejor que ofrecer.
—¿Qué tengo que hacer primero? —preguntó.
—Será mejor que yo regrese y me quede junto a aquellas cuerdas, aunque
supongo que todo es bastante seguro —replicó Beetchermarlf indirectamente—. ¿Por
qué no continúas comprobando los bordes del hielo y consigues otro transformador
en cuanto se deshiele? Podemos ponerlo en esa rueda —indicó la otra que también
estaba unida a la célula deshinchada— y activarla lo antes posible. ¿De acuerdo?
Takoorch hizo un gesto de asentimiento y comenzó a vigilar la barrera del hielo.
Beetchermarlf volvió junto a los cables de control, esperando pasivamente. Takoorch
dio varias vueltas por los límites, observando alegremente que el hielo se retiraba en
todas direcciones. Se sintió un poco molesto por el descubrimiento de que el proceso
se hacía más lento según aumentaba el espacio libre, pero no demasiado sorprendido.
Pronto decidió cuál de los transformadores congelados sería el primero en quedar
libre, y se situó cerca para esperar.
Igual que su compañero esperando en los controles, su actitud no puede ser
descrita a un ser humano con exactitud. Sabía que la espera era inevitable, y estaba
completamente inafectado emocionalmente por el inconveniente. Por los estándares
humanos y mesklinitas era razonablemente inteligente, incluso imaginativo, pero no
sentía la necesidad de algo que se pareciese remotamente a soñar despierto para
ocupar su mente durante la espera. Un reloj mental semiconsciente le hacía
comprobar el progreso del deshielo a intervalos razonablemente frecuentes. Esto es
todo lo que un ser humano pudo entender sobre lo que pasaba por su mente.
No estaba ni dormido ni preocupado, porque reaccionó rápidamente ante un
repentino chasquido y un repiqueteo de piedras a su alrededor. El lugar donde se
encontraba estaba casi directamente detrás de la rueda que corría; por tanto, supo al
instante lo que había pasado.
Lo mismo le ocurrió a Beetchermarlf, y la unidad energética fue cerrada por un
tirón del cable de control antes de que un hombre hubiese percibido algún problema.
Los dos mesklinitas se reunieron un segundo o dos más tarde al lado de la rueda que
había estado corriendo.
Beetchermarlf tuvo que admitir para sí que estaba en una condición predecible.
Los materiales orgánicos mesklinitas eran muy resistentes, y por el uso de un viaje

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normal la cadena hubiese durado muchos meses más; la fricción deliberada contra
rocas resistentes, incluso con tan poca energía en los motores, era demasiado.
Quizá la palabra resistente no describa bien las rocas; aquellas que habían estado
bajo la banda de material móvil habían sido visiblemente alisadas en la parte superior
por expertos de última hora. Algunas perdieron más de la mitad. Después de un
cuidadoso examen, el joven timonel decidió que el fallo de la cadena había sido
debido, más que al simple uso, a un corte causado por un guijarro originariamente
esférico, que se había desgastado hasta convertirse en una fina lámina de bordes
afilados. Cuando la evidencia se hizo patente, Takoorch estuvo de acuerdo.
No hubo preguntas sobre qué hacer, y lo hicieron rápidamente. En menos de
cinco minutos el transformador de fusión había sido retirado de la rueda dañada e
instalado en la de atrás, que también había sido descargada agujereando la celda de
presión. Sin preocuparse por la certeza de destruir otro equipo de cadenas,
Beetchermarlf la activó rápidamente.
Ahora Takoorch se sentía intranquilo. El razonable optimismo de una hora antes
había quedado sin cimientos. Dudaba de que el segundo equipo de cadenas durara lo
suficiente como para derretir un paso hacia la libertad. Después de varios minutos de
luchar por la cuestión, se le ocurrió que concentrar el agua tibia en un punto podría
ser una buena idea, y se lo sugirió a su compañero. Beetchermarlf se sintió molesto
consigo mismo por no haber pensado lo mismo antes. Durante una hora los dos
trabajaron amontonando piedrecillas entre las ruedas que rodeaban la fuente de calor
a su alrededor. Pronto construyeron una pared bastante sólida, encerrando parte del
agua que estaban calentado en una región entre la rueda y la parte más cercana de la
pared de hielo. Takoorch tuvo la satisfacción de ver derretirse el hielo a lo largo de un
frente de dos yardas hacia el costado de estribor del Kwembly, retrocediendo casi
visiblemente.
Por supuesto, no era completamente feliz. No le parecía posible, lo mismo que
tampoco a Beetchermarlf, que las cadenas durasen bastante en las segundas ruedas; si
se perdiesen antes de que el camino estuviese libre, era difícil ver qué otra solución
podrían tomar para salvarse. En situaciones semejantes, un hombre a veces puede
salvarse y esperar que sus amigos le rescatarán a tiempo; de hecho, puede llevar esa
esperanza hasta su último momento consciente. Hay pocos mesklinitas constituidos
de esa forma. Ninguno de los timoneles se contaba entre ellos. Había una palabra en
stenno que Easy había traducido como «esperanza», pero ésta era una de sus
acepciones menos eficaces.
Takoorch, guiado por esta indefinible actitud, se colocó entre la zumbante rueda y
el hielo que se derretía, abrazando el fondo para evitar desviar la corriente del agua
tibia, intentando vigilar simultáneamente las dos cosas. Beetchermarlf permaneció
junto a los cables de control.

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Puesto que no se había hecho ninguna excavación bajo la segunda rueda, la fusión
fue mayor y el efecto calorífero más fuerte. El control era para la velocidad, más que
para la energía, a pesar de las palabras que había empleado el timonel. Natural, pero
infortunadamente, la presión sobre las cadenas resultaba también mayor. El pesado
chasquido que anunciaba su fallo vino muy pronto después de terminar la pared de
piedras. Igual que antes, las dos bandas de material habían cedido casi a la vez: el
tirón del eje convector, al forzar una de ellas, hizo lo mismo con la otra.
De nuevo los mesklinitas actuaron instantáneamente de acuerdo y sin consultarse.
Beetchermarlf cortó la energía mientras se lanzaba desde su puesto a la superficie en
deshielo; Takoorch llegó allí antes que él únicamente porque comenzó a medio
camino. Los dos habían sacado las hojas cuando alcanzaron la barrera, y ambos
comenzaron a arañar frenéticamente la helada superficie. Sabían que se encontraban
bastante próximos al costado del Kwembly; quedaba menos de un cuerpo de longitud
por penetrar en el hielo, por lo menos horizontalmente. Quizá antes de que la helada
sobreviniese, una vez más podrían Ilegal a fuerza de músculo…
El cuchillo de Takoorch se rompió en el primer minuto. Arriba, algunos seres
humanos se hubiesen interesado por los sonidos que profirió, aunque ni siquiera Easy
Hoffman los hubiese comprendido. Beetchermarlf los cortó con una sugerencia.
—Ponte detrás de mí y muévete tanto como puedas, de forma que el agua
enfriada por el hielo sea transportada lejos y se mezcle con el resto. Yo continuaré
arañando; tú sigue moviendo.
El mayor de los marineros así lo hizo. Pasaron varios minutos más sin ningún
sonido, excepto el del cuchillo.
El progreso continuaba, pero ambos podían ver que su velocidad iba en
disminución. El calor en el agua que les rodeaba estaba desapareciendo. Aunque
ninguno lo sabía, la única razón de que sus proximidades hubiesen permanecido
líquidas durante tanto tiempo estribaba en que la helada a su alrededor había cortado
el escape del amoníaco. Los teóricos, tanto humanos como mesklinitas, eran
perfectamente correctos, aunque no hubiesen servido de nada a Dondragmer. La
congelación bajo el Kwembly había sido más un asunto de amoníaco difundiéndose
lentamente en el hielo a través de los límites todavía líquidos entre los cristales
sólidos.
Incluso con esta información, el capitán no podría haber hecho más que sus dos
hombres atrapados ahora bajo el barco. Por supuesto, si la afirmación hubiese llegado
como una predicción, en lugar de cual inspirada conclusión, quizá habría llevado al
Kwembly a tierra firme, caso de moverse a tiempo. Beetchermarlf, aun disponiendo
en aquel momento de información, no hubiese estado considerándola
conscientemente. Estaba demasiado ocupado.
Su cuchillo relampagueaba a la luz de la lámpara tan rápida y fuertemente como

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era capaz. Su mente consciente se encontraba preocupada únicamente por conseguir
lo más que pudiese de la herramienta con el menor riesgo de romperla.
Pero la rompió. Más tarde, nunca se preocuparía de discutir la razón. Sabía que su
progreso se hacía más lento, mientras la ansiedad de profundizar más cambiaba en
proporción inversa; siendo la clase de persona que era, no admitía ni la más ligera
sugerencia de que hubiese podido ser víctima del pánico. Ser así le impedía sugerir
que el hueso del cuchillo hubiese sido defectuoso. No podía pensar en otras
explicaciones distintas a aquellas dos. Fuese cual fuese la razón, el cuchillo agarrado
por el par de pinzas delanteras derechas se quedó repentinamente sin punta, y las
briznas de material delante de él no eran más prácticas para ser manejadas por sus
pinzas de lo que lo hubiesen sido para los dedos humanos. Molesto, lanzó el mango a
un lado; puesto que estaba bajo el agua, ni siquiera tuvo la satisfacción de oírle
golpear violentamente el fondo.
Takoorch comprendió la situación inmediatamente. Su comentario hubiese sido
considerado cínico, de haber sido oído a seis millones de millas por encima, pero
Beetchermarlf lo estimó en su justo valor.
—¿Crees que sería mejor quedarnos aquí y congelarnos cerca del costado o
volver hacia el centro? No habrá mucha diferencia en el tiempo, diría yo.
—No lo sé. Quizá cerca del costado nos encuentren antes; depende de dónde
penetren primero, si consiguen hacerlo. Si no pueden hacerlo, no veo qué diferencia
puede haber. Me gustaría saber lo que sería para una persona estar helada en un
bloque de hielo.
—Bien, alguien lo sabrá pronto —dijo Takoorch.
—Quizá. Recuerda el Esket.
—¿Qué tiene que ver eso? Se trata de una emergencia genuina.
—Sólo que hay un montón de gente que no sabe qué pasó allí.
—Oh, ya veo. Bueno, personalmente me volveré al medio, y mientras pueda,
pensaré.
Beetchermarlf se sorprendió.
—¿En qué hay que pensar? Estamos aquí para quedarnos, a menos que alguien
nos saque o que el tiempo se caliente y nos derritamos de forma natural. Quédate.
—Aquí no. ¿Crees que hacer correr los conductores sin cadenas produciría una
fricción suficiente para evitar que el agua…?
—Inténtalo si quieres. Yo no lo esperaría, sin un verdadero peso sobre ellos,
incluso en su punto más rápido. Además, me daría miedo acercarme si van realmente
rápidos. Acéptalo, Tak; estamos bajo agua; agua, no un océano normal, y cuando se
hiele estaremos dentro. No hay ningún otro lugar…
—¿Qué?
—Tú ganas. Nunca deberíamos dejar de pensar. Lo siento. Ven.

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Noventa segundos más tarde, los dos mesklinitas, después de tener cierta
dificultad en escurrirse por las hendiduras causadas por el cuchillo, estaban a salvo
fuera del agua, en el interior de la célula de aire agujereada.

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VIII. DEDOS EN EL CALDO

Considerando como mínimo el riesgo de que uno de los desaparecidos timoneles


pudiese estar directamente debajo, Dondragmer había ordenado a sus científicos
colocar el taladro para obtener muestras cerca de la escotilla principal y conseguir
una del hielo. Esto demostró que el estanque donde se encontraba el Kwembly se
había helado completamente hasta el fondo, por lo menos en un lugar. Quizá podía
esperarse que directamente debajo del casco esto no fuese así, pues allí ni el calor ni
el amoníaco podían escapar tan rápidamente; pero el capitán vetó la sugerencia de
realizar una perforación en dicha zona. Éste parecía ser el emplazamiento más
probable de los timoneles perdidos. Allí habían estado trabajando, y era difícil
imaginar cómo no habrían visto venir el hielo si hubiesen estado en otro lugar.
Sin embargo, había una forma clara de estar en contacto con ellos. El casco de
plástico del Kwembly podía transmitir, por supuesto, el sonido; el problema hubiese
sido resuelto golpeándolo; pero lo impedía el colchón. En la poco probable
eventualidad de que los sonidos del casco pudieran oírse incluso a través de esta
masa, Dondragmer ordenó que un tripulante fuese de proa a popa por la cubierta
inferior golpeando con una palanca cada varios pies. Los resultados fueron negativos,
lo que quiere decir inciertos. No se podía afirmar si abajo había alguien vivo que
pudiera oírle, o si el sonido no había penetrado, o si aquellos que se hallaban debajo
no tenían forma de contestar.
Había otro grupo fuera, trabajando en el hielo, pero el capitán ya sabía que el
progreso sería lento, pese a la fuerza muscular de los mesklinitas. Herramientas del
tamaño del punzón central de un maquinista humano, manejadas por orugas de veinte
libras y dieciocho pulgadas, necesitaban mucho tiempo para rodear unos doscientos
cincuenta pies de circunferencia de casco, hasta una profundidad desconocida.
Precisaban todavía más tiempo si, como parecía probable, iba a ser necesaria una
excavación detallada alrededor de mandos, ruedas y cables de control.
Además de todo esto, el segundo helicóptero había salido de nuevo con Reffel a
sus controles. El comunicador continuaba a bordo y los seres humanos estaban
examinando el paisaje revelado por las luces de la pequeña máquina tan
cuidadosamente como el propio Reffel. También maldecían tan calurosamente como

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el piloto la duración de las noches en Dhrawn. A ésta todavía le faltaban seiscientas
horas para terminar, y hasta que el sol se levantase, tendría lugar una búsqueda
realmente rápida y efectiva.
Las luces tenían que ser utilizadas en un radio bastante estrecho, cubriendo un
círculo de unos cuantos centenares de pies, para que pudiesen servir de algo, bien a
los ojos mesklinitas, bien al receptor visual del comunicador. Reffel volaba con un
lento rumbo de zig-zag, que desplazaba el círculo atrás y adelante sobre el valle,
mientras avanzaba lentamente hacia el oeste. Arriba, en la estación, la imagen
televisada en su pantalla estaba siendo grabada y reproducida en beneficio de los
topógrafos. Éstos se encontraban ya trabajando alegremente en la estructura de un
valle de arroyo intermitente bajo cuarenta gravedades terrestres. Durante algún
tiempo, poco podía esperarse de la búsqueda por el desaparecido Kervenser, pero
estaba llegando información en estado puro, de forma que nadie, ni siquiera los
mesklinitas, se quejaban.
Dondragmer no estaba exactamente preocupado por su primer oficial y sus
timoneles, puesto que no podía preocuparse realmente. Sería más justo decir que
estaba inquieto, pero que había realizado todo lo que podía por los tripulantes
desaparecidos y que, habiéndolo hecho, su atención se hallaba en otra parte. En su
mente estaban dos cosas importantes. Le hubiese gustado tener información sobre el
tiempo que probablemente tardaría el hielo en derretirse, comparado con la
probabilidad de que llegase otra riada. Habría dado todavía más por una sugerencia
que funcionase sobre cómo librarse del hielo rápidamente y sin riesgos. Expresó estos
dos deseos a los seres humanos, además de a sus propios científicos, aunque a estos
últimos les había dejado claro que no estaba pidiendo un programa improvisado. La
búsqueda de ideas podía combinarse, hasta subordinarse, a la investigación básica
que estaban realizando. Dondragmer no era exactamente frío, pero su sentido de los
valores incluía la idea de que hasta su acto final debería ser útil.
La reacción humana ante esta conducta asombrosamente objetiva e
increíblemente calmosa fue variada. Los meteorólogos y planetologistas la daban por
supuesta. La mayoría quizá no eran siquiera conscientes de los apuros del Kwembly, y
mucho menos de los mesklinitas desaparecidos. Easy Hoffman, que se había quedado
de guardia después de poner al corriente a Barlennan, según Aucoin había aprobado,
no se sintió sorprendida. Si hasta entonces sentía alguna reacción emocional, era de
respeto por la habilidad del capitán para evitar el pánico en una situación
potencialmente peligrosa.
Su hijo tenía sentimientos muy diferentes. Había sido liberado temporalmente de
sus obligaciones en el laboratorio aerológico por McDevitt, persona amable y
comprensiva, quien reparaba en la amistad desarrollada entre el muchacho y
Beetchermarlf. Como resultado, Benj se había convertido en un elemento más de la

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sala de Comunicaciones.
Había observado silenciosamente cómo Dondragmer había dado las órdenes para
el helicóptero y las brigadas cortadoras de hielo. Incluso estaba algo interesado en el
intercambio entre los científicos humanos y mesklinitas. McDevitt se había resistido
un tanto a arriesgarse a dar más pronósticos, sintiendo que su reputación profesional
estaba sufriendo recientemente suficientes sacudidas, pero prometió hacer lo que
pudiera. Cuando todos aquellos asuntos hubieron sido arreglados y Dondragmer
pareció no querer hacer otra cosa que yacer sobre el puente y esperar los
acontecimientos, el muchacho se inquietó. La paciencia, el equivalente humano más
cercano a la reacción mesklinita desplegada ahora, no era todavía uno de sus puntos
fuertes. Durante varios minutos se removió incómodamente en su asiento delante de
las pantallas esperando que pasase algo. Finalmente, no pudo reprimirse por más
tiempo.
—Si nadie tiene nada inmediato que enviar, ¿puedo hablar con Don y sus
científicos? —preguntó.
Easy le miró; después observó a los demás. Los hombres se encogieron de
hombros o hicieron gestos de indiferencia. Ella asintió.
—Adelante. No sé si alguno estará de humor para charlar despreocupadamente,
pero lo peor que pueden hacer es decirte que no lo están.
Benj no malgastó tiempo explicando que no iba a charlar ni despreocupadamente
ni en plan serio. Conectó su micrófono con el equipo del puente de Dondragmer y
comenzó a hablar.
—Don, soy Benj Hoffman. No tienes más que un montón de marineros cortando
el hielo en la proa del Kwembly. Hay un montón de energía en tus unidades
energéticas, más de lo que un planeta lleno de mesklinitas podría conseguir en un año
a fuerza de músculo. ¿Han pensado tus científicos en usar la corriente de los
transformadores, bien para utilizar el taladro con el fin de remover el hielo, bien en
algún tipo de calorífero? Segundo: ¿están tus marineros simplemente removiendo el
hielo, o intentan específicamente llegar hasta abajo para encontrar a Beetchermarlf y
a Takoorch? Sé que es importante liberar al Kwembly, pero de todas formas ese
mismo hielo tendrá que ser retirado alguna vez. Me parece que hay alguna
posibilidad de que parte del agua bajo la nave no se haya congelado todavía y que tus
dos hombres estén aún vivos ahí. ¿Estás excavando un túnel o sólo una trinchera?
Algunos de los escuchas humanos fruncieron ligeramente el ceño ante las
palabras escogidas por el muchacho, pero a ninguno le pareció apropiado
interrumpirle o hacer algún comentario. La mayoría de aquellos que le oyeron
miraron hacia Easy y decidieron no decir nada que pudiese ser interpretado como
crítica de su hijo. Algunos, de todas formas, no le criticaban; hubiesen querido hacer
preguntas similares, pero preferían no ser oídos haciéndolas.

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Como era usual en las conversaciones entre la estación y Dhrawn, mientras
esperaba la respuesta tuvo mucho tiempo para pensar en otras cosas que podría haber
preguntado o dicho y en formas mejores en que podría haber dicho las cosas que
había dicho. La mayor parte de los adultos conocían por propia experiencia lo que
pasaba en aquel momento por su mente; algunos se sentían divertidos; todos de
alguna forma simpatizaban con él. Varios apostaban que no sería capaz de resistir la
tentación de enviar otra versión de su mensaje antes de que llegase la respuesta.
Cuando la contestación de Dondragmer llegó por el micrófono y Benj continuaba
silencioso, nadie aplaudió, pero los que conocían a Easy leían y comprendían la
satisfacción en su expresión. No se había atrevido a apostar ni siquiera consigo
misma.
—Hola, Benj. Estamos haciendo todo lo que podemos, tanto por los timoneles
como por mi primer oficial. Me temo que no haya forma de aplicar la energía del
vehículo a ninguna de las herramientas. El transformador produce corriente eléctrica
y suministra campos de rotación a los motores de las ruedas, como estoy seguro que
ya sabes, pero nada de nuestro equipo ordinario puede utilizarla. Sólo los
helicópteros, parte del equipo de investigación del laboratorio y las luces. Incluso si
pudiésemos encontrar una forma de aplicar los motores a la instalación, no podemos
alcanzarlos; todos están bajo el hielo. Recuerda, Benj, que deliberadamente
escogimos permanecer tan independientes como nos fuese posible de materiales
complejos. Casi todo lo que tenemos en el planeta que no hemos podido hacer
nosotros mismos está en relación directa con nuestro proyecto de investigación.
Ib Hoffman se hallaba presente para oír aquella frase desacertada; más tarde pasó
mucho tiempo intentando asegurarse por su hijo de sus palabras exactas.
—Ya lo sé, pero…
Benj permaneció en silencio; ninguna de las palabras que deseaba decir parecía
tener ideas debajo. Sabía que las luces no podían ser utilizadas como caloríferos; eran
artificios electroluminiscentes en estado sólido; ni arcos ni bombillas con resistencia.
Después de todo, habían sido diseñadas no sólo para durar indefinidamente, sino para
operar en la atmósfera de Dhrawn, con su oxígeno libre y su enorme radio de presión,
sin matar a los mesklinitas. Si Beetchermarlf hubiese comprendido esto, podría haber
malgastado menos tiempo, aunque no hubiese conseguido mucho más.
—¿No puedes hacer pasar la corriente de un transformador por algunos cables
gruesos y derretir el hielo? ¿O bien pasarla directamente al agua? Debe quedar un
montón de amoníaco; quizá pasaría.
Hubo otra pausa, mientras Benj buscaba los fallos de sus propias sugerencias y el
mensaje recorría su camino a través de la nada.
—No estoy seguro de conocer bastante sobre esa clase de física, aunque supongo
que Borndender y sus hombres sí lo harán —replicó Dondragmer dubitativamente—.

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Más aún, no sé qué podríamos usar para los cables ni qué tipo de corriente fluiría. Sé
que cuando las unidades energéticas son conectadas a equipo regular, como luces o
motores, hay controles automáticos de seguridad; pero no tengo idea de cómo
funcionan o de si lo harían en un simple circuito directo en serie. Si averiguas por tus
ingenieros el riesgo que podríamos correr, me gustaría saberlo, pero sigo sin saber
qué utilizaríamos para llevar la corriente. No hay mucho metal en el Kwembly. La
mayor parte de nuestros suministros de mantenimiento son cosas como cuerdas,
tejidos y madera. Ciertamente, no hay nada pensado para transportar una alta
corriente eléctrica. Quizá tengas razón en cuanto a usar el propio hielo como
conductor; pero ¿piensas que sería una buena idea con Beetchermarlf y Takoorch en
algún punto por debajo? Aunque creo que no estarán directamente en el circuito, aún
estoy un tanto inseguro de que se encuentren a salvo. Ahí otra vez tu gente
probablemente podría ayudarnos. Si logras, si logramos obtener suficiente
información detallada para planear algo realmente prometedor, estaría encantado de
intentarlo. Hasta que eso suceda, sólo puedo decir que estamos haciendo todo lo que
podemos. Estoy tan preocupado por el Kwembly, Kervenser, Beetchermarlf y
Takoorch como puedas estarlo tú.
La última frase del capitán no era completamente cierta, aunque no había error
intencional. No comprendía realmente que una amistad pudiese llegar a hacerse
íntima en poco tiempo y sin contacto directo entre las partes; su preparación cultural
no incluía ni un eficiente servicio de correos, ni una radio amateur. El concepto de
una relación por micrófono adquiriendo un peso emocional quizá no le hubiese
resultado completamente extraño. Después de todo, estuvo con Barlennan unos años
antes, cuando Charles Lackland había acompañado al Bree por radio durante miles de
millas en el océano de Mesklin; sin embargo, para él una verdadera amistad entraba
en una categoría diferente. Sólo había lamentado de forma convencional la noticia de
Lackland años más tarde. Dondragmer sabía que Benj y el joven timonel hablaban
bastantes veces, pero no había oído mucho de la conversación; aunque lo hubiese
hecho, probablemente no habría entendido por completo los sentimientos implicados.
Afortunadamente, Benj no lo comprendió; así que no tuvo razones para dudar de
la sinceridad del capitán. Sin embargo, no estaba satisfecho ni con la respuesta ni con
la situación. Le parecía que se hacía demasiado poco para llegar a Beetchermarlf; a él
únicamente se lo habían contado. No podía participar. Ni siquiera lograba ver la
mayor parte de lo que sucedía. Tenía que sentarse y esperar los informes verbales.
Muchos seres humanos más maduros y de naturaleza más paciente que Benj Hoffman
hubiesen tenido dificultad en soportar la situación.
Sus sentimientos salieron claramente a la luz en sus siguientes palabras, por lo
menos para los humanos que le escuchaban. Easy hizo un gesto de protesta que no
llegó a terminar. Después se controló; era demasiado tarde, y siempre existía la

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posibilidad de que el mesklinita no leyese en las palabras y en el tono del que hablaba
tanto como su madre.
—¡Pero no puedes quedarte ahí tumbado sin hacer nada! —exclamó Benj—. Tus
hombres podrían estar asfixiándose en este mismo segundo. ¿Sabes cuánto aire tenían
en sus trajes?
Esta vez la tentación ganó. En unos segundos comprendió lo que había dicho, y
en menos de medio minuto dirigió a Dhrawn palabras que él esperaba que estuviesen
mejor escogidas.
—Sé que estás haciendo algo, pero simplemente no comprendo cómo puedes
esperar los resultados. Tendría que salir y cortar yo mismo hielo, pero no puedo desde
aquí arriba.
—He hecho todo lo que puede hacerse en cuanto a emprender una acción de
rescate —llegó finalmente la respuesta de Dondragmer a la primera parte del mensaje
—. Durante muchas horas todavía no tenemos necesidad de preocuparnos por el aire.
Nosotros no respondemos a su ausencia, como tengo entendido que os sucede a los
seres humanos. Aunque la concentración de hidrógeno descienda demasiado para que
ellos permanezcan conscientes, su maquinaria corporal se hará más y más lenta
durante varias octadas de hora. Nadie conoce cuánto tiempo durará eso, y
probablemente no sea el mismo para todo el mundo. No tienes que preocuparte
porque se… asfixien. Creo que ésa fue la palabra que has empleado, si he adivinado
su sentido correctamente.
—Todas las herramientas que tenemos aquí están utilizándose. No habría forma
de que yo sirviese de ayuda ni saliese al exterior, y tardaría más en conseguir los
informes de Reffel a través de vosotros. Quizá puedas decirme cómo está resultando
esta búsqueda de Kervenser. Supongo que no ha aparecido nada significativo, puesto
que la luz de su helicóptero todavía es visible desde aquí y el esquema de su vuelo no
ha cambiado. Quizá puedas pasarme alguna descripción. Me gustaría conocer esta
región todo lo posible.
De nuevo Easy ahogó otra exclamación antes de que pudiese ser advertida por
Benj. Mientras el muchacho cambiaba su atención hacia la pantalla que llevaba la
señal del helicóptero, se preguntó si Dondragmer estaba simplemente intentando
alejar a su hijo de su manía figurativa, o si comprendía realmente la necesidad
humana de estar ocupado y sentirse útil. Lo último no parecía probable, pero ni
siquiera Easy Hoffman, que probablemente conocía la naturaleza mesklinita mejor
que ningún otro ser humano todavía vivo, estaba segura.
Benj no había mirado para nada hacia la otra pantalla, y tuvo que preguntar si
sucedía algo. Uno de los observadores replicó brevemente que todo lo que se había
visto era una superficie cubierta por piedras de tamaño variable entre un guisante y
una casa, interrumpida por estanques helados similares al que aprisionaba al

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Kwembly. No aparecieron señales del otro helicóptero ni de su piloto. Ninguno
esperaba realmente a nadie durante algún tiempo. La búsqueda tenía que ser lenta
para ser completa. Si Kervenser se había estrellado tan cerca de su punto de partida,
probablemente hubiese sido visto desde el vehículo. Los pequeños helicópteros
llevaban luces; Kervenser estuvo usando la suya.
Benj transmitió esta información a Dhrawn; después añadió una pregunta suya
obvia.
—¿Por qué Reffel busca tan lenta y cuidadosamente, tan cerca de vosotros? ¿No
fue Kervenser observado por lo menos hasta que se perdió de vista?
La tardanza en la respuesta representó un pequeño alivio para el sentimiento de
inutilidad del muchacho.
—Lo fue, Benj. Parecía más razonable hacer una búsqueda completa, partiendo
de aquí hacia el exterior, lo que tendría también la ventaja de proporcionar datos más
completos para sus científicos. Si pueden esperar por esa información, por favor, dile
a Reffel que vuele directamente hacia el oeste, bordeando el valle, hasta que pueda
ver la luz del puente y que reasuma allí el vuelo de búsqueda.
—En seguida, capitán —replicó Benj.
La conversación había sido en stenno; así pues, ninguno de los científicos que
observaban las pantallas la comprendió. Benj no se molestó en pedir su aprobación
antes de pasar la orden en el mismo lenguaje. Reffel no pareció tener problemas en
comprender el acento de Benj, y a su debido tiempo su pequeña máquina se dirigió
hacia el oeste.
—¿Qué pasa con nuestro mapa? —gruñó un topógrafo.
—Ya has oído al capitán —replicó Benj.
—He oído algo. Si lo hubiese comprendido, hubiese objetado; pero supongo que
ahora es demasiado tarde. ¿Crees que cuando vuelva rellenarán el salto que han dado
ahora?
—Le preguntaré a Dondragmer —replicó obedientemente el muchacho, mirando
inquieto a su madre.
Ella mostraba la expresión impenetrable que él conocía muy bien.
Afortunadamente, el científico abandonaba ya la sala de Comunicaciones gruñendo
entre dientes. Benj volvió de nuevo su atención a la pantalla de Reffel, antes de que
Easy perdiese su gravedad. Otros varios adultos que se encontraban cerca y habían
comprendido la sustancia de la conversación con Dondragmer tenían también
dificultades para conservar sus rostros serios. Por alguna razón, todos disfrutaban
ganando un punto sobre el grupo científico. Pero Benj no se dio cuenta. Todavía
estaba preocupado por Beetchermarlf.
La seguridad de Dondragmer de que la falta de hidrógeno no sería un problema
inmediato había servido de algo, pero la idea de los tripulantes congelados en el hielo

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todavía era molesta. Aunque esto tardase más en suceder bajo el casco del Kwembly,
al final sucedería. Quizá ya hubiese sucedido. Había que hacer algo.
El calor derrite el hielo. El calor es energía. El Kwembly tenía suficiente energía
como para elevarle del campo de gravedad de Dhrawn, aunque no había forma de
aplicarla a esta tarea. ¿No tenía el gigantesco vehículo ningún tipo de calorífero en el
equipamiento de soporte vital que pudiese ser desmantelado y utilizado en el
exterior?
No. No era probable que los mesklinitas necesitasen alguna vez calor en Dhrawn.
Las partes del planeta donde no había un calor infernal se aproximaban a una máxima
de cincuenta grados al sol. Las regiones con las que todavía tendrían el mayor
contacto durante muchos años, como el centro de Low Alfa, eran demasiado cálidas
para ellos. El Kwembly tenía equipamiento de refrigeración provisto de energía por
los transformadores de fusión, pero por lo que Benj sabía, desde los ensayos
originales nunca había sido utilizado. Se esperaba que resultase de utilidad durante la
penetración en la parte central de Low Alfa, no programada todavía por lo menos,
durante un año terrestre, y posiblemente más adelante. El destino del Esket había
hecho que algunos de los planes originales se tambaleasen.
Pero un refrigerador es una bomba de calor. Incluso Benj sabía que la mayor parte
de las bombas son reversibles, por lo menos en teoría. Aquél debía tener en algún
lugar situado en el exterior del casco del vehículo una sección de alta temperatura
para descargar el calor. ¿Dónde estaba? ¿Era transportable? ¿A qué temperatura
estaba? Dondragmer debía saberlo. ¿Pero no habría pensado ya en eso? Quizá no. No
era un estúpido, ni mucho menos, pero carecía de fondo humano. Lo que sabía de
física le había sido enseñado por mesklinitas mucho después de ser adulto.
Seguramente no formaría parte de los conocimientos básicos que la mayor parte de
los seres inteligentes agrupan bajo el concepto de «sentido común». Benj asintió ante
esta idea, pasó un segundo o dos más recordándose que, aunque quedase como un
tonto, podría valer la pena, y cogió su micrófono.
Esta vez los adultos que le rodeaban no se sintieron divertidos, mientras el
mensaje llegaba a Dhrawn. Ninguno de los presentes conocía lo suficiente sobre los
detalles de ingeniería de los vehículos como para contestar las preguntas sobre el
descargador calorífero y el refrigerador, pero todos sabían la suficiente física para
sentirse molestos por no haber pensado antes en la pregunta. Esperaban la respuesta
de Dondragmer con tanta impaciencia como Benj.
—El refrigerador es uno de vuestros aparatos en estado sólido electrónicos, que
no pretendo comprender a la perfección —llegaron finalmente a la estación las
palabras del capitán. Continuaba empleando su propia lengua, con disgusto de
algunos de los oyentes—. No hemos tenido que usarlo desde las pruebas de
aceptación; aquí el tiempo algunas veces ha sido bastante caluroso, pero no realmente

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insoportable. Es una cosa fácil de describir; en todas las habitaciones hay placas de
metal que se enfrían al activar el sistema. Hay una barra de metal, una especie de
abrazadera, que recorre los costados del casco hasta arriba. Comienza cerca de la
popa, corre medio cuerpo hacia adelante, del lado de babor de la línea central, cruza
hasta unos cuatro cuerpos de distancia del puente y llega por el otro lado hasta un
punto a la altura de donde comenzó. Recorrer el casco de lado a lado es una de las
pocas cosas que hace. Supongo que esa barra debe ser el radiador. Comprendo, como
tú insinuaste que haría, que en el sistema debe haber una parte semejante.
Probablemente estará en el exterior. No puede ser ninguna otra cosa.
Desgraciadamente, no podría encontrarse más lejos del hielo, suponiendo que tenga
suficiente calor como para derretirlo, cosa que no sé todavía. Comprendo que podría
calentarse a voluntad proporcionándole la suficiente electricidad, pero no estoy
seguro de que me guste la idea de intentar desprenderla del casco para esto.
—Supongo que arruinaría el sistema de refrigeración, especialmente si no
pudieses ponerla otra vez —añadió Benj—. Sin embargo, quizá no sea tan difícil. Voy
a buscar un ingeniero que conozca realmente ese sistema. Tengo una idea. Te llamaré
otra vez.
El muchacho, sin esperar la respuesta de Dondragmer, saltó de su asiento y salió
corriendo de la sala de Comunicaciones. En el momento en que desapareció, los
observadores que no habían comprendido el lenguaje pidieron a Easy un resumen de
la conversación, que ella suministró de buena gana. Cuando Benj volvió remolcando
a un ingeniero, los que estaban de guardia abandonaron francamente sus puestos para
escucharle. Debieron oírse varias sentidas acciones de gracias cuando se advirtió que
el recién llegado no era lingüista y el muchacho estaba sirviendo de intérprete. Los
dos se acomodaron delante de las pantallas, y Benj se aseguró de que sabía qué decir
antes de conectar su micrófono.
—Tengo que decirle al capitán que la mayor parte de los empalmes que sujetan la
barra del radiador a la superficie del Kwembly son una especie de clavos; únicamente
penetran un poco en ella, y pueden ser desprendidos sin dañar el casco. Quizá sea
necesario utilizar cemento para volverlos a colocar después. Pero tendrán que ser
cortadas. La aleación no es muy dura. Podrá hacerse con sierras. Una vez
desprendidas, la barra puede ser empleada como una resistencia que desprende calor
simplemente colocando sus extremos en los enchufes para corriente directa de un
transformador. Puedo decir al capitán que no existe peligro de un cortocircuito,
puesto que los transformadores tienen controles de seguridad internos. ¿Es esto
correcto, señor Katini?
—Completamente —contestó asintiendo el pequeño ingeniero de cabello gris. Era
uno de los que habían contribuido a diseñar y construir los vehículos. Aparecía como
uno de los poquísimos seres humanos que habían pasado un largo tiempo en el

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ecuador de Mesklin bajo tres gravedades—. No creo que tengas ningún problema en
aclararle esto a Dondragmer, incluso sin traducción; si quieres, yo se lo diré
directamente. Él y yo siempre nos entendimos con bastante facilidad en mi propia
lengua.
Benj asintió reconociéndolo, pero comenzó a hablar en stenno por su micrófono.
Easy sospechó que estaba presumiendo, y deseó que esto no le jugase una mala
pasada de rebote; mas no vio una verdadera necesidad de intervenir. Tenía que
admitir que estaba realizando una buena traducción. Debía haber aprendido mucho de
su amigo Beetchermarlf. En cierta forma, actuaba mejor de lo que ella misma habría
hecho; empleaba analogías significativas para el capitán, pero que a ella no se le
habrían ocurrido.
La respuesta llegó en lengua humana. Dondragmer comprendió la razón más
probable de que fuese Benj el que hablaba, en lugar del ingeniero que había
suministrado la información. El muchacho se sobresaltó ligeramente y confirmó las
sospechas de su madre mirándola rápidamente. Ella, cuidadosamente, conservó sus
ojos fijos sobre la pantalla de Dondragmer.
—Tengo la idea —la voz mesklinita llegaba con un ligero acento. No siempre
obtenía pleno éxito en limitar su voz al radio de la audibilidad humana—. Podemos
desprender la barra y utilizarla con un transformador como un radiador para derretir
el hielo alrededor del vehículo. El transformador proporcionará la energía suficiente,
y no hay peligro de fundirlo. Sin embargo, acláreme dos puntos, por favor:
»Primero: ¿cómo podemos estar seguros de que podemos volver a conectar la
barra después eléctricamente? Conozco lo suficiente como para dudar de que el
cemento sea el método adecuado. No quiero quedarme para siempre sin sistema de
refrigeración, puesto que Dhrawn se está aproximando a su sol y el clima se está
haciendo más cálido.
»Segundo: cuando el metal toque el hielo o se sumerja en el agua derretida, ¿no
habrá peligro para la gente sobre, dentro o bajo el agua? ¿Serán los trajes suficiente
protección? Supongo que, puesto que son transparentes, serán aislantes eléctricos
bastante buenos.
El ingeniero comenzó a contestar de golpe, mientras Benj se maravillaba de la
conexión que pudiese existir entre la transparencia y la conductibilidad eléctrica y de
que Dondragmer, con su preparación, la conociese.
—Puedes hacer la conexión con bastante facilidad. Sólo tienes que apretar
fuertemente los metales uno contra otro y utilizar el adhesivo para mantener en su
lugar una envoltura de tela alrededor del empalme. Tienes razón en cuanto a la
conductividad del cemento. Asegúrate de que no penetre entre las superficies
metálicas.
»Tampoco necesitas preocuparte por si electrocutas a alguien dentro de los trajes.

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Servirán de protección adecuada. Sospecho que se necesitaría un voltaje enorme para
herir a tu gente, de todas formas, puesto que los fluidos de vuestro cuerpo no están
polarizados, pero no tengo prueba experimental y no creo que la necesites. Se me ha
ocurrido que quizá haría mejor golpeando con un arco sobre la superficie del hielo.
Quizá tenga amoníaco suficiente para ser un buen conductor. Debería funcionar muy
bien, si funciona. Únicamente es posible que esté demasiado caliente para que tus
hombres estén cerca, y tendría que ser controlado cuidadosamente. Ahora que lo
pienso, el procedimiento destruiría gran parte de la barra, impidiéndote recomponer
de nuevo el sistema. Será mejor que nos conformemos con un simple calentador de
resistencia y con derretir el hielo, en lugar de hacerlo hervir.
Katini permaneció silencioso, esperando la respuesta de Dondragmer. Benj
continuaba pensando, y todos los demás que habían oído esto tenían sus ojos fijos en
la pantalla del capitán. Su cambio de idioma había atraído hasta a aquellos que, de
otra forma, hubiesen esperado pacientemente una traducción.
Desde el punto de vista humano, esto no fue afortunado. Más tarde Barlennan lo
consideró un golpe de suerte.
—De acuerdo —llegó finalmente la respuesta de Dondragmer—. Sacaremos la
barra de metal e intentaremos usarla como un calentador. Estoy mandando al exterior
hombres para que comiencen a desprender las abrazaderas pequeñas. Haré que uno de
los comunicadores sea colocado en el exterior, de forma que podáis vigilar mientras
cortamos los conductores y comprobarlo todo antes de conectar la energía.
Trabajaremos despacio, para que podáis decirnos si hacemos algo mal, antes de llegar
demasiado lejos. No me gusta esta situación. No me gusta hacer algo cuando estoy
tan seguro de lo que pueda pasar. Se supone que tengo el mando aquí, y sólo desearía
haber aprendido más sobre vuestra ciencia y vuestra tecnología. Quizá tenga una
imagen tan aproximada como es posible. En cuanto al resto, confío en vuestro juicio
y en vuestro conocimiento; pero es la primera vez en años que me siento tan
inseguro.
Fue Benj el que contestó, batiendo a su madre sólo por una fracción de segundo.
—He oído que fuiste el primer mesklinita en comprender la idea general de la
verdadera ciencia y uno de los que más hicieron para poner el Colegio en marcha.
¿Qué quieres decir: te gustaría haber aprendido más?
Easy le interrumpió, al igual que Benj empleó el propio idioma de Dondragmer.
—Tú sabes mucho más que yo, Don, y estás al mando. Si no te hubiese
convencido lo que te dijo Katini, no habrías dado esas órdenes. Tendrás que
acostumbrarte a ese sentimiento que no te gusta; otra vez acabas de chocar contra
algo nuevo. Es como aquella vez, hace cincuenta años, mucho antes de que yo
naciera, cuando comprendiste repentinamente que la ciencia que utilizábamos
nosotros, los alienígenas, se reducía a simples conocimientos llevados más allá del

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nivel del sentido común. Ahora te encuentras con el hecho de que nadie, ni siquiera
un comandante, puede conocerlo todo y de que a veces tiene que seguir un consejo
profesional. ¡Acostúmbrate a la idea, Don, y cálmate!
Easy se recostó en su asiento y miró a su hijo, el único en la sala que había
seguido completamente sus palabras. El muchacho parecía sobresaltado, casi
aterrorizado. Cualquiera que fuese la impresión causada a Dondragmer, había dado
en el blanco de Benjamin Ibson Hoffman. Para un padre era una sensación
intoxicante; tuvo que luchar contra la ansiedad de decir más. Fue ayudada por una
interrupción en voz humana.
—¡Eh! ¿Qué le ha pasado al helicóptero?
Todos los ojos se volvieron a las pantallas de Reffel. Hubo un segundo completo
de silencio. Después Easy, mientras continuaba observando atentamente la pantalla,
dijo:
—¡Benj, informa a Dondragmer mientras yo llamo a Barlennan!

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IX. PROPÓSITOS CRUZADOS

Hacía mucho que en la colonia el tiempo se había despejado, la niebla de


amoníaco había sido conducida por el viento hacia las desconocidas regiones
centrales de Low Alfa y el viento había descendido hasta convertirse en una suave
brisa del noroeste. Las estrellas parpadeaban violentamente, atrayendo la atención de
ocasionales mesklinitas que estaban fuera o en los corredores, pero pasando
inadvertidas para aquellos que se encontraban en las habitaciones mejor iluminadas
bajo el tejado transparente.
A causa de que Barlennan se encontraba en la zona del laboratorio, en la parte
occidental de la colonia, cuando Easy llamó, el mensaje tardó algo en llegar hasta él.
Lo hizo en forma escrita, conducido por uno de los mensajeros de Guzmeen, que, de
acuerdo con las órdenes existentes, no prestó atención al hecho de que Barlennan
estuviese en una conferencia. Arrojó la nota delante de su comandante, quien
interrumpió sus palabras en la mitad de una frase para leerla. Bendivence y
Deeslenver, los científicos con los que hablaba, esperaron en silencio a que
terminase, aunque las actitudes de sus cuerpos traicionaban la curiosidad.
Barlennan leyó el mensaje dos veces, pareció intentar recordar algo, y después se
volvió hacia el mensajero.
—Supongo que todo esto acaba de llegar.
—Sí, señor.
—¿Y cuánto tiempo ha pasado desde el informe anterior de Dondragmer?
—No hace mucho, señor. Yo diría que menos de una hora. Estará en el cuaderno.
¿Lo compruebo?
—No es tan urgente, en tanto que se conozca. Lo último que yo supe fue que el
Kwembly había tocado fondo después de bajar a la deriva por un río durante un par de
horas, y eso fue hace mucho tiempo. Supongo que todo iba bien, puesto que Guz no
me transmitió nada más. O bien oyó informes provisionales en los intervalos usuales,
o preguntaría a los seres humanos.
—No lo sé, señor. No he estado de guardia todo el tiempo. ¿Lo compruebo?
—No. Dentro de poco yo mismo estaré allí. Dile a Guz que no envíe ningún otro
mensaje detrás de mí; sólo que retenga cualquier llamada.

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El corredor desapareció, y Barlennan se volvió a los discípulos:
—A veces me pregunto si no debiéramos tener más comunicaciones eléctricas en
este lugar. Me gustaría saber cuánto tiempo lleva Don metido en este lío, pero quiero
saber otras cosas antes de ir a ver a Guzmeen.
Bendivence hizo un gesto que equivalía a un encogimiento de hombros.
—Si lo ordena, podemos hacerlo. Aquí en el laboratorio hay teléfonos que
funcionan bastante bien, y podemos electrificar toda la colonia si quiere que el metal
sea empleado en eso.
—Todavía no. Nos ajustaremos a las prioridades originales. Tomad, leed esto. El
Kwembly ha quedado atrapado en agua helada, o algo así, y sus dos helicópteros han
desaparecido. Uno tenía a bordo un comunicador con los seres humanos, que se
estaba utilizando en aquel momento.
Deeslenver indicó su emoción con un suave zumbido y, a su vez, alcanzó el
mensaje. Bendivence lo pasó silenciosamente. El primero lo leyó dos veces, como
había hecho Barlennan antes de hablar.
—Sería de esperar que los humanos estuviesen algo mejor informados si se
encontraban mirando tan cuidadosamente. Todo lo que dice esto es que Kervenser no
regresó de un vuelo y que otro helicóptero enviado en su búsqueda, con un
comunicador a bordo, dejó de enviar señales repentinamente; la pantalla quedó en
blanco de improviso.
—Yo veo una posible razón —observó Bendivence.
—Pensé que lo harías —replicó el comandante—. La pregunta no es qué fue lo
que desconectó la pantalla, sino por qué sucedió entonces y allí. Podemos dar por
descontado que Reffel utilizó el obturador. Habría sido conveniente que hubieseis
pensado en ese truco antes de la salida del Esket; habría simplificado mucho esa
operación. Debe haber entrado algo en su campo de vista que no concordaría con la
historia del Esket. ¿Pero qué pudo ser? El Kwembly está a cinco o seis millones de
cables del Esket. Supongo que uno de los dirigibles podría encontrarse allí, pero, ¿por
qué?
—No lo sabremos hasta que llegue otro vuelo desde el emplazamiento de
Destigmet —replicó el científico—. Lo que me interesa es por qué no supimos antes
la desaparición de Kervenser. ¿Por qué hubo tiempo para que saliese Reffel en misión
de búsqueda y para que desapareciese también él antes de que nosotros lo hubiésemos
sabido? ¿Se retrasó Dondragmer en comunicárselo a los informadores humanos?
—Lo dudo mucho —replicó Barlennan—. En realidad quizá nos hayan
comunicado lo de Kervenser cuando sucedió. Recordad que el mensajero dijo que
habían estado llegando otros mensajes. Quizá Guzmeen no haya pensado que la
desaparición mereciese enviar un corredor mientras Kervenser estuvo perdido durante
un buen rato. Podemos comprobar eso en unos cuantos minutos, pero me imagino

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que esta vez no hay nada divertido. Por otra parte, me he estado preguntando
últimamente si la gente de allá arriba nos ha retransmitido siempre la información
completa y rápidamente. Una vez o dos he tenido la impresión de que las cosas
estaban siendo reunidas y enviadas de una vez. Quizá sea simple holgazanería; tal vez
no sea verdad…
—O quizá ellos estén organizando lo que oímos deliberadamente —dijo
Bendivence—. En este momento la mitad de nuestra tripulación podría estar perdida
sin que nosotros lo supiésemos, si los seres humanos lo quisiesen así. Podría ser que
teman que abandonemos el trabajo y pidamos ser devueltos a nuestro hogar si el
riesgo resulta ser muy alto, según lo estipulado en el contrato.
—Supongo que eso es posible —admitió Barlennan—. No se me había ocurrido
exactamente así. No creo que eso en particular sea muy verosímil, pero cuanto más
considero la situación, más me gustaría encontrar una manera de comprobar eso, por
lo menos para asegurarme de que ellos no están tomándose su tiempo y teniendo
conferencias sobre las cosas que hay que decirnos cada vez que algo va mal en uno
de los vehículos.
—¿Crees realmente que eso es posible? —preguntó Deeslenver—. Es difícil
decirlo. Nosotros no hemos sido completamente sinceros con ellos, y consideramos
que tenemos muy buenas razones para ello. Realmente no me molestaría demasiado.
Sabemos que algunos de ellos son buenos negociantes, y es culpa nuestra si no
podemos estar a su nivel. Me gustaría saber con certeza si se trata de negocios o de
descuidos. Puedo pensar en una forma de comprobarlo, pero preferiría no usarla
todavía. Si alguien puede sugerirme una alternativa, será muy bienvenida.
—¿Cuál es la suya? —preguntaron al unísono los dos científicos, quizá
Deeslenver media sílaba por delante.
—El Esket, por supuesto. Es el único lugar donde podemos obtener una
comprobación independiente de lo que nos dicen. Por lo menos, todavía no he
pensado en ninguna otra. Incluso eso necesitaría mucho tiempo. Hasta la aparición
del sol no saldrá de allí otro vuelo, y faltan todavía mil doscientas horas
aproximadamente. Podríamos mandar al Deedee incluso de noche.
—Si hubiésemos colocado ese sistema de retransmisión por luces que yo sugerí…
—comenzó Deeslenver.
—Demasiado arriesgado. Existen muchas probabilidades de que nos vean. No
sabemos lo útiles que puedan ser los instrumentos humanos. Sé que la mayor parte de
ellos están muy arriba, cerca de esa estación, pero no conozco lo que pueden ver
desde allí. La forma despreocupada en que distribuyen estos comunicadores visuales
para que los utilicemos en el planeta demuestra que no los consideran un material
muy sofisticado y que los emplearon en Mesklin hace doce años. Hay demasiadas
probabilidades de que puedan localizar cualquier luz en la cara oscura del planeta.

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Ésa es la razón de que vetase tu idea, Dee; de otra forma, admito que era excelente.
—Bien, todavía no hay metal suficiente para un contacto eléctrico —añadió
Bendivence—. En este momento no tengo más ideas. Ahora que lo pienso, se podría
hacer una sencilla prueba sobre lo fácilmente que los humanos pueden localizar las
luces.
—¿Cómo?
La pregunta se hizo por las actitudes del cuerpo, no verbalmente.
—Podríamos preguntarles inocentemente si tienen alguna forma de rastrear las
luces de posición o los focos de los helicópteros desaparecidos.
Barlennan meditó brevemente la sugerencia.
—Bien. Excelente. Vamos allá. Sin embargo, si dicen que no pueden hacerlo, no
podremos estar seguros de que dicen la verdad. Puedes ir pensando en otra prueba
para eso.
Salió de la sala de mapas en primer lugar, donde se había desarrollado la
discusión, y se dirigió por los pasillos de la colonia a la sala de Comunicaciones. La
mayor parte de los corredores estaban bastante oscuros. Los patrocinadores de la
expedición no habían escatimado el suministro de luces artificiales, pero el propio
Barlennan se había mostrado bastante tacaño en cuanto a su distribución. Las
habitaciones estaban iluminadas de forma adecuada; los pasillos tenían justo la
iluminación mínima.
Esto proporcionaba a los mesklinitas el reconfortante sentimiento de que no había
nada sobre su cabeza, al permitirles ver las estrellas con bastante claridad. Ningún
nativo de aquel planeta era realmente feliz ante el hecho de que hubiese algo que
pudiese caer sobre él. Hasta los científicos miraban arriba de vez en cuando,
sintiéndose confortados hasta por la vista de estrellas que ni siquiera eran las suyas.
El sol de Mesklin, llamado por los hombres Cyoni 61, estaba en aquel momento bajo
el horizonte.
Barlennan miraba hacia arriba más que hacia delante; estaba intentando echar un
vistazo a la estación humana. Ésta llevaba una baliza luminosa visible desde Dhrawn,
brillante como una estrella de cuarta magnitud. Su apenas visible movimiento sobre
el fondo celestial era el mejor reloj de larga duración que tenían los mesklinitas. Lo
utilizaban para volver a ajustar los instrumentos de tipo péndulo que habían
construido; pocas veces marchaban al unísono durante más de unas cuantas veintenas
de horas cada vez.
Las estrellas y la estación se esfumaron cuando el trío entró en la sala de
Comunicaciones, brillantemente iluminada. Guzmeen vio a Barlennan, e
inmediatamente informó.
—No hay más noticias de ninguno de los helicópteros.
—¿Qué informes ha enviado Dondragmer entre el momento en que el Kwembly

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tocó fondo y ahora durante las últimas ciento treinta horas? ¿Sabes cuánto tiempo
hace que ha desaparecido el primer oficial de Don?
—Sólo en términos generales, señor. Se informó del incidente, pero no se dijo
nada específico sobre si había sucedido recientemente. Yo di por supuesto que
acababa de ocurrir, pero no lo pregunté. Las dos desapariciones fueron comunicadas
con bastante proximidad: menos de una hora de diferencia.
—Y cuando llegó la segunda, ¿no te preguntaste por qué supimos las dos casi
simultáneamente, aunque tienen que haber ocurrido con un intervalo?
—Sí, señor. Comencé a preguntármelo un cuarto de hora antes que usted, cuando
llegó el último mensaje. No tengo ninguna explicación, pero pensé que usted se
encargaría de pedir una a los humanos, si lo creía necesario.
Bendivence intervino:
—¿Supone que Don no informó sobre la primera desaparición porque era
consecuencia de un error y esperaba poder minimizarlo al informar al mismo tiempo
de la desaparición y del encuentro, como si fuesen incidentes de poca importancia?
Barlennan le miró especulativamente, pero no perdió el tiempo en contestar.
—No, no lo creo. Dondragmer y yo no estamos de acuerdo en todo, pero hay
algunas cosas que ninguno de nosotros haría.
—¿Incluso si un informe inmediato no significase realmente nada? Después de
todo, ni nosotros ni los seres humanos podemos ayudarle, aun conociendo la noticia.
—Incluso así.
—No comprendo por qué.
—Yo sí. Acepta mi palabra; no tengo tiempo para una explicación detallada, y
dudo que de todas formas pudiese componer una. Si Dondragmer no informó
inicialmente, tuvo una buena razón. Personalmente dudo mucho que el fallo haya
sido suyo. Guz, ¿qué humanos retransmitieron los informes? ¿Era siempre el mismo?
—No, señor. No reconocí todas sus voces, y a menudo no se molestan en
identificarse. De todas formas, la mitad de las veces los informes llegan en lengua
humana. La mayor parte del resto proviene de los humanos Hoffman. Hay otros que
hablan nuestra lengua, pero esos dos parecen los únicos que lo hacen con comodidad.
Particularmente con el joven tengo la impresión de que ha estado hablando mucho
con el Kwembly, y supuse que si se estaban dando charlas sin importancia, nada muy
serio podía estar sucediendo.
—De acuerdo. Yo probablemente habría hecho lo mismo. Usaré el equipo. Tengo
un par de preguntas que hacer a los humanos.
Barlennan ocupó su lugar delante del receptor, mientras el ayudante de guardia le
dejaba su sitio sin serle ordenado. La pantalla estaba en blanco. El capitán oprimió el
control de «atención» y esperó pacientemente que pasara un minuto. Podría haber
comenzado a hablar en aquel momento, puesto que podía apostarse con seguridad que

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quienquiera que se encontrase al otro extremo no perdería el tiempo preparando su
receptor; pero Barlennan quería ver quién estaba allí. Si el retraso causaba sospechas,
tendría que afrontarlo.
El rostro que apareció no le era familiar. Incluso cincuenta años terrestres de trato
con los seres humanos no habían sido suficientes para educarle en asuntos tales como
parecidos familiares, aunque ningún ser humano hubiese dejado de adivinar que Benj
era el hijo de Easy. En realidad, los cincuenta años no habían proporcionado mucha
gente diferente para establecer comparaciones; menos de dos veintenas de hombres y
ninguna mujer habían aterrizado en Mesklin. Guzmeen reconoció al muchacho, pero
el propio Benj le ahorró la necesidad de decírselo a Barlennan.
—Aquí Benj Hoffman —habló la imagen—. No ha llegado nada del Kwembly
desde que mi madre llamó hace unos veinte minutos, y no hay ni ingenieros ni
científicos en la habitación en este momento. Si tienes preguntas que necesiten
respuestas técnicas, dímelo para que pueda llamar al hombre que se necesite. Si sólo
es asunto de detallar lo que ha venido sucediendo, yo he estado aquí en la sala de
Comunicaciones la mayor parte de estas últimas siete horas, y probablemente puedo
decirlo. Espero.
—Tengo dos preguntas —respondió Barlennan—. Puedes contestar
probablemente una de ellas. La primera tiene que ver con la segunda desaparición.
Me pregunto a qué distancia del Kwembly se encontraba el segundo helicóptero
cuando dejó de comunicar. Si no conoces la distancia, quizá puedas decirme por
cuánto tiempo había estado buscando su piloto. La segunda depende de una parte de
vuestra tecnología que no conozco, pero tú quizá sí. ¿Hay alguna posibilidad de que
desde donde estáis veáis luces semejantes a las de los helicópteros? Supongo que
vuestros ojos, sin ayuda, no pueden verlas mejor que lo harían los míos, pero tenéis
muchos ingenios ópticos sobre los que conozco poco, probablemente alguno del que
nunca he oído hablar. Espero.
En la pantalla la imagen de Benj elevó un dedo y asintió justo cuando Barlennan
terminaba de hablar, pero el muchacho esperó la otra pregunta antes de comenzar.
—Puedo contestar tu primera pregunta. El señor Cavanaugh ha ido a buscar a
alguien que pueda responder a la segunda —fueron sus palabras iniciales—.
Kervenser emprendió su vuelo de exploración hace unas once horas. No se
comprendió que tenía problemas hasta unas ocho horas más tarde, cuando todo saltó
al mismo tiempo; Kervenser y su helicóptero desaparecidos, el Kwembly congelado y
Beetchermarlf y Takoorch en algún lugar bajo el hielo; nadie sabe que están allí, pero
se encontraban trabajando bajo el casco, y nadie puede pensar en otro sitio donde
puedan encontrarse; Reffel, uno de los marineros, cogió el otro vehículo con un
equipo visual para buscar a Kervenser, y lo hizo muy cerca de donde estaba el
Kwembly durante un rato. Después nosotros le sugerimos que llegase hasta un punto

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donde un accidente no habría sido ni visto ni oído desde el vehículo, lo que hizo; por
supuesto, Dondragmer desde el puente le perdió de vista. Entonces iniciamos una
discusión con el capitán; todo el mundo aquí arriba se sintió interesado, y resultó que
durante varios minutos nadie estuvo vigilando la pantalla de Reffel. Entonces alguien
advirtió que la pantalla estaba completamente en blanco; no un vacío de no-señal,
sino el negro de la falta de luz; eso fue todo.
Barlennan miró a Guzmeen y a los científicos. Ninguno de ellos habló, pero no
era necesario. ¡Nadie estaba mirando la pantalla cuando Reffel empleó el obturador!
No era la suerte con la que se contaba normalmente.
Benj continuaba hablando.
—Por supuesto, el sonido no estaba conectado, ya que nadie había hablado con
Reffel ni se tiene idea de lo que sucedió. Esto fue justo antes de que mi madre
llamase hace menos de media hora. Eso significaría algo así como dos horas y media
entre las dos desapariciones. Tendremos que esperar para contestar la otra pregunta,
puesto que el señor Cavanaugh todavía no ha vuelto.
Barlennan estaba un poco perplejo por la aritmética, puesto que el muchacho
había empleado las palabras mesklinitas que designaban los números con el
significado de éstos en términos humanos. Después de unos cuantos segundos, lo
comprendió.
—No me estoy lamentando —dijo—, pero por lo que dices, infiero que pasaron
más de dos horas entre la desaparición de Kervenser y la detención del Kwembly y el
momento en que se nos dijo. ¿Sabes a qué podría ser debido? Por supuesto,
comprendo que no hubiese logrado hacer nada, pero existía un cierto entendimiento
de que se me informaría de lo que ocurriese a los vehículos. No sé cuál es tu trabajo
en la estación; quizá no tengas esa información; pero el responsable de mis
comunicaciones me dice que has hablado largo tiempo con el Kwembly; así que quizá
puedas ayudarme. Espero.
Barlennan tenía varios motivos para hacer su observación final. Uno era bastante
obvio; quería aprender más sobre Benj Hoffman, especialmente porque este último se
servía bien del lenguaje mesklinita, y si Guz estaba en lo cierto, parecía querer hablar
con mesklinitas. Quizá fuera, como el otro Hoffman, un nuevo foco de simpatía en la
estación. Si era así, sería importante saber cuánta influencia podría tener.
Además, el comandante quería comprobar sin llamar la atención la idea de
Guzmeen de que Benj había estado charlando con miembros de la tripulación del
Kwembly. Finalmente, hasta Barlennan podía decir que Benj era joven, para ser un
ser humano que desempeñaba una tarea importante; su selección de palabras y su
estilo narrativo en general lo delataba así. Esto quizá llegara a utilizarse con ventaja si
llegaba a establecerse una relación razonablemente íntima.
La respuesta del muchacho, cuando al fin llegó, era indefinida, por una parte, y

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prometedora, por la otra.
—No sé por qué no te dijeron en su momento lo de Kervenser y la helada —dijo
—. Personalmente, yo pensé que te lo habían dicho. He estado hablando bastante con
Beetchermarlf; supongo que lo conoces; es uno de los timoneles de Don; ese con el
que se puede hablar, y no simplemente escuchar. Cuando supe que había
desaparecido, me concentré en lo que podría hacerse. No estuve todo el tiempo en la
sala de Comunicaciones; no es mi puesto. Sólo vengo cuando puedo para hablar con
Beetch. Admito que alguien debería habértelo dicho antes. Si quieres, intentaré
averiguar quién tenía tal misión y por qué no lo hizo. Mi madre y el señor Mersereau.
»No sé cómo explicar mejor mi trabajo aquí. En la Tierra, cuando alguien termina
educación básica (lo que todo el mundo debe saber: leer, física, sociología), tiene que
trabajar en un puesto no especializado de alguna tarea esencial durante dos o tres
años antes de que pueda optar por una educación superior, general o especializada.
Nadie lo dice claramente, pero todo el mundo sabe que la gente con la que trabaja es
la que más influye en lo que puede hacer después. En teoría, estoy destinado aquí en
el laboratorio aeronáutico como una especie de ayudante y recadero; en realidad, en
la estación el que grite primero y con más fuerza me tiene allí. Tengo que admitir que
no me hacen la vida demasiado difícil. Estos últimos días he podido pasar un montón
de tiempo hablando con Beetch.
Sus cincuenta años de experiencia permitieron a Barlennan traducir sin esfuerzo
la idea implicada en la utilización de la palabra día por un ser humano.
—Por supuesto —continuó el muchacho—, sirve de algo que conozca vuestro
idioma. Mi madre tiene una gran facilidad para los idiomas, y yo la he heredado de
ella. Comenzó hace diez años a aprender el vuestro, cuando mi padre tuvo los
primeros contactos con el proyecto de Dhrawn. Probablemente trabajaré gran parte
del tiempo en Comunicaciones de ahora en adelante, en forma semioficial. Aquí llega
el señor Cavanaugh con uno de los astrónomos, cuyo nombre creo que es Tebbetts.
Ellos contestarán tu pregunta sobre las luces, y yo intentaré enterarme del otro asunto.
El rostro de Benj fue reemplazado en la pantalla por el del astrónomo, un
conjunto de rasgos anchos y oscuros que sorprendió bastante a Barlennan. Nunca
había visto a un ser humano con barba, aunque sí estaba acostumbrado a grandes
variaciones en el cabello craneano. La de Tebbetts era un pequeño adorno, estilo Van
Dyke, completamente compatible con un casco espacial; pero para los ojos de los
mesklinitas constituía una drástica diferencia. Barlennan decidió que no sería correcto
preguntarle al astrónomo qué era aquello. Quizá fuese mejor obtener la información
más tarde, por medio de Benj. No se ganaba nada molestando a alguien.
Para alivio del comandante, la extensión facial no interfería con la dicción de su
poseedor. Evidentemente, Tebbetts conocía ya la pregunta. Comenzó a hablar
rápidamente, empleando la lengua humana.

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—Desde aquí podemos detectar todas las luces artificiales que tenéis, incluyendo
las portátiles, aunque podría ser difícil con aquellas que no estén enfocadas en nuestra
dirección. Utilizaríamos el equipo regular: mosaicos fotomultiplicadores detrás de un
objetivo apropiado; cualquier cosa que necesites puede prepararse dentro de unos
cuantos minutos. ¿Qué quieres que hagamos?
La pregunta cogió por sorpresa a Barlennan. En los pocos minutos que habían
pasado desde la discusión del asunto con sus científicos, se había ido afianzando más
y más en la creencia de que los hombres negarían ser capaces de detectar las luces. Si
el comandante hubiese sido un poco más precavido, no habría contestado como lo
hizo. De hecho, antes que las palabras llegasen a la estación, estaba lamentando lo
que había dicho.
—No creo que tengáis problemas en localizar el Kwembly; ya conocéis su
situación mejor que yo, y las luces del puente estarán encendidas. Sus dos
helicópteros acaban de desaparecer. Normalmente llevan luces. Me gustaría que
escudriñaseis la zona dentro de unas doscientas millas alrededor del Kwembly lo más
cuidadosamente que podáis buscando otras luces, y después, que nos digáis a mí y a
Dondragmer las posiciones de lo que encontréis. ¿Tardaría eso mucho?
El retraso en el mensaje fue lo suficientemente largo como para que Barlennan
comprendiese su error. No podía hacer otra cosa que esperar, aunque esa palabra es
una mala traducción de la actitud mesklinita más próxima posible. La respuesta hizo
que se animase un poco; quizá el error no había sido demasiado serio, con tal de que
los seres humanos no encontrasen cerca del Kwembly más que otras dos luces.
—Me temo que sólo pensaba en detectar luces —dijo Tebbetts—. Situar sus
fuentes será más difícil, especialmente desde aquí. Estoy bastante seguro de que
podemos resolver tu problema si los helicópteros desaparecidos tienen las luces
encendidas. Si creéis que puedan haberse estrellado, no habrá muchas probabilidades
de que haya luces; pero me pondré a ello inmediatamente.
—¿Y qué me decís de sus plantas de energía? —preguntó Barlennan, decidido a
enterarse de lo peor, ya que había empezado—. ¿No hay otras radiaciones, además de
la luz, desprendidas en las reacciones nucleares?
Cuando esta pregunta alcanzó la estación, Tebbetts se había marchado,
cumpliendo su promesa; afortunadamente, Benj podía proporcionar una contestación.
Era una información básica en el proyecto, y le había sido explicada cuidadosamente
después de su llegada.
—Los transformadores de fusión desprenden neutrinos que pueden ser
detectados, pero no podemos determinar su origen con exactitud —dijo al
comandante—. Para eso están los satélites de sombras reflejadas. Detectan los
neutrinos, los cuales prácticamente todos vienen del sol. Las plantas de energía de
Dhrawn y las de aquí arriba no cuentan mucho, comparadas con eso, aunque no se

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trate de un gran sol. Los computadores van siguiendo donde están los satélites,
especialmente si el planeta se encuentra entre un satélite dado y el sol, de forma que
hay una medida de la absorción de neutrinos a través de las diferentes partes del
planeta. En unos cuantos años esperamos tener una radiografía estadística de Dhrawn.
Quizá no sea una buena comparación; quiero decir, una buena idea de la densidad y
composición del interior del planeta. Ya sabes que todavía se discute si Dhrawn
debiera ser considerado un planeta o una estrella, o si el calor extra proviene de la
fusión de hidrógeno en su centro o de radioactividad cerca de la superficie.
»Pero estoy tan seguro como es posible de que los helicópteros desaparecidos no
pueden ser encontrados a partir de su emisión de neutrinos, aunque sus
transformadores estuviesen todavía en funcionamiento.
Barlennan se las arregló para ocultar su alegría ante estas noticias. Simplemente
contestó:
—Gracias. No podemos tenerlo todo. Doy por sentado que se me comunicarán los
resultados, aunque estéis seguros de que no se encontrará nada; me gustaría saber si
tengo que dejar de contar con eso. He terminado por ahora, Benj, pero llama aquí si
aparece algo, bien sobre los vehículos o sobre esos amigos tuyos. Después de todo,
estoy inquieto por ellos, aunque quizá no en la forma en que tú lo estás por
Beetchermarlf. El que yo recuerdo es Takoorch.
Barlennan, que había tenido un contacto más directo con seres humanos y unas
razones más egoístas para desarrollar habilidades semejantes, pudo leer más
acertadamente entre líneas las palabras de Benj y tener una imagen mucho más
correcta de los sentimientos del muchacho que Dondragmer. Estaba seguro de que
esto sería útil; pero lo apartó de su mente mientras se alejaba del comunicador.
—Eso podría ser mejor y peor al mismo tiempo —observó a los dos científicos—.
Ha sido una suerte que no colocásemos ese sistema de comunicarnos por la noche
mediante luces que se reflejaban en pantallas; habríamos sido vistos.
—Ciertamente no —objetó Deeslenver—. El humano dijo que podían localizar
esas luces, pero no sugirió que tuviesen costumbre de buscarlas. Si se necesitan
instrumentos, apostaría a que están ocupados en cosas más importantes.
—Yo también lo haría si los riesgos no fuesen tantos —replicó Barlennan—. De
todas formas, no podemos utilizarlo ahora, porque sabemos que estarán mirando
hacia aquí con sus mejores máquinas. Acabamos de pedirles que lo hagan.
—Pero no mirarán hacia aquí. Registrarán los alrededores del Kwembly, a
millones de cables de este lugar.
—Piensa en ti mismo allá en nuestro planeta mirando a Toorey. Si tuvieses que
examinar de cerca una zona con un telescopio, ¿cuánto te costaría echar un vistazo a
otras regiones?
Deeslenver concedió el punto con un gesto.

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—Entonces o bien esperamos a que salga el sol o enviamos un vuelo especial, si
queremos utilizar el Esket como has sugerido; admito que yo no he encontrado otra
forma, ni siquiera sé qué podríamos hacer allí que resultase una buena prueba.
—Eso no importa mucho. Lo esencial será lo pronto, acertada y completamente
que los seres humanos nos informen de lo que les hagamos ver. Pensaré en algo
durante el próximo par de horas. ¿No estáis los investigadores preparando un vuelo
que saldrá pronto?
—No tan pronto —dijo Bendivence—. Además, no estoy de acuerdo en que los
detalles no importan. No queremos que adquieran la idea de que pudimos tener algo
que ver con lo que pasó en el Esket. No son estúpidos.
—Por supuesto. No quise decir que lo fueran. Será algo completamente natural,
teniendo muy en cuenta el hecho de que los seres humanos saben todavía menos que
nosotros lo que es natural en este mundo. Volved a los laboratorios y decid a todo el
que tenga material que cargar en el Deedee que el momento de la salida ha sido
adelantado. Dentro de dos horas tendrá un mensaje por escrito para Destigmet.
—De acuerdo.
Los científicos se esfumaron por la puerta, y Barlennan les siguió más despacio.
Estaba comenzando a comprender la validez del punto de Bendivence. ¿Qué podría
colocarse delante de uno de los transmisores visuales del Esket que no sugiriese que
había mesklinitas en los alrededores, pero que atrajese el interés humano y tentase a
las enormes criaturas a censurar sus informes? ¿Cómo podía idear una cosa de aquel
tipo sin saber por qué los informes estaban siendo retenidos o sin estar
completamente seguro de que lo fuesen? Todavía era posible que el retraso en el
asunto del Kwembly hubiese sido un descuido genuino; como había sugerido el joven
humano, todo el mundo podía haber pensado que alguien se había encargado ya del
asunto. Desde el punto de vista del marinero que era Barlennan, esto equivalía a una
completa incompetencia y a una desorganización imperdonable; pero no sería la
primera vez que había sospechado aquellas cualidades en seres humanos; por
supuesto, no como especie, sino individualmente.
Había que hacer la prueba, y los transmisores del Esket podrían servir de
instrumentos para el propósito. Por lo que Barlennan sabía, los transmisores todavía
estaban en activo. Naturalmente, se había tenido cuidado de que nadie penetrase en su
campo visual desde la «pérdida» del vehículo, y había pasado mucho tiempo desde
que ningún ser humano había hecho alguna referencia a ellos. Deberían haber sido
obturados, en lugar de esquivados, ya que esto hubiese dejado a los mesklinitas
mucha más libertad de acción en el lugar; pero la idea de los obturadores no se les
había ocurrido hasta después de que Destigmet partiese con sus instrucciones de
erigir una segunda colonia, desconocida para los seres humanos.
Según recordaba Barlennan, uno de los transmisores había estado en el puente en

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el lugar de costumbre, otro en el laboratorio y otro en el hangar donde se guardaban
los helicópteros. Se había dispuesto cuidadosamente que éstos estuviesen realizando
vuelos de rutina cuando ocurrió la «catástrofe». El cuarto estaba en la sección de
soporte vital, aunque no cubriendo la entrada. Por supuesto, había sido necesario
retirar de esta cámara gran parte del equipo.
A pesar de tantos planes, la situación continuaba siendo incómoda; que el
laboratorio y la sala de soporte vital continuaran fuera de su alcance, o en el mejor de
los casos, accesibles sólo con el mayor de los cuidados, había causado a Destigmet y
a su primer oficial Kabremm muchas molestias. Habían pedido permiso varias veces
para obturar los equipos, desde que se había inventado la técnica. Barlennan lo había
vetado, no queriendo que la atención humana volviese al Esket; ahora bien, quizá la
misma red pudiese atrapar dos peces. El repentino oscurecimiento de una, o quizá de
las cuatro pantallas, sería sin duda advertido. No podía decirse si los humanos
sentirían alguna tentación de ocultar el hecho de la colonia. Podía únicamente
probarse.
Cuanto más pensaba en ello, mejor sonaba el plan. Barlennan sintió el goce
familiar a todos los seres inteligentes, de cualquier especie, que han resuelto sin
ayuda un problema importante. Durante medio minuto disfrutó de él. Al final de ese
tiempo, fue alcanzado por otro de los corredores de Guzmeen.
—¡Comandante! —el mensajero se colocó a su lado en el corredor casi a oscuras
—. Guzmeen dice que debe usted volver rápidamente a Comunicaciones. Uno de los
seres humanos, el hombre llamado Mersereau, está en la pantalla. Guz dice que
debiera estar excitado, aunque no lo está, porque está informando de que algo sucede
en el Esket… ¡Algo se mueve en el laboratorio!

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X. MÁS DATOS

Mantener el paso de Barlennan mientras éste cambiaba de dirección no fue muy


fácil, pero el mensajero lo consiguió. El comandante dio por supuesta su presencia
continua.
—¿Algún detalle más? ¿Cuándo o qué se estaba moviendo?
—Ninguno, señor. El hombre apareció en la pantalla sin previo aviso. Dijo: «Algo
pasa en el Esket. Díselo al comandante». Guzmeen me ordenó que le alcanzase a la
velocidad del huracán; así que no oí nada más.
—¿Fueron éstas sus palabras exactas? ¿Empleó nuestro lenguaje?
—No. Era el lenguaje humano. Sus palabras fueron…
El corredor repitió la frase, esta vez en la lengua original. Barlennan no pudo leer
más en las palabras que lo que había estado implícito en la traducción.
—Entonces no sabemos si alguien fue visto merodeando por allí, o dejó caer algo
dentro del campo de la lente, o…
—Lo primero lo dudo, señor. Sería difícil que el humano no hubiese reconocido a
una persona.
—Supongo que no. Bueno, cuando lleguemos allí, habrá algún detalle más.
Sin embargo, no lo había. Boyd Mersereau ni siquiera estaba en la pantalla en el
momento en que Barlennan llegó a la sala de Comunicaciones. Más
sorprendentemente tampoco había nadie más. El comandante miró con sospecha a
Guzmeen. El oficial de comunicaciones se encogió de hombros (equivalentemente):
—Se marchó después de esa única frase sobre el laboratorio, señor.
Barlennan, perplejo, apretó el control de «atención».
Pero Boyd Mersereau tenía otros problemas en su cabeza, la mayor parte, aunque
no todos, relacionados con Dhrawn, no con el Esket. Había unos cuantos asuntos
mucho más importantes que el gigantesco planeta-estrella.
La principal de sus preocupaciones era la de calmar a Aucoin, quien se
encontraba molesto de que no se le hubieran comunicado los intercambios entre
Dondragmer y Katini y el comandante y Tebbetts. Se sentía inclinado a culpar al
joven Hoffman por decidir en asuntos que modificaban los planes sin contar con la
aprobación oficial. Sin embargo, no quería decir nada que pudiese molestar a Easy.

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La consideraba, con bastante justificación, como el miembro del grupo de
Comunicaciones más cerca de ser indispensable. En consecuencia, Mersereau y otros
sufrieron los efectos de la desviada ira del administrador.
Esto no era demasiado serio por lo que a Boyd se refería. Hacía años que había
clasificado la pacificación de administradores, junto con el afeitado, como algo que
llevaba tiempo, pero que no necesitaba una atención completa; valía la pena hacerlo
sólo porque generalmente a la larga causaba menos problemas. El centro real de la
atención, lo que hacía que incluso las noticias del Esket fuesen relegadas, era el
estado de cosas en el Kwembly.
Si estuviese solo, Boyd quizá se habría preocupado moderadamente. Los
mesklinitas desaparecidos no eran amigos íntimos suyos. Era lo bastante civilizado
como para sentirse tan molesto por su pérdida cual si hubiesen sido humanos, aunque
no eran ni sus hermanos ni sus hijos.
El propio Kwembly era un problema, pero bastante corriente. Los vehículos
habían tenido dificultades antes; hasta ahora, tarde o temprano siempre habían sido
liberados. Con todo, Mersereau se hubiese sentido simplemente ocupado, no
preocupado, si hubiese estado solo.
No le dejaban. Benj Hoffman tenía fuertes sentimientos sobre todo el asunto y
sabía dejarlos en claro no sólo hablando, aunque estaba perfectamente dispuesto a
hablar. Incluso silencioso, irradiaba simpatía. Boyd se encontró a sí mismo
discutiendo con Dondragmer el progreso del plan para derretir el hielo o las
probabilidades de otra riada, a la luz de sus efectos en los perdidos timoneles, en
lugar de hacerlo con un razonable y correcto despego profesional. Era molesto.
Beetchermarlf y Takoorch, y hasta Kervenser, no eran tan importantes para el
proyecto; la cuestión importante era que la tripulación sobreviviera. De una forma
extraña, Benj, sentado silenciosamente a su lado o intercalando unas cuantas
observaciones, se las arreglaba para hacer que la objetividad pareciese crueldad.
Mersereau no tenía defensa contra aquel particular efecto. Easy sabía muy bien lo que
estaba pasando, pero no se entrometió, porque compartía casi por completo los
sentimientos de su hijo. En parte a causa de su sexo y en parte por su propio pasado,
sentía una simpatía muy intensa por Beetchermarlf y su compañero, y hasta por el
propio Takoorch. Unos veinticinco años antes se había visto envuelta en una situación
bastante parecida, cuando una cadena de errores la había hecho perderse en el interior
de una nave de investigación sin tripulantes en un planeta a alta temperatura y alta
presión.
De hecho, llegó más lejos de lo que hubiese llegado Benj. Dondragmer podía, y
probablemente quería, enviar un grupo por tierra hasta el lugar de la desaparición de
Reffel, puesto que la localización era bastante bien conocida; no resultaba probable
que se arriesgase a enviar también uno de los tres comunicadores que le quedaban.

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Sin embargo, Easy, en parte con argumentos propios y en parte empleando las
técnicas de su hijo para poner a Mersereau de su parte, convenció al capitán de que el
riesgo de no llevar el comunicador sería mucho mayor. Esta discusión, como otras
muchas, se realizó en ausencia de Aucoin; mientras discutía con Dondragmer,
Mersereau se preguntaba cómo justificaría este paso al planificador Aucoin. Sin
embargo, en la discusión estuvo al lado de Easy, mientras Benj, en el fondo, ocultaba
una mueca.
Con su atención ocupada de esta manera, Boyd apenas advirtió la llamada de otro
observador indicando que un par de objetos se movían por la pantalla que mostraba el
laboratorio del Esket. Cambió brevemente de canal y pasó la noticia a la colonia,
volviendo al Kwembly sin esperar el final del ciclo de comunicación. Más tarde
afirmaría que no había sido realmente consciente del nombre del Esket en el informe;
había pensado que el mensaje era rutinario y propio de un observador cualquiera; su
principal sentimiento fue de irritación por ser distraído. Otros hubiesen gritado al
observador; siendo el tipo de persona que era, Boyd había hecho lo que le pareció la
forma más rápida y sencilla de terminar con la interrupción. Después olvidó
completamente el incidente.
Benj había prestado todavía menos atención. La pérdida del Esket había sucedido
mucho antes de su llegada a la estación, y el nombre no significaba para él nada de
particular, aunque su madre le había mencionado una vez a sus amigos Destigmet y
Kabremm.
Por supuesto, fue Easy la que reaccionó ante la llamada. Apenas advirtió lo que
Mersereau hacía o decía, y nunca pensó en decírselo a Barlennan hasta que llegasen
más detalles. Inmediatamente se trasladó a un asiento que dominaba las pantallas del
vehículo «perdido» y relegó el resto del universo a segundo plano.
La llamada de vuelta de Barlennan, por tanto, le proporcionó muy poca
información. Easy no había visto nada, y cuando ella había cambiado de puesto,
cualquier movimiento había cesado. El observador original sólo podía decir que había
visto rodar por el suelo del laboratorio del Esket dos objetos: un carrete de cable o
cuerda y un trozo pequeño de tubería. Era posible que algo los hubiera empujado,
aunque alrededor del vehículo no hubo señales de vida durante varios meses
terrestres; era igualmente posible, y quizá probable, que algo hubiese inclinado al
Esket, haciéndolos rodar. Eso fue lo que dijo el observador, aunque no pudo sugerir
nada específico como capaz de balancear la monstruosa máquina.
Este asunto dejó a Barlennan en un dilema. Era posible que alguien de la
tripulación de Destigmet se hubiese descuidado, o hubiesen operado causas naturales,
como los humanos aparentemente preferían creer. También era posible, considerando
lo que el propio Barlennan había estado planeando hacer justamente entonces, que
todo el asunto fuese la representación de una ficción humana. La conciencia del

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comandante le impulsaba a conceder más peso a esta posibilidad de lo que quizá
habría hecho en circunstancias diferentes.
Resultaba difícil comprender qué se trataba conseguir por medio de una ficción
semejante. Difícilmente podía ser una trampa; no debía haber una reacción
equivocada ante aquella historia. La única respuesta posible era el completo engaño.
Barlennan tuvo que admitir para sí que si había algo más profundo y más sutil, no
podía adivinar lo que era.
De todas formas, no le gustaba adivinar. Era mucho más fácil aceptar los informes
en su justo valor, teniendo únicamente en cuenta las capacidades del que hablaba, sin
preocuparse por los posibles motivos. A veces, reflexionó el comandante, la molesta
franqueza de Dondragmer, que le había hecho desaprobar todo el truco del Esket,
tenía algo de deseable.
Sí, tenía que suponer que el informe era cierto. Haciéndolo así, volvería cualquier
truco humano contra sus planeadores. Bien, entonces no había nada que hacer,
excepto que Destigmet informase. Eso quería decir sencillamente que en el Deedee se
enviaría un mensaje más.
Le vino a la cabeza que había otra forma de averiguar la veracidad de los
informes humanos. Este informe, fuese cierto o no, mostraba señales de haber llegado
rápidamente. Y la señora Hoffman tenía que estar implicada.
La idea de que la presencia de Easy hacía que la situación fuese especial era la
única sobre el incidente que Barlennan y Aucoin hubiesen tenido en común. Por
supuesto, este último no sabía todavía nada del nuevo incidente en el Esket; ni
siquiera Mersereau había pensado en ello. Todavía estaba ocupado en otras cosas.
—¡Easy! —Boyd se apartó de su micrófono y gritó en la dirección del nuevo
puesto de Easy—. Parece que hemos convencido a Don. Va a enviar un equipo visual
con una brigada de búsqueda de seis hombres. Quiere comprobar su propia
estimación de la distancia a la que Reffel se ha desvanecido. Cree que podemos
localizar dónde estaba su transmisor. Quizá lo supiésemos en el momento, pero no
estoy seguro de que fuera grabado. ¿Quieres vigilar esto mientras lo compruebo con
los cartógrafos, o prefieres ir tú misma?
—Quiero observar aquí un poco más. Benj puede subir, si puede soportar
abandonar un minuto las pantallas.
Miró hacia el muchacho con una media pregunta; éste asintió y desapareció en un
momento. Tardó mucho más de lo que había esperado, y volvió algo cariacontecido.
—Dicen que me darían de buena gana el mapa grabado de la primera parte del
vuelo de Reffel, antes de que yo le dijese que siguiese adelante hasta que pudiese ver
el Kwembly. Todo lo que saben sobre dónde desapareció es que ha debido ser fuera
de ese mapa; éste cubre el valle a lo largo de una milla al oeste del vehículo.
Mersereau gruñó disgustado.

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—Me había olvidado de eso.
Se volvió hacia su micrófono para transmitir a Dondragmer dicha información,
que no servía de mucho.
El capitán no se sintió particularmente sorprendido ni molesto. Ya había discutido
su propio cálculo de la distancia y la dirección con Stakendee, quien guiaba el grupo
de exploradores.
—Supongo que los seres humanos tenían razón en cuanto a dejarte llevar el
comunicador —había observado el capitán—. Será molesto llevarlo, y no me gustaría
perderlo; pero tenerlo reducirá el riesgo de perderos a vosotros. Todavía me preocupa
una repetición de la riada que nos trajo aquí, y la gente de allá arriba no puede darnos
una predicción definida. Están de acuerdo en que tiene que haber pronto una riada
estacional. Con el transmisor podrán avisarte directamente si consiguen una
información segura, comunicándote conmigo a través de ellos si encuentras algo.
—No estoy seguro de qué sería mejor si llegase una riada —dijo Stakendee—. Si
estamos cerca del Kwembly, haremos lo que podamos para regresar a bordo; supongo
que si estuviésemos lejos, nos dirigiríamos hacia el norte del valle, que parece estar
más cerca. Sin embargo, en caso intermedio, no estoy seguro de qué sería mejor;
sobrevivir a la riada no nos serviría de mucho si el vehículo fuese arrastrado corriente
abajo a un año de camino.
—Yo también he estado pensando en eso —replicó el capitán—, y todavía no
tengo una respuesta. Si somos arrastrados otra vez, hay muchas probabilidades de que
el vehículo quede inutilizado. No puedo decidir si deberíamos sacar el equipo de
soporte vital y llevarlo al borde del valle antes de que empecemos a intentar derretir
el hielo. Lo que afirmas está bien; quizá debiera llevar allí ese equipo en vuestro
beneficio, además del nuestro. Bien, lo resolveré. Salid. Cuanto antes terminemos la
búsqueda, menos tendremos que preocuparnos sobre riadas.
Stakendee hizo un gesto de asentimiento, y cinco minutos más tarde Dondragmer
veía cómo él y su grupo salían por la compuerta principal. El comunicador
proporcionaba al grupo una apariencia grotesca; el bloque de plástico, de cuatro
pulgadas de alto y ancho y de doce de longitud, era transportado como si fuera una
litera por dos de los exploradores. Las antenas de tres pies de altura estaban separadas
únicamente dos pulgadas, apoyándose sobre armaduras en el punto medio de las
dieciocho pulgadas del cuerpo de los portadores. Las antenas y las armaduras habían
sido construidas con las reservas del vehículo, el equivalente mesklinita de la madera.
En el compartimiento del almacén había toneladas de aquel material, otra de las
incongruencias que aparecían con profusión en el vehículo movido por energía
nuclear.
El grupo de exploración bordeó la proa del Kwembly, que daba al noroeste, y se
dirigió directamente al oeste. Durante unos minutos Dondragmer observó sus luces

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que desaparecían y reaparecían sobre las rocas, pero tuvo que ocuparse de otros
asuntos mucho antes de que estuviesen fuera del alcance de la vista.
Figuras alargadas hormigueaban sobre el casco, soltando la barra del radiador. A
Dondragmer no le había gustado ordenar una actividad tan destructiva; pero había
pesado lo mejor que podía los riesgos relativos de hacerlo o no; habiendo alcanzado
una decisión, no formaba parte de su naturaleza continuar preocupándose de si era
correcta. Igual que la mayoría de los seres humanos pensaban que los drommians
eran típicamente paranoicos, la mayor parte de los mesklinitas que los conocían
consideraban a los seres humanos como típicamente vacilantes. Dondragmer, tomada
la decisión y dada la orden, simplemente vigiló para asegurarse de que el casco sufría
el menor daño posible. Desde el puente no podía ver por encima de su curva el punto
lejano donde convergían los conductores; tendría que salir al exterior más adelante
para supervisar aquella parte del trabajo. Quizá sería todavía mejor sacar un
comunicador visual y dejar que los humanos lo supervisasen. Por supuesto, con el
retraso en la comunicación sería difícil para ellos detener a tiempo un error serio.
De momento, podía dejarse el trabajo a cargo de Proffen. El problema que el
capitán había mencionado a Stakendee necesitaba de una mayor reflexión. El material
de soporte vital era fácil de desmontar. Podía ordenar su transporte sin retrasar
demasiado la retirada del hielo; pero si llegaba una riada mientras estaba fuera y el
Kwembly resultaba arrastrado a larga distancia, las cosas podían complicarse mucho.
El sistema era de ciclo cerrado, utilizando plantas mesklinitas, dependiendo para su
energía original de los transformadores de fusión. Debido a su naturaleza, tenía la
cantidad justa de vegetación necesitada por la tripulación. ¡Si hubiese habido mucha
más, no habría suficientes mesklinitas para cuidar las plantas! Sería posible llevar
parte del sistema y dejar el resto, y después aumentar cada parte hasta ser capaz de
soportar a toda la tripulación si las circunstancias impusiesen una decisión entre el
vehículo y el terreno sólido. Resultaría bastante fácil construir más cisternas, pero
obtener algún cultivo lo bastante grande como para suministrar hidrógeno a toda la
tripulación, quizá llevara más tiempo del que disponían.
En realidad, era mala suerte que toda la comunicación pasase por la estación
humana. Una de las tareas primordiales y más importantes de la tripulación del Esket
consistía en modificar el antiguo sistema vital o producir uno nuevo capaz de soportar
una población mayor. Por todo lo que Dondragmer conocía, quizá esto ya hubiese
sido alcanzado hacía meses.
Sus cavilaciones fueron interrumpidas por el comunicador.
—¡Capitán! Aquí Benj Hoffman. ¿Sería demasiada molestia colocar uno de los
visores de forma que pudiésemos observar cómo trabajan vuestros hombres en el
proyecto del deshielo? Acaso el del puente sirva si se coloca pegado a estribor y
enfocado hacia atrás.

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—Eso será bastante fácil —replicó el capitán—. Pensaba que tal vez estaría bien
que alguno de vosotros vigilase el trabajo.
Puesto que el aparato pesaba menos de quinientas libras en la gravedad de
Dhrawn, fueron sus incómodas dimensiones las que le proporcionaron molestias; su
problema fue parecido al de un hombre que intenta mover el embalaje vacío de una
nevera. En unos cuantos segundos lo colocó en una posición adecuada, empujándolo
por la cubierta, en lugar de intentar levantarlo. A su debido tiempo llegó el enterado
del muchacho.
—Gracias, capitán. Así está bien. Puedo ver el terreno a estribor, además de algo
que supongo será la compuerta principal y alguna de tu gente trabajando. Es un poco
difícil calcular las distancias, pero sé lo que mide el Kwembly y la situación de la
compuerta principal; por supuesto, conozco lo que medís vosotros; diría que vuestras
luces me permiten ver el hielo unas cincuenta o sesenta yardas más allá de la
compuerta.
Dondragmer se sintió sorprendido.
—Yo puedo ver tres veces más lejos… No, espera; estás empleando tus números
basados en doce; así que no es tanto; pero veo más que tú. Los ojos deben ser mejores
que las células receptoras del aparato. Espero que no te limites a mirar lo que ocurre
aquí. ¿Las demás pantallas del Kwembly están en un lugar donde puedas verlas? ¿Hay
otra gente vigilando? Quiero seguir en contacto lo más posible con el grupo de
exploración que acaba de salir de aquí. Después de lo que le sucedió a Reffel, estoy
inquieto por ellos y su aparato.
Mientras enviaba este mensaje, Dondragmer se debatía con su propia conciencia.
Por una parte, estaba bastante seguro de que Reffel había cerrado su aparato
deliberadamente, aunque todavía resultaba menos claro para él que para Barlennan
por qué había sido necesario esto. Por otra parte, no aprobaba el secreto de toda la
maniobra alrededor del Esket. Aunque no arruinaría los planes de Barlennan
deliberadamente con algún acto propio, no se sentiría muy desilusionado si todo
quedaba al descubierto. Había bastantes probabilidades de que Reffel tuviese
verdaderas dificultades; si, como parecía probable, le había pasado algo a sólo unas
millas de distancia, había tenido tiempo de volver y explicarse, aunque fuese a pie.
En resumen, Dondragmer tenía una buena excusa, pero no le gustaba la idea de
necesitar una. Después de todo, quedaba el asunto de Kervenser.
—Las cuatro pantallas están justo delante de mí —aseguraba Benj—. Ahora
mismo estoy solo en este puesto, aunque hay más gente en la habitación. Mi madre se
encuentra a unos diez pies frente a las pantallas del Esket. ¿Te ha contado alguien que
en una de ellas se ha movido algo? El señor Mersereau acaba de salir para tener otra
discusión con el doctor Aucoin.
Barlennan hubiese dado bastante por oír aquella frase.

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—Hay unos diez observadores en la habitación vigilando los otros equipos, pero
no conozco muy bien a ninguno. La pantalla de Reffel continúa en blanco; hay cinco
personas trabajando en la cámara del Kwembly, donde se encuentra tu otro equipo,
aunque no puedo decir qué es lo que hacen. El grupo que marcha a pie continúa su
camino. Únicamente puedo ver unos cuantos pies a su alrededor, sólo en una
dirección. Las luces no son tan fuertes como las que están alrededor del Kwembly. Si
algo viniese detrás de ellos o surge algún problema, se enterarán antes que yo. Hay
que tener en cuenta el retraso con que puedo decírselo.
—¿Quieres recordárselo? —preguntó Dondragmer—. El jefe se llama Stakendee.
No conoce lo suficiente el lenguaje humano. Es posible que confíe demasiado en que
tú le avisarás por el comunicador. Me temo que di por supuesto, sin decir mucho más,
que cuando planeábamos la búsqueda, su equipo le serviría de aviso. Por favor, dile
que simplemente es una comunicación indirecta entre él y yo.
La respuesta del muchacho tardó mucho más en llegar de lo que se explicaría por
el retraso de la luz. Seguramente estaba cumpliendo con la petición, sin molestarse en
dar el enterado. El capitán decidió no darle importancia al asunto; Hoffman era muy
joven. Había muchas más cosas que necesitaban atención, y se ocupó de ellas hasta
que la voz de Benj llegó una vez más al puente.
—He estado en contacto con Stak y le he dicho lo que me pediste. Prometió tener
cuidado, pero todavía no está muy lejos del Kwembly, entre las piedras; recuerda que
desaparecen un poco corriente arriba. Creo que todavía están dentro de los límites del
mapa, aunque en realidad no puedo distinguir una yarda cuadrada de otra en ese
jardín de rocas. Se trata de planicies de hielo, o de hielo del que sobresalen rocas, u
ocasionalmente de rocas sin hielo entre ellas. No veo cómo pueden buscar de forma
efectiva. Aunque trepen a las rocas más altas, hay muchas otras que bloquean la vista
por detrás. Los helicópteros no son muy grandes, y vosotros los mesklinitas, más
pequeños.
—Pensamos en ello cuando enviamos al grupo —replicó Dondragmer—. Una
búsqueda entre las piedras realmente efectiva será casi imposible si los desaparecidos
están muertos o inconscientes. Sin embargo, como tú mismo dices, las piedras se
convierten en roca desnuda a corta distancia de aquí; en cualquier caso, es posible
que Kerv o Reffel puedan contestar a las llamadas o pedir ayuda ellos mismos. Por la
noche es más fácil ser oído que ser visto. Además, la causa de su desaparición quizá
sea mayor o más fácil de localizar.
El capitán tenía una idea bastante clara sobre cómo reaccionaría Benj ante la
última frase. No le faltaba razón.
—Encontrar la causa perdiendo otro grupo no nos haría adelantar mucho.
—Sí, si en realidad nos enterásemos de lo que ha pasado. Por favor, Benj,
continúa en contacto con el grupo de Stakendee. Voy a atender otros asuntos. Tú

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siempre sabrás lo que pase medio minuto antes que yo. Supongo que esos segundos
no importarán mucho, pero por lo menos estás más cerca de Stak que yo en el tiempo.
»Además, tengo que salir al exterior. El trabajo de sacar la barra del casco está
llegando a un punto peligroso. Traeré uno de los equipos al exterior para estar en
contacto más cercano contigo, pero no te podré oír bien a través de un traje. El
volumen de vuestros comunicadores no es muy impresionante. Te llamaré cuando
esté de nuevo dispuesto; no hay nadie a mano para dejarlo aquí de guardia. Mientras
tanto, por favor, no dejes de observar lo que le suceda a Stakendee. Anótalo en la
forma que halles más conveniente.
El capitán esperó lo suficiente para recibir el enterado de Benj, que esta vez llegó
antes de ponerse su traje y dirigirse a la escotilla. Prefiriendo trepar más bien por el
interior que por el exterior, subió por las rampas hasta el puente y utilizó la pequeña
escotilla en la parte superior del casco: una tubería de forma de U, llena de amoníaco
líquido, lo suficientemente grande para un cuerpo mesklinita. Dondragmer corrió,
levantó la cubierta interior y penetró en un estanque líquido de tres galones, mientras
la cubierta se cerraba sobre él por su propio peso. Siguió la curva hacia abajo y de
nuevo hacia arriba, saliendo a la superficie a través de una cubierta similar en la parte
exterior del Kwembly.
Ante el suave plástico del casco deslizándose hacia abajo en todas direcciones,
excepto a sus espaldas, se sintió algo tenso, pero hacía mucho que había aprendido a
controlarse incluso en los lugares elevados. Sus pinzas volaban de un estribo a otro
mientras retrocedían hasta el lugar donde los pocos empalmes que quedaban en el
refrigerador todavía estaban intactos. Dos de ellos eran los contactos eléctricos que se
extendían a lo largo del casco y, por tanto, eran los que preocupaban más a
Dondragmer. Los otros, como había esperado, estaban desprendiéndose cual si fuesen
clavos de la superficie del vehículo; pero estos últimos tendrían que ser cerrados de
forma que más tarde pudieran conectarse de nuevo. Empalmar y soldar eran actos que
Dondragmer conocía únicamente en teoría. Sabía que cualquiera que fuese el
procedimiento a utilizar, se necesitarían seguramente unos fragmentos que
sobresaliesen del casco como punto de partida. El capitán quería estar
particularmente seguro de que el corte tendría esto en cuenta.
El acto mismo de cortar, según se le había dicho, no sería un problema para las
sierras de los mesklinitas. Seleccionó cuidadosamente los puntos donde iba a hacer
los cortes e hizo que dos de sus marineros se dedicasen a la tarea. Avisó al resto para
que se apartasen cuando la barra estuviese suelta. Esto no sólo quería decir que
bajasen a la superficie, sino también que se alejasen del casco. La idea era bajar el
metal al lado de la compuerta, una vez estuviese suelto, pero Dondragmer era
prudente en cuanto a pesos, y sabía que la barra podría no esperar a que la bajasen.
Hasta un mesklinita lamentaría encontrarse debajo cuando descendiese desde la parte

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superior del casco, por débil que les pareciese la gravedad de Dhrawn.
Todo esto había llevado la mayor parte de una hora. El capitán se preguntaba
sobre el progreso del grupo a pie, pero antes tenía que examinar otra parte del
proyecto de deshielo. Volvió a entrar en el vehículo y buscó el laboratorio, donde
Borndender estaba preparando una unidad energética que se ajustase a la improvisada
resistencia. En realidad no había mucho que hacer; enchufes polarizados, uno en un
extremo del bloque y otro en el opuesto, proveerían la corriente directa si la barra
podía ser introducida en los agujeros, y cualquier cambio que fuese necesario para
hacerlos ajustar tendría que hacerse más en la propia barra que en el generador. Sólo
se necesitó un momento para aclararle esto al capitán, quien, mirándolo, decidió que
el científico tenía razón y se dirigió apresuradamente al puente. Sólo cuando llegó allí
e intentó llamar a Benj comprendió que nunca se había sacado el traje; hablar a
Borndender a través del traje era una cosa; hablar por radio con un ser humano, otra
muy distinta. Se desvistió lo suficiente para que su aparato sifónico vocal quedase al
descubierto, y habló otra vez:
—Ya he vuelto, Benj. ¿Le ha pasado algo a Stakendee?
Mientras esperaba la respuesta terminó de sacarse el traje, lo alisó y lo colocó
cerca de la escotilla del centro. Aquél no era su sitio, pero no había tiempo para
bajarlo al armario junto a la escotilla principal y volver antes de que llegasen las
palabras de Benj.
—Nada realmente importante, a juzgar por lo que sé, capitán —llegó la voz del
muchacho—. Han caminado bastante, aunque no puedo saber cuánto. Unas tres
millas quizá desde que os marchasteis, pero es una suposición. No ha habido señales
de ninguno de los vehículos. Lo único que hemos visto que pudiera haber afectado a
cualquiera de ellos ha sido una nube de vez en cuando a unos cuantos cientos de pies
de altura, que se dirige en dirección al Kwembly; por lo menos eso fue lo que Stak
supuso. Yo no puedo verlo bien. Supongo que si accidentalmente se penetra en una
gran nube uno puede desorientarse, o caso de ir bajo, estrellarse antes de poder
enderezar el rumbo; en tales cacharros no hay ningún instrumento para volar a ciegas,
¿verdad? Es difícil creer que les haya pasado eso. Por supuesto, si estaban mirando al
suelo, en lugar de atender su vuelo…; pero Stak dice que ninguna de las nubes que
hemos visto hasta ahora es lo suficientemente grande como para que tuviesen tiempo
de perder el rumbo.
Dondragmer se inclinaba a compartir esta duda sobre la responsabilidad de las
nubes; habría dudado de ellos incluso si no tuviese un motivo para otra opinión. Una
mirada hacia arriba mostró que ninguna nube había alcanzado todavía al Kwembly.
Puesto que Benj acababa de decir que las nubes venían hacia el vehículo, las que
Stakendee había visto debían constituir la avanzadilla de la formación y encontrarse
mucho más al oeste cuando los helicópteros volaron. Esto quizá no valiese para el

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caso de Kervenser. Él podría haber llegado muy lejos del Kwembly. Tampoco era
probable que Reffel las hubiese encontrado. Dondragmer volvió a atender a Benj, que
no se había detenido a esperar una contestación.
—Stak dice que el lecho del torrente tiene una pendiente hacia arriba, pero no me
dijo cómo lo supo; sólo que habían subido varios pies desde que abandonaron al
Kwembly.
Dondragmer pensó que era debido al cambio de presión; siempre se notaba más
con los trajes. Simplemente el trepar por el casco provocaba una tensión diferente,
que podía ser observada en el traje. Además, la corriente que había llevado el
vehículo allí había fluido con bastante rapidez; su pendiente debía de ser bastante
grande, aun teniendo en cuenta la gravedad de Dhrawn.
—El único cambio verdadero es la naturaleza del terreno. Están muy lejos de las
piedras. En su mayor parte es roca desnuda, con fragmentos de hielo en las cavidades.
—Gracias, Benj. ¿Han averiguado algo tus meteorólogos sobre la posibilidad de
otra riada?
El muchacho se rió, aunque el sonido no tenía mucho significado para el
mesklinita.
—Me temo que nada. El doctor McDevitt no puede estar seguro. El doctor
Aucoin se quejó de ello hace un rato, y mi jefe se marchó. Dijo que en la Tierra los
hombres habían necesitado un par de siglos antes de poder hacer pronósticos seguros
con diez días, únicamente con un componente variable, el agua, y con las medidas de
todo el planeta accesibles. Cualquiera que espere perfeccionar en un par de años los
pronósticos en un mundo tan grande como Dhrawn cuando conocemos un área del
tamaño de un patio grande, y encima con dos variables y un radio de temperaturas
que va de los cincuenta a más de mil grados Kelvin, debe creer aún en la magia. Dijo
que teníamos suerte de que el clima no hubiese producido campos de hielo que se
convirtieran en pantanos al bajar la temperatura y en tormentas de lluvia de seis pies
de profundidad con aire claro en la parte inferior, pero congelando la parte superior
de los vehículos, y cuarenta cosas más que su computador arroja cada vez que cambia
otra variable. Fue divertido ver al doctor Aucoin intentando calmarlo. Generalmente
sucede al contrario.
—Lamento no haber estado allí para oírlo. Pareces divertido —replicó el capitán
—. ¿Le dijiste algo a tu jefe sobre las nubes que Stakendee ha visto?
—Oh, ciertamente. Se lo he dicho a todo el mundo, aunque ha sido hace sólo
unos minutos, y todavía no han vuelto con nada. Realmente no esperaría que lo
hiciesen, capitán; no hay suficiente información detallada de la superficie para una
interpretación, sin hablar de un pronóstico. Sin embargo, hubo algo. El doctor
McDevitt estaba muy interesado en averiguar cuántos pies había ascendido el grupo
de Stak, y dijo que si las nubes que había visto todavía no habían alcanzado al

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Kwembly, quería saber el momento en que lo harían tan exactamente como fuera
posible. Lo siento; debería haberlo dicho antes.
—No importa —replicó Dondragmer—. El hielo aquí todavía está claro. Te haré
saber el momento en que vea alguna nube. ¿Quiere decir esto que cree que llega otra
niebla como la que precedió la última riada?
A pesar de sus defensas innatas contra la preocupación, el capitán esperó con
alguna ansiedad el minuto siguiente.
—No lo dijo y no lo hará. Se ha equivocado muchas veces. No se arriesgará otra
vez, si lo conozco un poco, a menos que se trate de avisarte de un peligro muy
probable. ¡Espera! Hay algo en la pantalla de Stak.
Las muchas piernas de Dondragmer se tensaron.
—Voy a ver. Sí, todos los hombres de Stak, excepto uno, están a la vista, y ése
debe estar soportando el extremo de atrás del aparato, porque todavía se mueve. Hay
otra luz delante. Es más brillante que las que nosotros llevamos; por lo menos a mí
me lo parece, aunque no puedo decir a qué distancia se encuentra. No estoy seguro de
que la gente de Stak la haya visto, pero supongo que sí; dijiste que vuestros ojos son
mejores que los receptores. Madre, ¿quieres venir aquí? ¿Deberíamos llamar a
Barlennan? Estoy informando a Don. Sí, Stak la ha visto y su grupo se ha parado. La
luz tampoco se mueve. Stak tiene puesto el volumen de sonido, pero no puedo oír
nada que signifique algo para mí. Han bajado el transmisor y se están desplegando
delante de él; ahora puedo ver a los seis. El terreno es casi llano, sólo con un trozo de
hielo de vez en cuando. No hay rocas. Ahora los hombres de Stak han apagado sus
luces, y no puedo ver nada, excepto la nueva. Se hace más brillante, pero supongo
que se trata de que las células del receptor reaccionan ante un campo más oscuro. No
puedo ver nada a su alrededor; parece un poco neblinosa, si acaso. Algo la ha
bloqueado por un momento; no, se ve otra vez. Pude observar lo suficiente de una
silueta para estar bastante seguro de que era uno del grupo de rescate; debe haberse
levantado para poder contemplar mejor. Ahora puedo oír unos gritos, pero no
entiendo ninguna palabra. No comprendo por qué… Espera. La gente de Stak ha
vuelto a encender sus luces. Dos de ellos vienen hacia el aparato; lo recogen y lo
llevan hacia adelante en dirección al resto del grupo. Todas las luces están delante de
ellos; así que ahora puedo ver bastante bien. Hay niebla a unos pies, quizá a pocas
pulgadas; la nueva luz está dentro de ella. No puedo juzgar todavía a qué distancia. El
terreno no tiene marcas que ayuden; sólo roca desnuda con seis mesklinitas
aplastados contra ella, además de luces y una línea negra que podría ser roca de
diferente color, o quizás un pequeño arroyo que se dirige a ellos desde la izquierda y
desaparece de mi vista por la derecha. Ahora tengo una vaga sensación de
movimiento alrededor de la luz. Quizá sea la luz de un helicóptero. No sé dónde están
colocadas, ni a qué distancia del suelo se encuentran cuando la máquina está

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aparcada, ni lo brillantes que puedan ser.
»Ahora se ve mejor. Sí, algo se mueve. Viene hacia nosotros, sólo un punto negro
en la niebla. No lleva ninguna luz. Si mi suposición de la distancia es correcta —que
probablemente no lo sea—, es del mismo tamaño de los mesklinitas. Quizá sea
Kervenser o Reffel.
»Sí. Casi estoy seguro que es un mesklinita, pero todavía se encuentra demasiado
lejos para que yo lo reconozca. De todas formas, no puedo afirmar que reconocería a
esos dos. Está cruzando esa línea; debe ser un arroyo; algo de líquido ha pasado
durante medio segundo por el camino de la luz; ahora está solo a unas cuantas yardas,
y los otros se reúnen con él. Están hablando, pero no lo bastante alto para que yo lo
entienda. El grupo le rodea, y no puedo reconocer a nadie. Si viniesen un poco más
cerca, les preguntaría quién es; pero supongo que de todas formas informarán muy
pronto, y no puedo hacer que me oigan a través de los trajes, a menos que estén justo
al lado del aparato. Ahora vienen todos hacia aquí. El grupo se divide; dos de ellos
están justo delante del aparato; supongo que son Stakendee y el que acaba…
Fue interrumpido por una voz a su lado. Alcanzó no sólo su oído, sino tres
micrófonos abiertos y, a través de ellos, tres diferentes receptores de Dhrawn, donde
provocó tres reacciones muy diferentes.
—¡Kabremm! ¿Dónde has estado todos estos meses? —preguntó Easy.

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XI. JUGANDO CON CABLES

En realidad, no fue por completo culpa de Kabremm, aunque Barlennan tardó


mucho en perdonarle. El transmisor había estado lejos de las luces. Cuando el recién
llegado encontró al grupo de Stakendee, no había podido verlo; después no lo había
advertido; no lo reconoció hasta que estuvo a un pie o dos. Incluso entonces no se
preocupó demasiado; todos los seres humanos le parecían iguales. Supuso que su
propia gente parecería por lo menos tan indistinguible a los ojos de los humanos, y
aunque deliberadamente no se hubiese puesto a la vista, una retirada repentina o
cualquier intento de ocultarse hubiese sido mucho más sospechoso que permanecer
tranquilamente donde estaba.
Cuando la voz de Easy salió del micrófono con su nombre, era sesenta y cuatro
segundos demasiado tarde para hacer nada. Stakendee, cuya respuesta refleja ante el
sonido fue avanzar hacia el obturador sobre el equipo visual, comprendió a tiempo
que esto sólo empeoraría las cosas. Lo que tendrían que hacer no estaba claro para
ninguno de ellos. Ninguno era un experto en intrigas, aunque Mesklin no era más
inocente en cuestión de supercherías políticas que en variedad comercial. Ninguno
resultaba particularmente rápido de mente. Al contrario de Dondragmer, ambos
apoyaban con entusiasmo el engaño sobre el Esket, comprendiendo que cualquier
cosa que hiciesen o dejasen de hacer, en relación a este error, probablemente chocaría
con lo que pudiesen efectuar Barlennan o Dondragmer. La coordinación era
imposible.
Stakendee pensó, después de algunos segundos, en intentar dirigirse a Kabremm
como si fuese uno de los desaparecidos Reffel o Kervenser, pero dudaba de que
pudiese conseguirlo. La señora Hoffman debía de haberlo reconocido con bastante
seguridad para haber hablado tan enfáticamente como lo había hecho, y la respuesta
de Kabremm no era probable que sirviese de nada. Seguramente no conocía el status
de ninguno de los hombres desaparecidos.
El ser humano no había dicho más después de la pregunta; debía estar esperando
una contestación. ¡Qué habría visto entre el momento que terminó de hablar y aquel
retraso!
Barlennan también había oído el grito de Easy, y se encontraba exactamente en el

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mismo conflicto. Sólo podía hacer suposiciones sobre la presencia de Kabremm en un
lugar cerca del Kwembly, aunque el incidente del corte de comunicaciones de Reffel
le había preparado para algo semejante. Únicamente uno de los tres dirigibles era
utilizado en el vuelo regular entre el emplazamiento del Esket y la colonia; los otros
estaban bajo el control de Destigmet, generalmente explorando. Sin embargo,
Dhrawn era lo bastante grande como para que la presencia de uno de ellos en los
alrededores del Kwembly fuese una gran sorpresa.
Sin embargo, parecía haber sucedido. Era simplemente mala suerte, resumió
Barlennan, aumentada por el hecho de que el único ser humano en todo el universo
que posiblemente podía reconocer a Kabremm de vista se había encontrado en un
puesto donde podía verle cuando ocurrió el desliz. Por tanto, los seres humanos
sabían ahora que la tripulación del Esket no había sido suprimida. No se había
pensado nada, en caso de un descubrimiento semejante. No existía ninguna historia
planeada y ensayada que Barlennan pudiese suponer que Kabremm utilizaría. Quizá
Dondragmer haría algo; podía suponerse que haría todo lo que pudiese, sin tener en
cuenta lo que pensaba de todo el asunto, pero era difícil ver qué podía hacer. El
problema estaba en que el propio Barlennan no tendría idea de lo que Dondragmer
habría dicho y no sabría qué decir cuando las preguntas se dirigiesen a la colonia,
como sucedería con seguridad. Probablemente la práctica más segura era afirmar una
completa ignorancia y pedir honradamente un informe de Dondragmer tan completo
como fuese posible. Al menos, el capitán evitaría que Kabremm, quien se había
estado haciendo el desentendido, estropease todo el tinglado.
Fue afortunado para la paz de mente de Barlennan que no comprendiese dónde
había sido visto Kabremm. Unos cuantos segundos antes de su grito de
reconocimiento, Easy le había dicho que Benj estaba informando de algo desde una
pantalla del Kwembly, o habría supuesto que Kabremm había penetrado
inadvertidamente dentro del campo visual de un comunicador del Esket. No conocía
detalles sobre el grupo de búsqueda de Stakendee, por lo cual supuso que el incidente
había ocurrido en el Kwembly, y no cinco millas más lejos. Teniendo en cuenta las
circunstancias, cinco millas eran tan malas como cinco mil; la comunicación entre los
mesklinitas que no estuviesen en un radio capaz de permitir oírse a gritos, tenía que
pasar por los humanos; Dondragmer no se encontraba en mejor posición de cubrir el
error de lo que estaba el propio Barlennan. Sin embargo, el capitán del Kwembly se
las arregló para hacerlo de forma completamente casual.
Él también había oído la exclamación de Easy mejor que Barlennan, en vista de la
posición de la mujer entre los micrófonos. Sin embargo, para él resultaba poco más
que una distracción, porque su mente estaba completamente absorta con unas
palabras que Benj había pronunciado unos cuantos segundos antes. De hecho, se
sintió muy molesto; por ello hizo algo que todo el mundo con cierta experiencia en la

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comunicación Dhrawn-satélite había aprendido a no hacer hacía tiempo. Había
interrumpido, enviando una llamada urgente a la estación mientras Benj todavía
hablaba.
—¡Por favor! Antes que nada decidme más sobre ese líquido. Por lo que has
dicho, tengo la impresión de que hay un arroyo corriendo por el lecho del río delante
del receptor visual de Stakendee. Si es así, envía estas órdenes inmediatamente; Stak,
con dos hombres para llevar el comunicador, va a seguir inmediatamente ese arroyo
corriente arriba, manteniéndote informado sobre su naturaleza y a mí a través de ti;
particularmente si está creciendo. Los otros tres van a seguirlo para averiguar su
proximidad al Kwembly; cuando se hayan asegurado de esto, que vuelvan
rápidamente con la información. Más tarde me interesaré por el que habéis
encontrado. Me alegra que haya aparecido uno de ellos. Si este riachuelo es el
principio de la próxima riada, tendremos que detener todo lo demás, sacando el
equipo de soporte vital fuera del vehículo y del valle. Por favor, comprueba esto y
transmite a Stakendee dichas órdenes ahora mismo.
Esta petición comenzó a llegar justo cuando Easy empezó su frase y mucho antes
de que Kabremm o Barlennan pudiesen haber replicado. Mersereau y Aucoin
continuaban ausentes; por tanto, Benj no vaciló en pasar las órdenes de Dondragmer.
Easy, después de un segundo o dos de pensamiento, almacenó la cuestión de
Kabremm y transmitió la misma información a Barlennan. Si Don consideraba que la
situación era de emergencia, ella estaba dispuesta a aceptar su opinión; él estaba en el
lugar de los hechos. Sin embargo, no apartó los ojos de la pantalla que mostraba la
imagen de Kabremm. Su presencia todavía necesitaba una explicación. En este punto,
ella también ayudó a Barlennan sin darse cuenta. Después de completar la
transmisión de las órdenes de Dondragmer, añadió un informe propio que clarificó
mucho la situación al comandante.
—No sé lo informado que te encuentras, Barl; han estado pasando cosas bastante
repentinamente. Don envió un grupo a pie con un comunicador para buscar a
Kervenser y Reffel. Éste era el grupo que encontró el arroyo que está preocupando
tanto a Don, y a la vez dio con Kabremm. No sé cómo llegó allí, a miles de millas del
Esket, pero conseguiremos su historia y te la transmitiremos tan pronto como sea
posible. A veces me he preguntado si él o alguno de los otros estaban vivos, pero
nunca tuve verdaderas esperanzas. Sé que el equipo de soporte vital en los vehículos
es supuestamente portátil, en caso de que los vehículos tengan que ser abandonados;
pero no ha habido nunca ninguna señal de que algo haya sido retirado del Esket. Estas
noticias serán útiles, además de agradables; debe haber algún medio de que tu gente
viva, por lo menos en algunas partes de Dhrawn, sin equipo humano.
La contestación de Barlennan fue un enterado-más-gracias convencional, enviado
distraídamente. La última frase de Easy había provocado en su mente una nueva

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cadena de ideas.
Benj prestó poca atención a las palabras de su madre, puesto que tenía una
conversación. Transmitió al grupo de exploración la orden de Dondragmer, vio cómo
el grupo se dividía de acuerdo con ella, aunque no pudo interpretar la confusión
causada por Kabremm al decirle a Stakendee cómo había llegado allí; después
informó sobre el comienzo de la nueva misión al capitán. Sin embargo, continuó el
informe con comentarios propios.
—Capitán, espero que esto no necesite todos los hombres. Sé que llevar el
equipamiento vital a la ladera significa un montón de trabajo, pero seguramente
puedes continuar con la tarea de derretir el Kwembly. No vas a abandonar el vehículo,
¿verdad? Beetch y su amigo todavía están debajo; no puedes abandonarlos. No se
necesitarán muchos hombres para hacer funcionar el calentador, me parece a mí.
Para entonces, Dondragmer se había formado una idea básica bastante clara sobre
la personalidad de Benj, aunque algunos aspectos detallados estaban
fundamentalmente más allá de su comprensión. Contestó con el mayor tacto que
pudo.
—Ciertamente no abandonaré el Kwembly mientras haya una probabilidad
razonable de salvarlo —dijo—, pero la presencia de líquido a sólo unas cuantas
millas de distancia me fuerza a suponer que el riesgo de otra riada es ahora muy alto.
Mi tripulación, como grupo, está primero. La barra de metal que hemos cortado del
casco descenderá al suelo en unos cuantos minutos más. Respecto a este hecho, sólo
Borndender y otro hombre quedarán para ocuparse del calentador. Todos los demás,
excepto, por supuesto, la cuadrilla de Stakendee, comenzarán inmediatamente a llevar
las cisternas de las plantas y las luces al borde del valle. No quiero abandonar a mis
timoneles, pero si llegasen noticias ciertas de que se acerca bastante agua, todos nos
dirigiremos a un terreno más elevado, hayan sido encontrados o no los desaparecidos.
Supongo que no te gusta la idea, pero estoy seguro de que comprendes por qué no
hay otro rumbo posible.
El capitán quedó en silencio, sin saber ni importarle mucho si Benj tenía una
contestación para eso; había muchas más cosas que considerar.
Permaneció mirando cómo la pesada barra de metal (si las ideas de todos
funcionaban, iba a ser un calentador) era descendida hacia el costado de estribor del
Kwembly. Le ataron unos cables pasados por los estribos de sujeción por unos
hombres sobre el hielo, que iban soltando cuidadosamente el cable bajo las órdenes
de Proffen. Colgado sobre el panel de la compuerta del helicóptero, con su extremo
delantero llevado a cuatro pulgadas, Proffen vigilaba y ordenaba por medio de gestos,
mientras la parte de estribor de la larga barra metálica se deslizaba con lentitud
apartándose de él y el otro lado se aproximaba. Dondragmer se estremeció
ligeramente cuando el marinero estuvo a punto de ser barrido del casco por la

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plateada aleación, pero Proffen la dejó pasar bajo él con bastantes de sus patas sobre
el plástico todavía y, por lo menos, tres pares de pinzas sujetando los estribos.
Cuando este riesgo personal terminó, dejó que los hombres de los cables trabajasen
un poco más rápido; les llevó menos de cinco minutos posar la barra sobre el hielo.
Dondragmer se había vuelto a poner su traje durante la última parte de la
operación, y había salido otra vez al casco, desde donde gritó varias órdenes. Todos
los que se encontraban fuera se dirigieron obedientemente a la escotilla principal para
comenzar a transferir el equipo de soporte vital; el propio capitán volvió a entrar en el
puente para ponerse de nuevo en contacto por radio con Benj y Stakendee.
El muchacho no había dicho nada durante el descenso de la barra, realizado a la
vista del comunicador del puente. Lo que él podía ver no necesitaba explicaciones. Se
sentía un poco infeliz ante la desaparición de la tripulación después de aquello,
puesto que Dondragmer tenía razón. A Benj no le gustaba la idea de que todo el
grupo fuese utilizado en la operación de abandono del vehículo. La emergencia de
dos mesklinitas con un generador le proporcionó algo que ver, además de la lenta
ascensión de Stakendee corriente arriba en la pantalla adyacente.
Benj no sabía cuál de los dos era Borndender. Sin embargo, sus acciones eran más
interesantes que su identidad, especialmente sus problemas con el radiador.
El cable resultaba lo bastante rígido como para conservar bien su forma cuando
fue trasladado; ahora se encontraba sobre el hielo en forma muy parecida a como
había sido cuando estaba unido al casco, una especie de horquilla larga y estrecha,
con una serie de entrantes en ángulo recto cerca del centro, donde había silueteado la
compuerta del helicóptero; los extremos cortados habían estado separados unos dos
pies. El componente vertical original de la curvatura, impreso antes por la forma del
casco, estaba ahora achatado por la gravedad. La unidad había sido girada durante el
descenso, de forma que las grapas que la habían unido al plástico se encontraban
ahora señalando hacia arriba; de aquí que hubiese buen contacto con el hielo durante
toda su longitud.
Los mesklinitas pasaron unos cuantos minutos intentando enderezarlo; Benj tenía
la impresión de que querían colocarlo lo más cerca posible a lo largo del costado del
vehículo. Sin embargo, al fin se dieron cuenta de que de todas formas los extremos
libres tendrían que estar cerca para poderlos introducir en el mismo generador, de
modo que dejaron en paz el cable y arrastraron hasta allí la unidad energética. Uno de
ellos examinó cuidadosamente las cavidades en el generador y los extremos del cable,
mientras el otro permanecía a su lado.
Benj no podía ver bien la caja, puesto que su imagen en la pantalla era muy
pequeña, pero estaba familiarizado con máquinas semejantes. Era una pieza estándar
de equipamiento, que había necesitado muy pocas modificaciones para resultar
utilizable en Dhrawn. Había varias clases de toma de energía, además del campo

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rotatorio utilizado para la conducción mecánica. La corriente eléctrica directa que
Borndender quería, podía obtenerse de varios sitios; en los lados opuestos del
generador había unas placas de contacto, que podían ser activadas, además de varios
tamaños diferentes de enchufes bipolares y de simples enchufes monopolares en los
lados opuestos de la caja. Las placas hubieran sido lo más fácil de utilizar, pero los
mesklinitas, según se enteró más tarde Benj, las habían considerado demasiado
peligrosas; escogieron utilizar los enchufes. Esto quería decir que un extremo de la
horquilla tenía que penetrar en un extremo de la unidad y el otro en el opuesto.
Borndender ya sabía que el cable era un poco grande para aquellos agujeros. Tendría
que ser limado, y había llevado consigo las herramientas apropiadas; esto no
constituía un problema. Sin embargo, torcer los extremos para que una pequeña parte
mirase la una a la otra era una cosa diferente. Mientras todavía trabajaba en este
problema, el resto de la tripulación salía de la compuerta principal, cargada con las
cisternas hidropónicas, bombas, luces y generadores, y se dirigía hacia la ladera norte
del valle. Borndender los ignoró, excepto por una breve mirada, preguntándose al
mismo tiempo si podría pedir alguna ayuda.
Las dos inclinaciones de noventa grados que tenía que conseguir no eran sólo un
asunto de fuerza. El metal poseía una sección semicircular de un cuarto de pulgada de
radio. Benj lo consideraba un cable pesado, mientras para los mesklinitas se trataba
de una barra. La aleación era bastante resistente, incluso a ciento setenta grados
Kelvin; por tanto, no había riesgo de romperla. La fuerza mesklinita era igual a la
tarea. Lo que les faltaba a los dos científicos, que convertía el asunto en una
operación, en lugar de en un procedimiento, era tracción. El hielo bajo ellos era agua
casi completamente pura, con un modesto porcentaje de amoníaco, no tan por debajo
de su punto de fusión o tan alejado de la estructura ideal cristalina del hielo como
para haber perdido su carácter resbaladizo. La pequeña área de las extremidades
mesklinitas hacía que, a su paso normal, se agarrasen sobre él, lo que combinado con
su baja estructura y sus muchas patas impedía que resbalasen andando normalmente
alrededor del congelado Kwembly. Ahora bien, Borndender y su ayudante estaban
intentando aplicar una gran fuerza lateral, y sus veinte libras de peso no
proporcionaban suficiente sostén para que sus garras se afianzasen. El metal se
resistió a doblarse, y los largos cuerpos se aplastaron contra el hielo con la Tercera
Ley de Newton en completo control de la situación. La visión era suficiente para que
Benj se riese, a pesar de su preocupación, reacción que fue compartida por Seumas
McDevitt, quien acababa de bajar del laboratorio meteorológico.
Finalmente Borndender resolvió su problema de ingeniería volviendo al Kwembly
y sacando el material de taladrar. Con esto hizo media docena de agujeros en el hielo
de un pie de profundidad. Colocando barras del soporte de la torre del taladro en
ellos, consiguió un apoyo para los músculos mesklinitas. Al fin la barra pasó de la

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forma de una horquilla a la de un compás.
Colocar sus extremos en las cavidades apropiadas fue relativamente fácil.
Necesitó un modesto trabajo de elevación para subir el cable a las dos pulgadas de
altura de los enchufes, pero aquí no había problemas de fuerza o de tracción, y se
hizo en medio minuto. Con alguna duda, visible hasta para los observadores
humanos, Borndender acercó los controles de la unidad energética. Los observadores
estaban igualmente tensos; Dondragmer no se encontraba completamente seguro de
que la operación fuese útil para su vehículo, pues sólo tenía las palabras de los seres
humanos sobre esta situación en particular. Benj y McDevitt también tenían dudas
sobre la eficacia del calentador.
Sus dudas fueron rápidamente apaciguadas. Los controles de seguridad
introducidos en la unidad actuaron correctamente en lo que se refería a la protección
de la propia máquina; sin embargo, no podía analizar detalladamente la carga
exterior. Permitieron a la unidad suministrar una corriente, no un voltaje, hasta un
límite determinado por el control manual. Por supuesto, Borndender lo había
colocado en el valor más bajo posible. La resistencia duró durante varios segundos, y
quizá lo habría hecho indefinidamente si los extremos no hubiesen estado fuera del
hielo. En la mayor parte de la barra todo fue bien. Una nube de cristales de hierro
microscópicos comenzó a elevarse en el momento en que llegó la energía, mientras el
agua hervía alrededor del cable para helarse de nuevo en el denso y frígido aire.
Ocultó la vista de cómo el cable se hundía en la superficie del hielo, pero nadie
dudaba de que esto era lo que sucedía.
Sin embargo, el último pie más o menos a cada extremo de la barra no estaba
protegido por los calores latentes y muy específicos del agua. Aquellas pulgadas de
metal no dieron señales de la carga que llevaban durante unos tres segundos; después
comenzaron a brillar. La resistencia del cable naturalmente subió con su temperatura,
y en el esfuerzo para mantener una corriente constante, el generador aplicó más
voltaje. El calor adicional desprendido se concentró casi por completo en las
secciones ya sobrecalentadas. Durante un largo momento un brillo rojo, después
blanco, iluminó la naciente nube, haciendo que Dondragmer se retirase
involuntariamente al otro extremo del puente, mientras Borndender y su compañero
se aplastaban contra el hielo.
Los observadores humanos gritaron, Benj sin palabras, McDevitt en protesta:
«¡No puede explotar!» Por supuesto, sus reacciones eran demasiado tardías para
significar algo. Para cuando la imagen alcanzó la estación, un extremo del cable se
había derretido y el generador se había detenido automáticamente. Borndender,
bastante sorprendido de encontrarse con vida, añadió al control automático el manual,
y sin perder tiempo en informar al capitán, se dispuso a imaginarse lo que había
pasado.

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Esto no le llevó demasiado tiempo; era un pensador ordenado, y había absorbido
un conocimiento alienígena mucho mayor que el de los timoneles, quienes todavía
esperaban, a unas yardas de distancia, su rescate. Comprendía la teoría y construcción
de las unidades energéticas casi tan bien como un estudiante de escuela secundaria
comprende la teoría y la construcción de un aparato de televisión; no podría construir
uno por sí mismo, pero sí deducir razonablemente la causa de un fallo importante.
Era más químico que físico en lo que se refería a su entrenamiento específico.
Mientras los seres humanos observaban sorprendidos y Dondragmer lo hacía con
cierta ansiedad, los dos científicos repitieron la operación de doblar los extremos
hasta que lo restante de la resistencia era utilizable otra vez. Con el equipo del taladro
hicieron un foso lo bastante grande como para contener el generador en el fondo de la
profunda cavidad excavada en el hielo por los primeros segundos de energía.
Colocaron el generador en el agujero, conectaron los extremos una vez más y
cubrieron todo con trozos de hielo producidos por la excavación, dejando únicamente
los controles al descubierto. Después Borndender conectó de nuevo la energía,
retirándose esta vez mucho más rápidamente que antes.
La nube blanca volvió a aparecer, pero esta vez creció y se extendió. Envolvió el
costado próximo del Kwembly, incluyendo el puente, bloqueando la visión de
Dondragmer y de la lente del comunicador. Al ser iluminado por los focos exteriores,
atrajo la atención de la tripulación, que se acercaba ya al borde del valle, y de
Stakendee y sus hombres, quienes se encontraban millas al oeste. Esta vez todo el
cable estaba sumergido en hielo derretido, que hervía como vapor caliente, se
condensaba en forma líquida a una fracción de milímetro de distancia, se evaporaba
otra vez con mucha menos violencia de la superficie del estanque que se ensanchaba
y se condensaba de nuevo, esta vez en forma de hielo en el aire. El humeante
estanque, originalmente de unos seis pies de anchura y de una longitud como unas
tres cuartas partes de la del Kwembly, comenzó a bajar de nivel respecto del hielo que
le rodeaba, pues su contenido era transportado en forma de polvo de hielo por el
suave viento con más rapidez de lo que era reemplazado por el deshielo.
Una parte alcanzó el vehículo, y Dondragmer, que pudo verlo gracias a una
momentánea hendidura en la tumultuosa niebla, tuvo repentinamente una idea
aterradora. Se puso apresuradamente su traje y corrió hacia la puerta interna de la
compuerta principal. Aquí vaciló; con la protección del traje no podía sentir si el
vehículo se calentaba de forma peligrosa. No había termómetros internos, excepto en
el laboratorio. Durante un momento pensó en coger uno; después decidió que sería
arriesgado perder el tiempo, y abrió las válvulas de seguridad en la compuerta
líquida. No sabía si el calor duraría lo suficiente para hacer hervir el amoníaco de la
misma compuerta. El casco del Kwembly estaba muy bien aislado y la filtración sería
lenta, pero no sentía deseos de tener dentro de su vehículo amoníaco hirviendo. Esto

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era un ejemplo de cómo un poco de conocimiento provocaba una preocupación
superflua; la temperatura necesaria para llevar la presión del vapor de amoníaco cerca
de las medidas ambientales habría hecho que una explosión fuese la última de las
preocupaciones para los mesklinitas. Sin embargo, abriendo las válvulas no se hacía
daño alguno, y el capitán se sintió mejor como resultado de su acción. Volvió
rápidamente al puente para ver lo que había pasado.
Una suave brisa del oeste proporcionaba vistazos ocasionales, al barrer la niebla
helada a un lado. Pudo ver que el nivel del estanque derretido era más bajo. Su área
había aumentado enormemente, pero al pasar los minutos se hizo evidente que se
había alcanzado una especie de límite. A veces veía a sus dos hombres reptando por
un lado y otro, intentando encontrar una buena posición para ver lo que pasaba.
Finalmente se colocaron casi debajo del puente, con la brisa a sus espaldas.
Durante algún tiempo el nivel del líquido pareció alcanzar un estado constante,
aunque ninguno de los observadores podía comprender por qué. Más tarde decidieron
que el estanque en expansión había llegado al espacio todavía líquido bajo el
Kwembly, que había tardado sus buenos quince minutos en evaporarse. Al final de
aquel tiempo las piedras en el lecho del río comenzaron a dejar ver sus partes
superiores sobre la burbujeante agua, y el problema de desconectar el generador antes
que otra porción de cable resultase destruida se le ocurrió a Dondragmer
repentinamente.
Ahora sabían que no había peligro de que el generador explotase; sin embargo,
varias pulgadas de cable se habían derretido ya, por lo cual iba ser problemático
reparar el refrigerador. No podía permitirse que esta situación empeorara, lo que
ocurriría si se perdía más metal. Ahora, mientras el nivel del agua alcanzaba las
piedras y el cable dejaba de descender con el hielo, el capitán se preguntó de repente
si podría llegar a los controles con la suficiente rapidez para impedir la clase de
saturación que había ocurrido antes. No malgastó el tiempo maldiciendo mentalmente
a los científicos por no haber atado una cuerda a los controles requeridos; él tampoco
lo había ideado a tiempo.
Se puso de nuevo su traje y salió por la escotilla del puente. Aquí la curva del
casco ocultaba la vista del estanque, y comenzó a descender por los estribos tan
rápidamente como podía con aquella pobre visibilidad. Mientras bajaba, gritó
urgentemente a Borndender.
—¡No dejes que el cable vuelva a derretirse! ¡Desconecta la energía!
Un grito de contestación, aunque sin palabras, le comunicó que había sido
escuchado, pero a través del blanco vacío no llegó ninguna otra información.
Continuó bajando hasta alcanzar finalmente el fondo de la curva del casco. Debajo,
separada de su nivel por la espesura del colchón y por dos tercios de la altura de las
ruedas, se encontraba la superficie del agua, humeando débilmente. Por supuesto,

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bajo esta presión no hervía activamente, pero estaba caliente incluso por estándares
humanos, y el capitán no se hacía ilusiones sobre la capacidad del traje para
protegerle. Se le ocurrió un poco tarde que había una probabilidad de que acabase de
cocer vivos a sus dos perdidos timoneles. Fue sólo una idea de paso; había trabajo
que hacer.
El generador se encontraba muy hacia atrás de su posición actual, pero la
superficie más cercana sobre la cual podía caminar estaba delante. Iba a ser un
problema llegar hasta la unidad por cualquier lado, ya que seguramente estaría ahora
rodeada por agua caliente; pero si iba a ser necesario un salto, los estribos del casco
aparecían como el punto menos indicado para un despegue. Dondragmer siguió hacia
adelante.
Esto le llevó al aire limpio casi de repente, y vio que sus dos hombres habían
desaparecido. Seguramente habían comenzado por el lado extremo del estanque con
la esperanza de cumplir su orden. El capitán continuó hacia adelante, y en otra yarda
o dos vio que era posible descender a suelo firme. Lo hizo así, y se echó a correr tras
lo que esperaba fuese el rastro de sus hombres.
Casi de repente tuvo que frenar, pues su carrera lo llevó otra vez a la niebla de
hielo. Se encontraba demasiado cercano al borde del estanque para correr riesgos.
Mientras caminaba llamó varias veces y se sintió reconfortado al oír que cada grito
era contestado por otro. Sus hombres todavía no habían caído.
Les alcanzó casi bajo la popa del vehículo, habiendo bordeado por completo la
parte del estanque que no limitaba con el casco. Ninguno de ellos había obtenido
nada; el generador estaba no sólo fuera de alcance, sino también fuera de la vista.
Saltar hubiese sido una completa locura, aunque los mesklinitas tendían normalmente
a pensarlo así. Borndender y su ayudante no lo habían pensado. La idea sólo se le
había ocurrido a Dondragmer, a causa de sus extrañas experiencias en la zona
ecuatorial de baja gravedad de Mesklin hacía mucho tiempo.
Pero no quedaba mucho tiempo. Mirando por encima del límite del hielo, los tres
podían ver las redondeadas cimas de las rocas, separadas por superficies de agua, que
se estrechaban mientras ellos miraban. Ahora el cable tenía que estar prácticamente
en seco; sólo la casualidad lo hubiese hecho posarse entre las piedras en un punto
mucho más bajo que su altura media, con el agua protectora allí. El capitán había
estado sopesando los riesgos durante unos minutos; sin dudarlo más y sin dar ninguna
orden, saltó sobre el borde y cayó dos pies más abajo encima de la parte superior de
una de las rocas.
Era la energía equivalente a la de una caída desde un octavo piso en la Tierra, y
hasta el mesklinita se sintió sacudido. Sin embargo, mantuvo su autocontrol. Un grito
les dijo a los de arriba que había sobrevivido sin serios daños y les avisó de que no le
siguieran, en caso de que el orgullo les proporcionase un impulso que ciertamente no

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les vendría de la inteligencia. El capitán, habiendo dado aquella orden, relegó a los
científicos al fondo de su mente y se concentró en el paso siguiente.
La roca más cercana, con suficiente espacio libre para acomodarle, estaba a dos
pies, pero por lo menos era visible. Había otra aún mejor, ligeramente apartada, que
exponía sólo una pulgada cuadrada de su superficie. Dos segundos después de
analizar esta situación, Dondragmer estaba dos pies más cerca del generador y
buscaba otro punto de apoyo. La solitaria pulgada cuadrada de piedra intermedia
había sido tocada quizá por una docena de pies, mientras la forma roja y negra de su
cuerpo pasaba de ella a la segunda roca.
El próximo paso fue más dificultoso. Resultaba más difícil estar seguro del
camino a seguir, puesto que el casco que había proporcionado la orientación era
apenas visible; además, no había superficies grandes tan próximas como aquella
desde la que venía. Vaciló mirando y planeando; la cuestión quedó resuelta antes de
que alcanzase una decisión. El ruido gorgoteante que había continuado durante
muchos minutos mientras el agua explotaba en vapor contra el cable caliente y caía
casi al instante de nuevo bajo la presión atmosférica de Dhrawn se detuvo
abruptamente; Dondragmer supo que llegaba tarde para salvar el metal. Se relajó
inmediatamente y esperó donde estaba, mientras el agua se enfriaba, la evaporación
se hacía más lenta y la niebla de cristales de hielo se aclaraba. Él mismo se
encontraba incómodamente caliente, y más de una vez se sintió tentado de volver por
donde había venido; pero la ascensión por dos pies de hielo con agua caliente a sus
pies, que formaría parte del viaje, hizo que la tentación fuese fácilmente resistible.
Esperó.
Todavía estaba vivo cuando el aire se aclaró y los cristales de hielo comenzaron a
crecer alrededor de los bordes rocosos. Se hallaba a unos seis pies del generador, y
andando en zig-zag sobre las piedras pudo llegar a él en cuanto vio el camino.
Desconectó los controles y luego miró a su alrededor.
Sus dos hombres se habían dirigido ya por el acantilado de hielo hasta un punto al
nivel de la curva original del cable; Dondragmer adivinó que debía ser allí donde el
metal había vuelto a derretirse.
En la otra dirección, bajo la masa del casco, había una negra caverna no
iluminada por las luces del casco. El capitán no sentía muchas ganas de entrar; era
muy probable que encontrase allí los cuerpos de los dos timoneles. Su vacilación fue
observada desde arriba.
—¿Qué está esperando ahí, junto al generador? —musitó McDevitt—. Oh,
supongo que el hielo todavía no es lo bastante sólido.
—Supongo que eso no es todo —el tono de Benj hizo que el meteorólogo
apartase rápidamente la vista de la pantalla.
—¿Qué pasa? —preguntó.

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—Tienes que saber lo que pasa. Beetch y su amigo estaban ahí abajo. Deben de
haber estado. ¿Cómo iban a escapar del agua caliente? Apuesto a que el capitán acaba
de pensar en ello; nunca les habría permitido utilizar eso si hubiese visto lo que
sucedería, igual que yo. ¿Puedes imaginar lo que le pasó a Beetch?
McDevitt pensó rápidamente. El muchacho no sería convencido, ni siquiera
consolado, por nada que no estuviese bien razonado, y los mejores razonamientos de
McDevitt sugerían que la conclusión de Benj era probablemente más acertada. Sin
embargo, lo intentó.
—Tiene mal aspecto, pero no pierdas la esperanza. No parece que eso se haya
derretido por todas partes bajo el casco, aunque podría ser así; en cualquier caso, hay
esperanzas. Si lo hizo, podrían haber salido por el otro lado, que no logramos ver; si
no lo hizo, podrían haber estado justo en el borde de la zona líquida, donde el hielo
los habría salvado. Además, quizá no hayan estado ahí los dos.
—¿Salvarlos el hielo? Creí que habías dicho que se congelaba porque perdía su
amoníaco, no porque la temperatura bajase. El hielo en su punto de fusión, cero
centígrados, mataría de calor a un mesklinita.
—Eso supongo —admitió el meteorólogo—, pero no estoy seguro. No tengo
suficientes datos. Admito que quizá tu amiguito haya muerto; pero sabemos tan poco
de lo que ha pasado allá abajo, que sería una locura abandonar las esperanzas.
Simplemente espera; no podemos hacer nada más a esta distancia. Incluso
Dondragmer está ahí. Puedes confiar que lo comprobará tan pronto como sea posible.
Benj se contuvo e hizo lo que pudo para buscar posibilidades brillantes, pero la
vigilancia que se suponía que iba a mantener sobre Stakendee continuó concentrada
en la imagen del capitán.
Dondragmer extendió varias veces parte de su longitud sobre el hielo, pero todas
las veces volvió a retroceder. Al fin, pareció seguro de que el hielo aguantaría su
peso, y pulgada a pulgada se extendió por completo sobre la superficie recién helada.
Una vez retirado del generador esperó un momento, como si pensase que algo
sucedería; el hielo se mantuvo, y reemprendió su camino hacia el costado del
Kwembly. Los seres humanos vigilaban, en tanto que los puños de Benj se mantenían
fuertemente apretados, y hasta los hombres estaban más tensos que de costumbre.
No podían oír nada. Ni siquiera el grito que de repente resonó sobre el hielo
penetró en el puente y llegó a su comunicador. No podía suponer siquiera por qué
Dondragmer se apartó del casco repentinamente, cuando estaba a punto de
desaparecer bajo él. Sólo pudieron mirar cómo echaba a correr sobre el hielo hasta un
punto determinado por debajo de sus dos hombres, gesticulando excitadamente,
indiferente aparentemente a lo que pudiese averiguarse sobre el destino de su timonel,
el amigo de Benj.

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XII. CÁLCULO DIRIGIDO

Dondragmer no se mostraba en absoluto indiferente, pero por sus estándares lo


normal era concentrar la atención en un asunto nuevo que probablemente requeriría
una acción, antes de aclarar uno antiguo donde la acción no serviría de nada. No
había olvidado el destino de sus hombres, pero cuando un grito lejano trajo las
palabras: «Aquí termina el arroyo», cambió de programa abrupta y drásticamente.
No podía ver de dónde llegaba la voz, puesto que estaba a dos pies por debajo de
la superficie general; pero Borndender informó que a media milla podía verse una
luz. Siguiendo la orden del capitán, el científico trepó por el casco para obtener una
vista mejor, mientras su ayudante continuaba la búsqueda de una cuerda para sacar al
capitán de la fosa del hielo. Esto llevó tiempo. Con el cuidado profesional apropiado,
los marineros habían vuelto a colocar en su lugar dentro del vehículo los cables
utilizados para bajar el radiador, y cuando Skendra, el ayudante de Borndender,
intentó llegar a la compuerta principal, la encontró sellada por una capa de hielo que
se había formado con un grosor de un cuarto de pulgada sobre el lado de estribor del
casco, evidentemente motivado por el vapor emitido desde el estanque caliente. Por
fortuna, la mayoría de los estribos sobresalían lo suficiente a través del hielo como
para poder ser utilizados, de manera que pudo subir hasta la escotilla del puente.
Mientras tanto, Borndender avisó que se acercaban dos luces sobre el lecho del
río. Cumpliendo las órdenes del capitán, hizo unas preguntas por encima de las mil
yardas de distancia que le separaban de las luces, y escucharon cuidadosamente las
respuestas; hasta las voces mesklinitas tenían problemas en llevar las palabras
claramente a una distancia semejante a través de dos capas de tejido del traje. Cuando
Dondragmer pudo salir del agujero, sabía que los hombres que se acercaban eran
parte del grupo de Stakendee, que habían sido enviados corriente abajo. Habían
llegado al final a menos de una milla del vehículo, pero no pudieron obtener más
detalles hasta que el grupo los alcanzó.
Cuando estuvieron allí, los oficiales no pudieron entenderlos bien; la descripción
no se parecía a nada familiar.
—El río no varía de tamaño en todo su curso —informaron los marineros—. No
tiene afluentes por ningún lado ni parece estar evaporándose. Cuando llega adonde

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están las piedras, divaga bastante. Entonces comenzamos a encontrar las
obstrucciones más fantásticas. Había una especie de dique de hielo con el arroyo
corriendo y bordeando uno de sus extremos. Medio cable más allá había otro, y
sucedía lo mismo. Era como si parte del líquido se helase cuando se junta con el hielo
entre las piedras, pero sólo lo que viene delante. El agua que viene detrás permanecía
líquida y continuaba después de bordear el dique hasta que encontraba hielo. Los
diques llegan a adquirir medio cuerpo de altura antes que el agua que los sigue
encuentre forma de rodearlos. Llegamos al último, que todavía se estaba formando
hace unos pocos minutos. Habíamos visto antes la nube brillante que se elevaba sobre
el vehículo, y nos preguntamos si deberíamos volver, en caso de que pasase algo;
pero decidimos cumplir las órdenes, por lo menos hasta que el río comenzase a
alejarnos otra vez del Kwembly.
—Bien —dijo el capitán—. ¿Estáis seguros de que no aumentaba?
—Por todo lo que pudimos ver, no.
—De acuerdo. Quizá tengamos más tiempo de lo que pensé y lo que está pasando
no sea un preludio de lo que nos trajo aquí, aunque me gustaría saber por qué el
líquido se congela de una forma tan extraña.
—Sería mejor que lo comprobásemos con los seres humanos —sugirió
Borndender, quien tampoco tenía idea sobre el asunto, pero que prefería no decirlo
claramente.
—Bien. Ellos querrán medidas y análisis. Supongo que no habréis traído una
muestra del río —dijo, más que preguntó, a los recién llegados.
—No, señor. No teníamos dónde llevarla.
—Bien. Born, coge unos recipientes y tráete algo; analízalo tan bien y
rápidamente como puedas. Uno de estos hombres te guiará. Volveré al puente e
informaré a los seres humanos. El resto coged herramientas y romped el hielo, de
forma que la compuerta principal pueda ser utilizada.
Dondragmer dio por terminada la conversación, comenzando a trepar por el casco
cubierto de hielo. Mientras lo hacía, transmitía señales hacia el puente, suponiendo
que estaba siendo observado y quizá reconocido.
Benj y McDevitt habían conseguido seguir su rastro, aunque para ninguno era
fácil diferenciar a los mesklinitas. Cuando llegó al puente, esperaron con ansiedad
para oír lo que había sucedido. Benj, en particular, estaba mucho más tenso desde que
la búsqueda bajo el vehículo había sido interrumpida; quizá, después de todo, los
timoneles no habían estado allí; quizá se encontrasen entre los recién llegados, que
habían interrumpido la búsqueda…
Aunque McDevitt era un hombre tranquilo por naturaleza, hasta él se estaba
impacientando cuando la voz de Dondragmer alcanzó la estación.
El informe alcanzó al meteorólogo, aunque no sirvió de consuelo a su joven

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compañero. Benj quería interrumpir con una pregunta sobre Beetchermarlf, pero
sabía que sería inútil; y cuando el relato del capitán terminó, McDevitt comenzó
inmediatamente.
—No se trata más que de una suposición, capitán, aunque quizá tu científico
podría afianzarla cuando analice esas muestras. Parece posible que el charco a
vuestro alrededor haya sido originariamente una solución de agua y amoníaco que se
congeló no a causa de un descenso en la temperatura, sino porque perdió gran parte
de su amoníaco y su punto de congelación subió. La niebla a vuestro alrededor antes
de que todo este problema comenzase allá en el campo nevado era amoníaco, según
tus científicos. Supongo que venía de las regiones más frías al oeste. Sus gotitas
comenzaron a reaccionar con el hielo y se derritieron, en parte formando un eutético
y en parte liberando calor; incluso antes de que eso sucediese, tú temías algo así, si no
recuerdo mal. Eso hizo comenzar la primera riada. Cuando la nube de amoníaco se
alejó hacia Low Alfa, la solución a tu alrededor comenzó a perder amoníaco por
evaporación, y finalmente la mezcla que quedó estaba por debajo de su punto de
congelación. Supongo que la niebla encontrada por Stakendee es más amoníaco y ha
proporcionado el material para el riachuelo que descubrió. Cuando la niebla se une
con el hielo se mezclan, hasta que la mezcla tiene demasiado amoníaco en disolución
para continuar en estado líquido (esto forma los diques descritos por tus hombres) y
el amoníaco líquido que continúa llegando tiene que buscar la forma de rodearlos.
Sugiero que si puedes encontrar una forma de llevar ese riachuelo hasta tu vehículo y
si resultase ser lo suficientemente grande el problema de tu deshielo quedará resuelto.
Benj, que escuchaba a pesar de su humor, se acordó de la cera que fluía de una
vela estriada solidificándose primero por una esquina y después por la otra. Se
preguntaba si los computadores podrían manejar las dos situaciones por igual, si el
amoníaco y el calor eran tratados de la misma forma en los dos problemas.
—¿Quieres decir que no debo preocuparme por una posible riada? —volvió al fin
la voz de Dondragmer.
—Creo que no —contestó McDevitt—. Si tengo razón en cuanto a esto, y hemos
hablado mucho de ello aquí, la niebla que Stakendee encontró debe haber pasado
sobre la planicie nevada de la que viniste, o lo que quede de ella, y si fuese a
provocar otra riada, ya debería haberte alcanzado a estas alturas. Sospecho que la
nieve que estaba lo suficientemente alta como para desparramarse sobre el paso por el
que fuiste arrastrado, fue utilizada en la primera riada. Ésa es la razón de que
finalmente encallases donde estás. A propósito, creo que conozco la razón de que la
nueva niebla no te haya alcanzado todavía. El lugar donde Stakendee la vio está unos
cuantos pies más alta que tú, y el viento del oeste sopla pendiente abajo. Con la
gravedad de Dhrawn y esa composición del aire habrá un terrorífico efecto foehm
(calentamiento adiabático al subir la presión), y probablemente se evapore justo al

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subir al lugar donde Stakendee la encuentra.
Dondragmer necesitó un rato para digerir esto. Durante unos cuantos segundos
después del retraso normal, McDevitt se preguntó si habría sido claro. Después llegó
otra pregunta.
—Si la niebla de amoníaco simplemente se evapora, el gas se encontrará allí
todavía, y debe estar en el aire a nuestro alrededor. ¿Por qué no está derritiendo el
hielo tan efectivamente como si estuviera en gotas líquidas? ¿Está operando alguna
ley física que no haya aprendido en el Colegio?
—No estoy seguro si el estado y la concentración justificarían esa diferencia, así
de memoria —admitió el meteorólogo—. Cuando Borndender traiga aquí los nuevos
datos, los introduciré todos en la máquina para ver si esta suposición nuestra ignora
demasiados hechos. Sobre la base de lo que conocemos ahora, continúo pensando que
es razonable, aunque admito que hay aspectos nada claros. Hay demasiadas variables;
con agua sola son prácticamente infinitas, si me perdonas que emplee la palabra en un
sentido amplio. Con el agua y el amoníaco juntos, el número aumenta infinitamente.
»Pasando de lo abstracto a lo concreto, veo la pantalla de Stakendee, y todavía va
bordeando ese arroyuelo en medio de la niebla; no ha llegado a la fuente, pero no he
visto otros cursos de agua llegando por ninguno de los lados; tiene una anchura de
sólo un par de vuestros cuerpos, y ha permanecido así durante todo el tiempo.
—Eso es un alivio —llegó la respuesta—. Supongo que si estuviese en camino
una verdadera riada, tal río proporcionaría una indicación. Muy bien, informaré otra
vez en cuanto Borndender tenga los datos. Por favor, continúa vigilando a Stakendee.
Voy a salir otra vez a registrar bajo el casco. Antes fui interrumpido.
El meteorólogo hubiese querido decir más, pero fue silenciado por la
comprensión de que Dondragmer no estaría allí para oír sus palabras cuando éstas
llegasen. Quizá sintiese también alguna simpatía por Benj. Miraron ansiosamente. El
hombre se hallaba casi tan preocupado como su compañero, y la forma roja y negra
aparecía sobre el costado del casco dentro del alcance del receptor. No todo el tiempo
fue visible en su camino hasta el suelo, puesto que Dondragmer tenía que avanzar
directamente bajo el puente fuera del radio de visión; pero le vieron otra vez cerca de
donde el cable que había sido utilizado para sacarle de allí unos cuantos minutos
antes estaba todavía atado alrededor de uno de los postes de Borndender.
Miraron cómo se deslizaba por el cable en el interior de la fosa. Un mesklinita
colgado de un cable del espesor de un hilo de pescar de seis libras y capaz de
balancearse como un péndulo bajo cuarenta gravedades terrestres es toda una visión,
aun cuando la distancia que tenga que trepar no es mucho mayor que la longitud de
su propio cuerpo. Hasta Benj dejó de pensar en Beetchermarlf durante un momento.
El capitán no estaba preocupado por el hielo; seguramente se encontraba helado
hasta el fondo, y se dirigió directamente hacia el vehículo, sin molestarse en pasar por

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las piedras. Su paso se hizo más lento al acercarse, mirando la cavidad delante de él
pensativamente.
El Kwembly prácticamente continuaba congelado. El área derretida había llegado
a unos treinta pies por delante y detrás de sus ruedas, pero sobre el colchón, más allá
de aquellos límites y por el lado de estribor, había hielo todavía. Incluso dentro de
aquel radio, la parte más baja de las cadenas todavía estaba a una pulgada o dos bajo
el agua cuando el calentador se había detenido. Los cables de control de
Beetchermarlf habían sido liberados, pero no había ningún rastro del propio timonel.
Dondragmer no tenía esperanzas de encontrar a ambos vivos bajo el Kwembly;
obviamente, si éste fuera el caso, hubieran salido hacía mucho. Tampoco hubiese
apostado que encontraría los cadáveres. Al igual que McDevitt, sabía que había la
posibilidad de que los tripulantes no se encontrasen bajo el casco cuando se formó el
hielo. Después de todo, había habido otras dos desapariciones sin explicar; la
suposición de Dondragmer en cuanto a los paraderos de Kervenser y Reffel estaba
lejos de ser una sorpresa para él.
Allá abajo estaba oscuro fuera del radio de las luces. Dondragmer todavía podía
ver (la respuesta a cambios bruscos de iluminación era adaptación normal al período
de rotación de Mesklin de dieciocho minutos), pero se le escaparon algunos detalles.
Vio el estado de las dos ruedas, cuyas cadenas habían sido destrozadas por los
intentos de los timoneles de huir, las pilas de piedras que habían hecho para intentar
retener el agua caliente en un área pequeña, pero no advirtió la rajadura en el colchón,
donde los dos habían buscado el refugio final.
Sin embargo, evidenciaba que, por lo menos, uno de los timoneles perdidos había
estado allí un rato. Puesto que el volumen helado era evidentemente pequeño, la
posibilidad más verosímil parecía ser que, después de hacer el trabajo que podía
verse, habían sido atrapados por el hielo al avanzar, aunque era difícil comprender
cómo podría haber sucedido esto. El capitán observó rápidamente la caverna de
paredes de hielo, examinando al instante las ruedas expuestas por todos los lados.
Nunca se le ocurrió mirar hacia arriba. Después de todo, había tomado parte en la
construcción del gigantesco vehículo; sabía que más arriba no había dónde ir.
Al fin salió a la luz y al campo de visión del comunicador. Su aparición sólo fue
un alivio para Benj. El muchacho había concluido, igual que el capitán, que no
podían estar vivos debajo del casco, y había esperado ver a Dondragmer tirando de
unos cuerpos. El alivio duró poco, y la pregunta candente continuó: ¿Dónde estaba
Beetchermarlf? El capitán salió de la fosa y del campo de visión. Quizá volvía al
puente para hacer un informe detallado. Benj, que mostraba claramente los síntomas
de la falta de sueño, esperó silenciosamente con los puños apretados, pero la voz de
Dondragmer no llegó.
El capitán había planeado decir a los observadores humanos lo que había

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encontrado, pero en medio de la ascensión por el casco, visible aunque no
reconocido, se detuvo para hablar con uno de los hombres que estaba cortando el
hielo de la salida principal.
—Sólo sé lo que el humano Hoffman me comunicó que encontrasteis cuando
vuestro grupo llegó a esa corriente —dijo—. ¿Hay más detalles importantes? Sé que
encontrasteis a alguien en el punto donde comenzaba la niebla, pero nunca supe por
Hoffman si era Reffel o Kervenser. ¿Quién era? ¿Han sufrido daños los helicópteros?
Justo entonces hubo una interrupción; parece que alguien allá arriba vio a Kabrem en
el Esket; después yo mismo intervine porque la corriente que habíais encontrado me
preocupaba. Por eso dividí vuestro grupo. ¿Quién era el que encontrasteis?
—Era Kabremm.
Dondragmer estuvo a punto de caerse de los estribos.
—¿Kabremm? ¿El primer oficial de Destigmet? ¿Aquí? Y un ser humano lo
reconoció. ¿Fue en vuestra pantalla en donde se le vio?
—Así pareció, señor. El no vio nuestro comunicador hasta que era demasiado
tarde, y ninguno de nosotros pensó por un instante que había una probabilidad de que
un ser humano nos distinguiese; por lo menos, no lo pensamos durante el instante en
que nosotros mismos nos reconocimos y el momento en que fue demasiado tarde.
—Pero ¿qué está haciendo aquí? Este planeta tiene tres veces el área de Mesklin;
hay otros muchos sitios donde ir. Sabía que el comandante acabaría por ser
descubierto tarde o temprano, representando esta comedia del Esket ante los seres
humanos, pero nunca pensé que tuviese tan mala suerte.
—No es sólo suerte, señor. Kabremm no tuvo tiempo de contarnos mucho.
Aprovechamos vuestra orden de explorar la corriente para separarnos y sacarle de la
vista del comunicador, pero tengo entendido que este río ha estado causando
problemas la mayor parte de la noche. Hay un bloque de hielo a unos cinco millones
de cables corriente abajo, no muy lejos del Esket, y una especie de río de hielo se
desliza lentamente hacia las tierras calientes. El Esket, las minas y las granjas están
en su camino.
—¿Granjas?
—Así las llama Destigmet. En realidad, se trata de una colonia con tanques
hidropónicos. Una especie de círculo de soporte vital de gran tamaño, que no tiene
que equilibrarse tan estrictamente como los de los vehículos. De todas formas,
Destigmet envió a Kabremm en el Gwelf para explorar corriente arriba, esperando
averiguar lo que pasaba con el río de hielo. Habían aterrizado a causa de la niebla
cuando los encontramos; podrían haber volado sobre ella fácilmente, pero no habrían
visto el lecho del río.
—Entonces deben haber llegado después que la riada nos trajo aquí; si estaban
examinando el lecho del río, volaron por encima de nosotros. ¿Cómo pudieron no ver

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nuestras luces?
—No lo sé, señor. Si Kabremm se lo dijo a Stakendee, yo no lo oí.
Dondragmer se arrugó de forma equivalente a un encogimiento de hombros.
—Probablemente lo hizo, y tendría cuidado de permanecer fuera del alcance de
los ojos humanos. Supongo que Kervenser y Reffel se encontraron en el Gwelf y
Reffel utilizó su obturador para evitar que el dirigible fuera visto por los humanos;
pero sigo sin comprender por qué Kervenser, por lo menos, no volvió para informar.
—Me temo que tampoco sé nada —replicó el marinero.
—Entonces el río que nos trajo aquí debe torcer hacia el norte, si conduce al área
del Esket.
El otro supuso correctamente que Dondragmer estaba pensando en voz alta, y no
hizo comentarios. El capitán caviló en silencio durante otro minuto o dos.
—La gran pregunta es si el comandante oyó también cuando el humano…
Supongo que sería la señora Hoffman; ella es la única que nos conoce bien… Llamó
a Kabremm en voz alta. Si lo hizo, probablemente pensó que alguien en el Esket se
había descuidado, como yo. Vosotros lo oísteis en vuestro aparato y yo en el mío,
aunque eso es normal. Ambos son comunicadores del Kwembly, y probablemente
todos están en el mismo lugar de la estación. Sin embargo, no sabemos cuándo se
comunican con la colonia. He oído que todos sus aparatos de comunicación están en
la misma habitación, pero tiene que ser una habitación grande, y los diferentes
equipos quizá no estén muy cerca. Barí puede haberla oído o no.
»En resumen, todo esto quiere decir que un ser humano ha reconocido a un
miembro de la tripulación del Esket, no sólo vivo mucho después de que se le diese
por muerto, sino también a cinco o seis millones de cables del lugar donde
supuestamente había muerto. No sabemos lo seguro que dicho ser humano estaba de
su identificación, lo bastante seguro como para pronunciar el nombre de Kabremm en
alta voz, aunque no como para pasar la noticia a otros humanos sin investigar más.
Supongo que, como a nosotros, no les gusta quedar como tontos. Nosotros no
sabemos si Barlennan conoce el error; peor aún, no podemos decir que va a contestar
cuando comiencen a llegar las preguntas. Su conducta más probable y más segura
sería alegar una completa ignorancia, condimentada con asombro y estupefacción, y
supongo que lo comprenderá así; pero me gustaría poder hablar con él sin tener seres
humanos escuchando.
—¿No sería ignorancia también lo mejor aquí? —preguntó el marinero.
—Quizá —contestó el capitán—, pero no puedo hacerlo. Ya he dicho a los
humanos que vuestro grupo había vuelto, y no pude convencerles de que no sucedió
nada en absoluto en vuestro viaje. Me gustaría hacer creer a la señora Hoffman que se
equivocó de identidad y que vosotros habíais encontrado a Reffel o a Kervenser; pero
hasta que encontremos por lo menos a uno de ellos, incluso eso sería difícil de

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organizar. ¿Cómo reconoció a Kabremm? ¿Cómo nos reconoce a nosotros? ¿Por la
distribución del color y la posición habitual de las patas, como sería de esperar?
¿Cómo?
»Y además, ¿qué se ha hecho de esa pareja? Supongo que Reffel halló
inesperadamente al Gwelf y tuvo que cerrar su aparato para evitar que los humanos lo
vieran; en ese caso, no debería tardar mucho. Me gustaría que se pareciese más a
Kabremm. Podría correr el riesgo de afirmar que era Ref el que había visto. Después
de todo, la luz se mostraba bastante oscura hasta para esas máquinas, según me
imagino la situación; sólo que no sé qué hará Barl. Ni siquiera sé si la oyó o no. Éste
es el asunto que me ha estado preocupando desde que comenzó lo del Esket; la
coordinación tendría que ser difícil por fuerza con toda nuestra comunicación a larga
distancia pasando por la estación humana. Si algo así sucediese, como siempre es
probable, antes de que desarrollásemos y pusiéramos en funcionamiento nuestros
propios sistemas de comunicación, terminaríamos sobre una balsa sin orzas de deriva
y con rompientes a sotavento. —Se detuvo y pensó brevemente—. ¿Hizo Kabremm
algún arreglo con vuestro grupo en cuanto a futuras comunicaciones cuando quitamos
de en medio el aparato?
—No que yo sepa, señor. Vuestras órdenes de separarnos y marchar en
direcciones opuestas llegaron antes de decir mucho.
—Muy bien. Tú sigue adelante y yo pensaré en algo.
—Lo que siempre me preocupó —replicó el marinero, mientras reanudaba el
ataque al hielo— fue qué pasaría cuando se enterasen de lo que estábamos haciendo.
Me digo a mí mismo que no nos abandonarían aquí; no parecen tan firmes, ni siquiera
en asunto de negocios; pero podrían hacerlo mientras no tengamos nuestras propias
naves espaciales.
—Fue justamente un temor parecido lo que impulsó al comandante a emprender
todo el proyecto, como sabes —replicó Dondragmer—. Parecen seres bien
intencionados, tan dignos de confianza como lo permite la corta duración de su vida.
Yo personalmente confío en ellos tanto como en cualquier otro. Sin embargo son
diferentes, y nunca se está completamente seguro de lo que considerarán motivo o
excusa adecuados para tomar alguna acción extraña. Ésa es la razón por la que
Barlennan quería que fuésemos capaces de arreglárnoslas solos en este mundo en
cuanto fuese posible y sin que lo supieran. Algunos podrían haber preferido que
siguiésemos dependiendo de ellos.
—Lo sé.
—Las minas fueron un gran paso y los dirigibles un triunfo, pero nos falta mucho,
mucho aún para poder pasar sin los generadores humanos; y a veces me pregunto si el
comandante comprende lo muy por detrás de esas cosas que en realidad estamos.
»Pero charlar no resuelve los problemas. Tengo que hablar otra vez con los seres

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humanos. Espero que no mencionar a Kabremm no provocará sospechas; por lo
menos serán consistentes con el plan de la identidad equivocada, si tenemos que
usarlo. Adelante. Hazme una señal cuando la escotilla principal esté libre.
El marinero hizo un gesto de comprensión y complicidad, y al fin Dondragmer
llegó al puente.
Había mucho que contar a los seres humanos sin mencionar a Kabremm, y el
capitán comenzó en cuanto hubo doblado su traje.
—Por lo menos uno de los timoneles estuvo algún tiempo bajo el casco;
probablemente los dos lo estuvieron, pero no pude encontrar rastro de ninguno,
excepto lo que habían hecho intentando escapar; no puedo pensar en otra razón para
aquel trabajo; ciertamente, no era el trabajo asignado. Rompieron dos de las ruedas en
el proceso. Gran parte del espacio está todavía helado, y me temo que estén entre el
hielo. Buscaremos más cuidadosamente con luces cuando vuelva la tripulación y
tenga hombres disponibles. El agua, o lo que fuese, hervida por nuestro calentador,
formó una capa de hielo sobre el casco que ha cerrado la compuerta principal;
debemos conseguir su puesta en servicio tan rápidamente como sea posible. Hay
mucho equipo que ahora no puede ser llevado al exterior si tuviésemos que
abandonar el Kwembly y mucho que no puede ser trasladado dentro porque no pasará
por ninguna otra compuerta.
»Además, el uso de ese calentador provocó la fusión de cerca de un cuerpo del
cable del radiador. No veo cómo vamos a reparar el refrigerador si conseguimos
liberar al Kwembly. Esto quizá no sea de importancia inmediata, pero si conseguimos
ponerlo de nuevo en funcionamiento, tendríamos que pensarlo dos veces antes de
penetrar profundamente en Low Alfa sin refrigeración. Una de las pocas cosas de las
que parecéis estar realmente seguros es que el área de baja presión es producida por
una temperatura alta, seguramente provocada por calor interno, y sé que averiguarlo
tiene una gran importancia para vosotros. Prácticamente no hay metal en el vehículo,
y una de las pocas cosas que comprendo sobre ese refrigerador es que el radiador
exterior tiene que ser un conductor eléctrico. ¿No es así?
El capitán esperó la contestación con algún interés. Confiaba en que los
problemas técnicos desviarían el interés de los humanos del asunto del Esket y
Kabremm, pero sabía que esto no habría servido si él mismo se hallase al otro
extremo de la conversación. Por supuesto, Benj Hoffman era joven; pero seguramente
no sería la única persona allí.
Benj contestó; no parecía muy interesado en la tecnología.
—Si crees que están entre el hielo, ¿por qué no baja gente ahora mismo a
buscarlos? Podrían estar vivos todavía dentro de esos trajes, ¿no es verdad? Hace un
poco dijiste que nadie lo sabía con certeza, pero que por lo menos no se sofocarían.
Me parece que cuanto más retrases encontrarlos, menos probabilidades de vivir. ¿No

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es ése el problema más importante ahora mismo?
La voz de Easy irrumpió antes de que Dondragmer pudiese componer una
respuesta; parecía estar hablando a su hijo tanto como al capitán.
—No es lo más importante. El Kwembly es sinónimo de las vidas de todos sus
tripulantes, Benj. El capitán no está siendo cruel con sus hombres. Sé lo que sientes
por tu amigo, y está muy bien; pero una persona con responsabilidades tiene que
pensar, además de sentir.
—Creí que estabas de mi parte.
—Comparto fuertemente tus sentimientos; pero eso no me impide saber que el
capitán tiene razón.
—Supongo que Barlennan reaccionaría de la misma forma. ¿Le has preguntado
qué tendría que hacer Dondragmer?
—No se lo he preguntado, pero conoce la situación; si no lo crees, ahí está el
micrófono. Hazle tu visión del asunto. Personalmente, no creo que piense en corregir
a Dondragmer o a cualquier otro capitán de un vehículo en un asunto así, estando él
ausente del escenario.
Hubo una pausa mientras Benj buscaba las palabras para refutar esta afirmación;
todavía era bastante joven como para creer que había algo inhumano en pensar más
de una cosa por adelantado cada vez. Después de unos diez minutos de silencio,
Dondragmer dio por sentado que la transmisión de la estación había terminado y que
se imponía una réplica.
—La señora Hoffman (creo haber reconocido su voz) tiene toda la razón, Benj.
No me he olvidado de Beetchermarlf, como tampoco tú te has olvidado de Takoorch,
aunque hasta para mí es evidente que piensas menos en él. Se trata sencillamente de
que tengo que considerar más vidas que las suyas. Temo que tendré que dejarle a ella
cualquier otra discusión sobre esto. ¿Podrías hacer que alguno de vuestros ingenieros
comenzase a pensar en el problema de mi refrigeración, por favor? Probablemente
veas a Borndender trepando por el casco con su muestra; el informe sobre la corriente
debería estar aquí dentro de unos cuantos minutos. Si el señor McDevitt continúa allí,
por favor, que espere. Si se ha marchado, ¿puedes llamarlo?
Según había dicho el capitán, los observadores habían visto a un mesklinita
subiendo, aunque ni siquiera Easy había reconocido a Borndender. Antes de que Benj
pudiese decir algo, McDevitt contestó:
—Todavía estoy aquí, capitán. Esperaré. En cuanto el análisis esté aquí, lo llevaré
al computador. Si Borndender tiene algunos datos que enviar sobre la presión y la
temperatura, junto con la información química, serán útiles.
Benj no se sentía feliz, pero hasta él se daba cuenta de que no era el momento
para otra interrupción. Además, su padre acababa de entrar en la sala de
Comunicaciones, acompañado por Aucoin y Mersereau. Prudentemente se deslizó de

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su asiento ante la pantalla del puente para dejar sitio al planificador, aunque estaba
demasiado enfadado y molesto como para esperar que sus palabras de los últimos
minutos, tan malamente escogidas, no fuesen mencionadas. Ni siquiera se sintió
aliviado cuando Easy. poniendo al corriente a los recién llegados, no mencionó la
cuestión de los timoneles desaparecidos.
Su relato fue interrumpido por la voz de Dondragmer.
—Borndender dice que ha comprobado la densidad y la temperatura de ebullición
del líquido de esa corriente; es casi tres octavos de amoníaco y cinco octavos de agua.
Dice también que la temperatura exterior es 71, la presión 26,6 atmósferas estándar
(nuestro estándar, por supuesto), y el viento ligeramente del noroeste, 21 grados para
ser más precisos, a 120 cables por hora. Una ligera brisa. ¿Será eso suficiente para
vuestro computador?
—Todo servirá. Me marcho —replicó McDevitt, mientras se levantaba y se
dirigía hacia la puerta. Cuando alcanzaba la salida, miró hacia atrás pensativamente,
se detuvo y llamó:
—Benj, siento apartarte de las pantallas en este momento, pero creo que sería
mejor que vinieses conmigo un rato. Puedes ayudarme a comprobar los datos;
después trae aquí, si quieres, el resultado preliminar y díselo a Dondragmer, mientras
yo hago la segunda vuelta.
Easy ocultó su aprobación cuando Benj, en silencio, siguió a su superior. Se
dividía entre McDevitt por encauzar la atención en una dirección más sana y su hijo
por mostrar más autocontrol del que ella había esperado.
Aucoin no prestó ninguna atención al intercambio; todavía estaba intentando
aclarar su imagen del estado actual de las cosas.
—Supongo que no ha aparecido nadie del personal desaparecido —dijo—. Muy
bien. He estado pensando. Supongo que Barlennan ha sido informado, según
decidimos hace unas pocas horas. ¿Ha sucedido algo más que se le haya dicho a él,
pero no a mí?
Easy levantó rápidamente la vista, intentando captar pruebas de resentimiento en
el rostro del administrador; pero éste pareció no darse cuenta de que sus palabras
podían ser interpretadas como una crítica. Ella pensó rápidamente antes de contestar.
—Sí. Hace unas tres horas, Cavanaugh informó que algo pasaba en las pantallas
del Esket. Vio un par de objetos resbalando o rodando sobre el suelo del laboratorio
de un lado a otro de la pantalla. Yo comencé a vigilar, pero no ha sucedido nada
desde entonces.
»Después, una hora más tarde, el grupo de rescate que Don había enviado en
busca de los helicópteros perdidos encontró a un mesklinita; por supuesto, nosotros al
principio pensamos que sería uno de los pilotos; cuando se acercó al transmisor
reconocí a Kabremm, el primer oficial del Esket.

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—¿A seis mil millas de donde se supone que murió la tripulación del Esket?
—Sí.
—¿Se lo dijiste a Barlennan?
—Sí.
—¿Qué dijo?
—Nada concreto. Se dio por enterado del informe, pero no ofreció ninguna teoría.
—¿Ni siquiera te preguntó si estabas segura de la identificación, o en qué la
basabas?
—No.
—Bien, si no te importa, a mí me gustaría hacerlo. ¿Cómo reconociste a
Kabremm y cómo estás segura de que era él?
—Le conocía, antes de la pérdida del Esket, lo bastante bien como para que sea
difícil decir lo que no es; sencillamente es distinto en su distribución de color, su
postura y su forma de andar, de la misma forma que tú, Ib y Boyd sois distintos.
—¿La luz era lo bastante clara como para apreciar el color? Allá abajo es de
noche.
—Había luces cerca del aparato, aunque la mayor parte se encontraban delante de
él, dentro del campo visual, y Kabremm estaba casi por completo iluminado por la
espalda.
—¿Conoces bien a los dos desaparecidos para estar segura de que no era ninguno
de ellos? ¿Sabes si alguno se parece mucho a Kabremm?
Easy se sonrojó.
—Ciertamente no era Kervenser, el primer oficial de Don. Me temo que no
conozco a Reffel lo bastante bien como para estar segura; esa posibilidad no se me
había ocurrido. Simplemente vi al hombre y grité su nombre casi por un reflejo.
Después de eso no pude hacer más que informar; el micrófono de la colonia estaba
activado en aquel momento, y Barlennan, o quienquiera que estuviese de guardia, no
hubiese podido evitar oírme.
—Entonces ¿hay una razonable probabilidad de que la falta de comentarios de
Barlennan fuese un intento cortés para no avergonzarte, no comentando algo que
debe haberle parecido un error estúpido?
—Supongo que es posible.
Easy no podía dar más que información. Sabía que su opinión probablemente no
era objetiva.
—Entonces creo —dijo Aucoin lenta y pensativamente— que sería mejor que yo
mismo hablase con Barlennan. ¿Dices que no ha pasado nada más en el Esket desde
que Cavanaugh vio rodar esos objetos?
—Yo no he visto nada. El equipo del puente, por supuesto, enfoca la oscuridad,
pero los otros tres están perfectamente bien iluminados, y no han mostrado cambios,

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excepto ése.
—Muy bien. Barlennan conoce nuestro idioma bastante bien, según mi
experiencia, de forma que no te necesitaré para que traduzcas.
—Oh, no; él te entenderá. ¿Quieres decir que preferirías que yo me marchase?
—No, no. De hecho, será mejor que escuches y me avises si crees que podría
estar desarrollándose algún error.
Aucoin alcanzó el conmutador del micrófono de la colonia, pero antes de cerrarlo
echó una ojeada hacia Easy.
—No te importará que me asegure de la opinión de Barlennan sobre la
identificación de Kabremm, ¿verdad? Creo que nuestro mayor problema es qué hacer
con respecto al Kwembly, pero me gustaría arreglar también esa cuestión. Después
que planteaste el asunto, no me gustaría que Barlennan adquiriese la noción de que
estábamos intentando censurar algo, para decirlo con las mismas palabras que empleó
Ib en la reunión.
Se apartó y llamó a Dhrawn.
Barlennan se encontraba en la cámara de Comunicaciones de la colonia; así que
no se perdió tiempo en llegar hasta él. Aucoin se identificó en cuanto estuvo seguro
de que el comandante estaba en el otro extremo, y comenzó su charla.
Easy, Ib y Boyd la encontraron repetitiva hasta molestar, pero tuvieron que
admirar la habilidad con que el planificador recalcaba sus propias ideas.
Esencialmente, estaba intentando desviar cualquier sugerencia de que se enviase otro
vehículo a rescatar al Kwembly, sin sugerir en absoluto algo así. Era un trabajo muy
difícil de manipulación del lenguaje, aunque el asunto había sido el más importante
en la mente de Aucoin desde la conferencia; así que, aun cuando no se trataba más
que de una improvisación, tenía el mérito de una obra de arte, como Ib observó más
tarde. Mencionó la identificación de Kabremm por Easy, pero tan fugazmente que
ésta casi no reconoció el asunto. No llegó a decir que debía haber sido un error,
aunque obviamente no daba importancia al incidente.
Era una pena, como observó Easy más tarde, que una elocuencia tan retocada
fuese malgastada completamente. Por supuesto, Aucoin no podía saber, como ningún
otro ser humano, que la identificación de Kabremm constituía la principal
preocupación de Barlennan en el momento y que durante dos horas no había pensado
en otra cosa. Enfrentado con el colapso inminente de su complejo esquema y sin una
alternativa preparada, como rápidamente y con vergüenza había comprendido,
empleó aquellas horas en pensar furiosa y rápidamente. Cuando Aucoin llamó,
Barlennan tenía preparados los primeros pasos de otro plan. Estaba esperando con
tanta ansiedad la oportunidad de ponerlo en práctica, que prestó poca atención a las
palabras, bellamente seleccionadas, del planificador. Cuando hubo una pausa,
Barlennan tenía preparado su propio discurso, el cual tenía asombrosamente poco que

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ver con lo que acababa de decirse.
La pausa en realidad no había tenido el objeto de dar tiempo a una respuesta;
Aucoin se había detenido un momento para revisar mentalmente lo que había dicho y
lo que debería decir a continuación. Pero Mersereau le detuvo cuando iba a
reemprender la conversación.
—Ese descanso ha sido lo bastante largo como para que Barlennan suponga que
has terminado y esperas una contestación —dijo—. Es mejor que esperes.
Probablemente ahora ha comenzado a hablar antes de que llegue allí lo que ibas a
decir.
Obedientemente, el administrador esperó. Después de todo, una convención era
una convención. Estaba preparado para ser sarcástico si Mersereau se equivocaba,
pero la voz del comandante mesklinita llegó en el segundo esperado… Ib y Easy
pensaron más tarde que antes lo que se hubiesen atrevido a apostar.
—He estado pensando profundamente desde que la señora Hoffman me habló de
Kabremm —dijo—, y la única teoría que he podido encontrar es ésta. Como sabéis,
siempre ha estado en nuestra mente la posibilidad de que aquí en Dhrawn hubiese una
especie inteligente. Tus científicos estaban seguros de que incluso antes del aterrizaje
había vida de un alto nivel de organización, a causa del aire rico en oxígeno, según
dijeron. Sé que no hemos encontrado nada, excepto plantas sencillas y animales
prácticamente microscópicos, pero el Esket se había aventurado en Low Alfa más que
ninguno de los otros vehículos y ahí las condiciones son diferentes. Ciertamente la
temperatura es más alta, y no sabemos cómo puede cambiar eso otros factores.
»Hasta ahora, la probabilidad de que el Esket se hubiese encontrado con una
oposición inteligente era sólo una posibilidad, sin más soporte que cualquier otra idea
que pudiésemos tener en la cabeza. Sin embargo, como vuestra propia gente ha
señalado repetidamente, ningún tripulante hubiese podido vivir tanto tiempo sin el
sistema de soporte del vehículo o algo de ese tipo. Ciertamente no hubiesen podido
viajar desde donde se encuentra todavía el Esket, según lo que sabemos, hasta la
vecindad de Dondragmer. Me parece que la presencia de Kabremm allí es una
evidencia convincente de que la tripulación de Destigmet encontró y fue capturada
por nativos de Dhrawn. No sé por qué Kabremm ha podido dar con el grupo de
rescate; quizá se escapó, pero es difícil comprender cómo podría haberlo intentado
bajo tales circunstancias. Más probablemente ellos le enviaron deliberadamente para
hacer contactos. Me gustaría mucho que pasases a Dondragmer esta idea para saber
qué opina y para que averigüe lo que pueda por Kabremm si todavía está allí. No me
habéis dicho si continuaba con el grupo de rescate o no. ¿Podéis hacerlo?
En el rompecabezas mental de Ib Hoffman, varias piezas encontraron su sitio. Su
silencioso aplauso no fue advertido ni siquiera por Easy.

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XIII. HECHOS EXTRAÑOS; FICCIÓN
CONVINCENTE

Barlennan se sentía muy complacido de sus palabras. No había dicho ni una sola
falsedad; lo peor de lo que podría ser acusado era de no pensar claro. A menos que
algunos humanos sospechasen ya activamente, no habría ninguna razón para que no
pasasen la teoría al capitán del Kwembly, diciéndole así la línea que Barlennan se
proponía seguir. Podía confiarse en que Dondragmer seguiría el juego, especialmente
si se le transmitía la pista de que quizá Kabremm no estuviese disponible para un
interrogatorio. Era mala suerte, por una parte, hacer surgir la «amenaza nativa»
mucho antes de lo que hubiese querido, cuando existía un plan mucho mejor: dejar
que los humanos la inventasen ellos mismos; pero cualquier plan que no pudiese
modificarse para adaptarse a las nuevas circunstancias era un pobre plan, pensaba.
Aucoin se sintió muy sorprendido. Personalmente no tenía ninguna duda de que
Easy estaba equivocada, puesto que hacía mucho que había borrado por completo al
Esket de su mente; que Barlennan tomase su opinión en serio había sido una mala
sacudida. El administrador sabía que Easy era con mucho la persona mejor
cualificada en toda la estación para hacer un reconocimiento semejante, pero no había
esperado que los propios mesklinitas se diesen cuenta de ello. Se culpó a sí mismo de
no prestar una mayor atención a las charlas entre los observadores (especialmente
respecto a Easy) y los mesklinitas en los últimos meses. Había perdido el contacto, un
pecado mortal en un administrador.
No obstante, no veía razones para denegar la solicitud de Barlennan. Miró a los
otros. Easy y Mersereau le miraban expectativamente; la mujer tenía su mano sobre
el micrófono selector en el brazo de su sillón, como si fuese a llamar a Dondragmer.
Su esposo mostraba en su rostro una semisonrisa que confundió ligeramente a Aucoin
por un momento; pero cuando sus ojos se encontraron, Hoffman asintió como si
hubiese estado analizando la teoría mesklinita y la hallase razonable. El planificador
vaciló un momento más; después habló por su micrófono.
—Lo haremos ahora mismo, comandante.
Asintió a Easy, que al momento cambió su conmutador de selección y comenzó a
hablar. Benj volvió cuando ella empezaba, evidentemente rebosante de información,

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pero se reprimió cuando vio que ya había comenzado una conversación con el
Kwembly. Su padre observaba al muchacho mientras Easy retransmitía la teoría de
Barlennan, y difícilmente pudo ocultar su diversión. Estaba muy claro que Benj se
tragaba toda la idea. Benj era joven, y varios de sus mayores tampoco parecían
demasiado críticos.
—Barlennan quiere tus ideas sobre esa posibilidad, y especialmente cualquier
información que puedas haber obtenido de Kabremm —concluyó Easy—. Eso es
todo… No, espera —Benj había atraído su atención—. Mi hijo ha vuelto del
laboratorio de aerología, y parece tener algo para ti.
—El señor McDevitt ha hecho una pasada añadiendo las nuevas medidas a los
datos anteriores, y ahora está haciendo una segunda —dijo Benj sin preámbulos—.
Según la primera, tenía razón en cuanto al motivo de la fusión y congelación de
vuestro lago y la naturaleza de las nubes que encontró Stakendee. Hay más
probabilidades que nunca de que la condensación aumente y haga más grande la
corriente. Sugiere que compruebes muy cuidadosamente, como ya dijo antes, el
momento en que las nubes alcancen al Kwembly. Según ha adivinado, se están
evaporando por un calentamiento adiabático, mientras el aire que las lleva baja por la
pendiente del terreno. Dice que cuanto más tarde en alcanzarte, peor será la riada
cuando lo haga. Yo no comprendo por qué, pero eso es lo que transmite el
computador. Insistió en que me asegurase de recordarte que era otro cálculo
aproximado, probablemente tan equivocado como cualquiera de los anteriores. Hizo
un largo discurso sobre todas las razones que existen para que no pueda estar seguro,
pero ya las conoces.
La respuesta de Dondragmer comenzó casi como un eco de la luz; no podrían
haber pasado más que un segundo o dos después del final del informe de Benj,
decidiendo qué decir.
—Muy bien, Benj. Por favor, dile a Barlennan que su idea suena razonable y
encaja, por lo menos, con la desaparición de mis dos helicópteros. No he tenido la
oportunidad de obtener la información de Kabremm, si era él. No lo he visto. No ha
vuelto al Kwembly. Tú podrías decir mejor que yo si todavía está con Stakendee y
con los que fueron corriente arriba. Tomaré precauciones por si el comandante
tuviese razón. Si la idea se me hubiese ocurrido antes, seguramente no habría
mandado a toda la tripulación a erigir una base de seguridad en la ladera del valle.
»Sin embargo, quizá haga bien. No veo posibilidades de liberar el vehículo a
tiempo, y si el señor McDevitt está moderadamente seguro de que va a llegar otra
riada, tendremos que acabar de transportarlo todo fuera rápidamente. Si una corriente
parecida a la que nos trajo aquí llega hasta el Kwembly mientras está inmovilizado de
esa forma, habrá trozos de casco esparcidos durante millones de cables corriente
abajo. Cuando mis hombres vuelvan, cogeré una carga más del equipo necesario y

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abandonaré el vehículo momentáneamente. Nos estableceremos en el borde del valle,
y tan pronto como el equipo de soporte vital funcione adecuadamente allí, comenzaré
a enviar cuadrillas para trabajar en la reparación del Kwembly, siempre que la riada
no esté claramente en camino. Ése es un plan básico firme. Pensaré en los detalles de
los trabajos con vuestra ayuda, y si la teoría de Barlennan pide una acción especial, la
tomaré, pero no tengo tiempo para discutir la decisión básica. Puedo ver que al norte
se mueven unas luces. Supongo que será mi tripulación volviendo. Giraré el aparato
para que podáis verlo.
La imagen de la pantalla se agitó; después saltó abruptamente cuando el capitán
empujó el transmisor, haciéndole descubrir un tercio de círculo. El resultado no fue
una mejora, desde el punto de vista humano; la región iluminada alrededor del
Kwembly donde los detalles no sólo podían ser vistos, sino comparados e
interpretados, fue reemplazada por una oscuridad casi total, aliviada por unas pocas
motas luminosas. Se necesitó una observación cercana y cuidadosa para confirmar la
idea de Dondragmer de que se movían. Easy estaba a punto de pedir que la lente
fuese devuelta a su posición anterior, cuando Benj comenzó a hablar.
—¿Quieres decir que has abandonado toda esperanza de encontrar a
Beetchermarlf, Takoorch y los otros y vas a marcharte dejándolos ahí? Sé que tienes
que preocuparte por cien personas más, pero hay veces en que eso parece una excusa
bastante pobre para no intentar ni siquiera rescatar a alguien.
Easy se sintió sorprendida y bastante aplanada ante las palabras escogidas por su
hijo, y estuvo a punto de interrumpirle con una reconvención, combinada con
disculpas a Dondragmer. No obstante, vaciló en un esfuerzo de hallar palabras que
hiciesen esto sin violentar sus propios sentimientos. Se parecían mucho a los de Benj.
Aucoin y Mersereau no habían seguido la conversación, puesto que los dos se
concentraban en Barlennan en la otra pantalla y Benj había pronunciado sus palabras
en stenno. Ib Hoffman no mostraba ninguna expresión que un observador pudiese
traducir, aunque Easy quizá hubiese detectado rasgos de humor si hubiese mirado
hacia él. McDevitt acababa de entrar, pero demasiado tarde para captar algo que no
fuese la expresión del rostro de Easy.
La pausa duró demasiado, de forma que esperaron la respuesta de Dondragmer.
Ésta no reveló molestia en el tono o selección de las palabras, aunque a Easy le
hubiese gustado verlo para juzgar su actitud corporal.
—No los he abandonado, Benj. El equipo que pienso llevar incluye tantas
unidades energéticas como es posible, lo que quiere decir que los hombres tendrán
que ir bajo el casco con luces para conseguir todas las que puedan de las ruedas no
congeladas. Esos hombres tendrán también órdenes de registrar cuidadosamente las
paredes de hielo en busca de restos de los timoneles. Si son encontrados, unos
hombres comenzarán a cortar el hielo y estarán en ese trabajo hasta el último

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momento posible. Sin embargo, no puedo justificar poner a toda la tripulación a
trabajar rompiendo el hielo hasta que no haya otra cosa que hacer para liberar al
vehículo. Después de todo, es perfectamente posible que descubriesen lo que pasaba
antes que el estanque se congelase hasta el fondo y que fuesen atrapados al buscar un
agujero en el hielo en algún lugar del estanque.
Benj asintió con el rostro algo enrojecido; Easy le evitó la necesidad de componer
una apología verbal.
—Gracias, capitán —dijo—. Lo comprendemos. No estábamos acusándote
seriamente de deserción; fue una selección de palabras desafortunada. ¿Crees que
podrías llevar otra vez el comunicador al lugar iluminado? En realidad, en la forma
en que está enfocado ahora no podemos ver nada reconocible.
—Además —dijo McDevitt sin dejar que hubiese una pausa al final de la petición
de Easy—, aunque estés planeando abandonar el Kwembly, ¿supones que podrías
dejar a bordo una unidad energética para que funcionen las luces y sujetar el
comunicador del puente en su lugar para que podamos ver el casco? Eso nos
permitiría observar la riada cuando venga, que estoy casi seguro que será dentro de
las próximas tres o quince horas, y además decirte si serviría de algo buscar después
el vehículo, e incluso dónde hacerlo. Sé que eso te dejará sólo con dos
comunicadores, pero me parece que valdría la pena.
De nuevo Dondragmer pareció decidirse en un momento; su respuesta salió del
altavoz casi con la campana de los sesenta y cuatro segundos.
—Sí, lo haremos así. De todas formas, hubiese tenido que dejar energía para las
luces, puesto que quiero mandar brigadas a trabajar, y como dije, quiero algún tipo de
comunicación con ella para más seguridad. Tu sugerencia encaja perfectamente con
eso. He vuelto a colocar el aparato de forma que cubra el lado de estribor, como sin
duda ves. Ahora tengo que dejar el puente; la tripulación estará de vuelta dentro de un
minuto o dos, y quiero distribuirles las tareas en cuanto lleguen.
De nuevo Benj comenzó a hablar sin preguntar a nadie.
—Capitán, si todavía estás ahí cuando llegue esto, ¿harás una señal con la mano o
de alguna otra forma, o la hará Beetch si lo encuentras vivo? No te pediré que realices
un viaje espacial hasta el puente para dar detalles.
No hubo respuesta. Seguramente Dondragmer se había vestido, saliendo en el
momento en que terminó de hablar. Los seres humanos no podían hacer otra cosa que
esperar.
Con la ayuda de Easy, Aucoin había retransmitido la respuesta de Dondragmer a
la colonia, recibiendo el enterado de Barlennan. El comandante había pedido que se
le pusiera al corriente tan completamente como fuera posible de los asuntos del
Kwembly, y especialmente de cualquier idea que pudiese tener Dondragmer. Aucoin
estuvo de acuerdo. Pidió a Easy que transmitiese la petición al capitán, y ésta le dijo

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que se haría en cuanto el capitán volviese a establecer contacto.
—De acuerdo —asintió el planificador—. Por lo menos, hasta ahora el envío de
un vehículo de rescate no ha sido mencionado. Nosotros tampoco lo mencionaremos.
—Personalmente —replicó Easy—, yo hubiese enviado al Kalliff o al Hoorsh
hace horas, la primera vez que quedaron atrapados.
—Ya sé que lo harías. Te agradezco mucho que tu particular sistema moral no te
permita sugerir eso a Barlennan por encima de mis objeciones. Mi única esperanza es
que él no se decida a insinuarlo, porque cada vez que los dos habéis estado realmente
en contra mía, he sido convencido.
Easy miró a Aucoin y después al micrófono especulativamente. Su esposo decidió
que se imponía una distracción, y cortó el espeso silencio con una pregunta.
—Alan, ¿qué piensas sobre esa teoría de Barlennan?
Aucoin frunció el ceño. Tanto él como Easy sabían muy bien el motivo de la
interrupción de Ib, pero la pregunta no era fácil de ignorar; por lo menos, Easy
reconocía que la propia interrupción era una buena idea.
—Es una idea fascinante —dijo lentamente el planificador—, pero no puedo decir
que parezca muy probable. Dhrawn es un planeta gigantesco, si puede llamarse
planeta, y parece extraño; bien, no sé qué es más extraño: que hayan encontrado
inteligencia tan rápidamente o que sólo uno de los vehículos lo haya hecho.
Ciertamente no se trata de una cultura que utilice energía electromagnética; la
habríamos detectado la primera vez que nos acercamos a este lugar. Una muy
inferior, ¿cómo ha podido hacer lo que parece que ha hecho a la tripulación del
Esket?
—Sin conocer sus capacidades físicas y mentales, aparte de su nivel cultural, no
podría ni siquiera suponerlo —replicó Hoffman—. ¿No terminaron en España
algunos de los primeros indios encontrados por Colón?
—Creo que estás forzando las semejanzas, para decirlo suavemente. Hay
prácticamente una infinidad de cosas que podrían haberle pasado al Esket sin que
haya tropezado con una oposición inteligente. Lo sabes tan bien como yo; tú ayudaste
a hacer alguna de las listas, hasta que decidiste que era una especulación sin
fundamento. Estoy de acuerdo en que la teoría de Barlennan es un poco más creíble
de lo que fue, pero sólo un poco.
—Todavía piensas que me equivoqué al identificar a Kabremm, ¿verdad? —dijo
Easy.
—Sí, me temo que sí. Más aún, no creo que hayamos tropezado con otra especie
inteligente. No me compares con la gente que se negó a creer que las rocas de Perthe
eran herramientas hechas por el hombre. Algunas cosas son intrínsecamente
improbables.
Hoffman se echó a reír.

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—La habilidad humana para juzgar las probabilidades, puedes llamarla
perspicacia estadística; siempre ha sido muy pequeña —señaló—, incluso si se evitan
ejemplos tan clásicos como el de Lois Lane. En realidad, las probabilidades no
parecen ser tan bajas. Conoces tan bien como yo que en el pequeñísimo volumen de
espacio, a cinco parsecs del Sol, sólo con setenta y cuatro estrellas conocidas y unos
doscientos planetas sin soles, hemos encontrado veinte razas en nuestro propio estado
de desarrollo, que han pasado sanas y salvas su Crisis de la Energía; ocho, incluyendo
a Tenebra y Mesklin, que no han llegado todavía; ocho que no pudieron resolverla, y
están extinguiéndose; tres que tampoco lo hicieron, pero que tienen alguna esperanza
de resurgimiento; todas ellas, recuérdalo, están a cien mil años, en un sentido o en
otro, de ese punto clave en su historia. Eso a pesar del hecho de que la edad de los
planetas varía desde los nueve billones de años de Panesh hasta la décima parte en
Tenebra. Ahí se da más que pura coincidencia, Alan.
—Quizá Panesh, la Tierra y los planetas más antiguos han tenido otras culturas en
el pasado; quizá les suceda eso a todos los mundos cada varias décadas de millones
de años.
—No ha sucedido antes, a menos que las primeras razas inteligentes fuesen tan
inteligentes desde el principio que nunca utilizasen los carburantes fósiles de su
planeta. ¿Piensas que la presencia del hombre en la Tierra no será obvia,
geológicamente, dentro de un billón de años, con las vetas de carbón agotadas y la
botella de cerveza como un objeto fósil? No puedo creerlo, Alan.
—Quizá no, pero no soy lo bastante místico como para creer que una
superespecie esté conduciendo las razas de esta parte del espacio hacia un enorme
clímax.
—Si prefieres esa Hipótesis del Ser, o bien la Teoría Esfa, no importa. No es pura
casualidad, y por tanto no puedes emplear sólo las leyes de la casualidad para criticar
lo que ha sugerido Barlennan. No debes suponer que tiene razón; pero te sugiero
firmemente que le tomes en serio. Yo lo hago.
Dondragmer hubiese estado interesado en escuchar esta discusión, igual que
habría apreciado estar presente en la reunión de personal unas horas antes. Sin
embargo, habría estado demasiado ocupado, aun suponiendo que su presencia
hubiese sido físicamente posible. Con el regreso de la mayor parte de su tripulación
(por supuesto, algunos se habían quedado para continuar montando el equipo de
soporte vital), había mucho que ver y mucho que hacer. Veinte de sus hombres fueron
enviados a ayudar al trío que se encontraba cortando el hielo de la compuerta
principal. Otros tantos fueron bajo el casco con luces y herramientas para encontrar y
recobrar todos los generadores que no estuviesen congelados demasiado sólidamente.
El capitán cumplió su promesa a Benj, ordenando a este grupo buscar muy
cuidadosamente señales de Beetchermarlf y de Takoorch. No obstante, recalcó la

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importancia de examinar de cerca las paredes del hielo; como resultado, el grupo no
encontró nada. Sus miembros salieron en unos cuantos minutos con los dos
generadores de las ruedas que habían utilizado los timoneles y dos más que habían
sido liberados por la acción del calentador. El resto, que, según las cuentas de
Dondragmer y las leyes aritméticas, tenían que ser seis, estaban fuera de alcance,
aunque los marineros podían hacer una suposición con bastante fundamento en
cuanto a las ruedas donde se encontraban.
Mientras tanto, el resto de la tripulación había entrado en el vehículo por las
compuertas disponibles; la pequeña junto al puente, las grandes por las que
despegaban los helicópteros y las dos trampillas de emergencia a los lados, cerca de
la proa y la popa, que servían para un hombre cada vez. Ya en el interior, cada
tripulante se dedicó a la tarea asignada. Dondragmer, durante su ausencia, había
estado pensando, además de hablar con los seres humanos. Algunos empaquetaron
comida que durase hasta que el equipo de soporte vital terminase su ciclo normal;
otros prepararon carretes de cable, luces, generadores y otros aparatos para su
transporte.
Muchos estaban trabajando, improvisando medios de transporte; un resultado
molesto de que el Kwembly utilizase energía de fusión era la gran escasez de ruedas a
bordo. Había pequeñas poleas que sujetaban los cables de control en las esquinas.
Resultaban demasiado pequeñas para ser utilizadas en carretillas o en vehículos
similares, y Dondragmer había prohibido firmemente el desmantelamiento del
vehículo. A bordo no había nada semejante a un balancín, ni siquiera una carretilla.
Ingenios semejantes, el primero movido a fuerza de músculos, eran conocidos y
utilizados en Mesklin para transportes a media y larga distancia; pero no había nada
en el Kwembly que un mesklinita no pudiese llevar fácilmente a cualquier parte del
vehículo sin ayuda mecánica. Ahora, con millas por delante y la necesidad de
trasladar muchos objetos completos mejor que en piezas, se impuso la improvisación.
Aparecieron literas y cosas semejantes. Los corredores que conducían hasta la
compuerta principal estuvieron rápidamente repletos de suministros y aparatos que
esperaban a que la salida estuviese despejada. El ruido y el ajetreo, sin embargo, no
llegaron hasta el colchón donde Beetchermarlf y Takoorch continuaban escondidos.
Según se calculó después, debían haber buscado este refugio unos cuantos
minutos antes del momento en que el calentador comenzó a funcionar. El grueso
material de goma del colchón, que hasta un cuchillo mesklinita había tenido
dificultades en penetrar, bloqueó los sonidos causados por las restallantes burbujas de
vapor alrededor del metal caliente y las llamadas de los trabajadores que entraron más
tarde. Si estos últimos se hubiesen visto forzados a comunicarse a distancia con
alguien, sus resonantes gritos quizá hubiesen penetrado en el resistente material;
todos conocían perfectamente bien su trabajo. La hendidura por la que habían entrado

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los timoneles estaba fuertemente cerrada por la elasticidad del material, de forma que
no les llegó ninguna luz. Finalmente el rasgo del carácter mesklinita, descrito más
acertadamente como una combinación de paciencia y fatalismo, provocó que ni
Beetchermarlf ni su compañero pensasen en abandonar su refugio hasta que el
hidrógeno en sus trajes llegase a ser un problema serio.
Como resultado, incluso si Dondragmer hubiese escuchado la llamada de Benj, no
hubiese tenido nada que señalar. Los timoneles, a unos tres pies por encima de unos
compañeros y a una distancia similar por debajo de otros, no fueron encontrados. No
toda la tripulación del Kwembly estaba ocupada en la preparación del movimiento.
Cuando los aspectos más necesarios de esa operación hubieron sido solucionados,
Dondragmer llamó a dos de sus marineros para un detalle especial.
—Id hasta el arroyo (si vais hacia el noroeste no lo podéis perder) y seguid
corriente arriba hasta que encontréis a Kabremm y al Gwelf —ordenó—. Decidle lo
que estamos haciendo. Elegiremos un emplazamiento habitable tan rápidamente
como podamos. Comunicadle dónde. Vosotros habéis estado allí; yo no. Colocaremos
las máquinas humanas de forma que enfoquen la parte iluminada y activa de esa
zona. Eso hará que sea seguro traer al Gwelf y aterrizar en cualquier lugar fuera de
esa zona sin riesgo de ser vistos por los seres humanos. Transmitidle que el
comandante parece haber comenzado la parte del plan que se refiere a la vida nativa
antes, aparentemente para explicar la presencia de Kabremm en los alrededores. No
ha sugerido detalles, y probablemente se afirmará en la idea original de dejar que los
seres humanos se inventen los suyos.
»Cuando hayáis visto a Kabremm, continuad corriente arriba hasta que encontréis
a Stakendee y dadle la misma información. Tened cuidado de no penetrar en el campo
visual de su comunicador; cuando creáis que podéis estar cerca de él, apagad vuestras
luces de vez en cuando y buscad la suya. Yo, por supuesto, estaré en contacto con él a
través de los seres humanos, pero no con ese mensaje. ¿Entendido?
—Sí, señor —contestaron los dos al unísono, y desaparecieron.
Pasaron las horas. La compuerta principal fue abierta y despejada. Casi todo el
material se encontraba disponible cuando llegó una llamada. El comunicador que
había estado en el laboratorio se hallaba ahora fuera, de forma que Dondragmer pudo
ser alcanzado directamente. Todavía era Benj el que hablaba.
—Capitán, Stakendee informa que la corriente que está siguiendo aumenta
rápidamente de anchura y de rapidez y que las nubes están convirtiéndose en lluvia.
Le he dicho que regrese bajo mi propia responsabilidad.
El capitán miró al cielo todavía sin nubes, después hacia el oeste, lugar donde la
niebla anunciada por Stakendee podría verse si fuera de día.
—Gracias. Benj. Es lo que yo hubiese hecho. Abandonaremos el Kwembly ahora
mismo, antes de que la corriente se haga demasiado grande para cruzar con el equipo.

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He asegurado el comunicador en el puente y dejaré las luces como quiere el señor
McDevitt. Esperamos que puedas decirnos antes de mucho que estamos en
condiciones de volver. Por favor, informa a Barlennan y dile que vigilaremos lo más
cuidadosamente posible en caso de que haya nativos; si, según parece sugerir, están
utilizando a Kabremm como un medio de ponerse en contacto con nosotros, haré todo
lo posible para entablar relaciones de cooperación con ellos. Recuerda que todavía no
he visto a Kabremm, y vosotros no lo habéis mencionado después de la primera vez;
así que me encuentro completamente a oscuras sobre su estado hasta ahora.
»No olvides tenerme informado de los planes e ideas de Barlennan lo mejor que
puedas. Yo haré lo mismo desde aquí, pero las cosas tal vez pasen demasiado
rápidamente para un posible aviso por adelantado. Vigila las pantallas. Eso es todo
por ahora; nos marchamos.
El capitán dejó oír un resonante grito, que afortunadamente para los oídos
humanos, no fue fielmente amplificado por el aparato. Los mesklinitas se pusieron
encima, y en dos minutos habían desaparecido del campo de visión del puente.
El otro equipo era transportado cerca del final de la columna, de forma que la
pantalla mostraba la cadena de luces balanceándose delante. No podía verse mucho
más. Los marineros más próximos, a dos o tres yardas de la lente, podían distinguirse
con bastante detalle mientras sorteaban las rocas con sus cargas, pero eso era todo. La
columna podría haber estado flanqueada a ambos lados por una legión de nativos a
veinte pies de distancia, sin que ningún ser humano lograse saberlo. Aucoin no fue el
primero ni sería el último en maldecir el período de rotación de 1500 horas; todavía
quedaban más de seiscientas horas antes de que la débil luz de Lalanda 21.185
volviese.
La corriente era todavía pequeña cuando el grupo chapoteó al cruzarla, aunque
Stakendee, a unas cuantas millas hacia el oeste, había confirmado el informe de que
crecía. Benj, advirtiendo esto, sugirió que el pequeño grupo cruzase también para que
sus miembros pudiesen reunirse con el cuerpo principal al otro lado del valle.
Afortunadamente se lo sugirió a Dondragmer antes de actuar por su cuenta. El
capitán, acordándose de los dos mensajeros que había enviado corriente arriba, se
apresuró a aconsejar que se pospusiese el cruce tanto tiempo como fuese posible, de
forma que Stakendee y sus hombres pudiesen comparar con más seguridad el tamaño
de la corriente con el que había tenido cuando habían pasado antes por la misma
zona. Easy y Benj aceptaron esta excusa. Ib Hoffman, completamente consciente de
que el grupo no llevaba instrumentos de medir el tiempo y no podría dar un informe
significativo sobre la velocidad del cambio, se sintió sobresaltado durante unos
segundos. Luego sonrió para sí.
Durante unos minutos, que se prolongaron hasta formar una hora y otra después,
no hubo mucho que ver. La tripulación llegó y subió a las paredes de roca desnuda

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del valle en el lugar donde habían dejado la primera carga de equipamiento, y se
dispusieron a construir algo que podría ser considerado un campamento o una ciudad.
Por supuesto, el equipo de soporte vital tenía prioridad. Pasarían muchas horas antes
de que sus trajes necesitasen recargarse, pero el momento llegaría. Para unos
organismos que prodigaban la energía tanto como los mesklinitas, la comida era
también un aspecto de preocupación inmediata. Se pusieron a ello rápida y
eficientemente. Dondragmer, como el resto de los capitanes, había pensado mucho
por adelantado sobre el problema de abandonar el vehículo.
—Al fin el grupo de Stakendee cruzó el río que contenía de forma incidental el
nombre de uno de los mensajeros que el capitán había enviado desde el Kwembly.
En consecuencia, nadie, ni los miembros de la tripulación ni los seres humanos,
pudieron observar el crecimiento del arroyo de agua y amoníaco. Hubiese sido una
vista interesante. Al principio, según habían informado los testigos, era poco más que
un arroyuelo corriendo de hoyo en hoyo sobre la roca desnuda en las zonas más altas
del lecho del río, donde los hombres andaban entre las rocas. Cuando las gotitas
líquidas de la niebla se condensaron y descendieron más rápidamente, nuevos
afluentes diminutos comenzaron a llegar por los lados de la corriente principal, cada
vez más profunda y más rápida. Sobre la roca desnuda divagó con más violencia,
haciendo rebosar las cubetas que lo habían contenido originariamente. Acá y allá se
congelaba temporalmente, mientras el agua, suministrada por los charcos helados
corriente arriba, y el amoníaco de la niebla formaban el eutético líquido a la
temperatura local: 174 en la escala humana Kelvin y apenas 71 en la utilizada por los
científicos mesklinitas.
Entre las rocas, al acercarse al Kwembly, acumuló más y más aguanieve, por lo
que su progreso se complicó. El amoníaco disolvió el agua durante un tiempo, y la
mezcla fluía al hacerse líquida toda la composición. Después la corriente se detenía y
se remansaba, según se había imaginado Benj, como la cera caliente de una vela
solidificándose temporalmente por la adición de amoníaco. Luego seguiría su curso al
reaccionar el hielo de la parte inferior con la mezcla.
Finalmente llegó al agujero que había sido derretido al costado de estribor del
Kwembly, donde los seres humanos podían observar otra vez. Para entonces, el
«arroyo» era un entramado complejo de líquido, sólido y quizá aguanieve, que tenía
unas dos millas. Sin embargo, la parte sólida iba en disminución. Aunque todavía no
había nubes tan lejos corriente abajo, el aire estaba casi saturado con amoníaco, esto
es, con respecto a la superficie de amoníaco líquido. La presión del vapor amoniacal
que se necesita para equilibrar una mezcla de amoníaco y agua es más baja; por tanto,
la condensación ocurría sobre el hielo, compuesto en su mayor parte por agua. Al
alcanzar la composición apropiada para la licuefacción, la superficie se desprendía y
exponía más sólidos al vapor. El líquido tendía a solidificarse de nuevo para absorber

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todavía más vapor de amoníaco, pero su movimiento proporcionaba aún acceso a más
aguanieve.
La situación era un poco distinta en el espacio bajo el casco del Kwembly, pero no
mucho. Donde el líquido tocaba al hielo, éste se disolvía y aparecía aguanieve; pero
el amoníaco que se difundía de la superficie lo fundía de nuevo. Lentamente, minuto
tras minuto, la abrazadera de hielo sobre el gigantesco vehículo se deshizo tan
suavemente que ni los seres humanos, quienes observaban fascinados, ni los dos
mesklinitas, que esperaban en su oscuro refugio, pudieron detectar el cambio. El
casco flotó en libertad.
Ahora todo el lecho del río era líquido, con unos cuantos fragmentos de
aguanieve. Suavemente, de forma muy distinta a la riada de cien horas antes, cuando
tres millones de millas cuadradas habían sido alcanzadas por la primera niebla de
amoníaco de la estación, comenzó a desarrollarse una corriente. Imperceptiblemente
para todos los implicados, el Kwembly se movió con la corriente;
imperceptiblemente, porque no había un movimiento relativo que atrajese la atención
de los seres humanos y ningún balanceo ni cabeceo fue percibido por los escondidos
mesklinitas.
El río estacional que deseca la gran llanura donde el Kwembly había sido
atrapado, corta una cadena de colinas, altas montañas para Dhrawn; la cordillera se
extiende durante unas cuatro mil millas de noroeste a sudeste. Durante la mayor parte
de su recorrido, antes de la riada, el Kwembly había ido paralelo a esta cadena;
Dondragmer, sus timoneles, sus exploradores y en realidad todos sus tripulantes
habían sido perfectamente conscientes de la suave elevación a su izquierda, a veces lo
bastante cerca como para ser vista desde el puente y a veces sólo un informe del
piloto.
La riada había transportado al vehículo a través de un paso cerca del extremo
sudoriental de esta cadena hasta las regiones algo más bajas y desiguales cerca del
borde de Low Alfa, antes de tocar fondo. Esta primera riada había sido un principio
áspero, más bien vacilante, de la nueva estación al acercarse Dhrawn a su débil sol y
al variar la latitud del cinturón subestelar. Lo segundo era lo importante; sólo
terminaría cuando toda la planicie nevada fuese vaciada, un año terrestre más tarde.
Los primeros movimientos del Kwembly fueron suaves y lentos, porque se había
liberado muy lentamente; luego suaves y débiles, porque el líquido que le soportaba
era pastoso, con cristales en suspensión; finalmente, con la corriente completamente
líquida y a gran velocidad, suave, porque era ancho y profundo. Beetchermarlf y
Takoorch quizá se hubiesen sentido algo mareados por el descenso de la presión del
hidrógeno, pero aun completamente alertas, los ligeros movimientos del casco del
Kwembly hubiesen sido enmascarados por sus propias vibraciones sobre la flexible
superficie que los sostenía.

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Low Alfa no es la región más cálida de Dhrawn, pero los efectos de la zona del
deshielo, que tendían a concentrar los elementos radiactivos del planeta, la habían
calentado hasta llegar al punto de fusión del hielo en muchos lugares, unos doscientos
grados Kelvin más que lo que Lalanda 21.185 hubiese conseguido sin ayuda. Un ser
humano podría vivir únicamente con una modesta protección artificial en aquella
zona, si no fuese por la gravedad y la presión. La parte realmente caliente, Low Beta,
está cuarenta mil millas al norte; es el principal rasgo que controla el clima de
Dhrawn.
El movimiento del Kwembly lo estaba llevando hasta regiones de alta
temperatura, que conservaban la fluidez del río, aunque ahora perdía amoníaco en el
aire. El curso de la corriente lo controlaba casi por completo la topografía, y no al
revés; geológicamente, el río resultaba demasiado joven para haber alterado mucho el
paisaje por su propia acción. Además, parte de la superficie expuesta del planeta en
aquella zona, era roca ígnea y dura, en lugar de una cubierta de sedimentos blandos
en los que la corriente pudiese elegir su curso.
A unas trescientas millas del punto en el que había sido abandonado, el Kwembly
penetró en un amplio y profundo lago. Rápida, pero suavemente, tocó el fondo del
blando delta de barro, donde el lago confluía con el río. El enorme casco desvió
naturalmente la corriente a su alrededor, lanzándola a la excavación de un nuevo
canal. Después de media hora se inclinó a un lado y se deslizó en el nuevo canal,
enderezándose al flotar libremente. Fue el balanceo implicado en esta última
liberación lo que atrajo la atención de los timoneles y les indujo a salir a echar un
vistazo.

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XIV. RESCATE

No hubiese sido cierto decir que Benj reconoció a Beetchermarlf desde el primer
momento. De hecho, la primera de las figuras en forma de oruga en salir del río y
trepar por el casco fue Takoorch. Sin embargo, fue el nombre del joven timonel el
que salió de cuatro micrófonos de Dhrawn. Uno de ellos estaba en el puente del
Kwembly, y no fue oído; dos, en el campamento de Dondragmer, a unos centenares
de yardas del borde del ancho y rápido río; el cuarto, en el helicóptero de Reffel,
aparcado al lado de la masa del Gwelf.
Las máquinas voladoras se encontraban una milla al oeste del campamento de
Dondragmer; Kabremm no quería acercarse más, pues no deseaba arriesgarse ni lo
más mínimo a repetir su error anterior. Probablemente no se habría movido en
absoluto del sitio donde lo había encontrado Stakendee si el río no hubiese subido.
Para empezar, estaba rodeado por la niebla, y no tenía ningún deseo de volar. Reffel
todavía menos. Sin embargo, no había elección, de forma que Kabremm había dejado
que su nave flotase hacia arriba con su propio impulso, hasta que estuvo en el aire
claro. Reffel siguió a la otra máquina tan cerca de sus luces de posición como se
atrevió a llegar. En cuanto sobrevolaron unas cuantas yardas de gotitas de amoníaco,
pudieron navegar hacia las luces de Dondragmer, hasta que el comandante del
dirigible decidió que estaban bastante cerca. Permitir que el Gwelf llamase la atención
de los hombres en órbita arriba hubiese sido un error más serio que el ya cometido.
Kabremm todavía estaba intentando qué le diría a Barlennan la próxima vez que se
encontrasen.
Tanto él como Reffel habían pasado también unas horas incómodas antes de
concluir, a falta de comentarios apropiados, que éste había obturado su visor muy
rápidamente después de avistar el Gwelf.
En cualquier caso, Dondragmer y Kabremm habían alcanzado por lo menos una
comunicación casi directa y podían coordinar lo que dirían y harían si había más
repercusiones del reconocimiento de Easy. La mente del capitán quedó libre de un
peso. Sin embargo, todavía estaba dando pasos en relación con aquel error.
El grito de «¡Beetch!» en la inconfundible voz de Benj le distrajo de una de
aquellas ocupaciones. Había estado buscando entre la tripulación gente que se

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pareciese lo más posible a Kabremm. El trabajo se complicaba, debido al hecho de
que no había visto al otro oficial durante varios meses. Dondragmer todavía no había
tenido tiempo de visitar al Gwelf. Kabremm no quería acercarse más al campamento,
y Dondragmer nunca le había conocido muy bien, de todas formas. Su plan era que
todos los tripulantes que pudiesen confundirse con el primer oficial del Esket
apareciesen fugaz y casualmente, pero con frecuencia, dentro del campo de visión de
los transmisores. Cualquier cosa que pudiese minar la certeza de Easy Hoffman de
que había visto a Kabremm probablemente valdría la pena.
No obstante, el destino del Kwembly y sus timoneles nunca había estado muy
lejos de la mente de su capitán durante las doce horas transcurridas desde que las
luces del vehículo se habían desvanecido; al oír el sonido del micrófono, le dedicó
toda su atención.
—¡Capitán! —continuó la voz del muchacho—. Acaban de aparecer dos
mesklinitas. Están trepando por el casco del Kwembly. Salieron del agua; deben haber
estado en algún lugar ahí abajo todo este tiempo, aunque vosotros no pudisteis
encontrarlos. Es probable que sean Beetch y Tak. Por supuesto, no puedo hablar con
ellos hasta que lleguen al puente, pero me parece que, después de todo, podríamos
recuperar el vehículo. Dos hombres pueden manejarlo, ¿no es verdad?
La mente de Dondragmer iba a la carrera. No se había culpado a sí mismo por el
abandono del vehículo, aunque la riada hubiese sido un anticlímax semejante. Había
sido la decisión más razonable en aquel momento y con el conocimiento disponible.
Cuando estuvo clara la naturaleza real de la nueva riada y resultaba obvio que
podrían haberse quedado en el vehículo con perfecta seguridad, había sido imposible
volver. Al ser un mesklinita, el capitán no había perdido tiempo con ideas de la
variedad «si…». Cuando abandonó el vehículo sabía que las probabilidades de volver
eran bastante escasas, y cuando éste había descendido por la corriente intacto, en
lugar de ser una ruina destrozada, se habían reducido más aún. No habían llegado a
cero quizá, pero no existían bastantes como para tomarlas en serio.
Ahora repentinamente habían aumentado otra vez. El Kwembly era no sólo
utilizable, sino que sus timoneles estaban vivos y a bordo. Podría hacerse algo si…
—¡Benj! —cuando sus pensamientos llegaron a este punto, Dondragmer habló—.
Por favor, ¿harás que tus técnicos determinen lo más exactamente que puedan lo lejos
que está el Kwembly ahora? Es perfectamente posible que Beetchermarlf lo dirija
solo, aunque hay otros problemas de mantenimiento general que los tendrán
ocupados a ambos. No obstante, deberían ser capaces de hacerlo. En cualquier caso,
tenemos que averiguar si la distancia implicada es de cincuenta millas o de mil. Lo
último lo dudo, puesto que no creo que este río hubiese podido llevarlos tan lejos en
doce horas; pero tenemos que averiguarlo. Que tu gente se ponga a ello. Por favor,
dile a Barlennan lo que pasa.

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Benj obedeció rápida y eficientemente. Ya no estaba cansado, preocupado y
resentido. Con el abandono del Kwembly doce horas antes había perdido toda
esperanza por la vida de su amigo y se había marchado de la sala de Comunicaciones
para conseguir un poco de sueño. No esperaba ser capaz de dormir, pero la química
de su propio cuerpo le engañó. Nueve horas más tarde había vuelto a sus tareas
normales en el laboratorio de aerología. Sólo una casualidad le había llevado otra vez
a las pantallas a unos cuantos minutos de la emergencia de los timoneles. Le envió
McDevitt para reunir datos generales de los otros vehículos, pero se había quedado
unos cuantos minutos a mirar en el puesto del Kwembly. El meteorólogo dependía
enormemente del conocimiento por Benj del lenguaje mesklinita.
El sueño y el repentino descubrimiento de que Beetchermarlf, después de todo,
estaba vivo, se combinaron para alejar el resentimiento que le quedaba por la
actuación de Dondragmer. Se dio por enterado de la petición del capitán, llamó a su
madre para que ocupase su lugar y volvió al laboratorio tan rápidamente como sus
músculos podían impulsarle por las escaleras.
Easy, que también había dormido algo, informó a Dondragmer de la partida de
Benj y de su propia presencia, comunicó a Barlennan según lo solicitado y volvió al
capitán con una pregunta propia.
—Ésos son dos de tus hombres perdidos. ¿Piensas que hay alguna probabilidad
de encontrar a los pilotos de los helicópteros?
Dondragmer casi se descubrió al contestar, aunque escogió cuidadosamente las
palabras. Por supuesto, sabía dónde estaba Reffel, puesto que entre el campamento y
el Gwelf habían estado pasando mensajeros constantemente; pero, para desilusión
suya, Kervenser no había sido visto por la tripulación del dirigible ni por nadie. Su
desaparición era perfectamente auténtica y el capitán consideraba que sus
probabilidades de supervivencia resultaban más bajas que las del Kwembly una hora
antes. Por supuesto, se podía hablar sobre esto; su fallo consistió en no mencionar a
Reffel en absoluto. Las formas del stenno equivalentes a «el» y «ellos» eran tan
distintas como las humanas, y Dondragmer se encontró utilizando la primera varias
veces al hablar sobre los pilotos perdidos. Easy no pareció advertirlo, pero él lo dudó.
—Es difícil decirlo. Yo no he visto a ninguno. Si cayó en la zona inundada ahora,
resulta difícil ver cómo podrían seguir con vida. Es infortunado, no sólo a causa de
los propios hombres, sino porque incluso con uno de los helicópteros podríamos
pasar al Kwembly más hombres y traerlo aquí rápidamente. Por supuesto, la mayor
parte del equipo no podría ser transportado así; por otro lado, si los dos hombres no
pueden traer el vehículo aquí por cualquier causa, tener uno de los helicópteros sería
mucho mejor para ellos. ¡Lástima que vuestros científicos no puedan localizar el
transmisor que Reffel llevaba, como lo hacen con el del Kwembly!
—No eres el primero en pensar así —concedió Easy. El asunto había sido

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comentado poco después de la desaparición de Reffel—. No conozco lo suficiente
sobre las máquinas para saber por qué la señal depende de la claridad de la imagen;
siempre pensé que una onda de radio era una onda de radio; pero así parece. O bien el
aparato de Reffel está en una oscuridad total, o ha sido destruido.
»Veo que tu equipo de soporte vital está dispuesto y funcionando.
La última frase no fue sólo un esfuerzo de Easy para cambiar de tema; era la
primera vez que contemplaba despacio el equipo en cuestión, y se sentía naturalmente
curiosa acerca de él. Consistía en veintenas (quizás más de cien) de cisternas
cuadradas transparentes, que cubrían en conjunto una docena de yardas cuadradas,
cada una llena de líquido hasta un tercio de su volumen, con el hidrógeno casi puro
que constituía el aire mesklinita burbujeando en su interior. Un generador hacía
funcionar las luces que brillaban sobre las cisternas, pero las bombas que mantenían
el gas en circulación eran movidas a fuerza de músculo. La vegetación que, en
realidad, oxidaba los saturados hidrocarbonos de los desechos biológicos mesklinitas
y desprendía hidrógeno puro, estaba representada por una variedad de especies
unicelulares, correspondiendo lo más cercanamente a las algas terrestres. Habían sido
seleccionadas por ser comestibles, aunque no, como Easy había supuesto, por su
sabor. Las secciones del equipo de soporte que utilizaban plantas superiores y
producían el equivalente de frutas y vegetales eran demasiado voluminosas para ser
trasladadas del vehículo.
Easy no sabía cómo los objetos no gaseosos del ciclo biológico se introducían y
retiraban de las cisternas, pero podía ver los cartuchos para recargar los trajes. Se
trataba de nuevo de bombear manualmente, introduciendo el hidrógeno en cisternas
que contenían porciones de sólido poroso. Este material era otro producto
estrictamente no mesklinita, un fragmento de arquitectura molecular ligeramente
análoga a la zeolita en su estructura, que absorbía el hidrógeno en las paredes internas
de sus canales estructurales y, dentro de un amplio campo de temperaturas, mantenía
una presión parcial de equilibrio con el gas, compatible con las necesidades
metabólicas de los mesklinitas.
Dondragmer contestó la observación de Easy.
—Sí. tenemos bastante comida y aire. El problema, en realidad, es qué hacer.
Hemos salvado una pequeña parte de vuestro equipo planetológico; no podemos
seguir con vuestro trabajo. Seguramente lograríamos volver a la colonia a pie, pero
tendríamos que llevar el material de soporte vital por etapas. Esto querría decir que
trasladaríamos el campamento a unas cuantas millas de aquí, llevaríamos el equipo,
recargaríamos los cartuchos de aire cuando el ciclo se hubiese completado y así
repetiríamos indefinidamente el proceso. Puesto que la distancia a la colonia es de
unas treinta mil; perdón, en vuestros números unas doce mil de vuestras millas,
tardaríamos años en llegar allí; y no hablo de vuestros cortos años. Si vamos a servir

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de algo más a vuestro proyecto, tenemos que hacer volver al Kwembly.
Lo único que Easy podía hacer era estar de acuerdo, aunque ella veía una
alternativa que Dondragmer no había mencionado. Por supuesto, Aucoin no estaría de
acuerdo; o quizá sí, teniendo en cuenta las circunstancias. Una tripulación de
exploradores, entrenada y eficiente, representaba también toda una inversión. Ésa
podría ser una buena línea. Pasaron varios minutos más antes de que Benj volviese
con su información incidentalmente con un séquito de científicos interesados.
—Capitán —llamó—, el Kwembly continúa moviéndose, aunque no muy
rápidamente, a unos veinte cables por hora. Se encuentra, al menos hace seis minutos,
a 310, 71 millas de vuestro transmisor, en nuestras cifras. En vuestros números y
unidades son 233, 750 cables. Hay un pequeño error si se da mucha diferencia en
elevación. Es una distancia grande; no tenemos una idea demasiado buena de la
longitud del río, aunque se tomaron unas veinte lecturas de posición desde que la
nave comenzó a descender por la corriente, de forma que hay un mapa del río en
líneas generales arriba en el laboratorio.
—Gracias —llegó a su debido tiempo la respuesta del capitán—. ¿Estás en
contacto verbal con los timoneles?
—Todavía no, pero han entrado. Estoy seguro de que encontrarán pronto el
comunicador en el puente, aunque supongo que hay otros lugares que querrán buscar
primero. El aire debe estar bastante bajo en sus trajes.
Esto era perfectamente correcto. Los timoneles necesitaron sólo unos cuantos
minutos para asegurarse de que el vehículo estaba desierto y advertir que parte del
equipo de soporte vital había desaparecido; pero tal suceso les dejó con la necesidad
de comprobar el aire a bordo por si estuviese contaminado por oxígeno del exterior.
Ninguno de ellos conocía la química básica suficiente para inventar una prueba.
Ninguno estaba familiarizado con las rutinas empleadas por Borndender y sus
colegas. Pensaban emplear el procedimiento más bien drástico de probar a olerlo,
cuando a Beetchermarlf se le ocurrió que quizá habría quedado a bordo algún
comunicador por razones científicas y que los seres humanos podían ayudar. No
había nadie en el laboratorio, pero el puente era el lugar más probable, y la voz de
Beetchermarlf se elevó hasta la estación unos diez minutos después que los timoneles
hubiesen subido a bordo.
Cuando oyó la pregunta de Beetchermarlf, Benj pospuso los saludos y se la
transmitió rápidamente a Dondragmer. El capitán llamó a sus científicos y delineó la
situación. Durante media hora la línea estuvo muy ocupada; Borndender explicaba las
cosas y Beetchermarlf repetía las explicaciones; después iba al laboratorio a examinar
el material y el equipo; luego volvía al puente para asegurarse de algún detalle…
Al fin las dos partes en la conversación se sintieron seguras de que las
instrucciones habían sido comprendidas. Benj, en su puesto central, estaba casi

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seguro de ello. Sabía bastante de física y química para asegurar que no era probable
que explotase algo si Beetch cometía un error; su única preocupación consistía en que
su amigo pudiese hacer las pruebas chapuceramente y no provocar una cantidad de
oxígeno peligrosa. ¿Era el riesgo sólo de envenenamiento, o las mezclas de hidrógeno
y oxígeno presentaban otros peligros? No estaba seguro; las mezclas de hidrógeno y
oxígeno tienen otras cualidades. Se sintió bastante tenso hasta que Beetchermarlf
volvió al puente con el informe de que sus dos tests estaban completos. El catalizador
que suprimía el oxígeno al acelerar su reacción con el amoníaco todavía estaba activo
y la concentración de vapor de amoníaco en el aire del vehículo era lo bastante alta
como para darle algo en qué trabajar. Los timoneles se habían quitado ya sus trajes y
ninguno podía oler oxígeno, aunque, como sucedía con los seres humanos y el sulfido
de hidrógeno, el olor no es siempre un test de confianza.
Por lo menos, los dos podían vivir a bordo por un tiempo. Una de sus primeras
acciones había sido bombear manualmente la cisterna que hacía circular el aire por
medio del soporte vital y asegurarse así de que la mayor parte de las plantas
continuaban vivas. El problema siguiente era el de la navegación.
Benj le dijo a su amigo todo lo posible en cuanto a su situación, la del resto de la
tripulación y la velocidad actual del Kwembly y su dirección. No había problema en
cuanto a utilizar la información. Beetchermarlf podía determinar la dirección muy
fácilmente. Las estrellas eran visibles, y tenía una brújula magnética perfectamente
buena. El campo magnético de Dhrawn era mucho más fuerte que el de la Tierra, para
consternación de los científicos, quienes hacía mucho que habían dado por supuesta
una correlación entre campo magnético y velocidad de rotación para planetas
normales.
La discusión que resultó en un plan de operaciones detallado fue más corta que la
que precedió la prueba del oxígeno, aunque todavía necesitó una larga retransmisión.
Ni Dondragmer ni los timoneles tenían dudas serias sobre qué hacer ni cómo.
Beetchermarlf era mucho más joven que Takoorch, pero parecía no haber dudas
sobre quién mandaba a bordo. El hecho de que Benj siempre llamase a Beetch por su
nombre, en lugar de señalar formalmente al Kwembly, quizá contribuyese a la
autoridad del joven. Easy y varios otros seres humanos sospechaban que Takoorch, a
pesar de su disposición para discutir sus éxitos del pasado, no tenía mucha prisa en
tomar demasiada responsabilidad. Tendía a acceder a las sugerencias de
Beetchermarlf, bien al momento o después de unos argumentos nominales.
—Continuamos a la deriva. A menos que este río tenga unas curvas bastante
extrañas más abajo, nunca nos acercaremos a los otros con su ayuda —resumió al fin
el más joven de los mesklinitas—. El primer trabajo será colocar paletas en algunas
de las ruedas. Intentar hacerlo con todas nos llevaría una eternidad; un par de las de
los extremos de la última fila, y quizá una central más hacia adelante, proporcionarán

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control. Con energía disponible en otras, podemos continuar o salir a tierra firme si
tocásemos fondo. Tak y yo saldremos y comenzaremos la tarea ahora mismo.
Vigílanos, Benj; dejaremos el aparato donde está.
Beetchermarlf no esperó una contestación. Él y su compañero se vistieron una vez
más y cogieron las paletas, que habían sido diseñadas para ser colocadas sobre las
cadenas de las ruedas. Habían sido probadas en Mesklin, pero nunca empleadas en
Dhrawn; en realidad, nadie conocía realmente bien cómo funcionarían. Su área era
pequeña, puesto que tenían poco espacio sobre las ruedas y parte de aquella pequeña
área estaba ocupada por un estuche plástico, diseñado para mantenerlas planas
cuando estuviesen subiendo por la parte superior de las ruedas. No obstante, había
sido demostrado que podían suministrar algún empuje. Quedaba por ver qué se
conseguiría con esto; el Kwembly, por supuesto, flotaba mucho más alto en la
solución de agua y amoníaco de Dhrawn que en el océano de hidrocarbono líquido
del mundo donde había sido construido.
La instalación de las aletas y de los estuches fue un trabajo largo y difícil para dos
personas. Con el vehículo a flote, las piezas tenían que ser sacadas de una en una,
puesto que no había dónde ponerlas. Los cables de seguridad molestaban
persistentemente. Las pinzas mesklinitas son órganos de manipulación bastante
menos efectivos que los dedos humanos, aunque esto es compensado por el hecho de
que su poseedor puede utilizar los cuatro pares simultáneamente y en coordinación.
No tienen la simetría correspondiente a la derecha o a la izquierda humanas.
La necesidad de luces artificiales era otra molestia. Según resultó, se necesitaron
casi quince horas para colocar doce paletas y un escudo en cada una de las tres
ruedas. Beetchermarlf le aseguró a Benj que podría hacerse en dos, con cuatro
trabajadores en cada rueda.
Para entonces los rastreadores se habían enterado de que el Kwembly, aunque
continuaba moviéndose, no se alejaba más del campamento. Parecía haber sido
atrapado en un remolino de unas cuatro millas de diámetro. Beetchermarlf se
aprovechó de esto cuando por fin pudo aplicar la energía; esperó hasta que los
analistas humanos le dijeron que estaba siendo llevado hacia el sur, antes de poner en
funcionamiento las tres ruedas con aletas. Durante unos segundos no estuvo claro que
la energía sirviese de algo; después, muy lentamente, los timoneles y los humanos
vieron cómo el enorme casco avanzaba suavemente. Los mesklinitas podían ver
desde el puente un débil conato de ola de proa; los seres humanos, mirando hacia
atrás, pudieron detectar pequeñas arrugas que se extendían hacia los lados.
Beetchermarlf hizo girar fuertemente el timón para colocar la proa en línea con Sol y
Fomalhaut. Durante casi medio minuto se preguntó si habría una respuesta; después
las estrellas comenzaron a balancearse sobre su cabeza, al virar majestuosamente el
enorme casco. Una vez en marcha era difícil detenerlo; lo controló muchas veces

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durante un período de varios minutos, a veces durante un ángulo recto completo,
antes de acostumbrarse a sentir la nave. Luego, durante casi una hora, se las arregló
para mantener una dirección hacia el sur, aunque al principio no tenía idea de su
rumbo real. Podía adivinar por la información anterior que el remolino le llevaba en
la misma dirección que al principio, pero que después seguramente le conduciría
hacia el este.
Pasó algún tiempo, sin embargo, antes de que las antenas direccionales de los
satélites de reflejos y los computadores de la estación le confirmasen esta adivinanza.
Cuando lo hicieron, el Kwembly tocó fondo suavemente.
Beetchermarlf activó las dos ruedas delanteras que tenían generadores, dejó
inmóviles las equipadas con paletas y llevó a tierra su vehículo.
—Estoy fuera del lago —informó—. Un pequeño problema. Si viajo por tierra
con las paletas donde están ahora, las destrozaré. Si resultase que estamos en una isla
o tenemos que regresar al agua por cualquier otra razón, habremos malgastado un
montón de tiempo en sacarlas y en ponerlas otra vez. Mi primera idea es explorar un
poco a pie, dejando aquí el vehículo, para obtener alguna idea de las probabilidades
de quedarnos en tierra firme. Nos llevará mucho tiempo, pero no tanto como esperar
a que llegue el día. Me gustaría recibir consejos de vosotros, humanos, u órdenes del
capitán; esperaremos.
Dondragmer, cuando oyó esto, contestó rápidamente.
—No salgáis. Esperad hasta que los cartógrafos de la estación decidan si os
encontráis en la misma orilla del río que nosotros o no. Según me imagino el mapa
que han descrito, hay bastantes probabilidades de que el remolino os haya llevado al
lado este, que sería la orilla derecha; nosotros estamos en la izquierda. Si están
moderadamente seguros de esto, volved al agua y dirigíos al oeste, hasta que creáis
haberlo pasado; no, otra idea. Seguid hasta que penséis que estáis en frente de su
boca; después dirigíos hacia el sur una vez más. Me gustaría averiguar si podéis
viajar corriente arriba con cierta velocidad. Sé que será lento; quizá no podáis viajar
en absoluto en algunos lugares bordeando la orilla.
—Se lo diré a Beetch y a los cartógrafos, capitán —contestó Benj—. Intentaré
conseguir una copia de su mapa y conservarla aquí actualizada; quizá eso ahorre
algún tiempo en el futuro.
Los datos direccionales no resultaron ser definitivos. La situación del Kwembly
podía ser establecida bastante bien, pero el curso del río por el que había venido era
mucho menos seguro. Las comprobaciones estaban separadas por muchas millas,
pero resultaban suficientes para demostrar que el río estaba lleno de curvas. Después
de otra discusión, se decidió que Beetchermarlf volviese a ponerse a flote y se
dirigiese al oeste tan perca de la costa como fuese posible, preferiblemente sin
perderla de vista, mientras el alcance de sus luces y la pendiente del lecho del lago lo

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permitiesen. Si podía ver la boca del río, lo remontaría, según deseaba Dondragmer;
sino iba a continuar siguiendo la costa hasta que los hombres arriba tuviesen bastante
seguridad de que había pasado la boca; luego giraría hacia el sur.
Resultó factible mantener la costa dentro del alcance de las luces del Kwembly,
pero tardaron dos horas en llegar hasta el río. Éste había hecho un amplio giro hacia
el oeste, que no había sido advertido en las lecturas de la posición del vehículo
durante la deriva corriente abajo; después giraba otra vez y penetraba en el lago en
una dirección oblicua hacia el este, que seguramente provocaba el remolino en el
sentido contrario al reloj. Uno de los planetógrafos observó que el remolino no podía
ser causado por la fuerza de Coriolis, porque el lago se encontraba sólo a siete grados
del ecuador, y además en el lado sur de un planeta que tardaba dos meses en rotar.
El delta, que hacía que la línea de la costa se dirigiese hacia el norte brevemente,
sirvió de aviso.
Beetchermarlf en el timón y Takoorch en el lado de babor del puente, lanzaron al
Kwembly bordeando la península de forma bastante irregular y reduciendo la
velocidad varias veces cuando las ruedas se arrastraron sobre el fondo de barro;
finalmente encontraron el camino de un canal despejado y penetraron en su corriente.
Ésta no era rápida, pero el Kwembly continuaba sin flotar. Los mesklinitas no
tenían prisa. Dondragmer calculó más de seis horas para experimentar la forma de
luchar contra la corriente. En ese tiempo avanzaron unas diez millas. Si podía
mantenerse aquella velocidad, el vehículo estaría de regreso en el campamento un día
o dos después, es decir, en una semana humana.
Fue la impaciencia lo que cambió los planes del viaje. Esto, por supuesto, no se
debió a ningún mesklinita; Aucoin decidió que una milla y media por hora no era
satisfactoria. A Dondragmer no le importó mucho; concedió que, si era posible, podía
combinarse la investigación con el viaje. Ante una sugerencia del planificador, envió
a Beetchermarlf en ángulo al oeste hacia la ribera más próxima del río. El terreno
parecía no tener obstáculos. Con algunos presentimientos, hizo que los timoneles
retirasen las paletas.
Retirarlas resultó mucho más fácil que ponerlas, ya que ahora el vehículo se
hallaba sobre terreno seco. Las cosas podían ser depositadas sobre el suelo y los
cables de seguridad no eran necesarios. Benj, en su próxima visita a la sala de
Comunicaciones, encontró al Kwembly viajando sin problemas hacia el sur, a unas
diez millas por hora sobre un terreno llano, interrumpido de vez en cuando por alguna
protuberancia rocosa y festoneado aquí y allí con arbustos, la forma de vida más alta
encontrada en Dhrawn hasta la fecha. La superficie era de sedimentos firmes; los
planetólogos supusieron que el área debía constituir una llanura aluvial, lo que le
pareció razonable incluso a Benj.
Beetchermarlf estaba tan dispuesto a hablar como siempre, pero podía verse que

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toda su atención no se centraba en la conversación. Tanto él como Takoorch miraban
adelante tan penetrantemente como lo permitían las luces del Kwembly y sus ojos. No
había ninguna seguridad de que el viaje careciese de riesgos; sin la exploración aérea,
toda la velocidad que se atrevían a emplear era de diez millas por hora. Cualquier otra
más rápida hubiese sido correr más que sus luces. Cuando otros deberes, como el
mantenimiento de las plantas, tenían que ser atendidos, detenían el vehículo y hacían
el trabajo juntos. Consideraban que un par de ojos no eran suficientes para viajar con
seguridad.
De vez en cuando, según pasaban las horas, quienquiera que estuviese en el timón
comenzaría a sentir la traidora seguridad de que no podía haber peligro; después de
todo, habían recorrido veintenas de millas sin tener que cambiar la dirección, excepto
para mantenerse a la vista del río. Un ser humano hubiese aumentado la velocidad
poco a poco. La reacción mesklinita fue detenerse y descansar. Hasta Takoorch sabía
que cuando se sentía tentado de actuar contra los dictados de un elemental sentido
común, era el momento de hacer algo para mejorar su propio estado. En una ocasión,
Aucoin descubrió el vehículo detenido cuando llegó a las pantallas, y supuso que se
trataba de una parada regular para el mantenimiento del aire; pero entonces vio a uno
de los mesklinitas tumbado ociosamente sobre el puente; el equipo había sido
colocado de nuevo en su antigua posición, proporcionando una vista del casco.
Preguntando por qué no viajaba el vehículo, Takoorch le contestó sencillamente que
se había dado cuenta de que se estaba despreocupando. El administrador se marchó
muy pensativo.
Al fin, estas precauciones fueron recompensadas; al menos así lo pareció.
Durante algunas millas, las protuberancias en el lecho rocoso se habían vuelto
más y más frecuentes, aunque generalmente más pequeñas, más agrupadas y
angulares. Los planetólogos habían estado haciendo suposiciones, fútiles en realidad
con tan poca información, sobre la estratigrafía subyacente. La superficie básica
continuaba siendo sedimentaria, fuertemente comprimida, pero los observadores
sospechaban que debía estar perdiendo profundidad y que pronto el Kwembly podría
encontrarse sobre el mismo tipo de roca desnuda que formaba el sustrato del
campamento de Dondragmer. De vez en cuando, los timoneles hallaban necesario
desviarse ligeramente a derecha o izquierda para evitar las protuberancias rocosas;
incluso tuvo que reducir velocidad ligeramente. Durante las últimas horas, los
planetólogos habían sugerido varias veces, con aire de ruego, que el vehículo se
detuviese antes de que fuese demasiado tarde y recogiese unas muestras del
sedimento que atravesaba, aunque las rocas fuesen muy grandes para llevárselas.
Aucoin señaló que, de todas formas, pasarían un año o dos antes que la muestra
pudiese llegar a la estación, y se negó; los científicos le replicaron que un año era
mucho mejor que el tiempo que se necesitaría si no se recogían las muestras.

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Pero cuando el Kwembly se detuvo, fue a iniciativa de Beetchermarlf. Era una
cosa sin importancia, o eso parecía; el suelo delante parecía un poco más oscuro, con
un límite muy marcado entre éste y la superficie bajo el vehículo. La línea no se
advertía sobre la pantalla del visor, pero los mesklinitas la vieron simultáneamente;
sin palabras, estuvieron de acuerdo en que se imponía examinarla de cerca.
Beetchermarlf llamó a la estación para informar a los seres humanos y a su capitán de
que él y Takoorch saldrían un rato y describió la situación. Easy, traduciendo el
mensaje, fue asaltada por dos planetólogos para que persuadiesen a los mesklinitas de
que cogiesen unas muestras. Ella supuso que, dadas las circunstancias, ni siquiera
Aucoin podría hacer objeciones, y accedió a pedírselo cuando les llamase de nuevo,
con el permiso de Dondragmer.
Esta vez el capitán aprobó la salida, sugiriendo únicamente que debía ser
precedida de un cuidadoso vistazo desde el puente con la ayuda de los focos. Esto
resultó útil. A unas cien yardas más adelante, no muy lejos del radio de las luces, un
pequeño arroyo corría atravesando su camino y desembocaba en el río. Llevando la
luz a estribor, podía verse cómo este afluente era paralelo al paso del vehículo desde
el norte, rectificando su curva después un poco más allá de la popa del enorme
vehículo y desapareciendo hacia el noroeste. El Kwembly se hallaba sobre una
península de unas doscientas yardas de anchura y algo menos de longitud, limitada al
este —izquierda— por el río principal que habían estado siguiendo y por los otros
lados por el pequeño afluente. Tanto a los mesklinitas como a los seres humanos les
pareció probable que el cambio en el color del suelo que había atraído la atención de
los timoneles estuviese causado por la humedad del arroyo más pequeño, pero
ninguno estaba lo bastante seguro como para cancelar la salida propuesta al exterior.
Aucoin no se hallaba presente.
En el exterior, incluso con la ayuda de luces extra, la línea de demarcación entre
los dos tipos de suelo era mucho menos visible que antes. Beetchermarlf calculó que
la distancia sería la causa principal. La tripulación raspó y empaquetó muestras de
material a ambos lados de la línea; luego se acercaron a la corriente. Ésta resultó ser
un torrente de curso rápido y profundo, de tres o cuatro cuerpos de anchura, con su
nivel a una pulgada o dos por debajo del suelo, sobre el que cortaba su cauce.
Después de una breve consulta, los dos mesklinitas comenzaron a seguirlo alejándose
del río. No tenían forma de decir su composición, pero se obtuvo una botella de su
contenido para ser analizada más adelante.
Cuando alcanzaron el lugar donde la curva del río se alejaba, hasta los mesklinitas
podían ver que el arroyo no había existido durante mucho tiempo. Socavaba con
velocidad visible sus riberas, transportando el sedimento al río principal. Ahora que
se encontraban en la parte exterior de la curva, el socavamiento de la ribera próxima
podía oírse y hasta sentirse. Beetchermarlf sintió cómo crujía repentinamente, y se

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encontró dentro del arroyo. Tenía sólo una pulgada o dos de profundidad; de manera
que aprovechó la ocasión para tomar otra muestra de su contenido. Decidieron
continuar corriente arriba unos diez minutos, Beetchermarlf vadeando y Takoorch
sobre la ribera. Antes de que el tiempo terminase, habían hallado el origen de la
corriente de agua. Era una fuente, a media milla del Kwembly, borboteando
violentamente en el centro de la cubeta donde un manantial de procedencia
subterránea la alimentaba. Beetchermarlf, investigando en el centro, fue derribado y
llevado medio cuerpo arriba por la corriente. No había nada más de particular que
hacer. No tenían equipo de cámaras. Nadie había sugerido en serio que llevasen con
ellos el visor, y no parecía ganarse nada con coleccionar más muestras. Volvieron al
Kwembly para dar una descripción verbal de lo que habían encontrado.
Hasta los científicos estaban de acuerdo en que ahora lo mejor sería llevar las
muestras al campamento donde Borndender y sus amigos pudiesen hacer algo útil
con ellas. Los timoneles pusieron otra vez el vehículo en movimiento.
Se acercó a la corriente y se introdujo en ella; el colchón suavizó el ligero
desnivel al cruzar las ruedas el lecho de aquel valle que se ensanchaba, y en el puente
no se sintió nada, ni durante los ocho segundos siguientes.
Más de la mitad del casco había cruzado el pequeño torrente, cuando la distinción
entre sólido y líquido empezó a parecer borrosa. En el casco se sintió un pequeño
tirón; en la pantalla arriba pudo advertirse un diminuto salto hacia arriba de los pocos
rasgos visibles del exterior.
Casi instantáneamente el movimiento se detuvo, aunque los motores continuaron
en funcionamiento. No podían conseguir nada, al estar completamente inmersos en el
barro fangoso en que se había convertido repentinamente la superficie. No había ni
soporte ni tracción. El Kwembly descendió hasta que las ruedas estuvieron enterradas,
mientras que el colchón se perdió de vista; bajó casi, aunque no por completo, hasta
el nivel donde hubiese estado literalmente flotando en el fango semilíquido. Fue
detenido por dos de las protuberancias rocosas, una de las cuales le tocó bajo la popa
justo detrás del colchón y la otra en el lado de estribor, unos diez pies delante de la
escotilla principal. Hubo un feo sonido chirriante, mientras el casco del vehículo se
balanceaba hacia adelante y a babor y después se detenía.
Esta vez, como el sentido del olfato de Beetchermarlf le avisó, en alguna parte el
casco había fallado. El oxígeno estaba penetrando en el interior.

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XV. ESENCIA

—En resumen —dijo Aucoin desde su puesto a la cabecera de la mesa—,


podemos escoger entre enviar la nave o no. Si no lo hacemos, el Kwembly y los
mesklinitas a bordo están perdidos y Dondragmer y el resto de los tripulantes fuera de
acción hasta que un vehículo de rescate como el Kalliff pueda llegar hasta ellos desde
la colonia. Desgraciadamente, si intentamos aterrizar con la nave, hay bastantes
probabilidades de que no sirva de nada. No sabemos por qué cedió el terreno bajo el
Kwembly ni tenemos seguridad de que no suceda lo mismo en otros lugares de la
proximidad. Perder la nave sería muy molesto. Aunque aterrizásemos primero cerca
del campamento de Dondragmer y lo transportásemos con su tripulación al vehículo,
podríamos perder la nave. No hay ninguna seguridad de que la tripulación pudiese
reparar el Kwembly. El informe de Beetchermarlf hace que lo dude. Dice que ha
encontrado y sellado las principales resquebrajaduras, pero que de vez en cuando el
oxígeno continúa penetrando en el casco. Algunas de sus cisternas de soporte vital
han sido envenenadas. Hasta ahora ha podido limpiarlas todas las veces y
aprovisionarlas de nuevo por medio de las otras, pero no puede continuar siempre así,
a menos que consiga detener las restantes filtraciones. Además, ni él ni nadie ha
sugerido algo concreto para sacar ese vehículo del fango que lo retiene.
»Hay otro buen argumento en contra de mandar la nave. Si utilizamos control
remoto, su operación cerca del suelo sería realmente imposible, teniendo en cuenta el
retraso de sesenta segundos en las reacciones. Se podría programar su computador
para un aterrizaje, pero los riesgos de esto se demostraron claramente la primera vez
que alguien aterrizó lejos de la Tierra. Sería mejor dar a los mesklinitas unas
lecciones rápidas para que la piloten ellos mismos.
—No intentes que eso suene completamente estúpido, Alan —señaló suavemente
Easy—. El Kwembly es sencillamente el primero de los vehículos en llegar a lo que
parece ser su último problema. Dhrawn es un mundo muy grande sobre el que se
conoce muy poco, y sospecho que vamos a quedarnos sin vehículos terrestres para
rescates o para cualquier otra cosa tarde o temprano. Además, hasta yo sé que los
controles de la nave están acoplados al computador, con operadores discrecionales.
Admito que, incluso así, las probabilidades son de diez a uno de que alguien que

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intente un vuelo sobre Dhrawn de suelo a suelo con esa máquina y sin previa
experiencia se mataría; pero ¿Beetchermarlf y Takoorch tienen mayores
probabilidades de supervivencia sobre cualquier otra base?
—Creo que sí —contestó tranquilamente Aucoin.
—¿Cómo, en nombre de todo lo que es sensato? —gruñó Mersereau—. Aquí
todos hemos…
Easy levantó su mano. Su gesto o la expresión de su rostro hicieron que Boyd se
interrumpiese.
—¿Qué otros procedimientos podrías recomendar conscientemente que tuviesen
alguna probabilidad real de salvar al Kwembly, a sus dos timoneles o al resto de la
tripulación de Dondragmer? —preguntó.
Aucoin tuvo la decencia de sonrojarse fuertemente, pero contestó con bastante
firmeza.
—Lo he mencionado anteriormente, como Boyd recordará —dijo—. Enviar al
Kalliff desde la colonia a recogerlos.
Las palabras fueron seguidas por unos segundos de silencio, mientras expresiones
regocijadas iban apareciendo sobre los rostros alrededor de la mesa. Al fin fue Ib
Hoffman el que habló.
—¿Crees que Barlennan lo aprobará? —preguntó inocentemente.

—En resumen —le dijo Dondragmer a Kabremm—, podemos quedarnos aquí y


no hacer nada mientras Barlennan envía un vehículo de rescate desde la colonia.
Supongo que puede pensar en algún motivo para enviarlo que no suene demasiado
extraño, después que no quiso hacerlo con el Esket.
—Eso será bastante fácil —contestó el primer oficial del Esket—. Uno de los
seres humanos estaba en contra de enviarlo, y el comandante simplemente le dejó
convencerle en la discusión. Esta vez podría ser más firme.
—Como si la primera vez no hubiese hecho sospechar bastante a algunos de los
otros humanos. Pero no importa. Si esperamos, no sabremos cuánto tiempo tardará,
ya que ni siquiera conocemos si hay algún camino posible por tierra desde la colonia
hasta aquí. Tú viniste desde las minas por el aire y nosotros flotamos gran parte del
camino.
—Si decidimos no esperar, podemos hacer dos cosas. Una es trasladarnos por
etapas hasta el Kwembly, llevando el equipo vital tan lejos como nos lo permitan los
trajes y parándonos después otra vez para recargarlos. Supongo que llegaríamos allí
en algún momento. El otro es trasladarse hacia la colonia de la misma forma, hasta
encontrar el vehículo de rescate, si viene uno, o llegar hasta allí a pie, si no lo hace.
Supongo que tarde o temprano también llegaríamos allí. Aunque alcanzásemos al
Kwembly, no tendríamos la seguridad de que podamos repararlo. Si los seres

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humanos han retransmitido adecuadamente los sentimientos de Beetchermarlf, parece
bastante dudoso que podamos hacerlo. No me gusta ninguna de las dos cosas, a causa
del tiempo que se pierde con cualquiera de ellas. Hay otras mejores que reptar a pie
sobre la superficie de este mundo.
—En mi forma de pensar, utilizar tu dirigible para rescatar a mis timoneles, si se
decidiese abandonar el Kwembly, o comenzar a transportar allí mi tripulación y mi
equipo es una idea mejor.
—Pero eso…
—Eso, por supuesto, hundiría todo el cuento sobre el Esket. Incluso utilizar el
helicóptero de Reffel tendría el mismo efecto; no podríamos explicar lo que le
sucedió al equipo visual que llevaba, sin que ellos lo adivinen, no importa qué
mentira nos inventemos. No estoy seguro de que valga la pena sacrificar
deliberadamente esas vidas a causa de tal engaño, aunque admito que quizá haya que
arriesgarse a hacerlo. No hubiese accedido a esto de otra forma.
—Eso he oído —contestó Kabremm—. Nadie ha sido capaz de hacerte ver el
riesgo de depender completamente de unos seres que no nos consideran como
verdadera gente.
—De acuerdo. Recuerda que algunos de ellos son tan distintos entre sí, como
respecto a nosotros. Me decidí sobre los alienígenas en cuanto uno de ellos contestó
mi pregunta sobre una cabria diferencial clara y detalladamente y me dio gratis la
primera lección sobre el uso de las matemáticas en la ciencia. Comprendo que los
humanos son tan distintos entre sí como nosotros; ciertamente el que persuadió a Barl
de no enviar ayuda al Esket debe ser lo más distinto posible de la señora Hoffman o
de Charles Lackland, pero no desconfío de ellos como especie. Nunca lo haré en la
forma que vosotros parecéis intentarlo. No creo que Barlennan lo haga; ha cambiado
el tema más de una vez, en lugar de discutirlo conmigo, y ése no es Barlennan cuando
está seguro de tener razón. Sigo pensando que sería una buena idea arriar las velas en
este asunto y pedir directamente la ayuda humana para el Kwembly o arriesgarse a
que ellos se enteren, utilizando allí los tres dirigibles.
—Ya no son tres —Kabremm sabía que aquello no importaba, pero se alegraba de
tener una oportunidad de cambiar de tema—. Karfrengin y cuatro hombres más han
desaparecido en el Elsh hace dos días.
—Por supuesto, no me habían llegado estas noticias —dijo Dondragmer—.
¿Cómo ha reaccionado el comandante? Creo que hasta él sentiría la tentación de pedir
ayuda a los humanos, si comenzamos a perder gente por todo el mapa.
—Él tampoco lo sabe. Hemos enviado grupos a pie en su búsqueda, utilizando las
ruedas que cogimos del Esket, y no queríamos hacer un informe hasta que estuviese
completo.
—¿Podría ser más completo? Karfrengin y sus hombres tienen que haber muerto

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ya. Los dirigibles no llevan equipo de soporte vital para dos días.
Kabremm se encogió de hombros.
—Eso es asunto de Destigmet. Yo tengo bastantes problemas.
—¿Por qué no se utilizó tu vehículo para la búsqueda?
—Se hizo hasta esta tarde. Hay otros problemas en la mina. Una especie de río de
hielo se acerca muy lentamente, pero pronto cubrirá la segunda colonia si no se
detiene. Ya ha llegado hasta el Esket y ha comenzado a volcarlo. Ésa es la razón de
que pudiésemos coger las ruedas tan fácilmente. Destigmet me ha enviado para que
siguiese al glaciar e intentase averiguar si hay probabilidades de que no se detenga, o
si era sólo algo temporal. En realidad, no debería haber llegado tan lejos, pero no
pude pararme. Durante toda la distancia es el mismo río, a veces sólido y a veces
líquido a lo largo de su curso; es la cosa más extraña que he visto en este extraño
mundo. No hay ninguna probabilidad de que el hielo se detenga. La colonia del Esket
está condenada.
—Por supuesto, Barlennan tampoco sabe nada de esto.
—No hay forma de decírselo. Sólo descubrimos que el hielo se movía justo antes
del anochecer. Hasta entonces era simplemente un acantilado a unas cuantas docenas
de cables de la mina.
—En otras palabras: no sólo hemos perdido a mi primer oficial y un helicóptero,
sino también un dirigible con cinco hombres y, de paso, todo el proyecto del Esket,
con mi Kwembly seguramente en la misma lista. ¿Y todavía piensas que no
deberíamos terminar este engaño, contar a los humanos toda la historia y conseguir su
ayuda?
—Más que nunca. Si supiesen que tenemos tantos problemas, seguramente
decidirían que no les serviríamos de mucho y nos abandonarían aquí.
—Tonterías. Nadie abandona así una inversión como la de este proyecto; pero no
importa discutir; de todas formas, es un punto sin importancia. Me gustaría…
—Lo que te gustaría en realidad es tener una excusa para descubrir toda la
historia a tus amigos que respiran oxígeno.
—Sabes que no haría eso. Estoy completamente dispuesto a utilizar mi propio
juicio, pero conozco bastante historia para temer decisiones rápidas que signifiquen
cambios en la política básica.
—Gracias a la suerte. Está bien que te gusten algunos humanos, pero no todos son
como Hoffman. Tú mismo lo admitiste.

—Pienso —dijo Barlennan a Bendivence— que nos apresuramos demasiado


enviando a Deeslenver al Esket con órdenes de obturar sus equipos visuales. Toda la
cuestión del Esket parece haberse aquietado, y eso le traerá de nuevo a la vida.
Todavía no estamos preparados para el truco principal, y no lo estaremos durante un

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año o más. No me pareció mal tener una oportunidad de hacer que los seres humanos
comenzasen a pensar siguiendo las líneas de la idea de una amenaza nativa, pero la
tripulación de Destigmet no será capaz de representar su parte hasta que tenga
muchos más aparatos mecánicos y eléctricos hechos por ellos mismos, evitando que
los humanos sepan que los tenemos. A menos que la amenaza nativa parezca real, los
seres humanos no seguirán los pasos que queremos.
»Si hubiese alguna forma de ir ahora detrás de Dee y cancelar sus órdenes, lo
haría. Me gustaría haberte permitido continuar adelante con tus experimentos de
radio y tener ahora mismo un equipo en el Deedee.
—No debiera ser demasiado arriesgado, y me gustaría mucho intentarlo —
contestó Bendivence—. Por supuesto, las ondas podrían ser detectadas por los seres
humanos, pero si nos limitásemos a pocas transmisiones que fuesen cortas, utilizando
un código sencillo, probablemente no comprenderían el origen. No obstante, es
demasiado tarde para llamar a Deeslenver.
—Cierto. Me gustaría saber por qué nadie ahí arriba ha dicho nada más sobre
Kabremm. La última vez que hablé con la señora Hoffman, tuve la impresión de que
no estaba tan segura como antes de haberle visto. ¿Supones que, en realidad, fue un
error? ¿O los seres humanos están intentando probarnos en la forma en que quería
hacerlo yo con ellos? ¿Habrá hecho algo Dondragmer para sacarnos de este aprieto?
Si ella se equivocó, tendríamos que comenzar a pensarlo todo otra vez más.
—¿Y qué sucede con ese otro informe del que no supimos más: de que algo se
deslizaba sobre el suelo del Esket? —contrarrestó el científico—. ¿Era eso otra
prueba, o realmente sucedió algo allí? Recuerda que no hemos tenido ningún contacto
con esa base desde hace ciento cincuenta horas. Si realmente algo mueve al Esket,
estamos demasiado poco informados para poder hacer algo sensato. Aun sin tener en
cuenta el asunto del Esket, es una gran molestia no poder confiar en los datos.
—Si en el Esket hay problemas, tendremos que confiar en el juicio de Dee —dijo
el comandante, ignorando la frase final de Bendivence—. En realidad, ni siquiera es
el principal de nuestros problemas. La cuestión verdadera estriba en qué hacer en
cuanto a Dondragmer y al Kwembly. Supongo que tuvo una buena razón para
abandonar su vehículo y dejarle marchar a la deriva, pero los resultados han sido
nefastos. El hecho de que un par de sus hombres quedasen olvidados a bordo, todavía
lo complica más. Si no estuviesen allí, podríamos olvidarnos del vehículo y enviar al
Kalliff para recoger a la gente.
—¿Por qué no lo hacemos? ¿No lo sugirió el humano Aucoin?
—Lo hizo. Le dije que tendría que pensarlo.
—¿Por qué?
—Porque hay menos de una probabilidad entre diez, quizá menos de una entre
cien, de que el Kalliff pudiese llegar allí a tiempo de servir de algo a esos dos

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hombres. Las probabilidades de que lo consiga son bastante escasas. ¿Recuerdas el
campo de nieve que atravesó el Kwembly antes de la primera riada? ¿Cómo supones
que está ahora esa zona? ¿Y cuánto tiempo piensas que dos hombres competentes,
pero sin un verdadero entrenamiento técnico o científico, van a mantener habitable
ese casco agujereado?
»Por supuesto, podríamos confesarlo todo y decir a los humanos que se pongan
en contacto con Destigmet a través de la vigilancia que mantiene sobre los
comunicadores del Esket; después podrían decirle que enviase uno de los dirigibles a
rescatarlos.
—Eso sería malgastar una tremenda cantidad de trabajo y arruinar lo que todavía
parece una operación prometedora —contestó Bendivence pensativamente—. Tú no
quieres hacerlo más que yo, pero no podemos abandonar a esos dos hombres.
—No podemos —concedió lentamente Barlennan—, pero me pregunto si les
haríamos correr un riesgo demasiado grande si esperásemos otra posibilidad.
—¿Cuál?
—Si los seres humanos estaban convencidos de que no podríamos realizar el
rescate, es posible, especialmente con dos Hoffman para discutir, que decidan hacer
algo ellos mismos.
—¿Pero qué podrían hacer? La nave que llaman La barcaza únicamente aterrizará
aquí en la colonia con sus controles automáticos, si no entiendo mal el Plan Uno de
Rescate. No pueden volar sobre este mundo desde la estación orbital; si necesitan
todo un minuto para corregir un error, la estrellarán en menos de un segundo. No
pueden dirigirla personalmente. Está diseñada para rescatarnos a nosotros, con
nuestro aire y nuestro control de temperatura, y además la gravedad de Dhrawn
incrustaría un ser humano sobre la cubierta.
—No subestimes a esos alienígenas, Ben. Quizá no sean demasiado ingeniosos,
pero sus antepasados han tenido tiempo para pensar en montones de ideas ya
preparadas sobre las que no sabemos nada. No haría esto si me pareciese que hay
bastantes probabilidades de que llegásemos allí nosotros mismos, pero en estas
circunstancias no ponemos a los timoneles en un peligro mayor del que ya están; creo
que dejaremos que los seres humanos adquieran la idea de llevar a cabo el rescate
ellos mismos. Será mucho mejor que abandonar el plan.

—Así pues —dijo Beetchermarlf a Takoorch—, tenemos que encontrar de alguna


forma el tiempo entre reparar las filtraciones y limpiar las unidades de aire del
veneno para convencer a la gente de que vale la pena rescatar al Kwembly.
»La mejor forma de hacerlo sería si lo pudiésemos poner en marcha nosotros,
aunque dudo mucho que logremos hacerlo. Es el vehículo el que va a decidir la línea
de actuación. Tu vida y la mía no significan mucho para los humanos, excepto quizá

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para Benj, que no es el director allá arriba. Si el vehículo continúa vivo, si podemos
conservar en funcionamiento esas cisternas para que nos suministren alimento y aire
y, de paso, evitar ser envenenados por el oxígeno y hacer progresos reales en la
reparación y liberación del vehículo, tal vez entonces se convenzan de que vale la
pena un viaje de rescate. Incluso si no lo hacen, tendríamos que realizar esto de todas
formas en nuestro beneficio, pero si conseguimos hacer que los humanos le digan a
Barlennan que tenemos al Kwembly libre y corriendo y que nosotros solos le
llevaremos hasta Dondragmer, tal intento debiera hacer felices a unas cuantas
personas, especialmente al comandante.
—¿Crees que podremos hacerlo? —preguntó Takoorch.
—Tú y yo somos los primeros que tenemos que ser convencidos —contestó el
timonel más joven—. El resto del mundo lo será más fácilmente después de eso.

—Tal vez —dijo Benj a su padre— no arriesgaremos la nave para salvar dos
vidas, aunque para eso está aquí.
—Ninguna de las dos cosas es completamente correcta —contestó Ib Hoffman—.
Es una pieza del equipo de emergencia, pero fue planeado para ser utilizado si todo el
proyecto se derrumbaba y teníamos que evacuar la colonia. Esto fue siempre una
posibilidad; había muchas cosas que no podían ser probadas por adelantado. Por
ejemplo, el truco de igualar la presión exterior en los vehículos y en los trajes
utilizando extra argón era perfectamente razonable, pero no podíamos estar seguros
de si produciría efectos secundarios sobre los propios mesklinitas; el argón es inerte
generalmente, pero también lo es el xenón, anestésico efectivo para los seres
humanos. Los sistemas vivientes son demasiado complicados para que las
deducciones resulten siempre seguras, aunque los mesklinitas parecen mucho más
sencillos fisiológicamente que nosotros. Esa puede ser una razón por la que soportan
un espectro tan amplio de temperaturas.
»Pero el punto clave es que la nave está calculada para albergarse sobre un polo
transmisor cerca de la colonia; no aterrizará en ningún otro lugar de Dhrawn. Por
supuesto, puede ser manejada por control remoto, pero no a esta distancia.
»Supongo que lograríamos alterar el programa del computador a bordo para que
pudiese posarse sobre otros lugares, por lo menos sobre cualquier superficie
razonablemente plana; pero, ¿querrías colocarla cerca de tu amigo por medio de un
programa invariable incorporado, o mediante un control remoto a larga distancia?
Recuerda que la nave utiliza reactores de protón, tiene una mesa de veintisiete mil
libras y debe producir toda una sacudida al bajar sobre un suelo blando a cuarenta
gravedades, especialmente porque sus reactores están desplegados para reducir los
cráteres.
Benj frunció el ceño pensativamente.

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—Pero, ¿por qué no podemos acercarnos más a Dhrawn y reducir el retraso en el
control remoto? —preguntó después de un momento.
Ib miró a su hijo sorprendido.
—Tú sabes por qué, o debieras saberlo. Dhrawn tiene una masa de tres mil
cuatrocientas setenta y una Tierras y un período de rotación de algo más de mil
quinientas horas. Una órbita sincrónica que nos mantiene sobre una longitud
constante en el ecuador está, por tanto, a algo más de seis millones de millas. Si
utilizas una órbita a cien millas sobre la superficie, estarías viajando a algo más de
noventa millas por segundo y darías la vuelta a Dhrawn en unos cuarenta minutos.
Durante dos o tres minutos de esos cuarenta podrías ver el mismo lugar de la
superficie. Puesto que el planeta tiene una superficie ochenta y siete veces mayor que
la Tierra, ¿cuántas estaciones de control crees que serían necesarias para conseguir un
aterrizaje o un despegue?
Benj hizo un gesto de impaciencia.
—Conozco todo eso, pero ya hay un enjambre de estaciones ahí abajo: los
satélites de reflejos. Hasta yo sé que todos tienen equipos retransmisores, puesto que
están informando constantemente a los computadores aquí arriba; en un momento
dado, casi la mitad debe estar detrás de Dhrawn. ¿Por qué no puede un controlador,
navegando en uno de ellos o en una nave a la misma altura, conectar con sus
retransmisiones y operar el aterrizaje y el despegue desde allí? El retraso no sería
mayor de un segundo, incluso desde el lado opuesto del mundo.
—Porque… —Ib comenzó a contestar, pero pronto permaneció silencioso.
Estuvo así durante dos minutos. Benj no le interrumpió; generalmente el
muchacho tenía una buena idea sobre cuándo estaba consiguiendo algo.
—Tendría que haber una interrupción de varios minutos en los datos del neutrino,
mientras los transmisores estuviesen siendo conectados —dijo Ib finalmente.
—¿Una en cuántos años que llevan integrando ese material?
Generalmente Benj no era sarcástico con ninguno de sus padres, pero sus
sentimientos se estaban calentando una vez más. Su padre asintió silenciosamente,
concediendo el punto, y continuó pensando.
Debían haber pasado cinco minutos, aunque Benj hubiese jurado que fueron
muchos más, cuando el mayor de los Hoffman se puso en pie repentinamente.
—Vamos, hijo. Tienes toda la razón. Funcionará para un aterrizaje inicial espacio-
superficie y para un despegue superficie-órbita, y eso es suficiente para un vuelo
superficie-superficie; hasta un segundo de retraso es demasiado para el control, pero
podemos pasarnos sin eso.
—¡Claro! —animó Benj—. Despegar y volver a la órbita, descansar un minuto,
cambiar de órbita para acomodarla al lugar de aterrizaje y finalmente bajar otra vez.
Así es, pero no lo menciones. En primer lugar, si nos acostumbrásemos a hacer

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este tipo de acción, habría una interrupción significativa en la transmisión de los
datos de neutrino. Además, he buscado una excusa para esto casi desde que me uní al
proyecto. Ahora la tengo, y voy a usarla.
—¿Una excusa para qué?
—Para hacer exactamente lo que creo que Barlennan ha estado intentando
obligarnos a realizar todo el tiempo: poner pilotos mesklinitas en la nave. Supongo
que alguna vez querrá su propia nave interestelar, de forma que pueda comenzar a
llevar la misma vida entre las estrellas, como acostumbraba hacer en los océanos de
Mesklin; pero tendrá que conformarse con un salto de cada vez.
—¿Crees que ha estado queriendo eso todo el tiempo? ¿Por qué debería
preocuparse tanto de tener sus propios pilotos espaciales? Y ahora que lo pienso, ¿por
qué no era una buena idea, si los mesklinitas podían aprender?
—Lo era. No hay ninguna razón para dudar de que puedan aprender.
—Entonces, ¿por qué no se hizo así desde el principio?
—Será mejor que no te dé una conferencia sobre el tema ahora mismo. Me gusta
enorgullecerme de mi especie tanto como lo permiten las circunstancias, y la
explicación no proporciona mucho crédito ni a la racionalidad del hombre ni a su
control emocional.
—Entonces puedo adivinarlo —replicó Benj—. Pero en ese caso, ¿qué te hace
pensar que podemos cambiar eso ahora?
—Porque ahora, a poco coste y al mismo nivel general de razonamiento
emocional, podemos manipular algunos de los impulsos humanos menos generosos.
Voy a descender al laboratorio de planetología y a molestar un poco. Voy a preguntar
a esos químicos por qué no conocen lo que atrapó al Kwembly, y cuando me digan
que por carecer de alguna muestra de barro, voy a preguntarles por qué no la tienen.
Voy a preguntarles por qué se han estado conformando con datos sísmicos y espectros
del neutrino, cuando podrían estar analizando muestras minerales transportadas aquí
desde todos los lugares donde un vehículo mesklinita se ha detenido durante diez
minutos. Si prefieres no descender a ese nivel y trabajar más bien con las emociones
más nobles de la humanidad, vete pensando en todas las frases enternecedoras que
puedes hacer sobre el horror y la crueldad de abandonar a tu amigo Beetchermarlf,
sofocándose lentamente en un mundo extraño, a miles de parsecs de su hogar.
Podríamos utilizar eso si tenemos que llevar esta discusión ante una autoridad
superior, como el público en general. En realidad, no creo que lo necesitemos, pero
ahora mismo no estoy de humor para limitarme a un juego limpio y a unos
argumentos lógicos.
»Si Alan Aucoin gruñe por el coste de operar la nave (creo que tiene demasiado
sentido común), voy a saltar sobre él con los dos pies. La energía ha sido
prácticamente gratis desde que conseguimos los aparatos de fusión; lo que cuesta es

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el entrenamiento del personal. De todas formas, tenemos que emplear tripulantes
mesklinitas; así pues, esa inversión ya está hecha; y dejando la nave balancearse aquí
sin utilizarla, está malgastando su coste. Sé que en esa lógica hay un pequeño
agujero, pero si lo señalas delante del doctor Aucoin, te azotaré por primera vez
desde que tenías siete años, y no creo que la última década haya hecho muchos
estragos en mi brazo. Deja a Aucoin que piense solo.
—No tienes que enfadarte conmigo, papá.
—No lo estoy. De hecho, estoy más asustado que enfadado.
—¿Asustado? ¿De qué?
—De lo que pueda sucederle a Barlennan y a su gente en lo que tu madre llama
«ese horrible planeta».
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué ahora más que antes?
—Porque estoy comenzando a comprender que Barlennan es un ser inteligente,
resuelto, calculador, ambicioso y razonablemente cortés, igual que lo era mi único
hijo hace seis años, y recuerdo muy bien tu equipo de bucear. Vamos. Tenemos una
escuela de astronáutica que organizar y un cuerpo estudiantil que reunir.

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EPÍLOGO: LECCIONES

A doscientas millas, la nave era percibida como un objeto en forma de estrella


reflejando la débil luz de Lalanda 21.185. Benj había observado la nave alejándose a
esa distancia y colocándose en lo que su piloto consideraba una órbita decente con
respecto a la estación, pero ni él ni el piloto habían discutido los detalles técnicos. Era
tan incómodo ser capaz de mantener una conversación sin esperar todo un minuto la
contestación del otro individuo, que Benj y Beetchermarlf se habían puesto a charlar.
Estas conversaciones se iban haciendo menos frecuentes. Benj había vuelto a
trabajar de verdad y, según sospechaba, a recuperar el tiempo perdido. Beetchermarlf
estaba muy a menudo lejos en vuelos de prácticas para hablar, y con más frecuencia,
demasiado ocupado para charlar con nadie que no fuese su instructor.
—Es el momento de terminar, Beetch —el muchacho acabó con el intercambio al
oír silbar a Tebbetts desde la barra—. Va a llegar el instructor.
—Cuando esté listo lo estaré yo —llegó la respuesta—. ¿Quiere usar tu lenguaje
o el mío esta vez?
—Él te lo comunicará; no me lo ha dicho. Aquí está —contestó Benj.
El astrónomo barbudo, sin embargo, habló primero con Benj, después de echar un
rápido vistazo a su alrededor. Los dos estaban a la deriva, sin peso en la sección de
observación directa en el centro del eje conector de la estación, y Tebbetts había
supuesto que la nave y su estudiante estarían derivando a su lado. Todo lo que su
rápida ojeada captó fue el parduzco rescoldo de un sol en una dirección y el
débilmente iluminado disco de Dhrawn en la otra, poco mayor que la Luna vista
desde la Tierra.
—¿Dónde está, Benj? Creí oírte hablar con él; así que supuse que estabas cerca.
Espero que no se retrase. Debería estar resolviendo órbitas de intersección, incluso
con nomógrafos, en lugar de computadores superrápidos, mejor de lo que lo hace.
—Aquí está, señor —señaló el muchacho—. Justo a más de doscientas millas en
una órbita de 17,8 minutos alrededor de la estación.
Tebbetts parpadeó.
—Es ridículo. No creo que ese montón de chatarra pueda rodear nada en tal
tiempo a una distancia de doscientos pies, y menos a tantas millas. Tendrá que utilizar

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energía, acelerando recto hacia nosotros…
—Lo está haciendo, señor. Unas doscientas gravedades de aceleración. El tiempo
es el período de rotación de Mesklin, y la aceleración, el valor de la gravedad en su
hogar. Dice que no se ha sentido tan cómodo desde que trabaja para Barlennan, y
desea que hubiese alguna forma de dar luz al sol.
El astrónomo sonrió lentamente.
—Sí, entiendo. Tiene sentido. Debería haber pensado en ello. Tengo aquí unos
cuantos ejercicios prácticos más, pero esto es tan bueno como cualquiera de ellos. Yo
debería preparar más cosas de ese tipo. Bien, comencemos. ¿Puedes quedarte para
corregir mi lenguaje? Creo que tengo todas las palabras de stenno que necesito para
el trabajo de hoy y el espacio está bastante vacío; de modo que sus errores o los míos
serán relativamente inocuos, pero no hay necesidad de correr riesgos.

—Ha sido una mala suerte que el Kwembly, después de todo, no haya podido ser
salvado —observó Aucoin—, pero la tripulación de Dondragmer está haciendo un
estudio muy bueno y efectivo de la zona mientras esperan ayuda. Creo que fue una
idea muy buena enviar al Kalliff con una tripulación reducida y dejarles allí
trabajando mientras esperan, en lugar de transportarlos a la colonia en la nave. De
todas formas, eso siempre hubiese sido bastante peligroso, en tanto no haya pilotos
mesklinitas con práctica. La forma más segura de hacerlo probablemente fue un único
aterrizaje cerca del Kwembly para recoger a los dos timoneles y volver directamente
al espacio a fin de que se les entrene.
»Pero ahora tenemos problemas con el Smof. A esta velocidad, nos quedaremos
sin vehículos antes de llegar a medio camino de Low Alfa. ¿Conoce alguien al
comandante del Smof en la forma que Easy conoce a Dondragmer? Supongo que tú
no, ¿no es cierto, Easy? ¿Puede darme alguien una opinión sobre su habilidad para
salir de apuros, o vamos a tener que arriesgarnos antes de que estos dos mesklinitas
estén completamente entrenados?
—Tebbetts piensa que Beetchermarlf podría operar ya un aterrizaje en la
superficie, en tanto no se vea complicado con emergencias mecánicas —señaló un
ingeniero—. Personalmente, yo no dudaría en dejarle ir.
—Quizá tengas razón. El problema, sin embargo, es que no podemos descender
con la nave sobre un bloque de hielo, y ni siquiera ésta puede elevar uno de esos
vehículos terrestres, aunque hubiese alguna forma de conectarlos sin tener que
aterrizar. Beetchermarlf y Takoorch pueden continuar con su entrenamiento por el
momento. Lo que quiero tan pronto como sea posible, Planetología, es la mejor
dirección y distancia para trasladar la tripulación del Smof allí, si tuviesen que
abandonar el vehículo, es decir, el punto más cercano donde la nave podría aterrizar
para rescatarla. Por supuesto, si está cerca de su emplazamiento actual, no se lo

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digáis; quiero que hagan lo más que puedan para salvar el vehículo. No tiene sentido
tentarlos con un escape fácil.
Ib Hoffman se estremeció ligeramente, pero se abstuvo de hacer comentarios. En
cierto modo, Aucoin estaba probablemente justificado. El administrador continuó:
—Además, ¿hay alguna explicación definitiva sobre el fenómeno que atrapó al
Kwembly? Ya hace semanas que tenéis las muestras del barro, o lo que sea, que trajo
Beetchermarlf.
—Sí —contestó un químico—, es un ejemplo fascinante de acción de superficie.
Es sensible a la naturaleza y tamaño de las partículas de los minerales presentes, las
proporciones del agua y el amoníaco en el fluido lubricante, la temperatura y la
presión. Por supuesto, el peso del Kwembly fue la mayor causa de preocupación; los
mesklinitas podrían caminar sobre esta materia; de hecho lo hicieron con bastante
seguridad. Una vez disparada a causa de una cima en la presión, la fuerza salió del
material en una onda…
—De acuerdo, el resto puede servir para un ensayo —asintió Aucoin—. ¿Hay
alguna forma de identificar una superficie semejante sin poner un vehículo encima?
—¡Hum! Yo diría que sí. La temperatura de radiación debería proporcionar la
suficiente información o, por lo menos, servir de aviso de que habría que hacer otras
pruebas. Si vamos a eso, no me preocuparía por la nave; los reactores harán que el
agua y el amoníaco se evaporen de una superficie semejante antes de rozarla.
Aucoin asintió y pasó a otros asuntos. Informes sobre los vehículos, informes
para publicar, informes sobre suministros, proyectos en programación.
Todavía estaba un poco avergonzado. Había conocido su propio fallo, pero como
la mayor parte de la gente, lo había perdonado y se sentía seguro de que no podía ser
advertido. Mas los Hoffman sí habían reparado en él, y quizá otros también. Tendría
que tener cuidado si quería conservar un puesto de responsabilidad y respetado.
Después de todo, se repitió firmemente a sí mismo que los mesklinitas eran personas,
aunque pareciesen chinches.
La atención de Ib Hoffman se distraía, aunque sabía que el trabajo era importante.
Su mente continuaba regresando al Kwembly, al Smof y a una pieza de un equipo de
inmersión bien diseñada y bien construida, que casi había matado a un muchacho de
once años. Los informes de Aucoin, puntualizados por los comentarios, ácidos a
veces, continuaban; lentamente Ib tomó una decisión.

—Estamos haciendo progresos —observó Barlennan—. Había una buena excusa


para sacar los aparatos visuales del Kwembly, puesto que estaba siendo abandonado;
así que hemos podido trabajar sin restricciones allí. También pudimos utilizar el
helicóptero de Reffel, ya que los humanos lo creen perdido. Jemblakee y Deeslenver
tienen la impresión de que el vehículo puede estar en perfectas condiciones en un día

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más.
Miró hacia el débil sol, casi exactamente por encima de su cabeza.
—Los químicos humanos fueron útiles en cuanto a ese barro donde estaba el
Kwembly. Era divertido cómo el que habló con Deeslenver de esto insistía en que
eran sólo suposiciones, mientras hacía una sugerencia tras otra. Mala suerte no poder
decirle lo acertadas que fueron casi todas sus ideas.
—La inseguridad en sí mismos parece ser un rasgo de los humanos, si pueden
hacerse observaciones tan generales —contestó Guzmeen—. ¿Cuándo llegaron estas
noticias?
—El Deedee llegó hace una hora y ha vuelto a marcharse. Esa máquina tiene
demasiado trabajo. Fue bastante desgraciado que hayamos perdido el Elsh, y con
Kabremm y su Gwelf retrasados, las cosas se van amontonando. Espero que podamos
encontrarlo. Quizá el Kalliff traiga algo. Se suponía que estaba buscando un camino
para llevarle hasta el campamento de Don; así que quizá uno de los exploradores de
Kenanken lo descubra. No lleva ni un día de retraso; todavía hay alguna probabilidad.
—Y con todo esto, ¿dices que hemos adelantado? —intervino Guzmeen.
—Seguro. Recuerda que toda la finalidad de la trama del Esket era persuadir a los
seres humanos para que nos dejaran utilizar sus naves espaciales. El asunto de un
soporte independiente era incidental, aunque útil. Esperábamos convertir el mito de
una vida local en una amenaza importante para persuadir a Aucoin de que nos dejara
volar y pasarnos meses con esto. Nos hemos adelantado bastante y no hemos perdido
mucho: la base junto al Esket, por supuesto, el Elsh con su tripulación y posiblemente
a Kabremm con la suya.
—Pero ni siquiera Kabremm y Karfrengin son exactamente reemplazables. No
somos muchos. Si Dondragmer y su tripulación no viviesen cuando el Kalliff los
alcance, habremos sufrido una pérdida realmente seria; por lo menos las tripulaciones
de los dirigibles no estaban compuestas por nuestros científicos y nuestros ingenieros.
—Don no está en peligro serio. Siempre puede ser recogido por Beetchermarlf en
la nave espacial humana, quiero decir, en nuestra nave espacial.
—Y si algo fuese mal en esa operación, habremos perdido no sólo nuestra única
nave espacial, sino también nuestros únicos pilotos espaciales.
—Eso me sugiere —dijo pensativamente Barlennan— que deberíamos intentar
ganar parte del terreno perdido. Tan pronto como el Kwembly esté preparado, debería
comenzar a buscar un lugar apropiado para reemplazar la colonia del Esket. Los
científicos de Don no tendrán muchos problemas para encontrar un buen
emplazamiento; Dhrawn parece rico en filones metálicos. Quizá debiéramos hacerle
buscar más cerca de aquí, no obstante, para que la comunicación sea más rápida.
—Tendremos que construir más dirigibles; el que nos queda no es suficiente para
el trabajo. Quizá debiéramos diseñar algunos mayores.

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—Me he estado preguntando sobre esto.
Un técnico que había estado escuchando silenciosamente hasta este momento,
habló:
—¿Crees que sería inteligente averiguar con mucho tacto algo sobre los dirigibles
a través de los humanos? Nunca hemos discutido el tema con ellos; te enseñaron algo
sobre los globos hace años, y algunos de los nuestros tuvieron la idea de utilizar en
ellos los generadores de los humanos. No sabemos si los usaron alguna vez así. Quizá
no sea sólo mala suerte que hayamos perdido a dos de los tres que teníamos en tan
poco tiempo. Tal vez haya algo en la idea fundamentalmente incorrecto.
El comandante hizo un gesto de impaciencia.
—Eso es una tontería. No intenté adquirir una educación científica completa a
través de los alienígenas, ya que obviamente iba a llevar mucho tiempo; pero algo
que sí comprendí fue que las normas subyacentes son esencialmente sencillas. Una
vez que los humanos comenzaron a concentrarse en las normas básicas, pasaron de
los barcos de vela a las naves espaciales en un par de siglos. Los globos, con energía
o sin ella, son artificios sencillos; yo mismo los entiendo perfectamente bien. Poner a
bordo un motor no cambia eso; tienen que estar funcionando las mismas reglas.
El técnico observó pensativamente a su comandante y pensó brevemente en tubos
de electrones y en circuitos de televisión antes de contestar.
—Supongo —dijo pensativamente— que un trozo de material destrozado por la
tempestad y una nave arrastrada por el viento son también ejemplos de las mismas
reglas en funcionamiento.
Barlennan no quería dar una respuesta afirmativa, pero no pudo encontrar nada
mejor.
Estaba todavía intentando olvidarse de la observación del técnico, aunque
consiguiendo únicamente dudar más y más de su situación, cuando un mensajero le
llamó a la sala de Comunicaciones unas veinte horas más tarde. En cuanto entró,
Guzmeen habló brevemente por un micrófono; un minuto más tarde, un rostro
humano, que ninguno de ellos reconoció, apareció sobre la pantalla.
—Soy Ib Hoffman, esposo de Easy y padre de Benj —comenzó el extraño sin
más preámbulos—. Estoy hablándoos sólo a vosotros dos, Barlennan y Dondragmer.
El resto de los observadores están concentrados en una nueva emergencia en relación
con uno de los vehículos. Empleo vuestro idioma lo mejor que puedo, mientras mi
mujer me escucha; ella sabe lo que quiero decir y me corregirá si me equivoco
demasiado. He decidido que es el momento de aclarar algunos errores, pero no pienso
hablar a todo el mundo de ellos; veréis la razón antes de que termine, si no lo hacéis
ya. Estoy molesto, principalmente porque odio llamar mentiroso a nadie en cualquier
idioma.
»En primer lugar, mis sinceras felicitaciones, Barlennan. Estoy casi seguro de que

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cuando entregamos la nave a un piloto mesklinita cumplimos uno de tus principales
planes, probablemente mucho antes de lo que pensabas o esperabas madurarlo. Eso
está muy bien. Yo quería que pasase eso. Probablemente tú también desees hacer
vuelos interestelares más adelante por tu cuenta; también lo encuentro espléndido. Yo
te ayudaré.
»Pareces pensar que muchos, o al menos la mayoría, de los humanos intentarían
ponerte dificultades para esto, y tengo que admitir que algunos lo harían así, aunque
creo que ahora tenemos el más efectivo bajo control. Si vamos a eso, no puedes estar
seguro de que yo sea sincero; eres lo bastante tramposo como para pensar que todo el
mundo lo es. Mala suerte. Lo que creas de lo que te diga está más allá de mi control;
sin embargo, tengo que decirlo.
»No sé cuánto has preparado de la situación actual, pero puedo adivinarlo. Estoy
casi seguro de que la desaparición del Esket no fue auténtica. No estoy seguro del
estado real del Kwembly. Probablemente sabes más de Dhrawn de lo que has dicho.
No diré que no me importa, porque me importa; nosotros estamos aquí para aprender
lo más que podamos sobre Dhrawn, y lo que tú no nos digas es una pérdida para el
proyecto. No puedo amenazarte con represalias por rompimiento de contrato, puesto
que no estoy completamente seguro de que lo hayas roto ni me encuentro en posición
de cumplir amenazas. En cualquier caso, no tengo ningún deseo de hacerlo. Pero
quiero persuadirte de que sería mejor para todos si nos arreglásemos sin secretos.
Estamos en un momento en que cualquier actitud que no sea una auténtica franqueza
nos costará probablemente mucho a nosotros y a ti. Para que comprendas esto, voy a
contarte una historia.
»Tú sabes que los seres humanos respiran oxígeno, como los otros hidrógeno,
aunque al ser mucho mayores necesitamos un sistema de bombeo más complicado
para llevarlo por nuestros cuerpos. A causa de los detalles de ese sistema, nosotros
nos asfixiamos si se nos priva de oxígeno puro y gaseoso dentro de un cierto margen
de presión, bastante estrecho.
»Unas tres cuartas partes de la superficie de la Tierra están cubiertas por agua.
Nosotros no podemos respirar bajo el agua sin equipo artificial, pero el uso de un
equipo semejante es un deporte humano muy corriente. Consiste esencialmente en
una botella de aire comprimido y en un sistema de válvulas que proporcionan aire a
nuestro sistema respiratorio cuando lo precisamos; sincero y claro.
»Hace seis de nuestros años, cuando Benj tenía once, construyó un aparato
semejante, diseñándolo él mismo con mi ayuda. Construyó la botella a presión y el
regulador utilizando equipo prefabricado corriente, similar al que puede encontrarse
en la mayor parte de los almacenes en nuestro hogar, al igual que había logrado cosas
más complejas como pequeñas turbinas gaseosas. Con mi ayuda probó las partes;
funcionaban perfectamente. Calculó cuánto tiempo duraría el aire en la botella, y

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después probó todo el equipo bajo el agua. Yo fui con él, cual medida de seguridad de
sentido común, utilizando un equipo de bucear comercial.
»Estoy seguro de que conoces los principios gaseosos e hidrostáticos. Por lo
menos Easy me ha dado las palabras que los designan en vuestro lenguaje. Puedes
entender que a una cierta profundidad una inhalación incompleta de aire tendría sólo
la mitad del volumen que tendría en la superficie. Benj también lo sabía, pero razonó
que en lo que se refería al contenido del oxígeno continuaría siendo una inhalación
completa, de forma que una botella para una hora sería una botella para una hora
mientras la presión de la botella fuese superior a la del agua, sin tener en cuenta la
profundidad.
»Para abreviar, no fue así. El aire se le agotó en menos de la tercera parte del
tiempo calculado, y tuve que hacer un rescate de emergencia. A causa del rápido
cambio de la presión y de algunas peculiaridades que no parecéis compartir, estuvo a
punto de morir. El problema resultó ser que la velocidad en la respiración es
controlada no por el oxígeno en nuestra sangre, sino por el dióxido de carbono, uno
de los productos de desecho. Para mantener un equilibrio normal, tenemos que pasar
volúmenes de aire normales a través de nuestros pulmones, sin tener en cuenta el
contenido de oxígeno o la presión total; de aquí que el suministro de aire para una
hora bajo una presión normal se hace sólo de media hora a treinta y tres pies bajo el
agua, de un tercio de hora a sesenta y seis, y así sucesivamente.
»No quiero insultar la inteligencia de nadie preguntando si se me entiende, pero
me gustaría oír vuestros comentarios sobre esta historia.
Las respuestas fueron interesantes, tanto en naturaleza como en el tiempo que
tardaron en llegar. La de Barlennan saltó del micrófono con poco más retraso que el
del viaje de la luz; la de Dondragmer llegó mucho más tarde, y no se mezcló con la
de su comandante.
—Es obvio que un conocimiento incompleto puede llevar a errores, pero no
comprendo si es aplicable especialmente al caso presente. Sabemos que nuestro
conocimiento no puede ser completo y que, por eso mismo, nuestro trabajo aquí es
peligroso. Siempre lo hemos sabido. ¿Por qué recalcarlo ahora? Preferiría oír el
informe sobre el vehículo que decís que tiene problemas. Me haces sospechar que me
preparas suavemente para la información de que he perdido otro vehículo a causa de
algo que no conocían los ingenieros que lo diseñaron. No te preocupes, no os culparé
de eso. Nadie puede preverlo todo.
Ib sonrió amargamente ante esta revelación de una característica humana más.
—Eso no es justamente lo que estaba en mi pensamiento, comandante, aunque en
lo que acabas de decir haya aspectos válidos. Pero antes de decir algo más, me
gustaría esperar la contestación de Dondragmer.
Pasó otro minuto ligeramente tenso antes de que llegase la voz del capitán del

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Kwembly.
—Tu historia es bastante clara, y probablemente hubiese sido mucho más corta si
no hubieses querido sugerir algo. Sospecho que el punto principal no será tanto que tu
hijo estuvo en peligro a causa de su ignorancia como que le sucedió eso incluso bajo
una supervisión adulta y experimentada. Sospecho que la deducción es que ni
siquiera vosotros, los alienígenas, afirmáis ser omniscientes u omnipotentes, que aquí
estamos en un cierto peligro por muy cercanamente que nos aconsejéis y nos ayudéis
y que cada vez que actuamos por nuestra cuenta aumentamos ese peligro
innecesariamente, como el estudiante de química que experimenta por su cuenta.
Dondragmer había pasado mucho más tiempo en el Colegio que su comandante.
—Correcto. Eso fue lo que quise decir —dijo Ib—. No puedo…
—Un momento —interrumpió Easy—. ¿No sería mejor que transmitieses primero
a Barlennan la observación de Don?
—De acuerdo.
Su esposo resumió en una frase lo que había dicho el capitán, y continuó:
—No puedo imponerte una línea de conducta; preferiría no hacerlo, aunque
pudiera. No espero que reveles todo lo que ha sucedido en Dhrawn desde que
construiste la colonia. De hecho, te aconsejaría que no lo hicieses; ya hay bastantes
problemas con la administración aquí. Sin embargo, si, por ejemplo, Easy pudiese
hablar de vez en cuando con sus viejos amigos Kabremm y Destigmet, yo tendría una
idea más acertada de lo que ha estado sucediendo ahí y me encontraría en mejor
posición para hacer que las cosas aquí no se complicasen. No espero una decisión
inmediata sobre un asunto que significa un cambio importante en la actuación a
seguir, comandante, pero, por favor, piénselo.
Barlennan era por experiencia y profesión un capitán, acostumbrado a tener que
tomar decisiones rápidas. Además, las circunstancias ya habían hecho que
pensamientos similares hubiesen comenzado a circular por su pequeña cabeza.
Finalmente, su única política básica era asegurar su propia supervivencia y la de su
gente. Contestó rápidamente a Ib.
—Easy puede hablar con Destigmet, pero no ahora mismo; el Esket está muy
lejos de aquí. Yo también tendré que esperar para decirte todo lo que me gustaría,
porque primero tengo que saber los detalles del problema que mencionaste la primera
vez que llamaste. Dijiste que otro de mis vehículos tenía problemas.
»Por favor, dime qué ha pasado para que pueda planear qué clase de ayuda tengo
que pedirte.
Ib y Easy Hoffman se miraron el uno al otro e hicieron una mueca, mezclando el
alivio y el triunfo.
Pero fue Benj el que hizo la observación esencial. Esto fue más tarde, en el
laboratorio de aerología, cuando le estaban contando a él y a McDevitt todo lo que se

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había dicho. El muchacho contempló las enormes esferas de Dhrawn y la diminuta
área donde las luces indicaban un conocimiento parcial.
—Supongo que piensas que está mucho más seguro ahora allá abajo.
Era una idea tranquilizadora.

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