Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Agape en El Evangelio de Juan

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

AGÁPE EN EL EVANGELIO DE JUAN


[THE TERM AGAPE IN THE GOSPEL OF SAINT JOHN]

LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

Resumen: La frecuencia e importancia Abstract: The frequency and importan-


del tema del amor en Juan hace de es- ce of the theme of love in St. John ma-
te evangelio un testimonio principal kes his Gospel an important testimony
sobre esta cuestión. El amor de Cristo on this matter. The love of Christ ap-
aparece como clave de interpretación pears as a key to the interpretation of
de su misterio (13,1); en él se revela el this mystery (13:1): in Him the love of
amor del Padre (3,16). El amor hu- the Father is revealed (3:16). The hu-
mano de Jesús se presenta por tanto man love of Jesus is offered as a path
como camino para los hombres (cfr. for humankind (cfr. 14:6). There are
14,6). Dos casos particulares, Lázaro y two particular cases in which this love
el «discípulo amado», ponen de relie- is seen, the miracle of Lazarus and the
ve la naturaleza concreta y personal de story of the «disciple Jesus loved»,
ese amor. La respuesta de los discípu- which illustrate the concrete and per-
los sólo puede ser amar a Jesús con sonal nature of this love. The response
obras, y amarse mutuamente con su of the disciples can only be to love Je-
mismo amor (cfr. 13,35; 15,13). A sus with deeds, and to love each other
ello pretende moverlos la entera narra- mutually with this same love (cfr.
ción evangélica. 13:35; 15:13). The entire Gospel pas-
sage tries to move us to this love.
Palabras clave: Agápæ, Juan, Discipu- Keywords: Agape, St. John, Disciple-
lado. ship.

Pese a su aparente sencillez lingüística y formal, el 4ª Evangelio abre a los


ojos del creyente, hoy como ayer, una riqueza inagotable; entre sus enseñanzas
sobresale la instrucción acerca del agápæ, la caridad. La reciente encíclica de Be-
nedicto XVI Deus caritas est atestigua la importancia de los escritos joánicos en
relación con esta temática; de la primera carta de Juan procede, en efecto, el tí-
tulo de este documento (1 Jn 4,16). En estos libros bíblicos hallamos una po-

SCRIPTA THEOLOGICA 39 (2007/1) 171-184 171


ISSN 0036-9764
LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

derosa instrucción acerca del amor, capaz de iluminar las mentes y mover los
corazones hacia la caridad de Dios revelada en Cristo. En las páginas que siguen
vamos a mostrar sus aspectos fundamentales tal como aparecen testimoniados
en el 4º Evangelio; aunque presenta una profunda sintonía con las cartas de
Juan, su carácter narrativo lo diferencia de ellas, lo cual permite un tratamien-
to específico.
La familia léxica de agápæ aparece 44 veces en el Evangelio de Juan: el ver-
bo agapáø «amar», 37; y el sustantivo agápæ «amor, caridad», 7 veces. Su sola
frecuencia distingue a este Evangelio de los sinópticos 1; la caridad figura por
tanto entre aquellos conceptos que dan una tonalidad particular a Jn, y que es-
tán ligados al núcleo de su mensaje 2. Frente a ellos, el agápæ presenta la pecu-
liaridad de sintetizar la obra entera de Jesús, el Verbo hecho carne; este es el pri-
mer aspecto que deseamos mostrar.

1. UN EVANGELIO CENTRADO EN EL AGÁPĒ

La estructura del 4º Evangelio es una cuestión compleja; pero pese a las


diversas propuestas, hay un dato ya adquirido: con el capítulo 13 se realiza la
transición de la vida pública de Jesús a su pasión. Pues bien, en el solemne co-
mienzo de lo que consideramos representa la tercera parte del Evangelio de
Juan (Jn 13-21) 3 leemos: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que
había llegado la hora para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). La im-
portancia de este versículo en lo referente al agápæ es doble. En primer lugar,
porque sintetiza la entera obra de Jesús en torno a este concepto: «habiendo
amado» (agapésas) presenta la vida pública de Jesús (Jn 1-12) como una obra de
amor por sus discípulos; y «los amó [ægápæsen] hasta el extremo» introduce la
narración sucesiva —la pasión de Jesús— como la cumbre de ese mismo amor.
En segundo lugar, por su función estructural dentro de esta última parte. La ex-
presión «hasta el extremo» (eis télos) apunta a la muerte de Jesús en la cruz; en
este momento aparece dos veces el verbo teléø (cumplir) y una el verbo teleióø
(consagrar), que derivan ambos de télos: «Después de esto, sabiendo Jesús que

1. Mt: agapáø 8, agápæ 1, agapætós 3; Mc: agapáø 5, agapætós 3; Lc: agapáø 13, agápæ
1, agapætós 2. En total contamos, por tanto, 36 apariciones en los sinópticos.
2. Fe, 100 veces; mundo, 78; conocer, 57; vida, 53; verdad, 48; testimonio, 47; glo-
ria, 43; juicio, 30; luz, 24.
3. L. SÁNCHEZ NAVARRO, «Estructura testimonial del Evangelio de Juan», Bib 86
(2005), 511-528, 521-524.

172 ScrTh 39 (2007/1)


AGÁPÆ EN EL EVANGELIO DE JUAN

ya todo estaba cumplido [tetélestai], para que se cumpliera [teleiøthê] la Escri-


tura, dice: “Tengo sed”. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una
rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca.
Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido” [tetélestai]. E incli-
nando la cabeza entregó el espíritu» (19,28-30) 4. La entrega que Jesús se pro-
pone realizar, y que supone la culminación de su obra y el pleno cumplimien-
to de la Escritura (19,28), se sintetiza en 13,1 con el verbo agapáø. El amor que
caracteriza la vida y obra de Jesús hallará su suprema manifestación en la cruz.
Ante este dato literario con profunda implicación teológica, no nos sor-
prende que toda la misión de Jesús aparezca especialmente ligada a la caridad 5.
Con una característica: en Jesús se revela el agápæ del Padre.

2. CRISTO, REVELACIÓN DEL AGÁPĒ DEL PADRE

El agápæ hace su primera aparición tras el diálogo de Jesús con Nicode-


mo: «Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (3,16). En el pró-
logo leíamos: «Y el Verbo se hizo carne» (1,14): la iniciativa correspondía a Je-
sús. Ahora comprendemos que esa iniciativa no es absoluta: la encarnación del
Hijo es entrega, don, del Padre. Y este don es consecuencia de su amor al mun-
do. El misterio de Cristo manifiesta la caridad del Padre, que desea salvar a to-
dos los hombres. El mundo que no lo ama (3,19) es objeto de la solicitud amo-
rosa de Dios: un amor condescendiente y generoso más allá de toda expresión 6.
El efecto de este amor es la posibilidad de alcanzar «vida eterna», es decir, de
participar en la vida misma de Dios; tenemos en definitiva una reciprocidad de
amor, posibilitada por la iniciativa del Padre. La respuesta que se requiere es la
fe. «Con toda justicia, pues, se considera a este versículo como el resumen del
Evangelio de san Juan, y el verbo agapân como la palabra clave de toda la Re-
velación, es decir del misterio de Dios, de la cristología y de la soteriología» 7.

4. Cfr. C. SPICQ, AGAPE en el Nuevo Testamento, Madrid 1977, 1044.


5. «Nella duplice veste di compendio e di introduzione alla Passione, [in Gv 13,1] la
notazione del sentimento di Gesù traduce il cuore della rivelazione giovannea. Come i
riferimenti temporali suggeriscono, esse travalica però il momento in cui si presenta, e
va considerata una chiave di interpretazione permanente dell’intero vangelo»: A. MI-
RANDA, «I sentimenti di Gesù. I verba affectuum dei Vangeli nel loro contesto lessica-
le», CSB 49, Bologna 2006, 64.
6. A. FEUILLET, Le mystère de l’amour divin dans la théologie johannique, EB, Paris
1972, 32.
7. C. SPICQ, Agape, 1028.

ScrTh 39 (2007/1) 173


LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

Lo propio del Hijo es dar a conocer al Padre; esto, que es válido para la
filiación humana, lo es también para la del Verbo encarnado: «Quien me ha vis-
to a mí, ha visto al Padre» (14,9). El rostro de Cristo es el rostro mismo del Pa-
dre. La comunión entre Padre e Hijo representa uno de los temas recurrentes
en este Evangelio: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (10,30). Esta íntima co-
munión se manifiesta en las palabras y obras del Hijo: «El Hijo no puede ha-
cer nada por sí mismo si no ve hacerlo al Padre; lo que él hace, esto hace tam-
bién igualmente el Hijo» (5,19); «De manera que lo que yo digo, tal y como
me ha dicho el Padre, así lo digo» (12,50b). Por ello, el amor del Hijo es la re-
velación suprema de la caridad del Padre. En el corazón humano del Hijo se
descubre, se revela, el corazón del Padre.

3. EL AGÁPĒ HUMANO DE CRISTO


«Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros»: estas palabras del pró-
logo (1,14) sintetizan el misterio que testimonia el Evangelio de Juan. El Ver-
bo que «en el principio existía orientado hacia Dios» y «era Dios» (1,1) se hizo
sarx, asumió íntegramente una humanidad como la nuestra. «Amó con corazón
de hombre» 8. Y así dio a conocer al Padre, al que «nadie ha visto jamás» (1,18).
El amor humano de Jesús, que manifiesta el inmenso amor del Padre, se pre-
senta por tanto como camino para los hombres (cfr. 14,6), que en él descubri-
mos un modelo que imitar, un Maestro a quien seguir. Pero en la raíz de ese
amor que Jesús da está el amor que recibe.

3.1. El amor del Padre a Jesús

El Padre ama a su Hijo; lo que los Evangelios sinópticos manifiestan so-


bre todo en el bautismo y la transfiguración de Jesús 9, Juan lo afirma en diver-
sas ocasiones a lo largo de todo su Evangelio 10. Este amor se remonta a la pre-
existencia del Hijo: el Verbo divino que en el principio estaba orientado hacia
Dios (1,1) es amado por el Padre desde toda la eternidad 11. El amor pertenece

8. GS 22. En Jn 8,40 Jesús se denomina a sí mismo «hombre», ánthrøpos.


9. «Éste es mi Hijo amado» (agapætós): Mt 3,17 || Mc 1,11 || Lc 3,22; Mt 17,5 ||
Mc 9,7.
10. Jn 3,35; 10,17; 15,9.
11. «... porque me amaste antes de la creación del mundo»: Jn 17,24. «Este amor
trasciende tanto la historia como la creación»: H. SCHLIER, «Die Bruderliebe nach dem
Evangelium und den Briefen des Johannes», en A. DESCAMPS y A. DE HALLEUX (eds.),
Mélanges bibliques en hommage au R.P. Béda Rigaux, Gembloux 1970, 235-245, 236.

174 ScrTh 39 (2007/1)


AGÁPÆ EN EL EVANGELIO DE JUAN

por tanto al núcleo del misterio de Jesús y aparece en el origen de su misión. Al


final del capítulo 3 se afirma el amor del Padre por el Hijo, que se traduce en
el don total: «El Padre ama al Hijo y todo le ha dado en su mano» (3,35); lo
que ya los sinópticos afirman 12, Juan lo interpreta en clave de amor. El agápæ
divino aparece así como una generosidad y comunión sin límites. A lo largo del
Evangelio se detalla lo que el Padre ha «dado» a su Hijo: el juicio (5,22), la vi-
da (5,26), los discípulos (6,37-39; 17,24), el mandamiento de hablar (12,49),
el Nombre divino (17,11), la gloria (17,24); «todo» (13,3). Los dones del Pa-
dre al Hijo manifiestan el don fundamental, el agápæ. Más adelante dice el
evangelista: «Porque el Padre ama [philéø] al Hijo y le muestra todo lo que él
hace» (5,20). Jesús nunca obra por su cuenta (5,19), sino que en su obrar ante
los hombres se manifiesta el obrar del Padre celestial; la total intimidad de que
goza Jesús con su Padre, origen de su misión reveladora, se explica una vez más
en clave de amor.
En el capítulo 10 se amplía este dato fundamental: el Padre ama a su Hi-
jo porque entrega su vida para volver a recuperarla (10,17). Jesús realiza en su
vida la definición del amor que él formulará más tarde: «Nadie tiene amor más
grande que el de dar la vida por sus amigos» (15,13). Quien habla en 10,17 es
el buen Pastor (10,14-15); lo propio de este pastor es el agápæ que entrega li-
bremente su vida por las ovejas (10,18). El Padre, que le ha dado todo, le ama
porque él a su vez lo da todo. La respuesta del Hijo es, a su vez, el agápæ.

3.2. El amor de Jesús al Padre

El amor de Jesús al Padre, sobriamente expresado en este Evangelio, es el


motor de su vida terrena. Se entrega a la muerte, no porque el Príncipe de este
mundo tenga algún poder sobre él, sino «para que el mundo comprenda que
amo al Padre, y que tal como me mandó el Padre, así hago» (14,31). Esta cari-
dad se realiza en la obediencia; el Hijo ama porque obedece: «Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los manda-
mientos de mi Padre y permanezco en su amor» (15,10) 13. La muerte de Jesús
—obediencia radical— representa por tanto el supremo testimonio de su amor
obediente al Padre. «El agape de Jesús es esencialmente una unión de volunta-
des... Su obediencia es la medida de su amor: un amor absoluto, total» 14. A di-
ferencia de los sinópticos, en Juan no aparece el Shemá en labios de Jesús como

12. Cfr. Mt 11,27 || Lc 10,22: «Todo me ha sido entregado por mi Padre».


13. «Su obediencia es la forma de su amor al Padre»: H. SCHLIER, Bruderliebe, 238.
14. C. SPICQ, Agape, 1119-1120.

ScrTh 39 (2007/1) 175


LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

mandamiento principal 15. Pero no hace falta, porque su vida misma es el más
alto ejemplo de obediencia a esta ley fundamental de Israel. En la tradición
neotestamentaria el Shemá está ligado a su vez al amor al prójimo (Lv 19,18);
el Evangelio de Juan manifiesta este nexo cuando Jesús une necesariamente el
amor al Padre con el amor a sus discípulos 16.

3.3. El amor de Jesús a los suyos

Ya hemos indicado cómo el evangelista resume toda la vida pública de Je-


sús en una constante manifestación de amor a «los suyos que estaban en el
mundo» (13,1). La llamada de los primeros discípulos (Jn 1) ya fue un acto de
amor hacia ellos; los siete signos que Jesús realizó en su presencia, con los que
les manifestó su gloria y sembró en ellos la fe (cfr. 2,11), son otras tantas ma-
nifestaciones de ese amor. Y qué decir de las enseñanzas contenidas en sus dis-
cursos y controversias: las palabras de Jesús han permitido a los suyos percibir
la hondura del misterio de su Maestro. Al amarlos a ellos, les ha revelado el
amor del Padre: «Como el Padre me amó, también yo os he amado; permane-
ced en mi amor» (15,9). También su pasión se explica en clave de amor a sus
discípulos: «Los amó hasta el extremo» (13,1). El Evangelio de Juan nos pre-
senta a Jesús como el Hijo eterno cuyo máximo deseo es, según la voluntad de
su Padre, amar a los hombres, a «los suyos», es decir, a quienes creen en él.
A éstos los eleva al rango de amigos: «Nadie tiene amor más grande que
el de dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os
mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; a
vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer» (15,13-15). Para ser amigo de Jesús hay que obedecerle: la re-
lación de amistad no elimina la preeminencia del Maestro. «Si me amáis, guar-
daréis mis mandamientos» (14,15). Pero esta obediencia es posible y fácil, por-
que él mismo ha elevado a sus discípulos a un rango semejante a sí. Les ha

15. Dt 6,5: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu fuerza». Cfr. Mt 22,37 || Mc 12,30 || Lc 10,27. Este mandamiento fundamen-
tal del AT está, con todo, en el trasfondo de Jn 5,41-44 y 8,41-42: J. BEUTLER, «Das
Hauptgebot im Johannesevangelium», en J. BEUTLER (ed.), Studien zu den johanneis-
chen Schriften, SBAB 25, Stuttgart 1998, 107-120, 120.
16. «I due amori sono strettamente uniti e Gesù non può amare il Padre senza colo-
ro che il Padre gli ha dato (cfr. 6,37; 10,29), così come non può amare gli uomini sen-
za essere in intima sintonia con il Padre, perché l’amore che ha per loro è la rivelazione
vivente dell’amore del Padre per il mondo»: M. ORSATTI, Sinfonia dell’amore. Introdu-
zione alla Prima Lettera di Giovanni, Roma 1999, 176.

176 ScrTh 39 (2007/1)


AGÁPÆ EN EL EVANGELIO DE JUAN

manifestado su interioridad, no les ha ocultado nada, y por tanto los ha intro-


ducido en su misterio.
La profunda vivencia de amistad con sus discípulos se puede comprobar
en dos casos, distintos y complementarios, que este Evangelio —el único— nos
testimonia.

4. DOS CASOS PARTICULARES

Normalmente Jesús habla de su amor a los discípulos en su conjunto, sin


hacer acepciones de persona. El amor de Jesús no conoce particularidades ex-
cluyentes. Hay sin embargo dos casos que merece la pena reseñar. Hay dos
hombres a quienes Juan testimonia que Jesús amaba de una forma especial.

4.1. Lázaro, amigo de Jesús

El primero de ellos es Lázaro, protagonista del último signo de Jesús (Jn


11). Es un personaje conocido sólo gracias a este Evangelio, y cuya presencia se
reduce a los dos capítulos centrales (Jn 11-12) 17. Su importancia narrativa es
grande; pese a ser un personaje pasivo (no habla ni toma iniciativa alguna), su
resurrección será la gota que colme el vaso de la paciencia de los dirigentes del
pueblo, y les moverá a condenar a muerte a Jesús (11,47-53) 18.
Lázaro es presentado como amigo de Jesús. Cuando sus hermanas le
mandan recado de su enfermedad, le dicen: «Señor, mira que el que quieres
[philéø] está enfermo» (11,3). Lo identifican por la amistad que Jesús le profe-
sa. Esa amistad no es excluyente; esto queda claro desde un doble punto de vis-
ta. Desde la perspectiva de los beneficiarios de esa amistad, pues inmediata-
mente señala el narrador: «Amaba [agapáø] Jesús a Marta, a su hermana y a
Lázaro» (11,5). Y desde la perspectiva del sujeto de ese amor, ya que poco más
adelante Jesús, en diálogo con sus discípulos, se refiere a él como «nuestro ami-
go [phílos]» (11,11). Pero esto no empaña el hondo cariño que Jesús siente ha-
cia este amigo; cuando es llevado ante su sepulcro y se le saltan las lágrimas, los
presentes dirán: «Mira cómo lo quería [philéø]» (11,36). La mayor frecuencia
de philéø en la relación de Jesús con Lázaro manifiesta que se trata de un amor

17. Jn 11,1.2.5.11.14.43; 12,1.2.9.10.17. Sobre la función de estos dos capítulos en


el Evangelio, ver L. SÁNCHEZ NAVARRO, Estructura testimonial, 524-527.
18. También a Lázaro: Jn 12,10-11.

ScrTh 39 (2007/1) 177


LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

de amistad, caracterizado por el profundo afecto que esta amistad supone y rea-
liza 19. Pero este amor no se opone al agápæ, sino que es más bien una modali-
dad suya; lo revela el hecho de que en 11,5 se use agapáø para describir la rela-
ción de Jesús con los tres hermanos 20.
El amor de Jesús por Lázaro y por sus hermanas era hondo e intenso, tal
como manifiesta el vocabulario empleado en el momento más dramático del
episodio, la escena junto al sepulcro del amigo. Al ver llorando a María y a los
judíos que habían acudido a dar el pésame a las hermanas, Jesús «se alteró pro-
fundamente en su espíritu y se turbó» (11,33); poco más adelante «se le salta-
ron las lágrimas» (11,35). Luego, por segunda vez «se alteró profundamente
dentro de sí» (11,38) 21. La amistad afecta a Jesús en su interior, como mani-
fiesta su comportamiento ante la muerte del amigo. El agápæ de Jesús hacia sus
amigos es un amor apasionado.

4.2. El discípulo amado, icono del discípulo

El evangelista habla en cinco ocasiones de un discípulo de Jesús, anóni-


mo, «a quien Jesús amaba» 22; cuatro veces usa agapáø (13,23; 19,26; 21,7;
21,20) y una philéø (20,2). La importancia de este personaje es grande, ya que
es el autor del Evangelio (21,24); su presencia se extiende a los nueve últimos

19. Cfr. 15,15: «A vosotros os he llamado amigos [phílos], porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer».
20. Philéø no se opone en Jn a agapáø; si nos fijamos en los sustantivos correspon-
dientes, comprobamos que en este Evangelio aparece sólo agápæ, y no philía (que sólo
hallamos una vez en el NT: St 4,4). La mayor parte de las veces es difícil distinguir el
contenido semántico de ambos verbos. A la luz de su referencia a phílos «amigo» (cfr. Jn
11) entendemos que agapáø, el más frecuente, es el verbo principal del campo semánti-
co; mientras que philéø es una variante cuyo rasgo semántico propio es el «amor de amis-
tad». Pero también agapáø —como término no-marcado— puede expresar este amor.
21. Los verbos son particularmente expresivos. «Alterarse profundamente» (gr. em-
brimáomai): propiamente significa el bufar del caballo, y en otros pasajes del NT indi-
ca un movimiento intenso de indignación (14,5) o severidad (Mt 9,30; Mc 1,43). «Tur-
barse» (gr. tarássø): el mismo verbo que describe la reacción de los discípulos al ver a
Jesús caminando sobre el mar (Mt 14,26 || Mc 6,50); en el capítulo siguiente, ya en la
inminencia de la pasión, Jesús se lo aplica a sí mismo: «Ahora mi alma está turbada» (Jn
12,27). Por último se predica de Jesús el verbo dakrýø, cuyo sentido propio no es «llo-
rar» (o «romper a llorar», como se deduciría del aoristo), sino «saltársele a uno las lágri-
mas», en silencio; se opone a klaíø «llorar con lamentos»: F. ZORELL, Lexicon Graecum
Novi Testamenti, Roma 51999. De hecho lat. lacryma es un préstamo griego, procede de
dákryma, que a su vez deriva de dakrýø.
22. Por economía expresiva hablamos de «el discípulo amado», si bien Juan siempre
dice «el discípulo que amaba Jesús».

178 ScrTh 39 (2007/1)


AGÁPÆ EN EL EVANGELIO DE JUAN

capítulos. La expresión denota una especial intensidad en el amor que une a Je-
sús con este discípulo; sin que esto permita menospreciar el amor de Jesús por
los demás, que es ya de por sí insuperable («como el Padre me ha amado, así os
he amado yo»: 15,9), es muy significativo. Queda en el misterio el motivo de
este singular amor de predilección; pero un breve recorrido por los cinco pasa-
jes en que aparece nos puede dar algún indicio al respecto.
El discípulo amado hace su aparición en la última cena; cuando Jesús
anuncia la traición de uno de los suyos, Pedro recurre a este condiscípulo para
obtener datos más concretos. Se nos dice que «estaba recostado... en el seno [en
tô. kólpø. ] de Jesús» (13,23); postura sorprendente, que indica una peculiar inti-
midad 23. Se trata de una intimidad semejante a la relación filial; esto nos lo re-
vela la comparación con Jn 1,18, donde se aplica a Jesús una expresión prácti-
camente idéntica: «El Dios unigénito, el que está [orientado] hacia el seno [eis
tòn kólpon] del Padre...» 24. Poco más adelante Jesús dirá «hijitos» a sus discípu-
los (13,33) 25. Por segunda vez se menciona al discípulo amado al pie de la cruz:
allí recibe de Jesús a su madre (19,26) 26; se trata ahora por tanto de una intimi-
dad fraterna 27. En ambos momentos recibe las confidencias de Jesús. El gesto
que hace este discípulo tras recibir el encargo de Pedro en la cena («recostarse so-
bre el pecho de Jesús»: 13,25; cfr. 21,20) confirma esta profunda intimidad 28.
Las otras tres veces en que aparece el discípulo amado iluminan también
esta relación. Será el primero en llegar al sepulcro (20,4); el primero en recono-
cer al Señor en el lago (21,7); aquel que hasta el final lo sigue de forma señala-
da (21,20). Aparece por tanto en especial sintonía interior con el Maestro; es un
auténtico «amigo» de Jesús, como confirma el uso de filevw en 20,2 —la úni-
ca vez que se refiere este verbo al discípulo amado—.

23. «Es su confidente particular, al que Jesús se abre más que a todos los otros; y por
ello está llamado y capacitado como ningún otro para brindar la revelación de Jesús»:
R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según San Juan III, Barcelona 1980, 56.
24. Cfr. Nm 11,12: «¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo
ha dado a luz, para que me digas: “Llévalo en tu regazo [eis tòn kólpon sou], como lleva
la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus padres?”».
En el libro de Rut, Noemí adopta al hijo de su nuera poniendo al recién nacido «en su
seno» (eis tòn kólpon autês: Rut 4,16).
25. El agápæ tiene una connotación de predilección filial en Gn 37,3: «Israel amaba
[agapáø] a José entre todos sus hijos, porque era para él el hijo de su ancianidad». Cfr. tam-
bién 2 Sm 13,21: «Cuando el rey David supo todas estas cosas se irritó en extremo, pero
no quiso castigar a su hijo Amnón, al que amaba [agapáø] porque era su primogénito».
26. Algunos autores lo identifican con el «otro discípulo» que acompañaba a Pedro
durante la pasión (18,15-16) e incluso con el discípulo anónimo de Juan que siguió a Je-
sús junto con Andrés (1,35-40). Ver L. SÁNCHEZ NAVARRO, Estructura testimonial, 523.
27. El Resucitado dirá a María Magdalena: «Ve a mis hermanos y diles...» (20,17).
28. En Ex 28,29-30 la palabra stêthos «pecho» traduce heb. læb «corazón».

ScrTh 39 (2007/1) 179


LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

La figura de este discípulo está cargada de misterio; pero su anonimato


en el fondo no es tal: el evangelista lo llama por su nuevo nombre, aquel que
expresa su ser más profundo 29. Las hipótesis más solventes —y también acor-
des con la tradición— lo identifican con Juan el hijo de Zebedeo 30. Pero más
allá de su identidad personal, en este Evangelio adquiere un significado simbó-
lico. Todo discípulo de Jesús es un discípulo amado, porque la llamada al se-
guimiento brota del amor 31; todo discípulo está por ello llamado a la intimidad
con el Maestro. De manera que este personaje aparece al lector como un icono
del discípulo, aquel con el que todo cristiano está llamado a identificarse. Es co-
nocida la sentencia de Orígenes:
Hay que atreverse a decir que la primicia de todas las Escrituras son los
Evangelios, pero que la primicia de los evangelios es el de Juan, cuyo sentido na-
die puede captar si no ha reposado sobre el pecho de Jesús y si no ha recibido de
Jesús a María convertida también en madre suya 32.

5. LA RESPUESTA: EL AMOR DEL DISCÍPULO

Hasta ahora nos hemos ocupado del amor de Jesús: amor al Padre, amor
a sus discípulos, amor a Lázaro y al discípulo amado. El agápæ pertenece al nú-
cleo de su misión y al centro de su vida. Por eso, a sus discípulos no les man-
dará sino amar: «Permaneced en mi amor» (15,9). El amor de Jesús recibido
por sus discípulos contiene en sí mismo una llamada a perseverar y crecer en
él. Si esta llamada no se acoge consecuentemente, entonces el amor de Jesús
ya no puede permanecer en ellos 33. Pero cuando se acoge, el amor del discí-
pulo se despliega en una doble dirección simultánea: amor a Jesús, amor a los
hermanos.

29. Lo mismo sucede con el otro gran personaje anónimo del 4º Evangelio. A Ma-
ría no se la llama con su nombre humano porque su verdadero nombre es «la madre de
Jesús» (2,1.3; 19,25), de forma semejante a como, en el Evangelio de Lucas, el ángel la
llama «llena de gracia» (Lc 1,38).
30. D. MUÑOZ LEÓN, «¿Es el Apóstol Juan el Discípulo Amado?», EstBíb 45 (1987),
403-492; M. RESE, «Das Selbstzeugnis des Johannesevangeliums über seinen Verfasser»,
ETL 72 (1996), 75-111; J.A. CABALLERO, «El discípulo amado en el Evangelio de
Juan», EstBíb 60 (2002), 311-336; H. CAZELLES, «Johannes. Ein Sohn des Zebedäus,
“Priester” und Apostel», Communio 31 (2002), 479-484.
31. Cfr. Mc 10,21: «Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te fal-
ta: anda, cuanto tienes véndelo... y luego, ven y sígueme”».
32. In Ioh. I, 23; SC 120, p. 70.
33. «Pero si alguno que posee bienes de este mundo, ve a su hermano padecer nece-
sidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?»: 1 Jn
3,17. Cfr. 1 Jn 4,12.

180 ScrTh 39 (2007/1)


AGÁPÆ EN EL EVANGELIO DE JUAN

5.1. Amor a Jesús

Hemos podido comprobar que, según el Evangelio de Juan, la vocación


última del discípulo consiste en amar a Jesús (cfr. 15,9). Este amor se traduce en
obediencia: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (14,15); lo mismo re-
pite en 14,21 34. El amor que Jesús pide a los suyos no consiste en palabras o in-
tenciones, sino en obras; no es posible amarlo de otra manera, hasta el punto de
que «el que no me ama no guarda mis palabras» (14,24). Hay que indicar, por
otra parte, que el amor a Jesús no se limita a él: al amarlo el discípulo ama al Pa-
dre («yo estoy en el Padre y el Padre está en mí»: 14,10-11); por eso el Padre lo
amará y morará en él (14,21.23). Por otra parte, el amor del discípulo a Jesús es
inseparable de su fe en él; ya al final de su discurso afirma, usando por dos veces
el verbo philéø: «Pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me habéis que-
rido y habéis creído que yo salí de Dios» (16,27). Las obras y la fe están unidas 35.
El amor del discípulo a Jesús aparece también como el fundamento de la
misión. Cuando encomienda a Pedro el cuidado de su rebaño, no le pregunta
«¿Los amas?», sino «¿Me amas?» (21,15-17). La triple pregunta lleva a una tri-
ple confesión de amor («tú sabes que te quiero»), y sólo entonces le encarga Je-
sús la tarea de pastorear y apacentar a su rebaño 36. El amor a Jesús es por lo tan-
to condición necesaria para el ejercicio del ministerio pastoral, forma excelsa
del amor al prójimo, y está en su mismo origen 37.

5.2. «Como yo os he amado»: el horizonte de una tarea

El discípulo está llamado a dejar que el agápæ de su Maestro impregne


todo su mundo de relaciones. El amor de Jesús, don absoluto, se convierte en
mandamiento para sus discípulos. La gran catequesis de Jesús sobre la caridad
tiene lugar durante la última cena 38; en el contexto por tanto de la entrega de

34. En el Antiguo Testamento al israelita se le pide que ame a Yahvé y guarde sus
mandamientos: Dt 7,9; 30,16; Jos 22,5; Ne 1,5. En el Evangelio de Juan, Jesús ocupa
el lugar de Yahvé.
35. «In alcuni contesti l’amore diventa sinonimo di fede (cfr. 16,27) e la prova di
amore consiste nella fedeltà ad osservare il suo comandamento e la sua parola (cfr.
14,21; 1Gv 2,3)»: M. ORSATTI, Sinfonia dell’amore, 176.
36. «El agape es la virtud propia de este pastor, como lo era la del “Buen Pastor”»: C.
SPICQ, Agape, 1164.
37. «Es imposible unir más íntimamente el amor a Cristo, caridad al prójimo y la
misma caridad de Cristo a sus discípulos»: C. SPICQ, Agape, 1163.
38. Respecto del agápæ existe una notable desproporción entre los doce primeros capí-
tulos del Evangelio y los nueve restantes: en éstos es mucho más abundante (Jn 1-12: 11
veces; Jn 13-21: 45 veces). La mayor frecuencia se da en los capítulos 13-17 (33 veces).

ScrTh 39 (2007/1) 181


LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

su vida. En su centro leemos: «Nadie tiene agápæ más grande que el de dar la
vida por sus amigos» (15,13).
«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; que, como
yo os he amado, os améis también unos a otros» (13,34). Más adelante Jesús
habla de «sus mandamientos» (ver 14,15.21; 15,10; cfr. 1 Jn 2,3); pero ahora
habla de un «mandamiento nuevo» (entolề kainế) que los sintetiza 39. La nove-
dad consiste en amarse mutuamente «como yo os he amado»: antes de la con-
vivencia de Jesús con sus discípulos no se podría haber enunciado. Con ante-
rioridad el evangelista se ha referido al amor que Jesús había mostrado a los
suyos (13,1); ahora este amor es puesto como el criterio que ha de inspirar las
relaciones entre sus discípulos. Hasta tal punto es necesario el amor mutuo, que
será su sello identificador: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos,
si tenéis amor unos a otros» (13,35) 40. Los discípulos de Jesús se han de distin-
guir porque se aman unos a otros con un amor semejante al que Jesús les ha
mostrado. Así prolongan en la historia el amor de su Maestro y realizan de mo-
do incipiente la transformación de la humanidad 41; para ello ha fundado Jesús
su Iglesia 42. En el contexto del canon bíblico, en fin, hay que referir este «man-
damiento nuevo» a la «alianza nueva» prometida por Dios en la profecía de Je-
remías (Jr 31,31-34) 43. La ley que Dios escribe en los corazones es el agápæ 44.
Poco más adelante Jesús vuelve sobre la cuestión. Tras la alegoría de la vid
y los sarmientos (15,1-8) hace una apremiante exhortación a permanecer en su
amor (15,9), y continúa: «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros

39. «Exactement comme Mt 7,12; Ga 5,14; Rm 13,8.10 résument toute la loi et les
prophètes en un seul commandement, celui de l’amour au prochain»: S. LYONNET,
Amour du prochain, amour de Dieu, obéissance aux commandements, Rome 21974, 8.
40. También en los Sinópticos el amor representa la cumbre de la enseñanza de Je-
sús (Mt 5,43-48; 22,34-40 || Mc 12,28-34 || Lc 10,25-28). Pero en Juan la insistencia
es si cabe mayor. «Pour saint Jean, quiconque a reçu la révélation de l’agapè, quiconque
a compris tout ce que le sacrifice du Christ en notre faveur suppose d’amour, et qui a
personnellement bénéficié de cette insigne générosité, celui-là est absolument contraint
de se montrer semblablement aimant envers ses frères. C’est en ce sens que “le disciple
aimé” a compris l’inspiration et la force d’obligation du commandement nouveau (Jo.,
XIII, 35)»: C. SPICQ, «Notes d’exégèse johannique: La charité est amour manifeste», RB
65 (1958), 358-370, 370.
41. Cfr. A. FEUILLET, Le mystère de l’amour divin, 109.
42. C. SPICQ, Agape, 1086. «Grâce à l’amour fraternel qui unit ses membres entre
eux, l’Église devient le miroir du Fils comme le Fils est le miroir du Père»: A. FEUILLET,
Le mystère de l’amour divin, 111.
43. S. LYONNET, Amour, 6.
44. Cfr. Lc 22,20; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Hb 8,8; 9,15. «Su entolế del amor es tan
constitutivo de la Iglesia como la Eucaristía, la diathếkæ de su sangre (...) La una fue pres-
crita, la otra instituida en el curso de una comida de despedida; las dos serán un testimonio
perpetuo ofrecido al amor de Dios por el mundo, en Cristo»: C. SPICQ, Agape, 1089-90.

182 ScrTh 39 (2007/1)


AGÁPÆ EN EL EVANGELIO DE JUAN

como yo os he amado» (15,12). En el v. 17 repite, abreviada, la exhortación, con


lo que crea una inclusión que abarca los seis versículos. Jesús habla ahora de «mi
mandamiento»: antes lo definía por su novedad, ahora por su relación intrínse-
ca consigo. Ambas formulaciones se explican mutuamente: es nuevo porque es
suyo. En el v. 13 Jesús describe este amor supremo: entregar la vida por sus ami-
gos, es decir, por aquellos que cumplen sus mandatos (v. 14) y reciben sus con-
fidencias (v. 15). Se trata de una amistad entre desiguales a los que el amor ha-
ce en cierto modo iguales. La iniciativa es de Jesús, su amistad es un don suyo:
«No me habéis elegido vosotros, sino que yo os he elegido y os he puesto para
que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca» (15,16). El «dar fruto» nos
remite de nuevo a la alegoría de la vid (15,2.4.5.8) y manifiesta su significado
profundo: los sarmientos de Jesús dan como fruto el amor al prójimo 45.
Notemos por último algo que se percibe en las dos formulaciones de es-
te mandamiento (Jn 13 y Jn 15). El agápæ de Jesús no es sólo el modelo exter-
no, sino su principio interno: los discípulos están llamados a amar «como» Je-
sús los ha amado, pero sobre todo «porque» Jesús los ha amado —y en él los ha
amado el eterno Padre— 46.
Nosotros preferimos traducir así este texto: «Con el amor con que yo os
he amado, amaos también los unos a los otros», versión que corresponde lo más
exactamente posible al sentido de la frase. El amor del Hijo a sus discípulos en-
gendra en ellos un movimiento de caridad; su amor pasa a ellos, cuando aman a
sus hermanos y son amados por ellos. En los capítulos 15 y 17, el amor de Jesús
que se difunde en los creyentes resulta ser el amor mismo del Padre 47.

6. CONCLUSIÓN: EL EVANGELIO DEL AGÁPĒ

Nuestro recorrido por el 4º Evangelio nos ha permitido comprobar el re-


lieve que cobra en él la caridad. Y es que, como hemos afirmado desde el prin-

45. «Así pues: el Padre ama al Hijo, el Hijo ama a los suyos, los discípulos se aman
entre sí. El amor es la raíz, el tronco y el fruto de esta cepa que hunde sus raíces en la
eternidad y extiende sus ramas por el mundo entero... ¿Cómo, pues, el agape no habría
de ser el único precepto que el Señor dejase a quienes creen en Él?»: C. SPICQ, Agape,
1078. Cfr. H. SCHLIER, Bruderliebe, 241-242.
46. «L’amour du Père pour le Christ est un amour que se communique au Christ; le
Père aime le Christ en tant précisément qu’il lui communique son propre amour. (...)
Or le Christ déclare que pareillement demeure dans son amour celui-là seul qui obser-
ve ses commandements, c’est-à-dire qui vit de cet amour que le Christ, en l’aimant, lui
communique»: S. LYONNET, Amour, 7.
47. X. LÉON-DUFOUR, «Lectura del Evangelio de Juan III», BEB 70, Salamanca
2
1998, 71. «El amor puede ser “mandado” porque antes es dado»: Deus caritas est § 14.

ScrTh 39 (2007/1) 183


LUIS SÁNCHEZ NAVARRO

cipio, está en su mismo centro. El objetivo del evangelista es que «creáis que Je-
sús es el Cristo, el Hijo de Dios» y que «creyendo tengáis vida en su nombre»
(20,31); se hace eco así de la causa última del envío del Hijo: «Yo he venido pa-
ra que tengan vida y la tengan en abundancia» (10,10). Juan escribe, por tan-
to, para que los lectores (de ayer y de hoy) tengamos vida. Pero esta vida hace
referencia necesaria al amor. El don de la vida responde a la iniciativa de amor
del Padre (3,16) y se manifiesta en el amor del discípulo: «Nosotros sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn
3,14). De manera que Juan escribe para que conozcamos el amor de Jesús y per-
manezcamos en él (cfr. Jn 15,9-10): sólo así tendremos vida. Ya hemos indica-
do que el amor de Jesús hacia sus discípulos es el modelo (externo) y sobre to-
do el origen (interno) de su amor mutuo. La narración evangélica —obra del
discípulo amado— representa por tanto una eficaz instrucción sobre el amor;
no sólo por su insistente enseñanza acerca de la caridad, sino porque en sí mis-
ma constituye una descripción dramática en clave de agápæ de la vida, muerte
y resurrección de Aquel que «habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

Luis SÁNCHEZ NAVARRO


Facultad de Teología «San Dámaso»
MADRID

184 ScrTh 39 (2007/1)

También podría gustarte