Agape en El Evangelio de Juan
Agape en El Evangelio de Juan
Agape en El Evangelio de Juan
derosa instrucción acerca del amor, capaz de iluminar las mentes y mover los
corazones hacia la caridad de Dios revelada en Cristo. En las páginas que siguen
vamos a mostrar sus aspectos fundamentales tal como aparecen testimoniados
en el 4º Evangelio; aunque presenta una profunda sintonía con las cartas de
Juan, su carácter narrativo lo diferencia de ellas, lo cual permite un tratamien-
to específico.
La familia léxica de agápæ aparece 44 veces en el Evangelio de Juan: el ver-
bo agapáø «amar», 37; y el sustantivo agápæ «amor, caridad», 7 veces. Su sola
frecuencia distingue a este Evangelio de los sinópticos 1; la caridad figura por
tanto entre aquellos conceptos que dan una tonalidad particular a Jn, y que es-
tán ligados al núcleo de su mensaje 2. Frente a ellos, el agápæ presenta la pecu-
liaridad de sintetizar la obra entera de Jesús, el Verbo hecho carne; este es el pri-
mer aspecto que deseamos mostrar.
1. Mt: agapáø 8, agápæ 1, agapætós 3; Mc: agapáø 5, agapætós 3; Lc: agapáø 13, agápæ
1, agapætós 2. En total contamos, por tanto, 36 apariciones en los sinópticos.
2. Fe, 100 veces; mundo, 78; conocer, 57; vida, 53; verdad, 48; testimonio, 47; glo-
ria, 43; juicio, 30; luz, 24.
3. L. SÁNCHEZ NAVARRO, «Estructura testimonial del Evangelio de Juan», Bib 86
(2005), 511-528, 521-524.
Lo propio del Hijo es dar a conocer al Padre; esto, que es válido para la
filiación humana, lo es también para la del Verbo encarnado: «Quien me ha vis-
to a mí, ha visto al Padre» (14,9). El rostro de Cristo es el rostro mismo del Pa-
dre. La comunión entre Padre e Hijo representa uno de los temas recurrentes
en este Evangelio: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (10,30). Esta íntima co-
munión se manifiesta en las palabras y obras del Hijo: «El Hijo no puede ha-
cer nada por sí mismo si no ve hacerlo al Padre; lo que él hace, esto hace tam-
bién igualmente el Hijo» (5,19); «De manera que lo que yo digo, tal y como
me ha dicho el Padre, así lo digo» (12,50b). Por ello, el amor del Hijo es la re-
velación suprema de la caridad del Padre. En el corazón humano del Hijo se
descubre, se revela, el corazón del Padre.
mandamiento principal 15. Pero no hace falta, porque su vida misma es el más
alto ejemplo de obediencia a esta ley fundamental de Israel. En la tradición
neotestamentaria el Shemá está ligado a su vez al amor al prójimo (Lv 19,18);
el Evangelio de Juan manifiesta este nexo cuando Jesús une necesariamente el
amor al Padre con el amor a sus discípulos 16.
15. Dt 6,5: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu fuerza». Cfr. Mt 22,37 || Mc 12,30 || Lc 10,27. Este mandamiento fundamen-
tal del AT está, con todo, en el trasfondo de Jn 5,41-44 y 8,41-42: J. BEUTLER, «Das
Hauptgebot im Johannesevangelium», en J. BEUTLER (ed.), Studien zu den johanneis-
chen Schriften, SBAB 25, Stuttgart 1998, 107-120, 120.
16. «I due amori sono strettamente uniti e Gesù non può amare il Padre senza colo-
ro che il Padre gli ha dato (cfr. 6,37; 10,29), così come non può amare gli uomini sen-
za essere in intima sintonia con il Padre, perché l’amore che ha per loro è la rivelazione
vivente dell’amore del Padre per il mondo»: M. ORSATTI, Sinfonia dell’amore. Introdu-
zione alla Prima Lettera di Giovanni, Roma 1999, 176.
de amistad, caracterizado por el profundo afecto que esta amistad supone y rea-
liza 19. Pero este amor no se opone al agápæ, sino que es más bien una modali-
dad suya; lo revela el hecho de que en 11,5 se use agapáø para describir la rela-
ción de Jesús con los tres hermanos 20.
El amor de Jesús por Lázaro y por sus hermanas era hondo e intenso, tal
como manifiesta el vocabulario empleado en el momento más dramático del
episodio, la escena junto al sepulcro del amigo. Al ver llorando a María y a los
judíos que habían acudido a dar el pésame a las hermanas, Jesús «se alteró pro-
fundamente en su espíritu y se turbó» (11,33); poco más adelante «se le salta-
ron las lágrimas» (11,35). Luego, por segunda vez «se alteró profundamente
dentro de sí» (11,38) 21. La amistad afecta a Jesús en su interior, como mani-
fiesta su comportamiento ante la muerte del amigo. El agápæ de Jesús hacia sus
amigos es un amor apasionado.
19. Cfr. 15,15: «A vosotros os he llamado amigos [phílos], porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer».
20. Philéø no se opone en Jn a agapáø; si nos fijamos en los sustantivos correspon-
dientes, comprobamos que en este Evangelio aparece sólo agápæ, y no philía (que sólo
hallamos una vez en el NT: St 4,4). La mayor parte de las veces es difícil distinguir el
contenido semántico de ambos verbos. A la luz de su referencia a phílos «amigo» (cfr. Jn
11) entendemos que agapáø, el más frecuente, es el verbo principal del campo semánti-
co; mientras que philéø es una variante cuyo rasgo semántico propio es el «amor de amis-
tad». Pero también agapáø —como término no-marcado— puede expresar este amor.
21. Los verbos son particularmente expresivos. «Alterarse profundamente» (gr. em-
brimáomai): propiamente significa el bufar del caballo, y en otros pasajes del NT indi-
ca un movimiento intenso de indignación (14,5) o severidad (Mt 9,30; Mc 1,43). «Tur-
barse» (gr. tarássø): el mismo verbo que describe la reacción de los discípulos al ver a
Jesús caminando sobre el mar (Mt 14,26 || Mc 6,50); en el capítulo siguiente, ya en la
inminencia de la pasión, Jesús se lo aplica a sí mismo: «Ahora mi alma está turbada» (Jn
12,27). Por último se predica de Jesús el verbo dakrýø, cuyo sentido propio no es «llo-
rar» (o «romper a llorar», como se deduciría del aoristo), sino «saltársele a uno las lágri-
mas», en silencio; se opone a klaíø «llorar con lamentos»: F. ZORELL, Lexicon Graecum
Novi Testamenti, Roma 51999. De hecho lat. lacryma es un préstamo griego, procede de
dákryma, que a su vez deriva de dakrýø.
22. Por economía expresiva hablamos de «el discípulo amado», si bien Juan siempre
dice «el discípulo que amaba Jesús».
capítulos. La expresión denota una especial intensidad en el amor que une a Je-
sús con este discípulo; sin que esto permita menospreciar el amor de Jesús por
los demás, que es ya de por sí insuperable («como el Padre me ha amado, así os
he amado yo»: 15,9), es muy significativo. Queda en el misterio el motivo de
este singular amor de predilección; pero un breve recorrido por los cinco pasa-
jes en que aparece nos puede dar algún indicio al respecto.
El discípulo amado hace su aparición en la última cena; cuando Jesús
anuncia la traición de uno de los suyos, Pedro recurre a este condiscípulo para
obtener datos más concretos. Se nos dice que «estaba recostado... en el seno [en
tô. kólpø. ] de Jesús» (13,23); postura sorprendente, que indica una peculiar inti-
midad 23. Se trata de una intimidad semejante a la relación filial; esto nos lo re-
vela la comparación con Jn 1,18, donde se aplica a Jesús una expresión prácti-
camente idéntica: «El Dios unigénito, el que está [orientado] hacia el seno [eis
tòn kólpon] del Padre...» 24. Poco más adelante Jesús dirá «hijitos» a sus discípu-
los (13,33) 25. Por segunda vez se menciona al discípulo amado al pie de la cruz:
allí recibe de Jesús a su madre (19,26) 26; se trata ahora por tanto de una intimi-
dad fraterna 27. En ambos momentos recibe las confidencias de Jesús. El gesto
que hace este discípulo tras recibir el encargo de Pedro en la cena («recostarse so-
bre el pecho de Jesús»: 13,25; cfr. 21,20) confirma esta profunda intimidad 28.
Las otras tres veces en que aparece el discípulo amado iluminan también
esta relación. Será el primero en llegar al sepulcro (20,4); el primero en recono-
cer al Señor en el lago (21,7); aquel que hasta el final lo sigue de forma señala-
da (21,20). Aparece por tanto en especial sintonía interior con el Maestro; es un
auténtico «amigo» de Jesús, como confirma el uso de filevw en 20,2 —la úni-
ca vez que se refiere este verbo al discípulo amado—.
23. «Es su confidente particular, al que Jesús se abre más que a todos los otros; y por
ello está llamado y capacitado como ningún otro para brindar la revelación de Jesús»:
R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según San Juan III, Barcelona 1980, 56.
24. Cfr. Nm 11,12: «¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo
ha dado a luz, para que me digas: “Llévalo en tu regazo [eis tòn kólpon sou], como lleva
la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus padres?”».
En el libro de Rut, Noemí adopta al hijo de su nuera poniendo al recién nacido «en su
seno» (eis tòn kólpon autês: Rut 4,16).
25. El agápæ tiene una connotación de predilección filial en Gn 37,3: «Israel amaba
[agapáø] a José entre todos sus hijos, porque era para él el hijo de su ancianidad». Cfr. tam-
bién 2 Sm 13,21: «Cuando el rey David supo todas estas cosas se irritó en extremo, pero
no quiso castigar a su hijo Amnón, al que amaba [agapáø] porque era su primogénito».
26. Algunos autores lo identifican con el «otro discípulo» que acompañaba a Pedro
durante la pasión (18,15-16) e incluso con el discípulo anónimo de Juan que siguió a Je-
sús junto con Andrés (1,35-40). Ver L. SÁNCHEZ NAVARRO, Estructura testimonial, 523.
27. El Resucitado dirá a María Magdalena: «Ve a mis hermanos y diles...» (20,17).
28. En Ex 28,29-30 la palabra stêthos «pecho» traduce heb. læb «corazón».
Hasta ahora nos hemos ocupado del amor de Jesús: amor al Padre, amor
a sus discípulos, amor a Lázaro y al discípulo amado. El agápæ pertenece al nú-
cleo de su misión y al centro de su vida. Por eso, a sus discípulos no les man-
dará sino amar: «Permaneced en mi amor» (15,9). El amor de Jesús recibido
por sus discípulos contiene en sí mismo una llamada a perseverar y crecer en
él. Si esta llamada no se acoge consecuentemente, entonces el amor de Jesús
ya no puede permanecer en ellos 33. Pero cuando se acoge, el amor del discí-
pulo se despliega en una doble dirección simultánea: amor a Jesús, amor a los
hermanos.
29. Lo mismo sucede con el otro gran personaje anónimo del 4º Evangelio. A Ma-
ría no se la llama con su nombre humano porque su verdadero nombre es «la madre de
Jesús» (2,1.3; 19,25), de forma semejante a como, en el Evangelio de Lucas, el ángel la
llama «llena de gracia» (Lc 1,38).
30. D. MUÑOZ LEÓN, «¿Es el Apóstol Juan el Discípulo Amado?», EstBíb 45 (1987),
403-492; M. RESE, «Das Selbstzeugnis des Johannesevangeliums über seinen Verfasser»,
ETL 72 (1996), 75-111; J.A. CABALLERO, «El discípulo amado en el Evangelio de
Juan», EstBíb 60 (2002), 311-336; H. CAZELLES, «Johannes. Ein Sohn des Zebedäus,
“Priester” und Apostel», Communio 31 (2002), 479-484.
31. Cfr. Mc 10,21: «Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te fal-
ta: anda, cuanto tienes véndelo... y luego, ven y sígueme”».
32. In Ioh. I, 23; SC 120, p. 70.
33. «Pero si alguno que posee bienes de este mundo, ve a su hermano padecer nece-
sidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?»: 1 Jn
3,17. Cfr. 1 Jn 4,12.
34. En el Antiguo Testamento al israelita se le pide que ame a Yahvé y guarde sus
mandamientos: Dt 7,9; 30,16; Jos 22,5; Ne 1,5. En el Evangelio de Juan, Jesús ocupa
el lugar de Yahvé.
35. «In alcuni contesti l’amore diventa sinonimo di fede (cfr. 16,27) e la prova di
amore consiste nella fedeltà ad osservare il suo comandamento e la sua parola (cfr.
14,21; 1Gv 2,3)»: M. ORSATTI, Sinfonia dell’amore, 176.
36. «El agape es la virtud propia de este pastor, como lo era la del “Buen Pastor”»: C.
SPICQ, Agape, 1164.
37. «Es imposible unir más íntimamente el amor a Cristo, caridad al prójimo y la
misma caridad de Cristo a sus discípulos»: C. SPICQ, Agape, 1163.
38. Respecto del agápæ existe una notable desproporción entre los doce primeros capí-
tulos del Evangelio y los nueve restantes: en éstos es mucho más abundante (Jn 1-12: 11
veces; Jn 13-21: 45 veces). La mayor frecuencia se da en los capítulos 13-17 (33 veces).
su vida. En su centro leemos: «Nadie tiene agápæ más grande que el de dar la
vida por sus amigos» (15,13).
«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; que, como
yo os he amado, os améis también unos a otros» (13,34). Más adelante Jesús
habla de «sus mandamientos» (ver 14,15.21; 15,10; cfr. 1 Jn 2,3); pero ahora
habla de un «mandamiento nuevo» (entolề kainế) que los sintetiza 39. La nove-
dad consiste en amarse mutuamente «como yo os he amado»: antes de la con-
vivencia de Jesús con sus discípulos no se podría haber enunciado. Con ante-
rioridad el evangelista se ha referido al amor que Jesús había mostrado a los
suyos (13,1); ahora este amor es puesto como el criterio que ha de inspirar las
relaciones entre sus discípulos. Hasta tal punto es necesario el amor mutuo, que
será su sello identificador: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos,
si tenéis amor unos a otros» (13,35) 40. Los discípulos de Jesús se han de distin-
guir porque se aman unos a otros con un amor semejante al que Jesús les ha
mostrado. Así prolongan en la historia el amor de su Maestro y realizan de mo-
do incipiente la transformación de la humanidad 41; para ello ha fundado Jesús
su Iglesia 42. En el contexto del canon bíblico, en fin, hay que referir este «man-
damiento nuevo» a la «alianza nueva» prometida por Dios en la profecía de Je-
remías (Jr 31,31-34) 43. La ley que Dios escribe en los corazones es el agápæ 44.
Poco más adelante Jesús vuelve sobre la cuestión. Tras la alegoría de la vid
y los sarmientos (15,1-8) hace una apremiante exhortación a permanecer en su
amor (15,9), y continúa: «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros
39. «Exactement comme Mt 7,12; Ga 5,14; Rm 13,8.10 résument toute la loi et les
prophètes en un seul commandement, celui de l’amour au prochain»: S. LYONNET,
Amour du prochain, amour de Dieu, obéissance aux commandements, Rome 21974, 8.
40. También en los Sinópticos el amor representa la cumbre de la enseñanza de Je-
sús (Mt 5,43-48; 22,34-40 || Mc 12,28-34 || Lc 10,25-28). Pero en Juan la insistencia
es si cabe mayor. «Pour saint Jean, quiconque a reçu la révélation de l’agapè, quiconque
a compris tout ce que le sacrifice du Christ en notre faveur suppose d’amour, et qui a
personnellement bénéficié de cette insigne générosité, celui-là est absolument contraint
de se montrer semblablement aimant envers ses frères. C’est en ce sens que “le disciple
aimé” a compris l’inspiration et la force d’obligation du commandement nouveau (Jo.,
XIII, 35)»: C. SPICQ, «Notes d’exégèse johannique: La charité est amour manifeste», RB
65 (1958), 358-370, 370.
41. Cfr. A. FEUILLET, Le mystère de l’amour divin, 109.
42. C. SPICQ, Agape, 1086. «Grâce à l’amour fraternel qui unit ses membres entre
eux, l’Église devient le miroir du Fils comme le Fils est le miroir du Père»: A. FEUILLET,
Le mystère de l’amour divin, 111.
43. S. LYONNET, Amour, 6.
44. Cfr. Lc 22,20; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Hb 8,8; 9,15. «Su entolế del amor es tan
constitutivo de la Iglesia como la Eucaristía, la diathếkæ de su sangre (...) La una fue pres-
crita, la otra instituida en el curso de una comida de despedida; las dos serán un testimonio
perpetuo ofrecido al amor de Dios por el mundo, en Cristo»: C. SPICQ, Agape, 1089-90.
45. «Así pues: el Padre ama al Hijo, el Hijo ama a los suyos, los discípulos se aman
entre sí. El amor es la raíz, el tronco y el fruto de esta cepa que hunde sus raíces en la
eternidad y extiende sus ramas por el mundo entero... ¿Cómo, pues, el agape no habría
de ser el único precepto que el Señor dejase a quienes creen en Él?»: C. SPICQ, Agape,
1078. Cfr. H. SCHLIER, Bruderliebe, 241-242.
46. «L’amour du Père pour le Christ est un amour que se communique au Christ; le
Père aime le Christ en tant précisément qu’il lui communique son propre amour. (...)
Or le Christ déclare que pareillement demeure dans son amour celui-là seul qui obser-
ve ses commandements, c’est-à-dire qui vit de cet amour que le Christ, en l’aimant, lui
communique»: S. LYONNET, Amour, 7.
47. X. LÉON-DUFOUR, «Lectura del Evangelio de Juan III», BEB 70, Salamanca
2
1998, 71. «El amor puede ser “mandado” porque antes es dado»: Deus caritas est § 14.
cipio, está en su mismo centro. El objetivo del evangelista es que «creáis que Je-
sús es el Cristo, el Hijo de Dios» y que «creyendo tengáis vida en su nombre»
(20,31); se hace eco así de la causa última del envío del Hijo: «Yo he venido pa-
ra que tengan vida y la tengan en abundancia» (10,10). Juan escribe, por tan-
to, para que los lectores (de ayer y de hoy) tengamos vida. Pero esta vida hace
referencia necesaria al amor. El don de la vida responde a la iniciativa de amor
del Padre (3,16) y se manifiesta en el amor del discípulo: «Nosotros sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn
3,14). De manera que Juan escribe para que conozcamos el amor de Jesús y per-
manezcamos en él (cfr. Jn 15,9-10): sólo así tendremos vida. Ya hemos indica-
do que el amor de Jesús hacia sus discípulos es el modelo (externo) y sobre to-
do el origen (interno) de su amor mutuo. La narración evangélica —obra del
discípulo amado— representa por tanto una eficaz instrucción sobre el amor;
no sólo por su insistente enseñanza acerca de la caridad, sino porque en sí mis-
ma constituye una descripción dramática en clave de agápæ de la vida, muerte
y resurrección de Aquel que «habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).