Biologia
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UN OSCURO ROMANCE
Imperfect Intentions #1
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STAFF 4 CAPÍTULO 8 49 CAPÍTULO 19 122
Maldita sea.
Violet da un respingo.
—Lo siento —dice con una sonrisa—. No miré por dónde iba.
La mentira es burlona.
Joder, es precioso.
El programa es elegante, como Violet.
—Me deseas.
—Sí.
—Es medianoche.
—¿Has cenado?
—No.
—Yo invito.
—Sin compromisos.
Nunca hay compromisos. No en nuestro mundo.
Ah. Es del tipo arrogante. Si una mujer dice que no, ella se lo
pierde. No perseguirá a nadie. Con su cara bonita, debí saberlo.
Solo una razón más para mantenerse alejado de él.
Mi risa es irónica.
¿Está loco?
—Vete al infierno.
—Eres ambicioso.
No tiene ni idea.
—Hijastra.
Bien.
Dos mil.
Mi paso vacila.
—Casi.
—¿Cambiaste de opinión?
Ya me harté.
Una vez fuera del edificio, dejo de ser valiente. Corro con
piernas inseguras por el estacionamiento vacío y me meto en mi
maltrecho Honda sin dar las buenas noches al guardia. Sin perder
de vista la salida del edificio, tiro mi bolsa en el lado del pasajero
antes de cerrar las puertas y ponerme el cinturón de seguridad. El
motor tartamudea cuando giro la llave.
Mierda.
Nunca lo he hecho.
Se ríe.
—Es gracioso.
No tanto.
Mi voz es plana:
—No, no lo harás.
—Eres un idiota.
—Muy probablemente.
—Ya verás.
La comprensión llega.
—Mamá.
Mierda.
—¡Mamá!
¡Mierda!
Me duelen las piernas por el esfuerzo cuando me detengo
frente a la puerta. Tiro de la manilla. Está cerrada con llave. Por si
acaso, golpeo la puerta. La única respuesta que obtengo es la risita
de mi madre que viene del otro lado de la madera. Los pies de la
silla chirrían sobre el hormigón cuando la empujo a un lado para
asomarme a la ventana. Una sábana que hace las veces de cortina
improvisada oscurece la vista.
Corro.
Alguien lo sabía.
—Vístete.
—Ponte eso.
—Gus va a matarme.
—¿Cómo lo conociste?
—¿Las lanas?
Se encoge de hombros.
—Tres meses.
—El hombre que tomó las fotos, ¿tienes idea de quién es? —
Mira por la ventana y sacude la cabeza—. Se pondrá en contacto
contigo para hacer sus demandas. Cuando te llame, me encargaré
de él. —Le doy otra mirada—. Lo resolveré. —Tengo que hacerlo. Yo
soy la razón por la que mi madre está viviendo esta vida. Le debo la
mía.
—¿Cómo va el trabajo?
Me pongo tensa.
—¿Otra cosa?
Los hombros de mi madre se ponen rígidos.
Gus se burla.
Gus se ríe.
Elliot se ríe.
—¿Postre, alguien?
—Soy tu hijo.
—¿Quién?
—Por aquí.
Salgo de la monstruosidad de una sala de recepción que
parece más bien una galería de arte étnico y entro en la doble
monstruosidad de su despacho.
—Buena.
—Bien.
Me encojo de hombros.
—¿Chico o chica?
—Prefieren no saberlo.
—Una mujer.
—Algo así.
—Gus Starley es un hombre peligroso. —Me mira fijamente—
. Yo en tu lugar me cuidaría las espaldas.
—Sí.
Su expresión es divertida.
—No es mi problema.
—Te daré una parte más grande —digo—. Veinte por ciento.
No responde.
Nada.
—No lo haré.
Doble mierda.
—¿Qué es?
Respira.
Me obligo a inhalar.
—Hijo de puta.
—¿Qué quieres?
—¿Qué código?
—Un programa de ordenador.
¿Está bromeando?
Yo.
Salgo a la veranda.
El jardinero sabrá qué hacer.
Me mira rápidamente.
¿Qué?
Ella se tensa.
¿Las fotos?
Fue Elliot.
Tomo su mano.
Sí. Anoche.
Sí.
Le doy la mano.
Hola, Violet.
Se aleja de un tirón.
Elliot se ríe.
Todavía no lo he decidido.
No lo he hecho.
No lo hice.
Mi sonrisa es fría.
Ella se da la vuelta.
No.
Le agarro la muñeca.
Se libera de mi agarre.
No, gracias.
Si es así como eliges verlo. Sea como sea, esa cena va a
tener lugar.
¿O si no?
Joder.
¿Como Gus?
No.
Me doy la vuelta.
—¿Cómo qué?
Sonríe.
Mi respuesta es cortante.
—No hay café para mí. Gracias por la cena, Gia. Estaba
deliciosa. Por favor, dile a Violet que le doy las buenas noches y que
espero que se sienta mejor.
—En efecto.
—Vete a la mierda.
Empuja el armario.
Se ríe.
—Eso no es importante.
Nada.
1 Candid Camera es una popular serie de televisión de realidad con cámaras ocultas
estadounidense de larga duración
Ella no responde.
No me molesto en corregirla.
—¿De verdad?
Levanto mi copa.
—Por nosotros.
Sonrío.
—No quieres ir a la guerra conmigo, cariño. No ganarás.
Hace rechinar los dientes con tanta fuerza que juro que oigo
el crujido.
—Sí.
—Deja de pelear.
Me congelo.
—Respira.
—Joder, Violet.
—Estás empapada.
No respondo.
—¿Por qué?
No respondo.
—¿Por tu pierna?
—Violet.
—¿Qué?
Mi teléfono suena.
Come algo.
Escribo una respuesta rápida:
Estoy ocupada.
Los tres puntos que bailan sobre mi pantalla indican que está
escribiendo una respuesta. Un momento después, aparece su
respuesta.
Me erizo y respondo.
—Gracias, Gia.
—Lo haré.
—¿Algo de beber?
Compruebo mi reloj.
—Ese no es mi auto.
—Lo es ahora.
Gus sonríe.
Le ofrezco mi brazo.
Ah. Ahí está otra vez ese pinchazo que yo pago mis citas
sexuales. Debe molestarle si sigue sacando el tema.
—Eres la primera mujer a la que llevo a una cita. —Mi sonrisa
es irónica—. Habría sido una cita si no hubieras tirado vino en mi
camisa de cinco mil dólares y me hubieras abandonado.
Mi sonrisa se estira.
—Es lo mismo.
Me mira la entrepierna.
—Eres un imbécil.
—Obviamente es lo tuyo.
Me mira.
—Pero tú le pagaste.
—Y tú pretendías complacer.
—Violet.
Me mira.
—¿Tú lo haces?
—Puede que sí. Aun así, me puso más duro que nunca.
Ella se ríe.
—Sí.
—Circunstancias.
—No. ¿Y tú?
—Cierra el auto.
Ella se aleja.
—¿Importa?
—Que no me he ganado.
Sigue caminando.
—Yo invito.
—No has preguntado si tengo un gusto o alergias —comento
con una sonrisa burlona—. ¿Y si soy vegetariano?
—No te tires debajo del próximo auto que pase por la calle. —
Ladea la cadera—. No te salvaré.
—¿Todavía te duele?
—No me mientas.
Saco unos cuantos billetes de mi cartera y los pongo sobre el
mostrador.
Ella se burla.
Ella se estremece.
—Esa es la cuestión.
—Gus solía venir aquí para los partidos de cricket —dice entre
mordiscos—. Dejó que mi madre me comprara una hamburguesa.
—¿Cuál es la tuya?
—¿Tú? ¿Sentimientos?
—No importa.
—Pero es la tuya.
Me pongo de pie.
—¿Pasa algo?
Ella se aleja.
—No me voy a casar contigo, Leon. No es lo que quiero.
¿Para qué?
Entra ordena.
Duerme bien.
¿Anulación?
Violet.
Violet I.
Ya está hecho.
Nada.
Igualmente.
Continúa.
Soy programador.
Gus se ríe.
Aston Martin.
Estoy a favor de las marcas británicas. Carter gruñe.
Los autos alemanes no valen el dinero. Son todo espectáculo, pero
no tienen suficiente potencia. Su expresión se vuelve astuta.
Dime algo, Hart. ¿De dónde saca un programador el dinero para un
auto tan llamativo como ese?
Mi sonrisa es confiada.
¿Celos?
Aliviada.
Su expresión es divertida.
Tu camisa.
Me cruzo de brazos.
Suéltame.
Me suelto el brazo.
Una hora más tarde, Elliot sale por fin. Intento leer su
expresión, pero su cara está en blanco. Lo que sea que hayan
discutido debe haber complacido a Gus, porque diez minutos más
tarde, Gus se dirige al escritorio de Elliot con una sonrisa
devoradora de mierda.
Mentirosa.
Probablemente.
Lanzo un grito.
Se ríe.
Violet.
Mi réplica es sarcástica:
Señala el tocador.
Sí.
Se ríe.
Sonríe.
¿Has terminado?
Maldita sea, eres bueno. Emite una risa fría. Eres tan
bueno que realmente te crees.
Es el fuego reencarnado.
Ella será mi muerte.
Mírame digo.
Dilo insisto.
Cruza los brazos por los codos y gira la cara hacia un lado.
¿Está mal?
Se estremece.
Ella jadea.
No, no lo haré.
Buena chica.
Se queda quieta.
Tan mandona.
¿Quieres probar?
Violet grito.
Sí, lo harás.
Mi madre...
Gus responde:
Cuelga con:
Hasta mañana.
Gus.
¿Por qué? Se vuelve hacia el baño con la ropa liada en los
brazos. Ya me ha vendido.
Le agarro el bíceps, dándole la espalda para que me mire.
Mía.
Ya he terminado.
Sonriendo, digo:
Mucho.
Dejo caer la toalla de mi cintura, recupero la suya y cuelgo
ambas en los ganchos del baño antes de volver a la cama. Se mete
bajo las sábanas y las arrastra hasta la barbilla. Me pongo a su lado
y la atraigo hacia mí. Su piel es suave contra la mía, su calor es
como el de la vuelta a casa.
Su cuerpo se tensa.
Se limpia la cara.
Obligo a reírme.
Necesito ir a casa.
Me dedica una sonrisa paciente.
Sin escuchar más, giro sobre mis talones y camino tan rápido
como mi cojera me permite hacia la puerta. Espero frente a ella con
los brazos cruzados a que abra la puerta. Desaparece en la cocina
y vuelve un momento después con la llave. Tras abrir la puerta y la
verja de seguridad, me acompaña hasta mi auto y abre la puerta.
Mierda.
Pero sabe que quiero casarme con Leon tanto como trabajar
para Gus. Es más fácil fingir lo contrario. ¿Qué sentido tiene
torturarnos con la verdad cuando ninguno de nosotros puede hacer
nada para cambiar nuestros destinos?
Suspirando, digo:
Te dije que estaría bien —le dice, haciéndome caso con una
sonrisa impersonal. Siempre te preocupas por nada. Ya es hora
que cortes el rollo. Violet es una niña grande.
Mi madre se ríe.
No me molesto en contestar.
¿Qué fue eso? pregunto. ¿Qué tiene que hacer Gus para
compensarte?
Gus y Elliot.
Su sonrisa es melancólica.
Puede ser, pero hay muchos tiburones ahí fuera. Tienes que
parecer fuerte. Invencible. No dar a nadie una debilidad que
explotar.
Mi madre aplaude.
Gracias.
Su saludo es brusco.
Leon.
Hola, Leon.
Oh, no. Se pasa una mano por el cuello. La fiesta es solo
para el personal.
Diviértanse.
Ella resopla.
Su mandíbula se tensa.
Ahí están. Nos hace señas para que nos acerquemos, con
una brasa de su cigarro y la ceniza quemada flotando en el aire
hasta aterrizar en su zapato.
A juzgar por su edad, no tiene los otros cinco hijos con ella.
Debe estar pagando una fortuna en manutención.
Mentira.
¿Qué mierda?
No tiene sentido.
Alguien tose.
Más vale que esto sea interesante dice Carter, aún sin
entender que sus bromas no son divertidas.
Imposible.
No es así.
Carter silba.
¿Cómo?
La culpa.
Procrastino.
Sí.
Todo lo que tenías que hacer era decirlo. Busco sus ojos,
deseando que no sea así. Te habría llevado a casa.
Lo sabe.
La comisura de su boca se levanta, pero lo que me ofrece no
es una sonrisa. Es más bien la advertencia que daría un cazador a
su presa antes de lanzarse a matar. Mi corazón late con fuertes
golpes, cada uno de los cuales es un puño que se clava en mi caja
torácica.
Estoy atrapada.
Maldición.
Una puerta se cierra en algún lugar del pasillo. Los pasos caen
sobre las baldosas. Cuando se detienen en el exterior, me pongo en
pie y abro la puerta de un tirón. Elliot está de pie frente a su
dormitorio, con la mano en el pomo de la puerta.
Me echa un vistazo.
¿Hacer qué?
No responde.
Su silencio me da la respuesta.
Lo sabe digo, apretando los dientes. Sabe que fui yo.
Y lo sé.
Aun así, no doy nada por sentado, no hasta que estoy sentado
frente a mi escritorio y mis dedos vuelan sobre el teclado, tecleando
mi contraseña.
Se me cae el estómago.
¿Cómo?
Cuando repaso la última semana en mi mente, las piezas
encajan. Me robó la contraseña cuando tropezó con el cable de
alimentación, o, mejor dicho, fingió tropezar. Ya sé para quién lo
hizo, y ese conocimiento me hace apretar el ratón con fuerza. Me ha
robado el trabajo para su hermanastro vil e inútil, aquel al que casi
le parto la cara porque le dio una patada a su cubo de agua. Al que
le di un puñetazo por insultarla en la mesa. Es el por qué lo que se
me escapa, pero no por mucho tiempo, porque de repente, está claro
como el cristal.