El Tesoro Escondido
El Tesoro Escondido
El Tesoro Escondido
“Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el Reino de los Cielos está
cerca”. Mat. 4,17
En toda la bolita del mundo, no existía nadie que pudiera identificarse como el Reino
de los Cielos más que nuestro Señor Jesucristo, por lo que, en el anuncio de Mat. 4,17,
Jesús se proclama a sí mismo; Él es el Reino de los Cielos; Él es ese tesoro escondido.
Jesús, un tesoro escondido tan cerca de nosotros que está a quema ropa, frente a
nuestras propias narices. Toda la Verdad está delante de nuestros ojos.
Entonces ¿cómo es que está escondido, si está ante nuestros ojos?
El tesoro escondido está a la vista de todos ¡qué paradoja¡
Y es que ese tesoro está camuflajeado en un cuerpo humano ¡Todo el Reino de los
Cielos contenido en un cuerpo humano! Así es como está escondido; pero, a la vez, a la
vista de todo el mundo.
¡Qué manera de esconder Su Tesoro tiene nuestro Dios!
Diferente a nosotros, sus creaturas. Cuando tenemos algo valioso no queremos que
nadie lo toque, ni que nadie lo vea y lo escondemos bajo 7 llaves. Y somos realmente
creativos para encontrar diferentes formas para esconder nuestros tesoros, y eso lo
hacen desde el más pobre hasta el más rico, todos tenemos las mismas mañas. De
hecho, la misma parábola dice que quien encontró el tesoro escondido, lo volvió a
esconder, no fuera a encontrarlo otro y perderlo; y compra el campo entero, porque si
se pone a darle detalles al dueño del campo, capaz que no se lo vende.
Con este concepto humano, lo que está a la vista de todos, no parece tener mucho
valor; y por eso, pasa inadvertido.
Dios pone Su Tesoro a la vista de todo el mundo y pasa inadvertido: la mejor manera
de esconder un tesoro; porque nadie en su “sano” juicio dejaría su tesoro al alcance de
todos, a riesgo de que se lo dañen o se lo roben.
Pero Dios, en su Amor infinito por nosotros, y en su misericordioso querer que todas
sus creaturas se salven, pone su tesoro al alcance de todos.
San Pablo, inspirado en la Verdad de Dios, en su 1ra. Carta a Timoteo 2,4;6, nos dice
que (Dios) quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
Verdad, ...y que Jesucristo, se dio a sí mismo en rescate por todos.
Volviendo al frío cálculo de las ganancias del tesoro, creía que estos pensamientos
eran inadecuados y ya estaba por darme golpes en el pecho, cuando me percaté de
que hasta los mismos apóstoles cayeron en estos cálculos de ganancias y nuestro
Señor no los amonestó, como lo hizo en Mat. 17,17, cuando le dijo a Sus discípulos:
“Hombres de poca fe, hasta cuándo tendré que soportarlos”. Y es que lo que molesta a
nuestro Señor es la falta fe, no nuestra falta de conocimiento. Él conoce nuestra
ignorancia y nos enseña ¡para eso vino! Actuamos así por nuestra ignorancia, por
nuestra imperfección, producto del pecado.
El joven rico encontró el tesoro escondido y no lo reconoció; hizo sus cálculos y no vio
beneficio. El joven rico tenía fe en un dios que le mantuviera su riqueza, no que se la
quitara. Ni siquiera le preguntó a Jesús qué ganancia tendría en seguirlo
abandonándolo todo, o qué era ese tesoro en el Cielo que le ofrecía.
Jesús contestó: "En verdad les digo que ustedes, que Me han seguido, cuando todo
comience nuevamente, y el Hijo del Hombre se siente en el Trono de Su Gloria,
ustedes se sentarán también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o
tierras por Mi Nombre, recibirá cien veces más, y heredará la Vida Eterna.”
¿Les da el cálculo? Si no les da, sólo piensen en la otra opción: desgracia y muerte
eterna.
El tesoro se quedó escondido ante los ojos del joven rico, apegado a las cosas
materiales; por eso, no experimentó esta alegría del encuentro con Jesús, sino la
tristeza del desencuentro; y es que para ver el tesoro escondido frente a nuestras
narices, necesitamos la fe ciega de Abraham, la fe a todo riesgo de María, la fe sin
miedo expresada con valentía de Juan el Bautista; necesitamos, en lo más sublime,
perfeccionarnos en el Amor, como lo han hecho todos sus santos.
Por otra parte, es bueno saber, ciertamente, qué nos espera en la otra vida. Y es
bueno, porque lo que Jesús, nuestro Señor, está haciendo es dándonos a conocer
nuestros orígenes: La Casa de nuestro Padre Celestial, Creador nuestro, de donde
vinimos y adonde volveremos y que gracias a Jesús y a sus enseñanzas, ya sabemos,
aunque no en su plenitud, lo que vamos a encontrar, una visión que perdimos por el
velo que nos impuso el pecado, que nos apartó de nuestro Creador.
Pero si queremos llegar a la perfección en el Amor, como le sugirió Jesús al joven rico,
debemos enfocarnos en Su enseñanza y en practicarla con un Amor desinteresado y
desapegado de todo lo material; un Amor que no busca lo suyo, que no busca su
propio interés, como nos dice San Pablo en su himno al Amor en 1 Corintios 13:1-13;
carta en la que San Pablo nos describe cómo es el Amor:
“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo
Amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia,
aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo Amor, no
soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo
a las llamas, si no tengo Amor, no me sirve para nada.
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un
niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos
como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara.
Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el Amor, pero la más
grande de todas es el Amor”.
Y con el Espíritu elevado, como nos lo deja este Himno al Amor, pasemos a ver la
expresión de un Amor perfecto y desinteresado, de la forma más sublime, manifestado
en este poema anónimo que lleva por título:
Oración:
Te pedimos, querido Dios, que nos prepares para el momento en que nos pidas que
dejemos todo por Ti, que nos vayas moldeando como barro en Tus Manos de Buen
Alfarero, aceptando que es para nuestro bien y alcanzar la perfección en el Amor que
Tú nos pides. No permitas, Dios nuestro, que ese tesoro del Reino de los Cielos que nos
regalas pase desapercibido ante nuestros ojos en cualquier forma en que Él manifieste
Su Presencia, no permitas que al encontrarlo en la persona de Tu Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, no lo reconozcamos o lo rechacemos. Que Tu Gracia no nos falte, Señor,
para seguirte con el arrojo de nuestro padre en la fe, Abraham; para responderte con
el Sí de nuestra madre celestial, nuestro ejemplo perfecto en la fe y para defenderla
valientemente como San Juan Bautista. Necesitamos Tu Gracia para seguirte con
perseverancia, como lo hicieron todos Tus Santos que ya gozan de la visión de Tu
Divino Rostro en la Gloria de Tu Reino.
Gracias, Señor.