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El Tesoro Escondido

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El Tesoro Escondido

Quizás el inicio de la reflexión de esta parábola, parezca un poco fría y calculadora;


pero avanzando en ella, entraremos en la calidez, en el desprendimiento y en la
perfección del Amor.
La última vez que oí esta parábola en una misa experimenté lo siguiente: De repente,
desapareció de mi memoria cualquier aprendizaje que hasta el momento hubiera
podido oír sobre ella y empecé a echar cálculos, como cualquier “buen” comerciante,
llegándome a la mente estas preguntas: ¿Qué hace uno vendiendo todo lo que posee
para comprar un tesoro del que uno no tiene ni idea de lo que es? No se sabe qué es,
lo que uno se va a ganar ni cuánto se va a ganar, porque la parábola no lo dice. Y con la
mentalidad de comerciante, mínimo tendría uno que ganarse 3 veces lo que se invirtió;
y hasta más, si se es goloso, y no se sabe si ese tesoro dará esa ganancia; en definitiva,
la parábola no da información suficiente para hacer semejante inversión, por lo que la
situación parece muy riesgosa.
Habría, entonces, que analizar y preguntarse qué es ese tesoro escondido que Jesús
dice que es el Reino de los Cielos y qué es el Reino de los Cielos.
Y oyendo Dios estas preguntas, obtuvimos Su respuesta, que está en Su Palabra
revelada y escrita en la Biblia; y encontramos en esa respuesta que el tesoro
escondido, que es el Reino de los Cielos, no es un qué sino un quién. Lo podemos ver
en Mateo 4:17, donde Jesús anuncia lo siguiente:

“Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el Reino de los Cielos está
cerca”. Mat. 4,17

En toda la bolita del mundo, no existía nadie que pudiera identificarse como el Reino
de los Cielos más que nuestro Señor Jesucristo, por lo que, en el anuncio de Mat. 4,17,
Jesús se proclama a sí mismo; Él es el Reino de los Cielos; Él es ese tesoro escondido.
Jesús, un tesoro escondido tan cerca de nosotros que está a quema ropa, frente a
nuestras propias narices. Toda la Verdad está delante de nuestros ojos.
Entonces ¿cómo es que está escondido, si está ante nuestros ojos?
El tesoro escondido está a la vista de todos ¡qué paradoja¡
Y es que ese tesoro está camuflajeado en un cuerpo humano ¡Todo el Reino de los
Cielos contenido en un cuerpo humano! Así es como está escondido; pero, a la vez, a la
vista de todo el mundo.
¡Qué manera de esconder Su Tesoro tiene nuestro Dios!
Diferente a nosotros, sus creaturas. Cuando tenemos algo valioso no queremos que
nadie lo toque, ni que nadie lo vea y lo escondemos bajo 7 llaves. Y somos realmente
creativos para encontrar diferentes formas para esconder nuestros tesoros, y eso lo
hacen desde el más pobre hasta el más rico, todos tenemos las mismas mañas. De
hecho, la misma parábola dice que quien encontró el tesoro escondido, lo volvió a
esconder, no fuera a encontrarlo otro y perderlo; y compra el campo entero, porque si
se pone a darle detalles al dueño del campo, capaz que no se lo vende.
Con este concepto humano, lo que está a la vista de todos, no parece tener mucho
valor; y por eso, pasa inadvertido.

Dios pone Su Tesoro a la vista de todo el mundo y pasa inadvertido: la mejor manera
de esconder un tesoro; porque nadie en su “sano” juicio dejaría su tesoro al alcance de
todos, a riesgo de que se lo dañen o se lo roben.
Pero Dios, en su Amor infinito por nosotros, y en su misericordioso querer que todas
sus creaturas se salven, pone su tesoro al alcance de todos.
San Pablo, inspirado en la Verdad de Dios, en su 1ra. Carta a Timoteo 2,4;6, nos dice
que (Dios) quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
Verdad, ...y que Jesucristo, se dio a sí mismo en rescate por todos.

“Por todos”, no “por muchos” como se dice ahora en la misa, en el Relato de la


Institución y Consagración, pero esto es otra reflexión.

Volviendo al frío cálculo de las ganancias del tesoro, creía que estos pensamientos
eran inadecuados y ya estaba por darme golpes en el pecho, cuando me percaté de
que hasta los mismos apóstoles cayeron en estos cálculos de ganancias y nuestro
Señor no los amonestó, como lo hizo en Mat. 17,17, cuando le dijo a Sus discípulos:
“Hombres de poca fe, hasta cuándo tendré que soportarlos”. Y es que lo que molesta a
nuestro Señor es la falta fe, no nuestra falta de conocimiento. Él conoce nuestra
ignorancia y nos enseña ¡para eso vino! Actuamos así por nuestra ignorancia, por
nuestra imperfección, producto del pecado.

El versículo 27 en Mateo 19 nos ilustra sobre lo anteriormente expresado, cuando


Pedro le pregunta a Jesús:
“He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues,
recibiremos?”
Esto sucede en el contexto del relato del Joven Rico, en Mateo 19,16 ss. Este joven se
acerca a Jesús y le pregunta qué debe hacer para salvarse. Jesús le contesta: cumplir
los mandamientos, los cuales detalla, a pedido del mismo joven, quien le contesta que
los ha cumplido todos; y a seguidas, le pregunta ¿qué más me falta?
Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero
entre los pobres para que tengas un tesoro en el Cielo. Después ven y sígueme”.
Y dice la Palabra que: “Cuando el joven oyó esta respuesta, se marchó triste, porque
era un gran terrateniente”.

El joven rico encontró el tesoro escondido y no lo reconoció; hizo sus cálculos y no vio
beneficio. El joven rico tenía fe en un dios que le mantuviera su riqueza, no que se la
quitara. Ni siquiera le preguntó a Jesús qué ganancia tendría en seguirlo
abandonándolo todo, o qué era ese tesoro en el Cielo que le ofrecía.

Si le hubiera preguntado, hubiera recibido la amorosa respuesta de nuestro Señor, la


misma que le dio a los apóstoles en Mateo 19:28-29:

Jesús contestó: "En verdad les digo que ustedes, que Me han seguido, cuando todo
comience nuevamente, y el Hijo del Hombre se siente en el Trono de Su Gloria,
ustedes se sentarán también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o
tierras por Mi Nombre, recibirá cien veces más, y heredará la Vida Eterna.”

La Vida Eterna: la ganancia que obtendremos si identificamos al tesoro escondido que


es Jesús, abandonamos todas nuestras pertenencias aquí en la Tierra y le seguimos
hasta que se hagan nuevas todas las cosas, perseverando hasta el final, y además,
recibiremos 100 veces más de lo que teníamos.

¿Les da el cálculo? Si no les da, sólo piensen en la otra opción: desgracia y muerte
eterna.

Al principio, enfocada en lo material, expresé que la parábola del Tesoro escondido no


aportaba información alguna sobre la ganancia que podríamos obtener al descubrir
ese tesoro. Pero la parábola dice que el que descubre el tesoro escondido del Reino de
los Cielos, experimenta una gran alegría; y ya esto es una ganancia, recibida aquí en la
Tierra como adelanto del Gozo Eterno que viviremos en el Reino de los Cielos.

El tesoro se quedó escondido ante los ojos del joven rico, apegado a las cosas
materiales; por eso, no experimentó esta alegría del encuentro con Jesús, sino la
tristeza del desencuentro; y es que para ver el tesoro escondido frente a nuestras
narices, necesitamos la fe ciega de Abraham, la fe a todo riesgo de María, la fe sin
miedo expresada con valentía de Juan el Bautista; necesitamos, en lo más sublime,
perfeccionarnos en el Amor, como lo han hecho todos sus santos.

Ya nuestro Señor Jesucristo no está con nosotros en Su Cuerpo humano: el camuflaje


de su paso por estas Tierras; pero aún está entre nosotros, cumpliendo Su Promesa de
no dejarnos solos. Ahora tiene otro camuflaje, más inverosímil: en un pedazo de pan y
en un poco de vino, que por la acción de Su Espíritu Santo se convierten en Su Cuerpo
y en Su Sangre. Son muchos los que no le reconocen como el Tesoro Escondido del
Reino de los Cielos con este nuevo camuflaje. La historia se repite. Debemos pedir que
por Su Gracia, suscite en nosotros la fe en Su Presencia Real en el Santísimo
Sacramento del Altar.

Por otra parte, es bueno saber, ciertamente, qué nos espera en la otra vida. Y es
bueno, porque lo que Jesús, nuestro Señor, está haciendo es dándonos a conocer
nuestros orígenes: La Casa de nuestro Padre Celestial, Creador nuestro, de donde
vinimos y adonde volveremos y que gracias a Jesús y a sus enseñanzas, ya sabemos,
aunque no en su plenitud, lo que vamos a encontrar, una visión que perdimos por el
velo que nos impuso el pecado, que nos apartó de nuestro Creador.
Pero si queremos llegar a la perfección en el Amor, como le sugirió Jesús al joven rico,
debemos enfocarnos en Su enseñanza y en practicarla con un Amor desinteresado y
desapegado de todo lo material; un Amor que no busca lo suyo, que no busca su
propio interés, como nos dice San Pablo en su himno al Amor en 1 Corintios 13:1-13;
carta en la que San Pablo nos describe cómo es el Amor:

“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo
Amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.

Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia,
aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo Amor, no
soy nada.

Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo
a las llamas, si no tengo Amor, no me sirve para nada.

El Amor es paciente, es servicial; el Amor no es envidioso, no hace alarde, no se


envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en
cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la Verdad.
El Amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

El Amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la


ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías,
limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.

Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un
niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos
como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara.

Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.

En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el Amor, pero la más
grande de todas es el Amor”.

Y con el Espíritu elevado, como nos lo deja este Himno al Amor, pasemos a ver la
expresión de un Amor perfecto y desinteresado, de la forma más sublime, manifestado
en este poema anónimo que lleva por título:

Soneto a Cristo crucificado

No me mueve, mi Dios, para quererte


el Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte


clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver Tu Cuerpo tan herido,
muévenme Tus afrentas y Tu muerte.

Muéveme, en fin, Tu Amor, y en tal manera,


que aunque no hubiera Cielo, yo Te amara,
y aunque no hubiera infierno, Te temiera.

No me tienes que dar porque Te quiera,


pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que Te quiero Te quisiera.
Inclinémonos por alcanzar esa perfección en el Amor, totalmente desinteresado; no
solo de lo material, como nos sugiere nuestro Señor Jesucristo en sus enseñanzas, sino
también de la ganancia espiritual que nos ofrece si le seguimos fielmente, como está
expresado en el anterior poema, surgido de un alma enamorada que ama al Amor, por
ser nuestro Dios, Padre y Creador nuestro, que nos ama.

Oración:
Te pedimos, querido Dios, que nos prepares para el momento en que nos pidas que
dejemos todo por Ti, que nos vayas moldeando como barro en Tus Manos de Buen
Alfarero, aceptando que es para nuestro bien y alcanzar la perfección en el Amor que
Tú nos pides. No permitas, Dios nuestro, que ese tesoro del Reino de los Cielos que nos
regalas pase desapercibido ante nuestros ojos en cualquier forma en que Él manifieste
Su Presencia, no permitas que al encontrarlo en la persona de Tu Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, no lo reconozcamos o lo rechacemos. Que Tu Gracia no nos falte, Señor,
para seguirte con el arrojo de nuestro padre en la fe, Abraham; para responderte con
el Sí de nuestra madre celestial, nuestro ejemplo perfecto en la fe y para defenderla
valientemente como San Juan Bautista. Necesitamos Tu Gracia para seguirte con
perseverancia, como lo hicieron todos Tus Santos que ya gozan de la visión de Tu
Divino Rostro en la Gloria de Tu Reino.

Te lo pedimos, Padre, en el Nombre de Jesús, Tu Amado Hijo, Señor y Salvador


nuestro.
Amén.

Gracias, Señor.

Tuya es la Gloria, por los siglos de los siglos.


Amén

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