Interacción y Diversidad - El Eje Weber-Geertz
Interacción y Diversidad - El Eje Weber-Geertz
Interacción y Diversidad - El Eje Weber-Geertz
El eje Weber-Geertz
Introducción
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Entre lo uno y lo múltiple: Max Weber
“En la ciencia, todos nosotros sabemos que nuestros logros quedarán anticuados en
diez, veinte, cincuenta años” Max Weber
Frente a aquellos puntos de vista (como el de Merton) que le asignan un mero papel
intermediario entre las ciencias naturales y las humanísticas, la sociología es una
disciplina que desde sus inicios se constituye con voluntad científica autónoma.
Stinchcombe parece confirmar esto mismo cuando describe a los tres padres
fundadores, Marx, Durkheim y Weber, como “grandes analistas empíricos … que no
trabajaron principalmente en lo que hoy llamamos teoría” (1968: 3). Desde un primer
momento, la intención expresa de Weber es trabajar con datos observables y
objetivos, abordados sistemáticamente, que requieren un distanciamiento del objeto de
estudio, aunque sin llegar a que este “se sienta indiferente y frío” (2010:54). En este
sentido, y como él mismo se encarga de remarcar, de lo que él se ocupa ante todo es
de un estudio de “sobrios propósitos”, “puramente empírico” (2010:68). Se trata, es
cierto, de una empiria con rasgos distintivos, precisamente porque no hay en ella
ninguna referencia clara e indiscutible., pues el objeto de las ciencias sociales también
es un sujeto. Como argumenta Giddens, “mientras que podemos explicar los sucesos
naturales en términos de la aplicación de leyes causales, la conducta humana es
intrínsecamente significativa, y tiene que ser interpretada o entendida” (2001: 9)
Así, para Weber la sociología debe ocuparse necesariamente del problema del
significado, interpretándolo para comprender y explicar causalmente el desarrollo y los
efectos de la acción social, que aparece necesariamente referida a la conducta de
otros. Se trata así de captar la lógica que subyace a los fenómenos sociales,
estableciendo inferencias causales y modelos tipológicos. En este sentido, difiere de la
apreciación de Giddens, ya que considera que el conocimiento de los motivos y las
racionalidades que empujan a la gente actuar permite una explicación causal del
comportamiento humano. Al mismo tiempo, Weber no cree que una implicación
profunda en la interpretación subjetiva convierta a la ciencia social en algo relativista o
que impida la explicación causal. Así pues, aparece fuertemente comprometido con la
perspectiva hermenéutica, pero a la vez inserto en una tradición científica que sólo en
Occidente se encuentra en “aquella fase de su desarrollo que actualmente
reconocemos como válida” (2010:53) y que no puede basarse en el diletantismo.
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En la Ética Protestante, Weber parte del hecho social de que los protestantes ocupan
posiciones de liderazgo en negocios relacionados con el capital para realizar su
análisis histórico y sociológico. Sin embargo, Weber pronto introduce un componente
fundamental que le separa de modelos anteriores: la influencia de las ideas en la
estructuración y consolidación de la realidad material, con la que establece una
relación bidireccional. Este es un momento decisivo, pues problematiza la noción
aceptada de que “las cuestiones más generales y abstractas – filosóficas o metafísicas
– no tienen una importancia fundamental para la práctica de una disciplina de
orientación empírica” (Alexander, 1990:29). Para circunvalar las dicotomías
metodológicas características de modelos anteriores, articula un discurso que
pretende ofrecer una explicación comprensiva pero que rechaza tanto el polo
materialista como el espiritualista. De ahí que Maffesoli subraye: “en un momento dado
se puede comprender lo real, la vida económica, a partir de lo irreal” (2012:230).
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También, se observa por parte de Weber un claro rechazo al sustancialismo,
precediendo al más prominente crítico de esta tendencia, Ludwig Wittgenstein, y por
supuesto a los sociólogos que posteriormente se esforzarían en desterrarlo de la
práctica sociológica, como Luc Boltanski o Norbert Elias. Se sitúa así, como indica
Manuel De Landa, entre esos autores que “revela un gran número de niveles
intermedios entre lo macro y lo micro, cuyo estatus ontológico aún no ha sido
apropiadamente conceptualizado” (2006: 8). En consonancia con esta visión, la teoría
propuesta por Weber en La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo intenta, a
través de la unión de sistemática e historia, explicar cómo ciertas religiones afectan a
la constitución de lo social. El punto fundamental en torno al que se articula esta
relación es, de hecho, un problema de naturaleza teológica, más específicamente la
teoría de la predestinación, dogma protestante, calvinista que funciona “a través del
mandato de Dios al individuo de trabajar por la gloria divina” (2010: 160). Su pregunta
va encaminada en la siguiente dirección: ¿por qué sólo en Occidente la razón es
aplicada para evaluar una serie de acontecimientos y articular una serie de prácticas?
Como él mismo se encarga de señalar en la introducción:
Tratar los problemas de la historia universal para un hijo del moderno mundo
cultural europeo implica necesaria y legítimamente plantearlos desde la siguiente
problemática: ¿qué serie de circunstancias han llevado a que precisamente en el
suelo de Occidente, y sólo aquí, se hayan dado ciertas manifestaciones culturales,
mismas que – al menos tal y como solemos representárnoslas – se encuentran en
una dirección evolutiva de alcance y validez universales? (2010:53)
Para Weber, la razón es un elemento común a todos los individuos, que opera en
todas las geografías y culturas, y por tanto debe ser tomada como elemento
constitutivo básico de la condición humana. Cree, pues, que se trata de una
estructura universal que subyace a las formas superficiales de la historia y el
conocimiento, y que su laborar debe aspirar a reconocerla y contemplar cómo
esta evoluciona en distintos contextos, especialmente en Occidente. En esta
caracterización, y a pesar de sus precauciones, Weber parece presentar la
civilización occidental como una totalidad a la que se atribuyen una serie de
propiedades sistémicas, lineales y homogeneizantes. ¿Cómo sería posible si no
que el capitalismo tuviese un espíritu? De acuerdo a un buen número de lecturas,
la consecuencia lógica de otorgar tales propiedades al capitalismo apunta a
proyectos que intentan abarcar toda la realidad en una única formulación,
convirtiendo a las anomalías en excepciones que confirman la regla más que
poner en cuestión la pretensión de una representación unitaria de la verdad.
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Este es el punto en el que parecen incidir autores como Turner, que destaca que
las formulaciones que Weber realiza emanan de un punto de vista cronológico y
evolutivo, heredado de la visión acumulativa del conocimiento de la que
claramente no ha terminado de desembarazarse y con la que sigue en
pugna.Turner señala que Weber trata el tema de la racionalización como un
“proceso teleológico e irreversible en la cultura occidental” (1992:130) y que, pese
a todas sus recomendaciones anti-valorativas, enfatiza ante todo la singularidad
de Occidente, creando una “dicotomía insuperable entre las civilizaciones
orientales y occidentales” (1992:130). En esta línea, argumenta que Weber, a la
hora de abordar el proceso de racionalización, otorga más peso a una suerte de
lógica irresistible en despliegue que a la lucha e interacción de una serie de
dinámicas socio-económicas.
Tanto para él como para otras figuras anteriores, entre ellos el gran oponente de
Weber, Werner Sombart, o también Trevor Roper, los orígenes del capitalismo no
se hallarían donde Weber dice, sino en Florencia, desmintiendo así la capacidad
inventora a nivel tecnológico y administrativo y las propiedades originarias que
Weber les atribuye. Por tanto, vemos cómo en la sociología la sobredeterminación
de los datos por parte de la teoría supone uno de los problemas centrales y más
discutidos, al que ni tan siquiera los denominados clásicos escapan. Otro de los
aspectos en la obra de Weber matizados por autores posteriores es su
concepción de la acción y distribución del poder en la sociedad.
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Weber ciertamente inicia una línea de análisis relevante y original del poder al
indicar que el vínculo entre protestantismo y capitalismo se basa en un aparato
regulador que ejerce un control férreo sobre los aspectos de la vida y que emana
de estos mismos principios racionales. Como dice:
La Reforma no significaba únicamente la eliminación del poder eclesiástico sobre
la vida, sino más bien la sustitución de la forma entonces actual del mismo por una
forma diferente. Más aún: la sustitución de un poder extremadamente suave, en la
práctica apenas perceptible, de hecho casi puramente formal, por otro que había
de intervenir de modo infinitamente mayor en todas las esferas de la vida pública y
privada, sometiendo a regulación onerosa y minuciosa toda la conducción de vida
(2010:79)
Para Weber, el poder es un aspecto que permea todos los aspectos de las relaciones
sociales, y es especialmente tras la entrada en juego de la racionalidad protestante
que sus consecuencias sobre el cuerpo social e individual pueden sentirse con una
mayor fuerza. Su aplicación en la política da lugar a un perfeccionamiento de la
burocracia, un instrumento jerárquico a través del que el Estado ejerce una fuerza
medida sobre sus sujetos. Por supuesto, ni el estado ni la burocracia son formas
nuevas, pero sí la forma en que se organizan y articulan, en función de criterios
racionales, cuantificables y justificables. Partiendo de esta observación, Weber ofrezca
una distinción terminológica entre poder, dominación y disciplina, que a menudo sirve
como referencia: “Por poder se entiende cada oportunidad o posibilidad existente en
una relación social que permite a un individuo cumplir su propia voluntad”.
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Será Foucault quien incida en los factores discursivos del poder al decir que “los
efectos de los poderes centralizadoras están ligados a la institución y al
funcionamiento de un discurso científico organizado” (1980:84). Así, pone de
manifiesto que la posición epistemológica que subyace a las distintas disciplinas y la
forma en que estas se relacionan con su empiria contribuyen a la creación de un
determinado régimen de verdad, que pone el acento sobre algunas cuestiones
mientras relega a otras al olvido o la indiferencia. El análisis de Foucault no
presupone, como Alexander dice, un tipo de discurso arbitrario, sino guiado por unos
intereses específicos e históricamente contingentes, cuya aplicación de la racionalidad
activa tanto mecanismos represores como productores. Es cierto que Weber se
muestra cauteloso con respecto a este proceso de racionalización y deplora los
efectos que este puede tener sobre el cuerpo social, adoptando una perspectiva
pesimista con respecto a la modernidad que comparte con Foucault. Sin embargo, la
ambivalencia con la que Weber describe a la burocracia, acompañada de la defensa
un estado fuerte y de una política alemana agresiva, deja entrever el modo en que las
resonancias ideológicas en las obras teóricas y su pertinencia serán uno de los
muchos temas que en adelante formarán parte integral de las discusiones no
empíricas llevadas a cabo en las ciencias sociales, prestando especial atención a las
condiciones en que se construye y se difunde el discurso autorizado.
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Si en Weber todavía existe una tensión manifiesta entre la voluntad de validez
científica propia de su tiempo y las posibilidades ofrecidas por el componente
interpretativo, Geertz desplaza de forma clara el primer término y reafirma el segundo,
incidiendo en que la cultura no puede ser explicada como una ciencia experimental,
cuyo objetivo sea formular leyes generales, sino que debe constituirse como una
ciencia interpretativa en busca de significado, que dote el mundo de sentido y lo haga
comprensible. Para ello, hay que desembarazarse definitivamente de los métodos
analíticos y de los apriorismos positivistas. Según Geertz, “el impulso de otorgar
sentido a la experiencia, de darle orden y forma es tan real y tan urgente como las más
familiares necesidades biológicas” (2002:129). Tanto la atribución como la
comprensión de este significado constituyen actos intersubjetivos, públicos y
cotidianos. Los pueblos crean significados; los trabajan, conceptualizan y representan
a través de actividades y eventos de distinta naturaleza.
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Al mismo tiempo, se incorporan capas reflexivas que ayudan a resituar el relato
antropológico con respecto a sus momentos de construcción y a sus objetivos y
cuestionar su propio funcionamiento. La aproximación al objeto de estudio no es
lastrada por una teoría y un cuerpo conceptual excesivamente definidos, sino que
aparece situada en el flujo del discurso social, sensible a los contextos específicos en
los que este tiene lugar y a las distintas configuraciones que este adquiere. La
atención a los componentes estéticos es crucial en Geertz, en tanto que permite
percibir “imaginativamente una dimensión de la experiencia que normalmente no está
a la vista” (1994:365), incorporando así una serie de elementos que redefinen la
práctica antropológica. En su capacidad de integrar los niveles dramáticos, metafóricos
y sociales, la potencia de estos acontecimientos debe ser tenida en cuenta por sí
misma, pues “toda forma expresiva sólo vive en su propio presente, en el presente que
ella misma crea” (1994:366). Este tipo de experiencias estéticas no necesariamente
remiten a relaciones sociales constitutivas ni producen modificaciones sustanciales en
ellas, sino que actúan como comentario metasocial, y tienen una función
principalmente expresiva e interpretativa: es una lectura que las sociedades hacen de
sí mismas, ordenando y haciendo tangibles los temas latentes en sus relaciones. Sin
embargo, hay autores que han visto necesario remarcar la distancia existente entre
Weber y Geertz en este punto. El principal de ellos es Manuel de Landa, que dice que:
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Considerada como texto o no, queda la sensación de que la realidad social y cultural
no es algo que pueda ya observarse exclusivamente desde una distancia privilegiada,
sino que empuja al científico social a emplear todos sus recursos y habilidades en la
investigación. Como ya dijo Alexander, “dado que tiene por objeto la vida, la ciencia
social depende de la capacidad del propio científico para entender la vida; depende de
las capacidades idiosincráticas para experimentar, comprender y conocer” (1990:45).
En este sentido, una de las contribuciones fundamentales de Geertz es su apuesta
decidida por una incorporación activa del antropólogo en el relato etnográfico. Donde
Weber recomendaba un distanciamiento respecto al objeto de estudio (no excesivo),
Geertz acentúa el valor de la solidaridad que existe al hacer como los demás, que
permite al antropólogo situarse “adentro”. Este movimiento implicará un retorno a la
influencia de Franz Boas, especialmente al método de participación observativa, que
confiaba en la cultivación de relaciones personales y la participación en el tejido de la
comunidad estudiada para absorber información y recabar datos.
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De acuerdo a este tipo de visiones, la antropología debe aspirar a ver tras la confusión
de las manifestaciones, los lineamientos comunes que caracterizan al hombre,
independientemente de su participación en una compleja serie de variables. Estas
formulaciones, que se hacen en base a declaraciones de principios casi inapelables,
llevados a cabo a con una vocación iluminista, poseen una fuerte carga moral, aquella
misma contra la que Weber ya advertía. Ante la creciente complejidad del mundo
actual, caracterizado por la desintegración de los significados tradicionales y por la
transitoriedad de los nuevos modelos de relaciones (lo que Weber denominaba
desencantamiento del mundo), estas disciplinas proponen un retorno al vulgar
reduccionismo característico del tipo de ciencia positivista que el alemán ya había
hecho por superar muchos años antes, pese que en algunos momentos manifestase
inclinaciones que lo delataban inevitablemente como figura de su tiempo.
Para Geertz, lo que hace que una ciencia avance es “la voluntad de no aferrarse a
algo que un día funcionó suficientemente bien pero que ya no funciona igual de bien y
nos mantiene en un punto muerto” (1996:123). Los nuevos hallazgos abren un nuevo
horizonte de contextos y usos que anteriormente quedaban vedados por posiciones
dogmáticas y provincianas, que sólo aspiran a la auto-confirmación y a su elevación a
la categoría de paradigma. Así, descubrimos sorprendidos que “puede haber orden
político sin poder centralizado, y justicia sin códigos” (1996: 124), tal y como demostró
Pierre Clastres en su valioso trabajo La Sociedad contra el Estado; y también que,
contrariamente a lo que parecía decirnos Weber, “las leyes a las que se somete la
razón no son privativas de Grecia y no fue en Inglaterra donde la moral alcanzó el
punto más alto de su evolución” (1996:124). Acometer la labor que compete a las
ciencias sociales hoy día requiere tener en cuenta esta serie de cuestiones y conjurar
visiones de carácter etnocéntrico, desarticulando su discurso de poder y sus lógicas
estratificadoras. En última instancia, para Geertz las virulentas reacciones contra
relativismo, que cuestiona así la existencia de “unos principios absolutos e inamovibles
en los que fundamentar nuestros juicios cognitivos, estéticos y morales” (1996:97).
Ante todo, estas son sintomáticas de hasta qué punto las modalidades de poder y
conocimiento dominantes se hayan preocupadas por enarbolar un contra-discurso
alarmista, que les permita conservar las posiciones y espacios privilegiados que
trabajosamente ha conquistado a lo largo de la historia, y haciendo a la ciencia social
“menos sensible a lo heterogéneo, a lo errático, lo discontinuo y lo contradictorio en el
trabajo de la historia” (Corcuff, 2010:39)
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La necesidad de reactivar estos potenciales conduce a la introducción de una nueva
reflexividad y conciencia práctica, que implica un componente de autocrítica en el seno
de las diversas disciplinas y un reconocimiento de las capacidades de acción
presentes en los materiales descritos. De este modo, se produce un gradual
desdibujamiento de la tradicional línea demarcatoria existente entre el intelectual, en
posesión de las herramientas y del conocimiento, y el del cuerpo social estudiado,
hasta entonces reducido a la categoría de sujeto pasivo. Existe una clara puesta en
cuestión de concepciones monolíticas legadas de tiempos pasados y una necesidad
manifiesta de renovar aquellas herramientas conceptuales y categorías de análisis que
homogeneizan los materiales disponibles para acomodarlos al tamaño de su cristal.
Geertz, en la línea del Weber más perspicaz, muestra en Juego Profundo cómo la
economía no se sitúa en un plano privilegiado en las relaciones sociales, sino inserta
dentro de un marco de interacciones sociales más amplio (parentesco, alianzas, etc.) y
complejo, que requiere un rango distinto de atenciones, una visión microscópica.
Conclusión
Pese a lo dispar de las épocas históricas en las que vivieron y a los distintos
momentos de consistencia que atravesaban sus disciplinas, creo haber puesto de
manifiesto que tanto Weber como Geertz expresan percepciones y preocupaciones
comunes a la hora de abordar cuestiones que atañen al modo en que las sociedades
se representan a sí mismas y cómo el especialista se aproxima a ellas y las explica.
Tanto en Weber como en Geertz existe un profundo cuestionamiento, no sólo de la
naturaleza del mundo sociocultural y sus fenómenos, sino de los propios métodos que
el científico utiliza, introduciendo un giro reflexivo que apuesta por una práctica situada
y responsable, atenta a la diferencia, la interacción y el movimiento. En este sentido,
es fundamental la llamada que ambos hacen a establecer relaciones de diálogo y
aprovechamiento con respecto a desarrollos intelectuales y propuestas provenientes
de otros campos, que necesariamente participan en las figuraciones por las cuales los
sistemas locales de significado se colocan bajo la lente del análisis. Muchísimos años
después, la perspicacia, el rigor y la capacidad de análisis de Weber siguen,
mostrando pleno vigor y vigencia, y es por eso que Geertz reutiliza y expande muchos
de sus conceptos en una coyuntura en la que ya no basta contentarse con certitudes y
verdades de andar por casa.
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Si algún valor poseen las ciencias sociales es el de trastocar nuestras percepciones de
lo corriente y ofrecer nuevos caminos en la comprensión del mundo que nos rodea. En
el carácter mixto e inclasificable de Weber, en su rechazo a modelos teóricos ya
agotados y en su intento de expandir las posibilidades de la ciencia social, Geertz
encuentra un inspirador punto de partida para desarrollar un proyecto que toma como
objetivo abrir su disciplina a la participación de distintos agentes y a la interacción
concreta de una serie de fuerzas, sin por ello renunciar al compromiso metodológico y
al valor de los datos, pero siempre colocándolos en el ámbito de una conciencia social
y lingüísticamente construida, cuyas implicaciones el estudioso debe ser capaz de
experimentar y conceptualizar. En una entrevista con Alan McFarlane, Geertz dice:
“Soy un zorro inveterado, y no un erizo, así que creo que hay que intentarlo todo. Y
para un zorro, el camino natural es el de Weber”. (2004)
Bibliografía
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