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Juan Latino

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Compostella Aurea. Actas del VIII Congreso de la AISO ISBN 978-84-9887-554-6 (T.III); ISBN 978-84-9887-555-3 (o.

c)
La figura del negro en Juan Latino de Diego Jiménez de Enciso

La figura del negro en Juan Latino de Diego Jiménez de Enciso

Maria Teresa Morabito


Università di Messina

Como es bien sabido el negro literario aparece en la literatura portuguesa a principios


del siglo XVI e inmediatamente viene introducido en la literatura castellana, donde ad-
quiere una vena todavía más realista, convirtiéndose ya en textos dramáticos del siglo
XVI en una figura tradicional.
A las breves composiciones de Fernán Silveira y a las parateatrales de Enrique de
Mota, donde con vena cómica se satiriza el portugués macarrónico de la criada negra,
siguen las Coplas a los negros y negras del español Rodrigo de Reinosa, en las que el negro
asume la connotación de personaje cómico por excelencia. En ámbito teatral, Gil Vicente,
Diego Sánchez de Badajoz y sobre todo Lope de Rueda enriquecen el tipo del negro con
rasgos peculiares, transformándolo en uno de los personajes típicos del entremés, como
testimonia Cervantes en el prólogo a su Ocho comedias y ocho entremeses: «ya de negra,
ya de rufián, ya de bobo y ya de vizcaíno, que todas estas cuatro figuras y otras muchas
hacía el tal Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse» (Cervan-
tes, 1987: 7). Pero es Lope de Vega quien, asumiendo los elementos ya consolidados por
la tradición, transforma, amplía y multiplica las facetas del tipo del negro, convirtiéndolo
de mera comparsa en protagonista de la fábula y rescatándolo de su estigma de ser infe-
rior y risible, para elevarlo incluso hasta el grado máximo de santidad, como es el caso de
El negro del mejor amo, El santo negro Rosambuco y El prodigio de Etiopía.
Estos rasgos de dignificación literaria del negro, serán adoptados por otros dra-
maturgos1 y entre ellos, por Diego Jiménez de Enciso que compuso una pieza de interés

1. Entre otros: A. de Claramonte, El valiente negro en Flandes; L. Vélez de Guevara, Virtudes vencen señales;
J. B. Diamante, El negro más prodigioso; J. Matos Fragoso, El negro de Sevilla, F. de Leyva Ramírez de Arellano,
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singular por su contenido ideológico que parece transgredir los códigos que la literatura
había ido transmitiendo. Nos referimos a la comedia histórica Juan Latino que nos ha
llegado en la Segunda Parte de Comedias Escogidas de las mejores de España (Madrid,
Imprenta Real) de 16522.
En la obra se escenifica la extraordinaria vida del negro Juan Latino, ejemplo de lo
que puede obtener la voluntad y el esfuerzo del ser humano que, gracias a su habilidad e
inteligencia, de esclavo de Gonzalo Fernández de Córdoba, duque de Sesa, se convierte
en persona de gran influencia en los ámbitos más exclusivos del poder, llegando a ser
profesor de latín en la universidad de Granada y catedrático de gramática en el Colegio
Catedralicio y, para mayor trasgresión de los códigos impuestos por la sociedad española
del siglo XVI, y tal vez no sólo de este, consigue casarse por amor con una mujer blanca,
hija de Luis de Carleval, de muy distinguida familia.
En la comedia se desarrollan dos acciones cuyo punto de partida son dos aconteci-
mientos históricos3: la rebelión de los moros de Granada capitaneada por Fernando de
Válor4 y la trayectoria humana e intelectual de Juan Latino, una de las figuras más cono-
cidas en el siglo XVI, mencionado también por Lope de Vega y por Cervantes5 por sus
dotes de gran latinista que, en contraste con el modelo fijo del negro, disuelve los límites
entre lo exterior y lo interior, entre el ser y el parecer.
Sobre este entramado histórico Enciso construye la acción de Juan Latino. Sin em-
bargo, la comedia no es solamente una mera transposición literaria de la prodigiosa vida
del negro, sino que también conlleva un mensaje ideológico y moral. El dramaturgo
articula de modo coherente el ennoblecimiento del esclavo negro, conjugándolo con los
valores de una sociedad contradictoria y superando los puntos más espinosos del con-
flicto racial. Todo ello sin detrimento de la teatralidad.
Para hacer confluir las dos acciones, el dramaturgo utiliza el recurso de presentar
como uno de los pretendientes de doña Ana de Carlobal a don Fernando de Válor el
cual, al darse cuenta de que no es correspondido por la joven, que prefiere al negro
Juan, despechado y enojado también por la política adversa de Felipe II hacia los mo-
riscos, se pone al frente de la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, bajo el nombre
de Aben Humeya.

El negro del cuerpo blanco o el esclavo de su honra; M. de Ayala y Guzmán, El negro del cuerpo blanco. Para
otras informaciones cfr., Profeti (2005: 232).
2. Seguimos la edición moderna de Juliá Martínez (1951).
3. Para los hechos históricos Enciso tenía a su disposición varios textos: Historia de la rebelión y castigo de los
moriscos del Reino de Granada de Luis del Mármol Carvajal, Las guerras civiles de Granada de Pérez de Hita
y sobre todo Antigüedad y excelencia de Granada de Bermúdez de Pedraza que incluye la historia de Juan
Latino (Lib.III, cap. XXXIII).
4. Fernando de Válor fue el protagonista de la obra dramática de inspiración romántica Aben Humeya o La
rebelión de los moriscos de F. Martínez de la Rosa y aparece, aunque con menos protagonismo, también en la
comedia Amar después de la muerte de Calderón.
5. En la La dama boba (acto II escena XXI) tiene lugar un diálogo entre Octavio y sus dos hijas casaderas, y
éste dice: «No era tan blanco en Granada / Juan Latino, que la hija / de un Veinticuatro enseñaba; / y siendo
negro y esclavo, / porque fue su madre esclava / del claro Duque de Sessa, / honor de España y de Italia, / se
vino a casar con ella; / que gramática estudiaba, / y la enseñó a conjugar / en llegando al amo, amas; / que
así llama el matrimonio / el Latín» ( vv. 1917-1929). En el «Prólogo» de El Quijote, Cervantes, refiriéndose a sí
mismo, escribe: «Pues al cielo no le plu- / que salieses tan ladi- / como el negro Juan Lati-».
La figura del negro en Juan Latino de Diego Jiménez de Enciso 307
Maria Teresa Morabito

De las dos acciones de la comedia, la principal se basa en el doble conflicto que


vive Juan Latino, su amor por doña Ana y su difícil ascenso social; la otra, la rebelión
de los moriscos, se pone como telón de fondo de la comedia y sirve como pretexto para
unir a los dos personajes, rivales en amor, pero unidos por pertenecer a grupos sociales
marcados por la diferencia.
Aunque en la comedia Juan Latino y Fernando/Aben Humeya representan al «otro»,
al diverso, sin embargo, su manera de actuar y su actitud ante la sociedad es diferente:
en el negro se nota un constante esfuerzo de integración y asimilación en la sociedad, en
el morisco, en cambio, destacan su arrogante ambición, su rebeldía y su rechazo de un
ambiente que ya no considera abierto como antes sino que ahora lo ve como fuertemente
restrictivo y opresor. Juan, aceptando las normas impuestas por la sociedad, consigue
triunfar, Fernando, rebelándose muere.
También es un representante de la otredad Cañerí, personaje creado por Enciso a
partir de los datos tomados de Ginés Pérez de Hita el cual hace referencia a uno de los
sublevados al inicio de la rebelión llamado Cañerí (1963: 606-607) y que según Juliá
Martínez (1951: LXIII) simboliza al turco. En una carta que Abenabo envía a su sobrino
Fernando/Aben Humeya en la cual le comunica la inminente rebelión morisca, Cañerí
es definido como «negro, moro y salteador» y sus rasgos característicos corresponden a
los del salvaje de larga tradición literaria y sobre todo teatral6:

Don Fernando un negro, un gigante, un monstruo


con una piel de león,
un pino en vez de bastón,
barba larga y fiero el rostro?
(p. 168)

Esta inquietante criatura de la alteridad salvaje que con «el escuadrón mayor / de ladro-
nes [...] va levantando la Sierra» (p. 178) que Enciso utiliza como agüero y pronóstico,
por un lado sirve para remarcar la deslealtad, falsedad y cobardía de Fernando/Aben
Humeya quien, después de haber sido proclamado rey de los moriscos de las Alpujarras,
precisamente por Cañerí, ordena a Abenabo: «Pariente,/ mata a ese negro en yéndome
a Granada» (p. 238), por otro, para subrayar de forma más incisiva la distancia entre las
diferentes etnias que conviven en la península e incluso para introducir uno de los recur-
sos dramáticos típicos del dramaturgo: la visión sobrenatural y la falsedad del vaticinio.
Por obvios problemas de tiempo no puedo detenerme en un análisis pormenoriza-
do de la comedia. Por lo tanto tocaré sólo los puntos más importantes.
La acción de la comedia está ambientada en Granada, y tiene lugar en junio de
1569. Efectivamente la carta que Abenabo envía a Fernando, está fechada en 20 de este
mes, dato que refleja perfectamente la realidad histórica. De hecho, en abril de 1569
Felipe II había mandado a Don Juan de Austria a Granada para acabar definitivamente
con el problema de los moriscos.
La primera escena se desarrolla durante los festejos de la noche de San Juan; en esa
noche mágica y propiciadora de ritos amorosos, Enciso coloca el encuentro entre Juan

6. Sobre la caracterización del salvaje en el teatro del Siglo de Oro, cfr. Antonucci (1995).
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Latino y doña Ana. La dama, como si fuera un juego, acepta la propuesta de su criada
Juana «de hacer la oración desde once a doce» (p. 154) para saber quién va a ser su es-
poso; y nada más formular la pregunta «¿quién ha de ser mi marido?», sin ser visto por
ellas, entra Juan, y Don Gonzalo y sus amigos, dicen: «El negro Juanillo, el negro» (p.
160). Inquieta Juana por lo que ella toma por un verdadero vaticinio, exclama: «¿El ne-
gro Juanillo? Malo» (p. 161), en cambio Ana, sarcástica e irónica lo toma como el juego
que es, no le da ningún crédito, siendo una probabilidad fuera de toda realidad:

Él fuera un negro marido.


¿No ves que no viene bien
un negro para mi esposo?
(p. 161)

Juan Latino no respeta la caracterización del negro de la comedia, es decir, no asume


el papel de gracioso ni siquiera desde el punto de vista lingüístico, pues no solo habla
igual que el resto de los personajes altos, sino que se expresa también en perfecto latín.
Juan es un joven seguro de sí mismo y estimado por la sociedad, aunque a veces vili-
pendiado malignamente por el color de su piel. En un primer momento él tolera con
paciente ironía los insultos de Don Gonzalo (hijo del duque de Sesa) y sus amigos que le
llaman «perro», «negrazo», «perrazo», «mastín», a los que responde burlándose de ellos
en latín e increpándolos por su negligencia, pero más adelante se muestra muy duro y
determinado en defender su alteridad cuando se le ofende como hombre no dotado de
inteligencia. Tal es el caso de lo que sucede en casa de su amo, el duque de Sesa, mientras
se celebra una academia en la que Juan quiere intervenir, suscitando el asombro de los
asistentes. El clérigo Villanueva duda de su capacidad intelectual y Juan humillado repli-
ca: «¿No soy hombre, y un hombre que desea saber?»(p. 198), dando lugar a un diálogo
en el que la palabra «alma» repetida con insistencia se configura como el eje semántico
que marca la distancia entre dos opuestos conceptos ideológico: el de Villanueva que
considera al negro privo de alma y por lo tanto sin capacidad de entender, y el de Juan
que defiende su humanidad, afirmando no sólo que posee un alma sino que ésta es como
la del hombre blanco, lo que le diferencia es únicamente el color de la piel. Y ratificando
este concepto le asegura desafiante que la prueba de su capacidad intelectiva la tendrán
cuando él consiga terminar sus estudios:

Pues si veo
logrados mis estudios, algún día
verán un alma hermosa en cuerpo feo,
[…]
y juro de inquirir el arte y ciencia,
hasta que pueda en todas ocasiones
mostrar mi entendimiento y su ignorancia!
(pp. 198-9)

Obligado por el duque a besar «la mano al Maestro» como señal de disculpa, Juan exclama:
«¡Ah color, en qué me pones!» (p. 199), reiterando el concepto del color que lo discrimina.
La figura del negro en Juan Latino de Diego Jiménez de Enciso 309
Maria Teresa Morabito

En estos versos, Enciso define la distancia entre la belleza del alma y la «fealdad» del
cuerpo; la negritud es, por consiguiente, la máscara que oculta la perfección, la blancura
virtuosa del alma, de la cual, en este caso la cara no es el espejo.
En la pieza, el dramaturgo destaca el hecho de que ningún elemento externo influ-
ye en el intento de medrar del protagonista, sólo su gran deseo por el estudio le lleva a
afirmarse socialmente, aunque tenga que sufrir continuas humillaciones y vejaciones.
Por ejemplo, dice Don Gonzalo que «con matarlo a babas y a gargajo, / no pierde una
lición» (p.197), porque el negro soporta todo con paciencia con tal de poder escuchar
clandestinamente unas lecciones no destinadas a él:
Aprende con gran pena y gran trabajo,
porque no entra en la clase, y en la puerta
se baxa, y oye, y mira por debaxo,
y saca la lición entera y cierta.
(p. 197)

Hasta que el duque de Sesa, sorprendido por la gran capacidad del joven, no le ofrece su
protección para completar sus estudios, Juan debe valerse de la sola fuerza de su volun-
tad, sacando fruto de su innata aptitud para el estudio y luchando contra hombres que
moralmente demuestran ser mezquinos y que no son capaces de admitir que un esclavo
negro pueda acceder a una cátedra. El comportamiento de Villanueva, rival de Juan La-
tino en la oposición a la cátedra de gramática, es emblemático en este sentido, pues llega
incluso a pagar a estudiantes gorrones para que se burlen de sus dichos, se rían de sus
razonamientos, le escupan y le insulten. A tal propósito hay que subrayar que al proceso
de afirmación cultural y social del protagonista corresponde un progresivo desprestigio
del maestro Villanueva. Asistimos a un trueque de papeles, en el que el positivo se le
atribuye a un marginado social, a un negro, capaz de ascender en la escala de valore por
sus propios méritos personales y profesionales y a su fuerza moral, mientras que el ne-
gativo se le asigna a un representante prestigioso de la sociedad, un erudito blanco, pero
innoble. Villanueva considera la participación del protagonista en la oposición como
una ofensa y, como él, piensan también el prelado y otros representantes de la parte más
ilustrada de la sociedad de aquel entonces, convencidos de que la diversidad del color de
la piel era una monstruosidad. Sin embargo, lo realmente monstruoso reside aquí en el
comportamiento del Maestro que no deja de esgrimir insultos racistas a Juan en la esce-
na del debate entre ambos opositores a la cátedra y que Enciso recrea espléndidamente:

Villanueva Dando caza este lebrel


a las letras, vio la cumbre
del monte, donde el corcel
rompió aquella fuente en él,
que de los ciegos es lumbre.
A las aguas del Parnaso
llegó rabiando a bebellas
de sed, y viéndose acaso,
se volvió más que de paso,
porque vido el perro en ellas.
Esta cátedra, de hoy más,
se me debe de derecho,
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y el mundo está satisfecho,


que no la leyó jamás
quien ventaja me haya hecho.
Los esclavos no son hombres;
son nada, son cuerpos muertos
en actos ciertos y inciertos
valen sus obras y nombres,
sus tratos ni sus conciertos.
(pp. 269-270)

Las exactas e ingeniosas respuestas de Juan convencen al arzobispo a otorgarle la cátedra.


En relación con el progresivo «blanqueamiento» del protagonista, también es sig-
nificativa la transformación de su nombre, de Juanillo, a Juan de Sesa y, finalmente, a
Juan Latino. Efectivamente al empezar la comedia, antes de dar muestra de sus dotes
extraordinarias, para todos él es el «negro Juanillo», después, al exhibir en la Academia
sus grandes conocimientos, por primera vez le llaman «Juan de Sesa» y ya con renombre
de latinista, al presentarse a la oposición, es apellidado «Juan Latino».
Por lo que se refiere a los demás personajes, sólo dos palabras sobre la heroína.
Como muchas otras del teatro áureo, doña Ana es a menudo contradictoria, voluble,
caprichosa y rebelde. Aunque es presentada como una joven admirada y pretendida
por varios galanes y entre ellos Fernando de Válor, sin embargo, al confesar que «Del
ingenioso/a las letras les soy aficionada; / sólo el que sabe, para mí, es hermoso» (p. 153),
además de manifestar su inquietud cultural y su real profundidad de ánimo, justifica
poéticamente su pasión por Juan, haciéndola menos «monstruosa». De hecho, uno de
los temas que plantea la comedia es el de la pasión amorosa interracial la cual, no siendo
aceptada por la cerrada sociedad intolerante de la época, era considerada como una vio-
lación de las leyes sociales y morales, configurándose, como afirma Baltasar Molinero
(1995: 28) «dentro de lo monstruoso». Doña Ana, queriendo emular la ciencia de Juan,
pide a su hermano un maestro. Esta extraña petición hace que Carlobal, preocupado por
el honor, le proponga como maestro a Juan, pensando que siendo un esclavo y además
negro, no habría peligro que su hermana se enamorase. A pesar de que se alegra porque
ya se ha enamorado del intelecto de Juan, Ana finge lo contrario: «¿un negro a mí?». Su
hermano la tranquiliza replicando que el negro no enseña con el color y la reprende con
rigor, demostrando pero una ficticia apertura mental:

¿No es hombre? El alma que tiene,


por ser negro ¿ha de perder,
siendo pura, algo del ser
que a lo racional conviene?
Quien a los hombres informa
es el alma solamente;
el color es accidente,
y éste no muda la forma.
El negro es discreto y sabio,
buen cristiano y virtuoso;
a un hombre blanco y vicioso
comparallo será agravio.
(p. 243)
La figura del negro en Juan Latino de Diego Jiménez de Enciso 311
Maria Teresa Morabito

En realidad, la defensa de Carlobal peca de incoherencia; el doctor, aun reconociendo


que el alma de Juan es pura y que el color de su piel es puramente accidental y no influye
en la capacidad intelectiva, con su peroración termina por descalificar a Juan Latino. De
hecho, solo para convencer a su hermana admite que el negro está dotado de grandes
cualidades y que sería un agravio compararlo con «un hombre blanco y vicioso».
Doña Ana, a pesar de apreciar la cultura y argucia del negro y estar enamorada de
él, hasta el desenlace feliz, no quiere admitir su atracción por un «diverso» y, por tanto, se
debate entre la conciencia de su pasión y un ostentado autocontrol cada vez menos firme.
Sin embargo Juan, para poder coronar su sueño de amor, casándose con Ana, y para
ocupar la cátedra ganada, necesita la libertad, pero, a pesar de las reiteradas e insisten-
tes peticiones, su amo, el duque, no quiere concedérsela. Ni siquiera la intervención de
Don Juan de Austria que intercede en su favor consigue persuadir al duque. Las justifi-
caciones que da desenmascaran la vera naturaleza del noble, configurándolo como un
individuo egocéntrico y no más sensible ni abierto que los demás adversarios de Juan:

Duque ¿Qué falta


os hace la libertad?
¿Vos no llevasteis la cátedra?
¿No sois honrado de todos?
¿Vos no mandáis vuestra casa,
[...]
No me digáis nada;
no estimo en tanto el ser Duque
de Sesa y Conde de Cabra,
como el teneros por mío.
¿Qué príncipe, qué monarca
podrá decir lo que yo?
En vos vivirá mi fama
más verde que en las antiguas,
y prodigiosas hazañas
de mis ilustres abuelos!
(pp. 313-314)

Para el duque, Juan Latino se ha transformado en uno instrumento que incrementa su


prestigio. Tenerlo como esclavo es para él motivo de orgullo, visto que la fama del ex-
traordinario latinista negro le aportará nueva gloria, todavía más grande que la derivada
de la nobleza heredada de sus antepasados.
Según Panford (1993: 96), las motivaciones de la elección dramática de Enciso de
no atenerse a los hechos históricos que hacen referencia a la libertad que el duque con-
cede a Juan son dos: la primera, se basa «en la estética dramático-ideológica personal de
Jiménez de Enciso, que hace eco de alguna manera de ciertas voces disidentes sofocadas
en la sociedad»; la segunda, en la función del teatro barroco como mantenimiento de la
jerarquía de grupos, al servicio del poder monárquico.
Pero, en mi opinión, la elección del dramaturgo de mantener a Juan en la condición
de esclavo, forma parte de una calculada estrategia estructural, que responde a la volun-
tad del autor de ponerse al servicio de la monarquía, pero para vehicular un mensaje
diferente del supuesto por el crítico. La inclusión en la lista de personajes de Don Juan
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de Austria, que sin duda alguna sirve para contextualizar la dramatización de los acon-
tecimientos relacionados con la vida de Juan Latino, para mí responde, además, al pro-
pósito del autor que tiende a ensalzar la Casa de Austria, como hace en otras comedias
históricas (Morabito, 2006: 461).
El dramaturgo, a través del extraordinario reconocimiento de los méritos de Juan
Latino por parte Don Juan, subraya el ascenso social del protagonista que raya en lo so-
brenatural y que le dará el triunfo y la gloria final. De hecho, el príncipe, lo pone bajo su
patronazgo y le otorga su amistad, llegando a entregarle las llaves de su aposento:

Pues ¿para entrar en mi casa,


pide licencia, Maestro?
No se ha de entender la guarda
con tan grande amigo mío;
ahora bien, porque entre y salga
a su gusto, tendrá llave
de mi cuarto.
(p. 302)

E incluso, como signo tangible de su alta consideración, le concede un tratamiento re-


servado solo a pocos elegidos: el honor y el privilegio de estar cubierto en su presen-
cia. Además, Don Juan le comunica que ha escrito un soneto en su alabanza, a lo que
responde el protagonista que escribirá un poema en su honor titulado Austriadas, que
efectivamente Juan Latino compuso:

Hijo de esclavo soy, nací en Baena,


donde las letras aprendí primero;
crecí siguiendo el centro verdadero,
premio que a la virtud el cielo ordena.
No me ha estorbado mi amorosa pena,
que sea de Granada Racionero,
Orfeo, Marte, Cicerón, Homero,
en voz, en armas, en Latín, en vena.
Catedrático fui, Griego excelente,
y en fin varón insigne, pues que llego
a ser deste lugar Colector digno.
Y como le llamó por eminente
la antigua Roma a su Adriano, el Griego,
la noble España, me llamó el Latino.
(p. 307)

Como afirma Fra Molinero (1955:155), en este soneto Jiménez de Enciso coloca la justi-
ficación de la comedia, la biografía de Juan Latino es un pretexto para hacer la apología
de España y, para mí, sería mejor decir de la dinastía de los Austrias, visto che también el
rey Felipe II, reconociendo sus méritos, quiere premiar al negro, otorgándole eterna glo-
ria. Efectivamente, Don Juan comunica a Juan Latino que su fama ha llegado a oídos de
Felipe II que, «por premiar su virtud,/ y estimar su esciencia» (p. 304), había mandado
que le hicieran un retrato para colocarlo en la sala entre «los altos varones».
La figura del negro en Juan Latino de Diego Jiménez de Enciso 313
Maria Teresa Morabito

La introducción de este episodio creado por el dramaturgo, sirve para poner de


relieve que, en definitiva, al contrario de los demás personajes que representan la ideolo-
gía dominante de la época, el concepto de la igualdad metafísica de los hombres dentro
de las diferencia externas de forma, solo es aceptado por los Austrias, los cuales, al no
tener en cuenta el color de la piel sino la virtud del conocimiento que iguala a todos los
hombres, demuestran que son príncipes iluminados.
Sin embargo, el mensaje que conlleva la comedia no pone en discusión los fundamen-
tos de la ideología de la clase dominante que acepta la esclavitud. El dramaturgo presenta
una situación ideal en la que solo Juan Latino, el negro dotado de extraordinarias dotes
de latinista, «insigne en las letras», no un negro cualquiera, puede salir de su condición
humilde. Enciso pone en escena la parábola ascendente de Juan, partiendo da una realidad
discriminatoria existente en la época, para llegar al reconocimiento de la dignidad del ne-
gro por parte de Felipe II y de Don Juan de Austria, instaurando así la justicia social.

Bibliografía
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Siglo Veintiuno Editores.
Jiménez de Enciso, D. (1951): El encubierto y Juan Latino. Ed. de Eduardo Juliá
Martínez, Madrid: Aldus.
Martínez López, E. (1998): Tablero de ajedrez. París: Centre Culturel Calouste
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Morabito, M. T. (2006): «El teatro histórico de Diego Jiménez de Enciso: La mayor
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Pérez de Hita, G., (1963): Guerras de Granada, Novelistas anteriores a Cervantes. Ed,
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Weber de Kurlat, F. (1963): «Sobre el negro como tipo cómico en el teatro español del
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creación», en Nueva Revista de Filología Hispánica, 19, pp. 337-359.

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