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Padre Nuestro Explicado

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PADRE NUESTRO EXPLICADO

Padre nuestro
Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia
para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la Hebreos 4:16
ayuda oportuna.

Como un padre se compadece de sus hijos, Así se compadece Salmos


el SEÑOR de los que Le temen. 103:13

El Padrenuestro es la oració n modelo que el Señ or Jesucristo le proveyó a sus


discípulos en respuesta a la petició n de estos a que les enseñ ara a orar. Su forma,
orden y contenido nos muestra a nosotros cuá les deben ser los elementos y actitudes
que caracterizan a toda oració n apropiada.

El Señ or comienza su oració n diciendo: “Padre nuestro”. Esta manera de dirigirse a


Dios debió resultar sorprendente e inusitada para los discípulos. La religió n judía má s
bien presentaba a un Dios severo, distante e inaccesiblemente santo. Un fariseo jamá s
hubiera pensado en referirse a Dios como “Padre”.

En una ocasió n el Señ or se dirigió hacia Dios con la palabra “Abba”, que quiere decir,
“papi” o “papá ”. Seguramente, los estrictos fariseos que tanto criticaban a Jesú s por su
perspectiva poco convencional de la religió n se hubieran escandalizado de esa forma
para ellos irreverente de referirse al Creador del universo.

Pero Jesú s conocía íntimamente al Padre. Conocía de su infinito amor, su ilimitada


misericordia, su eterno deseo de tener una relació n de ternura e intimidad con sus
hijos. Por eso se sintió libre para dirigirse a Dios llamá ndolo “Padre”, y para
animarnos a nosotros a allegarnos a É l con el mismo sentido de confianza y afecto.

El escritor de Hebreos nos alienta a acercarnos “confiadamente al trono de la gracia,


para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Cuando le
oramos a Dios, lo debemos visualizar como nuestro Padre, paciente y misericordioso,
deseoso de bendecirnos y socorrernos a nosotros, sus hijos amados. No tenemos que
mendigarle. Jamá s debemos sentirnos como que lo estamos importunando o pidiendo
ilegítimamente.

¡Acércate confiadamente al trono de la gracia! Pide con confianza y ambiciosamente.


Dios jamá s escatima sus bendiciones. Su mayor placer es atender a nuestras
necesidades y socorrernos en el tiempo de la necesidad. ¡Su corazó n es, ciertamente,
el corazó n de un padre!

Que estás en los cielos


El único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible, a
1 Timoteo
quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A El sea la honra
6:16
y el dominio eterno. Amén.

No te des prisa en hablar, ni se apresure tu corazón a


proferir palabra delante de Dios. Porque Dios está en el cielo Eclesiastés 5:2
y tú en la tierra; Por tanto sean pocas tus palabras.

Interesantemente, el mismo Jesú s que nos anima a ver a Dios como un padre
misericordioso y amante en el Padrenuestro también nos recuerda que Dios está 'en el
cielo'. Es decir, aunque Dios está íntimamente involucrado en su creació n y quiere
tener intimidad con nosotros, debemos recordar siempre que hay un sentido de sana
distancia y diferencia que debemos retener con respecto a nuestro entendimiento de
Dios.

¡El no es como nosotros! É l es totalmente Otro. Ciertamente, sus caminos no son


nuestros caminos, y sus pensamientos no son nuestros pensamientos (Isaías 55:8).

La Biblia nos llama a una paradó jica relació n de absoluta confianza y absoluta
reverencia hacia Dios. Tenemos que amarlo y temerlo simultá neamente. Tenemos que
acercarnos a su trono confiadamente, pero también con temor y temblor. Tenemos
que entender que el está siempre con nosotros y que habita en nosotros por medio de
su Espíritu Santo, pero que también habita “en luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16), má s
allá de cualquier imperfecció n o bajo sentimiento.

El escritor de Eclesiastés sabiamente nos recuerda que “Dios está en el cielo y


nosotros sobre la tierra”, y que por tanto nuestras palabras deben ser pocas. Es decir,
al recordar la infinita distancia que hay entre nosotros y el Padre celestial, debemos
tener cuidado de có mo nos acercamos a É l. Nuestras palabras y acciones, nuestra vida
y conducta deben reflejar ese sentido de reverencia y asombro ante la majestad del
Creador.

Dios es Santo, tres veces Santo. Merece nuestra adoració n y sujeció n reverente. Su
Señ orío es incuestionable. Nuestra entrega y obediencia de su voluntad deben ser
absolutas.
No debemos jamá s jugarnos con Dios. No debemos subestimar su santidad o señ orío.
Dios no existe só lo para complacernos o llenar nuestras necesidades. ¡Nosotros, má s
bien, existimos para obedecerlo, adorarlo y darle gloria solamente a É l!

Santificado sea Tu nombre


Jesús dijo: "Padre, glorifica Tu nombre." Entonces vino una
Juan 12:28
voz del cielo: "Y Lo he glorificado, y de nuevo Lo glorificaré."

¡Aleluya! Alaben, siervos del SEÑOR, Alaben el nombre del


Salmos 113:1
SEÑOR.

La humanidad fue creada para adorar a Dios. Un ser humano no encuentra su razó n de
ser ni el propó sito de su existencia hasta que no se postra reverentemente a los pies
del Creador y le rinde gloria y honra. No podemos ser verdaderamente humanos sin
antes inclinar la cabeza ante la majestad del Padre y reconocer que somos meras
criaturas, creadas para glorificarlo y expresar su creatividad y poder.

Cada vez que nos acercamos a Dios para comunicarnos con É l por medio de la oració n,
tenemos primeramente que santificarlo, rendirle honra, señ alar su majestad. Esto será
una señ al de que lo ponemos a É l primero. Su honra y santidad deben tener
precedencia sobre nuestras propias peticiones y deseos. Antes de expresarle nuestras
necesidades, debemos expresarle nuestra reverencia, nuestro deseo de que su
Nombre, su Persona, sean reconocidos en toda su grandeza y majestad.

Antes que siervos de Dios, debemos ser adoradores empedernidos, perpetuamente


embriagados por el sentido de la gloria de Dios. Nuestro má ximo placer debe ser
levantar nuestros ojos hacia el cielo muchas veces al día y rendirle adoració n a Dios,
expresá ndole nuestra gratitud por todas sus bendiciones y maravillas. El salmista lo
expresa de esta manera: “Bienaventurado el hombre que teme a Jehová , y en sus
mandamientos se deleita en gran manera” (Salmo 112:1). El salmo 37 dice: “Deléitate
asimismo en Jehová , y él te concederá las peticiones de tu corazó n”.

Cuando nuestro corazó n está embargado por un sentido de adoració n y deleite para
con Dios, entonces estamos libres para pedirle confiadamente, sabiendo que nuestras
peticiones estará n alineadas con su voluntad. Dios se complacerá en concedernos
nuestras oraciones, y nuestra vida traerá deleite a Aquel que nos ha creado para su
gloria y su honra.
Venga tu reino
El que testifica de estas cosas dice: "Sí, vengo pronto." Apocalipsis
Amén. Ven, Señor Jesús. 22:20

Porque del SEÑOR es el reino, Y El gobierna las naciones. Salmos 22:28

Después de santificar el nombre de Dios, el Señ or Jesucristo declara en el


Padrenuestro, "Venga tu reino". ¿Qué quería decir el Señ or con esa misteriosa
expresió n?

La palabra griega que se traduce al españ ol, “venga”, es “erchomai”, la cual quiere
decir “aparezca, surja, se presente ante el pú blico, se manifieste”. Ciertamente, todas
estas expresiones son apropiadas para expresar el deseo de que el reino de Dios se
haga presente y visible en el mundo.

Al decir esto, el Señ or estaba pidiendo que los valores del reino de Dios—el amor, la
verdad, la justicia, la gracia, la vida—establecieran su señ orío y dominio en el mundo.
Que la locura de este mundo caído, distorsionado por el pecado y la maldad, sea
sustituida por el gobierno benévolo y justo de Dios.

“Venga tu reino” quiere decir, “Venga tu gracia a la tierra. Destruye el dominio de


Sataná s. Haz cesar las guerras, la pobreza y la muerte. Establece tu reino de
misericordia, amor y bondad sobre la tierra. Transforma nuestros corazones. Saca el
orgullo y el egoísmo del corazó n humano, y reemplá zalo con el amor, la gracia y la
bondad”.

El Señ or pedía la venida de una nueva era, un cambio radical en la existencia humana,
una nueva creació n. Así debemos también orar nosotros. Ese debe ser nuestro
constante y ardiente deseo—que el sistema de Dios sea establecido en la tierra para
siempre; que el imperio del mal sea desmontado y la vida de Dios corra libremente en
nuestro mundo caído.

El día se avecina en que Dios le pondrá fin a la tragedia de la historia. Entonces


tendremos cielos nuevos y tierra nueva. Toda rodilla se doblará , y toda lengua
confesará que Jesucristo es el Señ or (Romanos 14:11). Mientras tanto, nuestro deseo
ardiente, nuestra oració n insistente, debe ser “venga tu Reino”. Amén. ¡Sí, ven Señ or
Jesú s!
Hágase tu voluntad
Jesús dijo: "Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa;
Lucas 22:42
pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya."

Me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío; Tu ley está dentro


Salmos 40:8
de mi corazón.

El Señ or Jesucristo sabía de lo que estaba hablando cuando les instruyó a sus
discípulos a siempre orar "há gase tu voluntad". Toda su vida fue una expresió n de una
voluntad totalmente sometida a la voluntad mayor del Padre. En una ocasió n declaró
grá ficamente: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió , y que acabe su
obra” (Juan 4:34). La identidad total de Jesú s estaba sumida en su sujeció n absoluta a
la voluntad del Padre. Su venida al mundo había sido en obediencia al deseo de Dios
de que él sirviera como un sacrificio santo para la redenció n del mundo.

Cuando llegó el momento de subir a la cruz, el Señ or experimentó la angustia má s


profunda y embargadora que se pueda imaginar. El sabía que al obedecer la voluntad
de Dios, tendría que ingerir el trago má s amargo que nadie hubiera ingerido jamá s. Sin
embargo, luego de pedirle al Padre que lo eximiera de ese trago tan amargo, declaró :
“Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

El poder de Jesucristo residía, paradó jicamente, en su sujeció n total a la voluntad de


su Padre. Al humillarse y rendirse totalmente a É l, recibió poder absoluto, y “un
Nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9).

Pablo nos aconseja que cultivemos “el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesú s”
(Filipenses 2:5). Ese “sentir” se refiere a la actitud totalmente sujeta y obediente de
Jesú s, el cual “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz” (v. 8). Nosotros también debemos orar con cada latido de nuestro corazó n,
“há gase tu voluntad”. La totalidad de nuestra vida debe ser un continuo someternos a
la voluntad y las preferencias de nuestro Padre celestial. Al hacer esto, alcanzaremos
la verdadera grandeza espiritual, recibiremos el poder de Dios en nuestras vidas, y
estaremos en íntima comunió n con el espíritu de Jesucristo, que alcanzó un má ximo
nivel de entrega y sujeció n a la voluntad de su Padre.

Aun cuando Dios traiga circunstancias y situaciones a nuestra vida contrarias a lo que
esperamos o deseamos, nuestra petició n final debe ser también, “Pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya”.
“Señ or, que se cumpla tu voluntad perfecta en mi vida, y que reciba yo la gracia
suficiente para acatarla gustosamente, sabiendo que todo lo que viene de ti, aunque
sea doloroso, es bueno y perfecto, y para mi bien”. Amén.

Así en la tierra como en el cielo


Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el
Apocalipsis
honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu
4:11
voluntad existen y fueron creadas.

Bendigan al SEÑOR, ustedes Sus ángeles, Poderosos en


fortaleza, que ejecutan Su mandato, Obedeciendo la voz de Salmos 103:20
Su palabra.

En este mundo caído y gobernado por el mal, la voluntad de Dios se cumple a


regañ adientes, a pesar de gran oposició n. Hay un espíritu de pecado en el mundo, 'el
cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto' (2
Tesalonicenses 2:4). Los poderes de las tinieblas existen para oponerse a la voluntad
de Dios, y para contradecir todo principio noble o santo que exista sobre la tierra. El
deseo de Sataná s es subvertir la voluntad divina, y llenar el corazó n del hombre con el
mismo espíritu de rebeldía y soberbia que embarga su propio corazó n. Esta es su
razó n de ser, su ú nico propó sito en la creació n. Sataná s es el Adversario, el opositor
por excelencia, el origen de toda resistencia a la voluntad de Dios en la creació n.

La creació n gime por el día en que la voluntad de Dios se cumpla en el mundo sin
resistencia ninguna. Jesucristo nos enseñ a a orar que la voluntad de Dios se cumpla
“como en el cielo, así también en la tierra”. Nuestro anhelo ardiente debe ser que
llegue el día en que la voluntad de Dios—sus santos propó sitos, sus iniciativas para
promover el amor, la vida y la justicia—se cumpla con tanta espontaneidad y fluidez
en el mundo como se cumplen en el cielo. En el cielo no hay ninguna oposició n a la
voluntad de Dios. Allí, el deleite de todos sus habitantes es que el Padre manifieste su
Persona y sus santos propó sitos.

En Apocalipsis 4:10 el apó stol Juan nos presenta la maravillosa escena de veinticuatro
ancianos, seres maravillosos y llenos de misterio, que se postran delante del que está
sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos. Estos ancianos
toman sus coronas, símbolo de su autoridad y realeza, y las echan delante del trono en
señ al de total sujeció n a la voluntad del Rey de reyes y Señ or de señ ores. Esa es la
actitud que rige al cielo—total entrega a la voluntad de Dios, deleite en sujetarse a É l,
deseo absoluto de que se cumpla su voluntad.

Anhelemos el día de que se dé una escena similar universalmente en el mundo. Que


toda la creació n abrace los propó sitos sublimes del Creador, y que el mundo sea un
reflejo perfecto de su santa voluntad. Mientras tanto, hagamos todo lo posible para ser
nosotros mismos una expresió n de ese cumplimiento sin resistencia de la voluntad de
Dios sobre la tierra.

El pan nuestro de cada día - Parte A


Buscad primeramente el reino de Dios, y todas estas cosas
Lucas 12:31
os serán añadidas.

Honra al SEÑOR con tus bienes Y con las primicias de todos


tus frutos; Entonces tus graneros se llenarán con abundancia Proverbios 3:9
Y tus lagares rebosarán de vino nuevo.

Los hijos de Dios tienen sus prioridades claramente establecidas: primero la gloria y la
voluntad de Dios, su señ orío sobre nuestras vidas. Primero el deseo de que É l cumpla
su perfecta voluntad en y a través de nosotros. Luego nuestras prerrogativas y deseos.
Mis planes y proyectos siempre tienen que darse a la luz de los planes y la voluntad de
Dios.

Como hemos dicho antes, el Padrenuestro es un compendio de elementos y actitudes


que deben caracterizar tanto nuestra vida como nuestras oraciones. Después de
reconocer la paternidad benévola de Dios, y su Majestad; después de santificar su
nombre y declarar su reino sobre la tierra; después de declarar nuestro anhelo de que
se cumpla su voluntad en forma total y sin resistencia—só lo entonces debemos
sentirnos libres para pensar en nuestras necesidades personales. El Señ or continú a,
pidiendo: “El pan nuestro de cada día dá noslo hoy”..

Hay un dicho que dice: “El hombre propone y Dios dispone”. Así debe ser. Yo someto
muy tentativamente mis peticiones a Dios, pero entiendo en todo momento que es su
agenda la que tiene prioridad, no la mía. Las prerrogativas de Dios tienen que ser
satisfechas primero, antes de que las nuestras puedan ser tomadas en consideració n.
Antes de pedir “el pan nuestro de cada día”, siempre tendremos que decir, “há gase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.
En una de sus pará bolas, Jesú s describe grá ficamente el orden correcto del universo:
el señ or tiene que satisfacer sus exigencias antes de que las necesidades del siervo
puedan ser atendidas: “¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta
ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice má s
bien: Prepá rame la cena, cíñ ete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después
de esto, come y bebe tú ?”

Cuando buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia, entonces podemos


estar confiados que recibiremos “todas las demá s cosas”, incluyendo el pan nuestro de
cada día. Preocú pate primeramente por las cosas de Dios, y Dios sin duda alguna se
ocupará de las tuyas.

El pan nuestro de cada día - Parte B


Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso
1 Timoteo 6:8
estaremos contentos.

El SEÑOR es mi pastor, Nada me faltará. Salmos 23:1

El Señ or Jesucristo siempre fue muy preciso en el uso de sus palabras. Por eso es
importante notar que él dijo, "el pan nuestro de cada día". No dijo, por ejemplo, "el pan
nuestro para toda la vida". Como con el maná que recibieron los hebreos cada día en el
desierto, el hijo de Dios debe depender de Dios para su provisió n diaria, y guardarse
de todo afá n y de toda avaricia. No quiere decir que vivamos vidas despreocupadas,
pensando só lo en el presente. Pero tampoco debemos obsesionar demasiado acerca
del futuro, sabiendo que nuestra vida reposa en las manos de un Padre amoroso, que
no permitirá que nos falte sustento y abrigo.

La idea de almacenar má s de la cuenta, de estar excesivamente preocupados acerca


del mañ ana y lo que ha de venir, es forá nea a la mentalidad de un cristiano maduro,
consciente de que Dios es su fiel proveedor. El señ or Jesucristo ha dicho, “Vosotros,
pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni
estéis en ansiosa inquietud” (Lucas 12:29). En ese mismo pasaje, nos invita má s bien a
concentrarnos primeramente en las cosas que atañ en a su reino y sus principios, y a
confiar que lo demá s vendrá orgá nicamente, como por añ adidura (vs. 31).

Dios quiere engendrar en nosotros una actitud de total confianza y dependencia de É l.


Por eso muchas veces escoge entrenarnos en la vida de fe, por un tiempo dá ndonos
só lo lo suficiente para las necesidades de cada día. Muchas veces, cuando hemos
aprendido a confiar en É l totalmente y nos despojamos de la dependencia de las cosas
materiales, entonces viene la abundancia y la prosperidad.

Recuerdo el texto en que Jesú s envía a sus discípulos en uno de sus primeros viajes
misioneros. Dice el relato que “les mandó que no llevasen nada para el camino, sino
solamente el bordó n; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto, sino que calzasen
sandalias, y no vistiesen dos tú nicas” (Marcos 6:8 y 9). Les convenía a estos
misioneros en entrenamiento aprender a depender de Dios para su sustento; tener
que levantarse cada día y preguntarse de dó nde vendría su pró xima comida, o dó nde
se hospedarían la pró xima noche. Al constatar una y otra vez que su Padre celestial no
les fallaría, y que siempre habría de responderle en formas milagrosas para la
provisió n de sus necesidades, la fe de estos futuros siervos de Dios crecería, y
aprenderían a confiar en É l para su sustento diario.

Así Dios quiere que nosotros también pongamos a un lado la ansiedad acerca del
mañ ana, y que aprendamos a confiar en él para la provisió n de cada día. ¡No seremos
defraudados jamá s!

Dánoslo hoy
Y dirigiéndose a él, Jesús le preguntó: "¿Qué deseas que
haga por ti?" Y el ciego Le respondió: "Raboní (Mi Maestro), Marcos 10:51
que recobre la vista."

Jabes invocó al Dios de Israel, diciendo: "¡Oh, si en verdad


me bendijeras, ensancharas mi territorio, y Tu mano 1 Crónicas
estuviera conmigo y me guardaras del mal para que no me 4:10
causara dolor!" Y Dios le concedió lo que pidió.

Se requiere mucha fe para pedirle a Dios un milagro específico e identificable, que


requiera una respuesta verificable en el tiempo y el espacio. Muchas veces nuestras
oraciones son genéricas y vagas, secretamente proveyéndole al Señ or (¡o a nosotros!)
una salida má s o menos honrosa en caso de que no se dé el milagro que pedimos. Por
medio de un lenguaje sutil, estiramos el marco de tiempo en que se podrá dar la
contestació n, abrimos espacio para una respuesta en el plano natural, o añ adimos “si
es tu voluntad”, ¡por si las moscas! En ú ltima instancia, esto representa un acto de leve
cobardía espiritual, y todos caemos en esa prá ctica en algú n momento u otro.
Con esto no queremos decir que no reconozcamos la soberanía del Señ or, o que
pretendamos forzarlo a responder a nuestras oraciones de una sola manera. Nos
referimos, má s bien, a esas ocasiones en que este tipo de “clá usula de escape” se
origina en una falta de fe de nuestra parte, en una duda sobre si Dios verdaderamente
todavía hace milagros.

Me gusta ese “dá noslo hoy” de Jesú s en el Padrenuestro. Si la provisió n de pan que él
estaba sometiendo no se daba “hoy”, ¡habría sido muy fá cil detectar el fracaso de su
oració n!

A veces tendremos que lanzarnos de cabeza a la acció n de fe, confiando en que el


Señ or no permitirá que quedemos en vergü enza, poniendo a un lado nuestras dudas y
encomendá ndonos a la gracia del Señ or. A veces tendremos que emitir oraciones
desesperadas e imprudentes frente a nuestros familiares y amigos, sabiendo que
representan un riesgo para nuestro orgullo o nuestra imagen pú blica si no se dan,
pero que no hay otra alternativa.

Cuando Mardoqueo reta a la reina Ester a presentarse ante el rey Asuero sin previo
permiso e interceder por el pueblo hebreo, ella sabía que si lo hacía estaba corriendo
peligro de muerte conforme a la ley de Persia. Después de vencer sus temores, Ester
determina un curso de acció n y emite las famosas palabras: “Si perezco, que perezca”.

A veces se agota el tiempo de la espera y la deliberació n, y hay que proceder


atrevidamente, sin una puerta de escape detrá s de nosotros, simplemente confiando
en la misericordia y fidelidad del Señ or. A Dios le gustan las oraciones y acciones
atrevidas y ambiciosas, que lo ponen a prueba, y que muestran una fe guerrera de
parte de nosotros. Por otra parte, las oraciones genéricas y abstractas lo dejan frío, y
es muy posible que no reciban su contestació n.

El apó stol Santiago nos invita a pedirle al Señ or. Pero añ ade: “Pero pida con fe, no
dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada
por el viento y echada de una parte a otra. No piense, quien tal haga, que recibirá cosa
alguna del Señ or” (Santiago 1:6 y 7).

Ponle carne a tus oraciones, y sométele al Señ or peticiones atrevidas y ambiciosas,


específicas y fechables, y ejercítate en la actitud de fe. ¡Te sorprenderá s de los
resultados!
Y perdónanos nuestras deudas
Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para
perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad 1 Juan 1:9
(iniquidad).

¡Cuán bienaventurado es aquél cuya transgresión es


Salmos 32:1
perdonada, Cuyo pecado es cubierto!

El Padrenuestro es un compendio de peticiones fundamentales para la vida humana.


Es solo un modelo del tipo de oració n que le podemos ofrecer al Señ or, y nos invita
implícitamente a añ adir nuestras propias peticiones esenciales cuando confrontamos
necesidades similares.

Una de las cosas que necesitará todo ser humano en algú n momento de su vida es el
perdó n de Dios. Transgredir la ley de Dios es inevitable, y siempre tendremos que
venir ante É l, muchas veces al día, y confesarle nuestras faltas. Lo maravilloso es que
la Biblia dice que “si confesamos nuestros pecados él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Por otra parte, “si
decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en
nosotros” (vs. 10).

Pedirle perdó n a Dios cuando lo ofendemos es la cosa má s saludable y sanadora que


podemos hacer. Confesar nuestras deudas nos limpia por dentro, y nos deja libres
para disfrutar de una dulce comunió n con nuestro Padre celestial y continuar
recibiendo sus abundantes bendiciones.

Por otra parte, vivir una vida moralmente descuidada, obstinarnos en nuestros
pecados y pretender darles otro nombre, o tratar de legitimar un comportamiento
pecaminoso violentando el obvio significado de los mandamientos de Dios, es una
receta para el desastre y una manera segura de contristar el Espíritu Santo. Mucho
mejor ser humildes, admitir nuestro error, y encomendarnos a la bondadosa
ministració n de nuestro Padre misericordioso.

David habla de una ocasió n en que trató de encubrir su pecado en vez de confesá rselo
a Dios: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de
día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de
verano”. Como podemos ver, las consecuencias de su comportamiento fueron
extremadamente negativas.

Pero luego añ ade: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré
mis transgresiones a Jehová ; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado”.
Inmediatamente que David confiesa su pecado, la gracia de Dios se derrama sobre él, y
sus “sequedades de verano” se convierten en el verdor de la primavera.

Aprende a regocijarte en la misericordia de Dios. No encubras tus faltas. No le eches a


otros la culpa de tu propio pecado. Refú giate má s bien una y otra vez en los
misericordiosos brazos de tu Padre celestial, que conoce tu condició n, y se compadece
de ti como el padre se compadece de los hijos (Salmos 103).

Ser perdonado por Dios es un gran privilegio. Confiesa tu pecado. Enmienda tus
caminos. Y vive siempre en la luz de la verdad y la transparencia para con Dios y tus
semejantes.

Como también nosotros perdonamos a


nuestros deudores
Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les
Mateo 6:15
perdonará a ustedes sus transgresiones (faltas, delitos).

Y él respondió: "No los mates. ¿Matarías a los que has


tomado cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante de
2 Reyes 6:22
ellos pan y agua para que coman y beban y se vuelvan a su
señor."

Esta es una de las expresiones má s sublimes de todo el Padrenuestro. Encierra uno de


los principios má s profundos y exaltados de todo el evangelio: No solo necesitamos
nosotros mismos el perdó n continuo de Dios, sino que también tenemos que
extenderle ese mismo privilegio del perdó n a los demá s cuando ellos nos ofenden a
nosotros.

Se trata de las dos caras de una misma moneda. Ser perdonados por Dios presupone
que estaremos dispuestos a perdonar a nuestros semejantes. Perdonar a otros tiene el
mismo efecto liberador y sanador que tiene el ser perdonado por Dios. Si no
perdonamos a otros, nosotros tampoco podremos recibir el perdó n de nuestro Padre
celestial.

Perdonar a los que nos han ofendido es una de las fuentes fundamentales de la salud
mental y emocional. Por otra parte, el rencor es un veneno que se posa dentro de
nosotros y nos amarga tanto física como espiritualmente. El que perdona se acerca
como nadie a la naturaleza divina, pues la esencia misma de Dios es, efectivamente,
perdonar. La Biblia declara: “misericordioso y clemente es Jehová ; Lento para la ira, y
grande en misericordia. No contenderá para siempre, Ni para siempre guardará el
enojo” (Salmos 103:8 y 9). Dios es pura gracia, y su misericordia siempre triunfa sobre
el juicio.

Si aprendemos a vivir vidas de gracia y misericordia, recibiremos gracia y perdó n de


Dios y de los demá s cuando nosotros también cometamos nuestras propias faltas.
Permite que el perdó n fluya de ti como de una tubería ancha y limpia. Ese perdó n y
gracia que tú le transmitas a otros será en ti una fuente de agua refrescante que te
permitirá navegar la vida con éxito y liviandad de espíritu.

Y no nos metas en tentación


Que nadie diga cuando es tentado: "Soy tentado por Dios."
Porque Dios no puede ser tentado por el mal y El mismo no Santiago 1:13
tienta a nadie.

Entonces el SEÑOR dijo a Satanás: "Todo lo que él tiene está


en tu poder; pero no extiendas tu mano sobre él." Y Satanás Job 1:12
salió de la presencia del SEÑOR.

En ocasiones, Dios prueba a sus hijos para refinarlos, para sacar a la luz pecados y
defectos escondidos, para disciplinarlos cuando caen en una actitud de auto
justificació n, o de condenar a los demá s injustamente, o simplemente para establecer
objetivamente por medio de nosotros alguna verdad espiritual en la tierra. A veces
Sataná s mismo demandará de Dios el derecho de tocarnos por un pecado inconfeso o
una prá ctica pecaminosa. El mundo del espíritu es muy misterioso, y a veces la mano
de Dios se moverá sobre nosotros en formas sombrías y pesadas, a pesar de su
misericordia y su amor.

¡Qué extrañ a esta expresió n del Padrenuestro! La Biblia claramente dice: “Cuando
alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser
tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Santiago 1:13). La palabra griega, peirasmos,
que se traduce al españ ol “tentació n” en este pasaje del Padrenuestro, no só lo se
refiere a tratar de inducir a alguien a pecar, sino que también puede referirse a poner
a alguien a prueba, o meter a una persona en circunstancias de tribulació n.

Cuando Jesú s dice, “no nos metas en tentació n”, está diciendo: “Ten misericordia de
nosotros. No nos pruebes má s allá de lo que podamos resistir. Que tu mano se pose
livianamente sobre nuestro pecado, y recibamos siempre de ti misericordia y gracia.
En todo lo posible, líbranos de circunstancias adversas que pongan a prueba nuestra
fe y nos estiren casi hasta el punto de quebrarnos”.

Se trata de un clamor por una vida despejada, que goce siempre del favor de Dios,
eximida en todo lo posible de los rigores y padecimientos de un mundo caído, sombrío
y peligroso.

“No nos metas en tentació n” es una petició n de que la misericordia de Dios siempre
triunfe sobre su justicia y su juicio, de que siempre seamos tratados con gracia y
delicadeza, en vez de con la disciplina y el rigor que en realidad merecemos.

Más líbranos del mal


Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo,
anda al acecho como león rugiente, buscando a quien 1 Pedro 5:8
devorar.

Y el SEÑOR preguntó a Satanás: "¿De dónde vienes?"


Entonces Satanás respondió al SEÑOR: "De recorrer la tierra Job 1:7
y de andar por ella."

El mal es como los virus ciegos e indiferentes que pueblan el mundo. Está n por todas
partes. No nos tienen ni amor ni odio. Son totalmente indiferentes a nosotros. Pero si
un día se tropiezan con nosotros, pueden contaminarnos con una enfermedad, o en
ocasiones acarrearnos la muerte.

Este mundo caído está saturado por el mal. El mal es el aire que respiramos. Es una
red tramposa e invisible extendida por todas partes. Si no nos cuidamos, podemos
fá cilmente caer en sus hilos venenosos y perder hasta la vida. El ser humano es una
criatura eminentemente frá gil. Mientras está en el mundo, atraviesa un bosque lleno
de fieras implacables, expuesto al peligro hasta el día de su muerte.

Me recuerda las palabras del apó stol Pablo, describiendo las peripecias de su propia
jornada ministerial: “en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de
ladrones, peligros de los de mi nació n, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad,
peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos” (2 Corintios
11:26).

Ciertamente, la vida es un terreno peligroso, y no hay ser humano que pueda salir de
este mundo sin oler a humo. Es, simplemente, un gaje del oficio de ser humano. Ser
hombre o mujer es ser frá gil, propenso a equivocarse, expuesto a caer en algú n
momento en una zanja en una noche oscura. Tarde o temprano nos tropezaremos con
una de esas bestias hambrientas del bosque, que querrá destrozarnos e ingerirnos, no
porque nos odia, sino simplemente porque tiene hambre.

Por eso Jesú s dice, “líbranos del mal”. Nos está enseñ ando a reconocer nuestra
fragilidad inherente, en un mundo lleno de peligros, y a pedirle a Dios que siempre nos
proteja, que nos cubra con su coraza de protecció n cuando salgamos a la calle, o
durmamos sobre nuestra cama, o simplemente llevemos a cabo las labores normales
de la vida cotidiana.

Sabia es la persona que reconoce cuá n frá gil es, y cuá n desesperadamente necesita la
protecció n de Dios mientras respira. El salmista dice: “Hazme saber, Jehová , mi fin, Y
cuá nta sea la medida de mis días; Sepa yo cuá n frá gil soy”. No lo dice porque sea un
masoquista que quiere cultivar un sentido de baja autoestima. Lo dice porque sabe
que hay mucha sabiduría en admitir nuestra fragilidad y refugiarnos preventivamente
en la misericordia de Dios. En esa actitud humilde hay refugio contra los peligros de la
vida.

La persona soberbia y demasiado confiada en sí misma no tiene amortiguadores


contra los peligros y acechanzas de la vida. La persona humilde y consciente de su
debilidad que se encomienda constantemente a la protecció n de Dios, por otra parte,
siempre hallará refugio en los brazos de su poderoso Padre celestial.

Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria


Porque desde la creación del mundo, Sus atributos invisibles,
Su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad,
Romanos 1:20
siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que
ellos no tienen excusa.

Una vez ha hablado Dios; Dos veces he oído esto: Que de


Salmos 62:11
Dios es el poder.

Todo lo que pide el Padrenuestro está cimentado sobre un principio fundamental:


Só lo Dios tiene el poder para conceder todas las cosas que el ser humano necesita
para su bienestar. En Dios reside todo el bien del mundo. É l es la ú nica esperanza para
la humanidad. En ú ltima instancia, el poder no reside en Sataná s y sus demonios que
só lo saben matar, robar y destruir.
La ú ltima palabra en el mundo no la tiene la muerte, o la violencia, o el poder
explotador y opresivo de los hombres injustos. La Corte Suprema del universo, el
lugar de apelació n final, se encuentra en el trono de Dios, asiento de todo poder y
autoridad. Una palabra de parte del Señ or de señ ores, y todos los demonios del
infierno tienen que huir derrotados, impedidos de urdir su red maligna de hambre,
pecado, odio, rencor y maldad—todo aquello de lo cual el Padrenuestro pide que
seamos librados.

Si el reino, el poder y la gloria no residieran en ú ltima instancia en la mano de Dios,


entonces no habría esperanza para el ser humano. Esa afirmació n triunfante de Jesú s
al final de su oració n es la joya principal de la corona. Es la firma de Dios sobre ese
hermoso documento, que declara: “Yo tengo el poder y la autoridad para cumplir y
conceder todo lo que ustedes me piden. En mí, no en el mal, reposan las llaves del
universo; y todo el que se acerque a mí para refugiarse debajo de mis alas encontrará
refugio, protecció n y provisió n”.

¡Gloria al Padre, que por medio de la muerte de su Hijo en la cruz destruyó el imperio
del mal y le arrancó las llaves del infierno a Sataná s! El apó stol Juan declara: “Para
esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8).

Cristo vino al mundo para desmontar el aparato descomunal del mal en el mundo,
para derrotar el reino ilegítimo de las tinieblas, y poner a huir las huestes de Sataná s.
Después de la cruz, la creació n puede volver a respirar. La esperanza es una vez má s
posible en el mundo. Ya el mal ha perdido su poder rotundo, y ahora el hombre tiene
un camino para llegar hasta la Corte Suprema celestial y presentar su causa. Por
medio de Cristo Jesú s el poder ilegítimo sobre el mundo ha sido arrancado de las
manos del diablo y devuelto a Dios, a quien legítimamente pertenece.

Declarar que de Dios es el reino, el poder y la gloria no es una afirmació n neutral en


este caso. Es un proyectil de guerra que se lanza contra las huestes mismas del
infierno y de la muerte. Equivale a decir: “El mundo no es un hoyo negro que se traga a
sus criaturas irrevocablemente y convierte la vida en un ejercicio fú til. Hay un poder
benévolo que rige el universo, má s poderoso que cualquier demonio del infierno, y
todo aquel que se acoge al señ orío de Jesucristo está a salvo de la tragedia de la Caída”.

Bueno es saber que servimos a un Soberano Todopoderoso. Bueno es afirmar una y


otra vez: “¡Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria!”
Por todos los siglos
Dios habla hoy lunes, 24 de diciembre 2012

Y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no


Lucas 1:33
tendrá fin.

Tu reino es reino por todos los siglos, Y Tu dominio Salmos


permanece por todas las generaciones. 145:13

Cuando el Señ or Jesucristo declara que 'el reino, el poder y la gloria' pertenecen a Dios
'por todos los siglos', está diciendo, 'para siempre'. La palabra en el griego original que
se traduce al españ ol 'por todos los siglos' es aion, la cual quiere decir 'época, edades,
tiempos, siglo, eternidad'. Se trata de una referencia a lo que no tiene fin, a una medida
de tiempo interminable, inconcebiblemente larga.

Jesú s está declarando que el señ orío de Dios es eterno, por los siglos de los siglos. El
Padrenuestro termina invitá ndonos a poner nuestros ojos sobre la eternidad. Cuando
este mundo, con todos sus afanes y peligros, haya terminado, todavía nos queda la
eternidad para vivir, a aquellos que hemos vivido y muerto en Cristo Jesú s.

El reino de Dios es eterno e irrevocable, y a esa dimensió n eterna y perfecta seremos


cada uno de nosotros un día llamados a morar. Esa es la gran esperanza de todo
creyente. Esa certeza de una vida venidera nos mantiene motivados y llenos de gozo a
pesar de todos los sinsabores de este mundo caído. A la luz de la resurrecció n
venidera, Pablo nos aconseja en 1 Corintios 15:58, “Así que, hermanos míos amados,
estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señ or siempre, sabiendo que
vuestro trabajo en el Señ or no es en vano”.

El dominio y señ orío de Dios nunca le podrá n ser arrebatados. Por tanto, sabemos que
nuestra recompensa, nuestro descanso eterno, nos está n asegurados. Un día, la
controversia milenial entre el bien y el mal terminará definitivamente. Dios le
arrancará su dominio falso e ilegítimo a Sataná s y lo echará en el lago de fuego y
azufre “por los siglos de los siglos”, como promete Apocalipsis 20:10. Entonces la
voluntad de Dios se cumplirá en la tierra de la misma manera en que se cumple en el
cielo, como pide el Padrenuestro.

A Dios le pertenecen el reino, el poder y la gloria. Y no só lo le pertenecen, sino que le


pertenecen por toda la eternidad. El á ngel le prometió a María que el Hijo que habría
de nacer de sus entrañ as reinaría sobre la casa de Jacob para siempre, y que su reino
no tendría fin (Lucas 1:33).
Ese mismo Jesú s que declara en el Padrenuestro que el reino de Dios es “por todos los
siglos” está él mismo destinado a reinar “por todos los siglos” también. Y todos los que
nos afiliamos a él en esta vida seremos también llamados a reinar juntamente con él, y
a participar de su gloria. Esa es la maravillosa imagen que nos presenta el glorioso
himno que cantan los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos en Apocalipsis
5:10: “Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la
tierra”.

El apó stol Pablo nos invita en 1 Tesalonicenses 5:18 a alentarnos los unos a los otros
con esa gloriosa imagen de un pueblo redimido reinando con su Cristo por toda la
eternidad.

Porque el reino, el poder y la gloria pertenecen a nuestro Dios, podemos soportar


todas las aflicciones de este mundo, sabiendo que en ú ltima instancia somos má s que
vencedores por medio de aquel que nos amó y se dio por nosotros.

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