San Agustín
San Agustín
San Agustín
En el libro 'Il Santo Del Giorno', Mario Sgarbossa y Luigi Giovannini destacaron
que "no es fácil hablar" del "santo que más que ningún otro ha hablado de sí
mismo, con sinceridad y sencillez".
Sin duda una alusión al libro Confesiones, un éxito de ventas cristiano hasta la
fecha, en el que, como dicen Sgarbossa y Giovannini, "desnuda su alma con
sinceridad y candor".
Hijo de madre católica —luego santa Mónica— y un pagano, Patricio, que recién
se convertiría al cristianismo en su lecho de muerte, Aurelio Agustín de Hipona
nació en Tagaste, en lo que hoy es la ciudad de Souk Ahras, en Argelia.
En ese momento, la localidad formaba parte de la provincia romana de Numidia.
Todo indica que su familia, considerada de la clase alta de "hombres honorables",
tenía ciudadanía romana.
"Tómalo, léelo"
Su fama de hombre de buenos conocimientos se extendió y pronto consiguió
trabajo como profesor de retórica en Mediolanum, la actual Milán.
Tenía 30 años y una carrera intelectual notable.
Sin embargo, la espina clavada en su costado era su madre, Mónica, quien
continuaba presionándolo para que se convirtiera al cristianismo.
Y esa adhesión a la fe llegaría en el año 386.
Según su propio relato, quedó impresionado al entrar en contacto con la historia
de vida de San Antonio del Desierto (251-356), un ermitaño que llegaría a ser
conocido como "el padre de todos los monjes".
En ese trance, escuchó la voz de un niño que le decía "tómalo, léelo". Lo
interpretó como una orden: debía tomar la Biblia y leer el primer pasaje que
encontrara.
Cayó en un extracto de la carta de San Pablo a los Romanos, en la que el apóstol
habla de cómo las Sagradas Escrituras tienen el poder de transformar el
comportamiento de los seres humanos.
"Comportémonos con decencia, como se hace de día: nada de banquetes y
borracheras, nada de prostitución y vicios, nada de pleitos y envidias. Más bien
revístanse del Señor Jesucristo, y no se dejen arrastrar por la carne para
satisfacer sus deseos", insta el pasaje.
Lo interpretó como un mensaje dirigido a él.
En la Pascua de 387 fue bautizado por el obispo de Mediolanum, Aurelio Ambrosio
(340-397). Al año siguiente, en compañía de su madre y su hijo, decidió regresar a
África.
Mónica, sin embargo, murió antes de abordar. Adeodato moriría poco después del
regreso.
Aquejado por las desgracias de la familia, Agustín decidió vender todo el
patrimonio y donar el dinero a los pobres.
Solo conservó su casa, convertida en monasterio.
En 391 fue ordenado sacerdote en Hipona, en la misma provincia de Numidia.
Fue entonces que el converso Agustín se permitió usar toda su erudición en favor
del cristianismo. Pronto se convertiría en un gran predicador y un gran erudito
teórico de los fundamentos de la religión.
Unos años más tarde, a finales del siglo IV, fue nombrado obispo de Hipona.
Hasta el final de su vida se dedicó a predicar, estudiar y escribir, manteniendo
siempre un estilo sobrio y ascético.
Según los relatos de un obispo que fue su contemporáneo, Posidio, comía poco,
trabajaba duro, no le gustaban las conversaciones sobre la vida de los demás y
era un hábil administrador financiero de las obras de su comunidad.
Pensador de frontera
Desde un punto de vista intelectual, Agustín es responsable de la primera gran
síntesis del cristianismo, reuniendo las prácticas de la tradición de la época,
comparándolas con las Escrituras y tratando de inferir de ellas una filosofía
catequética.
Aunque el término no existía en ese momento, se le considera un gran teólogo.
Fue uno de los pioneros en defender que el ser humano era la unión perfecta
de dos sustancias, el cuerpo y el alma, entendimiento que acabó influyendo en
gran parte de la filosofía que se construiría a partir de entonces.
También sentó las bases de la eclesiología, proponiendo que la Iglesia era una
sola entidad legítima, pero que debía entenderse bajo dos realidades. La parte
visible estaría formada por la institución jerárquica y los sacramentos; pero la parte
invisible estaría constituida por las almas de los practicantes.
"Agustín de Hipona se caracteriza por ser un pensador de frontera. Pero ¿qué
significa ser un pensador de frontera? Es saber reflexionar en etapas en las que la
crisis política y cultural da lugar a un nuevo momento en la historia" , señala
Azevedo.
"La reflexión fronteriza agustiniana recorre la antigüedad clásica y proporciona las
fuentes para pensar el período cristiano naciente".
El investigador recuerda que Agustín estuvo profundamente influido por "la razón
filosófica griega, especialmente el neoplatonismo, y la revelación cristiana con las
cartas paulinas".
En este sentido, parece inevitable comparar a los dos, Agustín y Pablo. Ambos
conversos tardíos al cristianismo. Ambos dedicados a crear una base teórica para
la religión.
"Hay una asociación entre Pablo y Agustín y esa asociación está cargada de
simbolismo, de significados muy fuertes", explica Maerki.
"Los dos hacen interpretaciones, adaptando la filosofía platónica al cristianismo,
influenciados por la filosofía platónica".
"La combinación de estas dos formas de pensar el mundo [la filosofía griega y el
cristianismo] y la reflexión sobre uno mismo encuentra apoyo en el corazón
inquieto de Agustín. Allí, hay un ambiente de conjunción y formación de una nueva
forma de pensar", completa Azevedo.
"El antiguo estilo griego de escritura encuentra un eslabón en la reflexión cristiana,
en la necesaria asociación de pensar y vivir".
El profesor destaca, sin embargo, que no fue solo la teoría, sino la práctica
religiosa lo que convirtió a Agustín en el santo que terminaría siendo reconocido.
"Él demuestra con su vida que el pensamiento sin acción es vacío", señala.
Elegir amar
En este proceso, las herramientas de la erudición de Agustín parecen ser las
mismas que las que usó como profesor de latín y retórica. No es de extrañar que
se convirtiera en un erudito de las Escrituras.
"Fue un gran amante de los textos sagrados, no sólo en el sentido de que, tras su
conversión, vivió profundamente las llamadas verdades bíblicas, sino también
porque fue un asiduo estudioso de las Escrituras, proponiendo interpretaciones
bíblicas desde un punto de vista de una retórica más clásica", comenta Maerki.
"Hoy se habla mucho de investigar la Biblia desde las teorías literarias. Agustín
propuso, en su tiempo, algo un poco cercano a eso", agrega el investigador.
"Era una época en que no existía el término literatura, pero le interesó la
construcción e interpretación del texto. Me llama la atención esa afinidad por las
letras".
Azevedo explica que uno de los principales temas planteados por Agustín fue la
percepción del concepto de voluntad.
"La noción de voluntad no fue desarrollada por los griegos, aunque Aristóteles da
indicaciones para poder reflexionar sobre ella".
Agustín "identifica la voluntad y la condiciona a la noción de elección,
deliberación".
"La acción ética, amar, consiste en amar lo que se debe amar frente al orden del
mundo", dice el profesor Azevedo.
"La unión entre cosmología y creación judeocristiana se revela en un orden
jerárquico, en el que subsisten unos bienes que hay que elegir".
En otras palabras, para Agustín, la elección estaría basada en el
conocimiento, "pero sobre todo por la capacidad propiamente humana de
amar".
"El amor es una elección", dice Azevedo.
Maerki resume este punto a partir de unas premisas agustinianas.
La primera es que la gente solo ama lo que conoce. En este sentido, la
existencia de Dios quedaría probada precisamente por el amor que los seres
humanos le dedican, es decir, si lo hacen, es porque lo conocen.
Otra es la búsqueda. Para Agustín, solo busca lo que se ama. Por eso el ser
humano, que ama a Dios, se comprometería a buscarlo.
"Era un santo que escribía mucho y hablaba mucho del amor. Creía que el amor
debía ser la medida de todas las cosas", resume Maerki.
En Confesiones, Agustín afirma: "mi amor es mi peso; por él soy llevado
adondequiera que soy llevado".
"Agustín le enseña al ser humano de hoy que es posible volver a empezar, que
siempre existe la posibilidad, incluso con el pasado", agrega Azevedo.
A los 75 años, cayó enfermo. Murió el 28 de agosto de 430. En un momento en
que la Iglesia no había definido los criterios objetivos para la canonización de
alguien, terminó convirtiéndose en santo por aclamación popular.
En 1298, el Papa Bonifacio 8 (1235-1303) le otorgó el título póstumo de Doctor de
la Iglesia.