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Dialogos Entre Mistral y Ocampo)

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Alicia N.

Salomone

CELEHIS - Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas


Año IX, Nº12. Mar del Plata, 2000; pp. 309- 334

Conversando sobre las


identidades.
Diálogos entre Gabriela
Mistral y Victoria Ocampo
Alicia N. Salomone
Instituto de Estudios Avanzados (IDEA-USACH). Chile

El genio-hombre la embriagó siempre,


pero el genio-mujer la intrigaba...
G. Mistral, “Victoria Ocampo” (1942)

1. Introducción.
Gabriela Mistral, comentando un libro de Victoria Ocampo
relativo a la vida y obra de Emily Brontë, nos advierte sobre la
extrañeza de la escritora ante un personaje inusitado para los
cánones genérico-sexuales de la época victoriana, quien había
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logrado producir una escritura genial en medio de un paisaje


físico y social inhóspito. Motivada por una sorpresa e intriga
semejante, intento acercarme en este trabajo a la relación entre
Gabriela Mistral y Victoria Ocampo, centrándome en los diálo-
gos intertextuales que estas escritoras sostuvieron durante casi
tres décadas de amistad y vinculación intelectual. Si las voces
de mujeres sólo recientemente comienzan a ser rescatadas para
el discurso cultural latinoamericano, los entrecruces dialógicos
de esas voces apenas han sido revisados. En este sentido, me
interesa rastrear ciertas líneas de esas presencias que, en gran
medida, aún continúan siendo ausencias.

El trabajo lo voy a realizar a partir de una serie de textos


que ambas escritoras se intercambian entre 1930, después de
un primer encuentro personal en Madrid, y 1957, año de la
muerte de Mistral. En este lapso, Mistral y Ocampo mantienen
una intensa correspondencia,1 se dedican varios textos en prosa
(recados y testimonios) y un poema. De este amplio corpus, que
debería completarse con los escritos donde Victoria se refiere
a Gabriela con posterioridad a 1957, seleccioné los siguientes
textos para focalizar mi análisis: de Mistral, el recado en prosa
“Victoria Ocampo” (1942); el “Recado a Victoria Ocampo en
la Argentina” (1937), poema incluido en Tala (1938); y ciertas
cartas. De Ocampo, “Gabriela Mistral y el Premio Nobel” (1945),
editado en Testimonios Tercera Serie (1946); “Gabriela Mistral en
sus cartas” (1957), publicado en la Sexta Serie de sus Testimonios
(1962); “Y Lucila le hablaba al río” (1957).

El período comprendido en el estudio (1930-1957) es casi


coincidente con el que Grinor Rojo define como la primera trans-
formación de nuestra modernidad (1920-1950), el cual, desde
el punto de vista de una genealogía de mujeres intelectuales, es
clave. Es que, en ese momento, es posible pesquisar un conjunto

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de voces que emergen en el discurso intelectual latinoamericano,


a través de los textos de Mistral y Ocampo, Alfonsina Storni,
Amanda Labarca, Juana de Ibarbourou, Teresa de la Parra,
Antonieta Rivas Mercado, entre otras, y que ya no suponen un
fenómeno excepcional ni aislado. Como dice Rojo:

... obstinarse en atribuirles demasiada importancia a


los ejercicios femeniles de poder paralelo que nuestra
historia registra con anterioridad al estreno de la era
moderna, a nosotros por lo menos nos parece más
un consuelo especulativo que un indicio de conoci-
miento. Ahora bien (...) desde la segunda y tercera
década de este siglo hasta los años cincuenta más
o menos, según el grado de desarrollo del país o la
región de que se trate, las mujeres de nuestro he-
misferio que cruzan al territorio de El Padre ya no
son la excepción. (1997,60)

Estas voces de mujeres son portadoras de nuevos saberes


y nuevos discursos que, según lo planteado por Aralia López
González, pueden ser definidos como femeninos (la mujer ha-
blada y pensada por la mujer) y/o feministas (expresión de una
contra-Razón), y se constituyen en pugna frente al discurso de
lo femenino, que elabora la lógica patriarcal (López-González,
1995:19-24). De este modo, las mujeres de esta generación
llevan adelante su intento por quebrar lo que Victoria Ocampo
llamaba el “monólogo masculino” de nuestra cultura (Ocampo,
1936:13-14), desplegando lo que Jean Franco caracteriza como
una “lucha por el poder de interpretar”; lucha que suele captarse
menos en el nivel abstracto de la teoría, que en los “géneros no
canónicos de la escritura”, como cartas, historias de vida o en
denuncias (Franco, 1993:11). En el caso de Mistral y Ocampo,
el uso de estos géneros discursivos se remite a cartas, recados y

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ensayos-testimonios, los que incluyen un énfasis particular ha-


cia lo oral, lo conversacional y el dialogismo, según lo entiende
Mijail Bajtín. 2

En este marco, los objetivos que pretendo desarrollar en


este trabajo apuntan a revisar, en los textos de Mistral y Ocampo,
dos aspectos relacionados: por una parte, las maneras en que se
construye en ellos la identidad genérico-sexual femenina, dispu-
tando y negociando nuevas representaciones, en el marco de las
visiones sociales dadas; y, por otra parte, estudiar cómo, desde
esa diferencia sexo-genérica, se conforman visiones particulares
sobre la identidad cultural americana en el período histórico
considerado. Afirmo que ambos aspectos están vinculados
pues la subjetividad femenina y la identidad social emergen en
el marco de una experiencia historizada y no responden a una
concepción abstracta de lo femenino: la “identidad genérico-
sexual femenina”, por tanto, se conforma como una posición
particular y relativa a un contexto histórico-social siempre cam-
biante (López-González, 1995:15). Del mismo modo, la noción
de identidad cultural tampoco se asume desde una perspectiva
esencial y ahistórica, sino que se entiende como la forma que
ciertos/as sujetos, históricamente determinados/as, dan cuenta
de su pertenencia a una comunidad/nación/región, construyendo
sentidos con los cuales se pueden identificar (Hall, 1997:55).

Las hipótesis en que me apoyo sostienen que, en los diálo-


gos intertextuales de Mistral y Ocampo, se ponen en juego cier-
tos mecanismos de construcción de la identidad sexo-genérica,
entre los cuales tiene especial importancia el establecimiento
de relaciones especulares entre la emisora y la destinataria, que
permiten observar cómo estas sujetos buscan autoafirmarse,
en el contexto de una cultura de diferencia sexual jerárquica
que no las reconoce como tales. Por otro lado, en estos textos

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se expresan visiones que, al situarse desde esa experiencia de la


diferencia sexo-genérica, y dadas ciertas condiciones epocales de
producción, circulación y recepción de los discursos de mujeres,
nos entregan representaciones alternativas a las hegemónicas
acerca de la identidad cultural americana.

2. Identidades femeninas: la una, la otra y el espejo.


Una pregunta que surge de inmediato al seguir la relación
de estas dos escritoras es cómo logran establecer un vínculo tan
sólido y duradero, a pesar de que se vieron sólo unas pocas veces
(en Madrid, 1930; en Mar del Plata, 1937; en Nueva York, 1956;
quizás otro encuentro en Europa) y de las perceptibles distancias
de clase, etnia, nacionalidad, cultura e ideología entre ellas. Sin
una mirada que ahonde en la dimensión genérico-sexual, esta
pregunta sería de difícil respuesta y así lo señala Doris Meyer en
su estudio del epistolario de las escritoras. Para Meyer, la rela-
ción se sustenta en los fuertes vínculos intelectuales y afectivos
entre ambas, quienes como otras mujeres de letras de América
Latina:

... crearon entre ellas un ambiente de cariño y de


apoyo en el que ellas, como mujeres con conciencia
de su género, podían compartir pensamientos y sen-
timientos sin tener que disfrazarse o ‘desexualizarse’
a sí mismas... (1996, 89)

El enfoque de Meyer es interesante, en la medida en


que busca penetrar el “inexplorado espacio de la comunidad
intelectual femenina” de nuestro continente (Meyer, 1996:89).
Considero, sin embargo, que no profundiza suficientemente su
perspectiva, lo que conlleva el riesgo de hacer una lectura super-

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ficial o desproblematizada de la relación entre las escritoras. La


clave, a mi entender, pasa precisamente por ahondar en cómo
logran articular ese ámbito de comunicación alternativo entre
mujeres, que les permite hablar de sí mismas y de sus experien-
cias con mayor libertad.

Desde mi punto de vista, los textos que unen a Mistral


y Ocampo revisten singular interés para observar de cerca la
construcción de ese espacio de mutua indagación en torno a la
identidad sexo-genérica, apelando a las múltiples identificacio-
nes que la otra, en tanto espejo, posibilita a la hablante. Así,
ellos nos muestran cómo cada emisora percibe y proyecta en la
otra una parte de sí, con la cual se identifica, y otra/s parte/s de
sí, con la/s cuales pugna, construyendo una relación especular
y complementaria que, naturalmente, está atravesada por ten-
siones y conflictos. Así, en estos textos, van emergiendo imáge-
nes que remiten a una multiplicidad femenina que confronta
(de forma consciente e inconsciente) con las representaciones
patriarcales que históricamente han nombrado a las mujeres
de manera unívoca, impidiéndoles acceder a una singularidad
(subjetividad) que esté más allá de las oposiciones binarias que
las limitan (Violi, 1991:155).

En el recado en prosa de Mistral (1942), estas operatorias


quedan claramente expuestas a través de un debate que gira en
torno a la identidad genérica y cultural de Victoria Ocampo, a
los territorios que Mistral juzga más propicios para el desarrollo
de su escritura y a los conflictos que se le presentan a Victoria
dada su dependencia frente a la tradición canónica y al uso de
lenguas extranjeras. El texto se inicia con una deconstrucción del
discurso oficial que comienza a fijar a Victoria (ya poderosa en el
mundo cultural de los 30, en su calidad de editora de la revista
Sur) en una serie de representaciones mitificadas:3 su “leyenda

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negra”, dice Mistral (1978, 50). A Gabriela, en cambio, se le


presenta como un sujeto que se resiste a definiciones únicas y
que ella logra percibir en toda su complejidad, más allá de las
opiniones dominantes y de las estrategias de enmascaramiento
(“jugarretas” )4 con las que se (en)cubre la propia Victoria. Así,
le dice en una carta:

Vino su libro, que mucho le agradezco. Y ahora no


faltan sino esas pags. de Infancia para garrapatear
a mi Victoria, a la mía, que no es exactamente la de
los otros. (s/f)

Y esta misma idea la desarrolla posteriormente en el re-


cado en prosa:

En Victoria ha de haber muchas Victorias, pues yo me


conozco cuando menos cuatro... Una es la ahijada
de Francia que se saben todos (...). Y hay al costado
acá de esta fiel al Sena y a Racine una ‘advertida’
de que el Sena no vale para todas las cosas (...). Esta
Victoria que se hace la escapada hacia el canal, lle-
ga al otro lado y se aposenta en la orilla diez veces
opuesta (...). Y hay detrás de estas dos Victorias de
mente prestada a la extranjería, detrás de estas dos
grandes veleidades, que unos le tienen por vicio y
otros por niñerías, una formidable argentinaza que,
en cuanto tira ese espejo donde se mira y se desfigu-
ra a todo gusto, se nos quedan los suyos en la más
radical y desusada argentinidad, riéndose de los que
les creímos las jugarretas... (1978, 49)

Este fragmento, que nos devuelve a una Victoria compleja


y contradictoria, ya no blanca o negra, también permite volver la
mirada hacia Mistral, y reconocer en esta emisora que reclama en

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la otra el reconocimiento de una subjetividad menos codificada


y más plural, a quien entonces también pugna por encontrar
lugares de enunciación que le permitan ir más allá de los espacios
que admite para ella el discurso oficial, sea como amante y madre
frustrada, maestra o la portavoz de un indoamericanismo simple.
Al respecto, Adriana Valdés ha comentado que esta búsqueda
de la sujeto mistraliana en pos de esos lugares nuevos ya se hace
expresa en Tala. Si en su libro primero, Desolación (1922), la
subjetividad femenina se construye a partir de la mirada/deseo
del Otro/Dios, en el texto de 1938 (contemporáneo a los diálogos
con Ocampo), en cambio, la sujeto transita desde el vacío dejado
por el Otro ausente, hacia nuevas identidades/máscaras/personas
que toman la palabra alternativamente y de manera inestable.
Como dice Valdés, Tala pone en evidencia:

... encontradas piezas (...) de una identidad parti-


cularmente difícil. Collage, yuxtaposiciones, extra-
ñamientos, exilios, desplazamientos, codos para el
miedo, nexo y énfasis. Un sujeto extranjero, cultu-
ralmente migratorio, ubicado en la intersección de
culturas distintas y haciendo entre ellas sus movidas
de supervivencia, un sujeto particularmente latino-
americano, no en su afirmación, en su despojo. Un
sujeto particularmente mujer (...) que roto el espejo
de esa mirada [la del Otro], yerra, vaga, gestualiza
el duelo de esa pérdida. (1995, 226)

Ahora bien, volviendo a Victoria, cabe preguntarse cómo


se representa Mistral en su discurso. Para ella, Gabriela cubre
una ansiedad de referentes femeninos con que busca afirmar
una identidad que le resulta muy costosa y que le ha demandado
mucho tiempo de constitución: la identidad de mujer escritora.
Tensionada entre su vocación literaria y las restricciones que

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le impone su medio social, Ocampo inicialmente busca apoyos


masculinos y canónicos, intentando legitimarse como escritora
en el campo intelectual argentino: José Ortega y Gasset, a me-
diados de los años 20, fue su principal referente y mediador en
la publicación de su primer libro: De Francesca a Beatrice (1926).
Frustrada en sus expectativas de reconocimiento, Ocampo asu-
me una doble estrategia en los 30: por un lado, se convierte en
editora y mecenas de Sur, consolidando una posición de poder
en el mundo de la cultura; y, en términos de su propio proyecto
escriturario, reorienta su búsqueda de referentes hacia las muje-
res intelectuales, en particular, Virginia Woolf y Gabriela Mistral.5
Relatando los encuentros iniciales con las dos escritoras, Victoria
siempre refiere a cómo es definida por la mirada del Otro: ojos
que la observan y la juzgan, colocándola en un lugar subalterno;
es la exótica sudamericana, para Woolf, y la europeizada que
niega su lengua materna, para Mistral; en ambos casos, la imagen
con que se autorrepresenta es la de una discípula fascinada pero
temerosa, delante de Maestras distantes y exigentes.

Frente a Woolf esa sensación de insalvable alteridad que


percibe Victoria nunca se disipa, como queda explícito en los di-
versos testimonios que escribe acerca de ella.6 Esto no le sucede,
sin embargo, con Mistral. Si ante Gabriela siente el peso de una
jerarquía intelectual, sin embargo, logra establecer la corriente
de afecto y aceptación que necesita para autoafirmarse. Victoria
retoma varias veces el primer encuentro de ambas, siempre intro-
duciéndole modificaciones, suplementos. En el relato de 1945,
es la escritora inexperta que, entre rebelde y sumisa, acepta la
palabra autorizada de Gabriela y le agradece el gesto legitimador
involucrado en un regalo, un recado en verso:

Gabriela reconocía de pronto que a pesar de mi


Francia yo era tan fatalmente, tan ineluctablemente

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americana como la planta más humilde, como la es-


pecie de pájaros más común de la región. De pronto
me perdonó el lugar de mi nacimiento y lo que mis
primeros años de clase habían dejado de imborrable
en mí. Me dio su poema como quien da un espalda-
razo. Además del placer, ¡qué alivio! (1946,175)

En el relato de 1957, la distancia jerárquica ya casi no existe,


disuelta en el recuerdo del cariño:

Normalmente, debí de impacientarse ese día [por


las recriminaciones de Mistral]. Pero no. Por arte
de encantamiento, como vulgarmente se dice, la oí
con inusitada mansedumbre. Y así como a veces se
puede percibir desprecio o condescendencia bajo el
elogio [alusión a Ortega], sentí bajo la cometividad
de Gabriela un benéfico calor amistoso ya activo (...)
Gabriela sonreía. La sorpresa cambiaba el dibujo casi
amargo de los labios tristes y subía hasta los ojos,
hasta las orejas en media luna que daba al rostro
quieto una leve expresión de sorpresa, de incredu-
lidad. Nunca, frente de mí, le conocí otra reacción.
Yo era una de las tantas calabazas transformadas
por ella en carrozas. (1957)

Por su parte, Gabriela percibe, ironiza y juega con los te-


mores de Victoria frente a la escritura, convocando imágenes de
su propia infancia: “en el negocio de escribir ella es la miedosilla
de mi valle elquino”, dice en su recado. (1978,51). ¿Qué asusta
y detiene a Victoria, parece preguntarse Gabriela? ¿La tradición
cultural, la deformación de los maestros europeos? Si esto le
parece indudable, también percibe un anudamiento interno, un
miedo a verse arrastrada por la fuerza intensa de su corporali-

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dad/naturaleza, hacia terrenos insospechados e inseguros. Así,


en textos y cartas la urge a dejarse llevar por la riqueza interior
que la habita -“ancha como el Paraná en avenida” (1978,50)–,
hacia una escritura arraigada en su experiencia femenina y en
la materialidad de su cuerpo, del mismo modo que la impulsa
a hacerlo en la vida. En este sentido, es significativa una carta
donde Mistral contesta unas confidencias de Ocampo, entrela-
zando el cuerpo de Victoria con el cuerpo de su escritura:

Porque ha de pasarle a Ud. en esto del cariño cosa


parecida a lo de su obra. Ud. es una mujer de pasión
que no quiere soltarla en el papel, porque o se le
ocurre que eso, la pasión no debe llevarse al papel
o es que prefiere las famosas ideas a las pasiones.
Puede que [Eduardo] Mallea conozca de verdad
la trampa que conocen los lectores: la de que Ud.
no menta lo mejor de Ud. misma. Para qué? Yo lo
ignoro. Mezquindad no ha de ser. Ud. tiene una
generosidad desatada de Ríos Amazonas. ¿Es mie-
do? Y para qué cree Ud. que el Repartidor le dio
precisamente la pasión? (...) para ponerla en latas
de conserva? (s/f)

No deja de sorprender que sea precisamente Gabriela,


la que reprime la pasión y oculta el cuerpo, la guardadora de
secretos, según explica en su trabajo Raquel Olea (1998, 67),
quien le exije a Victoria (como a su contracara) justo aquello
que ella aparentemente no puede hacer. Se permite transgredir,
sin embargo, en su escritura, mediante ciertos juegos deseantes
con el cuerpo femenino, que Alberto Sandoval Sánchez descu-
bre leyendo los cuerpos de mujeres en los textos mistralianos.
Al respecto, dice Sandoval, que el cuerpo reprimido de Mistral
retorna en una serie de imágenes donde la hablante posa una

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mirada transgresora, de mujer a mujer, cara a cara, que des-


centra la mirada patriarcal que sólo procura poseer y someter
el cuerpo de la mujer, y se detiene en un juego gozoso con el
cuerpo femenino, en un deleite de la mirada que se da sólo en
el plano de la fantasía (1990, 55). El cuerpo de Victoria también
se convierte en objeto de esos juegos y así circula en muchos
de los textos de Gabriela como, por ejemplo, en una larga carta
desde Lisboa, donde la piensa en primavera:

... desde Abril sé que es cierta la Primavera. Ya la


tiene entera sobre Ud., en sienes, hombros y to-
billos. A mí me falta verla así con la Primavera. No
sé si ella la ponga más feroz o si la funda a medias
–que entera, ni la fragua de Vulcano... Curiosa mujer
helada que le da a una de pronto ciertas sorpresas
de la Cordillera, largarle un rodado de nieve que, de
impetuosa, parece de fuego...(s/f)

y se despide diciéndole: “Ahora te paso la mano por los cabellos


lejanos y blancos, perdona, perdona. Gabriela.”

O bien, en el recado en verso que Gabriela le regala en Mar


del Plata, el día del cumpleaños de ambas (el 7 de abril de 1937).
En este texto, tras hacer un recorrido por la casa de la amiga, su
entorno, su acogida, su fruta y su pan, los niños que la habitan,
la emisora termina por centrarse en esa mujer cercana y frater-
na, retratándola en imágenes que captan un cuerpo femenino
lúdico, vital, sensual, ajeno a las representaciones del cuerpo
como cautiverio o destino (cuerpo-para-otros), dominantes en
el imaginario patriarcal de la época:

La casa y el jardín cruzan los niños, (...) / y te enredas


con ellos en hierbas locas

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o te caes con ellos pasando médanos. (...)

Te quiero porque eres vasca / y eres terca y apuntas


lejos (...)
y porque te pareces a bultos naturales / a maíz que
reboza la América
-rebosa mano, rebosa boca- / y a la Pampa que es
de tu viento (...)

Te digo adiós y aquí te dejo, / como te hallé, sentada


en dunas.
Te encargo tierras de la América /¡a ti tan ceiba y
tan flamenco,
y tan andina y tan fluvial / y tan cascada cegadora
y tan relámpago de la Pampa!... (1989, 147-148)

3. La identidad americana: el continente como una casa


compartida.
La casa de Mar del Plata, donde Mistral y Ocampo compar-
tieron unas semanas en 1938, tiene hondo significado en esta
relación de ambas. Gabriela la describe en su poema como un
territorio de acogida en tierra extraña, pero más tarde vuelve
a convocarla en momentos especialmente dolorosos, tras la
muerte de su sobrino Yin Yin (1943), asociada al recuerdo de la
amiga ausente:

Es curioso que en los días en que has estado en cama,


yo he tenido en el hospital una curiosa entrada en
tu casa de Mar del Plata. De los cuartos poco me
acuerdo, pero sí de la lavanda sentada en cada uno

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de ellos (...) Me duele la decepción de que no ven-


gas. (carta, s/f)

Victoria también recupera aquellos momentos comparti-


dos, en un texto donde se despide de Gabriela, tras la muerte
de ésta:

¡Los higos y los duraznos de aquel año! Los veo,


elegidos especialmente para ella y puestos en un
canastito, entre hojas de hortensias, cada mañana.
Esas mañanas de la tierra, esas mañanas del mar que
jamás volveré a compartir con Gabriela! (1962, 82)

Los significados de esa casa no se resuelven, sin embargo,


en la mera connotación de un ámbito privado/íntimo entre
amigas. En mi opinión, ellos exceden hasta denotar un espa-
cio común, abierto y público, en el que estas dos mujeres, con
identidades diversas, pueden dialogar y convivir. Así, esa casa
se constituye en un territorio potencialmente utópico donde
construir (o re-construir) proyectos para los cuales las mujeres, en
tanto sujetos carentes de ciudadanía y de legitimidad intelectual
plena, no estaban habilitadas en el contexto de su época. Por
ese mismo camino, aquella casa llega a constituirse en una me-
tonimia de América, un continente “in the makining” lo designa
Ocampo (1941, 8), apropiado para que unas sujetos (también
“en construcción”) lo hagan suyo, como lugar de encuentros y
desencuentros, amistades, exilios, logros y despojos, de hetero-
geneidades y diferencias que deben aprender a coexistir.

Ahora bien, definir ese espacio discursivo común en torno


de los significados de lo americano supone, en el caso de Mistral
y Ocampo, pasar por un proceso de conocimientos y re-conoci-
mientos que implica conflictos y mutuos acomodos, a lo largo
de muchos años. Ya desde su primer contacto personal, Gabriela

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instala entre ellas el debate sobre la identidad cultural, recrimi-


nando a Victoria por el lastre de los modelos europeos adquiridos
en la educación elitista de su infancia, en especial el francés, los
que la limitan para asumir su doble alteridad: como escritora y
como iberoamericana. Ese mismo lastre que, por otra parte, ve
socavarse en la materialidad del cuerpo de Victoria, donde se le
impone la marca indeleble de una naturaleza americana. ¿Qué
bando resultará vencedor de esa confrontación discursiva en el
cuerpo/texto de Victoria? Mistral, desde un papel muchas veces
asumido de vieja sabia, la interpela buscando plegarla hacia el
bando propio:

Estas culturas extrañas son unas de tus llaves, pero


no son todo, yo lo sé. Sigo creyendo que Racine y
Cía. tenían que alejarte fabulosamente de la expre-
sión que te dictaba tu cuerpo y tu temperamento,
que les entregaste los jugos más fuertes de tu ser,
que les hiciste una especie de holocausto de sangre,
parecido a los judíos, que les hiciste una especie de
juramento de echar atrás al escribir tu lengua, la tuya
personal, que es mejor que la mía en frescura y color,
y en plasticidad y movimiento. (carta s/f)

En otros escritos, sin embargo, el tono polémico se ali-


gera, dejando en claro cómo Gabriela también se mueve de
la posición anterior, buscando atraer y articular, dentro de su
propia construcción de una identidad americana, a la vertiente
cosmopolita, que ve representada en Victoria. Ello, sin dejar
de consignar las diferencias que, en términos de etnia y clase,
también las separan:

... yo necesitabça saber, saber, que el blanco com-


pleto puede ser americano genuino. No puede Ud.

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entender cabalmente lo que esto significa para mí!


Luego yo precisaba saber también que la literatura
no destruye o carea (de cariar) a la mujer, que no
la destruye en su esencia, que no le arrebata cierto
tuétano sacro (...) Tal vez lo que en Ud. me falta no
sea sino un lote de experiencias comunes. Las de la
pobreza, la de la pelea, en sangre y barro, con la vida.
(...). Durezas, fanatismos, fealdades, hay en mí de
que no podrá hacerse cargo ignorando como ignora
lo que son 30 años de mascar piedra bruta con encías
de mujer, dentro de una saya dura. (carta s/f)

En este marco de cercanías y distancias, Gabriela visualiza


para Victoria un papel de mediadora dentro de la cultura ame-
ricana: entre Europa y América, pero también entre las distintas
Américas (la blanca y la no blanca; la ibérica y la sajona), hacién-
dola portadora de una misión, que debe ejecutar tanto a través
de su escritura como de la tarea estratégica de difusión cultural
realizada desde Sur:

... algunas gentes a quienes preocupa el hecho ame-


ricano como unidad la necesitamos y solemos sentir
que Ud. nos falta. (...) yo sé que, a través de Sur prin-
cipalmente, Ud. llega y obra sobre nuestros mozos
sudamericanos. (...) Vagamente comprendo que Ud.
teme caer -y hacer caer a Sur- hacia ese criollismo de
pellones y espuelas anchas y mate o tango, en el que
cayeron y se encenegaron otros. Háganos Ud (...) una
americanidad a la vez clara y firme (...) Tal vez sea ese
su encargo de este mundo: trasponer la argentinidad
a unos limos más cualitativos. La americanidad no
se resuelve en un repertorio de bailes ni de telas de
color ni en unos desplantes tontos contra Europa.
(...) Hay mil direcciones y sendas posibles dentro de
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ella y Ud. puede escoger, con su tino sutil, las más


insospechadas. (carta s/f)

En “Gabriela Mistral y el Premio Nobel” (1946), Ocampo


asume la discusión a la que ha sido conducida por Mistral, hacien-
do un deslinde entre una vocación americanista conscientemente
asumida y la imposibilidad de renunciar a su contacto con las
lenguas/culturas extranjeras, que ya son parte constitutiva de su
identidad cultural tanto como, en Gabriela, lo es el mestizaje
indoespañol:

Gabriela se había propuesto firmemente regalarme


América - dice Ocampo. Tiene fantasías como ésa.
Pero exigía en cambio que yo regalase a América
-flaca retribución- mi propia persona, sin reservas.
Sospecho que ya existía un entendimiento entre
América y yo y que nos habíamos adelantado un
poco a sus deseos. De otro modo, ¿la hubiera yo
comprendido tan pronto? Lo dudo. Gabriela no se
descifra, no se explica sin la clave de este Continente:
el suyo, el mío. (946, 174)

Así, si por un lado Victoria parece afirmarse con fuerza


en su diferencia, por otro lado, un movimiento opuesto parece
atraerla hacia una dirección contraria, a un acercamiento e
indagación en la vertiente otra de lo americano, que ella no
reconoce en sí misma (la indígena, la popular), pero que puede
percibir sin rechazo a través del cuerpo/texto de Gabriela. De
este modo, como en un gesto recíproco al que recibe de Mistral,
Ocampo también parece reconocerle a ella una misión mediadora
que pasa, en su caso, por el acercamiento de lo indígena a lo
blanco, completando aquella identidad unitaria que reclamaba
para América. Y, como si buscara probar performativamente

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esa posibilidad, la emisora construye una textualidad en la que


las voces de Victoria y de Gabriela tienden a imbricarse, hasta
terminar casi confundidas en el recuerdo/alusión a la casa/es-
pacio compartido o, en una temporalidad distinta, utópica, a
ser compartido:

Es que en Gabriela la preocupación de la tierra y de


la raza es intensa y urgente (...) Gabriela se enorgu-
llece de la sangre india que se mezcla en sus venas
a la sangre española; se enorgullece porque ama a
los indios de los cuales desciende y porque ve, hoy,
en esta raza, a los desheredados de la tierra. Los ni-
ños y los desheredados serán siempre su verdadera
patria.
En el campo de Mitla, un día
de cigarras, de sol, de marcha,
me doblé a un pozo y vino un indio
a sostenerme sobre el agua
y mi cabeza, como un fruto,
estaba dentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía,
que era su cara con mi cara
y en un relámpago yo supe
carne de Mitla ser mi casta.

Gabriela está aún como embriagada de ese recuerdo


de infancia; embriagada de haber bebido, mezcladas
en un agua pura, esos dos rostros. Ese instante la
rodea aún como un mar del cual ella sólo sería la isla.
Ese gesto, esa sed, ese sol, esa frescura duran aún.

Empiezo a no dudar de esta forma de eternidad.


Gabriela está aún en este cuarto que fue el suyo.

326 / Revista del CeLeHis


Alicia N. Salomone

Come higos azules y rojos en un plato de borde tur-


quesa. Me habla del Valle de Elqui, de México, del
Mediodía de Francia. Contempla conmigo los tilos y
las lambertianas cuyos verdes contrastan con tanta
felicidad”. (1946, 175-176)

4. Discursos de mujeres: transiciones entre lo privado


y lo público.
Gabriela Mistral y Victoria Ocampo desarrollan estos diálo-
gos interetextuales en un período cruzado por la redefinición de
los proyectos socioestatales en América Latina, lo que torna álgi-
da la discusión acerca de la identidad cultural. Ello se evidencia
en muchos textos, que, desde distintas ópticas, producen autores
como José Carlos Mariátegui, José Vasconcelos, Alfonso Reyes,
Ezequiel Martínez Estrada, Samuel Ramos, Pedro Henríquez
Ureña, Mariano Picón Salas, Octavio Paz, entre otros (Oviedo,
1991). Los textos de mujeres, sin embargo, no son asumidos por
la recepción crítica como parte de ese debate, lo que contribuye
a crear la imagen de una cierta alienación de las escritoras de la
época frente a los temas públicos, políticos e ideológicos.

Esta visión, que sólo empieza a revertirse desde hace


poco, encierra la escritura de mujeres dentro de una literatura
femenina, en la que sólo se percibe la dimensión discursiva de
lo íntimo o lo sentimental. Esto se expresa en la manera en que
la crítica considera las producciones líricas de las poetas, pero lo
mismo sucede con los textos ensayísticos, los que se leen fuera de
toda conexión con el mundo histórico-social. Es interesante, en
este sentido, revisar un comentario de Pedro Henríquez Ureña,
escrito en 1942, donde se refiere a los testimonios de Victoria
Ocampo:

Revista del CeLeHis / 327


Conversando sobre las identidades.

Sólo de lo que muy personalmente le interesa habla


Victoria Ocampo. De lo demás, para qué. Para dar
testimonio de su interés no se le ocurre mejor ma-
nera que contar cómo se le despertó. El despertar
va unido, en su memoria, al color y sabor del mo-
mento: si llovía, si zumbaban abejas y moscas, si se
oían campanas, si la maestra estaba de buen o mal
humor, si era tiempo de cerezas. (1942, 65-66)

Con agudeza, el autor advierte en los textos de Ocampo


un discurso otro, una discontinuidad, dentro de ese discurrir
ensimismado en vivencias personales y en un trato íntimo con
las cosas: “una sola actitud históricamente condicionada: la
protesta contra la condición proletaria, todavía proletaria, de la
mujer en la sociedad occidental” (Henriquez Ureña, 1942, 65).
Una interpretación de sentido patriarcal, sin embargo, controla
el corte, devolviendo a la emisora a su lugar de emotividad y
pasiva resignación:

El único tema que Victoria se empeña en tratar obje-


tivamente es el de la situación de la mujer pero, bajo
la aparente objetividad, qué sofocado temblor de
irritación contra la estrechez mental, engendradora
de la injusticia. Y al fin, la resignación: “nuestros
sacrificios -los de las mujeres actuales- están pagando
lo que ha de florecer dentro de muchos años, quizás
siglos...(1942, 67)”

A partir de estos códigos (que circunscriben la palabra de


las mujeres a la manifestación de la intimidad y reducen las de-
mandas de igualdad genérica a un problema femenino que no
supone cuestionamientos sociales globales) es posible compren-
der las dificultades y conflictos que deben enfrentar las escritoras
de la primera mitad del siglo para instalar discursos otros en sus
328 / Revista del CeLeHis
Alicia N. Salomone

respectivos campos intelectuales. Por ello, desde la perspectiva de


una historia cultural crítica, es importante atender no sólo a los
contenidos enunciados en sus discursos sino al tipo de estrategias
discursivas a que apelan en su expresión, productivizando ciertos
territorios textuales para desplegar, individual y colectivamente,
su propia disputa por el poder interpretativo.

En este marco, los textos que unen a Mistral y Ocampo me


parecen un espacio relevante donde observar la constitución de
un circuito de comunicación intelectual entre mujeres, por el cual
fluyen nuevas miradas acerca de la cultura, que desplazan los
límites impuestos a lo femenino por las visiones dominantes. Así,
estos textos permiten apreciar las maneras en que los discursos
de mujeres, enclaustrados social y culturalmente en la esfera de
lo privado, buscan penetrar e insertarse en el mundo público.

Los diálogos intertextuales entre Mistral y Ocampo hacen


visible esa dinámica, en el despliegue de una escritura que,
partiendo del ámbito privado y haciendo uso de un género
discursivo que expresa ese espacio: el epistolar, se transforma
luego en escritura pública a través de recados y testimonios,
politizando (de forma consciente o inconsciente) la dimensión
privada de esa experiencia/escritura originaria, que, de hecho,
continúa siempre presente. Es que, como afirma Jean Franco
a partir de lo planteado por Josefina Ludmer, en la medida en
que lo personal, privado y cotidiano se constituye en punto de
partida para otros discursos y prácticas, desaparece como aquéllo
meramente personal, privado y cotidiano (1986, 39).

Estas transiciones entre las esferas privada y pública, me


parecen esclarecedoras de las maneras en que las intelectuales
de la época (incursionando en el territorio de El Padre) buscan
canales de intervención en los debates públicos, desafiando

Revista del CeLeHis / 329


Conversando sobre las identidades.

las exclusiones que pesan sobre ellas. Por otra parte, ese fluido
espacio transicional parece propicio para ejercitar mecanismos
de autorización (de autor-ización), como se evidencia en las
mútliples relaciones especulares puestas en juego entre nuestras
dialogantes. El problema de la autovalidación no es menor pues,
como afirma Francine Masiello, una de las dificultades mayores
que deben enfrentar las escritoras del período, en su pugna por
acceder al campo de la cultura letrada, es la carencia de certeza
epistemológica con la cual legitimar la autoridad de su palabra
(Masiello, 1991:145).

A partir de lo dicho, no puede extrañar que el debate


acerca de la identidad cultural americana, según surge de los
diálogos entre Gabriela Mistral y Victoria Ocampo, esté abso-
lutamente imbricado con la indagación acerca de la identidad
genérico-sexual femenina. A mi entender, allí radica una parte
central de la diferencia que muestran estos discursos frente a las
visiones dominantes, en la medida en que ese debate se articula
desde una óptica/vivencia generizada, que estas sujetos poseen
y expresan acerca de la experiencia cultural.
Notas
. El epistolario Mistral-Ocampo aún está inédito. Pude consultar muchas
1

de las cartas de Mistral en Buenos Aires, por gentileza de la Academia


Argentina de Letras, pero no tuve acceso a las de Ocampo. Unas pocas de
estas cartas fueron publicadas o aparecen citadas en textos de la autora y
en ciertos estudios críticos y biográficos.
2
. Para Bajtín, “toda palabra (discurso) está dirigida a una respuesta y no se
puede evitar la influencia de la palabra-respuesta anticipable”, de acuerdo
con la naturaleza dialógica del pensamiento humano. Ahora bien, en el
caso de las cartas, éstas incluyen de modo composicional la respuesta an-
ticipada del otro. (1986, 254-288) Lo mismo podría decirse de los recados
y testimonios de Mistral y Ocampo, en los cuales es explícita su cercanía
con la forma epistolar y la oralidad-conversación. Al respecto, cfr. Doll y
Salomone.

330 / Revista del CeLeHis


Alicia N. Salomone

3
. Tempranamente el discurso oficial comienza a tejer representaciones en
torno de esta mujer de inusual poder en el espacio público del período:
amazona de las Pampas, rica salonnière que atesora intelectuales de fama;
europeísta insensible a América Latina; muchos no la consideran más que
una snob sin méritos intelectuales. Mistral desautoriza esas visiones en
una carta a Ocampo: “A mí no me importaría mucho su caso si tuviese la
deshonestidad de los y las literatoides que le niegan a Ud. categoría de
escritor. Pero desde que leí su primer libro (“De F. a B.”) yo supe que Ud.
entraba en la escritura literaria en cuerpo entero. Si yo creyese, como los
mismos envidiositos, que su radio de influencias no es sino el de un grupo
de señores zurdos, no perdería mi tiempo escribiéndole. La casta de los
snob me importa menos que el gremio de los filatélicos” (carta s/f).
4
. En el juego de mutuas y múltiples identificaciones que nos propone este
texto, Mistral alude a “jugarretas” para referirse a las estrategias de Victoria,
lo que nos devuelve a su propia escritura y estrategias. Como explica Jean
Franco, Mistral escribe dos series de “Jugarretas” (en Ternura y en Lagar),
una forma asociada a juegos infantiles, adivinanzas y trabalenguas; la
jugarreta es una “mala jugada” y, en esos textos, la bromista es la propia
Mistral, burlándose o ironizando sobre ciertos códigos tradicionales (Franco,
1997:39-40).
5
. Es preciso destacar que, en este período, Ocampo también se vincula de
forma activa a los movimientos de mujeres y feministas. En 1936, funda y
preside la Unión de Mujeres Argentinas, organización que surge a raíz del
enfrentamiento a una serie de medidas del gobierno conservador de la
época, que pretendía imponer restricciones a los derechos civiles femeninos
(Meyer, 1979:221-227).
6
. Al respecto, cfr. Ocampo, Victoria, 1951 y 1954.

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